Alí Gómez Lunagómez

Dondequiera que haya un duelo, estaré de parte del que cae. 

Ya se trate de héroes o rufianes.

Telemaquía, J.J.Arreola  

 

Hace algunos años en un aula de enseñanza en psicoanálisis, que tuve oportunidad de fungir como profesor, un alumno trajo, en el marco de una discusión académica, no sin cierta congoja, la siguiente pregunta “¿Por qué muchos de sus colegas profesionales en psicología – en el ámbito de la atención e intervención en área de salud pública– muestran una franca oposición y desconocimiento al psicoanálisis y al psicoanalista? La cuestión a inquirir era más o menos esta: “¿Por qué hay rechazo al psicoanálisis? ¿Por qué muchas veces no podemos dialogar con otros especialistas?” Y en última instancia, algo así como “¿Por qué vamos perdiendo la batalla frente a otras psicoterapias?”. Yo, sin entrar en muchas argumentaciones en ese momento, me pregunté, por qué habríamos de librar una batalla con otras psicoterapias o modelos de atención con los que, en más de un sentido, tenemos puntos inconciliables, irreductibles, y cuyas diferencias son más que concordancias; a veces, pienso, consentimos y cedemos más de lo que deberíamos en el triste afán de hacer “converger” ideas y, lo más preocupante, “ganar”. 

Después del intercambio de algunas opiniones entre condiscípulos, me referí al tema antes planteado como una lucha, que, para decirlo de un modo lacónico: “ya estaba perdida, en todo caso, estamos del lado de la resistencia”, pues, no siempre la victoria es lo conveniente, y, a veces, aunque se consiga ¿A qué precio? 

Sirva esta pequeña anécdota para convocar algunas ideas que desarrollaré en lo sucesivo, ¿Qué puede significar para el psicoanalista “ganar” espacios de intervención, de exposición, de intercambio, etc.? ¿Es necesario para evitar el desahucio del psicoanálisis que se arribe a algo así como un “triunfo”? Cabe recordar aquí el deseo de Freud volcado en una premonición –allá por el año de 1910 en Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica– expuesta en un congreso de psicoanálisis, Freud narra la exquisita fortuna que le deparará al psicoanálisis: a) habría nosocomios y médicos psicoanalistas pagados por el Estado para una atención masificada a poblaciones de neuróticos; b) se adecuaría la terapia analítica (o al menos hasta donde sea posible) para colaborar con terapias sugestivas para la conformación de un tratamientos más accesibles para la generalidad. 

Sabemos que el curso del psicoanálisis en otros países no es como el contexto mexicano, en países como Francia y Argentina (y en décadas pasadas en Estados Unidos) el psicoanálisis habría triunfado al ser el principal medio de tratamiento y con la siempre riesgosa aquiescencia de la población en su conjunto. Cabe aclarar, que, evidentemente, no debemos confundir el acceso del psicoanálisis a poblaciones diferencialmente expuestas a la vulnerabilidad social –inducidas políticamente–, que, a consentir adecuaciones en virtud de “ganar” un lugar privilegiado en el panorama de psicoterapias avaladas por el Estado y con recursos provenientes de este. 

A título personal y por mis propios intereses en la cultura clásica, tengo una particular simpatía por La Ilíada y La Odisea, creo que en ambas hallamos metáforas consolidadas que subyacen en la materia prima cultural de Occidente y que, el carácter imperecedero de algunas cuantas imágenes indelebles, puede, a la luz de hoy, reactivarse con cada atrevido lector y en producciones culturales aun cuando estén poco advertidas del contenido de estas obras. Pero, lo que quiero decir, es que encontramos que en La Ilíada en el canto XXII la muerte de Héctor a manos de Aquiles, y, en más de un sentido, aquel representa a los caídos que aún dotados de conocimiento de su inminente derrota asisten a la lucha. El príncipe de los Troyanos es el héroe de la resistencia ante la poderosa liga de los aqueos, y, sabedor de su desventaja, no sin temor, acude a la cita para ser derrotado por el divino héroe de pies ligeros. 

Para extender más el ejemplo, pensemos en los pueblos, todos aquellos pueblos, tan habituados a lidiar con la conquista, a la invasión ejercida por otras poderosas naciones, que resisten, esos pueblos más “débiles” que persisten en la existencia y en la poca o mucha autonomía que les quede ante el poder del vencedor. Quizá, tan lejana como puede parecer La Ilíada a los pueblos latinoamericanos, tan acostumbrados a resistir, puede mostrarnos una cierta característica compartida con los actos del hijo del rey Priamo. 

Parece probable que, estamos de alguna forma condicionados a tasar el triunfo como la victoria, a laurear al héroe conquistador como el poderoso, a la vez que se nos escapa concebir una cierta heroicidad en el acto de resistir, de insistir a pesar de la inminencia de la derrota, no como una necedad vacua, sino como una posición que es existencia ante un panorama en el que “ganar” ya está negado, o, en el mejor de los casos, sabiendo que el éxito no se medirá en los parámetros habituales (como el levantamiento del gueto de Varsovia entre abril y mayo de 1943). Pero ¿Cómo es esto?, pues bien, creo que en términos de “ganar” o “perder”, en psicoanálisis, y sirva el paradigma de la clínica del duelo, tratamos fundamentalmente con las pérdidas. Abordamos siempre la complejidad de la pérdida, por ejemplo, en el trabajo que nos muestra la identificación con el objeto perdido en el que el analizante se juega la vida en las batallas cotidianas para resignar una segunda pérdida, más activa, más sufrida y con más escollos, para ganar perdiendo esa lucha.  

Pero, vuelvo a la cuestión inicial, para el psicoanalista, propongo que entre “ganar” o “perder”, esté del lado de la pérdida. Entre Aquiles y Héctor, su posición es semejante a la de este último. No porque busque perder, no porque se encuentre perdido, sino porque su terreno, su posición misma está convocada a esa contraparte de la vida: en la interacción dialéctica ¿No es acaso la inauguración del deseo una pérdida fundamental? 

Resistencia

En la literatura psicoanalítica se suele abordar la «resistencia» (Widerstand), como todo aquello que obstaculiza la cura, en el decir o en actos, y, por extensión, a la oposición que se muestra a los descubrimientos del psicoanálisis, según Freud: “La sociedad no se apresurará a concedernos autoridad. No puede menos que ofrecernos resistencia, pues nuestra conducta es crítica hacia ella” (Freud,1910, p.139). Esta última cuestión, parece ser parte de la identidad imaginaria del practicante en psicoanálisis, que, por momentos suele fomentar para sí mismo una lejanía que adquiere tintes de solipsismo teórico, porque, precisamente, ese ostracismo puede resultar convenientemente útil para no exponerse, bajo el argumento de que se resisten los opositores a las “verdades” del psicoanálisis. Pudiendo ser este movimiento una réplica y ampliación del anhelo de victoria a partir del temor a verse vulnerable entre los pares. Sin embargo, la resistencia a la que me quiero referir no es aquella con tintes de rechazo al psicoanálisis, ni la que se muestra, de modo esperable,  en la dirección de la cura, sino a la resistencia que es condición de existencia, a la resistencia en terrenos prácticamente ontológicos. 

Desde un punto de vista vital, la vida misma es, desde Aristóteles en Sobre Anima, una facultad que se actualiza de manera constante en el ser viviente, que, con un deber para sí mismo, como ser que aloja la vida, permanece, tiende a la unidad de sí, y, por tanto, durante el tiempo que dure su vida, resiste. ¿Frente a qué resiste el ser viviente? En otros términos, resistir los embates de la degradación es vivir. La permanencia del ser vivo está dada por un principio de organización fisiológico que permite al organismo esté ordenado de tal forma que posibilite la vida. Así, conserva sus funciones vitales ante las fuerzas disgregadoras que lo amenazan.  

Lo anterior es complejiza cuando encontramos que, en el caso del ser humano, su existencia no está enmarcada sólo por su biología. Es necesario pensar la situación humana, en sus orígenes, es decir, en el origen de todo ser humano adviene la condición fundante de todo sujeto. Que sólo es posible en una posición de franca dependencia a un otro semejante. Es decir, nos referimos a la condición infantil de total dependencia, que, dejará improntas indelebles y que, en cierto sentido, no abandonará nunca al adulto, pues, la necesidad de ayuda del semejante ante el desamparo (Hilflosigkeit) originario es la fuente de toda angustia, de toda añoranza y de todo anhelo, nuevo o viejo, que posibilitará el lazo con el otro que está hecho a partir de la ausencia y que, en tanto filamento, hila y devana al sujeto en el gran entramado al que pertenece sin ser absorbido del todo. 

En otros términos, la primera resistencia ante la muerte es el primer acto de vida para todo sujeto: el cuidado que el cobijo de la función materna salva del abismo que le amenaza. La primera y originaria resistencia es el sostenimiento del nuevo ser que, constreñido, se refugia en las largas noches de angustia, en la soledad del desabrigo y de la “injusticia” natural, abordada por Nietzsche, de haber nacido. ¿Qué significa que la primera resistencia ante la muerte sea el cobijo en el otro? Considero que, es entonces el acto más humano, profundamente básico, y, que es ya, desde el inicio, el fundamento de toda actividad que apueste por la vida, es decir, el lazo con el otro que, como hilo Ariadna, nos salva de la fuerza del laberinto de la intemperie. Y me pregunto ¿No es acaso la primera posición terapéutica? ¿No es el psicoanalista el que extiende esa función de ayuda ante el sufrimiento del atribulado sujeto? Pienso, esa es la puerta entrada para un psicoanálisis, el analista que, sea consciente o no de ello, dice con sus actos: “Pase ¿cómo puedo ayudarle (a tratar su pérdida)?”

Así pues, la resistencia no es mera procuración de la individualidad. En su centro orbita desde el inicio el anhelo del cobijo con otro, pues, el sujeto está condicionado a la otredad, al enigma concreto de ser en devenir que fluye para él y para los otros, en esa circunstancia de realidad que está dada por su misma situación humana. Hay en él una inercia contradictoria, anhela ser uno y al mismo tiempo evadirse de sí mismo. Está atrapado en el intersticio de su ser y su no ser. Tragedia del que es o anhela la unidad. Sólo en la figura retórica de la divinidad, en las palabras del dios de Moisés –tan lejana para el mortal sujeto–: “tó òn éstin” (“lo que siendo es”) se encuentra acompasada la contradicción, pues, lo que fluye y cambia, al mismo tiempo es. 

Todavía queda insistir, la resistencia en la que nos ocupamos es el factor clave en la posición que el psicoanalista, o, mejor dicho, que el vínculo en psicoanálisis, tiene en el escenario del ejercicio de poder, pues, la resistencia encuentra su razón fundamental en la necesidad de permanencia. Para ser, hay que resistir en los vínculos, el resistir también es sostener, sostenerse en esa paradoja de ser uno y ser otros. El filósofo catalán, Josep Maria Esquirol, al respecto de estas consideraciones, afirma lo siguiente: “Que nuestro existir sea un resistir es algo que se puede sostener precisamente porque una de las dimensiones de la realidad se deja interpretar como fuerza disgregadora.” (Esquirol,p. 19).  En muchos y desde muchos sitios las fuerzas de la entropía, desde dentro o desde fuera del sujeto, se revelan como los agentes que tienden a la dispersión, a la ruptura de lo fundamental en él. Considero que, precisamente, una de esas fuerzas más desconsoladoras para la vida psíquica, es la privación del sujeto (como en las psicosis y casos graves), el aislamiento que puede ser producido por una promesa actual de individualismo para el éxito, el triunfo, y que, en el fondo, puede interpretarse como atomismo psíquico. Además, la resistencia también puede entenderse en su vertiente social, ante las cuestiones propias del ámbito colectivo –violencia de Estado, procesos segregatorios, desamparo jurídico– es el cobijo en el vínculo con el otro lo que adquiere el tamiz de resistencia, identificada, en su aspecto más necesario, para hacer frente, quizá, en la modesta intimidad del consultorio.

Para concluir, comprendo que la multivocidad del término «resistencia» conlleva reflexionar sobre el término en sus diferentes acepciones, tanto en el interior del corpus psicoanalítico como en las otras vertientes aquí pensadas, y, considero, que es precisamente en la peculiaridad del término en el que se basa mi propuesta de discusión. Considero que, esencialmente, el psicoanálisis es un ejercicio de resistencia social y que, en el fondo, pasar del lado del discurso dominante, debe conllevar, al menos, la revisión constante de sus fundamentos éticos y formativos. Habrá quién pueda preguntarse si el psicoanálisis realmente sea incompatible con el dominio (epistemológico, terapéutico) y tendrá razón en cuestionar si realmente deba ser así. Por mi parte, pienso que, vivimos en una actualidad cuya estirpe está comandada por temor al “fracaso” y ser arrojada a la marginalidad del contentamiento masivo. 

Bibliografía: 

Freud, Sigmund,  Obras  Completas, Ed.  Amorrortu, Argentina, 2007, 24 T

_____________, Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica, (1910), T. XI

Esquirol, Josep Maria, La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad”. Ed. Acantilado, Barcelona, 2015.

Aristóteles,  Acerca del alma (trad. T. Calvo Martínez). Ed. Gredos, Madrid, 2000.