El problema de la contratransferencia en la clínica psicoanalítica.

 Julio Ortega Bobadilla

LOS INACABADOS

Rostro que no dice, que no ríe
que no dice ni sí ni no
Monstruo.
Sombra.
Rostro que tiende
que va
que pasa,
que lentamente hacia nosotros brota
rostro perdido…

Lo maravillosamente normal.

Henri Michaux.

¿Es la contratransferencia un concepto que debe ser aceptado y aplicado como parte del alfabeto psicoanalítico o debe ser negado y arrumbado como un término engañoso desprovisto de objetivo, como muchos lacanianos lo afirman en sus clases sobre clínica psicoanalítica?[1]

Fue Ferenczi quien introdujo el tema en una carta a Freud de 1908 y Freud utiliza el término de contratransferencia en una carta dirigida a Jung fechada el 7 de julio de 1909[2].  Tocó después el asunto a través de una intervención en Edimburgo en 1910, dónde explicita:

“Nos hemos visto llevados a prestar atención a la ‘contratransferencia’ que se instala en el médico por el influjo que el paciente ejerce sobre su sentir inconsciente, y no estamos lejos de exigirle que la discierna dentro de sí y la domine.”

Y agregó:

“Hemos notado que cada psicoanalista solo llega hasta donde se lo permiten sus propios complejos y resistencia interiores, y por eso exigimos que inicie su actividad con un autoanálisis y lo profundice de manera ininterrumpida a medida que hace sus experiencias en los enfermos[3]

Más adelante en 1913, en una carta a Binswagner, reconocía que este tema era uno de los más difíciles. Aclaraba allí que el analista nunca debía comunicar al analizante nada surgido de su propio inconsciente[4].

Fue así que el concepto fue reconocido y tratado con pinzas, como un efecto concomitante de un análisis que debiera ser tratado con sumo cuidado, sin embargo, desde los pioneros del psicoanálisis, personajes importantes como Ferenczi o Theodor Reik sostuvieron la importancia de la escucha de la contratransferencia como un elemento que a nivel infraverbal establecería una comunicación con los pacientes que lejos de oponerse a la comunicación, sería un elemento que la potenciaría.

En el caso de Ferenczi, dicha comunicación llegaría a ser extendida hasta pretendidos grados telepáticos. Todo esto, llevaría a los analistas a alejarse del tema y tomar una postura similar a la de Freud. Luego, algunos trabajos como los de Heinrich Racker y Paula Heimann volvieron a acentuar la importancia de tomar en cuenta los sentimientos del analista despertados por el paciente como un signo, una forma de comunicación que debiese ser muy tomada en cuenta en el curso de un psicoanálisis. Una especie de comunicación inconsciente – inconsciente que debiera ser un elemento esencial en la práctica psicoterapéutica.

Thöma, & Kächele, [5]. definieron a la contratransferencia como una cenicienta que pasó a ser princesa en el curso de unos 40 años y dicen que fue Heimann quien mejor expresó el papel de la contratransferencia, afirmando que: la respuesta emocional a su paciente durante la situación analítica representa una de las herramientas de trabajo más importantes para su labor. La contratransferencia del analista es uno es un instrumento de investigación dentro del inconsciente de su paciente.

Sin embargo, ella misma reconoció años más tarde[6] que habría que definir mejor el concepto y circunscribirlo a un área de aplicabilidad y a un criterio de uso específico.

Previo a este trabajo, encontramos a Helen Deutsch, discutiendo las características de la empatía y la contratransferencia en un temprano artículo de 1926 bajo el título: “Fenómenos ocultos en el psicoanálisis”.

Se llegó, aún así a concebir la contratransferencia como un proceso complementario a la transferencia en el proceso analítico, llegando a enfatizarse cómo lo hizo Fenichel, que el suprimir la contratransferencia o cualquier emoción humana hacia el paciente sólo podría traer rigidez y una serie de actitudes que atentaban contra el mismo proceso terapéutico.

La metapsicología subyacente al fenómeno fue relacionada con las escuelas de pensamiento prevalecientes en un momento específico. Money-Kyrle afirmó que en el curso normal de toda transferencia y contratransferencia, estaría implicada la oscilación entre los procesos de la proyección y la introyección.

Racker distinguió entre una forma de contratransferencia concordante, que contribuye directamente a la comprensión del paciente, y otra forma de contratransferencia complementaria, que obstaculiza el proceso analítico. La contratransferencia concordante supone para Racker la capacidad del analista de identificarse con diferentes objetos del mundo interno del analizado en forma refleja, ya sea, por ejemplo, con el Ello, el Yo, o el Superyó del paciente. Esto posibilita al analista equiparar la experiencia propia con la ajena, de manera que el analista se coloca en el lugar del analizado. Este tipo de identificación, una “identidad aproximada” diría Racker, tendría una función operativa y estaría en la base de los fenómenos de resonancia con el paciente y de comprensión empática. En la misma se subliman los sentimientos positivos del analista frente a su paciente. Sin embargo, existe una “parte neurótica de la contratransferencia” que interfiere en el proceso analítico, a la que Racker dedica su principal esfuerzo de teorización. En la misma se ponen en juego enlaces inconscientes entre paciente y analista, que paralizan momentáneamente el proceso. El mecanismo que describe en múltiples casos clínicos es el de identificación proyectiva recíproca, en este caso llamada CIP. El analista pasa a ocupar un lugar como objeto del mundo interno del analizado –sintiéndose así tratado– y el analizado representa objetos internos del analista.

Horacio Etchegoyen[7], hizo análogas, las conveniencias y dificultades de la transferencia y de la contratransferencia. Luis Féder[8]en 2010 considera que no hay analista, actualmente, que no emplee la contratransferencia como una herramienta eficaz para contactar con sus pacientes.

Margaret Little[9]definía a la contratransferencia, como:

a.        La actitud inconsciente del analista hacia su paciente.

b.        Los elementos reprimidos no analizados del propio analista que coloca sobre el paciente de forma idéntica a la forma en que el paciente «transfiere» sobre su analista los afectos sentidos hacia sus padres o los objetos de su infancia: el analista considera a su paciente (momentáneamente y de manera variable) como consideraba a sus propios padres.

c.         Cualquier actitud o mecanismo específico mediante el cual el analista llega a conocer la transferencia de su paciente.

d.        La totalidad de las actitudes y comportamientos del analista hacia su paciente, conllevando esto todas las actitudes conscientes e inconscientes.

Y se preguntaba también: ¿Por qué la contratransferencia está tan mal definida? ¿Es indefinible? ¿Es imposible aislarla verdaderamente en la medida de que una idea general de la contratransferencia es incómoda y poco manejable?

Lucía Tower[10]se refirió a la angustia en el analista como una manifestación de la contratransferencia y como negativa para el tratamiento, cualquier manifestación de la contratransferencia erótica del analista al paciente (presente en muchos casos) y subraya a un mismo tiempo la contradicción implícita en la suposición de que puede y debe controlarse la contratransferencia inconsciente por parte del analista. Su posición hacia el tema, es que, la contratransferencia es inevitable y deseable en el tratamiento de los pacientes.

Sólo quiero dejar establecido que casos como el del enfant terrible o demonio del psicoanálisis británico Masud Khan ampliamente reconocido por sus aportes clínicos y teóricos, alumno de Anna Freud y Melanie Klein a quien tuvo como supervisores, de Ella Sharpe, y analizante de Winnicott, y fue Editor de la International Psychoanalytic Library, después del International Journal of Psycho-Analysis, y finalmente coeditor de la Nouvelle Revue de psychanalyse, fascinan y alarman. Precisamente por las consecuencias adversas en que derivó el uso y quizá abuso de la contratransferencia, basada en el managment winiccotiano… y en el “establecimiento de relaciones sociales con sus pacientes” (Limentani)

Todos sabemos la posición de Lacan en su Intervención sobre la transferencia (1951), dónde señala una y otra vez, cómo parte de las intervenciones de Freud en el caso Dora, están empujadas por su contratransferencia (su deseo de normalización del deseo de Dora), allí mismo la define como los prejuicios del analista, y la exposición de su falta de formación. También en Función y Campo de la palabra (1953), la incluye entre uno de los puntos de interés de la teoría que explicarían el deterioro de la práctica analítica. Posiciones que han sido resumidas en una fórmula simple y reduccionista: La contratransferencia es la neurosis del analista.

Sin embargo, quienes llevamos un tiempo en la práctica analítica, creo que debemos cuestionar cualquier lectura religiosa de sus textos y entender sus posiciones, como producto del contexto histórico y de las circunstancias. Por otro lado, parece incauto pensar en un Lacan neutro y desapasionado, frente a sus pacientes si uno ha leído los libros que relatan las anécdotas de su práctica como el de Allouch (Hola… ¿Lacan? Claro que no), o la narración de 10 años de análisis según Pierre Rey (Una temporada con Lacan)… Y más aún, toma en cuenta, las exigencias de mentir sobre sus análisis, que realizó a sus alumnos Laplanche y Pontalis frente a los escrutinios de los revisores de la IPA.

Lacan, en términos generales, no valida el concepto de contratransferencia, pero en algunos lugares — no necesariamente en Los Escritos –, le asigna importancia en la experiencia de psicoanalizar. Por ejemplo, trata el tema en el Seminario sobre La angustia, cuando estudia la reacción de Margaret Little ante el tedio que le provocaba una paciente. También menciona y rescata el trabajo de Lucía Tower que ya mencionamos, y quien trata el tema y la posibilidad de un cambio que puede sobrevenir del lado del analista. Eso que después será precisado como “deseo del analista”, un término usado en vez de contratransferencia. En general, para definir la posición del analista, lo compara a la de un jugador de bridge que oculta su deseo o reacciones hacia su contraparte, pero algunos analistas han entendido esta metáfora como que la práctica del psicoanalista no sería diversa de subrayar simplemente un texto. Me viene a la memoria cómo, un celebrado profesor y autor de teoría psicoanalítica, hoy podría decir un impostor del psicoanálisis, repetía hasta el cansancio, que el analista sólo debía intervenir redoblando frases del analizante, en forma de dicho, preguntando, o a través del corte analítico También, conocemos de sobra, fatales anécdotas de análisis pseudolacanianos que en años, el analista nunca dice palabra alguna. Por el contrario, con el deseo del analista no se trataría de ignorar lo que produce la escena analítica, sino aplicarlo a favor del análisis.

Pero volvamos sobre el artículo que despertó tanto interés a Lacan, nos referimos al de Margaret Little. Allí, especifica que es fatal para el analista identificarse con el paciente y que la empatía — que es distinta de la simpatía — y el distanciamiento, son esenciales para el proceso de la cura, en esto sigue completamente el modelo freudiano. Mientras que el fundamento de la empatía, tanto como el de la simpatía, es la identificación, el distanciamiento constituye la diferencia y ayuda a establecer una caverna de resonancia del inconsciente del paciente.

Nosotros, entendemos – sin embargo – que también que el analista se identifica necesariamente con el paciente, pero debe existir para él, un intervalo de tiempo entre él mismo y lo que para el paciente tiene una cualidad de inmediatez (porque sabemos que el inconsciente es atemporal); el analista sabe que esos conflictos se ubican en el pasado, mientras que para el paciente sus fantasmas, aparecen como parte del presente, y es de hecho, la experiencia propia del paciente la que se juega en el análisis, y no las vivencias propias del analista las que van a determinar el paso de un análisis, aunque las decisiones finales de la llamada dirección de la cura correspondan al analista; y en los casos en que su contratransferencia pudiera hacerle resbalar para jugarse como secuaz del paciente en una situación del presente, el analista va a poner extraviar el desarrollo del análisis. Cuando el paciente produce (¿Vive?) una experiencia que es suya y no tiene que ver con el analista, un intervalo de distancia se introduce también automáticamente. Una utilización con éxito de la contratransferencia depende de la preservación de estos intervalos de tiempo y distancia. La identificación del analista, señala Little, con las insuficiencias del paciente, debe ser introyectiva y no proyectiva.

Esto quiere decir que no ha de descartarse completamente el uso de la contratransferencia en el trabajo analítico, quizá sorprenda a algunos mi posición actual sobre el fenómeno, teniendo en cuenta que buena parte de mi trabajo está marcado por la lectura de Lacan. Lo que sí les subrayo, es que hay que ser muy cuidadoso, especialmente cuando se tiene poca experiencia en el trabajo clínico, para distinguir entre su uso correcto y su abuso, a grados que revelan o hacen jugar la neurosis del analista.

Actualmente en el mundo del psicoanálisis se ha puesto en boga nuevamente la discusión sobre la utilización o no de la contratransferencia, y el término de Enactment, propuesto por Joseph Sandler en 1976, es la línea divisoria sobre las diversas posiciones analíticas. Este término implicaría los pensamientos, sentimientos y acciones suscitadas en el analista por efecto de la contratransferencia. En esta concepción, el analista – espejo, aparecería desplazado por la de un analista que toma un rol más participativo en el proceso analítico, producto de una relación dual, que nosotros pensamos debería evitarse del todo y que se jugaría más del lado de una transferencia complementaria producto de una contraidentificación proyectiva según los términos de Racker, pero sin la connotación negativa que éste le confería. Los intersubjetivistas (vgr. Ogden), llegan a valorar esta acción como producto de una relación bipersonal intersubjetiva que nace de una relación entre las vivencias subjetivas del paciente, del analista, y de la interacción de ambos, suponiendo que es la base dialéctica sobre la que  debe trabajar un analista, diluyendo, según me parece, la especificidad de la situación analítica al no hacer una diferencia clara con la de una relación personal en la vida cotidiana.

En el Congreso de la IPA, en 1993, en Amsterdam, Jacobs[11] representante de la corriente interactivista norteamericana, presentó. un trabajo donde relata la sesión de un paciente incluyendo, como material, asociaciones, vivencias y hasta sensaciones físicas del analista. A partir de sus reacciones personales, llega a la interpretación del significado del discurso y el carácter del paciente. En otras palabras, Jacobs propone una forma de trabajo que denomina interacción analítica y considera que «entre las herramientas de su oficio, ninguna es más valiosa para el analista que el uso eficaz de sí mismo”.

Green, frente a este trabajo, expresó su total desacuerdo con la teoría de la interacción que propone Jacobs. Considerando que esa teoría se aparta del psicoanálisis, ya que deja de lado la pulsión y sobre todo la representación. Afirmó. que el psicoanálisis debe ocuparse de la representación y no de la acción, aunque ésta quede imbricada en lo interpersonal como inter-acción, transacción, etc.

Lo cierto es que, no puede no reconocerse el fenómeno, no puede anularse y lo que cabría, es el análisis, es el escrutinio constante de nuestro trabajo para asegurarse de que no está jugado el mundo fantasmático del analista en su trabajo. Eso quiere decir que un analista no puede tratar ¾de entrada ¾a todos los pacientes que acuden a su consultorio, y que debe estar muy atento a que su circunstancia personal no sea la base de ninguna intervención.

El psicoanálisis clásico no está diseñado para ayudar a pacientes que sufren de psicosis, así que se plantea qué tipo de tratamiento puede ser útil en estos pacientes. Numerosos autores Frosch, Kernberg, Greenson… han valorado y recomendado la necesidad de modificar los parámetros técnicos del psicoanálisis clásico, y entonces la cuestión es qué condiciones mantener y cuáles modificar.

Una de las condiciones más importantes del psicoanálisis: ¨la prohibición de tocar”. Podría aparecer como cuestionada, en primera instancia y tocar podría aparecer un medio contenedor y de invervención más directo, en estos casos la contransferencia parecería indudablemente implicada. Personalmente coincido con  Döll y Gálvez[12], la palabra es el medio terapéutico que tiene más potencia para acceder al mundo simbólico. Pero puede ser complementada, en estos casos, con los llamados mediadores relacionales, no aplicados necesariamente por el analista: ejercicios de relajación, danza, pintura, música, terapia ocupacional y acompañamiento terapeútico.

Podríamos decir, así, que la contratransferencia es además un instrumento clínico especialmente valioso en los casos de psicosis, que no podrán ser tratados con eficiencia terapéutica si no se usa este instrumento.  Casos en dónde el signo sustituye al significante, el cuerpo está jugado como un síntoma esencial, o que el silencio juega parte importante en esa experiencia de terror.

 


[1]Conferencia pronunciada en Querétaro en Septiembre de 2012, durante el 3er Congreso de la Revista Carta Psicoanalítica, y reescrita para el LIII Congreso de Psicoanálisis de la APM 2013.

[2]Roudinesco e Plon. Dicionário de Psicanálise. Zahar editor, Río de Janeiro, 1998. P. 133.

[3]Freud Sigmund. Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica. 1910.

[4]Roudinesco e Plon. Op. Cit.

[5]Thöma, H. & Kächele, H. Lehrbuch der psychoanalytischen Therapie. Berlin-Heidelberg: Springer Verlag, 1987.

[6]Thöma, H. & Kächele, H. Ibid.

[7]Etchegoyen, R.H. (1986) Los Fundamentos de la Técnica Psicoanalítica. Pág. 242. Amorrortu editores, Buenos Aires.

[8]Entrevista a Luis Féder. La visión del analista. Realizada por Tammy Kalach y Yazmín Mendoza. En línea en el boletín electrónico de la APM: http://boletinesapm.blogspot.mx/2012/07/la-vision-del-psicoanalista.html página consultada el 21 de septiembre de 2012.

[9]Margaret Little. Op. Cit. Pp. 36 y 37.

[10]Lucía Tower. Conferencia ofrecida ante la Chicago Psychoanalytic Society en mayo de 1955.

[11]Jacobs, Theodore (1993) “Las experiencias internas del analista. Su contribución al proceso

analítico”, en Revista de Psicoanálisis, APA, Buenos Aires. “Pre-publicados” y otros escritos.

Publicaciones previas al 38 Congreso de la API (Amsterdan, 1993).

[12]Döll Aurora, Gálvez Ana. La piel como camino al pensamiento. Revista Átopos. No. 14. España. Junio 2013.