Ficciones y realidades en la formación del analista.

 Luis Tamayo Pérez

Hagan como yo pero no me imiten

Jacques Lacan

En su seminario La hermenéutica del sujeto, presentado en el College de France entre 1981 y 1982, Michel Foucault sostiene que cierto psicoanálisis constituye una de las pocas prácticas modernas que se encaminan en la dirección del cuidado de sí (la epimeleia heautou de los griegos). Para Foucault, en el psicoanálisis, tal como lo enseñaba Jacques Lacan, resurgió “la más antigua tradición, la más antigua interrogación, la más antigua inquietud de la epimeleia heautou, que fue la forma más general de la espiritualidad.”

Pero ello no era así en todas las formas de práctica analítica, lo cual se aprecia con particularidad claridad en el ámbito de la formación.

Es en ese ámbito, en la formación del analista, donde se aprecian con mayor claridad los elementos institucionales y rígidos de múltiples instituciones psicoanalíticas.

La pregunta ¿cómo debe formarse un analista? o, dicho en otros términos, ¿cómo transmitir la experiencia analítica? ha sido planteada de manera continua desde que Freud catalogó al psicoanálisis, junto con la educación y la jurisprudencia, como “profesión imposible”. Esta pregunta no abandonó nunca la reflexión de los psicoanalistas. Y en la tradición abierta por J. Lacan también se encuentra presente.

Un poco de Historia

Recordemos que en los años en que, ya funcionando la Policlínica psicoanalítica de Berlín —en la cual se consideraba el “análisis didáctico” como un requisito indispensable para la formación del analista— se interrogó a Freud respecto a la manera como había devenido analista, el psicoanalista vienés respondió de manera paradójica: “hice mi autoanálisis con Wilhelm Flieβ”.

Freud, en aquellos años ya sabía que el autoanálisis era imposible —pues el yo que se “autoanalizaría” no está excluido entre los que realizan la operación de represión de los deseos inconscientes—, por tanto ya no era suficiente afirmar: “el psicoanalista se hace analizando sus propios sueños”, era menester indicar la presencia de otro, ese al cual Freud aludía al mencionar a Flieβ. La lectura solitaria de los propios sueños presentada en la Traumdeutung no era sino una lectura trunca de los mismos como demostró Alexander Grinstein.

Freud no podía simplemente afirmar que se hizo analista gracias a la lectura de sus propios sueños). Tampoco podía decir que se había analizado con Wilhelm Flieβ, el médico berlinés a quién comunicaba, en los primeros años de su carrera, los hallazgos derivados de la lectura de los deseos inconscientes presentes en sus sueños y demás formaciones de compromiso. Freud sabía que no podía afirmar que se había analizado con Flieβ no sólo porque Flieβ no era psicoanalista —era otorrinolaringólogo— sino porque había constatado que sufría de una paranoia peculiar numerológica y anatomosexual.

Tuvieron que pasar muchos años para que la intelligentsia se percatase de lo que estaba en juego en la formación del analista era, ni más ni menos, el modelo epistémico desarrollado por Freud.

Freud mostró otra manera de estudiar lo psíquico, una donde el investigador ya no es una entidad ajena al objeto estudiado sino que se hace uno con él. Pues una cualidad del hombre es la de poder ser objeto y sujeto a la vez, es objeto para otros, es objeto y sujeto para sí mismo. En el análisis el sujeto investiga al hombre que es él mismo (Objeto) mirándose esa pantalla transferencia que constituye el Otro (el analista):

Dicho en otros términos: sólo estudiándome rigurosamente a mí mismo con otro (analizándome) es que puedo ubicar el lugar de mi deseo y, gracias a ello, llegar a posibilitar el acceso al mismo de mis analizantes.

Tarea imposible para la psiquiatría nosográfica, la cual sólo estudia entidades meramente ideales (los “cuadros clínicos”). La nosología no es más que una inyección de psiquiatría en el seno del psicoanálisis que en nada ayuda a su operación ni a su transmisión.

La institucionalización del análisis

Ahora bien, ¿cómo ocurrió la institucionalización de la formación de los analistas? Recordemos que después de que Ferenczi planteó, en 1910, la necesidad del análisis de los candidatos a analista y, en 1912, del “evento Groddeck” (en el cual Freud reconoció tras un breve intercambio epistolar a Georg Groddeck, un masajista de Baden-Baden, como un “estupendo psicoanalista”), se hizo primordial, en 1919, para Eitingon y Simmel, fundar la Policlínica psicoanalítica de Berlín donde, además de proporcionar atención a bajo costo, se formasen «sistemáticamente» psicoanalistas. Finalmente, en 1925, Eitingon planteó el proyecto que dió origen a los ITC (siglas en inglés de los Comités internacionales de entrenamiento).

Con esto se dejó atrás la indicación freudiana de que el analista se formaba simplemente analizando los propios sueños. Aunque, dicho sea de paso, Freud no le creía mucho al grupo de Berlín.

Cuando Bernfeld, en 1922, preguntó a Freud si debía realizar un análisis didáctico antes de iniciar su práctica clínica como recomendaban en Berlín éste le respondió:

«Es absurdo, vaya. Seguramente encontrará dificultades. En ese momento veremos qué podemos hacer para sacarlo del apuro».

En contraposición, los ITC de la IPA surgieron debido a un afán normalizador: para los ITC de la IPA la formación del analista debía desarrollarse en tres ámbitos: el análisis didáctico, el análisis de control y la formación teórica. Esto, que a primera vista parece una formación «integral», ante la mirada cuidadosa se derrumba:

El análisis didáctico. Un analista debe analizarse pregona la institución; analizarse es un deber. Esa tesis olvida que cuando un deseo se convierte en deber se esfuma. Al hacer los ITC del deseo de analizarse un deber ocasionaban su desaparición. Los ITC, además, indicaban al candidato la lista de didactas, la lista de elegibles, es decir, pretendían incluso domeñar la transferencia. Y si a esto sumamos que los ITC prescribían que los análisis didácticos debían durar un número predeterminado de horas o de años (lo cual implica negar la particularidad) nos damos cuenta de lo insostenible de esa «solución».

El análisis de control. «Un analista debe controlar sus primeros análisis» [otra vez el imperativo] pero… ¿con quién? Desde 1949 se estableció que debía ser con un analista diferente al analista didacta lo cual, sabemos, difunde la transferencia dificultando su «efectuación». Tal análisis de control, por tanto, más que favorecer la formación del analista la dificulta, haciendo de la formación del analista en el control un mero savoir faire que, en su versión más degradada —pero no por ello más rara— se reduce al aprendizaje de una serie de reglas terapéuticas. En su artículo: «Sobre el control/supervisor analítico», Pasternac concluye: “[…] un control institucional impuesto como una condición administrativa no puede ser otra cosa que una actividad formativa que modela en función de una ortodoxia y se inserta en un mecanismo pedagógico de reproducción. En suma, una actividad que constituye la negación de la experiencia analítica”.

La teoría analítica. A la muerte del patriarca, las diversas versiones de teoría analítica hicieron su aparición pues ya no existía el riesgo de expulsión. Así aparecieron diversos «uniformados»: kleinianos, freudianos «ortodoxos» y annafreudianos… Donde algunos eran seguidores fieles y otros «continuadores» o reformadores. Tales versiones se diferenciaban en sus saberes, no en lo relativo a la formación de sus candidatos. Los institutos que incluso dejaron de pertenecer a la IPA conservaron el mismo cuadro formativo: análisis didáctico, análisis de control y formación teórica. En muchos de tales institutos se olvidó, también, lo que Freud indicó claramente: que la formación analítica no tenía nada que ver con la médica. Por tal razón, llegaron a exigir a sus candidatos tal título universitario como requisito de ingreso a la “formación”. Freud no opinaba de esa manera. Para él los legos podían ejercer el análisis. Para Freud el psicoanálisis no era una especialidad médica o psicológica.

Jacques Lacan va a subvertir el modelo de la formación de la IPA, se dio cuenta de que un análisis se revela didáctico no al iniciarse —funcionando como un requisito— sino al terminar: sólo si el análisis produjo un analista fue un análisis didáctico, si no, pues no.

Como podemos apreciar, el modelo de formación de analistas de la IPA de aquél entonces sufría graves anomalías, por ello Lacan, quién llegó a ser didacta de la IPA francesa, propondrá otro modelo, el cual desarrolló a lo largo de 15 años, desde su «excomunión» de la IPA en 1953 hasta su «Proposición del 9 de octubre de 1967». A continuación plantearé tan sólo las modificaciones de Lacan al modelo de formación de los analistas de la IPA.

El modelo lacaniano de la transmisión del psicoanálisis

En primer lugar, como decíamos, para Lacan un análisis se revela didáctico no al iniciar sino al terminar. El deseo de convertirse en analista es un síntoma más, un elemento más a analizar al interior de dicho tratamiento, no a canalizar a un instituto de “formación de analistas”. Asimismo, la práctica lacaniana del control permite su realización con el mismo analista, facilitando así la efectuación de la transferencia. Por último, la formación respecto a la doctrina analítica no está ordenada con base en el discurso universitario con su curriculum fijo y uniformante, sino que se desarrolla en seminarios y cartels que dejan en total libertad al interesado que, por serlo, puede asumir responsablemente su deseo de reflexionar acerca de la doctrina analítica.

Otro elemento que subvirtió verdaderamente la concepción de la formación analítica de la IPA, fue el planteamiento lacaniano de que el analista «ne s’autorise que de lui même» (no se autoriza más que por el mismo), es decir, que el candidato no debía esperar a que el didacta le indicase cuándo podía iniciar su práctica (cuándo consideraba que ya interpretaba «bien», es decir, como él, según una lógica de la duplicación), sino que el analista se autoriza a realizar el análisis por Lui même [El mismo]. Acto que no es efectuado en soledad sino ante otro, Lui [El]. Dicho de otra manera, es su analizante el que lo constituye como analista.

Pero la formación en ámbito lacaniano también puede ser pervertida. Si se recorta el texto de Lacan también se le puede convertir en un saber teorizable, esquematizable, seriable, uno en el cual los «amos del discurso lacaniano» indicasen los elementos importantes, olvidando lo que el propio Lacan escribía en su texto titulado: «Variantes de la cura tipo»: el problema de los institutos es que enseñan un saber “predigerido».

Y no es una práctica muy agradable consumir lo ya “predigerido” (v. gr. el vómito).

Afortunadamente ello no implica que en las instituciones denominadas psicoanalíticas no pueda haber psicoanálisis efectivo y, por tanto, la formación de un analista. Pero ello ocurre, hay que decirlo con claridad, a pesar de las instituciones. Por ello no es raro, desgraciadamente, encontrar analistas “titulados” que, ante la imposibilidad de sostener la transferencia de sus “pacientes”, terminan refugiándose en teorías psicológicas no castradas que indican recetas claras a su actuar: bioenergética, terapia racional emotiva, incluso Reiki japonés.

Sin embargo, si los Institutos psicoanalíticos y las Universidades con Escuelas de psicología “orientadas psicoanalíticamente” admiten que no forman psicoanalistas —como una Facultad de filosofía sabe que no forma filósofos sino, a lo sumo, “críticos de la filosofía”— podrían encontrar su lugar preciso: el de espacios que poseen la gran virtud de reunir —y, por tanto, de poner a pensar juntas— a personas interesadas en temáticas similares, generando sinergia y crítica fecunda, posibilitando la emergencia del discipulado en su seno. Instituciones así, que tendrían que despojarse del aparato universitario de las evaluaciones y los títulos, podrían contribuir claramente al desarrollo del psicoanálisis.

Instituciones así permitirían la emergencia de analistas que sepan que se juegan su autorización en cada intervención, en cada sesión, en cada análisis. Y ello sólo se puede sostener porque el analista no sabe ser analista, sino que es analista.

En resumen, ¿cómo se forma un analista? Al principio está la locura. Una locura insidiosa que muestra su horrible rostro a la primera oportunidad, generando infelicidad y el ferviente deseo de deshacerse de ella… o de negar su existencia proyectándola a los otros. La primera opción genera un paciente, la segunda un “psi” (psicólogo, psiquiatra). Cuando el “psi” se detiene ahí, esa opción deviene terminal, es decir, enfermedad terminal. Y no hay cura dado que no se establece espacio curativo. Las escuelas de psicología o psiquiatría no curan, no fueron diseñadas para tal fin, sólo “estabilizan” la locura.

En no pocas ocasiones, afortunadamente, el “psi” asume su locura y se suma a la primera opción, lo cual lo conduce a buscar un lugar donde “pasar a otra cosa” respecto a su locura.

Y comienza una búsqueda que no es sin riesgos. Muchos candidatos sucumben en este paso. A veces la búsqueda los hace encallar en la vía religiosa, encontrando un cura que los encamina a algún Dios y desplaza sus síntomas hacia esa psicosis lograda denominada religión. En ella el sujeto, por fe, debe admitir la existencia no sólo de Dioses sino incluso de milagros y santos. Experiencia que lo obliga a ceremonias y ritos y que, llevada rigurosamente, dirige e infesta su vida toda.

Otros candidatos encallan en los “psi” terminales, es decir, en psicólogos y psiquiatras inanalizados los cuales, al rechazar su propia locura la colocan en cada nuevo paciente, a quién ofrecen psicofármacos o una gran variedad de recetas psíquicas —consejos, programas de modificación conductual, experiencias renovadoras, etc.— todo lo cual permite a los “terapeutas” continuar considerandose como modelos de salud. Ahí los candidatos se pierden en la droga o en la receta psíquica, colocando para siempre el saber sobre su locura en otro, estableciendo una dependencia sólo terminable con la muerte o con la huída, la cual, dicho sea de paso, ocurre con frecuencia dado que los “terapeutas” no soportan realmente la locura de sus pacientes. Cuando la transferencia enloquecida muestra el rostro lo único que dichos “terapeutas” quieren es que el paciente desaparezca.

Otros candidatos sucumben ante otras versiones directivo/adaptativas, desde la brujería hasta la hipnosis, las cuales, sin ser abiertamente religiosas, comparten el modelo epistémico anterior: el paciente no sabe, el terapeuta sí y, a causa de ello, el paciente debe comportarse exactamente como el terapeuta indica. En dichas terapias el “mal” proviene de otro que hay que expulsar y es el terapeuta el que sabe como hacerlo. En esas terapias el paciente queda reducido a “ignorante absoluto” y el que sabe, el responsable, es el terapeuta, por lo que el paciente sólo tiene que “dejarse llevar”… a la esclavitud psíquica.

Sin embargo, cuando alguno rompe esas cadenas —o alguno por azar desde el principio— y se topa con un terapeuta formado en la cura de su propia locura —es decir, uno que realizó hasta el fin el recorrido del analizante al analista, uno que por esa razón “calla en lugar de responder” soportando la transferencia y que, por ende, lo obliga a responsabilizarse de su locura, uno que no se coloca en el lugar del saber dosificando psicofármacos y consejos y que tampoco se considera el representante de la “salud mental”— entonces se inicia un psicoanálisis donde la “neurosis común” deviene “neurosis de transferencia” (de la cual el analizante se cura al final del tratamiento).

No es extraño que en el curso de la cura psicoanalítica surja el deseo de convertirse en analista, de ser como el terapeuta. Pero tal deseo es analizado como cualquier otro deseo y en muchos casos el analizante también se cura de él. En otros casos lo que sostiene a dicho deseo es mucho más profundo y vital, está sostenido desde el advenir, desde el destino. En tales casos el entonces analizante, dado que realmente quiere saber sobre el psicoanálisis, deviene discípulo. A veces de Freud, otras de Klein, de Winicott o de Lacan y de su propio analista. Entonces su vida comienza a girar alrededor de su objetivo. No sólo devora todo material que, sobre su autor preferido, encuentra, sino que se inscribe a seminarios, grupos de estudio y cartels que le permiten ampliar su conocimiento… y todo ello sin que le interese título alguno, pues su motor no es obtener un blasón, un “reconocimiento con validez oficial” sino, simple y llanamente, su propio deseo. En dicho recorrido no tarda en darse cuenta de la existencia de obras fundamentales intraducibles, la Traumdeutung freudiana, los Séminaires de Lacan y ello lo obliga a incorporarse a los mundos que dichas lenguas abren.

Cuando alguien es “mordido” así por el psicoanálisis, su entorno se da cuenta de ello y un buen día, a consecuencia de su notorio cambio subjetivo, alguien lo reconoce y le solicita análisis. Si ya ha avanzado suficientemente su formación no puede sino acceder y, como consecuencia de la aceptación de ese pedido, se convierte en analista… de ese analizante: es por obra de dicha demanda que el analizante deviene analista, pues ese El [Lui] lo autorizó a ello.

No son muchas las instituciones que reconocen ese tipo de formación, ese estilo de autorización del psicoanalista. Y fue Lacan, en tanto discípulo excluido y “excomulgado” quien intentó dar lugar a ello. Aunque sin mucho éxito. También el pase propuesto por Lacan puede ser considerado como un blasón, como un título y, por ende, como una negación de la admisión de la carencia en el analista.

Conclusiones

La formación institucional de los analistas muy fácilmente puede caer en un modelo universitario que constituye la negación de la formación analítica. Muy fácilmente se puede caer en la farsa de los títulos y los blasones. Es muy fácil que los “candidatos” sean realmente “candidotes” y se crean que sus “maestros” poseen la verdad absoluta, el conocimiento claro y preciso de la locura… cuando dicha locura es aquello que, por naturaleza, rompe con todo dogma, con toda institucionalización.

Y es también muy fácil que dichos candidotes queden toda su vida atados a instituciones que a la vez que los cobijan los esclavizan, convirtiéndolos, años después, en amos/esclavos de otros.

No es nada fácil hacer como Freud y Lacan, es decir, sostenerse por la propia práctica, por el propio nombre. Ello implica seguir, rigurosamente, el camino de un psicoanálisis que no es sino una hermenéutica de sí. Esa es, desde mi punto de vista, la única manera de colocarse, verdaderamente, en la senda del psicoanálisis.

Cuernavaca, Morelos, 20 de noviembre de 2013.