Los herederos de Caruso.

Reflexiones en un debate acalorado*.

 Karl Fallend

*Conferencia presentada en el Symposium del 13-14 de noviembre 2009 del Círculo de Trabajo para el Psicoanálisis de Graz. “No olvidemos – el Psicoanálisis” Des/organizados Movimientos de Recordar. Por las estimulantes discusiones agradezco a Gerhard Benetka, Albert Ellensohn, Wolf Friedl, Johanna Gehmacher, Gabriela Hauch, Beate Hofstadler, Werner Kienreich, Andrea Knapp-Lackinger; Anna Koellreuter, Ulrike Körbitz, Fritz Lackinger, Doris Peham, Jutta Zabraha-Rainer, Inghwio aus der Schmitte, Martin Spitzaer, Cornelius Textor und Gerhild Trübswaser.
Publicada en Werkblatt. Zeitschrift für Psychoanalyse und Gesellschaftskritik, Nr.64, Heft 1/27. Jg. 2010. Traducción del alemán: Karin Hintermeier. Traducción de las notas del texto Daniel Álvarez del Castillo.

Comentario previo 1:El año pasado hubo un temblor en la pequeña comunidad psicoanalítica de Austria. Dos aportaciones en revistas científicas (List 2008; Benetka/Rudolph 2008), un artículo en la revista de noticias profil (Zöchling 2008), en Die Presse (Reiter 2008) y otros medios impresos, así como un programa de radio, informaron acerca de lo que muchos sabían, muchos sospechaban y muchos otros ni sabían ni sospechaban. El profesor Igor Caruso, fundador en 1947 del Círculo Vienés de Psicología Profunda y, por lo tanto, padrino histórico de todos los Círculos en Austria, también catedrático en el Instituto de Psicología de la Universidad de Salzburgo, trabajó en 1942 en el “Kinderfachabteilung” [departamento especializado en niños] Am Spiegelgrund y estuvo, por consiguiente, involucrado en la llamada eutanasia infantil del sistema nacionalsocialista.

Comentario previo 2:En este momento estamos celebrando muchos aniversarios. Nuestra revista “Werkblatt. Zeitschrift für Psychoanalyse und Gesellschaftskritik” cumplió 25 años. Albert Ellensohn y yo como editores actuales, publicamos en ella dos veces al año, junto con el equipo científico de muchos amigos y amigas comprometidos de Austria, Alemania y Suiza, análisis, reportes y ensayos que discuten el psicoanálisis no solo como práctica terapéutica, sino en sus múltiples aplicaciones.

Hace 25 años nació nuestra revista, aunque con mucha alegría, pero no sin gran esfuerzo. Fue el resultado de una protesta enérgica, que había durado varios años, acerca de la sucesión universitaria del profesor Igor Caruso en Salzburgo. Pero no fue la persona de Caruso que en este entonces se encontraba en el centro de la disputa –una minoría en nuestro grupo institucional lo había conocido personalmente–, sino su Instituto, que para tantos representaba un espacio libre, único e inspirador para la discusión. Ahí todo se centraba en una concepción crítica socio-histórica del pensamiento y de la investigación psicoanalítica.

Cuando inicié mis estudios en Salzburgo en verano de 1979, eso fue para mí un contraste total a los años anteriores. Después de una formación forzada de maestro de secundaria con un profesor de música fascistoide, quien por años me amargó las notas, me hizo bien encontrar estudiantes seguros de sí mismos y críticos, capaces de formular sus intereses con vehemencia, fue toda una experiencia nueva encontrar docentes capaces de definir la mezcla de curiosidad, lectura y discusión como trabajo placentero.

Fueron ante todos Ewald Englert, quien enseñaba, entre el humo de nuestros cigarros forjados a mano, la psicología social analítica; el fanático del jazz Ernest Borneman, con quien leíamos y discutíamos con toda regularidad y en orden cronológico la obra completa de Freud; Axel Krefting, quien nos acercó en sus seminarios de casuística el psicoanálisis como terapia; Josef Shaked, quien con sus relatos tranquilos e interesantes a varios nos atrajo a la Uni hasta los sábados; Wolf Friedl, quien con sus ideas inagotables siempre abría nuevos campos de práctica, y siempre en la periferia, y al mismo tiempo en el centro: Johannes Reichmayr, quien no solo a mí me sembró el entusiasmo por la historia del psicoanálisis, ancló el etnopsicoanálisis en la universidad y nos abrió a los estudiantes contactos internacionales.

Fue idea suya pedirles a psicoanalistas y científicos sociales de muchos países que escribieran trabajos de solidaridad, los cuales publicamos en una antología con directiva cuasi programática bajo el título “Jenseits der Couch. Psychoanalyse und Sozialkritik” [Más allá del diván. Psicoanálisis y crítica social] y de la cual se vendieron más de 5,000 ejemplares.

Para mí, y creo que también para muchos otros, los autores de este volumen también eran aquellos teóricos que seguíamos y que marcaron el trabajo futuro y siguen haciéndolo: Helmut Dahmer, Georges Devereux, Mario Erdheim, Wilfried Gottschalch, Klaus Horn, Marie Langer, Alfred Lorenzer, Emilio Modena, Paul Parin, para solo mencionar algunos. Los escritos de Caruso, en cambio, casi no ganaron importancia. Porque no ellos, sino él tuvo importancia para nosotros. Mientras que Caruso era para muchos estudiantes mayores un “amo espiritual” (Aigner 2008) [trad. K.M.H.], para los más jóvenes –especialmente para mí– su nombre era sinónimo del Instituto de espíritu libre que él había creado y que necesitábamos para desarrollar y aguzar la crítica científica y la autocrítica. Y nosotros lo necesitábamos a él. Con “nosotros” me refiero al Grupo Institucional Psicología (Institutsgruppe Psychologie), un grupito desorganizado de estudiantes de izquierda de diferentes matices, que después de la jubilación de Caruso en 1979 y su muerte en 1981 lucharon por la continuidad de este instituto. “La leyenda de que Caruso mediante la discusión con estudiantes de izquierda de toda Austria llegó a convertirse de un analista clerical en marxista” (Institutsgruppe 1984, p.287) [trad. K.M.H.] nos convino mucho. Sirviendo a la agitación política, tratábamos de dibujar una imagen de Caruso liberada de contradicciones, “que en el transcurso de la controversia llegó a tener, sobre todo hacia fuera, cada vez más el carácter de un mito positivo” (ibíd.) [trad. K.M.H.]. Teníamos suficientes adversarios, y así el grupo se unió en su interior y actuó siguiendo reglas de juego para evitar conflictos, las cuales limitaban el espacio para pensar y actuar –también por miedo de poner en peligro el grupo (cf. ibíd. p.289). “Sin embargo, la mezcla imaginada del grupo institucional con Caruso la cual nos unía para la ‘lucha por conservar el psicoanálisis sociocrítico de Caruso en la patria de Sigmund Freud’ y que era un motor de nuestra presentación a menudo espectacular en público, se transformó en el transcurso del tiempo en una prohibición del pensar” (ibíd. p.288) [trad. K.M.H.]. Navegábamos “por nuestro beneficio bajo su bandera y promovíamos su glorificación. Así Caruso se convirtió en eslabón conector entre los diferentes estudiantes: En su nombre debían llegar a acuerdos y defender juntos sus intereses” (ibíd. p.291) [trad. K.M.H.]. Y “cuánto más lo necesitábamos para enfrentar la amenaza exterior de los juicios, con tanta más comprensión lo tratábamos a él. Pero no éramos los socios cercanos como los que nos gustaba tanto imaginarnos. (…) Primero había que esforzarse para disolver esta mezcla con Igor Caruso” (ibíd. p.292) [trad. K.M.H.].

Estas consideraciones no son nuevas, sino que las discutimos colectivamente hace 26 años y las publicamos mediante la pluma de Jutta Rainer y Gertraud Migsch en nuestra colección  “Jenseits der Couch” [Más allá del diván] (1984). El análisis de entonces no necesita ser corregido, solo completado por la observación, con cuánta tenacidad persisten el propio aporte a la formación del mito y varias prohibiciones de pensar a pesar del intento de tratamiento analítico, aunque sí logramos –en mi opinión– desprender esta mezcla y encontrar nuestros propios caminos constructivos, quedando siempre clara la referencia histórica al Instituto de Caruso.

La batalla en la universidad estaba perdida y, por lo tanto, fundamos nuestra propia universidad, la “Werkstatt für Gesellschafts- und Psychoanalyse“ [Taller de Socio- y Psicoanálisis] con sus propios espacios, conferencias y seminarios[2]. Creamos una biblioteca especializada en psicoanálisis, que ha crecido para ser la segunda más grande del país y se encuentra en las instalaciones de la Unidad de Orientación Sexual de Salzburgo, que también tiene su origen en el Taller. Fueron fuertes las discusiones acerca de una formación psicoanalítica auto-autorizada, fue grande la alegría de tener en manos dos veces al año un producto material de nuestro trabajo, es decir nuestra revista.

Y además, pero sin carecer de importancia, practicamos varias veces el arte del humorismo para atraer la atención en nuestros trabajos; viajamos por el país como circo científico, por último bajo el título:

“Jenseits der Couch. Das Werkblatt als Klangwolke. Caruso’s Erben® GesmbH & Co. KG gibt Erklärungen zu Ort & Zeit“[Más allá del diván. La Werkblatt como nube sonora. Los herederos de Caruso® S. de R.L. explica lugar & tiempo]

No todos comprendieron el humor rebelde. No había que esperar mucho tiempo a que llegara la protesta, porque la herencia quería ser compartida. Solo que en otros lugares no se percibía mucho de producción científica, sino más bien la administración de un aparato de formación poco atractivo para nosotros. Realmente nos sentíamos herederos, en la riqueza de facetas de nuestros esfuerzos y producciones científicas acerca del psicoanálisis como seguimiento de la tradición del Instituto descrito más arriba. Un poco de prosopopeya. Es cierto. Pero no sin fundación.

Ahora se amplió la herencia sentida. Con las dos publicaciones de Eveline List así como de Gerhard Benetka y Clarissa Rudolph el año pasado, la comunidad psicoanalítica de toda Austria experimentó una excitación que parece única en la Segunda República. De Innsbruck, Salzburgo, Graz, Linz hasta Viena se llevaron a cabo múltiples conferencias y círculos de discusión privados y públicos.

Con nuevas fuentes bibliográficas se comprobaba ahora cuánto se había acercado Igor Caruso en 1942 a la criminal eutanasia infantil mediante su ocupación como perito en Am Spiegelgrund.

Eveline List aprovecha la oportunidad para un ajuste de cuentas general con la persona de Caruso; su publicación causó un torrente de cartas indignadas al editor. Se pronunció mucha crítica fundada (sobre todo Johannes Reichmayr (2008) y Ernst Falzeder (2009)); pero en el centro estaba casi siempre la autora, quedando casi sin comentarios su material histórico.

Laaportación de Gerhard Benetka y Clarissa Rudolph en Werkblatt trata sobre todo del significado contextual de los peritajes psicológicos y los procesos de decisión en am Spiegelgrund. Causó tan poco ruido que llama la atención.

Sí hubo elogios y palabras de reconocimiento por el tratamiento histórico, pero también nos llegó una crítica irritante –porque no estoy seguro si esta crítica se dirigía a Benetka/Rudolph, a mí, a nosotros como editores o tal vez a nuestro colectivo imaginado en el pasado o en el presente.

La crítica se resume en lo siguiente: después de la idealización ilimitada de antes, emprendemos ahora eufóricamente el parricidio; a pesar de que o porque no lo conocíamos, ahora llevamos a cabo la tribunalización de un padre decepcionante y damos una pieza de contemplación vanidosa de la historia del psicoanálisis.

Sumándolo todo, era mayor la indignación por los mensajeros de las malas noticias que la discusión detallada sobre cómo tratarlas.

Representa una excepción la posición de Christian Schacht (2008), quien no se unió a la indignación exclusiva, sino que formula una autorreflexión crítica y una reflexión sobre la polémica hasta la fecha y, aparte de criticar, también es capaz de reconocer el valor del respectivo trabajo histórico. Formula su desconfianza frente a las posiciones demasiado claras y echa de menos la articulación de afectos en el debate. Tristeza, decepción, ira, malestar, desconfianza, pero también agradecimiento, respeto y admiración –estos son los que nombra Christian Schacht como sus acompañantes en la disputa, y creo que muchos sienten igual.

Pero ¿no es posible también que estos nombres del lenguaje cotidiano sean incapaces de expresar las emociones reales y que por eso se produce un mutismo público, porque se llega a los límites de la empatía? ¿Porque el intento de comprensión, un querer entender, se acerca tan sospechosamente a la excusa?

¿Cómo compenetrarse con un sistema cerrado de propaganda y supresión que durante años fue fomentado por tambores monótonos? ¿Qué se siente confrontado con el antisemitismo mortal, el ‘odio de razas’, la matanza industrial de masas, el infanticidio, sobre todo, cuando los culpables, los involucrados, el alrededor y las víctimas de repente tienen un nombre y una cara? ¿Y, sobre todo, cuando de repente se produce una referencia personal?

Christian Schneider et al. lo ponen en claro: “Quien se acerca a la historia del nacionalsocialismo mediante la investigación biográfica, se encontrará, sea lo que sea su punto de interés, en una especie de cercanía familiar a la inhumanidad” (Schneider/Stillke/Leineweber 1996, p.10) [trad. K.M.H.]. ¿Cuáles afectos acompañan a la disputa cuando uno tiene que darse cuenta de que la ‘inhumanidad’ llega a ser ‘humana’ y hasta ‘familiar’?

Christian Schacht cita en su artículo el correo electrónico de un colega desesperado que trataba de impedir un programa de radio sobre Igor Caruso y su actividad en am Spiegelgrund, porque el daño que se haría sería irreparable. Y el colega siguió escribiendo: “No será suficiente la corrección en la página web de los círculos que nombran a Igor Caruso como su fundador. A este punto, solo se recomienda la autodisolución de las asociaciones fundadas por Igor, sea cual sea la identidad que intentarán darse después de fundarse nuevamente” (Schacht 2008, E47; cursivas del Schacht) [trad. K.M.H.]. Christian Schacht se mostró comprensivo con el colega inquieto, pero no con la consecuencia propuesta.

Tuve que releer muchas veces este párrafo, y siempre me enredaba en el concepto de la “autodisolución” (Selbstauflösung). Se me ocurrió “disolverse en el aire –en nada”, o “auto-disolución, disolución del sí-mismo”. ¿Acaso no se formula aquí aquella extrañada descripción adecuada de afectos en los cuales también se basa la controversia actual? El deseo de deshacer lo hecho, de desrealizar, de retirar, de deshistorizarse porque la controversia es capaz de alcanzar dimensiones psíquicas existenciales –es decir las de la identidad psicoanalítica. En todo el alrededor se perciben los límites de la comunicación y de la expresión lingüística, que también me están acompañando tenazmente al escribir este trabajo.

En este sentido muchos de nosotros somos de alguna forma los ‘herederos de Caruso’ que, sin importar qué tanto cada uno lo conocía personalmente, están en relación con Igor Caruso, se han referido a él, como estudiantes o miembros de los Círculos. Como sea.

Justamente en la adquisición de una identidad psicoanalítica, en su fragilidad siempre acompañada por dudas de sí mismo, la necesidad es grande de buscar agarraderas históricas. Madres y padres protectores, saciando un hambre de identificación no solo reconocible en el movimiento de protesta del 68, sino que, debido al proceso regresivo de la experiencia del diván, parece inmanente en el psicoanálisis. Y sobre todo en Austria con su pasado nacionalsocialista, donde nació, pero también fue expulsado y destruido el psicoanálisis, parece grande la tentación de recubrir las relaciones históricas con los propios padres y abuelos por la identificación contraria (cf. Lohl 2009, p.134).

¿Dónde más existen clanes científicos tan marcados, que están compitiendo el uno con el otro y a menudo ya no hablan el mismo idioma? Freudianos, kleinianos, lacanianos, kohutianos, reichianos, etc. ¿Dónde más una genealogía (Falzeder 1995), que Balint llamó “sucesión apostólica” (citado en ibíd., p.37) [trad. K.M.H.], desempeña un papel tan grande?

El “árbol genealógico”, con su origen hasta Freud, pintado en la pared de los nuevos espacios de la Asociación Psicoanalítica de Viena no carece de cierta connotación orgullosa con la alusión escondida: ¿cuál sería el grafito que se podría pintar en la pared del Círculo vecino?

Tal vez es la amenaza percibida a la identidad psicoanalítica, la situación formulada de manera amenazante de la “autodisolución” que hace hablar a Christian Schacht de un “reflejo de protección a Caruso” (Schacht 2008, p. E47) [trad. K.M.H.] en el debate actual, y lo que me da la impresión de que varias contribuciones en esta discusión parecen más bien “auto-defensa” que esfuerzo de ganar entendimiento. A lo mejor también es una explicación de por qué el debate se queda paralizado tantas veces en una dicotomización de amigo-enemigo, bien-mal, inocente-culpable y lleva con la necesidad exclamada de “hechos” a un malentendido, lo que señalaron Benetka/Rudolph (2009). La superación histórica no es un proceso jurídico que exige sentencia o condena.

Igual que una verdad biográfica, tampoco es posible la verdad histórica. En el estudio de la historia se trata de probabilidades, de reconstrucciones y de cuán comprensibles se justifican estas reconstrucciones, pero también de márgenes de interpretación, del soportar preguntas abiertas y sobre todo también de preguntas formuladas en primera persona: “¿Qué hace la historia conmigo?” “¿Cómo la trato yo y qué puedo aprender yo de ella?” o “¿Qué hubiera hecho yo?” (cf. Reemtsma 2001).

No son preguntas fáciles, sobre todo porque las respuestas pueden resultar desilusionantes o hasta dolorosas. De todos modos, para mí la controversia actual es un ejemplo de lo que Freud probablemente haya entendido por inhibición del pensar por lealtad política, la que significativamente deriva de la inhibición religiosa del pensar (cf. Freud 1979b, p.47). O sea una inhibición individual y colectiva del pensamiento en la historiografía profesional del psicoanálisis, la cual sigue el principio del placer y nutre ilusiones que, según Freud, “se nos recomiendan porque ahorran sentimientos de displacer y, en lugar de estos, nos permiten gozar de satisfacciones. Entonces, tenemos que” –sigue Freud y nos lleva al centro de la discusión actual, “aceptar sin queja que alguna vez choquen con un fragmento de la realidad y se hagan pedazos” (Freud 1979a, p.282). A lo mejor es por el montón de pedazos multiforme de ilusiones chocadas que se dificulta formular los afectos.

También es, probablemente, una herencia del trabajo de Caruso que Salzburgo se convirtió en un centro de la historiografía del psicoanálisis. A partir de los trabajos determinantes de Wolfgang Huber y Johannes Reichmayr siguió una serie única de tesis doctorales y publicaciones acerca de la historia del psicoanálisis, su institucionalización, persecución y expulsión, o trabajos biográficos sobre Alfred Adler, August Aichhorn, Michael Balint, Siegfried Bernfeld, Rudolf Ekstein, Otto Fenichel, Wilhelm Reich –para mencionar algunos.

También el primer número de Werkblatt, de otoño de 1984, fue dedicado especialmente a la historia del psicoanálisis.

En 1986, Werner Kienreich y yo trajimos a Salzburgo la exposición “Hier geht das Leben auf eine sehr merkwürdige Weise weiter…“ [Aquí la vida sigue de una manera muy peculiar…] (Brecht et al. 1985), que había sido planeada con motivo del congreso de la API en Hamburgo[3] y cuyo contenido era la historia del psicoanálisis durante el nacionalsocialismo. Para eso, organizamos una serie de conferencias y diseñamos un espacio especial para describir también la historia del psicoanálisis en Salzburgo, incluyendo los procesos acerca de la sucesión de Caruso (Fallend/Kienreich 1986). Ya no sabemos de dónde apareció de repente la copia de una carta de Caruso, con sello de cruz gamada, según el débil recuerdo una solicitud de admisión al Instituto Göring; lo que sí recordamos es que expusimos esta carta, y también, que varias veces fue arrancada de la pared y se nos insultó. Nos pareció interesante –nada más.

Mucho más interesante fue nuestro simposio “Der Einmarsch in die Psyche. Psychoanalyse, Psychologie und Psychiatrie im Nationalsozialismus und die Folgen” [La ocupación de la psique. Psicoanálisis, psicología y psiquiatría en el nacionalsocialismo y las consecuencias] (Fallend/Handlbauer/Kienreich 1989)[4], que organizamos en Salzburgo en 1988, en relación con el congreso grande sobre la investigación del exilio “Vertriebene Vernunft” [Razón expulsada][5]. En el sentido psicoanalítico de la posterioridad, el programa de ese entonces recibe un contenido de sentido, como si nos hubiéramos acercado inconscientemente desde muchos lados al secreto familiar del psicoanálisis, sin tocarlo.

Escuchábamos ponencias y discutíamos de Waldheim, la expulsión del psicoanálisis, August Aichhorn en la Viena nacionalsocialista, el psicoanálisis institucionalizado apolíticamente, la psicología y el psicoanálisis académicos durante el “Tercer Reich”, hasta de la historia de la eutanasia; incluso invitamos a Werner Vogt para hablar entre otros temas acerca de Heinrich Gross y la matanza organizada en am Spiegelgrund. Ninguna palabra –por lo menos según yo recuerde– sobre Igor Caruso.

Lo contrario pasó en Viena, casi al mismo tiempo, cuando Walter Parth (1988) dio en el Círculo Psicoanalítico una ponencia acerca de la historia ideal del “Círculo Vienés de Psicología Profunda” y recibió fuertes protestas por haber expuesto claramente a Caruso y las raíces del Círculo en el nacionalsocialismo. De manera extraña, esta agitación pasó por nosotros sin tocarnos. Es más: tampoco nos dimos cuenta colectivamente cuando se publicaron la ponencia y la enérgica crítica, y cuando se imprimió la entrevista radiofónica de Igor Caruso en la revista texte.

Y es exactamente ahí donde se muestra un fenómeno interesante: ¿Cómo fue posible que a pesar de tanta reflexión, discusión y publicación colectivas persistiera un conocimiento tan diferente sobre Caruso durante el nacionalsocialismo? Yo mismo me topé, según recuerdo, a principios de los años 90 con la mencionada publicación, busqué, irritado, una corta conversación con compañeros mayores que parecían estar informados y dejé de ocuparme con el tema, pensando que era el último eslabón en el flujo de información. Pero no fue así. Cuando ahora estuve de viaje para visitar a ex-compañeros de estudios, me enteré de que algunos apenas lo supieron en abril de 2008, mediante el artículo de Christa Zöchling en la revista profil, y así todos nos quedamos asombrados frente al misterio de que, fuimos nosotros mismos los que en 1984 anotamos en nuestra antología “Más allá del diván” en memoria de Igor Caruso: “A partir de 1942 psicólogo en el departamento psiquiátrico infantil Spiegelgrund en Viena” (Institutsgruppe Psychologie der Universität Salzburg (coord.) 1984, p.9) [trad. K.M.H.]. Pero sin seguir reflexionándolo.

Así se tendrá que seguir –con diferencias individuales– las palabras que Freud escogió en su escrito “Recordar, repetir y reelaborar” (1914) para describir la forma de defensa del “bloqueo”. Una manera, a menudo no vista, de neutralizar el recuerdo: “En verdad lo he sabido siempre, sólo que no me pasaba por la cabeza” (Freud 1980, p.150).

O como lo profundizó Mario Erdheim: “Al no pensar lo sabido, lo bloqueamos del flujo de la vida. Quien renuncia a pensar ya puede, por lo tanto, ahorrarse el olvidar. Dos pájaros de un tiro: el esfuerzo del pensar se puede evitar tanto como la energía psíquica del olvidar respectivamente del reprimir” (Erdheim 1990, p.114) [trad. K.M.H.].

Lo que aquí parece estar formulado con tanta ligereza, sí es una de las experiencias ofensivas y al mismo tiempo instructiva del debate actual. Consiste en que yo como profesional de la confrontación con la historia, que nosotros como profesionales del trabajo de recordar, quienes, leídos y capacitados analítica y científicamente, siempre tenemos que ver con el recordar, el olvidar, con situaciones conflictivas de la historia biográfica y colectiva, nos vemos confrontados con unos límites tan estrechos y subjetivos de la reflexión analítica. Y eso me advierte que sea modesto, prudente y escéptico frente a los que usan tan frecuentemente la “porra moral” para exigir de otros un recordar, repetir y reelaborar, fallando al mismo tiempo ellos mismos en el diálogo necesario. Donde sea.

En relación a la disputa actual, me he quedado reflexionando mucho acerca de una fenomenología del hablar, del callar y del ocultar, y también del escuchar. ¿Cómo habla el uno con el otro? ¿Cómo las personas callan, ocultan, escuchan juntas?

El punto de partida de mis reflexiones fue el reproche repetido de que Igor Caruso no haya ‘hablado’, que haya ‘callado durante décadas’ y nunca haya “criticado o puesto en tela de juicio su actividad de perito”.[6] Un reproche que al principio, aunque de manera muy ambivalente, iba a seguir. Se trata sobre todo del programa de radio autobiográfico que se emitió en abril de 1979 y en julio de 1981 y en el cual Igor Caruso mencionó su trabajo en am Spiegelgrund.

En nuestro grupo de trabajo psicoanalítico[7] puse a discusión no hace mucho tiempo el programa radiofónico así como cuestiones del hablar, callar y ocultar; se me quedó grabado el preciso y, de manera refrescante, distanciado comentario de mi amigo analista suizo: Que no entendía el reproche –¡porque Caruso sí habló! De repente se me ocurrió, de manera igual de precisa: “Sí, pero ¿quién lo escuchó?” Yo mismo y –por lo que veo– ninguno de mis compañeros de estudios habían escuchado en ese entonces los programas de radio, y hasta la fecha no he encontrado a nadie quien haya sabido en aquella época de los relatos de Caruso. Entonces tampoco sé si existe alguien quien haya tratado de hablar con Igor Caruso después de la emisión[8].

En este sentido me pareció notable la carta al editor que escribió uno de mis antiguos maestros, Jochen Sauer, en la cual respondió a Eveline List indicando que Caruso “ya en el año 1972 habló de manera pública y autocrítica acerca de su papel en am Spiegelgrund, en un seminario de la universidad de Salzburgo (y ante suficientes testigos)” (Sauer 2008, E34) [trad. K.M.H.].

Pero ¿por qué él y los suficientes testigos nunca nos contaron de eso durante todos estos años de controversia por la sucesión de Caruso? ¿Sí lo escucharon a Caruso en este seminario?, ¿O acaso la polémica nunca salió del aula, siendo demasiado amenazadora?

“¿Ahora me quiere fusilar?” – “¿Quiere que me mate de un tiro?” – Estos son los dos rumores de recuerdo sobre la reacción de Caruso en ese seminario que me llegaron el año pasado.

Les incumbe a los testigos directos la publicación de sus recuerdos de este seminario seguramente memorable. Mientras tanto, para mí son suficientes como punta del iceberg de los recuerdos transmitidos que dan más la impresión de una confrontación de tribunal que de una conversación empática. En todo caso sigue siendo notable cuánto difería el nivel de conocimiento de la historia de Caruso, bajo el mismo techo del Instituto de Psicología de Salzburgo, sin que hubiera intercambio alguno.

Así me quedé muy asombrado cuando un compañero de estudios mayor me informó hace solo poco tiempo que, con la polémica actual, recordó el siguiente suceso: Su visita a Caruso enfermo, poco antes de que este falleciera. Un paseo, durante el cual Igor Caruso quería hablar con él de su tiempo en am Spiegelgrund. Y como si los hombros sobre los que se iba a poner el peso, estuvieran demasiado pequeños, mi compañero no resistió la situación. Él o Caruso cambiaron el tema. Un cambio de tema que se mantuvo por 28 años.

Una entre muchas variantes del diálogo intergeneracional, y queda la pregunta: ¿Qué sería si…? Una pregunta que se planteó por ejemplo la directora cinematográfica Kitty Kino a mediados de los años noventa. ¿Qué sería si de repente alguien dijera “Yo fui –yo lo hice”? ¿Cuál sería la reacción? En su película “Das Geständnis” [La confesión][9] (1996), un famoso cirujano pediatra decide, con motivo de una ceremonia de entrega de premios, dar a conocer su verdadera identidad y confiesa sin piedad su complicidad como médico en el programa de eutanasia de los nacionalsocialistas. En vano, su esposa, su hijo y su amigo tratan de impedirlo. Y el público se aparta, horrorizado. La familia se rompe. Nadie siente alivio. Solo él –al parecer.

Entonces ¿qué sería si…? Respectivamente ¿cuándo? Y ¿cómo? Y ¿con quién? Preguntas de las que probablemente se ocuparon muchos de los contemporáneos afectados de aquella época. Pero no vamos a poder ver estas reflexiones porque, con muy pocas excepciones, el diálogo, que apenas hoy a menudo se desea, ya no es posible. La mayoría de los protagonistas de entonces están enterrados, y con ellos sus recuerdos, sus mundos emocionales, cómo enfrentaron su pasado. No hay diarios, apenas existen apuntes autobiográficos que nos revelen qué uso hacían los psicoanalistas de su instrumental para llevar una historia cargada individual y colectivamente a un discurso intergeneracional constructivo.

Sin embargo quiero mencionar una excepción[10]. Una autobiografía que no encontró editor, respectivamente no debió encontrarlo por consejo de familia y amigos. Delgada, de 112 páginas, pero de las cuales un tercio se dedica exclusivamente a la época nacionalsocialista y su superación. Al principio iba a tener el título “Rückblick auf ein Doppelleben” [Mirada retrospectiva hacia una doble vida][11], estando separadas estas dos vidas por el nacionalsocialismo, pero finalmente se tituló “Zwischen Scham und Erfolg” [Entre vergüenza y éxito].

El autor era psicoanalista y médico, e inmediatamente después de sus estudios en Viena trabajó desde marzo hasta agosto de 1940 –o sea dos años antes que Caruso– en la institución Steinhof. Ahí percibió, según escribe, una atmósfera extraña, deprimida, y se dio cuenta del inicio de la eutanasia[12]. Décadas después asegura “haber tenido suerte y que no estaba seguro de cómo habría actuado si se le hubiera involucrado en el asunto ‘Spiegelgrund’ con el profesor Gross” (Hauer 2000, p.17) [trad. K.M.H.].

En 1947 se hizo miembro del Círculo Vienés, a partir de 1950 fue miembro de la Asociación Psicoanalítica de Viena. Fue nacionalsocialista entusiasta y miembro de la agrupación ilegal SA, de lo cual a más tardar después de 1945 se lamentó y hasta su muerte. Es más: torturado hasta su muerte por sentimientos de culpa, no encontró para él y su entorno la manera de integrar su historia.

Fue Hans Strotzka (1917-1994), quien intentó en sus últimos años de vida reflexionar su tratamiento del pasado nacionalsocialista, o, como lo formuló él, “reflexionar acerca de cómo un acontecimiento muy complejo se muestra dentro de y en un individuo” (citado en Hauer 2000, p.252) [trad. K.M.H.].

Nadine Hauer (2000) publicó en su biografía de Strotzka muchas partes de esta autobiografía y nos permite ver este proceso de reflexión que –coincido con la autora– “representaba de manera muy especial el típico dilema de su generación en Austria” (ibíd., p.286) [trad. K.M.H.].

También su hijo, Heinz Strotzka, le aconsejó que no publicara la autobiografía.

Hans Strotzka escribió: “Mi hijo, un historiador, me dijo: ‘Te creo porque eres mi padre, pero nadie más te va a creer que un hombre joven e inteligente antes de 1945 no sabía nada del socialismo democrático y que las atrocidades del nacionalsocialismo contra los judíos solo se percibían marginalmente.’” ¿Tenía razón el hijo?

Strotzka sigue: “Para mí también es difícil aceptar este fenómeno de represión y negación. En todo caso no es compatible con mi imagen propia” (ibíd. p.261) [trad. K.M.H.].

No es posible formular la ofensa con más claridad. Strotzka mira fijamente en la pregunta ‘¿Cómo fue posible que yo…? –y en su alter ego joven como en un objeto ajeno que, al parecer, se le iba descontrolando cada vez más. Entonces la confrontación no debía llegar al público, pero el público exigía la confrontación. Sobre todo cuando se estaba discutiendo el asunto Waldheim, no era posible escaparse de un procesamiento del pasado. Naturalmente tampoco Hans Strotzka:

“Una tarde de sábado calurosa en julio de 1987. Mi esposa y yo estamos tomando café con el matrimonio Spiel[13] en el jardín de nuestra pequeña casa campestre, platicando de todo. Inevitablemente la conversación llega, a causa de la problemática con el presidente Waldheim, al tema de la llamada superación del pasado. Estamos de acuerdo que nos encontramos confrontados con una extraña paradoja. De un lado, se nos exige (de parte del público y de la generación joven) la ‘verdad’ y la publicación de todos nuestros hechos. Sin embargo, cuando lo intentamos con los hijos, nietos, amigos y compañeros de trabajo, se muestra que todos solo buscan una confirmación del simple cliché: el reprimir y el olvidar es malo, los nazis todos eran criminales, todos los antifascistas son buenos. Si alguien trata de diferenciar estas oraciones, practica literatura de justificación, y eso es embarazoso” (citado en Hauer 2000, p.251 y sig.) [trad. K.M.H.].

Hans Strotzka optó por lo embarazoso, habló, se disculpó por su descarrío juvenil y encontró de un lado comprensión y simpatía, del otro incomprensión. Para muchos era demasiado, y demasiado poco creíble. Su esposa le aconsejó que lo dejara de hacer, había colegas que se sentían incómodos, sobre todo porque favorecía a los judíos (cf. Hauer 2000, p.88 y sig.), y su alumno Günther Pernhaupt opinó: “Volvía a abordar el tema una y otra vez con diferentes personas porque quería la absolución” (ibíd. p.223) [trad. K.M.H.].

Al parecer Strotzka estaba buscando con su entorno una paz interior que este de ninguna manera le pudo dar, y tampoco él mismo era capaz de dársela. De tal manera el hecho de hablar no llega a ser un diálogo abierto y constructivo, sino un monólogo que sigue principalmente las propias necesidades, junto con una atmósfera constante de desconfianza que, a su vez, hace enmudecer. Siempre estaba avergonzado, así escribió Strotzka, “que con nadie se sabía: ‘¿sabe algo?’, ‘¿qué sabe?’ y ‘¿cómo se lo comunicaron?’ (…) Este tipo de doble vida significaba siempre estar en guardia, lo que a uno por supuesto siempre se le olvida” (ibíd. p. 85) [trad. K.M.H.].

¿Y en su propio análisis? ¿Ahí también estaba en guardia? ¿Ahí también buscaba la absolución?

Hans Strotzka realizó su análisis didáctico de 1950 a 1954 con Alfred Freiherr von Winterstein. Aquel psicoanalista quien solo con August Aichhorn se esforzó de sobrevivir en la Viena nacionalsocialista y se mantuvo vivo, en emigración interior, trabajando en un libro sobre Adalbert Stifter. No se sabe si Winterstein cinco años después de la liberación ya estaba libre para el trabajo analítico, si en la Austria ocupada la atención tal vez no era flotante, sino más bien penetrada por el doloroso pasado reciente, de miedo, vergüenza o culpa.

Strotzka no habla mucho de su análisis, pero lo poco que dice es significativo, cuando escribe que Winterstein era “demasiado noble e indulgente” y que por lo tanto “lo usaba sobre todo como supervisor para mis psicoterapias, pero eso tampoco estaba mal” (citado en Hauer 2000, p.72) [trad. K.M.H.].

El análisis de Strotzka fue, probablemente, uno de aquellos –como escriben Brainin, Ligeti y Teicher– “análisis incompletos de la posguerra”, en los cuales, por sentimientos enormes de vergüenza y de culpa, la monstruosidad de la historia reciente no encontró ni espacio ni palabras. Porque: “En Austria y seguramente también en Alemania, después de la expulsión de tantos analistas y el exterminio del judaísmo europeo, tenía que surgir la imaginación en las asociaciones psicoanalíticas de haberse apoderado ilícitamente del psicoanálisis. (…) El ocultar y el olvidar dificultaban la ‘reconstrucción’ de las asociaciones psicoanalíticas después de 1945” (Brainin/Ligeti/Teicher 1993, p. 64) [trad. K.M.H.].

A lo mejor con eso se puede tratar aquella ilusión que en el debate actual a veces se ha reflejado en que de Caruso, justamente porque fue psicoanalista, se esperaba otra manera de tratar con su pasado. Esta objeción idealizadora no ve los límites, no reconocidos de buena gana, del trabajo analítico en el contexto de la historia contemporánea. Porque el callar y el ocultar no solo dificultaban la reconstrucción de las asociaciones psicoanalíticas, sino también los psicoanálisis mismos, y no solo después de la guerra, sino al parecer durante décadas.

Dentro de un proyecto de investigación a mediados de los años 90 me encontré a este callar, después de escribir a 32 psicoanalistas en Austria y pedirles que me contaran cómo se les mostraban en los psicoanálisis de la generación sucesora las experiencias que la generación de padres y abuelos vivió durante el nacionalsocialismo (cf. Fallend 1999). 17 respuestas positivas dieron prueba de una disposición extraordinaria de comunicarse. Sin embargo, casi nadie supo contestar a mi pregunta detalladamente, mientras casi todos, algunos por primera vez, querían contar acerca de sus propios involucramientos y cargas, que en la minoría de los casos habían encontrado lugar en sus propios análisis:

Uno de los analistas que me contestaron había sido trabajador forzado, que, como se notaba, todavía sufría mucho por su historia traumática; una analista judía había, por autoprotección, excluido el tema del nacionalsocialismo y del holocausto de su propio análisis, así como también lo hicieron sus pacientes; otra analista, quien tardó más de siete meses para contestar, todavía sufría por las historias de los adultos durante la guerra, de cadáveres, campos de concentración, donde se hacía jabón con humanos, lo que no había podido decirle a su analista judía; mientras que uno de sus colegas se tomó toda una mañana porque tenía tanto que contarme, para después quedarse callado en medio de la conversación porque no se le quería ocurrir nada. Hasta que finalmente me encontré sentado enfrente de aquella científica judía que hasta años después de su análisis se enteró de que su analista había sido miembro de la SS, y que solo pocos de la Asociación Psicoanalítica de Viena entendían su agitación. Cuando publiqué todo eso en 1999 en el escrito-homenaje para Josef Shaked, también causó algo de alboroto, porque di por primera vez el nombre del miembro de la SS que posteriormente fue psicoanalista –pero lo que tuvo mucho mayor valor instructivo fueron mis propias irritaciones. Me simplifiqué demasiado el compartir la indignación justificada; se agotó más en la sensación del descubridor, una atmósfera antifascista imprecisa. El interés investigador de comprender quedó en segundo plano.

Durante mucho tiempo pensé que estuvo bien que el antiguo miembro de la SS y posterior psicoanalista, Walter Albrecht, no haya contestado a una carta mía, porque hoy no sé si en este entonces hubiera sido capaz de escucharlo abiertamente.

Por supuesto no estuvo bien, porque por lo menos hubiera sido un intento instructivo más para apropiarse de la historia mediante el diálogo, aunque, como ha pasado tantas veces desde 1945, hubiera fracasado y terminado con más preguntas que respuestas.

Creo que no hay otra posibilidad que trabajar constantemente en una cultura analítica del reflexionar, conversar y escuchar, para, de manera igual de constante, sondear sus límites. En este sentido me gusta la inversión de la frase célebre de Ludwig Wittgenstein, formulada hace poco por Pierre Passett:

“De lo que no se puede hablar, aún más hay que discutir”. Añadiendo el comentario importante que no da igual “cómo se dice lo que no se puede decir” (Passett 2009, p. 50) [trad. K.M.H.].

Así que veo el mayor déficit en la falta de diálogo entre las generaciones (de analistas), mediante el cual se podría elaborar y adquirir una historia del psicoanálisis en forma personal. Una historia que, en caso contrario, en el callar y ocultar no queda ahistórica, sino que se sustituye sobre todo por fantasías incómodas, perturbadoras o embellecidas.

Tan solo por eso para mí el título de este simposio recibe un significado especial: “No olvidemos –¡el psicoanálisis!” [trad. K.M.H.].

Y, dada la ocasión, tampoco olvidemos la revista Werkblatt.

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[1]Conferencia presentada en el Symposium del 13-14 de noviembre 2009 del Círculo de Trabajo para el Psicoanálisis de Graz. “No olvidemos – el Psicoanálisis” Des/organizados Movimientos de Recordar. Por las estimulantes discusiones agradezco a Gerhard Benetka, Albert Ellensohn, Wolf Friedl, Johanna Gehmacher, Gabriella Hauch, Beate Hofstadler, Werner Kienreich, Andrea Knapp-Lackinger, Anna Koellreuter, Ulrike Körbitz, Fritz Lackinger, Doris Peham, Jutta Zabraha-Rainer, Inghwio aus der Schmitte, Martin Spitzer, Cornelius Textor und Gerhild Trübswasser.

Publicada en Werkblatt. Zeitschrift für Psychoanalyse und Gesellschaftskritik, Nr.64, Heft 1/27. Jg. 2010. Traducción del alemán: Karin Hintermeier. Traducción de las notas del texto Daniel Álvarez del Castillo.

[2]Werkstatt Programa del semestre de invierno 1984-85: Profesores invitados: Marie Langer: Nicaragua. Psicoanálisis al servicio del pueblo. Franc Merkac: Investigación-Socialización en Carintia Bilingüe. Franz Pichler/Ewald Englert: Desplazados y la historia reciente en Austria. Marina Fischer-Kowalski: Los mensajes desde los trabajos de investigación. Peter Seidl: Del rechazo físico al afecto activo entre padres e hijos. Russel Berman: Reflexiones marxistas sobre el estado de ánimo de la América actual. Ingram Hartinger: Muestras de pensamientos y variantes del habla contra la „psicología“ burguesa. Irmgard Vogt: Formas de vida femeninas y la intoxicación con drogas. Alfred Lorenzer: Comprensión escénica y psicoanálisis de los estudios literarios. Producciones: F. Aichinger: M(et)odología. K. Fallend: Historiar forense del psicoanálisis. G. Scheberan: Psicoanálisis, Dialéctica y Crítica Nomológica. E. Platzl/W. Willwerding: Con el Transiberiano a China. W. Friedl/K. Zwarzl: AfA. Un Projecto Salzburges con desempleados. Grupo de Trabajo/Seminario: Psicoanálsis. (E. Falzeder, G. Fisslthaler, G. Krautgartner). Dialéctica. (G. Abl) Economía Política (L. Hartinger, B. Ortner) Círculo de Trabajo de Psiquiatría. (G. Fisslthaler, A. Topitz). Grupo de Trabajo-Lorenzer. (J. Rainer). Freud, Lacan y el lenguaje de la literatura (H. Höller). Las Teorías Psicoanalíticas de la Feminidad. (G. Paule, T. Ster). Fragmentos de la Feminida. (I. Wildling). Historia del Movimienro de Mujeres proletarias. (D. Gödl). Investigación Cualitativa. (G. Migsch).

[3]34 Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API) en Hamburgo del 28 de julio al 2 de agosto de 1985.

[4]El Symposium se celebró el 27 y 28 de mayo de 1988 en Salzburgo y fue organizado por Werkstatt für Gesellschafts- und Psychoanalyse (Taller de Socio – y Psicoanálisis), bajo la dirección de Karl Fallend, Bernhard Handlbauer y Werner Kienreich.

[5]Symposium Internacional del 19 al 23 de octubre de 1987 en Viena, bajo la dirección de Friedrich Stadler.

[6]Eveline List (2008a pp. 137.; 2008b p. 33) no fue la única que formuló esta crítica.

[7]Psychoanalytischearbeitsgruppe (PSBV) (Grupo de trabajo psicoanalítico) con Anna Koellreuter, Ulrike Körbitz und Cornelius Textor.

[8]No olvidemos la ‘Carta al lector’ de Igor Caruso en la revista “Spiegel” del año de 1964, sobre su trabajo en am Spiegelgrund publicada repentinamente durante el debate actual y distribuida como copias (sin fechar).

[9]Una producción de ORF. Escrito por: Thomas Baum. Con Walther Reyer en el papel principal. Fecha de emisión: 26 octubre 1996.

[10]Otra excepciónsería un artículo de Edward Grünewald (1985), el fundador del Grupo de Trabajo para la Psicología Profunda de Innsbruck. Grünewald era activo como estudiante en el grupo O5 de resistencia en el Tirol.Fue detenidoen abril de 1945 por la Gestapo, torturado y condenado a muerte. Grünewald fue trasladado al campo de concentración de Reichenau, donde logró, con el apoyo de los compañeros, dominar a los guardias y escapar.(Peham 2001, pp. 99.)

Hablar, desembuchar con el habla , fue fatal («Uno casi no sobrevive al interrogatorio _ «); guardar silencio era salvar la vida, la posibilidad de sobrevivir. En este sentido, nos hace Eduard Grünewald su resistencia psíquica comprensible, que se opone a él para hablarnos de su resistencia política. Lástima que no sabemos en qué medida su análisis con Igor A. Caruso hacia 1946/47, era una ayuda. Su tesis doctoral (1946) se llamó  «Sobre el problema de fanatismo»

[11]En el mismo edificio de la universidad en la Academia de Salzburgo, donde estudiamos psicología, tuve de 1983 a 1995 un  respetado germanista, «que quería aprender de la historia» (Leggwie), profesor honorario. Prof. Hans Schwerte (1909-1999), quien era muy popular entre los estudiantes por su liberalidad y progresividad, trató de darse cuenta de esta doble vida hasta sus últimas consecuencias, para romper con su pasado. Hasta 1945 Scgwerte se llamó Hans Ernst Schneider y fue capitán de la SS en el llamado «Ahnenerbe» (Nota de Daniel Álvarez del C. «La Studiengesellschaft für Geistesurgeschichte‚ Deutsches Ahnenerbe e.V.1 (traducido del alemán como «Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana»), conocida como Ahnenerbe o también SS-Ahnenerbe, fue una entidad científica alemana constituida formalmente en 1935 por dirigentes e ideólogos del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán para realizar y divulgar investigaciones con fines educativos en apoyo de la ideología nazi y en particular, de sus teorías relacionadas con la raza aria en paralelo con sus investigaciones de la raza germana. En 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, la Ahnenerbe fue integrada en la estructura de las SS, organización fundamental del aparato de Estado del Tercer Reich, y dirigida, bajo la presidencia de Heinrich Himmler, por Walther Wüst y Wolfram von Sievers, orientando su actividad hacia expediciones arqueológicas, etnológicas y antropológicas tanto en países sudamericanos como Brasil o países del Himalaya. Al final de la guerra, quedó disuelta y sus actividades investigadas en el marco de los juicios de Núremberg, siendo declarada organización criminal en 1946 junto con las SS. Sievers fue juzgado y condenado a la pena capital como criminal de guerra. Por su naturaleza, la Ahnenerbe y su historia son uno de los temas abordados por las controvertidas teorías sobre el ocultismo nazi.» Tomado de Wikipedia) y estuvo en el equipo personal de Heinrich Himmler. Ni siquiera sus hijos sabían de su historia, que fue descubierta en 1995 por un equipo de la televisión holandesa, por lo que todos sus honores le fueron revocados, perdió su pensión y tuvo que vivir de la seguridad social. (Ver Leggewie 1998, Müller 2007)

[12]Sorprendentemente, Hans Strotzka recuerda en su autobiografía que la realización de los actos de resistencia en el contexto: «La acción de la aniquilación de la vida de los indignos en Steinhof estaba en marcha, o sea que bajo el más estricto secreto ciertos pacientes fueron seleccionados, transportados y colocados en ciertas instituciones, donde pronto murieron. Esto significó que por pura irresponsabilidad médica muchos fueron los que se despidieron y diagnosticaron falsamente. Los que en se momento eran asistentes eran casi todos nazis ilegales, muchos hombres de la SS, pero todos han – aun si nunca hablaron de eso – participado.»(citado en N. Hauer, 2000, p 17)

[13]Walter Spiel (1920-2003), psiquiatra infantil, Neurólogo. Hijo del social-demócrata, psicólogo individual (Adler) y reformador escolar Oskar Spiel (1892-1961).