Filosofía y compromiso político: Heidegger

 Irma Alicia García Contreras

Filosofía  y compromiso político: Heidegger.

A lo largo de la novela humana y a través del desarrollo del pensamiento, hemos observado gestos como el de Sócrates que nos dicen que un filósofo puede renunciar a su bienestar e incluso a la vida, cuando se trata de sostener frente a la polis el corpus de su pensamiento.

El acto de este maestro, fuera de la tragedia y el pesar, resultó irónico y hasta gracioso, no trágico y dramático al estilo de Sófocles. En la Apología, encontramos que a punto de beber la cicuta le dice a su alumno, el filósofo Critón, que no se olvide de pagar la deuda que tiene contraída con Esculapio y sacrifique a él un gallo.

Este guiño con las generaciones siguientes, fue durante mucho tiempo un misterio y, en cierto modo, permanece aún sin develar completamente, diciéndonos que el pensamiento de un hombre no es completamente transmisible y que siempre habrá un resto indescifrable. Una de las posibles interpretaciones a las que alude Dumézil [1] es que esa ofrenda estaría dada para el Dios de la Salud, por librarlo de todos los males que la vida representa. No es la única interpretación posible, pero aún quedándonos en ésa, significaría un desprecio hacia lo que puede calificarse la ética de los amos. No es la única muestra de valentía y arrojo de un filósofo en la historia. Giordano Bruno, llegó a la hoguera antes de abominar de sus ideas ante la Inquisición que lo calificó de: “hereje impenitente, contumaz y obstinado”[2].

Ettienne de La Boétie escribe cuando sólo tiene dieciocho años El discurso contra el Uno o de la servidumbre voluntaria  (1548) que le valdrá la admiración de Montaigne. Spinoza educado en el judaísmo, y familiarizado con la Biblia y el Talmud, muerto su padre, y partiendo de la filosofía  cartesiana construye en su Ética un sistema que llega a replantear las relaciones entre Dios y el hombre, teniendo como resultado en 1656 su expulsión de la Sinagoga, atribuyéndole “acciones monstruosas” y “herejías abominables”[3].

El siglo XIX está lleno de voces de disidencia que harían pensar que el espíritu filosófico y el cuestionamiento del poder son dos nociones íntimamente relacionadas. Dostoyevski, que fue considerado filósofo por Nietzsche y al que reconoció como un “hermano de sangre”[4]. El mismo Nietzsche  que se levanta contra la moral de su época que se ofrece como universal y de valores incuestionables. Freud, que reconoce a Nietzsche  como una voz gemela y se niega a reconocer su influencia, intentando no leerlo demasiado, pero que comparte con él, su cuestionamiento a las cosmovisiones y a la moral como producto de una evolución cultural.

Y en el siglo XX, otras frecuencias no tan conocidas como la de Sestov que afirmaba que: “el día que los filósofos obtengan el privilegio de confesar abiertamente que su tarea no consiste en modo alguno en resolver los problemas, sino en hacer que la vida parezca lo menos natural y lo más enigmática posible”[5].  Carlo Michestaedter, Rensi, Benjamín, y Rudolph Otto, Leo Strauss autor de los libros: Persecución y el arte de escribir (1941)y Sobre la tiranía (1948), y desde luego Canneti o Kojéve. Todos estos ejemplos, son muestra del imperio de la dignidad en contra de la razón y la conveniencia, la perseverancia del sueño sobre una realidad. En cada uno de ellos, a pesar de sus diferencias, encontramos el gesto de Antígona frente a Creonte.

Es por ello que Martin Heidegger nos desconcierta tanto, al punto que se nos hace difícil reconocer al autor en su obra y cada vez que leemos alguno de sus trabajos, se nos hace extraña por bella y trascendente, imposible de haber nacido de la mano de quien tomó la fusta para dirigir la Universidad de Friburgo en abril de 1933 –  tras el ascenso al poder en enero de Hitler –, y cerrar el picaporte de la puerta a su maestro Husserl.

Podría pensarse, tratando de justificarlo, que Heidegger vivió en una época y en esa época ocurrió el fenómeno histórico del nacionalsocialismo además de una guerra mundial, y acusarlo de que por un momento participó y tomó partido es una acusación estéril porque si hubiese ganado el bando contrario, se hubiese realizado una depuración semejante entre los perdedores aliados. Somos producto de un zeitgeist que nos impone una circunstancia y acusar a un hombre de pertenecer a una ideología dominante en la nación en la que vive y que perdió una guerra, quizá sea una exageración. Es probable que él no haya participado ni en el ejército ni en el gobierno que tomaba decisiones, ni en los campos de concentración, ni en acto reprobable alguno desde el punto de vista de cualquier sistema judicial. Se dice a veces, que todo el pueblo alemán fue culpable. ¿Culpable?, ¿desde qué punto de vista?, ¿desde que clase de justicia?, ¿los norteamericanos y su Guantánamo son acaso más humanos que los nazis?, ¿hay acaso principios absolutos y universales de justicia, imperativos categóricos del deber, como lo deseaba Kant?. Incluso, se podría afirmar que sus declaraciones, informes de rectorado u opiniones de un momento circunstancial como hombre no definen al hombre en la totalidad ni en lo esencial, ni a su obra.

Podría también irse más lejos, decirse que entre su obra y su persona hay una separación, que debe asumirse sin más. El inconveniente es que su filosofía  no permite una disociación entre el autor y su obra[6]. Y que suponer esa separación lo hace ver cómo traidor a su propio discurso.

El libro de Farías[7] harto conocido, que deriva tristemente en un ataque a su filosofía[8] y las investigaciones más actuales son realmente apabullantes. Revelan un compromiso total del filósofo con el sistema y un intento de vender a éste su pensamiento como tronco ideológico. En un documental de la BBC[9] se muestra de puño y letra de Heidegger, archivos de denuncia a sus compañeros profesores por atentar contra la ideología del III Reich, entrevistas a sus familiares, entre las que destaca un sobrino que cuenta cómo su querido tío, al final de la guerra y estando por entrar los Aliados en Alemania, con las lágrimas sobre los ojos se puso sobre su chaqueta la insignia del águila nazi.

Por estas razones, algunos filósofos –  sin más – eligieron no tomar contacto con su obra[10]. Jaspers al ser consultado sobre la situación de este hombre, escogió decir que se trataba de uno de los más grandes filósofos de su tiempo, pero que no se le debía permitir dar clases, aunque después, se arrepienta e intervenga para que le sea restituida su enseñanza en la universidad.

La filosofía heideggeriana tiene entre sus méritos haber trascendido del intelectualismo clásico y la tradicional distinción entre sujeto y objeto. Ha vislumbrado también que la comprensión  del Ser no es una actitud teórica sino que es la existencia misma e implica un compromiso, un uso, encontrarse en un estado de ánimo, ser —  ahí.

Félix Duque[11] ha hecho notar como al joven Heidegger le han reverberado desde el principio las palabras de la metafísica tradicional, sólo por mencionar algunos: el ser (Aristóteles); el lógos (Duns Scoto, Hegel), el tiempo (Kant), y la consideración histórica, interpretativa de los textos (Dilthey). La pregunta por el ser es lo que es específico de su filosofía.

La cuestión del estilo en Heidegger no es de poca importancia, la búsqueda en los orígenes de la filosofía y su cuna griega hace que su lenguaje se aleje del cotidiano, nuevos términos son agregados al lenguaje filosófico con el objeto de dar cuenta de una nueva filosofía sobre el Ser que excluya las derivaciones metafísicas. La obra más conocida de Heidegger y que caracteriza su filosofía es “El ser y el tiempo”[12]. Ésta comienza con el planteamiento de la pregunta por el ser, como pregunta fundamental de la filosofía, cuestión  que en la historia de la filosofía ha sido relegada como producto de una deriva al olvido del Ser. Es ésta una pregunta fundamental pues toda consideración de la realidad, de lo que es, exige una previa consideración de cuál es el sentido del ser mismo.

De allí que la  pregunta sobre el ser debería ser fundacional de todo pensamiento filosófico, en tanto que estos pretenden llevar a cabo un análisis de la realidad.

Heidegger mostrará cómo en el mismo comienzo griego de la filosofía esta pregunta está presente. El filósofo alemán, piensa que el olvido del ser[13], no es trivial. Es un producto del hecho de que la tradición ha considerado respondida la cuestión por quienes dieron comienzo a la filosofía. Lo que ocurre es que un análisis de esas respuestas pone de manifiesto no sólo su indeterminación, vaguedad y carga de prejuicios, sino también que se ha perdido el sentido mismo de la pregunta, es esto lo que caracteriza — según Heidegger—  al pensamiento metafísico. La pregunta sobre el Ser conduce a una única dirección que es la de plantearse el Ser-ahí en el mundo, de acuerdo a una cierta temporalidad.

En: ¿Qué es metafísica?[14], el autor hace un examen exhaustivo de ciertas  posiciones metafísicas de la ciencia y la filosofía que se ocupan del ser en términos que suponen un conocimiento último de su esencia. Leemos:

(…) en todas las ciencias, siguiendo su propósito más auténtico, nos las habernos con «el ente mismo». Mirada desde las ciencias, ningún dominio goza de preeminencia sobre otro, ni la Naturaleza sobre la Historia. ni ésta sobre aquélla. Ninguna de las maneras de tratar los objetos supera a las demás. El conocimiento matemático no es más riguroso que el histórico-filológico; posee, tan sólo, el carácter de «exactitud», que no es equivalente al de rigor. Exigir exactitud de la Historia sería contravenir a la idea del rigor específico de las ciencias del espíritu. La referencia al mundoque impera en todas las ciencias, en cuanto tales, las hace buscar el ente mismo para hacer objeto de escudriñamiento y de fundamentación, en cada caso, el «qué» de las cosas y su modo de ser. En las ciencias se lleva a cabo -en idea- un acercamiento a lo esencial de toda cosa.

La cuestión fundamental, es que el desarrollo de la pregunta por el ser no lleva jamás a una respuesta definitiva, quedando de esta manera cualquier aproximación valorada sencillamente como una visión situada. Distintos puntos de partida llevan asimismo distintos modos de desarrollo de la respuesta y todos son posibles pero al mismo tiempo parciales.

A este análisis de la ontología tradicional, revelador del progresivo olvido de la cuestión del ser, se lo denomina destrucción de la ontología, y muestra las limitaciones de toda ontología elaborada con un lenguaje en principio adecuado sólo a la caracterización de entes. Estas limitaciones le llevan a la elaboración de una diferenciación de nivel entre el ser y el ente, entre lo ontológico y lo óntico, diferencia fundamental a la que Heidegger dedica mucho trabajo, y que implica la necesidad de encontrar un lenguaje específicamente adecuado a la investigación del ser, que recibe ahora, para diferenciarla de la tradicional, el nombre de ontología fundamental.

De inicio hay que asumir que no hay respuesta evidente para la cuestión del ser. Por eso, la ontología fundamental consistirá, por lo pronto, en un replanteamiento de la misma pregunta. En El Ser y el Tiempo intentará llevarla a cabo, generando nociones específicas de una ontología nueva y radical. Puede verse en el mencionado cuestionamiento de los planteamientos ontológicos tradicionales, que Heidegger dirige el pensamiento filosófico hacia el preguntar mismo tratando de despertar la necesidad de esta pregunta, así como explicitar el modo en que ha de abordarse la cuestión.

El desarrollo parte de la noción de ser-ahí (Dasein). Este término designa a aquél que somos en cada caso nosotros, pero no al hombre entendido como un género o como un ente cualquiera al que le es ajeno su propio ser, sino como aquel ente al que precisamente le es esencial una comprensión de su ser, lo que hace de él, el ente que puede formular la pregunta por el ser en general. En definitiva, podemos decir que el ser-ahí se singulariza ónticamente por su mismo carácter ontológico. Esta especificidad del ser-ahí comporta, a su vez, una especificidad de análisis, que no se situará al nivel de la psicología o la antropología (que consideran al hombre como un ente más) sino que lo hará a un nivel filosófico, recibiendo el nombre de analítica existenciaria.

Heidegger adopta un punto de vista fenomenológico, que  parte del análisis de la facticidad de su objeto. Este objeto es el ser-ahí, y sus caracteres hallados en el análisis de su facticidad. Los existenciarios del ser se llamarán así, para distinguirlos de los productos del análisis del ser que hubieran resultado de un análisis tradicional. La angustia es el estado que sobreviene en ese darse cuenta de que la existencia del ser-ahí, cuyo rasgo fundamental es el de un arrojamiento al tener que ser, que no se sostiene en otra cosa que en ese tener que ser mismo. El ser ahí vive en el presente como ser tendido entre el pasado y el futuro, con conciencia de su finitud, su facticidad, su angustia y su ser para la muerte. Leemos:

La formal totalidad existenciaria del todo estructural ontológico del «ser ahí» tiene que resumirse, por ende, en la siguiente estructura: El ser del “ser ahí” quiere decir: “pre-ser-se-ya-en (el mundo) como ser-cabe (los entes que hacen frente dentro del mundo)”. Este ser es lo que constituye, en conclusión, el significado del término «cura», que se emplea en esta su acepción puramente ontológico-existenciaria. De ella queda excluida toda tendencia óntica u ónticamente entendida, como cuidado o incuria, etcétera[15].

Y más adelante, precisa que ese ser es un ser para la muerte:

La muerte es una posibilidad de ser que ha de tomar sobre sí en cada caso el «ser ahí» mismo. Con la muerte es inminente para el «ser ahí» él mismo en su «poder ser» más peculiar. En esta posibilidad le va al «ser ahí» su «ser en el mundo» absolutamente. Su muerte es la posibilidad del «ya no poder ser ahí». Cuando para el «ser ahí» es inminente él mismo como esta posibilidad de él, es referido plenamente a su «poder ser» más peculiar. Así inminente para sí mismo, son rotas en él todas las referencias a otro «ser ahí». Esta posibilidad más peculiar e «irreferente» es al par la extrema. En cuanto «poder ser» no puede el «ser ahí» rebasar la posibilidad de la muerte. La muerte es la posibilidad de la absoluta imposibilidad del «ser ahí». Así se desemboza la muerte como la posibilidad más peculiar, irreferente e irrebasable[16].

La época histórica que le tocó vivir a Heidegger fue particularmente difícil pues caracteriza la más negra que registra la historia de la humanidad. Se ha discutido en forma amplia y polémica su cooperación con el régimen nazi, y algunos de sus críticos más radicales llegan a reducir todo el contenido de su obra a una larga parábola colaboracionista sobre el camino de gloria del pueblo alemán en su viaje hacia una meta histórica predeterminada acorde a los ideales nazis.

La filosofía  de Nietzsche fue, asimilada por el régimen del III Reich como una metáfora del ascenso de la raza aria a través del superhombre. Su hermana, sabemos hoy, se encargó en ausencia del muerto de corregir incluso la letra del filósofo, para acercarla a las concepciones nihilistas, racistas y autocráticas del régimen nacionalsocialista que anteponían a la convivencia actitudes de intolerancia, discriminación y aniquilación de cualquier  oposición, amén de la política de exterminio que en la historia no sólo de los judíos sino de la humanidad entera lleva el nombre de SOHA, recordemos que Adorno incluso llegó a decir que no podría escribirse poesía después  del Holocausto, y Hanna Arendt, acuñó en término de la Banalidad del mal para describir la indolencia del pueblo alemán.

Nietzsche desde su tumba no pudo defenderse y su filosofía  fue descaradamente utilizada por el régimen asesino para justificar su política genocida. Con talante travieso podríamos imaginar el escenario que se hubiera producido si el anciano Nietzsche no hubiese sucumbido a la sífilis y a la locura. Quizá su demencia o su  fuego pasional lo inclinara a elogiar un régimen similar al nazismo con el mismo entusiasmo que adoró a Wagner y después lo odió, pero su filosofía y su temperamento hubiera llevado a chocar con el régimen tarde o temprano llevándole a terminar sus días en un campo de concentración. El lugar de Nietzsche siempre fue excéntrico a la vena común de la academia, al contrario de Heidegger quien gozó en un  momento dado de la simpatía del régimen, aunque haya declarado, una y otra vez, que se pensaba a sí mismo como marginal y que no había tenido otra opción en ese momento.

El discurso sobre “La autoafirmación de la Universidad alemana”[17] con el quetomó posesión del rectorado de la Universidad de Freiburgo (1933), no guarda ninguna ambigüedad y concientemente apoya al nacionalsocialismo  buscando llevar a la cima de la pirámide académica su filosofía. En un párrafo se pronuncia contra la libertad académica que declara expulsada de la Universidad por ser un gesto inauténtico. Y si esta frase no fuese concluyente, en el discurso de Tübingen del 30 de noviembre de 1933, habló de la Revolución nacional socialista como sintonizada completamente con el Dasein germano.

Se dice que enfrentó, pese a todo, al régimen resistiéndose a destituir a dos profesores “no arios” y rechazar la práctica de actividades antisemitas en la universidad. Los hechos no demuestran, por desgracia, ser concluyentes. Más bien, los documentos ahora emergidos suponen lo contrario, a pesar de que la entrevista[18] que él aceptó realizar para el Spiegel[19] intenta defenderse diciendo que no tuvo muchas alternativas y que cuando tuvo oportunidad se opuso a que se colgaran en la universidad carteles antijudíos. Los documentos demuestran que él miente y que su actitud es de una hipocresía que no casa nada bien con su pensamiento.

Pero, pese a sus deseos y los de su mujer, su filosofía no pudo sostenerse como puntal del régimen, simplemente porque no estaba construida para justificar una política determinada, sino en reflexión de problemas, que francamente no importaban a los burócratas nazis. También es probable que su nacional socialismo difiriera finalmente de las prácticas fascistas regulares, incluso porque sus ideales fuesen más estrictos.

Dimitió del cargo de rector al año siguiente, tras las presiones de los nazis. No obstante, no acaba con esto su compromiso político con el partido y los historiadores le atribuyen, por esta misma época, una cierta ambición de dominar el mundo intelectual universitario alemán. Parece haber sostenido durante mucho tiempo su fe en Hitler, y sólo hasta el final haberla perdido.

Estas infortunadas circunstancias marcarán toda su vida. La entrevista citada, concedida al Spiegel el 23 de septiembre de 1966 y destinada por su propio deseo a ser publicada después de su muerte, no lo exonera de su actuación política y llama la atención que no muestre ningún acto de constricción o arrepentimiento por sus actos sino que justifique su proceder como parte de una toma de decisiones necesaria, en función de una filosofía que no elude el compromiso con el estar-ahí.  Tal parecería, que su disposición de tomar el rectorado de la Universidad vendría de la idea de buscar el beneficio de la Universidad y que su decisión era también producto de la confusión de los tiempos. Pero, él no parecía estar confundido en absoluto en esos tiempos, y su misma afirmación en el “decisionismo” no parece hablar de una inclinación particular de éste hacia la confusión. Tamayo[20] afirma que Heidegger estaba fascinado por la revolución nacionalsocialista y encantaba a otros, tratando de imponer una serie de ordenanzas casi militares en la Universidad. Organizó un “Campamento de la ciencia” en Todtnauberg y no dejó de unir su filosofía con la ideología nacionalsocialista. Según Safranski[21], Heidegger quiso ser un “político de la filosofía” como lo fue Platón.

Su crisis emocional de la posguerra – el colapso de Heidegger, como le ha llamado Tamayo[22] –  de hecho, fue producto de enfrentar un tribunal universitario que le reclamó su participación en la Universidad desde la ideología nacionalsocialista. Luego de una primera entrevista con la comisión de depuración, Heidegger se dio cuenta de que la oposición más encontrada la presentaba Adolf Lampe, por lo cual le solicitó una entrevista personal. En dicha entrevista Heidegger le expuso las razones por las cuales se incorporó al nacionalsocialismo (según él, la pobreza y el desempleo en la República de Weimar, su creencia de que Hitler protegería a Alemania de una revolución comunista, etc.) y no reconoció culpa alguna. Eso indignó a Lampe ― quién había sufrido el autoritarismo de Heidegger cuando era Rector ― y emitió un dictamen negativo. De todas formas la comisión, no lo tomó en cuenta y emitió un veredicto “suave” que le condenó a perder el derecho de enseñar en las Universidades alemanas, asimismo se le redujo la pensión (desde 1946) y luego se le anuló (a partir de 1947). Aunque en el mismo mayo de 1947 se le renovó, quizá considerando la importancia filosófica de su obra, independientemente de su papel como miembro del partido nacional socialista al que nunca renunció.

Por otro lado, su relación con la brillante Hanna Arendt ― quien, Safranski[23] afirma leyó poco y cuando lo hizo fue con indignación y ofensa ― no está falta de actitudes de cobardía y de imprecisiones en el campo de la decisión, no muy acordes con el filósofo que habla una y otra vez de la verdad y de alethéia, como la vía de la verdad que se opone a la vía de la opinión o falso conocimiento. Su filosofía concibe la verdad como la unidad entre el ser y el pensar, pero  Heidegger sometía en un control sádico, a su alumna y amante judía imponiéndole el secreto de su relación en beneficio de su sola persona y de los intereses familiares de una mujer como Elfride, antijudía y nazista de corazón. La mujer de Heidegger, fue conocida como un alma despiadada, y una persona miserable, como lo demuestran los testimonios de algunos que la conocieron. Estos hechos nos presentan una imagen más bien pobre, miserable, de Heidegger que parece haber amado con pasión a Hanna, incluso suponiéndola como su musa, pero que prefirió la hipocresía de la comodidad burguesa a jugarse por el amor de su vida. Podría aducirse que éstos son hechos psicológicos, y no algo que tenga interés como demostración de la traición a su filosofía. Lo que no puede dejar de plantearse es si: ¿Acaso era imposible resistir a la ideología nazi y su represión? Hubo resistentes dentro de la Universidad, como el grupo de La Rosa Blanca.

Pero quizá, la obra de un hombre no debe ligarse necesariamente a su proceder. No es imposible separar los acontecimientos de la vida, y de la obra, en un creador científico o técnico. Alexis Carrel, por ejemplo, predicó de manera encarnizada acerca de lo divino, lo humano y lo espiritual; sobre la verdadera salvación de Francia, del hombre, la civilización y la cultura. Leer su obra filosófica y política, provocan una mezcla de extrañeza y estupor. Sin embargo, sus contribuciones a la fisiología y la cirugía son indudables, y en cierto sentido imperecederas, independientemente del personaje, sus aficiones y sus compromisos.

No podemos llegar a una conclusión definitiva sobre Heidegger y sus preferencias políticas. Puede condenársele como ciudadano pero no por ello reprobar todos sus pensamientos. Quizá su misma filosofía le trasciende como ser humano, y como personaje particular. Es posible que, sin necesariamente intentar el perdón cristiano,  convenga leer a Heidegger tomando en cuenta su fragilidad y miseria como hombre, él mismo dijo: Wer groß denkt, muß groß irren (Aquél que piensa grandes cosas, a menudo, comete también grandes errores).

 



[1]Dumézil. Nostradamus – Sócrates. FCE. México


[2]Cortés Morato y Martínez Riu. Diccionario de filosofía en CD – ROM. Barcelona. Herder. 1996.


[3]Ídem.


[4]Givone Sergio. Voz y disidencia. Ediciones Akal. Madrid 2001.


[5]Ídem.


[6]Heidegger Martin. El ser y el tiempo. FCE, México 1983. Heidegger en el ÷ 57, al resaltar la unidad Dasein – Cura, muestra que el autor y su obra son inseparables. P. 302.


[7]Farías, V. Heidegger y el Nazismo. Editorial Muchnik. Madrid 1987.


[8]Ídem. “La intención de mi trabajo es una, y compleja: poner de manifiesto el germen de inhumanidad discriminadora sin el cual la filosofía de M. Heidegger no es pensable como tal, pero sólo en la medida en que ésta denuncia incluya – al mismo tiempo – el intento de contribuir a poner a salvo lo humano agredido, precisamente por una de las así llamadas filosóficas del siglo”. (P. 14)


[9]Human, All too Human. (BBC, 1999). Narrada por Hayden Gwyne. Dir. Louise Wardle.


[10]Tamayo Luis. El colapso de Heidegger 1945 – 46. Revista Me cayó el veinte. Revista de l’école lacanienne de psychanalyse, No. 3. México, 2001.


[11]Duque Félix. Diccionario de Hermenéutica. Dirigido por A. Ortiz – Osés y P. Lanceros. Universidad de Deusto, Bilbao, 1998.


[12]Heidegger Martin. El ser y el tiempo. FCE. México 1974.


[13]Ídem.


[14]Heidegger Martin. Qué es metafísica y otros ensayos. Ed. Fausto. Buenos Aires, 1992.


[15]Heidegger Martin. El ser y el tiempo. FCE. México 1974, P. 213.


[16]Ídem. P. 273 y 274.


[17]Heidegger Martin. Escritos sobre la Universidad alemana. La autoafirmación de la Universidad alemana. Traducción y notas de Ramón Rodríguez, en Tecnos, Madrid, 1996.


[18]Entrevista a Martin Heidegger para el Spiegel 1996. Tecnos, Madrid, 1996.


[19]Ídem.


[20]Tamayo Luis. El colapso de Heidegger 1945 – 46. Revista Me cayó el veinte…


[21]Safranski, Rüdiger. Un maestro de Alemania, Martin Heidegger y su tiempo. Barcelona, Tusquets, 1997.


[22]Tamayo Luis. El colapso de Heidegger 1945 – 46. Revista Me cayó el veinte…


[23]Safranski, Rüdiger. Un maestro de Alemania, Martin Heidegger y su tiempo…