El gusano del fruto

 Carlos Fernández Gaos

Trabajo presentado en la mesa redonda “Testimonios de la clínica” Organizado por Yot’an, clínica psicoanalítica y el Círculo Psicoanalítico Mexicano A.C. en la Casa de las Humanidades, el 28 de noviembre de 2003.

El término “testimonio”, aparentemente preciso, parece vaciarse de sentido cuando se cuestionan las premisas que le atribuyen su estatuto de constatación, pero sugiere hablar de lo acontecido que podemos constatar. Pero ¿estamos, verdaderamente, en condiciones de decir algo respecto a ello? Somos testigos, sí, pero de otra especie de testimonio que proviene de un proceso que ignoramos y que construimos teóricamente, “a posteriori”, con base, ahora, en nuestras propias premisas. Lo paradójico es, entonces, que la condición para que algo suceda es, precisamente, tan sólo acotarlo con unas premisas que permiten otorgarle un sentido. Paradójico por que son las mismas premisas que lo construyen como proceso las que posteriormente permiten dar cuenta de él. Así pues, testimonio, ¿para qué? ¿Qué es lo testimoniable? ¿Qué estatuto puede tener tal testimonio? ¿De qué se habla en el testimonio? Aún más ¿Quién es el que habla en el testimonio?

El analista es testigo silencioso de su propia ignorancia. Tendrá que resignar su saber para que algo nuevo se produzca en él y en su paciente. Dejarse con-mover por las resonancias de la tragedia que atestigua que, de algún modo, también es la suya. En el análisis se trata, para paciente y analista, de crear; de crear sentidos siguiendo el camino opuesto a los sentidos ya ensayados y fracasados. Los socorridos refugios en la complacencia del saber y de lo sabido, no son sino expresión de una herencia que procede de un testamento al que se habrá de abjurar.

 Como dijera Paul Valéry, “…Devolver las luces, una adusta mitad supone en sombras”.[2] En efecto, en la clínica, las sombras presiden el curso de lo que acontece, y es desde ellas que algo debe crearse. Algo de Yo debe morir y será otro Yo el que escriba el epitafio. No hay lugar a concesiones. El síntoma, el acto, o, la enfermedad, denuncian la necesidad de no sortear este suicidio reinaugural. La imposibilidad de asumirlo deviene en melancolía o en perversión.

El Yo solo puede advenir siendo su propio biógrafo”, decía Piera Aulagnier, pero la construcción de esta biografía requiere de alguien que la atestigüe de modo permisivo, mejor aún, sorprendiéndose. Yo sólo puede ser ante otro, somos, admítaseme el neologismo, “Yotro”, a modo de singular del nos-otros. La biografía, entonces, siempre es compartida. En su soledad, en tanto que únicamente Yo, es melancólico o perverso. Es un Yo doliente, es un Yo en duelo, en el doble sentido, de dolor y de duelo a muerte[3]. La biografía no es, pues, un mero recuento del pasado, sino su escritura como un nuevo proyecto vital que exige en pago el sepultamiento de la ilusión de unidad. “…advenir siendo su propio biógrafo” comporta un acto asesino de otros biógrafos y otras biografías, y requiere de un testigo que, dando fe de ese acto, asuma con él la sentencia que conlleva.

Sólo puede ser testigo de un acto de creación quien se aventura en la errancia. Tal es un testamento invaluable del itinerario freudiano. Sólo el errante comete errores. Errar viene de errancia[4] y es sinónimo de equívoco solamente si se pretende que hay un lugar de la verdad; de lo correcto. Renunciar a saber, es errar y es la coincidencia de estos dos errantes, analista y paciente, lo que, aún siendo creación en sí misma, produce algo nuevo. No se trata, por cierto, de llegar a un lugar, sino más bien, de llegar siempre a nuevos lugares. Así entiendo lo interminable del análisis.

La construcción de una nueva historia produce un vértigo que es vivido como renuncia y no como posibilidad. El aferramiento a los fragmentos de «verdad» que han garantizado lo que el sujeto ha logrado y que son el basamento de sus utopías, se erige como verdadero dique en contra de las ansiedades que provoca asomarse al vacío que deja entrever su deconstrucción. En palabras de Heiddeger: “…resolverse a ir al encuentro de la muerte hace posible vivir el tiempo futuro para ser en el presente; lo que va siendo es lo que con conciencia auténtica, con el «estado de resuelto», se ha sido en el pasado, de modo que el futuro surge del pasado, del mismo modo que el pasado sólo es auténtico en vista de un futuro comprendido; el «ser ahí» vive en el presente como ser tendido entre el pasado y el futuro, con conciencia de su finitud, su facticidad, su angustia y su «ser para la muerte»”

Ocasión del engaño, de la quimera, del encubrimiento, de todo aquello que crea la ilusión de conjurar lo irrecusable. El “paciente”, término que sugiere la palabra “clínica”, padece, en última instancia, de lo mismo de todo ser humano. Y es que está arrojado a ser con el sino del no ser. Encarnación de su propia imposibilidad, en los inicios de su existir construirá como exterioridad las representaciones que podrá forcluir, renegar o reprimir, aunque éstas, como dice Assoun, “…no procede(n) simplemente del exterior sino del propio imposible que el sujeto lleva en sí mismo, como el fruto lleva dentro de sí al gusano…( ) El texto del inconsciente no es otro que el de la castración.. …( ) Ella se manifiesta por esa falta que el sujeto se representa con ocasión de la percepción de las diferencias anatómicas, y más específicamente en el cuerpo de la madre.[5]

 “No sé que quiero” es el dramático testimonio que, en boca del “paciente” denuncia el anudamiento en el que se encuentra atrapada su existencia. Saber y deseo. Parafraseando a Piera Aulagnier, si “Todo deseo de saber no es sino deseo de saber sobre el deseo”, entonces, agregamos: “no hay nada que el saber pueda saber sobre el deseo”. Desear saber qué desear, precipita al sujeto en las miasmas de su condición como tal, esto es, como sujeto, en el sentido de sujetado. El deseo impugna siempre al saber, mientras que el saber únicamente intentará renegar del deseo que lo moviliza.

Es muy diverso lo que nos propone la novela del paciente, verdadero ágape de identidades posibles. Se trata, en última instancia, de optar por el modo más soportable de ocultar la falta, en un doble sentido, como delito implícito en la reivindicación de su lugar y como pedazo del Ser que le fue arrancado a sus espaldas. No obstante, la diversidad misma del festín renueva la condena. ¡No se puede recurrir a lo sabido como conjunción de acontecimientos que perfilan un lugar en el mundo! ¡La razón no es tampoco el recurso para dar cuenta del sentido que tiene ese lugar! Y es que no se trata de detectar el sentido del haber sido, sino de crearlo siendo, como puente entre el sido y el seré. Dice Cioran: “No podemos ser tan generosos con nosotros mismos como para despilfarrar la libertad que nos otorgamos. Si no nos pusiéramos impedimentos, ¡cuántas veces cada instante no sería sino un sobrevivir! ¿No sucede a menudo que seguimos siendo nosotros mismos sólo por la idea de nuestras limitaciones?”.[6]

La libertad de crearnos en el mundo de modo que nos complazca, no es un privilegio, sino una condena. Arrojado al desfiladero de su propia posibilidad, el sujeto se anuda a las certezas que obtiene de su saber, a modo de límite que le impedirá abismarse en la innovación del sentido de su historia. Sin embargo, la condena es inapelable. El gusano que lo habita en las entrañas terminará haciendo hueco en el cascarón que lo recubre.

 

[2] .- Citado por Anzieu, D. “El autoanálisis de Freud y el descubrimiento del Psicoanálisis”. Vol. I. Siglo XXI, México. 1980.

[3] .- Esta manera de escuchar la palabra duelo, en tanto duelo a muerte, me fue revelada por un amigo y colega, Alejandro Salamonovitz, durante un intercambio de opiniones con respecto al trabajo “Duelo y melancolía”.

[4] .- Esta reflexión se la debo a la Dra. Graciela Mota. Amada compañera de muchas errancias.

[5] .- Assoun, Paul-Laurent. “Los grandes descubrimientos del Psicoanálisis”, en Historia del Psicoanálisis. Vol. I, Barcelona, Ediciones Juan Granica, 1984, p. 159.

[6] .- Cioran, E.M. “El ocaso del pensamiento”. Tusquets Eds. Barcelona, 2000. p. 29