José Eduardo Tappan Merino

Podemos comenzar a saber que aparece la cultura cuando encontramos los restos de algún homínido con heridas graves, que se curaron por el apoyo de la comunidad; alguien que no fue dejado a su suerte. Los primeros entierros y diligencias funerarias, mostraron también un cambio importante; los cuerpos ya no se podían dejar así como si fueran una excrecencia, había que realizar alguna clase de ceremonia para tramitar los sentimientos involucrados por la pérdida. En esa dirección, el cuidado de uno mismo (Sorge), de los otros e incluso de los muertos, es lo que caracteriza los rasgos sobresalientes de lo humano en el hombre, como un efecto de la operación de la cultura; principio que, podemos ver, tristemente va desapareciendo. 

Heidegger habla de Das man como un ser inauténtico, atrapado a los automatismos; se refiere a las llamadas vidas condicionadas al consumo, las redes sociales, el mercantilismo. Se trata de una forma de existencia sin preguntas, donde se huye del desasosiego, de la incomodidad y del malestar, para mantenerse en un estilo de vida confortable y divertido.

La pregunta sobre la muerte se encuentra banalizada o simplemente no se encuentra. Para muchas culturas uno no “muere-muere”, sino que uno muere en esta vida para acceder a otra; hay un cierto sentido de inmortalidad en las almas que parece generar segundas oportunidades. “Pasó a mejor vida”, eso se dice cuando las personas mueren, por ello también elaboramos altares para “nuestros muertitos”. Lo que sí es verdad, es que no se percibe ni se entiende el morir como un fin definitivo; subyace la idea de que no acabaron las cosas para siempre. Eso cambia lo que es el sentido de responsabilidad.

Estar vivo no significa que se tiene un auténtico compromiso con la vida o con la existencia; la mayoría de los pueblos extremadamente pobres y/o colonizados conquistados (por ejemplo), no tienen un apego muy profundo a sus vidas, la nula vida de la que habla Agamben. La mercantilización de la existencia y la normalización de un espectro de vida próximo a la supervivencia, generan, a su vez, otras formas de vida; canciones que pregonan cosas como: “si me he de morir mañana, que me maten de una vez”, más que hablar de valentía, muestran el desapego a la vida. La apuesta de esa manera de estar en el mundo, es que la felicidad se confunde con la diversión, la música, las reuniones, la comida, etc.; lo que se busca en realidad son simplemente pasatiempos, entretenimientos. De esta forma, la diversión no deja de tener sus guiños maniacos por la vía del alcohol (por mencionar una); las borracheras se convierten en esa licencia ambicionada, como en el periodo pre-hispánico con sus días “dos conejo”, donde los excesos buscaban compensar una vida inauténtica.  

Podemos ver, a partir de la aparición del COVID, que el cuidado de los otros y de uno mismo, no es una prioridad; las personas han enfermado más por asistir a fiestas y reuniones familiares, que por salir a trabajar. La irresponsabilidad no es una excepción, sino una regularidad; hemos podido constatar que, gracias a esa actitud, la epidemia crece de manera exponencial, contagiando a unos y otros. Sin embargo, muchos tienen la percepción de que se cuidan, aunque no sea de la manera correcta o suficiente; se permiten así salir en grupos, no usar tapabocas y estar en reuniones, sabiendo que con tales conductas se garantiza el crecimiento exponencial de la pandemia. Los hospitales se saturaron por las fiestas decembrinas y por el festejo del día de Reyes; las proporciones del crecimiento de la pandemia fueron tan grandes que hoy, en los círculos cercanos, se cuentan varios casos de enfermos y muertes por COVID. 

Así se ha ido desplegando la animosidad en la pandemia, anatematizando y exacerbando los sentimientos de unos y otros; además, como la principal manera de estar en contacto es a través de las redes sociales, se ha generado, como decíamos, un efecto invernadero, calentando y exacerbando aún más los ánimos. Los países que extremaron las medidas de control, son los que hoy están más próximos a salir de la pesadilla, quizá para entrar en otra: la de las sociedades de super control.

Pero regresemos al asunto sobre el origen de la pandemia. Sabemos que se trata de una enfermedad zoonótica; Susan Chow (Doctora en Biología Molecular), nos muestra una historia sobre las mismas: 

 “Ha habido tres epidemias importantes que han sido devastadoras para la población humana. La primera epidemia, la plaga justiniana, comenzó a mediados del siglo VI en el imperio bizantino. Durante un período de 200 años, se piensa que casi 25 millones de personas se murieron por la plaga. La segunda epidemia, designada la gran plaga o la muerte negra, ocurrió durante el siglo XIV. La gran plaga comenzó en China y viajó por las rutas comerciales establecidas en Asia y Europa, matando aproximadamente al 60% de la población europea.  La tercera plaga, la plaga moderna, comenzó también en China hacia finales del siglo XIX, y mató aproximadamente a 10 millones de personas a nivel mundial. Las vías fueron los buques mercantes que llevaban ratas infestadas de pulgas (…) Hoy, los brotes de plaga todavía existen en partes de Asia, de África, y de las regiones occidentales de los Estados Unidos, que se pueden tratar con antibióticos”.

Desde luego que la llamada “gripe española” H1N1, que mató alrededor de entre 20 y 40 millones de personas a nivel mundial entre1918 y 1920, en la actualidad ese mismo virus reaparece en el 2009 y 2018, aparece primeramente en México, donde se supone que murieron aproximadamente 18,282 personas.

Ahora en febrero del 2021, la OMS nos advierte del posible peligro -como lo hizo en el 2019 con su desatendida advertencia sobre el COVID- de la expansión del ébola; conocemos las consecuencias de no actuar concertadamente, sin escatimar recursos y de manera expedita. El brote de 2013-16 en África Occidental, provocó la pérdida de más de 11 mil 300 vidas, principalmente en Guinea, Sierra Leona y Liberia; sin embargo, se considera un registro que no refleja en realidad el número de muertos. Cómo sabemos es una historia que se seguirá contando. 

La globalización nos permite saber que no existe un lugar lo suficientemente alejado o que pueda ser aislado; todo está relacionado con todo, todo está en contacto con todo. Aparentemente, los lugares donde se mantiene la basura nuclear están muy lejos. ¿Lejos de qué? ¿De quién? ¿Eso no tendrá consecuencias?

Me parece importante que las epidemias no han sido excepcionales, y, sin embargo, no existen sistemas de salud capaces de enfrentar estos problemas; no se aprende de la experiencia, no se aprende tampoco de la historia. Los diferentes países no han sido capaces de generar la infraestructura para anticipar y enfrentar estos conflictos; pareciera que los Estados viven sorprendidos, improvisando medidas. Los sectores de salud son los que más recortes reciben por parte de los distintos gobiernos; las políticas de privatización de la atención a la salud y sanitaria, han demostrado ser ineficaces, ya que el principio que orienta a las políticas de salud del estado y de la iniciativa privada, es economizar y obtener ganancias muy lucrativas por parte de los empresarios de la salud. Pero podemos ser aún más contundentes: como sabemos, las enfermedades de origen zoonótico -y otras- no sólo no desaparecerán, sino que tenemos muchas evidencias de que aumentarán en la medida que se realiza el poblamiento de las zonas que permanecían como selvas o bosques. El calentamiento global abrirá las puertas a la exposición a virus, bacterias, hongos y demás causas de enfermedad que son inéditas en nuestro camino evolutivo; por lo que no existen anticuerpos, ni ninguna clase de defensa. A ello se debe agregar la globalización, que permite la propagación exponencial de cualquier agente patógeno; por lo que, mientras los procesos sociales, económicos y políticos sean los mismos, no se generarán cambios sustantivos a nivel global. 

Para revertir los problemas ecológicos causados, es necesario que se invierta en sistemas públicos de salud a nivel general, pues la moneda está en el aire.

Bill Gates hizo declaraciones sobre la importancia y el deber de estar preparados para la próxima pandemia; que deberíamos prepararnos y anticiparnos como si se tratara de una guerra. Dado el tamaño del problema, esto implicaría una inversión multimillonaria. «No podemos permitirnos que nos tomen de nuevo por sorpresa», escribieron el cofundador de Microsoft y su esposa Melinda Gates en una misiva anual; a lo que agregó: «La amenaza de la próxima pandemia estará siempre planeando sobre nuestras cabezas, a menos que el mundo tome medidas para prevenirla” …»la preparación para la pandemia debe tomarse tan seriamente como nos tomamos la amenaza de guerra», afirmó Gates. 

Recuerden que está previsto que la pandemia del Covid-19 le cueste al mundo 28 billones de dólares”; por lo que, en realidad, el gasto para prevenir y atender esta clase de problemas, es inferior a la consecuencia del gasto que genera no haberlo atendido. 

Una sociedad en donde el bienestar común no es considerado, está, ya de inicio, condenada al fracaso; el individualismo sostenido por nuestro programa civilizatorio nos conduce a la extinción. 

Lo que quizá nos deja como un legado de heurística negativa (con este gigantesco laboratorio que es la manera en que se enfrenta y se vive la pandemia), es que nos ha abierto las puertas a la posibilidad de ver sin trampas cosméticas la condición humana, que muestra muchas cosas que Freud advertía y que le permitieron generar una propuesta llamada Psicoanálisis; con la que se enfrentó al conservadurismo y al ingenuo humanismo. 

El virus actúa de diferentes maneras por varios motivos. Uno de ellos -y muy importante- es que los distintos organismos son construcciones históricas que dependen de lo que el sujeto haga con su vida; que son, por lo mismo, el testimonio de ese caminar: los excesos y carencias dejarán sus marcas y sus huellas en el organismo, en los procesos fisiológicos y metabólicos, en los sistemas inmunológicos. Lo cierto es que las personas van troquelando su cuerpo y su organismo, por lo que las respuestas a la presencia del COVID varían en una lógica del caso por caso; de esta manera, podemos entender que la responsabilidad subjetiva nos muestra que somos efecto y consecuencia de nuestros actos, de lo que comemos, lo que dormimos y lo que hacemos, así como de aquello que dejamos de hacer. 

La relación de la subjetividad con los estilos de vida y las maneras en que éstos interactuarán con el organismo, es clara y contundente, lo que nos lleva a replantear la manera en que se piensan los trastornos psicosomáticos, en los que diversos factores se van articulando y sumando hasta constituir lo que es propiamente el trastorno. Puede así verse la manera en que la responsabilidad subjetiva opera a partir de pequeñas decisiones tomadas o dejadas de tomar, inhibiciones y fobias legitimadas, síntomas y malestares normalizados; en donde uno le abre las puertas a lo otro, hasta enraizarse profundamente y quizá, hasta convertirse luego en enfermedades mortales. 

Regresando al punto de partida, quisiera destacar la manera en que vivimos, la manera en que nos permitimos ser tocados o conducidos por nuestras circunstancias, en que se pone en juego el Zeitgeist, lo que es el espíritu de la época”, con sus posibilidades y límites. No es difícil advertir que el proceso civilizatorio no aprendió de las distintas pandemias que sacudieron al mundo, aunque algunas de ellas hayan cobrado decenas de millones de vidas. Pareciera que nuestra condición humana tiene la capacidad de no aprender de la experiencia, como si imperara cierta condición refractaria que impide aprender de ella, empujándonos a repetirla, en una espiral cada vez más destructiva; sin percatarnos de la responsabilidad que tenemos de haber liberado a las 7 plagas y a los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Aquellos que enfrentaron más duramente a los ciudadanos con sanciones por conducta “inapropiada” y aislamiento de los otros países, son los mismos que están saliendo más rápido de la pandemia. Al contrario de Australia, que, entre otros países, optaron por confiar en sus ciudadanos, en “su madurez” y en “su inteligencia”; estos son ahora los que tienen más muertes y más contagios, en donde se están encontrando nuevas cepas mutantes del COVID.

De México podemos decir que en una caracterización general su comportamiento frente a la pandemia, fue y es un país que mostró una conducta esencialmente irresponsable.

No queremos ver ese espejo que muestra lo alejados que estamos de los ideales sobre lo que creemos que es lo humano, pareciera -como hemos dicho- que no aprendemos de la historia; o bien, que tenemos el saber, pero somos incapaces de operarlo. Cuando Rosa de Luxemburgo se oponía a que el partido socialdemócrata alemán apoyara la entrada a la Primera Guerra Mundial diciendo que la Internacional socialista y socialdemócrata, tenían que estar en contra de una Guerra en la que se mataría a las clases obreras de esos países, en la que lo que se defendía no era algo que beneficiara a dicha clase, la respuesta fue muy simple: Son precisamente esas clases las que quieren ir a la guerra, estaban muy enfermos ya de nacionalismo, suponían que dar la vida por esos intereses considerados  superiores, era un imperativo patriótico. 

En la carta de respuesta a Einstein, titulada Sobre el porqué de la guerra (en este caso de la Segunda Guerra Mundial), Freud simplemente muestra que, así como existen fuerzas sexuales, existen tendencias destructivas. Después, en su trabajo sobre El Yo y el Ello, evidencia que esas mismas pulsiones de conservación, sexuales y de destrucción, pueden hacer mezclas y desmezclas; pero lo más importante, es que actúan de forma decidida desde la oscuridad del inconsciente. Con ello dejó en claro que la consciencia no es lo suficientemente fuerte para gobernarlas, por lo que se dedica mucho más a generar coartadas que en encontrar una explicación, que en realidad encubre.

En su momento, la incitación de Trump (en su megalomanía) y la complicidad de su partido, dejó al desnudo que la política es la defensa de intereses; no hay para los políticos ningún bien superior más que los que sean capaces de vender para lograr el éxito. Esa clase de políticos, que son los que más abundan, se valen de la mentira, la calumnia y la manipulación. 

En esa carta de Albert Einstein a Freud la pregunta del físico era sobre cómo era posible que frente a la claridad de que la guerra se estaba legitimando con patrañas, la gente quisiera ir a pelear. ¿Qué era lo que invitaba a las personas a querer ir a la guerra?, ¿por qué?, ¿cuáles eran sus motivos? Freud simplemente plantea que los hombres no son seres gobernados por la razón, sino que son conducidos por principios de carácter pulsional e inconsciente, en los que la pulsión de muerte no deja de insistir, empujando a la destrucción de los otros y de uno mismo; una insistencia que se despliega de manera muy fuerte, siempre buscando maneras de encontrar justificación para legitimarse.

Siguiendo el rastro de nuestra especie, pareciera que la civilización simplemente mejoró las formas de destrucción; si somos sinceros ¿por qué mereceríamos sobrevivir? La insistencia de la pulsión de muerte mantiene un derrotero que como espiral crece, vivimos como zombis, en automático, siendo simples voyeurs y cómplices de la destrucción. Destruimos el planeta de distintas maneras, exterminamos -y hemos llevado a la extinción- a varias especies; el crecimiento poblacional de los humanos es equiparable al de las hormigas marabunta, que, al acabar con la foresta para alimentarse, terminan por exterminarse a sí mismas. 

Es de esta manera que, en nuestro camino a la autoextinción, la muerte tiene permiso.

Si seguimos haciendo lo mismo, no podemos pensar que las cosas cambien. 

Bibliografía.

Chow Susan. En https://www.news-medical.net/health/Zoonosis-History-(Spanish).aspx

Gates Bill. El Economista. AFP. 27 enero 2021

https://www.milenio.com/internacional/ebola-africa-alto-riesgo-epidemia-oms-guinea-recibirá-vacuna