Para Marcelo: Rojo y blanco, diálogo con Gonzalo Rojas y la poesía. Un homenaje a Gonzalo Rojas de pasada.

 Teresa Nava.

En medio de la desolación, el ansia y el dolor, ¿cómo hablarte Marcelo?
Escribir, ¿Para quién de la muerte de un analista? Entonces a ti.
 
Pero Marcelo había sido también una guía en la desilusión. (No se desilusionaba junto conmigo).
Pensé, entonces, hacer ¿una carta? ¿Un ensayo? ¿Una lamentación a Marcelo por su muerte frente a un público?
Por lo menos sabiendo a quién va dirigido un escrito le quita a uno de la preocupación de un lamento.
La solución: ninguna de las tres exactamente, pero un poco de las tres para decir algo en relación a la figura de Marcelo para mí.
Entonces vino en mi ayuda un poeta, ¾ porque, he de decir que fueron algunas cosas las que me censuró Marcelo: acciones locas, “retrocesos”, traiciones a mí misma; pero la poesía, ¡Nunca! Marcelo, no hacía poesía, inspiró poesía ¾ Gonzalo Rojas. Y me empezó a dictar su poema “Liliat Al Wahda”:
 
Cuando muere el muerto,
No es que muera entera la glaciación del nacido
 Queda el alambre de la memoria
Un alambre tenso, irreal
de unos diez metros de amor,
 
 Los parientes hacen la figura y
Cuelgan de la tirantez del hilo
Toda esa leva de fornicios y precipicios
Que es por último el hombre y su desnudez,
Sus éxtasis diminutos en el cráter
Así, no es que ése que está ahí
Se haya ido,
Ha salido para entrar
Generación tras generación
A la bestialidad insaciable del espíritu
Los esquimales se enfrían sin alarde
Pasan la primera noche con naturalidad
¿Quien anda ahí,
Vuelco de fortuna?
Total uno se enciende y se apaga.
 
Y dele con pensar pensamiento
Cambio casa habitada por deshabitada
Que el techo sea alto y propicio
Para la ventilación del pez,
Cuya agua es distinta allá abajo.
…”
(Liliat Al Wahda, Gonzalo Rojas)
 
Marcelo, mi referente, aquí en este México, que se hace añicos de repente y, sin él…
La sensación: “me quedo sola con todo lo que te tenía que decir”. La aserción de que “te vas con toda mi historia”, y “¿a quién le voy a decir todo lo que te tenía que decir?”
 
Mirada sobria, nada de dulzura. Firme, alto y rubio tú, rojo y blanco. Rojo y blanco. La altivez de tu figura es roja y blanca y eres un psicoanalista, nunca un hombre, – caray, nunca un hombre-, siempre firme en lo que pensabas y practicabas del análisis y seguro ahí sin miramientos al sentimentalismo, y aún así, pegado al sentimiento de tu cultura tanguera, pasaba, que no tenías mucho qué decir, decir, conciso.
A eso, dice Gonzalo Rojas “Al silencio”:
 
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
 (“Al Silencio”, Gonzalo Rojas)
 
Tú, no desperdiciabas palabras. Enseñanza y ejemplo de la práctica que pretendíamos llevar a cabo más allá de nuestras visitas a tu casa, a tu diván, a tu escucha, al taller. A tu severa mirada, a tu severo juicio a lo que no fuera psicoanálisis y pretendiera serlo. Qué rectitud en tus actos y en tu hacer en los análisis.
Pocas veces algo que “rompiera el análisis”. ¡Cuánto te vamos a extrañar!
– Gonzalo:
Dicen que el siglo se va, que el milenio se va, ¿cuál milenio?, ¿cuál siglo?, ¿de la era de qué?
A lo mejor debiera uno callarse. Pero no. Todavía no. Por lo menos todavía no. Estoy viviendo un reverdecimiento en el mejor sentido, una reniñez, una espontaneidad que casi no me explico. Es como si yo dejara que escribiera el lenguaje por mí.
Parece descuido y es el desvelo mayor. Estoy dejando que las aguas hablen, que suban las aguas, y que ellas mismas hablen.
 
Superpoblado y todo, el Hueco, cada día está más Hueco.
¿Y qué pasa si por último nos cansamos y nos vamos?
Las personas no mueren: quedan encantadas, ya sabe usted.
 (“La reniñez”, Gonzalo Rojas)
 
No pensamos en verdad que te morías, que este día te morirías. No lo quisimos saber cuando decías que el psicoanalista se cae. Deja el lugar vacío. Decanta de su lugar. De eso hablaste mucho durante algunas de las reuniones del taller. ¿Por qué te ocupaba hablar de eso? ¿De la muerte del analista, de la caída del analista? ¿Presentías tu muerte? ¿Pretendías adelantarte a eso? ¿Nos avisabas? Concluías: Hay muchas formas de caerse, una es la muerte.
 
Cómo no decir ahora que, a diferencia de esa “facilidad” para decir prontamente lo que haya dicho Lacan, Marcelo se pintaba solo con el machacar las fórmulas textuales, impecablemente literales, es decir letra por letra, la fórmula de alguien nombrado más uno en cuanto a la enseñanza de él mismo: El analista “no se autoriza más que par lui même”.
 
Marcelo hablaba del enigma y del laberinto, planteando el enigma del deseo, el laberinto por recorrer en esa búsqueda del deseo (casi des-seso- deceso) del analista.
 
Nos dejaba estupefactos. Quizá hasta asustados. Recuerdo que el silencio se hacía ante su actitud irrestricta de entender esto, de escudriñarlo para ver si ahí nos íbamos a poder acomodar, en el dicho “estrictamente” lacaniano de la formulación del pasaje de analizante a analista. Era, supongo, difícil pensarlo como tal. Era de susto con la contundencia de la dificultad que dejaba sentir Marcelo. Ante él era difícil tomárselo a lo ligero.
 
Para mí, en particular, me imponía ponerme a trabajar más, a estudiar francés, a tomar en cuenta el ejemplo de Marcelo como maestro (celoso guardián de las minucias que consideraba importantes), como mentor en cuanto a la rigurosidad con la que había que tratar los Escritos y cada texto de Lacan; el detalle con el que se leerían los seminarios. Estaban por ejemplo, las precisiones de Marcelo en sus intervenciones en el taller así como en los seminarios públicos, cuando él intervenía, eso resonaba, me resuenan todavía en el quehacer a diario con la clínica y con el intentar hacer transmisión del psicoanálisis.
Y luego, el papel del analista como “No salvador de nadie”. Otro dicho de Marcelo, o de Lacan, pero que Marcelo había hecho suyo en el curso de su transmisión del psicoanálisis y del psicoanálisis lacaniano, tal como él enseñaba a hacerlo y lo había conseguido a causa de su práctica clínica: Un “hacer”, no de caridad, ni de mesianismo, sino de estricto apego a la palabra y a la separación del goce.
 
Dice Gonzalo:
 
Nadie puede el océano.
¿qué saben los terrestres sino nacer desnudos?
Pasa el tiempo.
Pasa el tiempo y no pasa con sus tijeras sordas
Cortando en la raíz de la hermosura.
 (“Materia de Testamento, G. Rojas)
 
Al recibirme en análisis: cosas que se pueden decir, cosas que no se pueden decir. Como todos sabemos en relación a la práctica, cómo esa necesidad de hablar para no decir a la hora de estar con un paciente, cosas que no se pueden explicar con palabras técnicas ni doctrinales. Marcelo era tan estricto que con eso dijo mucho más que si hubiese hablado largo y tendido, como a veces hacía en el taller. Eran gestos de Marcelo que siempre eran más grandes que palabras, gestos de alguien que no tiene dudas sobre la técnica.
Esos gestos de Marcelo que se prolongaban a su personalidad en el consultorio. Igualmente cuando mostraba su casi imperceptible fragilidad – por eso creo es como si su muerte nos hubiese tomado por sorpresa – pero no, para mí no fue sorpresa. Yo sabía que Marcelo se enfermaba. A veces me lo dijo como en una confidencia, lejos de – como dijo Guy en el último seminario- una confesión. Creo que hay “confidencias”, cosas, como un secreto que se le dice a alguien en quién confías y sabes que guardará el secreto.
 
Otra cosa de su enseñanza me parece ligado a su silencio. Con Marcelo podía yo decir lo que fuera, jamás lo rechazaba, ni lo censuraba, ni opinaba, nunca. Escuchaba, no sé si se callaba, no importa. El me escuchaba despotricar, demostraba que regirse por la regla psicoanalítica era no enjuiciar; subrayar, intervenir, eso hacía y era mucho más fuerte que juzgar. Creo que la fórmula sería: << para que se sostenga el analista tiene que estar desprovisto de deseos>> y no dejarse caer.
Son acciones que se repiten como ya “sabidas” de memoria en el ámbito de “los analistas”, que, como él decía <>, pero, a lo largo de mi propio camino he visto no hacer, he visto que la falta de la falta hace que se queden en meros dichos como de un saber doctrinal.
 
Sin embargo, él nunca los confrontó como yo lo hacía desde el diván, con tanta enjundia. El escuchaba y no echaba más leña al fuego. Sin embargo, a mí, decirlo, ya me calmaba, por lo menos había quién lo escuchara sin censurarme a mí, en mi dicho.
Por eso lo extraño, porque, ¿quién va a escuchar de esa manera, de una manera que aprendí a concebir que se escucha en un análisis; y no el famoso “laissez passer”, sino la escucha atenta y clara de lo que verdaderamente importa?, es decir, señalar ahí donde a veces uno hace cosas en las que se va con todo y el agua al caño. No donde uno pone a jugar a otros en su lugar; sino en donde uno es el que tira la pelota.
 
-Gonzalo Rojas, “La piedra”
 
Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.
 …
 Vacilado no habrá por esta decisión
De la imperfección de su figura que por oscura no vio nunca a nadie
Porque nadie las ve nunca a esas piedras que son de nadie
 En la excrecencia de una opacidad
 …
 Sin lo airoso
 del mármol ni lo lujoso
 de la turquesa, ¡Tan ambiguas
 si se quiere pero por eso mismo tan próximas!
 (“La piedra”, Gonzalo Rojas)
 
Otra cosa que me parece es que sus textos son la muestra viva de lo riguroso que era para leer a Lacan. El asunto de la corrección de los Escritos, de las traducciones – por lo tanto de lo que se transmite en Psicoanálisis como la “Enseñanza de Lacan”. De ahí sus críticas a las Ediciones de Miller. Cuando Marcelo en el taller, en ese tiempo en que leíamos y bien que nos tardamos muchísimo tiempo sólo en el seminario de La Angustia, decía: “¡Yo leo en estos papelajos!” ¿Qué decía la ironía de mostrar algo “feo”? Creo que iba dirigido a que se viera que era más fácil renunciar, a encontrar que la puerta de entrada era la complejidad del pensamiento de Lacan. Era que al nombrar así las fotocopias de alguna sesión del seminario sacada de la estenotipia, era poner la raya debajo; era que había que leer en esos papelajos en lugar de aceptar sumisamente leer en una edición aparentemente bien cuidada, pero mocha y tergiversada como las de J. A. Miller, al menos si se quiere leer lo que dijo Lacan, o para llegar a tener noticia de ello. Para mí, una señalización constante, estricta respecto de lo que es “leer” a Lacan.
 
Por eso creo que Marcelo estaba por una lectura fiel de los textos de Lacan antes incluso que lanzarse a una crítica.
Más bien creo que su crítica era una crítica política hacia los analistas de “diversos pelajes”. Era quizá porque sabía que antes de la crítica estaba la dificultad inherente a tomar en serio la enseñanza y el pensamiento de Lacan. Sabía que era tan difícil de tomar la vía larga y pedregosa. Y eso, me parece que orientó a más de uno – a muchos – tomar la vía peligrosa, montañosa, llena de barrancos y caminos estrechados; o, de plano dejar fuera esa posibilidad. Quiero decir: tomar en las manos de cada uno esa dificultad, o renunciar de plano.
Quien tomó la vía de la dificultad sabe que es toda una tarea y que eso, en gran parte lo que escuchamos de la escuela, se lo debemos a Marcelo Pasternac.
Por último dejaré que Machado te diga con algunos versos lo que creo ahora que te has ido, con respecto a lo que me contó Nora, tu mujer, sobre tu vida, de tu niñez, de tu esfuerzo por ser un trabajador incansable y un celoso guardián del psicoanálisis:
 
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
Mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
Pero mi verso brota de manantial sereno;
Y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
Y escucho solamente, entre las voces, una.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
– quien habla solo espera hablar con Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéis cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
El traje que me cubre y la mansión que habito,
El pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
Me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
Casi desnudo, como los hijos de la mar.
 (Antonio Machado, “Retrato”, 1906.)
 
 Adiós Marcelo.
Ciudad de México, a 15 de Noviembre 2011.