Una mirada psicoanalítica a los procesos de recepción de los medios masivos de difusión

 Enrique Guinsberg

 En el quinto número de Carta Psicoanalítica se publicó un artículo donde se analizaban a los medios masivos de difusión desde una mirada teórica psicoanalítica, y en su final se anunciaba que el mismo continuaría, que es lo que se hace ahora pero desde otra perspectiva: si en el primero se buscaba mostrar cómo los medios -todos, pero en particular los electrónicos- contribuyen de una manera decisiva en los procesos a la conformación del aparato psíquico, ahora interesa estudiar ver el problema desde la perspectiva de los receptores.

Su contexto es una investigación que se desarrolla hace muchos años donde se busca conocer el aporte de los medios masivos de difusión a la formación del sujeto psicosocial de nuestra época -lo que se hizo en el otro trabajo-, comprendiéndose que su importancia hace que tengan una fundamental incidencia en ese proceso, a veces mayor incluso al de las instituciones educativas, religiosas y en múltiples aspectos al de la familia.[1] En otras palabras, se trata de comprender -lo que implica un importante cambio respecto al de las posturas de las principales corrientes psicológicas, psicoanalíticas, e incluso muchas de las sociológicas-, como la magnitud actual de los medios incide en la formación del modelo de sujeto -con todo lo que este término connota de sujetación– que cada marco social requiere para su mantenimiento y reproducción, cómo se vinculan con otras instituciones y de qué manera intervienen.

 En lo indicado puede verse una búsqueda de estudio claramente transdiciplinaria, comprendiéndose que los medios -al ser realidades sociales, políticas, económicas, antropológicas y con incidencia en esos ámbitos como en los psíquicos, etc- no pueden estudiarse, como ha ocurrido y ocurre preponderantemente, desde perspectivas disciplinarias cerradas que impiden el conocimiento de tal interacción de múltiples ámbitos donde ellos son una clara demostración de algo concreto como síntesis de múltiples determinaciones. Y a tal multiplicidad aquí se le agregan aportes de un marco teórico psicoanalítico leído de manera abierta desde una perspectiva donde se comprende la constante y permanente dialéctica entre sujeto y sociedad, es decir donde los primeros se constituyen en una marco histórico concreto que los determina pero que al mismo tiempo es de alguna manera también afectado por ellos; se trata por tanto de un marco teórico psicoanalítico no domesticado, es decir que mantiene una postura crítica sobre la incidencia de los factores sociales y culturales en la producción del sujeto y su psico(pato)logía, a diferencia de los dominantes ortodoxo, dogmático e institucional, y de las versiones actuales posmodernizadas, ambos en diferentes medidas a-históricos y viéndose a lo social casi sólo como inhibidor de la satisfacción de deseos (aunque muchas veces sus seguidores lo nieguen, pero sin poder demostrar que no es así).[2]

 Una fundamental aclaración: de inicio hay que reiterar la necesidad del mantenimiento (y/o recuperación) de la doble dialéctica entre los procesos de emisión y de recepción, y en torno a la comprensión de la incidencia de los aspectos histórico-sociales y de la subjetividad en ambos procesos (de manera especial en el último).

 Pero todo indica que, si bien respecto a lo primero se ha intensificado el estudio del momento de la recepción -a veces sobrecompensando su importancia, tendencia que generalmente se produce cuando surge una «moda» o un nuevo aporte-, respecto a lo segundo se mantiene en diversos grados el desconocimiento y/o la desvalorización de la importancia del nivel de la subjetividad en el proceso de la recepción (pese a reconocerse su importancia o al menos de la presencia de factores afectivos en los receptores), ausencia que limita a las investigaciones que se realizan en tal campo.

 Debe una vez más señalase tal carencia y reiterar la necesidad de una imprescindible apertura. Pero no sin antes reiterar lo indicado respecto a la fundamental necesidad de integrar estos estudios a los de los procesos de emisión, hoy abandonados en importante medida por las tendencias dominantes en los estudios de la comunicación que prefieren centrarse en los análisis del discurso, de la recepción, de las culturas, etc., pareciendo desconocer que -aunque a veces fueron unilaterales y tal vez exageradas- las importantes denuncias de las décadas pasadas hoy se mantienen al tener una base mayor por haberse incrementado las causas que las provocaban (control de los medios, contenidos ideológicos de los mensajes, etc).[3] En este sentido es válida la observación de una comunicóloga brasileña que comparte esta crítica a la visión unilateral de algunos estudios puntuales o “micros” sobre recepción: “La recepción no es un proceso reductible a lo psicológico o a lo cotidiano, sino que es profundamente cultural y político. Esto es, los procesos de recepción deben ser vistos como parte integrante de las prácticas culturales que articulan procesos tanto subjetivos como objetivos, tanto micro (entorno inmediato controlado por el sujeto) como macro (estructura social que escapa a ese control). La recepción es entonces un contexto complejo y contradictorio, multidimensional, en que las personas viven su cotidianidad. Al mismo tiempo, al vivir esa cotidianidad, las personas se inscriben en relaciones estructurales e históricas, las cuales extrapolan en sus prácticas”.[4]

 Por supuesto que el estudio de los procesos de recepción debe partir de lo muy reiterado acerca del reconocimiento de la recepción activa y no pasiva de los mensajes, así como la presencia de diferentes mediaciones en ese proceso.[5]

 En todo lo hasta ahora señalado es notorio cómo se habla de un receptor al que se comprende como activo, como parte de un contexto social determinado e incluso poseedor de un conjunto de intereses y características psíquicas, pero a éstas se las da como partes del mismo sin analizarse sus contenidos ni necesidades. Tal vez, o seguramente, por uno de los más claros límites de toda visión unilateralmente disciplinaria, que es el desconocimiento (o conocimiento relativo) de otras disciplinas, lo que impone un marcado tope al conocimiento del proceso de recepción. En este sentido la dificultad «de acceso a la mente” es infinitamente mayor (y a veces incluso imposible) para un comunicólogo, pero no para un psicólogo o psicoanalista (sobre todo infantil), conocedor de los procesos de una subjetividad que estudia y con la que trabaja, sobre la que puede dar aportes importantes y significativos.

Una gran parte de quienes formulan o plantean una especie de “teoría de la manipulación”, parecen partir de una comprensión del hombre como una tabula rasa que nace con nada propio y es construido como si fuese un material moldeable por quienes operan sobre él. Tal idea, de signo conductista aunque no exclusivo de esta corriente, no es para nada compartida en el presente trabajo.

En contraposición a ella se intentará una aproximación a partir del marco teórico psicoanalítico, siempre desde una perspectiva no dogmática y en relación con una visión social que constantemente está presente en la obra de Freud, aunque ésta sea no pocas veces muy discutible o poco explícita en sus sentidos concretos. Para este acercamiento se utilizarán básicamente sus obras llamadas “sociológicas” -porque estudian problemas sociales y no porque en otras esté ausente una visión social o de la realidad- aunque, se reitera una vez más, nunca hacen referencia específica a los medios pero igualmente se considera que muchas de sus observaciones resultan pertinentes para ellos: no por transpolaciones mecánicas sino vistas desde la concepción general de su marco teórico.

Una forma de comienzo es partir de una afirmación de Freud que resulta muy clara: “[El psicoanálisis] parte de la representación básica de que la principal función del mecanismo anímico es aligerar a la criatura de las tensiones que le producen sus necesidades. Un tramo de esa tarea es solucionable por vía de la satisfacción, que uno le arranca al mundo exterior; para este fin se requiere el gobierno sobre el mundo real. A otra parte de estas necesidades -entre ellas, esencialmente, ciertas aspiraciones afectivas-, la realidad por regla general les deniega la satisfacción. De aquí se sigue un segundo tramo de aquella tarea: procurar una tramitación de otra índole a las aspiraciones insatisfechas. Toda historia de la cultura no hace sino mostrar los caminos que los seres humanos han emprendido para esta ligazón de sus deseos insatisfechos, bajo las condiciones cambiantes, y alteradas por el progreso técnico, de permisión y denegación por la realidad”.[6]

De aquí no sólo surge la importancia que el marco social tiene para los caminos que tomarán las necesidades humanas, sobre todo las afectivas, sino también una cierta perspectiva pesimista frente a tal realidad social, donde se ven más las limitaciones impuestas por ella que sus aportes (al punto que las satisfacciones, le tienen que ser “arrancadas”). Pero más allá de la discusión sobre el pesimismo ¿o realismo? freudiano, lo cierto es que en las obras que aquí se analizarán se perciben con mucha claridad aspectos a cómo el hombre es tal por vivir en sociedad. Aunque ello le obligue a un conjunto de represiones sin las cuales la vida social no sería posible y que traen como consecuencia insatisfaccioñes, desplazamiento de necesidades, conflictos psíquicos diversos, etcétera, El título mismo de una de sus obras “sociológicas” es representativo de esta situación: El malestar en la cultura.

Los hombres tienen necesidades -sobre todo pulsionales- que chocarán con muchos imperativos y necesidades culturales, y por eso “la cultura debe ser protegida contra los individuos, y sus normas; instituciones y mandamientos cumplen esa tarea, no sólo persiguen el fin de establecer cierta distribución de los bienes, sino el de conservarlos; y en verdad deben preservar de las mociones hostiles de los hombres todo cuanto sirve al dominio sobre la naturaleza y a la producción de bienes”.[7] Continúa diciendo de que “se creería posible una regulación nueva de los vínculos entre los hombres, que cegara las fuentes del descontento con respecto a la cultura renunciando a la compulsión y a la sofocación de lo pulsional, de suerte que los seres humanos, libres de toda discordia interior, pudieran consagrarse a producir bienes y gozarlos. Sería la Edad de Oro; pero es dudoso que ese estado sea realizable. Parece, más bien, que toda cultura debe edificarse sobre una compulsión y una renuncia de lo pulsional; ni siquiera es seguro que, en caso de cesar aquella compulsión, la mayoría de los individuos estarían dispuestos a encargarse de la prestación de trabajo necesaria para obtener nuevos medios de vida. Yo creo que es preciso contar con el hecho de que en todos los seres humanos están presentes unas tendencias destructivas, vale decir, antisociales y anticulturales…”´.[8]

Más importante que esta última afirmación -vinculada a su segunda teoría de las pulsiones (1920) donde incluye la de “muerte” y destructiva, un aspecto discutido dentro de la propia escuela analítica‑ resulta evidente que es imposible un desarrollo humano con individuos que satisfacen todas sus necesidades, aunque Freud hace hincapié más en la sexual que, por sus características, es pasible de ser canalizada a otras actividades (básicamente las productivas). “Lo decisivo -sigue diciendo, y esto tiene fundamental importancia para lo aquí estudiado- será que se logre (y la medida en que se lo logre) aliviar la carga que el sacrificio de lo pulsional impone a los hombres, reconciliarlos con la que siga siendo necesaria y resarcirlos por ella”.[9] En primera instancia reconocerá que el único camino es a través de la coerción, aunque lo que la cultura pretende es que ella sea interior y no exterior, es décir se convierte en lo que vimos como superyo, pero en otros momentos verá los caminos por los cuales es posible el antes citado alivio para el sacrificio y cómo resarcirlo. Claro que todo esto con respecto a las mociones pulsionales reprimidas y no respecto a situaciones de otro tipo, donde el conservador Freud hace, aunque desde una perspectiva liberal, una llamativa denuncia.[10]

El individuo, entonces, está amenazado por todos lados y Freud compara esta situación de indefensión con la que viven los niños, concluyendo que por ello (y por todo lo anteriormente descrito) que los hombres encuentran refugio, en las creencias religiosas: “Misión de los dioses será ahora compensar las deficiencias y los perjuicios de la cultura, tomar en cuenta las penas que los seres humanos se infligen unos a otros en la convivencia, velar por el cumplimiento de los preceptos culturales que ellos obedecen tan mal. Se atribuirá origen divino a los preceptos culturales mismos, se los elevará sobre la sociedad humana, extendiéndoselos a la naturaleza y al acontecer universal. De ese modo se creará un tesoro de representaciones, engendrado por la necesidad de volver soportable el desvalimiento humano, y edificado sobre el material de recuerdos referidos al desvalimiento de la infancia de cada cual, y de la del género humano. Se discierne con claridad que este patrimonio protege a los hombres en dos direcciones: de los peligros de la naturaleza y el destino, y de los perjuicios que ocasiona la propia sociedad humana”.[11]

Lo anterior ha sido citado por dos motivos: el primero para indicar la situación general de los hombres, obligados a reprimir sus pulsiones (en diferentes grados según las sociedades y momentos históricos), y así compelidos a buscar formas sustitutivas a ello y a las angustias que les provoca la vida social; pero en segundo lugar porque gran parte de lo señalado con respecto a las causas de las creencias religiosas es también válido para explicar la función de los medios en nuestras sociedades actuales. Esto puede parecer una extrapolación exagerada e incluso antojadiza, y pudiera serlo de no aceptarse que existen diferencias muy grandes en muchos aspectos -las religiones cubren .también otras necesidades y los medios no provocan creencias tan fuertes, definitivas y sistematizadas, entre otras diferencias‑ pero esto no puede omitir que algunas de las funciones indicadas son perfectamente cubiertas por los medios como tratará de mostrarse luego.

Incluso Freud entiende que no puede limitarse a las religiones tal papel: “Después de haber discernido las doctrinas religiosas como ilusiones, se nos plantea otra pregunta: ¿no serán de parecida naturaleza otros patrimonios culturales que tenemos en alta estima y por los cuales regimos nuestras vidas?[12] Y menciona a otras que no son los medios -recuérdese su peso en la época-, pero tampoco creencias de tipo religioso (el fundamento de las instituciones estatales, por ejemplo).

Porque en definitiva el objetivo que hace surgir tal necesidad es uno, que los medios también cubren y que ayuda a explicar el éxito que las más de las veces tienen: “Estas que se proclaman enseñanzas [se refiere a las de la religión pero se pueden extender a otras formas] no son decantaciones de la experiencia ni resultados finales del pensar; son ilusiones, cumplimientas de los deseos más antiguos, más intensos, más urgentes de la humanidad; el secreto de su fuerza es la fuerza de estos deseos”.[13]

 Y si Freud hace específico objeto de estudio a la génesis de las creencias religiosas, en otras continúa con el análisis de las insatisfacciones vistas, así como con la necesidad de los hombres de encontrar escape entre ellas. En una obra no muy posterior (de 1930) es tal vez aún más categórico al respecto y expresa algo de fundamental importancia general: “La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. Los hay quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar un poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas. Algo de este tipo es indispensable”.[14] Y aquí ya no se trata de ninguna transpolación porque de esos tres “calmantes” los dos primeros se relacionan de manera directa con los medios, e incluso el tercero no pocas veces es igualmente válido, aunque en este caso no como narcóticos que producen modificaciones químicas sino una adicción psíquica (adicción a la televisión, por ejemplo, algo no raro en algunos niños, adolescentes o adultos). Aunque esto se dice porque, efectivamente, los medios ofrecen tanto “poderosas distracciones” como “satisfacciones sustítutivas” para poder hacer frente a los deseos más antiguos, más intensos, más urgentes» de los hombres.

Claro que puede decirse que los medios han surgido y se han desarrollado en este siglo, y los hombres siempre recurrieron a la búsqueda de distracciones y satisfacciones sustitutivas: ello es cierto, pero también lo es -y se repite una afirmación freudiana ya citada- que “toda la historia de la cultura no hace sino mostrar los caminos que los seres humanos han emprendido para esta ligazón de sus deseos insatisfechos, bajo las condiciones cambiantes, y alteradas por el progreso técnico”. Antes se hacía de otro modo, pero todo indica que el portentoso desarrollo que tienen los medios electrónicos aumentará su importancia en esta tarea.

Si bien los medios funcionan como los “calmantes” que mencionaba Freud para prácticamente todos los aspectos de la vida actual, es interesante ver un poco más detalladamente su papel en dos grandes limitaciones de la vida pulsional. Uno se vincula “a aquella orientación de la vida que sitúa al amor en el punto central, que espera toda satisfacción del hecho de amar y ser amado”. Y una visión de esto aparentemente tan sencillo muestra sus dificultades, hecho no sólo limitado a una mirada psicoanalítica: la realidad contemporánea indica que la situación actual presenta algo contrapuesto a su concreción, y mucho más si lo logrado se mide de acuerdo con las expectativas del principio del placer. “El programa que nos impone el principio del placer -dirá Freud-, el de ser felices, es irrealizable; empero, no es lícito -más bien: no es posible- resignar los empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento. Para esto pueden emprenderse muy diversos caminos […] Por ninguno de ellos podemos alcanzar todo lo que anhelamos”.[15] Si esto se dice con respecto a algo tan aceptado y respetado como el amor, no hace falta demostrar que es mucho más difícil para una parte del mismo, todo lo relacionado con la sexualidad, que si bien ha logrado notorios avances de permisividad en los últimos tiempos, continúa siendo objeto de prejuicios, limitaciones y temores.

 Es evidente que los prodigiosos éxitos de los mensajes de los medios relacionados

con el amor, los vínculos afectivos, los múltiples conflictos que surgen de éstos, y -en los últimos tiempos- la sexualidad directa, se apoyan en las necesidades de los receptores, es decir en sus propios conflictos y carencias. En tanto que los requerimientos del principio del placer nunca alcanzan su realización de manera absoluta -y la mayor parte de las veces se encuentran muy lejos de la perfección deseada- siempre se mantiene la búsqueda a través de las formas sustitutivas que hoy los medios ofrecen en variables de todo tipo y para todas las necesidades. Por eso llegan incluso a tener éxito hasta las fantasías más increíbles y delirantes desde el punto de vista argumental: los analistas de contenidos, siempre intelectuales, buscan con la razón aquello que -sobre todo las mayorías populares y de no alto nivel cultural- buscan por necesidades afectivas e inconcientes.

El segundo aspecto a que Freud hace referencia explícita es a las necesidades agresivas de los hombres, aunque -se repite- todo lo vinculado a su teoría de la pulsión de muerte se encuentra en fuerte polémica dentro del propio campo psicoanalítico; de cualquier manera, y más allá de tal polémica, es difícil negar la. existencia de una agresión en el hombre, independientemente de que surja de una pulsión o de lo que fuere. Respecto a la misma Freud indica la dificultad de su ejercicio y la represión a la que es sometida: “La existencia de esta inclinación agresiva que podemos registrar en nosotros mismos y con derecho presuponemos en los demás es el factor que perturba nuestros vínculos con el prójimo y que compele a la cultura a realizar su gasto [de energía]. A raíz de esta hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos, la sociedad culta se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución. El interés de la comunidad de trabajo no la mantendría cohesionada; en efecto, las pasiones que vienen de lo pulsional son más fuertes que unos intereses racionales. La cultura tiene que movilizarlo todo para poner límites a las pulsiones agresivas de los seres humanos, para frenar mediante formaciones psíquicas reactivas sus exteriorizaciones. De ahí el recurso a métodos destinados a impulsarlos hacia identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida; de ahí la limitación de la vida sexual y de ahí, también, el mandamiento ideal de amar al prójimo como a sí mismo, que en la realidad efectiva sólo se justifica por el hecho de que nada contraría más a la naturaleza humana originaria. Pero con todos sus empeños, este,afán cultural no ha conseguido gran cosa hasta ahora”.[16]

La cuestión no termina aquí y se complica bastante para el individuo: Freud se pregunta de qué medios se vale la cultura para volver inofensiva o erradicar la agresión, y contesta: “¿Qué le pasa para que se vuelva inocuo su gusto por la agresión? Algo muy asombroso que no habíamos colegido aunque es obvio. La agresión es introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de partida; vale decir: vuelta hacia el yo propio. Ahí es recogida por una parte del yo, que se contrapone al resto como superyó y entonces, como ’conciencia moral’, está pronta a ejercer contra el yo la misma severidad agresiva que el yo habría satisfecho de buena gana en otros individuos, ajenos a él. Llamamos ’conciencia de culpa’ a la tensión entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido. Se exterioriza como necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura yugula el peligroso gusto agresivo del individuo debilitándolo, desarmándolo, y vigilándolo mediante una instancia situada en su interior, como si fuera una guarnición militar en la ciudad conquistada”.[17] Más adelante indicará que puede llegar a considerarse culpable quien nada haya hecho pero tuvo la intención, y no duda en “situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural, y mostrar que el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de dicha provocado por la elevación del sentimiento de culpa”.[18]

Nuevamente aquí, como antes con referencia a los deseos amorosos nunca del todo satisfechos, es válido observar cómo gran parte de las tendencias agresivas encuentran caminos sublimatorios y catárticos ‑con todos los límites que se quiera- en los contenidos de violencia que siempre han existido pero que en la actualidad tienen un notorio incremento, con la preocupación que ello ocasiona.. Es cierto que la causa de su existencia no responde sólo a lo señalado por Freud y el psicoanálisis -resultaría equivocado no tener en cuenta cómo tales contenidos también responden a las tendencias agresivas de potencias imperiales, caso concreto de la serie de «Rambo» por ejemplo-[19], pero estos planteamientos deben ser considerados para estudiar en qué medida las programaciones violentas se apoyan en estas necesidades y deseos. En todo caso, y una vez más, se busca canalizar estas tendencias hacia posturas ideológicas compatibles con los sistemas de dominación (caso del muy conocido odio del nazismo a los judíos, derivación hacia ellos de una agresividad surgida en otras causas).

Freud comprende también que otra técnica para evitar sufrimientos se vale de desplazamientos (sobre todo de los libidinales), sublimándolos en actividades creativas -el arte por ejemplo- pero ello sólo es posible para un ámbito bastante reducido. ¿Qué pueden hacer entonces quienes no tienen acceso a tal posibilidad? Su respuesta es: “Si ya en el procedimiento anterior [las actividades creativas] era nítido el propósito de independizarse del mundo exterior, pues uno buscaba sus satisfacciones en procesos internos, psíquicos, esos mismos rasgos cobran todavía mayor realce en el que sigue. En él se afloja aún más el nexo con la realidad; la satisfacción se obtiene con ilusiones admitidas como tales, pero sin que esta divergencia suya respecto de la realidad efectiva arruine el goce. El ámbito de que provienen estas ilusiones es el de la vida de la fantasía; en su tiempo, cuando se consumó el desarrollo del sentido de la realidad, ella fue sustraída expresamente de las exigencias del examen de realidad y quedó destinada al cumplimiento de deseos de difícil realización”.[20]  

En lo anterior se puede casi resumirse perfectamente el por qué del éxito de programaciones con contenidos afectivo/emocionales, violentos, etcétera, en definitiva siempre múltiples variaciones sobre temas similares: permiten que en ellos los receptores canalicen sus deseos y necesidades, se identifiquen para ello con los distintos protagonistas, vivan a través de ellos lo que no pueden vivir en la vida real, vean triunfar (o perder) a quienes les gustan o no. Saben que se trata de ficciones, pero eso no arruina el goce, como decía Freud; ¿cómo se entiende, de lo contrario, la tensión con que muchas veces se siguen las incidencias de una telenovela (o una serie policial, o lo que sea) cuando la experiencia indica que jamás, al menos en las programaciones para todo público, los “buenos” pierden y los “malos” triunfan? Es evidente entonces que el receptor coloca en los programas aspectos personales, que les posibilitan el cumplimiento de necesidades personales; y en este sentido resulta notorio cómo los medios ofrecen material para todas las necesidades imaginables y posibles: desde expresiones del más crudo sadismo hasta su complementariedad masoquista, desde el obvio triunfo final de la mujer amorosa y sacrificada hasta las veleidades de su contraparte galante y no pocas veces con características típicamente histéricas, no faltando tampoco lo que posibilita la canalización de sentimientos de culpa.

Por ello la afirmación anterior en el sentido de que lo que Freud asigna a las ilusiones religiosas es en gran medida válido para las ilusiones que se pueden vivir a través de los medios: claro que las formas, el nivel de las creencias y los ritos son muy distintos, pero el objetivo en última instancia tiene similitudes por lo menos interesantes. Y mucho más cuando, tal como ocurre en México y la mayor parte de los países subdesarrollados, los medios se integran con instituciones religiosas al presentar una visión del mundo -una ideología- en gran medida compartida: en valores como en la importancia que manifiestamente asignan a, por ejemplo, los viajes papales en el caso de la iglesia católica. Cómo esto último incide en la “creencia” de los receptores en lo que se les brinda -más cuando a los medios también se los ve como poseedores de una omnipotencia (compensatoria de la dependencia infantil del hombre)- es algo que debe ser estudiado y analizado con mucha atención.

Junto a lo precedentemente visto, es también interesante ver el papel de los medios con base en un estudio anterior de Freud, en el cual aborda el problema de las masas, tema nada casual dado el momento en que fue escrito (192l). Nuevamente aquí se puede correr el peligro de transpolaciones mecánicas pero algunas observaciones allí expuestas resultan muy pertinentes para la comprensión de lo abordado, es decir los aspectos existentes en los individuos que posibilitan los efectos de los contenidos de los medios en ellos, incluso en situaciones donde estos contenidos son antagónicos con los intereses -sociales, políticos, económicos‑ de los propios receptores.

Por de pronto surge una diferencia inicial: Freud analiza a las masas sobre todo como multitud y con la presencia de un caudillo o jefe, mientras que para nuestro casa se trata de una situación donde ambas cosas cambian o al menos tienen una característica cualitativa diferente. En efecto, las masas receptoras de los medios no se vinculan físicamente entre sí como las masas presentes en una misma plaza, por ejemplo -cuando una parte del público concurre a un auditorio radial o televisivo, su magnitud cuantitativa es muy inferior a la que recibe la programación, aunque puede pensarse que aquélla es representativa de ésta-, y tampoco los medios tienen jefes o caudillos al estilo de los grandes líderes de masas de la historia. Sin embargo estas diferencias no quitan el sentido de masa a la audiencia de los medios -muy superior en número a la que puede reunirse en una plaza o estadio- o de líder a muchos personajes seguidos o respetados por la audiencia. En todo caso se trata de comprender cómo en el presente debe cambiarse el sentido tradicional de masa para ver qué forma adopta ahora.

Sin embargo la definición de Gustavo Le Bon que Freud acepta en general es válida para las masas de los medios: “He aquí el rasgo más notable de una masa psicológica: cualesquiera que sean los individuos que la componen y por diversos o semejantes que puedan ser su modo de vida, sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el mero hecho de hallarse transformados en una masa los dota de una especie de alma colectiva en virtud de la cual sienten, piensan y actúan de manera enteramente distinta de como sentiría, pensaría y actuaría cada uno de ellos en forma aislada. Hay ideas y sentimientos que sólo emergen o se convierten en actos en los individuos ligados en masas”.[21]

 Al respecto ya muchos estudiosos de los medios han señalado cómo éstos son actualmente el factor más importante de cohesión colectiva de una sociedad (y en importante medida han hecho que pueda hablarse de una “masa dispersa” física pero no psicológicamente).

El objetivo de Freud en esa obra es útil para lo buscado en este trabajo: “Nuestro interés consiste en hallar la explicación psicológica de ese cambio anímico que los individuos sufren en la masa”. Y señalará un conjunto de necesidades que lo posibilitan. Entre ellas menciona:

· “Nos bastaría con decir que el individuo, al entrar en la masa, queda sometido a condiciones que le permiten echar por tierra las represiones de sus mociones pulsionales inconcientes” (p. 71). Y posteriormente señalará cómo “en obediencia a la nueva autoridad es lícito rescindir la anterior ‘conciencia moral’ y entregarse a los halagos de la ganancia de placer que uno de seguro alcanzará cancelando sus inhibiciones. En definitiva, no es tan asombroso, pues, que los individuos de la masa hagan o aprueben cosas a las que habrían dado la espalda én su vida ordinaria” (p. 8 1). Para el caso de la masa receptora esto es válido: sea aprobando acciones (políticas o morales, por ejemplo) o viviendo en la fantasía la ruptura de las inhibiciones.

· Pero para posibilitar eso es necesaria la existencia de un conductor, que debe reunir un conjunto de propiedades que le permitan tal rol: entre ellas la de estar fascinado por su creencia, así como captar las necesidades de aquellos a quienes llega y tener capacidad para influir a través de saber cómó actuar ante ellas. En definitiva el clásico papel de los conductores en la historia, que asumen un rol paternal seguido por masas que necesitan del mismo para defensa de sus “intereses”. Nuevamente surge aquí la discusión de si corresponde este término para los medios, y al respecto valen dos observaciones: 1) al aceptarse que los medios tienen un carácter hegemónico en el presente, tiene que entenderse que ese papel de conductor lo asumen de una manera distinta a la clásica, incluso más allá de figuras concretas: lo son como institución en sí y, con mayor razón, cuando uno de ellos ya específico (un diario o revista o radio) mantiene una coherencia interna de tipo ideológico; 2) lo anterior no excluye la existencia de conductores personalizados dentro de la totalidad institucional mencionada -todo lo contrario- que aumentan el fenómeno; mucho se ha escrito al respecto y en México es comprobado con varios miembros de Televisa que actúan como. verdaderos líderes de opinión.

Pero ¿cómo es posible actuar sobre las necesidades?, ¿qué mecanismos están presentes en ese proceso? Freud señalará varios: acepta de existencia de una sugestión, pero considera que ésta se produce por la existencia de vínculos afectivos en el alma colectiva, o sea que también aplica “al esclarecimiento de la psicología de las masas el concepto de libido, que tan buenos servicios nos ha prestado en el estudio de las psiconeurosis” (p. 86). Y para ello utiliza su concepción de las identificaciones, que se apoya en la forma más primitiva y temprana de enlace afectivo; tal identificación “puede nacer a raíz de cualquier comunidad que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones sexuales; mientras más significativa sea esa comunidad, tanto más exitosa podrá ser la identificación parcial y, así, corresponder al comienzo de una nueva ligazón” (p. 101).

Esta ligazón se posibilita por un estado que Freud considera de hipnotización, situación posibilitada por la vinculación afectiva que se produce, algo así como un enamoramiento, donde “el hipnotizador ha ocupado el lugar del ideal del yo [. . .] El hipnotizador es el objeto único: no se repara en ningún otro además de él. Lo que él pide y asevera es vivenciado oníricamente por el yo” (p. 108). Es interesante vincular este planteo con el igualmente expuesto por numerosos investigadores de la comunicación acerca de la “hipnosis” que no pocas veces se establece entre los receptores y el televisor: no una absoluta, en el sentido literal del término, pero sí algo muy aproximado, a veces incluso demasiado.

La mención a lo onírico recuerda que previamente, en la misma obra, Freud incluye a tal fenómeno. Señala que “la masa es extraordinariamente influible y crédula; es acrítica, lo improbable no existe para ella. Piensa por imágenes que se evocan asociativamente unas a otras, tal como sobrevienen al individuo en los estados de libre fantaseo; ninguna instancia racional mide su acuerdo con la realidad. Los sentimientos de la mása son siempre muy simples y exaltados” (p. 74). Resulta evidente que muchas veces, aunque por supuesto no siempre, ello ocurre, y la mayor parte de las programaciones (televisivas, periodísticas, etcétera) pueden no resultar creíbles para un elemental análisis racional, lo que no impide su asimilación por vastos sectores. Por ello Freud vincula de inmediato tal situación -la antes expuesta- con lo que planteara en sus estudios sobre la elaboración de los sueños. ¿Debe recordarse que, hace ya bastante tiempo, se llamó a Hollywood “fábrica de sueños”, definición hoy extendida a amplia parte del, mundo televisivo?

Podrían darse muchos más elementos demostrativos de que los efectos de los medios se apoyán en necesidades psíquicas de los hombres -que aquéllos canalizan hacia los requerimientos del marco social dominante‑ pero en lo expuesto aparecen los elementos centrales para una primera aproximación. Que, como fuera indicado, muestra la necesidad de una elaboración más completa.

Pero es conveniente al menos citar a otros autores del campo psicoanalítico que, aunque desde distintas vertientes de ese campo, observaron la importancia de los medios y cómo los niños (también los adultos) encuentran en ellos satisfacción a sus necesidades. Una de ellas es una analista kleiniana que en general juzga perjudiciales muchos de los efectos de la televisión ‑incluso productores de psicopatología-[22], pero entiende que la tendencia infantil a ver programas con héroes existe porque en ellos ven representadas manía, omnipotencia y omnisciencia, todos ellos mecanismos del narcisismo.[23] De otra manera, Bruno Bettelheim estudia los cuentos de hadas[24], a los que considera muy positivos en el proceso de socialización de los niños al encontrar éstos una forma valiosa de encauzar sus necesidades y preocupaciones: la presencia (y resolución) de múltiples problemas, el cumplimiento de deseos, el triángulo edípico, una comprensión del mundo a través de símbolos, la presentación de fantasías sustitutivas, cómo poner orden en el caos de su vida, etcétera. Al respecto es necesario aclarar que no siempre los cuentos de hadas son idénticos a los contenidos actuales de los medios, aunque en general éstos también brindan respuestas a esos interrogantes (casi siempre sin la belleza de los primeros, y no pocas veces con una brutalidad y contenidos técnicos que aquéllos no tenían). Pero por otra parte hay que considerar que Bettelheim ve a tales cuentos de hadas desde una perspectiva educativa de la personalidad, valorando sobre todo cómo ayudan a la adaptación de sus lectores a la sociedad en qué se desarrollan, adaptación bastante acrítica pero válida para un autor adscrito a la teoría psicoanalítica del yo, justamente criticada por su postura adaptativa.

Para terminar, una última aclaración: de acuerdo con lo expuesto podría pensarse que si los contenidos de los medios tienen efectos sobre los receptores al responder a sus necesidades más profundas, necesidades básicas de los seres humanos y no de una época o de una sociedad, cumplen una función necesaria y es adecuado que lo sigan haciendo. Hasta aquí ello puede resultar correcto, pero falta indicar al servicio de qué lo hacen: la crítica que se les formula atiende a esto último, ya que su interés es canalizar esas necesidades (o reprimirlas) para el mantenimiento del statu quo y así eliminar toda propuesta subversiva del mismo. Esto es, aprovechar tales necesidades como una forma de control social y no para una toma de conciencia de las mismas.

Una lectura distinta de “usos y gratificaciones”

 Ya previamente existieron posturas que intentaron un estudio del proceso de recepción. Una referencia incuestionablemente pionera al respecto es la conocida como usos y gratificaciones de la comunicación masiva, publicada en 1974, mucho antes del «descubrimiento» actual acerca de la importancia del receptor. Una larga cita de sus autores es explícita respecto a su idea básica: «El enfoque sobre usos y gratificaciones ha propuesto conceptos y ha presentado pruebas que explicarán probablemente la conducta de individuos respecto a los medios, con más fuerza que las más remotas variables sociológicas, demográficas o de personalidad. Comparado con los clásicos estudios sobre efectos, el enfoque de usos y gratificaciones toma como punto de partida al consumidor de los medios más que los mensajes de éstos, y explora su conducta comunicativa en función de su experiencia directa con los medios. Contempla a los miembros del público como usuarios activos del contenido de los medios, más que como pasivamente influído por ellos. Por tanto, no presume una relación directa entre mensajes y efectos, sino que postula que los miembros del público hacen uso de los mensajes y que esta utilización actúa como variable que interviene en el proceso del efecto. Por otra parte, el enfoque de usos y gratificaciones aporta una perspectiva más amplia para la exploración de la conducta individual frente a los medios, al unirla a una búsqueda continua de las formas en que los seres humanos crean y gratifican las necesidades […] El enfoque postula que las gratificaciones pueden ser derivadas no sólo del contenido de los medios, sino del propio acto de la exposición ante un medio dado, así como el contexto social en que ese medio es consumido«.[25]

 Los autores critican a investigaciones y autores clásicos de la comunicación de masas que «no intentaron explorar los vínculos existentes entre las gratificaciones detectadas y los orígenes psicológicos o sociológicos de las necesidades que así quedaban satisfechas» (p.131), y reconocen que en años recientes a su planteo se reanudaron las investigaciones sobre usos y gratificaciones en distintos países (Estados Unidos, Suecia, Gran Bretaña, Finlandia, Japón e Israel), otorgando operatividad a pasos lógicos que sólo se encontraban implícitos en los trabajos previos: «Se ocupan de: 1) los orígenes sociales y psicológicos de 2) las necesidades que generan 3) expectativas respecto a 4) los medios de masas y otras fuentes, lo que conduce a 5) esquemas diferenciales de exposición a los medios (o dedicación a otras actividades), lo que resulta en 6) gratificaciones de la necesidad y 7) otras consecuencias, tal vez en su mayoría involuntarias» (p.134).

 E indican cinco elementos fundamentales de su modelo:

· 1) Se concibe al público como activo, es decir que parte importante de su uso se supone dirigido a unos objetivos. Por tanto ese consumo sería respuesta a necesidades sentidas por miembros de la audiencia «ya que, dadas las disposiciones psicológicas y los papeles sociales, el espectador, oyente o lector individual, experimenta o confía experimentar alguna forma de satisfacción de necesidades, mediante sus conductas en el uso de los medios». Es importante señalar que los autores destacan que, «a pesar de sus diferencias, todas las formas de la investigación sistemática sobre las gratificaciones del público se basan en alguna noción explícitamente establecida acerca de cómo las necesidades individuales son canalizadas hacia un uso motivado de los medios» (p. 136-137, subrayado mío).

· 2) En el proceso de la comunicación masiva, corresponde al miembro del público buena parte de la iniciativa de vincular la gratificación de la necesidad y la elección de los medios. Es decir que, sostienen, la gente acomoda los medios a sus necesidades más de cuanto puedan los medios supeditar a la gente. 

· 3) Los medios compiten con otras fuentes de satisfacción de necesidades. Son por tanto sólo una de las alternativas (sobre esto recuérdese el planteo de Freud sobre los «calmantes» a los que recurre el ser humano para paliar sus carencias).

· 4) Metodológicamente los objetivos del uso de los medios pueden sacarse de los datos aportados por el público. Aunque los mismos autores reconocen que una limitación de este planteo es que hasta ahora han trabajado más con expresiones manifiestas del público que con las latentes.

· 5) Los juicios de valor sobre la significación cultural de la comunicación masiva deben quedar en suspenso mientras se exploran en sus propios términos las orientaciones del público.

 Los autores reconocen que la investigación sobre usos y gratificaciones -al menos hasta el momento de escribir su trabajo-, «ha avanzado apenas más allá de una especie de actividad de cartografía y perfilación», y que apenas se ha iniciado el de explicación. Aunque las premisas que señalan -de hecho las mismas o parecidas, al menos la primera y la tercera (para nada la segunda), a las que Freud destacara en El malestar en la cultura– son un punto de partida sustancial y que muchos de los actuales estudiosos del proceso de recepción aun no han comprendido y menos todavía investigado. Ellos son: 1) La situación social produce tensiones y conflictos, que llevan a presionar su alivio mediante el consumo de medios masivos; 2) La situación social crea una conciencia de problemas que exigen atención y es posible buscar una información sobre ellos en los medios; 3) La situación social ofrece oportunidades empobrecidas dentro de la vida real para satisfacer ciertas necesidades, las cuales son orientadas entonces hacia los medios masivos para un servicio suplementario, complementario o sustitutivo; 4) La situación social hace surgir ciertos valores, cuya afirmación y refuerzo son facilitados por el consumo de materiales adecuados en los medios; y 5) La situación social aporta un campo de expectativas entre los contactos sociales del individuo, acompañados de familiaridad con ciertos materiales de los medios, los que deben entonces ser examinados a fin de mantener la integración con grupos sociales bien considerados (p. 152-3).

 En general el planteo es interesante, aunque sus limitaciones son grandes. A más de las que los mismos autores señalan y que se indicaron previamente (sobre todo cierta confusión entre las expresiones manifiestas y latentes de los miembros de la audiencia), habría que agregar la también confusa relación que establecen entre miembros individuales y grupos sociales, un escaso o nulo señalamiento de las contradicciones individuo-sociedad cuya existencia reconocen pero parecen no comprender, y la importancia de los aspectos “macros” sociohistóricos que no incluyen. Una postura en definitiva muy cercana al funcionalismo y al conductismo y, por último pero de gran importancia, un escaso aprovechamiento de un conocimiento psicológico muy rico en lo referente a las necesidades humanas (aunque no respecto a la canalización de las mismas en los medios).

 Los Mattelart ahora también comprenden la importancia de la noción de placer y de deseo en el estudio de los medios, siendo importante ver un poco más de detalle su visión al respecto, así como la vinculación que hacen con una perspectiva teórica de siempre que no abandonan sino que complementan con aspectos antes ausentes. Estos autores citan como reveladora una carta que les enviara Martín-Barbero en 1984 y que resulta muy gráfica. Al llevar a sus alumnos a un cine a ver una película mexicana melodramática, vieron que lo que a ellos les causaba risa provocaba lágrimas en el público, lo que le provocó lo que definió como un escalofrío epistemológico: «La gente que nos rodeaba -el cine estaba lleno, en su mayoría de hombres; era un film que batió records en Colombia y por eso estábamos allí- se indignó, nos gritó y nos quiso sacar a la fuerza. Durante el resto de la proyección yo miraba a esos hombres, emocionados hasta las lágrimas, viviendo el drama con un placer formidable…y al salir me rompía la cabeza preguntándome: ¿qué tiene que ver el film que yo veía con el que veían ellos? Si lo que a mí me hastiaba, a ellos les encantaba, ¿qué había allí que yo no veía y ellos sí? ¿Y de qué les va a servir a estas gentes mi lectura ideológica por más que la aterrice a su lenguaje, si esa lectura lo será siempre del film que yo vi, no del que vieron ellos? Yo andaba por ese entonces encantado con las pistas que abría la semiología… y hasta allí llegó mi encanto. Y tengo cientos de páginas escritas, que no me atrevo a publicar, en las que en el fondo no hago sino dar vueltas en torno a una pregunta que hace años me ayudó a formular Dufrenne: ¿por qué las clases populares ’invierten deseo y extraen placer’ de esa cultura que les niega como sujetos?».[26]

 De tal observación y otras concluyen que «el placer, de ahora en adelante, es el elemento de un paradigma llamado a renovar los enfoques de la cultura mediática» […] «Las nociones de placer y de deseo son puntos centrales en las estrategias de quienes hoy todavía piensan en términos de conquista de audiencia de masas y de industrialización de los contenidos, y que mañana pensarán más en términos de placer individualizado»[27] Claro que este placer que los medios hegemónicos ofrecen por doquier, no será antagónico con los intereses de la dominación en la que se ubican: «Simplifican -es lo menos que se puede decir- el problema planteado por esta demanda popular al retener sólo su faceta consensual, coherente con el orden de las cosas; es una manera de imaginar el placer que reprime sus potencialidades subversivas» (p.132).[28] De cualquier manera, es incuestionable que el entretenimiento se ha convertido en el pivote central de los medios actuales, con todo lo que ello significa para la producción de placer y de deseo, como puede verse en todas las programaciones y en particular en las telenovelas, expresión contundente de todo lo aquí planteado.[29]

 Una última aclaración se hace necesaria para terminar esta parte: de acuerdo con lo expuesto puede pensarse que si los contenidos de los medios tienen efectos sobre los receptores por responder a sus necesidades más profundas -necesidades básicas de los seres humanos y no de una época o sociedad-, cumplen una función necesaria. Esto puede ser cierto pero es necesario reiterar lo indicado de que generalmente lo hacen al servicio de intereses determinados: la crítica que se les formula considera este aspecto al entender que su objetivo dominante es canalizar tales necesidades hacia el mantenimiento del statu-quo, eliminando (o intentando) todo cuestionamiento crítico y subversivo del mismo que, al mismo tiempo, posibilite un aumento de los niveles de gratificación y desarrollos reales del hombre. Los medios, entonces, aprovechan esas necesidades para utilizarlas como una forma más del control social y no para la toma de conciencia de la situación real y su verdadera superación.

Los medios en nuestros tiempos neoliberales

 Si lo planteado es válido para todas las realidades sociales, ahora se trata de concretarlo a nuestra época que con una marcada hegemonía a nivel mundial se define como neoliberal. No es este el lugar para recordar las características de este modelo de economía de mercado -cada vez menos nacional y más globalizado, con centro en una desrregularización que inhibe a la propiedad y controles de los Estados para fomentar los del interés económico privado, limita o elimina los beneficios sociales existentes en el «Estado de Bienestar» de décadas pasadas, etc.-, ni mucho menos para hacer un nuevo recuento de sus consecuencias en todos los ámbitos de nuestra realidad y nuestra vida. El interés de este artículo es observar sus consecuencias en los contenidos de los medios masivos actuales.

Es la presencia del señalado pensamiento único con la hegemonía del un modelo neoliberal que no vacila en considerar que con él se ha llegado al “fin de la historia”. Y los medios son la mejor representación y traducción de tal idea aunque mostrándola de múltiples maneras pero la absoluta mayoría coincidentes en el fondo[30], por lo cual es contundente la descripción que sobre esto hace Ramonet: «Atrapados. En las democracias actuales, cada vez son más los ciudadanos que se sienten atrapados, empapados en una especie de doctrina viscosa que, insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza y acaba por ahogarlo. Esta doctrina es el pensamiento único, el único autorizado por una invisible y omnipresente policía de la opinión».[31]

 Es por tanto importante reconocer esta realidad sin caer en la trampa de apariencias tan brillantes como vacías. Lo que implica no confundir tal realidad con el maquillaje, ni quedar seducidos ante la fulgurancia de nuevas comunicaciones que efectivamente aportan múltiples elementos prometedores e incluso valiosos potencialmente, pero para seguir funcionando como lo han hecho clásicamente: como transmisores de los intereses de la dominación impidiendo la toma de conciencia de unas condiciones de existencia cada vez más conflictivas en todos los terrenos.

 Por supuesto lo anterior es sólo una visión general de una realidad que debe ser estudiada en todas y cada una de sus formas concretas y específicas, incluyéndose los mecanismos y técnicas de todo tipo -psicológicos, semiológicos, manipulativos, etc.- puestos en juego, de manera intencional o no, para lograr la aceptación de los mensajes y concepciones de vida y del mundo que ellos conllevan. Es seguramente tan lamentable como verdadero reconocer -por supuesto nada nuevo en la historia del pedantemente autodefinido como «homo sapiens»- que las grandes mayorías del mundo aceptan y asimilan tales mensajes, las más de las veces no explícitos sino presentados a través de informaciones presuntamente objetivas, incontables formas de entretenimiento, etc.[32] Pese a sus consecuencias tanto políticas, como sociales, económicas y subjetivas.

 Resulta imposible entrar al análisis de tales formas concretas y específicas, aunque también es necesario señalar que falta mucho de investigar sobre ellas. Pero, aunque sea mínimamente, pueden darse algunos aspectos que deben agregarse a la muy estudiada deformación informativa intensificada en este mundo hoy unipolar. Si bien todo ello ya existía previamente ahora alcanzan una dimensión que los hace muy diferentes:

  • la presentación de modelos de vida donde el éxito, el triunfo, la derrota y el fracaso están determinados por la tenencia y uso de mercancías -sin duda la vieja noción de alienación está cada vez más presente y su utilización más necesaria-, la imperiosa necesidad de competir prácticamente todos contra todos en una lucha social-darwinista, y la baja en las acciones de la idea de solidaridad y vínculos no competitivos. En este sentido los «reality shows» ahora de moda no son más que una forma extrema de esta tendencia general al triunfo de uno o de pocos frente a la pérdida de los demás;
  • el fomento intensificado a las tendencias individualistas prevalecientes en nuestra época como correlato subjetivo de la economía de mercado, tendencia también apoyada y promovida por algunas posturas del posmodernismo;
  • el marcado incremento, cuantitativo y cualitativo, del uso de la violencia como mecanismo de resolución de conflictos y de la búsqueda del triunfo. Una violencia que se estigmatiza en palabras pero que, en un ejemplo más de un ya clásico «doble discurso», es de hecho presentada como vía eficaz y no pocas veces única para el logro de los objetivos buscados, aunque éstos -como en la vida real ocurre con la corrupción, el narcotráfico, la especulación financiera, etc.- violen normas éticas y morales aceptadas y proclamadas pero que posibilitan el éxito y la obtención de ganancia;[33]
  • la espectacularización de la realidad, del mundo y de la vida en todos los aspectos, desde una noticia del mundo social hasta incluso (y sobre todo) los más dramáticos como han sido, entre tantos otros, la «guerra» del Golfo Pérsico, la invasión a Panamá o el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, presentados con «una cobertura planetaria, el show instantáneo con calculada escenografía de guerra y desastre al gustado modo hollywoodense»;[34]
  • el predominio absoluto de tendencias light y la banalización en prácticamente todo, con muy escasa o incluso nula difusión de otros niveles culturales (algo similar a lo que ocurre de manera dominante en, por ejemplo, la cartelera cinematográfica de la ciudad de México);[35]
  • la reiteración sistemática, llegándose incluso a la saturación para producir determinados efectos psíquicos y sociales y no sólo por ausencia de otras imágenes, de escenas culminantes de algunos acontecimientos de fuerte peso como ha sido, hace escasos días de escrito este trabajo, el impacto de los aviones sobre las Torres Gemelas, los discursos del presidente Bush, escenas de terror, etc.
  • el uso creciente y dominante de la mercadotecnia para todo -desde la promoción de mercancías hasta políticos y sus propuestas- que reemplazan la discusión de ideas, e incluso justifican algunas líneas de acción (o programas de los medios) en nombre de un muy discutible apoyo cuantitativo de supuestas mediciones.

 Y aunque no haya muchas razones ni datos que permitan ser optimistas, sería de desear que tales estudios e investigaciones adopten la postura crítica que alguna vez, hace no demasiado tiempo, existió en nuestro campo de estudio, y que hoy es cada vez más escasa ante una mayoría (en distintos grados) conformista que se ha adaptado a las premisas de nuestros tiempos neoliberales y posmodernos.


 

[1] Sobre esto un desarrollo mayor en mis artículos «Familia y tele en la estructuración del Sujeto y su realidad», revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 5, 1995; y «Televisión y familia en la formación del sujeto», Anuario de Investigación V, Coneicc/Universidad Iberoamericana, México, 1999.

[2] Por supuesto en lo señalado se esquematiza una realidad mucho más compleja. Un análisis más completo en mis siguientes textos: Normalidad, conflicto psíquico, control social, Plaza y Valdés/UAM-Xochimilco, México, 1ª ed. 1990, 2ª ed. 1996; «La relación hombre-cultura: eje del psicoanálisis», revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 1, 1991, reproducido en la 2ª ed. del libro anterior; «Desde la lectura de El malestar en la cultura: los psicoanálisis ¿entre la peste y la domesticación?», revista Imagen Psicoanalítica, Asociación Mexicana de Psicoterapia Psicoanalítica, México, Nº 9, 1997; «Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi«, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 14, 2000, publicado también como capítulo del libro La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valdés, México, 1ª ed. 2001, 2ª ed. 2005. En este mismo sitio de Carta Psicoanalítica puede verse mi libro Escritos desde un psicoanálisis no domesticado, antología de artículos desde tal perspectiva.

[3] Respecto a esto véanse mis artículos cuestionando tal renuncia, entre ellos “Los estudios e investigaciones en comunicación en nuestros tiempos neoliberales y posmodernos”, en Solís Leree, Beatriz (ed.), y “Realidad y ficción sobre los medios en nuestro mendo neoliberal”, en Aceves González, Francisco (ed.), en Anuario de Investigación de la Comunicación VII y IX, Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación, 2001 y 2002.

[4] Vasallo de López, María Immacolata, «Recepción de medios, clases, poder y estructura. Cuestiones teórico-metodológicas de investigación cualitativa de la audiencia de los medios de comunicación de masas», revista Comunicación y Sociedad, Universidad de Guadalajara, Nº 24, 1995, p. 86. La misma autora señala que “La pretendida ruptura con el enfoque ideológico de los fenómenos de comunicación (léase Escuela de Frankfurt y análisis semiológico) que marcó la investigación de los años setenta, parece haberse ´vacunado´ al modelo de las mediaciones contra la preocupación por analizar la dominación política e ideológica de la comunicación hacia la esfera de la cultura y la subjetividad” (p.88).

[5] De acuerdo a uno de los investigadores mexicanos que más ha escrito sobre el proceso de recepción, por mediación debe entenderse, siguiendo a Martín-Barbero, «el desde donde se otorga el significado a la comunicación y se produce el sentido». Estas mediaciones, explica el mismo autor, provienen de distintas fuentes: «Algunas del propio sujeto televidente en cuanto individuo con una historia y una serie de condicionamientos genéticos y socioculturales específicos. Las mediaciones provienen también del mismo discurso televisivo, al ser capaz de naturalizar su significación y anclarse en el sentido común. Otras mediaciones provienen de la situación en la que se da el encuentro y la negociación entre la audiencia y la TV. Otras más se derivan de factores contextuales, institucionales y estructurales del entorno en donde interactúan las audiencias». Por esta razón, «cuando la audiencia interacciona con la TV lo hace a partir de sus esquemas mentales y sus repertorios. Es en este sentido que ninguna audiencia se enfrenta a la pantalla con la mente en blanco, aunque tampoco se ’llena’ arbitraria o espontáneamente». A su vez los significados de los discursos no son unívocos sino polisémicos, es decir «susceptibles de ser percibidos de múltiples maneras por la audiencia», por lo que «tiene la posibilidad de interpelar a más audiencias» (Orozco Gómez, Guillermo, «La mediación en juego. Televisión, cultura y audiencias», en revista Comunicación y Sociedad, Universidad de Guadalajara, No.10-11, 1990-91, p. 116-117, 118 y 112).

[6] Freud, Sigmund, “El interés por el psicoanálisis”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, tomo XIII, p. 188, cursivas mías. Todas las referencias de este autor corresponden a tal edición.

[7] S. Freud, El porvenir de una ilusión, t. xxi, p. 6.

[8] Idem., p. 7

[9] Idem., cursivas mías.

[10] Idem., p. 12. Freud comprende que los oprimidos de una cultura se rebelen contra las clases privilegiadas, y termina señalando que «huelga decir que una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta no tiene perspectivas de conservarse de manera duradera. ni lo merece».

[11] Idem., p. 18.

[12] Idem., p. 34, cursivas mías.

[13] Idem., p. 30

[14] S. Freud, El malestar en la cultura, t. XXI, p. 75, cursivas mías

[15] Idem., p. 83.

[16] Idem., p. 109.

[17] Idem., p. 119.

[18] Idem., p. 130.

[19] Respecto al notorio incremento del miedo y la inseguridad actuales -sólo en parte agudizadas por los atentados del 11 de septiembre y lo de ello derivado-, véase mi artículo “Miedo e inseguridad como analizadores de nuestro malestar en la cultura”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 24, 2006.

[20] Idem., p. 80.

[21] S. Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, t. XVIII, p. 70.

[22] Sobre esto véase mi libro Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formación psicosocial, 1ª ed. Nuevomar, México, 1985; 2ª ed. Pangea/Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, 1988; 3ª (ampliada) Plaza y Valdes, México, 2005.

[23] Soifer, Raquel, El niño y la televisión, Kapeluz, Buenos Aires, 1985, p. 34.

[24] Bettelheirn, Bruno, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Editorial Crítica Grijalbo, Barcelona, 3ª ed., 1979.

[25] Katz, Elihu; Blumler, Jay; y Gurevitch, Michael, «Usos y gratificaciones de la comunicación de masas», en de Moragas y Spa, Miquel (ed.), Sociología de la comunicación de masas, tomo II, Barcelona, Gustavo Gili, 1985, p. 129 y 130, subrayados míos.

[26] Mattelart, Armand y Michelle, Pensar sobre los medios, Los libros de FUNDESCO, Madrid, 1987, p. 119.

[27] Idem, p. P. 128 y 132, subrayado mío.

[28] Idem, p. 132. Esto puede verse claramente en la absoluta mayoría de las programaciones.

[29] Recuérdense las conocidas y fuertes fuertes declaraciones de Emilio Azcárraga, presidente del grupo Televisa, donde afirma que precisamente «el poder y la política están fuera de nuestra compañía [lo que por supuesto no es cierto, ya que, y sobre todo en ese momento, la empresa era fuerte apoyo del gobierno y su partido oficial, como lo sigue siendo ahora]. Estamos en el negocio del entretenimiento, de la información, y podemos educar, pero fundamentalmente entretener». También señaló, en una charla ante periodistas y artistas de su empresa no destinada a darse a conocer (pero que al publicarse no desmintió), algo muy claro: «México es un país de una clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil. La clase media, la media baja, la media alta […] En pocas palabras, nuestro mercado en este país es muy claro: la clase media popular. La clase exquisita, muy respetable, puede leer libros o Proceso para ver qué dice de Televisa. Estos pueden hacer muchas cosas que los divierten, pero la clase modesta, que es una clase fabulosa y digna, no tiene ninguna manera de vivir o de tener acceso a una distracción más que la televisión» (Corro, Salvador, «Azcárraga a pantalla: dice que como rico también llora, y se erige en paladín de ’los jodidos’», revista Proceso, México, Nº 850, 15 febrero 1993, p 27). Toda una radiografía, pero también del ocultamiento de que tras la diversión existe un conocido manejo político y de poder.

[30] La literatura muchas veces ofrece visiones muy gráficas, tal como lo hace un conocido escritor checo que así como criticó al regimen antes imperante de su país también lo hace con los medios de una nación desarrollada: “Le doy vueltas al botón hasta llegar a la emisora más cercana, porque quiero provocar, en el sueño que se aproxima, imágenes más interesantes. En la emisora vecina una mujer anuncia que el día será caluroso, pesado, con tormentas, y yo me alegro de que tengamos en Francia tantas emisoras de radio y de que en todas se diga, exactamente en el mismo momento, lo mismo acerca de lo mismo. La unión armónica de la uniformidad y la libertad, ¿puede deseae algo mejor la humanidad?” . Y con la misma ironía escribe más adelante: “La emisora de radio que escucho pertenece al Estado, por eso no hay anuncios y entre noticia y noticia ponen las últimas canciones de éxito. La emisora de al lado es privada, así que la música es reemplazada por los anuncios, pero éstos se parecen a las canciones hasta tal punto que nunca sé que emisora estoy oyendo” (Kundera, Milan, La inmortalidad, Tusquets Editores, México, 1990, p. 14 y 111).

[31] Ramonet, Ignacio, “El pensamiento único”, en Le Monde Diplomatique Edición Española, Pensamiento crítico vs. Pensamiento único, Temas de Debate, Madrid, 1998, p. 15.

[32] Desde ya hace muchas décadas que las agencias de inteligencia norteamericanas saben que formas de tal tipo (diversiones, etc.) son el mejor ropaje para el logro de sus objetivos ideológico-políticos, tal como lo ha demostrado Eudes, Y., en su libro La colonización de las conciencias, Gustavo Gili, México, 1984. Varios datos precisos de tal libro se utilizan en Guinsberg, E.; Matrajt, Miguel, y Campuzano, Mario, «Subjetividad y control social: un tema central de hoy y siempre», revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 16, 2001.

[33] Guinsberg, E., “Televión y violencia”, en Kurnitzky, Horst (comp.), Globalización de la violencia, Colibrí, México, 2000.

[34] Presentación del suplemente «Ojarasca» del diario La Jornada, México, Nº 53, septiembre 2001, p. 2.

[35] Esto fue analizado en «La ’fábrica de sueños’ en nuestros tiempos posmodernos y neoliberales», ponencia presentada al 1er. Encuentro Nacional sobre la Enseñanza y la Investigación del Cine en México, organizado por AMIC, CONEICC y la UAM-X, septiembre 1996, y luego publicada en revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 9, 1997.