El erotismo en nuestros tiempos posmodernos y neoliberales

 Enrique Guinsberg

Tal como puede verse en el programa de este Simposio, el contenido de esta participación será muy distinto al de las otras, al menos según el título de las mismas ([1]), en coherencia con lo que es la preocupación y eje de mi postura y práctica psicoanalítica: la central y estructurante relación entre sujeto y cultura, por lo que no es casual el título de la revista que codirijo, Subjetividad y Cultura.

En términos muy generales esto significa considerar al ser humano como un ser social, y por tanto todo lo suyo está marcado y atravesado por la cultura, que incide de manera muy amplia en su psico(pato)logía, y en la satisfacción, represión, canalización, etc. de sus deseos. Por supuesto esto de manera alguna significa la caída en una deformación sociologista sino una determinada lectura de la postura psicoanalítica que no es el caso de exponer en esta ponencia y que puede verse en diferentes textos anteriores ([2]).

Teóricamente es de suponer que nadie del hoy muy vasto campo psicoanalítico negará lo señalado, pero desde el mismo nacimiento de este marco teórico las formas de encarar tal relación y el énfasis que se le otorga plantean diferencias importantes e incluso antagónicas en las compresiones y lecturas de los psicoanálisis ([3]). Esto ya fue planteado desde la publicación de mi primer libro ([4]) al señalar las entendidas como desviaciones organicistas, psicologistas y sociologistas que pueden verse y encontrarse en múltiples posturas y escuelas de todo tipo: la primera dificilmente se encuentra en el psicoanálisis, pero sí la segunda o su variante de ver sólo aspectos microsociales como hacen quienes, por ejemplo, ven a la familia como eje único o casi único de todo lo que incide sobre el sujeto, en no pocos casos sobreestimando la importancia del complejo de Edipo en su negativa a ver la importancia de factores culturales que luego se indicarán.

Por supuesto que en el presente planteo de manera alguna se niega la importancia de la familia, el Edipo ([5]), etc. -lo que implicaría caer en un sociologismo, desviación inversa que también debe ser criticada-, sino entender su valor sin dejar de ver la importancia de los señalados valores culturales, hoy con cada vez mayor peso en los actuales marcos históricos. Pero, y esto es fundamental, ver la incidencia de la realidad concreta de cada momento concreto sobre la indicada psico(pato)logía, o sea no sólo el pasado sino de la realidad presente, que en estos momentos están marcados por el modelo económico neoliberal y una cultura por algunos denominada posmoderna, concepto de por sí confuso y polivalente ([6]).
No es éste el lugar para ver los vínculos y relaciones entre la institución familiar y las estructuras sociales, como tampoco mostrar lo indicado a través de la historia. Sólo a modos de ejemplos recuérdese que la histeria era el cuadro dominante en la época de Freud, y lo es la depresión como también lo fue a fines del primer milenio de la era cristiana. Y es de imaginar que nadie pensará que tales cambios responden a causas genéticas, de la configuración familiar, etc.([7]).

Tampoco hace falta decir nada sobre cómo el erotismo, el tema de este Simposio, no sólo no es una excepción sino, al contrario, marcadamente afectado siempre por las formas culturales de cada momento histórico. No es entonces casual que un autor clásico sobre el tema como George Bataille lo analice a través de las mismas ([8]), lo que siempre debe hacerse con todo para así aterrizar en las señaladas situaciones concretas.

Es de imaginar que los asistentes a este Simposio conocen por lo menos algo de la/s teorías psicoanalítica/s, por lo que no se requiere reiterar lo ampliamente sabido de que el aparato psíquico se constituye con base en el paso del principio de placer al de realidad, formándose el Yo y Superyo con base en esta última, que a su vez formula planteos en torno al “destino de las pulsiones” (según título de la importante obra de Freud ([9]), promueve fantasías, indica “caminos” para su satisfacción, etc. Pero por tal amplio conocimiento sorprende -aunque no debería ser así para quienes no ignoren los caminos del campo psicoanalítico, sobre todo del definido como domesticado- que nada de ello se vea en la mayoría de los textos psicoanalíticos (sobre todo los actuales), que prefieren estudiar los árboles sin ver el bosque que los contiene, o “rumiar” de manera incesante sobre pequeños detalles que puedan impactar con frases altisonantes y supuestamente profundas, pero que en realidad vuelan por las galaxias y poco o nada dicen por desconocimiento y/o negación del contexto cultural en el que nos movemos ([10]).

Si por mucho tiempo, incluso siglos, los cambios culturales fueron muy lentos, luego han tenido una mayor rapidez que actualmente es vertiginosa, algo notorio para todos. Por razones de tiempo no es posible hacer una enumeración de ellos, pero sí es importante destacar la emergencia y peso de nuevas instituciones sociales -así como de importancia (sin perderla) de otras, entre ellas las religiosas y la misma familia-, sobre todo el de los medios masivos de difusión que hoy tienen un rol hegemónico incluso con un aporte sustantivo al proceso de constitución del mismo sujeto psicosocial, y que produce cambios muy importantes en toda la dialéctica social. Aunque sea como una breve información, es pertinente señalar que hace ya mucho tiempo uno de los proyectos de investigación que desarrollo es precisamente Medios masivos de difusión y formación psicosocial, que con marco teórico psicoanalítico -en la perspectiva aquí enunciada- busca conocer, con una visión transdiciplinaria, el aporte de ellos en la conformación del sujeto, problemática nada o muy poco abordada desde nuestra especificidad profesional y teórica ([11]) ([12]).

Sin tampoco poder desarrollar ahora los grandes cambios políticos, económicos, sociales, culturales y tecnológicos ocurridos en los últimos tiempos -sobre todo en las últimas décadas ([13])-, veamos algunas de ellos para ver sus consecuencias y efectos en los sujetos de nuestro tiempo, con la aclaración de que ellos se vienen produciendo desde tiempo atrás pero con un fuerte acrecentamiento actual.

En primer lugar observamos, modificaciones sustanciales en las dinámicas y estructuras de familias, parejas y relaciones afectivas de todo tipo (amistosas, amorosas, etc.); lo mismo en lo que se refiere a la sexualidad, tanto en la visión de la misma como en su práctica, algo que se ha acelerado notoriamente en pocas décadas desde la conocida como “revolución sexual” de los 50-60, con la llegada de una nueva y más permisiva “cultura” al respecto; algo muy importante es el reconocido incremento de lo que algunos sociólogos y analistas de las culturas definen como cultura del narcisismo (entre ellos, por sólo citar algunos, Lasch ([14]) y Lipovetsky ([15]).

Todo ello, y muchos otros aspectos, ha producido un notorio y conocido cambio en todo, y por tanto también en la sexualidad y el erotismo de nuestro tiempo. En forma muy rápida se produjo un alto grado de liberación y permisividad al respecto -por supuesto más respecto a la primera que sobre el segundo, de acuerdo a las conocidas diferencias y conceptualizaciones de ambos-, e inmensa si se lo compara con la represión de la época victoriana y décadas posteriores que nuestro respetado don Segismundo desarrolla en su obra, donde es de no olvidar que postula que una menor represión sexual disminuiría las neurosis. A modo de comparación respecto a esta afirmación es interesante recordar una pregunta planteada en un reciente artículo ([16]) en torno a si el actual avance científico y tecnológico permite que la gente viva más “feliz” y con una mejor “salud mental” (palabras confusas y polivalentes pero gráficas para lo indicado), lo que produjo fuertes y categóricas respuestas negativas.

Con similar sentido: ¿la liberación sexual -o desrepresión si se quiere- posibilita un más alto grado de erotismo y de satisfacción sexual, y menor de psico(pato)logía de acuerdo con los parámetros freudianos? Son de imaginar las respuestas, además de que la clínica y una amplia bibliografía son claras al respecto.

Y esto porque no puede pensarse sólo en la incidencia de la sexualidad -aunque la idea analítica de ésta es muy amplia- en la psico(pato)logía, al clásico estilo de los analistas esquemáticos, sino de múltiples otros factores, sobre todo socio-culturales, que hacen que la vida actual sea mucho más compleja y neurotizante (por decir lo menos, aunque también puede ser psicotizante).

El tiempo asignado en este Simposio a cada participación es muy poco para desarrollar una temática tan vasta, por lo que en vez de hacer afirmaciones categóricas al respecto es preferible plantear algunas observaciones que pueden servir para estudios e investigaciones psicoanalíticas mayores, que por lo indicado sólo pueden hacerse desde una perspectiva del psicoanálisis como la aquí planteada, o sea comprendiendo la vasta gama de factores culturales intervinientes.

Algunos de ellos, de los que no puede prescindir ningún estudio, son:

1) Hoy el mundo está lleno de erotismo, presunto o real, que puede verse en múltiples lados, pero sobre todo en unos medios masivos de difusión que se han convertido en las instituciones sociales hegemónicas del presente, y que están llenos de programaciones con estas características, hoy las más de las veces explícitas, sin olvidar los sitios de Internet que tienen un muy vasto público. Si bien en una amplia mayoría de los casos están más cercanos a la pornografía o se limitan a contenidos sólo sexuales -como en tantos otros casos es muy difícil establecer qué es cada uno y los límites entre ellos-, ello produce una notoria confusión en la mayoría de la gente. Máxime cuando la absoluta mayoría de esos contenidos están muy lejos de lo que puede entenderse como expresiones artísticas eróticas. De por sí es muy significativa la existencia y búsqueda de estos contenidos, que pueden verse como respuestas a necesidades no satisfechas, es decir que existirían en mucho menor cantidad si realmente hubiese una real liberación sexual y erótica ([17]).

2) Pero ¿existe una liberación sexual, se trata en realidad de una liberalización, y cuáles son sus sentidos y límites? Como una aproximación a la búsqueda de respuestas a esas preguntas, hasta el final de este segundo punto se transcriben partes de un artículo publicado hace unos años ([18]).

No es necesario decir mucho para algo suficientemente conocido, donde de distintos grados de represión de la sexualidad (con ejemplos extremos en la citada moral victoriana en la época freudiana, o de distintas religiones en el pasado y de hoy como los casos del catolicismo o protestantismo en occidente y de las posturas fundamentalistas islámicas en Oriente), a veces se pasa al extremo opuesto donde las palabras liberación y liberalización sólo difieren en cuatro letras pero con enormes significaciones.

Ya hace varias décadas Marcuse, uno de los más lúcidos y destacados estudiosos de la realidad contemporánea -y profundo conocedor del psicoanálisis-, describe este proceso en una obra fundamental que debería ser recuperada:

El «principio de placer» absorbe el «principio de realidad», la sexualidad es liberada (o, más bien liberalizada) dentro de las formas sociales constructivas. Esta noción implica que hay modos represivos de desublimación, junto a los cuales los impulsos y objetivos sublimados contienen más desviación, más libertad y más negación para conservar los tabúes sociales […] Se ha dicho a menudo que la civilización industrial avanzada opera con un mayor grado de libertad sexual; «opera» en el sentido que ésta llega a ser un valor de mercado y un elemento de las costumbres sociales. Sin dejar de ser un instrumento de trabajo, se le permite al cuerpo exhibir sus caracteres sexuales en el mundo de todos los días y en las relaciones de trabajo. Este es uno de los logros únicos de la sociedad industrial, hecho posible por la reducción del trabajo físico, sucio y pesado; por la disponibilidad de ropa barata y atractiva, la cultura física y la higiene; por las exigencias de la industria de la publicidad, etc. Las atractivas secretarias y vendedoras, el ejecutivo joven y el encargado de ventas guapo y viril, son mercancías con un alto valor de mercado, y la posesión de amantes adecuadas -que fuera una vez la prerrogativa de reyes, príncipes y señores- facilita la carrera de incluso los empleados más bajos en la comunidad de los negocios […] El sexo se integra al trabajo y las relaciones públicas y de este modo se hace más susceptible a la satisfacción (controlada) […] El grado de satisfacción socialmente permisible y deseable se amplía grandemente, pero mediante esta satisfacción el principio de placer es reducido al privársele de las exigencias que son irreconciliables con la sociedad establecida. El placer, adaptado de este modo, genera sumisión ([19]).

Se trata, en definitiva y de acuerdo a las premisas de Marcuse, de un fundamental cambio, pero que él adecuadamente ubica en su lugar sin creer que tal liberación, en un terreno específico aunque importante, implique una liberación en un sentido general. Tal como lo fundamenta en un trabajo posterior

Los intereses creados desarrollan y modelan las necesidades y los modos de satisfacción de la sociedad para que puedan servir a la reproducción de dichos intereses. Más allá del nivel animal y de la satisfacción de aquellas necesidades vitales que son comunes a todos y que deben satisfacerse en cualquier sociedad, las necesidades humanas se desarrollan y modelan sistemáticamente. Las necesidades así controladas y dirigidas se satisfacen, y de este modo la satisfacción y la libertad establecida militan en contra del cambio social porque ahora la gente es libre de satisfacer mayor número de necesidades en mayor proporción que antes, no sólo en el nivel biológico sino en el cultural, y disfruta de la satisfacción de las mismas, lo cual puede hacer porque la forma represiva en que se desarrollada es introyectada por los individuos de tal modo que ellos quieren y desean «espontáneamente» lo que se pretende que quieran y deseen, todo en beneficio del sistema establecido […] En otras palabras, tanto las nuevas necesidades y satisfacciones como las nuevas libertades que ofrece la sociedad tecnológica, operan contra la auténtica liberación del hombre; son las que vuelven contra el hombre sus facultades físicas y mentales y aun su energía instintiva[20].

Por supuesto que esta fundamental aclaración no limita el valor ni la importancia de la “liberación” sexual, pero no debe hacer creer, como ocurre demasiado, que tal liberación es la liberación humana en un sentido amplio, ni tampoco que siempre lo es en el mismo sentido sexual y/o erótico. Máxime cuando, como también ocurre demasiado y específicamente en el caso de la sexualidad contemporánea, hasta se llega a situaciones como la mencionada entre liberación y liberalización. Efectivamente, hoy no es ninguna exageración decir que todo, o al menos una parte muy importante de las actuales formas de vida están sexualizadas, lo que fácilmente puede verse en la publicidad, series y programaciones televisivas, películas, vida cotidiana, etc., donde no sólo aparecen imágenes inimaginables hace pocas décadas, sino incluso expresiones de sexualidad abierta en canales porno o sistemas telefónicos supuestamente limitados.

Pero no se trata únicamente de mostración sino de concreción en la vida diaria, donde hoy los vínculos sexuales son comunes desde una edad mucho más temprana que antes. Que quede claro: no se trata de una crítica moralista como las de múltiples marcos religiosos o entidades muy conocidas que pretenden volver a la sexualidad reprimida, a la castidad femenina hasta el momento del matrimonio, a la búsqueda de la pareja única hasta la muerte, al retorno a la sexualidad sólo al servicio de la reproducción y no del placer, etc. Sino sólo resaltar que en múltiples casos -fomentados por la cultura actual en general y de los medios de difusión en particular-, la sexualidad se ha convertido desde una expresión del «hedonismo epidérmico» de nuestra época («vivir el momento») donde se disocia de todo vínculo emocional significativo, hasta una simple mercancía en el mercado de los intereses personales de todo tipo (laborales, políticos, etc.).

De esta manera con este uso de la sexualidad puede caerse -por supuesto de ninguna manera debe pensarse que siempre es así- en una verdadera alienación a esta expresión, con las consecuencias también conocidas, a más de la señalada confusión de lo que puede entenderse como liberación. Es por esto que la autora del libro «El enigma sexual de la violación» expresa en un reportaje que «ojalá el sexo volviera a formar parte de las cosas que nos son sagradas»[21], no en el sentido místico ni represivo del término sino en el de fuertes e importantes significaciones, hoy en importante medida perdido por lo que se ha convertido su uso, en múltiples casos abaratado por todo lo señalado. Como ocurre en todos los casos también aquí habría que distinguir entre «libertad» sexual y «libertinaje» -aunque aquí también es evidente la dificultad en señalar sus límites-, con las consecuencias que este último puede producir en la propia persona y sus vínculos afectivos.

También debe quedar claro que la liberación sexual, en el sentido de una mayor apertura a su ejercicio, tiene actualmente importantes limitaciones que no pueden olvidarse. Entre ellas que no es general en todas las sociedades: la gran apertura que tiene sobre todo en los países desarrollados occidentales se limita bastante no sólo en sociedades con diferentes características tradicionales y/o fundamentalistas (casos extremos de la iraní o de los afganos talibaneses), sino también en la múltiples sectores de países del Tercer Mundo donde sigue primando fuertemente la postura machista, dependencia aceptada de la mujer, etc.

Otra limitación tiene que ver con la realidad en que se viven las prácticas sexuales, dónde no siempre la aceptación de su realización implica una satifacción sino se limita al cumplimiento de un «deber», de las normas y/o modas imperantes, al «hay que hacerlo porque todos lo hacen», o se practica dentro de los clásicos cánones del rol femenino tradicional dependiente. Los casos son mucho mayores a los imaginables, lo que claramente se observa en la práctica clínica psicoterapéutica, psicoanalítica, etc., e incluso se habla ampliamente en conversaciones cotidianas, se plantea en «consultorios sentimentales» (ahora también «sexológicos») de revistas o programas tipo «reality shows», etc.

Y una tercera limitación es que la -supuesta o real- liberación muchas veces se restringe al plano de la genitalidad, es decir sin la inclusión de las etapas sexuales previas constitutivas de la sexualidad total. Más allá de las posturas en gran medida utópicas que formula Marcuse en otra obra[22], ya previamente Freud había señalado que, incluso en un desarrollo normal sin fijaciones previas, las tendencias pregenitales nunca desaparecen sino que se mantienen, aunque supeditadas a la primacía genital pero sin dejar de tener un peso. Y en 1931 escribió que una tipología psicoanalítica debía basarse en aspectos libidinales, presentando los tipos erótico (cuyo interés primordial se vuelca hacia la vida amorosa), compulsivo (con predominio del superyó) y narcisista («No hay en él ninguna tensión entre el yo y el superyó […] ningún hiperpoder de las necesidades eróticas; el interés principal se dirige a la autoconservación”). Pero luego de comprender que los casos mixtos (erótico-compulsivo, erótico-narcisista, narcisista-compulsivo) son más frecuentes que los puros culmina su planteo:

Alguien podría creer que haría una broma preguntando por qué no se menciona aquí otro tipo mixto teóricamente posible a saber, el erótico-compulsivo-narcisista. Pero la respuesta a esa broma es seria: porque semejante tipo ya no sería tal, sino que significaría la norma absoluta, la armonía ideal. Aquí uno se percata de que el fenómeno del tipo se engendra justamente porque de las tres principales aplicaciones de la libido dentro de la economía anímica se favoreció a una o dos a expensas de las restantes[23] (Freud, 1976; 220-21).

Esto por supuesto puede vincularse con todo lo polémico de la diversidad sexual, pero aun sin ello es evidente que gran parte de la sexualidad actual se restringe a la conocida como «normal», es decir a la genital, y sólo excepcional y minoritariamente a otras de zonas libidinales diferentes.

3) Lo mismo que en muchos otros aspectos, los medios muestran modelos ideales o fantaseosos muy alejados de la realidad y/o posibilidades reales, con la consiguiente frustración o niveles de depresión cuando no se alcanza lo mostrado o se compara con lo que se tiene. Esto se presenta tanto respecto a aventuras, bienes materiales y mujeres o galanes de gran belleza pero distantes de lo que son la mayoría de las personas, y ya ni hablar de lo que se muestra en torno a relaciones de pareja, romances y acciones sexuales y eróticas. Aquí es de recordar que dos investigadores de nuestro campo comprobaron que el aumento de nada menos que el 100% en niveles de depresión en mujeres campesinas morelenses era causado por ver en televisión mujeres de otro tipo, muy diferentes a ellas, y a creer que no podían salir de su situación[24]. Esto puede también vincularse con los aspectos sexuales y eróticos.

4) Las tendencias narcisistas predominantes en nuestra época -no en el sentido estricto psicoanalítico del término, sino más bien como posturas individualistas, egocéntricas, etc-, dificultan o impiden un verdadero vínculo erótico.

5) Es sabido que lo que puede ser visto o entendido como valioso o progresivo de algo, puede no serlo en otro: caso, por ejemplo, de muchos de los actuales vínculos familiares y de pareja, ya no pensados “para toda la vida” sino mientras se mantenga un importante nivel afectivo, pero que, como contraparte, no otorgan a sus integrantes (sobre todo hijos) la seguridad que ofrecen las anteriores que, por supuesto, no han desaparecido.

Respecto a nuestro tema pasa algo no igual pero parecido: la actual permisividad sexual facilita el vínculo -a veces sin niguna dificultad, o sea con escaso o nulo esfuerzo, sea por ser usado como camino de ascensos, prenda de “cambios” o simple satisfación corporal mometánea-, pero pagando el precio de que la relación carece o tiene pocas significaciones emocionales, con todo lo que esto implica. Situaciones que una sexóloga argentina resume diciendo que “ya no se coge como antes”, y que el citado Lasch expresa en diferentes partes de La cultura del narcismo de manera clara y contundente:

  • Hombres y mujeres buscan ahora el placer sexual como un fin en sí mismo, no mediatizado por los adornos del enamoramiento (p. 233).
  • El sexo validado en sí mismo pierde toda referencia al futuro y no conlleva esperanza de vínculo permanente (p. 234).
  • Promiscuidad relajada como patrón de las relaciones sexuales normales (p. p. 234).
  • Para controlar emociones se cultiva una superficialidad y cínico desapego, que se convierte en habitual (p. 237).
  • Relaciones actuales más riesgosas no representan garantía de permanencia. Afloran formas de desapego emocional (p. 242).
  • Aumento de gente que vive sola refleja la la preferencia por la autonomía individual, pero también una rebelión contra nexos emocionales (p. 248).

En esta misma perspectiva no puede dejar de señalarse como la vida actual está cada vez más penetrada y atravesada por múltiples herramientas tecnológicas de todo tipo, y el erotismo y/o sexualidad no escapa a ello: no sólo instrumentos que permiten o acrecientan determinados grados de “satisfacción” individual, sino ahora cada vez más fármacos o medicamentos que permitan a cada vez más personas “superar”, al menos físicamente, algunos problemas (caso de estimulantes sexuales, Viagra y otros para la disfunción erectil, otro producto en desarrollo para aumentar el tiempo en la eyaculación precoz…). En torno a su uso, con ellos pasa algo similar a lo que ocurre con los psicofármacos, terreno incuestionablemente polémico: pocos dudan de su efectividad en muchos casos (no en todos), pero la discusión no es sobre ello sino respecto a que esos productos van al aspecto físico-biológico y no a las razones psíquicas y emocionales, cuando las hay, que inhiben, en estos casos, la realización sexual y/o erótica, actuando por tanto como “calmantes” de una situación, es decir con sus “ventajas” para quienes pueden así sobrellevar una realidad nada grata, pero sin cuestionar causas profundas a las que de cualquier manera difícilmente serían accesibles (análisis, psicoterapias, etc.) para las grandes mayorías que las sufren. Es por tanto una nueva problemática que no pueden desconocer quienes pretendan estudiar la sexualidad y el erotismo de nuestra época concreta.

6) El señalamiento anterior a los calmantes inevitablemente remite a lo planteado por Freud[25], un aspecto central para la comprensión de la dialéctica del sujeto en todo marco social, y más en los actuales donde existe una gran oferta de ellos prácticamente para todo. Desde este punto de vista no puede dejar de verse como también la sexualidad y el erotismo son unos productos más del circuito comercial en múltiples facetas, pero también es desplazado hacia infinidad de objetos y aspectos: automóviles[26], tecnologías, rapidez para todo, religiones (viejas y nuevas), etc. En este sentido es de reconocer la capacidad del modelo económico-social -algo por otra parte nada nuevo pero reforzado por una vasta gama de conocimientos teóricos y empíricos- para ofrecerlos con base en la comprensión de las “necesidades” de la gente, “necesidades” a su vez en gran medida creadas tanto por razones de producción como para tal consumo de “calmantes”.

7) Tampoco debe olvidarse una importante paradoja. Durante muchos siglos el erotismo estuvo limitado porque la vasta mayoría de la población del mundo colocaba la mayor parte o toda su energía en el trabajo como forma de subsistencia -salvo, claro, sectores minoritarios como las realezas y elites-, y el sustantivo cambio que se produjo al respecto fue cuando comenzó a existir una producción suficiente o incluso excedente en general; ello significó la reducción del tiempo de trabajo, el aumento del tiempo libre o de ocio, y por tanto también un desarrollo del erotismo impensable en tiempos anteriores (sin olvidar lo antes indicado del peso de las nuevas tecnologías y los medios que posibilitan su actual difusión masiva).

Pero en los últimos tiempos el abandono del conocido como Estado de Bienestar y su reemplazo por el modelo neoliberal ha producido las conocidas situaciones de la necesidad de intensificación de los niveles de rendimiento y de producción como requisitos de una feroz competencia -neodarwiniana según algunos-, y la reducción de niveles de ingresos en la mayor parte de la población (sobre todo sectores populares y medios). Por estas razones, así como la necesidad de mayor dinero para poder acceder al actual consumo de productos nuevos -a veces sofisticados-, su constante recambio, modas, etc., obligan a un importante cambio, o sea a la intensificación de los niveles de trabajo, sea para simple y elemental subsistencia, o para incesante búsqueda de ascenso en la prámide laboral y social.

El trabajo arduo se ha convertido nuevamente en el centro de la vida -con todo lo que esto significa para el erotismo-, e incluso objeto erótico en sí mismo, al menos para muchas personas y sectores (ejecutivos, etc.). Un claro signo de esta importancia trabajo, y la subordinación de lo emocional, lo indica nuevamente Lasch: “En los 50 era importante una mujer atractiva para la carrera; hoy se advierte a los ejecutivos del conflicto serio entre el matrimonio y una carrera ejecutiva” (p. 87). Por supuesto que respecto a esto pueden hacerse diferentes comentarios -que matrimonio y erotismo pueden ser cosas distintas, el ver a una “mujer atractiva” como adorno, etc.-, pero más allá de todo esto está el nuevo papel que cumple el trabajo, que llega a significar desde el práctico abandono del tiempo libre[27] hasta una gran limitación y postergación de los vínculos afectivos por la a veces excesiva entrega a las actividades laborales[28].

8) Como último punto de este incompleta enumeración hay también que recordar que muy conocidos problemas de nuestro tiempo son el marcado incremento de la soledad, la incomunicación y la depresión. Queda a cargo del lector de estas páginas y de estudiosos de esta problemática, las relaciones que pueden establecerse con las características y niveles del erotismo de nuestra época, los altos grados de búsqueda de sexualidad y pornografía, etc.

Todo lo aquí expuesto debe verse como un conjunto de aspectos centrales, y seguramente polémicos, para el estudio e investigación del tema que nos reúne, presentados de una manera más coloquial que organizada de acuerdo a los parámetros académicos formales. Para terminar es importante señalar que de manera alguna es una visión completa de la problemática abordada, que por tanto seguramente faltan otros aspectos, y que por las conocidas limitaciones de los tiempos asignados a cada ponente lo abordado ha sido en términos muy generales, que requieren de seguimiento y profundización.

Notas

[1] Esto posteriormente se confirmó, aunque algo se planteó en términos muy genéricos como contexto en una de las intervenciones de la primer mesa.

[2] Entre ellos: Normalidad, conflicto psíquico, control social, Plaza y Valdés/UAM-X, México, 1ª ed. 1990, 2ª ed. 1996; “La relación hombre-cultura: eje del psicoanálisis”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 1, 1991 (y reproducido en la 2ª ed. del libro anterior); La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valdés, México, 1ª ed. 2001, 2ª eed. 2004; etc. Una recopilación de artículos con esta perspectiva está planeada para la publicación por “Carta Psicoanalítica” del libro digital Ensayos desde un psicoanálisis no domesticado (título provisorio).

[3] El subrayado de los es para reforzar lo indicado de que desde hace mucho tiempo, y continúa hoy, con el psicoanálisis pasa algo similar a lo que siempre con todo tipo de conocimientos y posturas de todo tipo, sobre todo los más o menos exitosos: el surgimiento de escuelas, tendencias, etc. que incluso pueden llegar a ser muy diferentes entre sí aunque tengan ejes similares.

[4] Sociedad, salud y enfermedad mental, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1973, con ediciones posteriores -que incluyen diferentes Apéndices- en la Universidad Autonoma de Puebla (1976) y Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco (1981). En el ya citado Normalidad, conflicto psíquico, control social es sólo el primer capítulo de un texto con varios más

[5] Sobre esto recuérdese lo planteado por Deleuze y Guattari en El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, Barral, Barcelona, 1973 (ediciones posteriores en Paidós).

[6] Algunas relaciones entre ambos -neoliberalismo y posmodernidad- pueden verse en el libro La salud mental e el neoliberalismo, ob. cit.

[7] El peso de la depresión a fines del primer milenio fue por la idea dominante de que la llegada del siguiente implicaba el fin del mundo, y hoy es por razones muy diferentes de las que algo, muy poco, se verá más adelante. Sobre todo esto es interesante ver el acucioso texto de Rosen, George, Locura y sociedad. Sociología histórica de la enfermedad mental, Alianza Editorial, Madrid, 1974, e importantes textos de Foucault, entre ellos Historia de la locura en la época clásica, dos tomos, Fondo de Cultura Económica, México, 4ª reimp., 1986.

[8] Bataille, G., Breve historia del erotismo, Caldén, Montevideo, 1970.

[9] “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, tomo XIV, que en la versión española de Biblioteca Nueva aparece como “Los instintos y sus destinos”.

[10] Es muy interesante e importante ver como posturas de este tipo hoy son predominantes en los discursos de las llamadas “ciencias” sociales, como siempre lo fueron en el psicoanálitico pero en este último hoy adoptando nuevas formas acordes a los tiempos posmodernos y neoliberales. Al respecto véase un desarrollo más amplio en mi ensayo “Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 14, 2000, reproducido en el libro La salud mental en el neoliberalismo, ob. cit. Respecto al campo de la comunicación, “Los estudios e investigaciones en comunicación en nuestros tiempos neoliberales y posmodernos”, en Solís Leree (ed), Anuario de Investigación de la Comunicación VII, Coneicc/UAM-X, México, 2001. Las marcadas diferencias entre los intereses académico-intelectuales actuales con los imperantes décadas atrás, en “Proyectos, subjetividades e imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamérica”, revista Argumentos, UAM-X, México, Nº 32-33, 1999.

[11] Resultado de esta investigación han sido numerosos escritos y presentaciones en eventos psicoanalíticos y comunicológicos. El más completo es el libro Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formación psicosocial, 1ª ed. Nuevomar, México, 1984; 2ª ed. Pangea/Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, 1988; 3ª ed. (ampliada) Plaza y Valdés, México, 2005. Respecto a la relación medios- familia y sus vínculos, pesos y dinámicas, véanse “Familia y tele en la estructuración del Sujeto y su realidad”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 5, 1995; y “Televisión y familia en la formación del sujeto”, en Lozano, José Carlos, y Benassini, Claudia (ed.), Anuario de Investigación de la Comunicación V, Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación (Coneicc)/Universidad Iberoamericana, México, 1999.

[12] Aunque sólo parezca algo anecdótico, pero en realidad muy representativo de los escasos vínculos entre disciplinas distintas pero muy relacionadas, es interesante señalar que muchas veces se me ha visto y ve como comunicólogo en reuniones psicoanalíticas, y a la inversa en las de comunicación, llegándose a presentarme en una de éstas últimas, aunque haya sido en broma, como un “psicoanalista infiltrado en la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC)”.

[13] Una clara idea acerca de la rapidez de los cambios que se producen en algunos ámbitos, es que hace no mucho tiempo se calculaba que cada diez años se duplica el conocimiento que se tenía desde el comienzo de la historia, algo que ahora se reduce a cada cinco años. Aunque puede pensarse que ello ocurre de manera central en los campos de las ciencias duras y de la tecnología, y no en las sociales y humanísticas.

[14] Lasch, Christopher, La cultura del narcisismo, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1999.

[15] Lipovetzky, Gilles, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama, Barcelona, 3ª ed., 1988.

[16] Galeano, Jorge; Guinsberg, E. y Matrajt, Miguel, “¿El progreso nos hace más felices? Adelantos tecnológicos, salud mental y calidad de vida”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 17, 2001.

[17] Producto de esto y los planteos siguientes, en el debate posterior correspondiente a esta Mesa se consideró que hubo una propuesta de censura a los contenidos pornográficos, algo que nunca fue planteado. Al contrario, se respondió que un claro ejemplo al respecto fue el “destape” producido en España luego de la caída del franquismo, que tuvo un extremo del que luego del mismo se volvió a los cauces “normales” (más allá de lo que se entienda por esto). De cualquier manera es de reiterar que el alto consumo de contenidos de tal naturaleza -pornos y sexuales- debe verse como un síntoma o analizador de las condiciones reales de los sujetos en particular, y de la población en general, respecto al grado de liberación o frustración de sus deseos y aspiraciones sexuales.

[18] Guinsberg, E., “Fantasías (tal vez delirantes) acerca de lo que hoy diría Freud sobre sexualidad”, en Jáidar, Isabel (comp), Sexualidad: símbolos, imágenes y discursos, Area Subjetividad y Cultura, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, 2001.

[19] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Origen-Planeta, México, 1985, p. 102, 104 y 105, cursivas mías.

[20] Marcuse, H., Eros y civilización, Joaquín Mortiz, México, 1986, p. 54, cursivas mías.

[21] Hercovich, I., en revista Campo Grupal, Buenos Aires, Nº 20, 2001, p. 3.

[22] Marcuse, H., Eros y civilización, ob. cit.

[23] Freud, S., “Tipos libidinales”, en Obras completas, ob.cit., tomo XXI, p. 220-221.

[24] Matrajt, Miguel, y Reynaud, Cécile, “Salud mental ocupacional en el campesino”, revista Tlacayeliztli, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Cuernavaca, Nº 1, 1987.

[25] “La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla no podemos prescindir de calmantes. Los hay, quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras, que nos vuelvan insensibles a ellas. Algo de este tipo es indispensable”. Freud, S., El malestar en la cultura, tomo XXI, p. 75, subrayado final mío.

[26] Véase mi breve trabajo “Apuntes sobre psicopatología de nuestra vida cotidiana/2. Adicción y fetichismo al automóvil”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 9, 1997.

[27] En un artículo publicado hace no muchos años (“Memorias de la abundancia”, revista Nexos, México, Nº 232, 1997, p. 43) Hans Magnus Enzersberger considera que a lo largo de toda la historia se consideró como lujos la posesión de bienes materiales (palacios, grandes casas, joyas, etc.), pero para importantes sectores actuales, incluyendo los de de riqueza y poder, lo es el tiempo libre.

[28] En este contexto hay que reinterpretar el sentido de las actividades sexuales que ofrecen algunas empresas (y subsidian) a sus empleados de alto nivel, la facilidad de acceso a esos “bienes de consumo”, etc., y seguramente hay que ver cuánto tienen de simple sexualidad y cuanto de erotismo.