Narcisismo, psicosis infantiles y autismo.

Liora Stavchansky Slomianski

 

El atractivo de los niños reposa en gran parte en su narcisismo, en su actitud de satisfacerse a sí mismos y de su inaccesibilidad, lo mismo que el de ciertos animales que parecen no ocuparse de nosotros en absoluto, por ejemplo, los gatos y las grandes fieras. Análogamente, en la literatura, el tipo de criminal célebre y el del humorista acaparan nuestro interés por la persistencia narcisista con la que saben mantener apartado de su yo todo lo que pudiera empequeñecerlo.

Sigmund Freud. Introducción del narcisismo.

En el 2010 el actor mexicano Diego Luna dirige y produce la película Abel. Abel, un niño de nueve años (al que la crítica propone como autista), internado en un hospital psiquiátrico a causa de su extraño comportamiento. Cecilia, madre soltera, está segura de que lo mejor para su hijo es regresar a casa con el resto de la familia. Convence al doctor para que deje salir a Abel por una semana, tiempo en el que intentará probar que no es necesario transferirlo a un hospital infantil en la Ciudad de México. Con su padre ausente, Abel se convierte en una figura paternal poco convencional que, de una u otra manera, consigue unir a su familia, pero esto no es posible puesto que el padre después de dos largos años de ausencia (supuestamente) regresa de Estados Unidos.

En cierto sentido, este film surrealista resulta especial por diversos motivos. Es una historia que podría ser real, pero que sobrepasa esos límites para llegar a un nivel de irrealidad que sólo es posible en el mundo de Abel y en el cine. En primer lugar, porque es una película con niños, de las cuales hay pocas en México. Asimismo, por otro lado, si nos movemos por los caminos de la psicología y la psiquiatría, Abel resulta ser la mirada a una familia que padece del mismo autismo que el personaje: viven en un fraccionamiento apartado, retrata una célula que ha parado su desarrollo, aislada de la sociedad con serios problemas de comunicación e incapaz de mantener un asertiva interacción emocional entre sus integrantes. Éstas son exactamente las mismas características “conductuales” del autismo: asilamiento, falta de comunicación y emocionalidad. Los pocos momentos en los que se deja ver un ligero «funcionamiento» en la familia suceden justo cuando Abel logra poner en armonía, través de su nuevo rol, el ambiente en casa. La familia logra trabajar por un objetivo común: la “salud” de Abel.

Esta es una breve reseña que invita a estudiar junto con la teoría… Es sabido que el DSM da cuenta de la problemática de definir – en un cuadro clínico – la variedad múltiple de las manifestaciones y trastornos en la infancia. Particularmente en 1981 el DSM-III presentó una nueva clasificación que evalúa las psicosis en la infancia en relación con los “Trastornos de espectro autístico” (TEA). Las pautas que se toman en cuenta son déficits sociales y de comunicación, así como intereses y objetivos fijos y conductas repetitivas. El TEA vino a sustituir a los Trastornos Generalizados del Desarrollo (autismo, Asperger, Rett, trastornos desintegrativos infantiles, etc.), siendo el marco del espectro(1) lo que viene a ocupar el sitio de todo trastorno generalizado no específico en la infancia.

En este punto es que el psicoanálisis ha logrado sustraerse del cruce médico, político, económico y pedagógico, entre otros, discursos que se han encargado de trasmitir a la humanidad la idea de que el niño es aquel que está en vías de desarrollo biológico, social y emocional, y en camino también de dominar un lenguaje vasto, para –a fin de cuentas– lograr con-sumarse (¿o con-sumirse?) en un adulto adaptado, educado y productivo, y así abandonar “las conductas primitivas” que lo definen. De esta manera el infante logrará inscribirse en el universo cultural, y por consiguiente regirse por las leyes morales e ideológicas que lo arrojan.

El lugar que la cultura le ha asignado a la niñez es el de habitar en potencia. Es decir, el niño tiene en “potencia todo” lo que necesita para evolucionar, para no atorarse en el camino y logar un desarrollo adaptativo. Aquí, los padres, el maestro o el adulto en general, aparecen como puro “accesorio”; como herramientas que sólo ex–sisten para destrabar lo que obstaculiza el “buen” progreso del niño (ya sea en lo biológico, en lo pedagógico o en lo social). Es así que tanto las psicosis infantiles como el autismo en singular, están sostenidos por los discursos dominantes (científico, ideológico y religioso) que insisten en cuestionar e interpelar a la infancia y al lenguaje en todas sus fronteras.

A principios del siglo pasado, con la autoridad con la que Freud propuso las ideas alrededor de la sexualidad infantil (etapas psicosexuales y el niño como perverso polimorfo), y la posición clínica sobre los padecimientos psíquicos en la infancia, se modificó el horizonte de la significación del niño. Frente a la inmensa posibilidad de lugares que el niño puede ocupar en los entramados familiares y parentales, también han co-existido diversas formas de ir siendo niño en los lazos sociales, en los discursos médicos, económicos, políticos, pedagógicos, y en la vida misma.

Jacques Lacan, por su parte, apuntó a subrayar que el niño es siempre el resultado de una operación matemática en la que se juega el deseo de la madre y la relación con la ley. El niño sólo puede ser niño, si es producto que cae de un cruce de relaciones que lo arrojan y le otorgan significación. Nada nos garantiza que el organismo que nace sea un bebé. Nombrarlo es darle la posibilidad de que ahí se arme un cuerpo y se escriba una historia…

Así, tanto la propuesta psicoanalítica de Freud como la lectura artesanal que hace Lacan no escapan a la dificultad que nos plantea la infancia. Ambos autores, y de forma distinta pero insistente, se preguntaron sobre la estructuración subjetiva, la infancia, la sexualidad, la psicosis, el narcisismo y el deseo. Si nos adentramos en las psicosis y particularmente en el autismo para circunscribir la infancia, necesariamente estamos obligados a formular la pregunta: ¿operan de la misma manera psicosis y autismo? ¿O se trata de dos estructuras distintas?

Estas preguntas dividen a los analistas en su quehacer clínico, principalmente porque las psicosis en sí mismas son una pregunta que interpela a la infancia y viceversa. Desde el punto de vista teórico, tenemos la sensación de que estamos partiendo de algo ya constituido, es decir, las psicosis pertenecen esencialmente a la infancia. Pero si miramos con lupa vemos también que se trata de un concepto confuso y turbio, donde las especulaciones emergen alrededor de las psicosis, pero también alrededor de la infancia misma, siendo el psicoanálisis quien con su mirada de reformulación ética, observa lo ambiguo de este anudamiento.

¿Se puede ubicar la distancia que habita entre las psicosis infantiles y el autismo? ¿Se puede detectar esta diferencia en la infancia? Demos un recorrido para subrayar la pregunta. Si nos enfocamos en la teoría psicológica y del desarrollo, nos encontramos con que el objetivo de un tratamiento para una psicosis infantil o un autismo será el de ofrecer recetas o respuestas que busquen una adaptación conductual por parte del niño que padece esta perturbación. Esta perspectiva desarrollista adquiere relevancia en el terreno de la biología, ya que está orientada hacia una independencia con los demás (padres, hermanos, maestros, compañeros, etc.). Pero si nos movemos hacia el camino de Freud, nos empuja a situar al complejo de Edipo como fase terminal y como modelo de fin de análisis. Asimismo, al sustraerse de la biología, Lacan formula una concepción de sujeto que ex-siste al desarrollo. Un sujeto hablante habitado por un cuerpo que goza, que no evoluciona ni progresa. La propuesta lacaniana es la de un goce que angustia por intentar entender la verdad más éxtima.

Entonces el sujeto autista o psicótico, bajo esta mirada, está tentado a plantearse la posibilidad de armarse en un-saber-hacer con ese goce que lo anida. En otras palabras, saber hacer un “buen” síntoma, es esculpir la estructura significante para armar-se en un estilo de vida y lograr posicionar-se en los lazos sociales.

Sigamos un poco más en estos dos caminos planteados. Uno, el del autismo como estructura, que es una propuesta construida por algunos analistas, y el otro camino es el de ubicar que las psicosis infantiles (y así lo dijeron Freud y Lacan) se entienden desde las parafrenias (distintas a la paranoia). En el seminario 3, Lacan hace una reflexión esencial y radical acerca de la perspectiva freudiana del caso Schreber. Ahí establece una diferencia entre la paranoia y lo que para Kreapelin era la demencia precoz, a la que pertenece la esquizofrenia. Lo sorprendente, admite Lacan, es que el recorrido que hace Freud es justo para resaltar que la paranoia en Schreber tiene un importante lazo con el narcisismo, más que con las demencias, puesto que el período narcisista, según el padre del psicoanálisis, es aquel donde el yo se toma por objeto de amor. De ahí que el pensamiento paranoide puede operar tanto en la psicosis como en la neurosis.

“[…]por último, no concluiré este trabajo, que a su vez no es sino un fragmento de un contexto más vasto, sin anticipar las dos principales tesis hacia cuyo puerto navega la teoría libidinal sobre las neurosis y psicosis: que las neurosis brotan en lo esencial de conflictos del yo con la pulsión sexual; y que sus formas guardan las improntas de la historia de desarrollo de la libido… Y del yo.” (Freud, Caso Schreber, 1911)

Por lo tanto, la paranoia es efecto de la formación del yo, el cual resulta paranoico en el sentido de que proyecta sobre otros lo que está en juego en su deseo sexual, es decir, con la libido en términos de Freud. Lo que soporta la estructura paranoide es la pregunta sobre el amor del otro, que sencillamente puede ser cambiado en odio como una forma de responder a las conjeturas sobre la posición amorosa. El odio, entonces, es el reverso del amor; es correlato porque retorna de la luz que se proyecta sobre la pantalla en la que está en juego el objeto.

Freud nos recuerda que la psicosis habita en un tiempo anterior a la formación del yo, en aquel momento en que el autoerotismo anhela el amor de objeto. Son dos anudamientos distintos frente al objeto. El primero es el narcisismo primario, en donde no hay distancia ni intercambio con el otro, por lo tanto no hay objeto al cual aspirar. Tiempo de la psicosis. Y el segundo nudo es la paranoia como construcción, que tendrá su singular tonalidad si es operada desde la psicosis o la neurosis. Podríamos decir que es la cuota de locura que pagamos por vivir.

Desde la neurosis, cabe destacar lo que llamamos un “narcisismo del deseo” en la infancia, tal como lo dice Luciano Lutereau.(2) Esta observación también se encuentra en la referencia de Freud cuando habla de una “sobrestimación del poder del deseo”. La primera forma de éste último, en los niños, se basa en el apoderamiento. Querer algo, para un niño, es querer hacerlo propio. De este modo, el deseo es posesión. Que esta actitud está destinada al fracaso no sólo se observa en que la vida con otros implica cierto margen de renuncia. Lo primero que se aprende en un jardín de infantes es “a compartir”, es decir, en la metamorfosis que el deseo experimenta cuando empieza a ser vivido en función de los demás. Después de aprender a compartir, lo siguiente que aprendemos es que queremos lo que el otro desea y, en otras oportunidades, que queremos desear junto él.

 

Cabe mencionar que en la psicosis (a diferencia del autismo, que se define por su escasa verbalización, desarticulación y falta de coordinación en los movimientos del cuerpo y el aislamiento social) se habla a la “perfección” aunque se desconozca la lengua, ya que esta última esta sostenida por la estructura del lenguaje. Lacan dirá entonces que el punto nodal consiste en dar cuenta de por qué el lenguaje aparece en lo real. Inevitablemente algo ocurre en la articulación entre lo real, lo simbólico y lo imaginario para que sea neurosis o psicosis.

 

En este sentido, y regresando a lo propuesto anteriormente, es en el intento por definir si “ese cuerpo” que nace corresponde a un bebé o un niño, donde dibujamos los primeros significantes para que “ese cuerpo” devenga un sujeto. Es esencial que el niño construya una versión mítica, es decir, una historia que le “asegure” una relación con el universo del lenguaje lejos del cuerpo real de su madre. Para ejemplificar esto, es común observar que para los niños el mundo se estructura en torno al saber. A ellos les gusta que se les hable en serio, en eso consiste lo infantil. De ahí que muchas veces nos devuelvan nuestro mensaje invertido, cuando ellos mismos comienzan a preguntarnos: “¿Sabías qué pasó hoy en la escuela?”, “¿Sabías que ya sé andar en bici?”, etc. De esta manera, y en el ingenuo cambio del tiempo verbal (del “sabes” al “sabías”) nos destituyen de esa presunción de conocimiento que caracteriza al mundo del adulto.

 

En su texto “Introducción del narcisismo” (1914), Freud hace una aclaración importante al respecto, subraya la inmoralidad y la transgresión cuando hace referencia a la vida psíquica infantil: “… una sobrestimación del poder de sus deseos y de sus actos psíquicos, la ‘omnipotencia de los pensamientos’, una fe en la virtud ensalmadora de las palabras y una técnica dirigida al mundo exterior, la ‘magia’…”. (3) Entonces, la tarea radica en matizar la perspectiva narcisista en la infancia, para no caer en tentaciones pedagógicas de clasificar las conductas del niño (como lo hace el manual psiquiátrico), y para cuidar también que los diálogos con los niños no sean puras instancias de reconocimiento temeroso de la autoridad adulta. Por esta razón, los psicoanalistas nos alejamos de incluir en nuestros esfuerzos teóricos, ideas que nos conduzcan a posiciones evolucionistas, a pensar al niño en “potencia”, sin embargo, tampoco es fácil no tropezarnos con el desarrollo en la infancia.

 

Por lo tanto, y para concluir esta breve reflexión, las psicosis infantiles son efecto del sitio que el niño ocupa en la familia. Un lugar que conlleva las señas que perturbarán la relación que se establece con el lenguaje y el mundo exterior. Así es como el delirio resulta como el intento por inscribir algo en el orden del lenguaje, algo que revela la construcción del vínculo con el Otro. Freud dirá que el delirio es un parche que anhela curar la desgarradura del vínculo entre el yo y el mundo exterior. El psicótico no esta invitado ni convocado por los sueños, los lapsus, los olvidos y el síntoma… mientras que en la neurosis el sujeto es palabra, es significante. Entonces lo que pierde al entrar al lenguaje, es su cuerpo como pura biología para convertirlo en organismo sexuado; barnizado con palabras que metaforizarán perpetuamente su cuerpo. La palabra en la psicosis opera, entonces, como puro órgano (real) en el cuerpo del niño

  1. La posición del niño como espectro es una hipótesis desarrollada en el libro Tejiendo la clínica: entre el niño y el Otro (2013). Siguiendo la propuesta de M. Recalcati sobre Marx y Derrida, la lógica espectral es necesaria para poder ubicar el lugar del niño como espectro. Retomando el inter que el sujeto está destinado a ocupar siempre en la cadena significante, para ser representado por un significante para otro significante, da así una posibilidad de localización en el Otro, y como consecuencia un lugar en el mundo.
  2. Cfr. Lutereau, L. . “El idioma de los niños”, Editorial Letra Viva, Buenos Aires, 2013. Pp. 37.
  3. Freud, S. “Introducción del narcisismo”, (1914), en Obras completas, t. XIV, Trad. José L. Etcheverry. Buenos Aires, Amorrortu. Pp. 73.

Bibliografía:

  • Freud, S. “Manuscrito B. La etiología de las neurosis”, en Obras completas, t. I. Trad. José L. Etcheverry, Buenos Aires. Amorrortu, 1986.
  • Freud, S. “Estudios sobre la histeria. El mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos”, en Obras completas, t. II. Trad. José L. Etcheverry, Buenos Aires. Amorrortu, 1986.
  • Freud, S. “Recordar, repetir y reelaborar”, en Obras completas, t. XII. Trad. José L. Etcheverry. Buenos Aires, Amorrortu.
  • Freud, S. “Introducción del narcisismo”, (1914), en Obras completas, t. XIV, Trad. José L. Etcheverry. Buenos Aires, Amorrortu.
  • Freud, S. “Tres ensayos para una teoría sexual” (1905), en Obras completas, t. VII. Trad. José L. Etcheverry. Buenos Aires, Amorrortu.
  • Lacan, J. El Seminario. Libro 10, La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006.

 

  • Lacan, J. El Seminario. Libro 23. El sinthome, Buenos Aires, Paidós,
  • Lacan, J. «Dos notas sobre el niño», en Intervenciones y Textos 2. Buenos Aires, Manantial, 2007.
  • Lutereau, L. “El idioma de los niños”, Editorial Letra Viva, Buenos Aires, 2013.