Nuevas formas de subjetivación

Susana Bercovich

Resulta siempre engorrosa y difícil la pretensión de pensar la actualidad de nuestra cultura. La dificultad reposa en el hecho de que estamos inmersos en aquello mismo que pretendemos abordar. La lógica con la que pensamos nuestra actualidad es efecto de esa actualidad. Las coordenadas de la razón son atravesadas por lo que quiere razonar. Así, la tarea de pensar la contemporaneidad es siempre algo aventurada. Sin embargo, los filósofos, pensadores, poetas, artistas, nos han enseñado la apertura a los horizontes de la época como condición para pensar el mundo y para indagar por lo que somos. Entonces, es con el espíritu abierto a nuestros tiempos como podemos palpar lo que hoy es el sujeto como efecto de la cultura y su malestar.

El mito es un modo privilegiado, nos enseña Levi Strauss, para el abordaje de la cultura. Pero, nuestra modernidad ya no produce mitos desde hace tiempo. En la falta de producción de mitos leo uno de los rasgos de nuestros tiempos.

Ante la pregunta por el origen y en el lugar de la falta de respuesta se aloja el mito. Una verdad en forma de ficción que permite pasar de un real a un simbólico. Pasaje culturalmente saludable.

La ausencia de mitos indica la ausencia de la pregunta por el origen. El mito freudiano del asesinato del padre como origen de la cultura, es el único mito, cito a Lacan «del que nuestra modernidad ha sido capaz». Freud pone en mito lo que el filósofo venía anunciando: la muerte de Dios.

El mito es el modo de subjetivar un real. Su ausencia, nos hace pensar en los nuevos modos de subjetivación.

El sujeto es, más que nada, el modo en que subjetiva sus experiencias. Allí estamos en la exacta bisagra entre el sujeto y la cultura, o más exactamente, en la lógica de una relación moebiana, de continuidad.

¿Cuáles son los modos modernos de subjetivación?

Tomemos el duelo: nuestro modo de subjetivar la experiencia del duelo, no es igual en oriente que en occidente, ni es igual ahora que antes. México afortunadamente es la valiosa excepción occidental. Si antes el lugar del ritual era esencial como un modo de pasar a lo público y de compartir con la comunidad la muerte de un ser querido. Hoy la muerte debe ser una experiencia aséptica y hospitalaria. El lugar del ritual se ha perdido, la dignidad de morir rodeado de los seres queridos también [1] . No ofrendamos al muerto (México con su día de muertos es la benéfica excepción). No sólo no ofrendamos algo al muerto, sino que esperamos ávidos la herencia que nos deja. El modo de subjetivar la experiencia del duelo ha cambiado en la cultura occidental. La ausencia del ritual comunitario deja al doliente más sólo que antes. Nuestra relación con la muerte se habrá transformado.

De igual modo ha cambiado nuestra relación con el saber y con nuestro modo de subjetivarlo. La pedagogía griega estaba íntimamente ligada a una erótica. La palabra misma filosofía, indica un eros en relación al saber. La relación del maestro con su discípulo era también una relación erótica. El saber se ha alejado del amor del que originalmente formaba parte. La pedagogía hoy es pensada absolutamente fuera del campo de la erótica, y resulta más que nunca una pedagogía adaptativa, censuradora, violenta y, aún con sus múltiples cursillos de educación sexual, puritana.

Nuestro modo de subjetivar la experiencia del saber y nuestra relación con él, excluye hoy la dimensión amorosa (lo que no quiere decir que la erótica deje de operar allí). Esta separación eros-saber no es sin consecuencias para la historia del pensamiento.

Un parámetro mayor, en el que me detendré algo, es nuestra relación con el sexo y con los cuerpos.

Ya Foucault decía que las formas según las cuales los sujetos se reconocen como sexuados nos son impuestas. Si nos acercamos con él a eso que llamamos «normalidad», muy pronto descubrimos que se trata de una construcción moderna. La normalidad es una construcción en la que intervienen tres ejes: el discurso religioso, el discurso médico-científico, y la moral de los sistemas de poder dominantes. (Mismos ejes que intervienen en el cambio de nuestra relación con el saber en cuanto a la exclusión de eros).

En el fervor científico por la clasificación, los seres serán clasificados según parámetros arbitrarios de salud-enfermedad. La sexualidad estará marcada por este acontecimiento, tanto la forma de practicarla como de pensarla y estudiarla. El saber psicomédico clasificará a los sujetos según sus gustos sexuales. Se habrá producido la homosexualidad como un «desvío», y todo un abanico psicopatológico del que nadie sale vivo. He pensado que rara vez nos equivocamos cuando pensamos el mundo con esta lógica: la medicina produce enfermedad, las fuerzas llamadas del «orden» producen violencia y desorden, la psiquiatría produce locura.

En todo caso, la moral de los sistemas dominantes promueven, transmiten y aseguran los modelos construidos de normalidad, como imperativos del ser. La pedagogía tendrá un lugar privilegiado en el aseguramiento y la transmisión del discurso medicopsicomoral.

La moral de turno penetra en los cuerpos a través de múltiples lugares. Desde las pantallas televisivas, como un ojo hipnotizador, nos son impuestas identidades y modos de deber ser que aceptamos gustosamente, que encarnamos inconscientemente. Damos cuerpo a los modelos: el ideal de belleza, comida light, la potencia fálica del carro nuevo, el modelo de familia ideal que nos impone la telenovela, estamos impregnados de modos en que debemos ser. Como diría Leo Bersani [2] : La buena esposa-esclava que sirve el desayuno en las mañanas, nos enseña qué es ser una buena esposa; coca cola, símbolo de amistad muestra qué es ser amigo. Hay una producción de identidades (cómo ser, hacer, comprar, vestir) que hacen a nuestro ser.

La presencia del sexo en nuestra modernidad (pornografía, objetos sexuales, shop-sex, hot line, sexo virtual) lejos de expresar una liberación, resulta todo lo contrario. Foucault nos advierte que la represión no es el silencio y la prohibición, también es una multiplicidad y manipulación de discursos e información [3] . En nuestro liberal occidente moderno la sexualidad es virtual, solitaria y masturbatoria, no hay encuentro entre los cuerpos.

Las pantallas esculpen realidades y moldean nuestros gustos: los dispositivos de poder rigen nuestro modo de estar en el mundo y nuestro modo de vivir los cuerpos, el sexo y la vida. La proliferación de esta suerte de ortopedia sexual, lejos de mostrar una liberación habla de miedo, miedo al encuentro con otros. La represión se manifiesta en la superproducción de sexo.

Afortunadamente desde los años sesentas existe una corriente intelectual: la queer theory, que contesta a este estado de cosas, planteando la inexistencia de la sexualidad como una identidad, y en última instancia en lo ficticio de toda identidad, de lo cual los trasvestis constituyen la muestra: la identidad sexual es un disfraz y se produce por imitación.

Es un hecho que nuestro modo de subjetivar la experiencia con el cuerpo y con el sexo ha cambiado. Y aquí no creo ser impertinente al suponer que el distanciamiento que ha operado el saber respecto de la erótica ha tenido mucho que ver. La erótica griega era la transmisión del arte de dar y recibir placer. El hecho de que se trate de una transmisión signa esta práctica como una pedagogía. La distancia entre el saber y el amor (tal vez una de las condiciones de las ciencias modernas) ha operado en el cambio de nuestra relación con el sexo y con el cuerpo. Las cosas se complican cuando pensamos que el sexo y el cuerpo son construcciones culturales, fenómenos de discurso que producen una moral y un modo de ser.

Y puesto que estamos en el cuerpo y en el sexo, no podemos desconocer la obra de Sade. Aquel para el cual todo empieza y termina en el cuerpo.

Lo que sigue a continuación forma parte de un tejido en proceso, y considero que hace al meollo de este recorrido que aquí les presento.

Ante todo, digamos que Sade (el gran ateo, precursor de Nietztche y según Lacan también predecesor de Freud), descarado, digámoslo ¿por qué no?, filósofo y pedagogo, desenmascara algo que hoy más que nunca aparece como un sin remedio: nuestro gusto por la violencia.

Es en su obra donde se nos presenta al desnudo la naturaleza erótica de la estructura política opresor-oprimido. Por ser un par erótico, opresor-oprimido se extiende hacia todas las formas sociales del dominio y la jerarquía. La voluntad de dominio y de sometimiento marca el ritmo de nuestra relación con los otros desde todos los tiempos y promueve, en la cultura, malestar. Y con el malestar, los goces del consuelo, por ejemplo, la cultura del consumo en soledad.

Freud no pudo haber leído a Sade (su obra muy censurada hasta hace poco, desconocida en época de Freud). Sin embargo, encontramos a Sade en Freud. ¿Sade precursor de Freud? Lacan ilumina lo sadiano de Freud en el seminario La ética del psicoanálisis [4] , donde acude nada menos que a Kant y a Sade para abordar el tema. Allí Lacan lee fragmentos de El Malestar en la Cultura [5] , que podrían pasar por enunciados de Sade. Un Freud más visionario que optimista nos advierte: no queremos el bien del prójimo, ni el nuestro propio (que es el mismo), el bien conduce a lo peor, la pulsión de muerte y la agresividad son los operadores en nuestra relación con los otros, el masoquismo es erógeno. Los avances de Freud se asemejan a lo que Sade presenta y reflexiona en su obra, un «bloque de abismo» como la llama Annie Le Brun [6] , en el pensamiento occidental.

Aún no le perdonamos a Sade que haya tenido el tupé de mostrarnos en su obra una verdad injustificable: la violencia como un fenómeno excitante. Sade muestra que estamos formados en el placer por el ejercicio del poder y del control sobre otros. Por ser una estructura erógena, el par opresor – oprimido constituye al mismo tiempo un regulador y un punto de imposibilidad en la vida social y en la cultura. Al mismo tiempo, la falicización de emblemas, uniformes, himnos, revelan lo que Leo Bersani define como «la naturaleza sexual secreta de la autoridad» [7] . Erigimos (verdades, dioses, ideas) para someternos a ellos. Existe una voluntad masoquista de sometimiento que va a la par (es una misma voluntad) con el placer en el ejercicio del poder y la opresión sobre otros.

Los medios masivos, el cine de Hollywood, la televisión, muestran una gran explotación comercial de nuestra fascinación por la violencia, dando así la razón a Sade a cerca de nuestro irremediable gusto por ella. Ya sea como verdugos o como víctimas, la violencia nos inflama. Bersani sostendrá que las performances sádicas y masoquistas revelan esta verdad secreta: la erotización del poder [8] . Muestran el resorte opaco de la articulación: el poder como falicizado. En el teatro sádico – masoquista surge lo que vivimos de manera hipócrita cotidianamente: un placer en el ejercicio del poder y en la sumisión.

En este mismo hilo se sitúa la crítica que hace el filósofo francés Alain Badiou a la ética occidental [9] . Esa ética con la que nos llenamos la boca fácilmente: desde los derechos del hombre hasta la tolerancia a las diferencias, (cuyo enunciado nada ético supone que las diferencias son algo a tolerar), la ética occidental, dirá Badiou, enmascara el fantasma de victimización del hombre. Así lo formula: «la ética enmascara la figura del hombre víctima, el hombre bueno, el hombre blanco».

Amos o esclavos, vamos de una orilla a la otra, con singular alegría. Y así vivimos, formados y atrapados en las coordenadas erógenas del siervo y del soberano. Constatamos nuestro gusto por el dominio y por el servilismo en las páginas de los periódicos y en nuestras nimias vivencias cotidianas.

El arte no queda fuera: el llamado nouveau art, que consiste por ejemplo en que el artista se desangra o se perfora para beneplácito de un ávido público, o las modernas esculturas hechas de restos de cuerpos humanos (piel, cabellos, órganos, dan la razón a Sade: «la atracción del placer es inseparable de la atracción del mal» [10] . El extremo más moderno de esta serie sería el llamado cine snuf. Esta práctica -que consiste en filmar personas sobre las que se ejercen torturas, violaciones y mutilaciones en vivo para luego venderlo como material pornográfico- constituye un elocuente indicador cultural de nuestros tiempos. Es la brújula que señala lo excitante que resulta la violencia ejercida sobre otros, sobre otros que soy yo mismo: la identificación masoquista con la víctima está también del lado del sádico.

De «la dicha en la esclavitud», como dice el poeta, al goce del amo. El carácter masoquista del goce se presenta como la fuente erógena de la estructura amo-esclavo. La necesidad de erigir para servir, de someternos a emblemas y modas tiene sus resortes en un masoquismo ya planteado por Freud como constitutivo. Y sus efectos de insistencia se nos desbordan por todos lados: en la clínica, en la sociabilidad, en el hipócrita discurso ético-ideológico que disfraza el crimen con maquillajes loables pretendiendo justificar lo injustificable, en fin, que constatamos nuestro gusto por el sometimiento en todo lo que hace al orden de las jerarquías y del dominio.

¿Desde cuándo la violencia es excitante? ¿Responde a una necesidad estructural o se trata de una formación cultural? ¿Cómo salir de las coordenadas sadianas víctima-verdugo en las que hemos sido formados? ¿Son acaso modificables estas condiciones?

A lo largo de mis lecturas en este tema, encontré que la imposibilidad de estar juntos así como los sesgos por donde salir de esta imposibilidad, hace al nódulo de muchos pensadores contemporáneos. Constituye también un punto límite en sus obras y sus discursos. La dicha en la esclavitud y nuestro gusto por la violencia marcan un límite de lo decible.

Así, en Freud el masoquismo erógeno, la pulsión de muerte, y el castigo como el lado gozoso de la ley, hacen al umbral de su obra. Al malestar en la cultura Freud opone el complejo concepto de sublimación: un modo de estar con otros a través del arte, el amor, la ciencia.

Por otro lado no podemos desconocer al psicoanálisis mismo como una salida posible: a diferencia de las disciplinas occidentales (por ejemplo la pedagogía, la medicina), cuyas prácticas han enmascarado el carácter erógeno que sin embargo las rige, el psicoanálisis se distingue por hacer del eros su marco: vuelve a reunir el saber y el amor vía la transferencia. El análisis como análisis de la transferencia signa la práctica psicoanalítica como una práctica erótica. Por ello constituye una de las resoluciones alternativas fuera de las coordenadas erotopolíticas opresor – oprimido.

En otro orden, Alain Badiou, el filósofo, encuentra modalidades cercanas al psicoanálisis en cuanto a las vías por donde sortear el malestar: él habla de la experiencia subjetiva de una verdad y sus modos de transmisión en el quehacer del hombre: el amor, el arte, la ciencia y la política [11] .

Leo Bersani, por su parte, ve en el ligue una relación impersonal, anónima, y amorosa que constituye también un modo de hacer pasar la violencia sexual por lo social, sin matar ni morir en el intento. También ve en el arte como una práctica universal una alternativa ante nuestra «aprehensión sádica del mundo» [12] .

Pero lo esencial de su pensamiento, a mi modo de ver, es lo que ve en las prácticas masoquistas: un placer en la pérdida del poder. El poder en occidente está falicizado, sería necesario desmitificar el poder y valorizar el placer, no en la detención, sino en la pérdida del poder. El placer en la pérdida del poder supone la disolución de un yo narcisista e hiperbólico encerrado en sí mismo. Supone también la extensión de sí en el otro, el universo como una extensión de sí. Bersani, retoma el proyecto de su amigo Foucault a cerca de la necesidad de inventar los nuevos modos de estar juntos. Así en su libro Homos, postula el concepto de un narcisismo comunitario, y el olvido de sí como un modo de cuidado de sí. (En su visita a México en el 2000 me comentaba en una plática informal: «¿cómo sería la sociabilidad y el mundo si en lugar de educar a los niños en la moral del «derecho y respeto a las diferencias» se les educara en el sentido de la mismidad? Es decir: tu compañero es una extensión de ti, igual los árboles y todo lo que nos rodea. La mismidad sobre la base de una diferencia estructural. No hacer valer la diferencia sino la mismidad comunitaria»).

En cuanto a la filosofía, considero que es tarea del filósofo contemporáneo volver a enlazar el saber con el eros. Excluir la erótica es quedarse con la pura razón y a la deriva de los monstruos que esta razón eventualmente produce.

Sabemos que el pensamiento produce realidades, por lo tanto hay allí, en lo que pensamos, una responsabilidad.

Al confort intelectual, tan criticado por Foucault, se le opone la figura del filósofo que sale al mundo para descifrar este planeta que no está sólo hecho de palabras.

Para finalizar diré que se trata de ver, nuestra responsabilidad en nuestro modo de estar y de ser en el mundo. Ver allí, para no engañar.

[1] Ver Jean Allouch. La erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Ed. Epeele, México, 2000.

[2] Leo Bersani. ¿Es el recto una tumba? En Cuadernos Litoral, Córdoba, Argentina, 1999.

[3] Michel Foucault. Historia de la sexualidad. Vol. I La voluntad de saber. Ed. Siglo XXI, México.

[4] Lacan. Seminario VII. La ética del psicoanálisis. 1959. Ed. Paidos. Argentina.

[5] Sigmund Freud. El malestar en la cultura. 1929. En obras completas.

[6] Annie Le Brun. De repente un bloque de abismo, Sade. Ediciones literales, Córdoba, Argentina 2002.

[7] Leo Bersani. Homos. Ed. Manantial, Buenos Aires, Argentina.

[8] Leo Bersani. Homos. Op. cit.

[9] Alain Badiou. «La ética. Tratado de la conciencia del mal». En Batallas éticas. Ed. Nueva visión. Buenos Aires, Argentina, 1995

[10] Leo Bersani. «Merde, alors!» En Me cayó el 20 N° 5. México, 2000

[11] Alain Badiou. «La ética…» op.cit.

[12] Leo Bersani, «Sociabilidad y sexualidad». En Litoral 31, Córdoba, Argentina. Y Les secrets du Caravagio. Ed. Epel, Paris, 2003.