Luis Tamayo Pérez

Introducción

Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre.

Sigmund Freud (1976/1930: 140).

El estudio es una actividad que genera mucho sufrimiento. Sobre todo, cuando, por tratarse de estudios de prospectiva humana, permite adelantar escenarios venideros. El mundo, y México en particular, se encamina en una vía que hará muchísimo peor la ya de por sí complicada situación socioambiental actual. La declarada incapacidad de muchos funcionarios de nuestro gobierno dejará inerme a la población ante una conjunción de fenómenos que significará una violencia de dimensiones inimaginables.

Que la cultura  –dado que “se edifica sobre la renuncia de lo pulsional” (Freud, 1979/1930: 96)— es directamente responsable de la infelicidad humana es algo que sostuvo Freud en El malestar en la cultura –nunca olvidemos que el nombre con el que inicialmente pensaba intitular dicha obra era Das Unglück in der Kultur (La infelicidad en la cultura). También indicó que, para dejar atrás tal insatisfacción pulsional, la humanidad recurría a dispositivos diversos:

La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. […] Los hay, quizá de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas (Freud, 1976/1930: 75).

Un distractor particularmente exitoso, socialmente hablando, es el de la religión, aunque, para la inteligencia preclara, es insostenible:

La religión [impone] a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real, lo cual presupone el amedrentamiento de la inteligencia. A este precio, mediante la violenta fijación a un infantilismo psíquico y la inserción en un delirio de masas, la religión consigue ahorrar a muchos seres humanos la neurosis individual. [Pero eso no dura mucho] Cuando a la postre el creyente se ve precisado a hablar de los “inescrutables designios” de Dios no puede sino confesar que no le ha quedado otra posibilidad de consuelo ni fuente de placer en el padecimiento que la sumisión incondicional (Freud, 1976/1939: 84). 

Al final, Freud sostiene que es un superyó sádico (vigilante continuo y juez implacable) el factor principal de la infelicidad humana por lo que “en la tarea terapéutica nos vemos precisados muy a menudo a combatir al superyó y a rebajar sus exigencias” (Freud, 1979/1930: 138).

Tales fenómenos, totalmente vigentes en nuestros días, se agravan si pensamos en que se está gestando, de manera soterrada, la mayor violencia nunca realizada contra un pueblo o una nación: una violencia socioambiental contra las generaciones venideras. No logró Gro Harlem Bruntdland (1987) que la humanidad detuviese su loca carrera y, en consecuencia, las generaciones venideras no gozarán de un mundo que posea, al menos, la misma calidad del que nosotros recibimos.

Denomino “violencia socioambiental” a la que causará la conjunción de cuatro fenómenos asociados: Calentamiento Global Antropogénico (CGA), Sexta extinción masiva de las especies, Contaminación generalizada y Crisis económica. Todos estos fenómenos han empezado a presentarse de manera aislada en varias regiones de la tierra y cuando lo hagan globalmente, la humanidad no tendrá manera de enfrentarlos.

Tales fenómenos, asimismo, han sido minimizados, disfrazados o ignorados. Por ejemplo, al CGA, ocasionado por el incremento de la emisión de gases de efecto invernadero, se la denomina, eufemísticamente “Cambio climático” y es cada vez más común encontrarlo como la causa de un número mayor de fenómenos, desde una sequía a una inundación, hasta un huracán o un incendio forestal. Se escucha “tal catástrofe ocurrió a causa del cambio climático” con la misma resignación que ocasionan los fenómenos naturales. La realidad es que los fenómenos ocasionados por el CGA no son naturales, son la consecuencia de décadas de un incorrecto vínculo con la naturaleza, de un vergonzoso desconocimiento de los mecanismos que desarrolló la tierra para generar la vida.

La explotación petrolera: el acto más estúpido jamás realizado

La desaforada explotación petrolera, que la humanidad realiza a lo largo y ancho de la tierra, puede ser considerado como el acto más estúpido que la humanidad haya nunca realizado, si estamos pensando en la manera como se generó la vida en la tierra.

No se requiere saber mucho de biología o de geología para darse cuenta de que, para generar la vida, Gea requirió realizar una actividad clave: el secuestro del carbono. La geología enseña que, para que pudiese darse la vida tal y como la conocemos fue menester que las bacterias fotosintéticas –que por alguna razón aparecieron en la tierra— tomasen los gases carbónicos que, en aquellos años, componían buena parte de la capa gaseosa de la tierra y, de manera masiva, sustituyesen el dióxido de carbono (CO2) por el oxígeno (O2), conservando el carbono (C) en su estructura. Tales bacterias, al morir, cayeron al suelo generando los depósitos de carbón (si morían en tierra firme) o los de petróleo (si morían en el mar). En resumen, para generar la vida, la tierra debió secuestrar el carbono atmosférico para enterrarlo en lo más profundo de sus entrañas y enviar oxígeno a la atmósfera. Y el plancton marino, las bacterias fotosintéticas y las plantas lo hicieron de manera tan eficiente que, en nuestros días, el 20% de nuestra atmósfera está compuesta por dicho gas. El oxígeno que respiramos es un regalo que nos hacen los organismos fotosintéticos. 

Gracias a ello, durante milenios, la humanidad creció, pero no demasiado, debido a que no podía superar los límites que los reducidos recursos energéticos con los que contaba le imponían. Como bien recuerda Iván Illich (1973), hasta hace menos de dos siglos, la humanidad se movía a la velocidad del caballo.

Desgraciadamente, desde hace poco más de dos siglos, la humanidad comenzó a extraer, primero el carbón y después el petróleo, para cubrir una necesidad creciente de requerimientos energéticos.

De la primera máquina de vapor para extraer agua de las minas de carbón a la primera locomotora y del primer auto al moderno Airbus, la humanidad exige, para sus actividades cotidianas, la quema de más y más combustibles fósiles.

Cada año, como bien indican Yan Arthus-Bertrand y Michel Pitiot (2012), “quemamos el equivalente a un millón de años de plancton acumulado. La revolución industrial ha costado al planeta 100 millones de años de carbono”. O, dicho en las palabras de Dominique Belpomme (2007): “Un litro de gasolina proviene de 23 toneladas materia orgánica transformada en un periodo de un millón de años”. Asimismo, cada vez que accionamos el disparador del inodoro utilizamos agua perfectamente potable –y que costó mucho trabajo a la naturaleza producir y a los gobiernos extraer—, para conducir nuestras heces hacia cuerpos de agua cada vez más inmundos y contaminados. Si a ello sumamos la cantidad infinita de artilugios plásticos que una economía descontrolada pone en nuestras manos a precios simplemente ridículos –y que fueron concebidos bajo el esquema de la obsolescencia programada, es decir, que pasado un tiempo determinado, tendrían que dejar de funcionar—, podemos darnos cuenta de la razón por la cual los recursos finitos de la tierra no tardarán demasiado tiempo en agotarse.

Todos sabíamos desde siempre que el petróleo era un recurso finito, que el bienestar que generó a la humanidad no era eterno. Dado que en el 2008 se alcanzó el pico de su producción mundial, según indica la Agencia Internacional de Energía (2010), la humanidad avanza hacia su inevitable declive. 

Contar con los recursos energéticos del carbón y el petróleo, condujo a que la humanidad creciese de manera desaforada: mientras que se necesitaron decenas de milenios para que la humanidad alcanzase los primeros mil millones de seres humanos (1830), fue necesario tan sólo un siglo (1930) para sumar dos mil millones, y menos de 30 años para los tres mil (1960) y sólo 20 más para los cuatro mil (1980) en una explosión demográfica denunciada por Ehrlich (1968) y minimizada por múltiples autores. Hubo, sin embargo, algunos que, desde una época muy temprana intentaron hacer sonar las alarmas. Entre muchos, vale la pena resaltar las estimaciones del Club de Roma (Donella Meadows, 1972), confirmadas por Ugo Bardi en el 2011, las cuales indican un descenso de la población a partir de la tercera década del presente siglo. Una catástrofe que será una consecuencia de la crisis socioambiental que ha iniciado.

Los límites de la sociedad del dispendio

El incremento de la comodidad que la humanidad gracias a los abundantes recursos energéticos favoreció la existencia de una nueva forma de consumo: el “comprar y tirar”, es decir, el dispendio. Y esa conducta se presentó en todos los ámbitos de la vida humana pues la moderna economía de mercado lo exigía.

Las sucesivas revoluciones industriales (la del carbón, la del petróleo, la de la informática y la de la automatización) han generado una sociedad que no puede dejar de crecer al grado de que detener su loca carrera sería su ruina.

Pero el crecimiento tiene límites y son muchos los fenómenos que nos muestran que ya los estamos alcanzando. En primer lugar, se encuentra el descenso de los recursos de la tierra. Al respecto, debemos mencionar el encarecimiento de los recursos energéticos: en España, por ejemplo (El País, 2021), el incremento sostenido en el precio del gas repercute no sólo en el aumento del costo de la luz (pues buena parte de la electricidad producida por esa nación se obtiene con gas natural) sino que amenaza con generar un gran malestar social ante el aumento del costo de la calefacción invernal; el helio, otrora un gas abundante, ha sido malgastado en globos para infantes y en la actualidad se sufre por su carencia (Ferrado, 2014); finalmente, las tierras raras, esas que son fundamentales para la producción de múltiples gadgets electrónicos, se han vuelto tan escasas que China ha empezado a restringir su exportación (Espinoza, 2019).

La crisis, como antes indicamos, también se manifiesta en la emergencia de una serie de fenómenos siglos antes desconocidos: Calentamiento Global Antropogénico (CGA), Sexta extinción masiva de las especies y Contaminación generalizada.

El Calentamiento Global Antropogénico (CGA)

El 9 de agosto pasado, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, 2021), afirmó, de manera muy clara, que se está generando una catástrofe que afectará no sólo a la humanidad sino a muchas otras especies de la tierra. 

El AR6 (Sixth Assessment Report) del IPCC es el informe más completo y contundente que, hasta ahora, ha publicado ese organismo de las Naciones Unidas y presenta no sólo la situación actual sino los escenarios futuros que el CGA ocasionará en todo el planeta: pérdida masiva de la criosfera (polos y glaciares), incremento en frecuencia e intensidad de los fenómenos hidrometeorológicos (huracanes, sequías, incendios forestales y ondas de calor), incremento de los refugiados ambientales, entre otros. El AR6 indica también que muchos esos fenómenos han alcanzado el punto de no retorno, es decir, que por más que intentemos evitarlos, ya no podremos hacerlo (pues son inerciales). 

El informe nos permite vincular fenómenos aparentemente desligados: las terribles inundaciones asiáticas y europeas, los incendios de Norteamérica y Siberia, las ondas de calor acaecidas en India, Europa, Sudamérica y Norteamérica. Todo ello está ligado y es una consecuencia de los gases de efecto invernadero que la humanidad arroja a la atmósfera, no sólo por los escapes de los autos sino por las toberas de las empresas e incluso por el que liberan las vacas que, por miles de millones, pueblan la tierra. Muchas regiones están, en consecuencia, condenadas a la inhabitabilidad, otras, no podrán sino intentar adaptarse.

El Informe del IPCC es también contundente en lo concerniente a la situación actual del planeta: el incremento de la temperatura global (1.09 grados centígrados más respecto a épocas preindustriales) es indudablemente una consecuencia de las actividades humanas. La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera ha alcanzado ya las 410 partes por millón y el metano las 1866 partes por billón. Al respecto o debemos olvidar que, tal y como lo indicó el exinvestigador de la NASA, James Hansen, el punto de no retorno en ese rubro son las 450 partes por millón de CO2 equivalente. Y se incrementan ente 2 y 3 puntos anualmente. Todo esto ha ocasionado que las últimas cuatro décadas, sucesivamente, hayan sido las más cálidas jamás registradas. No hay duda alguna, tampoco de que en el curso de los próximos 20 años se alcanzará el límite de aumento “irrebasable” para la COP de Paris (2015): los 1.5 grados centígrados. Si seguimos actuando como hasta ahora (Escenario Bussiness as Usual) la temperatura global se incrementará entre 4 y 5 grados centígrados al final del siglo, lo cual es simplemente catastrófico. 

El informe del IPCC sostiene que la humanidad aún puede detener su carrera a la autodestrucción. Ello implica que interrumpa sus principales prácticas ecocidas: la afición por la extracción y quema de combustibles fósiles y el consumo desaforado de todos los recursos naturales. 

El Ocean State Report del Copernicus Marine Service

En septiembre pasado, el Copernicus Marine Service de la Unión Europea publicó su Quinto informe (von Schuckmann et al., 2021), en el cual estableció la complicada situación por la que atraviesan los diversos océanos y mares de la tierra. Tal Informe presenta lo que ocurre en los tres tipos de mares: el azul (factores físicos: temperatura, corrientes, volumen), el verde (factores bioquímicos: concentación de nutrientes, oxigenación, acidez), y el blanco (extensión y volumen de los mares Ártico, Bático y la Antártida). 

Respecto al Océano azul el informe reporta un incremento de la temperatura media del mar así como un aumento en su nivel. Respecto al Océano verde, indica un incremento no solo de la acidificación, sino de la desoxigenación, eutroficación (exceso de nutrientes generada por los fertilizantes químicos vertidos en los cuerpos de agua) y, en otras regiones, oligotroficación (falta de nutrientes en los mares cercanos a las zonas industriales). Finalmente, el Oceano blanco presenta la disiminución en la extension y volume del Ártico y el Báltico, así como la pérdida de la masa polar de la Antártida. 

Las consecuencias para la vida de la tierra que tales cambios generarán son incalculable pues, nunca lo olvidemos, los oceanos ocupan el 71% de toda la superficie de la tierra. Más de la mitad de la humanidad, además, habita en costas y regiones inundables. 

La Sexta extinción masiva de las especies

Respecto a la Sexta extinción masiva de las especies, el 6 de mayo del 2019 la UNESCO declaró –vía el Informe Evaluación Mundial de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de Ecosistemas (IPBES)—, que ha iniciado la mayor crisis que la humanidad haya generado a los ecosistemas de la tierra (Zhang, 2019). El Antropoceno, es decir, la manera como Paul Crutzen ha propuesto se renomine al Holoceno, está pasando factura a una cuarta parte de las especies de la tierra y las ha hecho ingresar a la Lista roja de especies en peligro de extinción. Al respecto, indica la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés) en su Red List of Threatened species 2019 (Lista roja de especies en peligro de extinción), que más de 28,000 especies han ingresado a dicha lista: el 40% de los anfibios, el 25% de los mamíferos, 34% de las coníferas, 14% de las aves, 30% de los tiburones y rayas, 33% de los arrecifes de coral y el 27% de los crustáceos. Y si comparamos tal informe con la edición 2010 de la misma lista notamos que casi se ha duplicado. En el 2010, de 46,677 especies estudiadas 17,291 especies se encontraban en peligro de extinción (21% de los mamíferos, 30% de los anfibios, 12% de las aves, 28% de los reptiles, 37% de los peces de agua dulce, 70% de las plantas y 35% de los invertebrados). Las causas del importante aumento son la fragmentación de los ecosistemas, la contaminación y el calentamiento global. La WWF (World Wide Fund for Nature) en su informe Planeta vivo 2018 añade que las poblaciones de vertebrados han disminuido en un 60% en los últimos 40 años, que se ha perdido el 20% de la Amazonia en los últimos 50 años, que son los trópicos los más afectados (han perdido un 89% de su biodiversidad en relación a 1970), que ya se han perdido la mitad de los corales de las aguas someras del mundo y el 90% de las aves marinas del mundo tienen fragmentos de plástico en su estómago y que los peces de agua dulce han sido los más afectados: han disminuido en un 83% desde 1970. En el Informe 2010 ya se indicaba que había caído en un 30% la salud de los ecosistemas del mundo, siendo los más afectados los de las regiones tropicales (deteriorados en un 60%) y el hábitat de agua dulce (dañados en un 35%). Y que entre las especies en peligro de extinción se encontraba la Posidonia oceánica, una angiosperma marina endémica del mediterráneo que para algunos es la especie más antigua de la tierra (con una edad de 100 mil años) y que presta innumerables “servicios ambientales” (pesquería, protección de las costas, etc.), la cual desaparece al increíble ritmo del 5% anual (superior a los bosques tropicales). Y el informe Planeta vivo del 2016 oscurecía aún más el panorama: de 1970 al 2012 se habían perdido el 58% de los vertebrados de la tierra: el 38% de los terrestres, 36% de los marinos y 81% de los anfibios. 

Todo indica que si la humanidad pretende existir más allá del siglo XXI es menester que cambie su modelo civilizatorio. El actualmente vigente —que implica el uso indiscriminado de combustibles fósiles, el uso de la tierra como inagotable mina y basurero, la revolución industrial con su práctica generalizada del comprar y tirar, así como la creencia de que contamos con recursos infinitos en un planeta finito— ha aniquilado a una muy buena parte de las especies de la tierra (WWF, 2016) y amenaza con aniquilar también, en el corto o mediano plazo, a las economías humanas. Tal y como indica Antonio Turiel en su Petrocolapso. Crisis energética global y como (no) la vamos a solucionar (2020), una economía fuertemente petrolizada como la nuestra se enfrenta a una muy cercana y previsible catástrofe (Turiel, 2020). 

La devastación que la pesca de arrastre ha generado en el mar, sumada a la deforestación que la humanidad realizó, y aún realiza a lo largo y ancho de los continentes, acabará no sólo con las pesquerías del planeta sino con las condiciones que posibilitan la vida. Al respecto no sobra recordar que el Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental de la UNAM informó recientemente que para el periodo 1976-2000 la tasa de deforestación fue del 0.43% anual, es decir, 545 mil hectáreas por año, cifra similar a la que ocupa el Estado de Aguascalientes (Pennington y Sarukhán, 2005: 16ss).

Las sucesivas revoluciones industriales, al par que hicieron accesibles a la humanidad innumerables bienes antes reservados a reyes y grandes burgueses, han ocasionado no sólo la depredación del mundo sino la contaminación de agua, suelo y aire. Incluso el espacio exterior a la tierra se ha vuelto peligroso a causa de nuestra “basura espacial”. 

La asociación de los cuatro fenómenos asociados –CGA, Sexta extinción, Contaminación generalizada y Crisis económica— ocasionará cantidades crecientes de refugiados ambientales, los cuales escaparán de la hambruna que dejarán los diversos fenómenos hidrometeorológicos que asolarán a sus lugares de origen. El caos reinará en la mayoría de las naciones de la tierra y la gran mayoría de los ciudadanos culparán de su desgracia a sus gobiernos, a sus familiares, a su mala suerte, incluso a sus dioses. Difícilmente podrán darse cuenta de que fueron los hábitos de consumo de las generaciones previas los que causaron su ruina.

Conclusión

No quiero que tengas esperanza, quiero que entres en pánico. Quiero que sientas el miedo que siento todos los días y luego quiero que actúes. 

Greta Thunberg (ante el Foro Económico Mundial, Davos, 2019).

El ejercicio del psicoanálisis obliga a “mirar desde arriba” la banda de Möbius en la que la humanidad circula. Todas las humanas vicisitudes se revelan para el análisis en su vanidad o en su excelencia. En consecuencia, la vida humana se valora en su sentido más profundo. Y así como se revela su banalidad, se descubre su belleza. Es entonces cuando se percibe claramente todo lo que podría perderse de no detener la debacle que, desgraciadamente, ya ha iniciado.

La catástrofe socioambiental ha comenzado y no se nota que la humanidad, o los mexicanos y con ellos muchos otros ciudadanos del mundo, estén tomado las medidas urgentes para detener la debacle. Todo apunta a que nos desbarrancaremos pronto y que muchos sufrirán por la carencia de mirada de largo plazo y por la ausencia de medidas para mitigar el fenómeno. Es una grave violencia la que la humanidad actual ejerce contra las futuras generaciones. No debemos esperar mucho respeto de ellas. No lo merecemos.

Cuernavaca, Morelos, 8 de octubre de 2021.

Bibliografía

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