Más allá del Principio del Placer

 Alexis Schreck

 “Más allá del Principio del Placer” es la obra que Sigmund Freud escribe entre marzo y mayo de 1919, y que es modificada en el invierno de 1920, año de su publicación. Era el tiempo de la posguerra europea, ensombrecido por un gran pesimismo y una importante crisis económica. Las muertes acaecidas con la guerra habían dado como consecuencia, según Max Schur, que Freud escribiera “Duelo y melancolía” en 1917 y “Lo ominoso” en 1919 (Freud, 1917[1915]/1985).
 
Más allá del principio de placer” está escrito con un estilo singular pues a partir del cuarto capítulo Freud, desde su inmensa curiosidad científica, plantea a nivel de premisas especulativas conceptos controversiales y enigmáticos. Lanza a volar ciertas ideas con el único propósito de seguir su derrotero, para ver a dónde llevan. De entrada derriba el fundamento de la fenomenología cuando advierte que “la conciencia no puede ser el carácter más universal de los procesos anímicos, sino sólo una función particular de ellos.” Sugiere conceptos atrevidos, complejos, utiliza fantasías cósmicas para dar valor biológico a sus nueva teoría pulsional (las relaciones de la Tierra con el Sol), y extrapola desde la embriología y la metabiología a lo psíquico ( la barrera anti estímulo de los protozoos), y luego, en el mismo texto, pone en duda sus propias conclusiones. Aparece un Freud al que no habíamos estado acostumbrados, un Freud que se basa también en la genética (como se le entendía al momento), en el Darwinismo, en la mitología, en fin, “Más allá…” me parece un texto central (Esman, 2006).
 
Es evidente que “Más allá del principio de placer” nos da muestra del profundo intento de Freud por comprender varios asuntos aún irresueltos para él, y nos invita a compartir su intimidad. Así, van apareciendo en el texto varios protagonistas: el juego “Fort-Da” de su nieto Ernst ejemplificando la compulsión de repetición; las grandes dificultades con las que Freud se topa en la clínica psicoanalítica; los adeudos amorosos con Wilhelm Fliess; las concesiones a filósofos como Schopenhauer, y sus perennes cuestionamientos ante la muerte y la destructividad, entre otros temas más. Cada una de estas articulaciones sin duda merece un estudio independiente, y en conjunto un análisis histórico crítico que pudiera dar cuenta de las circunstancias de la vida de Freud, del Zeitgeist, de los antecedentes conceptuales y de las influencias posteriores de “Más allá del principio de placer.” Este trabajo, el que ahora presento, sólo puede endulzar, de forma que el lector nunca deje de apostar a la gran obra freudiana de 1920. Yo apuesto mi “resto.”
 
Pero “mi resto”, no sólo hace referencia al juego de póquer, ni tampoco a que este trabajo es “el resto” que quedó fuera de mi tesis doctoral, sino que alude a un planteamiento freudiano que nos desborda: aquel resto en el psiquismo apartado de la simbolización, excluido de la ligazón del principio de placer, y que insiste punzante en un eco pulsional que no deja de sorprender y desgastar: la compulsión de repetición, enunciado princeps de la pulsión de muerte.
 
La pulsión de muerte es un concepto que fue constantemente reafirmado por Freud hasta el fin de su obra, sin embargo, como toda innovación radical y paradigmática, no ha logrado imponerse a los discípulos y a la posteridad como la mayoría de sus aportaciones conceptuales, permaneciendo una de sus nociones más controvertidas. Surge inicialmente de una dificultad inherente al tratamiento psicoanalítico; la tendencia del paciente a repetir, en la transferencia, como si se tratase de una experiencia actual, un material reprimido, en vez de evocarlo. Asimismo, Freud observa a su nieto de 18 meses hacer aparecer y desaparecer un carrete diciendo “Fort-Da” (allá/acá), en un intento de dominar el displacer del abandono materno, y a la vez se enfrenta con los sueños repetitivos de angustia y de la neurosis de guerra (debemos recordar que las neurosis de guerra resultaban particularmente importantes para Freud porque sus hijos servían al ejército austriaco durante la Primera Guerra Mundial). Ninguna de estas manifestaciones, ni la repetición trasferencial, ni los sueños repetitivos de la neurosis traumática, ni la repetición lúdica del niño, podían ser explicadas por el principio de placer, debido a su carácter irreductible, lo que genera que Freud pueda pensar en algo que está más allá (o más acá) de este.
 
En su forma “pura” (y entrecomillo la palabra pura porque en la concepción freudiana del psiquismo no se puede pensar en algo puro), la pulsión de muerte da cuenta de la compulsión de repetición, de la repetición trasferencial, de la clínica psicosomática, y yo pienso que de algunos fenómenos trasferenciales como el letargo, mientras que en la amalgama con lo erótico es denominada “pulsión de destrucción” y explica la doble figura del sadismo y el masoquismo, la melancolía y la neurosis obsesiva. Con el asunto de la mezcla y desmezcla de Eros y la pulsión de muerte, Freud es capaz de explicar una variedad de manifestaciones clínicas, como la conducta agresiva, la autodestrucción, la ambivalencia, el sentimiento inconsciente de culpa y la reacción terapéutica negativa. 
 
Es menester dejar claro que la pulsión de destrucción es sincronizada por su mezcla libidinal para seguir las reglas del principio de placer y lograr la descarga, lo que significa que siempre que haya mezcla pulsional, la pulsión de muerte será llamada pulsión de destrucción (cuyo camino es marcado por el odio) y se regirá bajo la égida del principio de placer.[1] Melanie Klein retomará la pulsión de destrucción de Freud y en su obra la llamara “instinto de muerte.”
 
En “Más allá del Principio del Placer” Freud dice que todo organismo vivo regresa a lo inorgánico “por razones internas” porque “la meta de toda vida es la muerte, y, retrospectivamente: lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo.”
Lo cito textual: “…Las pulsiones orgánicas conservadoras … no pueden sino despertar la engañosa impresión de que aspiran al cambio y al progreso, cuando en verdad se empeñaban meramente por alcanzar una vieja meta a través de viejos y nuevos caminos… La meta de toda vida es la muerte.”
La pulsión de muerte aparece en la obra freudiana como la tendencia de toda vida hacia el cero energético, hacia la energía no ligada a ninguna huella mnémica o representación psíquica. Esto representa la expresión más radical del principio de placer, pues mientras éste tiende únicamente a la reducción de toda tensión al nivel mínimo posible (principio de constancia), la pulsión de muerte tiende a bajar la tensión a cero (principio de inercia).
De esta forma se distinguen dos tipos de pulsiones: Aquellas que pretenden conducir la vida hacia la muerte y otras, las sexuales, que de continuo aspiran a la renovación de la vida.
 
Por un lado, y basado en las mismas premisas que “El proyecto de una psicología para neurólogos” (1895 [1950]/1985) la pulsión de muerte es aquello que genera la exigencia de trabajo para Eros. La tendencia al cero energético (muerte psíquica, retorno a lo inorgánico) entra en dialéctica con la libido y su labor de ligar la energía en representaciones, dando como consecuencia la construcción de aparato psíquico. Jean Laplanche entiende a la pulsión de muerte como una fuerza en sí que tiene un efecto de desligadura de las representaciones ya existentes, por lo que sería destructiva del psiquismo y André Green la considera en su efecto desobjetalizante y de-simbolizante.
 
Es confuso pensar en las manifestaciones agresivas o destructivas desde la pulsión de muerte por si sola, y sólo lo podemos hacer desde la mezcla pulsional con la libido y bajo la égida del principio del placer, a pesar de que dichas manifestaciones no sean percibidas como placenteras. Es menester recordar que lo que es placentero para una instancia del aparato psíquico resulta displacentero para la otra instancia, y que en todo caso, el placer para Freud implica la disminución de la energía en el psiquismo, y no necesariamente equivale a lo “disfrutable.”
 
Aquí vemos como el asunto de la pulsión de muerte emerge en 1920 a partir de conceptos metapsicológicos freudianos anteriores, fundamentalmente de “El proyecto de una psicología para neurólogos” (Freud, 1895/1985). El primer apartado de “Más allá…” se apoya en las mismas premisas energéticas de Gustav Theodor Fechner; el principio de inercia que dicta que todo aumento de energía tiende a desgastarse a cero y el de constancia: todo quantum energético tiende a mantener su nivel constante a lo mínimo posible. Una de las ideas que se manejan para explicar a la compulsión de repetición es como movimiento intermedio entre la estabilidad aproximada del principio de constancia y la estabilidad absoluta del principio de inercia (Ellenberger, 1970).
 
 En “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico” (Freud, 1911/1985), el dominio del principio del placer se ve limitado por la introducción del principio de realidad, que aparece como su relevo bajo la influencia de las pulsiones de autoconservación del yo. Otra limitación es la represión, pues contraría el desarrollo unitario del yo.
El dualismo pulsional proviene de “Introducción al narcisismo” (Freud, 1914/1985) cuando Freud divide a las pulsiones en pulsiones de autoconservación (yoicas, no sexuales) y pulsiones de objeto. A partir de 1920 ambas serán consideradas como libido, representante de Eros (lo que cohesiona todo lo viviente), y la dualidad se dará por la introducción de la pulsión de muerte.
 
Pulsiones y destinos de pulsión” (Freud, 1915/1985) aparece como la primera exposición de una formulación más clara acerca de las pulsiones y sus determinantes. En dicha obra, Freud aclara que el principio de placer se deriva del principio de constancia e introduce la noción de empuje (Drang) para complementar las otras tres características de la pulsión expuestas en sus “Tres ensayos…” (Freud, 1905/1985) (fuente, objeto y fin).
 
Cuando Freud plantea que la meta de toda vida es la muerte, implica que el instinto de preservación es un aspecto de la pulsión de muerte porque protege al individuo de morir por razones externas, y lo preserva para razones internas (ableben). Así, Eros permite diferir la muerte. Parece que es reconfortarte para Freud, ante los duelos – y las heridas narcisistas que estos implicaban- pensar que uno muere por razones internas. De esta forma uno puede pensar en someterse a las leyes de la naturaleza, posibilitándose el vivir con la realidad de la muerte. Lo anterior, según Max Schur, endurece a Freud para tolerar los 16 años que debe sobrellevar su cáncer de mandíbula. Lo que rescata a Freud es la creencia en la supremacía del yo, del intelecto, del Logos… como únicas fuerzas para enfrentar a Ananké. De esta manera, el conocimiento intelectual permite superar, no a la muerte, pero sí al terror ante ella (Schur, 1972).
 
Es, sin embargo, “Lo Ominoso” (Freud, 1919/1985) la obra que antecede cronológica y conceptualmente a “Más allá del principio de placer.” Die Unheimlich remite a aquello familiar de antiguo, destinado a permanecer oculto y que impensadamente sale a la luz. Es el efecto que tiene el retorno de lo reprimido cuando toma al yo por sorpresa, desprevenido, imposibilitado para deslindarse del mundo externo y generar un efecto de represión o de desmentida.
 
Las razones por las que Freud realizó un texto sobre lo ominoso probablemente sean dos: la primera sería para dar cuenta de la compulsión de repetición en el sentido del eterno retorno de lo igual que se extenderá en “Más allá del principio de placer” a lo demoníaco y a las neurosis de destino (Lo demoníaco equivale a lo diabólico y se contrapone a lo simbólico, como ligadura). La segunda razón sería para determinar aquello que genera angustia y horror y que mostrará su articulación en “Inhibición, síntoma y angustia” (Freud, 1926 (1925)/1985, en M’Uzan, 1987).
 
Sin embargo, resultan también interesantes sus reflexiones en torno a la muerte y su irrepresentabilidad en lo inconsciente. En “Lo ominoso” la muerte aparece como estandarte de la angustia de la castración, y en última instancia remite a la sexualidad infantil y a la vida. La desmentida sobreviene ante el aniquilamiento del yo y aparece el doble solapando a la castración. Así el doble es la imagen inquietante por excelencia vista desde el ángulo de la duplicación que Freud analiza de dos maneras: como una ilustración de la castración comparable a la multiplicación de las serpientes sobre la cabeza de Medusa (Freud, 1940[1922], en M’Uzan, 1987), y como indicio de un automatismo demoníaco de repetición tan fuerte como para “afirmarse del otro lado del principio de placer.”
 
En “Más allá del principio de placer” el automatismo demoníaco acompaña ahora a la compulsión de repetición dándole una teñidura ominosa. Esta ha fundado un imperio en lo inconsciente, un imperio que depende de la naturaleza inmanente de las pulsiones: retornar a un estado anterior. Somete al principio de placer, y le dispensa un carácter demoníaco a algunos aspectos de la vida psíquica. La compulsión de repetición se exterioriza claramente en el quehacer del niño pequeño, en el Fort-Da, y preside la clínica psicoanalítica de los pacientes neuróticos. Esta compulsión interior de repetición no puede menos que ser vivido como algo ominoso.
 
Pero además, en “Más allá del principio de placer”, Freud se continúa interrogando acerca de la figura de la muerte, en un esfuerzo que adquiere el estilo de un autoanálisis, íntimo, profundo y sobrecogedor, donde la muerte obtiene un nuevo alcance, y se sustrae de ser meramente la máscara de la angustia de castración, para llegar a ser considerada en sí misma; la muerte, aquello hacia lo cual la vida remite.
 
Y es claro que Freud nunca dejó de estar obcecado por el asunto de la muerte, inclusive por la propia. De joven le escribe a Martha, su prometida, acerca del suicidio de su colega Nathan Weiss:
 
“Su muerte no puede ser accidental, más bien su ser ha encontrado en ella su plena realización.” (M’Uzan, p. 24)
 
Años después, en 1915 estando en Viena (se refiere a la conferencia en el círculo B’nai B’rith), Freud denuncia en tono sarcástico la insuficiencia de todas nuestras actitudes con respecto a la muerte, sobre todo a la luz de tantas personas y seres amados muertos en la guerra, y como escribe en “De guerra y muerte. Temas de actualidad” (1915/1985) “el inconsciente no puede concebir la idea de nuestra propia desaparición” (p. 241) y “no hay nada instintivo en nosotros que responda a una creencia en la muerte.”
 
En 1926 (”Inhibición, síntoma y angustia”) todavía escribe que “en el inconsciente no hay nada que pueda dar contenido a nuestro concepto de destrucción…me atengo firmemente a la idea de que la angustia de muerte debe ser concebida como un análogon de la angustia de castración.” De nuevo contemplamos a la muerte como máscara.
 
Desde 1894, debido a diversas perturbaciones funcionales, Freud es invadido por temores hipocondríacos y se cree atacado por una enfermedad muy grave. Por lo mismo, prevé diversas fechas y edades para su propia muerte (a los 45 años, a los 51 años, en febrero de 1918, etc.) según diversos cálculos realizados a partir de los conceptos de Wilhelm Fliess (M’Uzan, 1987). Max Schur consideró que “Más allá del principio de placer” fue escrito por Freud como un esfuerzo por reelaborar las supersticiones obsesivas y lograr “pactar” afectivamente con el problema de la muerte.
 
Las muertes resultantes de la guerra, el doloroso suicidio de Viktor Tausk y la muerte de Anton von Freund quien muere en enero de 1920 (Tausk un poco antes) fueron cercenando el optimismo de Freud. Es bien sabido que su autoanálisis adquiere carácter persistente y sistemático luego de una muerte, la muerte de su propio padre. Durante la creación de “Más allá…” muere prematuramente su hija Sophie, heredándole dos nietos, de los cuales padece posteriormente la pérdida del más consentido, quien sigue a su madre a la muerte. Sophie muere en enero de 1920. Freud le pide a Eitington que atestigüe que “Más allá…” estaba a medias terminado cuando su hija gozaba aún de plena salud. “A medias,” sugieren algunos biógrafos, probablemente implicaba que el asunto de la pulsión de muerte quizás no habría sido aún planteado en su obra. Años después esto mismo se lo niega a su biógrafo Fritz Wittels diciendo que “lo probable no siempre es verdad” (M’Uzan, 1987). La muerte de Sophie trastornó profundamente a Freud, según se lee en la correspondencia que mantenía con Ludwig Binswanger y Oskar Pfister. Max Schur, y tiempo después Peter Gay, mantuvieron siempre la hipótesis de que dicha muerte fue la causa esencial de la elaboración de la pulsión de muerte.
 
El hijo menor de Sophie Halberstadt, Heinz Rudolph, muere el 19 de junio de 1923, representando para Freud un golpe más duro que su mismo cáncer, diagnosticado ese mismo año. El ilustre Ernst, protagonista del juego del Fort-Da, era el hermano mayor de Heinz Rudolph.
 
Igualmente, la concepción de la pulsión de muerte surge de forma importante del contexto sociocultural, pues Freud no puede dejar de cuestionarse la prevalencia del odio y de la guerra, reflexiones que posteriormente plasmará en “El malestar en la Cultura” (Freud, 1930/1985) y “¿Por qué la guerra?” (Einstein y Freud, 1933 [1932]/1985).
 
Las concepciones freudianas de 1920 se inscriben en gran medida en continuidad con las numerosas corrientes de la filosofía alemana de los siglos XVIII y XIX. Desde Gothulf Heinrich von Schubert, hasta Friedrich Nietzsche, pasando por Novalis y, desde luego y principalmente, por Arthur Schopenhauer.
 
Von Schubert (1780-1860) era un filósofo del romanticismo que afirmaba la coexistencia en el hombre de dos tipos de nostalgia: la nostalgia de amor y la nostalgia de muerte.
 
Novalis (1772-1801) planteaba que la vida era para la muerte y que la característica de la enfermedad era el instinto de autodestrucción, en oposición a la organización[2] (Ellenberger, 1970).
 
Schopenhauer (1788 – 1860) es el gran pensador de la muerte, que plantea una dualidad de principio entre la voluntad de vivir y la voluntad de morir. Él señalaba que la parte mortal del ser humano se encuentra en el soma (cuerpo), mientras que la inmortalidad o trascendencia queda representada en las células germinales, que son las que producen la descendencia. Sin embargo, Freud le atribuye esta idea a A. Weismann (1882 y 1884), restándole crédito al filósofo.
 
Así en Freud, las pulsiones sexuales son identificadas como las que preservan la vida de la especie, y los individuos están condenados a morir para ceder su lugar a los que han de venir. Coincide con la filosofía de Schopenhauer, quien dice que la muerte es el resultado de la vida y la sexualidad es la voluntad de vivir.
 
En “Más allá…” Freud propone al principio de Nirvana para designar la tendencia del aparato psíquico a reducir la energía a cero, basado en las mismas premisas que el principio de inercia. Este término es propuesto por Barbara Low, psicoanalista inglesa. Es, sin embargo, Schopenhauer quien difunde el término “Nirvana” en occidente, tomado de la religión budista, en la cual se designa la “extinción” del deseo humano, un estado de quietud y felicidad perfectas.
 
Freud evoca a Platón en el corazón mismo de sus especulaciones, específicamente el discurso de Aristófanes del “Banquete” que parece estar basado en los Upanishad (textos sánscritos que contienen la sabiduría hindú), acarreando así una perspectiva hinduizante que lo acerca al modelo schopeneuriano (Freud, 1920/1985, y Assoun, 1982).
 
Nietzsche (1844 – 1900) y su principio del ETERNO RETORNO (de las mismas cosas, de la misma vida) redunda en las líneas de “Más allá…”, donde la existencia es un inicio y un fin permanentes, es matar a la muerte misma para de ahí volver a empezar. La vida no se acaba en un cuerpo inerte, ella está girando y no deja de actuar. Para este filósofo la muerte no es lo contrario de la vida, sino que esta última es una variedad de la primera, e igual coinciden en que el ser humano es un eterno desconocido de sí mismo, pues es precisamente en 1920 que Freud abole la idea de conciencia como determinante de la existencia humana (la crítica al consciencialismo).
También dos científicos rusos de finales de siglo, Tokarsky y Metchnikoff hablaban del instinto de morir, del placer en el morir y del deseo de morir (Ellenberger, 1970), y aún falta investigar cual pudo haber sido la influencia jungiana, si es que la hubo.
 
En cuanto a la destructividad y auto destructividad tenemos la tradición de Hobbes, Darwin, de los darwinistas sociales, de Lombroso y, por supuesto del mismo Nietzsche (Ellenberger, 1970). Fechner también decía que la destructividad era un principio más fundamental que la creación (Ellenberger, 1970).
 
En “Más allá…” Freud retoma la tesis kantiana según la cual el ser humano y su pensar se encuentran insertos en un orden espaciotemporal, y aduce que es menester revisarla a la luz del conocimiento psicoanalítico, puesto que los procesos inconscientes son atemporales. Esto implica que no fueron ordenados temporalmente y que el tiempo en sí no los altera, por lo que no se les puede aportar la representación del tiempo. La representación abstracta del tiempo sólo se puede intelegir a partir del sistema percepción-consciencia, y corresponde a una autopercepción del mismo. Esto implica que es la conciencia la que crea el tiempo y sólo en ella se puede dar dicha temporalidad (que es el tiempo lógico del a posteriori).
 
Por otro lado, Charles Rycroft opina que una influencia importante para que Freud gestara el dualismo pulsional era la debilidad europea, que ilustran Hegel y Marx, por las teorías dialécticas (Clark, 1985).
 
En “Análisis terminable e interminable” (1937/1985) podemos ver como Freud compara su concepción pulsional con las especulaciones cósmicas de Empédocles de Acragas ( 495 A. C.), Neikos y Philia, amor y combate (Freud habla del amor y la discordia en la traducción de Amorrortu). El otro par de opuestos clásico es Bios y Thanatos, vida y muerte.
 
Jones piensa que “Más allá…” reanuda una antigua pasión de Freud por la filosofía, como él le había escrito a su prometida Martha que esta disciplina sería el refugio y el objetivo de su vejez, que “cada día me atrae más, tanto como todos los otros asuntos humanos reunidos y que toda otra causa a la que pudiera consagrarme…” (M’Uzan, 1987, pág. 31). Freud niega haber estado bajo la influencia de los dos filósofos con los que se le comparaba. Dice que a Schopenhauer lo leyó muy tarde y a Nietzsche lo evitó para permitir la libertad en su pensamiento. Sin embargo, la historia nos cuenta que Lou Andreas-Salomé, amiga de Freud a lo largo de 25 años (desde 1912), fue testimonio vivo del puente Nietzsche- Freud, y circulaba las ideas entre el filósofo muerto y el psicoanalista. Inclusive pareciera que “Más allá…” pudiese ser en parte resultado de la reflexión que Freud realiza sobre la muerte a través de un poema de Lou llamado “Canto a la Vida” donde ella relaciona a la muerte con el placer (Corres, 2001).
 
En julio de 1919, en una carta a Lou dedicada al suicido de Viktor Tausk, Freud se refirió a su trabajo en curso: “he escogido ahora como alimento el tema de la muerte, he llegado hasta aquí al tropezar con una curiosa idea de las pulsiones, y estoy obligado a leer todo lo relacionado con esta cuestión, como por ejemplo, y por primera vez, a Schopenhauer. Pero no lo leo con placer” (Roudinesco, 1997). (Quizás esto podría descartar a la muerte de Sophie como una influencia).
 
También otros analistas habían presupuesto un instinto de muerte similar o idéntico al freudiano, ente ellos Sabina Spielrein (1912) como instinto de destrucción, Igual Stärke (1914), Stekel y Rank (1907). La teoría de Otto Rank de regresar al útero es considerada como motor del ser humano, en sincronía con la pulsión de muerte freudiana (Ellenberger, 1970).
 
Sin embargo, yo pienso que una de las influencias nodales en la obra de Freud que posibilitó el acto creativo de 1920 fue la relación de Freud con Wilhelm Fliess. Una relación que liberaba a Freud y lo inspiraba, ayudándolo a superar las mutilaciones que el ideal científico heredado por Brücke le imponían. Fliess era un hombre de vasta cultura, con una gran pasión por la biología y una imaginación viva, aventurada, que lo llevaba más allá de los confines del terreno médico (M’Uzan, 1987).
 
Freud tenía con él un profundo lazo afectivo, inclusive de dependencia, sobretodo observable en su correspondencia entre 1894 y 1900. Epistolarmente Freud le confiaba sus preocupaciones mórbidas, sus sueños y el significado de estos como relato mismo de su autoanálisis, y Fliess encarnaba la poderosa imagen de un amigo al que Freud sobreestimaba y que a la vez representaba a su público y a su más valioso crítico, actuando como figura parental en sucesión de Breuer.
 
Como confidente, Fliess se ve ligado a la muerte del padre de Freud, y al trastorno que esta muerte evoca en él. Asimismo es instigador de la contabilidad fúnebre que Freud hace al determinar las fechas de su propia muerte, y es también testigo y confidente de los momentos depresivos más penosos para Freud. Todo esto hace que la figura de Fliess se encuentre asociada a la muerte para Freud.
 
M’Uzan cita una anécdota de Jung y Freud en Munich en 1912, un año antes de su ruptura. Freud se desmaya y dice “que agradable debe ser morir.” Poco después revela a Jones que varios años antes (4 ó 6) en ocasión de una enfermedad de Fliess, había viajado a Munich y presentó síntomas parecidos en aquel mismo hotel. Comenta que el desmayo fue resultado de un problema homosexual no resuelto (aunque yo he escuchado el rumor que el desmayo pudo ser resultado del abuso etílico). Más adelante Freud admite que su última discusión con Fliess fue precisamente en la misma habitación. Max Schur opinaba que Freud conectaba sus conflictos con Fliess a los que él mismo tenía con su propio hermano 15 meses menor, Julius, quien muere a los 8 meses de edad. Esto justificaría el desmayo de Munich de 1912.
Aunque la amistad termina en lo externo, su vínculo con Fliess, en el que repetición y muerte van entrelazándose indefinidamente, permanece con Freud para siempre, y en “Más allá…” se observan analogías con ciertas ideas centrales de Fliess. Plantea el texto como una metabiología: “Grandiosa concepción de W. Fliess.” Le aporta una perspectiva cosmológica: “La evolución de los organismos sería la historia evolutiva de nuestra Tierra y de sus relaciones con el Sol.” Y también, la noción de automatismo de repetición que, ligada a la noción de “vencimiento” y dotada de un valor trascendente, parece hacer eco a la periodicidad rigurosa descubierta por Fliess.
“Más allá del Principio del Placer” (1920) es la obra que introduce un vuelco fundamental en el pensar freudiano debido a la introducción de la pulsión de muerte, y sin embargo no se puede decir que Freud haya desarrollado plenamente todo aquello que implicaban sus nuevas ideas con respecto al resto de su teoría.
 
La dificultad que esta noción acarrea es la siguiente: si la compulsión de repetición, como expresión de la pulsión de muerte, es el fundamento de la transferencia, como fuera planteado desde 1914, ello implica que la transferencia es un derivado de la pulsión de muerte, lo que acarrea serios cuestionamientos sobre la teoría de la transferencia así como sobre el concepto de “cura” en el sentido psicoanalítico, pues significa que siempre quedará en el psiquismo un resto no ligado, no representado, que insistirá incisivamente, más allá del principio de placer.
 
No obstante, es la dialéctica pulsional, la exigencia de trabajo para Eros que la pulsión de muerte propone, lo que genera la vida psíquica, pues, como decía Freud, no nos es inherente una pulsión de vida que por sí sola impulse al crecimiento psíquico, al desarrollo, al perfeccionamiento, impugnando al romanticismo y colocando a Freud del mismo lado que Copérnico o Darwin, como cuestionadores de la omnipotencia y de la omnipresencia humana. Nos construimos a partir de la indefensión, de la presencia / ausencia de objeto, y a partir de la tendencia a la muerte.
 
Y como dice Blanchot:
 
“Y no hacemos nada que no sea repetir. La repetición nocturna, la repetición de quien dice: ¿Es eso morir? ¿Es eso el miedo?”
Más allá del principio de placer es la obra que representa la gran refundición del freudismo, implicando un reordenamiento teórico fundamental, debido a la introducción de una pulsión silenciosa, que no se ve si no va teñida de erotismo y por ello es más difícil de localizar. Dicha observación freudiana, como dirá Elisabeth Roudinesco, le inspira al psicoanálisis “una profesión de fe epistemológica que condena sin apelación las creencias cientificistas, dándole a este libro el último toque de esa modernidad a la cual no dejará de rendir homenaje una gran parte del pensamiento del siglo XX” (Roudinesco, 1977, p. 684).
 
Al comienzo yo había sustentado sólo de manera tentativa las concepciones aquí desarrolladas, pero en el curso del tiempo han adquirido tal poder sobre mí que ya no puedo pensar de otro modo. Opino que en lo teórico son incomparablemente más útiles que cualesquiera otras posibles: traen aparejada esa simplificación sin descuido ni forzamiento de los hechos a que aspiramos en el trabajo científico.
  SIGMUND FREUD
 El malestar en la cultura, 1930
 
México D.F., noviembre 2008
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
 
Assoun, P.L. (1982). Freud, la filosofía y los filósofos. Buenos Aires: Paidós.
 
Clark, R. (1985). El hombre y su causa. Barcelona: Planeta
 
Corres, P. (2001). La memoria del Olvido. México: Fontamara.
 
Ellenberger, H. F. (1970). The discovery of the unconscious, E.U.A.: Basic Books.
 
Esman, A. (2006). Introduction to Freud, S. (1920/2006). Beyond the pleasure principle, New York: Barnes and Noble.
 
Freud, S. (1896/1981). Los Orígenes del Psicoanálisis 1887-1902 [1950], Cartas a Wilhelm Fliess (carta 53), Manuscritos y Notas de los años 1887 a 1902. Obras Completas, Tomo III CCIV (Pág. 3433). Cuarta Edición 1981, Madrid: Biblioteca
 
Freud, S. (1905 b/1985). Tres ensayos de teoría sexual, Obras Completas, tomo VII. Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1911/1985). Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, Obras Completas, tomo XII. Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1912 b/1985). Sobre la Dinámica de la Trasferencia, (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I), Obras Completas, tomo XII. Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1914 b/1985). Introducción al narcisismo, Obras completas, tomo XIV, Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1915/1985). Lo inconciente, Obras completas, tomo XIV, Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1915/1985). Pulsiones y destinos de pulsión, Obras completas, tomo XIV, Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1915 b/1985). De guerra y muerte. Temas de actualidad, Obras completas, tomo XIV. Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1917 [1915]/1985). Duelo y melancolía, Obras Completas, tomo XIV. Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1919). Lo ominoso, Obras Completas, tomo XVII. Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1920/1985). Más allá del Principio de placer, Obras Completas, tomo XVIII. Argentina: Amorrortu.
 
Freud, S. (1921/1985). Psicología de las masas y análisis del yo, Obras Completas, tomo XVIII. Argentina: Amorrortu.
 
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[1] Psicoanalista miembro de L’école Lacanienne de Psychanalyse. Vive en México.
 
[2] . Como Halperin no duda en nombrarlo, en David Halperin, Saint Foucault, Toward a Gay Hagiography, Nueva York/Oxford, Oxford University Press, 1995. Título irónico que implica una práctica contradiscursiva y un modo de ejercitar el discurso en el sentido inverso al establecido. Este autor nos hace ver cómo es que Foucault forja su teoría crítica frente a todas aquellas perspectivas de fabricar una teoría de la sexualidad. Teoría crítica que forma parte de una tentativa estratégica más basta para escapar a esas teorías que pretenden dar con la verdad de la sexualidad. Se trata –nos dice- de desnaturalizar y desrealizar (desubstancializar) la sexualidad con el propósito de impedir servir de fundamento positivo de una teoría de la sexualidad, de impedirle responder a las exigencias funcionales del discurso que debe producir su verdad. Tentativa de destruir la circularidad establecida entre verdad, sexualidad y poder, como esfuerzo por arrancar la sexualidad de las manos de los expertos, y así formar una fuente donde incitar una serie de contra-prácticas para la investigación y la política.
 
[3] Inserto aquí una nota virulenta que apareció en el texto de Jean Allouch Erotologia de Pasaje (página, 171) y que él mismo nos índica se encuentra en la introducción de Amy Richlin a su Garden of priapus, sexuality and agresión in Roma humor, Oxford, Oxford university press, 1992: Allí se declara que Foucault no cree en la existencia de la sexualidad antes del siglo XIX, que confunde los mundo helenísticos y romanos, que tiene una posición ascética en cuestión del sexo, que es constructivista (opuesto al esencialismo de la autora según el cual hay una esencia femenina) que perjudica a las mujeres, que lleva a la ética a un punto muerto, que es espectador y no partidario, que olvida la experiencia del penetrado (Kinaidos) que mezcla el oprimido y el opresor en una idea casi sadeana, en resumen, y ésa es la conclusión , que es un desalmado.
 
[4] L’émergence de la sexualité. Épistémologie historique et formation des concepts. Bibliothèque Albin Michel Idées. París, 2005..
 
[5] Michel Foucault, Siglo XXI editores, México, 1966.
 
[6] Michel Foucault, Historia de la sexualidad. La voluntad de saber. Tomo I, Siglo XXI editores, México, 1976
 
[7] Estudios a los que los psicoanalistas no deberíamos ser indiferentes, cuando menos porque dirigen críticas inteligentes al psicoanálisis. ¿Qué son los estudios gays y lesbianos? Son estudios que se desprenden en una gran mayoría de las ideas promovidas por Foucault y no siempre estando de acuerdo con ellas. Otros estudios se desarticulan y se apoyan fundamentalmente en el pensamiento generado a partir de la revisión metodológica realizada por los grupos feministas y su concepto de género. Estos estudios no se reducen a las tribulaciones y sus reflexiones sobre la homosexualidad, la heterosexualidad es también un tema de controversia como los son los estudiosos S/M, las categorías psicopatológicas, lo que concierne al deseo, a la identidad, al placer y al goce (como se ve, temas nada ajenos al psicoanálisis) su perspectiva sociocultural, histórica es todo un pensamiento de hace una veintena de años, que se encuentran promovidos principalmente en los países anglosajones, integrados casi todos a las universidades estadounidenses más prestigiosas. Por supuesto hay grupos independientes, tales como: Queer Nation, vinculado al grupo anti -sida del grupo ACT UP, etc.
 
[8] M. Foucault, Historia de la sexualidad. La voluntad del saber. Siglo XXI EditoresMéxico, 1976. p. 14. Las negritas son mías.
 
[9] M. Foucault, Sei to Kenryoku.  (Sexualité et Pouvoir). En Dits et Écrits, París, Gallimard, T III, 1994, p. 552-570 
 
[10] M. Foucault, Op. Cit., 553
 
[11] M. Foucault, Une interview: sexe, pouvoir et la politique de l’identité. En Dits et Écrits,  T. IV, París, Ed. Gallimard, p. 735-752
 
[12] Sei to Keinryoku. Op. Cit., Pág. 560
 
[13] Le sexe et l’effroi.  Paris, Ed. Gallimard, Folio, 1994.
 
[14] M. Foucault, Op. Cit. , p.563
 
[15]J. Allouch, « Pour introduire le sexe du maître », L’opacité sexuelle. Le sexe du maître. Rev. L’unebévue, Nº 11, Paris, E.P.E.L., OTOÑO, 1998, P.77 (En español, El sexo del Amo, Editorial Epeele, México, , 2004).
 
[16] El analista jamás supone lo que es bueno para el otro. Se distinguirá de las philias  y de las caritas. Pues la philia  es el amor que uno a los hombres en el saber sobre el bien común que todos tenemos y la caritas implica el saber sobre la salvación y la gracia. El psicoanálisis no tiene como fundamento estas partes ideales de nosotros mismos gracias a los cuales podemos dominar nuestro destino o alcanzar nuestra salvación. Para la philias, Cf. Aristóteles en la Ética nicomaquea, Ed. Porrúa, México
 
[17] Lacan señala que Freud rehuía con horror el mandamiento “Amaras a tu prójimo como a ti mismo” Freud también decía que no era lo suficientemente sádico para basar su tratamiento en la compasión por el sufrimiento de su paciente. Cf. Sigmund Freud, en “El malestar en la cultura” Obras Completas, Amorrortu Ed. T. XXI, B. A. 1976.
 
[18] En Dits et Ecrits. T. IV, Editions Gallimard, París, 1994. p. 383-411 y 609 a 631.
 
[19] Historia de la sexualidad. Op. Cit. , p.72
 
[20] Ibíd., p. 73. Las negritas son mías.
 
[21] M. Foucault, Généalogie…. Op. Cit., p. 400
 
[22] J. Lacan, Lituraterre  (1971) En  Ornicar?  Nº. 41, 1987. p. 13.
 
[23] Varios autores convergen en decir que en los últimos tiempos Foucault se centró más en la ética. Para Alan Schrif “Concebir la ética desde el punto de vista de las prácticas de sí mismo, permitió a Foucault un enfoque en el que la constitución del sujeto pasa desde la voluntad agustiniana a la idea de la vida como obra de arte. En  Pour considérer le sujet comme un processus de soi: de Michel Foucault a Judith Butler.  L’Unebévue. « Les communautés
électives I. Une Subjectivation queer ? Nº 15, printemps, EPEL, París, 2000.
 
[24] J. Lacan, en « La place de la psychanalyse en la médecine » . Cahier du Collège de Médecine, 1966. p.761-774.
 
[25] M. Foucault, en Á propos de la généalogie de l’éthique un aperçu de travail en cours. Op. Cit., p. 388
 
[26] Ibid, p. 401
 
[27] Entrevista de René de Ceccatty, Jean Daner y Jean Le Bitoux. En Foucault live (Interviews, 1966-1984) , Sylvére Lotringer Ed. Semiotext(e), 1989, p. 206-215
 
[28] Ibid., p. 206
 
[29]En el argumento para un Seminario dictado en Córdoba, Argentina en el año 2000.
 
[30] Citado en el mismo Argumento Op. Cit Esta sesión del Seminario de J. Lacan se localiza en L’envers de la psychanalyse. (1969-1970).( También publicado en español con el título El reverso del psicoanálisis. Ed. Paidós libro 17, Barcelona, 1992. p. 122)
 
[31] Frank Browning, The culture of Desire: Paradox and perversity in Gay lives today. N. Y. Crown Publisher, 1993, p.103

 


[1] Se dice de la suspensión, paralización, inmovilidad, en lo moral y/o en lo físico
 
[2] Término Lacaniano que remite a sustituir el deseo materno (reintegrar simbólicamente al hijo(a) a su vientre) por el deseo paterno (establecer un corte entre la madre y el hijo(a) para entregarlo a la cultura)
 
[3] Unidad abstracta que comprende el conjunto de grafías de una letra
 
[4] Objeto “a”: Plus de goce, agalma, resto, fantasma, etc., aparece como el operador que le permite a Lacan elaborar un gran número de articulaciones teóricas y clínicas apoyado en el álgebra, la topología y la lógica.
 
[5] Término lacaniano que denomina la representación imaginaria del pene y su asociación simbólica con el poder