Recuerdo o repetición. Una aproximación fenomenológica

 Francisco Mancera

  1. Ante la imposibilidad del encuentro amoroso con una bella mujer llamada Faustine y después de interminables reflexiones obsesivas sobre todo cuanto se le aparecía, una certeza terrible llega para modificar radicalmente el reducido mundo insular habitado por el fugitivo y paranoico personaje de la Invención de Morel. Sobreviviente en una isla inhóspita donde inexplicablemente aparecen personajes de opereta, el fugitivo-paranoico, narrador y personaje también, descubre que en ese espacio alucinante coexisten formas y figuras reales con representaciones tridimensionales creadas por una maquina que funciona según el movimiento de las mareas. La Invención de Morel lleva hasta al delirio la voluntad humana de representación del mundo; aspiración tan vieja como el amanecer del lenguaje y de la magia, de tratar de conseguir a toda costa la identidad entre la cosa y la representación de la cosa; curiosa, pero constante en la historia de la civilización, es esta combinación ésta de anhelos arcaicos y de avance tecnológico.

Creada a partir de principios fotográficos para captar todas las posibilidades de expresión y de presencia de lo existente para disolver su materialidad y transformar lo real en imagen, la maquina anuncia el advenimiento de una hiperrealidad donde el orden de los simulacros desplaza el orden de lo real; ese mundo de espectros que invade la soledad del fugitivo posee una lógica cinematográfica, donde el fin de una secuencia marca inevitablemente el reinicio de la trama, repitiendo una y otra vez, en un tiempo carente de pasado y de futuro, escenas, situaciones, palabras, gestos, afectos. Se trata, dice el narrador, de una repetición eterna, atroz, pero misteriosamente satisfactoria para esos sujetos virtuales; en ellos se expresa esa tendencia demoníaca de insistir en la circularidad del placer, del pasado, de la pasión y del sufrimiento.

Bajo esta impresión delirante, la Invención de Morel nos invita a pensar la presencia de un fenómeno que pone a prueba la comprensión de aquellos aspectos más enigmáticos de nuestro comportamiento moral y psicológico así como de las constelaciones histórico-culturales y la dinámica misma de la naturaleza: se trata de la repetición, un problema que de inicio se nos aparece en fronteras conceptuales o valorativas poco definidas; es cierto que no existe ninguna semejanza entre el Dios de Kierkegaard, el eterno retorno de Nietzsche, la compulsión repetitiva de Freud, la fenomenología de la religión de Mircea Eliade y los estratos de tiempo de Koselleck, pero todos ellos coinciden de distinta manera en la fuerza, en lo terrible, en lo inevitable, en lo positivo y negativo de la repetición.

  1. Si de inicios se trata, podemos pasar a revisar las cosmologías de oriente para saber que la imagen según la cual el universo nace y perece en una sucesión cíclica es tan antigua como la idea de la existencia de un sentido en el tiempo humano donde tiene lugar una la lucha de dimensiones cósmicas entre el bien y el mal. Si las religiones del eterno retorno como el hinduismo o el budismo, hacen pasar a la humanidad a través de una serie de ciclos que se repiten eternamente, y aún en el pensamiento griego encontramos, debido sin duda a la fascinación de esta civilización por la forma, la armonía y el carácter cíclico de la naturaleza, cierta doctrina del eterno retorno o sucesión cíclica de los mundos, la tradición judeocristiana, por el contrario, nunca pudo admitir la idea de un eterno retorno -salvo sus honrosas y heréticas excepciones en la alta edad media; para el judeocristianismo lo que pasa no vuelve a pasar porque es un momento necesario de ese drama comprendido en el plan de la divinidad donde todo apunta, más bien, al fin apocalíptico de los tiempos.

En la imagen del mundo que el pensamiento moderno insistió formarse como la mejor y única posibilidad histórica para la civilización occidental en un momento donde la capacidad de las fuerzas productivas anunciaban el advenimiento de Jauja, dominó la idea de que el tiempo del mundo de atenía a una dinámica donde los eventos en su totalidad se sucedían lineal y progresivamente. El perfeccionamiento de la especie se presentaba como destino ineluctable, pero esta idea si bien llevaba en su interior tanto espíritu de utopía de la modernidad también estaba presente el germen ideológico de su destrucción. El novum como axioma de esta imagen del tiempo no dejaba lugar para que en la experiencia y en la historia se registraran formas, fenómenos y estructuras que se atuvieran a la permanencia, a la insistencia de los ciclos, a la repetición. El absolutismo de la idea de progreso quintaesenciaba el espíritu de una época enamorada de si misma. Pero este esquema no resistió el colapso de su fundamento civilizatorio y aparecieron en el escenario de las ideas otras aproximaciones al problema del tiempo. En el terreno de la física teórica, por ejemplo, el antes y después ofrecidos por la idea de progreso estalló con la idea de la coexistencia de infinidad de temporalidades relativas, idea que en el estudio del tiempo histórico se asociaba más bien a la intrincada duración y a la conflictiva coexistencia de estructuras y formas culturales; disimultaneidad de lo simultáneo llamó Ernst Bloch a la presencia de residuos económicos e ideológicos de épocas antiguas en el presente; estructuras, obras, aspiraciones y proyectos que conservan un significado y que son reproducidos aún después de desaparecidos sus fundamentos materiales. Así, el presente se asemeja a un montaje artístico donde objetos espacial y temporalmente alejados, se aproximan, y otros que se encuentran próximos se alejan. Bajo esta plataforma explico, nada más y nada menos que el pasaje atroz del nazismo como una arcaísmo de la civilización empeñada en repetir el esquema básico del dominio y la violencia hacia lo Otro.

Para Koselleck, el tiempo del mundo está constituido, básicamente, por tres estratos que remiten a formaciones geológicas que alcanzan distintas dimensiones y profundidades. El primer estrato es la unicidad; se trata de acontecimientos vividos como sorprendentes e irreversibles; cambios que liberan precedentes estancados, y que valen tanto para los descubrimientos técnicos, las crisis económicas, políticas, militares o de experiencia biográfica. El progreso es pensable porque el tiempo, en la medida en que transcurre como sucesión de eventos únicos libera innovaciones sustanciales. Pero la unicidad es la mitad de la verdad, ya que toda historia descansa sobre estructura de repetición. Sin retorno de lo mismo son imposibles los acontecimientos únicos, ejemplo de ello es la relación entre el habla y el lenguaje; los actos únicos del habla se apoyan en la repetición del lenguaje, que se actualiza constantemente en el habla y que se modifica a si mismo. Otro estrato del tiempo que nos remite a una muy larga duración se registra en los fenómenos que rebasan la experiencia de individuos y generaciones. En el plano biológico el círculo de la vida y la muerte que no se han modificado, para el género humano, en por lo menos dos millones de años. En el plano cultural, existen posibilidades de repetición transhistóricas y a ellas pertenecen las verdades religiosas, los comportamientos mágicos y los mitos.

  1. El orden del mundo, el cosmos, es una posibilidad de contenido que se ha expresado a lo largo de la historia de la civilización a través de entidades mágicas, figuras divinas, formas artísticas, axiomas matemáticos o concepto filosóficos. El absolutismo de la realidad, como denomina Hans Blumenberg a la presión del medio sobre la vida del hombre, es superado por la actividad intelectiva del espíritu que realiza así una posibilidad de cosmos para transforma el mundo en imagen del mundo. El mito piensa y de crea una imagen del mundo, pero también es una realidad que fundamenta todas las posibilidades de la vida. En términos narrativos es un relato de acontecimientos que tuvieron lugar en el tiempo primordial; el tiempo del origen y la creación. La totalidad de los hechos que conforman el mundo fueron posibles debido a la presencia de seres sobrenaturales y el mito cuenta su creación y en ese sentido narra como una realidad ha llegado a la existencia, pero todo lo míticamente sucedido es susceptible de repetirse por la fuerza del rito. La condición de posibilidad de la permanencia del encantamiento mítico -que a su vez es la condición de posibilidad de la pervivencia del cosmos natural y social- es la re-presentación o repetición de los hechos que dieron origen a lo que es-. Aquí, entonces, repetir significa reiterar ritualmente un acto creador, es decir representar el mundo en forma mitológica. A estas repeticiones rituales del mito se les denomina fiestas y su esencia es la escenificación de una trama donde se conjuga estrambóticamente danza, canto, comida, bebida, exceso, paroxismo colectivo, agotamiento y revitalización. Es el momento de la radical transfiguración del mundo, de las cosas y de los hombres, donde lo imaginario se vive como absolutamente real y donde lo real pasa a segundo orden en el acontecer.

Así, toda repetición ritual, como la fiesta y las distintas representaciones de retorno al origen, inauguran un nuevo ciclo, se reinicia la creación del mundo y ello cumple una cierta función terapéutica; recrea, recompone, reactiva la vida, expulsa el mal y la debilidad que acumula todo organismo.

  1. A la luz de estas consideraciones sobre la representación de lo sagrado, podríamos leer el significado de la fuerza telúrica de la doctrina de la muerte de Dios y del advenimiento del Superhombre de Nietzsche; su pensamiento, con su grandeza y su desfallecimientos, constituye sin duda la respuesta más radical al desencantamiento del mundo operado en la modernidad; representa el momento extático que quiere refundar todos los parámetros de la vida y superar la decadencia producida por el endiosamiento de la razón y la ciencia que eliminó la supremacía de los dioses y la sacralidad del mundo, pero ese momento esperado de paroxismo y de metamorfosis profundas sólo puede experimentarse colectivamente, vivirlo en soledad supone el enorme riesgo de perderse en la locura.

En la tercera parte de Así habló Zaratustra, se anuncia proféticamente, porque es este ya el tono de Nietzsche, el de la profecía, el más oscuro de sus pensamientos, el eterno retorno de lo igual. Zaratustra, el maestro, el sacerdote, piensa el tiempo del mundo como eterno retorno, pero su visión profética la expone más como un enigma que como un tema resuelto: Si la condición de posibilidad del superhombre es la muerte de Dios y de la muerte de Dios el conocimiento de la voluntad de poder, de ésta es el correr del tiempo; lo que existe es como estando en el tiempo, pero no en el tiempo lineal, homogéneo y vacío del progreso sino como estando un tiempo extraordinario, infinito, compuesto de múltiples ahoras, instante situados entre las dos calles del tiempo, entre pasado en si infinito y un futuro en si infinito.

«Mira, nosotros sabemos lo que tu enseñas; que todas las cosas retornan eternamente y nosotros mismos con ellas, y que nosotros hemos existido ya infinitas veces, y todas las cosas con nosotros. Tu enseñas que hay un gran año del devenir…: una y otra vez tiene que darse la vuelta, lo mismo que un reloj de arena, para volver a transcurrir y a vaciarse: de modo que todos estos años son idénticos a sí mismos, en lo más grande y también en lo más pequeño: de modo que nosotros mismo somos idénticos a nosotros mismos en cada gran año en lo más grande y también en lo más pequeño». [1]

La repetición de lo mismo no significa identidad numérica de un fenómeno que se reitera sino a la mismidad de significado y sentido que subyace en una sucesión de eventos diferentes y diversos pero que no es una secesión rectilínea, sino que elimina las nociones básicas de lo anterior y lo posterior para instalarnos en un gran tiempo que no tiene más precedente en la historia del pensamiento que la temporalidad cerrada y hermética de las doctrinas de oriente. La imagen del reloj de arena expresa el deslizamiento intratemporal que se puede repetir eternamente pero en distintos momentos de tiempo que confluyen en este Gran año, el gran tiempo donde todo retorna, todo se rompe y se une, donde todo muere y florece, incluso él tiempo mismo.

  1. Para finalizar con esta nota detengámonos en Más allá del principio del placer, sin duda el texto más especulativo y menos hermenéutico de Freud. Su tema, una pulsión silenciosa que va a modificar lo que hasta ese momento, es decir hasta antes de 1920, eran los fundamentos del psicoanálisis. Su autor nunca se alejó tanto, como en esta obra de transición, de la teoría cuantitativa de las pulsiones para incursionar en un terreno cuyos precursores fueron Goethe y los Sturm und Drang. Entre las más inusuales reflexiones metabiológicas aparece la pulsión de muerte y con ella, una reinterpretación de la semántica del deseo y la posibilidad de reformular sus ideas sobre la cultura. La presencia ontológica de un impulso hacia lo no vivo, curiosamente no tiene en este texto una connotación negativa, por el contrario, es en si mismo un principio positivo. El análisis de la pulsión de muerte, su relación con la destructividad y sus implicaciones culturales llegará poco más tarde, pero aquí es donde la brecha queda abierta…

Todo inicia – y así procedemos como si de narrar una novela se tratara, y es que en verdad tal vez la historia del psicoanálisis como toda la historia de cualquier otro saber o fenómeno cultural sea eso, una novela-, todo inicia, decíamos, con algunas experiencias analíticas de Freud que ponen en crisis el predominio del principio del placer como principio rector del suceder psíquico; si a éste le caracteriza, en términos económicos, la regulación de los proceso psíquicos al disminuir toda tensión displacentera, cómo explicar entonces esa misteriosa tendencia de repetir espontáneamente situaciones esencialmente conflictivas y penosas sin poder recordar el esquema de la escena original.

Aunque el mismo no está totalmente claro sobre las paradojas de su tesis, Freud trata de confirmar la idea de que la compulsión a la repetición es una excepción al principio del placer, en la medida en que la labor de ligar impresiones traumáticas resulta ser a su vez anterior al trabajo de procurarse placer y evitar displacer. La compulsión repetitiva es, nos dice, «más elemental, más primitiva y más pulsional que ese principio del placer al que ella eclipsa». [2]  El núcleo básico de estas ideas en verdad proviene de un ensayo de 1914 sobre el recuerdo, la repetición y la elaboración, [3] allí insiste sobre la dialéctica recuerdo-repetición definida ésta por un peculiar modo de simbolización del sujeto. Repetición es la más pura escenificación de lo no consciente o para decirlo en otros términos, el símbolo es la letra de la repetición.

La dinámica deseo-enmascaramiento monumentalmente expuesta en la Interpretación de los sueños, si bien reconoce las vicisitudes del momento represivo y el trabajo artesanal de la condensación y el desplazamiento como condición de posibilidad del simbolismo onírico, no contempla aún la escenificación donde el sujeto se instala en su mundo imaginario como un gran actor. Aquello que no puede reproducir como recuerdo lo reproduce simbólicamente como acción. En su gran teatro del mundo representa una y otra vez a Edipo o a Medea o a Orestes o a Electra. En los Estudios sobre la Histeria ya se anotaba que el enfermo padece reminiscencias: lo que no puede recordar y verbalizar lo enuncia disfrazado como síntoma, se sirve de su cuerpo para simbolizar, para mostrar y ocultar a un tiempo, como la Carta robada de Poe que mostrándose se oculta…

La repetición es, nos dice, simultáneamente aliada y enemiga: primero por ser inherente a la transferencia, segundo porque impide al enfermo reconocer la expresión del pasado olvidado. Pero nada más problemático en verdad, en el psicoanálisis, que esta economía del olvido y el recuerdo. «…lo que ha permanecido incomprendido retorna; como alma en pena, no descansa hasta encontrar solución y liberación». Y la liberación está más allá del hacer consciente lo inconsciente, más allá de la memoria o de la amnesia aunque se esté enfermo de amnesia y se pueda ser como El Innombrable de Beckett para hablar sin sentido, en un lenguaje sin historicidad, olvidando inmediatamente lo enunciado; o se pueda ser el Funes memorioso de Borges para estar bajo el hechizo de la percepción, habitando un enfermizo mundo interior. Disolver la repetición requiere más el recordar arbitrario o la representación específica de acontecimiento reprimido, es necesario ir a buscar el recuerdo allí donde estaba, llevar a cabo la conjunción viviente entre saber y resistencia y continuar con una operación de tipo teatral que tiene el nombre de transferencia, la transferencia es, nos dice Freud, antes que nada, repetición. Si la repetición nos encadena, también nos libera; de ahí que sea -como dirá más tarde- una potencia demoníaca.

Una consideración fundamental de Más allá del principio del Placer es el carácter pulsional de la compulsión a la repetición.

«Ahora bien, ¿de qué modo se entrama lo pulsional con la compulsión a la repetición? Aquí no puede menos que imponérsenos la idea de que estamos sobre la pista de un carácter universal de las pulsiones (…) y quizá de toda vida orgánica en general. Una pulsión sería, entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducir un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería una suerte de elasticidad orgánica o, si se quiere, la exteriorización de la inercia de la vida orgánica.» [4]

Freud pasa de la repetición neurótica al plano de la repetición ontológica donde se relacionan causalmente pulsión y repetición, una pulsión es el esfuerzo de lo vivo por restablecer un estado anterior, el extremo de está hipótesis es que, en última instancia, lo anterior a las manifestaciones de la vida es lo inorgánico, la nada, la ausencia de movimiento. Las pulsiones, esencialmente conservadoras pugnarían por un retorno a lo inorgánico, de ahí entonces que lo viviente se aproxima a su muerte no por fuerzas externas, sino por un impulso interior: «…la meta de toda vida es la muerte«; su voluntad no es cambiar, desarrollarse, sino conservarse. Sus motivaciones no son sino un largo rodeo hacia la muerte. Los cambios son impuestos a lo orgánico por factores externos como el sol, la tierra y el ambiente preorgánico. El progreso es trastorno y distracción a los que se adapta la vida a fin de proseguir en un plano nuevo su fin conservador. ¿La índole conservadora de la vida y la compulsión a la repetición ontológica no quedan probadas con las migraciones de los peces y de las aves que regresan sus primeros paisajes y ambientes; o la recapitulación por el embrión de las fases anteriores de la vida o en los datos de la regeneración orgánica?

Todo parece indicar que esta introducción de la muerte como figura de la necesidad es un paso necesario, indispensable, para reconocer a las pulsiones sexuales como pulsiones de vida, justo como aquello que resiste la presencia naturalizada de Tánatos. Y aquí no hay más para Freud; Vida y muerte son las fuerzas orgánicas que equilibran todo lo vivo, pues si existe un impulso interior que empuja a lo viviente hacia la muerte, lo que se opone a ella es el gran momento romántico del discurso freudiano: la vida, que requiere la conjugación de un mortal con otro mortal, Eros, pues es el deseo del otro lo puede detener la marcha hacia la nada del ser aislado, separado y sometido a la presión de Anaké.

En fin, sirvan estas notas para pensar que la muy conocida la narración que cuenta los trabajos del mortal más sabio y prudente que tenía como oficio el ser bandido y que fue condenado por los dioses a rodar eternamente una roca hasta la cima de una montaña donde volvía a caer por su propio peso, Sísifo, no es, como en su momento se pensó, un héroe absurdo, sino un emblema de la condición humana.

Bibliografía

  1. Bioy Casares, Adolfo. La invención de Morel.
  2. Kerényi, Karl, La religión Antigua, Editorial Herder. Barcelona 1995
  3. Duvignaud, Jean. Sociologie du théatre. PUF, París, 1965.
  4. Caillois, Roger. El hombre y lo sagrado. Edit. Fondo de Cultura Económica, 1990.
  5. Freud, Sigmund. Más allá del principio del placer. Obras Completas Edit. Amorrortu, Buenos Aires, 1999.
  6. Freud, Sigmund. Recordar, reelaborar, repetir. Obras Completas Edit. Amorrortu, Buenos Aires, 1999.
  7. Eliade, Mircea. Mito y Realidad. Edit. Labor, Barcelona, 1983.
  8. Koselleck, Reinhart. Los estratos del tiempo. Estudios sobre historia. Edit. Paidós 2001.
  9. Bloch, Ernst. El Principio Esperanza. Tomo I. Edit. Aguilar. 1977.
  10. Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Edit. Alianza.

[1] Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Edit. Alianza.

[2] Freud, Sigmund. Más allá del principio del placer. Obras Completas. Tomo XVIII. Editorial Amorrortu. Buenos Aires. 1999. P.23

[3] Freud, Sigmund. «Recordar, reelabora, repetir». Obras Completas. Tomo XIV. Editorial Amorrortu. Buenos Aires. 1999.

[4] Freud, Sigmund. Más allá., en Obras Completas. Tomo XVIII. Editorial Amorrortu. Buenos Aires. 1999. P.36