Carlota: un amo para Maximiliano

Un estudio psicoanalítico sobre la articulación duelo locura

 Marco Antonio Macías López

Cuando los autores escriben sobre Carlota ya sea en un discurso novelado o histórico, he observado a partir de la revisión que he efectuado que cada uno de ellos se inclina por un rasgo o episodio que cautiva su atención y considero que terminan hablando de más, al presentar sus conjeturas como un hecho dado. Otros entran en minucias del contexto y sobre las reacciones de los personajes, como si ellos hubiesen estado presentes. A excepción por supuesto, de aquellos que pudieron testimoniar sobre lo que observaban, como fue por ejemplo el caso de José Luis Blasio (secretario particular de Maximiliano).

Lo que a continuación expondré, tiene como base la revisión de varias fuentes y se pretendió teorizar a partir de lo que los datos sobre el personaje aportan, cuidando de no imponerle la teoría al caso. Presentaré entonces, algunos datos del personaje de la emperatriz Carlota, esposa de Maximiliano, en especial aquellos que me permiten sostener el argumento de cómo Carlota se ubica en el lugar de amo para Maximiliano. En otro momento, se podrá presentar la propuesta teórica que desarrollé en mi investigación en relación con la función del duelo y su posible articulación con el caso de Carlota. Propuesta en la que se plantea cómo, la pérdida del objeto amado, es susceptible de provocar la locura.

Niñez y adolescencia de Carlota.

Sobre el nacimiento de Carlota, Reinach-Foussemagne señala: “El 7 de junio de 1840, a la una de la madrugada, hacía su entrada en este mundo la Princesa María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina de Bélgica, que habría de ser, por su matrimonio, Archiduquesa de Austria y después Emperatriz de México. Algunas horas más tarde, veintiún cañonazos anunciaban el acontecimiento a los súbditos del Rey Leopoldo I. Los edificios públicos fueron empavesados inmediatamente. En la noche, toda Bruselas se ilumina y, en los barrios populares, se festeja con bailes y rondas alegres, la venida de la pequeña princesa.”[1] Considera Reinach-Foussemagne que a efecto de que Leopoldo I pudiera asegurar mejor su dinastía, hubiera deseado un tercer hijo varón, y que no supo disimular su decepción.

Continuando con esta breve descripción de la niñez y adolescencia de Carlota, Reinach-Foussemagne, refiere que: “La princesa Carlota aparece, en un encantador retrato, a la edad de seis años como una preciosa niña de apariencia despierta, de mirada asombrada e ingenua, ‘la boca más pequeña que los ojos’ y de un dibujo muy puro, los brazos y las manos admirablemente modelados y su pequeño talle bien ajustado por su sencillo traje. Pero es, sobre todo, en la conmovedora correspondencia de la Reina Luisa con la Reina María Amelia, donde revive a nuestros ojos la que su madre consideraba graciosa como un “pequeño silfo de cuento de hadas”, viva, petulante y parlanchina, con un buen humor y una alegría habituales, tierna y afectuosa para los que la rodeaban, notablemente inteligente, y deseando de una manera absoluta, desde los dos años y medio, aprender a leer, y expresándose para todo ‘como una persona grande, con los más bellos giros en las frases’; un poco voluntariosa sin duda, pero disimulando este defecto por una cualidad: el celo que, desde sus primeros años, puso en todo lo que hacía y en todo lo que aprendía.”[2] 

Comenta la autora que a partir de 1848, la Reina Luisa comenzó a decaer mucho en su salud, año en que su padre Luis Felipe de Orleáns habrá de abdicar a su reinado en Francia, éste habrá de tolerar mal el destierro y dos años después en 1850 morirá un 26 de agosto. El estado de salud de Luisa María madre de Carlota, habrá de empeorar a partir de ese momento. Es llevada de Bélgica a Inglaterra para ser atendida médicamente, los errores de diagnóstico y la mala atención la van acercando a la muerte. Al regresar a Bélgica, Carlota su hija, enferma de tos ferina, las noches pasadas a la cabecera de su hija le fatigaron en exceso, su tuberculosis avanza, la distancia con su esposo Leopoldo crecía cada día. Al recibir entonces la noticia de la muerte de su padre, Foussemagne comenta, que sería un golpe del que no se reharía más. De tal suerte que muere el 11 de octubre de 1850,[3]¡Cuarenta y cinco días después de la muerte de su padre! Por ello se dice: ¡La muerte llama a la muerte!

Este es un acontecimiento relevante que dará cuenta, de una de las primeras pérdidas más importantes en Carlota a la tierna edad de 10 años.

De todos modos, la transformación súbita que se presenta desde esta fecha en el carácter de Carlota, es demasiado profunda y será demasiado durable para que se pueda explicar por la sola privación de las ternuras de una madre. Se encuentra, en este cambio, lo que no había escapado a la perspicacia maternal: la orientación del carácter de la joven en el sentido del de su padre, de un padre al que “se parecía tanto que se hubiera dicho su miniatura”[4]. Respecto a este acercamiento con el padre comenta la autora: “Con una buena voluntad conmovedora, con su presencia asidua al lado de su padre en todas las ceremonias oficiales, por el interés que pone en sus obras de caridad y misericordia, se esfuerza por llenar el lugar que la muerte de su ‘querida mamá’ ha dejado vacío y que se siente llamada por Dios a ocupar. Pero lo que, por encima de todo, domina en esta niña, “es una voluntad firme y casi podríamos decir viril”[5]

En todo este tiempo diversos autores (Kervoorde, Iturriaga, de Grecia, entre otros), coinciden que Carlota ha sido educada para gobernar; se desplegará más adelante este elemento y se comentará como uno de los hechos estructurales en su vida.

 Matrimonio de Carlota y Maximiliano.

Veamos ahora la época en que se va a efectuar su matrimonio. Reinach-Foussemagne comenta que: “Al cumplir la princesa dieciseis años solicitaron su mano dos pretendientes: el Príncipe Jorge de Saxe y el Rey de Portugal, Pedro I. Don Pedro tenía sobre el Príncipe de Saxe la ventaja de ser sobrino de Leopoldo I, la de ofrecer un trono a Carlota y, sobre todo, la de ser el candidato, tanto de la Reina Victoria como del Príncipe Alberto”[6]. Carlota sin embargo, habrá de enamorarse de Maximiliano, precisaremos, del Príncipe con sangre de los Habsburgo perteneciente al Imperio Austriaco, que era uno de los imperios más importantes del momento.

Para Villalpando, el matrimonio que se habrá de consumar entre Carlota y Maximiliano está cifrado en el interés económico de éste. Comenta el autor que el castillo de Miramar que mandó construir Maximiliano, se financió con el dinero que le dio el rey Leopoldo I de Bélgica, por haberse casado con su hija Carlota.

El rey Leopoldo era uno de los hombres más acaudalados de su época, pero al mismo tiempo, tenía fama de avaro. Maximiliano, en plenas negociaciones, llegó a llamarlo “tacaño”. Negociar un matrimonio real implicaba mucho más de cuestiones financieras que de amor”[7].

Revisando la tesis que presenta Villalpando, considero que se puede sostener, pero sólo en parte. Si él mismo cita que el rey Leopoldo tenía fama de avaro, esto obviamente no era desconocido por Maximiliano, ¿Por qué entonces decide el matrimonio con Carlota, si había pretendientes de otras Cortes que hubieran podido sufragar las deudas de Maximiliano? Mi propuesta es que el interés económico está precedido por el hecho de que Maximiliano es tomado por esa presencia de Carlota que ya tenía de gobernante (en el sentido de haber sido educada para ejercer el poder); su inteligencia y su don de mando, debieron de haber ejercido gran atracción en Maximiliano, pues serán características que él habrá de elogiar tanto en su estadía al frente del virreinato Lombardo-Veneto, como en su estancia en México.

Otro elemento que me parece importante mencionar, aunque este tiene el carácter de una conjetura, lo es el nombre de Carlota: María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina. Destaco el nombre de María Amelia, porque es el nombre de aquella mujer de quién se dice, que Maximiliano amó profundamente. El mismo Villalpando, cita: “El gran amor de Maximiliano fue la princesa María Amelia de Braganza, hija del difunto don Pedro, emperador del Brasil”. La conoció cuando visitó Lisboa a mediados de 1852, Maximiliano dijo de ella en su Diario que era una “princesa distinguida, cumplida cómo no se ven muchas”. Bajo el cielo de Portugal nació el idilio, y “el archiduque se declara”, dicen poéticamente Suzanne Desternes y Henriette Chandet. “La joven corresponde a su amor. Ambos deciden desposarse secretamente”. La madre de ella, la emperatriz viuda del Brasil estaba en el secreto y dio su consentimiento. A su retorno a Viena, según André Castelot, un feliz Maximiliano obtiene de Francisco José y de Sofía la autorización para casarse con María Amelia, pues “si este matrimonio no es muy brillante a los ojos de la familia imperial, a lo menos María Amelia es una princesa auténtica”. La fecha de la boda se fija para el siguiente año de 1853, pero el día de la boda nunca llegó. María Amelia, enferma de tuberculosis, fue enviada a Madeira a pasar el invierno y a tratar de restablecerse. Murió “del pecho” el 14 de febrero de 1853. Años después, Maximiliano la seguía llorando. En 1859, visitando Funchal, en las Madeira, escribió en su Diario que María Amelia era una “criatura perfecta que dejó este mundo ingrato, como un ángel puro de luz, para volver al cielo, su verdadera patria”. Luego, visitó la casa donde ella había muerto, el lugar “donde el ángel amargamente llorado dejó la tierra y permanecí por largo tiempo abismado en pensamientos de tristeza y de duelo”[8]. El mismo autor comenta, que un dato revelador que demuestra que Maximiliano nunca la olvidó y que hasta los últimos momentos de su existencia pensó en ella, es la carta que envió a la archiduquesa Sofía (su madre), en junio de 1867, a punto de ser ejecutado: “…un amigo le llevará, querida mamá, junto con estas líneas, el anillo que usé diariamente, con el cabello de la bienaventurada Amelia de Braganza, como recuerdo para usted…”. Interroga entonces Villalpando: “¿Un anillo que usaba “diariamente”? ¿Con el “cabello de la bienaventurada Amelia”?[9].

Por medio de estas citas y la observación que hago de cómo Maximiliano es tomado por el nombre: María Carlota Amelia, es que considero, que Maximiliano habitado por la muerte de María Amelia, elige a María Carlota Amelia como esposa. De tal forma que, si existe engaño en la relación, éste es uno de los primeros. Por supuesto que aparejado con el de Carlota, pues si sabemos que para que se pueda dar el enamoramiento, que es un estado de fascinación imaginaria, es necesario que exista un engaño. Es tiempo de considerar entonces, la disparidad de la que habla Lacan entre el amante y el amado, pues el amado no sabe qué es lo que el amante encuentra tan amable en él. Y el amante no sabe de qué manera el amado se constituye para él, como un objeto imaginario que se haya de algún modo en posición de condensar en él, lo que se puede llamar las virtudes o la dimensión del ser, y convertirse en un señuelo, que es el objeto del deseo humano.

¿Qué es entonces lo que ve Carlota en Maximiliano?, ¿Qué puede leer en la mirada de su padre cuando se encuentran frente a Maximiliano? Si ella ha sido educada para el poder, no está frente a cualquier príncipe, al menos así parece hacérselo saber su padre, es un príncipe con sangre de los Habsburgo. Este príncipe con sangre de los Habsburgo representa un blasón. Uno puede leer que la imagen de Maximiliano para Carlota, tiene el carácter de ser la imagen del otro que puede absorber al que la contempla, a manera de un paroxismo de la absorción imaginaria. Sin embargo, en el preciso punto donde el objeto toma su máximo valor, para aquél que le hace una serie de atributos, es ese punto el que queda debidamente oculto. Pienso que en este caso, y lo voy a desplegar un poco más adelante, lo es el que Maximiliano le habrá de prestar a Carlota su cuerpo de hombre para gobernar. No hay que olvidar que en este nivel de personajes, los matrimonios son debidamente arreglados. Es en ese saber no sabido que seguramente Carlota, conocerá hasta el mínimo detalle, los atributos de su futuro consorte.

Referencia a uno de los hechos estructurales en la vida de Carlota.

Entendemos por hecho estructural, cada dato histórico importante que hemos podido distinguir en nuestro estudio clínico del caso. Veamos cada uno de ellos:

— Carlota: Educada para gobernar.

Iturriaga, comenta que: “Biógrafos más recientes –Desternes y Chandet- identifican cierta formación masculina en la princesa. Leopoldo decía: «Mi pequeña Carlota es la flor de mi corazón». Viéndola inteligente, seria, hace que le den una instrucción parecida a la de sus hermanos. Y una educación viril que se aplica más a fortalecer la voluntad que a cultivar la sensibilidad”[10].Ya comentábamos también, que Reinach-Foussemagne decía que se parecía tanto a su padre desde niña, que se hubiera podido decir que era él en miniatura.

Igler, toma una cita de la novela de Fernando del Paso Noticias del Imperio, que dice: “Cuando Carlota se quedaba como Regente en México, era cuando se hacían las cosas”[11] , para evidenciar las cualidades políticas de Carlota. Igler comenta que el derecho divino, fue una convicción adquirida como fruto de su educación como hija de reyes y, que por tal motivo, se creía hecha para gobernar. Cita una obra de Solana y Gutiérrez titulada Maximiliano de Habsburgo en la que se menciona que la mujer que pisó tierra mexicana como emperatriz recién coronada por la gracia de Napoleón III definitivamente no carecía de decisión o voluntad, ni de instinto de mando similar al de Isabel la Católica. Menciona también citando la obra de Taylor, Maximilian and Carlota. A story of imperialism, que en abierta contradicción con el tradicional papel femenino de su época, ella superaba en su energía y firmeza en asuntos políticos a Maximiliano. De la obra de la condesa Kolonitz, Un viaje a México en 1864, cita que el emperador confiaba en la habilísima pluma, el saber y la exquisita cultura de su joven mujer y la dejó con regularidad como regente en México cuando se iba de viaje por el país o a cazar mariposas en el idilio de Cuernavaca, en franco abandono de sus responsabilidades gubernamentales. Igler menciona además, que: “no sólo durante la ausencia del emperador, sino también en su presencia, Carlota intervenía habitualmente en las reuniones del consejo de ministros y, como se quejó el monárquico Francisco de Paula y Arrangoiz, desgraciadamente en todos los negocios públicos. Además, en la ausencia de Maximiliano la resuelta soberana se mostraba bastante autoritaria, porque no sometía los asuntos a discusión, sino presionaba su aprobación en el consejo de ministros, el cual presidía”[12]. Iturriaga, por su parte, menciona que: “Llegados a México, ella revela cómo su espíritu de predestinación o mesianismo tenía mucho de ocio o spleen: «la actividad nos sienta bien. Somos muy jóvenes para no hacer nada». No ocultaba sus ímpetus de mando: «si fuera necesario, iría a la cabeza de un ejército», comentaba Carlota. Como a Europa llegaban noticias acerca de quién llevaba la batuta en el imperio mexicano, Carlota creyó necesario explicarse ante su abuela y asegurarle que ella no gobernaba, agregando que «me toman como una especie de marimacho» que en la forma no lo era, pero de fondo un poco”[13]. El mismo autor comenta, que no sabe qué pudo pasar entre Carlota y Maximiliano, pues durante el primer año de gobierno, Carlota intervenía habitualmente en las reuniones del consejo de ministros y a partir del segundo año se constriñó a los asuntos de educación, asistencia social y beneficencia. Comenta que no sabe si la causa fue alguna disputa matrimonial con Maximiliano, o si se trata de la primera señal de su trastorno mental, el cual se había manifestado a finales de 1865 en su cambio de actitud y en el paulatino aislamiento hasta llegar a “una especie de autismo patológico”, que, según el doctor Agustín Caso Muñoz, podría ser el primer síntoma de una surgente esquizofrenia, cuyo desencadenador podría haber sido la muerte del querido padre Leopoldo I de Bélgica o “la revelación de los amores secretos de Maximiliano con la bella jardinera de Cuernavaca”[14].

Respecto a los comentarios anteriores, considero que se puede descartar la tesis de la disputa matrimonial por celos, ya que en mi opinión, Maximiliano le sirve a Carlota como el cuerpo de hombre que como secretario, le permite realizar su deseo de gobernar. Y en este sentido concuerdo con el relato novelado de Usigli (1994), cuando en un diálogo de Carlota con Maximiliano ésta le dice: “No siento celos, Max –no hablo por eso. He dejado de ser mujer para no ser ya más que emperatriz. Es lo único que me queda”[15].

 — Maximiliano, secretario de Carlota. 

A partir de la investigación realizada, se propone la tesis de cómo Maximiliano realiza con Carlota la función de secretario. De una manera más evidente, a partir del momento en que acepta la postulación del Imperio en México. Si bien se dice que era un soñador y que como príncipe segundón, no le venía mal el ofrecimiento; sabemos que él postergó la decisión por tres años y que incluso, cuando su hermano Francisco José, emperador de Austria, pone la condición de que él renuncie a todos sus derechos sobre el Imperio Austriaco, si acepta gobernar en México, en ese momento Maximiliano está completamente vacilante y a punto de rechazar el ofrecimiento. Sin embargo, es Carlota quien toma la iniciativa. Sobre este suceso nos comenta Reinach-Foussemagne: “¿El hecho de aceptar Maximiliano el trono de México sería un acto debido a su propia voluntad o le sería impuesto por la Archiduquesa? Los partidarios de esta última hipótesis, que son la mayoría, invocan algunas anécdotas que se relacionan con la ceremonia del 10 de abril. La víspera, delante de una persona de su familia. Maximiliano había dejado escapar estas palabras: ‘Por mí, si alguien viniese a anunciarme que todo el proyecto se ha desbaratado, me encerraría en mi alcoba para saltar de alegría! ¡Pero Carlota….! La noche del 10, la Emperatriz preside, radiante de entusiasmo, un gran banquete, en tanto que Maximiliano, enfermo, se retira a uno de los pabellones del jardín, el “Garten Haus” en donde permanece por tres días acompañado del doctor Jilek, su médico particular. El día 11, a la hora del almuerzo, la Emperatriz le lleva un despacho de felicitación de Napoleón III. Maximiliano deja caer bruscamente su tenedor sobre la mesa: «Ya te he dicho que no quiero que se me hable de México por ahora», exclamó levantando la voz”[16]. Corti, por su parte, comenta: “Al día siguiente, 11 de abril, hubiese debido tener lugar la partida; pero, dado el estado moral y físico del emperador, fue imposible. Hubo que aplazar la marcha hasta que el emperador se repuso un poco. La emperatriz Carlota representó a su marido en todas las ocasiones; recibió las innumerables personalidades que fueron a felicitarles, las comisiones de Venecia y de las ciudades de Austria que expresaban el pesar por la partida de la patria del emperador. Ella daba las gracias, saludaba, recibía sin cesar y sin cansarse, llena de entusiasmo por su nueva posición, poseída por el deseo de realizar ya ahora, tan perfecta y tan celosamente como fuese posible, su nueva misión en la vida”[17]. Es en este momento en que observo que Carlota ya se encuentra instalada en el lugar de amo. La propia Reinach-Foussemagne comenta:

“Las manifestaciones verdaderamente conmovedoras de simpatía de que fueron objeto los dos esposos, el 14 de abril, fecha de su partida de Miramar, dejaron a la Emperatriz tan «calmada y gozosa», que la desmoralización de Maximiliano llegó a su límite. Su emoción era tal, que tan pronto como embarcó en la fragata austríaca La Novara, a la que acompañaba la fragata francesa Thémis, y en la que debería viajar hasta México, corrió a encerrarse en su camarote para dejar correr libremente sus lágrimas”[18].

Tenemos entonces que Maximiliano cubre perfectamente los atributos, que se consideraban en los siglos XV y XVI, debía tener quien ejercía la función de secretario. Por ejemplo, se dice que el secretario era llamado hombre privado, precisamente porque debía ser privado de su voluntad, de todos sus afectos, de todas sus pasiones, y no podía sino consagrarse al servicio de Dios y de su amo. Al aceptar la corona del Imperio, aparece como privado de su voluntad en una posición de servidumbre frente a Carlota. Veíamos la referencia que se hace de lo que dijo Maximiliano: “Por mí, si alguien viniese a anunciarme que todo el proyecto se ha desbaratado, me encerraría en mi alcoba para saltar de alegría! ¡Pero Carlota……!” (El subrayado es mío). El secretario se presenta también, como el instrumento del espíritu y la voluntad de su amo.

Torquato Tasso, citado por Costo y Benvenga, escribía que el secretario en funciones debía impregnarse de los sentimientos de su amo y así, en el caso de Maximiliano, se observa, cómo en la continuación del trayecto hacia México, se empieza a impregnar del alborozo presente en Carlota y elabora un proyecto de ceremonial de corte, que comprendía un tomo de no menos de 600 páginas impresas con numerosos planos y dibujos[19].

Carlota no habrá de perder su estatuto de amo, se sabe desde la Grecia Antigua que cuando el deseante es un amo no puede consentir a su sexo sino perdiendo su estatus de amo y Carlota cede muy poquito ante Eros, tal vez en el primer encuentro con Maximiliano y en el principio de su matrimonio, pero no pierde el dominio y no se habrá de rendir a la invitación del sexo, por ello es que pienso además, que no se puede sostener el argumento de que tuvo unos affaires amorosos con algunos personajes como el teniente coronel Van der Smissen, el capitán francés Charles Loysel, su compadre Miguel López de quien se dice traicionó a Maximiliano en el sitio de Querétaro, su caballerizo (de quien se dice, pudo estar embarazada), o el coronel Feliciano Rodríguez. Es evidente a través de la correspondencia de Carlota y del análisis histórico de sus intervenciones en el Imperio y aun antes de su llegada a México, que el interés de Carlota esta puesto en el ejercicio del poder. Hay un planteamiento de Quignard, que me parece muy acorde al lugar en el que esta situada Carlota y es cuando señala, cómo es que el poder no puede estar ligado al amor, sólo puede estar ligado al deseo, así él se pregunta: “¿Cómo podría la dominación ser dependiente de la dependencia?[20].

Otro momento en cual se puede observar a Carlota, plenamente instalada en el lugar de amo, es cuando el Imperio se esta viniendo abajo, no quedándole a Maximiliano otra salida más que abdicar, y ella le ordena a Maximiliano que no lo haga. Hay una memoria de Carlota que ella redacta en la inmediatez de su viaje a Europa, para intentar conseguir que se sostenga el apoyo brindado por Francia y que, hace llegar a Maximiliano, en el momento en que él está pensando renunciar a la corona.

En el trayecto de su viaje a Veracruz para embarcarse hacia Europa, Miguel de Grecia, comentará que Carlota le vuelve a escribir a Maximiliano para insuflarle su propia fuerza: “Jura que no renunciarás… Se me partiría el corazón si me enterase de que has renunciado… Afortunadamente te conozco bastante bien para no creerlo de ti, y eso me será de gran consuelo al otro lado del océano”[21].

A través de un escrito de Iturriaga, puedo ver nuevamente como su lugar de Amo se observa en unas cartas que se encontraron de ella, estando ya en París y preparándose para su visita a Napoleón III con quien habría de negociar. Estas son algunas de las órdenes que le dicta a Napoleón III: Le ordena que pague hasta fines de 1867, veinte mil hombres para las tropas en México. Que debe enviar al mariscal Bazaine a un cuerpo del ejército de Francia o de Algeria, es decir, retirarlo inmediatamente del mundo de las fuerzas armadas de México, porque ella lo ordena. Y lo que es más, puntualiza en una de estas órdenes: “Yo declararé que me reservo la ratificación del emperador Maximiliano y permanecerá en secreto”[22]. Ante tales palabras se puede decir: ¿No es éste el lugar de Amo?

Iturriaga habrá de comentar que las pretensiones de este escrito empiezan a revelar la locura de Carlota. No lo considero así, las últimas jornadas de la emperatriz no son sino la prolongación de los actos de una mujer fálica que desempeñó maravillosamente su papel, ante un lánguido emperador que había cedido su vida casi desde el momento mismo de su matrimonio. Estos argumentos, permiten sostener la tesis de cómo es que Maximiliano cumple para Carlota la función de secretario, amo y mano dentro de su cuerpo de títere, funciones de las que no pudo abdicar, aún en el fracaso del Imperio mexicano, y que cumplió hasta sus últimos días.

BIBLIOGRAFIA

Corti, E.C. (1997). Maximiliano y Carlota. México: Fondo de Cultura Económica.

Costo y Benvenga. (1992). La main du prince. Paris: E.P.E.L.

De Grecia, M. (1999). La emperatriz del adiós. Barcelona: Plaza & Janés.

Igler, S. (1998). “Cuando Carlota se quedaba como Regente en México, era cuando se hacían las cosas”: La vocación política de la emperatriz reflejada en la literatura. Seminario Internacional. La definición del Estado Mexicano 1857-1867. México: Archivo General de la Nación.

Iturriaga, J.N. (1992).  Escritos mexicanos de Carlota de Bélgica. México: Banco de México.

Quignard, P. (2000). El sexo y el espanto. Argentina: Cuadernos de Litoral.

Macías, M.A. (2002). Un estudio psicoanalítico sobre el duelo.El caso de la emperatriz Carlota. México: U.A.Q.

Reinach-Foussemagne, H. (1995). Charlotte de Belgique, imperatrice du Mexique. Paris: Plan-Nuvrit.

Usigli, R. (1994). Corona de sombra. Corona de fuego. Corona de luz. México: Porrúa.

Villalpando, J.M. (1998). Maximiliano íntimo. Seminario Internacional. La Definición del Estado Mexicano 1857-1867. México: Archivo General de la Nación.

 

[1] Reinach-Foussemagne, H., Charlotte de Belgique, imperatrice du Mexique., Paris, Plan-Nuvrit., 1995. p. 9-10.

[2] Reinach-Foussemagne, H., Charlotte de Belgique, imperatrice du Mexique, p. 11.

[3] Reinach-Foussemagne, H., Charlotte de Belgique, imperatrice du Mexique.

[4] Ibid., págs. 17,18.

[5] Ibid., p. 22.

[6] Reinach-Foussemagne, H, Charlotte de Belgique, imperatice du Mexique, p.30.

[7] Villalpando, J.M., Maximiliano íntimo. Seminario Internacional. La definición del Estado Mexicano 1857-1867, México, Archivo General de la Nación, 1998, p. 6.

[8] Ibid., p. 3.

[9] Ibid.

[10] Iturriaga, J. N., Escritos mexicanos de Carlota de Bélgica, México: Banco de México, 1992, p. 22.

[11] Igler, S., Cuando Carlota se quedaba como Regente en México, era cuando se hacían las cosas: La vocación política de la ermperatriz reflejada en la literatura, Seminario Internacional, La definición del Estado Mexicano 1857-1867, México, Archivo General de la Nación, 1998.

[12] Ibid., págs. 5-6.

[13] Iturriaga, J. N. Escritos mexicanos de Carlota de Bélgica, p.116.

[14] Igler, S., Cuando Carlota se quedaba como Regente en México, era cuando se hacían las cosas: La vocación política de la emperatriz reflejada en la Literatura, p. 6.

[15] Usigli, R., Corona de sombra. Corona de fuego. Corona de Luz, México, Porrúa, 1994, p.25.

[16] Reinach-Foussemagne, Charlotte de Belgique, imperatice du Mexique, p.115.

[17] Corti, E. C., Maximiliano y Carlota, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 263.

[18] Reinach-Foussemagne, H., Charlotte de Belgique, imperatrice du Mexique, p. 116.

[19] Costo y Benvenga, La main du prince, Paris, E.P.E.L., 1992.

[20] Quignard, P., El sexo y el espanto, Argentina, Cuadernos Litoral, 2000, p.94.

[21] De Grecia, M., La emperatriz del adiós, Barcelona, Plaza&Janés, 1999, p. 223.

[22] Iturriaga, J.N., Escritos mexicanos de Carlota de Bélgica, p. 370