Recuerdos a la carta. Una mirada psicoanalítica sobre la concepción tecno-científica del recuerdo.

Lic. Ana E. Viganó.

Las teorías sobre la memoria, el olvido y el recuerdo son eje neurálgico de cualquier planteo sobre el ser, inquietud que acompaña al hombre a lo largo de su historia. Pero son recreadas actualmente, en medio de un intenso debate de época en torno de la identidad, en el que confluyen muy distintas disciplinas y posiciones.
El mundo actual nos ofrece a diario noticias de experimentos sin precedentes en la historia. Son esas novedades que nos sorprenden unos instantes, pero con las que nos hemos acostumbrado a convivir sin remedio, ya que nos asaltan en todas las formas posibles de comunicación. Sin embargo, algunos experimentos resuenan más que otros, y nos permiten consideraciones ejemplares sobre el tiempo que nos toca vivir. Permítaseme evocar aquí, el experimento que Microsoft financia desde el 2001, con un doble objetivo: un esfuerzo de investigación sobre software, poniendo a prueba los límites acerca de cuánta información puede archivar una computadora y la ambiciosa pretensión de almacenar minuto a minuto una vida, para obtener una base de datos que dé cuenta de todos los instantes de su curso.

Funes cibernético.
Gordon Bell es un médico inglés que, con una larga experiencia y trayectoria en el tema (es investigador mayor en el grupo de investigación de la presencia de Microsoft en los medios) es el conejillo de indias del proyecto, y su vida está siendo grabada por medios ultra tecnológicos de audio y video (que se renuevan más rápido que lo que alcanzo a teclear estas líneas), recopilando cada situación, conversación, web revisada, correo electrónico, llamados telefónicos, programas de radio, TV y todas las escenas de su vida cotidiana posibles. La idea es archivar toda esa información para volverla accesible a través de un buscador similar al de los buscadores de Internet, y poder recuperar cualquier “recuerdo” cuando se desee. El mismo Bell lo define así: “Veo el proyecto como una memoria de repuesto, en caso de que olvide algunos hechos que han ocurrido en mi vida”.
MyLifeBits, tal el nombre del proyecto, cuenta con defensores y detractores como todas las cosas que dan que hablar. Y, si bien es claro que el proyecto se lanza y rueda solo, enseguida se le buscaron propósitos altruistas que lo justificaran, como el virtual soporte que puede prestar a los pacientes con padecimientos que alteran la memoria. El mayor desafío que presentan sus promotores es la colosal tarea de archivo (a cargo de los programadores de la compañía) así como la definición de las barreras de seguridad (tanto para el guardado fiel e inalterable de los datos, como para su privacidad) Del otro lado de la calle, se encienden luces de alarma por el impacto que podría tener en el desarrollo social, la presencia de sistemas de registro permanentes, y los efectos de control que éstos podrían brindar en cualquier otro uso, no privado. De todas formas, es sabido que estamos siendo grabados por terceros en muchas instancias de nuestra vida (supermercados, cajeros automáticos, cruces de calles estratégicos, y una larga lista de etcéteras).
En otro orden de críticas, señalan que Bell ha perdido el “lujo de olvidarse”, en respuesta a lo que se enarbola como lema del proyecto: no se necesita recordar, sino sólo no tener ocasión de olvidar. Olvidar es un lujo para aquellos que sostienen que “hay momentos en la vida de una persona que es mejor olvidar” y que “una memoria perfecta puede ser, en muchos casos, un castigo”.
Borges comienza su cuento “Funes, el memorioso” (Borges, 1980) empapándolo del misticismo al que era afecto, pero situando muy particularmente el tema de la memoria y sus facetas, recuerdo y olvido, como un tema sagrado. El “verbo sagrado” recordar nos pone en la dimensión de encanto y misterio que absorben a la ciencia y la técnica actuales. Pero más veladamente, coloca en un lugar de veneración a quien tiene el poder de articularlo.
Se nos cuenta que Funes (el memorioso) vivió “como quien sueña (…) se olvidaba de todo, de casi todo”. Entonces, tuvo su accidente, cayó, perdió el conocimiento y cuando lo recobró era otro (en toda la ambigüedad del término): “su percepción y su memoria eran infalibles.” Percepción y memoria es lo que se anudan en este ciber-proyecto, y nos resuena enseguida todo el esfuerzo freudiano por determinar el proceso perceptivo y sus vicisitudes, situándolas entre el ingreso de estímulos y su clasificación e inscripción en el campo mnémico. Funes pagó con su inmovilidad lo que “razonó (sintió)” un precio mínimo y Borges tensa los hilos rescatando lo “interminable” e “inútil” de los proyectos que su memoria perfecta le permitió emprender, como “insensatos” pero que “revelan cierta balbuciente grandeza”. El “inútil catálogo de todas las imágenes del recuerdo” marca el punto de inmovilidad real (más allá de su postración) en tanto Borges sospecha que Funes “no era muy capaz de pensar”. Sospecha que refleja una ironía en consonancia con la grandeza balbuciente. Se entrevé todo el tiempo la abismal atracción de Funes y la misión de Borges (cabe desdoblarlo aquí en tanto es el personaje y también el autor-relator de la narración) de representar, (recordarnos, quizás) la función estructural de ordenamiento, el punto de basta en donde Lacan ubicaba un Otro consistente; asumen así cada uno de ellos los “dos ropajes del tiempo. Funes es la Eternidad; Borges la Historia.” (Helman, 1994).
Esta eternidad es compatible con lo que nos es conocido como la atemporalidad del inconsciente y su modo de funcionamiento: el proceso primario, tal como nos lo presentó Freud. Principio supuesto, verificable por sus efectos, es tan eterno como pueda serlo la vida de quien habita, aunque desde afuera (ese lugar que Freud nombraba como ominoso) Inconmensurable pero definitivamente singular y ubicable, Funes se encontraría de hecho en cada uno de nosotros. Pero, cabe aclararlo, acompañado siempre del Borges, personificando el proceso secundario, historizador, artífice del pensamiento pasible de abstracción.

Entre uno y otro, Lacan nos allanó el camino con toda su conceptualización acerca del lenguaje y las leyes por las cuales el sujeto es sujeto del lenguaje. Sujeto que implica en su concepto no la individualidad sino una dimensión transindividual. Tenemos el cruce de lo estructural, trastemporal, inmemorial, y la intersección de este orden con el orden histórico, social, de la civilización. Cuando señalamos que ésta es la época del Otro que no existe, esta referencia lleva a ubicar el punto de basta de otra manera: “se reconstituye como lazo social”. Se trata de la promoción del objeto a como plus de goce que permite situar el goce de la época, correlativo al eclipsamiento del Ideal, de donde se explica la crisis y el debate actual en torno de la identificación. El discurso crea el lazo social, y con los cuatro discursos Lacan reubica el lugar del Otro que no existe, cuando se reconoce su ficción y que solo consiste en un lazo entre los sujetos que hablan.

El ritmo de los tiempos.

Los responsables de MyLifeBits piensan en números. Intentan calcular la cantidad de memoria necesaria para cubrir una vida; se piensa en la vida promedio; se desliza subrepticiamente desde cuándo se consideraría posible utilizar el sistema. Y piensan en precio, se arriesgan números en dólares, a futuro. Es que el proyecto se enmarca en la “misión universal paródica” (Miller, 2005) de satisfacer al consumidor, que se plantea casi como un imperativo moderno. El productor debe satisfacer a los consumidores, y esto justifica cualquier iniciativa, velando la primera maniobra que es la de producir el anhelo (incluso de algo inútil), la falta en tener que luego el objeto en cuestión vendría a satisfacer. El goce se juega en la vertiente de plus de goce como tapón de la castración. “Para quienes los profesan, los verdaderos Derechos del Hombre hoy son los derechos al plus de goce. Tienes derecho al plus de gozar, aún cuando no te sirva para nada.” (Miller, 2005) Se trata de uno de los aspectos que toma la formación de masa actual: la masa de los felices consumidores para quienes la accesibilidad del objeto de consumo es directamente proporcional a la exigencia de más consumo y más felicidad a través de éste. En el horizonte está siempre la promesa de más y mejor, que inevitablemente empaña el instante siguiente a la obtención de tal o cual anhelado objeto. En nuestro caso, más y mejores recuerdos (para no olvidar nada) sería el posible slogan de una imposible propuesta de felicidad.
Por otra parte, siendo un proyecto esencialmente comunicacional, dialoga a través de sus responsables con la comunidad, con su época, y nos permite entrever algunas de sus aristas políticas, en sentido amplio: “Hay gente que tras el huracán Katrina caminaba desolada por las calles de Nueva Orleáns llevando cajas de zapatos con los recuerdos que encontraba. Mi vida entera se mueve conmigo, no necesito llevar estas cosas para recordar”, nos dice el Dr. Bell. Recurrir a un escenario de catástrofe resulta un recurso habitual en los últimos tiempos, para hacer presente la ilusión de algo-alguien que pueda protegernos de sus efectos. En este caso, el comentario supone pensar que el agua que inundó Nueva Orleáns no puede horadar las protecciones intocables de un archivo digital; o creer que teniendo una tarjeta de memoria suficientemente diseñada, se evitaría el shock de un impacto traumático. Supone confiar en que este recurso podría llevarse con uno, una nueva piel que nos acompaña, omnipresente, y nos cuida de los depredadores del olvido, el desconcierto, la falta de identificaciones, la confusión.

¿Sería mejor no recordar?

El trauma acecha. Ésa es la sensación de cualquiera que hoy lee un diario, navega en Internet o ve televisión. “Todos, menores o no, seremos cada vez más, hijos del trauma real. (…) Actualmente, nos dirigimos sobre todo a la ciencia, para encontrar remedios contra lo que hay que llamar una nueva inseguridad social.” (Laurent, 2004).
Y la ciencia responde con sus estudios, sus saberes, sus mediciones, sus objetos. “A medida que tenemos una mejor descripción científica, toman consistencia tanto el síndrome post-traumático del stress ligado a la irrupción de una causa no programable, como la tendencia a describir el mundo a partir del trauma. Todo lo que no es programable deviene trauma.” En el 2005 se divulgaron los primeros resultados de una investigación sobre el uso de betabloqueantes (el propranolol, que actualmente se utiliza para tratar por ejemplo la hipertensión) que podrían servir para tratar y/o prevenir los síntomas del estrés post-traumático. La idea surge sobre la base de que las memorias son manejables; que los recuerdos no se forman instantáneamente después de un episodio, sino que van consolidándose con el tiempo; que hay un período de oportunidad en el almacenaje de los recuerdos en el cual algunas drogas podrían intervenir modulando el aspecto traumático, e incluso, que podría recuperarse el recuerdo, reabrir ese período de maleabilidad y realmacenar ese recuerdo nuevamente, atemperado. No se trataría de olvidar, sino de recordar de otra manera, reducida, con las sensaciones de ansiedad colaterales inhibidas. Nuevamente, la ciencia y la tecnología de la mano se lanzan al ruedo, y acumulan defensores y detractores delante, detrás y a sus costados. Los peligros que definen al trauma son muy variados e implican muy diversas situaciones, lo cual multiplica las percepciones sobre el tema. Catástrofes, accidentes (individuales o colectivos), agresiones, atentados, guerra, violaciones, forman los ejes de un inmenso abanico. Para unos significaría una gran herramienta en el tratamiento de los pacientes con estrés post-traumático, especialmente para aquellos pacientes que no responden a los tratamientos tradicionales; para otros “los recuerdos dolorosos tienen un propósito y son parte de la experiencia humana” ; otros más nos alertan sobre la amenaza que significaría un abuso o una malintencionada manipulación, planteando cuestiones éticas: “si unos soldados hicieron algo que terminó con niños asesinados ¿Les darían betabloqueantes para que ellos puedan hacerlo otra vez?”

¿Quién nos quita (¿Nos pone? ¿Nos retoca?) lo bailado?

Para el psicoanálisis todo recuerdo es encubridor. La definición freudiana de fantasía implica una cristalización particular del recuerdo, que anuda pasado, presente y futuro. En ella no es posible distinguir lo que efectivamente se percibió alguna vez, de la respuesta subjetiva que es ya una respuesta, una orientación, una decisión que estructura eso percibido, interpretándolo de una determinada manera. Las fantasías primordiales son un ejemplo de cómo se construye un rompecabezas que define la posición del sujeto. La pregunta actual recae sobre la posibilidad, que las referencias anteriores sugieren, de que pueda interferirse (y el tema se centra en torno de quién, cómo y por qué) el armado del rompecabezas. Por eso, la sutileza borgeana sobre el derecho a pronunciar el verbo sagrado me parece iluminadora. Se perfila la necesidad de una ética que nos oriente. Que el presidente de los Estados Unidos creara un Consejo Presidencial de Bioética para asesorarse en este aspecto es un ejemplo más de lo que Miller acentúa como el signo de los tiempos: la proliferación de los comités de ética, como la práctica deliberativa que nos queda cuando irremediablemente el Otro se desvanece y deja al descubierto su estructura de ficción: “… la inexistencia del Otro inicia precisamente la época de los comités, en la que hay debate, controversia, polílogo, conflicto, esbozo de consenso, disensión, comunidad – confesable o inconfesable –, parcialidad, escepticismo sobre lo verdadero, lo bueno, lo bello, sobre el valor exacto de lo dicho, sobre las palabras y las cosas, sobre lo real.” Una pregunta nodal recorre todos los ámbitos del debate, y figura la clave del modo que adopta la angustia: ¿Qué es lo real? Le toca al psicoanálisis tomar el guante y dar cuenta de su propio real. El Superyó que despeja Lacan produce el imperativo: ¡Goza! Consecuente con la formulación del Otro que no existe, el imperio de los semblantes y la promoción del objeto a como plus de gozar. Los comités, a diferencia de la charla analítica, no permiten establecer una relación que ancle lo real. Lo propio del psicoanálisis es, respecto de lo real que le concierne, su emplazamiento como lugar de goce. Esto lleva a la orientación hacia el síntoma, en tanto reúne la dimensión de goce y de sentido; que permite ubicar como excepción, algo de sentido en lo real; que es broche del semblante y lo real.

Bibliografía

• Borges, J.L. (1980) Funes, el memorioso. Obras Completas, Buenos Aires, Emecé editores.
• Helman, J. (1994) Funes, el olvidadizo. En Letra freudiana Nro. 6, Buenos Aires, Agosto de 1994.
• Laurent, E. (2004) Hijos del trauma. En La urgencia generalizada, Buenos Aires, Grama ediciones.
• Miller, J. A. (2005) El Otro que no existe y sus comités de ética, Seminario en colaboración con Eric Laurent, Buenos Aires, Ed. Paidós.