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  • Sade: un individuo sin identidad perfecta

    Sade: un individuo sin identidad perfecta

     Julio Ortega Bobadilla

    La primera ley que encuentro escrita en el fondo de mi alma no es amar, mucho menos socorrer a los pretendidos hermanos sino hacerlos servir a mis pasiones.

    Marqués de Sade

    Cuenta uno de sus biógrafos[2] que el día 14 de julio de 1789, durante la toma de la Bastilla, el divino marqués agarró un largo tubo de hojalata terminado en embudo que usaba para tirarse agua en su celda y lo utilizó como amplificador de sonido para dirigirse a la multitud sublevada en nombre de los principios de la libertad, fraternidad e igualdad, desde su cautiverio profería insultos al gobernador y voces a favor de la rebelión.

    La imagen, real o imaginaria, no es una excentricidad imposible de concebir. Había pasado largo tiempo en cautiverio en diferentes cárceles a causa de los escándalos producidos por sus excesos y deseaba salir a cualquier costo, aún abjurando de su moral aristócrata que le situaba por encima del populacho. Es difícil imaginarse a Sade como un revolucionario, su juventud no preludia para nada este papel y no puede considerarse que fue ninguna clase de rebelde sino un hombre que aprovechó al máximo sus privilegios asegurados por “su rango y la fortuna de su mujer”[3].

    En esa escena y las que siguieron a su liberación, se posesionó del papel de revolucionario y el resultado fue que llegó a ocupar durante ese período el cargo de jefe de sección, juez y presidente de tribunal, convirtiéndose en ese momento, aunque por breve tiempo, en el ciudadano Donatien Sade. Sin embargo, para la república, su identidad constituyó un enigma desde el estatuto mismo de su situación legal, pues su partida de nacimiento, su certificado de residencia, sus papeles como ciudadano y finalmente los vales o solicitudes firmadas por él, nunca ostentaron el mismo nombre. Esto obligó a que la Oficina de Revisión creada por el Directorio dictara un informe en el que observaba: “tan grande disparidad no puede aclararse demasiado, y da lugar a que el individuo no tenga identidad perfecta y que se resuelva la supresión del nombre de un individuo en actas justificativas libradas a otro”.

    Y es precisamente, esta identidad no clara –más que indelineada, disfrazada– la que nos aparece en su obra, y que desconcierta al lector ingenuo, por la fuerza de las escenas eróticas y la violencia descarnada de sus letras. Al hombre “normal” asustarán mucho los cadáveres sangrientos, las copas tintas de vino combinado con sangre, las torturas inauditas. El lector con prejuicios siempre lo verá como un monstruo que propone una sociedad sin ataduras morales. Pero todo esto, es parte de una maqueta que revela un pensamiento puro como lo han revelado los brillantes estudios de Maurice Blanchot[4] y Bataille.

    Esta confusión deliberada a la que inducen sus letras, dará lugar a cantidad de lecturas encontradas y juicios disímiles: precursor de Freud (afirmación estúpida a decir de Lacan), poeta revolucionario, primer catalogador de perversiones sexuales, ateo irredento, terrorista provocador, humorista sardónico, moralista extremo, etc.

    Con el divino marqués, nos encontramos en una situación parecida a la de Nietzsche, su obra es difícil de inventariar y de interpretar, dando lugar a más de una confusión. Un agravante de la obra de Sade que hace más compleja su interpretación, lo constituye el hecho de que es un autor construido a posteriori, su obra no fue publicada en su tiempo como correspondía, fue escasamente conocida e incluso estuvo prohibida hasta entrado el siglo XX, la publicación de su obra completa promovida por J. J. Pauvert, no apareció sino hasta principios de los años 60’s (1960 – 1962) e incluso su biografía realmente detallada realizada por su mismo editor es bastante tardía: 1986.

    Así, su obra permaneció casi inexplorada para algunos de los grandes especialistas como Havelock Ellis y Freud que utilizaron el término sadismo acuñado por el Diccionario Universal de Boiste, publicado en 1834, como sinónimo de una expresión instintiva patológica. Durante mucho tiempo se reconoció la perversión más que prestar atención al literato o filósofo Sade, conocimos al hombre mucho después de la herida que infringió en la moral de su tiempo. De hecho, no sé de ninguna Facultad de Filosofía que ofrezca un curso sobre su pensamiento riguroso, quizá porque se sigue corriendo el equívoco de una identidad entre sus escritos y sus prácticas perversas.

    Los surrealistas primero y luego los existencialistas, redescubrieron sus escritos para crearle la fama de autor que ahora tiene, antes de eso, sus letras nos fueron más que rollos de papel sin destinatario, “sobre los que al infinito durante sus jornadas de prisión desarrollaba sus fantasmas” (Foucault[5] dix it). No sabemos si deseó ser un escritor exitoso, lo más probable es que no, sino que sus trabajos fueron una forma de escapar a la locura del encierro, un juego imaginario que le permitió fugarse a otros mundos y jugar a ser Dios, víctima y verdugo en el pequeño espacio de su celda. Al confeccionar sus escritos, tuvo incluso que afrontar problemas tan básicos como obtener papel. Para escribir las 120 jornadas de Sodoma y Gomorra, el marqués pegó hojas de doce centímetros de ancho, unas a otras, para confeccionar un rollo y cubrió una de las caras con microscópica escritura con veinte veladas que se extendían desde las siete a las diez en su cuarto de la Bastilla con una regularidad perfecta; luego hizo lo mismo con la otra cara y terminó con todo el 28 de noviembre de 1785[6].

    Es de importancia recalcar el hecho, de que, la mayor parte de las escenas consignadas en las obras de Sade son fruto del prodigio de la imaginación. Sus excesos –los hay en su vida, pero los verdaderos crímenes por los que va dar a Vincennes y luego a la Bastilla, son el haber huido con su cuñada y el elegir muy mal a su suegra– en su existencia son muy menores, a comparación de las orgías y actos violentos que imaginó. Barthes ha dicho de este contemporáneo de Mozart, que puso en su vida un poco de su obra y no lo contrario. Un hecho que soporta esta afirmación y refuta la concepción absurda de quienes le ven como la encarnación misma de la maldad, es que fue nuevamente encarcelado en el período revolucionario, esta vez, acusado de moderado. Sade se opuso a la carnicería de la guillotina y su discrepancia no fue tolerada por jacobinos más radicales.

    ¿Cuál es el mérito de Sade? y ¿Qué es lo que caracteriza su obra?

    La fascinación que causa la sexualidad desbordada en sus escritos es un laberinto sin fondo, una fortaleza como las de Piranesi, en las que uno puede perderse por caminos imaginarios sin retorno. Lo sexual en el marqués, impacta y engaña. Sade no inventó el libertinaje sexual y el tema de la vida erótica había sido tratado de diferentes maneras por la ciencia y la literatura.

    El redescubrimiento del cuerpo en el Renacimiento fue producto de los estudios anatomofisiológicos que habían permanecido prohibidos durante la Edad Media, y cuya consecuencia rara, fue la conservación del prejuicio de una equivalencia anatómica y funcional entre los sexos. Entonces, el hombre volvió a mirarse a sí mismo y a su cuerpo desnudo, y esta visión reaparece en el arte mitológico, naturalista y hasta religioso, trayendo consigo una disminución general de la culpa sexual y la abolición del principio de intangibilidad del cuerpo humano.

    Este desplazamiento trajo consigo cambios subjetivos importantes que son notables en el siglo XVII y sobretodo en el XVIII. La sexualidad en estos siglos toma un vuelo en la conciencia general. Tirso de Molina publica en 1630, El burlador de Sevilla en el que el tema de la hipersexualidad del protagonista es central y que ha tenido como modelo a un personaje real, un rico burgués de Sevilla de nombre Miguel de Mañara[7]. También en este siglo vemos aparecer las Memorias de Casanova[8], que muestran a un hombre consagrado a la sensualidad y a la seducción de las mujeres, no sin guardar las buenas maneras del hombre educado y el caballero.

    Rousseau[9] predicó el amor libre más allá del matrimonio, puesto que dicho contrato no corresponde a ninguna ley moral y el derecho social hace entrar por esa vía al dinero que destruye al amor. Aunque, él mismo abandona a sus cinco hijos en hospicios como era la costumbre de la época, sin importarle el futuro de sus vástagos.

    En Francia, durante el siglo XVI, Enrique III no disimulaba su homosexualidad, cosía y bordaba, además de disfrazarse como mujer y reclutar a sus amantes en bailes, en un afán identificatorio con su ex – esposa María de Clèves. Para el siglo XVII, la prostitución y las perversiones son por demás comunes. En Londres había unas 50,000 prostitutas y 13,000 en París y se cultivaba el gusto especial por encontrar a muchachas vírgenes.

    No faltan conductas libertinas en el período de la Ilustración y cualquiera podría estar tentado a jugarse por la hipótesis de no represión sexual que Foucault nos propone en sus estudios sobre la sexualidad.

    El marqués de Sade, dedica su genio a plasmar con la libertad de su imaginación no presa como su cuerpo, sus fantasías, haciendo un recuento riguroso, consistente, y hasta mecánico de las contingencias sexuales. Sontag[10] ha dicho que la bravura de Sade estriba en ilustrar –más que el libertinaje sexual– la crueldad del corazón. Pero, su obra es más que literaria, en sentido estricto, filosófica y así lo puede demostrar una sola obra, el Diálogo entre el sacerdote y el moribundo. Plantea problemas del orden de sopesar los límites entre la fe y la razón, intenta subvertir la ética cristiana, pero la verdadera importancia de sus conceptos radica en que constituyen una crítica intransigente a la razón práctica kantiana. No en balde, primero Adorno y Horkheimer en su Dialéctica del Iluminismo[11] (“Sade erigió un precoz monumento a la planificación del orden monopólico”), y veinte años después Lacan (quien con cierto descaro se adjudica la primacía en el descubrimiento de una continuidad entre Kant y Sade. Uno se pregunta: ¿Se equivoca, miente o no parecía conocer el escrito de los filósofos alemanes?), han visto en su literatura una continuación de los planteos de la Ilustración que pondrán en el lugar de la verdad al discurso científico, hay una continuidad no evidente, pero el rigor moral de Kant está ligado a la voluntad de goce en Sade, como si la ilustración misma llevara a una época de sadismo, aunque quizá esto no sea lo más importante. Según Lacan[12], lo que denuncian los hechos “inmorales” de las obras de Sade, es que el mal radica en la pureza de la ley (hay una equivalencia, en este sentido, entre ley y crimen), que aparece como impuesta desde un más allá de apariencia neutral, pero que en su esencia ejerce una violencia contra el placer y la comodidad del sujeto. Juliette por su parte, practica una autodisciplina del delincuente en acuerdo con los principios más severos sobre la virtud, que Kant nos refiere en sus exposiciones sobre la metafísica de la costumbres. Las riendas de sus proyectos están gobernadas por el dominio de sí, sus inclinaciones y sentimientos (el asesino debe tener una máxima tranquilidad), se trata de alcanzar un objetivo simple reconocer al otro sólo como materia maleable, no cómo prójimo. Juliette tiene a la ciencia por credo, le repugna toda racionalidad que no pueda ser probada. En este sentido, predica la soledad absoluta en la que lo único que cuenta es la obtención del propio placer. La voluptuosidad de Sade implica también –Bataille[13] lo ha entrevisto lúcidamente– una política del exceso (parecería la única política en nuestro México de hoy) en que la desventura del otro, la traición y el asesinato son una forma de erotismo que desemboca en el aislamiento moral. Quien admite el valor del prójimo se limita moralmente, la solidaridad con el hombre impide tener una actitud soberana, y la mayor soberanía es la embriaguez que conduce a un dolor sin medida que puede destruir todo, hasta el verdugo mismo.

    Simón de Beauvior[14] ha hecho notar, cómo Sade pone en escena a sus personajes con un cuidado estético que agota las posibilidades anatómicas del cuerpo humano. Sin embargo, las orgías parecieran atemporales, como sucediendo en ningún espacio y poniendo en juego más a maniquís que a personas vivientes. En ese escenario, lo que se pierde es humanidad y las figuras aparecen como consecuencia de actos previos y reducidos al papel de marionetas en un teatro que parece un dispositivo mecánico:

    Las víctimas parecen inmovilizadas en su abyección lacrimosa, los verdugos en su frenesí. Sade se sueña complacientemente en sus personajes sin infundirles su humana densidad. No conocen el arrepentimiento y apenas la saciedad; ignoran la repugnancia, matan con indiferencia, se constituyen en encarnaciones abstractas del mal. Pero el erotismo pierde su carácter impar cuando no se eleva sobre un cimiento humano, social o familiar. Deja de ser conflicto, revelación y experiencia privilegiada[15].

    Su literatura es un experimento que intenta suscitar la excitación y la repulsión del lector. Juliette aconseja a su compañera de desenfreno Clairwill, la cual quiere cometer un crimen que perdure más allá de su propia vida: “Entonces prueba con el crimen intelectual y ¡escribe!” El acto más terrible cometido por Sade es la erección de sus letras, ellas son el crimen espantoso que le ha hecho pervivir a través del tiempo y le ha otorgado el enojo de las buenas conciencias.

    La voluntad de goce de Sade se concentra en mancillar símbolos sagrados, aquellos que tienen que ver con la nobleza, la religión y la justicia. La trasgresión de los límites del erotismo y de todos aquellos que impone la vida misma, parecen ser el objetivo de sus letras. Pero el gran tema de la obra de Sade es la soledad, el hombre y su orfandad ante la vida, el pavoroso desamparo que nos persigue contra las apariencias de la vida social y que sólo puede percibirse físicamente con luminosidad, contemplando el cielo estrellado en una noche clara de invierno. Constante[16] ha hecho notar cómo, a los momentos más apasionados del encuentro amoroso entre los personajes sadianos, a la confusión de sus identidades y al arrastre de un cuerpo hacia otro, sigue el abismo de la extrañeza recíproca. En lo más profundo del cuerpo, en el punto dónde la carne desfallece, no hay espejo que tienda con precisión su reflejo a uno y otro de los miembros de la pareja, las emociones se confunden pero en el espacio de los dos espejos encontrados lo que aparece es el vacío al infinito, la falta de complementariedad que evocaba Platón en el mito del Andrógino. La desnudez no acerca al otro, consagra la separación, la discontinuidad de la existencia es inevitable, la emoción del sexo es una abertura a lo desconocido de nosotros mismos.

    En este contexto, llama poderosamente esa suerte de desafío obstinado, que hace que Dios esté presente en casi todas sus obras, como si fuese un padre al que hay que desafiar para que exprese un mínimo sentimiento de amor (hacia las víctimas) o de odio (hacia los verdugos), pero éste permanece mudo dejando en abandonados a su suerte a los actores de la profanación.

    Es difícil encontrar una obra en la que se concentre tanto deleite en el sacrilegio, pero también tanto deseo y resentimiento hacia Dios, como Cristo (es Buñuel quien los acercó en L’Age d’Or, 1930), Sade se lamenta amargamente: “¡Padre! ¿Por qué me has abandonado?”

    Sabemos que leyó a Spinoza meticulosamente y conocía sus tesis, lo suficiente para saber que Dios no tendría que responder pues ha despachado al hombre a su libre albedrío. Sin embargo, a pesar de que reniega una y otra vez, se carcajea y caga sobre ese juez supremo, insiste con desesperación en llamarlo, cómo si no le admitiese mudo o no le creyese ausente. Sade, en este sentido, es un religioso negativo en espera de una mínima señal, de un guiño que le diga que no está solo. En las letras del marqués hay más coraje que desesperanza, la rabia se mantiene cuando todavía hay ilusión.

    ¿Hay cercanía entre Sade, Burroughs y Bukowski? Entre el marqués y estos escritores[17], están las dos guerras mundiales y horrores inimaginables que niegan enfáticamente la existencia de un Dios (al menos, de bondad). Él adelantó un pequeño esbozo de los tiempos que estaba por vivir el hombre, y en ese sentido, es nuestro contemporáneo, aunque no pudo prever del todo, que la realidad política y social ha resultado más brutal que cualquiera de sus invenciones.

    El cine lo ha tratado con negligencia y desgano. Excepto por una magnífica película de Peter Brook (1966) adaptación de la obra de Peter Weiss: “La persecución y el asesinato de Marat, representados por los locos del manicomio de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade”, nada más parece valer la pena. Inclusive, Klaus Kinski naufraga al tratar de personificar al marqués, en una adaptación fallida de Justine. Hay que evitar, expresamente, la película que Philip Kaufman filmó con un Geoffrey Rush histérico y completamente fuera de papel (Quills, 2000).

    Puede llamar la atención su última voluntad, en el momento de su muerte, el marqués de Sade manifestó su aspiración de ser enterrado en una tumba sin nombre que fuese borrada por el follaje del bosque, para escapar de la memoria de los hombres. Creo que este gesto poético es coherente con su obra, siempre odió las instituciones, quiso disolverse, no pensó jamás ser un escritor de culto, un ídolo para los estudiantes de letras –el “santo” Rimbaud y también Kafka intentaron borrarse– o un atractivo turístico en el cementerio. No lo logró, por eso lo recordamos, celebramos su nacimiento y su muerte en el calendario con la misma devoción que otras fechas conmemorativas como el día del maestro, del psicólogo y del bombero.

    [1] Sade Marqués de. Historia de Julieta. Juan Pablos Editor. México 1980. P. 162.

    [2] Lenning Walter. El marqués de Sade. Plaza y Janés Editores. Barcelona 1989. P. 101.

    [3] De Beauvior Simone. El marqués de Sade. Ed. Leviatán. Buenos Aires 1985. P 15.

    [4] Blanchot M. Lautreamont et Sade. Ed. Minuit. París 1949.

    [5] Foucault Michel. ¿Qué es un autor? Obras esenciales Vol. I. Ed. Paidós. Barcelona 1999.P. 334.

    [6] Jean, Raymond. Un retrato del marqués de Sade. Gedisa. España 1990.

    [7] Morali-Daninos, André. Historia de las relaciones sexuales. Publicaciones Cruz. 1992. P. 37

    [8] Casanova, Giaccomo. Memoires. http://promo.net/cgi-promo/pg/cat.cgi

    [9] Morali-Daninos, André. Historia de las relaciones sexuales. Op. Cit. P. 38.

    [10] Sontag Susan. Marat/Sade/Artaud. En: Contra la interpretación. Ed. Seix Barral. Barcelona 1969. P. 202.

    [11] Horkheimer Max y Adorno Theodor. Excursus II: Juliette o iluminismo y moral. En: Dialéctica del Iluminismo. Editorial Sudamericana. México 1977.

    [12]Lacan Jacques. « Kant con Sade ». Escritos 2. Ed. Siglo XXI. México 1988. (“Aquí Sade es el paso inaugural de una subversión de la cual por picante que la cosa parezca ante la consideración de la frialdad del hombre, Kant es el punto de viraje, y nunca detectado, que sepamos, como tal”. P. 744)

    [13] Bataille Georges. «El hombre soberano de Sade». En: Estudios sobre el erotismo. Ed. Tusquets. Barcelona 1988.

    [14] Beauvior, Simone de. El marqués de Sade

    [15] Ibíd. P. 71.

    [16] Constante Alberto. Sade, el cuerpo obturado. En: Un funesto deseo de luz. Ed. Nueva Imagen. México 2000. P.

    [17] Que sí buscaron desesperadamente ser autores.

  • La metafísica de los sexos o porqué te soy apasionadamente infiel

    La metafísica de los sexos o porqué te soy apasionadamente infiel

     Alberto Constante

    Nunca nos hallamos menos protegidos contra el dolor que cuando amamos, nunca somos más desvalidamente desgraciados que cuando
    hemos perdido el objeto amado o su amor.

    S. Freud

    Adulterio es la fatiga de uno provocada por el trato de dos y concluida con la regla de tres

    Enrique Jardiel Poncela

    Poner al otro en claro es el imperativo alojado en el corazón del que ama. Una disyunción separa al objeto amado del resto. Te amo a ti y no al otro. Te amo a ti y no a los demás, la multitud innumerable, potencial o afectiva, en un acto de exclusividad. ¿Qué es el amor si no esta geografía pasional, este destino de los avatares de esa oposición inaugural, que en el momento que le consagro decepciona mi deseo de apropiación? ¿Qué es el amor si no la ficción en la que finco mi ambición de exclusividad? El amor es esencialmente la pretensión de ser amado, es la fantasía de fusión, es la ilusión de creer que podemos llenar el vacío de la falta. Es la posibilidad que tiene el ser humano de crear, de crecer en un vínculo que combine la genitalidad y la ternura, es la proyección del amado de su “yo ideal”, lo perfecto, lo que uno quisiera ver en la mirada del otro.

    En la misma medida en que la fórmula “te amo” instaura explícitamente la pareja en contra de la poligamia, la pareja parece poder desarrollarse como síntoma polígamo: “Tú eres todo para mí” se le dice al objeto amado para explicarle que los demás no cuentan para uno, mientras que lo que subyace es el reclamo “sé mis fantasmas y mis sueños insatisfechos, sé la diversidad a la que renuncio”, las aventuras que sacrifico, los seres que no conoceré, en suma, sé todo, salvo tu irreductibilidad a mi deseo. Pero el cumplimiento debe entenderse también como una orden; en este homenaje total existe una presión totalitaria, la protesta de los abandonados o de los excluidos. Al darme por entero al Otro, exijo de él que satisfaga el conjunto de las fantasías y de las pulsiones con que me solicita el mundo. El exterior aparece en el marco conyugal, pero bajo la forma de intimación; se confía a la persona elegida la misión de cubrir la gama de las criaturas excluidas. Avatar conyugal de la poligamia, este despotismo culmina en la aspereza, es decir, el reproche dirigido al objeto único por no ser varios. Se trata de que nos devuelva lo que se le inmoló, yo pretendo romper las múltiples pasiones que me unen al mundo, en realidad, las proyecto sobre un ser único encargado de realizarlas. “Yo te elijo a ti”, eso quiere decir: “te delego para reabsorber el corte operado por mi elección”.

     Si dejo de investir a la humanidad es para aplastarte a ti, amor mío, bajo esta investidura suprema: totalizar a la humanidad. ¿Agonía de la pareja? Más aún, ¿cómo podría constituir la pareja un islote armónico en medio de una sociedad agresiva y neurótica? Al parecer estas preguntas que envuelven al menos uno de los componentes de su destrucción como lo es la infidelidad, parecen querer exclamar, en otras palabras, que los cónyuges volcarían al interior de la célula conyugal cuanto odio, fatiga, miedo o indiferencia almacenan fuera de ella; de hecho en la relación de pareja no sólo se efectúa la reactualización del triángulo edípico, sino toda la hiperindividualización y hedonismo que aqueja hoy a la sociedad contemporánea.

     La pareja, sin duda, es un fiel espejo en el que se refleja la angustia y la atrofia de las relaciones interpersonales, la discontinuidad de las relaciones de toda clase posible, la desventura de los móviles del ser humano y, en general, de la descomposición social. Pero, ¿no podría decirse también que es la imposibilidad, en que nos sitúa la sociedad, de difundirnos en ella lo que mantiene, contra sus propias desilusiones, la ciudadela amorosa?

     Siendo así, la pareja es entonces la posibilidad de satisfacer dos necesidades básicas del individuo: el desamparo originario y la incompletud narcisista. Ella es un vínculo de simetría y reciprocidad entre lo que uno espera y lo que está dispuesto a dar, es la posibilidad de crear un espacio intersubjetivo, un encuentro en donde el otro es reconocido como sujeto. Esto es lo que la dificulta, pues no se trata sólo de la relación con el otro sino de la relación simultánea con las distintas partes de nuestra mente que se ponen en juego en el vínculo amoroso. Es la parte infantil de la mente cuyo deseo omnipotente es que el otro cumpla con todas las expectativas propias y que poco puede pensar al otro como sujeto. Pero también es la parte adulta que pugna por convertir el juego egocéntrico y omnipotente en un trabajo compartido y nutricio. Es, a fin de cuentas, nuestra parte perversa que requiere ser identificada y comprendida para no dañar a nuestro cónyuge.

     Sólo en un mundo desdichado puede ser tan obstinado el deseo de ser feliz, y la felicidad debe tomar indefectiblemente la forma de la quietud acolchada, de la intimidad celular; quiero la pareja para que exista un exterior y un interior, para pasar por la calle sin sufrir por el anonimato (ya que yo tengo nuestra casa), para escapar a la inseguridad seductora, para aislarme, de la paranoia social. La pareja no es tanto una renunciación como una huida, sigue siendo la institución más accesible a todos aquellos a quienes atormenta, si no el gran ideal de la pasión, sí al menos la necesidad de seguridad y el deseo de desconexión. El “nosotros” se concibe fundamentalmente para defenderse “de ellos”. Cuanto más hostil es la sociedad, más necesaria es la pareja para los individuos, cuanto más aquejada de hiperindividualismo más se pide la pareja, como si fuera una fórmula social que requiere de equilibrios para seguir siendo; muy lejos de disgregarse, refuerza la dureza de las relaciones. Lo que especifica al Otro como cónyuge, es que no regatea mi existencia, me espera, está ahí, al alcance de la mano, emana de él la duración, en suma, ella es para mí y yo soy para ella un valor adquirido. Cuando “ellos” atraviesan y llegan al “nosotros” la pareja se ve atormentada por la necesidad de recuperación de ese “nosotros”, aunque no necesariamente sea ella, sino otra.

     Es sabido que el matrimonio por amor es una conquista reciente; hace poco que las parejas se eligen libremente y, desterrando cualquier consideración que no sea la sentimental, se casan a partir del deseo de encontrar una persona que tenga cualidades, ideales y objetivos parecidos a los propios. Apenas nos damos cuenta de que el proceso amoroso es también el proceso del desamor. Por ello es que afirmamos que en este hermoso ideal, que existía en la base de la monogamia al fin realizada, como decía Engels, lo que se venía a reconciliar era la institución terrestre del matrimonio con la vocación metafísica del amor, es decir, la colaboración de dos seres en la formación de una totalidad en la que cada uno es un ser cabal, completo. Algo similar a lo que “lord canciller del reino, Francis Bacon, Barón de Verulam” decía del hombre moderno al convertirlo en el amo y señor de la naturaleza. ¿Qué ocurre cuando han desaparecido los obstáculos exteriores a la realización del contrato amoroso, y la pasión, de base turbulenta y agitada, de desazón e inquietud, pasa a ser base de asociación? El amor liberado no soporta la asfixia de la civilidad.

    No hay amor posible entre los esposos, afirmaba, desde entonces, la cortesía medieval. La vida a dos es la manera como expían su confesión inicial, el castigo que se infligen y sufren por haberse dicho “te amo”. En la infidelidad, el ideal de la monogamia es desterrado. El engaño no puede ser imputado a la maldad de uno de los miembros de la pareja o a la injusticia del orden social; los infieles no tienen otro enemigo que ellos mismos, que la terrible verdad de un juramento. Hay quienes piensan que esto se debe a que las uniones más armoniosas no resisten la erosión que la vida cotidiana imprime al sentimiento apasionado. De ahí la idea nueva de la necesidad de abandonar, en un mismo impulso, el orden doméstico y el romanticismo que, después de haberlo durante mucho tiempo desafiado, le sirve hoy de fundamento a la infidelidad.

    El orden conyugal es el que ilusamente se esfuerza en capturar todas las potencialidades afectivas en las redes del amour fou, segrega el ideal de la pasión única e invita a las pasiones reales a reconocerse y medirse con él. De este modo el combate comunitario quiere liberar simultáneamente a la pareja y a esa forma de amor de la que es destino ineluctable: la posesión. La encrucijada conyugal, actualmente manifiesta, no engendra la deserción general ni siquiera necesariamente un deseo de comunidad. Lo que tampoco significa que no ocurra nada. El acontecimiento no siempre adopta la forma triunfal de la alternativa, ni siquiera la infidelidad es el caso de ello. La descomposición del modelo conyugal no es el final de la pareja ni su sustitución por una institución mejor, es la aparición de una multiplicidad de formas intermedias en las que los amantes hacen trampas con su propio contrato. Se unen en nombre del amor, pero se niegan cada vez más asiduamente a vivir esta unión en el horizonte de la totalidad. No quieren formar bloque, perderse el uno en el otro, ni conocer el largo éxtasis fijado del amour fou. O si lo intentan siempre es en función de la posibilidad abierta de otro, de un tercero que asista y dé aire fresco a la pareja. Dicen y aplican el “te amo”, al tiempo que inventan mil métodos para contrariar sus efectos. Vivimos la era de los enamorados incrédulos que ni siquiera prestan confianza al deseo que les dicta la pasión.

    Proliferación de las parejas, resistencias de los cónyuges a pasar de la situación de concubinos al estatuto de esposos revelan que el ideal amoroso inspira temor por el compromiso que supone amar de manera adulta: procurando al otro su bienestar. Es posible que el rechazo al matrimonio, incluso que la infidelidad, no sean más que un cambio microscópico, un puro rito conjuratorio, lo que demuestra al menos el escepticismo de los amantes hacia su propio “te amo”. Es cierto, que la infidelidad es, al menos, una forma de burlar la tendencia conyugal al autismo, pero también es una forma artificial de fragilizar un vínculo amenazado de excesivas consistencias. A veces se piensa que en la elección de pareja la expectativa podría ser curar lesiones o frustraciones de la primera infancia, así como a que el vínculo contribuya a superar temores y culpabilidades de entonces. Fantasías nunca expresadas que se conjugan en el vínculo amoroso en espera de ser recompensadas y satisfechas; si esto no ocurre, la desilusión puede sobrevenir, junto con la rabia y el odio. La experiencia de pareja es la repetición del comportamiento de la infancia, elaborar esto supone un arduo trabajo.

    La infidelidad amenaza el vínculo amoroso de ser dos y la promesa de llegar a ser uno, éste es el deseo que el amor deserta cuando uno de los miembros de la pareja se aventura fuera del modelo conyugal o fuera de la pareja misma. Como si la palabra amorosa “te amo” ya no fuera la última. Como si la pasión, incomprensible para sí misma, ignorara a partir de ahora cuál debía ser su última palabra. Es cierto, en el amor no existe nunca la última palabra, porque siempre estamos en la primera, estamos creando el vínculo que nos hace ser el uno del otro. La infidelidad aterra porque destruye sin más la promesa, el símbolo de una expectativa, el deseo sometido no al deseo expresado en la propia pareja sino el deseo siempre oculto hacia un otro que no es el término de la pareja; por ello, a la infidelidad se le acusa de ser la denegación de la persona, su anulación la cosificación de su propia subjetividad y, por si fuera poco, de la pérdida de esa mirada en donde mi propio ser se ha hecho con el otro.

     En nuestra cultura occidental la infidelidad, su sola mención, está cargada de prohibición. Ella es considerada como una ruptura a la lealtad y al compromiso que ambos miembros de la relación se deben el uno al otro; la infidelidad en la pareja es, en esencia, una situación fallidamente oculta, que esconde en el pensamiento del hombre occidental los rasgos ancestrales del tabú.

     La vida en pareja ha sido objeto de un sinnúmero de estudios pero el desarrollo que ha llevado a las grandes transformaciones ha puesto de relieve la lenta ascensión del sentimiento y la exigencia afectiva y sexual que han transformado a la pareja moderna y que se opone y muchas veces de manera conflictiva, a las estrategias propias de la familia. Vale la pena señalar aquí que la fuerza normativa de la pareja como tal tiende a absorber todas las funciones, no sólo la alianza sino también el sexo. Recordemos lo que dijo Foucault al respecto: “En la familia se interpretan la sexualidad y la alianza: la familia transporta la ley y la dimensión de lo jurídico a la disposición de la sexualidad; y transporta la economía del placer y la intensidad de las sensaciones al régimen de la alianza”.

     Ahora bien, si aceptamos que la fidelidad en la pareja es una manifestación cultural y que como tal ha ido evolucionando al ritmo del mundo moderno, su contraparte: la infidelidad, también lo ha hecho. La infidelidad es la inclusión de un tercero en la diáda que se encuentra unida bajo un contrato legal o verbal y que estipula entre sus cláusulas la exclusión de cualquier tipo de intercambio sexual con una persona ajena a la pareja, cuyos integrantes, animados por el amor recíproco se encuentran en un tiempo y momento determinado juntos.

     Podríamos decir que la fidelidad está íntimamente relacionada con el deseo de correspondencia y compromiso de mantenerse así mientras el amor, la intimidad y el deseo prevalezcan. La infidelidad, en cambio, es una situación que se ha dado en todas las épocas y que de igual forma ha sido vista con la óptica de la doble moral que ya señalaba el propio Freud: una, la que se muestra de cara al interior del seno familiar y del medio social y la otra desde el entendimiento de que no siempre se ponen de acuerdo la alianza y el deseo. El drama de las familias, las tragedias de las parejas cuando uno de los miembros rompe con esa promesa explícita o implícita son, a nuestro modo de ver, la representación de los conflictos que surgen entre la alianza y el deseo. Ese deseo que quiere todo para irlo perdiendo mejor todo, salvo el inaquietable corazón que quiere y quiere.

     Mientras más estrictas son las estrategias de pareja para asegurar la unión, con mayor frecuencia ahogan el deseo. Muchas relaciones de pareja no obstante, han sobrevivido a una relación extramarital o extraconyugal. No importan las razones de por qué en unos casos sí y en otros no, éste no es el problema. Lo que sí evidencia la infidelidad es que el hecho en sí mismo es solamente un síntoma de los tantos conflictos que atañen a la pareja.

     En nuestra cultura occidental, la forma convencional de las relaciones de pareja es la monogamia. No obstante, los ejemplos de infidelidad, tanto en la literatura como en el arte en general, son apabullantes. En estos ámbitos del saber humano no sólo se evidencian los síntomas de todo aquello que ha movido al engaño, sino y con mucho, lo que sucede en la relación y en la persona que ha sido engañada: la ruptura, el desvalimiento de aquello que nos hacía vivir o confiar en el otro, el dolor, el sufrimiento, la soledad, el odio, la envidia, la pérdida, el deterioro de sí mismo, entre otros sentimientos. La literatura y el arte han sido fuente de conocimiento de otras épocas así como de sus usos y costumbres, es ahí donde podemos leer, como en un laberinto de pasiones las múltiples formas, los diversos rostros que tiene la infidelidad. Como quiera que sea, ella ha ocupado un sinnúmero de páginas como fenómeno que ha acompañado a eso que llamamos matrimonio, pareja, relación.

     Es absolutamente cierto que la infidelidad ocurre mucho más de lo que nosotros creemos y sabemos. El principal motivo de infidelidad es compaginar el cariño con la sexualidad, teniendo mayor valor por el sufrimiento causado y por la herida narcisista que provoca en el engañado. La infidelidad sexual, en muchos casos, puede ser tolerada, pero la infidelidad que parece insoportable es la afectiva: el resquebrajamiento de todo aquello que sostenía nuestro suelo parece ser algo que resulta irreparable. En nuestras sociedades, el hogar, la familia y el matrimonio instituido es un sitio “natural” del hombre. El hogar ha sido considerado tradicionalmente como “lo mejor” para el hombre. En este marco, la infidelidad —y la clandestinidad— es un asunto que permanece cerrado, sin posibilidad de salir a la luz abiertamente, pues de ser así se pondría en conflicto la situación entera. ¿Cuáles son esas distintas fisonomías que nos muestra la infidelidad? ¿Cuáles son los meandros, la urdimbre donde se realiza la pareja? ¿Cuáles sus prácticas, sus métodos y su destino? La conducta infiel debe de tratar de comprenderse a partir de la persona, de sus deseos inconscientes, desde su historia personal y familiar, desde la sexualidad infantil, así como de sus fantasías y sueños. ¿Qué es lo que lo motivó a trastocar las promesas de amor, la geografía pasional que escribió la pareja, el pasado que hizo posible la relación misma, el peso de la tradición?

     No lo sabemos, quizá sólo advertimos el síntoma del cambio, su transformación a través de la evolución de un memento moris de la pareja y, por ello, lo significativo de la infidelidad: la ruptura, el duelo, la ausencia de compromiso, el índice demoníaco (en el sentido griego del término, entendido éste como separación), de la situación inédita que ahora vivimos. No existe otra relación humana que exija tal dosis de identidad, estabilidad, autonomía y madurez como la relación de pareja, pero ahí mismo abreva el miedo del autismo que sofoca a la pareja.

     La única realidad relevante y accesible para alcanzar la empatía y la introspección es la realidad subjetiva que esta creada por el campo psicológico del interjuego entre dos, entre un yo y un tú. Esto crea una verdad subjetiva y lo que es puesto en juego es la naturaleza de la fantasía de ambos. Es así como entramos en relación con el tú con un marco de referencia subjetivo formado por las experiencias propias que se unen con el marco subjetivo del otro y sus experiencias. Este campo intersubjetivo de resonancia empática, de mutuo interjuego, de significado y origen propios crean el dialogo entre dos universos personales. Es una realidad articulada, ni descubierta ni creada, existía mucho antes de que el yo y el tú se encontraran pero también es nueva, en cuanto a su entrada a su diálogo empático (Stolorow et al, 1995)

     Esto supone siempre que el otro desee que yo desee (Emilce Dio Bleichmar, 1998), esto ocurre en la interpretación recíproca, en la traducción que el yo hace del tú como integradores de un vínculo, cuyas intenciones, deseos y acciones de cada uno forman parte de una transacción íntima de ganancias y pérdidas ontológicas y psíquicas. La relación con el otro se pone en juego en el desarrollo de la intimidad, que va de lo físico a lo psíquico y al revés. Es compartir deliberadamente experiencias sobre los acontecimientos, es compartir deseos o intenciones, es compartir estados afectivos. Pero ¿y si alguien de los dos llegara a decir: Yo no quiero…?

  • Figuras de la sexualidad. Expresiones de vida y muerte

    Figuras de la sexualidad. Expresiones de vida y muerte

    Guadalupe Rocha

    El erotismo es una de las cualidades específicas que el ser humano le imprime a la sexualidad, sabemos que el cuerpo es el escenario donde múltiples representaciones se despliegan y deviene espacio sobre el cual, el abismo que nos separa del otro fugazmente deja de ser tan profundo. Pero cabe preguntarse ¿la sexualidad es siempre erótica? Con Freud hemos aprendido a reconocer la patente perversa que distingue la sexualidad humana del instinto y también, que a partir del encuentro con un Otro serán inaugurados los senderos libidinales que harán erógeno el cuerpo del recién nacido. Hitos que marcan la inauguración de la psique a partir del nacimiento del infans en el encuentro con su propio cuerpo a través de otro humano; con el cuerpo, la psique, la sexualidad de ese Otro, trastocando el orden biológico e imponiendo el deseo y no solo la satisfacción de necesidades como motor y alimento vital para este nuevo ser.

    El erotismo hace raíz en una sexualidad nacida de lo pulsional, del placer-displacer y del deseo, sexualidad infantil perverso polimorfa en la que advertimos la marca indeleble que le imprimen las fuerzas pulsionales que imperan en el psiquismo ya sea desde la óptica del primer dualismo en el que se enfrentan pulsiones sexuales versus pulsiones de autoconservación, o bien, desde la perspectiva del segundo dualismo encarnado en las llamadas pulsiones de vida o Eros versus pulsiones de muerte, y que darán lugar a una concepción de sujeto constituido a partir del conflicto.

    Eros como sabemos, remite al amor en su significación, sin embargo, conviene recordar que en su texto sobre los destinos de pulsión, Freud ha planteado que tanto el amor como el odio están reservados a la relación del yo total con sus objetos destacando que los objetos que sirven para la conservación del yo pertenecen al orden de la necesidad, no se los ama. La tendencia de la pulsión sexual, que no es otra que la satisfacción en la descarga mediante un objeto, no implica la salvaguarda de éste, antes bien, su destrucción tendría que ser lo más cercano a la realización de la meta. El odio por otra parte, proviene de la lucha del yo por conservarse y afirmarse, brota de la repulsa primordial que el yo narcisita opone al mundo exterior prodigador de estímulos.

    En el segundo dualismo, Eros será la entidad teórica que englobe a todas las pulsiones antes descritas que no pertenecen a las pulsiones de destrucción comprendidas como inmanentes a la puslión de muerte. Su atribución fundamental es la ligazón, la unificación, la conservación. Se estaría imprimiendo entonces una distinción entre la pulsión sexual, misma que implica a lo erógeno y la concepción de pulsión de vida que estaría más del lado de lo erótico. Con esta diferencia entre lo erógeno y lo erótico, apunto también, al hecho de que lo erótico correspondería ya a una significación marcada por el lenguaje, al amor como su cualificación y como principio y en esta dirección, a la relación del Yo con sus objetos y no a lo meramente sensorial o fantasmatico que especifica lo erógeno. Eros ocupará una presencia entre sexualidad, amor y vínculo; supone el mantenimiento de una libido en busca de placer, y si se la concibe como búsqueda de objeto, es en la medida en que la función de éste será asegurar la unión entre el placer y el amor así como lo que permite representarse la pulsión sexual que se encarna en las figuras donde se revela y se disfraza a la vez. Pero son estas mismas figuras las que en ocasiones nos fuerzan a reconocer la presencia en su interior de una parte de odio que habita desde dentro de la excitación sexual.

    Definida ya en su carácter de pulsión de muerte, Freud planteará su fuerza como una tendencia a lo inorgánico, Su función se manifestará en la todopoderosa desligazón. Desligazón que podríamos concebir más que anárquica, como tendiente a la indiferencia, como una profunda aspiración a la eliminación absoluta del deseo. Por lo tanto, a partir de estas consideraciones, es posible concebir al objeto como el enemigo princeps de esta pulsión, ya sea entendido como provocador de estímulos, ya sea porque convocaría al deseo, lo cual constituye la tendencia opuesta a su meta. El Yo obtendrá la categoría de instancia, no ya en oposición a lo sexual sino bajo los efectos de vida y muerte que imperan en una suerte ebullición y mezcla desde el Ello. Por efecto de esta mezcla pulsional, la sexualidad estará por lo tanto igualmente constreñida por las fuerzas y la lucha entre Vida y muerte.

    Ahora bien, sin perder de vista los diferentes registros teóricos que atraviesan las elucidaciones acerca de las representaciones singulares y las representaciones colectivas y sin caer en reduccionismos que lleven a considerar uno como efecto del otro, es decir, ni lo social como efecto de lo singular ni viceversa, tampoco podemos negar la existencia de puntos de juntura y disyunción que dan lugar a esta especie de bisagra en que se apoyan mutuamente. Esto significa que así como seguimos los planteamientos teóricos del psicoanálisis para la comprensión de la sexualidad erógena apuntalada en un cuerpo somático, de igual forma nos vemos llevados a suponer la representación colectiva apuntalada en la representación singular, aunque no de manera lineal pues esa misma representación singular ha sido conformada abrevando de la cultura en la que el ser humano es ubicado incluso aún antes de su nacimiento. Como mencionamos arriba, el deseo, el cuerpo erógeno y la sexualidad infantil surgen a través de y en el encuentro con un otro, pero se trata de un otro inmerso en una cultura, en un contexto social determinado y con una sexualidad infantil ya reprimida. Esto último es muy importante de resaltar para el tema que nos ocupa ya que se trata de una sexualidad resignificada, convertida en ternura y que por lo mismo posibilita al agente materno dar el pecho, asear, besar, acariciar, etc.. con sentimientos no erotizados, ya metabolizados por lo secundario[1] que sin embargo serán incorporados por el bebé a partir de lo primario, erogenizando su cuerpo e implantando la sexualidad infantil.

    Conservando como telón de fondo estas consideraciones, será a través de la sexualidad figurada por la seducción y la pornografía que me propongo ir siguiendo los rastros y los estragos que dejan vida y muerte, así como la relación que existe entre lo subjetivo y lo social haciendo vértice, alimentándose mutuamente e incidiendo en la constitución de nuevas subjetividades. Toca precisar que una de mis fuentes de inspiración ha sido el pensamiento de Jean Baudrillard, si bien tomo una dirección diferente a sus postulados para centrarme en el tema que me interesa. Su concepción de intercambio simbólico, así como las ideas vertidas en su libro “De la seducción” han sido esenciales para mis reflexiones.

    Jean Baudrillard realiza una crítica política de la sociedad contraponiendo el intercambio simbólico al del intercambio mercantil. Como nos explica el autor, mientras el valor posee siempre un sentido unidireccional, que pasa de un punto a otro de acuerdo con un sistema de equivalencia, en el intercambio simbólico existe una reversibilidad de los términos. Se trata pues de un intercambio simbólico, de un lazo y no de un contrato en el que funciona un determinado tipo de circulación de los bienes exonerado de la idea de valor, como en el potlatch, que incluye la prodigalidad y la disipación de las cosas, pero que jamás debe detenerse. Siguiendo a Marcel Mauss plantea, que si no se da, si no se recibe o si se recibe y no se devuelve – es decir, conservando un permanente movimiento reversible de intercambio -, hay guerra o muerte. “El proceso simbólico primitivo no conoce la gratuidad del don, no conoce más que el desafío y la reversión de los intercambios. Cuándo esta se rompe, precisamente por la posibilidad de dar unilateralmente (que supone acumular valor y transferirlo en un solo sentido), la relación propiamente simbólica muere y aparece el poder: después se desplegará en el dispositivo económico del contrato”. (Baudrillard, Jean: 1993;49) Esta es la concepción de intercambio simbólico que retoma el autor para mostrar que el don es la fuente y la esencia misma del poder y que sólo el contra-don puede suprimirlo. A diferencia de esto, nuestro sistema de valores según Baudrillard carece de reversibilidad; se basa en la ley estructural del valor, por lo tanto en la indeterminación y se rige por la lógica del simulacro del tercer orden[2] en el que lo real es absorbido por la hiperrealidad del código. Esto significa que en el intercambio de las mercancías los dos aspectos del valor, valor de uso y valor de cambio están desarticulados, el valor referencial ha sido aniquilado y prevalece solo el otro estadio del valor, el de la relatividad total, de la conmutación general y combinatoria. La era de la simulación queda así abierta en todas partes por la conmutabilidad de los términos antiguamente contradictorios o dialécticamente opuestos. … Todo se vuelve indecidible, es el efecto característico de la dominación del código; que en todas partes reposa sobre el principio de la neutralización y la indiferencia. Esto es el burdel generalizado del capital, no un burdel de prostitución sino burdel de substitución y de conmutación. (Baudrillard, Jean: 1993; 14) Lo simbólico es pues el ciclo mismo de los intercambios, un orden que nace de la propia reversibilidad.

    Es en este orden de ideas que Baudrillard introducirá la seducción como una figura reversible que se encuentra en el orden del artificio, del signo y del ritual. La seducción como forma irónica y alternativa, que rompe la referencia del sexo, espacio de juego y de desafío en un intercambio ininterrumpido e inscribiéndose radicalmente en contra del orden de la producción. Representa por tanto el dominio del universo simbólico y es un desafío en el que se pone en juego el deseo, que no excluye en absoluto el placer, pero que no tiene como principio el goce físico. La ley de la seducción es, ante todo, la de un intercambio ritual ininterrumpido, la de un envite donde la suerte nunca está echada, la del que seduce y la del que es seducido, – en razón de que la línea divisoria que definiría la victoria de uno, la derrota del otro, es ilegible – y de que este desafío al otro a ser aún más seducido, o a amar más de lo que yo le amo no tiene otro límite que el de la muerte. (Baudrillard J.:1997;28) En la seducción como lo señala el autor, hay una escena, existe mirada, distancia, juego y alteridad pero asimismo, hace hincapié en que precisamente para que exista una escena hace falta una ilusión y un movimiento imaginario de desafío a lo real. Es entonces en la ilusión y el artificio de la seducción donde nos sugiere se encuentra la intensidad máxima, en la que cada uno de los sexos es portador de una alteridad radical. En este sentido es que la seducción otorgaría una dimensión metafórica a la sexualidad.

    A diferencia de esto, Baudrillard encuentra que en la pornografía, los cuerpos, los órganos sexuales ya no son puestos en escena, sino ofrecidos de forma inmediata a la vista. El sexo así, es tomado en su propia exhibición, fijado en su excrescencia orgánica. Al añadirse una dimensión al sexo que lo hace más real que lo real, en un zoom que borra al sujeto en la alucinación del detalle, los fantasmas quedan eliminados por el exceso de <>. Es por lo tanto el fin del espacio perspectivo, que también es el de lo imaginario y el del fantasma; fin de la escena y fin de la ilusión. En esta exacerbación de lo sexual, operada por la pornografía, el cuerpo pierde incluso su dignidad de erógeno apareciendo el órgano, desvaneciendo así la sexualidad en este límite paradójico en el que ya ni siquiera se trata de lo real sino de lo hiperreal. La rrealidad moderna no es del orden de lo imaginario, es del orden máximo de referencia, del máximo de verdad, del máximo de exactitud – consiste en hacerlo pasar todo por la evidencia absoluta de lo real. Como en los cuadros hiperrealistas, donde se distingue el grano en la piel de una cara, microscopio inhabitual, y que ni siquiera tiene el encanto de la inquietante extrañeza. El hiperrealismo no es el surrealismo, es una visión que acosa a la seducción a fuerza de visibilidad. Le <>. Así es respecto al color en el cine o en la televisión: le ofrecen tanto, el color, el relieve, el sexo en alta fidelidad, con los graves y los agudos (la vida, ¡vaya!) que usted no tiene nada que añadir, es decir, que dar a cambio. ¡Desconfíe de lo que es tan bien <> sin que usted nunca lo haya dado! (Baudrillard, 1997:34) Es como nos dice Baudrillard, lo obsceno en todo sentido, lo más verdadero que lo verdadero, la forma pura y vacía, tautológica de la sexualidad. No es la copulación de los cuerpos lo que es obsceno, es la redundancia mental del sexo, es la escalada de verdad que conduce al vértigo frío de la pornografía. Visto muy de cerca, se ve lo que no se había visto nunca. Todo es demasiado real, demasiado cercano par ser verdad. Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad de la cosa.

    La seducción por lo tanto esta en el ámbito del intercambio simbólico, la pornografía en el de la hiperrealidad, en el terreno de la conmutabilidad y la indeterminación de las “mercancías-sexuales”, del sexo y el cuerpo como pura mercancía de cambio pero no de intercambio. No hay nada que <>, es el paradigma de sujeto sin objeto, del sujeto sin otro. En la seducción como metáfora de la sexualidad, en donde como hemos visto siguiendo a Baudrillard se pone en juego el deseo y la alteridad, hay una relación con un otro al cual se convoca, y al cual se ofrece algo que esta del lado del deseo y el erotismo. No es el cuerpo el que se entrega, es con el cuerpo que se realiza un encuentro y la ilusión de ser uno con el otro. Se trata también de un desafío pues como decía al principio, se borra fugazmente la distancia con el partenaire y aparecen expresiones de vida y muerte dominando el campo, ya que la apuesta es también a una fusión de y con el objeto. Pero prevalece la vida y prevalece el objeto, es decir el otro como soporte de ese otro objeto, el del deseo inconsciente. Por lo tanto, se trata de una paradoja en que la pasión esta presente y lo que seduce es el enigma, lo que atrae es algo muy cercano a lo siniestro, lo más familiar y lo más extraño, eso también es de lo más excitante y erótico. Y aunque el erotismo puede rayar en lo obsceno, he intentado distinguir esa obscenidad del cuerpo desnudo, pero que no pierde su dimensión de escenario para el placer y el deseo, de aquella que remite al sexo descarnado, degradado en órganos, del cuerpo segmentado en zonas por las que emana una excitación mortífera fragmentando a ese cuerpo “dominado” por la hiperrealidad del sexo, lo que me lleva de vuelta a la articulación que propongo con lo que ahí se expresa de vida y muerte ya desde el registro del psicoanálisis.

    En la pornografía hay excitación, pero no hay encuentro, no requiere de un destinatario como soporte del deseo, se trata más del placer autoerótico a nivel de lo erógeno. Es una figura netamente sexual en la que el otro, si lo hay, no importa para el Yo, sino que opera como mero objeto parcial, mismo que evoca en todo caso, su destrucción como lo más cercano a la realización de la meta; ese odio emanado del yo narcisista en esa repulsa primordial, de autoafirmación o incluso esa tendencia mortífera hacia la indiferencia, a costa por supuesto de la destrucción del objeto al que ya recordábamos con Freud, no se lo ama, pertenece al orden de la necesidad. No hay demanda de amor, sino de objetos necesarios para la satisfacción de una supuesta descarga sexual que sugiere resonancias de la compulsión de repetición. La pornografía se vende o se compra. No implica vínculo, más aún, lo evade. Es quizá la máxima carnada que se ofrece a la pulsión de muerte al suprimir el deseo. Tampoco hay enigma, no queda nada oculto y la fascinación que provoca es del orden del horror.

    Con estas reflexiones también nace la inquietud acerca del surgimiento de nuevas formas de subjetividad y a interrogarnos ¿Qué es lo que seduce ahora?, al parecer cada vez resulta más difícil encontrar la seducción y el erotismo en los vínculos (o tal vez sería mejor decir contratos) que se establecen entre los sujetos. Parecería que la apuesta se encuentra más bien del lado de la satisfacción en el orgasmo virtual y autoerótico; de evadir el deseo y arriesgarse al máximo, apasionados por la adrenalina y el frenesí de un ejercicio sexual ilimitado. Resolución del sexo en sus miembros sueltos y en sus objetos parciales; la lógica del consumo en aras de una autosatisfacción que no parece tener límites en su máxima expresión es lo que aparece en este escenario. Niños que matan y violan a otros niños, que se prostituyen por unas monedas, que se han convertido también en mercancías. El raiting de los reality shows, el desprecio por la intimidad. En los videos que circulan en el llamado “mercado negro” no hay actuación, por supuesto que no se trata entonces de una escena en el sentido que le dimos párrafos atrás, es la filmación de actos de violación, de pedofilía e incluso de asesinatos. Todo eso es obsceno y pornográfico. Presentar un cuerpo desnudo, descarnado, desollado, esquelético, así como las imágenes de los bombardeos en Irak, o el degollamiento de un reportero secuestrado, transmitidas “en el momento mismo en que están ocurriendo”, la muerte convertida en mercancía y haciendo de señuelo o “incentivo” para competir por el raiting; eso es brutalmente obsceno y lo que sobrepasa la noción de realidad; es hiperreal.

    En esta era en que impera la globalización, supuestamente postmoderna, el sexo también convertido en mercancía, en una tendencia a regularse por el intercambio mercantil y fuera de la regulación simbólica de las formas sociales, provoca la anulación de la alteridad radical e impide el encuentro con los otros.[3] Para que haya alteridad es necesaria cierta reversibilidad, no una oposición de términos separados como yo y el otro, sino el hecho de que ambos estén implicados, que tengan el mismo destino. Tienen una doble vida inseparable por el hecho de que uno es la huella del otro, y uno es el que borra al otro. La alteridad, en el sentido fatal del término, implica que el riesgo es igual para ambos; la reversibilidad es total, incluso si hay uno que es la sombra y otro que es el ser; esto no tiene importancia, es reversible. (Baudrillard, Guillaume: 2000;103) En aras de nuestra supuesta “liberación” de la sexualidad y de los capitales, hay que decirlo, los sujetos son menos diferentes de lo que se cree. Tienen más bien tendencia a confundirse, por no decir a intercambiarse. Lo que se ha “liberado” no es precisamente su singularidad, sino su confusión relativa y su indiferencia respectiva. ¿Cómo hablar de pasión en tal caso? Sería más bien de compasión sexual.

    La negación y el rechazo de lo Otro en el otro pero también en nosotros mismos significa también emprender una deriva hacia la homogeneización a través de la diferenciación insignificante, de una búsqueda de identidad con y en nosotros mismos, a través de los otros como espejo, entregados a nuestra propia imagen, convertidos en nuestro propio objeto de atenciones, de deseo y de sufrimiento y a favor de una reproducción clonada, asexuada, en aras de una supuesta y “postmoderna” neoliberalización. Cierro estas reflexiones con una cita de Jean Baudrillard. En contra de la verdad de lo verdadero, en contra de lo más verdadero que lo verdadero (que se convierte inmediatamente en pornográfico), en contra de la obscenidad de la evidencia, en contra de esa promiscuidad inmunda consigo mismo que se llama el parecido, hay que recomponer la ilusión, recuperar la ilusión, esta fuerza a la vez inmoral y maléfica de arrebatar lo mismo a lo mismo que se llama la seducción. La seducción en contra del terror: he aquí la apuesta, no hay otra. (Baudrillard Jean: 1993, 52-53)

    NOTAS

    [1] Es decir, bajo el dominio del principio de realidad.

    [2] “Tres órdenes de simulacros, paralelemanete a las mutaciones de la ley del valor, se han sucedido desde el Renacimiento:

    – La falsificación es el esquema dominante de la época clásica del Renacimiento a la revolución industrial.

    – La producción es el esquema dominante de la era industrial.

    – La simulación es el esquema dominante de la fase actual regida por el código.

    El simulacro de primer orden juega con la ley natural del valor, el del segundo orden don la ley mercantil del valor, el de tercer orden con la ley estructural del valor. (…) Y aquí se trata de un vuelco de origen y de finalidad, porque todas las formas cambian a partir de su propia reproductibilidad, difracción a partir de un núcleo generador llamado modelo. Aquí estamos en los simulacros de tercer orden. Ya no hay falsificación de original como en el primer orden, pero tampoco serie pura como en el segundo: hay modelos de donde proceden todas las formas según las modulaciones de diferencias. Sólo la afiliación al modelo da sentido, y nada procede ya según su fin, sino que procede del modelo, <> que es como una finalidad anterior, y la única verosimilitud. (Baudrillard Jean: 1992;59)

    [3] En todo otro existe el prójimo – ese que no es yo, ése que es diferente de mí, pero al que, sin embargo, puedo comprender, ver y asimilar – y también una alteridad radical, inasimilable, incomprensible e incluso impensable. (Baudrillard j. Guilaume M. : 2000)

    BIBLIOGRAFÍA:

    Baudrillard, Jean “El intercambio simbólico y la muerte”, Monte Ávila, Caracas 1993

    Baudrillard, Jean “De la Seducción”, rei, México, 1997.

    Baudrillard, Jean, Giullaume Marc, “Figuras de la alteridad”, taurus, México, 2000.

  • El erotismo en nuestros tiempos posmodernos y neoliberales

    El erotismo en nuestros tiempos posmodernos y neoliberales

     Enrique Guinsberg

    Tal como puede verse en el programa de este Simposio, el contenido de esta participación será muy distinto al de las otras, al menos según el título de las mismas ([1]), en coherencia con lo que es la preocupación y eje de mi postura y práctica psicoanalítica: la central y estructurante relación entre sujeto y cultura, por lo que no es casual el título de la revista que codirijo, Subjetividad y Cultura.

    En términos muy generales esto significa considerar al ser humano como un ser social, y por tanto todo lo suyo está marcado y atravesado por la cultura, que incide de manera muy amplia en su psico(pato)logía, y en la satisfacción, represión, canalización, etc. de sus deseos. Por supuesto esto de manera alguna significa la caída en una deformación sociologista sino una determinada lectura de la postura psicoanalítica que no es el caso de exponer en esta ponencia y que puede verse en diferentes textos anteriores ([2]).

    Teóricamente es de suponer que nadie del hoy muy vasto campo psicoanalítico negará lo señalado, pero desde el mismo nacimiento de este marco teórico las formas de encarar tal relación y el énfasis que se le otorga plantean diferencias importantes e incluso antagónicas en las compresiones y lecturas de los psicoanálisis ([3]). Esto ya fue planteado desde la publicación de mi primer libro ([4]) al señalar las entendidas como desviaciones organicistas, psicologistas y sociologistas que pueden verse y encontrarse en múltiples posturas y escuelas de todo tipo: la primera dificilmente se encuentra en el psicoanálisis, pero sí la segunda o su variante de ver sólo aspectos microsociales como hacen quienes, por ejemplo, ven a la familia como eje único o casi único de todo lo que incide sobre el sujeto, en no pocos casos sobreestimando la importancia del complejo de Edipo en su negativa a ver la importancia de factores culturales que luego se indicarán.

    Por supuesto que en el presente planteo de manera alguna se niega la importancia de la familia, el Edipo ([5]), etc. -lo que implicaría caer en un sociologismo, desviación inversa que también debe ser criticada-, sino entender su valor sin dejar de ver la importancia de los señalados valores culturales, hoy con cada vez mayor peso en los actuales marcos históricos. Pero, y esto es fundamental, ver la incidencia de la realidad concreta de cada momento concreto sobre la indicada psico(pato)logía, o sea no sólo el pasado sino de la realidad presente, que en estos momentos están marcados por el modelo económico neoliberal y una cultura por algunos denominada posmoderna, concepto de por sí confuso y polivalente ([6]).
    No es éste el lugar para ver los vínculos y relaciones entre la institución familiar y las estructuras sociales, como tampoco mostrar lo indicado a través de la historia. Sólo a modos de ejemplos recuérdese que la histeria era el cuadro dominante en la época de Freud, y lo es la depresión como también lo fue a fines del primer milenio de la era cristiana. Y es de imaginar que nadie pensará que tales cambios responden a causas genéticas, de la configuración familiar, etc.([7]).

    Tampoco hace falta decir nada sobre cómo el erotismo, el tema de este Simposio, no sólo no es una excepción sino, al contrario, marcadamente afectado siempre por las formas culturales de cada momento histórico. No es entonces casual que un autor clásico sobre el tema como George Bataille lo analice a través de las mismas ([8]), lo que siempre debe hacerse con todo para así aterrizar en las señaladas situaciones concretas.

    Es de imaginar que los asistentes a este Simposio conocen por lo menos algo de la/s teorías psicoanalítica/s, por lo que no se requiere reiterar lo ampliamente sabido de que el aparato psíquico se constituye con base en el paso del principio de placer al de realidad, formándose el Yo y Superyo con base en esta última, que a su vez formula planteos en torno al “destino de las pulsiones” (según título de la importante obra de Freud ([9]), promueve fantasías, indica “caminos” para su satisfacción, etc. Pero por tal amplio conocimiento sorprende -aunque no debería ser así para quienes no ignoren los caminos del campo psicoanalítico, sobre todo del definido como domesticado- que nada de ello se vea en la mayoría de los textos psicoanalíticos (sobre todo los actuales), que prefieren estudiar los árboles sin ver el bosque que los contiene, o “rumiar” de manera incesante sobre pequeños detalles que puedan impactar con frases altisonantes y supuestamente profundas, pero que en realidad vuelan por las galaxias y poco o nada dicen por desconocimiento y/o negación del contexto cultural en el que nos movemos ([10]).

    Si por mucho tiempo, incluso siglos, los cambios culturales fueron muy lentos, luego han tenido una mayor rapidez que actualmente es vertiginosa, algo notorio para todos. Por razones de tiempo no es posible hacer una enumeración de ellos, pero sí es importante destacar la emergencia y peso de nuevas instituciones sociales -así como de importancia (sin perderla) de otras, entre ellas las religiosas y la misma familia-, sobre todo el de los medios masivos de difusión que hoy tienen un rol hegemónico incluso con un aporte sustantivo al proceso de constitución del mismo sujeto psicosocial, y que produce cambios muy importantes en toda la dialéctica social. Aunque sea como una breve información, es pertinente señalar que hace ya mucho tiempo uno de los proyectos de investigación que desarrollo es precisamente Medios masivos de difusión y formación psicosocial, que con marco teórico psicoanalítico -en la perspectiva aquí enunciada- busca conocer, con una visión transdiciplinaria, el aporte de ellos en la conformación del sujeto, problemática nada o muy poco abordada desde nuestra especificidad profesional y teórica ([11]) ([12]).

    Sin tampoco poder desarrollar ahora los grandes cambios políticos, económicos, sociales, culturales y tecnológicos ocurridos en los últimos tiempos -sobre todo en las últimas décadas ([13])-, veamos algunas de ellos para ver sus consecuencias y efectos en los sujetos de nuestro tiempo, con la aclaración de que ellos se vienen produciendo desde tiempo atrás pero con un fuerte acrecentamiento actual.

    En primer lugar observamos, modificaciones sustanciales en las dinámicas y estructuras de familias, parejas y relaciones afectivas de todo tipo (amistosas, amorosas, etc.); lo mismo en lo que se refiere a la sexualidad, tanto en la visión de la misma como en su práctica, algo que se ha acelerado notoriamente en pocas décadas desde la conocida como “revolución sexual” de los 50-60, con la llegada de una nueva y más permisiva “cultura” al respecto; algo muy importante es el reconocido incremento de lo que algunos sociólogos y analistas de las culturas definen como cultura del narcisismo (entre ellos, por sólo citar algunos, Lasch ([14]) y Lipovetsky ([15]).

    Todo ello, y muchos otros aspectos, ha producido un notorio y conocido cambio en todo, y por tanto también en la sexualidad y el erotismo de nuestro tiempo. En forma muy rápida se produjo un alto grado de liberación y permisividad al respecto -por supuesto más respecto a la primera que sobre el segundo, de acuerdo a las conocidas diferencias y conceptualizaciones de ambos-, e inmensa si se lo compara con la represión de la época victoriana y décadas posteriores que nuestro respetado don Segismundo desarrolla en su obra, donde es de no olvidar que postula que una menor represión sexual disminuiría las neurosis. A modo de comparación respecto a esta afirmación es interesante recordar una pregunta planteada en un reciente artículo ([16]) en torno a si el actual avance científico y tecnológico permite que la gente viva más “feliz” y con una mejor “salud mental” (palabras confusas y polivalentes pero gráficas para lo indicado), lo que produjo fuertes y categóricas respuestas negativas.

    Con similar sentido: ¿la liberación sexual -o desrepresión si se quiere- posibilita un más alto grado de erotismo y de satisfacción sexual, y menor de psico(pato)logía de acuerdo con los parámetros freudianos? Son de imaginar las respuestas, además de que la clínica y una amplia bibliografía son claras al respecto.

    Y esto porque no puede pensarse sólo en la incidencia de la sexualidad -aunque la idea analítica de ésta es muy amplia- en la psico(pato)logía, al clásico estilo de los analistas esquemáticos, sino de múltiples otros factores, sobre todo socio-culturales, que hacen que la vida actual sea mucho más compleja y neurotizante (por decir lo menos, aunque también puede ser psicotizante).

    El tiempo asignado en este Simposio a cada participación es muy poco para desarrollar una temática tan vasta, por lo que en vez de hacer afirmaciones categóricas al respecto es preferible plantear algunas observaciones que pueden servir para estudios e investigaciones psicoanalíticas mayores, que por lo indicado sólo pueden hacerse desde una perspectiva del psicoanálisis como la aquí planteada, o sea comprendiendo la vasta gama de factores culturales intervinientes.

    Algunos de ellos, de los que no puede prescindir ningún estudio, son:

    1) Hoy el mundo está lleno de erotismo, presunto o real, que puede verse en múltiples lados, pero sobre todo en unos medios masivos de difusión que se han convertido en las instituciones sociales hegemónicas del presente, y que están llenos de programaciones con estas características, hoy las más de las veces explícitas, sin olvidar los sitios de Internet que tienen un muy vasto público. Si bien en una amplia mayoría de los casos están más cercanos a la pornografía o se limitan a contenidos sólo sexuales -como en tantos otros casos es muy difícil establecer qué es cada uno y los límites entre ellos-, ello produce una notoria confusión en la mayoría de la gente. Máxime cuando la absoluta mayoría de esos contenidos están muy lejos de lo que puede entenderse como expresiones artísticas eróticas. De por sí es muy significativa la existencia y búsqueda de estos contenidos, que pueden verse como respuestas a necesidades no satisfechas, es decir que existirían en mucho menor cantidad si realmente hubiese una real liberación sexual y erótica ([17]).

    2) Pero ¿existe una liberación sexual, se trata en realidad de una liberalización, y cuáles son sus sentidos y límites? Como una aproximación a la búsqueda de respuestas a esas preguntas, hasta el final de este segundo punto se transcriben partes de un artículo publicado hace unos años ([18]).

    No es necesario decir mucho para algo suficientemente conocido, donde de distintos grados de represión de la sexualidad (con ejemplos extremos en la citada moral victoriana en la época freudiana, o de distintas religiones en el pasado y de hoy como los casos del catolicismo o protestantismo en occidente y de las posturas fundamentalistas islámicas en Oriente), a veces se pasa al extremo opuesto donde las palabras liberación y liberalización sólo difieren en cuatro letras pero con enormes significaciones.

    Ya hace varias décadas Marcuse, uno de los más lúcidos y destacados estudiosos de la realidad contemporánea -y profundo conocedor del psicoanálisis-, describe este proceso en una obra fundamental que debería ser recuperada:

    El «principio de placer» absorbe el «principio de realidad», la sexualidad es liberada (o, más bien liberalizada) dentro de las formas sociales constructivas. Esta noción implica que hay modos represivos de desublimación, junto a los cuales los impulsos y objetivos sublimados contienen más desviación, más libertad y más negación para conservar los tabúes sociales […] Se ha dicho a menudo que la civilización industrial avanzada opera con un mayor grado de libertad sexual; «opera» en el sentido que ésta llega a ser un valor de mercado y un elemento de las costumbres sociales. Sin dejar de ser un instrumento de trabajo, se le permite al cuerpo exhibir sus caracteres sexuales en el mundo de todos los días y en las relaciones de trabajo. Este es uno de los logros únicos de la sociedad industrial, hecho posible por la reducción del trabajo físico, sucio y pesado; por la disponibilidad de ropa barata y atractiva, la cultura física y la higiene; por las exigencias de la industria de la publicidad, etc. Las atractivas secretarias y vendedoras, el ejecutivo joven y el encargado de ventas guapo y viril, son mercancías con un alto valor de mercado, y la posesión de amantes adecuadas -que fuera una vez la prerrogativa de reyes, príncipes y señores- facilita la carrera de incluso los empleados más bajos en la comunidad de los negocios […] El sexo se integra al trabajo y las relaciones públicas y de este modo se hace más susceptible a la satisfacción (controlada) […] El grado de satisfacción socialmente permisible y deseable se amplía grandemente, pero mediante esta satisfacción el principio de placer es reducido al privársele de las exigencias que son irreconciliables con la sociedad establecida. El placer, adaptado de este modo, genera sumisión ([19]).

    Se trata, en definitiva y de acuerdo a las premisas de Marcuse, de un fundamental cambio, pero que él adecuadamente ubica en su lugar sin creer que tal liberación, en un terreno específico aunque importante, implique una liberación en un sentido general. Tal como lo fundamenta en un trabajo posterior

    Los intereses creados desarrollan y modelan las necesidades y los modos de satisfacción de la sociedad para que puedan servir a la reproducción de dichos intereses. Más allá del nivel animal y de la satisfacción de aquellas necesidades vitales que son comunes a todos y que deben satisfacerse en cualquier sociedad, las necesidades humanas se desarrollan y modelan sistemáticamente. Las necesidades así controladas y dirigidas se satisfacen, y de este modo la satisfacción y la libertad establecida militan en contra del cambio social porque ahora la gente es libre de satisfacer mayor número de necesidades en mayor proporción que antes, no sólo en el nivel biológico sino en el cultural, y disfruta de la satisfacción de las mismas, lo cual puede hacer porque la forma represiva en que se desarrollada es introyectada por los individuos de tal modo que ellos quieren y desean «espontáneamente» lo que se pretende que quieran y deseen, todo en beneficio del sistema establecido […] En otras palabras, tanto las nuevas necesidades y satisfacciones como las nuevas libertades que ofrece la sociedad tecnológica, operan contra la auténtica liberación del hombre; son las que vuelven contra el hombre sus facultades físicas y mentales y aun su energía instintiva[20].

    Por supuesto que esta fundamental aclaración no limita el valor ni la importancia de la “liberación” sexual, pero no debe hacer creer, como ocurre demasiado, que tal liberación es la liberación humana en un sentido amplio, ni tampoco que siempre lo es en el mismo sentido sexual y/o erótico. Máxime cuando, como también ocurre demasiado y específicamente en el caso de la sexualidad contemporánea, hasta se llega a situaciones como la mencionada entre liberación y liberalización. Efectivamente, hoy no es ninguna exageración decir que todo, o al menos una parte muy importante de las actuales formas de vida están sexualizadas, lo que fácilmente puede verse en la publicidad, series y programaciones televisivas, películas, vida cotidiana, etc., donde no sólo aparecen imágenes inimaginables hace pocas décadas, sino incluso expresiones de sexualidad abierta en canales porno o sistemas telefónicos supuestamente limitados.

    Pero no se trata únicamente de mostración sino de concreción en la vida diaria, donde hoy los vínculos sexuales son comunes desde una edad mucho más temprana que antes. Que quede claro: no se trata de una crítica moralista como las de múltiples marcos religiosos o entidades muy conocidas que pretenden volver a la sexualidad reprimida, a la castidad femenina hasta el momento del matrimonio, a la búsqueda de la pareja única hasta la muerte, al retorno a la sexualidad sólo al servicio de la reproducción y no del placer, etc. Sino sólo resaltar que en múltiples casos -fomentados por la cultura actual en general y de los medios de difusión en particular-, la sexualidad se ha convertido desde una expresión del «hedonismo epidérmico» de nuestra época («vivir el momento») donde se disocia de todo vínculo emocional significativo, hasta una simple mercancía en el mercado de los intereses personales de todo tipo (laborales, políticos, etc.).

    De esta manera con este uso de la sexualidad puede caerse -por supuesto de ninguna manera debe pensarse que siempre es así- en una verdadera alienación a esta expresión, con las consecuencias también conocidas, a más de la señalada confusión de lo que puede entenderse como liberación. Es por esto que la autora del libro «El enigma sexual de la violación» expresa en un reportaje que «ojalá el sexo volviera a formar parte de las cosas que nos son sagradas»[21], no en el sentido místico ni represivo del término sino en el de fuertes e importantes significaciones, hoy en importante medida perdido por lo que se ha convertido su uso, en múltiples casos abaratado por todo lo señalado. Como ocurre en todos los casos también aquí habría que distinguir entre «libertad» sexual y «libertinaje» -aunque aquí también es evidente la dificultad en señalar sus límites-, con las consecuencias que este último puede producir en la propia persona y sus vínculos afectivos.

    También debe quedar claro que la liberación sexual, en el sentido de una mayor apertura a su ejercicio, tiene actualmente importantes limitaciones que no pueden olvidarse. Entre ellas que no es general en todas las sociedades: la gran apertura que tiene sobre todo en los países desarrollados occidentales se limita bastante no sólo en sociedades con diferentes características tradicionales y/o fundamentalistas (casos extremos de la iraní o de los afganos talibaneses), sino también en la múltiples sectores de países del Tercer Mundo donde sigue primando fuertemente la postura machista, dependencia aceptada de la mujer, etc.

    Otra limitación tiene que ver con la realidad en que se viven las prácticas sexuales, dónde no siempre la aceptación de su realización implica una satifacción sino se limita al cumplimiento de un «deber», de las normas y/o modas imperantes, al «hay que hacerlo porque todos lo hacen», o se practica dentro de los clásicos cánones del rol femenino tradicional dependiente. Los casos son mucho mayores a los imaginables, lo que claramente se observa en la práctica clínica psicoterapéutica, psicoanalítica, etc., e incluso se habla ampliamente en conversaciones cotidianas, se plantea en «consultorios sentimentales» (ahora también «sexológicos») de revistas o programas tipo «reality shows», etc.

    Y una tercera limitación es que la -supuesta o real- liberación muchas veces se restringe al plano de la genitalidad, es decir sin la inclusión de las etapas sexuales previas constitutivas de la sexualidad total. Más allá de las posturas en gran medida utópicas que formula Marcuse en otra obra[22], ya previamente Freud había señalado que, incluso en un desarrollo normal sin fijaciones previas, las tendencias pregenitales nunca desaparecen sino que se mantienen, aunque supeditadas a la primacía genital pero sin dejar de tener un peso. Y en 1931 escribió que una tipología psicoanalítica debía basarse en aspectos libidinales, presentando los tipos erótico (cuyo interés primordial se vuelca hacia la vida amorosa), compulsivo (con predominio del superyó) y narcisista («No hay en él ninguna tensión entre el yo y el superyó […] ningún hiperpoder de las necesidades eróticas; el interés principal se dirige a la autoconservación”). Pero luego de comprender que los casos mixtos (erótico-compulsivo, erótico-narcisista, narcisista-compulsivo) son más frecuentes que los puros culmina su planteo:

    Alguien podría creer que haría una broma preguntando por qué no se menciona aquí otro tipo mixto teóricamente posible a saber, el erótico-compulsivo-narcisista. Pero la respuesta a esa broma es seria: porque semejante tipo ya no sería tal, sino que significaría la norma absoluta, la armonía ideal. Aquí uno se percata de que el fenómeno del tipo se engendra justamente porque de las tres principales aplicaciones de la libido dentro de la economía anímica se favoreció a una o dos a expensas de las restantes[23] (Freud, 1976; 220-21).

    Esto por supuesto puede vincularse con todo lo polémico de la diversidad sexual, pero aun sin ello es evidente que gran parte de la sexualidad actual se restringe a la conocida como «normal», es decir a la genital, y sólo excepcional y minoritariamente a otras de zonas libidinales diferentes.

    3) Lo mismo que en muchos otros aspectos, los medios muestran modelos ideales o fantaseosos muy alejados de la realidad y/o posibilidades reales, con la consiguiente frustración o niveles de depresión cuando no se alcanza lo mostrado o se compara con lo que se tiene. Esto se presenta tanto respecto a aventuras, bienes materiales y mujeres o galanes de gran belleza pero distantes de lo que son la mayoría de las personas, y ya ni hablar de lo que se muestra en torno a relaciones de pareja, romances y acciones sexuales y eróticas. Aquí es de recordar que dos investigadores de nuestro campo comprobaron que el aumento de nada menos que el 100% en niveles de depresión en mujeres campesinas morelenses era causado por ver en televisión mujeres de otro tipo, muy diferentes a ellas, y a creer que no podían salir de su situación[24]. Esto puede también vincularse con los aspectos sexuales y eróticos.

    4) Las tendencias narcisistas predominantes en nuestra época -no en el sentido estricto psicoanalítico del término, sino más bien como posturas individualistas, egocéntricas, etc-, dificultan o impiden un verdadero vínculo erótico.

    5) Es sabido que lo que puede ser visto o entendido como valioso o progresivo de algo, puede no serlo en otro: caso, por ejemplo, de muchos de los actuales vínculos familiares y de pareja, ya no pensados “para toda la vida” sino mientras se mantenga un importante nivel afectivo, pero que, como contraparte, no otorgan a sus integrantes (sobre todo hijos) la seguridad que ofrecen las anteriores que, por supuesto, no han desaparecido.

    Respecto a nuestro tema pasa algo no igual pero parecido: la actual permisividad sexual facilita el vínculo -a veces sin niguna dificultad, o sea con escaso o nulo esfuerzo, sea por ser usado como camino de ascensos, prenda de “cambios” o simple satisfación corporal mometánea-, pero pagando el precio de que la relación carece o tiene pocas significaciones emocionales, con todo lo que esto implica. Situaciones que una sexóloga argentina resume diciendo que “ya no se coge como antes”, y que el citado Lasch expresa en diferentes partes de La cultura del narcismo de manera clara y contundente:

    • Hombres y mujeres buscan ahora el placer sexual como un fin en sí mismo, no mediatizado por los adornos del enamoramiento (p. 233).
    • El sexo validado en sí mismo pierde toda referencia al futuro y no conlleva esperanza de vínculo permanente (p. 234).
    • Promiscuidad relajada como patrón de las relaciones sexuales normales (p. p. 234).
    • Para controlar emociones se cultiva una superficialidad y cínico desapego, que se convierte en habitual (p. 237).
    • Relaciones actuales más riesgosas no representan garantía de permanencia. Afloran formas de desapego emocional (p. 242).
    • Aumento de gente que vive sola refleja la la preferencia por la autonomía individual, pero también una rebelión contra nexos emocionales (p. 248).

    En esta misma perspectiva no puede dejar de señalarse como la vida actual está cada vez más penetrada y atravesada por múltiples herramientas tecnológicas de todo tipo, y el erotismo y/o sexualidad no escapa a ello: no sólo instrumentos que permiten o acrecientan determinados grados de “satisfacción” individual, sino ahora cada vez más fármacos o medicamentos que permitan a cada vez más personas “superar”, al menos físicamente, algunos problemas (caso de estimulantes sexuales, Viagra y otros para la disfunción erectil, otro producto en desarrollo para aumentar el tiempo en la eyaculación precoz…). En torno a su uso, con ellos pasa algo similar a lo que ocurre con los psicofármacos, terreno incuestionablemente polémico: pocos dudan de su efectividad en muchos casos (no en todos), pero la discusión no es sobre ello sino respecto a que esos productos van al aspecto físico-biológico y no a las razones psíquicas y emocionales, cuando las hay, que inhiben, en estos casos, la realización sexual y/o erótica, actuando por tanto como “calmantes” de una situación, es decir con sus “ventajas” para quienes pueden así sobrellevar una realidad nada grata, pero sin cuestionar causas profundas a las que de cualquier manera difícilmente serían accesibles (análisis, psicoterapias, etc.) para las grandes mayorías que las sufren. Es por tanto una nueva problemática que no pueden desconocer quienes pretendan estudiar la sexualidad y el erotismo de nuestra época concreta.

    6) El señalamiento anterior a los calmantes inevitablemente remite a lo planteado por Freud[25], un aspecto central para la comprensión de la dialéctica del sujeto en todo marco social, y más en los actuales donde existe una gran oferta de ellos prácticamente para todo. Desde este punto de vista no puede dejar de verse como también la sexualidad y el erotismo son unos productos más del circuito comercial en múltiples facetas, pero también es desplazado hacia infinidad de objetos y aspectos: automóviles[26], tecnologías, rapidez para todo, religiones (viejas y nuevas), etc. En este sentido es de reconocer la capacidad del modelo económico-social -algo por otra parte nada nuevo pero reforzado por una vasta gama de conocimientos teóricos y empíricos- para ofrecerlos con base en la comprensión de las “necesidades” de la gente, “necesidades” a su vez en gran medida creadas tanto por razones de producción como para tal consumo de “calmantes”.

    7) Tampoco debe olvidarse una importante paradoja. Durante muchos siglos el erotismo estuvo limitado porque la vasta mayoría de la población del mundo colocaba la mayor parte o toda su energía en el trabajo como forma de subsistencia -salvo, claro, sectores minoritarios como las realezas y elites-, y el sustantivo cambio que se produjo al respecto fue cuando comenzó a existir una producción suficiente o incluso excedente en general; ello significó la reducción del tiempo de trabajo, el aumento del tiempo libre o de ocio, y por tanto también un desarrollo del erotismo impensable en tiempos anteriores (sin olvidar lo antes indicado del peso de las nuevas tecnologías y los medios que posibilitan su actual difusión masiva).

    Pero en los últimos tiempos el abandono del conocido como Estado de Bienestar y su reemplazo por el modelo neoliberal ha producido las conocidas situaciones de la necesidad de intensificación de los niveles de rendimiento y de producción como requisitos de una feroz competencia -neodarwiniana según algunos-, y la reducción de niveles de ingresos en la mayor parte de la población (sobre todo sectores populares y medios). Por estas razones, así como la necesidad de mayor dinero para poder acceder al actual consumo de productos nuevos -a veces sofisticados-, su constante recambio, modas, etc., obligan a un importante cambio, o sea a la intensificación de los niveles de trabajo, sea para simple y elemental subsistencia, o para incesante búsqueda de ascenso en la prámide laboral y social.

    El trabajo arduo se ha convertido nuevamente en el centro de la vida -con todo lo que esto significa para el erotismo-, e incluso objeto erótico en sí mismo, al menos para muchas personas y sectores (ejecutivos, etc.). Un claro signo de esta importancia trabajo, y la subordinación de lo emocional, lo indica nuevamente Lasch: “En los 50 era importante una mujer atractiva para la carrera; hoy se advierte a los ejecutivos del conflicto serio entre el matrimonio y una carrera ejecutiva” (p. 87). Por supuesto que respecto a esto pueden hacerse diferentes comentarios -que matrimonio y erotismo pueden ser cosas distintas, el ver a una “mujer atractiva” como adorno, etc.-, pero más allá de todo esto está el nuevo papel que cumple el trabajo, que llega a significar desde el práctico abandono del tiempo libre[27] hasta una gran limitación y postergación de los vínculos afectivos por la a veces excesiva entrega a las actividades laborales[28].

    8) Como último punto de este incompleta enumeración hay también que recordar que muy conocidos problemas de nuestro tiempo son el marcado incremento de la soledad, la incomunicación y la depresión. Queda a cargo del lector de estas páginas y de estudiosos de esta problemática, las relaciones que pueden establecerse con las características y niveles del erotismo de nuestra época, los altos grados de búsqueda de sexualidad y pornografía, etc.

    Todo lo aquí expuesto debe verse como un conjunto de aspectos centrales, y seguramente polémicos, para el estudio e investigación del tema que nos reúne, presentados de una manera más coloquial que organizada de acuerdo a los parámetros académicos formales. Para terminar es importante señalar que de manera alguna es una visión completa de la problemática abordada, que por tanto seguramente faltan otros aspectos, y que por las conocidas limitaciones de los tiempos asignados a cada ponente lo abordado ha sido en términos muy generales, que requieren de seguimiento y profundización.

    Notas

    [1] Esto posteriormente se confirmó, aunque algo se planteó en términos muy genéricos como contexto en una de las intervenciones de la primer mesa.

    [2] Entre ellos: Normalidad, conflicto psíquico, control social, Plaza y Valdés/UAM-X, México, 1ª ed. 1990, 2ª ed. 1996; “La relación hombre-cultura: eje del psicoanálisis”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 1, 1991 (y reproducido en la 2ª ed. del libro anterior); La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valdés, México, 1ª ed. 2001, 2ª eed. 2004; etc. Una recopilación de artículos con esta perspectiva está planeada para la publicación por “Carta Psicoanalítica” del libro digital Ensayos desde un psicoanálisis no domesticado (título provisorio).

    [3] El subrayado de los es para reforzar lo indicado de que desde hace mucho tiempo, y continúa hoy, con el psicoanálisis pasa algo similar a lo que siempre con todo tipo de conocimientos y posturas de todo tipo, sobre todo los más o menos exitosos: el surgimiento de escuelas, tendencias, etc. que incluso pueden llegar a ser muy diferentes entre sí aunque tengan ejes similares.

    [4] Sociedad, salud y enfermedad mental, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1973, con ediciones posteriores -que incluyen diferentes Apéndices- en la Universidad Autonoma de Puebla (1976) y Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco (1981). En el ya citado Normalidad, conflicto psíquico, control social es sólo el primer capítulo de un texto con varios más

    [5] Sobre esto recuérdese lo planteado por Deleuze y Guattari en El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, Barral, Barcelona, 1973 (ediciones posteriores en Paidós).

    [6] Algunas relaciones entre ambos -neoliberalismo y posmodernidad- pueden verse en el libro La salud mental e el neoliberalismo, ob. cit.

    [7] El peso de la depresión a fines del primer milenio fue por la idea dominante de que la llegada del siguiente implicaba el fin del mundo, y hoy es por razones muy diferentes de las que algo, muy poco, se verá más adelante. Sobre todo esto es interesante ver el acucioso texto de Rosen, George, Locura y sociedad. Sociología histórica de la enfermedad mental, Alianza Editorial, Madrid, 1974, e importantes textos de Foucault, entre ellos Historia de la locura en la época clásica, dos tomos, Fondo de Cultura Económica, México, 4ª reimp., 1986.

    [8] Bataille, G., Breve historia del erotismo, Caldén, Montevideo, 1970.

    [9] “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, tomo XIV, que en la versión española de Biblioteca Nueva aparece como “Los instintos y sus destinos”.

    [10] Es muy interesante e importante ver como posturas de este tipo hoy son predominantes en los discursos de las llamadas “ciencias” sociales, como siempre lo fueron en el psicoanálitico pero en este último hoy adoptando nuevas formas acordes a los tiempos posmodernos y neoliberales. Al respecto véase un desarrollo más amplio en mi ensayo “Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 14, 2000, reproducido en el libro La salud mental en el neoliberalismo, ob. cit. Respecto al campo de la comunicación, “Los estudios e investigaciones en comunicación en nuestros tiempos neoliberales y posmodernos”, en Solís Leree (ed), Anuario de Investigación de la Comunicación VII, Coneicc/UAM-X, México, 2001. Las marcadas diferencias entre los intereses académico-intelectuales actuales con los imperantes décadas atrás, en “Proyectos, subjetividades e imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamérica”, revista Argumentos, UAM-X, México, Nº 32-33, 1999.

    [11] Resultado de esta investigación han sido numerosos escritos y presentaciones en eventos psicoanalíticos y comunicológicos. El más completo es el libro Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formación psicosocial, 1ª ed. Nuevomar, México, 1984; 2ª ed. Pangea/Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, 1988; 3ª ed. (ampliada) Plaza y Valdés, México, 2005. Respecto a la relación medios- familia y sus vínculos, pesos y dinámicas, véanse “Familia y tele en la estructuración del Sujeto y su realidad”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 5, 1995; y “Televisión y familia en la formación del sujeto”, en Lozano, José Carlos, y Benassini, Claudia (ed.), Anuario de Investigación de la Comunicación V, Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación (Coneicc)/Universidad Iberoamericana, México, 1999.

    [12] Aunque sólo parezca algo anecdótico, pero en realidad muy representativo de los escasos vínculos entre disciplinas distintas pero muy relacionadas, es interesante señalar que muchas veces se me ha visto y ve como comunicólogo en reuniones psicoanalíticas, y a la inversa en las de comunicación, llegándose a presentarme en una de éstas últimas, aunque haya sido en broma, como un “psicoanalista infiltrado en la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC)”.

    [13] Una clara idea acerca de la rapidez de los cambios que se producen en algunos ámbitos, es que hace no mucho tiempo se calculaba que cada diez años se duplica el conocimiento que se tenía desde el comienzo de la historia, algo que ahora se reduce a cada cinco años. Aunque puede pensarse que ello ocurre de manera central en los campos de las ciencias duras y de la tecnología, y no en las sociales y humanísticas.

    [14] Lasch, Christopher, La cultura del narcisismo, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1999.

    [15] Lipovetzky, Gilles, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama, Barcelona, 3ª ed., 1988.

    [16] Galeano, Jorge; Guinsberg, E. y Matrajt, Miguel, “¿El progreso nos hace más felices? Adelantos tecnológicos, salud mental y calidad de vida”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 17, 2001.

    [17] Producto de esto y los planteos siguientes, en el debate posterior correspondiente a esta Mesa se consideró que hubo una propuesta de censura a los contenidos pornográficos, algo que nunca fue planteado. Al contrario, se respondió que un claro ejemplo al respecto fue el “destape” producido en España luego de la caída del franquismo, que tuvo un extremo del que luego del mismo se volvió a los cauces “normales” (más allá de lo que se entienda por esto). De cualquier manera es de reiterar que el alto consumo de contenidos de tal naturaleza -pornos y sexuales- debe verse como un síntoma o analizador de las condiciones reales de los sujetos en particular, y de la población en general, respecto al grado de liberación o frustración de sus deseos y aspiraciones sexuales.

    [18] Guinsberg, E., “Fantasías (tal vez delirantes) acerca de lo que hoy diría Freud sobre sexualidad”, en Jáidar, Isabel (comp), Sexualidad: símbolos, imágenes y discursos, Area Subjetividad y Cultura, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, 2001.

    [19] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Origen-Planeta, México, 1985, p. 102, 104 y 105, cursivas mías.

    [20] Marcuse, H., Eros y civilización, Joaquín Mortiz, México, 1986, p. 54, cursivas mías.

    [21] Hercovich, I., en revista Campo Grupal, Buenos Aires, Nº 20, 2001, p. 3.

    [22] Marcuse, H., Eros y civilización, ob. cit.

    [23] Freud, S., “Tipos libidinales”, en Obras completas, ob.cit., tomo XXI, p. 220-221.

    [24] Matrajt, Miguel, y Reynaud, Cécile, “Salud mental ocupacional en el campesino”, revista Tlacayeliztli, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Cuernavaca, Nº 1, 1987.

    [25] “La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla no podemos prescindir de calmantes. Los hay, quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras, que nos vuelvan insensibles a ellas. Algo de este tipo es indispensable”. Freud, S., El malestar en la cultura, tomo XXI, p. 75, subrayado final mío.

    [26] Véase mi breve trabajo “Apuntes sobre psicopatología de nuestra vida cotidiana/2. Adicción y fetichismo al automóvil”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 9, 1997.

    [27] En un artículo publicado hace no muchos años (“Memorias de la abundancia”, revista Nexos, México, Nº 232, 1997, p. 43) Hans Magnus Enzersberger considera que a lo largo de toda la historia se consideró como lujos la posesión de bienes materiales (palacios, grandes casas, joyas, etc.), pero para importantes sectores actuales, incluyendo los de de riqueza y poder, lo es el tiempo libre.

    [28] En este contexto hay que reinterpretar el sentido de las actividades sexuales que ofrecen algunas empresas (y subsidian) a sus empleados de alto nivel, la facilidad de acceso a esos “bienes de consumo”, etc., y seguramente hay que ver cuánto tienen de simple sexualidad y cuanto de erotismo.

  • Reflexiones sobre el erotismo y el encierro

    Reflexiones sobre el erotismo y el encierro

    Ricardo García Váldez

    “[…] me da la impresión de que, a veces, vivimos en la Luna respecto a lo que pasa en el mundo […].”

    Julio Ortega: Editorial cartapsi N° 6

    Hay veces […] en que el hombre debe tratar de hacer con ingenio lo que los dioses hacen sin esfuerzo.

    Ovidio: “La Metamorfosis”

    He querido desarrollar un trabajo provocativo. Provocar al discurso para intentar avanzar en la respuesta analítica de cuáles son los elementos problemáticos del erotismo en la prisión.

    A pesar de que Lacan sostenga en el Seminario sobre la Transferencia, que sobre el amor es imposible decir nada significativo ó sensato; ó más Aún, —en el 20— que cuando uno comienza a hablar sobre el amor… desciende a la imbecilidad, habré de aventurar ciertas reflexiones, a riesgo de apostar el siempre dudoso escaño intelectual, enfrentando de lleno el agotamiento de la capacidad del lenguaje, para dar cuenta tanto del fenómeno… como de sí mismo —y de sus referentes. De cualquier modo… las palabras se interponen siempre como muros entre el sentido y los acontecimientos, obligando sistemáticamente a retroceder y capitular.

    Decido, por lo menos, propiciar la fuga de algunos relatos.

    Comencemos con una observación muy simple: se impone —a menudo institucionalmente— el estudio de la sexualidad de aquellos sujetos encarcelados, cuya función ha consistido en (d)enunciar puntos de inflexión del debatido bienestar en la cultura: delincuentes, travestidos, prostitutas, etc.; sujetos situados, por lo tanto, en los márgenes de la ley.

    Más, en el intento de comprender a los sujetos que pertenecen a estos grupos particulares, se olvida rápidamente una parte fundamental: en estas personas, como es fácil colegir, la sexualidad no es aislable para su estudio, del resto de los elementos del encierro que significan y estructuran su vida.

    En particular, se olvida esto: se puede tener la fantasía cientificista de una sexualidad aislada, —incluso como punto de equilibrio, de ternuras y utopías múltiples y variadas—, sin la incidencia de la regulación institucional del sexo.

    Sin embargo, aún cuando en la prisión sólo se considere a la sexualidad de manera biopsicosociologista, puede igualmente darse testimonio de que las condiciones de ejercicio de esta sexualidad son atravesadas por un conjunto de elementos contingentes que se pueden observar también en las demás esferas de lo “social”.

    De modo característico, desde la perspectiva llamada “multidisciplinaria”, en la sexualidad se encuentran, entre otras cosas: relaciones de fuerza y poder, luchas para obtener la autonomía individual y colectiva, selección natural, etc. En suma, equilibrios y desequilibrios, esperanzas y desilusiones. La sexualidad es entonces atravesada, construida ydeconstruida permanentemente a través de nociones sobre el lazo social, que sólo atienden a una taxonomía de clase; de género; de divisiones intergeneracionales y étnicas, etc., sin que para ello exista una teoría de estas “interacciones” subjetivas.

    Si se quiere saber y comprender el erotismo, (la voluntad de saber… decía Michel Foucault, en relación con la sexualidad), es necesario dejar aquellas preconcepciones psicosociosexológicas. Incluso para poder analizar el lugar y el sentido del discurso SOBRE el erotismo que atraviesa al psicoanálisis, es importante salir del encierro batailleano que se conforma con la “definición” de una categoría encerrada en la prisión de un discurso médico. Para Bataille, a decir de Hilda Fernández,[1] la cualidad de lo erótico se atribuye a la relación sexual que no contempla como fin, la reproducción.

    Así, el discurso SOBRE el erotismo es un discurso asistemático; resultando a menudo más divertido… “[…] vivirlo que teorizarlo”, (según lo sugiere la autora citada), que abarcaría todo aquello que no entra en un régimen biológico. Se instituye pues una medicalización explícita del erotismo, donde el sentido se esconde en el ciframiento discursivo no sólo de Bataille, sino de quienes han venido a escribir sobre este tema.

    Nos preguntamos: si la medicina se afirma como un orden de poder que reivindica para este campo categorías como lo normal y lo anormal —soportadas por una concepción biologicista de la sexualidad… ¿Qué tipo de práctica, afirmada en qué tipo de orden y con qué tipo de categorías dará cuenta del erotismo?

    ¿Cómo saber… porqué nos gustan las güeras ó las negras?; ó… ¿Porqué preferimos precisamente a una pintada de morado?; ¿Porqué es significante para el atractivo… el color de los ojos; la estatura y la configuración ósea, muscular; de las carnes y de las grasas en la superficie?; ¿Porqué lo son muchos otros detalles, (definidos en algún lugar), en cuanto a los pechos, nalgas, pantorrillas, cuello y pies?; ¿Porqué nos seducen ciertas cadencias en el andar y en los gestos; la voz, la sonrisa, ó los labios? (Todo esto, casi independientemente de la incitación de los vestidos y adornos; de las astucias de los SPA’s y de los salones de belleza, en su búsqueda de acuerdos y correspondencia con el cuerpo, tanto propio como ajeno). Y, para coronarlo todo… la mirada, (esa implica una puerta abierta a conjeturas de seguridad especular en la imaginarización de misteriosos y edulcorados significados interiores contenidos en el otro). En fin, ¿cómo producir saber en torno a la serie de situaciones abiertas al deseo que no tienen ni nombre ni etiqueta precisa?, situaciones que buscan a través de estas exploraciones, la promesa de la armonía; de la afinidad y… la compensación, (realizables en el inminente acto sexual). Lo que llamamos “enamoramiento”… suele ser la marca emocional de todo esto.

    No otra cosa sino… el psicoanálisis, es lo que podrá dar fe de la estructura que posibilita el erotismo. Con todo, será apenas una racionalización de lo que, por definición, no pertenece al registro de la razón.

    Cabe señalar, dado que la sexualidad puede ejercerse —dentro y fuera del encierro— sin erotismo, en su más fría dimensión genital, (evocándose así lo ominoso, en la asunción de una simple conducta convocada automáticamente entre macho y hembra -o su subrogados-, en el límite mismo en que lo define Tirso de Molina en su Don Juan, cuando se pregunta (y nos pregunta): “un hombre y una mujer ¿qué más puede ser?”), que no es la prisión lo que imprime el orden de lo imposible al erotismo.

    De modo simplón, la sexualidad en la cárcel queda colocada, frecuentemente, como el resultado de la falta y la ausencia del otro sexual. Puesto que la asequibilidad a las mujeres es dificultosa ahí, los hombres tendrían una sexualidad sustitutiva y paliativa. Si Lombroso, en el siglo XIX, buscaba en la configuración del cerebro de los delincuentes, una predisposición biológica al crimen, se ve que su discurso no hizo más que transponerse en otros discursos, según modalidades apenas eufemísticas. El determinismo biológico se convierte en determinismo psicosociológico. Consecuentemente, en relación con supuestos “déficits” (de cuño esencialista), la prisión no hace sino revelar sus dificultades en la pretensión de “readaptar” sujetos, cuyo erotismo está forcluído —por la concepción biologista de la sexualidad, considerada en los programas institucionales—.

    Este tipo de discurso psicobiológico, tomado en préstamo, se constituye bajo un barniz cientificista que desplaza el conflicto de su legitimidad filosófico-epistemológica. Se revela, sin más, como un recurso (de peso potencial) para la institución carcelaria, cuando se cuestionan las consecuencias para la subjetividad del detenido, que la prisión habrá de causarle. Ó, para explicar el ejercicio de la sexualidad bajo el régimen del encierro. El preso, siendo —por definición también— un “perverso” ó un “psicópata”, posibilita el borramiento de la propia institución penitenciaria como agravante de los “desórdenes” diagnosticados por el rancio y debilitado DSM – IV, eludiéndose la condición especial que plantea el encierro como un acontecimiento importante para la estructura subjetiva de los prisioneros.

    Suele pensarse que si los presos presentan “trastornos de la personalidad”, eso… ¡No tiene relación con las condiciones que su detención les plantea! Sus trastornos dentro de prisión, son más bien “el resultado de problemas psíquicos previos, (puesto que la propia delincuencia es de por sí… el síntoma de una patología” (sic!).

    Otra dificultad para pensar la cuestión de un erotismo denegado institucionalmente en la prisión, (pero que cabría revisar si no se reintroduce en los discursos instituyentes bajo formas harto retorcidas), reside en la hegemonía de la visión jurídica del funcionamiento de la institución penal. Esta visión se basa en la idea de que la norma de derecho[2] sería el principio de comprensión pertinente de las motivaciones libidinales de los protagonistas. Las prácticas de los individuos, solo serían la ejecución final de la norma; leyes, (en plural), introyectadas de manera eficaz, que se originen… de un buen aprendizaje de la moral.

    El jurista concede a la norma, inmediatamente y sin preguntar sobre las condiciones estructurales de su posibilidad subjetiva, una autoridad natural. Esto le lleva, irremediablemente, para poder comprender las conductas de los individuos o grupos, a recurrir tanto al modelo de sujeto racional, clarividente y omniscente; que integra el respeto por la norma —inmediatamente— a una sana regulación en la consecución de sus fines, lo que implica reducir al protagonista al estatuto de un autómata regido por la heteronomía.

    Considerar, como lo hacen los juristas, que esta fuerza vinculante del derecho se conferiría esencialmente a la norma, (por el “natural” temor de las sanciones que implicaría su trasgresión), se incluye, a final de cuentas, en una visión igualmente ingenua del lazo social asentada en una concepción imaginaria del Padre.

    Tales visiones del mundo de la sexualidad, y por ende del erotismo, resultan caprichosas por varias razones. Por una parte, dificultan la conceptualización de las prácticas concreta de los protagonistas, es decir, de aquello más fundamental, lo que viven día a día las y los internos de los Centros de Readaptación social, (tanto como los custodios, el director del Centro, los visitantes, etc.), en su dimensión estructural. Por otra parte, sacralizar el texto de la ley, —naturalizada al punto de ser casi un fetiche, esencializado y a-histórico— oculta todo lo que las normas deben a las condiciones subjetivas de su construcción; en particular al S1. El juez simplemente aplica el código, y considera a la legislación como el verdadero motor activo.

    Romper con la eficacia de los secretos del poder es una dificultad común que encontramos en el estudio sobre la sexualidad en la prisión, —aunque de manera común, en cuanto se quiere estudiar el erotismo, cualquiera que sea la superficie de aparición de su discurso, el reporte de los informes institucionales sobre el ejercicio del sexo, consigue ocultar, sistemáticamente, una serie de prácticas dominantes.

    A pesar de todo lo anterior, algunos relatos sediciosos escaparon a las paredes del CeReSo de Pacho Viejo, Ver., a la par que algunas otras incomprensiones subjetivas, que… podrían tratarse como significantes de nuevos discursos instituyentes.

    Cito el discurso de un interno entrevistado:

    He llegado a tocar hasta la parte más débil de la mujer [con base en la confianza]”; “Llegué a tener hasta 27 mujeres [como instructor evangélico de jóvenes], en mi grupo”; “Siempre me ha gustado meterme en las personas […]”[3]

    Aquello que los presos construyen como erotismo en su encierro, y que nosotros intentamos asir en alguno de sus pliegues, (en la narración misma que nos ha sido contada en las entrevistas cortas), señala un límite: ¿Hay algún tipo de respuesta posible que, remitida a la ética del psicoanálisis, implique —a partir del encuentro con el semblante de a— la construcción de algún saber sobre el deseo? A final de cuentas es la vida, —eros—, lo que palpita en la sintaxis y la gramática; es a la vez la rabia y el dolor, lo que pugna por doblegar a las palabras reclamando su espacio en la historia singular. La identidad por su parte… es una buena carnada para provocar fantasmas, porque más allá del cuerpo, el discurso se doblega y… sudan las manos. ¿Qué hacer ahí con el eslabón perdido en la cadena significante?, ¿Qué hacer con la falla?

    “Hace falta que un hombre esté sobre otro hombre”[4]

    Si retomamos esta otra frase que transcribimos, podemos rastrear dos tensiones que la atraviesan: por una parte, la consumación del acto genital entre dos hombres crea deseo y, luego de consumado, será posible entonces seguirse sosteniendo como sujeto. He preferido no mencionar demasiado del protagonista, pero la sombra de su discurso recubre una generalidad. Si se hace un ejercicio de develamiento, puede determinarse que el acontecimiento que pretende ocultarse es la violación de un interno por parte de uno o varios de sus compañeros y que los actores son ellos: los mismos presos.

    Se evita entonces, en la palabra oficial, observar las relaciones de fuerza discursiva entre hombres, que se ejerce permanente, desde el tribunal constituido por los propios internos, hasta los diversos círculos del poder político, —cuyo control se ejerce a través de mecanismos como la rotación de los reclusos por diversas secciones que constituyen el penal, —análogamente a como se hace con los agentes del ministerio público entre ciudades.

    En suma, la prisión debe analizarse como un espacio específico de erotismo, donde los hombres abusados —aquellos a quienes se les destina la feminidad, (designados entonces como “talacheros”), vienen a dibujar el vacío, vienen a hacer falta en el ámbito imaginario, acorde al estatuto que Lacan le reserva al fenómeno del amor, —lo que irremediablemente frustrará una “identidad” masculina “normal”, (siempre impulsada a confirmarse a sí misma con los recursos a la mano)—; ahí… perderá importancia saber porqué, (en su singularidad), a un interno le gusta(ba)n las morenas, ó las rubias, pues más importante que eso, será la conservación de eros, que sólo reclama dirigirse a la nada que esté detrás de cualquier fortuito objeto, conservándose entonces la dimensión imaginaria del amor, aquella que, —estamos advertidos— consistirá en darle al otro… justo, lo que no se tiene.

    [2] Que parece decir esencialmente que el ejercicio de la sexualidad está prohibido en la prisión; con lo cual, la privación de la sexualidad forma parte del doloroso castigo, en el mismo horizonte que la privación del derecho de tránsito.

    [3] Este sujeto acusado de violación, se presentó como ministro de una iglesia evangélica, esgrimiendo que la “parte débil” es aquella que tiene que ver con las emociones, (en este caso femeninas), y que “meterse en las personas” significa dejar caer sobre ellas el influjo de sus consejos moralizadores.

    [4] Referencia del mismo interno entrevistado, respecto a la necesidad de que sea un hombre de la familia quien trate directamente con el abogado defensor, dado que no sería lo mismo que una hermana o la madre lo hagan

  • Un simposio entre amigos

    Un simposio entre amigos

    Editorial

    Julio Ortega Bobadilla

    Es muy difícil decir cuándo una meta se ha logrado en un proyecto cultural. Creo que quienes han iniciado un movimiento, cualquiera que éste sea con tal de que sea auténtico, lo hacen sin pensar demasiado en las consecuencias que puedan tener sus ideas. Nosotros empezamos de manera muy humilde y sin saber a dónde llegaríamos, quizá pensamos que este asunto no duraría demasiado, que el Internet es siempre un medio efímero.

    Y quizás lo sea, pero la vida también es efímera y los latinos tenían un dicho que hemos tomado como inspiración al hacer nuestro trabajo cotidiano: Carpe diem! Vivir el día… y no pensar demasiado en el mañana que a fin de cuentas, éste llegará a nosotros sin que comprendamos del todo cómo llegó, a pesar de nuestras previsiones, temores ó certezas fallidas.

    Es así como arribamos al No. 7 de CARTA PSICOANALÍTICA con una diferencia respecto a los números anteriores. Esta vez, casi todos los trabajos que verán en línea pertenecen a un 1er. Simposio que realizamos el 28 de mayo de este año en la Casa de las Humanidades de la UNAM.

    El evento fue importante para nosotros porque queríamos demostrar y mostrarnos a nosotros mismos que podíamos hace una aparición más allá de lo virtual. Entre los muchos eventos que hubo ese mes en el ámbito analítico, creo que debemos de calificar de positiva nuestra experiencia. Al asunto, amén de los reconocidos ponentes (colegas de gran experiencia), acudieron otros colegas que tienen una trayectoria más que definida en el medio y el reconocimiento de una labor de trabajo constante.

    Para nosotros, eso fue un reconocimiento de facto, de que la labor que realizamos vale la pena y que no debemos desmayar en nuestro trabajo. Nadie acudió allí por fuerza, por estar ligado a una institución ó porque era lo único que había que hacer en un sábado. Muy por el contrario, quienes allí estaban, fueron con el deseo de compartir sus experiencias, polemizar y discutir sin ningún freno. Hubo la ausencia de muchos otros colegas que no estuvieron presentes y que desaprovecharon el espacio para ejercer la crítica y conversar con sus compañeros.

    Esperamos que una segunda experiencia (si decidimos repetirla), sea el momento para enfrentar de manera más apasionada nuestros argumentos y vivir la pasión por el psicoanálisis que nos une. Por lo pronto, quiero a título personal agradecer a todos los que hicieron, posible este evento, su esfuerzo y apoyo, la amistad y el cariño. Especialmente a los ponentes:

    Dr. Alberto Constante

    Dr. Alfredo Valencia

    Mtro. Adalberto Levi Hambra

    Dr. Enrique Guinsberg

    Mtra. Guadalupe Rocha

    Mtro. Héctor Escobar

    Psic. Mauricio Ayala

    Dr. Lenin Torres

    Dr. Ramón Clériga

    Dr. Ricardo García

    Dr. Pablo España

    Dr. Luis Tamayo

    Gracias a todos por su esfuerzo.

  • Prácticas de crianza contemporáneas ¿subjetivantes?

    Prácticas de crianza contemporáneas ¿subjetivantes?

     Raquel Ribeiro Toral

    La crianza como espacio y tiempo de subjetivación

    La subjetivación es la posibilidad de que un individuo biológico se conforme como sujeto que se sostienen deseando algo en la vida, pudiendo así darle sentido y vivirla de maneras singulares. Las prácticas de crianza son subjetivantes porque en ellas, el recién nacido establece relaciones afectivas con quienes lo cuidan, que le posibilitan con el tiempo, conformarse como un yo, entendido como el “sí-mismo” de una persona que lo diferencia de otras.[1] En su artículo “Introducción del Narcisismo” (1914), Freud planteó que el deseo de sus padres hacia el bebé les permitirá imaginar como humano a ese individuo biológico, depositando expectativas en él y otorgándole un lugar en la familia como ser sexuado. Al nombrarlo, mirarlo y responder a sus necesidades, le transmitirán y lo insertarán en la cadena humana significante (cultura), inaugurando así la posibilidad de que se despliegue como sujeto en un mundo simbólico.

    Esta perspectiva freudiana del proceso de subjetivación, sugiere que al principio se dará una relación de completud con el otro que le proporcionará una imagen corporal, permitiéndole reconocerse como parte de la especie humana. Esta acción psíquica llamada por Freud identificación primaria, es un proceso psicológico mediante el cual el bebé asimila un aspecto, propiedad o atributo de otro y se transforma sobre el modelo de éste, por lo que puede decirse que la identificación es la operación en virtud de la cual se constituye el sujeto humano.[2]

    Posteriormente se modificará la relación, cuando el otro le demuestre que además de desearlo a él, desea a otros; lo que le permitirá quebrar la fantasía de completud y asumirse como un ser con carencias. Tal carencia lo llevará a desear lo que le falta, orillándolo a entrar en contacto con la realidad externa, de tal manera que como sujeto deseante pueda desplazarse en la cadena significante cultural. Esto puede verse en el paradigmático juego del Fort/Da analizado por Freud en su escrito “Más allá del principio del placer” (1920: 14-17). Se trataba de un niño de año y medio, quien lejos de llorar cuando su madre se ausentaba por horas, jugaba a arrojar lejos de sí ciertos juguetes para luego aparecerlos, mientras pronunciaba Se fue/Aquí está. Ello evidenciaba ciertos logros culturales del niño como su renuncia pulsional de admitir sin protestas la partida de la madre; su capacidad de procesar psíquicamente la situación al recrearla en el juego y manejarla a su antojo (jugando incluso a que él era quien desaparecía ante su madre); así como su posibilidad de nombrar la experiencia vivida. Ese juego significante dio lugar a un sujeto en falta, deseante, creador y lingüístico.

    Con este aumento en la importancia de la realidad exterior en el psiquismo, se instituirán funciones como la atención, el registro, la memoria, el pensar (no inconciente) y el juicio, lo cual permitirá que la descarga motriz se mude en acción, tal como lo explica Freud en “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico” (1911). Viene al caso profundizar en la función del enjuiciar, la cual –según la desarrolla Freud en “La Negación” (1925)- se trata de atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa, y admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad. Para ello son necesarios dos referentes que permitan al pensar volver a hacer presente algo que una vez fue percibido, reproduciéndolo en la representación sin necesidad de que el objeto siga estando afuera. A partir de aquí se construyen las oposiciones entre afuera-adentro y sujetivo-objetivo, y entonces el juzgar puede poner fin a la dilación que significa el pensar y conduce al infante a actuar. De manera que el juicio, al permitirle establecer sus relaciones con el mundo y con los otros, traza el camino para que pueda darle significación a su vida y asumir un lugar en el mundo.

    En este sentido, tenderá a reprimir aquellos deseos y acciones no permitidos culturalmente; debido a ello, las antiguas investiduras libidinales hacia sus padres, serán sustituidas por una identificación secundaria con ellos[3], lo que formará el núcleo de un ideal del yo, con el cual medirá su yo actual para actuar en concordancia. A este ideal del yo, que comenzó a formarse por la influencia crítica de los padres, se le sumarán con el tiempo, la identificación con los educadores, los prójimos, la opinión pública y la crítica de la sociedad; por lo que diríamos que se trata del ideal común de una familia, de un estamento, de una nación (Freud, 1914: 96-98). Sin embargo, lo reprimido retornará en la cotidianidad de su vida manifestándose en sueños, lapsus, síntomas, actos fallidos, mostrando justamente en esos actos al ser que las porta: un ser sexuado, neurótico, en falta, en síntesis, un ser humano.[4]

    El contexto de la crianza contemporánea.  

    Ahora bien, las prácticas de crianza subjetivan de determinada manera, según las condiciones de posibilidad que brinda su cultura. Durante la sociedad disciplinaria, por ejemplo, la finalidad de la crianza era educar a los niños para hacer de ellos sujetos razonables, morales y disciplinados que se insertaran dócilmente a una sociedad del trabajo[5]. Siguiendo esta idea, cabría pensar que la crianza contemporánea subjetivaría de una manera particular. Sin embargo, una mirada analítica al contexto en que acontecen las prácticas actuales, me permitirá poner a discusión las dificultades de subjetivación que conllevan.

    A inicios del siglo XXI, vivimos en un sistema de libre mercado, que según sus ideólogos, está autorregulado por fuerzas anónimas de oferta y demanda, por lo que en los individuos ya no tiene cabida el juicio personal ni la responsabilidad ética para guiar sus decisiones financieras ni de ningún tipo. En efecto, tal como argumentaban Adam Smith y Frederik Hayek[6], el libre mercado funcionaría mejor cuanto menos pensaran sus integrantes, porque establecer juicios perturbaría el estado de ánimo de los humanos tornándolos infelices y ello desordenaría al sistema. Por eso, más que establecer juicios, los individuos alcanzarían la felicidad si actuaran guiados por una ley del menor esfuerzo que los conduciría a responder a los estímulos emitidos por el sistema.

    De ahí que hoy en día enjuiciar es considerado un acto de locos, desviados de la norma, como lo muestra Casanova (1990: 136-137) en su crítica a los manuales diagnósticos psiquiátricos, los cuales en su afán de clasificar toda desviación mental, consideran que sólo sería normal aquel que nunca pensara. En contraparte, el sistema pretende otorgarnos la felicidad mediante un control farmacológico que impida pensar en un su penar a aquellos a quienes le son dados y a aquellos que los dan. Tal es el caso de la pastilla Motivare y los recientes experimentos sobre reprogramación biotecnológica de nuestros cerebros. [7]

    Este sistema, que pretende insertar a los humanos en él como piezas de engranaje para no obstaculizar la libre circulación de las mercancías, sosteniéndose en el control científico de la vida y de la cultura, ha sido llamado Biopolítico por Michael Foucault[8]. Según el autor, este biopoder o poder sobre la vida, se originó en los siglos XV y XVI, ligado a la incipiente ciencia moderna que por entonces aumentó la producción agrícola, la abundancia monetaria y por ende, la expansión demográfica. Como consecuencia, surgió una discusión política acerca del fundamento del Estado, imponiéndose –con el paso del tiempo- la idea de que éste no se fundamenta en reglas trascendentales (Dios, ideales filosóficos o morales) ni en representaciones jurídicas (territorio, soberanía) sino por la población que lo integra y la racionalidad para administrarla. Este pasaje del Estado de Justicia al Estado Administrativo, que consideró a la población como el fin e instrumento del gobierno, dio inicio a una sociedad controlada por dispositivos de seguridad, la que a partir del siglo XVIII tomó a su cargo la vida de los hombres como meros cuerpos vivientes. (Foucault,1977-1978).

    Ello fue posible, en parte, porque la ciencia favoreció el desarrollo de biosaberes -disciplinas como la pedagogía y fisiología-, que desde el siglo XVII estudiaban el cuerpo como máquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económicos. A partir del siglo XVIII, ciencias como la demografía y estadística, centraron sus estudios en el cuerpo-especie como soporte de los procesos biológicos de la población, permitiendo al Estado administrar los nacimientos, la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad. (Foucault, Tomo I,1976: 168-169).

    Esa gran tecnología (biológica e individualizante), permitió al biopoder invadir la vida enteramente, con técnicas diversas para administrar los cuerpos y controlar las poblaciones, posibilitando al capitalismo la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción, un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos, un ajuste entre la acumulación de los hombres y la del capital, la articulación entre el crecimiento de los grupos humanos y la expansión de las fuerzas productivas, así como la repartición diferenciada de las ganancias (Foucault, 1976:171).

    Tal proyecto médico-político, organizó la administración de la población en torno a la norma, que le permitió medir, jerarquizar y distribuir lo viviente en un dominio de valor y de utilidad[9]. Actualmente, la biopolítica está desarrollando velozmente tecnologías que al traducirse en productos diseminados en la vida cotidiana, facilitan la proliferación de controles políticos que invaden los cuerpos, la salud, las maneras de alimentarse, alojarse, las condiciones de vida y el espacio entero de la existencia “por el bien de la humanidad”. Como ejemplo tenemos la venta en México del maíz Mon863 (alterado genéticamente), que según se argumenta es para enfrentar la creciente demanda de alimentos; ocultando las posibles enfermedades que ocasionaría a los consumidores y la mayor dependencia alimentaria que genera en los países pobres.[10]

    La biotecnología es una muestra de cómo la ciencia está alterando como nunca antes, la simple vida de los seres vivos. En efecto, este biosaber contemporáneo está estudiando a detalle la estructura humana, animal y vegetal, a fin de transformarla y controlarla, como puede verse en los experimentos de clonación de animales, implantes de células humanas en animales[11] o alimentos genéticamente modificados. En Gran Bretaña, por ejemplo, el 2% de los recién nacidos son fecundados in Vitro, y pronto podrá elegirse de antemano el sexo de los “bebés de diseño”[12]. De tal manera que la vida humana, antes sólo creada a partir de relaciones sexuales, ahora es fabricada por la ciencia en laboratorios que manipulan y hacen crecer células con máquinas, reactivos y en ocasiones, “una madre de alquiler”. Dicha manipulación biológica se extiende a lo largo de toda la crianza, a través de estudios, análisis y tratamientos médicos, así como implantes y operaciones a las que se ven sometidos los niños.

    Tales avances biotecnológicos están permitiendo poner en marcha un proyecto de control global de la humanidad, mediante el fichaje electrónico de la vida biológica de los cuerpos (su ADN, huellas digitales, retina y tatuaje subcutáneo). Un ejemplo cercano nos lo proporciona el gobierno del DF que ha

    instituido un documento de identidad para los niños, el cual contendrá una muestra de su ADN.[13] Según el filósofo italiano Giorgio Agamben[14] (1999:88), al inscribir, clasificar e identificar a los seres humanos sólo como cuerpos biológicos sin palabra, el Estado ya no los considera como ciudadanos con vida política. Al nulificar su actual status jurídico-político y otorgarles únicamente un status biopolítico, intenta reducirlos a simples cuerpos biológicos que pueden ser controlados, transformados, utilizados, eliminados y fabricados de acuerdo a las necesidades del sistema. Cuerpos biológicos que respondan a los estímulos de la oferta/demanda del mercado, es decir: que coman sus mercancías, vistan sus marcas, hablen de banalidades, olviden su historia, y compren y vendan noche y día, bajo el argumento que esa es la verdadera y única forma de vivir. Con lo cual van despojándolos de sus relaciones sociales, sus deseos, su palabra, su humanidad.

    Durante milenios el ser humano fue un animal viviente con capacidad de una existencia política (zoon politikon). Esta concepción se modificó en el momento en que la especie humana entró en el juego de las estrategias políticas y éstas se propusieron controlar los cuerpos políticos (zoon politikon) y deseantes (sujetos en falta) a fin de reducirlos a meros cuerpos biológicos, que lejos de ejercer la capacidad de juicio, se limitaran a obedecer órdenes. Como puede verse, en la biopolítica se trata de poner en acción un movimiento justamente inverso al de subjetivación, entendida como la posibilidad de que un individuo biológico se conforme como sujeto deseante que asume un lugar en la polis. Siendo el biopoder el lazo social actualmente predominante, cabría preguntar si aún es posible la experiencia de subjetivación en la crianza.

    La crianza actual ¿es subjetivante?

    La crianza implica relaciones interhumanas donde se entrelazan afectos, identificaciones e interrogantes sobre cómo ser padres, cómo ser hijos, cómo criar. Padres e hijos, al dirigirse mutuamente éstas y otras interrogantes humanas, van desplegando un diálogo compuesto de lapsus, trastabilleos y errores humanos, en el que van realizando su ser, en el sentido de que pueden concluir (“deducir una verdad de otras que se admiten”)[15] sobre sí mismos y sobre los otros, tomando como referentes de su juicio tanto los discursos y acciones de esos otros, como la red significante de su cultura (valores, leyes, símbolos, historia) que dicta los hábitos, creencias y formas de crianza.

    En este proceso en que van transformando sus valores, discursos, afectos, relaciones e identificaciones, van inscribiendo psíquicamente la experiencia y resignificando sus formas de criar, dando por resultado verdades singulares enlazadas a la cultura, que conforman la subjetividad de cada uno. Por eso, podría decirse que las prácticas de crianza se compondrían de subjetividades en constante subjetivación. Pero este proceso singular va a contrapelo del orden unificado requerido por el sistema biopolítico, por lo cual, éste trata de romper las relaciones interhumanas, imponiendo en su lugar al conocimiento científico como el único poseedor de la verdad sobre la correcta crianza y por ende, orillando a los padres a comprar ese saber.

    En efecto, la ciencia está buscando sustituir el error humano por la precisión de las máquinas, a fin de encontrar la solución definitiva a los interrogantes humanos (Sladogna, 2004). Tenemos como ejemplo las revistas dedicadas a la crianza, que a través de sus “consultorios” de sexología, ginecología, derecho y psicología aclaran las dudas de sus lectores; también en los títulos de sus artículos se nota esta tendencia a resolver científicamente cualquier pregunta que pueda perturbar a los padres como: “Cuál es la mejor posición para dormir a mi bebé”, “Cómo hacer que mi hijo coopere en casa”, “20 consejos para un buen parto”, “Se cayó ¿qué debes hacer?”[16]

    La ciencia pretende que no se cuestione la imposición de su visión del mundo (como la única posible para comprender y vivir la vida), a través de un proceso de deshistorización que impida comparar lo actual con lo pasado, limitando a aceptar como verdad “lo único que hay”. En lo que respecta a la crianza, este proceso comenzó desde el siglo XIX, cuando los biosaberes como la medicina y la pedagogía expropiaron a las comunidades (madres de familia, comadronas y médicos rurales) los saberes sobre puericultura y educación que se dispensaban en forma de un arte de la vida. Al convertirlos en monopolio exclusivo de las instituciones y sus especialista (pediatras, médicos y educadores), pudieron imponerlos a las comunidades y familias en forma enajenada (extraños a ellos) como reglas de vida (Manonni, 1973: 47-48).

    Como consecuencia de todo lo anterior, puede verse que en la actual crianza cientifizada y mercantilizada, entre padres e hijos median cada vez más libros, revistas, folletos, ginecólogos, pediatras, educadores, reglamentos, instructivos, mercancías, instituciones, enfermeras, artefactos y máquinas, que controlan la relación intersubjetiva dictando cómo pensar, decir, hacer, sentir y relacionarse en la crianza. Este control se desliza sutilmente, por ejemplo, en una nota del paquete de pañales Huggies ultraconfort® que dice “Premiar a tu bebé cuando tenga un logro con un abrazo o un beso es de buenos mexicanos”; de manera que la transnacional brinda identidad territorial a los consumidores de la marca y les propone actuar como moralmente “buenos” en base al premio y al castigo, es decir, respondiendo ante estímulos sin necesidad de pensar.

    Al ocupar la certeza de la ciencia un lugar central en el orden simbólico, los padres dudan de la verdad que comportan sus saberes afectivos; y lejos de plantearse preguntas, tienden a obedecer las órdenes científicas. Este fenómeno, que el filósofo francés Doufour (1996: 150-151) ha nombrado “psicosis frías”, se debe a la pérdida de referencias en el universo simbólico de nuestras sociedades democráticas. Tenemos entonces que el lenguaje de la crianza va reduciéndose a un sistema de signos científicos preestablecidos, que ya no propicia relaciones afectivas ni dialógicas. En un mundo en el que todo comienza a quedar así de ordenado y desimbolizado, la capacidad de juicio va perdiendo su valor porque perturba (trastorna el orden y quietud de algo o de alguien). Haré más tangible esta situación mostrando un artefacto actual de crianza llamado “Why Cry”, que permite a los padres identificar las causas del llanto del bebé. La máquina se anuncia en internet[17] bajo el título “Ya no tiene que desesperarse”, de donde extraje un fragmento de texto:

    Marnie, la madre, dice que si la niña llora por una o dos horas, puede que sean gases, o quizás -que está hambrienta, o simplemente una mala noche y espera que la siguiente no sea igual. Pero no hay manera de saber. ¡No obstante parece que ahora si se puede! Los creadores de un aparato llamado «why cry» que en español se traduciría «por qué el llanto» Aseguran que éste puede analizar el llanto de un bebé con un 95% de confiabilidad. Según sus inventores, un estudio en 100 bebes demostró que sin importar raza o sexo, todos tenían la misma serie de diferentes llantos para pedir ayuda, al igual que las distintas categorías de gemidos. Este aparato le ofrece a los padres cinco razones por las que su bebé esta llorando: si tiene hambre o sueño, si esta aburrido, molesto o estresado.

    Tiempo atrás, las madres resolvían el llanto de su hijo con la experiencia de cambiarle el pañal, ofrecerle comida, hacerlo dormir y otras prácticas cotidianas de sentido común como darle cariño. Pero el “Why Cry” pone en duda esta experiencia argumentando que no logra dar con la solución verdadera. En su lugar, propone a la madre guiarse por la confiabilidad que brinda la máquina (científicamente comprobada mediante un experimento en 100 bebés), la cual es capaz de clasificar las únicas cinco razones de llanto. La confiabilidad que esta máquina le promete a Marnie, hace que muchas madres que leen el anuncio duden de su propio sentido común como una guía para moverse en la relación de crianza, y por eso mismo, las seducen con la invitación a comprar el aparato, con el cual también compran un modelo de cómo ser “madre científica”: aquella que debe tener la certeza inmediata de lo que sucede a su hijo, la que piensa en términos de explicar y predecir y se vuelve una extensión de la máquina.

    El extremoso ejemplo anterior, me permite decir que los padres de hoy difícilmente pueden concluir qué es ser padre desde su propia experiencia, la cual les permitiría establecer un juicio sobre sí mismos en relación al hijo. Esto se debe no sólo a que su tiempo para reflexionar se va reduciendo a medida que crece su tiempo controlado por el biopoder, sino también a que al comprar artefactos y mercancías (que incluyen identidad, imagen, acción y narrativa de cómo ser padres), se comportan con sus hijos como lo han visto y como les han aconsejado. Estamos entonces en presencia de relaciones de crianza normativizadas y por tanto, simuladas, en el sentido de imitar lo que no se es. De esta manera, el sistema biopolítico obstaculiza a los padres concluir una verdad singular sobre sí mismos, imponiéndoles por el contrario, una conclusión entendida como “convencer a alguien con la razón (científica diríamos), de modo que no tenga qué responder ni replicar”[18].

    Los padres usuarios de “Why Cry” difícilmente podrán dar sentido a las sensaciones displacenteras y placenteras que su bebé siente y no puede significar, dado que es la máquina quien lo dictamina. Según la propuesta freudiana, sería justamente la capacidad paterna de nombrar los estados de ánimo del bebé, lo que permitiría insertar a su hijo en la cadena significante, posibilitándole subjetivarse (Freud,1914). Siguiendo con esta reflexión psicoanalítica, diríamos también que esta relación dialógica con sus padres permitiría al hijo tomar de ellos algunas percepciones privilegiadas como restos mnémicos de palabras, ópticos y percepción del cuerpo del otro, que darían lugar a la identificación primaria (Freud,1923:22-23). Pero cuando “Why Cry” se entromete entre padres e hijos, altera esta experiencia subjetivante porque los padres pierden la capacidad de entenderse con el niño y decirle algo.

    Hasta aquí he tratado de argumentar cómo las actuales prácticas de crianza cientifizadas y mercantilizadas van diluyendo poco a poco la relación interhumana y por ello, están dificultando el proceso de subjetivación. De incrementarse en el futuro tal situación, la crianza se convertiría en un espacio privilegiado para la biopolítica, en la que podría realizar su ideal de constreñir a los seres humanos a ser sólo seres biológicos que respondan a estímulos, haciendo a un lado la posibilidad de que vivan una vida conforme a su deseo.

    Referencias Bibliográficas.

    Agamben, Giorgio (1999) Lo que queda de Auschwitz. Pre-textos, España. 2002.

    Casanova, Bernard (1990) “Sobre la risa de Demócrito” en Revista Artefacto. Septiembre 1993, N° 4. Editorial Psicoanalítica de la Letra, México.

    Dufour, Dany-Robert (1996) Locura y Democracia. FCE, México. (2002)

    Foucault, Michael (1976) Historia de la sexualidad. Tomo I. Siglo XXI, Argentina. (2003)

    Foucault, Michael (1977-1978) “La Gubernamentalidad”

    www.elseminario.com.ar/biblioteca/foucault_gubernamentalidad.htm.

    Freud, Sigmund (1911) “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”. Tomo XII. Obras Completas. Amorrortu, Argentina. (1981)

    _____________ (1914) “Introducción del Narcisismo”. Tomo XIV

    _____________ (1920) “Más allá del principio del placer”. Tomo XVIII

    _____________ (1921) “Psicología de masas y análisis del yo”. Tomo XVIII

    _____________ (1923) “El yo y el ello”. Tomo XIX.

    _____________ (1925) “La negación”. Tomo XIX

    Mannoni, Maud (1973) La educación imposible. Siglo XXI, México (1988)

    Sladogna, Alberto (2004) “El inconsciente puesto en jaque: la concentración posmoderna”. Conferencia impartida en la Jornada de trabajo Experiencias de crueldad. Límites de la subjetividad. 30/abril/2004. UAQ

    [1] Freud utilizó el término yo como acepción de sí mismo en sus trabajos relacionados con el narcisismo, aunque también lo uso para denotar una parte determinada de la psique, que a partir de 1915 llamó sistema cc (precc) al reformular su teoría de la psique. Cf. “El yo y el ello”. Introducción de J. Strachey. P. 8

    [2] Al respecto de la identificación pueden consultarse algunos artículos de Freud como “Introducción del narcisismo” (1914); “Psicología de masas y análisis del yo” (cap. VII) (1921); así como “El yo y el ello” (cap. II) (1923).

    [3] El proceso de represión secundaria es argumentado por Freud en relación al Complejo de Castración. Para conocer más la temática puede consultarse: “El sepultamiento del complejo de Edipo” (1924); “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos” (1925); “La sexualidad femenina” (1931) y “La escisión del yo en el proceso defensivo (1938).

    [4] Las formulaciones freudianas sobre la represión primaria y secundaria pueden rastrearse principalmente en los trabajos sobre Metapsicología (Tomo XVI de Editorial Amorrortu), en especial “La represión” (1915).

    [5] Acerca de la crianza en la sociedad disciplinaria sugiero consultar el libro de Philippe Ariés “El niño y la vida familiar en el antiguo régimen” Taurus: México, 1973; en especial la segunda parte sobre “La vida escolástica”. También se encuentran ideas precisas al respecto en el libro de Michael Foucault “Vigilar y Castigar” (1975). Siglo XXI: México, 2003; principalmente en los capítulos “los cuerpos dóciles” y “los medios del buen encauzamiento”.

    [6] Para conocer a fondo la trama argumental formulada por Hayek, sugiero consultar del texto de Vallespín,F y García-Guitián,E. (1990) Historia de la Teoría Política. Madrid: Alianza,1995, el capítulo: El neoliberalismo (1): Friedrich Hayek, Raymond Aron, Isaiah Berlin. Pp.15-87. También sugiero la nota periodística de Alejandro Nadal “Oración por el mercado libre”, publicada en La Jornada del 13 de julio de 2005, donde aborda clara y concisamente el lugar que ocupa el juicio en el libre mercado.

    [7] La pastilla natural de la felicidad –MOTIVARE-, “científicamente avalada” por Genomma Lab, es anunciada en la revista “Lo mejor y más rico del amor y sexo” México, mayo-junio 2004, donde se proporciona el teléfono 55 14 80 95 de la ciudad de México, para recibirla totalmente gratis. También puede consultarse la nota periodística de Sophie Goodchild titulada “Reprogramar cerebros de adictos los curaría: expertos británicos”, en La Jornada del 13 de Julio de 2005.

    [8] Foucault conceptualizó el biopoder y mostró sus implicaciones en la sociedad contemporánea en textos como: “Genealogía del racismo” (1975-76) Argentina: Altamira, 1996. “Historia de la sexualidad” (1976) Tomo I. Argentina: Siglo XXI, 2003 (Págs. 99-194). “La Gubernamentalidad” (1977-1978) www.elseminario.com.ar/biblioteca/foucault_gubernamentalidad.htm. Así como “Microfísica del poder” La piqueta: Madrid, 1991, en especial las entrevistas tituladas “Poder-cuerpo” (1975) y “Las relaciones de poder penetran en los cuerpos” (1977).

    [9] Foucault deja en claro que la importancia de la norma a expensas del sistema jurídico de la ley no significa que esta última desaparezca, sino que tiende a funcionar como una norma y que la institución judicial se integra cada vez más en un continnum de aparatos médicos, administrativos, cuyas funciones son reguladoras.

    [10] Sobre las consecuencias nocivas de este maíz, puede consultarse el artículo de Silvia Ribeiro “Las ratas de Monsanto”, aparecido en La Jornada del 11 de junio de 2005, en el que muestra cómo fueron ocultados por la transnacional Monsanto aquellos informes científicos que advertían de sus peligros.

    [11] Carlos Fresneda. “Quimeras a discusión. Animales con células humanas.” Milenio Diario. 3 de mayo de 2005; y DPA y AFP “Polémica por implantación en animales de células cerebrales humanas. ¿Puede un mono disfrutar o sufrir como una mujero o un hombre?” La Jornada. 15 de julio de 2005.

    [12] AFP. “GB: sugieren que se permita elegir el sexo de niños in Vitro”. La Jornada. 25 de marzo de 2005.

    [13] “Distribuirán en Ciudad de México identificaciones infantiles con muestras de ADN.”, diario La Cónica del 30 de abril de 2004. En otra nota del periódico El País del 27 de abril de 2004, titulada “Los británicos estrenan DNI” se afirma que para el 2007, el Documento Nacional de Identidad de los británicos tendrá la imagen facial, las huellas digitales y el iris ocular de su portador.

    [14] Las obras de Agamben que he consultado son “Homo Sacer” (1995) España: Pre-textos, 2003 y “Lo que queda de Auschwitz” (1999), en las cuales el autor reflexiona sobre las implicaciones éticas y subjetivantes de la biopolítica en la actualidad, tomando como centro de análisis a los campos de concentración, que considera como el paradigma biopolítico nacido de la modernidad. Según argumenta, lo que queda de Auschwitz es, lisa y llanamente, nuestro presente, que basado en un estado de excepción y exclusión de la ciudadanía, hace de nosotros internos en el campo.

    [15] Según la 3ª acepción del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).

    [16] Tomados de las revistas de circulación nacional “Mi bebé y yo”, “Padres e hijos”, “Tu bebé”, “Niños & pediatra”.

    [17] Para conocerlo puede consultarse: http://www.mercadolibre.com.mx/jm/item?site=MLM&id=4959474,

    así como el artículo “Anuncian nuevo aparato para determinar por qué lloran los bebés”, publicado por Notimex en la página http://www.starmedia.com/articulos/2626150.html

    [18] Entendida en la 4ª acepción del DRAE.

  • Psicoanálisis, sujeto psíquico y medios de difusión

    Psicoanálisis, sujeto psíquico y medios de difusión

     Enrique Guinsberg

    Desde la primera infancia y a lo largo de nuestra vida cotidiana estamos expuestos a los atractivos mensajes de un aparato receptor que ya forma parte de la ecología familiar.

    Pablo Arredondo Ramírez

     Inter y transdisciplinariedad no son una excepción a la lamentable contradicción que se presenta entre lo que siempre se dice que debe hacerse pero no se hace. Carencia que hoy, más que nunca, produce serias dificultades y trabas a la investigación de los problemas que se presentan dentro del amplio campo de las llamadas “ciencias” sociales en general.

     En tal contexto se presenta una situación clara de lo apuntado: no hay psicoanalista o psicólogo que deje de comprender la incidencia de los medios masivos de difusión en los sujetos de nuestro tiempo, ni comunicólogo que niegue la importancia del conocimiento del psiquismo en múltiples problemas de su campo. Pero tal reconocimiento muy pocas veces pasa de la teoría para buscar los vínculos y articulaciones entre ambas disciplinas, justificándolo con la aceptación de la ignorancia de esferas que consideran no son de su específica competencia. Pero, aceptando sin conceder que ello sea cierto, son muy escasas las búsquedas de tal vinculación y/o encuentro a través de marcos de estudios al menos interdisciplinarios.

     El problema aquí planteado se inscribe en tal carencia y limitación, por lo que es necesario señalar tal necesidad, ya encarada en trabajos anteriores[2], que en líneas generales plantean lo imperioso de la construcción de una dialéctica entre los procesos de emisión y de recepción de los contenidos de los medios masivos de difusión, facetas imposibles de abarcar sin una integración (subrayado para indicar que no se trata de una suma) de conocimientos sobre aspectos político-sociales y subjetivos.

     La importancia del problema surge de la trascendencia y magnitud, actual y existente desde hace bastante tiempo, de los medios masivos de difusión, para muchos estudiosos hoy las instituciones hegemónicas del mundo presente. En consecuencia resulta imperioso estudiar el aporte de ellos al proceso de constitución del modelo de Sujeto psíquico que cada marco social requiere para su mantenimiento y reproducción, como también los aspectos subjetivos que posibilitan y permiten tanto el impacto como la aceptación o rechazo de los programas y contenidos predominantes en los medios (algo que el psicoanálisis conoce hace mucho tiempo pero que los comunicólogos hace poco comienzan a reconocer a través del llamado momento de la recepción, donde se reconoce el papel “activo” de los receptores, mientras hasta no hace mucho primaba la idea de uno “pasivo” sometido a los impactos de los mensajes, planteo conductista conocido como “teoría de la bala” o de la “aguja hipodérmica” por la dificultad o imposibilidad de rechazarlos). 

     Lo incuestionable es que hoy los medios (sobre todo la TV) son para los niños, y prácticamente desde el mismo nacimiento, parte fundamental y estructural de su vida: están con ella más tiempo que en una escuela que les resulta mucho menos placentera, y seguramente aprenden más allí respecto a la vida, costumbres y normas sociales. Todo esto pueden verlo y lo saben de hecho no sólo los educadores que observan la disminución de su peso educativo -quizás no tanto, aunque sustancial, en el suministro de conocimientos, sino sobre todo en las esferas mucho más importante de normas, ideales e ideologías, etc-, como también los psis que ven como los niños juegan a lo que les muestran los programas de moda, quieren ser como sus personajes, etc., así como aspectos similares en adolescentes, adultos, etc. En este sentido es de recordar la lucidez de uno de los escasos sociólogos norteamericanos críticos y no funcionalistas cuando hace ya varias décadas sintetiza magistralmente el problema al señalar que «Los medios masivos de comunicación: 1) le dicen al hombre de masa quién es: le prestan una identidad; 2) le dicen qué quiere ser: le dan aspiraciones; 3) le dicen como lograrlo: le dan una técnica; 4) le dicen cómo puede sentir que es así, incluso cuando no lo es: le dan un escape»[3]

     Es por ello que no constituye ninguna exageración afirmar que los medios son actualmente una verdadera «escuela» para la estructuración de los Sujetos. Desde una perspectiva teórica psicoanalítica -y como parte de la relación hombre-cultura estudiada en un artículo anterior[4]-, no puede dejar de estudiarse y comprenderse su aporte a la conformación del Aparato Psíquico: son quienes más ofrecen en el señalamiento de una determinada visión de lo que se convertirá en principio de realidad (que, como es conocido, tiende a ir reemplazando al principio del placer de los inicios de la vida del niño, lo que permite la llamada socialización), y ofrecen constantes y múltiples modelos identificatorios -ambos aspoectos centrales para la constitución del Yo-, a más de mostrar de manera permanente qué es lo bueno y lo malo (con sus consecuentes premios y castigos), que se convierten en ejemplos para el Superyo. A esto deben agregarse técnicas para lograr lo que se indica, propuestas de cumplimiento de deseos, ofrecimiento de fantasías, etc.[5]

     Claro que estos resultados no podrían darse si los medios no actuasen sobre aspectos específicos del psiquismo de los Sujetos. Los contenidos de los medios obtienen éxito porque ofrecen respuestas a las necesidades subjetivas de los receptores, fundamentalmente a aquellas de tipo emocional y afectivo de las que el Sujeto carece. Y este es un aspecto sobre el que el psicoanálisis puede ofrecer mucho para la comprensión de los procesos comunicativos en general, y del llamado «momento de la recepción» en particular.

    FAMILIA Y TV

     Pero ¿puede y debe incluirse a los medios cuando la mayor parte de los estudios psicológicos y psicoanalíticos clásicos han visto y ven a la familia como la institución básica y casi única en tal proceso? El problema, en relación con los medios, puede verse al menos desde cuatro perspectivas.

     El primero tiene que ver con la clásica discusión sobre la hegemonía de las distintas instituciones sociales en el proceso de socialización. Si bien la familia sigue teniendo un rol fundamental y por el momento irrenunciable, también es cierto que su peso es ya bastante menor al de épocas pasadas; y que otras instituciones, los medios en primer lugar, ocupan un lugar que no puede negarse. No es este el lugar para demostrar este rol hegemónico, aspecto desarrollado en la bibliografía mencionada en la nota 2: baste ahora sólo recordar que la presencia de los medios es actualmente permanente en todos los ámbitos sociales y que tiende a acrecentarse de una manera imposible de prever por el actual desarrollo electrónico e informático, con una incidencia socializadora/ideologizadora mayor cuando existen límites para la concurrencia a la educación formal y a la información (como ocurre en países pobres o en sectores sociales con importantes niveles de analfabetismo).

     En esta perspectiva, y ya en la década de los ’50, Marcuse planteaba el problema: «El desarrollo social, que ha destronado al individuo como sujeto económico, también ha reducido al mínimo la función individualizadora de la familia en favor de potencias mucho más efectivas. La nueva generación es llevada hacia el principio de realidad menos por medio de la familia que por medios exteriores a ésta; la juventud aprende a conocer las formas de comportamiento y las reacciones socialmente útiles fuera de la protegida esfera privada de la familia. El padre moderno no es ningún representante efectivo del principio de realidad y la relajación de la moral sexual facilita el dejar atrás el complejo de Edipo: la lucha contra el padre ha perdido mucho de su decisiva importancia psicológica»[6]. Y años más tarde continúa su idea: «Desde el nivel preescolar, las pandillas, la radio y la televisión establecen el modelo de conformismo y la rebelión; las desviaciones del modelo son castigadas no tanto dentro de la familia como fuera de ella y en su contra. Los expertos en los medios de difusión transmiten los valores requeridos; ofrecen perfecto entrenamiento en eficiencia, tenacidad, personalidad, sueños, romances. Contra esta educación la familia ya no puede competir»[7]

     Más allá de la discusión sobre sus afirmaciones respecto al complejo de Edipo, la misma idea es planteada desde diferentes ámbitos teóricos e incluso políticos. Entre los primeros, Schneider considera que «los conocimientos y habilidades necesarios para el mundo moderno, en perpetuo cambio, no pueden desarrollarse ya de generación en generación dentro de la familia. Como la familia burguesa no puede transmitir ya el saber necesario para el proceso de producción, también va perdiendo más y más su clásico cometido educador«[8]. Por su parte un investigador de la comunicación lo atestigua en un trabajo de campo con los purépechas en Michoacan, donde observa que «la familia como núcleo social en el cual se generan y reproducen los componentes esenciales de la cultura de esta etnia» se han visto modificados al llegar la TV que «ha venido a atacar precisamente a este núcleo y su capacidad generadora y reproductora de cultura»[9] .

     En un ámbito distinto otros investigadores perciben los cambios que la TV produce tanto en la reproducción cultural como en la misma dinámica familiar, destacando que los padres que se han apartado temporalmente de la televisión juegan más con sus hijos; indican también que una encuesta presentada en un Congreso europeo de psiquiatría en 1979 muestra que «la TV disminuye y anula la comunicación familiar (de los niños estudiados, el 40% preferían la televisión a sus padres y un 20% la preferían a sus madres)»; e informan que Klaus Amman, ponente en el IV Congreso Internacional «Familia y Medios de Comunicación», realizado el mismo año en Zürich, calificó a la TV de «abuela electrónica» y «jefe fantasma de la familia» por convertirse en dictadora de los horarios familiares «hasta el punto de que las visiones proféticas del Farenheit 451 de Ray Bradbury u otras novelas de anticipación, cada vez parecen menos exageradas, más realistas»[10].

     Desde un punto de vista psicoanalítico -en este caso proveniente de su campo institucional y ortodoxo-, se reitera lo conocido de la utilización de la TV como «niñera mecánica» y las consecuencias de ésto como de su uso constante: pérdida de atención de los miembros familiares a otros y los cambios que esto produce en la comunicación; necesidad de investigar los efectos de la TV en la personalidad, etc.[11] . De manera menos académica pero muy gráfica plantea algo similar un connotado psicólogo social al plantear que «no hay más triángulo en la familia, ya es un cuadrilátero, porque el televisor es un tío psicópata que se incluyó y los sedujo a todos»[12].

     Y aunque nunca dejó de pensarse que la familia ha sido, sigue siendo, y nada indica que dejará de serlo, una institución central y primaria en el proceso de conversión en Sujeto, hoy existe una dinámica de cambio que no puede desconocerse en relación con otras instituciones, y que de algún modo modifica el rol familiar.  Ya se verá que esto influye en las demás perspectivas.

     Expresión de todo lo señalado es que los medios se han convertido, o tienden a hacerlo, en los articuladores con otras instituciones centrales del mundo actual, entre ellas las iglesias y la escuela formal (transmitiendo o siendo expresiones de diferentes cultos, actuando como «tele-escuela», etc). Y si bien sería exagerado afirmar que también lo hacen o lo intentan y logran con la familia, no lo es destacar como buscan (y consiguen) incorporarse a ella como un nuevo integrante, participante e interviniente. De esta manera, y tal como ya se mencionó, el poder e influencia familiar se relativiza, lo que han comprendido muy bien los sistemas de poder, que buscan establecer una especie de alianza medios/familia para la consolidación de sus objetivos sociales, políticos, etc. Alianza porque, por separado, ninguna de ambas instituciones garantizan el grado de eficiencia en el proceso socializador de un mundo cada vez más complejo y diversificado.

     Pero si la familia no puede satisfacer las altas necesidades de capacitación (y a veces de socialización/ideologización), sí ofrecen el marco propicio -es decir la base afectiva imprescindible- para la constitución de los sujetos, cimiento para la internalización de los contenidos de los medios. Es por eso que ya los asesores del ex-presidente Nixon proponían -con base en la experiencia de la exitosa Plaza Sésamo– la realización de un programa de vinculación medios-familia-escuela, plan que proponía derrumbar el muro escuela/hogar ya que «las nuevas tecnologías de comunicación permitirán poner fin a la segregación entre la institución escolar y la institución familiar», por estimarse «que en el año 2000 la educación será dispensada en gran parte en el hogar, de manera permanente por vía electrónica». Las distintas fases del proyecto planteaban que «cada hogar se convertiría en escuela, gracias a un soporte electrónico conectado a un sistema central de computación situado en un centro de enseñanza…». De tal manera «el fin de la segregación entre escuela y hogar sería la ocasión de insistir sobre la importancia del papel de los padres, llamados a convertirse en ’monitores electrónicos’ de sus hijos». En una intención que podría haber parecido de ciencia-ficción anticipada por Bradbury[13], pero hoy se observa nada fantasiosa, «el nuevo sistema de electronización de la enseñanza tendría a su cargo la formación del niño desde la más tierna edad, no quedando en la vida del niño y la madre ni un solo resquicio que escape a la influencia de los medios audiovisuales»[14]. Proyecto aún no realizado para la educación «formal» pero sí para una amplia en el sentido general del término, tanto por la presencia de la TV sobre el niño desde prácticamente su nacimiento, por las horas que se encuentra frente a ella, como porque a su vez las familias actuales ya están educadas por ella y transmiten a sus hijos una «cultura televisiva

     Esta relativa pero real disminución del peso familiar y el acrecentamiento del de los medios seguramente agradará a quienes han señalado y/o señalan la «crisis» de la familia, o a quienes cuestionan su rol actual achacándoles la responsabilidad en la producción de una también criticada «normalidad» mental (caso de David Cooper entre otros) o de la esquizofrenia (Escuela de Palo Alto). Sin embargo no parece haber razones para ser optimista en este sentido: por un lado los medios casi siempre hacen un frente común con la familia, con indudables contradicciones pero dentro de un marco ideológico «modernizado» aunque no antagónico respecto a los valores tradicionales; por otro lado, muchas de las características criticadas de la dinámica familiar también existen en los mensajes de los medios: por ejemplo, y como ya fuera planteado en los citados escritos anteriores, puede pensarse que la situación de Doble Vínculo no es privativa de la institución familiar sino también puede estar presente en otras instituciones, entre ellas el discurso de los medios.

     Una segunda perspectiva, vinculada a la anterior y a las siguientes, afecta a la propia dinámica interna de la familia, y tal vez pueda condensarse gráficamente en la afirmación de quién dijo que el clásico «círculo» familiar se ha convertido en un «semicírculo» por la presencia del televisor, cambio espacial que provoca otros más importantes y cualitativos.

     Recuérdese lo conocido respecto al tiempo que los niños están frente a lo que muchos intelectuales llaman «caja idiota», pero que para ellos (y también para los adultos) es la principal fuente de diversión, información, conocimiento, etc. Tiempo que surge por ausencia de alternativas, por escasez de espacios libres para juegos y los reales o supuestos peligros de los mismos en las urbes modernas, pero también porque múltiples veces son empujados hacia un aparato convertido en «niñera electrónica» por necesidad de trabajo y ocupaciones de los adultos. Esta especie de «teleadicción» es reforzada porque, también en múltiples oportunidades, la cada vez mayor complejidad y agobio de la vida moderna hace que los adultos también busquen alivio y descanso en las programaciones televisivas en su descanso hogareño. Todo este panorama amplía notablemente el peso y presencia de ese medio de difusión, pero también reduce de manera cuantitativa y cualitativa el nivel de la comunicación familiar, incluyendo los juegos de los padres con sus hijos.

     En este sentido es interesante la afirmación de estudiosos del problema ya citados: «Las familias que se han apartado temporalmente de la televisión destacan el hecho de que, después de hacerlo, juegan muchas horas con sus chicos. Quienes nunca han sido teleadictos no incluyen entre sus actividades, de forma destacada, la de jugar con los niños. Resulta lícito deducir de aquí que el niño no televisualizado, quién necesita de una figua exterior a él -en este caso el padre o la madre- cubra, con la incitación al juego y la actividad compartida, el vacío temporal que el televisor le ha dejado»[15]. Sobre esto recuérdese lo antes señalado por otro investigador en el Congreso Europeo de Psiquiatría respecto a la preferencia de la TV sobre los padres.

     Las otras dos perspectivas se encuentran íntimamente vinculadas a las anteriores y pueden ser consideradas derivaciones de ellas. Tienen que ver con el clásico rol familiar en el proceso de reproducción social y cultural de las actuales sociedades junto con la estructuración de los sujetos, aspectos que desde el marco teórico psicoanalítico se relacionan con modelos identificatorios y construcción del principio de realidad, ambas facetas constitutivas del Yo.

     Como es sabido, como identificaciones se conoce al «proceso psicológico mediante el cual un sujeto asmila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de este; la personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones»[16]. Freud siempre destacó la gran importancia de este proceso, razón por la cual en tal Diccionario se destaca que el mismo «ha adquirido progresivamente en la obra de Freud el valor central que más que un mecanismo psicológico entre otros, hace de él la operación en virtud de la cual se constituye el sujeto humano». Es por eso que Freud escribe que «los efectos de las primeras identificaciones, las producidas a la edad más temprana, serán universales y duraderos»[17].

     Comprendiendo la importancia de los medios en este proceso Maletzke considera que el círculo de personas que rodean a un niño es siempre estrecho, por lo que numerosos deseos y necesidades quedan sin cumplirse: «La comunicación social ofrece una plenitud de tales figuras», y hoy en día, «con sus posibilidades de configuración artística y de difusión técnica, se ha hecho cargo de esta tarea»[18]. En este sentido es cotidiano observar que una figura exitosa de los medios masivos, o conocido a través de ellos, se convierte en modelo y de alguna manera internalizado por los receptores, como figura y por tanto (aunque inconcientemente) con sus características generales, incluyendo sus valores, ideología, etc. En el caso de los niños (aunque no sólo de ellos respecto a figuras de moda) es casi imposible de escapar a estas influencias: su desconocimiento implica marginación con todas sus significaciones.

     No es necesario reiterar que los medios, al menos en su utilización dominante actual, siempre promueven la identificación con modelos «positivos», es decir los que difunden los valores aceptados de un marco social. De esta manera las figuras con arraigo y autoridad fomentan lo que, aunque de una manera exagerada, se indica en un muy difundido libro sobre los dibujos animados: «Como la revista es la proyección del padre, su figura se hace innecesaria y hasta contraproducente […] La literatura infantil misma sustituye y representa al padre sin tomar su apariencia física. El modelo de la autoridad paterna es inmanente a la estructura y existencia misma de esa literatura, subyace implícitamente en todo momento»[19] .

     Si bien el proceso identificatorio sigue teniendo una base fundamental en la familia y en las figuras que rodean de manera cercana a los niños (maestros, familiares, personajes cercanos), lo brevemente expuesto muestra que la intervención de los medios para nada es desdeñable y, por el contrario, merece la mayor de las atenciones. Uno de los aspectos a investigar es hasta que punto las imágenes parentales no resultan de alguna manera devaluadas -y en caso afirmativo en que medida y con que alcances- en relación a los modelos presentados por los medios, modelos lejanos y que no ofrecen la protección y afectos concretos que los niños necesitan y sí brindan las figuras con presencia real. Pero modelo con características importantes de acuerdo al principio de realidad ya estructurado o en formación: exitosos y triunfadores, generalmente con gran fuerza y poder u omnipotentes (desde Batman o la Mujer Maravilla hasta los héroes de las series televisivas o de las caricaturas ), siempre poseedores de belleza física y de todo aquello que se hace ver como importante y deseable (automóviles modernos, ropa de moda, aventuras de todo tipo, etc). Frente a ellos, vistos como ideales del yo, las figuras reales pueden sufrir en la comparación pese al vínculo emocional concreto pero siempre con sus contradicciones.

     Pero, independientemente de esto -sobre lo cual por ahora pueden formularse diversas hipótesis, intuiciones y hasta planteos teóricos, pero no conclusiones empíricas definitivas-, lo incuestionable es que, junto a los anteriores aspectos ya vistos, los medios aportan de una manera destacable y cada vez mayor, con lo que ello implica para el rol familiar tradicional respecto a la reproducción y al proceso de constitución del Sujeto.

    LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD POR LOS MEDIOS

     Algo similar ocurre respecto a la función de los medios en la construcción del principio de realidad que reemplaza al de placer en la constitución de la instancia yoica. Con independencia de lo que Freud entiende por «realidad» y una posible discusión al respecto, es incuestionable que actualmente son los medios los que ofrecen de manera dominante en una escala muy superior al de otras instituciones como la familiar, escolar, religiosa, etc. y en todos sus mensajes, no sólo en los considerados informativos: si en estos su presencia es explícita, en otros como historietas, telenovelas, programas culturales e informativos, etc. también puede serlo como también implícita pero inevitable al mostrar un determinado contexto social e histórico, caminos de éxito y de fracaso, premios y castigos, etc (con todo lo que estos también implican para el superyo que se verá más adelante).

     Es por ello que un analista francés señala como «los medios de comunicación de masas, y especialmente el más difundido en nuestros días, la televisión, tienen por función reexpresar, reinterpretar (o mantener) los símbolos comunes, suscitar otros nuevos, diseminándolos y tornándolos asimilables para masas de individuos cuyos rasgos intelectuales y afectivos son muy variados. La televisión es, en nuestra sociedad tecnificada, el instrumento más poderoso para hacer participar a la masa en sistemas de símbolos cuya difusión común es necesaria para la cohesión social»[20]. Esto tanta por la capacidad de llegada de los medios como porque -si bien siempre ha ocurrido más lo es ahora ante la multiplicidad y rapidez de acontecimiento en el mundo que pueden considerarse «noticia»-, la capacidad de los sujetos para conocerlas de manera directa se reduce a su siempre muy limitado mundo perceptivo.

     Es por esto que investigadores de diferentes marcos teóricos destacan esta importancia. Entre ellos quienes contundentemente consideran que «los medios informativos son el lugar donde las sociedades industriales producen nuestra realidad»[21] y que «lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación»[22], resultando nada exagerada la afirmación de Doelker de que «la construcción de nuestra imágen del mundo se realiza cada vez más a través de los medios, que a su vez proporcionan una imagen del mundo. Por consiguiente, nuestro cencepto de la realidad nace -según nuestra proporción de consumo de los medios- asimismo de experiencias mediatas y no tan sólo de experiencias inmediatas»[23]. Es decir que prácticamente todo nos llega a través de los medios, siempre intermediarios del conocimiento de la realidad con todo lo que esto implica, incluso cuando no pocas veces los testigos de algo necesitan confirmarlo con una voz autorizada que destaque lo visto o su importancia, o se considere verídica una noticia porque «lo dijo la tele» o alguno de sus voceros considerados pretigiados.

     En este sentido múltiples investigaciones muestran como la TV es el medio informativo más importante en el mundo entero, y más en países (México entre ellos) donde es bajo el nivel de lectura de periódicos, revistas y libros. Es nuestra sociedad «televisualizada»[24] la TV es así lo que un comunicólogo define como «maestra de la vida»[25] por ser «una de las actividades enculturizadoras que intervienen en la socialización de la gente»[26], razón por la cual es en general compartido que el análisis de su importancia (como parte fundamental de los medios de difusión) debe «considerarse como preocupaciones centrales de la sociología y de la teoría social»[27] (y también psicológica y psicoanalítica). Pero más allá de la teoría, investigaciones empíricas realizadas en México mostraron que un importante porcentaje considera que lo que se en TV representa la realidad, y cree que viendo las telenovelas se pueden modelos para actuar y aprender a resolver problemas propios[28].

     Las causas de la constantemente denunciada mayor o menor distorsión de la información -o, en programas de diversiones y similares, presentación de una agradable, bonita y no cuestionante- son conocidas: la conducta e ideología de los hombres siempre estará basada en su idea de realidad. De allí la necesidad de ofrecer una que sea coherente con el mantenimiento del sistema de dominación vigente, o enmascarar, distorsionar o silenciar el conocimiento de aquello que no se quiere que se conozca. De esta manera, ante la inexistencia de otras ideas sobre la realidad, el yo no podrá actuar -y mucho menos de forma eficiente- para modificar una situación que el poder pretende que cambie sólo de acuerdo a sus necesidades. En síntesis, se trata de construir un principio de realidad que garantice dos objetivos centrales: la aceptación mayoritaria de la realidad presente como la normal, la válida y la mejor entre las posibles, así como el rechazo de otras que se presentan como inconvenientes, totalitarias, etc.; y, como consecuencia, dificultar o imposibilitar las críticas y cambios de lo establecido por el desconocimiento de lo real existente y sus causas, planteos alternativos, etc., incluso en situaciones donde no exista acuerdo con lo existente. Puede verse que este proceso de presentación de una determinada realidad -que se hace de hecho en todos los marcos sociales, aunque en mayor grado en aquellos donde no existe real pluralidad de medios de difusión- se realiza desde la más temprana infancia (donde sus efectos son más duraderos y estructurales), con un permanente reforzamiento posterior.

     Todo esto explica el por qué de la búsqueda del control de los medios, instancias hoy hegemónicas en la construcción de la idea de realidad de una sociedad, con todo lo que esto significa. Aspecto fundamental en lo que destacan los Mattelart con base en la obra de Foucault: «El modelo de organización panóptico, utopía de una sociedad, ha servido desde esa perspectiva para caracterizar el modo de control, gestionador/organizativo ejercido por la televisión o mejor por el dispositivo televisivo: un modo de organizar el espacio, de controlar el tiempo, de vigilar continuamente al individuo y de asegurar la producción positiva de comportamientos, dejando de lado las formas negativas de represión»[29] .

     No es este el lugar para reiterar las múltiples formas de hacer creer en una determinada «realidad» que no lo es o no lo es tanto, tampoco en las trampas para lograrlo y como muchas veces «los acontecimientos que nos presentan los noticieros televisivos a menudo son seudoacontecimientos»[30], ni que también muchas veces la aparente saturación informativa esconde una real desinformación. Baste aquí destacar lo anterior y su sentido, así como su crucial importancia en lo relativo a la construcción de la subjetividad y de sus modelos de yo y superyo, donde «la noticia, como el conocimiento, impone un marco para definir y construir la realidad social»[31]. Modelo que rechaza lo que no entra dentro del mismo: «Esa instantaneidad del acontecimiento televisivo y de los media hace que la realidad pase a ser lo que sucede en los medios, que generan una inscripción sígnica en la realidad, un anagrama sintético, un tatuaje instantáneo que se superpone sobre lo real y en cierto sentido lo eclipsa o lo sustituye. Hay un plano de realidad que es el que sucede en los media y lo otro pasa a ser una sub-realidad, una realidad secundaria y episódica«[32].

     Sin embargo, y pese a la contundencia de la importancia de los medios en la construcción de la realidad en nuestra época, siempre existió y existe una gran polémica respecto a los por algunos llamados «efectos» reales de los mismos, ya que, como se inicia un muy reciente libro sobre ello, «el problema del grado de influencia de los media en el individuo y en su comportamiento, en la sociedad y en sus tendencias, ha recibido en varias épocas muchas y diferentes respuestas […] Toda la historia de la investigación comunicativa se ha visto determinada de varias maneras por la oscilación entre la actitud que detecta en los media una fuente de peligrosa influencia social, y la actitud que mitiga este poder, reconstruyendo la complejidad de las relaciones en las que los media actúan»[33]. Polémica en la que se oscila entre posturas apocalípticas y negativas respecto al poder de los medios, diferencias que surgen de marcos teóricos y perspectivas empíricas distintas de investigación: tal como se destaca en el citado texto citando a Merton, mientras la perspectiva crítica, de raíz típicamente europea, «trata de problemas importantes de una manera empíricamente discutible, la investigación administrativa (de origen americano) trata de argumentos a menudo más triviales, pero de manera empíricamente correcta»[34].

     Simplificando la polémica al extremo por razones de espacio, a la idea conductista causa-efecto de un poder casi omnipotente de los medios, que se expresa en la llamada teoría de la aguja hipodérmica, por sobrecompensación se le oponen dudas acerca de si producen consecuencias, luego se relativizan éstas en lo que se conoce como efectos limitados -paradigma según el cual su único efecto es producir en el individuo consecuencias reducidas o reforzar preexistentes-, para actualmente retornarse al reconocimiento de su importante influencia pero de manera diferente a la de los inicios. 

     Ya en la década de los cincuenta Katz y Lazarsfeld señalaban, frente a la idea de efectos limitados, que los impactos de los medios «son menos evidentes pero probablemente más consistentes», preanunciando lo que se destacará dos y tres décadas despúes, «las tesis de influencias fuertes y duraderas en el tiempo». Se acrecienta la idea, expresada contundentemente por Sartori, de que con el desarrollo de la sociedad de la información el Homo Sapiens cede inexorablemente el sitio al «hombre vidente», por lo se ha «llevado al primer plano la atención hacia la influencia que los media tienen sobre nuestros conocimientos y sobre la construcción de las imágenes de la realidad», considerándolos «muy influyentes, en el sentido de generar efectos de tipo cognitivo, es decir, relativos a las imágenes de realidad y al conocimiento (Wissen) que difunden, construyen o establecen en el tiempo»[35].

     Para no alargar demasiado el señalamiento de planteos al respecto veamos sólo dos, diferentes pero como variaciones de una misma idea acerca de tal influencia. La primera es la conocida como agenda-setting: «Como consecuencia de la acción de los periódicos, de la televisión y de los demás medios de información, el público es consciente o ignora, presta atención o descuida, enfatiza o pasa por alto, elementos específicos de los escenarios públicos. La gente tiende a incluir o excluir de sus propios conocimientos lo que los media incluyen o excluyen de su propio contenido. El público además tiende a asignar a lo que incluye una importancia que refleja el énfasis atribuido por los mass media a los acontecimientos, a los problemas, a las personas». De esta manera «los media, al describir y precisar la realidad externa, presentan al público una lista de todo aquello en torno a lo que hay que tener una opinión y discutir […] El presupuesto fundamental de la agenda-setting es que la comprensión que tiene la gente de gran parte de la realidad social es modificada por los media»[36].

     A su vez la teoría del cultivo «atribuye al medio televisivo (en particular a los géneros de ficción) la función de agente de socialización, de constructor principal de imágenes y representaciones mentales de la realidad social; este modelo no refleja lo que cada individuo disfruta en televisión sino lo que amplias comunidades absorben durante largos períodos de tiempo». Y explica: «Cuantas más horas alguien se sumerge en el mundo de la televisión, más absorbe concepciones de la realidad social coincidentes con las representaciones televisivas de la misma. Los ’grandes’ consumidores de la televisión absorben la que Gerbner define como ’televisión answers’,es decir imágenes de la realidad social más congruentes con los contenidos televisivos que con las tendencias reales efectivamente presentes en la sociedad», todo lo cual «cultiva imágenes de la realidad y sedimenta sistemas de creencias. representaciones mentales y actitudes»[37].

     En suma una ideología y una guía global de vida más fuerte y coherente que la familiar, aunque debe recordarse que las más de las veces las familias, también consumidoras de TV, transmiten visiones coincidentes con esta o con contradicciones parciales pero no antagónicas.

    El principio de “realidad” de nuestro tiempo

     El modelo neoliberal y sus premisas y valores hoy predominantes en gran parte del mundo constituyen, no podía ser una excepción, el principio de “realidad” que los medios difunden de manera absolutamente dominante con el objetivo de asegurar y/o mantener su predominio a través de formar sujetos congruentes con él[38]. Como ocurre siempre, no sólo se difunden de manera positiva las supuestas ventajas para todos de este modelo y las desventajas de otras alternativas en mensajes manifiestos, sino también, y sobre todo, a través de expresiones que le son favorables en contenidos supuestamente apolíticos.

     Si ya hace bastante tiempo, cuando estaba vigente el modelo capitalista de bienestar o populista pero no neoliberal, se presentaba la imagen del mundo como un mercado de mercancías, hoy esto se lleva a un nivel antes nunca alcanzado; máxime cuando este mismo modelo ha producido un retiro del Estado del control de los medios electrónicos y la absoluta posesión de estos por parte de, en general, pocos grupos nacionales o transnacionales que difunden sólo diferentes variantes de un contenido similar y poco o nada plural. Ideología basada fundamentalmente en tres premisas o, según Sánchez Ruiz, mitos: la libertad individual debe prevalecer sobre los intereses sociales o colectivos; el valor supremo del mercado, cuya dinámica llevará a un nivel social, político y económico superior; y el Estado como estorbo a los dos puntos anteriores[39]. Estrategia donde «desde los ochenta la información y la comunicación se han convertido en espacios de punta del nuevo modelo económico», porque «el espacio político y tecnológico de la comunicación se ha vuelto decisivo en el diseño y reorganización de la economía y la sociedad»[40]

     ¿Cómo se transmiten estos mensajes para convertirlos en el principio de “realidad” al que se ajusten y formen los sujetos? En primer lugar, como ya es conocido para este modelo y lo ha sido antes para otros, a través de la mencionada homogeneización de contenidos, donde lo diferente u opuesto es negado, marginado y/o combatido[41]. Pero también, y esencialmente, mostrando formas de vida y de acción que resulten modelos, provoquen deseo de imitación y de identificación, se vean como correspondientes a la «modernidad» y dinámica de nuestro tiempo, etc. Al respecto los anuncios y campañas publicitarias son, a través del tiempo, clara expresión de estos sentidos y fiel reflejo del «espíritu» de una época[42].

     El estudio de esta problemática excede las posibilidades de este artículo, aunque es de reconocer tanto su importancia como la poca cantidad de trabajos e investigacionnes concretas que sobre esto realizan hoy los comunicólogos, la mayoría de ellos (con valiosas excepciones) abocados a temáticas más «a la moda» y con cierto rechazo a las posturas críticas de años pasados, o bien no saliendo de especulaciones y juegos teóricos genéricos y abstractos que poco o nunca aterrizan.

     Veamos sólo dos menciones sobre lo señalado. En uno de ellos, y desde un punto de vista teórico pero con base en una investigación realizada en la Universidad Iberoamericana, se destaca como en los últimos años de la televisión mexicana «se aprecia una gradual pero firme neoliberalización de los valores transmitidos a la audiencia»[43]. De acuerdo al mismo se observan valores tales como «todo se vale», «la astucia debe suplir la experiencia», «lo económico es siempre lo prioritario», «el fin justifica los medios», «al enemigo siempre hay que aniquilarlo», «la astucia y la audacia son esenciales para triunfar», etc., los que se consideran como adecuados para «coexistir en un mundo en proceso de privatización y globalización».

     Un claro ejemplo de esto se describe sobre un programa de la TV de Brasil, que su autor considera «que opera socialmente como una enorme y eficiente escuela de formación a favor de la sociedad de consumo y su lógica competitiva», porque «su estructura central de valores se basa en la promoción del individualismo; para que un participante gane otro debe perder o ser excluido por las destrezas, la astucia, las trampas, la fuerza o la suerte. Cada programa es una acción pedagógica que justifica y legitima la exclusión social en función de las cualidades o deficiencias individuales, ignorando con obvia intencionalidad las relaciones sociales de fuerza que condicionan las realizaciones o fracasos personales»[44] .

     A ello sin duda se le puede agregar múltiples ejemplos más que muestran como la actual TV -hoy más que nunca privatizada y en manos como la de Berlusconi en Italia, convertido en el principal instrumento de difusión de nuestra época-, construyen el (¿nuestro?) principio de “realidad” y lo que ello implica para la subjetividad de quien no casualmente siempre ha sido llamado sujeto, es decir alguien sujetado. Aunque casi nunca se dice a quién o quienes, por qué y para qué.

    SUPERYO: RETOMANDO EL PAPEL DE LOS PADRES

     Luego de todo lo visto anteriormente puede resultar tal innecesario mostrar la importancia de los medios en la transmisión de los valores de cada marco cultural concreto. Sin embargo no puede soslayarse hacerlo ya que, como es sabido, el psicoanálisis plantea la participación sustancial del marco familiar en la formación de la instancia delsuperyo, con centro en el complejo de Edipo: «Así, como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación del yo, que constituye en el establecimiento de estas dos identificaciones, unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyo […] El ideal del yo es, por lo tanto, la herencia del complejo de Edipo y, así, expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del ello […] Lo que en la vida anímica individual ha pertenecido a lo más profundo, deviene, por la formación del ideal, lo más elevado del alma humana en el sentido de nuestra escala de valoración«[45].

     Sin embargo otros seguidores de la teoría analítica han planteado modificaciones, siendo las más importantes para esta problemática las que indican que su aparición es cronológicamente anterior a las que señala Freud, así como reforzando la participación de otros factores -autoridades, maestros, etc.- en su génesis, aspecto que ya incluía Freud para etapas posteriores: «El el posterior circuito del desarrollo, maestros y autoridades fueron retomando el papel del padre; sus mandatos y prohibiciones han permanecido vigentes en el ideal del yo y ahora ejercen, como conciencia moral, la censura moral»[46].

     Al igual que lo formulado respecto a los procesos de identificaciones y de construcción del principio de realidad, por supuesto tampoco respecto al superyo puede negarse el aporte sustantivo de la familia en nuestro presente, pero igualmente sería equivocado negar la incidencia de otras instituciones, la de los medios en particular por el peso señalado en las páginas anteriores.

     Es incuestionable, y poco puede agregarse a todo lo ya estudiado e investigado al respecto, que en prácticamente todos los contenidos de los medios aparece una constante escala de valores señalativas de lo que los receptores deben y no deben hacer. Una persona triunfante y aceptada será aquella que cumpla con lo que la moral indica, hace lo que se plantea que es «bueno» y no hace lo que se muestra como «malo». Los personajes de los medios que deben ser imitados son modelos por sus perfecciones o porque reconocieron los errores cometidos. «En nuestra sociedad -señala un estudioso que comprende el fenómeno pero no del todo su sentido- se nos enseña que hay ciertas cosas que podemos hacer y otras que no podemos hacer; de este modo se nos introduce a los valores y a las normas. El proceso de socialización, que es continuo y se ubica en las personas y las instituciones, y puede no sólo ser deliberado sino además inadvertido, consiste en parte en la internalización de múltiples ’haz esto’ y ’no hagas de aquello’, de ’bien’ y de ’mal’, de ’verdadero’ y ’falso’, propios de la sociedad de que se trate. Ni el contenido ni los métodos de socialización son inmunes a la influencia de los medios de comunicación de masas […] Los medios de masas, se puede admitir, constituyen sólo un proceso, pero sería muy sorprendente, en verdad, si no desempeñaran un cierto papel en la modelación de nuestras actitudes respecto de la vida, de nosotros mismos y de los demás»[47].

     Por supuesto mucho más podría decirse, con infinidad de ejemplos, sobre este papel de los medios, pero la idea central está resumida en lo señalado.

    SEGUIRÁ EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO…

     En todo lo aquí planteado puede verse una primera parte del problema. Pero falta una segunda enunciada en el comienzo: las bases subjetivas en las que se apoya el indiscutible éxito de los medios para el logro de sus indicados objetivos, el “control social”[48], etc., lo que se verá en un próximo artículo.

     

    Notas

    [1] ARREDONDO RAMÍREZ, P., «Presentación», en SÁNCHEZ RUIZ, Enrique (comp), Teleadicción infantil: ¿mito o realidad?, Universidad de Guadalajara, 1989, p.7.

    [2] GUINSBERG, E., Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formación psicosocial, 2ª ed., Pangea/UAM-Xochimilco, 1988; 3ª ed. (aumentada), Plaza y Valdés, a aparecer en 2004. Y también en los artículos «Recuperar el estudio del receptor. Dialéctica subjetivo-social en los medios masivos», en Telos, revista de FUNDESCO (Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las Comunicaciones), Madrid, Nº 25, 1991; «¿En la búsqueda de nuevos paradigmas para el estudio de la comunicación?», en Comunicación y Sociedad, revista del CEIC (Centro de Estudios de la Información y la Comunicación) de la Universidad de Guadalajara, Nº 10-11, 1990-91, etc.

    [3] WRIGHT MILLS, C., La elite del poder, Fondo de Cultura Económica, México, 1957.

    [4] GUINSBERG, E., «La relación hombre-cultura: eje del psicoanálisis», revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 1, 1991, reproducido en el Apéndice de la 2ª ed. de Normalidad, conflicto psíquico, control social, Plaza y Valdés, México, 1996. Puede verse también en el sitio web de la citada revista: www.plazayvaldes.com/syc

    [5] Todos estos aspectos, incluyendo los del siguiente párrafo, se encuentran desarrollados en los trabajos citados en nota 2.  

    [6] MARCUSE, Herbert, «La doctrina de los instintos y la libertad», en el libro de Varios Autores, Freud y la actualidad, Barral Editores, Barcelona, 1971, p. 538.

    [7] MARCUSE, H., Eros y civilización. Una investigación filosófica sobre Freud, Editorial Joaquín Mortíz, México, 10ª reimpresión, 1986, p. 109.

    [8]  SCHNEIDER, Michael, Neurosis y lucha de clases, Siglo XXI, Madrid, 2ª ed, 1979, p. 372.

    [9] GIL OLIVO, Ramón, «Televisión y cultura en dos comunidades purépechas», en REBEIL CORELLA, María, y MONTOYA MARTÍN DEL CAMPO, Alberto, Televisión y Desnacionalización, Universidad de Colima/Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, Colima, 1987, p. 29.

    [10] ERAUSQUIN, M.Alfonso; MATILLA, Luis; VÁZQUEZ, Miguel, Los teleniños, Fontamara, México, 1984, p. 23, 44 y 176.

    [11] SOIFER, Raquel, El niño y la televisión, Kapeluz, Buenos Aires, 1981, p. 14 y 43. Desde una perspectiva psicoanalítica crítica, y aunque sin hacer referencia específica a los medios, otro autor reconoce que «la vida institucional de los niños comienza cada vez más temprano por una parte, y nunca hubo dispositivos sociales de atención a los chicos como en nuestra época» (GALENDE, Emiliano, Psicoanálisis y salud mental, Paidós, Buenos Aires, 1990, p. 49).

    [12] MOFFAT, Alfredo, en MULEIRO, Víctor, «Indicadores de la destrucción familiar. Entrevista a Alfredo Moffat», revista Crisis, Buenos Aires, Nº 57, 1988, p. 88.

    [13] Sobre Bradbury y su perspectiva crítica véase mi ensayo «El malestar cultural en la ¿ciencia ficción? de Ray Bradbury», revista Tramas, UAM-Xochimilco, México, Nº 7, 1995.

    [14] MATTELART, Armand, Multinacionales y sistemas de comunicación, Siglo XXI, México, 1977, p. 216. 

    [15] ALFONSO, ERAUSQUIN, MATILLA Y VÁZQUEZ,ob.cit., p. 23.

    [16] LAPLANCHE, Jean, PONTALIS, Jean-Bertrand, Diccionario de Psicoanálisis, Editorial Labor, Barcelona, 1971, p. 191.

    [17] FREUD, S., «El yo y el ello», en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, T.XIX, p. 33.

    [18] MALETZKE, Gerhard, Sicología de la comunicación social, Editorial Epoca, edición de CIESPAL, Quito, 4ª ed., 1976, p. 169.

    [19] DORFMAN, Ariel, y MATTELART, Armand, Para leer al Pato Donald, Ediciones Universitarias de Valparaíso, sin fecha de edición, p. 21 (hay edición en Siglo XXI, México).

    [20] FRIEDMAN, Georges, «La televisión vivida», en Los efectos de las comunicaciones de masa, Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1969, p. 84. El autor era director de la prestigiada revista  Communicatios, editada por el Centro de Estudios de Comunicaciones de Masas de París.

    [21] VERON, Eliseo, Construir el acontecimiento, Gedisa, Buenos Aires, 1983, p. II.

    [22] WATZLAWICK, Paul, ¿Es real la realidad?, Herder, Barcelona, 1981, p. 7

    [23] DOELKER, Christian, La realidad manipulada, Gustavo Gili, Barcelona, 1982, p. 117.

    [24] ERAUSQUIN M. et al, ob.cit., p.13

    [25] SANCHEZ RUIZ, Enrique (comp), «Introducción» al libro Teleadicción infantil: ¿mito o realidad?, ob.cit., p.9.

    [26] MARTIN SERRANO, Manuel, La producción social de comunicación, Alianza Universidad Textos, Madrid, 1986, p. 38.

    [27] THOMPSON, John B, «La comunicación masiva y la cultura moderna. Contribución a una teoría crítica de la ideología», en Versión, revista de la UAM-Xochimilco, México, Nº 1, 1991, p. 43.

    [28] SANCHEZ RUIZ, Enrique, «Televisión, socialización y educación informal en Guadalajara», en REBEIL CORELLA y MONTOYA MARTIN DEL CAMPO, Televisión y Desnacionalización, ob.cit. p.117-120 Pero, y sobre esto ya se ha escrito mucho por su importancia y consecuencias, el estudio del impacto de los medios en la construcción de la realidad no se hace sólo por los cambios que esto produce respecto a épocas anteriores, sino fundamentalmente porque tal hecho posibilita que lo que se presenta no sea sino una determinada realidad adecuada a las necesidades e intereses de los sectores del poder o de los propietarios de los medios.

    [29] MATTELART, M.y A., El carnaval de las imágenes, Akal, Madrid, 1989, p. 79.

    [30] GUATTARI, Felix, «La era post-mediática», entrevista de OLIVIER, Florence, en La Jornada Semanal, México, Nº 176, 25 de octubre de 1992, p.18.

    [31] TUCHMAN, G., La producción de la noticia. Estudio sobre la construcción de la realidad, Gustavo Gili, México, sin fecha de edición (la inglesa es de 1978, y la española de 1983), p. 194. Sobre la construcción de la realidad en general véase BERGER, Peter, y LUCKMANN, Thomas, La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires, 8ª ed. 1986.

    [32] PATIÑO, Antón, «El principio de instantaneidad», en Telos, revista de FUNDESCO, Madrid, Nº 36, 1993-94, p. 59, subrayado mío. 

    [33] WOLF, Mauro, Los efectos sociales de los media, Paidós, Barcelona, 1994, p. 9.

    [34] WOLF, M., ob.cit., p.11. Lamentablemente este autor no incluye en su trabajo al muy importante campo de investigación latinoamericano de la comunicación, en general mucho más cercano a una perspectiva crítica. 

    [35] WOLF, M, ob.cit., p.44, 59 y 55, subrayado mío.

    [36] SHAW, E., citado por WOLF, Mauro, La investigación de la comunicación de masas. Crítica y perspectivas, Paidós, Barcelona, 1987, p. 163.

    [37] WOLF, M., ob.cit., p.97, subrayado final mío. Este mismo autor cita más adelante el análisis de Hawkins y Pingree (1983), donde se resalta el fundamental peso de esta influencia en la infancia: «Sobre la base de las teorías del desarrollo cognitivo, se admiten por hipótesis influencias significativas de la TV en los niños pequeños, en tanto el razonamiento de tipo operativo concreto puede ser más rígido y dogmático que el razonamiento de tipo formal operativo. Los niños que presentan justo este tipo de razonamiento son así más vulnerables a los mensajes televisivos ya que terminarán aceptando y generalizando los mensajes dominantes, ignorando aquellos pocos mensajes que se aparten de los estereotipos» (p.116).

    [38] Respecto al modelo neoliberal de subjetividad véanse mis artículos «El psicoanálisis y el malestar en la cultura neoliberal», en revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 3, 1994; «Psico(pato)logía del sujeto en el neoliberalismo», en Tramas, UAM-Xochimilco, México, No.6, 1994; «La personalidad neurótica denuestro tiempo neoliberal», en el libroCaleidoscopio de subjetividades, UAM-Xochimilco, México, l993; y «La angustia del sujeto neoliberal», en revista Memoria, Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, México, Nº 77, 1995, y sobre todo el libro La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valdés, México, 1ª ed. 2001, 2ª ed. en proceso, 2004. El primero de tales artículos también puede verse en la 2ª ed. del libro Normalidad, conflicto psíquico, control social, y en el sitio web indicado en la nota 4.

    [39] SANCHEZ RUIZ, Enrique, «La investigación de la comunicación en tiempos neoliberales», en Revista Mexicana de Comunicación, México, Nº 27, febrero de 1993, p. 38.

    [40] MARTIN-BARBERO, Jesús, «La comunicación, centro de la modernidad. Una peculiar relación en América Latina», en Telos, revista de FUNDESCO, Madrid, Nº 31, 1993-94, p.40.

    [41] Como es frecuente, en la literatura se encuentran visiones muy gráficas sobre la realidad. Una de ellas la ofrece Milan Kundera en su novela La inmortalidad (Tusquets Editores, México, 1990): «Le doy vueltas al botón hasta llegar a la emisora más cercana, porque quiero provocar, en el sueño que se aproxima, imágenes más interesantes. En la emisora vecina una mujer anuncia que el día será caluroso, pesado, con tormentas, y yo me alegro que tengamos en Francia tantas emisoras de radio y de que en todas se diga, exactamente en el mismo momento, lo mismo acerca de lo mismo. La unión armónica de la uniformidad y la libertad,¿puede desear algo mejor la humanidad? (p.14). Y con la misma ironía escribe más adelante: «La emisora de radio que escucho pertenece al Estado, por eso no hay anuncios y entre noticia y noticia ponen las últimas canciones de éxito. La emisora de al lado es privada, así que la música es reemplazada por los anuncios, pero éstos se parecen a las canciones hasta tal punto que nunca sé que emisora estoy oyendo» (p.111).

    [42]  GUINSBERG, Enrique, Publicidad: manipulación para la reproducción, Plaza y Valdés/UAM-Xochimilco, México, 1987.

    [43] OROZCO GOMEZ, Guillermo, «La neoliberalización del mensaje televisivo», en Revista Mexicana de Comunicación, México, Nº 33, 1994, p.50. En una perspectiva más general sobre el papel de los medios en este proceso, véanse los múltiples artículos de ESTEINOU, Javier, en diferentes publicaciones; entre ellos «La cultura y la comunicación nacionales ante el libre mercado», en el libro Cultura, Medios de Comunicación y Libre Comercio, Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC), México, 1993.

    [44] DE TARSO RICCORDI, Paulo, «Los mensajes ocultos de Silvio Santos», en Chasqui, revista de CIESPAL, Quito, Nº 42, 1992, p. 53.

    [45] FREUD,S., «El yo y el ello», en ob.cit.,Tomo XIX, p. 35, 37 y 38, subrayados cursivas míos.

    [46] Idem, p. 38.

    [47] HALLORAN, J.D., «Examen de los efectos de comunicación de masas con especial referencia a la televisión», en Varios Autores, Los efectos de las comunicaciones de masas, Jorge Alvarez Editor, Buenos Aires, 1969, p. 29.

    [48] Sobre esto puede verse GUINSBERG, E., MATRAJT, M. y CAMPUZANO, M., “Subjetividad y control social: un tema central de hoy y siempre”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 16, 20

  • Consideraciones posmodernas sobre el “Fort Da”

    Consideraciones posmodernas sobre el “Fort Da”

     Julio Ortega Bobadilla

    (Trabajo presentado en el XLII Congreso Nacional de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Veracruz 2003.).

    Hace poco tiempo, encontré en los pasillos de la Universidad Veracruzana, un filósofo académico de buena reputación y partidario del enfoque hermenéutico al estilo Gadamer, lanzando hacia sus colegas y amigos, un desafío curioso. Decía: “Yo no sé qué es dentro, ni qué es afuera”. Lanzaba con orgullo al aire sus palabras e intentaba que otros doctores en filosofía presentes, le siguieran el juego hacia una discusión interminable sobre el tema.

    También en la Facultad de Humanidades —por la no sé si mala adquirida costumbre de frecuentar a mis amigos filósofos—, fui interpelado por el profesor en cuestión: “A ver: ¿Qué nos puede decir el psicoanalista?”. Requerido de improviso, tomé el camino menos propio para un analista, no el uso de cierta filosofía cínica que me podría haber llevado a preguntarle desde cuándo sufría de estreñimiento, sino el de la cortesía. Le pregunté si acaso no soñaba. Su respuesta fue argumentativa, guiada por la razón y desdeñosa del campo de lo subjetivo, argumentando sobre la conveniencia de la desaparición de los falsos problemas en filosofía, y para ahorrarles el desarrollo de la discusión, confesaré que terminé por perderme en un sinnúmero de palabras acomodadas en el mejor estilo sofista.

    Sin embargo, la expresión de su punto de vista, me movió a reflexionar sobre algunos cambios en nuestra cultura contemporánea, que conducen a pensar en una tendencia al borramiento de los bordes psicológicos y el problema que representa no sólo para nuestra vida cotidiana, sino para el quehacer teórico de los psicoanalistas.

    Quiero ser manifiestamente demostrativo y presento a ustedes la obra de dos artistas plásticos contemporáneos, estetas de la pulsión de muerte y ¿por qué no? del horror, cuyas imágenes son verdaderamente fascinantes porque causan todo, menos indiferencia: Joel Peter Witkin y Günther Von Hagens, a quienes no los conocen, les sorprenderán estas imágenes que los criterios más conservadores han calificado de atentado al pudor y hasta pornografía.

    Pueden ver las imágenes en la Red, máximo reservorio del inconsciente, diríamos el verdadero inconsciente colectivo:

    Günther Von Hagens:

    http://www.plastination.com/ 

    Joel Peter Widkin: http://www.zonezero.com/exposiciones/fotografos/witkin/jpwdefault2.html

    Para Witkin, la fotografía representa el problema de cómo plasmar sombras. Concibe el encanto de su arte en la fijación de imágenes extrañas, lo propio de su enfoque estético es la absorción del instante, fijarlo a una imagen, que más que registrar, rememora lo misterioso e intraducible. Trabaja con seres humanos, pero tiene un gusto especial por retratar cuerpos sacados de la morgue. Le fascina hacer retratos “artísticos” de cadáveres, asiste a la disección forense y sigue el trabajo en la plancha, pide que se coloque a los restos humanos en distintas posiciones y les agrega un pescado, una flor, etc. Acciona su cámara mientras el cuerpo se va volviendo pedazos y capta una mano desgajada del cuerpo, una cabeza, unas manos. ¿Que más puede decirse de él? Es considerado genio, tiene gran reconocimiento internacional y sus obras se venden a precios altísimos. Una parte importante de su trabajo lo ha realizado en México aprovechando las facilidades en este país para disponer de cadáveres sin que nadie reclame nada.

    Von Hagens desarrolló en 1978 la técnica de la plastinación, dónde se reemplaza el agua del cuerpo y los lípidos, por polímeros que van, además de conservar el cuerpo, a darle una consistencia lábil que permite tratarlo como un muñeco flexible. Parte de su obra, se puede observar en la exposición «Mundos Corporales» que muestra con gran éxito internacional, a los visitantes: el cuerpo de un hombre que juega ajedrez, otro cuerpo fantasmal que cabalga sobre un caballo que es sólo músculos, etc. Ha recibido fuertes críticas de la iglesia católica frente a las que declara que su trabajo se realiza con voluntarios y respetando su dignidad desde todos los ángulos. La técnica es un gran aporte a la docencia médica, pero Von Hagens declara que ni él sabe en que punto ha pasado de la ciencia al arte, rompiendo el mito de la intangibilidad de la muerte y los cadáveres. Recientemente en Inglaterra originó un escándalo por vender los derechos de una autopsia a cierta cadena de medios que hizo pública la primera disección live, a miles de televidentes que rompieron récords de audiencia.

    Estas dos concepciones artísticas se basan en el mo (n) stramiento de las entrañas más oscuras del hombre, no son imágenes exactamente bellas pero ejercen la fascinación de situar al espectador ante lo prohibido y lo siniestro, en términos freudianos: “lo unheimlich”. Son imágenes que sólo pueden calificarse de posfreudianas y posmodernas, tienen por común denominador la confusión entre pasado, presente y porvenir, además de la ruptura de los límites entre sueño y realidad. Es como si nuestras pesadillas se desplegaran sobre el mundo. Una estética así, desafía la lógica cotidiana: los límites de lo posible y lo imaginado se borran. Dentro y fuera, vida y muerte se plegarán en un rizo, para formar una dialéctica antes no imaginada. Obras como ésta son una campanada de las nuevas tendencias estéticas y nos hacen preguntarnos ¿cuál será el imprevisible rumbo del arte futuro? Sobre todo, nos pica como avispa la pregunta: ¿Cómo llegamos a esto?

    Freud en la segunda parte de “Más allá del principio de placer”, nos hace transparente un enigmático juego que repetía, una y otra vez, su nietecito de año y medio. Tras una observación detenida del chico que, no presenta un “precoz desarrollo intelectual”, da cuenta de un juego:

     El excelente chiquillo mostraba tan sólo la perturbadora costumbre de arrojar lejos de sí, a un rincón del cuarto, bajo una cama o en sitios análogos, todos aquellos pequeños objetos de que podía apoderarse, de manera que el hallazgo de sus juguetes no resultaba a veces nada fácil. Mientras ejecutaba el manejo descrito solía producir, con expresión interesada y satisfecha, un agudo y largo sonido, o-o-o-o, que, a juicio de la madre y mío, no correspondía a una interjección, sino que significaba fuera (fort). Observé, por último, que todo aquello era un juego inventado por el niño y que éste no utilizaba sus juguetes más que para jugar con ellos a estar fuera.

    Más tarde presencié algo que confirmó mi suposición. El niño tenía un carrete de madera atado a una cuerdecita, y no se le ocurrió jamás llevarlo arrastrando por el suelo, esto es, jugar al coche, sino que, teniéndolo sujeto por el extremo de la cuerda, lo arrojaba con gran habilidad por encima de la barandilla de su cuna, forrada de tela, haciéndolo desaparecer detrás de la misma. Lanzaba entonces su significativo o-o-o-o, y tiraba luego de la cuerda hasta sacar el carrete de la cuna, saludando su reaparición con un alegre «aquí». Este era, pues, el juego completo: desaparición y reaparición, juego del cual no se llevaba casi nunca a cabo más que la primera parte, la cual era incansablemente repetida por sí sola, a pesar de que el mayor placer estaba indudablemente ligado al segundo acto.

    La interpretación de Freud del juego —además de la valoración de su nietecito como un niño excelente— da como resultado una serie complicada de ideas que nos informan del intrincado manejo simbólico y del espinoso proceso de pensamiento que tiene lugar en un pequeño de corta edad. El carretel representa primerísimamente a la madre y lo que se repite es el juego de su partida a placer por el niño, lo que resulta en: 1) Obtener una satisfacción narcisística: “Yo manejo a mi madre”; 2) Conseguir una posposición y renuncia de la satisfacción instintiva que tiene como resultado que el pequeño aprenda a esperar y posponer a través de la realización imaginaria de su deseo; 3) Realizar una exteriorización de la pulsión de muerte y agresividad ante el objeto amado, que es torturado, en compensación de la realidad angustiosa vivida por el pequeño, quien depende totalmente de los dioses que constituyen sus figuras paternas; y por último, que no al último 4) La anticipación del regreso de la madre constituye un ensayo de ilusión que se convierte en método para paliar futuras frustraciones. Así, el carretel, la sonaja arrojada fuera de la cuna, el chupón aventado, se convierten en el primer juguete que figura la extensión de la realidad simbólica y corporal del niño: Símbolo y cuerpo en este pequeño juego, se suponen el uno al otro, remitiéndonos al hecho de que cuerpo, no sólo involucra la anatomía orgánica.

    En este sentido, nos parecen equívocas las tesis de Didier Anzieu (1994) expresadas en su libro El Yo-Piel. Según este autor, el Yo se constituiría primariamente a partir de la experiencia de superficie del cuerpo y la función de la piel establecería un límite a la noción de Yo. Leamos directamente de su obra estos planteos:

    La instauración del Yo-piel responde a la necesidad de una envoltura narcisística y asegura al aparato psíquico la certeza y constancia de un bienestar básico. Correlativamente el aparato psíquico puede intentar las catexias sádicas y libidinales de los objetos (…) [Anzieu, P. 50].

    Y más adelante:

    Con el término de Yo-piel designo una figuración de que el niño se sirve, en las fases precoces de su desarrollo, para representarse a sí mismo como YO que contiene los contenidos psíquicos a partir de su experiencia de superficie de cuerpo. Esto corresponde al momento en el que el Yo psíquico se diferencia del Yo corporal en el plano operativo y permanece confundido con él en el plano figurativo. [Anzieu, P. 51].

    Pensamos completamente diferente, el Yo, cómo podemos ver en el ejemplo del carretel no se agota en la piel, sino que se prolonga en el mundo de los objetos. Más aún, el pequeño seudópodo que constituye el corazón del narcisismo no sólo se extiende con sus brazos en el mundo, sino que se nutre y es traspasado por él en una relación parecida a la expresada por objetos como la Botella de Klein.

    Usando de manera aguda los conceptos psicoanalíticos, Lyotard (1990) ha entrevisto la verdadera naturaleza de nuestro “cuerpo libidinal”, un objeto que es totalmente contrario a un armazón, porque es abierto y extendido en su única cara sin reverso, una cara que nada oculta y hecha de:

     (…) las texturas más heterogéneas: huesos, epitelios, hojas en blanco, tonadas que hacen vibrar, aceros, cristalerías, pueblos, hierbas, telas para pintar. Todas esas zonas se empalman en una banda sin dorso, banda de Moebius, que no interesa porque está cerrada, sino por tener una sola cara, piel moebiana que no fuera lisa (…) por el contrario, que estuviera cubierta de asperezas, recovecos, pliegues, cavernas que lo serán en la primera vuelta, pero que en la segunda serán quizá protuberancias. Pero nadie sabe ni sabrá en cuál vuelta estamos: en la vuelta eterna.

      [Lyotard, P. 10].

    Dos mitos atrajeron la atención de Freud centralmente: Edipo y Narciso. Anzieu utiliza como ejemplo paradigmático de sus tesis el mito de Marsias, quien poseedor de la flauta mágica de Atenea toca una música celestial que le compara a los dioses y le empuja a la soberbia, en consecuencia, es retado por Apolo a una justa musical que tras largo rato pierde con el dios, quien al resultar vencedor decide desollarlo y apoderarse de su piel, y/o fragmentos de su cuerpo. Lo interpreta según un desarrollo trágico que entendemos así: la envoltura musical será causa de envidia para los dioses. Apolo quiere poner las cosas en su lugar justo y le reta. Su propósito central es quitarle no la música sino la envoltura piel. Conserva al final la piel tras del desollamiento y su preservación se convierte en motivo de una vuelta a la armonía, el mantenimiento de la fecundidad y la prosperidad del país. La piel vuelve a su lugar de origen, el mundo de la naturaleza ligado a los dioses.

    Objetamos, la fantasía de una piel común que caracteriza las variantes del mito de Marsias y para el cual Anzieu toma en cuenta los estudios de Frazer no es sólo una fantasía, vivimos en/de la piel del Otro, la noción del Yo está inextricablemente ligada a la del Otro. La obligación de los sacerdotes aztecas de usar durante algún tiempo sobre su cuerpo, la piel de sus víctimas desolladas, expresa no sólo una fantasía optativa sino un riguroso pensamiento cósmico en el que la noción de prolongación en el otro es sólo una fracción de la convicción de pertenencia a la Naturaleza: hecho profundamente simbólico.

    Aproximaciones como la de Anzieu, en nombre del regreso a una supuesta esencia corpórea, reducen el psicoanálisis a una biología, cuando precisamente el propósito de la teoría freudiana es constituir una refutación al determinismo biológico: el psicoanálisis no es una teoría sobre los instintos, pues el ÀNÁgje [necesidad], sólo constituye un Diktat [orden] ciego. La realidad humana refiere —más bien— al registro e interjuego de lo simbólico y a un orden que no puede caracterizarse sino de específicamente humano.

     No pensamos que pueda concebirse en el hombre ninguna etapa pre-simbólica referida a lo corporal. Yo y Otro, dentro y fuera son procesos que no son perfilados a través de sensaciones propioceptivas o exterioceptivas, son consecuencia de una refinada actividad simbólica. El problema que recorre el libro de Anzieu es clavar al lector en imágenes que demuestran sus tesis, olvida que la imagen no es sino representación en los mitos. Siguiendo a Barthes y a Lacan, opinamos que esa comunicación se basa en una naturaleza lingüística que llama a una significación, lo simbólico prevalece sobre la imagen, no existe ningún preludio corporal que anteceda al orden humano. La anticipación misma de lo que será el cuerpo sucede a través de un proceso simbólico profundo que nos mostró Lacan (1980) en su artículo sobre el Estadio del Espejo, allí nos indica irreversiblemente a los analistas que el cuerpo es una construcción surgida en relación con el Otro.

    A medida que el niño crece, va a incrementar su arsenal de objetos a manipular, que cumplen básicamente la misma función: manejo de sus ansiedades internas primarias y realización optativa de sus deseos. Éste es uno de los objetivos principales del juego en el niño y todo analista que haya explorado la clínica infantil lo sabe, pero hay un corolario más, en estas acciones el niño va demarcando fronteras entre lo propio y lo extraño, lo que corresponde a su Yo y lo que toca a los otros.

    En el artículo de 1925 conocido como La Negación, Freud nos hacía notar que el Yo se constituye primariamente por un proceso de exclusión e inclusión. El yo primitivo, regido por el principio del placer, se introyecta todo lo bueno y expulsa de sí todo lo malo. Pero también en base a esa lógica binaria placer — displacer, procede a juzgar la existencia real de los objetos en el mundo, tomando como base no la percepción simple, sino la posibilidad de que las bondades del objeto en el mundo lo hagan pasible de ser introyectado, empezando a conformarse en esta tesitura los bordes de lo real y lo imaginario, lo exterior y lo interior. Si algo es acogido en el Yo se constituye como representación y sirve de base para su reencuentro en la realidad. Si algo no existe en el Yo, entonces no será buscado en el exterior. El planteo freudiano es completamente radical: No existe antítesis entre lo objetivo y lo subjetivo en un principio, más aún: sujeto y objeto se confunden en las primeras aproximaciones de comprensión al mundo. La más inmediata finalidad del examen de la realidad no es, hallar en la percepción real un objeto, sino reencontrarlo y compararlo con la representación correspondiente primeramente introyectada, convencerse de que aún existe.

    Poco a poco, el principio de placer va cediendo su lugar a otras consideraciones. La experiencia le enseña al niño que cualquier cosa de la realidad puede ser utilizada —independientemente de su cualidad inmediata como buena o mala— para obtener un dominio del mundo que asegura poder sobre su entorno. No sólo eso, el manejo del lenguaje constituye la construcción misma de las cosas del mundo. Derrida en su libro De la gramatología (1998) va más lejos, y enfatiza esta situación, poniendo el acento en la imposibilidad de separar el lenguaje hablado del escrito y la importancia de éste último, para enladrillar el edificio científico que opera en los fenómenos, nos ofrece como ejemplo, la obra de Husserl (1990) El origen de la geometría, dónde éste refiere cómo el lenguaje matemático es la condición de posibilidad de ciertos objetos ideales y, por tanto, de la mismísima objetividad científica.

    La comprensión de este modelo nos lleva a una noción epistémica antipositiva: la realidad no es restituida al hombre puntualmente por sus sentidos. Esta concepción la había empezado a desarrollar Freud a finales del siglo pasado, aún antes de inventar el psicoanálisis. Es la base de las ideas que expresa en su Proyecto de una Psicología para Neurólogos (1897). Dicho en términos kantianos, nuestra relación con la realidad se establece, a través de la aplicación de juicios a priori, que nos proporcionan la base sobre la cual podemos interpretar el mundo a través de una ficción que es inevitable y a su vez, necesaria.

    Lacan, en su seminario sobre la Ética, hace una cuidadosa lectura del Proyecto. Allí distingue entre Realität y Wirklichkeit: La primera es la realidad Psíquica y específicamente humana, esa que engendra la imaginación y la creatividad, la fantasía y la verdad; la segunda es la realidad concreta, mecánica y a la vez impenetrable, el dominio del noúmeno.

    Para reforzar y aclarar estas ideas, podríamos quizá, releer a Jacques Monod (1986), premio Nóbel en Fisiología y Medicina, quien nos ha hecho patente en sus investigaciones, que dados los adelantos de la Neurofisiología y de la Psicología experimental, es evidente que el sistema nervioso central no puede y sin duda no debe, expedir a la conciencia más que una información codificada, transpuesta, encuadrada en normas preestablecidas que tienen como función protegernos del mundo que nos rodea.

    La realidad es una construcción de sentido, un sistema de signos que se elabora primeramente en lo subjetivo. El mérito de Freud ha sido revitalizar el cuidado por el estudio del sujeto que había estado dormido desde Kant en el pensamiento teórico y que había sido relegado a la literatura, la pintura y todas las formas de expresión artística.

    Foucault (1999) en una entrevista con los japoneses Shimizu y Watanabe, tras de calificar a la filosofía como el lugar de una elección original y bordar sobre el dominio de las elecciones de Parménides, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant y Hegel, nos dice: “Freud no era filósofo y no tenía ninguna intención de serlo. Pero el hecho de que haya sacado a la luz las características de la neurosis y de la locura muestra que se trata de una elección original. Pensándolo bien, una elección como la llevada a cabo por Freud es bastante más importante para nuestra cultura que las elecciones filosóficas de sus contemporáneos, como Bergson y Husserl”. Siguiendo su razonamiento, agregamos a esa lista: Heidegger y Wittgenstein, también Kraft Ebing y Havelock Ellis. Ninguno de ellos ha pesado tanto en la cultura contemporánea como Freud. Liberación sexual, derrumbamiento de la estética victoriana, feminismo y neofeminismo, nuevas sexualidades, desplazamiento de la conciencia de clase por la autoconciencia, todos constituyen fenómenos colaterales echados a andar después del descubrimiento del psicoanálisis.

    Voy a formular dos preguntas que requieren ser respondidas para el desarrollo ulterior de nuestro trabajo:

    La primera: ¿En qué consiste la propuesta freudiana y cuál su mérito?

    Nuestra respuesta: Toma una noción indefinida nombrable como Inconsciente, que sólo fue atisbada como sospecha y noción poética, y le otorga precisión, convirtiéndola en el fundamento de una psicología que revela luces en el replanteo de la pregunta antropológica por el hombre.  Asimismo, delimita, especifica los contenidos y orígenes de esa entidad llamada Inconsciente y los medios por los cuales se manifiesta y pugna por expresión. También, diseña el dispositivo mediante el cual puede realizarse el máximo acercamiento a ese objeto de estudio. Una observación última sobre este acercamiento: la poesía vence en el estilo de Freud y desplaza sus conocimientos médicos hasta el punto de hacer imposible toda búsqueda de un referente corpóreo a su psicología.

    La segunda pregunta, que ya apuntamos hace un momento:

    ¿Cuáles son los efectos que produjo la difusión de los descubrimientos psicoanalíticos en la transformación subjetiva del hombre?

    La popularización de sus tesis deformadas ha invadido todo nuestro presente. Es difícil hoy, rastrear los orígenes de la filtración del psicoanálisis en nuestra cultura. Los primeros en acercarse a Freud no fueron los científicos, sino los artistas surrealistas. La lectura de “La Interpretación de los sueños” causó en ellos un impacto enorme que les llevó a desarrollar una teoría de la creación que traspuso la asociación libre al terreno de lo estético. Breton le llamó «el azar objetivo» y tuvo diversas manifestaciones: la escritura automática, los cadáveres exquisitos, y la elaborada pintura surrealista.

    Sería exagerado considerar todo el arte contemporáneo como producto de la lectura de Freud. El empuje hacia el miramiento por la subjetividad es también un producto histórico que tiene como circunstancias notables el siglo XVIII y la declaración de los derechos del hombre, empero, Freud se agregó a la corriente espiritual del individualismo burgués, con un aporte completamente fundamental. El creador del psicoanálisis estaba muy conciente de los cambios que llevaría a la sociedad su descubrimiento y se llegó a comparar, a sí mismo, con figuras históricas tan significativas como Copérnico y Darwin.

    La elección freudiana, como dice Foucault, devino una lección que consistió, en que, podíamos dar salida a nuestro demonio interno y vomitarlo en la realidad para liberarnos de él. Cómo toda lección mal entendida sirvió para pasar el examen y hoy sufrimos sus consecuencias que no dejan de ser gozosas: no sólo arte contemporáneo, sino una moda más libre, obsesión por el striptease corporal y emocional, invasión de terapias psi y self – help, creación y desarrollo de una publicidad loca que alude más al sueño que a la realidad, búsqueda sin freno de la autoconciencia. En suma: explosión del espacio privado que se había ensanchado después de la segunda guerra mundial y cambio en la moral cotidiana de la búsqueda de utilidad colectiva por el de la expresión individual simple, con la consecuencia de que se destruyen los ideales de la cultura generada por la Ilustración y el modernismo.

    Nuestra cultura posmoderna es descentrada y heteróclita, legitima la afirmación de la identidad conforme los valores de una sociedad personalizada en la que lo importante es ser uno mismo, en la que ya nada parece imponerse de modo imperativo y duradero, todas las opciones parecen cohabitar sin contradicción.

    La obra de Freud, constituyó una invitación abierta para exceder los límites de la razón y profesar el ejercicio de la imaginación en contra de las reglas hasta ese momento establecidas. El saldo de la asimilación de la realidad del Inconsciente, se vertió en la cultura imponiendo nuevas reglas, debemos —en más de una manera— a Freud el ímpetu de nuestro tiempo.

    ¿Quiere esto decir esto que debido al psicoanálisis vivimos una era menos represiva? La respuesta freudiana es un tajante: NO. Volvamos a las conclusiones del artículo sobre La Negación:

    (…) la función intelectual se separa (…) del proceso afectivo. Con ayuda de la negación se anula una de las consecuencias del proceso represivo: la de que su contenido de representación no logre acceso a la conciencia. De lo cual resulta una especie de aceptación intelectual de lo reprimido, en tanto que subsiste aún lo esencial de la represión.

    La función del estallido social de libertad que vivimos en el neocapitalismo es paradójica, nunca hemos estado más atados a las decisiones tomadas en la pirámide social que ahora. Vemos más de cien canales a través del televisor y desechamos la lectura, elegimos políticos que ofrecen el “cambio”, consumimos Coca – Cola vainilla y Rock, instalamos gratis todo tipo de software en nuestra computadora, votamos en las encuestas diarias de los noticieros, nos hollamos el cuerpo con percings, personalizamos nuestro Yahoo, preferimos el chat a la conversación, todo esto, como expresión de nuestra “libre voluntad”. Nuestro deseo se ha convertido en un perro domesticado.

    Gilles Lipovetsky (1986) le ha nombrado a nuestra época con el terrorífico título de: “La era del vacío”. Una época en que lo que priva es el individualismo, la indiferencia, la seducción de los medios, la “despolitización”, la atención dispersa del estudiante, la obsesión por la salud. Nos dice:

    A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento: Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es (…) el símbolo de nuestro tiempo.

    [Lipovetsky, P. 49]

    Según el autor, esta detonación de la ideología individualista perfila un nuevo sujeto en el contexto de un capitalismo autoritario que cede su lugar a un capitalismo hedonista y permisivo. La revolución a nivel político y artístico ha terminado. Asistimos a un individualismo puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales del modernismo. La res pública está desvitalizada, las cuestiones filosóficas, políticas o militares despiertan la misma curiosidad que los últimos escándalos de Michael Jackson. Se trata de vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y el futuro. La revolución informática sólo exacerba el materialismo, la ética hedonista, la realización personal y las nuevas religiones. La sensibilidad política cede su lugar a la sensibilidad terapéutica: gestalt terapia, bioenergía, rolfing, masajes, reiki, jogging, tai – chi, feng shui, Silva Mind control, hipnotismo ericksonniano, Neurolingüística, contranálisis, Zen, sexología, vivimos —en suma— una época de inflación terapéutica.

    El inconsciente y la represión ocupan una posición estratégica, por el desconocimiento radical que han instituido sobre la verdad del sujeto, se han vuelto operadores del narcisismo. Cito a Lipovetsky:

    El narcisismo es una respuesta al desafío del inconsciente: conminado a reencontrarse, el Yo se precipita a un trabajo interminable de liberación, de observación, de interpretación. Reconozcámoslo, el inconsciente antes de ser imaginario o simbólico, teatro o máquina, es un agente provocador cuyo elemento principal es un proceso de personalización sin fin: cada uno debe «decirlo todo», liberarse de los sistemas de defensa anónimos que obstaculizan la continuidad histórica del sujeto, personalizar su deseo por las asociaciones libres y en la actualidad por lo no-verbal, el grito y el sentimiento animal. Por otra parte, todo lo que podía funcionar como desperdicios (el sexo, el sueño, el lapsus, etc.) se encontrará reciclado en el orden de la subjetividad libidinal y del sentido.

    [Lipovetsky, P. 54 y 55]

    Curiosa manera de valorar el aporte freudiano. Parece que el psicoanálisis ha constituido el remedio y después la enfermedad para nuestra martirizada subjetividad: Medicina y peste en un solo frasco. No deja de tener su lado cómico el asunto y su apreciación no debe desecharse por los que nos dedicamos a esta profesión imposible.

    A los psicoanalistas nos corresponde ahora, demostrar a la sociedad que aún podemos aportar más a la historia del hombre y que el aguijón de este invento no se dobló o rompió en el siglo pasado.

    Bibliografía:

    Anzieu Didier (1994). El Yo-Piel. Ed. Biblioteca Nueva. España.

    Derrida, Jacques (1998). De la gramatología. Siglo XXI, México.

    Foucault (1999). “Entrevista con los japoneses”. Publicada originalmente el 12 de diciembre de 1970. Obras esenciales. Tomo I. Entre filosofía y literatura. Ed. Paidós. Barcelona. 

    Freud Sigmund (1995). Obras Completas. Versión Hipertexto. Freud Total 1.O. Ediciones Nueva Hélade. Argentina .

    Husserl Edmund (1990). Origins of Geometry. University of Nebraska Press. U.S.A.

    Lacan Jacques (1980). «El estadio del espejo como formador de la función del yo (’je’) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica». Escritos I. Siglo XXI. México.

    Lipovetsky Gilles (1986) La era del Vacío. Ed. Anagrama. Barcelona.

    Páginas Web:

    Joel Peter Widkin: http://www.zonezero.com/exposiciones/fotografos/witkin/jpwdefault2.html

    Günther Von Hagens:

  • Dios no ha muerto, es inconsciente

    Dios no ha muerto, es inconsciente

     Luis Tamayo Pérez

    “[…] la palabra Dios ha muerto significa: el mundo suprasensible no tiene eficacia. No prodiga vida. La metafísica, es decir, para Nietzsche, la filosofía occidental entendida como platonismo ha llegado a su fin”.

    Heidegger

    Hacia el final de la Crítica del juicio, I. Kant establece aquello que dio origen a sus tres críticas, es decir, el intento de demostrar filosóficamente la existencia de Dios y la inmortalidad del alma:

    “No podemos pensar la finalidad que debe establecerse en la base de nuestro conocimiento de la posibilidad de muchas cosas naturales mas que representándonoslas a ellas y al mundo entero en general como obra de una causa inteligente (de un Dios)”.[2]

    Afirmación que, Kant indica, sólo puede sostenerse a nivel del juicio teleológico, pues al nivel del juicio determinante, como sostuvo al final de la Crítica de la razón pura, ni la existencia ni la inexistencia de Dios son demostrables.

    Contrariamente a esa afirmación kantiana, que indica los límites de la razón humana para decidir sobre la existencia de la divinidad, tanto Hegel como Nietzsche afirmarán la muerte de Dios.

    Así, leemos en el apartado Der tolle Mensch (El loco) de La gaya ciencia de Nietzsche —en la versión de A. Yánez— (formulación que luego se reiterará en el encuentro de Zaratustra con el anciano eremita y con el jubilado de Also sprach Zaratustra):

    “No oyeron hablar de aquel loco que, en pleno día, corría por la plaza pública con una linterna encendida en la mano, gritando sin cesar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! Como estaban presentes muchos que no creían en Dios sus gritos provocaron risas –¿se te ha perdido? decía uno –¿se ha extraviado como un niño? preguntaba otro –¿Se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha ido de viaje? ¿Ha emigrado? Así se gritaban los unos a los otros. El loco saltó en medio de todos y los atravesó con la mirada: ¿Donde está Dios? Se los voy a decir. Nosotros lo hemos matado, ¡ustedes y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero, ¿como hemos podido hacerlo? ¿Como pudimos bebernos el mar en un solo trago? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hacíamos al desprender la tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Lejos de todos los soles? ¿Caemos sin cesar? […]¿Flotamos en una nada infinita? […]¿No oyen el rumor de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina? ¡Porque los dioses también se descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros lo hemos asesinado! ¿Cómo podremos consolarnos, nosotros, asesinos entre asesinos? Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? ¿La grandeza de ese acto no es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en Dioses o, al menos, parecer dignos de ellos? Jamás hubo acción más grandiosa. Y los que nazcan después de nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada de lo que fue historia alguna”[3].

     Ahora bien, si Dios murió es porque antes vivió, antes existió y, ¿por qué no?, quizás nosotros somos su obra, lo continuamos, quizás perdura en alguna parte de nosotros, quizás bajo la forma de la negación superada (conservada y levantada).

    La fórmula nietzscheana no es atea, como deja perfectamente claro en su tesis Nietzsche y Dostoiewsky. Tres áreas filosóficas de convergencia y divergencia el Mtro. Armando Ortega Pérez de León, la experiencia de lo sagrado y la experiencia de lo infinito no estaban, de ninguna manera, ausentes en la filosofía de Nietzsche:

    “Aspirar a lo infinito, siempre y cuando éste sea inaccesible. Alcanzar el mediodía de la vida, ciertos de que la decadencia y, más allá, la extinción son inevitables. Abrevar el instante en su plenitud, sabedores de que desaparecerá y no quedará de él más que su estela luminosa. Estas son las únicas fórmulas posibles que la vida ofrece, mismas que conforman su carácter trágico que Nietzsche experimenta y exalta”[4].

    Pero, volviendo a su formulación “Dios ha muerto”, si bien es cierto que no puede llamársele atea, si puede llamársele hereje, pues vuelve a las fuentes del pensamiento cristiano, recuerda lo que para ellos es un hecho, que Cristo murió…aunque resucitó al tercer día. Nietzsche escande, detiene el tiempo de la frase para hacer alusión al hecho de que los hombres lo mataron. Quizás por ello afirmó en Ecce homo:

    “Si peleo contra el cristianismo es precisamente porque nunca me ha molestado, los cristianos serios, formales, han estado siempre bien dispuestos a favor mío”[5].

    J. Lacan, por su parte, sostiene en el seminario Los conceptos fundamentales del psicoanálisis: la verdadera fórmula del ateismo no es “Dios ha muerto” sino “Dios es inconsciente”[6].

    Ahora bien, qué quiere decir “Dios es inconsciente”? Lacan, al señalar la fuente inconsciente del pensamiento sobre la divinidad hace de Dios un concepto, una idea. Lacan se sitúa en la misma línea de Kuhn cuando afirmó: “los verdaderos ateos son los teólogos pues hacen de Dios un objeto de conocimiento”.

    Lacan no niega la existencia de la divinidad, simplemente la redefine como una concepción, un síntoma humano, uno que el hombre requiere para que su estúpida existencia encuentre un soporte, para que su narcisismo no se pierda en el vacío.

    Contrariamente al “Dios ha muerto” nietzscheano, el “Dios es inconsciente” lacaniano no es una expresión romántica, una del orden de la mirada al Dios desaparecido pero esperado, del encuentro con la cuenca vacía del sueño de Jean Paul.

    “Dios es inconsciente” es la expresión de la ausencia de esperanza, de la asunción de la imposibilidad del apoyo, lo cual obliga a cada uno a marchar con las propias fuerzas. Sin esperanza alguna pero con la finitud.

    La fórmula nietzscheana “Dios ha muerto” no es de ese orden, mantiene el lugar de lo sagrado, la aspiración de infinitud. Y en ello radica una buena parte de su fuerza poética.

    Ello ha sido interpretado, como ya lo he referido, habitualmente como ateísmo. Así indica Colomer:

    “El ateísmo de Nietzsche es todo lo contrario de una actitud fácil y confortable. Importa un esfuerzo sobrehumano y, acaso, por eso mismo, inhumano. Nietzsche sucumbió por haber querido demasiado”[7].

    Lacan, al contrario, revela que la fórmula nietzscheana no es atea, que el verdadero ateísmo implica reconocer que Dios no es sino una creación humana, una solicitud de infinitud por parte de un ser finito, una esperanza vana. Sin embargo, Lacan no puede dejar de reconocer que tal esperanza, en su desgarramiento, ha sido la fuente de nuestra mejor poesía.

    No termino sin plantear una pregunta: ¿se podrá hacer poesía desde el “verdadero ateísmo”, es decir, sin la referencia a Dios –o a su ausencia– y a lo sagrado?


    [1] Heidegger, M., “Nietzsches Wort Gott is tot” en Holzwege (Sendas perdidas), Frankfurt, Klostermann, 1950, p. 200, versión castellana de A. Yañez, El nihilismo y la muerte de Dios, UNAM/CRIM, 1996, p. 114.

    [2] Kant, I., Crítica de juicio, Austral, Bs. As., p. 377.

    [3] Yánez, A. El nihilismo y la muerte de Dios, UNAM/CRIM, México, 1996, p. 105-107.

    [4] Ortega Pérez de León, A., Nietzsche y Dostoiewsky. Tres áreas de convergencia y divergencia, tesis de Maestría en filosofía, UNAM, México, 1999, p. 168.

    [5] Nietzsche, F., Ecce homo, EMU, México, 1988, p. 32.

    [6] Lacan, J., Seminario Les concepts fondamentaux de la psychanalyse (inédito), sesión del 12 de febrero de 1964.

    [7] Colomer, E., El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, vol. III, Herder, Barcelona, 1990, p. 281.