El último encuentro.

 Carmen Tinajero

Esta reunión está marcada por la angustia, por lo no dicho por aquello de nosotros que Marcelo se llevó para siempre, por lo irremediablemente perdido. Tal vez por eso mi primera intención fue hacer un trabajo sobre la sesión del 9 de enero de 1963 (del Seminario de la Angustia de Lacan).

No es casual que nos reunamos para hablar de la angustia que nos agarremos de las palabras vivas de un Lacan muerto también “en la raya” como Marcelo, como morimos todos sus allegados aportando un pedazo de nosotros mismos, con la cuota corporal que nos anima a venir, a estar, a seguir vivos sin él, transmitiendo algo de lo que él nos dio, con una voz apesadumbrada, apenas audible, triste.

Dice Lacan en la sesión del 9 de enero de 1963 que es sólo por intermedio del espejo de Otro (A), como (alguien) puede ser puesto en relación con su propia imagen (a), y que entre ambas puede jugar esa oscilación comunicante que Freud designa como la reversibilidad de la libido del cuerpo propio a la del objeto. Pues bien creo que Marcelo ocupó en muchos de nosotros ese lugar de testigo que nos hizo ser analistas para sostenernos aún sin él.

Hoy, parafraseando a Sandor Marai[i] quiero hablar de “el último encuentro”. Mi último encuentro con Marcelo fue el 1 de octubre de 2010, ese día pasaron cosas en el sentido analítico, cosas que estaban detenidas, como en El último encuentro de Marai, esperando ser habladas. Había tres temas que seguramente eran el mismo porque se enredaban alrededor de la paciente que me golpeó en septiembre del 2009 y que ahora situaba yo como pregunta en mi interés por la locura que había surgido del fin de mi análisis como una decisión inquebrantable. Habían pasado ya quince años de deambular por los hospitales psiquiátricos y el fracaso en el tratamiento de esa paciente me hacía volver a Marcelo.

Tengo que explicarles un poco de qué se trata “mi fracaso” en el tratamiento de una mujer calificada por la psiquiatría como psicótica, que asistía a mi consultorio desde hacía más de 10 años y tenía internamientos esporádicos en el hospital de “Salud Mental de Villahermosa” No ahondaré en su historial sólo les diré que en septiembre del 2009 al encontrarme en la Sala de Mujeres del hospital corrió hacia mí y me golpeó, yo no me defendí. Y nuestra relación terminó, precipitada por ese acto traumático para ambas.

El otro cabo de mi angustia era mi renuncia a hacer el viaje a Córdoba, Argentina (a principios de este año) que en un principio me había entusiasmado con la frase: conoceré por fin el lugar de Marcelo y también ese día me preguntaba sobre la pertinencia de seguir perteneciendo o no a la escuela lacaniana de psicoanálisis a la que entré imbuida en la transferencia con Marcelo.

“Hay actos que si pasan por la palabra como ahora los haces pasar, pasan a otra cosa”, me dijo Marcelo ese día, calificando mi imprudencia en el tratamiento de mi paciente como acting out y no como pasaje al acto como yo lo consideraba. Hablamos casi una hora y lo que advertí al final de la plática era que mi angustia había desaparecido, Yo podía decir no, como lo hice en el tratamiento de Cecilia, en el viaje y en la posibilidad de dejar la escuela.

Sabemos que en el mundo de la locura no hay sí y no y eso, hace que el tiempo se detenga. Lo que hizo Marcelo ese día fue abrir el no en mi relación con la locura, con la escuela y con él mismo. Ese día supe lo que tal vez ya había dado vueltas en mi análisis, supe que no estaba ligada a un destino que me arrastraba en la posibilidad de no hacer lo correcto.

Al final de nuestro encuentro Marcelo me dijo en forma imperativa, tienes que leer PRODUCCIÓN BORNORONI el libro escrito por Carlos Bergliaffa y Sebastián Puente[ii] ¿por qué?, su sugerencia me parecía una digresión, no estuve muy de acuerdo pero me apresuré a conseguir el libro que me envió amablemente mi amiga Hélyda Peretti y después de darle muchas vueltas creo inferir que esa indicación encerraba la dirección de la cura que me había transmitido Marcelo.

Producción Bornoroni trata de la relación de un joven e ingenuo psiquiatra con un paciente multidiagnosticado y desahuciado por todos, un paciente sin filiación sin nadie que sostuviera su existencia. Bueno, ¡este encuentro sucedió!, el paciente peleaba por un nombre, quería ser reconocido como Bornoroni, el apellido de su padre real; y él llevaba legalmente el apellido del tío que lo había adoptado: Bagneffi. Bornoroni pudo encontrar en Bergliaffa, el psiquiatra ese reconocimiento pero ¿sería eso suficiente?, “nos acechaba el peligro del pasaje al acto, reflexionaba el psiquiatra influido por su acercamiento al psicoanálisis. Ahora es Bornoroni pero Bagneffi sigue estando, en el momento menos esperado podía llegar a matarse o asesinar a alguien en el intento de asesinar a su doble” [iii] (¿Cómo vivir con otro que ocupa mi lugar? Me pregunto yo).

Al joven psiquiatra se le hacía imposible que se matara o matara a otro, veía en él más un movimiento defensivo que de ataque ya que cuando se sentía perdido se hacía internar y llamaba a Bergliaffa para que lo defendiera haciendo uso de la ley.

El encuentro entre estos dos, aparentemente dispares creó una individuación, una realidad otra, un lugar; el encuentro entre un loco y un despistado produce, y el peligro del pasaje al acto por supuesto que está, es imposible trabajar sin riesgo. Esto es lo que escucho de Marcelo y bueno, situarse en la clínica implica, grandes incertidumbres pero también grandes posibilidades.

Así que en este último encuentro recibí una última indicación, una dirección que estaba más acá de las formalidades de pertenecer o no a la escuela y de cuestionar la teoría, esa dirección marcaba el sentido de lo que había sido la transmisión y transferencia con él y apuntaba hacia la clínica como esencial. Para mí es muy claro que en la transmisión, no se puede prescindir del estudio de caso, en la transmisión no se puede no hablar de la clínica.

Ese último encuentro con Marcelo Pasternac me hizo más libre y salí de ahí sin deuda. –Después de esto pude terminar de escribir sobre mi trabajo, pude pasar a otra cosa en mi relación con la locura.

Digo todo esto hoy, el día de su homenaje con la tristeza de que Marcelo no haya leído mi libro. Se lo envié en cuanto salió publicado casi un año después de este último encuentro en el fatídico agosto en que él murió. Sin embargo, me quedo con su acuse de recibo, y el vacío de su ausencia que resuena en las palabras que abrieron en mí la posibilidad de escuchar aquello que cifrado en mi historia, me esclavizaba.

Hace unos días Guy Le Gauffey me dijo después de haber leído mi Diario de la locura: para mí como para ti el acercamiento a un loco tiene que ver con la sencilla posibilidad de compartir un espacio ahí donde las pequeñas cosas suceden, y ¿sabes qué? enfatizó Guy, yo también creo que en eso, está el secreto de la dirección de la cura.

Villahermosa, Tabasco, 27 de noviembre de 2011.

[i] Marai Sandor, autor de El último encuentro , escritor húngaro que vivió de 1900 a 1989 y es uno de los autores más importantes de la literatura Centroeuropea.

[ii] Bergliaffa Carlos, Puente Sebastián PRODUCCIÓN BORNORONI, Relato degenerado del encuentro con un loco, Ed. Cactus, Occursus, Buenos Aires 2008

[iii] Ibid, Pag. 50