Comentario sobre el libro De la erótica a la clínica. El sujeto en entredicho, de Daniel Gerber.

 J. Ramón Rodríguez

¿De qué erótica habla el Dr. Gerber en su libro? La pregunta parece retórica pues nos remite a la idea de que existen distintas eróticas. Hablar de esta en psicoanálisis nos remite inmediatamente al trabajo desplegado por Lacan en su seminario Número 8, La transferencia, donde el autor retoma el concepto extraído de uno de los diálogos de Platón, El Banquete, para hablar del lazo específico entre el analista y el analizante, obvio decir, en el espacio analítico.

A qué nos remite el término erótica en psicoanálisis, entonces. No es sino a esa dimensión inalcanzable del sujeto atravesado por el lenguaje en relación al único goce que le es posible: el goce fálico. La enseñanza de Lacan nos permite ubicar que existe un imposible de decir, y por ende, de saber acerca de la sexualidad, pero también de la muerte. Contrario a lo pretendido por Wittgenstein, de que “aquello de lo que no se puede hablar, es mejor callar”, la clínica psicoanalítica da cuenta de que precisamente de aquello que no se puede hablar, en última instancia, llegar a la verdad de la cosa, es necesario construir un discurso que permita, al menos de una manera específica, esto en relación a la psicosis, bordear lo que la cosa en sí es, pues su núcleo forma parte de eso imposible de saber: el goce, que en Lacan remite a la dimensión de lo Real, es decir, a aquella dimensión sustraída a la palabra, pero que sin la cual el surgimiento de esta sería imposible.

Sin embargo, la teorización de Lacan, como él mismo siempre lo reconoció, no se refiere a otra cosa que a lo encontrado por Freud en su escucha de la histeria. Sabemos de sobra, por los historiales clínicos, así como por la basta producción escrita de este último, que aquello que permite el avance en un trabajo analítico es la transferencia; definida esta como la movilización de las mociones pulsionales del sujeto sobre la figura del analista. Movilización que era ubicada por el creador del psicoanálisis como el motor del trabajo clínico, pero a la misma vez obstáculo, en tanto implicaba toda una carga libidinal sobre la relación establecida; lo que en otras circunstancias podía ser pensado como un amor genuino, en el dispositivo analítico se le dio el estatuto de un amor casi sintético, ya que lo que frustra, castra o priva al sujeto en su vida diaria, según la dimensión en que se ubique la pérdida, se vierte sobre aquel que se ubica en posición de escucha, en tanto que no da lo que aquel como paciente espera.

Ahora bien, siempre he pensado que todo texto psicoanalítico puede tener diversas lecturas, pero todas han de confluir en eso que el mismo Freud denominó Malestar en la cultura, eso que bien podríamos entender como aquello que produce en el sujeto la queja que eventualmente puede llevarlo al consultorio del psicoanalista, es decir aquello que se escucha y sobre lo cual ha de trabajarse en diván. Malestar que cabe aclarar no es ajeno a la dimensión de la EROTICA, pues esta es parte intrínseca del discurso que el paciente elabora. En relación a ese malestar actual, continuamente escuchamos o leemos notas, ya sean locales, nacionales o internacionales acerca de lo que aqueja a las distintas sociedades. Notas como la aparecida en un diario de circulación local en octubre de 2010, en la que según cifras de la SECRETARÍA DE SEGURIDAD PÚBLICA y la SECRETARÍA DE SALUD del
Estado, en el 2008 se contabilizaron 148 casos de suicidio en nuestra ciudad, en  2009 fueron 167 y a falta de dos meses para concluir el año, en 2010, ya se registraban 185 casos. O notas como la del diario español El Mundo, en su edición on line, con fecha del 14 de noviembre de 2010, en la que se afirmaba que en los próximos decenios la enfermedad que mayores estragos provocará en cuanto a la discapacidad social será la depresión, seguida de otras enfermedades mentales como la esquizofrenia. Asimismo, si pensamos en la cantidad de muertes que ha arrojado la tan mencionada guerra contra el narco, particularmente en estados como el nuestro, cuál es el panorama al que nos enfrentaremos en los próximos años, la sociedad en general y los trabajadores del campo clínico. Sin duda uno no muy alentador.

Ante esto, propuestas como las del Dr. Gerber propician una lectura distinta con respecto a ese malestar actual que aqueja, de forma directa o indirecta, a cada uno de nosotros. Como lector de los trabajos de Daniel, encuentro en este libro una vena más clínica que en los anteriores, pero él, fiel a la enseñanza de Freud, sabe perfectamente que al abordar las cuestiones clínicas de cada sujeto siempre se tiende un puente con la realidad inmediata, y al abordar las cuestiones sociales siempre es desde las reflexiones que surgen del trabajo clínico. En última instancia el psicoanalista sabe que el sujeto no se piensa al margen de su contexto, si no, como entender el fracaso de un grupo de psicoanalistas en los albores de esta práctica que intentaron construir una teoría del simbolismo, cuya idea central era la existencia de un inconsciente colectivo.

Entonces, visto así, qué erótica es la que encontramos en la clínica actual. Una un tanto distinta de la que Freud observó en sus pacientes, sujetos atravesados por la palabra que ponían en juego su deseo de formas diversas, como lo era el teatro de la histeria en la Salpetriere de Charcot, sujetos que ante la imposibilidad de develar aquello que desconocían saber, el saber inconciente, mostraban de una manera, inhibidora o teatral, aquella realidad psíquica que se ponía en juego en cada sesión. En la clínica actual nos encontramos con los atolladeros del sujeto eclipsado con la imagen, con aquellos que están desprovistos de la palabra que pueda servirles como herramienta para arrojar algo a ese hueco que ha dejado la pérdida de alguien cercano bajo circunstancias que la humanidad solo ha conocido en los momentos más negros de la historia, tratando así de taponar su falta con artilugios, entre ellos los gadgets, como el mismo Daniel lo trata, que le permitan negar esa misma falta, buscando su completud; de eso de lo que no se puede hablar, estos lo actúan. Ante la imposibilidad de articular algo sobre eso que nos es más propio, la falta en ser, el erotismo, en muchas de las prácticas actualmente presenciamos, busca responder a su caída con prácticas gozosas que lo ponen al borde de la muerte.

En mi lectura, la propuesta del Dr. Gerber en esta su tercera publicación como único autor, más no en solitario, como él mismo lo testimonia al reconocer a aquellos con los cuales a podido entablar un diálogo que le ha permitido posibilitar el desarrollo de las ideas, apunta a una cuestión crucial con respecto a la clínica actual. A saber, la de brindar una respuesta a aquello de que ya todo está dicho, y esta es la de encontrar formar inneditas, novedosas que el sujeto ha de elaborar vía el discurso, y que permitan pensar de manera distinta lo que hoy nos llega a nuestros consultorios. La especificidad de la clínica analítica sigue siendo la misma, aquella que en voz de Octave Mannoni se dio gracias a la fidelidad casi patológica de Freud, la escucha sobre algo de lo que se desdijo el saber médico de la época (aquella, y la actual) y que es eso, la escucha de un dolor de existir, el del sujeto. Escucha que posibilite la formulación de un discurso, que aún en una clínica tan complicada como la de la psicosis, permita al sujeto construir un discurso que le brinde no certezas, sino puentes de construcción de la subjetividad, la misma a la que probablemente pudo referirse el gran poeta de las Américas, Luis Cardoza y Aragón, cuando dijo “la única prueba concreta de la existencia del hombre es la POESÍA”.