Consideraciones posmodernas sobre el “Fort Da”

 Julio Ortega Bobadilla

(Trabajo presentado en el XLII Congreso Nacional de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Veracruz 2003.).

Hace poco tiempo, encontré en los pasillos de la Universidad Veracruzana, un filósofo académico de buena reputación y partidario del enfoque hermenéutico al estilo Gadamer, lanzando hacia sus colegas y amigos, un desafío curioso. Decía: “Yo no sé qué es dentro, ni qué es afuera”. Lanzaba con orgullo al aire sus palabras e intentaba que otros doctores en filosofía presentes, le siguieran el juego hacia una discusión interminable sobre el tema.

También en la Facultad de Humanidades —por la no sé si mala adquirida costumbre de frecuentar a mis amigos filósofos—, fui interpelado por el profesor en cuestión: “A ver: ¿Qué nos puede decir el psicoanalista?”. Requerido de improviso, tomé el camino menos propio para un analista, no el uso de cierta filosofía cínica que me podría haber llevado a preguntarle desde cuándo sufría de estreñimiento, sino el de la cortesía. Le pregunté si acaso no soñaba. Su respuesta fue argumentativa, guiada por la razón y desdeñosa del campo de lo subjetivo, argumentando sobre la conveniencia de la desaparición de los falsos problemas en filosofía, y para ahorrarles el desarrollo de la discusión, confesaré que terminé por perderme en un sinnúmero de palabras acomodadas en el mejor estilo sofista.

Sin embargo, la expresión de su punto de vista, me movió a reflexionar sobre algunos cambios en nuestra cultura contemporánea, que conducen a pensar en una tendencia al borramiento de los bordes psicológicos y el problema que representa no sólo para nuestra vida cotidiana, sino para el quehacer teórico de los psicoanalistas.

Quiero ser manifiestamente demostrativo y presento a ustedes la obra de dos artistas plásticos contemporáneos, estetas de la pulsión de muerte y ¿por qué no? del horror, cuyas imágenes son verdaderamente fascinantes porque causan todo, menos indiferencia: Joel Peter Witkin y Günther Von Hagens, a quienes no los conocen, les sorprenderán estas imágenes que los criterios más conservadores han calificado de atentado al pudor y hasta pornografía.

Pueden ver las imágenes en la Red, máximo reservorio del inconsciente, diríamos el verdadero inconsciente colectivo:

Günther Von Hagens:

http://www.plastination.com/ 

Joel Peter Widkin: http://www.zonezero.com/exposiciones/fotografos/witkin/jpwdefault2.html

Para Witkin, la fotografía representa el problema de cómo plasmar sombras. Concibe el encanto de su arte en la fijación de imágenes extrañas, lo propio de su enfoque estético es la absorción del instante, fijarlo a una imagen, que más que registrar, rememora lo misterioso e intraducible. Trabaja con seres humanos, pero tiene un gusto especial por retratar cuerpos sacados de la morgue. Le fascina hacer retratos “artísticos” de cadáveres, asiste a la disección forense y sigue el trabajo en la plancha, pide que se coloque a los restos humanos en distintas posiciones y les agrega un pescado, una flor, etc. Acciona su cámara mientras el cuerpo se va volviendo pedazos y capta una mano desgajada del cuerpo, una cabeza, unas manos. ¿Que más puede decirse de él? Es considerado genio, tiene gran reconocimiento internacional y sus obras se venden a precios altísimos. Una parte importante de su trabajo lo ha realizado en México aprovechando las facilidades en este país para disponer de cadáveres sin que nadie reclame nada.

Von Hagens desarrolló en 1978 la técnica de la plastinación, dónde se reemplaza el agua del cuerpo y los lípidos, por polímeros que van, además de conservar el cuerpo, a darle una consistencia lábil que permite tratarlo como un muñeco flexible. Parte de su obra, se puede observar en la exposición «Mundos Corporales» que muestra con gran éxito internacional, a los visitantes: el cuerpo de un hombre que juega ajedrez, otro cuerpo fantasmal que cabalga sobre un caballo que es sólo músculos, etc. Ha recibido fuertes críticas de la iglesia católica frente a las que declara que su trabajo se realiza con voluntarios y respetando su dignidad desde todos los ángulos. La técnica es un gran aporte a la docencia médica, pero Von Hagens declara que ni él sabe en que punto ha pasado de la ciencia al arte, rompiendo el mito de la intangibilidad de la muerte y los cadáveres. Recientemente en Inglaterra originó un escándalo por vender los derechos de una autopsia a cierta cadena de medios que hizo pública la primera disección live, a miles de televidentes que rompieron récords de audiencia.

Estas dos concepciones artísticas se basan en el mo (n) stramiento de las entrañas más oscuras del hombre, no son imágenes exactamente bellas pero ejercen la fascinación de situar al espectador ante lo prohibido y lo siniestro, en términos freudianos: “lo unheimlich”. Son imágenes que sólo pueden calificarse de posfreudianas y posmodernas, tienen por común denominador la confusión entre pasado, presente y porvenir, además de la ruptura de los límites entre sueño y realidad. Es como si nuestras pesadillas se desplegaran sobre el mundo. Una estética así, desafía la lógica cotidiana: los límites de lo posible y lo imaginado se borran. Dentro y fuera, vida y muerte se plegarán en un rizo, para formar una dialéctica antes no imaginada. Obras como ésta son una campanada de las nuevas tendencias estéticas y nos hacen preguntarnos ¿cuál será el imprevisible rumbo del arte futuro? Sobre todo, nos pica como avispa la pregunta: ¿Cómo llegamos a esto?

Freud en la segunda parte de “Más allá del principio de placer”, nos hace transparente un enigmático juego que repetía, una y otra vez, su nietecito de año y medio. Tras una observación detenida del chico que, no presenta un “precoz desarrollo intelectual”, da cuenta de un juego:

 El excelente chiquillo mostraba tan sólo la perturbadora costumbre de arrojar lejos de sí, a un rincón del cuarto, bajo una cama o en sitios análogos, todos aquellos pequeños objetos de que podía apoderarse, de manera que el hallazgo de sus juguetes no resultaba a veces nada fácil. Mientras ejecutaba el manejo descrito solía producir, con expresión interesada y satisfecha, un agudo y largo sonido, o-o-o-o, que, a juicio de la madre y mío, no correspondía a una interjección, sino que significaba fuera (fort). Observé, por último, que todo aquello era un juego inventado por el niño y que éste no utilizaba sus juguetes más que para jugar con ellos a estar fuera.

Más tarde presencié algo que confirmó mi suposición. El niño tenía un carrete de madera atado a una cuerdecita, y no se le ocurrió jamás llevarlo arrastrando por el suelo, esto es, jugar al coche, sino que, teniéndolo sujeto por el extremo de la cuerda, lo arrojaba con gran habilidad por encima de la barandilla de su cuna, forrada de tela, haciéndolo desaparecer detrás de la misma. Lanzaba entonces su significativo o-o-o-o, y tiraba luego de la cuerda hasta sacar el carrete de la cuna, saludando su reaparición con un alegre «aquí». Este era, pues, el juego completo: desaparición y reaparición, juego del cual no se llevaba casi nunca a cabo más que la primera parte, la cual era incansablemente repetida por sí sola, a pesar de que el mayor placer estaba indudablemente ligado al segundo acto.

La interpretación de Freud del juego —además de la valoración de su nietecito como un niño excelente— da como resultado una serie complicada de ideas que nos informan del intrincado manejo simbólico y del espinoso proceso de pensamiento que tiene lugar en un pequeño de corta edad. El carretel representa primerísimamente a la madre y lo que se repite es el juego de su partida a placer por el niño, lo que resulta en: 1) Obtener una satisfacción narcisística: “Yo manejo a mi madre”; 2) Conseguir una posposición y renuncia de la satisfacción instintiva que tiene como resultado que el pequeño aprenda a esperar y posponer a través de la realización imaginaria de su deseo; 3) Realizar una exteriorización de la pulsión de muerte y agresividad ante el objeto amado, que es torturado, en compensación de la realidad angustiosa vivida por el pequeño, quien depende totalmente de los dioses que constituyen sus figuras paternas; y por último, que no al último 4) La anticipación del regreso de la madre constituye un ensayo de ilusión que se convierte en método para paliar futuras frustraciones. Así, el carretel, la sonaja arrojada fuera de la cuna, el chupón aventado, se convierten en el primer juguete que figura la extensión de la realidad simbólica y corporal del niño: Símbolo y cuerpo en este pequeño juego, se suponen el uno al otro, remitiéndonos al hecho de que cuerpo, no sólo involucra la anatomía orgánica.

En este sentido, nos parecen equívocas las tesis de Didier Anzieu (1994) expresadas en su libro El Yo-Piel. Según este autor, el Yo se constituiría primariamente a partir de la experiencia de superficie del cuerpo y la función de la piel establecería un límite a la noción de Yo. Leamos directamente de su obra estos planteos:

La instauración del Yo-piel responde a la necesidad de una envoltura narcisística y asegura al aparato psíquico la certeza y constancia de un bienestar básico. Correlativamente el aparato psíquico puede intentar las catexias sádicas y libidinales de los objetos (…) [Anzieu, P. 50].

Y más adelante:

Con el término de Yo-piel designo una figuración de que el niño se sirve, en las fases precoces de su desarrollo, para representarse a sí mismo como YO que contiene los contenidos psíquicos a partir de su experiencia de superficie de cuerpo. Esto corresponde al momento en el que el Yo psíquico se diferencia del Yo corporal en el plano operativo y permanece confundido con él en el plano figurativo. [Anzieu, P. 51].

Pensamos completamente diferente, el Yo, cómo podemos ver en el ejemplo del carretel no se agota en la piel, sino que se prolonga en el mundo de los objetos. Más aún, el pequeño seudópodo que constituye el corazón del narcisismo no sólo se extiende con sus brazos en el mundo, sino que se nutre y es traspasado por él en una relación parecida a la expresada por objetos como la Botella de Klein.

Usando de manera aguda los conceptos psicoanalíticos, Lyotard (1990) ha entrevisto la verdadera naturaleza de nuestro “cuerpo libidinal”, un objeto que es totalmente contrario a un armazón, porque es abierto y extendido en su única cara sin reverso, una cara que nada oculta y hecha de:

 (…) las texturas más heterogéneas: huesos, epitelios, hojas en blanco, tonadas que hacen vibrar, aceros, cristalerías, pueblos, hierbas, telas para pintar. Todas esas zonas se empalman en una banda sin dorso, banda de Moebius, que no interesa porque está cerrada, sino por tener una sola cara, piel moebiana que no fuera lisa (…) por el contrario, que estuviera cubierta de asperezas, recovecos, pliegues, cavernas que lo serán en la primera vuelta, pero que en la segunda serán quizá protuberancias. Pero nadie sabe ni sabrá en cuál vuelta estamos: en la vuelta eterna.

  [Lyotard, P. 10].

Dos mitos atrajeron la atención de Freud centralmente: Edipo y Narciso. Anzieu utiliza como ejemplo paradigmático de sus tesis el mito de Marsias, quien poseedor de la flauta mágica de Atenea toca una música celestial que le compara a los dioses y le empuja a la soberbia, en consecuencia, es retado por Apolo a una justa musical que tras largo rato pierde con el dios, quien al resultar vencedor decide desollarlo y apoderarse de su piel, y/o fragmentos de su cuerpo. Lo interpreta según un desarrollo trágico que entendemos así: la envoltura musical será causa de envidia para los dioses. Apolo quiere poner las cosas en su lugar justo y le reta. Su propósito central es quitarle no la música sino la envoltura piel. Conserva al final la piel tras del desollamiento y su preservación se convierte en motivo de una vuelta a la armonía, el mantenimiento de la fecundidad y la prosperidad del país. La piel vuelve a su lugar de origen, el mundo de la naturaleza ligado a los dioses.

Objetamos, la fantasía de una piel común que caracteriza las variantes del mito de Marsias y para el cual Anzieu toma en cuenta los estudios de Frazer no es sólo una fantasía, vivimos en/de la piel del Otro, la noción del Yo está inextricablemente ligada a la del Otro. La obligación de los sacerdotes aztecas de usar durante algún tiempo sobre su cuerpo, la piel de sus víctimas desolladas, expresa no sólo una fantasía optativa sino un riguroso pensamiento cósmico en el que la noción de prolongación en el otro es sólo una fracción de la convicción de pertenencia a la Naturaleza: hecho profundamente simbólico.

Aproximaciones como la de Anzieu, en nombre del regreso a una supuesta esencia corpórea, reducen el psicoanálisis a una biología, cuando precisamente el propósito de la teoría freudiana es constituir una refutación al determinismo biológico: el psicoanálisis no es una teoría sobre los instintos, pues el ÀNÁgje [necesidad], sólo constituye un Diktat [orden] ciego. La realidad humana refiere —más bien— al registro e interjuego de lo simbólico y a un orden que no puede caracterizarse sino de específicamente humano.

 No pensamos que pueda concebirse en el hombre ninguna etapa pre-simbólica referida a lo corporal. Yo y Otro, dentro y fuera son procesos que no son perfilados a través de sensaciones propioceptivas o exterioceptivas, son consecuencia de una refinada actividad simbólica. El problema que recorre el libro de Anzieu es clavar al lector en imágenes que demuestran sus tesis, olvida que la imagen no es sino representación en los mitos. Siguiendo a Barthes y a Lacan, opinamos que esa comunicación se basa en una naturaleza lingüística que llama a una significación, lo simbólico prevalece sobre la imagen, no existe ningún preludio corporal que anteceda al orden humano. La anticipación misma de lo que será el cuerpo sucede a través de un proceso simbólico profundo que nos mostró Lacan (1980) en su artículo sobre el Estadio del Espejo, allí nos indica irreversiblemente a los analistas que el cuerpo es una construcción surgida en relación con el Otro.

A medida que el niño crece, va a incrementar su arsenal de objetos a manipular, que cumplen básicamente la misma función: manejo de sus ansiedades internas primarias y realización optativa de sus deseos. Éste es uno de los objetivos principales del juego en el niño y todo analista que haya explorado la clínica infantil lo sabe, pero hay un corolario más, en estas acciones el niño va demarcando fronteras entre lo propio y lo extraño, lo que corresponde a su Yo y lo que toca a los otros.

En el artículo de 1925 conocido como La Negación, Freud nos hacía notar que el Yo se constituye primariamente por un proceso de exclusión e inclusión. El yo primitivo, regido por el principio del placer, se introyecta todo lo bueno y expulsa de sí todo lo malo. Pero también en base a esa lógica binaria placer — displacer, procede a juzgar la existencia real de los objetos en el mundo, tomando como base no la percepción simple, sino la posibilidad de que las bondades del objeto en el mundo lo hagan pasible de ser introyectado, empezando a conformarse en esta tesitura los bordes de lo real y lo imaginario, lo exterior y lo interior. Si algo es acogido en el Yo se constituye como representación y sirve de base para su reencuentro en la realidad. Si algo no existe en el Yo, entonces no será buscado en el exterior. El planteo freudiano es completamente radical: No existe antítesis entre lo objetivo y lo subjetivo en un principio, más aún: sujeto y objeto se confunden en las primeras aproximaciones de comprensión al mundo. La más inmediata finalidad del examen de la realidad no es, hallar en la percepción real un objeto, sino reencontrarlo y compararlo con la representación correspondiente primeramente introyectada, convencerse de que aún existe.

Poco a poco, el principio de placer va cediendo su lugar a otras consideraciones. La experiencia le enseña al niño que cualquier cosa de la realidad puede ser utilizada —independientemente de su cualidad inmediata como buena o mala— para obtener un dominio del mundo que asegura poder sobre su entorno. No sólo eso, el manejo del lenguaje constituye la construcción misma de las cosas del mundo. Derrida en su libro De la gramatología (1998) va más lejos, y enfatiza esta situación, poniendo el acento en la imposibilidad de separar el lenguaje hablado del escrito y la importancia de éste último, para enladrillar el edificio científico que opera en los fenómenos, nos ofrece como ejemplo, la obra de Husserl (1990) El origen de la geometría, dónde éste refiere cómo el lenguaje matemático es la condición de posibilidad de ciertos objetos ideales y, por tanto, de la mismísima objetividad científica.

La comprensión de este modelo nos lleva a una noción epistémica antipositiva: la realidad no es restituida al hombre puntualmente por sus sentidos. Esta concepción la había empezado a desarrollar Freud a finales del siglo pasado, aún antes de inventar el psicoanálisis. Es la base de las ideas que expresa en su Proyecto de una Psicología para Neurólogos (1897). Dicho en términos kantianos, nuestra relación con la realidad se establece, a través de la aplicación de juicios a priori, que nos proporcionan la base sobre la cual podemos interpretar el mundo a través de una ficción que es inevitable y a su vez, necesaria.

Lacan, en su seminario sobre la Ética, hace una cuidadosa lectura del Proyecto. Allí distingue entre Realität y Wirklichkeit: La primera es la realidad Psíquica y específicamente humana, esa que engendra la imaginación y la creatividad, la fantasía y la verdad; la segunda es la realidad concreta, mecánica y a la vez impenetrable, el dominio del noúmeno.

Para reforzar y aclarar estas ideas, podríamos quizá, releer a Jacques Monod (1986), premio Nóbel en Fisiología y Medicina, quien nos ha hecho patente en sus investigaciones, que dados los adelantos de la Neurofisiología y de la Psicología experimental, es evidente que el sistema nervioso central no puede y sin duda no debe, expedir a la conciencia más que una información codificada, transpuesta, encuadrada en normas preestablecidas que tienen como función protegernos del mundo que nos rodea.

La realidad es una construcción de sentido, un sistema de signos que se elabora primeramente en lo subjetivo. El mérito de Freud ha sido revitalizar el cuidado por el estudio del sujeto que había estado dormido desde Kant en el pensamiento teórico y que había sido relegado a la literatura, la pintura y todas las formas de expresión artística.

Foucault (1999) en una entrevista con los japoneses Shimizu y Watanabe, tras de calificar a la filosofía como el lugar de una elección original y bordar sobre el dominio de las elecciones de Parménides, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant y Hegel, nos dice: “Freud no era filósofo y no tenía ninguna intención de serlo. Pero el hecho de que haya sacado a la luz las características de la neurosis y de la locura muestra que se trata de una elección original. Pensándolo bien, una elección como la llevada a cabo por Freud es bastante más importante para nuestra cultura que las elecciones filosóficas de sus contemporáneos, como Bergson y Husserl”. Siguiendo su razonamiento, agregamos a esa lista: Heidegger y Wittgenstein, también Kraft Ebing y Havelock Ellis. Ninguno de ellos ha pesado tanto en la cultura contemporánea como Freud. Liberación sexual, derrumbamiento de la estética victoriana, feminismo y neofeminismo, nuevas sexualidades, desplazamiento de la conciencia de clase por la autoconciencia, todos constituyen fenómenos colaterales echados a andar después del descubrimiento del psicoanálisis.

Voy a formular dos preguntas que requieren ser respondidas para el desarrollo ulterior de nuestro trabajo:

La primera: ¿En qué consiste la propuesta freudiana y cuál su mérito?

Nuestra respuesta: Toma una noción indefinida nombrable como Inconsciente, que sólo fue atisbada como sospecha y noción poética, y le otorga precisión, convirtiéndola en el fundamento de una psicología que revela luces en el replanteo de la pregunta antropológica por el hombre.  Asimismo, delimita, especifica los contenidos y orígenes de esa entidad llamada Inconsciente y los medios por los cuales se manifiesta y pugna por expresión. También, diseña el dispositivo mediante el cual puede realizarse el máximo acercamiento a ese objeto de estudio. Una observación última sobre este acercamiento: la poesía vence en el estilo de Freud y desplaza sus conocimientos médicos hasta el punto de hacer imposible toda búsqueda de un referente corpóreo a su psicología.

La segunda pregunta, que ya apuntamos hace un momento:

¿Cuáles son los efectos que produjo la difusión de los descubrimientos psicoanalíticos en la transformación subjetiva del hombre?

La popularización de sus tesis deformadas ha invadido todo nuestro presente. Es difícil hoy, rastrear los orígenes de la filtración del psicoanálisis en nuestra cultura. Los primeros en acercarse a Freud no fueron los científicos, sino los artistas surrealistas. La lectura de “La Interpretación de los sueños” causó en ellos un impacto enorme que les llevó a desarrollar una teoría de la creación que traspuso la asociación libre al terreno de lo estético. Breton le llamó «el azar objetivo» y tuvo diversas manifestaciones: la escritura automática, los cadáveres exquisitos, y la elaborada pintura surrealista.

Sería exagerado considerar todo el arte contemporáneo como producto de la lectura de Freud. El empuje hacia el miramiento por la subjetividad es también un producto histórico que tiene como circunstancias notables el siglo XVIII y la declaración de los derechos del hombre, empero, Freud se agregó a la corriente espiritual del individualismo burgués, con un aporte completamente fundamental. El creador del psicoanálisis estaba muy conciente de los cambios que llevaría a la sociedad su descubrimiento y se llegó a comparar, a sí mismo, con figuras históricas tan significativas como Copérnico y Darwin.

La elección freudiana, como dice Foucault, devino una lección que consistió, en que, podíamos dar salida a nuestro demonio interno y vomitarlo en la realidad para liberarnos de él. Cómo toda lección mal entendida sirvió para pasar el examen y hoy sufrimos sus consecuencias que no dejan de ser gozosas: no sólo arte contemporáneo, sino una moda más libre, obsesión por el striptease corporal y emocional, invasión de terapias psi y self – help, creación y desarrollo de una publicidad loca que alude más al sueño que a la realidad, búsqueda sin freno de la autoconciencia. En suma: explosión del espacio privado que se había ensanchado después de la segunda guerra mundial y cambio en la moral cotidiana de la búsqueda de utilidad colectiva por el de la expresión individual simple, con la consecuencia de que se destruyen los ideales de la cultura generada por la Ilustración y el modernismo.

Nuestra cultura posmoderna es descentrada y heteróclita, legitima la afirmación de la identidad conforme los valores de una sociedad personalizada en la que lo importante es ser uno mismo, en la que ya nada parece imponerse de modo imperativo y duradero, todas las opciones parecen cohabitar sin contradicción.

La obra de Freud, constituyó una invitación abierta para exceder los límites de la razón y profesar el ejercicio de la imaginación en contra de las reglas hasta ese momento establecidas. El saldo de la asimilación de la realidad del Inconsciente, se vertió en la cultura imponiendo nuevas reglas, debemos —en más de una manera— a Freud el ímpetu de nuestro tiempo.

¿Quiere esto decir esto que debido al psicoanálisis vivimos una era menos represiva? La respuesta freudiana es un tajante: NO. Volvamos a las conclusiones del artículo sobre La Negación:

(…) la función intelectual se separa (…) del proceso afectivo. Con ayuda de la negación se anula una de las consecuencias del proceso represivo: la de que su contenido de representación no logre acceso a la conciencia. De lo cual resulta una especie de aceptación intelectual de lo reprimido, en tanto que subsiste aún lo esencial de la represión.

La función del estallido social de libertad que vivimos en el neocapitalismo es paradójica, nunca hemos estado más atados a las decisiones tomadas en la pirámide social que ahora. Vemos más de cien canales a través del televisor y desechamos la lectura, elegimos políticos que ofrecen el “cambio”, consumimos Coca – Cola vainilla y Rock, instalamos gratis todo tipo de software en nuestra computadora, votamos en las encuestas diarias de los noticieros, nos hollamos el cuerpo con percings, personalizamos nuestro Yahoo, preferimos el chat a la conversación, todo esto, como expresión de nuestra “libre voluntad”. Nuestro deseo se ha convertido en un perro domesticado.

Gilles Lipovetsky (1986) le ha nombrado a nuestra época con el terrorífico título de: “La era del vacío”. Una época en que lo que priva es el individualismo, la indiferencia, la seducción de los medios, la “despolitización”, la atención dispersa del estudiante, la obsesión por la salud. Nos dice:

A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento: Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es (…) el símbolo de nuestro tiempo.

[Lipovetsky, P. 49]

Según el autor, esta detonación de la ideología individualista perfila un nuevo sujeto en el contexto de un capitalismo autoritario que cede su lugar a un capitalismo hedonista y permisivo. La revolución a nivel político y artístico ha terminado. Asistimos a un individualismo puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales del modernismo. La res pública está desvitalizada, las cuestiones filosóficas, políticas o militares despiertan la misma curiosidad que los últimos escándalos de Michael Jackson. Se trata de vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y el futuro. La revolución informática sólo exacerba el materialismo, la ética hedonista, la realización personal y las nuevas religiones. La sensibilidad política cede su lugar a la sensibilidad terapéutica: gestalt terapia, bioenergía, rolfing, masajes, reiki, jogging, tai – chi, feng shui, Silva Mind control, hipnotismo ericksonniano, Neurolingüística, contranálisis, Zen, sexología, vivimos —en suma— una época de inflación terapéutica.

El inconsciente y la represión ocupan una posición estratégica, por el desconocimiento radical que han instituido sobre la verdad del sujeto, se han vuelto operadores del narcisismo. Cito a Lipovetsky:

El narcisismo es una respuesta al desafío del inconsciente: conminado a reencontrarse, el Yo se precipita a un trabajo interminable de liberación, de observación, de interpretación. Reconozcámoslo, el inconsciente antes de ser imaginario o simbólico, teatro o máquina, es un agente provocador cuyo elemento principal es un proceso de personalización sin fin: cada uno debe «decirlo todo», liberarse de los sistemas de defensa anónimos que obstaculizan la continuidad histórica del sujeto, personalizar su deseo por las asociaciones libres y en la actualidad por lo no-verbal, el grito y el sentimiento animal. Por otra parte, todo lo que podía funcionar como desperdicios (el sexo, el sueño, el lapsus, etc.) se encontrará reciclado en el orden de la subjetividad libidinal y del sentido.

[Lipovetsky, P. 54 y 55]

Curiosa manera de valorar el aporte freudiano. Parece que el psicoanálisis ha constituido el remedio y después la enfermedad para nuestra martirizada subjetividad: Medicina y peste en un solo frasco. No deja de tener su lado cómico el asunto y su apreciación no debe desecharse por los que nos dedicamos a esta profesión imposible.

A los psicoanalistas nos corresponde ahora, demostrar a la sociedad que aún podemos aportar más a la historia del hombre y que el aguijón de este invento no se dobló o rompió en el siglo pasado.

Bibliografía:

Anzieu Didier (1994). El Yo-Piel. Ed. Biblioteca Nueva. España.

Derrida, Jacques (1998). De la gramatología. Siglo XXI, México.

Foucault (1999). “Entrevista con los japoneses”. Publicada originalmente el 12 de diciembre de 1970. Obras esenciales. Tomo I. Entre filosofía y literatura. Ed. Paidós. Barcelona. 

Freud Sigmund (1995). Obras Completas. Versión Hipertexto. Freud Total 1.O. Ediciones Nueva Hélade. Argentina .

Husserl Edmund (1990). Origins of Geometry. University of Nebraska Press. U.S.A.

Lacan Jacques (1980). «El estadio del espejo como formador de la función del yo (’je’) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica». Escritos I. Siglo XXI. México.

Lipovetsky Gilles (1986) La era del Vacío. Ed. Anagrama. Barcelona.

Páginas Web:

Joel Peter Widkin: http://www.zonezero.com/exposiciones/fotografos/witkin/jpwdefault2.html

Günther Von Hagens: