La interpretación de un homicidio.

 Edwin Sánchez Ausucua

El día 10 de junio del 2010 el periódico La Jornada presenta  las declaraciones del joven de 20 años que vivía en Tepito  que ha ocupado los espacios noticiosos de manera sobreabundante. Un adolescente más que será sentenciado por el doble crimen contra los dos seres por él y su compañera procreados. “Mató a sus hijos” se puede leer en las portadas de la nota roja que ha sido elevada al horario estelar. Sin embargo en esta ocasión no se trata de una nota sangrienta más pues permanece tras todo el ruido noticioso aquello que no es posible nombrar, lo impronunciable del homicidio en su sentido civilizatorio y antropológico que la impartición de justicia evade reduciendo los sucesos a procesos de técnica pericial. La sucesión de los acontecimientos es reveladora en más de un sentido. La primera declaración del joven Javier Covarrubias fue en realidad una denuncia contra el secuestro de sus hijos. Tal declaración genera una revuelta social en el barrio de Tepito. La segunda declaración, tras los enredos y falsas afirmaciones del declarante, fue que había dado a los hijos a cuenta por una deuda que tenía con una mujer. En esta falsa pero verosímil declaración los hijos son reducidos a un valor de cambio en un sentido mercantil. El suceso y los argumentos que lo rodean permiten elevar el caso a otro nivel del reflexión pues se halla en juego la reproducción social de los sujetos y las condiciones necesarias requeridas para que la vida en sociedad sea posible. La falsa declaración permite señalar lo que justamente no podría considerarse como una norma social esto es, considerar a los hijos como mercancías con las que se pueden hacer negocios. Se trata entonces de la interpretación de la vida misma y no solamente la causalidad que lleva al joven a matar a quienes ha engendrado, en la crónica de un horrendo crimen. Cabe señalar que los menores procreados nunca alcanzan el estatuto subjetivo de ser hijos para el joven que no llega a ocupar el lugar de padre. Para los fines de esta reflexión se trata de un filicidio en ese sentido que implica también lo jurídico. ¿Qué representa en lo político un filicidio para un Estado? Si se considera el tema en términos estrictamente científicos, el soporte biológico que se reproduce según las leyes de los mamíferos superiores, y los seres así nacidos, no son condición suficiente para existir social y psicológicamente, aunque sí una condición necesaria, para que la vida humana se socialice y pueda ingresar a la esfera de los intercambios que supone la reproducción social. Es decir el nacimiento biológico no garantiza la reproducción de sujetos sociales, es necesario el reconocimiento y el deseo de los padres que les transmiten sus dones para que esas vidas tengan una oportunidad de realización. Desde la perspectiva del conocimiento psicoanalítico, tenemos en este doble crimen la ausencia de una transmisión esencial imprescindible para que los niños, una vez nacidos, vuelvan a nacer a la vida desde la función simbólica/parental. Esta función constituye la condición necesaria para que la vida sea incorporada a los intercambios fundantes de la norma, y la prohibición, en un sentido antropológico de los términos cuyo alcance es también sociopolítico y psicosocial. Se trata en suma de la retribución simbólica de la deuda de los padres realizada en el ejercicio de su paternidad, es decir, en el renunciar a la posición subjetiva del hijo para que la descendencia pueda ocupar que le corresponde en la diferenciación genealógica. Es una formulación genealógica definida por la transmutación simbólica de lugares que no se realiza en Covarrubias quién no puede dejar el lugar del hijo en el cual se halla atrapado con manifestaciones narcisísticas de omnipotencia y deprivación subjetiva. Los efectos concretos de esta transmisión y sus dificultades se hacen evidentes en la fenomenología del dar, recibir, retribuir, postergar las satisfacciones, inhibir las pulsiones más inmediatas por el rodeo que exige la normatividad y su regulación. Son las pautas de una matriz civilizatoria transmitida a los padres para que ellos incorporen la vida de los hijos/biológicos a los vectores sociales de la realidad que definen al sujeto. Es parte del proceso normativo de la transmisión. A diferencia de la vida meramente biológica, la humana existencia se instituye desde la Ley para garantizarla y hacerla posible. Cuando no se presenta el proceso de transmisión de la Ley, el resultado es la muerte, la locura, el incesto, o el crimen, como este cuya elocuencia nos ocupamos en comentar. Es necesario reiterar lo dicho ante el acoso de la ciencia médica: la reproducción biológica meramente mamífera de la especie no reproduce la carga de la existencia psicológica, social y espiritual que garantiza el acceso a lo específicamente humano que es el deseo, el lenguaje, el vínculo. En Javier Covarrubias no existía el don de la transmisión, que para realizarse ha de cumplirse desde la generación anterior, en los nuevos hijos. Es la característica genealógica que define el sentido de ser abuelo, padre, hijo. Para fines prácticos de la peritación, estas consideraciones que pueden resultar demasiado abstractas o difíciles de asimilar, ha de considerarse necesariamente la historia de vida de Javier Covarrubias, ¿quién fue su padre? ¿quién fue su madre? ¿Quiénes fueron sus abuelos? ¿Qué ocurrió en sus vínculos esenciales para que decidiera dar la muerte a los dos niños?  ¿Quiénes fueron los padres de la madre para que ella lo eligiera como pareja?

El crimen ocurrido requiere que se le devuelva toda su carga de horror en un sentido trágico, se trata de un suceso que se encuentra en el lugar de otra violencia extrema ocurrida en la esfera simbólica. Es decir, Javier Covarrubias intentó acreditar en su segunda versión sobre la desaparición de sus hijos, que él mismo los había entregado a una mujer, como pago a cuenta de una deuda no saldada.  En esa versión el elemento de la verdad sobre la deuda simbólica es apuntalado en la emergencia de lo real desde un faltante que sobrelleva Javier Covarrubias en su desgraciada existencia. Dicho de otra manera el elemento deficitario, forcluido para usar el término analítico, es de tan grandes consecuencias y proporciones que no pude dar como resultado que el joven simplemente convierta a sus hijos en mercancías. Es algo que al interior de la constelación determinante del acto homicida no tiene cabida: convertir a los hijos en un valor mercantil de intercambio. La sin razón del pasaje al acto apunta  en dirección de esa imposibilidad.

Conclusión:

Las condiciones de estructura necesarias, de naturaleza significante, para que las  vidas de esos niños tuvieran la posibilidad de encontrar una realización en el mundo social de los intercambios simbólicos, no se había cumplido en la transmisión y el deseo. En términos psicoanalíticos la metáfora paterna no tuvo lugar en la vida de Javier Covarrubias, no hubo acceso al significante del nombre del padre y en consecuencia no pudo cumplir la función paterna que el destino le inducía a cumplir en su búsqueda personal. La referida nota periodística de La Jornada indica señalamientos del peritaje de la PGJDF: Javier Covarrubias es un generador de violencia familiar. Parecería una afirmación de Perogrullo o incluso una insensatez que no resulta insólita tratándose de la PGJDF, ¿tras el asesinato se concluye que es un generador de violencia familiar? Sin embargo, la violencia del acto de Covarrubias con toda y su carga sacrificial es en realidad precedida de otra violencia, la de un rechazo violento y extremo, radical, cuyo escenario es la constelación de los significantes que lo determinan como sujeto.  La violencia que precede a Covarrubias es desde luego inaccesible a los procedimientos e indagatorias de los peritos de la PGJDF y no constituye ningún elemento a favor del actor que ha de dar cuenta de su acto criminal ante la justicia. En Covarrubias se encarna un doble sacrificio generacional cuyo  violento surgimiento apunta a la verdad y esencia relacional y vinculante de lo humano. Sacrificio que coloca ante nuestra mirada el resultado horroroso de otra violencia primigenia de la vinculación deudora de la vida. Si algo permanece de sagrado en nuestra época de ultraliberalismo económico depredador, tendrá que ser la vida misma, que no nos pertenece del todo y por tanto no se puede mercantilizar como si se tratara de un elemento más de la desregulación económica. Entretanto los periódicos chorrean sangre cotidianamente, los asesinados son arrojados a la intemperie, insepultos como desechos y testimonio de la imparable destrucción de la cultura.  Ante este panorama el caso Covarrubias interroga de nueva cuenta, con su sacrificio,  lo que subyace al homicidio y su correlación con el sentido de la existencia. Justamente en tanto la vida humana se comercializa como mercancía, se vende como utilería, como noticia, como daño colateral, como basura reciclada, ante un auditorio ávido de noticias sangrientas. ¿De qué lado de la ley y la civilización se hallan instalados los criminales?