Michel Foucault y la historia del psicoanálisis

 Juan Capetillo Hernández

Caracterizado por John Forrester como historiador de las equivocaciones del presente, Michel Foucault mantiene una relación con el psicoanálisis que podría pensarse como de escrutador y crítico, como de alguien que no permite que el psicoanálisis se satisfaga narcisísticamente ante lo logrado por Freud en la historia del pensamiento, particularmente, del “sí mismo”. Al mismo tiempo que impugnación del psicoanálisis, hay una admiración por éste. Se trata de una relación que abarca un periodo largo de años, que está planteada en diferentes textos –algunos cruciales en su labor investigativa- y que está caracterizada por encuentros y desencuentros.

La posición de Foucault con respecto al psicoanálisis alimenta al menos dos grandes líneas para la historia del mismo. Estas dos –que pueden ser vistas como antagónicas- se desprenden de su posición ambivalente hacia el psicoanálisis a lo largo de sus textos; ambivalencia que representa una contradicción presente en el psicoanálisis mismo, en “la cosa en sí” y que, por lo tanto, no es atribuible meramente a la motivación de Foucault, aunque ésta tampoco debiera descuidarse.

Los enunciados foucaultianos sobre Freud y el psicoanálisis permiten configurar dos perspectivas históricas para el mismo, dos rieles por los que puede transcurrir la historización de este discurso, indiscutiblemente caro a la modernidad. Una de ellas remite a la inscripción de Freud en el linaje de los autores que caracterizarían el gesto fundamental de la modernidad: el diálogo con la sinrazón. La otra, paradójicamente, reinscribe a Freud y al psicoanálisis en la serie de los discursos que proseguirían el acto de la Edad Clásica de silenciar a la sinrazón a través de la exclusión y el encierro. Ambas posiciones se despliegan a lo largo de las investigaciones de Foucault en un movimiento pendular permanente.

Si bien en La Historia de la locura en la época clásica (1964) se localiza lo que puede considerarse como la matriz de los enunciados de este autor con respecto al psicoanálisis, podríamos situar el inicio de la relación de Foucault con Freud en un texto anterior a esta obra clave: una introducción a la traducción al francés del libro de Ludwig Binswanger de 1954: Traum und Existenz (Le revé et l’existence) (Forrester, 1990).

A partir del análisis que realiza el historiador inglés sobre este texto, detectamos una posición primera de Foucault con respecto a Freud que indica ya la complejidad de la relación y que resulta un tanto incomprensible en el que sería el Foucault de ¿Qué es un autor? (1969) y Las palabras y las cosas (1966) e incluso de la misma Historia de la locura; aunque simultáneamente, puede conciliarse con posicionamientos de este mismo texto y con los de Historia de la sexualidad. La voluntad de saber. (1976)

Basándose en el texto sobre Dora, (Freud, 1905) que es un trabajo asentado en la interpretación de dos sueños de esta paciente de Freud, Foucault desarrolla una disertación crítica sobre dos puntos principales: la interpretación freudiana y la teoría del sujeto contenida en ella. Dos temas serán ejes articuladores en los escritos posteriores de Foucault, en los que dedica su filo crítico a revelar las diferentes metafísicas que suponen.

Hay, dos fuertes críticas a Freud en este texto un tanto impensable en Foucault:

Una, el análisis freudiano de la imagen de los sueños, impide que ésta hable por sí misma, en su expresividad innata, ya que se efectúa siempre sobre las resonancias representativas semánticas de la imagen. El análisis semántico freudiano no toma en cuenta la forma y la sintaxis de la imagen en sí misma y por lo tanto, no logra “reconstruir el acto expresivo en su necesidad”[1]. En otras palabras, se privilegia y casi realiza únicamente, una apropiación significante de la expresividad humana.

Dos, para Freud el sujeto siempre está en otro lugar del que se le supone, diseminado en los otros. Freud interpreta a Dora como si su deseo representara el de alguien más, cosa que él no puede permitirle. Más allá de los errores clínicos de interpretación de Freud en el sentido de que Dora transfiriera sobre su persona lo central de la relación con el señor K, para Foucault, la deficiencia en la interpretación freudiana reside en haber objetivado al sujeto del sueño, cómo aquel que siempre está a merced de las estratagemas de algún otro que: “está suspendido de alguna manera entre el que sueña y lo que se sueña”.[2] Prevalece un rechazo a la opción del sujeto de asumirse como distinto a los otros, como capaz de autodeterminarse y aparecer como responsable de sí mismo.

Como señala Forrester: “El sujeto debe estar fundamentado, parece decir Foucault, y debe estar fundamentado antes del acto de interpretación y dentro de él; hasta pudiera ser que las dos críticas estén relacionadas y Foucault hubiera querido haber fundamentado al sujeto en relación con la imagen” (Ibíd. Pp. 349 – 350)

Estas posiciones críticas serán muy diferentes a sus interpretaciones en Las palabras y las cosas, dónde realizará un trabajo interpretativo profundamente simbólico de Las meninas de Velásquez agregando, además, que ésta obra manifiesta sintéticamente, el pensamiento, el espacio y el poder de una era. Idea que en su conferencia en el Collège de France titulada ¿Qué es un autor?, aplica a la “función de autor” exponiendo la ineludible disgregación simultánea de los varios yoes del creador.

Este texto en el que aparece una opinión inicial de Foucault sobre el psicoanálisis, muestra, ya desde ese principio, lo compleja que será su relación con este discurso; esta complejidad queda resaltada por el hecho de que Foucault está inscrito en la actualidad del psicoanálisis; es decir, habla desde lo que podría considerarse, con todas las reservas del caso, como una época psicoanalítica, una época marcada por el discurso psicoanalítico, como él mismo nos lo diría en el volumen uno de su Historia de la sexualidad. Para Foucault el psicoanálisis no es sólo aquello de lo cual él habla, sino también aquello desde lo cual habla. Las críticas al psicoanálisis recogidas por este texto temprano parecerían provenir de una actitud defensiva ante éste y resultan poco afortunadas, sobretodo si las cotejamos con las que vendrán después.

Un indicio de la complejidad e importancia que el psicoanálisis tiene para Foucault, lo encontramos en la circunstancia, aparentemente contradictoria, de asignar a Freud una modesta participación en la historia del pensamiento y dedicar – en contraste – todo el volumen uno de esa Historia de la sexualidad a lo que puede verse como una arqueología del psicoanálisis, como él mismo lo señalara. Otra muestra de esta difícil relación puede estar dada en la presupuesta disparidad resultante de, por un lado, citar muy pocas veces el nombre de Freud y muchas menos el de sus textos, así como el de psicoanalistas como Lacan, (con quien –está demostrado- mantuvo un diálogo cercano y respetuoso de sus ideas) y, por el otro, destinar ese texto capital en su obra a la intención de una construcción arqueológica del discurso psicoanalítico.

La ausencia de los nombres propios parece significar una masiva presencia del discurso. Puede tratarse de una elección de método, aunque, estrictamente no lo haya en Foucault: ¿Quién sino él, para alertarnos contra las hagiografías?

Foucault pretende construir una genealogía del psicoanálisis y, a su vez, resiente – no puede ser de otra manera – los efectos de éste como uno de los discursos que constituyen su misma patria. Intenta eludirlo, pero su intención está contaminada desde el principio y por tanto condenada.

Como mencionábamos antes, en Historia de la locura en la época clásica encontramos el patrón, la matriz de los principales enunciados de Foucault con respecto al psicoanálisis. Se trata de una matriz de doble entrada que está determinada por una ambivalencia foucaultiana hacia el psicoanálisis: aceptación o rechazo. En algunas partes, Freud es situado dentro de un linaje brillante, decoroso y, en otras, en un conjunto totalmente opuesto. Sus enunciados hacia el psicoanálisis, suponen un doble movimiento de inclusión / exclusión de Freud respecto a dos conjuntos:

1) Es incluido, junto con Nietzsche, Artaud, Hölderlin, Nerval, etc., como parte de quienes rompen el silencio que el cogito cartesiano había difuminado sobre la locura, como quienes recuperan el diálogo con la sinrazón, interrumpido por la época clásica.

El psicoanálisis es un discurso dispuesto a escuchar el murmullo de la sinrazón. La invención del inconsciente es el destronamiento de la conciencia como centro del psiquismo humano.

 El psicoanálisis impugna la prolongación del silenciamiento del loco, propia de la psicopatología; es ésta, la forma de tipificación que acalla la locura construyendo estantes clasificatorios. La historización del sujeto que se da en un psicoanálisis por medio de la palabra y la disolución de la discontinuidad entre lo normal y lo patológico operada por Freud, son los instrumentos de esta impugnación. Freud es legitimado por Foucault por estos gestos y se le alinea, junto con estos otros autores, en un lugar próximo a la verdad.

2) Por otro lado, aparece excéntrico a este primer grupo (podemos decir: Freud mismo se excluye) y se le reinscribe, junto con Tuke y Pinel dentro del discurso psiquiátrico de “encerramiento moral” de la locura del que Freud, no sólo aparecería como heredero, sino que, vendría a ser la convergencia de toda la psiquiatría del siglo XIX; en esta reinscripción Freud aparece formando parte de las figuras del Padre y del Juez, de la Familia y la Ley, del Orden, de la Autoridad y del Castigo.

Para Foucault, Freud traslada las condiciones del “encerramiento moral” al núcleo de la función analítica, deslizando hacia el médico (y al psicoanalista) todas las estructuras que Pinel y Tuke habían puesto en la internación. Esto le conduce a una deslegitimación de Freud, que le hace predecir, de alguna manera, la muerte del psicoanálisis al ser incapaz de liberarse de la herencia psiquiátrica y proseguir la estructura institucional en eso que se llama: la situación analítica.

Texto fundamental en el camino abierto por Foucault, La historia de la locura aparece como un diagnóstico de la modernidad; esta modernidad que se iniciaría con la reapertura del diálogo con la sinrazón, estaría caracterizada por el alzamiento del elemento trágico en la historia, del elemento dionisiaco. Desde ésta época, escribe Foucault su texto, modernidad en la que Freud es colocado tanto adentro (cuando participa en la reapertura del diálogo con la sinrazón); como afuera (alineado en la serie de las figuras de la autoridad y de la ley, y vinculado al poder del asilo).

En esta modernidad, Freud es reinscrito definitivamente a partir de la figura de la muerte, más específicamente, de la pulsión de muerte en su negatividad antropológica y psicológica.

La ubicación en un sitio y otro es, curiosamente, dada través del mismo elemento: el lenguaje. Coincidiendo con la Edad Clásica en que la locura es parte de la razón, como sinrazón, Freud extrae la consecuencia contraria al silenciamiento producido en esta época: considera que hay que volver a hablar con ella. Aquí el lenguaje une a Freud con Nietzsche porque ambos pugnan por reabrir el diálogo con la sinrazón, lo que se traduce en un retorno a la proximidad con la locura; colocado junto a Nietzsche se convierte en parte de los discursos que posibilitan la historia foucaultiana de la locura, en el lugar desde el que es posible una escritura: la de la sinrazón.

Por otro lado, la máscara de ese lenguaje, la misma libertad de la locura, ahora objetivada en el discurso psiquiátrico del XIX, es lo que va a hacer inasociable a Freud de Nietzsche. Porque toma en cuenta el lenguaje, primero, el psicoanálisis no es una psicología que objetiviza la locura; es el lenguaje mismo –pero en su estado hipócrita, secreto, de máscara – que lo reconduce al estatuto de esa psicoantropología de la alineación en la que Foucault lo condena a permanecer inamovible (Derrida 1996).

Éstos son los términos de la matriz de los enunciados de Foucault con respecto al psicoanálisis, que se reproducirá en sus textos posteriores. Simulan un movimiento pendular, de balancín, que podría equipararse con el juego del fort /da que Freud analiza en Más allá del principio del placer (Freud 1919), un movimiento que acerca o aleja, abre o cierra, acepta o rechaza, incluye o excluye, y que en el fondo: legitima o descalifica.

Michel Foucault en sus reflexiones en torno al psicoanálisis, imposibilita a Freud tomar un lugar histórico estable, identificable, unívoco, a veces lo acredita y otras lo desacredita. Reflejando la duplicidad estructural de la cosa misma: el acontecimiento del psicoanálisis.

La mayor importancia que le concede Foucault, es la de haber inaugurado una nueva forma de discurso; la fortaleza del mismo y su supervivencia – consideramos – depende de que se reproduzcan fielmente en su ejercicio los elementos que constituyen la experiencia original freudiana. Si bien en ésta estarían presentes tanto aquellos elementos que harán al psicoanálisis ubicable entre los contemporáneos, también están aquellos que lo alejan de su contemporaneidad. Consideramos que estos últimos pueden recusarse por considerarlos accesorios a lo distintivo de la experiencia freudiana, por no calificar al psicoanálisis en lo que tiene de más singular, razón por la que puede prescindirse de ellos, aunque el límite que permitiría excluirlos es tan frágil, que su retorno es permanentemente posible. En este punto el esquema foucaultiano puede hacer las veces de un emplazamiento de vigilancia gnoseológica y epistemológica, que puede ser llevado más allá de donde, al parecer, Foucault mismo lo dejara.

En este momento conviene detenerse un poco y aclarar una curiosidad – quizás menor – de la lectura de Foucault con respecto a Freud y al psicoanálisis: más allá de la poca presencia nominal de estos términos en sus textos (Foucault nunca cita a Freud y tampoco analiza ningún texto suyo) y, a pesar de que podría pensarse que, al referirse al acontecimiento del psicoanálisis, habla de su creador y en general del psicoanálisis: en ambos casos supone una unidad impugnable en la realidad, es decir, no puede hablarse de un solo Freud y mucho menos de un solo psicoanálisis sin caer en un error.

Freud, estalla cuando se estudian con detenimiento diferentes etapas que caracterizan su pensamiento; si no tenemos en cuenta las abundantes notas al pie de página de Tres ensayos para una teoría sexual (1905), podemos localizar allí un Freud distinto al de Más allá del principio del placer(1919), por citar sólo un ejemplo. De igual manera, podemos señalar múltiples y significativas diferencias entre el psicoanálisis que se practicaba en Francia cuando Foucault desarrolla sus investigaciones y el que se ejercía en los EE.UU. Entonces formulemos esta pregunta: ¿A qué Freud y a qué psicoanálisis se refiere Foucault?

Este punto que, aparentaría una relevancia poco significativa, puede conducir a preguntas o reflexiones de peso en función del recurso a los enunciados foucaultianos sobre el psicoanálisis para hacer una historia del mismo. Si partimos de la matriz enunciativa de Foucault que nos permite una visión profunda del acontecimiento del psicoanálisis, la multiplicidad a la que remiten los términos Freud y el psicoanálisis: ¿Puede ser presupuesta desde este mismo esquema de balancín, de fort/da, de bisagra, como le llama Derrida (Derrida, 1996)? ¿Podrían, por lo tanto, reducirse esta multiplicidad de opiniones a una dualidad? Dejemos por el momento esta vía de abordaje para proseguir con este breve desarrollo de las interpretaciones de Foucault sobre el psicoanálisis.

El trabajo anterior Maladie mentale et psychologie (1954) es en buena medida una prefiguración, a la posición de Foucault respecto al psicoanálisis contenida en La histoire de la folie… Al ir más allá de la psicología del siglo XVII y más lejos del establecimiento positivista de la psicología en el XIX, Freud produce un replanteamiento de la psicología con su descubrimiento del inconsciente: se reconcilia con la edad clásica al pensar la locura como sinrazón, aunque, propugna un diálogo con ella. Por este gesto, Freud se excluye de una perspectiva evolucionista de objetivación de la enfermedad mental que ilustra progresos en el “dominio” de ésta; en cambio, al tomar una postura de desarrollo e historia de las fases de la libido, repatría su trabajo a una concepción evolucionista de la neurosis.

El dominio de la locura presupone su silenciamiento; con introducción en la comprensión de las neurosis de procesos como fijación y regresión funda un “hombre freudiano” no distante del “homo psychologicus” de la racionalidad clásica. Y como psicología, el psicoanálisis se queda sin palabras ante el lenguaje de la locura. ¿Se trata de la misma partición del psicoanálisis formulada en La historia de la locura entre un discurso de la modernidad que reabre el diálogo con la sinrazón y otro que lo cierra por su posición clínica de saber-poder como heredero de la psiquiatría del XIX?

La respuesta –positiva – la encontramos en El nacimiento de la clínica (1963). En este escrito, hay, también, una doble presencia del psicoanálisis: implícita como una de las formas modernas y alienantes de la relación médico-paciente y explícita como un discurso que, a través de la muerte, recusa la positividad evolucionista.

El intento de Freud por llegar a un acuerdo con la sinrazón – el último de los tiempos modernos, según Foucault – resultará fallido por la alineación inevitable que se da en la relación médico/paciente sobre la que se construye la situación analítica. Freud libera al enfermo del asilo para reproducir la “internación” en el contexto de la relación analítica. El homo medicus, que encarna Freud en continuidad con Pinel y Tuke, actúa en nombre del orden del derecho y la moral, más que en nombre de la ciencia; en la figura del médico se reúnen todos los poderes “secretos, mágicos, esotéricos, taumatúrgicos”, que van a hacer que la situación analítica sea caracterizada por Foucault como: la mistificación taumatúrgica de la pareja médico/enfermo, regulada por protocolos institucionales. (Foucault, 1963) Esto es lo que inscribe a Freud dentro de esa experiencia moderna de la locura que descansa, según Foucault, en un doble movimiento de liberación y sojuzgamiento.

Así, el evolucionismo biológico de Freud, destacado por Foucault en Maladie mentale et psychologie forma parte de ese movimiento de objetivación del hombre cuyo proceso esencial consistirá en el pasaje de la sustancia locura, a la condición de objeto susceptible de una percepción científica; movimiento alienante que se muestra claramente en la relación analítica, sustentada por la posición de saber/poder del psicoanalista.

La lógica del movimiento pendular de la apreciación foucaultiana de Freud es ineluctable, en el Nacimiento de la clínica se prefigura lo que será uno de los temas centrales en Las palabras y las cosas: la colocación del psicoanálisis como figura protagónica en la epistêmê de las ciencias humanas a finales del XIX y principios del XX.

La pulsión de muerte freudiana es nuevamente, el salvoconducto para volver a ser recibido en esa gran estirpe en la que Nietzsche es, para Foucault, una figura estelar. La pulsión de muerte, en su negatividad antropológica, rompe con el biologismo de Freud, y con su optimismo evolucionista. Ésta es la experiencia de la muerte que Foucault denomina “finitud originaria”, y que determina al Freud trágico.

El péndulo foucaultiano lleva ahora al psicoanálisis a uno de los extremos que dibuja su movimiento: a un lugar de privilegio como discurso que, junto con la etnología, irrumpe en la epistêmê del orden de las ciencias del siglo XIX. En Las palabras y las cosas, aparece un momento de encuentro entre Foucault y Freud, puesto que el primero otorga al psicoanálisis en la configuración de la epistêmê de las ciencias humanas en el siglo XX un lugar de privilegio y hasta faro. Paradójicamente, es ahora situado en el espacio de una negatividad radical que ha hecho posible la positividad del hombre moderno.

El reconocimiento de la locura como de otredad, como esa parte de la razón en dónde reside la verdad del hombre moderno – reconocimiento que llevó a su exclusión y silenciamiento – creó las condiciones en las que emergieron los discursos que objetivaron la locura: la psicología y la psiquiatría. Es la locura una de las figuras de la finitud del hombre moderno que forma parte de esa negatividad profunda que lo constituye como individuo, y ante la cual se abre o se cierra, inscribiéndose en la modernidad o negándose a ella. La Muerte, el Deseo y la Ley son otras de las formas de la finitud humana.

La invención del inconsciente y su concomitante ejercicio permanente, inagotable de la sospecha, así como la impugnación del corte entre lo normal y lo patológico y la pulsión de muerte, son las armas de ese Caballo de Troya que será el psicoanálisis con respecto a lo que conocemos – con todas las precauciones que requiere el término – como ciencias humanas, señalando la finitud de las nociones básicas que las conforman y, con esto, despertándolas del sueño antropológico en el que se complacen. Más acá del debate que este binomio terminológico (ciencias humanas) suscita en la actualidad, para Foucault esta categoría tiene un uso preciso y delimitado a partir de su concepción del Hombre moderno como nudo epistémico en el que se entrecruzan vida, trabajo y lenguaje; cuya emergencia va acompañada del nacimiento de las Ciencias Humanas: Biología, Economía y Filología.

Inscrita en la epistêmê que inaugura la época clásica, la representación es la modalidad que prescribe sus conceptos y sus métodos; los conceptos fundamentales de cada una de estas tres ciencias: la función en Biología, el conflicto en Economía y el signo en la Filología, son concebibles en el espacio de lo representable. El inconsciente freudiano es heterogéneo a la representación, su permanente deslizamiento disuelve toda representación, la desborda al mismo tiempo que a la conciencia y a las ciencias humanas que no van más allá de lo representable. Esta es la importancia que tiene el psicoanálisis para Foucault: el recurso al inconsciente, que disuelve toda representación, hará que el hombre desaparezca del lugar central que ocupa en la epistêmê que dará paso a la modernidad.

Lo que Foucault encontró de valioso en el psicoanálisis: el concepto del inconsciente como limitante de las ciencias humanas, concepto del que procede una perpetua sospecha que se extiende por todas las ciencias que construyen el objeto “hombre”, marcando la finitud de los conceptos que las constituyen, (la muerte muda/vida; el deseo desnudo/trabajo; lenguaje como supremo delegado de la ley/lenguaje) restituyendo, de este modo, el saber del hombre a la finitud que lo funda (Forrester, 1990).

De igual manera, al destronar a la conciencia como corte privilegiada de legitimación de las ciencias humanas, por haber revelado la incidencia del inconsciente en su campo, Freud aparece para Foucault, insólitamente, impugnando la noción misma de hombre.

Por esto el psicoanálisis, como por otra parte la etnología, no pertenece al campo de las ciencias humanas. Están en una relación de exterioridad/interioridad con respecto a éste; en términos de Miguel Morey: “Desde esta perspectiva, el psicoanálisis pertenece a lo que bien podría ser el anuncio de una nueva modalidad de discurso, que desde el dominio de las ciencias humanas inaugura una tendencia de deconstrucción de este ámbito –tendencia que se orienta en la dirección de una desantropologización: [cursivas en el texto] entraña la quiebra del espacio en el que el hombre moderno se sostiene y reconoce” (Morey 1976, p. 174).

Esta valoración foucaultiana del psicoanálisis como analítica de la finitud le restituye la proximidad al espacio, antropológicamente negativo, de la locura y con esto su reinscripción en el linaje de los locos geniales, caros a Foucault; estamos lejos aquí de la crítica al psicoanálisis como psicología evolucionista y como instrumento clínico de alineación de la sinrazón; con esta apreciación de Foucault, el psicoanálisis y el psicoanalista (para situarlos en el singular, recusable, que usa Foucault) adquieren estatuto de cierta nobleza.

El desplazamiento operado por Foucault con respecto a Freud en este texto, es de tal radicalidad (recordemos el movimiento de péndulo, el fort/da) que le llevará, incluso, a cuestionar anteriores e inequívocas aseveraciones sobre el psicoanálisis, como su pretendida carta de defunción basada en la denuncia de la incorporación, en el núcleo de la operación psicoanalítica, de los presupuestos del “encerramiento moral” de la locura. En Las palabras y las cosas no sólo se recusa la afirmación anterior de que, en tanto heredera de toda la tradición psiquiátrica del siglo XIX, “la situación analítica” está permeada por la mitología y la taumaturgia, sino que, inclusive, el poder que el fenómeno de transferencia confiere al psicoanalista en la relación médico-paciente, la lógica de la alineación y la violencia, sutil o sublime de la situación analítica, dejan de ser rasgos esenciales del psicoanálisis y, contribuyen –más bien- al acceso a las figuras concretas de la finitud en esa experiencia singularísima que es un psicoanálisis.

Un severo viraje a estas afirmaciones se observa en un texto posterior de Foucault: Historia de la sexualidad Tomo I.La voluntad de saber. Aquí encontramos, dicho por Foucault: “La historia del dispositivo de sexualidad, tal como se desarrolló en la época clásica, puede valer como arqueología del psicoanálisis”. (Foucault, 1976, p. 158)

El objeto mismo que es el acontecimiento del psicoanálisis como discurso, revela, ante la mirada de Foucault, las aporías que lo habitan. Su admiración por este discurso puede ilustrarse con el juego del sube y baja de los parques infantiles que hace las delicias angustiantes de nuestros pequeños. Algunas veces está en el punto más alto y otras en el más bajo. Esta última situación es la que caracteriza a dicho discurso en el proyecto inacabado de La historia de la sexualidad.

Su invención es aquí reinscrita en la historia de una dinámica disciplinaria, la de las estrategias de saber/poder (jurídicas, familiares, psiquiátricas) Esta es una de las vías –como señalábamos más arriba – por las que transita la que podría pensarse como una genealogía foucaultiana del psicoanálisis; los trazos de ésta están diseminados en sus diversos trabajos, como lo venimos demostrando, aunque el mismo Foucault se haya planteado expresamente su construcción.[3] En este mismo polo de esa genealogía de doble entrada, se sitúan las inculpaciones al psicoanálisis como práctica que desarrolla las astucias de la objetivación y la alineación psiquiátricas por medio de “encerrar sin encerrar al enfermo en el asilo invisible de la situación analítica”. (Derrida, 1996, p. 165) Si bien del mismo lado, las incriminaciones al psicoanálisis de La voluntad de saber, tienen un mucho mayor alcance, van mucho más allá que las anteriores, se dirigen a las estrategias inexorables del reinado del sexo y al efecto de poder que lo sostiene.

Es importante destacar que La historia de la sexualidad inaugura lo que puede considerarse una etapa distinta en el trabajo de Foucault: la de la Genealogía. Algunos años antes – en 1970 – había escrito el que se podría considerar texto bisagra que “cierra” una etapa y “abre” otra: La arqueología del saber. (1969) En él expone los principales procedimientos que utiliza en sus investigaciones sobre la locura, la medicina y las ciencias humanas, las que vendrán a ser, retrospectivamente, arqueologías, miradas arqueológicas sobre los objetos que las ocupan. En esta nueva etapa inaugurada por el libro que comentamos, cambia el énfasis de Foucault: ya no se interesa tanto en las bases históricas y epistemológicas de las ciencias, en la arqueología del saber, más bien su interés se desplaza a la estrategia del poder que representa el conocimiento: el saber/poder.

En consecuencia, aquí el psicoanálisis deja de ser un acontecimiento crítico en la historia de las ciencias humanas; ahora pasa a constituir sólo un elemento – ciertamente privilegiado – en todo el aparato de saber/poder ¿Cómo se opera este nuevo emplazamiento? ¿Por qué vías efectúa Foucault este proceso de reubicación, este veredicto negativo?

Serán dos rutas – también pensables como una sola – las que indaga Foucault al pronunciarse por el nacimiento del psicoanálisis, dos caminos que le son dados por dos ascendientes históricos del psicoanálisis: la confesión cristiana moderna y la hermenéutica de la sexualidad, herencias discursivas del psicoanálisis que aparecen unidas y que lo hacen emerger cuando se mezclan con los procedimientos de la ciencia moderna.

Para Foucault, la forma de discurso sobre la sexualidad a la que obliga la modernidad es la confesional. La confesión pastoral cristiana medieval – cuyo objetivo era la guía y la obediencia espiritual – ha sido modificada. Hasta el siglo XVIII, la utilizan los conventos, escuelas y academias militares, con el propósito de manejar la vida de las personas, el producto de esta transformación constituye una forma moderna de discurso sobre el sexo. El paso se da en el siglo XIX, cuando se escenifica el salto de las confesiones a las formas de conocimiento que podemos llamar ciencias humanas: pedagogía, medicina, criminología, psiquiatría, etc.

El discurso moderno de la sexualidad vendría a ser resultado de la fusión exitosa de los procedimientos sagrados de la confesión y de los cánones científicos de discursividad aceptables. Los profesionales del “hombre”, al producir al individuo como categoría eminentemente moderna, instauran una verdad dentro de él como el centro de su ser: su sexualidad. Foucault impugna ese propósito declarado por las disciplinas del hombre –salud-felicidad- denunciando las intenciones de poder y sojuzgamiento que les subyacen.

Ciencias humanas como la pedagogía, la sexología, la psiquiatría, la criminología, etc. son interesantes, para Foucault, como formas de conocimiento sólo en tanto que están íntimamente unidas con las relaciones de poder; ¿Qué posición guarda el psicoanálisis con relación a ellas? ¿Es una posición de alteridad?, ¿Acaso es crítico, a estas discursividades? o ¿Forma parte de ellas? ¿Tiene un parentesco cercano con ellas?, ¿Tiene un lugar al lado de las mismas en el dispositivo de poder? Foucault no sólo incluye categóricamente al psicoanálisis en este conjunto, sino que, incluso, le asignará una posición privilegiada aunque, de dudoso prestigio: será nada menos que  la más grande y pura de las herramientas para generar el saber y el poder, la disciplina confesional moderna por excelencia, generadora de un discurso que proclama, de manera religiosa, que la verdad del sujeto ha de encontrarse en su discurso secreto sobre la sexualidad.

Para Foucault, el psicoanálisis aparece como la forma moderna y purificada de la confesión y representa, más que ninguna otra disciplina, la concepción de que la verdad del hombre reside en un secreto sexual; lo cual le colocaría como un elemento más, en la serie de una especie de teleología formulada y sostenida por el cristianismo moderno.

Para Foucault la supuesta represión sexual de la época victoriana que habría ahogado a la sociedad occidental del XIX, vendría a ser no más que un epifenómeno de poca trascendencia, frente a la tendencia histórica principal del discurso moderno que propicia la proliferación de los discursos sobre el sexo como estrategia de sujetación social, al dar cuerpo al individuo sexuado que hay que controlar. De este modo el discurso moderno de la sexualidad se convierte en un dispositivo de sujetación social, dispositivo sexual cuya forma más acabada estaría dada por el psicoanálisis.

La supuesta liberación sexual atribuida al psicoanálisis por levantar los diques de la represión –por lo cual se le ha acusado de pansexualismo- representaría, para Foucault una mascarada que oculta el verdadero significado del psicoanálisis como la expresión más pura del dispositivo sexual moderno de control.

Freud no libera al sexo del poder, afirma Foucault; la acusación de pansexualista, hecha al psicoanálisis desde una perspectiva de mojigatería, de puritanismo, sería la más ciega de todas. Pero igual de ciega sería la visión optimista que sostiene la ilusión de que Freud, ha jugado un papel emancipador de la sexualidad cuando, más bien, ha constituido un discurso normativizante de la sexualidad.

La eficacia del psicoanálisis como dispositivo sexual de sujetación no se reduce, por supuesto, a la práctica psicoanalítica, ya que, en todo caso, su alcance estadístico es limitado; más bien su efectividad estaría dada por la permeabilidad que este discurso ha logrado en el pensamiento moderno; vivimos –de acuerdo con Foucault- en una cultura definida por el psicoanálisis, como diría Forrester parafraseando a Foucault: “… la telaraña micropolítica en la que podemos encontrar las relaciones de verdad, conocimiento y sexualidad, es precisamente lo que el psicoanálisis ha arrojado para atraparnos”. (Forrester 1990 p. 361)

Así, tenemos en este texto una sentencia implacable de Foucault sobre el psicoanálisis que podríamos resumir en una crítica a tres de sus componentes pretendidamente estructurales: 1. Discurso confesional, acompañado de una hermenéutica sexual del sujeto; 2. Discurso normativizante de la sexualidad, al engarzarla a la novela edípica y 3. Discurso de dominación, dispositivo de poder, tanto en la relación analítica (médico-paciente), como en la contribución que ha tenido en la conformación del individuo psicológico moderno controlado, sujetado por dispositivos interiores.

Este cambio de punto de vista tendría íntima relación a las referencias personales de Foucault y su actualidad científica y política, correlativas a los diferentes momentos en que produce sus trabajos.

Sin pretender desarrollar esta línea de investigación, y solamente con el propósito de indicar lo fructífera que puede resultar su exploración, señalaremos que en La voluntad de saber, Foucault se solidariza con los autores delAntiedipo –Deleuze y Guattari – en sus críticas formuladas al psicoanálisis como sistema represivo y edípico.

Este texto, al igual que los anteriores de Foucault, generó con su aparición una fuerte polémica intelectual con adhesiones y rechazos radicales en su mayoría, y constituye uno de los documentos más importantes del archivo histórico para pensar nuestra contemporaneidad.

Si bien La Voluntad de saber y 1976 no son ni el espacio ni el tiempo en que se detiene la emisión de enunciados de Foucault sobre el psicoanálisis, nos detendremos en este punto, considerando que, más allá de las aplicaciones que le daría en sus pronunciamientos posteriores, el esquema enunciativo elemental de Foucault sobre el psicoanálisis, queda hasta aquí, claramente ilustrado. Aunque La historia de la sexualidad, Vol. 1 podría hacer pensar en una detención del movimiento de balancín en uno de sus extremos, su misma lógica echaría por tierra esta posibilidad; es decir, si la posición de Foucault respecto al psicoanálisis es paradojal, es porque la paradoja está en el discurso psicoanalítico mismo. La prueba de esto es que, en el mismo texto que por ahora comentamos, se encuentran las condiciones que impulsarán un nuevo movimiento pendular, en la dificultad de conciliar el tratamiento de las perversiones hecho por Freud y, aún más, su tesis fundamental de la ausencia radical de objeto para la pulsión, con la estimación del psicoanálisis como discurso normativizante de la sexualidad.

Cabría preguntarse por el destino de al menos dos de las caracterizaciones de Foucault sobre el psicoanálisis, consustanciales al concepto del inconsciente que lo ubicarían entre los discursos de avanzada de la modernidad: 1. El carácter de permanente ejercicio de la sospecha de la interpretación psicoanalítica y 2. El descentramiento del sujeto operado por Freud y que constituye una idea fundamental en la crítica de Foucault sobre el concepto del hombre y, por consiguiente, en la subversión de la posibilidad de las ciencias humanas. Si hay consistencia y verdad en afirmaciones de este tipo, estas deberían manifestarse impulsando el balancín en sentido de aprobación crítica del legado de Freud.

Las posiciones foucaultianas que hemos comentado en las páginas anteriores suscitan innumerables adhesiones, críticas e interrogantes de diferente índole. Para concluir consideramos que, al margen de éstas, su posición filosófica contiene un potencial heurístico importante para – además de reflexionar sobre la relación del psicoanálisis y la historia – ensayar su aplicación en el proyecto de producir historias del psicoanálisis delimitadas regional o nacionalmente como sería el caso de México, que es el que ocupa mi interés.

BIBLIOGRAFÍA

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Roudinesco, E. Y col. Pensar la locura. Ensayos sobre Michel Foucault, Ed. Paidos, Buenos Aires, 1996

 

[1] Foucault citado por Forrester (1990) p. 346

[2] Ibíd., p. 348

[3] Foucault, M., Microfísica del poder, Ed. La Piqueta, Madrid, 1978(1a. edición), p. 161 “Cómo pudo formarse el psicoanálisis en la fecha que ha aparecido, intentaré verlo en volúmenes posteriores. Temo simplemente que respecto al psicoanálisis suceda lo mismo que sucedió con la psiquiatría cuando intenté hacer la “Historia de la locura”; había intentado contar lo que había pasado hasta comienzos del siglo XIX; pero los psiquiatras han entendido mi análisis como un ataque a la psiquiatría. No sé qué pasará con los psicoanalistas, pero temo que entiendan como “antipsicoanálisis” algo que no será más que una “genealogía”