Lenguaje en los testimonios de guerra: entre la evocación poética y la sequedad

Andrés Velázquez Ortega

Para que la rueda de vueltas para que la vida sea vivida hacen falta las impurezas, y las impurezas de las impurezas; y pasa igual con el terreno, como es bien sabido, si se quiere que sea fértil. Hace falta la disensión, la diversidad, el grano de sal y de mostaza. Yo soy la impureza que hace reaccionar el zinc, soy el grano de sal y de mostaza.

El Sistema periódico. Primo Levi. Pág. 40

  En el transcurso de esta investigación una de las preguntas que constantemente hemos escuchado es: ¿Por qué y para que estudiar los testimonios de los sobrevivientes de los campos de concentración? ¿Por qué acercarnos a ellos en México y a casi 60 años de la finalización del conflicto bélico? Si bien estas preguntas se podrían hacer a todos los oficios y para cada una de las investigaciones en curso, en nuestro caso tienen un tono de: eso habría que archivarlo, revivir el sufrimiento es morbosidad que impide dar vuelta a la hoja, eso sucedió en otro continente y poco o nada tiene que ver con México. Pese a tal tonalidad considero que lo ocurrido en los campos de exterminio, a la mitad del siglo pasado, es un trazo central del paisaje contemporáneo, lo es porque aquellos acontecimientos presentan aún hoy, dificultades para ser representados, lo es también, aunque suene paradójico, por la multitud de formas (fotografías, novelas, poesía, cantos, testimonios) con las que se ha tratado de bordear esas dificultades de representación. Auschwitz le ocurrió al mundo, sus efectos se hacen evidentes en la clasificación contemporánea de la vida y la muerte humana, clasificación determinada por un signo que al mismo tiempo que identifica al sujeto, lo segrega.

Que esta actividad se celebre el último día de abril no deja de ser algo con sentido y con memoria, en abril se suicidaron Primo Levi (11 de abril de 1986) y Paul Celan (abril de 1970), los dos escritores y los dos tocados por la experiencia del campo de concentración. En cierto sentido ambos fueron afectados por el traslado de trenes, por el uso que a las vías ferroviarias se dio durante la denominada segunda guerra mundial, uso en el que Adolf Eichmann estuvo directamente implicado y que se relata en la película que hemos tenido oportunidad de ver. Segunda guerra mundial, predominio del nazismo y seis años que, como lo comenta Carl Amery, proyectan su sombra e incluso dan apertura al siglo XXI, es así porque si bien esa suma de sangre, culpa y víctimas sucedió en Europa e involucro, en sus distintas Zonas Grises,  a toda Europa, no por ello puede reducírsele a una experiencia europea, Auschwitz, vale la pena reiterarlo, le ocurrió al mundo no como una catástrofe natural o como algo sin vínculo con el devenir de la historia. Esto se muestra muy claro y está muy cercano a nuestros oficios (escritores, psicoanalistas, psicólogos) en la emergencia en distintos ámbitos de la pregunta: ¿Qué hacemos con la crueldad y con el horror? ¿Lo escribimos, lo representamos en los escenarios de lo psíquico, lo mitificamos como algo indecible e inenarrable, lo lanzamos al campo del silencio y pretendemos, con ello, inhalar nuestras propias cenizas?

Lo que inicialmente llamo mi atención no fue tanto la geopolítica, ni la estrategia bélica de la conflagración mundial, fue, más bien, el hecho mismo del campo, es decir, de un territorio cercado, de una arquitectura construida para llevar a cabo labores, trabajos, trabajos de eficiente producción pero también trabajo inútil. Circunscribir a los seres humanos a un espacio físico choca con la aparente libertad que los medios de transporte brindan: viajar, ir de un lado a otro, moverse. A esa contraposición en el uso del espacio se le agregaba un dato radical: pese al horror de lo allá vivido, de eso se escribía, incluso había una urgencia ineludible de la escritura y de la narración, cuarenta años después de finalizada la guerra, Primo Levi decía que de las experiencias vividas en Auschwitz se le habían quedado grabadas frases, grabadas como en una cinta magnética, una fijeza de las impresiones que le harían decir Por algún motivo que ignoro me ha pasado algo muy extraño, diría que algo semejante a una preparación inconsciente para testimoniar[1].

Más allá de que nunca he encontrado otra relación más directa entre Inconsciente y decir, entre inconsciente y narrar , vale la pena subrayar que tal resto urgente por decir y por narrar, que en Levi tomo la forma de escritura, no sucedió igual en todos los sujetos que vivieron la experiencia, Levi mismo subraya la casi inexistencia de escritos testimoniales hechos por los integrantes de las escuadras especiales que eran prisioneros a los que se había asignado todo el trabajo que los crematorios implicaban, ellos no suelen escribir; sin embargo en el centro mismo de esa experiencia, extrema dentro de lo extremo, se ha localizado escritura, hojas de papel enterradas en los alrededores de los crematorios de Auschwitz, ante lo cual solo cabe preguntarnos, ¿para que esa escritura?, ¿dirigida a quien?. Así pues, la urgencia por testimoniar corresponde a aquellos sujetos perplejos por la experiencia y por lo que el lenguaje podía decir o no decir de lo allí vivido, en 1946 Primo Levi escribió: Entonces por primera vez nos damos cuenta que nuestra lengua no tiene palabra para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante con intuición casi profética se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo[2].

La urgencia por testimoniar condujo a la escritura, la experiencia de los campos de concentración, experiencia de la que Agamben dice que representa la experiencia devastadora en que se hace que lo imposible se introduzca a fuerza en lo real[3], me lleva a preguntarme sobre tres cuestiones en torno al lenguaje, cuestiones presentes en los testimonios de Levi y en el film sobre Eichmann: la primera refiere a los efectos subjetivos de su resonancia, la segunda remite a sus límites y, por último, a lo que podríamos denominar su sequedad. Resonancia, límites y sequedad del lenguaje serán vistos en distintos momentos y en hombres que, en posiciones diametralmente distintas, vivieron la guerra y sus aparatos.

 En diferentes lugares de los testimonios de Levi se puede advertir la importancia que el lenguaje tuvo para él, importancia, si se puede decir así, con dos caras, con dos riberas, por un lado era eso que al resonar, que al volver a traer recuerdos le permitió atar un nudo entre el presente del campo y el pasado de su historia, de su historia de gustos y placeres; la otra cara del lenguaje esta hecha por sus límites, por su pobreza para representar lo que se vivía en el campo. Azorado y observando meticulosamente Levi se dejo, por lo menos en un momento de su estadía en el campo, llevar por la evocación poética de Dante[4] haciendo con ello un elogio del lenguaje, elogio que sin embargo no impidió su cuestionamiento radical: las palabras no podían representar la experiencia hecha cuerpo sufriente en el campo, tampoco terminaban de registrar el tiempo del hombre convertido en cosa para el hombre, forma en como Levi definió la experiencia de los campos de concentración. De esta manera Levi presentó lo que es una encrucijada contemporánea: si bien el lenguaje es lo único que tenemos, ello no es suficiente.

En el agujero negro de Auschwitz algo quedaba excluido en el plano del tiempo, el antes y el después no presentaban enlaces, lo vivido se remitía a un presente en el que signos y referentes simbólicos habían caído. Claude Rabant[5] llega a decir que allí ni siquiera la muerte es un instante propio que escanda el último instante del instante precedente, se trataba entonces de un presente sin la alteridad que el tiempo implica. A pesar de que eso era la vida en común en el campo, se pueden, sin embargo, reconocer momentos en que la trama de una historia volvía a tejerse. Levi le llamó, en 1986, atar un nudo. Se refiere con ello al efecto que tuvo en él la conversación que sostuvo, más de 40 años antes en Auschwitz, con Jean Samuel joven prisionero francés con el que tomó contacto un día en que raspaba y limpiaba el interior de una cisterna subterránea, aquel día acompañó a Jean Samuel por el cazo de sopa que serviría de alimento a los prisioneros del Kommando Químico, en el trayecto Jean Samuel impresiona a Levi porque habla alternada y naturalmente en francés y en alemán, Levi piensa entonces que le gustaría enseñarle italiano, se lo propone a Jean Samuel y ante su aceptación Levi recuerda, sin saber porque, el Canto XXVI del Infierno de Dante, El canto de Ulises. Con esa materia inicia un momento de transmisión, de pasaje, del italiano al francés, de Levi a Jean Samuel, de ambos a la situación que Dante evoca: la petición de que se considere la ascendencia, de que no se ha nacido para vida animal sino para adquirir virtud y ciencia, y el verso final: “y nos cubre por fin la mar airada”; todo esto, frente a la dura mirada del kapo vigilante y a la formación en fila para recibir la ración de sopa diaria. El recuerdo de la secuencia del canto de Dante contiene agujeros, olvidos, equivocaciones. Agujeros en la memoria que, precisamente por ello, hacen recuperar la deriva de una historia. Se trata de un momento puntual en que una trama se restablece.

De este momento, Jean Samuel pudo decir, recién en 1996: “¿Por qué escogió a Dante, por qué El canto de Ulises? Sin duda fue una iluminación. Estoy más que seguro que yo no pude más que seguir sus esfuerzos desesperados por reencontrar el texto, por descubrir una lectura nueva en un Infierno que incluso Dante no habría podido imaginar[6]”. Cuarenta años después refiriéndose a los recuerdos que tenía del campo y a los recuerdos que tuvo allí de Dante y del italiano, Levi escribió: Entonces y allí valían mucho. Me permitían volver a atar un nudo con el pasado, salvándolo del olvido y reforzando mi identidad[7] . No se necesitan demasiadas luces para reconocer que no es lo mismo atar un nudo con el pasado que atarse al pasado o atar al pasado. Las consecuencias, políticas y subjetivas, de estas tres variaciones son distintas.

Pero si en los testimonios de Levi el lenguaje, a veces, evoca y hace nudo es, en su otra cara, una estructura a la que la experiencia de Auschwitz hace mostrar su incompletud, incompletud que empieza en la nominación de las sensaciones, una y otra vez encontramos en los testimonios revisados palabras como éstas: “nuestro modo de tener frío exigiría un nombre particular”; después de la imposibilidad de nominar sensaciones la incompletud del lenguaje encuentra su plena crudeza en el intento de descripción de la experiencia de aquellos prisioneros llamados musulmanes, hombres que habían sucumbido a la regla del campo, convertirse en desechos, para Levi no eran la excepción del campo sino su regla, habían visto a la Gorgona y no podrían volver para contarlo, él escribió: Se duda en llamarlos vivos. Se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla.[8]

En la experiencia del musulmán y su imposibilidad para contarla se inserta la función del testigo y del testimonio, se trata de una función paradojal porque el testigo queriendo registrar y transmitir lo vivido se topa con algo que siendo existente no encuentra autor, ni sujeto que lo pueda enunciar, se topa con una laguna intestimoniable que, sin embargo, define su función. La experiencia del musulmán es el límite y la esencia del testigo. Frente a este límite del lenguaje, tan presentes en los testimonios de los sobrevivientes de los campos, es necesario, sin embargo, diferenciar tres cosas: no se trata de las dificultades para transmitir a otros una experiencia que por propia es única, se trata, más bien, de un límite de la estructura misma de la lengua que tampoco habrá que confundir con la mitificación, advertida por Agamben, en que caen aquellos que afirman que lo ocurrido en Auschwitz es inenarrable, mitificación que podría tocar los mismos hilos que los oficiales nazis arrojaban a la cara de los concentrados cuando les decían: no saldrán vivos del campo pero si sobreviven nadie les creerá lo que pudieran contar.

En su estudio sobre Auschwitz, Agamben sostiene: Decir que Auschwitz es indecible o incomprensible equivale a Euphemein, a adorarle en silencio, como se hace con un dios; es decir, significa a pesar de las intenciones que puedan tenerse, contribuir a su gloria. Nosotros por el contrario, no nos avergonzamos de mantener fija la mirada en lo inenarrable. Aún a costa de descubrir que lo que el mal sabe de sí, lo encontramos fácilmente también en nosotros. Esta triple diferenciación, transmisión de la experiencia propia, lagunas en la propia estructura de la lengua y efecto político del mito de lo indecible me lleva a sostener que frente a la desproporción de la maquinaria que se instalo en Auschwitz, desproporción que, como lo señalo Gunther Anders[9], crea un abismo en la posibilidad de la representación humana, frente a ello la escritura testimonial y su lectura, van construyendo referentes que permiten hacer consistente un cuerpo, bordear el horror, es decir hacer funcionar un real dentro de los carriles imaginarios y/o simbólicos, por ello es que es preciso seguir hablando y narrando.

Ahora bien a los dos aspectos en los que Levi encontró un límite del lenguaje, la nominación de las sensaciones por un lado y la experiencia del musulmán por el otro, habría que agregarle un tercer elemento: el horror a la normalidad asumida del campo. Con normalidad no nos referimos precisamente al transcurrir de la vida diaria o a la excelente descripción de tal transcurrir que Levi llamo la Zona gris. Nos referimos, más bien, a puntos de la experiencia relatada donde lo habitual y corriente, salir del “trabajo”, por ejemplo, se hacía, y se hablaba de ello, casi como si el horror circundante no existiera. Esos puntos están claramente mostrados en las palabras de Nyiszli, integrante de las escuadras especiales quien presenció un inusitado partido de Fútbol jugado entre las escuadras especiales y los miembros de la SS. Un partido que contó con su público, sus porras y sus apuestas. Ese partido no fue, ni es, un oasis en medio del desierto, a la inversa podríamos decir que es el desierto del acostumbramiento a la crueldad extendiéndose. Al respecto y en primera persona Agamben dice: Pero para mí, como para los testigos, este partido, este momento de normalidad, es el verdadero horror del campo. Podemos pensar, tal vez, que las matanzas masivas han terminado, aunque se repitan aquí y allá, no demasiado lejos de nosotros. Pero ese partido no ha acabado nunca, es como si todavía durase sin haberse interrumpido[10].

Así al horror de las masacres se le sumaba el horror de la normalidad, y para mí esos hechos que emergieron allá son de vital importancia para nuestros oficios, porque, en efecto nos podemos preguntar, ¿Cómo escribir, y acaso tendríamos que agregar, cómo enfrentar clínicamente, pintar, filmar, dibujar el horror de lo normal? Paradójicamente lo monstruoso, por su desmesura, por su desproporción, invita a intentar capturarlo en las redes de los signos, a usar frente a ello el pincel, la cámara y/o el alfabeto. Pero la normalidad del horror ¿cómo escribirla? Esta pregunta me permite pasar al segundo punto de mi intervención: el retrato de un criminal moderno.

 En 1961 tras su captura, un año antes, en Buenos aires, Adolf Eichmann encargado, durante el régimen Nazi, de las deportaciones hacía los campos de concentración y exterminio fue juzgado en Jerusalén y condenado a muerte. Hay que recordar aquí que, en casi todos los testimonios de los sobrevivientes de guerra revisados, el traslado en tren ocupa un lugar fundamental en los horrores vividos y en el quiebre del mundo que estos efectuaban. Si bien en la mayoría de los casos, está el alarido y la angustia de los trasladados, hay también quien ha hablado de la forma de operación y de organización que los traslados implicaban, operación y organización en las que Eichmann trabajaba, uno de esos testimonios es el que hizo el historiador Raúl Hilberg[11] para Claude Lanzemann: Ésta es la orden de ruta no. 587, típica de los trenes especiales. Debajo decía reservado para uso interno. Y, el hecho que sobre este documento relativo a los trenes de la muerte, no aparezca la palabra secreto me resulta muy extraño. Pero, pensándolo bien, el término secreto hubiera inducido a los destinatarios a preguntarse, a plantear, tal vez más preguntas; hubiera llamado la atención. Ahora bien, la clave de toda operación en el plano psicológico estaba en no nombrar jamás lo que estaba a punto de realizarse. No decir nada. Hacer las cosas. No describirlas. De ahí, el: “reservado para uso interno”.

Cuando Agamben se pregunta sobre la comunidad que vendrá menciona a Eichmann como un hombre que buscando servirse de su propia impotencia fue  tentado por el mal propio del poder del derecho[12] con ello hace alusión a una nueva figura del mal, ya no la del demonio propia del siglo XIX, sino otra hecha de una mezcla arriesgada y terrible de aniquilación de la impotencia por la vía de la obediencia absoluta a la ley y al derecho. Hannah Arendt por su parte en su estudio Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, estudio que sirvió de referente a la película que nos ocupa, hizo notar que Eichmann era verdaderamente incapaz de expresar una sola frase que no fuera un cliché[13]. Clichés que, según la autora citada, no lo abandonarían ni en la hora de su muerte. Sobre esa tentación y esos clichés trata el film de Rony Brauman y Eyal Sivan.

La gente que acudió al juicio de Eichmann buscando encontrar en él la figura clásica del monstruo, desmesurado, desproporcionado, con la irracionalidad desorbitándole los ojos, debió haber sentido por lo menos una punzada de decepción porque Adolf Eichmann no correspondía a tal óvalo, aunque suene risible él no es buena materia para el horror gore. Pulcro y seco, ajustadito a su esqueleto y poco intrusivo con sus manos y su cuerpo en el espacio inmediato, Eichmann parece más el portero de cualquier edificio de lujo que el firmante de las ordenes de deportación que llevo a millones al exterminio.

La palabra cliché remite a la producción en serie de palabras y a la posibilidad infinita de reproducción de copias. Las palabras sufren dos movimientos que se pueden catalogar de inversos. Por un lado se vacían de sentido y se fijan estereotipadamente, por otro adquieren el tono de formulas que, de boca en boca, parecieran decir el todo de lo que enuncian. Cuando Arendt habla de Eichmann como alguien que se sostiene en clichés se refiere a varias cosas: a su constante respuesta de que él sólo obedecía ordenes, a la utilización constante de frases celebres, al insistente machaqueo sobre frases hechas que guardaba en la memoria y que remitían siempre a acontecimientos importantes para él. Un poco más allá del lenguaje Arendt encuentra el cliché en un molde que la persona de Eichmann reproducía, un molde plano y sin caras diversas, una especie de vacuidad sin fondo, Arendt subraya: Lo más grave en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos, ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales[14].  Seco en su lenguaje, Eichmann ve pasar frente a él a los ciento once testigos que desfilaron en el juicio de Jerusalén. La lluvia de palabras escuchadas y expuestas no cambio en nada su actitud, como si entre él y los testigos hubiera algo más que el gabinete de cristal que lo resguardaba o porque, continuando con Arendt, estaba rodeado por la más segura de las protecciones contra las palabras y la presencia de otros, y por ende contra la realidad como tal.

Esa protección implicaba que las razones de estado imperantes en el momento de los crímenes constituían una razón total y absoluta. Eran una especie de negación de cualquier otredad, eso le servía de resguardo porque al no haber otros deducía que todos los alemanes actuaban igual, que no había uno que se diferenciara, no existía, a los ojos de Eichmann, el rebelde que al protagonizar su revuelta trazara huecos, separaciones, trazos de diferencia en su conciencia y en su mentalidad. Una ley era una ley que no admitía excepciones, así el panorama adquiría la forma de un “todos somos iguales”, y por lo tanto, no había que justificar los actos y la obediencia. Pieza de un engranaje donde a nadie se le reconocía como autor de sus actos Eichmann ignoro las pequeñas historias de desobediencia civil, de rebeldía y colaboración que algunos alemanes tuvieron con las victimas de la persecución nazi, e incluso le era imposible imaginarse situaciones de supuesta incapacidad administrativa hechas para impedir que los trenes y las leyes funcionarán. Todos esos actos implicaban la posibilidad de elegir, nombraban la fractura en el mal absoluto, había, los hubo, momentos donde otra acción, otra decisión se hizo posible.

Párrafos arriba mencione que Arendt aseguraba que Eichmann era incapaz de hablar sin clichés refería con ello a la afirmación que el propio Adolf había hecho: “mi único lenguaje es el burocrático”, dijo en el transcurso del juicio. Tal afirmación y tal sequedad del lenguaje me obligan a una pregunta. ¿Pero acaso hay alguna subjetividad en juego detrás del lenguaje burocrático? ¿Hay un atrás de sentido o sin sentido, un anverso y un reverso en el cliché? No se trata solo de la pobreza de lenguaje advertida en algunos medios, se dice que hablamos con muy pocas palabras, pero en el cliché eichmanniano no se trata sólo de eso. El asunto hay que situarlo más allá, en el punto en que en una época, aquella de mediados del siglo pasado y esta de las invasiones bárbaras, recordando aquí tanto al cineasta canadiense Denys Arcand, como a nuestro conocido Sigmund Freud, se intentó y se intenta reducir el caos de recuerdos, al signo aséptico y puro, a la maquinaria burocrática y científica.

Y, a propósito de Freud hay que recordar que desde 1930 señalaba que un prójimo puede ser para otro prójimo muchas cosas: objeto auxiliar, sexual, tentación para la agresividad y el despojo, para el martirio y el asesinato. Frente a lo ocurrido después no se puede más que pensar que Freud se quedó corto porque en él ni lo auxiliar, ni lo sexual desaparecían, tampoco desaparecía el trazo de prójimo a prójimo, como sí parece haber ocurrido en los campos de exterminio. Levi lo escribió así: “Parte de nuestra existencia reside en las almas de quien se nos aproxima: he aquí porque es no-humana la experiencia de quien ha vivido días en que el hombre ha sido una cosa para el hombre”.[15]

[1] Agamben, G. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III.. Ed. Pre-textos. Pag. 26. Valencia 2000.

[2] Levi, P. Si esto es un Hombre. Pag, 28.

[3] Agamben, G. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III.

[4] Alighieri, D. La divina comedia. Canto XXVI del Infierno.

[5] Rabant, C.  Se soulever contre ce qui est la…Ed. Gallimard. Pag 131.

[6] Samuel, J. Primo Levi:l’compagnon,l’ami.l’homme. Ed. Harmattan. París 1997.

[7] Levi, P. Los hundidos y los Salvados. Ed. Muchnik, Pag 119.

[8] Levi, P. Si esto es un hombre.  Ed. Muchnik. Pag, 96.

[9] Anders, G. Nosotros los hijos de Eichmann. Carta abierta a Klauss Eichmann. Ed. Paidós.

[10] Agamben, G. Op. Cit. Pag. 25.

[11] Lanzmann, C. Shoah. Ed. Tiempo al tiempo. Pag, 143. Madrid 2003.

[12] Agamben, G.  La comunidad que viene. Ed. Pre-Textos. Pag. 25. Valencia, 1996.

[13] Arendt, H. Eichmann en Jerusalén un estudio sobre la banalidad del mal. Ed. Lumen, Pag 79. Barcelona 1999.

[14] Ibidem, Pag 417.

[15] Amery, C. Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor. Ed. Turner/Fondo de cultura económica. 2002