Pierre Rivière: El Papel de la Razón en la No-ley de la Locura

 Claudia de Anda Dücker

 

Michel Foucault publica en 1976 el expediente de un caso de parricidio en el siglo XIX. En él recopila los diferentes documentos relacionados con el acontecimiento, desde informes judiciales y médicos a artículos periodísticos y la misma Memoria publicada por el asesino. La tragedia tiene lugar en Francia el 3 de junio de 1835, cuando un joven de 20 años de edad llamado Pierre Rivière masacra con una hoz a su madre, a su hermana y a su pequeño hermano. En particular, llama la atención la ferocidad con que el asesino destroza la cabeza de las víctimas, haciendo papilla el cráneo, al grado que el de la madre está casi separado del resto del cuerpo. Inmediatamente después de haber cometido el crimen, se encuentra con algunos vecinos y les dice que ha liberado a su padre de todos sus males, mientras les pide también que cuiden de su madre, refiriéndose con esto a su abuela. Abandona el pueblo e inicia un vagabundeo por distintos pueblos aledaños, refugiándose en los bosques y alimentándose de hierbas y frutas silvestres. El cuadro es tan grotesco y aterrador que las noticias del crimen pronto se extienden por toda la región, y un mes después del acontecimiento, Pierre es aprehendido y consignado a las autoridades.

Después de la evaluación de las distintas declaraciones de testigos, opiniones de médicos y la Memoria escrita por el acusado, el jurado decide declararlo culpable y sentenciarlo al castigo que la ley francesa estipula para el parricidio: pena de muerte. Sin embargo, el cuestionable estado mental del asesino y la imposibilidad de hacer un juicio certero respecto a este, lleva a los mismos miembros del jurado a redactar una petición de conmutación de la pena de muerte por la de cadena perpetua, lo cual es concedido por el rey. No obstante, Pierre Rivière se ahorca cuatro años después en la penitenciaría de Beaulieu.

Ante un asesinato tan brutal como este, pareciera demasiado sencillo emitir un juicio al respecto y condenar al culpable a la pena máxima, poniéndole etiquetas como la de monstruo o depravado. La complejidad de la situación yace en lo que en aquella época parecía contradictorio: cualquiera que haya observado los cadáveres de las víctimas o escuchado una descripción detallada del crimen, no habrá dudado en pensar que tales atrocidades sólo pueden ser producto de una mente enferma, afectada por una grave locura en la que toda razón se encontraría ausente. Es difícil pensar que en algún lugar pudiera existir una razón detrás de la aparente sinrazón del acto, y esto es precisamente lo que resulta tan desconcertante para los jurados ya que no pueden entender aquello que Pierre demuestra brillantemente cuando presenta al mundo su Memoria: que la locura no es lo mismo que la irracionalidad o el absurdo.

Rivière muestra una capacidad de memorización impecable y presenta una narrativa perfectamente coherente e incluso sobresaliente si tomamos en cuenta la casi nula educación de su autor. Es en este momento que la línea divisoria entre la locura y la cordura parece borrarse, y las definiciones de la época para categorizar la enfermedad mental resultan insuficientes para encuadrar y comprender al personaje que es Pierre Rivière. Si pensamos en la caracterización que se hace del delirio como un desarrollo lógico sobre premisas falsas, podremos entender que ésta es precisamente la situación con la que nos enfrentamos en este caso. Por este motivo, es casi increíble que el Doctor Bouchard, uno de los expertos consultados por tribunales de justicia, citado en los Anales de Higiene Pública llegara a sus conclusiones a partir de la siguiente deducción:

 “Su estado mental no puede situarse en ninguna de las clasificaciones adoptadas por los autores […] Pierre Rivière no es un monomaníaco ya que no delira sobre un único objeto, no es un maníaco porque no está en un estado constante de agitación; no es idiota ya que ha redactado una memoria cargada de sentido; y finalmente no es un demente, como podrá apreciarse a simple vista. Luego Pierre Rivière no es un alienado.” (Anales de Higiene Pública, cit. por Foucault, 1976, p.163)

Las definiciones de la época presuponen un patrón predecible de conducta, ya sea dado por una monomanía o por una completa demencia, pero es evidente que es imposible estereotipar y que los casos individuales son más complejos que una simple lista de características a verificar. Sin embargo, el enfoque de la psiquiatría de aquella época, lleva al Doctor Bouchard a considerar que “puede atribuirse el triple asesinato […] a un estado de exaltación momentáneo, provocado por las desgracias de su padre” (Foucault, 1976, p.136).

Entonces ¿hay una mayor complejidad detrás de esa caracterización tan patética y simplista de la locura?, ¿sería posible pensar que en el loco como más que simplemente un loco? En el momento en que se pone una etiqueta que denomina una cierta psicopatología, el sujeto parece perder tal subjetividad para convertirse en un ejemplo más de una categoría, pero es precisamente en dicha subjetividad, que la clasificación psiquiátrica deja fuera, que está la única posibilidad de encontrar el significado oculto, la única lógica posible, los restos de razón que aún quedan en la locura.

Es por eso que antes de emitir un juicio y considerar a Pierre como un ser que no puede más que inspirar horror y desprecio, sería conveniente plantear varias preguntas, esperando que algunas de estas abran una puerta a la mente del asesino, y permitan comprender con mayor claridad el verdadero motor del crimen. Como dijimos anteriormente, los documentos presentados por Foucault nos permiten pensar en la presencia de un delirio, sin embargo todavía quedaría por aclarar cuál es la verdad que pretende ser articulada por éste y el significado que se esconde detrás del discurso presentado en su Memoria, ya que el delirio ha demostrado ser un intento de curación, de reparación de una falla en la estructura psíquica del psicótico. El delirio no es únicamente una sucesión de incoherencias e ideas fantásticas o inusuales, sino que nos dice la verdad acerca de lo que angustia al psicótico; el problema es simplemente que lo hace de un modo bastante enigmático.

Algunos testigos mencionan que Pierre fue un niño normal hasta los 4 años, hecho que coincide con la edad en que la madre se lo llevó de la casa paterna contra la voluntad del padre. ¿De qué manera pudo haber afectado la estructura psíquica de Pierre, una familia en la que los hijos iban y venían de una casa a otra según el capricho de la madre? Sería interesante investigar en qué medida la incapacidad del padre para imponerse y frenar el deseo materno repercutió en el origen y la forma del delirio, pues llama la atención el extremo terror al incesto en Pierre, el cual abordaremos posteriormente.

Por otro lado, es relevante la gran preocupación del inculpado con las cuestiones religiosas, al grado de creerse llamado por Dios a cometer el crimen, para después sentirse amenazado por la justicia divina ante la intención de suicidarse Si este es el caso, evaluar el papel de Dios podría esclarecer los elementos claves que lo conforman, considerando la posibilidad de una megalomanía, un delirio místico y tal vez de reivindicación. Finalmente, queda la pregunta del significado y las causas del suicidio de Pierre. Aparentemente había recobrado la razón después de cometido su crimen, como sucede en tantos paranoicos en quienes se derrumba el delirio después del pasaje al acto, sin embargo, nuestro personaje termina sacrificándose.

El discurso en torno a un mismo acontecimiento – el parricidio – es sumamente heterogéneo y el texto de Foucault únicamente recopila las publicaciones oficiales de aquella época, así como la Memoria escrita por Rivière. Ningún médico lo examinó por un período lo suficientemente largo ni con la intención de analizar su discurso delirante, los testimonios de familiares cercanos no se incluyen, aunque su padre y su abuela están listados como testigos y, en el texto, a excepción de unas muy escuetas referencias dadas por un periódico, no está documentada la evolución de Rivière desde su ingreso a prisión hasta su suicidio; No obstante, trataremos de responder las preguntas planteadas tomando en cuenta los datos disponibles y poniendo especial atención a la Memoria que, sin embargo, nos circunscribe a lo que el mismo Rivière quiso o pudo decir de sí mismo y de su locura.

Después de que ocurre la tragedia, varios habitantes del pueblo, vecinos y conocidos, testifican para proporcionar una descripción del carácter de Rivière, a quien la mayoría atribuye una conducta extravagante y anormal, así como una inteligencia muy limitada. Los testigos confirman que la relación entre los padres era en efecto muy mala y que la culpable de los problemas era la mujer. En cuanto a Pierre, todos coinciden en que siempre fue muy solitario, no se relacionaba con los niños de su edad y era sumamente obstinado. Otros más refieren anécdotas, escuchadas de boca de otros o a partir de la experiencia propia, que atribuyen a Rivière conductas irracionales como extrañas contorsiones y movimientos exagerados, diálogos y discusiones consigo mismo, así como una aversión muy particular a las mujeres, los gatos y las gallinas; mencionan que frecuentemente gritaba aterrorizado: ¡el diablo!, y que esto iba acompañado de una risa idiota, que en general aparecía siempre que se le interrogaba acerca de otras extravagancias de su comportamiento. Uno de los testigos narra: “Oí por el camino, como dos voces de hombre en disputa y que se decían: eres un pillo, voy a degollarte y cosas parecidas [entonces] vi a Pierre Riviére” (Foucault, 1976, p. 40). Narran que era conocido como el idota del pueblo, y que se divertía crucificando pájaros y ranas y amedrentando a los niños del pueblo, incluso llegando a amenazar y a poner en peligro la vida de sus hermanos. Es curioso que el único testigo que considera a Pierre bastante normal, e incluso inteligente, es el cura del pueblo en quien podemos pensar como el representante de Dios en la Tierra. Sin embargo, incluso él no deja de notar que Pierre “tenía como un sesgo en la imaginación” (Foucault, 1976, p.39).

 El asesino es examinado por varios médicos y se presentan informes respecto al estado mental de Pierre, sin embargo, los médicos no coinciden en sus conclusiones en lo que se refiere al diagnóstico de locura, pues mientras el citado doctor Bouchard, alega que la lucidez con que habla y escribe su Memoria son pruebas de su cordura, otros como el doctor Vastel no cesan de ver signos de alienación. Su aparente inteligencia y la memoria tan desarrollada que posee Pierre no son pruebas de su normalidad, pues esta “puede ser brillantísima en una gran cantidad de locos [y] la razón de la que parece gozar desde entonces se explica por el fuerte trauma moral que provocó en su persona la sangre derramada”, es decir la resolución a partir del pasaje al acto (Vastel, cit. por Foucault, 1976, p.148).

Durante el primer interrogatorio que se le hace a Pierre, él sostiene que asesinó a su madre y hermanos porque estaba obedeciendo órdenes de Dios, quien supuestamente le habría pedido que liberara a su padre de la miseria que su madre le ocasionaba en confabulación con sus hermanos. Menciona que planeó el crimen quince días antes de realizarlo y proporciona citas bíblicas para justificar sus actos, diciendo que en algún momento “Dios ordenó a Moisés que degollara a los adoradores del becerro de oro, sin exceptuar amigos, ni padre ni hijos” (Rivière cit. por Foucault, 1976, p.33).

Al final de este interrogatorio, sin embargo, el inculpado declara la falsedad de esos testimonios y simplemente admite que lo dicho respecto a su misión divina fue únicamente un intento de hacerse pasar por loco, pero que en realidad asesinó a las víctimas para liberar a su padre “de una mala mujer que le hacía la vida imposible […], que le llevaba a una tal desesperación, que a veces se había sentido tentado a suicidarse […] Maté a mi hermana Victoire porque se puso del lado de mi madre. Maté a mi hermano porque quería a mi madre y a mi hermana” (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p.37). Hace una exposición detallada de los permanentes conflictos maritales entre sus padres, explicitando el proceder maquiavélico de su madre, y promete presentarlo por escrito. Aunque hasta este punto parece desconcertante la manera en que Pierre se desdice del relato inicial e intenta dar una explicación meramente lógica de su crimen sustentada en un profundo amor filial, más adelante en su Memoria, veremos cómo el mismo tema religioso reaparece y es sistematizado en el delirio.

Rivière comienza a escribir durante su estancia en la cárcel, una Memoria en la cual da a conocer con bastante claridad y coherencia los motivos de su crimen, narra las humillaciones sufridas por su padre y concluye con una especie de autobiografía en la que él mismo describe su propio carácter. Comienza relatando el motivo del matrimonio entre sus padres: “Mi tío, hermano mayor de mi padre estaba en el servicio y temían que mi padre, a pesar de su número alto, fuera obligado a partir, de modo que decidieron que se casase” (Rivière, cit. por Foucault, p.69). De este modo, el matrimonio se convierte en la redención frente al peligro de muerte en el campo de batalla, pero aunque con esto el padre se libra de ser entregado al ejército, es a cambio entregado a una mujer insaciable y a una serie de futuras batallas conyugales, pues al efectuarse la unión por lo civil, la ley determinaba que fuera por bienes mancomunados, lo que después se convirtió en motivo de disputas financieras entre los esposos.

Durante los primeros meses que siguieron a la boda, la madre de Pierre permanece en la casa paterna, y su esposo únicamente va a visitarla, mientras ella y sus padres demuestran un gran desprecio y aversión por él. A los dos años de matrimonio nace Pierre y su madre se va a vivir con su padre, permanece enferma durante seis meses posteriores al parto, y luego otros tres al año siguiente después de dar a luz a otra niña y finalmente decide regresar con sus padres. Pierre permanece con su padre hasta los cuatro años aproximadamente, cuando su madre regresa a reclamarlo y a llevárselo por la fuerza, sin que el padre pueda oponerse a ello. Dos años después, a los seis años, Pierre regresa para quedarse definitivamente con su padre. Los otros hermanos de Pierre también son sujetos a tales idas y venidas según la voluntad materna. De este modo, los hijos parecen reducirse a simples objetos que satisfacen el goce de su madre, y es que ella misma parece estar afectada por algún tipo de locura, pues según el relato de Pierre, hacía constantes sus alusiones a la infidelidad de su marido. Un día, nos dice, “se vistió como una mendiga y se fue a Aunay, entró en casa de mi padre y le dijo que era un glotón y un depravado que mantenía a las putas. [Al vicario] le contó que su marido la mataba de hambre, que no tenía nada, que había otras mujeres en la vida de mi padre […]”(Rivière cit. por Foucault, 1976, p. 77). Este es sólo uno de varios episodios en los que Pierre narra cómo su madre esparcía rumores de que su esposo no la alimentaba ni a ella ni a sus hijos y lo difamaba diciendo que gastaba el dinero en vicios y putas. Ella, a cambio, mantenía a los niños alejados de él con el fin de causarle sufrimiento, y aunque hubo períodos en que algunos de los hijos fueron a vivir con el padre, los dos asesinados por Pierre siempre permanecieron con la madre y bajo su dominio, como muestra claramente la diligencia con que Victoire, la hermana asesinada, secundaba a su madre en sus planes y creencias.

En 1833 se inicia un proceso por una propiedad que era parte de la dote de la madre, la cual se iba a alquilar cuando ésta regresara a vivir con el padre de Pierre. Una vez establecido el contrato, la madre se rehúsa a abandonar el lugar, ocasionando un conflicto legal con el arrendatario, que el padre de Pierre tiene que liquidar. A esto se sumaban cada vez más deudas de la madre, que compraba cosas a crédito para hacérselas pagar a su marido y las constantes acusaciones ya mencionadas. La madre de Pierre muestra un delirio celotípico y de reivindicación, pues interpreta que su marido la engaña y actúa constantemente en su perjuicio, que es “un farsante […] que nos ha robado todos nuestros bienes” (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p.98); es por eso que pide que la deje en paz, al mismo tiempo que busca constantemente que él le resarza por el supuesto daño haciéndole pagar sus infinitas deudas.

 Alrededor del período en que se disputa el alquiler del inmueble, muere Jean, un hermano de Pierre muy querido por su padre, y la madre no hace más que culpar a éste de la muerte de su hijo. La madre anuncia al poco tiempo que está embarazada, pero el padre de Pierre sabe que el niño no puede ser de él; Pierre comenta que ese niño sería más bien producto del adulterio de su madre, quien en ese momento decide buscar el proceso de separación civil. El juez se muestra a favor de la madre e ignora los argumentos y ruegos desesperados del padre de Pierre, quien cada día se encuentra más afligido e incluso habla de suicidarse.

Pierre describe a su padre como un hombre dulce y pacífico, víctima de una mujer tirana que lo atormentaba, a quien en ningún momento es capaz de imponérsele. Nos narra también la incapacidad de éste para llevar a cabo la función de corte entre el deseo materno y los hijos cuando, refiriéndose al lecho conyugal cuenta que: “Al ver que [mi madre] no le dejaba apenas sitio ni almohada [mi padre] prefirió acostarse en la otra cama y desde ese momento mi hermana y mi hermano durmieron con mi madre”. (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p. 101). La aversión de la madre hacia el padre impide que se lleve a cabo la función de castración, la cual introduciría el falo simbólico, ejecutando la ruptura de la díada madre-hijo y permitiendo la constitución de éste último como sujeto en la medida que “se opone a la instauración de una completud imaginaria en la que ambos quedarían unidos [y en la que] el sujeto corre el riesgo de enfrentarse con el deseo del Otro experimentado como una voluntad de goce sin límite” (Maleval, 2002, p.84). En esto consiste la falla estructural que necesariamente está presente en la psicosis y a la que Lacan da el nombre de forclusión del Nombre del Padre; Aunque él, en la sesión del 15 de enero de 1958, aclara que tal función es independiente del padre real y depende de que algo o alguien ocupe este lugar simbólico, en retrospectiva, podemos suponer que no hubo nadie que cumpliera esta función para Pierre, puesto que es un psicótico que delira. No vemos nunca a una figura que represente al padre edípico, cuya misión es introducir la Ley estableciendo la prohibición fundamental del incesto.

En este caso, por el contrario, nos es presentado un cuadro de un padre impotente, que no puede poner un freno al goce de su mujer cuando Pierre se refiere a él diciendo: “Tomó la costumbre de gritarle […] entonces le veíamos con una expresión muy triste hablar con ella, gritarle, hablarle bajito sin poder solucionar nada, mi madre se le reía y estaba muy contenta de verlo en aquel estado (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p.102). En varias ocasiones reitera que la madre se ríe de su padre, al mismo tiempo que lo convierte en el hazmerreír del pueblo, ¿cómo no comprender entonces el terror de Pierre al incesto y su necesidad de reintroducir la ley de los hombres? Pero, ¿cómo introducir una ley que no existe cuando no se tiene el significante fálico del Nombre del Padre que designe la incompletud del Otro? La única opción que queda es intentar, por medio del delirio y el pasaje al acto, producir la caída del objeto a, objeto de goce del Otro con el que se identifica el psicótico (Lacan, cit. por Maleval, 2002, p. 103).

Dado que en la psicosis lo que no es simbolizable debe aparecer en el real, vemos a Pierre tratando de hacer aparecer ese objeto caído, decapitando coles, crucificando ranas y pájaros, asustando niños y sacrificando al arrendajo de su hermano. Él se identifica explícitamente con este último, pues al ser dictada su sentencia de muerte, recita los mismos versos con los cuales enterró al animal:

“Entre los vivos, antes estuvo,

de los cuidados de un ser humano fue objeto.

La esperanza decía que un día de su lenguaje,

todos los pueblos pasmados le harían gran homenaje,

¿y murió!” (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p. 51)

En el último verso se manifiesta también el delirio de grandeza característico de tantas paranoias, que en el discurso de Pierre va además inevitablemente ligado a un contexto bélico.

A los fiscales “pensaba decirles: en otro tiempo vimos a Jael contra los Sirara, a Judits contra los Holofernes […] ahora deben ser los hombres quienes empleen este sistema, son las mujeres las que mandan en la actualidad […]los romanos estaban mucho más civilizados […] siempre fueron los más poderosos físicamente los que dictaron la ley […] me creía Bonaparte en 1815 […] pensé que […] mi nombre se oiría por el mundo entero, que con mi muerte me cubriría de gloria “ (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p. 120)

Ante la incapacidad de su padre para hacer frente a su madre, y al ver que incluso el juez, representante de la ley, falla a favor de esta última cuando la pareja comparece ante él, Pierre considera que es su misión restaurar la “ley de los hombres”, poner un freno al goce de ese Otro que son las mujeres, encarnadas por su madre y por su hermana y resolver el terror al incesto que lo invadía. En esto comparte el delirio de reivindicación de su madre, pero en Pierre es altruista y además corresponde a una identificación con figuras como Napoleón, lo cual es no es tan sorprendente si recordamos que la evasión del reclutamiento para el ejército es lo que motiva al padre de Pierre a casarse y a terminar siendo presa de los abusos de su esposa. Sabemos, por la edad de Pierre y alguna referencia hecha por un testigo, que en esa época estaría por ser reclutado para el servicio militar, y pareciera que el hijo se siente identificado con el padre en cuanto a las dos opciones: el ejército o la mujer devoradora; él se siente atraído por la idea del ejército con tal de no ser entregado al goce voraz de La mujer insaciable personificada por su madre y hermana, a quienes caracteriza como “las fauces de perros rabiosos o de bárbaros, contra los que tenía que emplear las armas” (Rivière, cit. por Foucault, 1977, p.117). De cualquier manera, el asesinato de su madre y hermanos no logrará liberarlo de su posición como objeto de goce del Otro pues no se cae el delirio y permanece la idea del autosacrificio por su padre.

Antes de abordar dicha cuestión, cabe primero preguntarse la razón por la cual el padre de Pierre no hace ningún intento por poner fin a su suplicio, de manera que es su hijo quien tiene que redimirlo. ¿Cuál es la razón que hace que el padre de Pierre soporte todos estos daños y humillaciones de una manera casi estoica y sin intentar una separación? Él mismo nos da la respuesta, y es ahí donde reencontramos al Dios del delirio de Pierre. Después de la muerte de su hermano Jean, Pierre nos narra: “mi padre destrozado por de dolor [sic] exclamó: ¡qué desgraciado soy, Dios mío, me vais a poner a prueba aún más, mi pobre niño cuánta suerte tienes de marcharte de este mundo, irás al cielo!” (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p. 95).

Es una constante en el hablar del padre y de la abuela paterna, el mencionar a un Dios que envía las penas a los hombres y contra cuyos designios no se puede hacer nada más que soportarlos sumisamente a manera de sacrificio. Percibimos en todo caso un Dios bastante sádico, de algún modo similar al Dios de Schreber como ese Otro que persigue, la figura del Padre primordial omnipotente que encarna un goce desenfrenado (Maleval, 2002, p.291).

Qué mejor caracterización del Otro, encarnado en la figura del Padre gozador que exige la muerte de sus hijos, el rey que requiere el sacrificio de sus súbditos que la que nos da Rivière cuando señala:

“Había leído en la historia romana y había visto que las leyes de los romanos daban al marido derecho de vida y de muerte sobre su mujer y sus hijos. […] me inmortalizaría muriendo por mi padre, me imaginaba como los guerreros que morían por su patria y por su rey […] (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p.117)

A esta concepción de Dios, se anuda el delirio místico de Pierre, pues quien está entonces detrás del goce de la madre no es sino Dios mismo.

“A pesar de estos deseos de gloria, quería mucho a mi padre y sus desgracias me afectaban mucho. El abatimiento en el que le vi sumido […] Todas mis ideas estuvieron marcadas por eso y se concentraron en este problema. […] Olvidé del todo los principios que debían hacer que respetase a mi madre […] la religión prohibía estas cosas pero me olvidé de sus reglas, incluso tuve la impresión de que Dios me había encomendado esta misión […] conocía las leyes humanas [pero] las veía innobles y vergonzosas. P.117

Las leyes humanas son percibidas por Pierre como innobles precisamente porque no existen, y a falta del significante fálico, tampoco pueden existir. Es por eso que Dios no formula su petición de manera que Pierre únicamente tenga que matar a su madre y hermanos para liberar a su padre y restaurar la ley, sino que a este acto se le agrega otra condición: el autosacrificio como premisa fundamental del acto, según lo articula Pierre:

“Yo también me sacrificaría por mi padre; todo parecía invitarme a esa acción […] nuestro Señor Jesucristo murió en la cruz para salvar a los hombres. Para rescatarlos de la esclavitud del demonio, del pecado y de la eterna condena, era Dios, era él quien debía castigar a los hombres que le habían ofendido; de modo que podía perdonarles sin sufrir aquel tormento; pero yo sólo puedo liberar a mi padre muriendo por él.” (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p.118)

Con esta especie de insight acerca de su propia misión redentora, parece resolverse para Pierre, si bien de manera muy precaria, el enigma de qué es lo que quiere el Otro, permitiendo que el goce de éste pueda ser localizado e identificado al menos temporalmente, y este saber explica la megalomanía antes expresada por Pierre en sus comparaciones con personajes célebres. En la última fase del delirio, según la describe Maleval (2002), el psicótico consiente el goce del Otro ya que se considera privilegiado con un conocimiento que le transmite una figura paterna omnipotente (Dios), de la cual es el portavoz o incluso la encarnación, lo cual no es difícil de reconocer en Pierre cuando se compara con Jesucristo y habla de que su crimen fue de inspiración divina. Ya en este momento podemos observar que la declaración de Pierre negando la inspiración divina como motivo del asesinato, retractándose de su primera versión dada a los jueces, no es sino una denegación que inconscientemente afirma precisamente aquello que pretende negar.

Por otro lado, es a partir de la interpretación auto-referente tan característica del delirio, la cual parece mostrarle a Pierre ejemplos de figuras heroicas y redentoras con las que se identifica, que su propio delirio adquiere su coherencia y sistematización. Esto nos explicaría la discordancia entre la descripción que hacen de él los testigos como un imbécil y el sentido que Pierre da a sus extravagantes conductas en retrospectiva cuando las narra en su Memoria. Es posible que su psicosis haya tenido un desarrollo similar a la del presidente Schreber y que, de la manera descrita por Freud (1911), haya empezado como los delirios alucinatorios que caracterizan a las parafrenias y que haya ido estructurándose de manera progresiva.

En su delirio Pierre se identifica con Jesucristo en cuanto que este último se sacrifica a su Padre para redimir a los hombres. La esencia del sacrificio cristiano es que es por alguien (la raza humana) y para alguien (Dios Padre), y es ahí donde Pierre no dice nada. Si tomamos en cuenta que, según sus palabras, él se sacrifica por su padre, entonces ¿a quién se ofrece el sacrificio? Pareciera que falta un elemento o que más bien se duplica, y en esto es que la analogía con Jesucristo cobra pleno sentido: también el sacrificio de Pierre es para su Padre, pero esta vez no identificado con el padre real sino con Dios. Además, dado que ocurre una inversión de los papeles por la que Pierre asume el rol del padre como representante de la Ley precisamente para salvar a su padre del Otro devorador encarnado por la madre, incluso podríamos pensar en una identificación de nuestro personaje con el padre real, pues no dejamos de notar que después del asesinato, algunos testigos narran que Pierre huye diciendo a unos vecinos que cuiden de su madre (Foucault, 1976, pp. 22-23), refiriéndose claramente a su abuela, entonces ¿quién es el que ocupa el lugar como hijo de ésta última? ¿Pierre o su padre?, que por cierto también se llamaba Pierre. Se confunden los roles y, como dijimos, Pierre (hijo) se ve llamado a ocupar el lugar de Pierre (padre). Si sostenemos la posibilidad de una identificación, podemos decir entonces, que al salvar a su padre, Pierre en realidad se está liberando a sí mismo de la amenaza del incesto. El mismo terror al incesto es insertado en un contexto religioso, pues Pierre relata que “[…] cuando creía que me había acercado demasiado [a las mujeres], hacía unos signos con la mano como para reparar el mal que creía haber hecho [¨…] decía que quería ahuyentar al diablo” (Rivière, cit. por Foucault, 1976, p. 114), pero el diablo sólo podemos interpretarlo como otra faceta de ese Otro inmenso que posee y atormenta.

El pasaje al acto no resuelve el delirio, pues en la fragmentación que caracteriza a las psicosis, Dios Padre no es más que otra faceta de la madre asesinada. El Otro tiende a desdoblarse en muchos personajes, como ocurre en el caso del presidente Schreber que no sólo es perseguido por su médico sino por un Dios que sufre una bipartición en Dios superior y Dios inferior (Freud, 1911). Del mismo modo, para Pierre, el Otro se manifiesta en la madre insaciable, equiparada con el Diablo y en la persona divina, que a su vez se subdivide en el Dios que ordena el asesinato para restaurar la ley y el que después juzga y persigue por el crimen[1], pues el rito no está completo hasta que Pierre mismo se ofrece en autosacrificio para el goce del Otro (Dios), pero también para despertar su angustia. Los periódicos narran que una vez encarcelado, pide la muerte pues asegura que de todos modos ya está muerto, y no miente, porque probablemente habla de su muerte como sujeto. Su acto ya no le inspira orgullo sino vergüenza, se describe como un monstruo: ahora representa el objeto caído.

Termina sus Memoria asumiendo la responsabilidad, reprobando sus acciones y resignándose a recibir la pena que él mismo dice merecer[2]. Al matar a su madre, Pierre intenta introducir la ley del Padre y la prohibición fundamental del incesto. Sin embargo, al no existir el significante fálico que medie la función de corte en el campo de lo simbólico, ese Otro que ella representa, se traslada a la figura de Dios, quien le exige a Pierre su propio sacrificio como única salida ante la angustia que produce el deseo sin límites del Otro.

A pesar de la influencia de las ideas de la Ilustración, la religiosidad aún predominante en la Francia del siglo XIX, permite que se escape de la vista el vínculo tan particular de Pierre con la religión y su papel en la elaboración de un delirio místico. Tal vez habría sido necesario que sus ideas fueran tan inusuales como las del presidente Schreber, quien afirmaba ser la mujer de Dios, para que los expertos y la sociedad fueran capaces de reconocer la verdad acerca de la angustia escondida en el discurso delirante de Pierre, pero bien es cierto que cuando es compartida por la mayoría, la locura no es considerada locura, y la idea de un Dios tal como el del padre de Pierre, que envía penas y sufrimiento a los devotos, no es tan difícil de encontrar en muchos católicos. Después de todo, lo que Pierre intentó hacer, con consecuencias catastróficas, fue llevar al real alguna parte de la doctrina católica que para los demás generalmente permanece en el simbólico: el sacrificio ofrecido al Padre.

Finalmente, no puedo dejar de notar una ironía en el hecho de que la locura de Pierre consistió en algún momento en concebir su funesto proyecto como la forma en que se daría a conocer al mundo y sería recordado, incluso comprendido y reivindicado en la posteridad. Efectivamente, han pasado 171 años y, aunque nada puede justificar el horror de su crimen, es cierto que seguimos hablando de él y tal vez lo entendemos mejor. Podríamos decir que consiguió su propósito, a causa de – y a pesar de – su locura, aunque sin duda, el precio a pagar fue demasiado caro.

Bibliografía:

° Foucault, Michel (1976) Yo, Pierre Riviere, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano…(Un caso de Parricidio del Siglo XIX , Tusquets Editores , Barcelona.

° Freud, S. (1911) Sobre un Caso de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber), Obras Completas, Tomo XII, Amorrortu, Buenos Aires.

° Lacan, Jacques. (1956-1957) Seminario Las Formaciones del Inconsciente, Sesión del 15 de enero de 1958.

° Maleval, Jean-Claude (2002) «La forclusión del Nombre del Padre», Paidós, Buenos Aires.


[1] “Resolví colgarme de un árbol [pero] el temor del juicio de Dios me retuvo [y] decidí entregarme a la justicia” (Rivière, cit. por Foucault, 1976, pp.125-126)

[2] “Ahora que he dado a conocer toda mi monstruosidad […] espero la suerte que me será destinada, conozco el artículo del código penal sobre el parricidio, lo acepto como expiación de mis faltas […] espero la pena que merezco y el día que pondrá fin a todos mis remordimientos” (Rivière, cit. por Foucault, 1976, pp. 133-134)