Lenguaje y habla para el Psicoanálisis

José Eduardo Tappan Merino

Introducción
En el siglo XIX nacieron los estudios de lingüística, centrándose en la filología de los idiomas dominantes de Europa, donde se indagaban las raíces de los distintos vocablos, así como su gramática y sus reglas normativas. Siguiendo el espíritu de unidad que imperaba en esta época, igualmente, se buscó crear un puente común entre las diferentes lenguas, pues se explicaba que las guerras y el malestar mundial eran efecto de la incomunicación, y, por lo tanto, imaginaron un idioma común a todos, creando, de tal forma, el Esperanto, mismo que dio una respuesta artificial al deseo de los intelectuales para convocar a los políticos. Sin embargo, dicha transformación no se dará sino hasta 1916, con la publicación del Curso de lingüística general, compilación de los cursos de Ferdinand de Saussure.
Ferdinand de Saussure, lingüista suizo, transformó la disciplina en una ciencia mucho más amplia al integrar aspectos de la semiología y de la psicología; al mismo tiempo, definió un objeto de estudio independiente de los idiomas para comprender los elementos que lo componen y las reglas que lo determinan. Su enfoque ha sido conocido como estructuralista, por dar cuenta de las estructuras que subyacen y determinan el habla; caracterizado por su franca y abierta oposición a las perspectivas de corte empirista, lo cual es una enseñanza que aprendiera el psicoanálisis lacaniano. En sus trabajos, acuñó la diferencia entre lengua como sistema y habla como los usos de ese sistema; el centro del sistema será lo que él llamó el signo lingüístico, constituido por un significado y un significante.
Signo Lingüístico.
Por otro lado, durante el siglo pasado, el estadounidense Noam Chomsky inició la escuela lingüística llamada generativa. Los dilemas de la disciplina se desplazaron de la lengua como sistema (de Saussure), a fin de comprender la lengua como un efecto de la mente, de discernir al hablante con una capacidad innata (genética) para aprender y usar una lengua, que llama la competencia. Toda propuesta lingüística de la escuela generativa busca adecuarse a los distintos problemas que surgen de concebir la mente como una característica humana. Sin embargo, ambas perspectivas —chomskiana y saussuriana— coinciden en su búsqueda de rigor y son conocidas como formalistas.
Como efecto de estas nuevas disyuntivas a las que se enfrenta la lingüística para incorporar lo social y no permanecer, se va desarrollando la sociolingüística y la etnolingüística bajo Edward Sapire, Kenneth L. Pike, Benjamín Lee Whorf y William Bright entre otros. Sus estudios versan sobre el cuestionamiento de las características y el influjo de las lenguas tras su diversidad en la mente de los hombres, se preguntan si el pensamiento se encuentra determinado por el habla, o es el habla la que se encuentra determinada por el pensamiento. Indagan, igualmente, en la influencia de la estratificación social en el lenguaje y la de éste en los procesos cognoscitivos. Consideran, por ejemplo, que hay diversas posibilidades de pensar al ser y que ello es determinante para la evolución de un pueblo: la cultura occidental, por un lado, debe gran parte de su desarrollo al empleo de dicha palabra pues posibilitó la ontología, la pregunta sobre la dirección de nuestra existencia, etc., los pueblos que carecen de esta palabra, por otro lado, se desarrollaron con una cultura e intelecto diferente. Siguiendo esta perspectiva, las personas son distintas según el empleo de las variadas formas de autoconocimiento y del saber del mundo, son diferentes como efecto de las características léxicas y los usos de cada uno de los idiomas. Cada hablante, dependiendo de su idioma o dialecto, habita su cosmovisión preñada de una singularidad cultural; lo notable para los lingüistas es el conjunto de aspectos que cada una de ellas privilegia en el lenguaje y el habla, lo que imprime una exclusividad en la misma.
De los problemas propiamente de vinculación con el plano social, la lingüística se abre como una disciplina, y multiplica sus intereses y aplicaciones durante el siglo XX, entre ellas, se destaca una perspectiva funcionalista; centrada más en la tarea comunicativa del habla y en sus continuos cambios y adaptaciones sociales. En la actualidad, la escuela generativa y la funcionalista han encontrado maneras de caminar coordinadamente; por lo cual, configuran una parte importante del horizonte actual de la lingüística, preocupándose, ahora, por la relación entre el lenguaje, la constitución de la subjetividad y la condición humana en relación con sus contextos sociales.
A contracorriente de las modas en el campo de los estudios de lingüística, esta ponencia se dirige a la perspectiva estructuralista. En el presente artículo veremos como el estructuralismo, edificado por Lévi-Strauss, y retomado por Jacques Lacan para reformular el psicoanálisis, se encuentra muy vigente hoy en día dado que es capaz de resolver algunas de las interrogantes esenciales de la condición humana más adecuadamente que otras de las teorías propuestas.
Después de todas las pesquisas de la antropología, la arqueología, el psicoanálisis y la lingüística, vemos que lo humano debe entenderse del todo entreverado con el planteamiento de la perspectiva estructural en su más puro sentido crítico contra el empirismo, siendo capaz de descubrir las partículas elementales del lenguaje y que muestran su coincidencia con las unidades fundamentales de las que surge lo propiamente humano en el hombre, pero que sólo puede ser una construcción teórica en los vínculos entre el lenguaje y el habla.
Parte I.
Inicialmente, me parece esencial realizar una diferencia entre aquello que corresponde al hombre y lo diferencia del orden biológico, y aquello que no. Es necesario entender lo que para Lévi-Strauss, para el estructuralismo, es lo humano en el hombre, aquello que él llama el espíritu humano.
Contrario a lo que ha sido planteado por múltiples teorías, la propuesta estructuralista señala que lo relevante a la condición humana no es un efecto de la acción de la naturaleza, ni proporcionado directa y espontáneamente por un simple mecanismo evolutivo, las posiciones que intentan sostenerse en este tipo de argumentos demuestran una pereza intelectual para quienes continúan defendiéndolas como la razón de las razones. El estructuralismo piensa en un algo más allá de lo simplemente biológico, piensa en el hombre como aquello llamado “animal simbólico”. En el psicoanálisis propuesto por Jacques Lacan, como entre muchas disciplinas que han sido cruzadas por el estructuralismo, se da cuenta de lo humano por medio del orden simbólico, siendo posible encontrarlo en una de sus máximas expresiones: la cultura. La cultura funda las condiciones que contienen los canales del flujo y el cause de la subjetividad, también será el recipiente que la contiene, creadora del lugar donde aparecen los diferentes órdenes de fenómenos del mundo, y conforman lo que llamamos realidad. La cultura crea un mundo, o más concretamente, el escenario, el guión, los actores y la escenografía que dependen de este orden simbólico.
El hombre como “animal simbólico”, la cultura y por lo tanto el habla y el lenguaje, así como todos sus componentes y alcances, corresponden a un plano que no logra ser explicado por lo biológico, pues no es producto de una “naturaleza humana”, sino que pertenece al orden simbólico que se encuentra sujeto a leyes y órdenes distintos y más complejos, que aquellos ofrecidos por lo únicamente orgánico. Por consiguiente, la única manera de entender la presente ponencia, será por medio del énfasis fundamental en dicha diferencia y las implicaciones y consecuencias de la misma, teniendo en consideración que son tanto la cultura como el lenguaje y el habla las que hacen posibles tal distinción
Los objetos que pueblan y forman el mundo se nos aparecen ordenados por leyes y relaciones que fueran naturales, sin embargo, son a su vez efecto de las estructuras gramaticales y de los sistemas de organización del lenguaje, primero, y del habla, después, con las posibilidades lógicas que se abren a partir del lenguaje, alejándolo, tajantemente, del orden natural y acercándolo al espíritu humano. De tal forma, todo el sistema simbólico descansa y se regula esencialmente en y por el lenguaje, lo que permite observar como el lenguaje es la estructura esencial mínima y necesaria de la condición humana, de lo que denominamos realidad y de lo que conocemos del mundo. Por lo cual, resulta esencial diferenciar, primero, cuales son los elementos que componen el campo del lenguaje y los del habla
Para dar cuenta de esta dinámica, comencemos por las diferencias que caracterizan lo que Lévi-Strauss llamó el espíritu humano, y la manera en que éste se viste o presenta y cuyo significado es algo del orden de las diferencias entre el fondo y la forma, lo continuo y constante entre los pueblos y entre los tiempos, por un lado, y de lo expresado como diferencias culturales, pequeñas o grandes, por el otro. El estructuralismo presenta: por un lado, en lo particular, lo que podríamos caracterizar como las diferencias entre las culturas, y por otro, en lo general, aquello que de común a todas las culturas subyace y permanece constante. Aquello común es de corte inconsciente, en la medida que se encuentran ahí los mecanismos y leyes que gobiernan el orden simbólico, sin mostrarse de manera explícita. Que se distinguen de los relativos al habla, que se trata de palabras, es decir de un idioma que pueden ser aprendido, y que conduce a lo que llamamos de semántica cultural, que tiene que ver con el sentido que se le dan a las las voces empleadas para definir algo: una experiencia, un objeto, un sentimiento, etc. El habla da cuenta de distintos códigos y sistemas que dependen de la matriz cultural, cuya propuesta estaría en un doble carácter: preconsciente y consciente.
Entre las diferencias de cada expresión humana, vemos que siempre existirá una singularidad cultural, generadora de un estilo, de hábitos, de idiomas, que van cambiando a lo largo de los años. No existen caracteres culturales homogéneos al interior de una sociedad, ya que se presentan diferencias que caracterizan a los distintos sectores de clase, diferencias también en el género y en otros ámbitos como los generacionales. Cada una de las culturas tiene su propio sistema de códigos, sus criterios morales, su “sentido común” y sus maneras corteses, mismas diferencias que las lleva a construir una identidad con la que fijará lo propio y lo ajeno, abriendo la posibilidad de definir, lo extranjero, lo bárbaro, lo exótico. Así pues, surge una profunda imposibilidad de formular cualquier juicio o criterio sobre una cultura descontextualizadolo de la sociedad de donde se sustrae, no existe algo en una sociedad que sea independiente de su habla y lenguaje, en una cadena de determinaciones que va sosteniéndose en un sistema menos arbitrario conforme más internamos en la dimensión estructural, con sus leyes, sus dinámicas más que son más uniformes y constantes, y no dependen de las nuevas tendencias de moda, o de los juicios de los hombres.
Ante tal diversidad de posibilidades, se formulan los marcos de referencia y la importancia de éstos al abrir la posibilidad de definir una identidad, sus posibilidades e imposibilidades y sus indagaciones, para dar cuenta de sí misma. Estas posibilidades y cuestionamientos se expresan en lo que se denomina “el habla”, conocida comúnmente como idiomas y dialectos. Por tanto, en este tipo de expresiones de la cultura lo propio e histórico resulta lo más importante, y para cualquier acercamiento a este orden de fenómenos será indispensable recurrir a las metodologías culturalistas y a las diacrónicas.
Retomando el tema de los parámetros de los correcto y lo incorrecto, determinados por cada cultura debido a su historia y costumbres, encontramos que las coordenadas de lo permitido y lo prohibido son expresadas por medio de un par de palabras eje: lo que será Noa y lo que será tabú. Para cada cultura, noa y tabú será referidos a distintas conductas aceptadas o rechazadas, dado que la singularidad de cada pueblo hace imposible que todas censuran lo mismo, más aún, las censuras que se encuentran en determinado lugar, pueden ser la opuestas a las encontradas en otro.
Más allá de las diferencias, sin embargo, encontramos las semejanzas representadas por el lenguaje y el espíritu humano, transitando en el plano designado como estructural.
En el estudio de las culturas existe, para el investigador, la imposibilidad de considerar todo el complejo andamiaje que la constituye. Por consiguiente se trata de subrayar lo más importante, aquellas características con mayor peso en las determinaciones específicas que hay entre unas y otras, tales como el peso que puede poseer en una sociedad específica lo relativo a la artes de subsistencia, a las religiones y a los sistemas políticos, aquello que conforma lo ideológico o idiosincrásico como una mentalidad que determina los juicios de valor, los juicios estéticos, los morales, las reglas de urbanidad, los sistemas de parentesco. Asimismo, se buscan los parámetros que fungen de coordenadas para organizar toda experiencia a saber: esto está sabroso y esto no, aquello es bonito y eso otro feo, lo permitido y lo prohibido, lo que requiere de una sanción y, por supuesto, lo que no la requiere.
De tal forma, observamos que hay diferentes formas que subrayan, dan magnitudes y relieves distintos a las representaciones del mundo y a cómo se vive en él. Lo anterior es esencial para el investigador pues le permite una aproximación a lo estructural, con miras a vislumbrar el espíritu humano. No se trata de indagar más allá de la cultura, sino de hallar sus mecanismos constituyentes y los que la gobiernan, siguiendo la forma que se da cuenta, de alguna manera, del fondo a partir de regularidades, diferencias, constantes, variables,…“no hay forma sin fondo, ni fondo sin forma”.
Al realizar un análisis de las similitudes esenciales a la condición humana, por lo tanto, habremos de dirigirnos a las estructuras lingüísticas, para encontrar que éstas son las que norman y constituyen el núcleo duro de los fenómenos del habla. Es en la diferencia entre lenguaje y habla que podemos hallar, propiamente, las diferencias entre lo psíquico y lo mental. Lo primero, el lenguaje y lo psíquico, es aquello inconsciente y estructural, comprendido por una metodología de corte sincrónico, que nos permita destacar los sistemas, sus mecanismos, y sus posibilidades lógicas; así, lo psíquico y el lenguaje, no serán una investigación que siga un rastro en la historia, en la medida en que se trata de lo constante, no de lo azaroso. Lo segundo, el habla y la mente, apelan directamente a los planos de la cultura que cambia de una época a la otra.
Al considerar las diferencias culturales que dan lugar al habla, será posible pensar en la imposibilidad de traducción entre los diferentes idiomas, dado que cada palabra en cada idioma expresa en la relación con lo significantes y en tanto su propia historia un estado distinto. No obstante, será imperativo realizar un análisis más cuidadoso de la dimensión simbólica del lenguaje, de aquello que lo caracteriza como tal, en las tensiones subyacentes al mismo, para poder entender lo que se encuentra subsumido en cada palabra y así, comprender el significado tras la traducción de un texto. Tal análisis, lo liga con la labor psicoanálitica, ya que deberá ser realizado por medio de entender el Significante, tal y como lo propone Lacan
La partícula elemental en el campo del habla y del lenguaje es el Significante, que se sitúa determinando a las palabras, es su condición de ser y posibilidad de despliegue en las actividades concretas del habla. Una palabra en sí misma carece de importancia, en cambio, adquiere su lugar en relación con otras. En tanto palabras, esos vínculos se establecen por las leyes del sentido (en el habla). En la clínica psicoanalítica de la asociación libre la relación de los Significantes se da por los afectos que los articulan entre sí.
Al papel prístino del Significante Lacan lo llamó: Significante-nombre-del-Padre, no porque sea un Significante particular, sino por su peso e importancia con el resto, que le permite organizar la serie. La aparición de este Significante separa al infant de la madre. Con tal de que aparezca esta operación de corte llamada por Lacan: función paterna, que introduce o inscribe el Significante-nombre-del padre como una forma de advenir en el complejo mundo simbólico; y que tiene como efecto la desnaturalización de la criatura. Freud llama pulsión, a eso que como fuerza permanece como empuje, pero que ahora es gobernada por lo simbólico; que conduce a la criatura a ceder los tiránicos comandos de lo instintos que la gobernaban como el arco reflejo muestra; inclinaciones que la determinaban y la sometían a una causalidad no muy diferente a la del resto de los animales.
A esa estructura inicial, que será la materia prima para que surja un niño o una niña, Lacan la llama el Sujeto, ya que se encuentra sujeto al lenguaje, sujetado a la trama simbólica, efecto de ese corte con la unicidad que mantenía con la madre. Gracias a la intervención de la función paterna, que no opera sino por las condiciones de posibilidad ofrecidas por la madre como un deseo más allá de su propio hijo, ese deseo otro, es lo que en realidad permite el acceso a la función paterna. De otra manera, una madre del todo satisfecha con su vástago, le ofrecería a éste “ser” una simple prótesis de ella sin ninguna otra posibilidad. Tras esa falta se realiza otro proceso de desnaturalización ahora en el plano de la necesidad, transformándose en deseo.
Queda entonces en el Sujeto una marca de la discontinuidad con el orden de la naturaleza, que operará como un Significante primero, denominado por Lacan S1; condición necesaria para que existan otros idénticos en tanto estructura, clones, que generarán la serie. Por tanto, S1 es un Significante que muestra tres posibilidades de advenir en el lenguaje desde un posicionamiento subjetivo, de ese Significante-nombre-del-padre, en relación con el conjunto de los Significantes que nos lleva a Ser: psicótico, neurótico o perverso. Ser por y en el lenguaje, tres estructuras que se sumergen en un determinado ambiente cultural. Conque, para Lacan, el lenguaje contendría cualquier tipo de respuesta a cualquier pregunta de corte ontológico. El ser entonces está del todo capturado por el lenguaje, no hay un ser más allá del lenguaje ni más acá. Como tampoco existe ninguna clase de proto-lenguaje, ni un lenguaje inconsciente, ni un lenguaje arcaico, ni un lenguaje del lenguaje. El S1 comandará las posibilidades de ser, en tanto pura y efímera existencia.
El sujeto barrado es lo que representa un significante frente a otro significante.
El lenguaje, como estructura esencial, es la condición humana. Pero decíamos que el Significante, en tanto estructura que se replica y forma al lenguaje, es además para el psicoanalista francés Jacques Lacan: “[…] todo verdadero significante es, en tanto tal, un significante que no significa nada […] gracias a lo cual es capaz de dar en cualquier momento significaciones diversas”[2]. El Significante es neutro, una unidad de diferencia que por lo mismo puede contener distintos significados, y representar de igual manera distintas imágenes acústicas, o palabras. En tanto el orden significante vértebra un complejo sistema de relaciones con otros Significantes, por lo que cada uno tendrá un peso diferencial a partir del orden que se establezca entre los mismos.
“Todos sabemos que si el cero aparece en el denominador, el valor de la fracción ya no tiene sentido, pero toma convencionalmente lo que los matemáticos llaman un valor infinito. En cierta manera, ese es uno de los tiempos de la constitución del sujeto. En tanto que el significante primordial es puro sinsentido, se convierte en portador de la infinitización del valor del sujeto, no abierto a todos los sentidos, sino aboliéndolos todos, lo que es diferente. Eso explica que no haya podido manejar la relación de alienación sin hacer intervenir la palabra libertad. Lo que funda, en el sentido y sinsentido radical del sujeto, la función de la libertad es, propiamente, este significante que mata todos los sentidos”[3]
Se trata de la unidad de la diferencia en su forma más pura. Lacan entiende que la estructura se conforma por las relaciones entre los elementos, por esto, no hay palabras independientes unas de otras; todas guardan un vínculo, son el efecto unas de las otras. No es que el ser humano adquiera una palabra tras otra, y, poco a poco, vaya aprendiendo el lenguaje, sino que el Sujeto es efecto de ese lenguaje. El lenguaje como estructura tiene ciertos planos de independencia con respecto al habla, pero la determina y está presente únicamente en el habla, no podemos dar cuenta del lenguaje sino por el habla.
Por ejemplo, el orden Significante constituido por la diferencia en su forma más pura crea la posibilidad para que surjan y se anuden los pares de opuestos, dos palabras y un Significante: presencia/ausencia, bueno/malo, arriba/abajo, claro/oscuro, placer/displacer, masculino/femenino, vida/muerte, uno/otro, etc. Cada polo aparece como palabra independiente de su opuesto, no se muestran de modo consciente las relaciones de interdependencia, vínculos que parasitan a una palabra con otra, incluso con la opuesta. De tal suerte que, no pueden existir de manera aislada. A saber, si desaparece lo bueno, lo malo pierde cualquier significado y desaparecería también. Una requiere de la otra para existir; es necesario el otro para la presencia del uno. Sistema de relaciones entre dos palabras que conforman un Significante. Debemos enfatizar entonces que el Significante será lo que estudia la lingüística estructural y el psicoanálisis, mientras que la psicología y la sociolingüística se ocupan sólo de las palabras sin tener en cuenta la dimensión del lenguaje. Aunque, hay que decir, se trata de algo lo suficientemente complejo como para que continuemos abundando en las características y diferencias del habla y del lenguaje.
Esta dinámica se repite, la parte necesaria que activa a la contingente. El Significante como efecto de una relación conflictiva entre la antinomias, que buscan anular el uno al otro; lo bueno pretende aniquilar a lo malo, y lo malo a lo bueno, pues ambos amenazan su permanencia. Lo Uno se mantiene en un vínculo tenso y beligerante con lo Otro. Resulta paradójico en esta tensión conflictiva que, si lograra triunfar uno de los dos polos del binario, como mencionábamos, en consecuencia desaparecería el vencedor. Se trata de una muestra de la más clara expresión de la dialéctica heraclitiana, que gobierna la relación necesariamente combativa entre contrarios, para que exista la dinámica. El Significante lacaniano es, por tanto, conflictivo y espinoso como el psiquismo. Recordemos que Freud decía que el psiquismo está constituido y caracterizado por el conflicto, pues mantiene una imposible aunque necesaria relación entre opuestos: incluso de carácter pulsional: Eros Vers. tanatos, tensión desde la cual surgen las palabras, como un intento fallido de detener el conflicto, de encubrir esta complejidad beligerante.
La teoría lacaniana del lenguaje cabalga entre dos caballos, el de la lingüística y el de la semiología, esta última entendida como la disciplina que estudia los distintos sistemas de signos, que se transforman en lenguas, códigos, señalizaciones, y concebida por Ferdinand de Saussure “como la ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social”, proponiendo que la semiología sea el continente de todos los estudios derivados del análisis de los signos en un contexto cultural.
Pero la tensión positiva-negativa, que funda al Significante, tiene mayores repercusiones que debemos continuar explorando. El lenguaje y la muerte es una publicación que resume un curso dictado por Giorgio Agamben, en el cual explora el concepto heideggeriano de Dasein en un primer momento siguiendo a Lévi-Strauss, a fin de mostrar las diferencias entre el plano de la existencia de lo animal, lo espontáneamente proporcionado por la naturaleza y lo humano, y en un segundo momento expone como el meditatio mortis es una condición necesaria para la existencia. La muerte aparece en un plano de certeza, imposible que no ocurra, pero con un agregado: la incertidumbre de cuándo y cómo será. La cultura nos lleva a huir de esas preguntas, lo que en términos de Agamben conduce, simplemente, a banalizar la propia existencia. Es con solo olvidar nuestra condición mortal, que huimos de la vida. Gracias a la presencia de la muerte y de nuestra condición mortal que le damos dignidad a la vida.
“El Dasein es, en su estructura misma, un ser-para-el fin, es decir, para la muerte, y como tal, está siempre ya en relación con ésta. […] La muerte, así concebida no es, obviamente, la del animal, es decir que no es simplemente un hecho biológico. El animal, el sólo-viviente, no muere, sino que cesa de vivir”[4]
Agamben muestra la relación entre la conciencia de la muerte en el plano de la existencia y el mismo lenguaje expresado como negatividad. Para que alguien se transforme en un viviente debe tener conciencia del plano de su mortalidad, que le permitirá dar algún significado a su propia vida, para hacerle un lugar al plano de la responsabilidad subjetiva de su propia existencia. Esta conciencia implica, por fuerza, asumir la culpa de lo hecho, de lo que no ha sucedido, de las fantasías e ideales y de su propia existencia… “La idea fundamental existencial del culpable, la determinamos así: ser-fundamento para un ser que se ha determinado a través de un No, es decir ser fundamento de una negatividad”[5]
Pero veamos la importancia de ese No. La planteo en mi libro Oscura claridad, en el ensayo La pasión. “Para el psicoanálisis es esencial conocer las teorías que intentan dar cuenta de cómo se constituye la subjetividad, cómo posicionarnos frente al vértigo que suscita el vacío. A partir de esta problemática, Freud proponía como luego lo hizo Lacan deslizar el argumento ontológico, que atiende al “ser”, para dirigirlo hacia el territorio de la existencia. En este sentido, recordemos la propuesta cartesiana en la que se puede dudar de todo excepto de que el “yo” existe, se requiere de una certeza que funja como punto firme para posibilitar la pregunta sobre todo lo demás. En efecto, en Freud y Lacan, este punto de amarre, no se juega del lado ontológico del yo, sino como algo que linda a salir con la otredad, generando una mismidad, una afirmación prístina”.
“ […] Para designar esta afirmación primordial, Lacan emplea la misma palabra alemana utilizada por Freud: Bejahung (afirmación). Mientras que la negación tiene que ver con lo que Freud llamaba “juicio de existencia”, la Bejahung denota algo más fundamental, a saber. El acto primordial de la simbolización en sí, la inclusión de algo en el universo simbólico. Sólo después de que una cosa ha sido simbolizada (en el nivel de la Bejahung) se le puede atribuir o no el valor de existencia.[6]
Esta afirmación es la piedra angular sobre la que se levantarán futuras identificaciones, por lo cual, la Bejahung tiene que ser consecuencia de un acto psíquico anterior. Es la inscripción de una diferencia en cuanto desnaturaliza al sistema original. En términos derridadianos, la Bejahung es la diferancia entendida como una operación, la cual genera una diferencia y simultáneamente difiere una acción (un topos y un cronos). La diferancia es mucho más que un efecto de la oposición de significantes; es el corazón mismo del Significante, la posible relación entre los binarios polares: placer-displacer, presencia-ausencia (fort-da), No., 0-1(menos, más)… La diferancia es una relación, una articulación, un gozne que permite el juego dialéctico de contrarios en el interior mismo del significante. Según este punto de vista, la subjetividad es un efecto, una delimitación, una diferenciación y un corte. Este corte constituirá una suerte de determinación dentro del conjunto de significantes que luego entran en juego. La diferancia se convierte en los fundamentos mismos de la estructura psíquica y del Significante.
Revisemos con mayor detenimiento la operación realizada por la aparición del No, de esa negación a la continuidad, a la mismidad. Esta negación es la condición necesaria para que la Bejahung se constituya como una paradoja: ya que se trata de una afirmación prístina de la operación de un no; el efecto de una negación que crea una afirmación negativizada, además de establecer como fondo del lenguaje, la función negativizadora del mismo.
Este No crea entonces la posibilidad a posteriori del , ahora transformado en una afirmación propiamente dicha, y no sólo como un efecto o expresión de la asertividad que, como continuidad, le precedía de modo lógico. Por tanto, se trata de la prohibición, el corte, el No, en realidad, es el que funda a su opuesto. Desprendemos que este No surge de un acto, el cual muestra que su aparición espontánea, gradual o natural es imposible. Antes bien, un suceso que pone, sobre todo, un límite. Ese No se encuentra revestido y cargado, ese No es un No al orden anterior, un No a la animalidad, un No al incesto, en términos lacanianos, diríamos un No al goce. Es un No que inscribe una temporalidad lógica y cronológica, la cual se abre con la condición del a posteriori, que le da sentido tras lo consecuente con lo que le antecedió.
En algunos autores, existe la noción de orden y de simetría entre los opuestos que constituyen al Significante, pero, es una fantasía, no es verdad que cada uno de los polos tiene el mismo peso e importancia en el aparato psíquico y del lenguaje. Siempre uno entre los pares tiene un peso mayor y, además, es condición necesaria para el surgimiento del segundo, cuya estructuración crea el lenguaje. Por esto, el lenguaje y la subjetividad se mantienen, como decíamos, en perpetua tensión y conflicto, pero pesa más el No y la negatividad, llamada así por Agamben en relación con la idea de que el hablante se encuentra vivo, a partir de su conciencia del significado de su muerte; por ello, está muerte, este No, se constituye en el primer polo que se carga, creando un efecto que lo lleva a crear el Si ,y a crear la relación de dialéctica tensa con su contraparte.
Simplemente, pensemos que existe un orden afirmativo que sostiene al niño cuando nace, todo cuanto obtiene se encuentra a su alcance, no hay un más allá; él propiamente no existe como diferente del pecho y del conjunto de asistencias realizadas por la madre para mantenerlo con vida. Luego, se realizará una operación psíquica de naturaleza simbólica que constituirá la posibilidad para que el niño advenga al mundo, eso que hemos llamado el acto psíquico. Primero, con un arquitectural placer/displacer, presencia/ausencia, planos sobre los que se construya el Significante, el lenguaje y el psiquismo, causado únicamente por ese No, que fungirá como el esencial corte, y será a posteriori, cuando ese orden afirmativo sostenido por el deseo de la madre, se transformará en un . Se trata de un No que impide a madre e hijo con/fundirse, fusionarse de nuevo. El No es lo que queda de la función del corte en la unidad madrehijo; madre/hijo, madre e hijo para que tras la separación y como condición de la misma pueda la criatura hacerse humana. Éste será un No, un No estaré siempre contigo, un No a las demandas de la criatura, un No a la ubicuidad materna. Pero, en cualquier caso se trata de un No, que limita y delimita. Lo relevante aquí es que el orden de los factores si altera el producto, frente a la imposibilidad de un previo al No, antes bien, existía míticamente un cierto estado de afirmación, pero que no representa un propiamente dicho. En definitiva, en orden lógico es necesario primero el No para que exista el , y del No como afirmación del ser como Bejahung.
El No y la negatividad tienen un peso mayor al Si. Pero mantienen una relación en la que el No pierde en tanto operación psíquica su condición explícita, aunque siga comandando al Significante. Y puede aparecer como una afirmación, como lo mostraba Freud cuando explicaba el mecanismo que llamó la desmentida “No vaya usted doctor a pensar que la mujer con la que soñé era mi madre”, ese No se transformaría en un Sí; o bien, como lo muestra Lacan, que no siempre una doble negación es una afirmación. Este peso que tiene el No en el Significante y en el lenguaje se proyecta sobre el conjunto de lo Significantes y, por tanto, en las palabras que clasifican y ordenan lo simbólico. Las relaciones humanas y las que tenemos con el mundo, cuya ilusión nos crea un mundo independiente, pero gobernado por las leyes que son del todo efecto de esta construcción del Significante y del lenguaje proyectado sobre lo simbólico. En este orden clasificatorio, quizá el primer Significante se establece a partir de una pura diferencia NoSí; 0-1 (menos, más).
El lenguaje como sistema conlleva, por fuerza, a establecer criterios de clasificación que, a su vez, al interior implican relaciones de orden, de jerarquía, de correspondencia y de lugar con el resto de los Significantes. Pero también en tanto palabra implica la represión e intento de detención de uno de los polos, por ejemplo, se encuentra marcado o investido por la positivización tanto como aquél polo que expresa la negatividad. Pero, las palabras que representan a los polos negativos de los Significantes mantienen cierto grado de alianza entre ellas y de relación preferencial, sobre todo, observable al encontrar en la cultura los vasos comunicantes: No, noche, oscuro, femenino, enfermedad, locura, muerte, etc., mantienen como en las ecuaciones simbólicas algunas relaciones, podríamos decir, con cierto grado de equivalencia simbólica. Estamos comprendiendo la netativización como una función que del lado del No organiza no únicamente el lenguaje sino además el psiquismo, de cierta manera como lo propone Agamben.
Hay pues un orden en el que se sitúa y afirma el hablante, según lo estructure el lenguaje desde los sistemas de clasificación que, además, le transfiere para crear el mundo fantástico de su imaginería, aunque también aquel campo llamado empírico que dirige los sentidos. Como, por ejemplo, para ver diferentes clases de blancos entre los esquimales; a considerar tres clases de almas entre los tzotziles, a distinguir entre ser y estar si se habla español, que desaparece en el inglés pues ambas estarían traducidas por el verbo to be.
Lo que permite al lenguaje constituir al Sujeto y proyectarse sobre el mundo, maquinándole un supuesto orden establecido por el mismo lenguaje, en términos de las clasificaciones que se realizan en el habla y en las diferentes relaciones posibles entre habla y lenguaje: jerarquías, afinidades, enfrentamientos, contradicciones, subordinaciones, etc. Los Significantes tienen distintos pesos en sus relaciones entre sí, lo mismo que las palabras.
Por esto, cada uno de los polos del Significante, se compone en uno de los binarios de otro Significante, y éste a su vez de otro, creando un tejido que llamamos cadena significante. Un Significante refiere siempre a otro Significante (S), el significado (s) y el Sujeto serán entonces un efecto de la dinámica que caracteriza al lenguaje. Lacan subraya que el Sujeto no es el supremo arquitecto del leguaje, sino que el problema debe plantearse al revés, es decir, que el Sujeto es un producto del lenguaje no su productor.
Siguiendo el camino de esta exposición, por ejemplo, las diferencias y No, presencia/ausencia, yo/otro, el género masculino/femenino, son estructuralmente bases o cimientos, por tanto, determinantes y con mayor peso e influencia sobre el resto de los significantes, por esto, aparecen en palabras como: la luna se diferencia de el sol, además, de lo evidente por el género, la para luna y el para sol, como si luna fuera femenina o algo del orden femenino y la es lo que la signara, y sol es masculino. The moon no refleja esta relación que se establece en el sistema de clasificación en el idioma con el género, únicamente alude al objeto nominado para quedar sólo en el plano de la palabra, su dimensión de Significante palpitante se pierde en el orden inconsciente. Todos los sistemas simbólicos se establecen luego de esta función negativizadora, lo negativo constituye y afirma tanto lo negativo como lo positivo, pero busca inscribirse con claridad, diferenciado. Las leyes se establecen sobre lo que no debe hacerse, no tocan lo que debe hacerse o lo que es correcto. Pero, podemos concluir que en español la diferencia masculino/femenino tiene mayor fuerza que la de animado/inanimado, pues domina sobre éstos, mientras que en inglés la última adquiere un mayor peso.
Estas características como el género tienen efecto en tanto relacionamos unas palabras con otras y, por consiguiente, tras ellas hacemos jugar los vínculos entre Significantes. Se crea eso que llamamos sentido común, lógica comunitaria, y por ende, de esta lógica se desprende lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo que nos puede resultar obvio de lo que no. Cada palabra se relaciona con otra en un tejido profundamente complejo que enlaza palabras, articulaciones o sintaxis arcaicas, pertenecientes al nacimiento mismo de un idioma y aún anteriores, así como un léxico del todo novedoso. Los idiomas son seres complejos y vivos en los cuales habitamos, somos de alguna manera parásitos de los idiomas y de los dialectos. Si perdemos esta condición parasitaria nos transformaríamos en monos desnudos y lampiños, sólo en eso.
En definitiva, señalemos un problema esencial de la tarea de traducir un pasaje de una lengua a otra, lo que la gente dice, lo que es o lo que va siendo, etc. Podemos traducir una palabra, pero únicamente su dimensión imaginaria, aquella que muestra una parte del binario del significante. En cambio, su tensión esencial, sus fuerzas y contra fuerzas, es decir, lo estructural no puede pasar de una lengua a la otra, pues pertenece a un orden imposible de ser traducido.
Bibliografía.
Agamben, Giorgio, El lenguaje y la muerte, España, Editorial Pretextos 2002.
Evans, Dylan, Diccionario de psicoanálisis Lacaniano, Argentina, Editorial Paidós 1997.
Lacan, Jacques, Seminario 3, las Psicosis, Clase 14, Argentina, Ediciones Paidós 1985.
Lacan, Jaques, Seminario 11, los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. de 1964 inédito
[1] Antropólogo y psicoanalista Profesor de la Escuela Libre de Psicología.
[2] Jacques Lacan, Seminario 3, las Psicosis, Clase 14, Argentina, Ediciones Paidós 1985. p.271.
[3] Seminario 11, los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, clase 19 de la interpretación a la transferencia, 17 de junio de 1964
[4] Giorgio Agamben, El lenguaje y la muerte, España, Editorial Pretextos 2002- p. 13
[5] Giorgio Agamben, El lenguaje y la muerte, España, Editorial Pretextos 2002- p. 14
[6] Evans Dylan, Diccionario de psicoanálisis Lacaniano. Argentina, Editorial Paidós 1997. P. 44