Reflexiones sobre el erotismo y el encierro

Ricardo García Váldez

“[…] me da la impresión de que, a veces, vivimos en la Luna respecto a lo que pasa en el mundo […].”

Julio Ortega: Editorial cartapsi N° 6

Hay veces […] en que el hombre debe tratar de hacer con ingenio lo que los dioses hacen sin esfuerzo.

Ovidio: “La Metamorfosis”

He querido desarrollar un trabajo provocativo. Provocar al discurso para intentar avanzar en la respuesta analítica de cuáles son los elementos problemáticos del erotismo en la prisión.

A pesar de que Lacan sostenga en el Seminario sobre la Transferencia, que sobre el amor es imposible decir nada significativo ó sensato; ó más Aún, —en el 20— que cuando uno comienza a hablar sobre el amor… desciende a la imbecilidad, habré de aventurar ciertas reflexiones, a riesgo de apostar el siempre dudoso escaño intelectual, enfrentando de lleno el agotamiento de la capacidad del lenguaje, para dar cuenta tanto del fenómeno… como de sí mismo —y de sus referentes. De cualquier modo… las palabras se interponen siempre como muros entre el sentido y los acontecimientos, obligando sistemáticamente a retroceder y capitular.

Decido, por lo menos, propiciar la fuga de algunos relatos.

Comencemos con una observación muy simple: se impone —a menudo institucionalmente— el estudio de la sexualidad de aquellos sujetos encarcelados, cuya función ha consistido en (d)enunciar puntos de inflexión del debatido bienestar en la cultura: delincuentes, travestidos, prostitutas, etc.; sujetos situados, por lo tanto, en los márgenes de la ley.

Más, en el intento de comprender a los sujetos que pertenecen a estos grupos particulares, se olvida rápidamente una parte fundamental: en estas personas, como es fácil colegir, la sexualidad no es aislable para su estudio, del resto de los elementos del encierro que significan y estructuran su vida.

En particular, se olvida esto: se puede tener la fantasía cientificista de una sexualidad aislada, —incluso como punto de equilibrio, de ternuras y utopías múltiples y variadas—, sin la incidencia de la regulación institucional del sexo.

Sin embargo, aún cuando en la prisión sólo se considere a la sexualidad de manera biopsicosociologista, puede igualmente darse testimonio de que las condiciones de ejercicio de esta sexualidad son atravesadas por un conjunto de elementos contingentes que se pueden observar también en las demás esferas de lo “social”.

De modo característico, desde la perspectiva llamada “multidisciplinaria”, en la sexualidad se encuentran, entre otras cosas: relaciones de fuerza y poder, luchas para obtener la autonomía individual y colectiva, selección natural, etc. En suma, equilibrios y desequilibrios, esperanzas y desilusiones. La sexualidad es entonces atravesada, construida ydeconstruida permanentemente a través de nociones sobre el lazo social, que sólo atienden a una taxonomía de clase; de género; de divisiones intergeneracionales y étnicas, etc., sin que para ello exista una teoría de estas “interacciones” subjetivas.

Si se quiere saber y comprender el erotismo, (la voluntad de saber… decía Michel Foucault, en relación con la sexualidad), es necesario dejar aquellas preconcepciones psicosociosexológicas. Incluso para poder analizar el lugar y el sentido del discurso SOBRE el erotismo que atraviesa al psicoanálisis, es importante salir del encierro batailleano que se conforma con la “definición” de una categoría encerrada en la prisión de un discurso médico. Para Bataille, a decir de Hilda Fernández,[1] la cualidad de lo erótico se atribuye a la relación sexual que no contempla como fin, la reproducción.

Así, el discurso SOBRE el erotismo es un discurso asistemático; resultando a menudo más divertido… “[…] vivirlo que teorizarlo”, (según lo sugiere la autora citada), que abarcaría todo aquello que no entra en un régimen biológico. Se instituye pues una medicalización explícita del erotismo, donde el sentido se esconde en el ciframiento discursivo no sólo de Bataille, sino de quienes han venido a escribir sobre este tema.

Nos preguntamos: si la medicina se afirma como un orden de poder que reivindica para este campo categorías como lo normal y lo anormal —soportadas por una concepción biologicista de la sexualidad… ¿Qué tipo de práctica, afirmada en qué tipo de orden y con qué tipo de categorías dará cuenta del erotismo?

¿Cómo saber… porqué nos gustan las güeras ó las negras?; ó… ¿Porqué preferimos precisamente a una pintada de morado?; ¿Porqué es significante para el atractivo… el color de los ojos; la estatura y la configuración ósea, muscular; de las carnes y de las grasas en la superficie?; ¿Porqué lo son muchos otros detalles, (definidos en algún lugar), en cuanto a los pechos, nalgas, pantorrillas, cuello y pies?; ¿Porqué nos seducen ciertas cadencias en el andar y en los gestos; la voz, la sonrisa, ó los labios? (Todo esto, casi independientemente de la incitación de los vestidos y adornos; de las astucias de los SPA’s y de los salones de belleza, en su búsqueda de acuerdos y correspondencia con el cuerpo, tanto propio como ajeno). Y, para coronarlo todo… la mirada, (esa implica una puerta abierta a conjeturas de seguridad especular en la imaginarización de misteriosos y edulcorados significados interiores contenidos en el otro). En fin, ¿cómo producir saber en torno a la serie de situaciones abiertas al deseo que no tienen ni nombre ni etiqueta precisa?, situaciones que buscan a través de estas exploraciones, la promesa de la armonía; de la afinidad y… la compensación, (realizables en el inminente acto sexual). Lo que llamamos “enamoramiento”… suele ser la marca emocional de todo esto.

No otra cosa sino… el psicoanálisis, es lo que podrá dar fe de la estructura que posibilita el erotismo. Con todo, será apenas una racionalización de lo que, por definición, no pertenece al registro de la razón.

Cabe señalar, dado que la sexualidad puede ejercerse —dentro y fuera del encierro— sin erotismo, en su más fría dimensión genital, (evocándose así lo ominoso, en la asunción de una simple conducta convocada automáticamente entre macho y hembra -o su subrogados-, en el límite mismo en que lo define Tirso de Molina en su Don Juan, cuando se pregunta (y nos pregunta): “un hombre y una mujer ¿qué más puede ser?”), que no es la prisión lo que imprime el orden de lo imposible al erotismo.

De modo simplón, la sexualidad en la cárcel queda colocada, frecuentemente, como el resultado de la falta y la ausencia del otro sexual. Puesto que la asequibilidad a las mujeres es dificultosa ahí, los hombres tendrían una sexualidad sustitutiva y paliativa. Si Lombroso, en el siglo XIX, buscaba en la configuración del cerebro de los delincuentes, una predisposición biológica al crimen, se ve que su discurso no hizo más que transponerse en otros discursos, según modalidades apenas eufemísticas. El determinismo biológico se convierte en determinismo psicosociológico. Consecuentemente, en relación con supuestos “déficits” (de cuño esencialista), la prisión no hace sino revelar sus dificultades en la pretensión de “readaptar” sujetos, cuyo erotismo está forcluído —por la concepción biologista de la sexualidad, considerada en los programas institucionales—.

Este tipo de discurso psicobiológico, tomado en préstamo, se constituye bajo un barniz cientificista que desplaza el conflicto de su legitimidad filosófico-epistemológica. Se revela, sin más, como un recurso (de peso potencial) para la institución carcelaria, cuando se cuestionan las consecuencias para la subjetividad del detenido, que la prisión habrá de causarle. Ó, para explicar el ejercicio de la sexualidad bajo el régimen del encierro. El preso, siendo —por definición también— un “perverso” ó un “psicópata”, posibilita el borramiento de la propia institución penitenciaria como agravante de los “desórdenes” diagnosticados por el rancio y debilitado DSM – IV, eludiéndose la condición especial que plantea el encierro como un acontecimiento importante para la estructura subjetiva de los prisioneros.

Suele pensarse que si los presos presentan “trastornos de la personalidad”, eso… ¡No tiene relación con las condiciones que su detención les plantea! Sus trastornos dentro de prisión, son más bien “el resultado de problemas psíquicos previos, (puesto que la propia delincuencia es de por sí… el síntoma de una patología” (sic!).

Otra dificultad para pensar la cuestión de un erotismo denegado institucionalmente en la prisión, (pero que cabría revisar si no se reintroduce en los discursos instituyentes bajo formas harto retorcidas), reside en la hegemonía de la visión jurídica del funcionamiento de la institución penal. Esta visión se basa en la idea de que la norma de derecho[2] sería el principio de comprensión pertinente de las motivaciones libidinales de los protagonistas. Las prácticas de los individuos, solo serían la ejecución final de la norma; leyes, (en plural), introyectadas de manera eficaz, que se originen… de un buen aprendizaje de la moral.

El jurista concede a la norma, inmediatamente y sin preguntar sobre las condiciones estructurales de su posibilidad subjetiva, una autoridad natural. Esto le lleva, irremediablemente, para poder comprender las conductas de los individuos o grupos, a recurrir tanto al modelo de sujeto racional, clarividente y omniscente; que integra el respeto por la norma —inmediatamente— a una sana regulación en la consecución de sus fines, lo que implica reducir al protagonista al estatuto de un autómata regido por la heteronomía.

Considerar, como lo hacen los juristas, que esta fuerza vinculante del derecho se conferiría esencialmente a la norma, (por el “natural” temor de las sanciones que implicaría su trasgresión), se incluye, a final de cuentas, en una visión igualmente ingenua del lazo social asentada en una concepción imaginaria del Padre.

Tales visiones del mundo de la sexualidad, y por ende del erotismo, resultan caprichosas por varias razones. Por una parte, dificultan la conceptualización de las prácticas concreta de los protagonistas, es decir, de aquello más fundamental, lo que viven día a día las y los internos de los Centros de Readaptación social, (tanto como los custodios, el director del Centro, los visitantes, etc.), en su dimensión estructural. Por otra parte, sacralizar el texto de la ley, —naturalizada al punto de ser casi un fetiche, esencializado y a-histórico— oculta todo lo que las normas deben a las condiciones subjetivas de su construcción; en particular al S1. El juez simplemente aplica el código, y considera a la legislación como el verdadero motor activo.

Romper con la eficacia de los secretos del poder es una dificultad común que encontramos en el estudio sobre la sexualidad en la prisión, —aunque de manera común, en cuanto se quiere estudiar el erotismo, cualquiera que sea la superficie de aparición de su discurso, el reporte de los informes institucionales sobre el ejercicio del sexo, consigue ocultar, sistemáticamente, una serie de prácticas dominantes.

A pesar de todo lo anterior, algunos relatos sediciosos escaparon a las paredes del CeReSo de Pacho Viejo, Ver., a la par que algunas otras incomprensiones subjetivas, que… podrían tratarse como significantes de nuevos discursos instituyentes.

Cito el discurso de un interno entrevistado:

He llegado a tocar hasta la parte más débil de la mujer [con base en la confianza]”; “Llegué a tener hasta 27 mujeres [como instructor evangélico de jóvenes], en mi grupo”; “Siempre me ha gustado meterme en las personas […]”[3]

Aquello que los presos construyen como erotismo en su encierro, y que nosotros intentamos asir en alguno de sus pliegues, (en la narración misma que nos ha sido contada en las entrevistas cortas), señala un límite: ¿Hay algún tipo de respuesta posible que, remitida a la ética del psicoanálisis, implique —a partir del encuentro con el semblante de a— la construcción de algún saber sobre el deseo? A final de cuentas es la vida, —eros—, lo que palpita en la sintaxis y la gramática; es a la vez la rabia y el dolor, lo que pugna por doblegar a las palabras reclamando su espacio en la historia singular. La identidad por su parte… es una buena carnada para provocar fantasmas, porque más allá del cuerpo, el discurso se doblega y… sudan las manos. ¿Qué hacer ahí con el eslabón perdido en la cadena significante?, ¿Qué hacer con la falla?

“Hace falta que un hombre esté sobre otro hombre”[4]

Si retomamos esta otra frase que transcribimos, podemos rastrear dos tensiones que la atraviesan: por una parte, la consumación del acto genital entre dos hombres crea deseo y, luego de consumado, será posible entonces seguirse sosteniendo como sujeto. He preferido no mencionar demasiado del protagonista, pero la sombra de su discurso recubre una generalidad. Si se hace un ejercicio de develamiento, puede determinarse que el acontecimiento que pretende ocultarse es la violación de un interno por parte de uno o varios de sus compañeros y que los actores son ellos: los mismos presos.

Se evita entonces, en la palabra oficial, observar las relaciones de fuerza discursiva entre hombres, que se ejerce permanente, desde el tribunal constituido por los propios internos, hasta los diversos círculos del poder político, —cuyo control se ejerce a través de mecanismos como la rotación de los reclusos por diversas secciones que constituyen el penal, —análogamente a como se hace con los agentes del ministerio público entre ciudades.

En suma, la prisión debe analizarse como un espacio específico de erotismo, donde los hombres abusados —aquellos a quienes se les destina la feminidad, (designados entonces como “talacheros”), vienen a dibujar el vacío, vienen a hacer falta en el ámbito imaginario, acorde al estatuto que Lacan le reserva al fenómeno del amor, —lo que irremediablemente frustrará una “identidad” masculina “normal”, (siempre impulsada a confirmarse a sí misma con los recursos a la mano)—; ahí… perderá importancia saber porqué, (en su singularidad), a un interno le gusta(ba)n las morenas, ó las rubias, pues más importante que eso, será la conservación de eros, que sólo reclama dirigirse a la nada que esté detrás de cualquier fortuito objeto, conservándose entonces la dimensión imaginaria del amor, aquella que, —estamos advertidos— consistirá en darle al otro… justo, lo que no se tiene.

[2] Que parece decir esencialmente que el ejercicio de la sexualidad está prohibido en la prisión; con lo cual, la privación de la sexualidad forma parte del doloroso castigo, en el mismo horizonte que la privación del derecho de tránsito.

[3] Este sujeto acusado de violación, se presentó como ministro de una iglesia evangélica, esgrimiendo que la “parte débil” es aquella que tiene que ver con las emociones, (en este caso femeninas), y que “meterse en las personas” significa dejar caer sobre ellas el influjo de sus consejos moralizadores.

[4] Referencia del mismo interno entrevistado, respecto a la necesidad de que sea un hombre de la familia quien trate directamente con el abogado defensor, dado que no sería lo mismo que una hermana o la madre lo hagan