Figuras de la sexualidad. Expresiones de vida y muerte

Guadalupe Rocha

El erotismo es una de las cualidades específicas que el ser humano le imprime a la sexualidad, sabemos que el cuerpo es el escenario donde múltiples representaciones se despliegan y deviene espacio sobre el cual, el abismo que nos separa del otro fugazmente deja de ser tan profundo. Pero cabe preguntarse ¿la sexualidad es siempre erótica? Con Freud hemos aprendido a reconocer la patente perversa que distingue la sexualidad humana del instinto y también, que a partir del encuentro con un Otro serán inaugurados los senderos libidinales que harán erógeno el cuerpo del recién nacido. Hitos que marcan la inauguración de la psique a partir del nacimiento del infans en el encuentro con su propio cuerpo a través de otro humano; con el cuerpo, la psique, la sexualidad de ese Otro, trastocando el orden biológico e imponiendo el deseo y no solo la satisfacción de necesidades como motor y alimento vital para este nuevo ser.

El erotismo hace raíz en una sexualidad nacida de lo pulsional, del placer-displacer y del deseo, sexualidad infantil perverso polimorfa en la que advertimos la marca indeleble que le imprimen las fuerzas pulsionales que imperan en el psiquismo ya sea desde la óptica del primer dualismo en el que se enfrentan pulsiones sexuales versus pulsiones de autoconservación, o bien, desde la perspectiva del segundo dualismo encarnado en las llamadas pulsiones de vida o Eros versus pulsiones de muerte, y que darán lugar a una concepción de sujeto constituido a partir del conflicto.

Eros como sabemos, remite al amor en su significación, sin embargo, conviene recordar que en su texto sobre los destinos de pulsión, Freud ha planteado que tanto el amor como el odio están reservados a la relación del yo total con sus objetos destacando que los objetos que sirven para la conservación del yo pertenecen al orden de la necesidad, no se los ama. La tendencia de la pulsión sexual, que no es otra que la satisfacción en la descarga mediante un objeto, no implica la salvaguarda de éste, antes bien, su destrucción tendría que ser lo más cercano a la realización de la meta. El odio por otra parte, proviene de la lucha del yo por conservarse y afirmarse, brota de la repulsa primordial que el yo narcisita opone al mundo exterior prodigador de estímulos.

En el segundo dualismo, Eros será la entidad teórica que englobe a todas las pulsiones antes descritas que no pertenecen a las pulsiones de destrucción comprendidas como inmanentes a la puslión de muerte. Su atribución fundamental es la ligazón, la unificación, la conservación. Se estaría imprimiendo entonces una distinción entre la pulsión sexual, misma que implica a lo erógeno y la concepción de pulsión de vida que estaría más del lado de lo erótico. Con esta diferencia entre lo erógeno y lo erótico, apunto también, al hecho de que lo erótico correspondería ya a una significación marcada por el lenguaje, al amor como su cualificación y como principio y en esta dirección, a la relación del Yo con sus objetos y no a lo meramente sensorial o fantasmatico que especifica lo erógeno. Eros ocupará una presencia entre sexualidad, amor y vínculo; supone el mantenimiento de una libido en busca de placer, y si se la concibe como búsqueda de objeto, es en la medida en que la función de éste será asegurar la unión entre el placer y el amor así como lo que permite representarse la pulsión sexual que se encarna en las figuras donde se revela y se disfraza a la vez. Pero son estas mismas figuras las que en ocasiones nos fuerzan a reconocer la presencia en su interior de una parte de odio que habita desde dentro de la excitación sexual.

Definida ya en su carácter de pulsión de muerte, Freud planteará su fuerza como una tendencia a lo inorgánico, Su función se manifestará en la todopoderosa desligazón. Desligazón que podríamos concebir más que anárquica, como tendiente a la indiferencia, como una profunda aspiración a la eliminación absoluta del deseo. Por lo tanto, a partir de estas consideraciones, es posible concebir al objeto como el enemigo princeps de esta pulsión, ya sea entendido como provocador de estímulos, ya sea porque convocaría al deseo, lo cual constituye la tendencia opuesta a su meta. El Yo obtendrá la categoría de instancia, no ya en oposición a lo sexual sino bajo los efectos de vida y muerte que imperan en una suerte ebullición y mezcla desde el Ello. Por efecto de esta mezcla pulsional, la sexualidad estará por lo tanto igualmente constreñida por las fuerzas y la lucha entre Vida y muerte.

Ahora bien, sin perder de vista los diferentes registros teóricos que atraviesan las elucidaciones acerca de las representaciones singulares y las representaciones colectivas y sin caer en reduccionismos que lleven a considerar uno como efecto del otro, es decir, ni lo social como efecto de lo singular ni viceversa, tampoco podemos negar la existencia de puntos de juntura y disyunción que dan lugar a esta especie de bisagra en que se apoyan mutuamente. Esto significa que así como seguimos los planteamientos teóricos del psicoanálisis para la comprensión de la sexualidad erógena apuntalada en un cuerpo somático, de igual forma nos vemos llevados a suponer la representación colectiva apuntalada en la representación singular, aunque no de manera lineal pues esa misma representación singular ha sido conformada abrevando de la cultura en la que el ser humano es ubicado incluso aún antes de su nacimiento. Como mencionamos arriba, el deseo, el cuerpo erógeno y la sexualidad infantil surgen a través de y en el encuentro con un otro, pero se trata de un otro inmerso en una cultura, en un contexto social determinado y con una sexualidad infantil ya reprimida. Esto último es muy importante de resaltar para el tema que nos ocupa ya que se trata de una sexualidad resignificada, convertida en ternura y que por lo mismo posibilita al agente materno dar el pecho, asear, besar, acariciar, etc.. con sentimientos no erotizados, ya metabolizados por lo secundario[1] que sin embargo serán incorporados por el bebé a partir de lo primario, erogenizando su cuerpo e implantando la sexualidad infantil.

Conservando como telón de fondo estas consideraciones, será a través de la sexualidad figurada por la seducción y la pornografía que me propongo ir siguiendo los rastros y los estragos que dejan vida y muerte, así como la relación que existe entre lo subjetivo y lo social haciendo vértice, alimentándose mutuamente e incidiendo en la constitución de nuevas subjetividades. Toca precisar que una de mis fuentes de inspiración ha sido el pensamiento de Jean Baudrillard, si bien tomo una dirección diferente a sus postulados para centrarme en el tema que me interesa. Su concepción de intercambio simbólico, así como las ideas vertidas en su libro “De la seducción” han sido esenciales para mis reflexiones.

Jean Baudrillard realiza una crítica política de la sociedad contraponiendo el intercambio simbólico al del intercambio mercantil. Como nos explica el autor, mientras el valor posee siempre un sentido unidireccional, que pasa de un punto a otro de acuerdo con un sistema de equivalencia, en el intercambio simbólico existe una reversibilidad de los términos. Se trata pues de un intercambio simbólico, de un lazo y no de un contrato en el que funciona un determinado tipo de circulación de los bienes exonerado de la idea de valor, como en el potlatch, que incluye la prodigalidad y la disipación de las cosas, pero que jamás debe detenerse. Siguiendo a Marcel Mauss plantea, que si no se da, si no se recibe o si se recibe y no se devuelve – es decir, conservando un permanente movimiento reversible de intercambio -, hay guerra o muerte. “El proceso simbólico primitivo no conoce la gratuidad del don, no conoce más que el desafío y la reversión de los intercambios. Cuándo esta se rompe, precisamente por la posibilidad de dar unilateralmente (que supone acumular valor y transferirlo en un solo sentido), la relación propiamente simbólica muere y aparece el poder: después se desplegará en el dispositivo económico del contrato”. (Baudrillard, Jean: 1993;49) Esta es la concepción de intercambio simbólico que retoma el autor para mostrar que el don es la fuente y la esencia misma del poder y que sólo el contra-don puede suprimirlo. A diferencia de esto, nuestro sistema de valores según Baudrillard carece de reversibilidad; se basa en la ley estructural del valor, por lo tanto en la indeterminación y se rige por la lógica del simulacro del tercer orden[2] en el que lo real es absorbido por la hiperrealidad del código. Esto significa que en el intercambio de las mercancías los dos aspectos del valor, valor de uso y valor de cambio están desarticulados, el valor referencial ha sido aniquilado y prevalece solo el otro estadio del valor, el de la relatividad total, de la conmutación general y combinatoria. La era de la simulación queda así abierta en todas partes por la conmutabilidad de los términos antiguamente contradictorios o dialécticamente opuestos. … Todo se vuelve indecidible, es el efecto característico de la dominación del código; que en todas partes reposa sobre el principio de la neutralización y la indiferencia. Esto es el burdel generalizado del capital, no un burdel de prostitución sino burdel de substitución y de conmutación. (Baudrillard, Jean: 1993; 14) Lo simbólico es pues el ciclo mismo de los intercambios, un orden que nace de la propia reversibilidad.

Es en este orden de ideas que Baudrillard introducirá la seducción como una figura reversible que se encuentra en el orden del artificio, del signo y del ritual. La seducción como forma irónica y alternativa, que rompe la referencia del sexo, espacio de juego y de desafío en un intercambio ininterrumpido e inscribiéndose radicalmente en contra del orden de la producción. Representa por tanto el dominio del universo simbólico y es un desafío en el que se pone en juego el deseo, que no excluye en absoluto el placer, pero que no tiene como principio el goce físico. La ley de la seducción es, ante todo, la de un intercambio ritual ininterrumpido, la de un envite donde la suerte nunca está echada, la del que seduce y la del que es seducido, – en razón de que la línea divisoria que definiría la victoria de uno, la derrota del otro, es ilegible – y de que este desafío al otro a ser aún más seducido, o a amar más de lo que yo le amo no tiene otro límite que el de la muerte. (Baudrillard J.:1997;28) En la seducción como lo señala el autor, hay una escena, existe mirada, distancia, juego y alteridad pero asimismo, hace hincapié en que precisamente para que exista una escena hace falta una ilusión y un movimiento imaginario de desafío a lo real. Es entonces en la ilusión y el artificio de la seducción donde nos sugiere se encuentra la intensidad máxima, en la que cada uno de los sexos es portador de una alteridad radical. En este sentido es que la seducción otorgaría una dimensión metafórica a la sexualidad.

A diferencia de esto, Baudrillard encuentra que en la pornografía, los cuerpos, los órganos sexuales ya no son puestos en escena, sino ofrecidos de forma inmediata a la vista. El sexo así, es tomado en su propia exhibición, fijado en su excrescencia orgánica. Al añadirse una dimensión al sexo que lo hace más real que lo real, en un zoom que borra al sujeto en la alucinación del detalle, los fantasmas quedan eliminados por el exceso de <>. Es por lo tanto el fin del espacio perspectivo, que también es el de lo imaginario y el del fantasma; fin de la escena y fin de la ilusión. En esta exacerbación de lo sexual, operada por la pornografía, el cuerpo pierde incluso su dignidad de erógeno apareciendo el órgano, desvaneciendo así la sexualidad en este límite paradójico en el que ya ni siquiera se trata de lo real sino de lo hiperreal. La rrealidad moderna no es del orden de lo imaginario, es del orden máximo de referencia, del máximo de verdad, del máximo de exactitud – consiste en hacerlo pasar todo por la evidencia absoluta de lo real. Como en los cuadros hiperrealistas, donde se distingue el grano en la piel de una cara, microscopio inhabitual, y que ni siquiera tiene el encanto de la inquietante extrañeza. El hiperrealismo no es el surrealismo, es una visión que acosa a la seducción a fuerza de visibilidad. Le <>. Así es respecto al color en el cine o en la televisión: le ofrecen tanto, el color, el relieve, el sexo en alta fidelidad, con los graves y los agudos (la vida, ¡vaya!) que usted no tiene nada que añadir, es decir, que dar a cambio. ¡Desconfíe de lo que es tan bien <> sin que usted nunca lo haya dado! (Baudrillard, 1997:34) Es como nos dice Baudrillard, lo obsceno en todo sentido, lo más verdadero que lo verdadero, la forma pura y vacía, tautológica de la sexualidad. No es la copulación de los cuerpos lo que es obsceno, es la redundancia mental del sexo, es la escalada de verdad que conduce al vértigo frío de la pornografía. Visto muy de cerca, se ve lo que no se había visto nunca. Todo es demasiado real, demasiado cercano par ser verdad. Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad de la cosa.

La seducción por lo tanto esta en el ámbito del intercambio simbólico, la pornografía en el de la hiperrealidad, en el terreno de la conmutabilidad y la indeterminación de las “mercancías-sexuales”, del sexo y el cuerpo como pura mercancía de cambio pero no de intercambio. No hay nada que <>, es el paradigma de sujeto sin objeto, del sujeto sin otro. En la seducción como metáfora de la sexualidad, en donde como hemos visto siguiendo a Baudrillard se pone en juego el deseo y la alteridad, hay una relación con un otro al cual se convoca, y al cual se ofrece algo que esta del lado del deseo y el erotismo. No es el cuerpo el que se entrega, es con el cuerpo que se realiza un encuentro y la ilusión de ser uno con el otro. Se trata también de un desafío pues como decía al principio, se borra fugazmente la distancia con el partenaire y aparecen expresiones de vida y muerte dominando el campo, ya que la apuesta es también a una fusión de y con el objeto. Pero prevalece la vida y prevalece el objeto, es decir el otro como soporte de ese otro objeto, el del deseo inconsciente. Por lo tanto, se trata de una paradoja en que la pasión esta presente y lo que seduce es el enigma, lo que atrae es algo muy cercano a lo siniestro, lo más familiar y lo más extraño, eso también es de lo más excitante y erótico. Y aunque el erotismo puede rayar en lo obsceno, he intentado distinguir esa obscenidad del cuerpo desnudo, pero que no pierde su dimensión de escenario para el placer y el deseo, de aquella que remite al sexo descarnado, degradado en órganos, del cuerpo segmentado en zonas por las que emana una excitación mortífera fragmentando a ese cuerpo “dominado” por la hiperrealidad del sexo, lo que me lleva de vuelta a la articulación que propongo con lo que ahí se expresa de vida y muerte ya desde el registro del psicoanálisis.

En la pornografía hay excitación, pero no hay encuentro, no requiere de un destinatario como soporte del deseo, se trata más del placer autoerótico a nivel de lo erógeno. Es una figura netamente sexual en la que el otro, si lo hay, no importa para el Yo, sino que opera como mero objeto parcial, mismo que evoca en todo caso, su destrucción como lo más cercano a la realización de la meta; ese odio emanado del yo narcisista en esa repulsa primordial, de autoafirmación o incluso esa tendencia mortífera hacia la indiferencia, a costa por supuesto de la destrucción del objeto al que ya recordábamos con Freud, no se lo ama, pertenece al orden de la necesidad. No hay demanda de amor, sino de objetos necesarios para la satisfacción de una supuesta descarga sexual que sugiere resonancias de la compulsión de repetición. La pornografía se vende o se compra. No implica vínculo, más aún, lo evade. Es quizá la máxima carnada que se ofrece a la pulsión de muerte al suprimir el deseo. Tampoco hay enigma, no queda nada oculto y la fascinación que provoca es del orden del horror.

Con estas reflexiones también nace la inquietud acerca del surgimiento de nuevas formas de subjetividad y a interrogarnos ¿Qué es lo que seduce ahora?, al parecer cada vez resulta más difícil encontrar la seducción y el erotismo en los vínculos (o tal vez sería mejor decir contratos) que se establecen entre los sujetos. Parecería que la apuesta se encuentra más bien del lado de la satisfacción en el orgasmo virtual y autoerótico; de evadir el deseo y arriesgarse al máximo, apasionados por la adrenalina y el frenesí de un ejercicio sexual ilimitado. Resolución del sexo en sus miembros sueltos y en sus objetos parciales; la lógica del consumo en aras de una autosatisfacción que no parece tener límites en su máxima expresión es lo que aparece en este escenario. Niños que matan y violan a otros niños, que se prostituyen por unas monedas, que se han convertido también en mercancías. El raiting de los reality shows, el desprecio por la intimidad. En los videos que circulan en el llamado “mercado negro” no hay actuación, por supuesto que no se trata entonces de una escena en el sentido que le dimos párrafos atrás, es la filmación de actos de violación, de pedofilía e incluso de asesinatos. Todo eso es obsceno y pornográfico. Presentar un cuerpo desnudo, descarnado, desollado, esquelético, así como las imágenes de los bombardeos en Irak, o el degollamiento de un reportero secuestrado, transmitidas “en el momento mismo en que están ocurriendo”, la muerte convertida en mercancía y haciendo de señuelo o “incentivo” para competir por el raiting; eso es brutalmente obsceno y lo que sobrepasa la noción de realidad; es hiperreal.

En esta era en que impera la globalización, supuestamente postmoderna, el sexo también convertido en mercancía, en una tendencia a regularse por el intercambio mercantil y fuera de la regulación simbólica de las formas sociales, provoca la anulación de la alteridad radical e impide el encuentro con los otros.[3] Para que haya alteridad es necesaria cierta reversibilidad, no una oposición de términos separados como yo y el otro, sino el hecho de que ambos estén implicados, que tengan el mismo destino. Tienen una doble vida inseparable por el hecho de que uno es la huella del otro, y uno es el que borra al otro. La alteridad, en el sentido fatal del término, implica que el riesgo es igual para ambos; la reversibilidad es total, incluso si hay uno que es la sombra y otro que es el ser; esto no tiene importancia, es reversible. (Baudrillard, Guillaume: 2000;103) En aras de nuestra supuesta “liberación” de la sexualidad y de los capitales, hay que decirlo, los sujetos son menos diferentes de lo que se cree. Tienen más bien tendencia a confundirse, por no decir a intercambiarse. Lo que se ha “liberado” no es precisamente su singularidad, sino su confusión relativa y su indiferencia respectiva. ¿Cómo hablar de pasión en tal caso? Sería más bien de compasión sexual.

La negación y el rechazo de lo Otro en el otro pero también en nosotros mismos significa también emprender una deriva hacia la homogeneización a través de la diferenciación insignificante, de una búsqueda de identidad con y en nosotros mismos, a través de los otros como espejo, entregados a nuestra propia imagen, convertidos en nuestro propio objeto de atenciones, de deseo y de sufrimiento y a favor de una reproducción clonada, asexuada, en aras de una supuesta y “postmoderna” neoliberalización. Cierro estas reflexiones con una cita de Jean Baudrillard. En contra de la verdad de lo verdadero, en contra de lo más verdadero que lo verdadero (que se convierte inmediatamente en pornográfico), en contra de la obscenidad de la evidencia, en contra de esa promiscuidad inmunda consigo mismo que se llama el parecido, hay que recomponer la ilusión, recuperar la ilusión, esta fuerza a la vez inmoral y maléfica de arrebatar lo mismo a lo mismo que se llama la seducción. La seducción en contra del terror: he aquí la apuesta, no hay otra. (Baudrillard Jean: 1993, 52-53)

NOTAS

[1] Es decir, bajo el dominio del principio de realidad.

[2] “Tres órdenes de simulacros, paralelemanete a las mutaciones de la ley del valor, se han sucedido desde el Renacimiento:

– La falsificación es el esquema dominante de la época clásica del Renacimiento a la revolución industrial.

– La producción es el esquema dominante de la era industrial.

– La simulación es el esquema dominante de la fase actual regida por el código.

El simulacro de primer orden juega con la ley natural del valor, el del segundo orden don la ley mercantil del valor, el de tercer orden con la ley estructural del valor. (…) Y aquí se trata de un vuelco de origen y de finalidad, porque todas las formas cambian a partir de su propia reproductibilidad, difracción a partir de un núcleo generador llamado modelo. Aquí estamos en los simulacros de tercer orden. Ya no hay falsificación de original como en el primer orden, pero tampoco serie pura como en el segundo: hay modelos de donde proceden todas las formas según las modulaciones de diferencias. Sólo la afiliación al modelo da sentido, y nada procede ya según su fin, sino que procede del modelo, <> que es como una finalidad anterior, y la única verosimilitud. (Baudrillard Jean: 1992;59)

[3] En todo otro existe el prójimo – ese que no es yo, ése que es diferente de mí, pero al que, sin embargo, puedo comprender, ver y asimilar – y también una alteridad radical, inasimilable, incomprensible e incluso impensable. (Baudrillard j. Guilaume M. : 2000)

BIBLIOGRAFÍA:

Baudrillard, Jean “El intercambio simbólico y la muerte”, Monte Ávila, Caracas 1993

Baudrillard, Jean “De la Seducción”, rei, México, 1997.

Baudrillard, Jean, Giullaume Marc, “Figuras de la alteridad”, taurus, México, 2000.