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  • El imperio de la fortuna

    El imperio de la fortuna

    Editorial

     Julio Ortega Bobadilla

     

    La noticia del día en septiembre en México fue el impedimento del informe presidencial de Fox por la oposición política que representan los llamados partidos de izquierda: PRD, PT y Convergencia.

    El diario El País (03/09/06) – que algunos amigos pensarán hago mal en leer, pero cito pues entre más vivos son los acontecimientos, es conveniente siempre agregar una mirada de afuera – destaca en su primera plana: Obrador agrava la crisis que vive México al boicotear el discurso de Fox en el parlamento. Y agrega para sostener esta afirmación las opiniones de Roger Bartra, dónde afirma que la izquierda se va a dividir y distanciar de su actitud anticonstitucional.

    La verdad es que ninguno de los acontecimientos sucedidos, estaba fuera de lo previsible. Pese a que los locutores a sueldo en los medios, afirmaban una y otra vez que el hecho era inédito y que la actitud rijosa de los legisladores de oposición había llegado a límites inexplicables de ofensa a la nación.

    En realidad, el espectáculo que ofrecieron ese día las fuerzas políticas fue de carnaval. Vimos por los medios un presidente incompetente (mi mujer me apunta: evento sin precedente y sin presidente) que convertía su debilidad en medalla. Digno final para un mandatario de opereta cómica que fue en esta ocasión más divertido que en su discurso durante el homenaje nacional a Chespirito en el que no lució como debiera. Porque su confesión de que ve todas las noches “El chavo del Ocho” no levantó carcajadas ante ese público oficioso.

    Ha logrado que revaluemos al Dr. Zedillo a quien consideramos bruto en más de una ocasión, como uno de los más juiciosos y decentes presidentes que ha tenido nuestro país. Después de todo, él no accionó la maquinaria del poder a favor de su partido, permitió elecciones limpias y dejó a la nación en un estado de derecho y sin mayores conflictos sociales.

    También pudimos observar a un López Obrador rayando en el delirio, mandando al “diablo las instituciones”, luchando por imponer nuevas entidades más acordes a sus sueños y hablando en nombre de todos los mexicanos. Pensaba – como muchos lo hicieron – que iba a arrasar en la elección y se aferró a esta creencia, pero los hechos demostraron el poder de los medios de comunicación sobre la gente común y la juventud de nuestra defectuosa democracia. Aunque el avance de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica – grande y creciente – demuestra un rechazo a la política intervencionista de los Estados Unidos, no tenía por qué suceder exactamente lo mismo en México y menos después de una campaña con tantas artimañas de la derecha.

    Obrador quiere elegirse ahora ante su auditorio cautivo, sus seguidores fervientes, como presidente alternativo del país (a un costo de más de un millón de pesos mensuales para él y su original gabinete) , en un ejercicio que será todo lo que se quiera que sea, pero que no lo veo democrático, sino la puesta en escena de otra manipulación de masas al estilo de su antiguo partido el PRI, ó peor aún, del activismo de los brigadistas estudiantiles de izquierda que ese día fueron a patear las barricadas de la policía y a tirar piedras hasta pelearse entre ellos mismos, esgrimiendo una bandera con Benito Juárez enfundado en una gorra del Che Guevara.

    Fuera del slogan Voto por Voto y Casilla por Casilla, la verdad es que la llamada izquierda no supo estar a la altura de las circunstancias en la elección. Primero, no previó que la elección pudiera ser tan apretada; segundo, jugó con reglas que no le permitirían ganar (pero al fin y al cabo las aceptó); tercero, impugnó judicialmente menos distritos de los que pide ese slogan se cuenten; presentó pruebas no concluyentes de una elección tramposa; cuarto, actúo en contra de las mismas leyes que promovió en la ciudad de México; y finalmente quinto punto, ahora está porfiada por tomar el poder haciendo una revolución a fuerza de desplantes histéricos y amenazas que no podrá cumplir ¿Qué diría Lenin de estos revolucionarios pequeñoburgueses: felices de saltar y gritar en el podium del Congreso como niños en el Brincolín? ¿Es ésta la izquierda que va a transformar nuestro país? Más que un ejército sin fusiles, parecen chamacos en el relajo. Están contentos de hacer irritar a los adultos, si es que así pueden llamarse a sus contrincantes del PAN, que como único rasgo de su mayoría de edad han blandido su falta notable de sentido del humor.

    No parece ser ésta la izquierda que va a estar a la altura para discutir con la implacable Josefina Vázquez Mota, para oponerse a las agresivas iniciativas de ley que se están aplicando a la educación, el patrimonio cultural, la reforma económica a favor del capital y la globalización. Sería como enfrentar un martillo de goma a uno eléctrico.

    Aunque hay coincidencias. Sufren de los mismos defectos de la derecha: intransigencia, intolerancia, necedad, creencia en soluciones mágicas a la realidad sórdida de los pobres, y candidez total ante los reales problemas que nuestro país enfrenta.

    Las tropas de López Obrador van a la lucha cantando: ¡A parir mujer latina! Y ¡Venceremos! (no es broma). Su lógica es la de los grupos de izquierda de los años 70’s que soñaban con la dictadura del proletariado y el castigo de los burgueses en la plaza. Enternece ver en el frente de la manifestación de apoyo, a la viejecita de más de 70 años gritando tan fuerte como puede: ¡Obrador presidente! Pero la verdad es que a todos ellos les mueve más el rencor social que cualquier otra cosa ¿Por qué no se decidió a esperar seis años para capitalizar su apoyo social? Quizá habría tenido una nueva y mejor oportunidad que ahora está quemando aceleradamente.

    Por otro lado, Felipe Calderón no tiene seguidores en la calle, nadie comulga lo suficiente con sus ideas para dar semejante paso. La mayor parte de la gente que votó por él, lo hizo por miedo ó ignorancia, por prejuicio ó simpleza. Su equipo no tiene ideales ni convicciones porque es un staff que parece producto de un live show como el de Donald Triumph. Nuestro país será ahora dirigido por un equipo de empresarios y administradores egresados de universidades particulares y de los grupos de Toast Masters, que saben más de estadística, computación ymarketing, que de historia, filosofía, economía ó ciencias sociales. No nos hemos movido ni un milímetro de los sueños del modernismo que pretenden que el industrialismo y la inversión global traerán consigo un bienestar común. Nada de eso es seguro, porque hoy como nunca, los contrastes sociales se acrecientan y la guerra imposible del Estado contra el narcotráfico nos arrastra a una situación cada vez más precaria.

    Así las cosas, estamos en un momento interesante de nuestra novela social. Las especulaciones sobre el futuro inmediato pueden ser infinitas. Puede salir ganando de este baile de máscaras, la tercera fuerza política en México ahora tan callada. Parecería que lo mejor que puede hacer el PRI para sus intereses es seguir guardando silencio y dejar que se golpeen con todo lo que tengan, la llamada izquierda y la derecha. El panismo ha demostrado su debilidad y necesitar de su máquina social, de sus tecnócratas y de sus políticos, también de las fuerzas de seguridad que los gobiernos revolucionarios alimentaron. Por todas estas razones y acontecimientos, su misma forma de gobierno autocrática, déspota ilustrada, puede aparecer para algunos como un paraíso perdido ¡Paradojas de la historia!
    Hay una última reflexión que quisiera hacer y de la cual me hago individualmente responsable, sé que a muchos no va convencer, en realidad no se trata de convencer a nadie, sino de pensar en voz alta: ¿Pueden calificarse muchas de las acciones de López Obrador como imprudentes? Sí la respuesta es afirmativa: quizá suframos de otros males, pero por lo menos, nos hemos librado de un presidente insensato.

  • El caso Hans desde Freud y Lacan

    El caso Hans desde Freud y Lacan

     Cristal Ornelas

     

    ¿Será que ignoran, hermanos, (porque estoy hablando a los que conocen ley) que la Ley es amo sobre el hombre en tanto que éste vive?

    Romanos 7:1

    De entrada el caso del pequeño Hans constituye el primer psicoanálisis con niños y Freud, aunque a distancia (a través del padre), lo trata igual que a un adulto, como alguien en quien se operan efectos a través de la palabra sobre sus construcciones fantasiosas. Su importancia teórica radica en que el desplazamiento del significante a través de las fantasías del niño permite a Freud plantear la Histeria de Angustia y reflexionar sobre el síntoma.

    En el caso Hans es muy evidente el entrecruzamiento de las dos pulsiones: erótica, que calienta y construye vida y, de saber, que lo lleva a conocer y a producir. Su deseo de saber se mueve en torno al hace-pipí.

    En un principio, la madre de Hans pudo no haber escuchado a qué se refería el hijo con el hace-pipí y caer en un significante fallido que no representa lo mismo para ambos.

    Pensándolo a partir de Introducción teórica a las funciones del Psicoanálisis en Criminología [1] el crimen de la madre sería retener que ella no tiene hace-pipí, sustraer un objeto de saber en la historia familiar. El crimen, la falta a la Ley sería retener la verdad; porque tanto interés de Hans por el hace-pipí, su masturbación, su enamoramiento hacia la niña en Gmunden, son indicadores de que él conecta afectos eróticos con su hace-pipí y que se pregunta mas bien por lo que siente. La madre falsea entonces la respuesta, ignora la Ley acomodando a Hans como su falo.

    ¿Qué otras cosas hace el hace-pipí? Paulatinamente, el hace-pipí se va contextualizando y tomando diferentes sentidos; le ayuda a distinguir categorías: porque los objetos vivos tienen y los inanimados no.

    La madre no da a Hans un lugar fuera de sí misma, lugar al Nombre-del-Padre, que haga triangulación previa al Edipo.

    La mentira de que la madre tiene falo da lugar a una obsesión que gira en torno al falo imaginario de la madre y lo que él tiene por ofrecer para alcanzar la completud.

    La mano que Hans pasa por el hace-pipí viene a recuperar la satisfacción que un día tuvo de la madre; la añoranza original es de la mano de mamá.

    Hans se retrae del goce excesivo por el voyeurismo en que lo ha sumido la madre, mamá seductora y fálica, la fobia lo salva de esta seducción (verla vestirse, sus cumplidos, dormir con ella), es un grito (de jirafa, de Graf) al padre para que no lo deje solo con la madre.

    Realmente no hubiera llegado yo

    a conocer el pecado

    si no hubiese sido por la Ley

    San Pablo Romanos 7:7

    Retomando la vinculación que hace Lacan sobre la epístola de la Ley de San Pablo y la Ley en Psicoanálisis, para mí la madre de Hans comete un crimen al ignorar la Ley y sustraerle al hijo el esclarecimiento sobre la diferenciación de los sexos, pero el padre comete también su crimen: estar ausente como padre real; porque se ubica como par de Hans respecto a la madre y no ejerce la Ley. Es un padre bueno, culto, sumido en el matriarcado con las visitas semanales a Lainz, además no regaña a su hijo, no impone límite entre éste y la madre y, por si fuera poco no lo escucha.

    …”él estaba ahí, al lado de su mujer, el tenía su rol, discutía, se hacía <>, aunque fuera un poco por la mujer, pero en fin, el se ocupaba mucho del niño, no estaba ausente, y estaba tan poco ausente que incluso hacía analizar a su niño” La carencia, es justamente del padre terrible, el que prohibe a la madre, el que fundamenta el principio del complejo de Edipo porque está ligado a la Ley primordial de prohibición del incesto y que más allá de ejercer este rol su sola presencia alcanza el efecto inconciente de interdicción en la madre.[2]

    Se trata de la intervención real del padre en torno a una amenaza imaginaria y no tanto a cortar algo del cuerpo. “La castración es un acto simbólico, cuyo agente es alguien real: el padre o la madre que le dicen <>, y cuyo objeto es un objeto imaginario”.[3] 

    La transferencia con Freud es la garantía de las palabras del padre, para Hans Freud es el garante de la Ley.

    Cuando Freud tiene la primera entrevista con Hans aparece el soporte transferencial que va a permitir el tratamiento. Al hacer que inicien un diálogo, al decirle lo negro es el bigote de tu papá, Hans sabe que alguien lo va a escuchar, porque el padre sólo traduce.

    Las interpetaciones que Freud hace a Hans son desde el Saber y no desde el lugar de Sujeto supuesto Saber, ello reporta un costo, se induce a Hans a actuar lo interpretado (acting-out). Por ejemplo, cuando el padre le dice: “si no te pasas más la mano por el hace-pipí la tontería se te irá yendo” y Hans responde: “pero si ya no me paso más la mano”[4]

    La carencia del Padre Real se compensa con la presencia de Freud, así la fobia se instaura supliendo a la metáfora paterna.

    En el momento que Hans le dice a su padre: “¡oh, no! Es tan intensa porque me sigo pasando todas las noches la mano por el hace-pipí[5] apunta dos llamados hacia el padre: 1)desmiente eso de que me lo van a cortar y 2)qué puedes ofrecerme para que yo controle mi masturbación.

    Cuando el padre le explica que mujeres y hombres tienen hace-pipí diferente hay un esclarecimiento que abre opciones al pensamiento de Hans; así como la posterior aclaración de que los varones no tienen hijos, posibilita que él ya no juegue a ser la mami de sus hijos imaginarios, sino el papi.

    ¿Qué hay más tigre de papel que una fobia,

    en tanto que, muy a menudo

    la fobia es una fobia que el niño tiene

    al tigre de su álbum,

    tigres realmente de papel?

    Lacan Seminario 16, clase 20

    A partir de Inhibición, Síntoma y Angustia,[6] la angustia es una nebulosa de un estado afectivo que produce displacer y que carece de representación, un temor indeterminado; desmantela al cuerpo, algo de éste no se puede controlar.

    Inhibición es la limitación normal de una función (implica poner distancia entre el sujeto y el objeto) y Síntoma es la variación o la nueva operación de una función; entonces, al principio la angustia en Hans surge ante el caballo y la inhibición es a salir a caminar.

    Según Freud en las fobias la angustia crea a la represión. La fobia es un logro porque centra en un solo objeto a la angustia dispersa; así parece más fácil controlar un miedo. El temor, el miedo específico se produce porque ya hay una representación.

    El espacio del sujeto viene a organizarse en torno a ciertos límites que se convierten en de-limitaciones.[7]

    Para Freud las fobias se ubican como histerias de angustia y la angustia en las zoofobias es angustia de castración.

    En las fobias llama más la atención la intensidad de la angustia que el contenido asociado al miedo; en las fobias a animales no puede tratarse de una antipatía común a todos los seres humanos, porque suelen escapar de la dimensión de peligro normalmente aceptada, entonces, aparece como incomprensible. [8]

    La angustia no proviene de la ausencia de la madre, sino de su presencia, del deseo que ella ha puesto sobre Hans.

    El objeto fóbico en Hans se crea porque él tiene una pulsión erótica hacia la madre, descarga esta energía masturbándose (principio de placer) viene la represión como un mensaje del principio de realidad sobre el de placer (amenaza de castración) pero la represión elimina a la representación que lo guiaba hacia el objeto; la energía de búsqueda queda activa y por desplazamiento una nueva representación ocupa el hueco que dejó la representación original: el caballo.

    El objeto fóbico es un intento de sostener una pregunta sobre el deseo y la falta, pregunta que queda sin respuesta, pero que produce una tensión en la que se generan metáforas.[9] Hans está sujetado por la propia pregunta, por el deseo de su madre que él no puede satisfacer porque quiere desear.

    De acuerdo a Viltard las fobias infantiles parten generalmente de un dibujo o juguete, algo cuya forma puede ser destruida; entonces no hay objeto fóbico, se trata de los contornos resaltados. Así se puede considerar que en el dibujo de la jirafa la forma del caballo cobra el valor de un trazo escrito.[10]

    En su síntoma fóbico el caballo lo va a castrar a nivel Imaginario porque en lo Simbólico la castración efectuada por el padre no se ha hecho patente.

    La angustia del fóbico sobreviene cuando se da cuenta que ha perdido su miedo, perdiendo el miedo se pierde la seguridad porque ya no se sabe dónde es preciso detenerse.[11]

    Hans expresa a lo largo de todo el caso lo que ha imaginarizado con sus fantasías. Asocia a un significante privilegiado su angustia.

    La elección del significante caballo tiene relación con una ilustración que aparece en el primer libro del niño. El miedo que despierta el caballo es porque primero apoya la identificación con el padre y posteriormente la dificulta; esto último produce la angustia que precede a la fobia[12]

    Pero el caballo según Viltard aparece también con un caballo de balanceo que Freud regala a Hans en su tercer cumpleaños, la madre del niño había estado en análisis con Freud, …”Entonces, a modo de fin de análisis ofrecer un caballo como revelación de lo que era supuestamente retenido por el analista, incluso escondido en él, develamiento último”…[13] se abre la interrogante ¿existe un vínculo del fin de análisis de la madre con la construcción posterior que hace Hans en torno al caballo?

    La contextualización de ese significante lleva por la relación calle-caballo-mordida y está vinculada a la pregunta ¿quién piensa, antes de dormir en la calle y en el paseo… la madre o Hans?

    Caballo… es el significante que se mueve vinculándose a otros en el análisis de Hans gracias a sus fantasías, sus construcciones míticas.

     “por causa del caballo

    y por causa del caballo”

    Hans

    Antes de los 3 años Hans pregunta a su madre si tiene hace-pipí, ella responde afirmativamente; al ver ordeñar a una vaca dice que del hace-pipí sale leche.[14]

    A los 3 ½ años la madre lo sorprende tocándose el pene y hace la amenaza de castración diciéndole que vendrá el doctor a cortárselo.[15] Pero esta amenaza no produce ningún efecto.

    Hacia los 3 ½ años ve el hace-pipí del león y a los 3 ¾ se pregunta por el de la locomotora. Por esa época pregunta a ambos padres si tienen hace-pipí, ambos contestan que sí y aparece la primera vinculación con el caballo, cuando le dice a su madre que pensó que ella tendría uno tan grande como el de un caballo.[16]

    Aparece su primera desconfianza a la teoría de la cigüeña cuando el día del parto ve tinajas con sangre y manifiesta que no quiere ninguna hermanita. Una semana después observa el hace-pipí de la hermana mientras la bañan y asevera: cuando crezca se le hará más grande.[17]

    En el caso hay una evolución Real-Imaginario-Simbólico. Está la excitación en el hace-pipí (Real). La necesidad de explicarse el nacimiento de su hermana, la pregunta a la madre ¿tu también tienes un hace-pipí? (este cuestionamiento es efectuado alrededor de los 3 ½ años de Hans, cuando inicia la transformación en el cuerpo de la madre por el embarazo, probablemente también estaba en el proceso de control de esfínteres, esto que el padre no reporta permite que Hans abra un Imaginario con el significante del hace-pipí). Luego hay un pasaje Simbólico cuando el Imaginario se comparte con otro y circula el significante; pero Hans no encuentra una verdad sino en el Imaginario de la madre que él coloca en su Simbólico y toma como verdad, por tanto su estructura tiene una falla Simbólica y Hans va haciendo crecer un Imaginario que estalla en la fobia.

    A los 4 ½ años se resquebraja la posición de falo imaginario de Hans porque constata que su hace-pipí es pequeño (que no puede colmar a la madre, está marcado cuando la madre le dice que es una porquería, indecente[18]) y porque es destituido de esta función por su hermana.

    Hacia sus 4 ¾ de edad y durante el segundo viaje a Gmunden, cuando ya manifestaba angustia al anochecer, aparece el temor específico: “tuve miedo de que un caballo me mordiera[19] Aquí la angustia ya encontró como objeto al caballo. Después de su cirugía en amígdalas el temor se asocia a la mordida: “No le pases los dedos al caballo blanco, de lo contrario te morderá[20] Cuando el niño se recupera, sale con el padre a la calle y éste le esclarece la diferencia entre los sexos, Hans se siente bien porque hay pocos carruajes.[21]

    Según Freud el esclarecimiento de los sexos despierta el complejo de castración y se vincula a la fantasía de las jirafas; en la cual llega a la correspondencia entre: jirafa grande-pene, grande (del padre) y jirafa arrugada (miembro de la madre), donde a través de esta fantasía Hans no puede medir su hace-pipí con el de su padre y el sentarse encima figura el deseo de posesión sobre la madre.[22]

    Desde una lectura lacaniana la jirafa grande tiene que ver con la madre fálica y la pequeña con Hans, quien comprueba que es una escritura al arrugarla y sentarse encima. Así hace pasar el falo a lo Simbólico. [23]

    Con esto pide al padre la garantía de que se puede hacer lo que se quiera con una jirafa dibujada, por ejemplo arrugarla; al mismo tiempo es una petición al padre para que valide el valor de intercambio del significante, ¿qué se puede hacer del dibujo en tanto que significante? pero Max Graf continua con su sordera electiva y se pregunta amparado en la teoría freudiana ¿qué quiere decir una jirafa arrugada?[24]

    Hans, arruga una palabra: el apellido paterno, puesto que entre la pronunciación en alemán de Giraffe y Graf, g(i)raf sólo hay un ligero arrugamiento.[25] Al arrugar y aplastar el dibujo busca la integridad de su nombre.

    “El simbólico es el significante pero el cuerpo del simbólico es la lengua. Gracias a la función de fonación la lengua permite “sonorizar” el significante y así hacer sentido. Lo que Hans busca hacer por medio de este arrugamiento del sonido de su Nombre propio es diferenciar el Nombre propio de la lengua común, soportar que los sonidos de su nombre estén en la lengua sin que ello amenace su integridad. Él busca hacer de su nombre un trazo de escrito, fuera-lengua y fuera-sentido. Hace dos jirafas, ha disociado fonetización y significante. Una de las jirafas está sonorizada, grita (y no grita cualquier cosa desde el punto de vista del sentido; ella denuncia esta separación, esta disociación), y la otra jirafa es de papel, muda, arrugada. La lengua resuena pero el significante es silencio. La portadora del Nombre propio, Lacan nos lo hace notar, es Hanna. Ella es quien se convierte en el amo del caballo, del significante, y la que por su lugar de ideal del yo, resuelve la cuestión de la posesión del falo. Por otro lado, es a ella a quien Hans –cansado de las preguntas de su padre sobre <<quiénes son estas jirafas>>- atribuye la jirafa arrugada, el escrito, el significante. ¿Qué decir de este cuerpo del simbólico, para el pequeño Hans, de esta G(i)raf que grita? ¿Qué ocurre cuando el significante <>?”[26]

    Pienso al ruido como herencia de su fobia, así Hans, Herbert Graf, se convierte en músico y la música le permite sonorizar por medio de notas el significante, sin recurrir a la palabra.

    Volviendo a las fantasías de Hans, tras aquella de las jirafas aparece la siguiente con el padre: “He viajado contigo en el ferrocarril y hemos roto una ventanilla, y el guarda nos ha llevado[27] a partir de la cual, según Freud Hans vislumbra que está prohibido ponerse en posesión de la madre.

    Aparece la intervención directa, personal de Freud sobre lo negro alrededor de la boca, donde le habla sobre la rivalidad que siente hacia su padre por querer a su mamá. Freud le interpreta: “El negro es el bigote y los anteojos de tu padre”, esto hace sentido, porque a partir de entonces Hans empieza a manejarlo como un atributo y detestar el calzón negro de su madre, los cojines negros del tren, los caballos negros en las calles.

    El caballo no amenaza a Hans con incorporarlo porque sobre su boca la fobia ha puesto el Negro que erige la barrera del miedo.[28] El padre interroga ¿Qué es este negro? ¿es hierro? ¿el bozal? ¿el freno? No, es el Negro.

    “La imagen no está ya vinculada al cuerpo mas que por el Negro y el sonido no está vinculado al significante más que por el ruido”[29]

    Hasta aquí el caso constituye un llamado al padre marcado por la rivalidad “debes arreglártelas conmigo, debes estar enojado conmigo” Hans (invoca al padre Real) pide al padre que se haga responsable de su papel frente a su mujer y que sea un padre del cual él pueda sentir miedo. Porque así, con el Don de la castración él podrá desear más allá del deseo de su madre.

    Sin embargo, ya que Hans no tiene miedo ante la palabra de su padre, necesita el miedo hacia el caballo:

    …”un miedo no es una angustia, en el miedo se sabe a qué se le tiene miedo: <>, eso es ubicable. La angustia es el vacío, en cambio el caballo está delante de la puerta, a la salida, está circunscripto y sobre todo puede ser nombrado: un significante que hace borde, que hace littoral, hace límite entre el exterior y el interior. Hans dice bien: <>. En cambio la angustia es confrontación […] con el deseo de la madre en donde uno es tomado, engullido, uno se pierde allí”. [30]

    Las imágenes de iniciación a las heridas y el choque tienen relación con el pasaje de la castración materna (devoración de la madre) a la paterna (rivalidad). En este recorrido el significante caballo aparece como sigue:

    1) vinculado a la mordida, mordida de la madre (el punto de partida es la boca)

    2) en el juego de los caballos con las niñas (domestica al caballo, durante el juego puede golpearlo)

    3) en el bigote del padre (lo negro) (el negro de la boca del caballo, el caballo pasa de la madre al padre: metáfora paterna)[31]

    Hans tiene aproximadamente 4 ¾ años, aparece en él la angustia frente a los carruajes, a la partida de éstos, a que los caballos se tumben y a la partida del carro con él adentro.[32]

    A partir del carro que se va aparecen centros de temor, alrededor de los cuales gira el restablecimiento de su seguridad, miedos de algo exterior, real; gracias a lo cual ya no es simplemente un sujetado. Porque la fuente de su angustia y de su fobia es por estar sujetado como falo de la madre.[33]

    La frase a causa del caballo y a causa del caballo,[34] surgida en Gmunden cuando Fritz que jugaba a ser el caballo cae y a partir de la cual según Hans adquiere aposteriori la tontería, donde wegen (a causa de) conecta la fobia con wägen (coche) por anudamiento homofónico; es decir, por arrugar las palabras.

    Hans teme ahora a los carros pesados, a lo negro en la boca del caballo, al barullo de las patas del caballo, asociado a: se tumbará y morderá.

    Con la escena de la caída de un caballo pesado estalla la fobia.[35] Él se ve en la caída (el movimiento de la caída disocia Imaginario y Real), en ese caballo que hace barullo con las patas; porque ha caído como objeto a del plus de gozar de su madre (efecto de nominación real), entonces aparece angustia.

    No tolera la caída del caballo, algo se inscribe más allá de la percepción de la caída real del animal. Queda atrapado en esa separación y se ve en el caballo caído.[36]

    Empiezan a desplegarse una serie de conexiones: caballo-barullo, Lumpf-defecar[37] en la bacinilla donde el carruaje cargado y la cesta de niños hacen alusión al cuerpo de la madre (cargado de hijos) y al cuerpo de él (cargado de heces). En Lainz aparece el miedo a ir al baño[38] y accionar la descarga del inodoro por el barullo (fuerte-Lumpf y débil-pipí). Hans es el Lumpf y teme irse por el excusado y se asocia al miedo a la bañera[39] en Gmunden.

    Hans está incorporado a su madre, está dentro de su cuerpo, puede ser evacuado, por eso percibe primero la desnudez y luego la ropa “las mujeres están desnudas bajo su vestido” [40]

    En la fantasía del mecánico [41]cuando él está en la bañera y aquel le mete un taladro en la panza están asociados el Lumpf, el barullo que hace con las patas el caballo que cae y la panza de mamá embarazada de Hanna. A partir de esto sale a la luz el deseo de que la hermana no naciera; o bien, de que muera. Se asocia el barullo [42]con los gritos de Hanna que Hans no tolera.

    Después de que ambos padres explican a Hans cómo vienen los bebés al mundo, éste figura la fantasía de tener hijos y ubica al padre como esposo de la abuela de Lainz y a su madre como pareja suya, pero se ha producido un movimiento respecto a esos hijos fantaseados, como dice Hans: “Antes yo era la mami, ahora soy el papi”.[43]

     Finalmente, la fantasía del instalador [44]alude a la castración paterna ”Ha venido y con sus pinzas me sacó primero el trasero y me dio otro y luego un hace-pipí” La mordida negra de la boca materna se convierte en la pinza paterna. Aquí el instalador va a des-sujetar algo, la angustia de estar sujetado, porque por estar sujetado no sabe a dónde puede llevarlo eso.

    Caballo que ha comido su carro

    Contempla el horizonte.

    Henri Michaux

    Hans, en realidad llamado Herbert Graf fue hijo del musicólogo Max Graf, además de ser un destacado director de ópera a nivel mundial.

    Interesante coincidencia el caso Hans en Freud es un sendero de fantasías y encontrar que dedicó su vida a la música, remite inevitablemente desde Freud al vínculo fantasía-arte.

    “Existe, en efecto, un camino de regreso de la fantasía a la realidad y es…el arte. Al comienzo, el artista es también un introvertido, y no está muy lejos de la neurosis. Es constreñido por necesidades pulsionales hiperintensas; querría conseguir honores, riqueza, fama y el amor de las mujeres. Pero le faltan los medios para alcanzar esas satisfacciones.” [45]

    Que el artista elabora a través de su obra sus sueños diurnos, sustrayendo lo personal y disfrazando las fuentes prohibidas, posibilitando que otros extraigan consuelo de su propio inconsciente, por lo cual el artista obtiene agradecimiento y admiración, alcanzando por su fantasía de fama, poder y amor de las mujeres.[46]

    Porge[47] plantea que hacia el final de su vida Herbert Graf busca un encuentro con el pequeño Hans, porque algo se perdió o quedó incompleto en Schönbrunn. ¿Qué fue a buscar? …”¿Un nuevo significante?”[48]

    En 1971 Herbert Graf decide abrir un segundo centro en el festival de Salzburgo (encuentro mundial de jóvenes con ópera, conciertos, teatro y danza) en Hellbrunn (hell Brunnen: fuente límpida) que puede asociarse a Schönbrunn (de shöner Brunnen: bella fuente) éste último, sitio donde aparece la fobia de Hans.

    Además los dos puntos guardan similitudes, el primero es un castillo cercano a Salzburgo como el segundo lo es con respecto a Viena y, ambos cuentan con parque y zoológico. Graf muere en 1973, no obstante su proyecto le sobrevive.

    Freud cree que Hans salió bien librado de la fobia con el análisis; sin embargo, Lacan cree lo contrario, sobre todo respecto a su sexualidad, donde ubica que aunque parezca heterosexual está cercano en algo a la homosexualidad y estará limitado en su vínculo con la mujer.

    La salida del complejo de Edipo en Hans es falseada, aunque haya salido gracias a su fobia, tendrá una vida amorosa marcada por el estilo del Imaginario.[49]

    Hans acude a ver a Freud 14 años después de su breve análisis (1922), Freud refiere dicho encuentro, a saber: …”el análisis no había preservado de la amnesia el episidio, sino que él mismo había caído bajo ella”[50] Es decir, Freud alude aquí al éxito del psicoanálisis en la infancia; sin embargo, Viltard leyendo a Lacan ofrece una versión muy distinta donde Hans “no olvida la fobia, está olvidado el mismo”.[51] Remitiendo a cierto fracaso.

    …“algo no ha sido abordado con Hans, es decir la relación con las niñas, él modificó su relación con la madre y eso es bastante, pero en la medida que el Padre Real le ha faltado, en la medida que su padre no había hecho un análisis, hay algo que quedó detenido en cuanto a su narcisismo como niño, su narcisismo de muchacho cuestionado por las niñas. El tiene niñas de sueños, niñas de su imaginación, y allí hay un problema que ha quedado suspendido y que no ha sido abordado”.[52]

    Las producciones musicales de Graf adulto son niños imaginarios en los que puede mirarse incorporado al cuerpo de su madre, pero en una posición subjetiva que lo deja ausente de sí mismo. ¿Esto habría tenido lugar si su análisis hubiera continuado? o bien, ¿si el de su madre hubiera seguido?[53]

    Max Graf escribe en 1942 “Cuando mi hijo nació, me preguntaba si no debía sustraerlo del odio antisemita reinante, que en ese momento difundía en Viena un hombre muy popular, el Dr. Luger. No estaba seguro de que no fuese preferible que mi hijo fuera educado en la fe cristiana. Freud me aconsejó no hacerlo <>” [54]  

    Ante señalamientos como el anterior y por la intervención de Freud como padre simbólico es evidente que Hans no tuvo trangulación edípica, sino cuarteto ¿De quién es hijo entonces, de Graf o de Freud?

    A modo de cierre

    Freud habla de Hans como un Don Juan, mientras Lacan lee en el caso una relación fallida con las mujeres.

    Hans es el caballo que quiere librarse de su carro, de una carga que no puede sostener; por ello el epígrafe de Michaux me ofrece una solución: después de las fantasías de ser devorado, comerse la carga significaría habérselas arreglado frente a ella y poder desear figurado en contemplar el horizonte. Esta opción me hace pensar en Freud.

    Sin embargo, también puedo leerla como un destino: tragarse su fobia y ausente de sí mismo mirarse en sus óperas. Idea que me remite a Lacan.

    Hans es un caso seductor y un clásico de imprescindible revisión, creo que cualquier lector queda fascinado con la frescura de su discurso y maravillado por una especie de galope a caballo recorriendo sus fantasías; sin embargo, quizá su mayor valor pueda estar en ponerlo a trabajar en la clínica psicoanalítica infantil actual, en el caso por caso.

    Bibliografía

    § FREUD, S. Análisis de la fobia de un niño de cinco años (El pequeño Hans) t.X, En: Obras Completas, Amorrortu, Bs. As., 1990, pp. 3-118.

    ____Inhibición, síntoma y angustia, t.XX, pp. 73-164.

    ____23ª conferencia. Los caminos de la formación del síntoma, t.XVI, pp.326-343.

    ____25ª conferencia. La angustia, t. XVI, pp. 357-374.

    § JULIEN, Phillipe El Padre es un nombre. En: Del Padre. Seminario de Psicoanálisis (21 al 24 de julio de 1990, Montevideo) Transcripción Blanca M. Heredia, Córdoba, Argentina, 1991, pp. 13-33.

    § LACAN, J. Introducción teórica a las funciones del Psicoanálisis en Criminología. En: Escritos 1, s. XXI, México, 1990, pp. 117-141.

    ____Seminario 5 Las formaciones del Inconciente, clase 9 La Metáfora Paterna I. 15 de enero de 1958 y clase 10 La Metáfora Paterna II. 22 de enero de 1958.

    ____Seminario 16 De otro al otro, clase 20, 14 de mayo de 1969.

    § NOVOA, Víctor Las diferentes apreciaciones de Freud y Lacan sobre el caso del “Pequeño Hans”. En: Psicoanálisis. Teoría y Clínica, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 1999, pp. 70-94.

    § PORGE, Erik Del desplazamiento al síntoma fóbico En: Littoral Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, No. 2/3 blasones de la fobia, (traducción del No.1) Editorial la Torre Abolida, Córdoba, Argentina, 1987, pp.91-110.

    § VILTARD, Mayette Arrugar la Palabra, En: Littoral Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, No.13 El niño y el psicoanalista, (traducción del No.22), E.P.E.L., Córdoba, Argentina, octubre de 1991, pp. 25-46.


    [1] Lacan, Introducción teórica a las funciones del Psicoanálisis en Criminología, pp.117-141.

    [2] Lacan, Seminario 5, clase 9.

    [3] Idem.

    [4] Freud, Análisis de la fobia…, p. 27.

    [5] Idem.

    [6] Freud, Inhibición, Síntoma y Angustia, pp. 73-164.

    [7] Porge, Del desplazamiento al síntoma fóbico, p. 92.

    [8] Freud, 25ª conferencia, p. 364.

    [9] Novoa, Las diferentes apreciaciones de Freud y Lacan sobre el caso del “Pequeño Hans”, p., 84.

    [10] Viltard, Arrugar la palabra, pp. 42-43.

    [11] Lacan, Seminario 5, clase 9.

    [12] Novoa, o.c., p., 84.

    [13] Viltard, o.c., p. 32.

    [14] Freud, Análisis de la fobia…, p. 8.

    [15] Ibid., p. 9.

    [16] Ibid., p.10.

    [17] Ibid., pp. 11-12.

    [18] Ibid., p. 18.

    [19] Ibid., p. 22.

    [20] Ibid., p. 26

    [21] Ibid., p. 28.

    [22] Ibid., pp.32-35.

    [23] Lacan, Seminario 16, clase 20

    [24] Viltard, o.c., pp. 36-37.

    [25] Viltard, o.c.,p. 37.

    [26] Ibid., pp. 38-39.

    [27] Freud, Análisis de la fobia…, p. 36.

    [28] Viltard, o.c., p. 34.

    [29] Ibid., p. 45.

    [30] Julien, El Padre es un nombre, p.27.

    [31] Ibid., pp. 27-28.

    [32] Freud, Análisis de la fobia…, pp. 39-41.

    [33] Lacan, Seminario 5, clase 10.

    [34] Freud, Análisis de la fobia…, pp.49-50.

    [35] Ibid., pp. 42-45.

    [36] Viltard, o.c., p. 31.

    [37] Freud, Análisis de la fobia…, pp. 46-48.

    [38] Ibid., p. 54.

    [39] Ibid., p. 56.

    [40] Viltard, o.c., p.33.

    [41] Freud, Análisis de la fobia…, p. 55.

    [42] Ibid., p. 61.

    [43] Ibid., p. 80.

    [44] Ibid., p. 83.

    [45] Freud, 23ª. Conferencia, p. 342.

    [46] Ibid., p. 343.

    [47] Porge, o.c., p. 94.

    [48] Ibid., p. 98.

    [49] Lacan, Seminario 5, clase 10

    [50] Freud, Análisis de la fobia…, p. 118.

    [51] Viltard, o.c., p. 34. Remite a Lacan, Seminario La relación de objeto, 26 de junio de 1957.

    [52] Julien, o.c.,p. 30.

    [53] Viltard, o.c., p., 35.

    [54] Idem., Extraído de: Reminiscences of Professeur Sigmund Freud by Max Graf. Psychoanalytic Quaterly, 1942, pp. 465-476.

  • La pasión

    La pasión

    José Eduardo Tappan Merino

    “Más pierde el que pierde la pasión que el que se pierde en la pasión”

    Kierkegaard

    Como Trías lo hiciera con su tratado de la pasión yo he dirigido mi interés en ver a “la pasión como idea nuclear desde la cual comprender la realidad […] O si se quiere decir con máxima propiedad, un empeño ontológico. […] Pretendo pensar a la pasión de otro modo a como es pensada habitualmente. No la concibo como negativa respecto a la acción, sino como positividad que funda la acción. No la concibo como rémora del conocimiento racional, sino como la base empírica de éste”[3]

    La pasión y las modificaciones que inscribe en la existencia, nos conduce a examinar la condición de “ser” en cuanto despliegue ontológico, no de una forma que busque en el “ser” las respuestas pero sí como una aproximación necesaria, pero que posteriormente será desechada, con cierto afán deconstructivista en el empeño de comprender la complejidad y riqueza del tema.

    Existen tres posiciones para entender y pensar “el ser de la condición humana”: una de ellas es la biológica que se sostiene en la genética y que puede ser entendida como la característica propia de nuestra especie “homo sapiens sapiens”, la segunda considera que es producida por la cultura o la sociedad, por lo que se trata de un asunto relativo al campo educativo, en cuanto se introduce al infante a la cultura por la “socialización” y, finalmente la tercera trata de un acto psíquico que genera únicamente tres posibilidades ontologizables: ser sicótico, neurótico o perverso. Por razones de espacio nos dirigiremos directamente a la tercera de estas posibilidades ontologizables: la de la estructuración psíquica.

    Sin embargo la estructuración psíquica no es un fenómeno gradual y natural, debe ser inscrita, es efecto de un acto antinatural y fundante, simplemente porque no es un fenómeno que se realiza de manera espontánea, además de que requiere de un agente que actúe, una función que ejecute esa acción (pasión). Una acción o un acto que generará un antes y un después, que en realidad, al no ser naturales es una alienación, se trata de una determinación, un efecto, un afecto, un defecto, un vacío, un pathos.

    La propuesta de varios psicoanalistas tiene que ver con un vacío esencial a la condición humana, sin embargo, se diferencian en cuanto a las teorías que emplean para dar cuenta de él, Michel Balint y Donald Winnicott, proponen que esta falta es producto de los desajustes, dificultades y problemas en la relación fundamental entre la madre y el hijo, teoría que presentaría a la falla esencial, como un efecto de la problemática vincular y de la equívoca función materna, lo que deja escapar la idea de cierta posibilidad de zanjar esa falla estructural con una despatologizada y sana acción parental, que “supuestamente” podría tener consecuencias menos graves para los niños. Lacan es más radical ya que propone que esa falla, debe producirse, es una acción necesaria y fundante, producida por lo que él llama función paterna, que debe separar a la madre de su criatura. Pero que es una función paradójicamente sostenida por la madre y que es imposible que opere una función paterna si no existe un deseo de la madre de que ésta actúe en ella. Se trata de que la madre debe tener un “deseo otro”, o un deseo que se dirija más allá de su hijo, de lo contrario, al sentirse completada por su vástago, él no podrá ser nada más que aquello que funge como completud para la madre; en ese “deseo otro” gravita la posibilidad de que opere una separación, de que una función paterna introduzca el significante del corte que Lacan llama “nombre del padre”.

    “Uno de los aportes más importantes a toda esta discusión ha sido el libro publicado por Michael Balint, la falta básica (The Basic Fault) el título del cual, creía él, captaba la esencia de la condición humana. Hay un doble significado aquí: por falta, Balint no quiso hablar sólo de error, hizo una analogía con una imperfección geológica, una grieta o hendidura en la tierra que, bajo condiciones de presión suficientes, provoca sismos. La falla es también una falta; en términos de la condición […]”[4]

    La idea de emplear a la geología para dar cuenta de la manera en que se constituye la subjetividad, la cultura, el carácter y la sociedad no es novedosa, Lévi-Strauss la emplea de manera recurrente en su propuesta estructuralista de análisis. De hecho tampoco Balint es el primero en concebir el vacío original como una falla geológica, y gracias a ella, son posibles los desplazamientos de las otras capas de la tierra, así como de los continentes. Las fallas son las que permiten que las tensiones terrestres, sociales y psíquicas transiten por ese cause, ya que sin ellas las estructuras bajo la presión se destruirían, se trata de una fractura que permite la movilidad de las placas.

    Lacan como legítimo heredero de la tradición estructuralista[5] sitúa, al igual que otros estudiosos, este vacío en el centro mismo de la condición humana, en la materia ontologizable, o para ser más correctos la sin materia que es la causa del “ser”, y la manera de vincularnos con él, será ese vacío lo que determine las características de las estructuras clínicas: psicosis, neurosis o perversión. Decíamos que para Lacan la separación de la madre de ese otro, es fundamental ya que esta totalmente a su merced, debido a que la condición humana se encuentra al nacer en un estado de indefensión que requiere de una segunda matriz (simbólica, y social) para seguir el desarrollo esencial que nos permita valernos por nosotros mismos como sucede con los marsupiales. Este estado ha sido llamado de prematuración, en consecuencia la dependencia es un asunto de vida y muerte, sin embargo, como en las metáforas naturalistas, es necesario que aparezca algo de la dimensión de un destete, que el hijo no sea todo para su madre, que en la madre exista un deseo por otras cosas, ése otro deseo es esencial para que opere como función paterna, como un corte, claro que no se trata de cualquier otro deseo, tiene que tener el peso suficiente como para convertirse en un polo de gravedad, que atraiga al cachorrito humano y lo separe de la madre, le inscriba un corte, una separación, una falta, un vacío, una falla en el orden de la naturaleza que decíamos llevará el título de: “nombre del padre”.

    “El novelista británico John Fowles llamó a este vacío “el nemo” y lo describe como un anti-ego, un estado de ser nadie. “Nadie quiere ser nadie”, escribe Fowles. “Todos nuestros actos están parcialmente concebidos para llenar o para marcar el vacío que sentimos en el fondo”[6]

    Este vacío se encuentra perimetrado por la angustia y existe una propensión, una especie de búsqueda de llenarlo, lo cual es profundamente angustioso ya que nos conduce a ese estado de “no ser” (antes del corte), pero que encuentra satisfacciones en la con-fusión con el Otro (fusión con el Otro), con la madre, permanecer como eso que le falta a ella, colmarla, ofrendarnos como se haría en las religiones antiguas, como tributo a los dioses voraces (el goce). O bien, escapar torpemente como haría Edipo, para simplemente precipitar y acelerar su destino, buscamos huir de la vacuidad, de lo irrepresentable, del nemo. “Mucho de lo que pasa por cultura y personalidad en nuestra sociedad, tiende a caer dentro de esta categoría sustitutiva, y que es en efecto el resultado de huir del silencio y [el vacío]”[7]

    Lo que se escribe como diferancia es el movimiento de juego que produce: “fort-da”, la vasculación, la separación, el corte, la oscilación, el pendular, entre la presencia y la ausencia. Por lo que no se trata simplemente de una cualquier actividad. Éstas actividades y operaciones serán características esenciales y los ingredientes que no debemos olvidar, ya que nos conducirán finalmente con el tema de la ponencia: la pasión, pero eso será en otro momento. No siendo la marca de la diferancia una presencia, sino un desplazamiento, que busca que se repita, en otro tiempo y en otro lugar. Se trata de una diferancia que marca una discontinuidad, con un trazado biológico, con los parámetros impuestos por las leyes de la naturaleza, se trata de la diferencia representada como la opción.

    Puede estar claro ahora que la diferancia es la única posibilidad para que aparezca algo que implique una ontología no del “ser” en cuanto “ser”, sino del “ser” en cuanto existencia, una ontología imposible en cuanto se trata de una marca que en realidad es más bien una herida o en su defecto una cicatriz, de una diferencia, de diferir, de una aparición del sujeto entre los opuestos binarios, la implicación de estos opuestos conlleva la aparición del orden simbólico, que además tiene sus cimientos ahora en esa marca, esa señal, en esa diferancia que constituye además al significante signo, al lenguaje y, por supuesto a el habla como única posibilidad de sujetamiento y sujeción, con los otros y con el Otro. Entendida la diferancia como posibilidad de la mismidad y la otredad, antes de la diferancia lo que había era una nada oscilante entre el placer y el displacer, sin que ésta generara registro, algo en la memoria, sin que permaneciera alguna huella.

    Sin embargo esta diferancia esta marcada por el dolor, además de que no tiene ninguna existencia propia, más que como aparecida entre significantes, que es supuesta y articulada en el leguaje y el habla “frente al “ente” que es siendo, por la diferencia”. Pero esta operación llamada de corte en la que un sujeto, necesariamente será un producto del mismo, un efecto de la diferencia que surge entre dos significantes, diferencia activa que se ponen en juego y por lo mismo tiene un carácter de separar, y de constituir un vacío. Un vacío lleno de diferencia o una diferencia que es puro vacío.

    Decíamos con anterioridad que la diferancia puede ser comprendida como un movimiento, entre la presencia y la ausencia, como una acción, como una afectación sobre el “ello”, que podemos trasladar al ente, que se desliza en un juego dialéctico, que genera una imposición (in-posición). Se trata entonces de algo que genera la condición de ser alienado, el ser en cuanto causado.

    Con lo anterior, ya tenemos suficientes antecedentes para entrar de lleno en el tema de la pasión como condición existencial.

    La pasión siguiendo a Ferrater Mora es entendida como pathos, es una de las categorías aristotélicas de la retórica como lo son también la sustancia, la cantidad, la cualidad, la situación, el estado, la relación, el lugar, el tiempo y la acción. Es necesario recordar que el uso del pathos en el sentido que le estamos dando, se conserva en voces tales como apático, simpático, empático, patológico y patético, que aluden al pathos como sentimiento, como afecto, como pasión.

    “Se debe entender a la pasión como una afección, esto es, el estado en que algo está afectado por una acción –como cuando esta cortado por la acción de cortar-”[8]

    La pasión entendida entonces como una afección, como cuando algo está afectado por una acción que imprime un afecto, muestra exactamente el fenómeno del que hemos estado hablando, la constitución de la subjetividad humana en la que ahora descubrimos que Aristóteles, identificaba también la constitución de lo humano como resultado de un acto, no como algo que se producía de manera espontánea. En la pasión queda, pues, modificado o afectado “el ente”, constituyéndole una posibilidad de ser. La verdad del ser como afección-pasión-pathos tiene que ver con esta afectación-patológica, con la desnaturalización, con la trasmutación del instinto al patologizarlo, por vía de la afección-pathos y transformado en pulsión, con la transformación de la cruda necesidad por vía del pathos en deseo, con la mutación del organismo por vía del pathos en un cuerpo erógeno, por la convivencia por la vía pathos en “el ello” que es siendo, por la circulación gracias al pathos de los ideales y del amor, aparecen los ideales y con ellos, el yo y el superyo.

    “David Hume, nos dice que: el impulso no surge de la razón, sino que es sólo dirigido por ella”. En suma, la razón no puede, por sí misma, producir ninguna acción o dar origen a un acto voluntario; por lo tanto no puede evitar actos de la voluntad o “disputar la preferencia con ninguna pasión o emoción. Hume llega a afirmar que “la razón es, y sólo debería ser esclava de las pasiones, y no puede pretender desempeñar otro oficio que servirlas y obedecerlas” [9]

    Para Hume como para el psicoanálisis la pasión como afectación, afección, emoción, no sólo tiene una encomienda por su carácter fundante, sino como única verdad de la existencia, como fuerza y aliento vital, frente al que algunos torpemente nos enfrentamos siempre para salir perdiendo. Hume se burla de sus contemporáneos, y de aquellos que sobrestiman el papel de la conciencia y la razón. Él afirma contra el pensamiento racionalista, especialmente de corte cartesiano que en realidad la razón sólo debería servir y obedecer a las pasiones, ya que en realidad es su lacaya, aunque “el yo” quiera construir otra historia desde la conciencia para mantener el engaño de su papel protagónico e independiente del resto de las instancias psíquicas.

    Es necesario antes de seguir adelante hacer una breve recapitulación de los temas que se han expuesto, hacer un breve resumen de lo presentado.

    La idea de que la condición de la existencia humana, como patológica, nos conduce a preguntarnos sobre lo normal entendido como el estado de naturaleza sin alteraciones. Lo patológico es esa alteración, esa afectación al orden de las leyes de esa naturaleza. Lo humano por lo tanto es únicamente pensable a partir de ser patológico, lo normal no cabe como posibilidad en su existencia más que como animal. Somos en nuestros tropiezos, equívocos, actos fallidos, encuentros con la verdad, lo que impide cualquier interés ideal de estudio sobre lo humano normal o natural.

    Ahora bien, es necesario que sigamos adelante. Para ello debemos recordar que Freud propuso que la base del aparato psíquico, la materia prima del mismo es lo que llamó: “ello”, se trata de una condición previa al ser, una materia aún no inscrita, en la que se realizan las operaciones que llamamos del campo de la necesidad, y que se encuentran oscilando simplemente entre una satisfacción y un malestar, del que no se tiene conciencia. Para los propósitos de esta conferencia quiero deslizar otro concepto que es muy importante para la filosofía, se trata del “ente”, Aristóteles dice: “el ente es verum”. Para Santo Tomás de Aquino, el “ente” es “lo que es”, mientras que el “ser” se refiere a algo que es para alguien o para algo. El “ente” es, quiere decir que existe porque ha sido creado, “afectado” mientras que el “ser” no es más que el “acto de ser” para alguien. Según Heidegger, la tradición occidental se ha interesado más por el estudio de la ontología y las condiciones del “ser”, las formas del “ser”, las diferencias del “ser”, como por ejemplo, y ahora siguiendo a Santo Tomás: “ser” contingente, que es diferente del “ser” necesario. Sin embargo, se ha querido suponer que el estudio del “ser” implica el estudio de la existencia, el “ser” puede existir como potencia, mientras que la existencia no, a Heidegger le preocupa el existente, en cuanto a que se reconozca como existente, para decirlo de otro modo y colocando el centro en el “ente” que es en la forma en que existe, y que el “ser” es efecto de esa existencia y no al revés, sin embargo para que esto sea posible, es necesaria la idea de muerte, para que impida posponer o postergar. La existencia dialoga con la inexistencia, se existe cuando se sabe que no se ha muerto, se trata de la muerte como finitud, de la muerte como apuesta a la vida, de la muerte como fin.

    La propuesta estaría entonces entendida en que el “ente” como eso que “es”, puede ser transportable al concepto del “ello”, especialmente con Georg Groddeck aunque también en menor forma en Freud, pero iríamos más allá al proponer que se trataría la condición del génesis de la condición humana, en cuanto a que trataría esencialmente de un “ente” afectado. En donde incluso el sentido mismo de su ser, quedaría marcado y sujeto a esa afectación, esa afectación sería la esencia primera de las determinaciones psíquicas, el centro que será objeto de represión, forclusión o desmentida. Un “ente apasionado”

    Me reservé para este momento continuar la cita que sobre la Pasión que hace Ferrater Mora en su extraordinario diccionario de filosofía, del que ya habíamos tomado el primero de sus sentidos, en cuanto a que se trata de una afectación, ahora bien, ¿qué es lo afectado?.

    “Se debe entender a la pasión como una afección, esto es, el estado en que algo está afectado por una acción –como cuando esta cortado por la acción de cortar- En la pasión queda, pues modificado o afectado aquello de que se trata […] En el sentido más general posible, la noción de pasión equivale a la noción de afectación o de afección del ente […] En un sentido menos general, pero todavía suficientemente general, la pasión es la afección de algún ente o si se quiere, el estado de un ente en cuanto afectado por una acción […] En un sentido más específico –y cuyo significado ha terminado por predominar- la pasión es una afección o modificación –o, más exactamente el hecho de la afección o modificación del alma o, en general, de un sujeto psíquico-.”[10]

    Esta afección, esta patologízación muestra que el estado de normalidad, lo es en cuanto al “ente” no afectado, aquel que se encuentra del lado de lo que es espontáneo y puro, bajo las leyes de la naturaleza. Eva al introducir la diferencia entre el bien y el mal, no hace más que recordarle todos los días a las madres su auténtico papel, más allá del de ser genitoras. Eva introduce la pasión, el mal, el malestar, simplemente porque antes no existía quien pudiera darse cuenta, porque antes no se podía tener noticia de ese mal, por no existir la diferencia, se trataba de una cosa no afectada aún por el deseo, esa marca del deseo en el registro del “ente” es el pathos, pero es la pasión, el aire que levantara las velas y guiara el rumbo de la nave, aún si nos oponemos a esta fuerza.

    Lo que me parece prodigioso de la referencia de Ferrater Mora, es que propone que esta afectación, este pathos implica una modificación, se trata de un cambio de condición, una marca al “ente” el “ser” en cuanto siendo ahora entendido como pasión. El “ser” se disuelve como afectación del “ente”, eso es la pasión. Como lo propone Eugenio Trías en su tratado de la pasión. La pasión como forma del conocimiento, en lugar de aquello que impide que conozcamos, que es como suele entenderse. Se trata de la actividad como efecto de la pasión. También la pasión como padecimiento o sufrimiento. Pero sobre todo como el ser mismo de lo que nos constituye en lo que somos. Resultado y efecto de la oscura labor que la pasión ejerce sobre nosotros.

    Pero debemos examinar un poco más el sentido que tenía la pasión para Aristóteles. Debemos primero destacar la importancia del ethos, el logos y del pathos en los procesos de comprensión y de composición discursivas. Los retóricos destacan el ethos, el logos y el pathos como los componentes básicos de la persuasión. Todo discurso se encuentra en una intersección de estos tres registros. El ethos tiene que ver con la comunidad, con el ambiente, con la cultura, con las maneras de ver el mundo y de vivir en él, por lo que también tiene que ver con los valores que podrían ser esenciales para la convivencia. La ética parece como una forma del ethos, cuando Grecia en su desarrollo comercial y de expansión, que experimentó en el periodo de Aristóteles, se amplió de tal manera, que la convivencia de los griegos con diferentes pueblos, que Alejandro Magno anexaba a su imperio se hacía muy compleja, pueblos con distintas tradiciones y culturas, que resultaba imposible conocer cada una de todas las costumbres, las diferentes morales de cada pueblo, por ello se buscaron los valores esenciales a la condición humana, aquellos que necesariamente deberían compartir todos los pueblos, y que de no compartirlos no era menester respetar a esos pueblos por considerarlos inmorales. La ética es la suma de este ejercicio de comportamiento que atendía a los valores esenciales por un lado y supremos por el otro, Aristóteles es uno de los principales responsables de este esfuerzo de sistematización. El logos tiene que ver con la palabra, con el sentido, con la gramática, con la construcción de enunciados o premisas particulares o universales, que dan cabal cuenta de aquello que buscan comunicar; la expresión más elaborada de trabajo alrededor del logos también se debe a Aristóteles, la lógica, constituida a partir de premisas que daban cuanta de una pequeña porción de un razonamiento, que al engranarse con las otras premisas formaban un silogismo. Esta manera de construir conocimiento se fundamenta en el rigor, en hacer desaparecer la ambigüedad, en la precisión; por lo que pone a la verdad del lado de la certeza, veritas dirían varios siglos después los latinos, pero es importante subrayar que no es la tradicional altehia, que se descubre, se trata para Aristóteles de una verdad (certeza) que se construye, buscando certidumbre, veracidad ó verosimilitud. Finalmente y quizá el elemento más importante de la retórica es el phatos, que tiene que ver con la elocuencia, con los sentimientos, en la manera en que los afectos modificaban el discurso, en la medida en que se busca conmover a los oyentes, afectarlos para que sean adeptos a nuestras ideas, conquistar sus corazones. Se trata de hablar con pathos, intentar ser empático, simpático, y si no logramos el resultado será que fuimos apáticos, patéticos, sin afectar a los oyentes.

    Bien, por otro lado, las diez categorías de Aristóteles para los distintos modos en que atribuimos un predicado a un sujeto y que en suma son los distintos modos de ser son: la sustancia, la cantidad, la cualidad, la relación, el lugar, el tiempo, la situación, la posesión, la acción y la pasión.

    En la frase la señora (la esencia) tiene 65 años (cantidad), es de tez blanca (cualidad), trabaja (acción) en la ciudad de México (lugar), el día de hoy (tiempo), y se encuentra muy enferma (pasión)….etcétera.

    La sustancia es el sujeto gramatical del que se despliega todo lo demás. Es la categoría necesaria, ya que el resto son contingentes, son afecciones, modificaciones o acciones que recaen en el sujeto gramatical. Sin éstas, no puede darse el sujeto gramatical, no se puede ser sin alguna afección. Las afecciones, acciones y determinaciones de la sustancia son denominadas por Aristóteles como accidentes, es decir, aquello que necesita de la sustancia para el “ser”. Existe una relación recíproca entre el nóumeno y el accidente. No existe la posibilidad para ese gato de ser gato, si no es que es negro, maúlla, etcétera. El gato como categoría abstracta sin accidentes, es eso, una categoría abstracta en donde los filósofos se han extraviado. El “ser” se dice en múltiples formas. No hay contenido sin forma, ni forma sin contenido. Sin embargo, es evidente que no todas las categorías o accidentes tienen el mismo peso o importancia, en tanto condición de afectar el “ser” del sujeto. El pathos, es el que lo inscribe como viviente, como afectado, como accionar de un verbo, “El verbo encarnó” en cuanto a que el sujeto es en movimiento, actuando, siendo, en una acción transitiva. No es de manera detenida o abstracta, como lo ha disecado la filosofía en las ontologías que hablan del ser y se olvidan del existente. Los accidentes determinan las posibilidades de la existencia, no son simples apéndices, contingentes, pasan a ser necesarios en la medida en que expresan, marcan y conducen la existencia misma.

    La pasión es entonces una inscripción del pathos, en el “ente”, quedando entonces trasfigurado, determinado y sujetado al campo de lo simbólico, la afectación del “ente” es la inclusión del afecto, del sentimiento en lugar del vago y borroso mundo de las sensaciones. Atrapado el “ente” afectado, se transforma en sujeto, la pasión (como pathos, afecto y afectación) es entonces la más esencial de las certezas, y la única verdad en cuanto a su “ser”, se trata de la verdad sobre su deseo, verdad que aparecerá como imposible de ser dicha en tanto es condición misma del lenguaje, se trata de una verdad, que como la diferencia es dinámica por lo que debe ser encontrada, se trata de la verdad en tanto aletehia, lo que implica que es una verdad que debe ser continuamente devalada, ya que siempre será otra y la encontraremos en distintos lados. La existencia es la única forma de ir a su encuentro o huir del mismo, la forma en que habitamos nuestra vida, esta forma de inscripción tiene un sentido trágico, en la medida que resta libertad y nos arrastra al destino, a los determinismos de los que si buscamos escapar, no hacemos otra cosa que apresurarlos, propiciarlos, precipitarlos; que no es otra la moraleja de Sófocles con Edipo, al huir lo primero que hace es cumplir con su destino. ¿Si no existía la pasión de la que intenta huir Edipo al conocer el oráculo, porqué escapa para dirigirse rápidamente al encuentro con su destino?

    La verdad de la que estamos hablando, en tanto articulada a la existencia, no es otra cosa que “la diferencia”, la condición de ser del “ente” en tanto existiendo, dasein. Se trata de una inscripción como destino del que inútilmente huimos o nos defendemos. Como deseo, como lo advertía David Hume “la razón es, y sólo debería ser esclava de las pasiones, y no puede pretender desempeñar otro oficio que servirlas y obedecerlas” [11] Pero el asunto es más relevante ya que tiene que ver con la propia estructura humana, quizá se trata de esta intuición en Sócrates y en Platón, que los llevó a pensar en un “topos Uranus” como ese lugar en donde las almas aprenden pero al encarnar se olvidan de ese saber, ese saber no sabido, ese sentido que tienen en la vida que descubrir continuamente, ¿qué es lo que somos en la existencia, qué somos en esos momentos en que nos encontramos? Quizá podría haber sido algo de lo que participó en una intuición de este fenómeno, para inferir la existencia de este lugar mítico, que determinaba una verdad sobre la existencia.

    Pero si estamos hablando de destino, determinaciones, lazos sociales, sujeción y sujetamiento a lo simbólico y el habla, ¿no entraña todo esto una visión que conlleva una falta de libertad para el sujeto? Sin embargo, en su condición trágica, no la hay. No se trata de una búsqueda superficial sobre el sentido de la vida o de la libertad, ya que no se trata de un asunto de posibilidades o de opciones sociales, económicas o culturales. La carencia de la propia idea de libertad para el esclavo (diría Hegel) le impide aspirar a ella, simplemente es algo con lo que ni siquiera puede soñar, él no podrá nunca aspirar a ella, asumirá como destino inescrutable su condición de esclavitud, el “es” esclavo, no se trata de una persona libre privada de su libertad o esclavizada. No somos en realidad libres si queremos entender el concepto de libertad asido al de la voluntad o, de la razón; no nos es posible hacer cualquier cosa, existen algunas que nos harán sentir como peces en el agua y otras en las que descubriremos que somos profundamente torpes, poco imaginativos y nada creativos, tampoco podemos disfrutar lo que suponemos deberíamos disfrutar, al ver como lo hace otro, estamos sujetos a nuestro deseo, por la pasión, dejarnos atrapar y someternos a nuestro propio deseo, es aceptar el destino, no pelear con él, de encontrarnos en la transitiva existencia del siendo.

    Podríamos proponer a la pasión, como esta modificación, afección del “ente”, se realiza desde y por el afecto, por los sentimientos, a partir del deseo del Otro, de la articulación, de sus sentimientos al construir, a partir de sus propias expectativas y referencias una demanda que conducirá al Otro a colmarla. El Otro se atrapa creando una demanda, que posteriormente buscará satisfacer.

    Se trata vía el afecto del Otro de afectar, e inscribir las líneas que Lacan coloca entre cada uno de los significantes, y que articula y ordena los significantes, secuenciarlos, hacerlo una serie. El sujeto es lo que representa a un significante frente a otro significante, su articulación y afecto que mantiene esos significantes produciendo un sujeto. Sin el afecto esos significantes, no tendrían la posibilidad del encadenamiento.

    Se trata entonces de una diferancia afectada, inatrapable en los significantes que la producen, modificando la transformación que agregará la pasión en esos bordes, en los límites que rodean la falta, la falla que estructura al sujeto y lo sujeta al deseo del Otro por la vía deseante y no de la significación, en un más allá del sentido de la palabra.

    Bibliografía

    Althuser Louis. La filosofía como arma de la revolución Ed. XXI México.

    Derrida Jaques. La escritura de la diferancia.

    Ferrater Mora José. Diccionario de filosofía. Ed. Alianza 1986 5ª reimpresión Madrid.

    Trias Eugenio. Tratado de la pasión. Ed. Taurus. Col. Ensayistas no.170. 2ª edición 1984. Madrid España.

    Lacan Jacques, Seminario IX, _______________________

    Lacan Jacques, Subversión de sujeto y dialéctica de deseo. Escritos. Vol. II. 12 edición. Ed. XXI México. 1985.

    [1] Ponencia presentada en el 3er congreso nacional de filosofía y psicoanálisis con el tema de la pasión Facultad de Fiolosofía y Letras UNAM. 14 de septiembre 2005.

    [2] Antropólogo y psicoanalista. Profesor UIC y Escuela Libre de Psicología.

    [3] Trias Eugenio. Tratado de la pasión. Ed. Taurus. Col. Ensayistas no.170. 2ª edición 1984. Madrid España. p. 11.

    [4] Berman Morris. Cuerpo y espíritu. Ed. Cuatro vientos. Santiago de Chile. 1992. p.8

    [5] “Una estructura es constituyente de la praxis llamada psicoanálisis” Lacan Subversión del sujeto y dialéctica de deseo. P. 773

    [6] Berman Morris. Cuerpo y espíritu. Ed. Cuatro vientos. Santiago de Chile. 1992. P.4

    [7] Berman Morris. Cuerpo y espíritu. Ed. Cuatro vientos. Santiago de Chile. 1992. P.4

    [8] Ferrater Mora José. Diccionario de filosofía. Vol. 3 Ed. Alianza 1986 quinta reimpresión Madrid. p. 2508

    [9] Ferrater Mora. op. cit.,1986. p. 2509

    [10] Ferrater Mora José. Diccionario de filosofía. Vol. 3 Ed. Alianza, 1986. Quinta reimpresión Madrid., p. 2508

    [11] Ferrater Mora. op. cit.,1986. p. 2509

  • Reflexiones en torno a la pasión, el pecado y el narcisismo desde la tradición judeocristiana

    Reflexiones en torno a la pasión, el pecado y el narcisismo desde la tradición judeocristiana

     Jorge E. Traslosheros

     

     He sido invitado a este simposio nacional de filosofía y psicoanálisis en que se exploran las pasiones del alma, con el fin de hablar sobre la pasión y el pecado. Tengo que disertar sobre dos conceptos que hoy se manejar con ligereza, no obstante que cada uno de ellos es portador de cerca de cuatro mil años de sabiduría. Confieso el espanto que ello me provoca, pero una deuda mayor de amistad me obliga.

    La palabra pecado se ha tornado hoy en día terriblemente pecaminosa; resulta pecado hablar del pecado. Sólo existe una forma correcta de mencionar la palabra prohibida y es asociarla a un objeto de deseo que, precisamente por serlo es perentorio alcanzarlo. Sin embargo, la palabra evoca una de las realidades más lacerantes de la vida humana, uno de los misterios mayores de nuestra existencia, el misterio de la iniquidad, la existencia del mal. Por otro lado, la palabra pasión hoy goza de gran aceptación. Hablar de pasiones es “políticamente correcto”, y de hecho se puede y se debe presumir de ellas en las reuniones sociales. Nadie puede ser aceptado en ciertos círculos a menos que posea alguna pasión cuyo nivel de aprobación está directamente relacionado con su extravagancia. Hoy en día, la voz pasión indica a un deseo vivido con tal intensidad que obliga a su satisfacción y, una vez satisfecho, a volver a desear “apasionadamente”. La pasión refiere al cumplimiento de la simple voluntad sin límite alguno, obviando toda relación con de la inteligencia y la memoria. De las potencias del alma –inteligencia, voluntad y memoria- cuya combinación definen el ámbito de la libertad, nos quedamos tan sólo con la voluntad y a eso llamamos pasión, y al simple cumplimiento de los deseos le llamamos libertad[1].

    Hoy he venido a contradecir tal posicionamiento sobre el pecado y la pasión. Ambos términos guardan más de cuatro mil años de sabiduría que no podemos dejar de lado. He venido a cuestionar nuestra moderna y posmoderna soberbia intelectual que nos lleva a pretender reinventar la humanidad en cada nueva generación. Quiero llamar la atención de nuestra inteligencia y memoria, con el fin de mover nuestra voluntad a reconsiderar esta sabiduría acumulada en la tradición judeocristiana. Una tradición expulsada hoy en día de los círculos intelectuales “respetables”, pero que permanece viva en la gente del común, entre la comunidad judía practicante de su religión y entre los cristianos de tradición apostólica de occidente y de oriente, es decir, en la Iglesia fundada por Jesús de Nazaret en el primigenio colegio apostólico.

    Cierto es que, por más que los vocablos pasión y pecado reciban significados diversos al original según los medios académicos e intelectuales dominantes, pasión y pecado siguen refiriendo a la misma realidad. El que, en aras de cierta mal entendida originalidad intelectual, se les haya cambiado de contenido y ahora al mal se le vea con simpatía a grado de llamarle el bien, no hace sino revelar la profundidad de la vieja sabiduría. La pasión por el pecado evoca, querámoslo o no, el profundo misterio de la iniquidad, la existencia del mal y por lo mismo la del bien. Tendremos pues, que empezar nuevamente por el principio, por los grandes mitos judeocristianos en los cuales se encuentra representado el origen del mal y del pecado. Nos referimos, por supuesto, al mito de la existencia del demonio y al mito de la creación[2]. Obvio es decir que entendemos por mito una narración cargada de representaciones simbólicas, y de ninguna manera falsedad o mentira.

    Al principio era Dios y Dios creó, a su semejanza, espíritus puros portadores de su bondad, belleza y verdad, todos ellos libres en su voluntad. Creó ángeles y arcángeles. Uno de ellos, llamado Luzbel decidió rebelarse contra su creador. Una elección originada en un sentimiento, en una pasión gobernada por la envidia y la soberbia. Quería ser más que Dios, es decir, más bello que la misma belleza, reinventar a Dios y reducirlo a imagen y semejanza de Luzbel. Por decisión propia el arcángel fue expulsado de la presencia de Dios y por haber sido definitiva su elección quedó imposibilitado de toda reconciliación, de recuperar su amistad con su creador. Por su decisión perdió el paraíso para la eternidad, quedó condenado a la contemplación de sí mismo, es decir, a la soledad, al aislamiento. Ínsula de ínsulas, el demonio quedó atrapado en su propia envidia tornándose eterno enemigo de Dios, de la creación y del ser humano. Esta es una primera explicación mítica del origen del pecado y del mal. Su complemento es el mito del pecado original.

    El Génesis nos dice que al principio era Dios y que Dios creó. Que aquél que es la summa belleza y verdad formó todo cuanto existe y que todo fue inundado de su bondad. Creó los cielos, las aguas y la tierra, los animales, los minerales y las plantas y, complacido, observó que todo cuanto había creado era bueno. Pero faltaba algo, la creación estaba incompleta. Por eso en el último día formó un ser a su imagen y semejanza, es decir, un ser con vocación de vida eterna, plenamente libre. Creó al Hombre. Pero el ser humano, engañado por el demonio, se llenó de soberbia, desobedeció y quiso ser como Dios. Pretendió suplantar a Dios inventando un Dios a su imagen y semejanza[3]. El ser humano quiso ser como Dios, pero sin Dios, antes que Dios y no según Dios[4]. Una elección equivocada que le hizo perder el paraíso.

    Sin embargo y a diferencia del demonio, el error del ser humano no fue definitivo. Tan sólo dio paso a que su naturaleza se viera herida, dañando en el lance su bondad y su justicia originales. Tal es el sentido del llamado pecado original que dio paso a la muerte, a la vergüenza, a la envidia, al abandono de toda responsabilidad por los demás y a su destrucción; consecuencias terribles, cierto, pero nunca definitivas. El ser humano, icónicamente representado en Adán y Eva, puede reconciliarse con Dios, pues así Él lo prometió. Es decir, encima y primero que el pecado original existe la bondad original y por ella la posibilidad del reencuentro con el bien, la posibilidad de la redención.

    El pecado, en su origen, es el rechazo definitivo o parcial del bien original que todo lo inunda. Sólo seres con vocación de eternidad, informadas por la voluntad, la inteligencia y la memoria, plenamente libres, pueden llevar a efecto semejante rechazo. El pecado es un acto libre de enemistad con Dios, con los demás seres humanos y con uno mismo, una ofensa cuya consecuencia es la pérdida de las relaciones justas y buenas. El pecado, así representado, evoca toda elección humana que conduce al mal y que se continúa en el mal por un acto simple de la voluntad. Sin embargo, lo que en el demonio es definitivo, en el ser humano es, o puede ser, tan sólo transitorio por la simple razón de que la bondad y justicia originales perviven en su naturaleza. Esto quiere decir que es propio de la condición humana el debate, el luchar de manera permanente entre el bien y el mal libremente elegidos. El bien habrá de conducir a la reconciliación del Hombre consigo mismo, con sus semejantes, con la creación y con Dios. El mal, le arrastrará a la destrucción de todo lazo de unión, es decir, a la soledad, el aislamiento, la desesperanza, que eso precisamente es lo que evoca la palabra infierno. La caverna obscura y solitaria, ajena a toda esperanza, el lugar propio de los demonios.

    La voz pasión, en su significado original, nos conduce a un punto distinto al que actualmente supone. Lejos de indicar un deseo incontrolado, tan sólo significa sentimiento, emoción, inclinación de la sensibilidad sin que sea de suyo buena o mala. Esta neutralidad de la pasión es fundamental para entender su relación con el pecado. La bondad o maldad de una pasión está referida a la inclinación de la voluntad y la elección que de ello se derive. Si la voluntad se dirige, normalmente orientada por la inteligencia y la memoria, hacia lo bueno y lo justo entonces esa pasión, esa inclinación, será buena y habrá que llamarla pasión por el amor. Si, por el contrario, se inclina a la enemistad, a la renuncia del amor y se elige en consecuencia, entonces será necesariamente mala. Las consecuencias de la pasión por el mal, que tal sería la pasión por el pecado, son cuidadosamente representadas en la tradición judeocristiana, primero por el pecado de idolatría y, después y en unión con el primero, por el pecado que implica el abandono de nuestros semejantes.

    El primero de los mandamientos en la tradición judeocristiana es amar a Dios por sobre todas las cosas. Por lo mismo, el máximo pecado es la idolatría que consiste en sustituir a Dios con las cosas. Implica reducir el misterio de Dios a un simple objeto y como tal manipularlo. El vellocino de oro es el icono de semejante operación. Se adoran las cosas que han tomado el lugar de Dios. En realidad es el ser humano quien se proyecta en las cosas o pensamientos productos de sus manos e inteligencia y, en un acto de auto-adoración desconoce a Dios. Por la idolatría el Hombre desconoce su condición de criatura y pretende ser como Dios.

    La idolatría no sólo desconoce a Dios, también conduce al abandono del prójimo. Al momento en que Adán y Eva deciden desconocer su condición de criaturas, dan paso a la vergüenza y la muerte. Caín siente envidia por Abel, y por no sentirse responsable de su hermano le quita la vida. Después del fratricidio Dios pregunta a Caín por Abel y éste simplemente responde que no es guardián de su hermano[5]. Por eso en el Nuevo Testamento el pecado de idolatría se iguala con la falta de amor al prójimo. Jesús de Nazareth, al ser inquirido sobre el más importante de los mandamientos responde en sentido diametralmente opuesto a las palabras de Caín: Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo, y el segundo es semejante al primero[6]. Amar a Dios es amar al prójimo[7].

    Puesto en términos contemporáneos, podemos afirmar que en la tradición judeocristiana el pecado es en realidad un acto de narcisismo. El ser humano desconoce a Dios y a su prójimo[8], para constituirse en la vara que mide todo cuanto le rodea. El Hombre absolutiza su condición, se siente el centro del universo y, en un acto de auto-contemplación reduce todo, incluyendo a sus semejantes, a simples cosas, a objetos de uso cuya utilidad radica en cumplir sus deseos que, por otro lado, son imposibles de satisfacer pues Narciso se ha condenado a sí mismo a desear el deseo, a desear apasionadamente. El narcisismo establece un círculo de destrucción pues todo es reducido a cosas que se usan y se desechan. Narciso se hace ajeno al mundo y pretende someterlo a su capricho, a su llano servicio. Enajenado sólo atina a cosificar cuanto le rodea.

    El narcisista está atrapado en una espiral de destructividad y puesto que esta dinámica constituye su única realidad debe justificarla moralmente. Toda vez que se piensa como la medida de todas las cosas, todo cuanto haga y diga será considerado correcto y bueno. Él es la representación del bien. Y es entonces que hace presencia la forma más terrible del misterio de la iniquidad, que es cuando el mal se hace pasar por el bien creando terribles confusiones. No importa cuan malvado pueda ser el narcisista, cuanto mal pueda hacer, cualquier acción es pensada y presentada como necesaria en la consecución de un bien presente o futuro, principalmente en el futuro[9].

    Existe una clara analogía entre el pecador y el narcisista. Ambos están inmersos en dinámicas de auto contemplación que desencadenan procesos de cosificación y enajenación[10]. La pasión por el pecado y el narcisismo no son otra cosa que la pasión por la destrucción de todo lazo de unión entre las personas y con la creación, de suyo una forma de “relación-no relación” que puede terminar por configurar una cultura de muerte[11].

     Narcisismo, enajenación y cosificación, tal es la realidad humana que evoca la pasión por el pecado, el misterio de la iniquidad. Una libre elección que, de convertirse en definitiva implicaría la renuncia a toda bondad, que acabaría con todo lo humano que pueda haber en el ser humano condenándolo a vivir en la auto contemplación, el aislamiento y la soledad. El narcisismo, como el pecado, tienen el potencial de transformar al ser humano en un demonio. En esa criatura que, por voluntad propia, enajenó de sí mismo el paraíso. La terrible realidad contenida en el mito del infierno y del origen del mal está al alcance de nuestra voluntad.

    Sin embargo el ser humano, a diferencia del demonio, sí tiene elección y está llamado a la trascendencia. Sus elecciones pueden no ser definitivas y es que el único dato definitivo de toda la creación es su bondad original a la cual siempre se puede volver del mismo modo en que se le abandona: por actos de la voluntad, siempre y cuando se informen por la inteligencia y la memoria, es decir, por la libertad. Si observamos con cuidado el pecado, puesto que en el fondo supone el ejercicio de la simple voluntad en ausencia de la inteligencia es, a final de cuentas, un acto de estupidez. La elección del bien, por el contrario, el principio de toda sabiduría.

    Siempre será posible para el ser humano recuperar la amistad con Dios, consigo mismo y con el prójimo. Esta apertura a la esperanza está representada por la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Sea que le tomemos como mito, o como verdad histórica, el evento fundacional del cristianismo supone la aceptación de un camino correctivo que al mismo tiempo de ser señalado por Dios a los Hombres, sólo Dios encarnado pudo se capaz de vivir. Cargar con los pecados del mundo es algo que sólo Dios puede hacer; pero asumirlo en un acto libre arrostrando el dolor y el temor requiere de profunda humanidad. Así, Jesucristo, por necesidad, es Dios y es hombre verdadero.

    La pasión de Jesucristo es la pasión por el amor vivido a plenitud, el sacrificio por amor en beneficio de todos los seres humanos pasados, presentes y futuros. Es el amor y la renuncia al mal predicado en el Sermón de la Montaña, afirmado en las bienaventuranzas, vivido a plenitud en el calvario y aceptado en definitiva por Dios en la resurrección de Jesucristo. Es la redención la que da sentido y razón de ser al pecado original, la que informa nuestra humanidad y no el pecado. El ser humano es libre y por lo tanto debe elegir entre el pecado y la redención. El Hombre es, por necesidad, un ser moralmente constituido y desde su moralidad tendrá que elegir y, si quiere vivir, tendrá que hacerlo sabiamente[12].

    En la tradición judeocristiana el pecado, cualquiera que sea la forma que tome – idolatría, egoísmo, narcisismo, soberbia, etc. – se combate por el reconocimiento de ser criatura, por el reconocimiento de la existencia del otro, la humildad de saberse único, necesario y también necesitado, es decir, con amor. La pasión por el amor radica en reconocer que todo nos es dato por el otro, que todo nos viene de los demás. Pero implica, a su vez, asumir una realidad más difícil de aceptar y es el hecho de que yo soy el “otro” de los demás. Que de igual manera en que todo me es dado; todo lo tengo que entregar. Plena apertura y plena entrega, tal es el misterio del amor comprendido en la ley de la donación de sí mismo: más soy mientras más me doy; más recibo mientras más me entrego.

    La pasión por el pecado se confronta con la pasión por el amor. El narcisismo con la ley de la donación de sí mismo. Hoy en día la confrontación se nos presenta como el dilema entre ser individuo y ser persona; como la oposición entre el relativismo y su contrario que es la unidad en la diversidad. El individuo es un ser apasionado por el pecado, por la satisfacción narcisista de las inclinaciones de su simple voluntad. Observa el mundo y a los seres humanos como cosas, cual simples satisfactores de sus deseos. Es un ser aislado, sin contacto profundo con su interior ni con el exterior, que tan sólo puede sentir la vida a nivel sensual, que necesita del ruido –cualquier clase de ruido- para sentirse vivo y mientras más estridente sea mejor. Busca muchas voces para acallar su propia voz, o bien busca que nadie invada su voz y por lo mismo evita entrar en armonía con otras voces. Por eso el narcisista construye su discurso particular que se convierte, por su propia lógica, en el mejor y por lo mismo en el único dotado de bondad, su discurso es la única voz posible. Las demás voces deben ser acalladas por la fuerza de ser necesario, lo que no siempre es posible. Por eso, en lo que logra imponerse a las demás, Narciso se esconde detrás de un discurso en apariencia tolerante, pero que sólo refleja su desprecio por las demás voces. La gran coartada del narcisista es el relativismo.

    Contra lo que parece, el relativista no respeta las voces de los demás pues no dialoga, no es capaz de reconocer la verdad o falsedad objetivas existentes en las demás voces y por lo mismo tampoco en la suya. Es una ínsula en un mundo de ínsulas. Cada uno con su voz, cada quien con su verdad. No hay diálogo ni encuentro posible. Se ha renunciado a La verdad en aras de una verdad siempre relativa. De suyo, el relativismo es parte de la tiranía del pecado a la cual nos somete el narcisismo. El relativismo es la voz del narcisista, la gran coartada, un mal disfrazado de bien que se oculta en un llamado a la tolerancia. Pero el precio es el aislamiento, la soledad, la muerte de la inteligencia y la memoria, es decir, la muerte del alma, el infierno. Y este congreso, quiero recordar, trata de las pasiones del alma.

    Por el contrario, un ser humano puede revertir los procesos de individuación y optar por ser persona, un ser capaz de reconocerse a sí mismo con objetividad, necesitado y necesario al mismo tiempo. La persona se sabe diferente, única, irrepetible y por eso se abre generosamente a los otros. La persona es capaz de unirse a las demás personas, de dialogar, de reconocer su subjetividad y también la de los otros, su riqueza en la riqueza humana de los otros. Para una persona toda relación humana es un descubrimiento permanente que necesita del silencio para contemplar la belleza contenida en todo ser humano, su bondad y su verdad. Apasionado por el amor vive en y del respeto a lo que cada uno tiene de irrepetible. Sabe que su voz forma parte de un concierto, de una sinfonía de voces que buscan La Verdad porque saben que existe. Una persona es capaz de reconocer lo verdadero en su voz, como lo puede hacer en las demás voces. Contra todo relativismo, se goza en lo que hay de único dentro de la diversidad, en afirmación de esa diversidad que es vista no como amenaza, a diferencia del relativista, sino como oportunidad. La persona, apasionada por el amor, vive a plenitud la verdad, la bondad, la belleza, vive con pasión la unidad presente en la diversidad y disfruta la diversidad[13]. En la tradición judeocristiana los profetas y los santos son los más universales de los hombres y lo son precisamente porque han vivido su particularidad a plenitud. El santo por excelencia es Jesús de Nazaret, porque es la persona en la se encuentra en un solo ser la universalidad que es Dios, encarnada en un ser humano específico, inserto en el tiempo, el espacio y la historia. Es la unidad en la diversidad.

    Si aceptáramos que el mal no existe y que todo predicado sobre el pecado es relativo a quien lo pronuncia, a cada individuo, estaríamos renunciando a toda inteligencia y rindiendo toda memoria ante la destructividad humana. Aceptar el relativismo es justificar a Stalin, Hitler, Bush, Bin Laden, a cualquier dictador de cualquier tipo y tiempo pues, según ellos y en sus propios términos, hicieron y hacen el bien, lucharon y luchan contra los demonios, cualquiera que estos sean. Relativizar el pecado y el mal es tanto como aceptar que los asesinos de ciudad Juárez tienen razón y que tienen derecho a cometer sus crímenes. Es afirmar que todos ellos, en función de sí mismos, en sus propios términos, dijeron y dicen una verdad y actuaron y actúan justificadamente en razón de ella, pues toda verdad es, a final de cuentas, relativa. Relativizar la existencia del pecado es tanto como afirmar que el mal es tan sólo un producto de la imaginación humana. Es aceptar las dinámicas de la destructividad como válidas, es colaborar con una cultura centrada en la muerte.

    La tradición judeocristiana nos revela que el mal y el pecado son, por el contrario, realidades tan objetivas como objetivas lo son la verdad y el bien. Aceptar nuestra condición de seres libres implica comprometernos con todo lo bueno y lo justo, ejercer la voluntad orientada por la inteligencia y la memoria. La libertad implica comprender que el mal no tiene, no debe tener la última palabra, que el horizonte último y final del ser humano es la redención, por la simple razón de que todos compartimos la bondad original de todo cuanto es y cuanto existe, de todo cuanto ha sido creado por Dios. La sabiduría contenida en la tradición judeocristiana nos devuelve la objetividad del mal y por lo mismo de La Verdad, nos entrega la posibilidad real de luchar contra todo aquello que daña a las personas. Se trata de una sabiduría que no opera en exclusiva para el creyente, que se extiende a todos los hombres y mujeres de buena voluntad con vocación de construir un mundo centrado en la dignidad humana, en el misterio del amor. Es cierto que ha llegado el tiempo de destronar nuestra soberbia intelectual y volver la vista a las grandes lecciones de la sabiduría acumulada en la experiencia milenaria representada, en este caso, por la tradición judeocristiana.


    [1] Sólo existe una pasión prohibida, y es aquella que está en el fondo de la explicación de la pasión de todo ser humano: la pasión de Jesús de Nazareth en el siglo primero de la era por él fundada. 

    [2] Mito como sabiduría representada en una narración simbólica. Muy lejos de su connotación de relato mentiroso.

    [3] De hecho se invierten los términos de la creación. Dios crea al Hombre a su imagen y semejanza. Por la soberbia, ahora es el Hombre el que pretende crear un Dios a su capricho. Tal es el pecado de idolatría que veremos más adelante.

    [4] Así lo expresó San…. El confesor

    [5] Explicar con detenimiento en el artículo extenso….

    [6] PROFUNDIZAR…

    [7] Si bien amar al prójimo es agradable a Dios y condición de salvación; lo cierto es que el creyente también se el exige el amor a Dios; el testimonio en su propia vida del amor de Dios por el ser humano, se le exige confesar con obras y palabras, dar testimonio del Dios vivo. Confusión que llegó a errores… Creyendo que la correcta acción era lo único importante. Al creyente se le exige ambas cosas: ortopraxis sustentada en la orto-doxia.

    [8] Acciones inseparables pues es imposible reconocer a Dios a quien no se ve sin trabar contacto amoroso con prójimo a quien sí se ve, y les desconoce

    [9] Profundizar… el aborto, la clonación, la experimentación con embriones, la eutanasia, etc. El mal no triunfa cuando….. etc. Por razones raciales, sexuales, de clase social, nacionalistas, por mil razones que siempre se presentan como justas y justificadas, el narcisismo predica y afirma la bondad final de sus acciones. El es la medida de todas las cosas.

    [10] Tan claramente explicados por Carlos Marx en sus manuscritos filosóficos, y muchos más por distintos caminos: Mounier, Maritani, Lévinas, Fromm, etc.

    [11] La pasión por el pecado entendida como narcisismo supone la afirmación de la simple voluntad en ausencia de la inteligencia y la memoria, la renuncia a la experiencia y sabiduría acumuladas por siglos.

    [12] En la tradición judeocristiana lo contrario del pecado no es la virtud, sino la redención. La virtud es tan sólo una inclinación de la voluntad al bien, es decir, la pasión apasionadamente vivida por el amor, la verdad, la belleza y la bondad supremas que es Dios. Así de sencillo.

    [13] El católico es una persona con vocación universal, abierta a toda manifestación humana, el católico es y debe ser la persona más universal y siempre capaz de descubrir a Dios en cada cosa creada, en cada manifestación humana, diseminando la esperanza sustentada en la bondad original de la creación

  • El malestar en el Psicoanálisis

    El malestar en el Psicoanálisis

     Néstor Braunstein

     

    La mayoría de los estudiosos de la cultura contemporánea considera que El malestar en la cultura, un pequeño volumen publicado por Sigmund Freud en 1930, es una de las reflexiones más lúcidas que vieron la luz en el siglo veinte acerca de la condición humana. En esa obra el fundador del psicoanálisis aborda los aspectos trágicos de la vida así como los distintos recursos que pueden ser puestos en acción para mitigar la infelicidad y para poner coto a los peligros que acechan a la especie y a cada uno de sus individuos. Los riesgos proceden –dice – de tres fuentes: de la naturaleza hostil e impredecible, de la propia constitución de su cuerpo, amenazado por las enfermedades y por la seguridad de la muerte y de la insatisfacción experimentada en la relación con los demás miembros de la cultura en la vida de las instituciones y de la sociedad.

    De estos tres torrentes de incertidumbre Freud privilegia en su ensayo al sufrimiento que parece más fácil de erradicar, el que se origina en la vida social, pues los otros dos parecen fatalidades imposibles de erradicar. Se estila decir que su reflexión es “pesimista” porque termina por encontrar también en la cultura, supuestamente organizada para aportar la mayor felicidad al mayor número de sus integrantes, la misma ciega ferocidad que pueden desplegar terremotos y epidemias, cánceres e inundaciones. Llega a la desoladora conclusión de que la felicidad no entra en el plan de la creación.

    La naturaleza propia del hombre incluye, en frente de las pulsiones de vida, a la pulsión de destrucción que se manifiesta de mil maneras: el sentimiento de culpabilidad que acompaña a los logros, el narcisismo de las pequeñas diferencias que conduce a la segregación y la discriminación, el ansia de poder y de dominio, la tendencia a utilizar el cuerpo del semejante como objeto de goce más allá del sufrimiento que ese otro puede experimentar, la explotación de la capacidad de trabajo de otros seres humanos reducidos a una esclavitud manifiesta o latente, etc. La naturaleza humana, en fin, encierra mecanismos más perniciosos que los que existen en el resto de las criaturas que vivimos en este planeta. En nuestros condóminos animales el “saber” instintivo está gobernado por el principio del placer. Mas nuestra especie, obedece a metas inescrutables que nos conducen más allá del placer, hacia un goce del que preferimos nada saber.

    La cultura moviliza y, a la vez, se ve necesitada de encontrar medios y procedimientos para controlar las manifestaciones de la pulsión de muerte. Contra Tánatos, Eros. Al analizar los recursos que tiene a la mano el simpático serafín con su carcaj preñado de flechas, Freud encuentra que es poco el consuelo que de ellos puede esperarse: el dominio técnico sobre la naturaleza obligándola a servir a la voluntad del hombre que acaba en ecocidio, las revoluciones sociales que tienden a acabar con la injusta distribución de las riquezas y acaban en dictaduras atroces, el alejamiento ascético de los demás, la sublimación de las pulsiones en actividades “nobles y elevadas” pero que no están al alcance de la mayoría, el amor, condenado por la fragilidad de los vínculos con otro ser, el sexo, cuyas satisfacciones son imposibles de sostener, las drogas que intoxican y provocan dependencias esclavizantes, el control del cuerpo por medio de disciplinas ascéticas o por el yoga que amortiguan ese goce del cuerpo que querríamos sentir, la devaluación de la vida terrenal en función de una problemática vida ultraterrena prometida por las religiones, todas estas recetas han sido ensayadas y continúan siendo utilizadas para disminuir el sufrimiento y procurar la felicidad… con escuálidos resultados. Son exiguas para procurar la satisfacción anhelada. Exiguas y, muchas veces, contraproducentes, pues el saldo final de su ejercicio rara vez es positivo. Así, Freud llega a la conclusión de que también en la vida civilizada se manifiesta, de modo encubierto, otra porción de la indomable naturaleza, una que corresponde a nuestra propia e incurable constitución psíquica.

    La “indomable naturaleza” es la de nuestra especie, ésta que se diferencia de las demás porque todo en ella está filtrado, precisamente, por la participación en instituciones sociales y, entre tales instituciones, una fundamental, constituyente de todas las demás: la del lenguaje. El ser humano es “lenguajero” y el “aparato del lenguaje” crea y organiza el mundo humano, es decir, la cultura.

    Para llegar a vivir como un miembro pleno en la sociedad es necesario que cada niña y cada niño atraviese por un largo y complicado proceso de “renuncia pulsional”, de canalización de las pretensiones para gozar en las satisfacciones orgánicas, de aprender a negociar con los demás la relación que tiene que guardar su deseo singular con la Ley que obliga a posponerlo y a trasponerlo en transacciones que implican su restricción. El diagnóstico freudiano es que la cultura exige constantemente mayores sacrificios por parte del individuo y por lo tanto genera una insatisfacción, un “malestar” (Unbehagen) creciente, sufrimientos subjetivos derivados de la imposibilidad del psiquismo para manejar esas tensiones impuestas por el Otro de la sociedad, de la cultura, del lenguaje.

    El sufrimiento individual es más la norma que la excepción y se manifiesta en incontables formas de “malvivir” humano. Todo cuanto el discurso médico ha encubierto bajo la forma de “psicopatología” es el objeto privilegiado de esta disciplina que Freud fundó. El psicoanálisis es un método para investigar esos dolores, una práctica para mitigarlos y una teoría para comprenderlos. Groseramente hablando podemos decir que lleva cien años de existencia. En este siglo la cultura ha cambiado de modo notable sin que podamos decir que su “malestar” haya disminuido. Muchos son los argumentos que hablarían, sea de una tasa constante de infelicidad sea, en todo caso, de su aumento, pese a ciertos importantes “avances” registrados en el control de los dos generadores de desdicha que Freud tuvo menos en cuenta en su ensayo: la naturaleza, cada vez más dominada por la industria, y el cuerpo, que ha entregado muchos de sus secretos a la investigación y que va cediendo su autonomía a un saber instrumental que controla muchas de sus enfermedades. El “malestar en la cultura”, sin embargo, pese al avance de las tecnociencias, persiste incólume y nuevas “enfermedades del alma”, nuevos modos de disolución del sujeto y de sus relaciones con el mundo, nuevos peligros acechan al mismo tiempo que se celebran discutibles aumentos en la libertad individual.

    La cultura ha cambiado y seguirá transformándose cada día de modo más vertiginoso e imprevisible. Es un hecho que esa cultura iluminista, freudiana, que fue el lecho natal del psicoanálisis era muy distinta de aquella de hace medio siglo en la que irrumpió el pensamiento renovador de los estudios freudianos personificado en Jacques Lacan. Y que ésta, a su vez, ha sido radicalmente trastocada en los últimos cincuenta años.

    No podemos tratar in extenso aquí nuestra tesis; intentaremos resumirla. En 1905 (comienzos de la enseñanza de Freud) refulgía plenamente a la vez que se anunciaba el ocaso del discurso del amo, centrado en la figura del padre y de sus sucedáneos (Dios y Estado). En 1955 (comienzos de la enseñanza de Lacan) se alcanza el apogeo y comienza el repliegue del discurso del capitalista, cuyo agente es un sujeto presuntamente soberano que pretende hacer lo que le viene en ganas teniendo en cuenta su propio beneficio. En 2005 apreciamos que el discurso del sujeto capitalista dueño de sí, está dando paso a una nueva modalidad discursiva, el discurso de los mercados; en él, la voz cantante es la de flujos de capital, cantidades impersonales, anónimas, sin rostro, trashumantes, que vagan de una manera al parecer caprichosa por la ‘aldea global’. Ese nuevo discurso, ventrílocuo y omnipresente, da consignas de consumir y de gozar, de permitir la libre ejecución de los impulsos momentáneos y de rehuir los compromisos sociales (religiosos, políticos, amorosos, familiares) a los que se acusa de limitar la “libertad” de quienes los asumen.

    Insistimos en que estos tres discursos que sucesivamente han sido dominantes no se eliminan recíprocamente. Coexisten ante nuestros ojos y oídos y tienen efectos que apreciamos en las demandas que llegan a nuestros consultorios psicoanalíticos. Si en los tiempos de la dominación del discurso del amo la patología predominante eran las clásicas neurosis freudianas (histeria, neurosis obsesiva y fobias), en los tiempos del capitalismo los casos más frecuentes son los de la organización narcisista de la subjetividad y la preocupación por lo imaginario, por la fortaleza del yo y del self. Ahora, en los tiempos que corren, gobernados por la consigna de “cada quien para sí y Dios contra todos”, por la urgencia del consumo de mercancías tecnocientíficas que están obsoletas en el momento de salir al mercado, por la ausencia de ideales congregantes y por el dominio del objeto-residuo, el clínico “psi” se ve abrumado por demandas para intervenir ante la droga-a-dicción, ante los trastornos de la alimentación que hacen de la obesidad y de la anorexia las dos caras de una misma moneda, ante una promiscuidad sexual compulsiva que hace del amor un ejercicio hueco, productor de vacío y decepción, ante un estado llamado de “depresión” provocado por la certidumbre de que si el Otro nada pide es porque nada le importa y que el sujeto puede naufragar en actos violentos o suicidas y en todo tipo de comportamientos autodestructivos que son vistos con indiferencia y fastidio por el entorno.

    Frente a esta multiforme manifestación de la caída del sujeto privado de puntos de referencia simbólica, se ofrecen, al mismo tiempo, infinidad de “soluciones” que se promueven con amplio despliegue publicitario. El sujeto es invitado y conminado a identificarse con reivindicaciones fundamentalistas, a adherir a cultos centrados en alguna particularidad (andar en moto, comer como vegetariano, pertenecer a una minoría sexual, escuchar una música peculiar, etc.), a pertenecer a sectas esotéricas o a integrarse desganadamente en corporaciones gobernadas por computadoras cumpliendo con tareas burocráticas, evaluando y siendo evaluado sin pausa por medio de criterios “objetivos”.

    Las tres modalidades clínicas, al igual que los tres discursos sucesivamente dominantes subsisten lado a lado: los casos de psiconeurosis (1905), los de “neurosis narcisísticas y del carácter” (1955) y los de sujetos despersonalizados, agobiados por la “depresión” y muchas veces llamados limítrofes (entre la cordura y la locura),borderlines (2005). La clínica de Freud (1856-1939), la clínica de Lacan (1901-1981) y la nueva clínica del siglo 21 coexisten y se expresan de modo variable, no sólo en diferentes individuos, también en el interior de cada uno.

    En esta argumentación hemos discurrido desde afuera del campo, aprovechando una extraterritorialidad que no tenemos: el psicoanalista habla de la cultura y del malestar que en ella impera… como si él no formase parte de la susodicha cultura. De tal modo, todo su discurso estaría tachado por un defecto radical. El psicoanálisis, propuesto para poner remedio a ciertas formas del sufrimiento humano, pertenece y está sumergido en las condiciones mismas de las que ese sufrimiento procede. La cultura se muestra perpleja y dividida frente a la emergencia de situaciones inhabituales en el conjunto social y muy particularmente en los jóvenes. La oferta de “terapias”, muchas veces derivadas del psicoanálisis, se multiplica con la misma velocidad que la variedad de mercancías en el supermercado y las hay para todos los gustos, compitiendo y ofreciendo un menú de opciones ilimitado.

    El psicoanálisis que era, hasta los años ’70 del siglo pasado, el paradigma de la práctica “psicoterapéutica” a partir del cual se consideraba a todas las demás como “hermanas menores”; el psicoanálisis que era la gran teoría del inconsciente y de los procesos de subjetivación; el psicoanálisis que era el interlocutor privilegiado en los campos de la estética, de la política, de la filosofía, de la medicina (“medicina psicosomática”) y de las ciencias sociales; el psicoanálisis que alardeaba de tener un sistema omnisciente de lectura, se ha visto progresivamente encerrado en posiciones defensivas frente a teorías y prácticas alternativas y frente a críticas procedentes de sectores rivales en donde la ponzoña va de la mano de la codicia. Desde el campo de la medicina por el descubrimiento, la promoción y el auge de nuevas sustancias químicas que prometen acabar con los síntomas del sufrimiento sin explorar los tortuosos caminos del vivir en sociedad. Desde el campo de las “terapias alternativas” por adaptaciones progresivas (regresivas) de los antiguos métodos de “condicionamiento” y “tratamiento conductual” adicionados con mecanismos “racionales” para “comprender” los problemas de una existencia dolorosa guiados por terapeutas expertos en el manejo de las relaciones interpersonales que recurren a dosis variables de sugestión y persuasión. Desde el campo de la política sanitaria a través de la imposición forzosa de instrumentos de clasificación de los “trastornos mentales” que dejan de lado a cualquier consideración teórica para centrarse en criterios descriptivos, “objetivos”, cuantificables y sometidos a una unificación globalizante que procede de la asociación de los psiquiatras de la potencia dominante, el DSM-IV y el inminente DSM-V. Desde el campo de las teorías explicativas del funcionamiento psíquico, el neoliberalismo rampante hace aparecer y difunde un pensamiento desestructurado, una ideología que celebra el fin de los “grandes relatos” y que se abre a una sucesión caleidoscópica de visiones del mundo que están sometidas a fenómenos mediáticos centrados en la aparición espectacular de figuras que gozan de una transitoriedad tan pasajera como la de los productos y servicios que se anuncian en el intervalo entre los “debates”.

    Este ambiente intelectual celebra lo “novedoso” independientemente de sus valores intrínsecos. En esta perspectiva, el psicoanálisis es presentado como un espectro anacrónico, una voz del pasado que procede de la vieja cofradía del diván. Los méritos personales e intelectuales de Freud son devaluados y su obra es desconocida y desfigurada. La teoría del funcionamiento subjetivo (inconsciente y sexualidad infantil) es vilipendiada y en su lugar se proponen formulaciones centradas nuevamente en la psicología de la conciencia, del yo, del self, del grupo, del género, de la identidad, de las gestalten relacionales, etc. La práctica del psiconálisis es descripta como un proceso sinuoso, oneroso, largo, extenuante, sin garantías de éxito, tendiente a descubrir verdades que no valen lo que cuestan y generador de una dependencia alienante. La participación del psicoanalista en los debates sobre la cultura y los problemas del mundo contemporáneo es supuesta antes aún de que empiece a hablar como una reiteración ya de sobra conocida sobre el sentido sexual de los síntomas y de los procesos sociales que no toma en cuenta el cambio producido por la “revolución sexual” y por la declinación de la figura paterna que el psicoanálisis sostiene aún como central en su “anticuada” teoría del complejo de Edipo. Políticamente, el psicoanalista se ve acusado hoy en día como abanderado de valores tradicionales centrados en el dominio masculino, en la organización familiar, en el dogma patriarcal, en la idea de una normalidad sexual que discrimina y relega a las mujeres y a las minorías sexuales. En síntesis, el psicoanálisis sería uno de los últimos reductos, junto con las religiones monoteístas, de unaheteronormatividad cómplice y autora material de esa represión que el psicoanálisis debería levantar. Lejos de ser un elemento activamente participante en la “subversión del sujeto” que Lacan esgrimió casi a modo de consigna, el psicoanalista sería un nostálgico de las viejas tradiciones falocráticas, un falso ateo que esconde sus hábitos monacales.

    Hay malestar en la cultura y, confirmando el pronóstico freudiano, tal malestar va en aumento. Una de sus muchas manifestaciones es el malestar con el psicoanálisis, la teoría llamada a dar cuenta de él, la que debería aportar respuestas para enfrentarlo (por lo menos en el nivel del sujeto singular), la práctica que tendría que amortiguarlo o emancipar de ese padecer. Por muchos canales se transmite la inconformidad con un psicoanálisis que no habría estado a la altura de las expectativas que generó, que defrauda a quienes “han creído” en él y que obliga a buscar alternativas y nuevas recetas, si no para poner fin, por lo menos para soportar las tensiones en la vida del sujeto y en la familia siempre en crisis. Tiempos también de la desilusión con la política y con la religión; tiempos en que se constata el sinsentido de los procesos de producción en los que el trabajador no puede reconocerse y del consumo desenfrenado de objetos cuya carencia de sustancia se transmite al usuario, tan descartable como el producto industrial que él compra y tira.

    El psicoanálisis, los psicoanalistas, acostumbrados a denunciar verdades incómodas, han pasado al banquillo de los acusados y han sido encaminados a usar los “mecanismos de defensa” que antaño catalogaron: intelectualización, represión, formaciones reactivas, desmentida, denegación, racionalización, camuflaje, identificación con el agresor, toda la vasta panoplia de procesos para desconocer la realidad y poder seguir viviendo como si nada pasara alrededor. El saber popular mexicano conoce la vanidad de estas actitudes y lo manifiesta con la expresión exacta: “no se puede tapar el sol con un dedo”.

    Son muchos los psicoanalistas que, tal como lo ordena la deontología profesional, no se tapan los oídos frente al estruendo sino que se dedican a lo que Freud manda: “escuchar”, renunciando a los prejuicios y a las posiciones subjetivas de defensa de los espejismos confortadores del yo sin caer por ello en el goce autoacusatorio y el rechazo de sí mismos y de cuanto pudieran haber descubierto en su propio análisis, en el de sus pacientes y en el de los textos fundamentales de la disciplina.

    El malestar con el psicoanálisis no puede coexistir con el bienestar de los psicoanalistas (y de sus instituciones); debe ser recibido, escuchado, cribado con un riguroso tamiz y, como no podría ser de otra manera, vivido bajo la forma de un malestar en el psicoanálisis.

    El psicoanalista y los psicoanalistas no pueden alegar una lisa y llana inocencia frente a las acusaciones de que son objeto y las desventuras que con frecuencia acompañan a su práctica. El rechazo a la fácil autocomplacencia implica dar oídos a una triple pregunta en relación con las tres dimensiones del tiempo. Con respecto al pasado y la tradición: ¿ha sido el psicoanálisis consecuente con la obra de Freud y la enseñanza de Lacan o, por el contrario, se ha involucrado en componendas con el establishment político y académico, renunciando a las tesis fuertes que lo asociaban a la teoría crítica del individuo y de la sociedad? Con respecto al presente: ¿está al tanto de las transformaciones en la vida social y de los desarrollos del pensamiento que acompañan a esa vertiginosa invasión de la tecnología en la vida privada y en la legislación reguladora de la vida de los cuerpos o se mantiene aferrado a concepciones rebasadas, propias de los tiempos del individualismo burgués, hoy en retirada? Con respecto al futuro: ¿cómo encarar –resistiendo a las tentaciones de renunciar a su singularidad crítica y su potencial subversivo – el avance de la burocratización en la prestación de servicios de “salud mental”, el predecible atosigamiento creciente de la población con todo tipo de sustancias químicas reguladoras de los desequilibrios y oferentes de sucedáneos de la felicidad, el desdén por la exploración a fondo de la subjetividad y la preferencia por mecanismos de control y manipulación de las representaciones mediante recursos “virtuales” que consagran la servidumbre de lo real a lo imaginario?

    La formulación misma de estas preguntas, la dificultad de las respuestas, la conciencia de tener que marchar en sentido contrario a los intereses tácitos del sistema de producción y consumo en el plano material e intelectual y una cierta fatiga producida por la rumiación de una jerga idiosincrásica que no sirve más que para la comunicación interna pero que aísla al psicoanálisis de la marcha del mundo de las ideas, hace que crezca, en el interior, el malestar en el psicoanálisis. Esa desazón se revela en la ausencia de palabras magistrales que se consideren autorizadas y gocen de una audiencia generalizada, en la multiplicación de instituciones que buscan la “convergencia” pero están asoladas por la angustia de perder su singularidad, en la precariedad de los pactos entre grupos minúsculos y en la desconfianza hacia los procedimientos de formación de los analistas que redunda en desconfianza de los psicoanalistas hacia los psicoanalistas mismos y refuerza el carácter “paranoico” de la profesión (Paul Valéry).

    El dilema es: ¿Integrarse al mundo contemporáneo perdiendo la especificidad del discurso psicoanalítico o romper con ese mundo, retirándose a las comarcas del idiolecto, consagrando la reclusión en una atmósfera sofocante de “puertas cerradas” y “muertos sin sepultura”, allí donde el infierno son los demás (psicoanalistas)?

    La tarea más urgente para el psicoanalista contemporáneo es la de hacerse la pregunta que formula de entrada al paciente que llega a consultarlo: “¿Qué tienes que ver tú en el dolor que te aqueja?” que implica, tácitamente, un consejo: “No puedes estar en la posición de la víctima que acusa a los demás sino que tienes que asumir la responsabilidad que te incumbe por el pecado fundamental: no haber sabido escuchar al Otro y haber interpretado sus palabras quitando el cuerpo a tu participación en el mensaje que se te dirige”.

    Si de algo tiene que acusarse el psicoanálisis ante el malestar que le aqueja es de haber permitido su “antiguamiento” (Marcuse) al pretender acomodarse a la demanda del otro, al renunciar a sus postulaciones más provocativas, al querer justificarse mediante la “investigación científica”, mediante el recurso a la cuantificación (“empirismo abstracto”), mediante la adopción de normas valorativas e ideales que proceden de la medicina, de la sociología o del comportamentalismo más ramplón. Acusarse de haber suspendido el diálogo con la cultura para encerrarse en un vocabulario presuntamente técnico que corta la circulación de la sangre por el cuerpo de sus descubrimientos fundamentales. Acusarse de haber sacrificado sus posiciones críticas respecto de la cultura, las enunciadas por Freud en “El malestar…”, maquillándose antes de aparecer en las pantallas de televisión para ofrecer arrobas y toneladas de sentido convencional, esperable y respetable, como respuesta a las preguntas de los “animadores” (entertainers).

    La “cultura” de la que venimos hablando, pese a las pretensiones de “globalización” no es única ni monolítica. Hay subculturas, hay conflicto entre ellas, hay presiones normalizadoras y hay posibilidades de desarrollo independiente y diferenciado. Hay necesidad de prolongar la reflexión de Freud de hace 75 años. En la cultura, no al margen de ella, está el psicoanálisis aportando su cuota de malestar y sufriendo el malestar que de ella procede. Hay desazón e inquietud en el psicoanálisis; esa molestia puede ser fecunda en la medida en que signifique una revisión crítica de su historia y una sensibilización para escuchar la demanda de un mundo sumido en la vorágine de transformaciones que tendrán efectos imprevisibles pero que no parece estar marchando por el camino de la superación de los males que le aquejan sino todo lo contrario. La ciencia, fuente de esperanza para Freud cuando formulaba sus reflexiones pesimistas, es más hoy causa de angustia que de expectativas venturosas.

    La humanidad entera asiste a procesos de “paranoización” (Allouch). Los movimientos migratorios de masas de seres que escapan de la miseria generan, como lo profetizó Lacan, un aumento de la discriminación. La “vida desnuda” (Agamben), efecto del ejercicio incontrolado de formas sofisticadas de “biopolítica” (Foucault) aumentan las de por sí altas cotas de descontento. La democracia, la tecnología y la economía cada vez más liberalizada parecen aumentar el poder de los menos sobre los más. El control de las imágenes desemboca en el control de los cuerpos y su puesta al servicio de intereses de corporaciones anónimas y atópicas que gobiernan sin decir cuáles son los objetivos que persiguen –cosa que tampoco ellas saben.

    En ese mundo hay presiones que promueven la desaparición del sujeto como polo de responsabilidad por sus elecciones. La “objetividad” se presenta como la meta a alcanzar y la “subjetividad” como una escoria prescindible. El psicoanálisis como ciencia potencial, siempre potencial, nunca realizada, ciencia del sujeto, debe encontrar, en ese mundo cuadriculado por las ciencias, donde falta un espacio utópico al cual escapar, su propio lugar en la consonancia con las demás ramas del saber crítico. ¿Desaparecerá así su malestar? No lo creo; pero, eso sí, se hará fecundo.

  • El poder y la pasión

    El poder y la pasión

     Crescenciano Grave Tirado

     

    Las pasiones a las que declara la guerra nuestra moral negativa son fuerzas de las cuales cada una tiene una raíz común con la virtud que le corresponde.

    Schelling

    El genio, el superhombre, no es un «hombre superior». Es simplemente un hombre que sabe explotar al máximo los «momentos excepcionales» o las «ocurrencias superiores», eso que «ocurre» o «se le ocurre» a todo mortal una, dos o tres veces en la vida.

    Y se las ingenia para repetir la experiencia.

    Trías

    La filosofía, asumida como excéntrica respecto a los carriles por donde se conducen los discursos dominantes, es expresión de ideas cuya constitución se nutre y se fortalece en y con la experiencia de lo vivido y lo pensado. El alzado o levantamiento de una filosofía que, por ser tal, no renuncia a la confrontación con los grandes temas que han constituido su asunto, se cimienta y estructura alrededor de una forma y un contenido que dan cuenta de una asunción peculiar de la experiencia del pensamiento. Ésta es la insistencia de las ideas que sujetadas, como aquello que pasa o le pasa, al alma fuerzan a ésta a buscar y hallar, mediante la elaboración detallada y el trabajo meditado, la expresión adecuada de las mismas ideas.

     Las ideas distan de reducirse a los meros conceptos porque no pretenden subsumir lo singular en lo general sino pensar lo singular como variación recreadora de su esencia. La esencia se presenta, variándose singularmente, en la pluralidad de los fenómenos de modo que éstos no remiten a una cosa en sí situada allende estos mismos, sino que la esencia se da en la presencia misma. Es en la penetración amorosa de lo presente donde el pensamiento encuentra sus fuerzas crítica y afirmativa: la filosofía es filosofía de la experiencia en tanto se abre a lo empírico para señalar los fenómenos reconociéndolos como realización de ideas.

     Lo vivido y pensado por el filósofo se trenza en la experiencia que se recrea, ideal y poéticamente, en su escritura. En la escritura la vida se renueva recreándose y fundándose como memoria de las ideas que han singularizado una vida dedicada a la filosofía.

     La escritura filosófica de Eugenio Trías sobre el poder y la pasión –plasmada inicialmente en libros aparecidos en los ya lejanos años setenta del siglo pasado– ha dejado memoria que se ha reanimado modulando variaciones de la idea de límite que, paradójicamente, es la inmensidad por la que se ha aventurado su pensamiento durante las tres últimas décadas. Nosotros, aquí, queremos recordar y, en la medida de nuestras posibilidades, recrear las ideas germinales de Trías sobre el poder y la pasión.

     Para el autor de La dispersión, la verdad de la filosofía se mide en términos de poder; su potencia afirmativa es lo que le otorga validez al mismo tiempo que muestra su valiente asunción cognoscitiva de lo esencial. “Pues todo pensar, si es esencial –y el pensar esencial, por ser pensamiento de esencia, es conocimiento– implica valor y arrojo.”[1] No renunciar a pensar la esencia no implica preservar, como a un cadáver en formol, vetustas nociones que al fijarse en el concepto someten a las cosas y los existentes a un mero estar encadenados a la monotonía de la individualidad sin cualidades. Reiterar diferencialmente el pensamiento sobre la esencia es no desligar a ésta del ser y del pensar mismos que se afirman en una filosofía singular.

    Las filosofías se miden, por consiguiente, en función de su poder de afirmación, de modo que la más afirmativa es también, si verdaderamente lo es, la más poderosa; y por lo mismo la más verdadera.[2]

     La verdad de una filosofía, definida por su poder afirmativo, implica que no puede haber síntesis definitiva; medir la verdad por el poder de lo que se afirma conlleva mantener abierta la posibilidad de una afirmación más potente. Y este aumento de la potencia proviene de afirmar el ser como poder que insiste en, variándose cualitativamente, ser más.

     La potencia afirmativa de una filosofía como la de Eugenio Trías –en textos como Meditación sobre el poder, La memoria perdida de las cosas y Tratado de la pasión– se nutre de pensar la esencia misma del poder recreando estos términos en función de salvaguardar la singularidad de las cosas y las existencias y, en el caso de estas últimas, concibiendo el poder no como antagónico de la pasión sino a ésta como aquello que atiza el fuego de aquél para que alumbre mejor sus virtudes.

     Lo que el poder es se dilucida aclarando su esencia. La esencia es aquello en lo cual algo consiste, y la condición de la consistencia se encuentra en el subsistir. La esencia del poder radica en la consistencia condicionada por su subsistir como poder.[3] La esencia como subsistir consistente no rebasa trascendentemente a las cosas y las existencias sino que se manifiesta en éstas intensificando su propia capacidad cualitativa. No es violentando o forzando a los entes como éstos revelan lo que propiamente son: en el dominio, lo sometido termina desvirtuado; el poder esencial se descubre desde un trato poético o artístico que permite que lo que es potencie sus virtudes.

    Solo, pues, a través del arte y de la poesía es posible que la cosa –y cosa es, en este contexto, <>, un alma, un amanecer, una ola, un árbol, una caricia, una pelea, un rostro– revele su secreta virtud. O lo que es lo mismo, su poder, ya que una misma cosa es virtud, poder, capacidad. El arte y la poesía hacen que una cosa llegue a ser capaz de <>, sea pues fuerte y, en lo posible y permisible, también perfecta.[4]

     Esta articulación poiética –pero también filosófica– de ser y poder permite pensar a lo que es como conteniendo en sí mismo sus posibilidades de llegar a ser lo que esencialmente es, y a este camino de transfiguración de lo existente hacia su perfeccionamiento esencial como precedido ontológicamente por la producción natural –por la poiesis productiva de la physis matricial– que lleva la esencia a la existencia.

     El término esencia es aquí recreado como aquello que opera en la producción de lo presente y, a la vez, como lo que localizado en los fenómenos mismos permite que éstos alcancen, desde el trato artístico o el cuidado ético, la perfección de su ser.

     El pasaje que va de la existencia a la esencia –o, dicho de otra manera, el paso de la existencia fáctica a la existencia adecuada a su esencia– requiere dejar a la cosa misma en libertad para que ella pula sus virtudes y alcance su singularidad propia. Esta singularización de la esencia en la existencia es la manifestación estética o ética de la idea. Manifestar o expresar la idea esencial en la singularidad de la cosa o en la singularidad existencial no es subsumir a una en el dominio general del concepto ni a la otra en la abstracción general del deber, pero tampoco es aislarlas en la mera individualidad cuantitativa; en la manifestación perfeccionadora de sus virtudes las cosas y las existencias se muestran como lo que son en un nexo de relaciones de poder cuya fluidez los patentiza como eventos, como aquello que ocurre o nos ocurre dándonos que pensar.

    Parece pues, que ser y poder encierran una relación intrínseca, de manera que pueda afirmarse acaso que lo propio, lo característico, lo esencial del ser sea emanar poder, sea, pues, y valga la redundancia, ser poder. Entonces puede afirmarse que tanto se es cuanto se puede, cuanto se puede llegar a ser. Se es más o menos según el grado de intensidad en que se llegue a ser. En última instancia, el ser absoluto sería el ser que llega a ser uno con su absoluto poder, uno con el poder absoluto. El ser es, pues, en esencia, omnipotencia.[5]

     La omnipotencia del ser es aquella que, pensando su ser en tanto que poder, excluye de su propio devenir productivo la realización consumadora de toda su potencia: la omnipotencia no coincide con la realización absoluta. El ser poder como poder ser es el permanente desgarramiento ontológico que, acaso, sólo alcanza una precaria y efímera redención en el perfeccionamiento estético y ético de aquellas producciones suyas que reciben y se dan el cuidado de su ser.

     Pensar el ser como ser poder exige poner el énfasis en su inagotable potencia imposible de consumarse al mismo tiempo que aceptar y asumir la persistencia de ese poder en la presencia de las posibilidades efectivamente realizadas. En la presencia efectiva el poder del ser se refiere, por una parte, a lo que cada cosa o existencia es como potencia y virtud que puede expresar, y, por otra parte, a lo que cada cosa o existencia es como presencia expresando de facto su poder.[6] Estos dos planos de distribución del poder se distinguen y, a la vez, se conectan en el dinamismo potencial del ser: todo lo que es, es producción del poder cuya persistencia en la presencia posibilita su transfiguración perfeccionando sus virtudes.

     Lo destacable de esta idea del poder consiste en sustraerse del concepto de posibilidad lógico-abstracta y asumirse como posibilidad física.[7] Poder es capacidad y fuerza que físicamente posibilita que lo que aún no es pueda llegar a existir. El poder, como productividad física, lleva el ser a la existencia presente. Y ese mismo poder, desde la efectiva y constantemente reiterada producción de lo existente, no se retrae de éste sino que continúa potenciándolo hasta la posible plenitud esencial de su entidad.

    El poder, en consecuencia, permite que lo que es y no existe llegue a existencia –tal sería su virtud productiva– y que lo ya existe se adecue máximamente con su esencia –tal sería su virtud perfeccionadora–.[8]

     El poder, pensado ontológicamente, es tanto producción que lleva el ser a la presencia como perfeccionamiento que lleva la presencia fáctica de las cosas y las existencias a la plenitud acorde con su esencia. En el último caso, la ontología se prolonga coherentemente con la estética y la ética: la poiesis artística consigue el tránsito de lo que es a la transformación transparente de su ser propio, y la praxis ética viste de hábitos que llevan a personalizar las virtudes propias singularizando al existente.

     Esta reflexión ontológica sobre la esencia del poder tiene en Trías –aspecto este que lo coloca como continuador y, sobre todo, recreador de una tradición que, iniciada por Heráclito y Sócrates, se ha reanimado moderna (Schelling, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche) y contemporáneamente (Heidegger, Sartre, Bataille y. de un modo menos estridente pero intensamente sutil, Benjamin) – un punto de partida estrictamente existencial.[9]

     La indagación desde la facticidad de la existencia permite profundizar reflexivamente tanto hacia atrás –la aparición de lo que soy propiciada por un ser o physis cuya necesidad productiva me precede– como hacia delante –la apropiación libre de las posibilidades que destinalmente se me han concedido y que pueden llevarme a sobrepasar mi ser fáctico.

     Al identificarse, coincidiendo parcialmente, con la esencia del poder, el existente se posesiona libremente de sí mismo disponiéndose a su singularización personal. Así, la meditación sobre el poder es una irónica vuelta de tuerca a la clásica meditación cartesiana sobre el sujeto puro de la modernidad. Pero aquí la ironía no excluye a la razón sino que se incluye, constituyéndola en parte, en ella.

    Existo, me reconozco situado y enmarcado. En algún profundo sentido encarcelado: hic et nunc, en este cuerpo, en esta alma, en este lugar, en este tiempo, en este nexo de relaciones. Pero algo distinto de mi existir fáctico es mi esencia. Reconozco en mi, a poco que sea atento a mi propio ser, un sustrato inagotable, casi inalcanzable, al que, de desviar un ápice el rigor racionalista en que quisiera moverme, me hallaría tentado de llamarlo espíritu o alma, eso que en mí mismo reconozco como inmortal. Eso inmortal es la sustancia, la esencia de la que yo participo. Participación que es esencial: soy esa parte de esencia y de sustancia que me ha sido otorgada y destinada. En ella se esconde el secreto de mi destino y vocación. Ya que en virtud de esa participación soy esencia y soy en principio perfecto. Perfecto en mi genero. Pero género que se agota en mi singularidad.[10]

     La ironía de este procedimiento rigurosamente racionalista radica en que el sujeto de la meditación no se pone a sí mismo como Yo o sujeto trascendental del que, como presunto lugar exclusivo del logos, quede desalojado el cuerpo. El sujeto de la meditación sobre el poder se reconoce no sólo arrojado a su facticidad sino también llamado a desbordar las constricciones del aquí y ahora en el perfeccionamiento de sus virtudes. Esto lo atraviesa de padecimientos tales como la vacilación, la duda, la indecisión, el vértigo, el temor y la angustia, pero también lo colma de atracción, fascinación, amor, resolución y voluntad. Al percatarse de que sólo desde la libertad puede transformarse –partiendo tanto de lo que se le ha dado esencialmente como de la casualidad fáctica de su existir –en necesaria perfección de sus virtudes, el yo de la meditación se descubre como sujeto pasional.

     La pasión, al interior de la filosofía de Trías, no es pensada como negativa respecto al poder y la acción que de éste se deriva, sino como la contraposición que permite que el poder se exprese propiamente, expresión que, al mismo tiempo, no cancela o suprime sino que manifiesta a la propia pasión. Esta expresión del poder propio del existente impulsada por una fuerza pasional dominante está precedida por el conflicto que ésta tiene que dirimir con otras pasiones que se disputan el papel protagónico en el escenario que es nuestro cuerpo como proceso de personalización. Nuestro cuerpo es un conflicto de tendencias estructuradas en un juego de fuerzas por imponerse unas sobre otras. En esta lucha, las fuerzas que consiguen afirmarse sobre las otras constituyen las virtudes que dominan lo que, como pasión propia, somos y que a la vez nos permite singularizarnos hasta constituirnos en personas insustituibles.

     La pasión que llega a dominar y a redefinir lo que somos es indisociable del poder propio por el que cada uno se singulariza no como cualquier otro sino como persona cuyo sentido es nudo de pasiones más o menos fuertes que al tirar los cabos de lo pasivo y lo activo más se aprieta constituyéndose en trabazón de sucesos que anteceden el desenlace que manifiesta propiamente nuestra subjetividad pasional. El poder y la pasión son condiciones de posibilidad de que el sujeto devenga singularidad personal; de que asuma la máscara o las máscaras en las que resuene (per-sonare) la expresión del poder que se afirma contraponiéndose a la pasión y a la vez permitiendo que ésta se asuma en propiedad.

     Pasión sobrevolaría, entonces, la dualidad de lo activo y lo pasivo; sería la Aufhebung, a la vez mantenimiento y suspensión, del sentido de los términos de esa dicotomía. Sería algo que sucede, ocurre o pasa de tal manera que eso-que-pasa constituye ni más ni menos la subjetividad, que sería efecto de aquello que padece o sufre. Y eso que padece o sufre es, ni más ni menos, la pasión. Respecto a ella, el sujeto sería efecto y resultado del poder de la pasión, o consecuencia de un entrecruzamiento de distintas fuerzas pasionales.[11]

     El juego de las pasiones, como savia que impregna y anuda cada una de las fuerzas o virtudes del cuerpo en su acicate y fertilización mutuas, es lo que ocurre o acontece forzando al sujeto a hacerse cargo de sí mismo en la potenciación o empobrecimiento de su existencia. La disposición pasional dominante convoca de manera ineludible la decisión respecto a su contención arrepentida o su afirmación incluso hasta el límite de la propia vida asumiendo el riesgo de perder a ésta en el mantenimiento de la pasión.

     La pasión enraiza la existencia en la esencia productiva del ser universal; la enajena en la alteridad que simultáneamente es la matriz y raíz de su fuerza y poder propios por lo que, a la vez, la impulsa conmocionando su facticidad y disponiéndola a la consumación de su acaecer. El acaecer pasional del cuerpo sujeta al alma de modo que ésta es aquello que le pasa en tanto está poseída por ello mismo. Ninguna experiencia ilustra esto mejor que el amor.

     El amor nos arrebata de nuestro estar sometidos por las estructuras del Capital, el Estado o por su siniestra colusión. Asumir la existencia como poder ser poder no carece de obstáculos. Estos se concentran en la estructura social y el dominio político que, incorporándonos a su propia lógica, pretenden reducirnos a un estado. El estado es lo que se interpone, separándolas contradictoriamente, entre la esencia y la existencia. La estructura social y económica, por su parte, también nos constriñen a determinados papeles sociales en los que se persigue mantener al existente como mero estar. Este estar como orden reiterativo halla su culminación en el Estado que como poder desvirtuado, esto es, como dominio somete imponiendo e imponiéndose el temor de hallarse constantemente amenazado: el Estado domina desde la permanente sombra de la insurrección.

     Para estas estructuras, como engranajes de su funcionamiento, no somos más que identidades vacías y subsumidas bajo un rol institucional que organiza muestro lugar garantizando el funcionamiento del orden establecido. Esta identificación abstracta pretende escamotearnos, señalándonos como culpables por el mero hecho de tenerlas, nuestras cualidades pasionales. Las pasiones –entre ellas, notablemente el amor– permiten alzarnos y, en cierto sentido, insurreccionarnos contra el orden dominante que amenaza sofocar nuestro poder propio.

     El amor se dirige a la posesión de la esencia propia y, desde ella, hacia la esencia de los demás e incluso de lo otro. Esto se muestra más claramente en el amor a otro ser humano singular. El arrebato que experimenta el alma en el amor es efecto de hallarse poseído por el ser amado. Esta posesión que afecta y acontece en el que llega a amar es la pasión.

     La posesión pasional que se experimenta en el amor es un don que le viene al alma no desde el exterior absolutamente ajeno a ella, sino de sí misma en tanto ella misma se halla poseída por el alma otra del ser que ama y que, por tanto, posee dentro de sí. En la posesión amorosa –en el doble sentido de poseer y ser poseída– el alma se dona a sí misma el perfeccionamiento de su propia esencia dándose al alma humana por la que se altera en su plenitud.

    El alma se enajena en el amor en sí misma, se abisma en su propia plenitud esencial. Y en ella encuentra, bajo la forma de Alma o Imagen del ser amado, su ser genuino y propio. En tanto su ser es uno con el Ser, esa alma o imagen es la propia alma diferente, externa, del objeto de sus desvelos, que mantiene en el Buen Amor su plena libertad e independencia precisamente en el hecho mismo de poseer y ser poseída.[12]

     En la pasión amorosa –desarrollada por Trías como una subversión crítica de la hegeliana lucha de las autoconciencias contrapuestas– el poder propio se manifiesta no como posibilidad previa al existir sino como potencia en acto constitutiva del existir mismo. Por esto, el amor nos lleva a excavar en nosotros para manifestar lo que somos en actos que pueden llegar a ser hábitos. Y estos actos y hábitos no se terminan mientras podamos descubrir, como diría Nietzsche, nuevos fondos del alma –de la propia y la ajena– que alarguen nuestra pasión.

     Esta profundización descubridora de los fondos de nuestra alma no sólo no está exenta de riesgos, sino que ella es, en tanto tal, el peligro que nos confronta con la siempre presente posibilidad de pretender ir más allá en la sincronía parcial de nuestro poder con el poder del ser llevándonos no a la plena posesión propia sino al abismo de la perdición. Al acercarnos nuclearmente a las fuentes del Ser recreamos a éstas como poder pasional, el cual, avecindándose en la hybris, “tiene su lugar de prueba en la muerte, en la locura, en el crimen, en la trasgresión.”[13]

     La pasión amorosa nos acontece como un don ambiguo: puede llevarnos a la perfección existencial de nuestras virtudes o puede también, sin que quepa establecer con precisión las fronteras, abrir el camino de exceso de nuestras propias potencias propiciando la inmolación y el sacrificio. No obstante este peligro, nada nos confronta más con la medianía de nuestro estar social y político que acoger nuestra existencia bajo el riesgo que lleva la afirmación de nuestras pasiones.

    Es, pues, excesiva la pasión, la pasión dominante que constituye al sujeto pasional, pero ese exceso es perpetuamente resistido, de manera que el sujeto pasional es, en su estructura misma, carga y contracarga, embestida y repulsión, juego de violencia y contraviolencia que ejerce la pasión consigo misma, la cual funda a la vez su explosión y su expiación, o es ella responsable de la marcha que se da y de la contramarcha con que se resiste. Ese juego dual, dialéctico, halla en la cita última su síntesis y su consumación.[14]

     Hay que aprender –como nos enseñó el trágico Zaratustra– a amar nuestras pasiones porque ellas nos harán perecer. El juego en que la pasión se pone en acto comprometiéndose hasta la consumación de su esencia es el juego existencial de nuestro propio poder. La complejidad constitutiva de nuestro cuerpo haciéndose alma desde lo que le ocurre se produce y perfecciona desde la disposición pasional que atiza consistentemente el poder. Y esta consistencia afirmativa de la pasión, aun con la ambigüedad que la caracteriza, es también apertura de lucidez.

     La lucidez que se destila por los laberintos del amor se manifiesta en la filosofía afirmativa que con una pasión irreducible al dominio de las distintas jergas contemporáneas, Trías ha levantado en las distintas singladuras que constituyen su aventura filosófica. Esta aventura ensaya sus recorridos pensando ideas que le permiten afirmar, al mismo tiempo, lo más universal y lo más singular. De este modo –apelando al caso que nos ha ocupado– el poder y la pasión abren una consideración de lo que somos enraizada en el poder universal del ser y, a la vez, un desprendimiento existencial de ese mismo poder concentrado en la personalización singular de nuestras pasiones.

    Pensar es, pues, para la filosofía afirmativa, abrirse a lo universal y singular sin reducir uno y otro a conceptos e individuos. Es un pensar necesariamente poético, en la medida que recrea singularidades, e ideal, en la medida en que muestra la idea de lo recreado.[15]

     Así, en la filosofía, el poder del pensamiento se nutre de la idea que al repetirse en la experiencia, desde el principio de variación que la constituye, se afirma diferencialmente dando forma a la propia pasión de pensar: “[…] pues todo lo que hace padecer <>; de hecho no se piensa en general; no hay pensamientos en general, sino cosas, acontecimientos, sucesos que fuerzan a pensar.”[16] Y en el asentimiento a este acontecer sucede la variación que al repetirse en clave diferente trama la experiencia de una singular y potente filosofía.

     

    [1] Eugenio Trías, Meditación sobre el poder, Barcelona, Anagrama, 1977, p. 86.

    [2] Ibid., p. 88.

    [3] Ibid., p. 21.

    [4] Ibid., p. 22.

    [5] Ibid., p. 26.

    [6] Cf. E. Trías, La memoria perdida de las cosas, Madrid, Taurus, 1978, pp. 111-112.

    [7] Cf. Ibid., p. 110.

    [8] Idem.

    [9] Este punto de partida existencial no coincide necesariamente con lo que, para su desgracia, se ha fijado escolarmente como existencialismo. La existencia es pensada aquí como aquello que, escindido de sus causas, refiere al mismo tiempo, como a su cuna y su sepultura, a una matriz que la precede y la excede.

    [10] E. Trías, Meditación sobre el poder, pp. 29-30.

    [11] E. Trías, Tratado de la pasión, p. 29.

    [12] E. Trías, Meditación sobre el poder, p. 60.

    [13] E. Trías, Tratado de la pasión, p. 118.

    [14] Ibid., p. 115.

    [15] E. Trías, Meditación sobre el poder, p. 100.

    [16] E. Trías, Tratado de la pasión, p. 77

  • El sueño de Edipo

    El sueño de Edipo

     Mario Alberto Domínguez Alquicira

     

    Se dice de mí que soy el mejor de los hombres, el primero en conocer los alternantes cambios y mudanzas de la vida humana. Amado soy por todos. Mi pueblo ha venido a mí, suplicante, a buscar alivio y esperanza. Mas no saben que soy el más atribulado de los hombres, el más vil, indigno y despiadado; el único capaz de corromperlo todo.

    He sido víctima de la crueldad divina y de los designios del sino. He sido burlado por la Esfinge, tan eterna como eternos son sus pavorosos cantos. Tuve que reconocer mi victoria-derrota ante los ojos de aquellos que aguardaban en secreto mi condena. Yo, el de los pies hinchados, el niño abandonado, el ignorante, el inculto; he venido aquí a derrumbar los artificios del Monstruo de la Tierra. He venido aquí a vengar la suerte de los que alguna vez sucumbieron ante sus falaces y veladas voces.

    Y aquí estoy, al lado tuyo. Hijo eres de mí y de mi abominable estirpe. Soy la incestuosa Bestia, el transgresor milenario, el usurpador de tronos, el rey parricida, el más infame de los infames, el más infausto y ruin de todos los mortales. Y conmigo llegó también la imborrable culpa que habeis de soportar infinitamente, que habeis de transmitir a vuestra progenie, y ésta a su vez a la que le sigue. Herencia culpígena, legado de muerte, alud de infortunios que crece al compás de los siglos.

    ¡Maldita la hora en que fui engendrado! ¡Maldita la hora en que hallé la respuesta del enigma! ¡Maldita la hora en que me encontré ante la encrucijada de los tres caminos! ¡Cuán aciago ha sido mi tránsito por esta tierra! Dispuesto estoy ahora a arrancarme los ojos para dejar de soñar, para poner fin a esta tremenda pesadilla.

    Vos sois espejo de mi horrorosa condición; estais condenado a repetir una y otra vez mi encuentro fatal con el destino. Heme aquí, habitando en lo profundo de un sueño que es tragedia. Heme aquí, representando el más antiguo y pertinaz de los dramas humanos. Un hado terrible pesa sobre mí, no cabe duda. Creo, por tanto, tener derecho a señalar el nefasto origen de mi destino.

    No pude detener la tremenda peste que por tanto tiempo asoló estos lares. Desaté, en cambio, nuevas y más devastadoras pestes. Pido piedad, si es que pueda haberla, para los que —como yo— han infringido la ley no por maldad sino por error y por ignorancia.

    Soy ahora el dolido y azotado padre ciego, forzado a vagar por rumbos lejanos. Apartado de mi reino —si es que alguna vez tuve alguno—, cuento al menos con la compañía de mi hija-lazarillo que me ayuda a tolerar el frío lacerante del destierro. ¿Quién mejor que ella para guiarme a través de esta oscura travesía? Hija cuya madre es también la mía. Hija de la desdicha, fruto del pecado. Ambos habremos de cruzar desposeídos la morada criminal que nos aterra.

    Sigo aquí, con mis ojos muertos. Me he privado de ellos porque me estorbaban para ver. En medio de este umbroso desierto creo poder divisar una tenue luz, que quizá sea la de la verdad. Creo, a pesar de todo, empezar a ver más claro. ¿Será que estoy despertando? O ¿será que estoy soñando que despierto?

    Pero ¿acaso puede alguien ser librado de sus sueños tenebrosos? ¡Y aunque así fuese! Nadie sale airoso del juicio divino; de ahí que seamos unos perpetuos fracasados. Raza de ciegos, empeñados en no querer ver más allá de lo que nos conviene. Eso es lo que somos y lo que seremos. Os lo debeis a mí, su insigne hermano.

    ¡Venid a mí con las manos manchadas de sangre y el corazón atormentado! ¡Venid a mí, que nadie mejor que yo sabrá entender lo que os ocurre! Fue bueno apartar la mirada del horror atroz; fue bueno desprender los ojos de sus órbitas. Han sido provechosas las noches amargas del dolor; fue útil dar la muerte al progenitor y unirse en nupcias con quien era ilícito. El daño está hecho y es irreversible. Cumplid pues con vuestro destino, que es lo único que os queda. Una cosa más: atended a los vaticinios y profecías de los oráculos y no descifrad más los enigmas que la Esfinge os ofrezca, que vos sabeis que es mejor ser devorado a padecer sin descanso mil tormentos.

  • Antígona: Pasión del límite

    Antígona: Pasión del límite

     Alberto Constante

     

    “La poesía parece tener su origen en dos causas,
    y ambas naturales. Y, en efecto,
    imitar es algo connatural en el hombre
    desde la infancia – ahí radica precisamente
    su diferencia respecto a los demás animales,
    en que es más apto para la imitación,
    aparte que adquiere sus primeros conocimientos
    imitando -; la segunda causa
    es el hecho de que goza con la imitación”

    Aristóteles

    Lo trágico puede asumir dos formas fundamentales: la primera y más reconocida proviene del enfrentamiento de los esfuerzos humanos con fuerzas que frustran intentos y aspiraciones por incompatibilidad, antagonismo o simple incongruencia. A este género de conflicto pertenecen las situaciones de anagnórisis para el héroe, los «descubrimientos» de ocultas claves que, de seguirse, hubieran «evitado» o al menos aliviado la tragicidad de las situaciones. En tal caso, es posible para el héroe la reconciliación con el poder desafiado conscientemente o no, pues en el fondo de los males sobrevenidos al héroe, yace la ignorancia en alguna de sus formas, ya sea como desconocimiento o como falso saber, no encaminado a lo recóndito sino a lo evidente y/o aparencial.

     Se producen así estados de «ceguera» que conducen al choque con el poder representativo de la fatalidad. Esta ceguera espiritual puede manifestarse como inocencia, desconocedora de toda maquinación -tal es el caso de la Desdémona de Shakespeare- o como culpa ajena que se arrastra por herencia -la estirpe de Edipo en su conjunto, concretamente Antígona-, o como desmesura (hybris) -el caso de Medea o, en otro sentido, el de Macbeth-, o como formas de justicia conflictivas, en cuyo trasfondo pugnan fuerzas suprahumanas, sobrenaturales o no -en Las Euménides -, o como pretensión de modificar la realidad a través del solo poder individual humano – Edipo o Hamlet.

     Hay otro tipo de conflicto trágico en el cual la relación se invierte: hay en el héroe una serena sabiduría que conduce a los actos por los cuales él mismo habrá de sucumbir. Está a solas con su deber. Se le ama o se le odia pero no se le comprende. Aun quienes parecen hacerlo revelan en algún momento su saber a medias – un modo del no-saber- y se retiran desconcertados, o cometen errores que agudizan el conflicto. La tragedia en este caso proviene de lo incomunicable del saber y de la consiguiente soledad, en sufrir sin opción las consecuencias de actuar en un mundo o medio dominado por la «ceguera» . Ver claro donde otros no pueden constituye en este caso quizás el elemento fundamental que acrecienta el dolor del héroe.

     Todos sabemos que Antígona es hija de Edipo y Yocasta. Y sabemos que cuando Edipo, por medio del oráculo de Tiresias, conoce sus crímenes, se quita la vista y decreta su propio destierro de Tebas. Ciego y mendicante deambula por el camino acompañado de esta hija. Cuando muere Edipo, Antígona regresa a Tebas; allí vive con su hermana Ismene y allí también están sus hermanos, Eteocles y Polinices. En la Guerra de los Siete Jefes, Eteocles y Polinices luchan en bandos contrarios; mueren ambos, uno a manos del otro. Creonte, rey de Tebas y tío de los hermanos, decretó exequias solemnes para Eteocles, y prohibió que se diese sepultura a Polinices, acusado de traidor a la patria. Antígona considerando el deber sagrado de dar sepultura a los muertos, deber primero impuesto por los dioses y las leyes no escritas, infringió el decreto de Creonte y cumplió con la obligación religiosa. Fue condenada a muerte y enterrada viva en la tumba de sus ascendientes, los Labdácidas. Se ahorcó en su prisión, y Hemón, su prometido e hijo de Creonte, se suicidó sobre su cadáver.

     Lo que nos muestra la actitud de Antígona es la «dimensión interior de la virtud (areté) o excelencia» . Es decir, Antígona es condenada y abandonada a la soledad absoluta que proviene de una misión incompartible, por un medio ajeno a esta «virtud interior», ignorante de la esencia de la virtud, la cual reduce a leyes y fórmulas inventadas por los hombres. En este tipo de tragedia se apela a los cimientos de la condición humana, lo cual impide que el sufrimiento del héroe resulte posible de detener o de aliviar siquiera. Sólo cabe vivirlo. Es “el enigma de los límites”. A este conocimiento de los límites se accede no sin dolor. «todo acontece en el límite, y nada fuera de él», nos dice Trías y tiene razón porque el límite comparece en su mismo mantenerse oculto. El límite en Antígona es lo divino, es todo lo que representa las leyes no escritas, tanto en el sentido de que Antígona es la heredera de Áte o la maldición que acompaña a la estirpe de Edipo, y, por ello, heredera de las leyes ancestrales, cósmicas, como en el sentido del saber que Antígona tiene de cumplir con la deuda, no de ella, sino de su padre.

     Por ello Antígona es la pasión por el límite. La pasión de Antígona es la que funda su acción, es el principio de todo su empeño, la instancia de un pathos irreductible e inherente a la propia dimensión del ser que habla, pasión organizada de modo permanente, como impulso inmediato a la acción, como fuerza que la empuja, que la anima, que la encierra finalmente en el círculo que la consume en una atmósfera incandescente. Es la pasión de Antígona la que la lleva a cumplir con ese límite que la excede y le otorga su tragicidad; Antígona es un habitante de la frontera que vive más la pasión del enigma, que la posibilidad de poder narrar la experiencia atravesada. En este sentido podemos entender que Antígona se instala más en el pathos que en el ethos.

     Sabemos que “Antígona representa las leyes no escritas, la conciencia”. Y aquí se ve la novedad de la propuesta de Antígona porque ese otro límite que pone la ley humana, ella lo niega, sabe que hay otra orilla y trata de honrar esa instancia sagrada con el culto a los muertos. Antígona posee sabiduría y la vive hasta las últimas consecuencias. Se percata de que es incomunicable y asume sin ayuda su tarea. Antígona está privada de elección, porque su saber la inclina sólo a la verdad. Hay una sola opción para ella. Y queda a solas con su destino, el destierro del mundo de los vivos, en la caverna que debe servirle de sepultura. Pero no es Antígona la que padece la hamartía o error de juicio por la que los dioses también castigan a los hombres

     Es Creonte quien sufre de ese error de juicio, de ese equívoco (hamartía), de esa vana locura que lo lleva a cometer el crimen. Antígona, por el contrario, se identifica con la verdad, sabe de su destino y sabe del límite, de la frontera que dota de sentido su acto. En la teoría trágica tradicional, el destino de los héroes trágicos consiste en incurrir en la desmesura o hybris y, como consecuencia, a padecer ese cambio fatal por el que el héroe cae (metabolé). Al igual que Edipo, Ayax y Teseo, Creonte cae, sufre, se arrepiente, y por eso nos despierta compasión y temor . En Creonte el error de juicio se conjuga con la inversión de la felicidad en desgracia (metabolé) y el hecho imprevisto, los incidentes espantosos o lamentables (peripateia), para lograr que la ganancia de saber implique una pérdida.

     En cambio, Antígona es mujer y doncella. Su sabiduría es de otra índole. El poder sagrado de la virginidad le comunica una sabiduría no perseguida ni conquistada mediante el esfuerzo de la razón, pero esto tampoco explica por completo su proceder. Antígona es una «elegida» y como tal, asume todas las implicaciones de una fuerza despierta en ella y dormida en otras doncellas. Ella “es arrastrada por una pasión”. La vehemencia no es pura incandescencia, sino sustantividad. Sin embargo, no se trata de las pasiones clásicamente consideradas como trágicas: es seguro que al menos uno de los dos protagonistas, hasta el final, no conoce ni la compasión ni el temor: y éste personaje es Antígona. Por eso ella es la verdadera heroína. Mientras que al final Creonte se deja conmover por el temor y, si bien no es ésa la causa de su pérdida, ella es ciertamente su señal

     Antígona sabe qué debería hacerse y lo expresa y decide obrar. Sacerdotisa de un oráculo unido a inevitables misterios, su saber es infuso, confirmado pero no buscado. Confirmado en la tragedia del padre, padeciente por haber pretendido tomar en sus manos las leyes secretas del cosmos. Lo oculto y ancestral se le ha presentado en la tragedia paterna, en su carácter terrible e irrevocable y ese es su saber. De este modo, el respeto a lo eterno, al límite, constituye la base de la virtud, del orden y conservación del universo. Antígona realiza en vida el descenso ad inferos para abrir los ojos de otros. Los suyos no lo necesitan.

     Sólo Antígona tiene plena conciencia del alcance y las dimensiones de sus actos, del golpe de la fatalidad, y aunque el temor y el dolor ante lo irremisible la sacudan, sus actos no suponen esa desmesura (hybris) pues no quebranta la medida propia de su tipo de virtud, de la virtud (areté) femenina que exige otro tipo de temple (sofrosyne), virtud (areté) que incluye llorar la muerte virginal, sin sucesión para la estirpe. Al cabo, sus actos abren los ojos de los necios, pero no de forma tranquila, iluminada por la alegría del descubrimiento, pues no le es dada la función pedagógica: a una mujer, y más aún, doncella, no se le escucha, según expresa el rey. La enseñanza que transmite viene a través de lo irremediable.

  • Psicoanálisis en México: una triple genealogía. Fromm, API, Caruso

    Psicoanálisis en México: una triple genealogía. Fromm, API, Caruso

     Rodolfo Álvarez del Castillo L.

    Etre psychanalyste implique une insertion dans la chaine des générations.

    Silvia Bleichmar (1985)

    Introducción

    Una investigación sobre los orígenes del psicoanálisis en México, ha de tomar en cuenta los antecedentes institucionales de los pioneros que lo introducen al país. Presentamos a continuación estas notas que nos sirven para establecer el recorrido genealógico inicial que la saga freudiana ha seguido hasta su establecimiento institucionalizado en México hace ya cincuenta años. Veremos el origen institucional de los primeros grupos que se gestan en México, así como las líneas genealógicas psicoanalíticas de los fundadores de esos grupos, sus posturas teóricas y sus objetivos institucionales y científicos. Seguiremos para ello un orden estrictamente cronológico desde la llegada de los primeros psicoanalistas –entendiendo por tales a aquellos sujetos que habían realizado alguna experiencia de análisis personal y recibido algún nivel de entrenamiento en una institución psicoanalítica–, la fundación de sus instituciones y las posiciones teóricas en las que se sostenía su trabajo, todo ello hasta su consolidación en nuestro país, aproximadamente a mediados de los setentas, antes de la llegada de la ola migratoria de analistas del cono sur de América que ayudó a permear, enriquecer y diversificar el rígido mundo institucional psicoanalítico mexicano de entonces.

    No incluiremos en este trabajo a las instituciones fundadas para formar psicoterapeutas psicoanalíticos, ni de carácter privado ni como programas de postgrado en universidades públicas o privadas, en virtud de que la misma ambigüedad en la nominación complica y diluye –casi siempre– en diversos grados, la dimensión psicoanalítica y la autorización-legitimación que de ella deviene, además de que al incluir a la institución universidad en las tareas de formación-transmisión del psicoanálisis se generan nuevas problemáticas que tornan aún más opaco el campo de estudio, su importante papel en el desarrollo del psicoanálisis en México merece un estudio aparte.

    Por lo general, cuando los psicoanalistas hablan y escriben acerca de la historia del psicoanálisis, hay un cuidado especial en cuanto a dejar claramente establecidas las condiciones de su propia formación: en donde, cómo y con quién se realizó. Importa en principio establecer un linaje que legitime y que autorice, que ubique al sujeto en la trama histórico-institucional del psicoanálisis. Encontramos así, que hay diversas maneras de legitimarse en el campo psicoanalítico: A) por su pertenencia a la institución analítica de formación, por ejemplo, el roster de la API determinaba –hasta no hace mucho tiempo–, para las lógicas de la institución, quienes son y pueden llamarse psicoanalistas. B) la que se realiza en los nombres de quienes participaron en las tareas de formación del interesado; el analista, los supervisores, los maestros, independientemente de pertenencias institucionales. C) otra forma de legitimarse, surgida en los años setenta, consiste en referirse a los textos de algún autor “cabeza de escuela”, generalmente para usar la producción teórica en cuestión para descalificar a quienes no comparten los argumentos teóricos de esa escuela en particular; hablaríamos entonces de una legitimación en el texto, en la que no importa tanto el haberse formado con algún analista en particular, sino en haberlo leído (caso de muchos de los primeros lacanianos en México). (Fernando M. González, 1989). Hay que decir que las anteriores son formas de legitimarse que a veces se entrecruzan y/o se superponen. Pero en los inicios del psicoanálisis en México se contaba solamente con la posibilidad de formarse como psicoanalista en alguna de las dos instituciones existentes en nuestro país, –o buscar la formación en el extranjero–, y el problema de la legitimación quedaba a cargo de las instancias internas de estas instituciones.

    El origen de la dimensión institucional del psicoanálisis se remonta al año de 1902 cuando un grupo de personas interesadas en el psicoanálisis se reunían en la casa de Sigmund Freud para discutir acerca de los descubrimientos psicoanalíticos. “…con el propósito expreso de aprender, ejercer y difundir el psicoanálisis.” (Freud, S., 1914). Sus miembros fundadores fueron Sigmund Freud (1856-1939), Alfred Adler (1870-1937), Wilhelm Stekel (1868-1940), Rudolf Reitler (1865-1917) y Max Kahane (1866-1923). Hasta el año de 1908 este grupo se conocía como la “Sociedad Psicológica de los Miércoles”, cambiaría su nombre por el de Sociedad Psicoanalítica de Viena, y en 1910 fue finalmente registrada ante las autoridades del Imperio Austro-Húngaro. Alfred Adler fue elegido como su primer presidente. Ante su posterior renuncia a la Asociación, en el año de 1911, por alejamiento (alejamiento que iniciará todo el asunto de la ortodoxia, de la creación de un centro al interior del movimiento que pudiera “declarar lo es psicoanálisis de lo que no lo es” y de la instauración de mecanismos de legitimación-deslegitimación) a las tesis freudianas, Freud mismo asumió el cargo para mantenerse en él hasta la disolución de la sociedad por los nazis en 1938.

    Berlín fue la segunda ciudad en la que se organizó un grupo de psicoanalistas en 1910, seguidos por Zurich 1910, Munich y Nueva York 1911, la Asociación Psicoanalítica Americana que regulará a las asociaciones estadounidenses en 1912, Budapest 1913, Londres 1914 y París 1926. Esta rápida expansión motivó la necesidad de construir una reglamentación que facilitara los intercambios científicos y regulara lo que circularía bajo el nombre de psicoanálisis y quienes podían ser reconocidos como psicoanalistas. Fue en el segundo congreso internacional celebrado en Nuremberg en marzo de 1910 que Sandor Ferenczi propuso la creación de una Asociación Psicoanalítica Internacional (API). “El creciente interés en América, la oposición creciente en los países de lengua alemana, el reforzamiento a través de los colegas de Zurich (Jung, Bleuler) así como el temor del mal uso del psicoanálisis con su popularidad creciente, fueron los motivos de Freud para la creación de este imperio científico.” (Fallend, K., 1997).

    La formación psicoanalítica no es concebible sin la experiencia del análisis personal del futuro analista, piedra angular incuestionable en la formación psicoanalítica, el cual debe realizarse por un analista que cumpla él mismo esa condición, es por esa razón que la difusión del psicoanálisis precisa de la existencia de una “red” (una institución) de legitimaciones y reconocimientos entre analistas y analizandos que a la manera de un hilo conductor –que en sus enredados avatares termina adquiriendo, según una simpática analogía de Ernst Falzeder (1995), la forma de un plato de espagueti– va recorriendo los diferentes escenarios en los que el psicoanálisis se despliega y desarrolla.

    Fue en el año de 1925, durante el IX Congreso Psicoanalítico Internacional celebrado en Bad Homburg que Max Eitingon propuso una reglamentación para la conducción de la formación psicoanalítica. Dicha reglamentación fue aprobada por unanimidad y durante muchos años normó la formación de analistas en el seno de las asociaciones miembros de la API, otorgándole a la experiencia del análisis del candidato a analista el carácter de obligatorio. Años atrás, en 1919, durante el Congreso Psicoanalítico de Budapest, Hermann Nunberg propuso, sin éxito, que se incluyera como obligatoria la experiencia del análisis didáctico. Al año siguiente con la fundación del Instituto Psicoanalítico de Berlín, inicia el establecimiento de un programa formal para la formación de psicoanalistas que contempla, como parte del mismo, la supervisión de casos y el análisis didáctico. Este movimiento de reglamentación del análisis provoca que las “costumbres anárquicas” iniciales, en cuanto al ejercicio del análisis, tales como analizar familiares directos, personas íntimas (amigos, amantes, etc.), y en mezclar estrechamente las relaciones amorosas y profesionales, fueran siendo formalmente evitadas.

    Las primeras asociaciones mexicanas

    Durante la segunda mitad de la década de los 50’s dos instituciones psicoanalíticas van desplegando sus actividades en México; la Sociedad Mexicana de Psicoanálisis (SMP), y la Asociación Psicoanalítica Mexicana (APM). La primera sostenida en el prestigio profesional y en el trabajo teórico de Erich Fromm quién habiendo instalado, por razones de salud de su esposa, su residencia en México recibe de un grupo de psiquiatras mexicanos la solicitud de formación psicoanalítica. La segunda constituida por psicoanalistas mexicanos que habiendo recibido entrenamiento en el extranjero –Argentina, Estados Unidos y Francia– en asociaciones afiliadas a la API, van constituyéndose a su retorno al país como Asociación Psicoanalítica Mexicana.

    Años después, en 1971, surge de manera independiente a los ya existentes un tercer grupo analítico en el horizonte mexicano, esta vez sus raíces se ubican en la Viena de posguerra, en el resurgimiento del movimiento psicoanalítico en Austria a través del Círculo Vienés de Psicología Profunda fundado en 1947 por Igor A. Caruso. Las condiciones de posibilidad de su fundación estaban dadas en las personas de algunos discípulos de Caruso que habían iniciado su formación en el Círculo Vienés y radicaban en México.

    Así mismo, hay que mencionar la existencia de otras agrupaciones derivadas del trabajo de algunos analistas de la APM que ofrecían entrenamiento en psicoterapia, tales como la Asociación Mexicana de Psicoterapia Psicoanalítica, el Instituto Mexicano de Psicoterapia Psicoanalítica de la Adolescencia, etc., las cuales surgieron como respuesta a la creciente demanda de formación psicoanalítica que los psicólogos dirigían a sus maestros, miembros de la institución analítica, y que por no tener estudios de medicina les estaba vedada. Surge entonces una categoría “intermedia”, la de Psicoterapeuta Psicoanalítico o con orientación psicoanalítica, que durante muchos años se impuso formalmente como un paso previo al acceso de una verdadera formación psicoanalítica.

    Erich Fromm y la Sociedad Mexicana de Psicoanálisis

    En México, la práctica y la enseñanza del psicoanálisis fueron inauguradas por el Dr. Fromm en el año de 1950. Su presencia en el medio provoca que un grupo de médicos se dirijan a él para solicitarle análisis y formación psicoanalítica. De ese grupo surgirá la Sociedad Mexicana de Psicoanálisis en 1956. Fueron sus fundadores: Jorge Silva, Armando Hinojosa, Aniceto Aramoni, Guillermo Dávila, Jorge Derbez, José F. Díaz, Abraham Fortres, Ramón de la Fuente, Francisco Garza, Raúl González, Arturo Higareda, Alfonso Millán y Jorge Velasco. El caso de la Sociedad Mexicana de Psicoanálisis en la que el grueso de las tareas de formación y el total de los análisis didácticos recaían en el trabajo de un solo analista, no es único en la historia del movimiento psicoanalítico. Tenemos por ejemplo, a la Asociación Psicoanalítica Uruguaya, afiliada a la API, en la que Willie Baranger formado en la Asociación Psicoanalítica Argentina, es invitado a Montevideo, junto con su esposa Madeleine, para hacerse cargo del análisis de los 11 candidatos integrantes del grupo fundador. Podríamos encontrar otros ejemplos similares que ilustrarían una situación inicial del movimiento psicoanalítico en su etapa de expansión geográfica.

    Los antecedentes formativos de Erich Fromm al fundar la Sociedad Mexicana de Psicoanálisis, provenían de lo mas granado que el movimiento oficial había producido en Alemania. Incluso Fromm compartió con Ángel Garma, fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina, la formación en el Instituto de Berlín.

    Nueve años después de fundada, la SPM edita la Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología (1965-1975) con el sello editorial del Fondo de Cultura Económica. En la presentación editorial del primer número, firmado por Erich Fromm y Ramón de la Fuente (1965), explicitan la definición de psicoanálisis que sustentan como Asociación:

    Queremos aclarar que por psicoanálisis entendemos la ciencia fundada por Freud y basada en sus descubrimientos fundamentales del subconciente (sic), la represión, la resistencia, la transferencia y el significado de las experiencias de la primera infancia. No entendemos por psicoanálisis un movimiento dirigido por una burocracia y basado en ciertas doctrinas inviolables, sino una ciencia que, lo mismo que las demás ciencias, desarrolla y revisa sus teorías e hipótesis bajo el estímulo de nuevos hallazgos clínicos, mediante nuevas hipótesis filosóficas y mediante la contribución de otras ciencias. 

    En el mismo número de la revista, Alfonso Millán publica un trabajo titulado El desarrollo de la Sociedad Psicoanalítica Mexicana y del Instituto Mexicano de Psicoanálisis (el cual es fundado por Fromm en 1963), en el que expone la historia de las instituciones en cuestión y define los postulados básicos de la postura del maestro:

    Fromm designa frecuentemente sus aportaciones al psicoanálisis como Psicoanálisis humanista. Sabemos que no se trata de otra escuela, como aquellas de algunos de los antiguos colaboradores y seguidores de Freud, que han reemplazado los principales descubrimientos de éste por nuevas y distintas teorías. El psicoanálisis humanista es un desarrollo importante de la teoría humanista de Freud, que libera a ésta de las estrecheces impuestas por la teoría de la libido, teoría que Freud concibió bajo la influencia del naturalismo mecanicista que prevaleció en su época. P.5-6.

    La Asociación tuvo un crecimiento significativo y su rango de influencia incluyó a la facultad de medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde fundó un doctorado en psicoanálisis.

    Erich Fromm (1900-1989)

    Como hemos visto, la práctica y la enseñanza del psicoanálisis en México fueron inauguradas por el Dr. Fromm en el año de 1950. Conviene hacer notar, que entre el momento en que Fromm empieza a trabajar los análisis de formación de ese grupo de médicos en 1950 y el año de la fundación de la SPM en 1956, Fromm fue excluido de la API. Suponemos que dicha exclusión marcó de alguna manera un proyecto de trabajo con el grupo mexicano que debía de realizarse entonces al margen de las legitimaciones y/o reconocimientos institucionales de la primera asociación internacional psicoanalítica. Y que además, influyó en la configuración posterior del psicoanálisis en México que se desarrollará más allá de los límites del grupo analítico frommiano.

    Fromm nace en Frankfurt en el año de 1900, estudia filosofía en la Universidad de Heidelberg y comienza en 1928 sus estudios y entrenamiento psicoanalítico en el más importante centro de formación psicoanalítica de ese entonces; el Instituto Psicoanalítico de Berlín. Entabla contacto con la Escuela de Frankfurt donde trabaja con Herbert Marcuse, Walter Benjamin y Theodor Adorno. Su orientación teórica llevará en un inicio la marca importante de la Teoría Crítica, lo que redundará en un sistema teórico psicoanalítico con una fuerte interpretación sociológica.

    El ascenso del nazismo en Alemania lo lleva a emigrar a los Estados Unidos en el año de 1934 hasta que se traslada a México en 1950. Imparte clases en la facultad de medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, funda y dirige la colección de Psicología y Psicoanálisis en la prestigiada editorial Fondo de Cultura Económica, practica el psicoanálisis y supervisa la práctica de sus discípulos.

    Pensador inquieto que publica una gran cantidad de libros de entre los que destacamos: El miedo a la libertad (1957), Psicoanálisis de la sociedad contemporánea (1956), El arte de amar (1959), Ética y psicoanálisis (1953), Psicoanálisis y religión (1956), La misión de Sigmund Freud (1959), etc.

    La API y los principios básicos del psicoanálisis

    Fromm fue excluido de la API en el año de 1953, había obtenido la categoría de miembro titular en el año de 1932 por su pertenencia a la Sociedad Psicoanalítica Alemana (Deutsche Psychoanalytische Gesselschaft); membresía que conservará hasta el año de 1936 cuando los analistas judíos miembros de la Sociedad fueron “invitados a renunciar” a ella a fin de evitar su disolución por los nazis. Ernest Jones, entonces presidente de la API, ofreció a los analistas judíos renunciantes la posibilidad de seguir perteneciendo a la misma afiliándolos a alguna Asociación miembro o extendiéndoles una afiliación como “miembro directo” (member-at-large). Fromm aceptó está última categoría; y en 1953, fue borrado del roster de la API. Al preguntar Fromm de las razones de su exclusión del listado de miembros, le informaron que se había eliminado la categoría de miembro directo y que las membresías a la API dependían de la pertenencia a alguna Sociedad Componente de la misma. Como Fromm pertenecía a la Sociedad Psicoanalítica de Washington la cual no estaba afiliada a la API, para renovar su pertenencia tenía que solicitar su admisión en alguna de las Asociaciones afiliadas a la Asociación Psicoanalítica Americana, la cual no aceptaba miembros que no fueran médicos, o presentar una aplicación a la API al Comité de Revisión de Afiliación. Ruth S. Eissler, entonces Secretaria Ejecutiva de la Asociación Psicoanalítica Internacional con quien Fromm estaba aclarando su situación societaria le escribe en una carta, un párrafo en el que se trasluce su forma de pensar acerca de la posición de Fromm en el campo analítico:

    No estoy, por supuesto en posición de anticipar la recomendación del Comité de Examen de Admisiones. Personalmente, pienso, asumo, que cualquiera que no se posiciona en los principios básicos del psicoanálisis no estaría interesado en devenir miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Roazen, P. (2001).

    Fromm contesta que él considera compartir esos principios básicos, la pregunta sería que tan amplia o estrechamente la API los interpreta. “Esa no es la cuestión para analizar si alguien quisiera ser o no miembro de la API, sino mejor dicho, para analizar las razones de ser despojado de mi membresía.” Ante su negativa a someterse a una evaluación por parte del comité de selección Fromm queda entonces definitivamente separado de la API en el año de 1953. Vainer, A. (1998).

    La pérdida de su afiliación a la Internacional no impide que prosiga su trabajo en México y funde la Sociedad Psicoanalítica Mexicana en 1956. El Instituto Mexicano de Psicoanálisis en 1963 y la Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología en 1965.

    Fallece en Suiza en la ciudad de Muralto el 18 de marzo de 1980 a consecuencia de un cuarto infarto al corazón.

    De los analistas con los que Fromm realizó su análisis personal en diversos períodos de su formación destaquemos que los tres fueron miembros de la Asociación Psicoanalítica de Viena, los tres de origen judío y los tres formaron parte del Instituto de la Asociación Psicoanalítica de Berlín, en el que Fromm realizó su entrenamiento analítico.

    El Instituto Psicoanalítico de Berlín

    Fundado el 14 de febrero del año de 1920 por Max Eitingon, Karl Abraham y Ernst Simmel, junto con la policlínica del mismo nombre, fue el primer Instituto de formación psicoanalítica en el mundo. La Asociación Psicoanalítica de Viena inauguraría el suyo hasta tres años después el 19 de noviembre de 1923, con una Comisión de Enseñanza formada por Paul Federn, Eduard Hitschmann y Siegrfield Bernfeld. Helen Deutsch fue la primera directora del instituto vienés, el cual inauguraría oficialmente los ciclos de seminarios y conferencias hasta 1925, de ahí en más, la formación psicoanalítica se realizaría de manera programada, incluyendo desde entonces la exigencia del análisis personal del candidato con un analista experimentado. Sterba, R. (1986).

    El Instituto de Berlín produciría un modelo de formación que se impondría a escala mundial, inclusive en Viena. Su planta docente durante los primeros años de existencia estaba compuesta por analistas de primera línea: Karl Abraham, Franz Alexander, Siegrfield Bernfeld, Felix Boehm, Helene Deutsch, Max Eitingon, Otto Fenichel, Karen Horney, Sandor Radó, Géza Roheim, Theodor Reik, Hanns Sachs, Ernst Simmel, entre otros. Al final de los años veintes y principios de los treintas el Instituto se convirtió en un gran centro de atracción para quienes buscaban devenir psicoanalistas, tanto en Alemania como más allá de las fronteras. Entre los analistas formados en el mismo se cuentan a: Erich Fromm, Frieda Fromm-Reichmann, Angel Garma, James Glover, Martin Grotjahn, Heinz Hartmann, Paula Heimann, Karen Horney, Hermine Hug-Hellmuth, Edith Jacobsohn, Melanie Klein, Jeanne Lampl-de Groot, Karl Landauer, Sabina Spielrein, Rene Spitz, etc. El modelo de formación asignaba un lugar particular a cada una de las partes que conformarían desde entonces la tríada formativa: Análisis didáctico, supervisión o análisis de control y seminarios teórico-clínicos, separando al analista didacta del resto de las funciones formativas. Mientras que en el modelo de Budapest el análisis didáctico y la supervisión clínica se realizaban por el mismo analista, en Berlín se realizaban por analistas distintos.

    En el año de 1929 Erich Fromm, Karl Landauer, Frieda Fromm-Reichmann y Heinrich Meng fundan el Instituto Psicoanalítico de Frankfurt, que mantendría un estrecho contacto con el Instituto de Investigaciones Sociales formado por Herbert Marcuse, Theodor Adorno y Max Horkheimer quienes integraron el psicoanálisis a la Teoría Crítica. Poco tiempo después, el Instituto Psicoanalítico de Frankfurt fue albergado por la Universidad de Frankfurt, convirtiéndose en la primera Universidad Europea en contar con cursos de psicoanálisis acreditados. Esto representó para los psicoanalistas una oportunidad de participar en la vida académica establecida y que, por ejemplo, Anna Freud pensara en la organización de cursos de psicoanálisis de niños para estudiantes de educación. Durante el nazismo el Instituto Psicoanalítico de Berlín y todos los institutos y asociaciones psicoanalíticos se vieron forzados a disolverse –a pesar de haber “dado de baja” a todos los miembros judíos de los mismos– debido que se prohibió el estudio, difusión y ejercicio del psicoanálisis por el origen judío de su fundador, incluso llegó a prohibirse el uso de la terminología psicoanalítica. Los psicoanalistas “arios” que permanecieron en Alemania y Austria se integrarían al “Instituto Göring”, Instituto Alemán para la Investigación en Psicología y Psicoterapia, que se fundaría durante el régimen nazi y dirigiría Matthias H. Göring, sobrino del tristemente célebre mariscal Herrmann Göring. El Instituto de Berlín se reabriría algunos años después del término de la segunda guerra mundial y actualmente lleva el nombre de Karl Abraham Institut.

    De los analistas formados en el Instituto de Berlín que desempeñaron un papel, directa o indirectamente, en el desarrollo del psicoanálisis en México, debemos mencionar además de Erich Fromm, a Ángel Garma quien formaría parte del grupo fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina y sería el analista didacta de algunos de los analistas fundadores de la Asociación Psicoanalítica Mexicana. El primero realizó diferentes períodos de análisis con Hans Sachs, Theodor Reik y Karl Landauer y el segundo con Theodor Reik.

    La API y la Asociación Psicoanalítica Mexicana

    El grupo de los 12 miembros fundadores de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, quienes en 1957 son reconocidos oficialmente como Asociación por la API, realizaron su formación psicoanalítica en 5 Instituciones afiliadas a la Asociación Psicoanalítica Internacional. La mayoría son egresados del Instituto de Formación de la Asociación Psicoanalítica Argentina que será la institución que supervisará la constitución de la Asociación Mexicana. Las condiciones en que la psiquiatría mexicana se encontraba en los años cuarenta eran de un desarrollo deficiente. Un grupo de jóvenes psiquiatras buscando alternativas para continuar su preparación profesional, y ya interesados en el psicoanálisis, deciden buscar en el extranjero la formación correspondiente. Durante los años de 1946, 48, 49 y 50 van saliendo de México conforme sus condiciones personales, profesionales y económicas se los van permitiendo. “… También se tuvo conciencia de la necesidad de crear para el futuro una escuela sólida, capaz y eficiente que brindara preparación y entrenamiento:” Ramírez, S. (1971). En 1952, con Santiago Ramírez, se inicia el retorno escalonado de quienes conformarían posteriormente la Asociación Psicoanalítica Mexicana.

    La distribución de la formación analítica del grupo de origen es la siguiente:

    Latinoamérica

    Asociación Psicoanalítica Argentina: 5 miembros.

    Europa

    Sociedad Psicoanalítica de París: 2 miembros.

    Estados Unidos

    Instituto para la Psicoterapia y Psicoanálisis de la Universidad de Nueva York: 1 miembro.

    Instituto Psicoanalítico de Columbia: 1 miembro.

    Instituto Psicoanalítico de Topeka: 1 miembro.

    Washington 1 miembro.

    El caso del Dr. Luis Feder es único en el grupo fundador por haber realizado su formación con los integrantes del grupo inicial, antes de la fundación de la APM, realizando su análisis con el Dr. Santiago Ramírez.

    La fundación de la APM se efectuó de alguna manera, con la referencia al grupo frommiano, que ya estaba trabajando en México cuando se fue efectuando el retorno de los que fueron a formarse al extranjero, incluso motivó a que la API, que había excluido de sus filas a Fromm en 1953 por sus posturas teóricas, apoyara a los formados de sus instituciones a la creación de la filial mexicana,

    Al retorno, el hallazgo del movimiento frommiano tiene un efecto catalítico que redobla su disposición a la integración, la lucha y el trabajo, y también alerta a las instituciones psicoanalíticas donde se formaron, en la necesidad de fortalecer al pequeño grupo freudiano, apoyarlo y acelerar su maduración. Dupont, M.A. (1997). P. IV.

    En 1955 el número de analistas era suficiente para que la API los reconociera como Grupo Mexicano de Estudios Psicoanalíticos, categoría previa al reconocimiento de Asociación Componente con plenos derechos societarios y autorización para la creación de un instituto de formación. El origen diverso del grupo fundador implicaba que las posturas teóricas no fueran completamente coincidentes, incluso, hay que decirlo, eran divergentes. Algunos de los llegados de Argentina tenían una fuerte tendencia a pensar la práctica y la teoría psicoanalíticas desde los postulados de la Escuela Inglesa encabezada por Melanie Klein, mientras que los formados en Institutos estadounidenses se movían más en la orbita de la psicología del yo norteamericana, lo cual se manifestaba en los cursos del instituto en el que los alumnos llevaban materias con contenidos de una y otra escuela.

    Los fundadores y los primeros didácticos veníamos de institutos con cierta raigambre teórica diferente, pues en el extranjero surgían diversas corrientes que profundizaban elementos iniciales de Freud. Nos costó trabajo aprender a tolerar y sacar provecho de las diferencias. José Remus Araico en Los fundadores P. 177

    La Asociación fue reconocida oficialmente por la Asociación Psicoanalítica Internacional como sociedad componente en la sesión administrativa del XX Congreso Internacional celebrado en París en 1957. Fueron miembros fundadores: Víctor Manuel Aíza, Rafael Barajas, Fernando Césarman, Carlos Corona Ibarra, Luis Féder, Avelino González, José Luis González, Francisco González Pineda, Ramón Parres, Santiago Ramírez, Estela G. de Remus y José Remus. Los analistas didáctas de está primer generación fueron: Rollo May, Michel Cenac, Lester Luborsky, Franz Alexander, Arnaldo Rascovsky, Marie Langer, Heinrich Racker, Ángel Garma y Paul Goolker.

    La APM se caracterizó en sus inicios por mantener una postura fiel a los principios imperantes en el seno de la API, en el sentido de excluir a los no-médicos de las posibilidades formativas, la imposición de criterios normativos sobre el análisis didáctico, etc. Ejerció un control estricto en cuanto a la administración de un poder apuntalado en la API y llegó a sancionar el uso del nombre psicoanálisis obligando por ejemplo, a que la Asociación Mexicana de Psicoanálisis Grupal cambiara su nombre por el de Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupo, aún y cuando sus fundadores fueran psicoanalistas miembros de la misma.

    Caruso y el Círculo Psicoanalítico Mexicano

    El Círculo Psicoanalítico Mexicano, fundado en 1971, fue en México la primera institución y la única que durante muchos años abrió la opción de formarse como psicoanalistas no sólo a médicos y/o Doctores en Psicología, sino a cualquier persona que cuente con una licenciatura –en cualquier rama–.

    Los antecedentes del Círculo Psicoanalítico Mexicano se remontan a la Viena de posguerra. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial los pocos analistas austriacos que habían podido permanecer bajo el régimen nazi manteniendo viva la llama del saber freudiano trabajando en el Wiener Arbeitsgemeinschaft des Reichinstituts für Psychologische Forschung und Psychotherapie, se reorganizan y realizan en el año de 1946, principalmente gracias al impulso infatigable de August Aichhorn (1878-1949), la refundación de la Asociación Psicoanalítica de Viena (APV). Entre ellos se encontraba el Conde Igor Alexander Caruso (1914-1981), de origen Ruso-italiano. Fallend, Karl (2003).

    Caruso nace en Rusia en una familia perteneciente a la nobleza de ascendencia italiana. Formado en filosofía en la Universidad de Lovaina, Bélgica. (Páramo-Ortega, R. 2005). Realiza su análisis personal con Viktor E. F. von Gebsattel (1883-1976) durante los años 1944 al 46 (A propósito de las condiciones sociales que imperaban durante el análisis de Caruso, comenta Karl Fallend (2005) “No estoy seguro, que en ese tiempo, un psicoanálisis en el sentido que le otorgamos en el presente, fuera posible.”). Gebsattel, analista alemán nacido en Munich, analizado de Leonhard Seif, amigo de Rainer-Maria Rilke y Lou Andreas-Salome, había participado en el grupo de estudio de Freud durante los años de 1912 al 13. (Lund Edelweis, M. 2005, Fallend, K. 2003). Caruso participa en el grupo de analistas que se mantuvieron en Viena durante la ocupación nazi trabajando con August Aichhorn, sin aceptar las directrices de colaboración preconizadas por Ernest Jones, y que al término de la guerra y cuando las condiciones sociales fueron propicias refundó la disuelta Asociación Psicoanalítica de Viena. Caruso se integra a la nueva Asociación Vienesa, pero cuando ésta le pareció demasiado rígida y excesivamente dominada por la ideológia médica, se separa de la misma para fundar el Círculo Vienés de Psicología Profunda, primera Asociación freudiana no afiliada a la API. La trayectoria científica de Caruso lo lleva desde una concepción de la psicología existencial con fuerte influencia del catolicismo a una postura materialista dialéctica que provocará que se le ubique como un integrante más de la corriente freudomarxista.

    El pensamiento psicoanalítico de Caruso es conocido en los países hispano parlantes principalmente a través de sus libros Psicoanálisis dialéctico (Bs. As. 1964), El psicoanálisis lenguaje ambiguo (Méx. 1966), Psicoanálisis, marxismo y utopía (Méx. 1974), Narcisismo y socialización (Méx. 1979), La separación de los amantes (Méx. 1ª. Ed. 1969 25ª. Ed. 2003), Aspectos sociales del psicoanálisis (Méx. 1979). En México también por sus intervenciones en congresos, debates televisivos, y en menor medida, por la difusión de su pensamiento a cargo de sus discípulos y las instituciones fundadas a partir del espíritu crítico improntado en los círculos de psicoanálisis. Sus libros se siguen reeditando lo que indicaría que sus ideas continúan manteniendo cierta vigencia, aunque hay que reconocer, que no es un autor que se estudie sistemáticamente en las instituciones psicoanalíticas de hoy en día, si, en cambio, en algunas universidades.

    En el año de 1947 instituye Igor Caruso el Círculo Vienés de Psicología Profunda (CVPP) como una “comunidad privada de investigación” que se propone como tarea “promover los conocimientos de psicología profunda y su aplicación a la educación, la psicología práctica, la medicina, la sociología, etc.”, así como la crítica filosófica de sus propios supuestos. Durante un tiempo el Círculo funcionará como grupo de discusión variando en su composición de 8 a 15 miembros. En el año de 1950 la existencia del CVPP se oficializa. En la actualidad ha cambiado su nombre por el de Círculo Vienés de Psicoanálisis.

    En un principio, la ebullición del período de post-guerra, las directrices de crítica radical a cualquier ortodoxia o dogmatismo transformarán al Círculo Vienés en un centro de variada riqueza de estudios, donde psicoanálisis, psicología analítica y existencial, ecumenismo, psicología genética, etología, antropología, filosofía, etc. son abordados de forma amplia y sistemática, atrayendo la atención y la participación, en mayor o menor grado de celebridades como Konrad Lorenz, Jean Piaget, J. Nuttin, E. Bohn, J. Lacan, entre otros. En esas circunstancias, los pensadores de la Escuela de Frankfurt comenzarán a ser estudiados (Adorno, Horkheimer, E. Fromm); más tarde Herbert Marcuse, Ernest Bloch, Norman Brown, Jean Paul Sartre, lo que lleva a Caruso a confrontarse con los textos de Marx, Engels, Lukács, Reich, Gabel, Gorz y otros marxistas. La reflexión de esta riqueza de contenidos incorporados va a manifestarse en la extensa obra escrita de Caruso, que en las décadas siguientes abandona paulatinamente la actitud de un ecléctico humanismo cristiano, ubicándose progresivamente más próximo al materialismo dialéctico y tanto en la clínica como en su propuesta didáctica, a acercarse más a los trabajos de Freud. (Suárez, A. 1985)

    La notoriedad de la obra publicada por Caruso lleva a una cantidad importante de personas de las más variadas latitudes a buscar formación psicoanalítica en el Círculo Vienés, sus alumnos promoverán después en sus países de origen la creación de Círculos Psicoanalíticos que constituirán en el año de 1966 la Federación Internacional de Círculos de Psicología Profunda. En América Latina fundan Círculos: Rosa Tanco Duque en Colombia, Malomar Lund Edelweis en Brasil y Armando Suárez y Raúl Páramo-Ortega en México. Caruso propuso para la naciente Federación lo que sería el “mínimo común denominador”: técnica psicoanalítica “clásica” (freudiana) y apertura a todas las cuestiones sociales. Hasta la actualidad hay, o ha habido en algún momento, círculos y/o grupos de estudio constituidos en: Alemania, Argentina, Austria, Brasil, Colombia, México, y Suiza.

    En México el primer círculo llamado Círculo Mexicano de Psicología Profunda fue fundado en la ciudad de México en el año de 1969 por dos discípulos de Igor Caruso: Los Doctores Raúl Páramo-Ortega y Armando Suárez G. (1928-1988) y por el Dr. Jaime Cardeña, que había renunciado a su pertenencia a la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Su existencia fue efímera y terminó disolviéndose en 1973. Suárez y Páramo renuncian a él en 1970 por desacuerdos en el procedimiento de inicio de la práctica clínica en los seminarios de formación, y fundan al año siguiente el Círculo Psicoanalítico Mexicano; asociación empeñada en el desarrollo, aplicación y crítica del psicoanálisis, entendido como ese campo problemático, teórico, clínico y metodológico, inaugurado por S. Freud para ser indefinidamente laborado. En el nuevo Círculo quedan incluidos en el programa de formación: Luis Moreno, Lilia Meza, Ana Ma. Martínez Camarena, Patricia Escalante, Magda Fernández, Ida Oynik, Juan Diego Castillo y Fernando M. González.

    La forma de concebir la institución psicoanalítica de los Círculos de Psicología Profunda como una federación en la que cada miembro cuenta con plena libertad de darse sus propias directivas organizativas y líneas de trabajo teóricas, lo que implica que el texto del fundador (Caruso en este caso) no esté necesariamente en el centro del programa de formación, fue lo que efectivamente ocurrió en el CPM en donde el referente principal era la obra de Sigmund Freud. Lo que si marcó como “herencia carusiana” de manera importante los inicios de la Asociación fue el estudio de la problemática psicoanálisis-sociedad, pero de nueva cuenta Caruso mismo no era considerado guía imprescindible. En el año de 1977 el Dr. Páramo-O. renuncia a su membresía del CPM y funda en Guadalajara el Grupo de Estudios Sigmund Freud. Grupo que se afiliará a la Federación Internacional de Círculos de Psicología Profunda, actualmente disuelta.

    Desde sus inicios el Círculo Psicoanalítico Mexicano comienza a desarrollar una actividad constante que va siendo lentamente reconocida en el medio psicoanalítico nacional, al poco tiempo atrae hacia él una demanda de formación creciente. Actualmente la mayoría de los miembros del CPM han abandonado el eje psicoanálisis-sociedad como problemática importante dentro de sus intereses científicos.

    Armando Suárez G. (1928-1988)

    Juan Diego Castillo (1990), psicoanalista discípulo de Armando Suárez, presentó un muy completo estudio biográfico de su maestro del que tomamos la mayoría de los datos que presentamos a continuación. Armando Suárez Gómez nació el 17 de junio de 1928 en Madrid, España. Sufrió los horrores de la Guerra Civil Española durante su infancia. Este trágico momento de la historia de su patria natal, dejó en él huellas imborrables. En 1945 termina el Bachillerato con Sobresaliente y obtiene el Premio Extraordinario en el examen de Estado. Ese mismo año y contando 17 de edad inicia los estudios de Derecho en la Universidad de Madrid; los concluirá en 1959 y recibirá su título, seis años después en 1965. Durante 1946 y 47 asiste a dos cursos de Ciencias Económicas en la misma Universidad.

    En 1949 ingresa a la Orden de los Dominicos en Salamanca, un año después profesa e inicia los estudios de filosofía en el Estudio General de Filosofía de Caldas de Besaya en Santander. En 1953 inicia los de teología en la Facultad Pontificia de San Esteban, en Salamanca. Ordenado sacerdote en 1956 continúa con la teología hasta terminar en 1958. Psicoanalista formado en el Círculo Vienés de Psicología Profunda, realiza su análisis personal con Igor A. Caruso y de grupo con Raoul Schindler. Emigra a México en el año de 1965 y funda el Círculo Psicoanalítico Mexicano en 1971. Dirige desde su fundación la importante colección de Psicoanálisis, psicología y etología de la editorial Siglo XXI que incluye trabajos de autores tan importantes como Jaques Lacan, Maud Mannoni, Paul Ricoeur, Igor Caruso, Wihelm Reich, Anna Freud, Helmut Dahmer, etc. Dentro del CPM realiza una importante labor en la formación de psicoanalistas. Su propia obra escrita es limitada en su extensión contando con 13 trabajos publicados. Entre ellos destacan Freudomarxismo: pasado y presente. Incluido en el libro Razón, locura y sociedad editado por Siglo XXI e Interpretación, construcción, realidad y verdad. Texto inacabado que se incluyó en el libro Psicoanálisis y realidad editado por Siglo XXI. Asimismo, hemos de mencionar la publicación en fecha reciente de las conferencias radiofónicas que sobre Psicoanálisis y Marxismo dictara por Radio UNAM en la ciudad de México en el año de 1966. (Suárez, A. 2003).

    Raúl Páramo-Ortega

    Psicoanalista mexicano radicado en Guadalajara, Jalisco. Nace en la Ciudad de México en 1935. Estudia Medicina en la Universidad de Guadalajara, siendo ahí donde su interés por el comportamiento humano se intensifica, llevándolo a iniciar su formación psicoanalítica en Viena en el Círculo Vienés de Psicología Profunda y posteriormente a sus repetidos re-análisis en Los Ángeles, California. (Páramo-Ortega, R. 2003). Sus influencias más definitivas, profesionalmente hablando han sido: Igor A. Caruso, Rudolf Ekstein, Hilda Rollman Branch y Raoul Schindler, en ese orden. Ha sido conferencista huésped en el Instituto Sigmund Freud de Frankfurt, en el Instituto de Psicoanálisis Político y en la Academia de Psicoanálisis de Munich, entre otros. Cofundador del Círculo Psicoanalítico Mexicano, en 1969 y del Grupo de Estudios Sigmund Freud, en 1977. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas en México, Argentina, Brasil, Colombia, Austria, Suiza y Alemania. Asimismo ha publicado los siguientes libros en México y Alemania: Freud in Mexiko: Zur geschichte der Psychoanalyse in Mexiko Quintessenz (1992); Sentimiento de culpa y prestigio revolucionario Martín Casillas Ed. (1982); edición alemana: Das Unbehagen an der Kultur Urban & Schwarzenberg (1985); Obras en Castellano GESF, en publicación han aparecido 3 tomos de 5 proyectados: Vol. I 1963 a 1982 (1997). Vol. II 1982 (1996). Vol. III 1983-1988 (1999). Su postura como psicoanalista puede resumirse en las siguientes afirmaciones publicadas en el prólogo a la compilación de sus Escritos políticos (2001):

    Los presentes Escritos políticos no son solamente opiniones políticas de un psicoanalista que, al margen de su profesión, se inmiscuye en algo que no le toca, sino que se trata del ejercicio mismo de la profesión psicoanalítica. El psicoanálisis freudiano o es político o no es psicoanálisis. Quien se interese en la marcha de la sociedad o en las ‘leyes’ de la Historia no puede dejar de lado el estudio de los factores inconscientes, sean estos personales, institucionales, estructurales, culturales, etc. El freudismo tiene ingerencia en cualquier situación en donde el fenómeno inconsciente esté presente y en donde exista la tarea de transformarlo en consciente. (…) Una forma de defenderse de Freud consiste en ignorar que uno de sus méritos de más impacto fue haber señalado los senderos que nos llevan del malestar individual al malestar de la cultura y viceversa. P.3.

    Conclusiones

    Como hemos podido constatar a lo largo de las páginas precedentes, el psicoanálisis en México cuenta con una genealogía psicoanalítica de origen muy diversa. Diversidad que produjo un inicio que podríamos caracterizar como esquizo-paranoide, ya que cada institución veía en las demás la encarnación de las desviaciones, los revisionismos y la falta de rigor en los procedimientos institucionales de formación, acompañada de la incapacidad de ejercer una sana autocrítica a fin de mejorar sus propios procedimientos institucionales.

    Para la Sociedad Mexicana de Psicoanálisis, el abordaje del psicoanálisis se caracterizaba por el abandono de la teoría freudiana de la libido, la que era considerada como un “lastre” que impedía el desarrollo pleno del psicoanálisis, al que Fromm designaría como Psicoanálisis humanista, demarcando con ello una distancia respecto de otras posiciones psicoanalíticas. Criticaba la burocratización que el psicoanálisis como institución sufría en manos de la Institución oficial aunque tendía a reproducir esa misma estructura en su organización.

    Para la Asociación Psicoanalítica Mexicana era la pertenencia a la Institución Internacional fundada por Freud la que determinaba en buena medida la legitimación psicoanalítica, integrando en su seno las diferentes posiciones teóricas que se desarrollaban al interior de la API, principalmente la psicología del yo norteamericana y la teoría kleiniana dominante en el psicoanálisis rioplatense. Tuvo un inicio productivo, interrumpido por conflictos internos provocados por luchas internas en el ejercicio del poder institucional, que provoca la salida de una parte importante de miembros de diferentes niveles jerárquicos.

    En el Círculo Psicoanalítico Mexicano el “desarrollo, aplicación y crítica del psicoanálisis, concebido como ese campo problemático, teórico y clínico y metodológico, inaugurado por Sigmund Freud para ser indefinidamente laborado” más los intereses en la dimensión social del psicoanálisis que manifestaban los analistas fundadores eran lo que definía su posición en el campo analítico. En ese sentido el estudio riguroso de la obra de Freud –con un especial cuidado en la revisión de las versiones castellanas de su obra– se constituía en el eje de la formación.

    En estas condiciones de existencia del psicoanálisis en México, como lo señala Fernando M. González (1989), la endogamia y el cartesianismo institucional (“no te formaste con uno de nosotros, ergo, no existes”) parecía ser la única alternativa para el desarrollo de los procesos de formación analítica. Destaquemos además que la presencia simultánea de agrupaciones analíticas, una afiliada a la API, una de inspiración frommiana y otra confederada a la Federación Internacional de Círculos de Psicología Profunda, fue una condición singular del psicoanálisis en México en los primeros años de su existencia. La existencia de estos tres interlocutores potenciales, representantes de tres de las posturas teórico-institucionales más importantes en el mundo analítico de entonces, no produjo ningún encuentro de trabajo conjunto de confrontación y análisis de sus posiciones, sus relaciones se limitaron a emitir eventuales descalificaciones mutuas y a esporádicas colaboraciones a título personal entre los miembros de unos y otras.

    Fue hasta la escisión de 1972 en la APM que algunos analistas renunciantes a la misma aceptaron colaborar con las tareas de formación en el Instituto del Círculo Psicoanalítico Mexicano (Santiago Ramírez e Isabel Díaz Portillo entre otros) y durante la fundación de la Asociación Psicoanalítica Jalisciense años después, en la que pudieron confluir, por intermedio de sus dos fundadores, analistas con orígenes institucionales distintos, SPM y APM, aparentemente sin que se provocara mayor conflicto entre sus posturas teóricas y sus legitimaciones institucionales diversas. En cuanto a los equipajes teórico-técnicos con que llegaron de sus respectivos centros de formación los analistas fundadores a nuestro país, podemos ver que en general las referencias y las posturas teóricas de los mismos se han diluido en diversos grados con el transcurrir de las generaciones, en donde las más jóvenes, en general, tratan de ajustarse a las “modas” del momento, repitiendo lo que se produce en los grandes centros psicoanalíticos, principalmente de Francia y Estados Unidos sin producir hasta la fecha un pensamiento psicoanalítico original.

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  • ¿Sexo y/o género?

    ¿Sexo y/o género?

    Reflexiones sobre la categoría de género y la filosofía foucaultiana desde el psicoanálisis

    Julio Ortega Bobadilla

    Marta Lamas (1995) en su artículo Usos, dificultades y posibilidades de la categoría de género analiza las dificultades que produce el uso de la categoría de género, señala que el término fue concebido en los círculos feministas anglosajones alrededor de los años setenta, como una expresión que aspiraba a diferenciar las construcciones sociales y culturales de las estructuras biológicas.

    Suponían quienes sostenían esa distinción, que diferenciando sexo y género se podría enfrentar mejor el determinismo biológico y se ampliaba la base argumentativa a favor de la igualdad de las mujeres.

    La adopción al español del término no ha carecido de dificultades pues el vocablo anglosajón no corresponde totalmente al uso del término género en nuestra lengua. Mientras que en el inglés refiere directamente a la cuestión sexual, en español, el significante refiere a clase, especie, tipo o grupo taxonómico.

    La revisión de los estudios de la perspectiva de género apunta una connotación sorprendente: teoría de género y estudios sobre la mujer se vuelven, para todo uso práctico, sinónimos.

    Más aún, puede constatarse el caso, de que estudios cuya materia era la historia de las mujeres, mudaron simplemente de nombre para buscar su mayor difusión y ahora se denominan de género.

    El uso indiscriminado del término género asociado a las mujeres, reduce las publicaciones a conceptos asociados con el estudio de cuestiones relativas a un solo sexo: estatuto femenino, niños, familias e ideología. De esta manera, se deniega la utilidad del término, devolviendo su uso a una división funcionalista con raíces biológicas. Las ventajas del concepto se pierden al hacer equivalentes los términos mujer a género. De nada sirve hablar de género si el término sólo refiere a mujeres y rechaza como parte de su materia, el estudio de los hombres manteniendo la idea de que la información sobre mujeres no implica a los hombres.

    Poco o nada se habla del género en relación a los hombres y a la constitución social que habría dado origen a su “machismo”. En esos artículos encontramos, más bien, el empeño en deconstruir y desmantelar el discurso milenario que justificaría el sometimiento institucionalizado de las mujeres a los varones, aludiendo a la supuesta inferioridad natural de éstas. Los estudios de género apuntan así, a la construcción histórico-social de la diferencia sexual (Ramos Escandón, 1999), que coinciden con la idea de Simone de Beauvior de que no se nace mujer, sino se deviene mujer.

    Sin embargo, el problema de multitud de estos análisis consiste en asumir la acción de un dominio simple de los hombres hacia las mujeres que las colocaría como víctimas pasivas de una situación de discriminación desventajosa en todas las sociedades conocidas.

    Vale la pena recordar, que en sus inicios, la teoría feminista retomó la simple lógica marxista de dominio de una clase sobre otra, para explicar la subordinación femenina generando así más de un problema en su aproximación: asunción del axioma del matriarcado primordial, afirmación de un binomio lógico que liga opresión capitalista y dominación de la mujer, pero sobre todo, la extrapolación de la relación burguesía – proletariado al de sujeción entre hombre y mujer que inspiraría a una conciencia de clase femenina a la que corresponde revelarse ante la opresión conciente de la clase dominante masculina.

    Estos estudios no han quedado completamente atrás, y sus secuelas pueden rastrearse en trabajos de género que refieren a una aproximación arqueológica (Sørensen, 1999) que, sin embargo, persiste acusar una influencia dominante de la crítica feminista, a pesar de que la sola evocación del nombre arqueología, refiera ¾explícitamente¾ a la filosofía de Michel Foucault.

    Más allá de este contexto y atendiendo de manera más puntual a los trabajos genealógicos de este autor, se ubican trabajos como la obra colectiva dirigida por Duby y Ariès (1989) sobre la vida privada y otra más reciente sobre las mujeres (Duby y Perrot, 2000) que se deslindan de la perspectiva feminista, no dejando de compartir la preocupación por rescatar la historia de la mujer como un campo de análisis y reflexión histórica.

    En esta nueva aproximación puede apreciarse la necesidad de resituar la observación del fenómeno fuera de la sociología marxista y en un contexto que tome en cuenta las reflexiones sobre la mecánica del poder ¾ saber provenientes del filósofo francés que Maurice Clavel en un ataque de entusiasmo ha nombrado como: “el Nuevo Kant”.

    Foucault nunca escribió sobre lo que hoy se denomina “estudios de género”, tampoco se ocupó específicamente de las mujeres. Sin embargo, su posición antimetafísica y ontoantropológica consiste un antecedente indispensable para comprender el cuestionamiento de la naturalidad de las diferencias sexuales.

    Debemos a su intervención, el rescate del testimonio biográfico (Barbin, 1985) de una hermafrodita que se atrevió a contar su drama en el siglo XIX. Se trata de un documento excepcional, no sólo por su contenido, sino por el prólogo (Foucault, 1985) escrito en 1978 que lo acompaña. Allí, el filósofo se toma el atrevimiento de preguntarse: ¿Necesitamos un sexo verdadero? No se trata de cualquier pregunta y el mismo Foucault, nos expone las variaciones de actitud ante el hermafroditismo a través de los tiempos.

    En la Edad media las reglas canónicas y civiles eran claras sobre este punto: se llamaba hermafroditas aquellos en los que se yuxtaponía, según proporciones que podían ser variables, los dos sexos. Correspondía al padrino en el momento del bautizo determinar la identidad que debía mantenerse, aunque llegado caso, se aconsejaba que escogiese el sexo que parecía predominante. Pero, más tarde, en la edad adulta y al aproximarse el momento de casarse, correspondía al hermafrodita decidir por sí mismo si quería continuar llevando el sexo que se le había atribuido o prefería el otro, bajo la única condición de no cambiar nunca más, y mantener hasta el fin de sus días la identidad bajo la que se había declarado, bajo pena de sodomía.

    Después en el siglo XVIII ante un hermafrodita, el médico intentará descifrar no cuál sexo prevalece sobre el otro o constatar la presencia de ambos sexos, sino determinar el sexo verdadero que se escondería bajo las apariencias confusas. Desde el punto de vista del derecho se releva al hermafrodita de la posibilidad de elegir y se pone en manos de un experto la determinación del sexo que ha escogido la naturaleza, y a la cual, por consiguiente, la sociedad debe exigirle que se atenga. Correspondería entonces a la justicia, en casos sospechosos, determinar la legitimidad de una naturaleza que no habría sido reconocida en forma suficiente. Pero si la naturaleza, en virtud del accidente, es capaz de equivocar al observador, siempre existirá pendiente en el experto, la sospecha sobre esos individuos que simulan a su antojo la conciencia de su sexo verdadero y aprovechan sus extravagancias anatómicas para servirse de su propio cuerpo como si fuera el de otro sexo.

    El siglo XIX y XX corrige en muchos aspectos de este simplismo reductor. Nadie que pueda considerarse serio, sostiene hoy, que los hermafroditas sean pseudohermafroditas, sin importar las anomalías anatómicas en juego. Incluso, llega a admitirse ¾no sin reservas¾, que un individuo se acoja a la identidad de un sexo que no es biológicamente el suyo y pueda ser aceptado y hasta celebrado socialmente por atreverse a hacer el cambio.

    Conviene evocar aquí, a una hermafrodita de nuestro tiempo, Roberta Close o Luiza Bambine Moreira o Luís Roberto Gambine Moreira, quien tiene su propia página web, participa en las campañas publicitarias de Visa y se dice amiga de celebridades como Robert DeNiro, George Clooney, etc. y proclamada por el tabloide amarillista World Weekly News en 1984 como “la más bella mujer del mundo”. Este hombre emasculado, Miss Gay Brazil, chica de portada de Playboy, animadora de televisión, nacido (a) en 1965 en Brasil, ha protagonizado un interés público sin precedentes que ha conmocionado a ex presidentes latinoamericanos, obispos y periodistas a declararse a favor y en contra, respecto al mostramiento público de su nueva identidad como supermodelo. Su nueva identidad ha sido rechazada en su país de origen, pero admitida en la documentación suiza oficial que adquirió al casarse con un ingeniero.

    En casos como el suyo, se pone al límite la discusión sobre lo que corresponde al sexo o a la educación de género. Si la educación de género determina exclusivamente lo que hace a una mujer, su estatuto es completamente femenino, haciendo caso omiso de su identidad cromosomática. Pero, entonces: ¿Juegan los genitales un papel nulo en la conformación de la subjetividad? ¿Son simplemente un accidente de la naturaleza? ¿Hay acaso más allá del cuerpo una identidad espiritual? Pareciera que la realidad sexual del inconsciente que tiene su contraparte en y sobre el cuerpo físico tiende a negarse en casos como éstos dentro de los estudios sobre género.

    La crítica al psicoanálisis es sumamente explícita en estas tendencias de la investigación originalmente inspiradas en el campo filosófico y en buena parte desde las posiciones de Michel Foucault quien ataca frontalmente al psicoanálisis al criticar la tendencia a mantener en campos como la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis, la opinión de que entre sexo y verdad existen relaciones obscuras y esenciales. Según el filósofo, se es más tolerante con las prácticas que transgreden las leyes pero se continúa pensando ¾especialmente en el dominio de la cotidianeidad¾ que algunas de ellas insultan a la verdad, verbigracia: un hombre pasivo, una mujer viril, o el caso de gente del mismo sexo que se ama entre sí. Nada de esto parece constituir en nuestros tiempos posmodernos un grave atentado contra el orden establecido, pero se tiende a considerar que la irregularidad sexual debía ser erradicada. Foucault, imagina ¾ en tono de broma¾ una arenga psicoanalítica que diría: ¡Despertad, jóvenes de vuestros disfraces y recordad que no tenéis más que un sexo, uno verdadero!

    Como psicoanalistas tenemos que contestar a los seguidores de Foucault de una manera singular. No tenemos un solo sexo verdadero sino dos. Freud (1905) ha captado desde los Tres ensayos para una teoría sexual, el fenómeno de la bisexualidad psíquica como constitutiva de la subjetividad humana. Pero aún y cuando esta precisión fuese aceptada, estaría aún pendiente la respuesta a la crítica sobre el interés primordial sobre la sexualidad de los psicoanalistas y la teoría de la libido implícita en estos planteos.

    El texto de Herculine, Alexine, Camille, o incluso Abel Barbin, es también interesante porque narra los recuerdos de una vida que fue empujada al suicidio por una sociedad ansiosa de establecerle un sexo. Pero lo más curioso, es que no habla en esas memorias el hombre que intenta recordar la vida y las sensaciones de cuando no era todavía él mismo, sino el discurso proviene de un sujeto que se experimenta sin un sexo determinado y que ha sido privado del goce de no tener una identidad nítidamente establecida. Así pues, lo que esas letras evocan es el paraíso de esa no identidad que le confería la extraña felicidad de no tener un sexo determinado.

    Lo que cuestiona Foucault a partir de este texto y que será desarrollado en otros lugares, es la obsesión de los psicoanalistas por buscar las verdades más secretas y profundas del individuo en el sexo.

    En este punto, no puede existir vacilación, para el psicoanálisis la realidad del inconsciente será siempre sexual. No hay transigencia posible en la respuesta, a riesgo de desvanecer la especificidad del descubrimiento freudiano.

    Según el filósofo, el psicoanálisis habría enraíza su vigor cultural en este supuesto y nos promete a la vez que nuestro sexo verdadero, la verdad que en nosotros habita.

    No sorprende que sus flechas den en el blanco y produzcan estragos en la literatura psicoanalítica, sobre todo, cuando encontramos múltiples estudios plagados de generalizaciones apresuradas y establecimiento de semejanzas entre clase diferentes de objetos, trabajos en los que se asume como natural la feminidad/pasividad en el recién nacido, o, se afirma que el actual desplazamiento del objeto hacia la pulsión en el campo de la sexualidad es más difícil de negociar para la niña que para el hombre, o bien, se traduce la búsqueda de la belleza en la mujer como una compensación de la carencia genital.

    Aún así, el problema de la diferencia de los sexos no se borra focalizándose sobre un enfoque sociológico que suprima la realidad del cuerpo. Resulta injusto el conceder cualquier privilegio al macho sobre la hembra, por el sólo hecho de portar un pene, pero no puede negarse que la anatomía en ambos casos es diferente y que cualquier cotejo de la sensibilidad y el estatuto físico o psicológico de los distintos sexos, generará heterotopías en la forma en que se construyen subjetivamente, los hombres y las mujeres, los niños y las niñas. Amén de que, por menos evolutiva que deseemos la historia, no podemos negar que somos producto de un desarrollo histórico en la que la huella de miles de años de patriarcado se ha impuesto en el inconsciente.

    Tres ensayos para una teoría sexual no sólo se mide en relación a sus planteamientos sobre la sexualidad infantil o la bisexualidad, sino por la no determinación estrictamente biológica de la motivación humana, lo cual no tendría por qué implicar, la eliminación completa del cuerpo como referente de reflexión.

    Es cierto que, el panorama ha cambiado para las mujeres profundamente. En el siglo XIX apenas, las histéricas de Freud que dieron lugar al psicoanálisis, reaccionaban con asco, extrañeza y furia frente a los acercamientos sexuales de los hombres que las rodeaban o asediaban. El creador del psicoanálisis tiene el mérito de haberlas escuchado y tomado en serio como quizá no podría haberlo hecho un médico de esa época sólo llevado por sus prejuicios. Es importante recalcar frente a las críticas de machismo que se hacen al psicoanálisis, que este saber fue construido precisamente sobre la escucha de las mujeres y en base a ellas se ha construido todo un edificio teórico que proporciona conocimientos sobre todo el género humano.

    La sexualidad ha dejado de ser cosa de hombres y el sacrificio, la frigidez o el placer fingido de las mujeres ante suspaternaires sexuales ha dejado de ser la regla, seguramente puede corroborarse muchos cambios en la sintomatología neurótica, aunque no es imposible encontrar aún casos de histeria similares a aquellos relatados por Freud y acaecidos aproximadamente a principios del siglo pasado.

    La satisfacción sexual para la mujer parece hoy, una norma de higiene necesaria y el tabú de la virginidad parece cosa del pasado. Priva en nuestros tiempos, la no distinción entre vida sexual y conyugal, el relajamiento de la conciencia moral, el alargamiento de la vida sexual, el acortamiento de la entrada en el espectro de permutación sexual y el coqueteo temprano, hechos totalmente disímiles a las conductas regulares, un par de generaciones atrás.

    La moral victoriana y sus secuelas hasta ayer, dictaban a la mujer: trabajo, economía y renuncia a los placeres de la carne. Sin embargo, el imperativo categórico en juego que es hoy un ideal, imposible de alcanzar es: “Sé feliz, sé colmada, no tengas prohibiciones… goza”.

    A pesar de los cambios, la sexualidad no deja de ser conflictiva, aunque los síntomas hayan cambiado, las quejas y señales se hayan desplazado. La clínica psicoanalítica permanecerá viva pese a la introducción de expectativas falsas de curación en los enfermos en una época plagada de terapias cosméticas. Constatamos diariamente en la clínica, un futuro para los psicoanalistas pese a bromas ¾como la ficción aparecida en la revista Topía: Nahuel X. Psíquembaum ¾ que proveen para el año 2050 la desaparición de los pacientes.

    La ilusión sexológica de que los problemas relacionados con este campo se resuelven mediante la difusión de la información sobre la naturaleza anatómica y las formas conocidas de erotismo, se verifica falsa en la cotidianeidad. Un síntoma como la frigidez, aún puede encontrarse ordinariamente en la clínica psicoanalítica, a pesar de la detallada ilustración sexual del paciente, echando por tierra la afirmación de que basta con el saber del conciente. No sólo es sólo la cuestión de saber ¿Cómo? lo que resuelve estas dificultades, por otro lado, el psicoanálisis se encontraría en problemas si sólo fuese planteado como una terapia de respuesta frente a problemas de alcoba.

    El erotismo sigue siendo misterioso, pues conecta con una serie de sentimientos y sensaciones que sólo pueden calificarse de inefables y que el psicoanalista identifica fácilmente con aspectos que van más allá de la lógica y la estructuración racional del hombre. Por ejemplo: Nadie ha podido transmitir exactamente en que consiste la experiencia del orgasmo. Sí puede medirse la temperatura del cuerpo, las pulsaciones eléctricas en el cerebro, la presión arterial, medirse la sudoración y filmarse el hecho como lo hizo Kinsey (1953) al estudiar la reacción del orgasmo de su esposa ante diferentes paternaires sexuales o Masters y Johnson (1983) con los voluntarios que acudían a su clínica para tener relaciones en el marco de un ambiente controlado, pero no puede traducirse de ninguna manera el prodigio y cualquier intento de estudiar la sexualidad bajo control experimental desconoce lo más esencial: nada hay de control en el intercambio sexual que se da en la vida cotidiana y quizá eso es lo que haga fascinante el fenómeno.

    Por otro lado, la definición del orgasmo femenino desde este tipo de investigaciones, como un breve episodio de relajación psíquica que incrementa la vasocongestión, y la contracción muscular en respuesta a estímulos sexuales, no aclara nada al efecto de comprensión del complicado fenómeno. Esta sensación, es intransmisible sin pérdida, subjetiva, liminar y de borde, porque es única.

    Existen sinnúmero de diferencias sexuales provistas por la anatomía: la mujer tiene la capacidad de embarazarse y convertirse en madre. Podrá aducirse que Roberta Close ha guardado para el efecto su semen, hecho pleno de repercusiones clínicas para los psicoanalistas, pero aún en este caso, se enfrentará ante la necesidad de una complementación sexual que introduce la falta y a la necesaria renuncia a la bisexualidad. Por otra parte, la capacidad de ser madre, proporciona a la mujer de inicio, la posibilidad de relacionarse con su producto (el niño) en una lógica diádica. La madre es la iniciadora de la vida sexual del niño al proporcionarles sus cuidados, amor y atenciones que la convierten en una continua fuente de excitación sexual para el niño. Lo cual hace que su inconsciente se estructure sobre una base materna (binaria) que determina su vida sexual posterior y sus posteriores tanteos de relación social hasta entrar en una lógica más compleja. No en balde las primeras diosas en la cultura del hombre son siempre diosas madres y muy posteriormente aparecen dioses fálicos y masculinos. Estas deidades arcaicas, mujeres maternas de rostros borrados, pero con conspicuos grandes vientres, remiten al misterio de la fertilidad femenina y la ligan en el pensamiento primitivo a la producción agrícola y el cultivo de la tierra, las fases lunares y los ciclos de la cosecha (Deschner 1993).

    ¿Hay restos psicosexuales de esta historia en las mujeres y hombres de hoy o la cortina del tiempo y las modificaciones sociales han enterrado estos vestigios? La dimensión intersubjetiva que construye los imaginarios sociales, revela que no hemos roto totalmente con este pasado y que esas imágenes de lo femenino y lo masculino perviven en nosotros constituyendo una realidad inconsciente.

    La supuesta inferioridad de la mujer sostenida por los hombres, puede entenderse, como una respuesta ante el misterio de la sexualidad desmedida que se manifiesta en el orgasmo múltiple y la maternidad, signos peligrosos e incontrolables de la fuerza de la mujer para el varón. El culto al falo, que aparece posteriormente, es una reacción de rebeldía ante ese poder y una manera de organizar de manera más económica la conservación de los bienes, al privilegiar la línea patrilineal sobre la materna.

    Freud señala que la vida emocional de la niña se inicia al igual que la del varón, ligada a la madre. Dice más, que el complejo de castración aparece como cierre al complejo de Edipo, mientras que en la mujer con el complejo de castración se inicia con dicho complejo.

    ¿Qué puede significar esto?

    El varón aparece enlazado a la madre y permanece ligado a ella hasta la constitución de su sexualidad madura en la que tomará como objeto sexual ¾si no hay vicisitudes que desvíen el camino de la normatividad¾ a una mujer que ocupa un lugar de desplazamiento – más metonímico que metafórico – respecto de la madre, que en esencia, conserva su elección sexual original.

    La niña, por el contrario, pasará por un proceso de desilusión hacia la madre que le empuja a elegir como objeto sexual al varón y cambiar su orientación erótica original. Este proceso viene acompañado por la verificación de la castración materna y la propia, que hoy traducimos sin problema, no por la falta de pene, sino de la investidura fálica ligada a él y que se demuestra en el poder de los hombres y la figura patriarcal en nuestra sociedad. La mujer ha ocupado en la sociedad judeo-cristiana una posición de inferioridad respecto al hombre, ésta es la herencia de occidente que seguramente puede variar con el tiempo, pero los cambios no se realizan sólo con la voluntad y las transformaciones en la historia de los hombres acontecen con lentitud.

    El niño – en el caso normal, o normativo – no necesita cambiar de objeto sexual y no toma como objeto sexual al varón, porque viene investido por la diferencia sexual que le hace portador de un pene identificado con el falo. Se refuerza por el contrario en su imago narcisística y se piensa orgullosamente varón. La mujer busca esa investidura fálica por otro medio: un hijo que puede convertirse en objeto de culto tal y cómo sería un dios fálico o el falo mismo, más todavía: también con la investidura de su propio cuerpo como un falo que puede ser recubierto de encajes y afeites. Lacan ha expresado éstas posibilidades a través de lo que llama la lógica de la sexuación (Ortega, 1991). Volviendo nuestros ojos sobre el caso de Close, nos sentimos autorizados a verlo como un caso paradigmático de una identificación del falo al cuerpo mismo que garantizaría imaginariamente un acceso privilegiado al placer.

    Pueden calificarse las posiciones psicoanalíticas como imbuidas de una metafísica sexual que no atiende a la historicidad para arrojar verdades sobre la esencia humana. La fuerza del deseo aparece como una constante en la historia para nosotros los psicoanalistas, a contrapelo de quienes formulan posiciones de verdades siempre contextuadas. El problema que se asoma a partir de esta discusión, es también, la imposibilidad de eliminar todo supuesto metafísico del razonamiento filosófico.

    Para el psicoanálisis la cuestión sexual es central. No porque cualquier cosa gire alrededor de la sexualidad y todo pueda reducirse ella. Freud reaccionaba con energía frente a las acusaciones de pansexualista, aunque la respuesta que daba es aún más incómoda para sus detractores. Freud siempre conservó una posición dualista y de conflicto en su visión, ya sea oponiendo el Yo al Ello, o las pulsiones sexuales contra las de autoconservación, para finalmente poner en juego un antagonismo de la pulsión de vida con la de muerte. Empero, colegir que la sexualidad no es la única determinante del comportamiento, no disminuye el papel fundamental que juega en la vida de todo ser humano, tal vez no necesitemos un solo sexo verdadero, pero la necesidad de individuación y ejercicio sexual en el género humano parece incuestionable.

    Forrester (1997) se preguntó cuál sería con precisión la relación de Foucault con el psicoanálisis y tomó el camino más directo a resolver sus dudas, acudiendo en persona a verlo. Cuenta que esa iniciativa no fue de gran ayuda para encontrar la respuesta a su pregunta, pues el filósofo francés se mostró evasivo y tras una larga conversación, llegó a conocerlo mejor, pero no a disipar sus interrogantes sobre la relación del psicoanálisis y la genealogía.

    A pesar de todas las dificultades para ligar ambos campos, pensamos que su arqueología es heredera del discurso freudiano en más de un sentido y conserva relaciones significativas. De hecho, la primera mención al término arqueología ¾ califica al psicoanálisis como una arqueología de la libido¾ aparece en su texto temprano Enfermedad mental y personalidad (Foucault 1991), que después fue renegado por su mismo autor.

    Para la creación de la genealogía, ha tomado ¾así lo pensamos¾ prestada la estructura de la teoría psicoanalítica y la ha convertido en un instrumento de análisis histórico que revela las contradicciones de los diferentes discursos sociales: el antihumanismo de su proyecto es análogo al desprecio por la conciencia en Freud; la crítica a la noción de verdad es similar a la propia crítica del psicoanálisis hacia el contenido manifiesto; el análisis de las condiciones de emergencia de las relaciones de poder se asemeja a la exploración de las determinantes relacionales en un universo familiar.

    Conviene contrastar aquí las posiciones no esencialistas de la arqueología, con algunas irreductibles del psicoanálisis, a fin de desentrañar lo que pertenece a cada campo.

    El examen arqueológico de los diferentes entornos epistemológicos y saberes establecidos, coincide con la mirada analítica al síntoma, formación de compromiso que está habitada por el conflicto y que no ocupa un lugar de verdad o mentira sino de proposición compleja a desentrañar en su (s) sentido (s).

    La actitud clínica de neutralidad del psicoanalista podría asemejarse a la del genealogista. La suspensión del juicio, la escucha y mirada atenta al discurso a analizar, la eliminación de un régimen que defina lo verdadero de lo falso, la imposibilidad última de retraducción del objeto de estudio a otros parámetros distintos a los que su forma impone, basten como muestra de las coincidencias de estas vocaciones, semejantes, pero no sinónimas.

    El arqueólogo o genealogista retrasa el mapa de una cultura y señala los puntos de equivalencia, incompatibilidad, coexistencia, existencia de vínculos analógicos, modelos de abstracción, correlatos, etc. que tienen las teorías de un horizonte determinado. También señala las formaciones no discursivas en el interior de prácticas discursivas.

    Foucault trata de no emplear ninguna estrategia psicoanalítica porque supone que los medios de producción social no actúan al modo del inconsciente freudiano, pero sobre todo, porque considera que no todo es discurso. He aquí un punto de diferencia específica entre el genealogista y el psicoanalista: la cuestión del lenguaje. La experiencia freudiana hace énfasis en que ese “hablar” del paciente le conduce a su propia verdad que se despeja a través de la palabra, único medio de elaborar la experiencia humana. La asociación libre es la vía hacia las claves de un determinismo psíquico en el que se cumplen las coordenadas de cada sujeto. Sin lenguaje no hay elaboración, sin elaboración no hay cura. Forrester (1997), señala, que la sexualidad aparece en el discurso freudiano como clandestina y evasiva, en una relación de intimidad y verdad, pero a la vez de oposición al lenguaje que al dar cuenta de ella la reduce, pero la traduce a términos más manejables.

    Para la genealogía, el lenguaje no está ligado ¾positiva o negativamente¾ de por sí a las cosas o al sujeto, es un instrumento de manipulación, de movilización, de aproximación y comparación de las cosas, un dispensador y no un revelador de orden, y ese orden, no necesariamente, remite a un Ser de Razón. Por ello, este tipo de reflexión no se ocupa sólo del dominio de la ciencia, sino que aborda cuestiones como la política, y el arte (objetos que no son necesariamente discursos, sino acontecimientos) que al analizarse van integrando una ontología particular que no puede ser sino la del sujeto.

    La genealogía al igual que el psicoanálisis, verifica el agotamiento del Cogito cartesiano.

    El psicoanálisis, en un dejo de aproximación geológica a su objeto, espera reconocer en el inconsciente: capas y erosiones. La genealogía reconoce monumentos y la no naturalidad de las manifestaciones culturales. El psicoanálisis arroja el descubrimiento de continuidades y progresiones, aún cuando puedan conservarse siempre restos pregenitales, sin que éstos constituyan por sí mismos un signo de detención en el desarrollo psíquico. La genealogía se basa en la discontinuidad: en la historia no hay leyes, esa suposición hace juego con la de orden cósmico. Asuntos como progreso, detención y retención, caros a cierto psicoanálisis, serán con desprecio desdeñados por el genealogista que prefiere el término sucesión.

    El genealogista estudia la sucesión de epistemes, ordenamientos de la experiencia humana bajo una triple relación: lingüística, perceptiva y práctica. Su tarea es restituir las modificaciones que se producen en el saber y en el modo de conocer lo que hay por saber.

    Un gran acierto de Foucault, es que, en la arqueología no existe una teoría de las ideologías, ni una teoría de la historia. Las epistemes tratan de ser analizadas en su concreción. Desde Descartes la filosofía ha confiado en el método. La verdad surge por medio de una estrategia que tiene como recursos el análisis y el aislamiento. El sujeto del enunciado finalmente predomina y hasta borra al sujeto de la enunciación redirigiendo la actividad filosófica hacia las llamadas cuestiones prácticas. En ese viaje lo que queda atrás es la reflexión sobre el sujeto: el cuidado de sí.

    La temática que dominará el interés de la última etapa de Foucault, la constituye un dominio tan fundamental que tiende a opacar sus anteriores análisis sobre la relación poder ¾ saber, para desilusión de muchos de sus seguidores. Sus estudios versan sobre lo que podría denominarse una genealogía de la ética. Esta investigación aborda la relación por la cual el individuo se constituye asimismo como sujeto moral, esclavo de comportamientos, códigos y sistemas de prescripciones. Según Foucault, existirían cuatro aspectos principales o dimensiones de análisis de la relación con uno mismo, que proporcionan inteligibilidad interna a un sistema ético: la sustancia ética o parte de uno mismo a la que le concierne la conducta moral; el modo de sujeción, o forma que se establece y reconoce la propia vinculación con la obligación moral; la ascética  o trabajo moral realizado sobre uno mismo; la teleología: el modo de ser al que se aspira a través del conjunto unitario de las acciones o conducta moral.

    Cualquier interés por la sexualidad será prácticamente desechado y esta temática tendrá interés sólo como uno entre varios dominios de problematización moral. Declarará en una entrevista ante Dreyfus y Rabinow (1988) realizada en esos años que: el sexo es aburrido.

    ¿Genealogía y psicoanálisis son opuestos entonces? Difícil formular una respuesta categórica. Nos atreveríamos a decir que no, que cada una de estas disciplinas tiene su campo específico y diría, puntos de intersección.

    Lo mismo podemos decir de las investigaciones sobre género, tienen su pertinencia en el campo social, e implican un avance importante, pues propician un desplazamiento de ciertos paradigmas que hacen depender completamente de la biología la estructuración del sujeto y la relación entre sexos. De hecho, coinciden en estos planteos con el psicoanálisis, pero la mayor parte de esos estudios padecen de intentos por borrar el campo de lo corporal, cuestión difícil de trabajar, pero que ningún psicoanalista puede o debiese ignorar. Un problema más, asociado a múltiples de estos estudios, es reconocer la formación de la identidad sexual a partir de un acto de conciencia ó libre determinación, ignorando los aspectos inconscientes implicados en ella y la inserción de ciertos procesos fundamentales de comprensión de la tesitura sexual, sólo a partir del fenómeno de après-coup.

    El género no puede dejar de articularse en la diferencia anatómica, el reconocimiento de ser mujer o ser hombre no sólo parte de la superestructura social, sino de la percepción de lo masculino y femenino a partir de esa diferencia sexual anatómica y ¿Por qué no? una elemental lógica binaria implicada por ésta. El estudio de los procesos de subjetivación no debería implicar un corte absoluto con la realidad biológica, si bien la sexualidad humana ocurre de manera completamente distinta a la del resto de los organismos sexuados, conviene no olvidar que seguimos, pese a nuestras fantasías y deseos, siendo animales.

    Por último, la identidad de género no debe considerarse sinónimo de identidad sexual, los estudios de género encuentran su pertinencia en lo Simbólico social, pero esta dimensión no agota la representación en el Inconsciente del sujeto, basculado por el conflicto de la dualidad psíquica del género humano, la lógica de la aporía, y el juego entre pulsión y objeto.

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    http://www.topia.com.ar/articulos/rudy2050.htm#arriba

    Roberta Close:

    http://www.robertaclose.com.br/

    http://www.geocities.com/coquetastvclub/RobertaClose.html