Psicoanálisis, sujeto psíquico y medios de difusión

 Enrique Guinsberg

Desde la primera infancia y a lo largo de nuestra vida cotidiana estamos expuestos a los atractivos mensajes de un aparato receptor que ya forma parte de la ecología familiar.

Pablo Arredondo Ramírez

 Inter y transdisciplinariedad no son una excepción a la lamentable contradicción que se presenta entre lo que siempre se dice que debe hacerse pero no se hace. Carencia que hoy, más que nunca, produce serias dificultades y trabas a la investigación de los problemas que se presentan dentro del amplio campo de las llamadas “ciencias” sociales en general.

 En tal contexto se presenta una situación clara de lo apuntado: no hay psicoanalista o psicólogo que deje de comprender la incidencia de los medios masivos de difusión en los sujetos de nuestro tiempo, ni comunicólogo que niegue la importancia del conocimiento del psiquismo en múltiples problemas de su campo. Pero tal reconocimiento muy pocas veces pasa de la teoría para buscar los vínculos y articulaciones entre ambas disciplinas, justificándolo con la aceptación de la ignorancia de esferas que consideran no son de su específica competencia. Pero, aceptando sin conceder que ello sea cierto, son muy escasas las búsquedas de tal vinculación y/o encuentro a través de marcos de estudios al menos interdisciplinarios.

 El problema aquí planteado se inscribe en tal carencia y limitación, por lo que es necesario señalar tal necesidad, ya encarada en trabajos anteriores[2], que en líneas generales plantean lo imperioso de la construcción de una dialéctica entre los procesos de emisión y de recepción de los contenidos de los medios masivos de difusión, facetas imposibles de abarcar sin una integración (subrayado para indicar que no se trata de una suma) de conocimientos sobre aspectos político-sociales y subjetivos.

 La importancia del problema surge de la trascendencia y magnitud, actual y existente desde hace bastante tiempo, de los medios masivos de difusión, para muchos estudiosos hoy las instituciones hegemónicas del mundo presente. En consecuencia resulta imperioso estudiar el aporte de ellos al proceso de constitución del modelo de Sujeto psíquico que cada marco social requiere para su mantenimiento y reproducción, como también los aspectos subjetivos que posibilitan y permiten tanto el impacto como la aceptación o rechazo de los programas y contenidos predominantes en los medios (algo que el psicoanálisis conoce hace mucho tiempo pero que los comunicólogos hace poco comienzan a reconocer a través del llamado momento de la recepción, donde se reconoce el papel “activo” de los receptores, mientras hasta no hace mucho primaba la idea de uno “pasivo” sometido a los impactos de los mensajes, planteo conductista conocido como “teoría de la bala” o de la “aguja hipodérmica” por la dificultad o imposibilidad de rechazarlos). 

 Lo incuestionable es que hoy los medios (sobre todo la TV) son para los niños, y prácticamente desde el mismo nacimiento, parte fundamental y estructural de su vida: están con ella más tiempo que en una escuela que les resulta mucho menos placentera, y seguramente aprenden más allí respecto a la vida, costumbres y normas sociales. Todo esto pueden verlo y lo saben de hecho no sólo los educadores que observan la disminución de su peso educativo -quizás no tanto, aunque sustancial, en el suministro de conocimientos, sino sobre todo en las esferas mucho más importante de normas, ideales e ideologías, etc-, como también los psis que ven como los niños juegan a lo que les muestran los programas de moda, quieren ser como sus personajes, etc., así como aspectos similares en adolescentes, adultos, etc. En este sentido es de recordar la lucidez de uno de los escasos sociólogos norteamericanos críticos y no funcionalistas cuando hace ya varias décadas sintetiza magistralmente el problema al señalar que «Los medios masivos de comunicación: 1) le dicen al hombre de masa quién es: le prestan una identidad; 2) le dicen qué quiere ser: le dan aspiraciones; 3) le dicen como lograrlo: le dan una técnica; 4) le dicen cómo puede sentir que es así, incluso cuando no lo es: le dan un escape»[3]

 Es por ello que no constituye ninguna exageración afirmar que los medios son actualmente una verdadera «escuela» para la estructuración de los Sujetos. Desde una perspectiva teórica psicoanalítica -y como parte de la relación hombre-cultura estudiada en un artículo anterior[4]-, no puede dejar de estudiarse y comprenderse su aporte a la conformación del Aparato Psíquico: son quienes más ofrecen en el señalamiento de una determinada visión de lo que se convertirá en principio de realidad (que, como es conocido, tiende a ir reemplazando al principio del placer de los inicios de la vida del niño, lo que permite la llamada socialización), y ofrecen constantes y múltiples modelos identificatorios -ambos aspoectos centrales para la constitución del Yo-, a más de mostrar de manera permanente qué es lo bueno y lo malo (con sus consecuentes premios y castigos), que se convierten en ejemplos para el Superyo. A esto deben agregarse técnicas para lograr lo que se indica, propuestas de cumplimiento de deseos, ofrecimiento de fantasías, etc.[5]

 Claro que estos resultados no podrían darse si los medios no actuasen sobre aspectos específicos del psiquismo de los Sujetos. Los contenidos de los medios obtienen éxito porque ofrecen respuestas a las necesidades subjetivas de los receptores, fundamentalmente a aquellas de tipo emocional y afectivo de las que el Sujeto carece. Y este es un aspecto sobre el que el psicoanálisis puede ofrecer mucho para la comprensión de los procesos comunicativos en general, y del llamado «momento de la recepción» en particular.

FAMILIA Y TV

 Pero ¿puede y debe incluirse a los medios cuando la mayor parte de los estudios psicológicos y psicoanalíticos clásicos han visto y ven a la familia como la institución básica y casi única en tal proceso? El problema, en relación con los medios, puede verse al menos desde cuatro perspectivas.

 El primero tiene que ver con la clásica discusión sobre la hegemonía de las distintas instituciones sociales en el proceso de socialización. Si bien la familia sigue teniendo un rol fundamental y por el momento irrenunciable, también es cierto que su peso es ya bastante menor al de épocas pasadas; y que otras instituciones, los medios en primer lugar, ocupan un lugar que no puede negarse. No es este el lugar para demostrar este rol hegemónico, aspecto desarrollado en la bibliografía mencionada en la nota 2: baste ahora sólo recordar que la presencia de los medios es actualmente permanente en todos los ámbitos sociales y que tiende a acrecentarse de una manera imposible de prever por el actual desarrollo electrónico e informático, con una incidencia socializadora/ideologizadora mayor cuando existen límites para la concurrencia a la educación formal y a la información (como ocurre en países pobres o en sectores sociales con importantes niveles de analfabetismo).

 En esta perspectiva, y ya en la década de los ’50, Marcuse planteaba el problema: «El desarrollo social, que ha destronado al individuo como sujeto económico, también ha reducido al mínimo la función individualizadora de la familia en favor de potencias mucho más efectivas. La nueva generación es llevada hacia el principio de realidad menos por medio de la familia que por medios exteriores a ésta; la juventud aprende a conocer las formas de comportamiento y las reacciones socialmente útiles fuera de la protegida esfera privada de la familia. El padre moderno no es ningún representante efectivo del principio de realidad y la relajación de la moral sexual facilita el dejar atrás el complejo de Edipo: la lucha contra el padre ha perdido mucho de su decisiva importancia psicológica»[6]. Y años más tarde continúa su idea: «Desde el nivel preescolar, las pandillas, la radio y la televisión establecen el modelo de conformismo y la rebelión; las desviaciones del modelo son castigadas no tanto dentro de la familia como fuera de ella y en su contra. Los expertos en los medios de difusión transmiten los valores requeridos; ofrecen perfecto entrenamiento en eficiencia, tenacidad, personalidad, sueños, romances. Contra esta educación la familia ya no puede competir»[7]

 Más allá de la discusión sobre sus afirmaciones respecto al complejo de Edipo, la misma idea es planteada desde diferentes ámbitos teóricos e incluso políticos. Entre los primeros, Schneider considera que «los conocimientos y habilidades necesarios para el mundo moderno, en perpetuo cambio, no pueden desarrollarse ya de generación en generación dentro de la familia. Como la familia burguesa no puede transmitir ya el saber necesario para el proceso de producción, también va perdiendo más y más su clásico cometido educador«[8]. Por su parte un investigador de la comunicación lo atestigua en un trabajo de campo con los purépechas en Michoacan, donde observa que «la familia como núcleo social en el cual se generan y reproducen los componentes esenciales de la cultura de esta etnia» se han visto modificados al llegar la TV que «ha venido a atacar precisamente a este núcleo y su capacidad generadora y reproductora de cultura»[9] .

 En un ámbito distinto otros investigadores perciben los cambios que la TV produce tanto en la reproducción cultural como en la misma dinámica familiar, destacando que los padres que se han apartado temporalmente de la televisión juegan más con sus hijos; indican también que una encuesta presentada en un Congreso europeo de psiquiatría en 1979 muestra que «la TV disminuye y anula la comunicación familiar (de los niños estudiados, el 40% preferían la televisión a sus padres y un 20% la preferían a sus madres)»; e informan que Klaus Amman, ponente en el IV Congreso Internacional «Familia y Medios de Comunicación», realizado el mismo año en Zürich, calificó a la TV de «abuela electrónica» y «jefe fantasma de la familia» por convertirse en dictadora de los horarios familiares «hasta el punto de que las visiones proféticas del Farenheit 451 de Ray Bradbury u otras novelas de anticipación, cada vez parecen menos exageradas, más realistas»[10].

 Desde un punto de vista psicoanalítico -en este caso proveniente de su campo institucional y ortodoxo-, se reitera lo conocido de la utilización de la TV como «niñera mecánica» y las consecuencias de ésto como de su uso constante: pérdida de atención de los miembros familiares a otros y los cambios que esto produce en la comunicación; necesidad de investigar los efectos de la TV en la personalidad, etc.[11] . De manera menos académica pero muy gráfica plantea algo similar un connotado psicólogo social al plantear que «no hay más triángulo en la familia, ya es un cuadrilátero, porque el televisor es un tío psicópata que se incluyó y los sedujo a todos»[12].

 Y aunque nunca dejó de pensarse que la familia ha sido, sigue siendo, y nada indica que dejará de serlo, una institución central y primaria en el proceso de conversión en Sujeto, hoy existe una dinámica de cambio que no puede desconocerse en relación con otras instituciones, y que de algún modo modifica el rol familiar.  Ya se verá que esto influye en las demás perspectivas.

 Expresión de todo lo señalado es que los medios se han convertido, o tienden a hacerlo, en los articuladores con otras instituciones centrales del mundo actual, entre ellas las iglesias y la escuela formal (transmitiendo o siendo expresiones de diferentes cultos, actuando como «tele-escuela», etc). Y si bien sería exagerado afirmar que también lo hacen o lo intentan y logran con la familia, no lo es destacar como buscan (y consiguen) incorporarse a ella como un nuevo integrante, participante e interviniente. De esta manera, y tal como ya se mencionó, el poder e influencia familiar se relativiza, lo que han comprendido muy bien los sistemas de poder, que buscan establecer una especie de alianza medios/familia para la consolidación de sus objetivos sociales, políticos, etc. Alianza porque, por separado, ninguna de ambas instituciones garantizan el grado de eficiencia en el proceso socializador de un mundo cada vez más complejo y diversificado.

 Pero si la familia no puede satisfacer las altas necesidades de capacitación (y a veces de socialización/ideologización), sí ofrecen el marco propicio -es decir la base afectiva imprescindible- para la constitución de los sujetos, cimiento para la internalización de los contenidos de los medios. Es por eso que ya los asesores del ex-presidente Nixon proponían -con base en la experiencia de la exitosa Plaza Sésamo– la realización de un programa de vinculación medios-familia-escuela, plan que proponía derrumbar el muro escuela/hogar ya que «las nuevas tecnologías de comunicación permitirán poner fin a la segregación entre la institución escolar y la institución familiar», por estimarse «que en el año 2000 la educación será dispensada en gran parte en el hogar, de manera permanente por vía electrónica». Las distintas fases del proyecto planteaban que «cada hogar se convertiría en escuela, gracias a un soporte electrónico conectado a un sistema central de computación situado en un centro de enseñanza…». De tal manera «el fin de la segregación entre escuela y hogar sería la ocasión de insistir sobre la importancia del papel de los padres, llamados a convertirse en ’monitores electrónicos’ de sus hijos». En una intención que podría haber parecido de ciencia-ficción anticipada por Bradbury[13], pero hoy se observa nada fantasiosa, «el nuevo sistema de electronización de la enseñanza tendría a su cargo la formación del niño desde la más tierna edad, no quedando en la vida del niño y la madre ni un solo resquicio que escape a la influencia de los medios audiovisuales»[14]. Proyecto aún no realizado para la educación «formal» pero sí para una amplia en el sentido general del término, tanto por la presencia de la TV sobre el niño desde prácticamente su nacimiento, por las horas que se encuentra frente a ella, como porque a su vez las familias actuales ya están educadas por ella y transmiten a sus hijos una «cultura televisiva

 Esta relativa pero real disminución del peso familiar y el acrecentamiento del de los medios seguramente agradará a quienes han señalado y/o señalan la «crisis» de la familia, o a quienes cuestionan su rol actual achacándoles la responsabilidad en la producción de una también criticada «normalidad» mental (caso de David Cooper entre otros) o de la esquizofrenia (Escuela de Palo Alto). Sin embargo no parece haber razones para ser optimista en este sentido: por un lado los medios casi siempre hacen un frente común con la familia, con indudables contradicciones pero dentro de un marco ideológico «modernizado» aunque no antagónico respecto a los valores tradicionales; por otro lado, muchas de las características criticadas de la dinámica familiar también existen en los mensajes de los medios: por ejemplo, y como ya fuera planteado en los citados escritos anteriores, puede pensarse que la situación de Doble Vínculo no es privativa de la institución familiar sino también puede estar presente en otras instituciones, entre ellas el discurso de los medios.

 Una segunda perspectiva, vinculada a la anterior y a las siguientes, afecta a la propia dinámica interna de la familia, y tal vez pueda condensarse gráficamente en la afirmación de quién dijo que el clásico «círculo» familiar se ha convertido en un «semicírculo» por la presencia del televisor, cambio espacial que provoca otros más importantes y cualitativos.

 Recuérdese lo conocido respecto al tiempo que los niños están frente a lo que muchos intelectuales llaman «caja idiota», pero que para ellos (y también para los adultos) es la principal fuente de diversión, información, conocimiento, etc. Tiempo que surge por ausencia de alternativas, por escasez de espacios libres para juegos y los reales o supuestos peligros de los mismos en las urbes modernas, pero también porque múltiples veces son empujados hacia un aparato convertido en «niñera electrónica» por necesidad de trabajo y ocupaciones de los adultos. Esta especie de «teleadicción» es reforzada porque, también en múltiples oportunidades, la cada vez mayor complejidad y agobio de la vida moderna hace que los adultos también busquen alivio y descanso en las programaciones televisivas en su descanso hogareño. Todo este panorama amplía notablemente el peso y presencia de ese medio de difusión, pero también reduce de manera cuantitativa y cualitativa el nivel de la comunicación familiar, incluyendo los juegos de los padres con sus hijos.

 En este sentido es interesante la afirmación de estudiosos del problema ya citados: «Las familias que se han apartado temporalmente de la televisión destacan el hecho de que, después de hacerlo, juegan muchas horas con sus chicos. Quienes nunca han sido teleadictos no incluyen entre sus actividades, de forma destacada, la de jugar con los niños. Resulta lícito deducir de aquí que el niño no televisualizado, quién necesita de una figua exterior a él -en este caso el padre o la madre- cubra, con la incitación al juego y la actividad compartida, el vacío temporal que el televisor le ha dejado»[15]. Sobre esto recuérdese lo antes señalado por otro investigador en el Congreso Europeo de Psiquiatría respecto a la preferencia de la TV sobre los padres.

 Las otras dos perspectivas se encuentran íntimamente vinculadas a las anteriores y pueden ser consideradas derivaciones de ellas. Tienen que ver con el clásico rol familiar en el proceso de reproducción social y cultural de las actuales sociedades junto con la estructuración de los sujetos, aspectos que desde el marco teórico psicoanalítico se relacionan con modelos identificatorios y construcción del principio de realidad, ambas facetas constitutivas del Yo.

 Como es sabido, como identificaciones se conoce al «proceso psicológico mediante el cual un sujeto asmila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de este; la personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones»[16]. Freud siempre destacó la gran importancia de este proceso, razón por la cual en tal Diccionario se destaca que el mismo «ha adquirido progresivamente en la obra de Freud el valor central que más que un mecanismo psicológico entre otros, hace de él la operación en virtud de la cual se constituye el sujeto humano». Es por eso que Freud escribe que «los efectos de las primeras identificaciones, las producidas a la edad más temprana, serán universales y duraderos»[17].

 Comprendiendo la importancia de los medios en este proceso Maletzke considera que el círculo de personas que rodean a un niño es siempre estrecho, por lo que numerosos deseos y necesidades quedan sin cumplirse: «La comunicación social ofrece una plenitud de tales figuras», y hoy en día, «con sus posibilidades de configuración artística y de difusión técnica, se ha hecho cargo de esta tarea»[18]. En este sentido es cotidiano observar que una figura exitosa de los medios masivos, o conocido a través de ellos, se convierte en modelo y de alguna manera internalizado por los receptores, como figura y por tanto (aunque inconcientemente) con sus características generales, incluyendo sus valores, ideología, etc. En el caso de los niños (aunque no sólo de ellos respecto a figuras de moda) es casi imposible de escapar a estas influencias: su desconocimiento implica marginación con todas sus significaciones.

 No es necesario reiterar que los medios, al menos en su utilización dominante actual, siempre promueven la identificación con modelos «positivos», es decir los que difunden los valores aceptados de un marco social. De esta manera las figuras con arraigo y autoridad fomentan lo que, aunque de una manera exagerada, se indica en un muy difundido libro sobre los dibujos animados: «Como la revista es la proyección del padre, su figura se hace innecesaria y hasta contraproducente […] La literatura infantil misma sustituye y representa al padre sin tomar su apariencia física. El modelo de la autoridad paterna es inmanente a la estructura y existencia misma de esa literatura, subyace implícitamente en todo momento»[19] .

 Si bien el proceso identificatorio sigue teniendo una base fundamental en la familia y en las figuras que rodean de manera cercana a los niños (maestros, familiares, personajes cercanos), lo brevemente expuesto muestra que la intervención de los medios para nada es desdeñable y, por el contrario, merece la mayor de las atenciones. Uno de los aspectos a investigar es hasta que punto las imágenes parentales no resultan de alguna manera devaluadas -y en caso afirmativo en que medida y con que alcances- en relación a los modelos presentados por los medios, modelos lejanos y que no ofrecen la protección y afectos concretos que los niños necesitan y sí brindan las figuras con presencia real. Pero modelo con características importantes de acuerdo al principio de realidad ya estructurado o en formación: exitosos y triunfadores, generalmente con gran fuerza y poder u omnipotentes (desde Batman o la Mujer Maravilla hasta los héroes de las series televisivas o de las caricaturas ), siempre poseedores de belleza física y de todo aquello que se hace ver como importante y deseable (automóviles modernos, ropa de moda, aventuras de todo tipo, etc). Frente a ellos, vistos como ideales del yo, las figuras reales pueden sufrir en la comparación pese al vínculo emocional concreto pero siempre con sus contradicciones.

 Pero, independientemente de esto -sobre lo cual por ahora pueden formularse diversas hipótesis, intuiciones y hasta planteos teóricos, pero no conclusiones empíricas definitivas-, lo incuestionable es que, junto a los anteriores aspectos ya vistos, los medios aportan de una manera destacable y cada vez mayor, con lo que ello implica para el rol familiar tradicional respecto a la reproducción y al proceso de constitución del Sujeto.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD POR LOS MEDIOS

 Algo similar ocurre respecto a la función de los medios en la construcción del principio de realidad que reemplaza al de placer en la constitución de la instancia yoica. Con independencia de lo que Freud entiende por «realidad» y una posible discusión al respecto, es incuestionable que actualmente son los medios los que ofrecen de manera dominante en una escala muy superior al de otras instituciones como la familiar, escolar, religiosa, etc. y en todos sus mensajes, no sólo en los considerados informativos: si en estos su presencia es explícita, en otros como historietas, telenovelas, programas culturales e informativos, etc. también puede serlo como también implícita pero inevitable al mostrar un determinado contexto social e histórico, caminos de éxito y de fracaso, premios y castigos, etc (con todo lo que estos también implican para el superyo que se verá más adelante).

 Es por ello que un analista francés señala como «los medios de comunicación de masas, y especialmente el más difundido en nuestros días, la televisión, tienen por función reexpresar, reinterpretar (o mantener) los símbolos comunes, suscitar otros nuevos, diseminándolos y tornándolos asimilables para masas de individuos cuyos rasgos intelectuales y afectivos son muy variados. La televisión es, en nuestra sociedad tecnificada, el instrumento más poderoso para hacer participar a la masa en sistemas de símbolos cuya difusión común es necesaria para la cohesión social»[20]. Esto tanta por la capacidad de llegada de los medios como porque -si bien siempre ha ocurrido más lo es ahora ante la multiplicidad y rapidez de acontecimiento en el mundo que pueden considerarse «noticia»-, la capacidad de los sujetos para conocerlas de manera directa se reduce a su siempre muy limitado mundo perceptivo.

 Es por esto que investigadores de diferentes marcos teóricos destacan esta importancia. Entre ellos quienes contundentemente consideran que «los medios informativos son el lugar donde las sociedades industriales producen nuestra realidad»[21] y que «lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación»[22], resultando nada exagerada la afirmación de Doelker de que «la construcción de nuestra imágen del mundo se realiza cada vez más a través de los medios, que a su vez proporcionan una imagen del mundo. Por consiguiente, nuestro cencepto de la realidad nace -según nuestra proporción de consumo de los medios- asimismo de experiencias mediatas y no tan sólo de experiencias inmediatas»[23]. Es decir que prácticamente todo nos llega a través de los medios, siempre intermediarios del conocimiento de la realidad con todo lo que esto implica, incluso cuando no pocas veces los testigos de algo necesitan confirmarlo con una voz autorizada que destaque lo visto o su importancia, o se considere verídica una noticia porque «lo dijo la tele» o alguno de sus voceros considerados pretigiados.

 En este sentido múltiples investigaciones muestran como la TV es el medio informativo más importante en el mundo entero, y más en países (México entre ellos) donde es bajo el nivel de lectura de periódicos, revistas y libros. Es nuestra sociedad «televisualizada»[24] la TV es así lo que un comunicólogo define como «maestra de la vida»[25] por ser «una de las actividades enculturizadoras que intervienen en la socialización de la gente»[26], razón por la cual es en general compartido que el análisis de su importancia (como parte fundamental de los medios de difusión) debe «considerarse como preocupaciones centrales de la sociología y de la teoría social»[27] (y también psicológica y psicoanalítica). Pero más allá de la teoría, investigaciones empíricas realizadas en México mostraron que un importante porcentaje considera que lo que se en TV representa la realidad, y cree que viendo las telenovelas se pueden modelos para actuar y aprender a resolver problemas propios[28].

 Las causas de la constantemente denunciada mayor o menor distorsión de la información -o, en programas de diversiones y similares, presentación de una agradable, bonita y no cuestionante- son conocidas: la conducta e ideología de los hombres siempre estará basada en su idea de realidad. De allí la necesidad de ofrecer una que sea coherente con el mantenimiento del sistema de dominación vigente, o enmascarar, distorsionar o silenciar el conocimiento de aquello que no se quiere que se conozca. De esta manera, ante la inexistencia de otras ideas sobre la realidad, el yo no podrá actuar -y mucho menos de forma eficiente- para modificar una situación que el poder pretende que cambie sólo de acuerdo a sus necesidades. En síntesis, se trata de construir un principio de realidad que garantice dos objetivos centrales: la aceptación mayoritaria de la realidad presente como la normal, la válida y la mejor entre las posibles, así como el rechazo de otras que se presentan como inconvenientes, totalitarias, etc.; y, como consecuencia, dificultar o imposibilitar las críticas y cambios de lo establecido por el desconocimiento de lo real existente y sus causas, planteos alternativos, etc., incluso en situaciones donde no exista acuerdo con lo existente. Puede verse que este proceso de presentación de una determinada realidad -que se hace de hecho en todos los marcos sociales, aunque en mayor grado en aquellos donde no existe real pluralidad de medios de difusión- se realiza desde la más temprana infancia (donde sus efectos son más duraderos y estructurales), con un permanente reforzamiento posterior.

 Todo esto explica el por qué de la búsqueda del control de los medios, instancias hoy hegemónicas en la construcción de la idea de realidad de una sociedad, con todo lo que esto significa. Aspecto fundamental en lo que destacan los Mattelart con base en la obra de Foucault: «El modelo de organización panóptico, utopía de una sociedad, ha servido desde esa perspectiva para caracterizar el modo de control, gestionador/organizativo ejercido por la televisión o mejor por el dispositivo televisivo: un modo de organizar el espacio, de controlar el tiempo, de vigilar continuamente al individuo y de asegurar la producción positiva de comportamientos, dejando de lado las formas negativas de represión»[29] .

 No es este el lugar para reiterar las múltiples formas de hacer creer en una determinada «realidad» que no lo es o no lo es tanto, tampoco en las trampas para lograrlo y como muchas veces «los acontecimientos que nos presentan los noticieros televisivos a menudo son seudoacontecimientos»[30], ni que también muchas veces la aparente saturación informativa esconde una real desinformación. Baste aquí destacar lo anterior y su sentido, así como su crucial importancia en lo relativo a la construcción de la subjetividad y de sus modelos de yo y superyo, donde «la noticia, como el conocimiento, impone un marco para definir y construir la realidad social»[31]. Modelo que rechaza lo que no entra dentro del mismo: «Esa instantaneidad del acontecimiento televisivo y de los media hace que la realidad pase a ser lo que sucede en los medios, que generan una inscripción sígnica en la realidad, un anagrama sintético, un tatuaje instantáneo que se superpone sobre lo real y en cierto sentido lo eclipsa o lo sustituye. Hay un plano de realidad que es el que sucede en los media y lo otro pasa a ser una sub-realidad, una realidad secundaria y episódica«[32].

 Sin embargo, y pese a la contundencia de la importancia de los medios en la construcción de la realidad en nuestra época, siempre existió y existe una gran polémica respecto a los por algunos llamados «efectos» reales de los mismos, ya que, como se inicia un muy reciente libro sobre ello, «el problema del grado de influencia de los media en el individuo y en su comportamiento, en la sociedad y en sus tendencias, ha recibido en varias épocas muchas y diferentes respuestas […] Toda la historia de la investigación comunicativa se ha visto determinada de varias maneras por la oscilación entre la actitud que detecta en los media una fuente de peligrosa influencia social, y la actitud que mitiga este poder, reconstruyendo la complejidad de las relaciones en las que los media actúan»[33]. Polémica en la que se oscila entre posturas apocalípticas y negativas respecto al poder de los medios, diferencias que surgen de marcos teóricos y perspectivas empíricas distintas de investigación: tal como se destaca en el citado texto citando a Merton, mientras la perspectiva crítica, de raíz típicamente europea, «trata de problemas importantes de una manera empíricamente discutible, la investigación administrativa (de origen americano) trata de argumentos a menudo más triviales, pero de manera empíricamente correcta»[34].

 Simplificando la polémica al extremo por razones de espacio, a la idea conductista causa-efecto de un poder casi omnipotente de los medios, que se expresa en la llamada teoría de la aguja hipodérmica, por sobrecompensación se le oponen dudas acerca de si producen consecuencias, luego se relativizan éstas en lo que se conoce como efectos limitados -paradigma según el cual su único efecto es producir en el individuo consecuencias reducidas o reforzar preexistentes-, para actualmente retornarse al reconocimiento de su importante influencia pero de manera diferente a la de los inicios. 

 Ya en la década de los cincuenta Katz y Lazarsfeld señalaban, frente a la idea de efectos limitados, que los impactos de los medios «son menos evidentes pero probablemente más consistentes», preanunciando lo que se destacará dos y tres décadas despúes, «las tesis de influencias fuertes y duraderas en el tiempo». Se acrecienta la idea, expresada contundentemente por Sartori, de que con el desarrollo de la sociedad de la información el Homo Sapiens cede inexorablemente el sitio al «hombre vidente», por lo se ha «llevado al primer plano la atención hacia la influencia que los media tienen sobre nuestros conocimientos y sobre la construcción de las imágenes de la realidad», considerándolos «muy influyentes, en el sentido de generar efectos de tipo cognitivo, es decir, relativos a las imágenes de realidad y al conocimiento (Wissen) que difunden, construyen o establecen en el tiempo»[35].

 Para no alargar demasiado el señalamiento de planteos al respecto veamos sólo dos, diferentes pero como variaciones de una misma idea acerca de tal influencia. La primera es la conocida como agenda-setting: «Como consecuencia de la acción de los periódicos, de la televisión y de los demás medios de información, el público es consciente o ignora, presta atención o descuida, enfatiza o pasa por alto, elementos específicos de los escenarios públicos. La gente tiende a incluir o excluir de sus propios conocimientos lo que los media incluyen o excluyen de su propio contenido. El público además tiende a asignar a lo que incluye una importancia que refleja el énfasis atribuido por los mass media a los acontecimientos, a los problemas, a las personas». De esta manera «los media, al describir y precisar la realidad externa, presentan al público una lista de todo aquello en torno a lo que hay que tener una opinión y discutir […] El presupuesto fundamental de la agenda-setting es que la comprensión que tiene la gente de gran parte de la realidad social es modificada por los media»[36].

 A su vez la teoría del cultivo «atribuye al medio televisivo (en particular a los géneros de ficción) la función de agente de socialización, de constructor principal de imágenes y representaciones mentales de la realidad social; este modelo no refleja lo que cada individuo disfruta en televisión sino lo que amplias comunidades absorben durante largos períodos de tiempo». Y explica: «Cuantas más horas alguien se sumerge en el mundo de la televisión, más absorbe concepciones de la realidad social coincidentes con las representaciones televisivas de la misma. Los ’grandes’ consumidores de la televisión absorben la que Gerbner define como ’televisión answers’,es decir imágenes de la realidad social más congruentes con los contenidos televisivos que con las tendencias reales efectivamente presentes en la sociedad», todo lo cual «cultiva imágenes de la realidad y sedimenta sistemas de creencias. representaciones mentales y actitudes»[37].

 En suma una ideología y una guía global de vida más fuerte y coherente que la familiar, aunque debe recordarse que las más de las veces las familias, también consumidoras de TV, transmiten visiones coincidentes con esta o con contradicciones parciales pero no antagónicas.

El principio de “realidad” de nuestro tiempo

 El modelo neoliberal y sus premisas y valores hoy predominantes en gran parte del mundo constituyen, no podía ser una excepción, el principio de “realidad” que los medios difunden de manera absolutamente dominante con el objetivo de asegurar y/o mantener su predominio a través de formar sujetos congruentes con él[38]. Como ocurre siempre, no sólo se difunden de manera positiva las supuestas ventajas para todos de este modelo y las desventajas de otras alternativas en mensajes manifiestos, sino también, y sobre todo, a través de expresiones que le son favorables en contenidos supuestamente apolíticos.

 Si ya hace bastante tiempo, cuando estaba vigente el modelo capitalista de bienestar o populista pero no neoliberal, se presentaba la imagen del mundo como un mercado de mercancías, hoy esto se lleva a un nivel antes nunca alcanzado; máxime cuando este mismo modelo ha producido un retiro del Estado del control de los medios electrónicos y la absoluta posesión de estos por parte de, en general, pocos grupos nacionales o transnacionales que difunden sólo diferentes variantes de un contenido similar y poco o nada plural. Ideología basada fundamentalmente en tres premisas o, según Sánchez Ruiz, mitos: la libertad individual debe prevalecer sobre los intereses sociales o colectivos; el valor supremo del mercado, cuya dinámica llevará a un nivel social, político y económico superior; y el Estado como estorbo a los dos puntos anteriores[39]. Estrategia donde «desde los ochenta la información y la comunicación se han convertido en espacios de punta del nuevo modelo económico», porque «el espacio político y tecnológico de la comunicación se ha vuelto decisivo en el diseño y reorganización de la economía y la sociedad»[40]

 ¿Cómo se transmiten estos mensajes para convertirlos en el principio de “realidad” al que se ajusten y formen los sujetos? En primer lugar, como ya es conocido para este modelo y lo ha sido antes para otros, a través de la mencionada homogeneización de contenidos, donde lo diferente u opuesto es negado, marginado y/o combatido[41]. Pero también, y esencialmente, mostrando formas de vida y de acción que resulten modelos, provoquen deseo de imitación y de identificación, se vean como correspondientes a la «modernidad» y dinámica de nuestro tiempo, etc. Al respecto los anuncios y campañas publicitarias son, a través del tiempo, clara expresión de estos sentidos y fiel reflejo del «espíritu» de una época[42].

 El estudio de esta problemática excede las posibilidades de este artículo, aunque es de reconocer tanto su importancia como la poca cantidad de trabajos e investigacionnes concretas que sobre esto realizan hoy los comunicólogos, la mayoría de ellos (con valiosas excepciones) abocados a temáticas más «a la moda» y con cierto rechazo a las posturas críticas de años pasados, o bien no saliendo de especulaciones y juegos teóricos genéricos y abstractos que poco o nunca aterrizan.

 Veamos sólo dos menciones sobre lo señalado. En uno de ellos, y desde un punto de vista teórico pero con base en una investigación realizada en la Universidad Iberoamericana, se destaca como en los últimos años de la televisión mexicana «se aprecia una gradual pero firme neoliberalización de los valores transmitidos a la audiencia»[43]. De acuerdo al mismo se observan valores tales como «todo se vale», «la astucia debe suplir la experiencia», «lo económico es siempre lo prioritario», «el fin justifica los medios», «al enemigo siempre hay que aniquilarlo», «la astucia y la audacia son esenciales para triunfar», etc., los que se consideran como adecuados para «coexistir en un mundo en proceso de privatización y globalización».

 Un claro ejemplo de esto se describe sobre un programa de la TV de Brasil, que su autor considera «que opera socialmente como una enorme y eficiente escuela de formación a favor de la sociedad de consumo y su lógica competitiva», porque «su estructura central de valores se basa en la promoción del individualismo; para que un participante gane otro debe perder o ser excluido por las destrezas, la astucia, las trampas, la fuerza o la suerte. Cada programa es una acción pedagógica que justifica y legitima la exclusión social en función de las cualidades o deficiencias individuales, ignorando con obvia intencionalidad las relaciones sociales de fuerza que condicionan las realizaciones o fracasos personales»[44] .

 A ello sin duda se le puede agregar múltiples ejemplos más que muestran como la actual TV -hoy más que nunca privatizada y en manos como la de Berlusconi en Italia, convertido en el principal instrumento de difusión de nuestra época-, construyen el (¿nuestro?) principio de “realidad” y lo que ello implica para la subjetividad de quien no casualmente siempre ha sido llamado sujeto, es decir alguien sujetado. Aunque casi nunca se dice a quién o quienes, por qué y para qué.

SUPERYO: RETOMANDO EL PAPEL DE LOS PADRES

 Luego de todo lo visto anteriormente puede resultar tal innecesario mostrar la importancia de los medios en la transmisión de los valores de cada marco cultural concreto. Sin embargo no puede soslayarse hacerlo ya que, como es sabido, el psicoanálisis plantea la participación sustancial del marco familiar en la formación de la instancia delsuperyo, con centro en el complejo de Edipo: «Así, como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación del yo, que constituye en el establecimiento de estas dos identificaciones, unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyo […] El ideal del yo es, por lo tanto, la herencia del complejo de Edipo y, así, expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del ello […] Lo que en la vida anímica individual ha pertenecido a lo más profundo, deviene, por la formación del ideal, lo más elevado del alma humana en el sentido de nuestra escala de valoración«[45].

 Sin embargo otros seguidores de la teoría analítica han planteado modificaciones, siendo las más importantes para esta problemática las que indican que su aparición es cronológicamente anterior a las que señala Freud, así como reforzando la participación de otros factores -autoridades, maestros, etc.- en su génesis, aspecto que ya incluía Freud para etapas posteriores: «El el posterior circuito del desarrollo, maestros y autoridades fueron retomando el papel del padre; sus mandatos y prohibiciones han permanecido vigentes en el ideal del yo y ahora ejercen, como conciencia moral, la censura moral»[46].

 Al igual que lo formulado respecto a los procesos de identificaciones y de construcción del principio de realidad, por supuesto tampoco respecto al superyo puede negarse el aporte sustantivo de la familia en nuestro presente, pero igualmente sería equivocado negar la incidencia de otras instituciones, la de los medios en particular por el peso señalado en las páginas anteriores.

 Es incuestionable, y poco puede agregarse a todo lo ya estudiado e investigado al respecto, que en prácticamente todos los contenidos de los medios aparece una constante escala de valores señalativas de lo que los receptores deben y no deben hacer. Una persona triunfante y aceptada será aquella que cumpla con lo que la moral indica, hace lo que se plantea que es «bueno» y no hace lo que se muestra como «malo». Los personajes de los medios que deben ser imitados son modelos por sus perfecciones o porque reconocieron los errores cometidos. «En nuestra sociedad -señala un estudioso que comprende el fenómeno pero no del todo su sentido- se nos enseña que hay ciertas cosas que podemos hacer y otras que no podemos hacer; de este modo se nos introduce a los valores y a las normas. El proceso de socialización, que es continuo y se ubica en las personas y las instituciones, y puede no sólo ser deliberado sino además inadvertido, consiste en parte en la internalización de múltiples ’haz esto’ y ’no hagas de aquello’, de ’bien’ y de ’mal’, de ’verdadero’ y ’falso’, propios de la sociedad de que se trate. Ni el contenido ni los métodos de socialización son inmunes a la influencia de los medios de comunicación de masas […] Los medios de masas, se puede admitir, constituyen sólo un proceso, pero sería muy sorprendente, en verdad, si no desempeñaran un cierto papel en la modelación de nuestras actitudes respecto de la vida, de nosotros mismos y de los demás»[47].

 Por supuesto mucho más podría decirse, con infinidad de ejemplos, sobre este papel de los medios, pero la idea central está resumida en lo señalado.

SEGUIRÁ EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO…

 En todo lo aquí planteado puede verse una primera parte del problema. Pero falta una segunda enunciada en el comienzo: las bases subjetivas en las que se apoya el indiscutible éxito de los medios para el logro de sus indicados objetivos, el “control social”[48], etc., lo que se verá en un próximo artículo.

 

Notas

[1] ARREDONDO RAMÍREZ, P., «Presentación», en SÁNCHEZ RUIZ, Enrique (comp), Teleadicción infantil: ¿mito o realidad?, Universidad de Guadalajara, 1989, p.7.

[2] GUINSBERG, E., Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formación psicosocial, 2ª ed., Pangea/UAM-Xochimilco, 1988; 3ª ed. (aumentada), Plaza y Valdés, a aparecer en 2004. Y también en los artículos «Recuperar el estudio del receptor. Dialéctica subjetivo-social en los medios masivos», en Telos, revista de FUNDESCO (Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las Comunicaciones), Madrid, Nº 25, 1991; «¿En la búsqueda de nuevos paradigmas para el estudio de la comunicación?», en Comunicación y Sociedad, revista del CEIC (Centro de Estudios de la Información y la Comunicación) de la Universidad de Guadalajara, Nº 10-11, 1990-91, etc.

[3] WRIGHT MILLS, C., La elite del poder, Fondo de Cultura Económica, México, 1957.

[4] GUINSBERG, E., «La relación hombre-cultura: eje del psicoanálisis», revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 1, 1991, reproducido en el Apéndice de la 2ª ed. de Normalidad, conflicto psíquico, control social, Plaza y Valdés, México, 1996. Puede verse también en el sitio web de la citada revista: www.plazayvaldes.com/syc

[5] Todos estos aspectos, incluyendo los del siguiente párrafo, se encuentran desarrollados en los trabajos citados en nota 2.  

[6] MARCUSE, Herbert, «La doctrina de los instintos y la libertad», en el libro de Varios Autores, Freud y la actualidad, Barral Editores, Barcelona, 1971, p. 538.

[7] MARCUSE, H., Eros y civilización. Una investigación filosófica sobre Freud, Editorial Joaquín Mortíz, México, 10ª reimpresión, 1986, p. 109.

[8]  SCHNEIDER, Michael, Neurosis y lucha de clases, Siglo XXI, Madrid, 2ª ed, 1979, p. 372.

[9] GIL OLIVO, Ramón, «Televisión y cultura en dos comunidades purépechas», en REBEIL CORELLA, María, y MONTOYA MARTÍN DEL CAMPO, Alberto, Televisión y Desnacionalización, Universidad de Colima/Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, Colima, 1987, p. 29.

[10] ERAUSQUIN, M.Alfonso; MATILLA, Luis; VÁZQUEZ, Miguel, Los teleniños, Fontamara, México, 1984, p. 23, 44 y 176.

[11] SOIFER, Raquel, El niño y la televisión, Kapeluz, Buenos Aires, 1981, p. 14 y 43. Desde una perspectiva psicoanalítica crítica, y aunque sin hacer referencia específica a los medios, otro autor reconoce que «la vida institucional de los niños comienza cada vez más temprano por una parte, y nunca hubo dispositivos sociales de atención a los chicos como en nuestra época» (GALENDE, Emiliano, Psicoanálisis y salud mental, Paidós, Buenos Aires, 1990, p. 49).

[12] MOFFAT, Alfredo, en MULEIRO, Víctor, «Indicadores de la destrucción familiar. Entrevista a Alfredo Moffat», revista Crisis, Buenos Aires, Nº 57, 1988, p. 88.

[13] Sobre Bradbury y su perspectiva crítica véase mi ensayo «El malestar cultural en la ¿ciencia ficción? de Ray Bradbury», revista Tramas, UAM-Xochimilco, México, Nº 7, 1995.

[14] MATTELART, Armand, Multinacionales y sistemas de comunicación, Siglo XXI, México, 1977, p. 216. 

[15] ALFONSO, ERAUSQUIN, MATILLA Y VÁZQUEZ,ob.cit., p. 23.

[16] LAPLANCHE, Jean, PONTALIS, Jean-Bertrand, Diccionario de Psicoanálisis, Editorial Labor, Barcelona, 1971, p. 191.

[17] FREUD, S., «El yo y el ello», en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, T.XIX, p. 33.

[18] MALETZKE, Gerhard, Sicología de la comunicación social, Editorial Epoca, edición de CIESPAL, Quito, 4ª ed., 1976, p. 169.

[19] DORFMAN, Ariel, y MATTELART, Armand, Para leer al Pato Donald, Ediciones Universitarias de Valparaíso, sin fecha de edición, p. 21 (hay edición en Siglo XXI, México).

[20] FRIEDMAN, Georges, «La televisión vivida», en Los efectos de las comunicaciones de masa, Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1969, p. 84. El autor era director de la prestigiada revista  Communicatios, editada por el Centro de Estudios de Comunicaciones de Masas de París.

[21] VERON, Eliseo, Construir el acontecimiento, Gedisa, Buenos Aires, 1983, p. II.

[22] WATZLAWICK, Paul, ¿Es real la realidad?, Herder, Barcelona, 1981, p. 7

[23] DOELKER, Christian, La realidad manipulada, Gustavo Gili, Barcelona, 1982, p. 117.

[24] ERAUSQUIN M. et al, ob.cit., p.13

[25] SANCHEZ RUIZ, Enrique (comp), «Introducción» al libro Teleadicción infantil: ¿mito o realidad?, ob.cit., p.9.

[26] MARTIN SERRANO, Manuel, La producción social de comunicación, Alianza Universidad Textos, Madrid, 1986, p. 38.

[27] THOMPSON, John B, «La comunicación masiva y la cultura moderna. Contribución a una teoría crítica de la ideología», en Versión, revista de la UAM-Xochimilco, México, Nº 1, 1991, p. 43.

[28] SANCHEZ RUIZ, Enrique, «Televisión, socialización y educación informal en Guadalajara», en REBEIL CORELLA y MONTOYA MARTIN DEL CAMPO, Televisión y Desnacionalización, ob.cit. p.117-120 Pero, y sobre esto ya se ha escrito mucho por su importancia y consecuencias, el estudio del impacto de los medios en la construcción de la realidad no se hace sólo por los cambios que esto produce respecto a épocas anteriores, sino fundamentalmente porque tal hecho posibilita que lo que se presenta no sea sino una determinada realidad adecuada a las necesidades e intereses de los sectores del poder o de los propietarios de los medios.

[29] MATTELART, M.y A., El carnaval de las imágenes, Akal, Madrid, 1989, p. 79.

[30] GUATTARI, Felix, «La era post-mediática», entrevista de OLIVIER, Florence, en La Jornada Semanal, México, Nº 176, 25 de octubre de 1992, p.18.

[31] TUCHMAN, G., La producción de la noticia. Estudio sobre la construcción de la realidad, Gustavo Gili, México, sin fecha de edición (la inglesa es de 1978, y la española de 1983), p. 194. Sobre la construcción de la realidad en general véase BERGER, Peter, y LUCKMANN, Thomas, La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires, 8ª ed. 1986.

[32] PATIÑO, Antón, «El principio de instantaneidad», en Telos, revista de FUNDESCO, Madrid, Nº 36, 1993-94, p. 59, subrayado mío. 

[33] WOLF, Mauro, Los efectos sociales de los media, Paidós, Barcelona, 1994, p. 9.

[34] WOLF, M., ob.cit., p.11. Lamentablemente este autor no incluye en su trabajo al muy importante campo de investigación latinoamericano de la comunicación, en general mucho más cercano a una perspectiva crítica. 

[35] WOLF, M, ob.cit., p.44, 59 y 55, subrayado mío.

[36] SHAW, E., citado por WOLF, Mauro, La investigación de la comunicación de masas. Crítica y perspectivas, Paidós, Barcelona, 1987, p. 163.

[37] WOLF, M., ob.cit., p.97, subrayado final mío. Este mismo autor cita más adelante el análisis de Hawkins y Pingree (1983), donde se resalta el fundamental peso de esta influencia en la infancia: «Sobre la base de las teorías del desarrollo cognitivo, se admiten por hipótesis influencias significativas de la TV en los niños pequeños, en tanto el razonamiento de tipo operativo concreto puede ser más rígido y dogmático que el razonamiento de tipo formal operativo. Los niños que presentan justo este tipo de razonamiento son así más vulnerables a los mensajes televisivos ya que terminarán aceptando y generalizando los mensajes dominantes, ignorando aquellos pocos mensajes que se aparten de los estereotipos» (p.116).

[38] Respecto al modelo neoliberal de subjetividad véanse mis artículos «El psicoanálisis y el malestar en la cultura neoliberal», en revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 3, 1994; «Psico(pato)logía del sujeto en el neoliberalismo», en Tramas, UAM-Xochimilco, México, No.6, 1994; «La personalidad neurótica denuestro tiempo neoliberal», en el libroCaleidoscopio de subjetividades, UAM-Xochimilco, México, l993; y «La angustia del sujeto neoliberal», en revista Memoria, Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, México, Nº 77, 1995, y sobre todo el libro La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valdés, México, 1ª ed. 2001, 2ª ed. en proceso, 2004. El primero de tales artículos también puede verse en la 2ª ed. del libro Normalidad, conflicto psíquico, control social, y en el sitio web indicado en la nota 4.

[39] SANCHEZ RUIZ, Enrique, «La investigación de la comunicación en tiempos neoliberales», en Revista Mexicana de Comunicación, México, Nº 27, febrero de 1993, p. 38.

[40] MARTIN-BARBERO, Jesús, «La comunicación, centro de la modernidad. Una peculiar relación en América Latina», en Telos, revista de FUNDESCO, Madrid, Nº 31, 1993-94, p.40.

[41] Como es frecuente, en la literatura se encuentran visiones muy gráficas sobre la realidad. Una de ellas la ofrece Milan Kundera en su novela La inmortalidad (Tusquets Editores, México, 1990): «Le doy vueltas al botón hasta llegar a la emisora más cercana, porque quiero provocar, en el sueño que se aproxima, imágenes más interesantes. En la emisora vecina una mujer anuncia que el día será caluroso, pesado, con tormentas, y yo me alegro que tengamos en Francia tantas emisoras de radio y de que en todas se diga, exactamente en el mismo momento, lo mismo acerca de lo mismo. La unión armónica de la uniformidad y la libertad,¿puede desear algo mejor la humanidad? (p.14). Y con la misma ironía escribe más adelante: «La emisora de radio que escucho pertenece al Estado, por eso no hay anuncios y entre noticia y noticia ponen las últimas canciones de éxito. La emisora de al lado es privada, así que la música es reemplazada por los anuncios, pero éstos se parecen a las canciones hasta tal punto que nunca sé que emisora estoy oyendo» (p.111).

[42]  GUINSBERG, Enrique, Publicidad: manipulación para la reproducción, Plaza y Valdés/UAM-Xochimilco, México, 1987.

[43] OROZCO GOMEZ, Guillermo, «La neoliberalización del mensaje televisivo», en Revista Mexicana de Comunicación, México, Nº 33, 1994, p.50. En una perspectiva más general sobre el papel de los medios en este proceso, véanse los múltiples artículos de ESTEINOU, Javier, en diferentes publicaciones; entre ellos «La cultura y la comunicación nacionales ante el libre mercado», en el libro Cultura, Medios de Comunicación y Libre Comercio, Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC), México, 1993.

[44] DE TARSO RICCORDI, Paulo, «Los mensajes ocultos de Silvio Santos», en Chasqui, revista de CIESPAL, Quito, Nº 42, 1992, p. 53.

[45] FREUD,S., «El yo y el ello», en ob.cit.,Tomo XIX, p. 35, 37 y 38, subrayados cursivas míos.

[46] Idem, p. 38.

[47] HALLORAN, J.D., «Examen de los efectos de comunicación de masas con especial referencia a la televisión», en Varios Autores, Los efectos de las comunicaciones de masas, Jorge Alvarez Editor, Buenos Aires, 1969, p. 29.

[48] Sobre esto puede verse GUINSBERG, E., MATRAJT, M. y CAMPUZANO, M., “Subjetividad y control social: un tema central de hoy y siempre”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 16, 20