La función enemigo

Luis Tamayo Pérez

Introducción

«Al unir mi nombre a una idea o a una cosa cualquiera ’lo mismo para defenderla que para combatirla, igual da’, la distingo y le rindo un verdadero homenaje».

F. Nietzsche.

Después de largos años desentrañando el discurso cristiano (y cuestionándolo con frases como: «la moral cristiana «la peor forma de la mentira voluntaria» ha corrompido a la humanidad») Nietzsche escribe en Ecce Homo:

«Si peleo contra el cristianismo, es precisamente porque nunca me ha molestado. Los cristianos serios, formales, han estado siempre bien dispuestos a favor mío».

Para Nietzsche su ataque a la cristiandad era «una prueba de bondad», una manera de atender al otro, al enemigo. ¿Podía Nietzsche reconocer su propia imagen invertida en su enemigo? Por momentos así lo parece.

El enemigo: imagen de sí

Tal reconocimiento de la propia imagen en el enemigo es poco común en la historia de la humanidad, no obstante que, desde hace siglos, una multitud de pensadores ha apuntado en ese sentido.

E. A. Poe, por ejemplo, en su cuento titulado William Wilson nos muestra de manera tangible como se construye al enemigo a partir de la propia imagen. Y lo hace de manera directa. En el cuento de Poe, el intruso, ese que poco a poco se apropió de los amigos y espacios de William Wilson, no era otro que un homónimo: William Wilson. Su enemigo era un otro especular, era él mismo en el otro. Y ese enemigo se hacía cada vez más insoportable. Al final del cuento, William Wilson se enfrenta a William Wilson en un duelo a muerte. Y, al clavarle la espada vengadora, que en principio lo liberaría de tan funesta presencia, se encuentra con el hecho de que, al atravesarle el vientre, moría él en el mismo movimiento. Su acto asesino, por estar dirigido a un otro especular, no podía ser sino suicida.

Por otra parte, Hume, en su Tratado de la naturaleza humana, muestra otra función del enemigo: la de constructor de la identidad nacional. En la obra antes citada indica que el gobierno surge a partir de la guerra, que es a causa de la guerra que hubo necesidad de constituir a las naciones. Para Hume la identidad nacional se construye a consecuencia del embate del otro, es decir, que una nación es lo que es sólo gracias al ataque que un semejante le presenta. En la construcción del Yo no es diferente, es el enemigo, el oponente, el otro, el que me hace consciente de ser lo que soy, de mis aptitudes y límites. El Yo (moi) het/erógeno de Lacan no está muy alejado de la perspectiva de Hume.

Tales cualidades del enemigo, sin embargo, son habitualmente olvidadas; generalmente no se reconoce al enemigo como una presentación de uno mismo y, a consecuencia de ello, se lucha despiadadamente contra él, se le veja, se le degrada e, incluso, aniquila.

Tal frèrocité social era conceptuada por Freud con su noción del narcicismo de la pequeña diferencia:

«De acuerdo con el testimonio del psicoanálisis, casi toda relación afectiva íntima y prolongada entre dos personas «matrimonio, amistad, relaciones entre padres e hijos» contiene un sedimento de sentimientos de desautorización y de hostilidad que sólo en virtud de la represión no es percibido. Está menos encubierto en las cofradías, donde cada miembro disputa con los otros y cada subordinado murmura de su superior. Y esto mismo acontece cuando los hombres se reúnen en unidades mayores. Toda vez que dos familias se alían por matrimonio, cada una se juzga la mejor o la más aristocrática, a expensas de la otra. Dos ciudades vecinas tratarán de perjudicarse mutuamente en la competencia; todo pequeño cantón desprecia a los demás. Pueblos emparentados se repelen, los alemanes del Sur no soportan a los del Norte, los ingleses abominan de los escoceses, los españoles desdeñan a los portugueses.».

Es tan difícil el reconocimiento de que el enemigo se encuentra constituido a partir de los recortes de la propia imagen que, en múltiples casos, la única posibilidad de terminar con la lucha fratricida es mediante el establecimiento de una nueva guerra en la cual los oponentes iniciales se unen contra un enemigo común, viviendo, por ello, una guerra interminable.

Función enemigo y movimiento psicoanalítico

Como bien sabemos, esa frèrocité no es ajena a las sociedades de psicoanalistas y Freud fue el primero que dio constancia de ello. Asimismo, lo que ocurrió después de la muerte de Freud en el movimiento psicoanalítico, lleno de rupturas y luchas de «puro prestigio», es una prueba fehaciente de la ausencia de claridad respecto a la función que un enemigo realiza.

El poder elegir por el psicoanálisis y no por las sociedades de psicoanalistas a lo cual nos conmina Lacan implica, desde mi punto de vista, un replanteamiento de las características del combate contra el semejante.

No es lo igual luchar contra otro a quien se le niega todo lazo común con uno mismo que luchar contra otro a quien se le reconoce como semejante.

En el segundo caso, para refutar las tesis del «enemigo», estamos obligados a algo que me parece fundamental: es menester que demos cuenta de la verdad presente en las afirmaciones de nuestro adversario. Esto no es sino una manera de hacer caso al Hegel que afirma: «el error es un momento de la verdad».

Sin este paso previo lo único posible es la lucha fratricida, el encuentro a muerte suicida.

Si desconocemos que de alguna manera somos responsables de las tesis que nos plantea nuestro adversario, es decir, de que «por alguna razón nos las dirige», la comunicación puede imposibilitarse.

Sólo a partir de la apreciación de que «el otro no me es ajeno» o, como decía Terencio: humani nihil a se alienum putat, es decir, reubicando al enemigo en su lugar correcto «en el del opositor que me obliga a formular con claridad mis planteamientos, que me exige precisión y reconocimiento de mis límites» sólo así se puede establecer un intercambio fructífero de ideas. Pues el enemigo al atacarnos nos ofrece el mayor regalo que puede darse a otro: su propia experiencia del mundo. Al tomar en serio nuestras ideas, estudiarlas y buscarles cuidadosamente el punto flaco para refutarlas no hace otra cosa que regalar su propia experiencia. Por ello, al tomar en cuenta las tesis del enemigo, nuestros planteamientos no pueden sino enriquecerse, pues entonces portan, también, su propia experiencia del mundo.

tamayo58@hotmail.com

Cuernavaca, Morelos, 30 de julio del 2001

Notas

1 Una versión previa de este ensayo fue publicada en Le furet 5, revista interna de la ecole lacanienne de psychanalyse, Paris, 1996.

2 Nietzsche, F., Ecce Homo, EMU, México, 1988, p. 32.

3 Ibidem, p. 156.

4 Ibídem, p. 32.

5 Hume, D., Tratado de la naturaleza humana LIII,VIII, Porrúa, México, 1985, p. 347-349.

6 Es decir erógeno, pero también generado desde el otro (héteros). Cfr, Allouch, J. Lettre pour lettre, EPEL, Paris, 1984.

7 Con este neologismo ( que une el vocablo frère hermano y el de fèrocitéferocidad) Lacan traduce la Haßliebe amordio alemana.

8 Freud, S., «Psicología de las masas y análisis del yo» en Obras completas, Vol. XVIII, Amorrortu, Bs. As., 1976, p. 96.

9 Lacan, J., «Proposición del 9 de octubre de 1967», Ornicar? 1, Barcelona 1981, p. 25.

10 Hegel, G. W. F., Fenomenología del espíritu, FCE, México, 1982.

11 «Nada humano le es ajeno».