Un psicoanalista ante la guerra o, mejor, ante las víctimas de la guerra

Felipe Flores Morelos

«Lamentaciones por la ruina de Ur

Lamentación (Fragmentos)
…Abandonado quedó, el redil se queda al viento.
El búfalo dejó el establo, el redil se queda al viento.
El amo dejó su granja, el redil se queda al viento.
Enlil nos abandonó, el redil se queda al viento.
Nippur nos abandonó, el redil se queda al viento.
Ninnil deja ya su casa, el redil se queda al viento.
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¡Ciudad, alza tu lamento; que sea amargo tu lamento!
Amargo sea tu lloro, álzalo tan grande cuanto puedas.
De una santa ciudad destruida el lamento ha de ser muy alto.
Ur, la santa, ya derruida: amargo sea su lamento.
Ladrillos de la ciudad, alzad el doliente son.
Santuarios de las deidades, alzad el doliente son.
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Se desató la tormenta: su aullido sopla en mi alma.
Mujer dolorida soy… su aullido sopla en mi alma.
Se desató la tormenta: saturada estoy de amargura.
Todo el día cayó sobre mí la tormenta de amargura.
Y aunque estoy estremecida, no huyo ante la tormenta.
Nada en el día de consuelo: en la noche todo horror.
Se alzó ante mí un lamento en la noche
Y aunque me espeluzno de horror,
No huyo ante la amargura.
En el sitio en donde reposo vino a dar el torbellino,
Y en medio de mi amargura, no huyo ante la tormenta.
Yo, cual vaca que patea el suelo,
Cuando al becerro ha perdido, bramo de amarga tortura:
El horror en mi país reina.
Yo, cual ave sin su nido, hago trepidar mis alas:
Mi ciudad fue descuajada de sus cimientos.
Ur yace en tierra; ya Ur no existe.
Yo soy la esposa que llora en Enunkug, mi palacio:
Nadie viene a consolarme: mi llanto corre sin freno.
Queda cual cabaña de campo sembrado: toda endeble y solitaria.
Cual tienda que tuvo mercancía y ha sido saqueada.
Cual la troje que acumulaba granos y ahora está llena de polvo.
Cual el redil de un pastor, que emigra y deja olvidado.
Los destructores, subarianos y elamitas,
Arrasaron mi ciudad: la dieron en treinta siclos.
Cuando sus picas derrumban el muro,
Gime atormentado el pueblo.
Un hacinamiento de ruina dejaron:
Gime atormentado el pueblo.
La reina estaba gritando: «¡Ay de mi ciudad, ay!
¡Ay de mi casa, ay, ay, ay!
Ningal el rey exclamaba
¡Ay de mi ciudad; ay de mi casa!
Y yo su esposa decía: Destruida quedó, destruida…
¡Ay, Ur destruida quedó: su pueblo vaga disperso!» [3]

A la memoria de Rafael.

Era muy joven, apenas entrada en la adolescencia… tenía temor; pero también voluntad muy decidida. «-No hablaré (se dijo), no diré nada». Cuando la llevaron los militares ella se sostuvo, no habló cuando la torturaron, no habló por muchos años, perdió el habla. También estaba perdiendo la memoria. Trabajé con ella frente a frente, con un escritorio de por medio, con papelitos. A nuestro alrededor se escuchaban las voces del departamento jurídico y las teclas de la máquina de escribir. Ella apenas escribía, yo le hablaba y preguntaba, callaba, esperaba. Poco a poco lo papelitos se fueron haciendo palabras, poco a poco.

Así también yo aquí, con este papelito en las manos temblorosas, con el pretexto de este coloquio… (invención, inventar, del latín invenire, encontrar), quizá yo también encuentre mis palabras.

Mi lengua estaba atada, anudada, enmudecida. ¿Por qué tanto tiempo en silencio sobre esto? ¿No era necesario hablar, gritar, denunciar? Pero también fue necesario callar, estábamos convencidos de que la denuncia se convertía a la vez en difusión, toxicidad, contaminación ¿Cómo denunciar sin contaminar? Además, sus muertos en un momento se encontraron con los míos, su dolor se mezcló con mi dolor y su mudez se hizo la mía. Además, yo tenía prohibido hablar, había cosas de las que no se podía entonces hablar, era necesario callar para proteger la palabra, el grito, el gesto comunicativo, a los sujetos implicados. Solamente mi silencio les permitía hablar. Por eso todavía hoy no diré muchas cosas. Aunque mucho tiempo ha pasado y por eso mi lengua se desata; no diré nombres, lugares, circunstancias que puedan reconocerse. Además los actores ya desaparecieron, ya no sé dónde están ni quienes son hoy día. Cada uno lleva el nombre de muchos y cada ciudad se hermana con todas las ciudades. Yo también he cambiado.

Si hoy denuncio y cedo a la palabra es porque la muerte no pasa de moda, ni el horror, ni la guerra de los poderosos; los genocidas siguen persiguiendo el poder, el asesinato, el engaño… como Ríos Mont de nuevo amenazando en Guatemala, como muchos otros… no solamente por dinero o por poder, sino también por el placer, por el goce de su mirar perverso… ya lo sabemos.

Estoy tras una máscara, no sé quién soy, no debo ser quien soy. Mi rostro se esconde como en aquel dibujo que a mi pedido hacían dos niños: vivían en una casa de seguridad que ya no existe, habían nacido en la clandestinidad: ni su nombre, ni su rostro, solo caritas tras las máscaras claramente dibujadas, sólo máscaras, no sabían quienes eran ¡habían cambiado tanto de nombres! Ni de dónde venían. Pero, y finalmente, ¿no somos todos únicamente máscaras?

Comencé a trabajar en esto por solicitud de un muy querido amigo hoy fallecido. Él me puso en contacto. A su memoria dedico esta lectura.

«Y», así le llamaré, tenía ya a sus 8 años varios intentos de suicidio. No era el único; él y otros de sus compañeritos se tiraban de las literas cabeza abajo, con el deseo de romper el mucho ruido que les atormentaba. A «Y» lo llamaba su madre desde el río en que había sido ahogada, en su presencia, y un día se tiró al aljibe de la casa. Había visto llegar a los tigres devoradores de carne humana, el terror se había congelado en su mirada; huyó después, se escondió algunos días haciéndose el muerto entre los cadáveres amontonados hasta que no escuchó más la presencia de los aterrorizadores; el hambre lo movió a caminar hasta que, exhausto a su tierna edad, se encontró con otros caminantes; juntos se salvaron la vida.

Yo no sabía a qué me enfrentaría. ¿Cómo trabajar a tan grande distancia y pudiendo venir solamente un fin de semana cada quince días? ¿Me alcanzaría la teoría psicoanalítica que había adquirido para poder callar y abrirme a lo nuevo y a lo desconocido? ¿Cómo perder mi rigidez escolástica de defensor de settings y de dispositivos sin perder por ello el silencio, la ausencia, las orejas; para seguir siendo analista, es decir «hombre de palabra»? ¿cómo, en estas condiciones, garantizar la escucha?

Después vinieron los demás chicos, las «madres», la asamblea, la comunidad terapéutica, las revelaciones, las sorpresas, el traslado y el final de la experiencia. Fue una prueba importante en la tensión, in-tensión, entre la creatividad necesaria y la fidelidad al psicoanálisis. Creo que aprendí mucho, pero no quiero hablar de eso ahora, quizá después. Una cosa estaba clara: la creatividad funcionaría solamente si se mantenía la fidelidad al psicoanálisis; por lo menos ese fue nuestro principio.

Esta experiencia era sostenida con las aportaciones de una organización internacional que desde la segunda guerra mundial apoya proyectos de «asistencia» a las víctimas de guerra, especialmente si son niños. Esta misma organización organizó un encuentro de personas de diversos países y campos de trabajo interesados en la misma problemática. Eso me permitió después pasar al ACNUR y continuar algún tiempo más en esta área.

Comencé trabajando con niños… todos jugaban a la guerra. En cada sesión se hacía la guerra, una y otra vez. La guerra era asunto de la cotidianidad, la guerra era tan común que era impensable vivir sin ella o que algún lugar del mundo no estuviera inmerso en ella. «¡En tu país no hay guerra! ¿cómo podrá ser eso?» Recuerdo, sin embargo, una ocasión en que después de algunos meses de trabajo la mayor de los pequeños gritó: «¡Basta! No se puede hacer la guerra todo el tiempo… ¡hay que reconstruir el país!»: había vuelto a ver a su padre. Cometimos errores importantes. Por ejemplo, introdujimos el canasto de juguetes en un grupo donde ningún niño los había tenido jamás y en un inmueble en colonia adinerada; ustedes entienden: se nos coló la sociedad de clases en un santiamén. Tardamos mucho en resolver el problema. Cambiamos el lugar y los medios de trabajo. Además, no podíamos tener solamente al grupo de niños en nuestro único espacio: estaban los hermanos y las mamás presentes: había que organizar actividades elaborativas para ellos mientras funcionaba el grupo terapéutico. Las madres podían venir una vez a la semana desde poblaciones lejanas para que sus niños fueran atendidos.

Recuerdo especialmente a dos pequeños: «T», que no crecía; le habían revisado diversos médicos, «no tenía nada». Como «tambor de hojalata» se negaba a crecer, no quería dejar de usar la última ropa que había recibido de su padre. «M» por su parte, era una pequeña que gustaba de dibujar mucho, especialmente mariposas, mientras decía su nombre: «Mari… mari… posas». Tenía en la piel manchas de colores claros y obscuros. No sabíamos por qué. En una ocasión, al señalarle que dibujaba, casi invariablemente, al sol con una enorme sonrisa y muy visibles y puntiagudos dientes pudo comenzar a contarnos su historia. A su pueblo habían llegado los tigres que devoran a los hombres. Ella y su madre estaban fuera del poblado, lavando la ropa en el río. Su padre corrió a avisarles pero ellas ya habían huido en la lancha de un mexicano que las pasó a la ribera de nuestro territorio, en ella, detrás de unos matorrales se escondieron y desde ahí vieron cómo a su padre lo asesinaban y abandonaban el cadáver. Pasaron horas, días, escondidas, mirando, famélicas, cómo las «rapiñas» devoraban el cadáver abandonado del padre.

Los que más sufren generalmente son los más pobres y los más débiles: mujeres, ancianos, niños. Basta que haya alguien débil para que aparezca quien abuse de él. Los varones generalmente no llegaban a refugiarse, morían antes de lograrlo. Los tigres se ensañaban aterrorizando a las poblaciones, asesinando a la gente públicamente: por ejemplo a las embarazadas, a las cuales abrían el vientre para introducir en ella su tortilla y devorarla ensangrentada al grito de «¿Qué comen los tigres? ¡Los tigres devoran carne humana!»

El grupo de niños llegó a un término y comenzamos a atender a la población adulta. El ACNUR creó un organismo especial para su atención. Exiliados, refugiados, víctimas de la tortura, aterrorizados, en general muy dañados, procedentes de casi toda Centroamérica; aunque alguna rara vez llegaba por aquí algún europeo. Todos eran pobres, generalmente campesinos. Con ellos estaban todos los miserables, los explotados, los excluidos de este mundo, los destinados al exterminio.

Trabajábamos en varios planos: trabajo individual y/ o grupal (grupos terapéuticos, grupos de elaboración inicial -después varios pasaban a trabajo individual-, grupos operativos con metas diversas -como, por ejemplo, constituir una cooperativa-). Los que teníamos formación analítica aprendimos a trabajar con compañeros que tenían otros enfoques de trabajo, así que a las dificultades con los refugiados se añadieron las de la necesaria creación de «interfases», las llamaré así, que nos permitieran ubicar nuestro trabajo y articularlo con el de otros. Además tratábamos de estar al corriente de lo que se hacía en otros países ya sea con población latinoamericana, del norte o del sur, o con población, por ejemplo, de lengua árabe o centroeuropea. Así supimos del Colat, en Bélgica y de las clínicas escandinavas para víctimas de la tortura.

Cada día, cada uno de nosotros se veía sumergido a través de la expresión verbal, o gutural, o corporal, o todas ellas, en la soledad, en el desamparo más completo, en el dolor de las pérdidas irreparables, en los duelos en todos sus estados, y habitualmente también, en lo siniestro, en el horror, en el museo de las crueldades, en la creación interminable y reiterada de todos los fantasmas: del cuerpo despedazado, de las pulsiones parciales y las zonas erógenas cualesquiera, de las pulsiones desintrincadas más primarias, de la voluntad perversa y planificadora de la degradación y de la destrucción. Con frecuencia no se trataba solamente de aterrorizar para frenar las acciones, ni de eliminar sádicamente al enemigo, sino de gozar morosamente, desde la miseria que habita en la obscuridad del hombre, en el diseño pervertido del teatro loco de la muerte.

«H» vino a verme muy angustiado, por decir poco. Estaba en un estado lamentable. No duraba en los trabajos. Cada vez que alguien se le acercaba por la espalda o inesperadamente él saltaba con agilidad increíble y se le iba encima. Alucinaba. Las fotografías y las ilustraciones de las revistas se deformaban y sangraban. «Vengo porque no sé hacer otra cosa que matar» me dijo. Había sido militante de una organización revolucionaria en Centroamérica; pero no solamente… como supe meses después. Tenía cuatro años cuando su padre mató a su hermano, a patadas, en su presencia. Huyó y atravesando el campo llegó a la casa de su abuelo; este lo recogió para hacerlo trabajar desde la madrugada hasta la noche en la milpa –padre padrone-; así pasó varios años hasta que volvió a huir. Atravesó el bosque, la frontera, comenzó a trabajar en un taller de hojalatería. A los 12 o 13 años la organización revolucionaria lo enroló para volantear. Muy pronto participó en una acción militar, en un ataque a un cuartel del ejército. Fue capturado y maltratado. Llevábamos ya varios meses trabajando cuando me contó como ese mismo ejército lo enroló por la fuerza. Lo llevaron a un campo militar para entrenarlo, era muy joven, todavía menor de edad. Se fijó en una joven prisionera en el campo. «Te gusta ¿verdad? Pues ahora tienes que verla y sacarle la verdad» le dijeron. Esto equivalía a violentarla, quizá a torturarla. Se negó. Lo obligaron a golpes. Una noche llegaron unos encapuchados a su dormitorio, lo llevaron y lo torturaron. Eran algunos de sus compañeros del cuartel. Se quejó ante los superiores y estos le aconsejaron vengarse haciéndoles lo mismo, en su rabia aceptó. Así comenzó su entrenamiento como torturador. El entrenamiento lo condujo a las más abyectas y degradadas condiciones. Debía tornarse en un buitre, en un comedor de carroña. Así, literalmente, lo dejaron caer en paracaídas en medio del bosque, sin medios. Debía sobrevivir como fuera y demostrar, haciendo de sus huesos un collar después de haber peleado al buitre su botín y habiéndolo comido para sobrevivir. Enloqueció. Fue internado en un psiquiátrico militar y permaneció en él varios meses. No quería volver a su tarea de torturador ni quería regresar al ejército. Debía salir del país. Alguien le ayudó a escapar en una ambulancia dentro de una bolsa para transportar cadáveres. Caminó, caminó kilómetros y kilómetros, atravesó países y llegó a México.

Al terminar la jornada de trabajo, que tenía que ser diversificada y corta, teníamos una enorme y ambivalente necesidad de hablar entre nosotros: «Hoy me enteré de otra nueva», pero sin decir en qué consistía. Necesitábamos hablar, elaborar entre pares, pero al mismo tiempo no queríamos repetir lo relatado y deseábamos cuidarnos unos a otros de la sangre que bañaba nuestra alma.

Había que denunciar, gritar lo que sucedía. Pero muchos lo hicieron y nadie les creyó o tuvieron poco o nada del efecto buscado…

O peor, estábamos, y creo que aún lo estamos, convencidos del efecto contaminante, tóxico, venenoso, que las palabras y los gestos vehiculizaban. Poco a poco todos volvimos a análisis. Sostenerse en el lugar del analista nunca fue tan difícil. Pocos permanecieron mucho tiempo. Así les pasó a algunos más en otros organismos y países: a los escandinavos, por ejemplo, que no muy metafóricamente «estallaron» su clínica psiquiátrica después de comenzar a agredirse entre ellos, si el rumor era cierto nunca lo comprobé. Me fui después de algunos años. Varios nos fuimos. El único espacio en que pude, por muchos años, hablar de esto fue el espacio de mi análisis. Por muchos años el material, las notas, etc. ha quedado guardado en el silencio. Esta es la primera vez que hablo públicamente sobre el tema. Me movió a ello la pretensión del genocida Ríos Mont de alcanzar otra vez el poder en Guatemala, la guerra contra Irak, la convicción de que no se trataba de contar una historia pasada, sino de algo que de un modo u otro, por desgracia, está siempre vigente.

Reformulando: En lo que hasta aquí dicho, de este modo tan personal y tan testimonial, he querido dejar ver muchos problemas y provocar muchas preguntas: Sobre el dispositivo de la escucha, sobre la ética del analista, sobre los alcances de la teoría psicoanalítica, sobre la psicopatología, la perversión y las psicosis, sobre las diversas maneras de romperse los sujetos y sobre sus líneas de fractura, sobre la transferencia, sobre las maneras de reparación y reconstrucción o construcción del sujeto, sobre lo que podría ser un trabajo preventivo, sobre los alcances y limitaciones de una clínica psicoanalítica de la guerra en y fuera de las instituciones, sobre las diversas maneras de la violencia, sobre el análisis del analista, sobre la especificidad de este campo clínico y teórico: «la clínica psicoanalítica de guerra».

A estos temas de trabajo habría que añadir los referentes al enlace entre la clínica psicoanalítica y las instituciones; y entre la teoría psicoanalítica y las ciencias sociales. Cuando se da una guerra cada uno de los individuos implicados se ve afectado más o menos profundamente, también dependiendo de su estructura psíquica, pero también el conjunto de las redes sociales y el conjunto de los significantes compartidos desde los cuales se estructura el sujeto. Hace falta más trabajo que explique la relación entre la estructuración del sujeto y el conjunto de redes sociales y de significantes compartidos en una cultura dada: es decir, en la interfase entre el sujeto y lo social. Por otra parte los procesos mencionados no afectan solamente a las víctimas directas, sino que, por mediación intergeneracional y por el desmembramiento de la coherencia simbólica social, afectan también a sus hijos y aun a las generaciones por venir. Esto ha sido claramente descrito, que no explicado, en relación con, por ejemplo, la Shoah. Seguramente los efectos de las guerras en Centroamérica, en Afganistán, en Irak… otras más en África, y las que siguen… afectarán a varias generaciones no solamente en lo social y cultural, sino en la constitución misma del psiquismo.

Esta breve intervención desea ser también una convocatoria a trabajar en equipo sobre el tema; va especialmente dirigida a los muchos que en muchos países se ocuparon o se ocupan del problema. Este trabajo es muy difícil de hacer solo. No hay que olvidar en ningún momento, sin embargo, que lo que podamos aprender sobre el tema no solo servirá para la clínica y la función del analista, sino que puede también, como ha sucedido, servir al enemigo de los hombres.

«Por la atención que se sirvieron prestar a la presente…»

Muchas gracias.

[1] Intervención en el coloquio «Política y psicoanálisis» organizado por Invención del Psicoanálisis, A.C. el 27 de septiembre de 2003, en México, D.F.

[3] Este poema se editó por primera vez en Assyriological Studies, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, en l940 (citado por Angel Ma. Garibay K, Voces de Oriente, México, Porrúa, Sepan Cuantos…, 1982, p. 29s). La ciudad de Ur fue destruida por el año 2006 A.C. La caída fue famosa en todo el Oriente y se hicieron varios poemas. Ur estaba al norte de Uruk, en Mesopotamia. La población más importante de esta cultura de Sumeria fue Babilonia, hoy en Irak.