El GNOTHI SEAUTON después de Freud.

Julio Ortega Bobadilla

Los orígenes de la filosofía son nebulosos. Habría surgido quizá con Tales y Anaximandro, pero su comienzo es incierto. Quizá porque la búsqueda de todo origen esté destinada al fracaso, ya sea en el caso histórico social o en la búsqueda del trauma.
Pero me arriesgaré a decir que, la filosofía no nació en la contemplación de la Naturaleza. Tampoco en la vida pública, en el arte del buen gobierno o en la administración de los bienes familiares.
La filosofía nació más allá de la acción pura, la excelencia en la competencia, la dignidad y el orgullo, tampoco el saber conduce al éxito en la manada, a la verificación de una aptitud ante los otros. El hombre que va en búsqueda del saber, está destinado a apartarse de los otros, y seguir su propio camino aún cuando esto suponga la adversidad, es el camino de Giordano Bruno, Copérnico y Nietzsche, también de Cantor. En cierto modo de Freud y hasta de Lacan.
La filosofía no nace con Sócrates, pero en su máxima se resume la característica principal de eso que podríamos llamar una actitud filosófica: GNOTHI SEAUTON (Conócete a ti mismo). Antes de eso lo que tenemos es la tragedia y, en todo caso, la comedia.
Edipo no se conoce a sí, sólo se rige por la acción y los presentimientos, por los avisos confusos del oráculo, la ambición, y la presión social. Yocasta a pesar de conocer los vaticinios que ladran que se casará con su hijo, decide ignorar al destino y tomar por esposo a un joven al que le dobla la edad. El destino se cumple implacablemente ante la inopia de ambos que parecen querer sumirse en el goce sin contriciones y hace a los protagonistas náufragos en el mar de la desgracia.
Hamlet es una infortunada víctima del destino más, que simplemente se deja arrastrar por los designios del fantasma del padre sin cuestionar sus palabras de odio. Uno se preguntaría cómo es que le concede tanta credibilidad a un espectro y por qué el padre no puede dejar en paz al hijo y dejarlo hacer su propia vida con Ofelia. El príncipe, conocido por obsesivo en sus dudas, no vacila en el caso de aceptar la palabra del Rey Hamlet muerto, siente que ha tocado la verdad, una verdad que coincide con sus prejuicios. Llama también la atención que en la versión cinematográfica de Laurence Olivier en un momento dado hay más tenso erotismo entre él y su madre que con Ofelia. Hamlet es otro Edipo dispuesto a sacrificarse por el anatema paterno y la conservación de la prístina blancura materna. Ofelia es despreciada por nuestro héroe y se precipita en la locura y la muerte, justo después de la muerte del padre por el novio.
En Las Nubes de Aristófanes, Estrepsíades quiere volverse culto y abandonar su condición de campesino a costa de entrar en la escuela de Sócrates dónde supone que el maestro cambiará sus ideas acerca del mundo, ese resultado no se puede obtener y termina expulsado. No contento con eso, lleva a su hijo Fidípides para que lo eduque y también cambie el maestro sofista, lleno de cualidades desagradables: charlatán, viejo sórdido y sucio que juega con las palabras y como director de su escuela, se aprovecha de sus discípulos. El resultado, es que su hijo se pervierte y pierde su rumbo tratando, como el padre, de ser quien no es, en nombre de un saber aciago. También aquí hay un final trágico, en este caso, resultado de ignorar la propia esencia.
Sganarelle es convertido por el decir de su mujer Martina y los golpes de Valerio y Lucas en clínico milagroso en El médico a palos de Mòliere. No por ello deja de diagnosticar y hasta curar a los enfermos que le acercan, especialmente a Lucinda que se muere de amor por Leandro. Su condición de leñador es ascendida a la de galeno gracias a que él cede sin mucha batalla a los deseos de otros, olvidando su propia posición. Ese olvido de sí mismo le acerca a la muerte, sin que pueda darse cuenta del todo cómo llegó a ese enredo. Es clave, sin embargo, para su ejercicio la fe de sus pacientes, que le eleva de rango y le hace un curandero eficiente.
En el Nacimiento de la tragedia, Nietzsche hace antitéticos a Dionisios y Apolo. Del lado del primero, la embriaguez, la oscuridad, del lado del segundo la luz, la claridad y la armonía. Pero esta división parece más un invento filosófico que una realidad fidedigna. En el fondo no son dioses tan opuestos y hay un fondo délfico en Apolo y el mismo Platón nos habla en Fedro sobre el asunto, relacionando manía y locura con el dios Apolo. Apolo no está del lado de la mesura sino de la exaltación y la manía. Entonces, la locura (tanto poética como erótica), concluye Giorgio Colli, es la matriz de toda sabiduría. Antes de esa sabiduría, lo que existe para vincular con la verdad es: El Mito.
Aún así, Dionisios despunta siempre sobre Apolo y así lo demuestra el libro X de la Metamorfosis de Ovidio. Orfeo, quejándose de la crueldad de los dioses, se retira conservando sólo su culto al sol, a quien llama Apolo. Una mañana temprano, asciende al monte Pangeo (donde había un oráculo de Dioniso) para saludar a su dios y es despedazado por las ménades tracias por no honrar a su anterior patrón, Dioniso.
Por otro lado, la verdad como tal aparece desnuda en la locura y
conduce al infierno. Esta paradoja de que evitar la verdad, enferma y encontrarla desnuda enloquece, es una aporía irresoluble que se verifica en la clínica psicoanalítica todos los días. El trabajo del analista es dosificar también no sólo preguntas, sino dosis de verdad, encontrando el modo y el timing apropiado, para que se realicen cambios estructurarles en el paciente. No puede, por otro lado, actuar como sujeto sino posicionarse en función de Otro con mayúscula, para realizar una actividad en forma, que puede definirse según palabras de Bion: sin memoria y sin deseo.
Ejercicios analítico terapéuticos, como la que se lleva a cabo en la psicosis, plantean preguntas y cuestionan los esquemas. Recuerdo muy bien a un maestro mío, lacaniano, que decía con una seguridad mística: Sólo se debe intervenir frente al paciente en forma de dicho, preguntando sobre su decir, en ecolalia y de vez en vez: interpretando. Una práctica reducida a estas hormas, es más bien una broma de mal gusto, producto de una rigidez acartonada y una nula comprensión de la situación analítica.
El loco se ve arrastrado por una corriente que le sobrepasa en la que deja de ser él mismo para sufrir la intromisión de un otro que le arrolla, esto es muy claro tanto en las antípodas que representan la paranoia y la esquizofrenia, también por cierto, el enamoramiento: esa monomanía pasajera que todos sufrimos a lo largo de nuestra vida. La locura no es un destino a elegir entre otros, como el caso de una ideología o una religión. Puede mezclarse con éstas pero ante todo es una estructura y no un síntoma ni un producto vital.
En el esquema R propuesto por Lacan en la Comunicación preliminar para todo tratamiento posible para la psicosis queda claro que lo Real queda seccionado entre los bordes de lo imaginario sin que lo simbólico tenga lugar y pueda hacer coto al desborde del mundo fantasmático. Lo que priva es el abismo de la identificación especular, una forma de desconocimiento de sí, sustituido por una serie de fantasías desbordadas que substituyen a la realidad.
Freud terminará por renunciar a la posibilidad de tratar las psicosis.
El paranoico, por lo general, no tiene conciencia de estar enfermo, y no va generalmente al análisis – es también el mismo caso de muchos perversos –, a menos que sea a rastras, porque no se cuestiona su síntoma ni sufre culpa por sus acciones. Su forma de dislate es una malinterpretación del mundo en la cual su percepción de sí, es un caso en particular en el que no puede hacerse cargo de sí mismo sino a costa de la tergiversación de su situación en el mundo. El reto para el analista, es reintroducirle al mundo simbólico, a fuerza de una práctica que no puede ser simple y que muchas veces está apoyada en el uso de medicamentos, acompañamiento terapéutico, etc.
Estos ejemplos nos acercan a nuestro tema, planteándonos la pregunta de qué hay de diferente en el acercamiento trágico a la verdad, la convicción delirante tomada como verdad, y la caricia del hallazgo del núcleo patógeno que conduce a la cura psicoanalítica. Un filósofo contemporáneo podría decir que todas son simples interpretaciones hermenéuticas.
En la noción griega de epimeleia heautou (inquietud de sí) que tanto interesa a Foucault en su curso del Collège de France de 1981 – 1982, queda involucrada una reflexión sobre el sí mismo y su vinculación con los otros, con el mundo. Se trata de una atención, una mirada que va del exterior al interior y de ahí al exterior nuevamente. A través de la palabra, la meditación y la razón, el sí mismo se purifica, se transfigura y se transforma.
La inquietud de sí implica una reflexión sobre lo que se piensa y lo que sucede en el pensamiento. Es un ejercicio que va en una dirección opuesta a la meditación oriental que supone un abandono del sí mismo. No hay relación entre zen y psicoanálisis, porque la atención flotante y la asociación libre no suponen un abandono sino una introyección del sí mismo a las razones del yo profundo, a la posibilidad de escucha del uno mismo, de mirarse a uno mismo como objeto, desde otra perspectiva.
La epimeleia de los griegos, era también una práctica o serie de prácticas dirigidas a una toma de conciencia y que incluía técnicas de memorización del pasado, examen de conciencia, verificación de representaciones, etc.
Se resaltaba en esta práctica, siete modos principales de performatividad:
 
1) Cuidar de sí
2) Retirarse de sí mismo (Anakoresis)
3) Ser amigo de sí mismo
4) Permanecer en compañía de sí mismo
5) Retrotraerse en sí mismo
6) Ocuparse de sí mismo
7) Estar en sí mismo como en una fortaleza
 
 
Este es el arranque de un camino de conocimiento (del sí mismo, respecto de otros) que sin embargo, tratará de invertir el platonismo. Recordemos que con Platón el conocimiento al que se puede acceder es en realidad rememoración. Se trata de alcanzar lo auténtico, distinguir lo esencial de lo accesorio. Nada hay nuevo, en esta perspectiva, y cabría preguntarse si en este punto coincide con el psicoanálisis, porque me parece que precisamente lo que se produce es un conocimiento nuevo que transforma, en tanto que mueve las capas tectónicas más profundas del sujeto y cambia la estructura que sostienen.
El sumergimiento en la intimidad griego, tenía como finalidad alcanzar un producto que podríamos llamar conciencia, que es externo y es un prolegómeno para el gobierno de la cosa pública.
Este intento pasará por la gnosis individual adquirida por medio de la confesión. La confesión católica, no es – aunque algunos sacerdotes, así lo entiendan – un dispositivo exclusivo de recepción de faltas e imposición de tareas y castigos, sino un vínculo multiplicador de la conciencia en su relación con Dios en la que la lucidez de uno mismo y los actos realizados, es un elemento positivo para el clínico confesor.
Foucault en el tomo I de la Historia de la sexualidad nos expone que el psicoanálisis es un dispositivo cuyo antecedente no es otro que el confesionario. Lo que ha sido habitualmente interpretado como una crítica al psicoanálisis (yo mismo hice una primera lectura equívoca en este sentido), pero no tendría que serlo, simplemente sería la verificación de un hecho histórico. La multiplicación de los modos de intentar acceder a esos contenidos escondidos, desembocaría en Freud y su invento, aunque la solución misma modificará la relación del sujeto con ese saber oculto. Lo nuevo no es el psicoanálisis, sino Freud, diría Arthur Schnitzler, al igual que lo nuevo no era América sino Cristobal Colón.
La relación consigo mismo, tiene sin embargo, una conexión estrecha con el otro. El otro es indispensable para que la práctica del conocimiento de uno mismo alcance su objetivo último que es el Yo. El ejercicio del ejemplo, de la transmisión de saberes, y de la mayéutica son imprescindibles para alcanzar cierto saber y la figura del maestro indispensable. En la mayéutica (cuya etimología remite a maieutike u obtetricia que se ocupa del parto) a que se basa en la dialéctica, y presupone la idea de que la verdad está oculta el interrogado, se sondea al interlocutor acerca de algo (un problema, por ejemplo) y luego se procede a debatir la respuesta dada por medio del establecimiento de conceptos generales. El debate lleva al interlocutor a un concepto nuevo desarrollado a partir del anterior.
La estulticia en todas sus formas es precisamente lo opuesto a la epimeleia, si algo la caracteriza es la acción, el desinterés, el prejuicio, la conveniencia, la ceguera, la testarudez, la subyugación al poder. Quien sufre de estulticia se dispersa en el tiempo, se ocupa de nada, su energía no se dirige hacia ningún fin y su existencia transcurre sin memoria ni voluntad.
Salir de la stulticia es algo que no puede lograrse sin la ayuda del otro. Entre el individuo stultus y el sapiens que se quiere a sí mismo y ha adquirido una parcela de dominio sobre sí, hace falta la mediación del otro. Ese otro, es el otro de la filosofía como conjunto de principios y prácticas que dirigen adecuadamente al cuidado de uno mismo.
La obtención de un conocimiento de sí mismo, supone aplicar el épistrofè lo cual implica: alejarse de las apariencias, volver sobre sí y comprobar la propia ignorancia, realizar actos de reminiscencia y retornar a las esencias: la verdad y el ser. Se trata de liberación de aquello de lo que se depende, aquello que no controlamos.
Este interés de Foucault en la epimeleia heautou y la epimeleia sui (cura) debe leerse también como un movimiento hacia poner en primer plano la cuestión ética del sujeto, en este sentido el Gnothi seauton como derivado de la epimeleia heautou no es el amor a una comprensión en general o al conocimiento de sí como ejercicio de la curiosidad simple que conduce a un saber vacío. Se trata de saber hacer, y de lidiar con los obstáculos que se presentan a este quehacer. La ética no es así solamente un conjunto de saberes o comparación de prácticas, sino una reflexión sobre el ejercicio de la moral y sus consecuencias, incluso más allá de la necesidad.
Foucault no estuvo presente en el ´68, ni sus ideas dieron pie al movimiento estudiantil en París, pero más tarde durante los 70’s protagonizó un movimiento a favor del mejoramiento de las condiciones de los reclusos en prisión que le acercó a los movimientos de izquierda. No en balde su última etapa de reflexión, se caracterizó por un análisis de las relaciones de poder, y de saber – poder. Se le ha desacreditado por su crítica al humanismo y al antropologismo, pero me parece que su intención ha sido cuestionar la libertad absoluta, la autoafirmación del sujeto burgués… e incluso la determinación liberatoria marxista que paradójicamente, cómo ha demostrado la historia, condujo a nuevas cadenas y frenos a la libertad social.
Su estudio sobre las prisiones Vigilar y castigar, no sólo muestra la evolución de la justicia desde una punición mortificante, una violencia pública y dolorosa hasta la desaparición de los suplicios y la institución de prácticas penales más humanitarias que no se basan en el teatro del castigo público. El tema de fondo, es el dominio sobre el cuerpo y las almas de los ciudadanos, por parte de un Estado que aplica tácticas y dispositivos más sofisticados para el dominio de sus tiranizados. La represión directa del cuerpo se sigue utilizando, pero ha cedido su lugar en gran manera a una economía política, a una tecnología de administración del alma en que los instrumentos de mortificación y coerción se centuplican más allá de las ballestas y las tanquetas. Hoy, la escuela y el registro electoral, la regulación democrática y sindical, los medios de comunicación, son parte de un dispositivo de control de población que es más efectivo y que produce saberes, relaciones de fuerzas, prácticas sociales, en una malla social que deja cada vez menos espacio a la libertad. Sí, me parece que hay coincidencia y se trata retomar desde una perspectiva de discurso y genealógica, esos órganos y objetos, que alguna vez Althusser nombró aparatos ideológicos de Estado. La sociedad controlada del Big Brother que imaginó Orwell en su novela 1984, no es un invento del comunismo cómo él lo había imaginado, sino una eficiente realidad capitalista cristalizada por la ley antiterrorista “patriotic act” de Bush, que hoy se nos intenta imponer a través de modificaciones a La Ley de seguridad Nacional.
Esa monumental e inacabada Historia de la sexualidad, que se propuso escribir, ha tenido que ser reescrita después del primer tomo, queda sin concluirse cuando enderezaba el rumbo y deja pendiente para algunos su intención final. Para mí, se trata de interrogar a las ideologías y la tradición heredada acerca del sexo, preguntarse que queda después de Freud de las prácticas sexuales, y cuestionar la polimorfia sexual que hoy vivimos y la supuesta libertad adquirida después de su aparente emancipación. En esta crítica al humanismo, le faltó tiempo para aguijonear a la teoría del género, cuyos estudios parecen en ocasiones, intentos por borrar el campo de lo corporal, que ningún psicoanalista puede o debiese ignorar. Un problema más, asociado a múltiples estudios temáticos, es reconocer y afirmar la formación de la identidad sexual a partir de un acto de conciencia ó libre determinación, se ignoran cándidamente de esta forma, los aspectos inconscientes implicados en ella y la inserción de ciertos procesos fundamentales de comprensión de la tesitura sexual, sólo a partir del fenómeno de après-coup.
Pero volviendo sobre nuestro tema… la autoconciencia, el reconocimiento de sí, la autoafirmación consecuente ¿Puede ser alcanzado más allá del círculo tautológico Yo = Yo? ¿Más allá del ejercicio de autoconciencia? ¿El repliegue sobre sí mismo que remite al cogito cartesiano basta para dar cuenta del fondo de sí mismo?
El pensamiento lleva por el camino de la razón a la persona a examinarse como frente a un espejo. El pensamiento crítico se aplica sobre las ideas que una persona o personas producen.
Curiosamente, el término persona en el antiguo latín refería a una máscara usada en el teatro y precisamente debemos interrogarnos el cómo pasó a ser el denominativo de un sujeto racional y conciente, de una identidad asumida más allá del embozo. La superficie pasó a ser lo esencial en una operación sin mayor trámite.
Para Lacan el sujeto autónomo, independiente, trascendente del cogito cartesiano no es más que una ilusión que fue cuestionada por Freud. Su formulación “pienso dónde no soy, soy dónde no pienso” remite al sujeto del inconsciente que más allá del pensamiento existe y que consiste dónde no es posible pensar: fantasías, pasajes al acto, ideales, y todo aquello relacionado con el inconsciente.
La persona, el YO, es apariencia que se olvida del cuerpo y sus necesidades, que no comprende el mundo más que a través de la razón y los argumentos, que se diferencia del sujeto de la enunciación, de la existencia, que rebasa las afirmaciones que están implícitas en el razonamiento de Descartes:
 
YO SOY LO QUE PIENSO, EL QUE PIENSA SOY YO, EXISTO Y CONSISTO.
 
Yo no soy lo que pienso o no totalmente al menos, soy más que eso. Soy la suma de mis prejuicios, de la imagen falsa y narcisística de mí mismo, mis pasiones, de las sentencias y prohibiciones morales. Yo no pienso, sino en mí, por mí piensan otras personas de las que de alguna forma soy su títere.
Mi YO, mi discurso conciente, es una vasija dónde se mezclan las historias de generaciones atrás y que aparece como una unidad, engañando al ojo como lo hacen los anamorfismos de pintores como Archimboldo o Salvador Dalí.
La película “Being John Malcovich” de Spike Jonze muestra de manera tragicómica la posibilidad de que nuestra identidad no sea sino una fachada, un árbol hueco, que es habitado por uno o más personajes provenientes del presente pero sobretodo del pasado, esta imagen ya había sido propuesta por el arte de Jeronimus Bosch en un fragmento del “Jardín de las delicias”.
En este sentido, nuestra identidad no está fijada por alguna naturaleza divina o humana, no obedece a algún principio superior u orden moral trascendente. Pero también no es un fenómeno de superficie que pueda revelarse ante el espejo, la meditación conciente o la revisión de los actos en función de un código moral. La palabra sujeto tiene aquí su pertinencia porque nos hace saber que estamos prendidos a una red social de tramas que se objetivizan en el lenguaje y derivan en nuestros actos y síntomas.
El mérito de Freud y Lacan está en haber puesto de manifiesto que ese sujeto no es sino el sujeto del inconsciente y sujeto del deseo. En este sentido el sujeto no está ahí, fijado en un inconsciente constituido por un cúmulo de contenidos reprimidos o un inconsciente colectivo. El inconsciente no está ni como condición del lenguaje ni como una verdad platónica colocada de antemano a rememorar, sino que se construye en un ir y venir externo e interno en relación al Otro, el inconsciente no es una entelequia en el sentido aristotélico del término. Me parece que es así como debe entenderse la frase de Lacan: “el inconsciente es el discurso del Otro”. El inconsciente es un producto sólo posible a partir del lenguaje teniendo en cuenta de que el lenguaje no puede dar cuenta de la realidad puntualmente y que éste es sólo una manera de regenerar el circuito del deseo.
En este sentido, el psicoanálisis no es sólo una manera de encontrar una cura a través del lenguaje y un acceso a la felicidad o al conocimiento profundo de sí, porque la ambigüedad misma del lenguaje impide que así sea. Hablar de uno mismo en términos de aserciones y conclusiones, adquirir una serie de afirmaciones sobre uno mismo, no es la meta de un análisis. Tampoco un análisis es la aplicación de un sistema que conduce a construcciones dirigidas a proveer significados elaborados según una metapsicología, no es una explicación del síntoma. Un efecto secundario de un análisis es el olvido de las conclusiones profundas a las que se arriba e incluso la instauración de nuevos cuentos e invenciones.
El analista con su escucha posibilita que el paciente se escuche a sí mismo, a sus mentiras y contradicciones, a su crueldad disimulada tras las buenas intenciones. El psicoanalista no castiga ni amenaza, sobretodo no absuelve. La meta del análisis va más allá de una psicología del sentido, y apunta más bien a intentar conseguir una cierta metodología para preguntarse sobre sí mismo a medida que se da un paso y otro en el mundo. Esas preguntas sitúan al sujeto en el mundo de una manera diferente y le hacen verse a sí mismo en relación a los otros. A Cesare Musatti le gustaba recordar que en su larga carrera de psicoanalista sólo había curado, como mucho, a cuatro o cinco personas, contentándose de un modo muy freudiano con una terapia que hacía pasar a los individuos de una «infelicidad patológica» a una «infelicidad normal».
Esta técnica no supone al Otro de la filosofía, porque el conocimiento del sí mismo, sólo se alcanza en una praxis que supone la interacción de dos personas, porque el encuentro tête a tête, es el único que puede movilizar la dinámica pulsional que es la base de todo pensamiento o acción. El cuerpo para el psicoanálisis, se rige por la vida pulsional, por las pulsiones parciales que hacen del cuerpo no una unidad sino una serie de partes, pedazos, zonas que tienen la cualidad de ser orificios o bordes. Estas zonas definen espacios de relación con el Otro, o sea con los otros y con el mundo de las cosas.
Por esto, el psicoanálisis es la base para cuestionar la tradición del ghnoti seauton misma, de la que proviene. No puede llegarse al fondo de sí mismo a través del quehacer filosófico porque la razón simple no es el instrumento para abordar el problema.
La aportación de Freud va más allá de poner al descubierto la importancia de la sexualidad, el poder de la confesión, la importancia del sueño como revelador de verdades, etc. Se puede considerar al psicoanálisis es no solamente como una teoría, una práctica clínica y un método de investigación; también puede calificarse de un punto de vista filosófico, pese a que, Freud no era filósofo ni tenía intención alguna de serlo, pero sobre todo es una praxis, en todo el sentido que ello implica.
No podría ser considerada una explicación última de todas las motivaciones del ser humano; los ejercicios de análisis aplicado que explican la conducta inhumana y aberrante de Hitler o la paciencia y santidad de Ghandi sobre la base de sus historias infantiles son en extremo peligrosos. El mismo Freud cedió a la tentación cuando aceptó escribir con Bullit la biografía de Wilson bajo esta perspectiva.  El método de introspección derivado del psicoanálisis es también una vía que toma el paciente para preguntarse sobre el ser y su devenir. Es significativa la afirmación de Foucault en su entrevista con los japoneses Shimizu y Watanabe (1970), tras de calificar al aporte freudiano como una elección original a la par de Parménides, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant y Hegel, nos dice:
 
Pensándolo bien, una elección como la llevada a cabo por Freud es bastante más importante para nuestra cultura que las elecciones filosóficas de sus contemporáneos, como Bergson y Husserl.
 
Palabras de reconocimiento que han sido expresadas en una fecha tardía y que aún considerando que después hubiese realizado críticas muy agudas al psicoanálisis, suponen cierto respeto y hasta admiración hacia Freud, finalmente el hombre sobre el que está parada gran parte de la filosofía del siglo XX.