Figuras del Otro. De Patricia Garrido.

 Julio Ortega Bobadilla

Para Irma.

Agradezco sobre manera a mi amiga Patricia que me haya invitado a comentar su libro, más aún porque yo no soy parte de la elp, o de una escuela lacaniana identificada – y eso significa una apertura al diálogo que no cualquiera tiene –, sino porque que me digo a mí mismo, quizá como el no creyente que niega a Dios y lo nombra en los momentos de más necesidad, que no soy lacaniano.

A pesar de esta introducción, les quiero decir que el libro Las figuras del Otro, ha logrado apasionarme en su lectura sin que me haya podido despegar de sus letras desde el momento en que lo tomé y he tenido que volver a él en repetidas ocasiones, para con la calma de la relectura aquilatar en su verdadero y próvido valor su texto.

No porque sienta que me identifico completamente con las afirmaciones de su discurso, que por momentos, realiza aseveraciones que me parecen controvertibles, sino porque siento en su libro que se ha jugado plenamente para poner en él su experiencia de muchos años y mostrarnos en él su comprensión profunda de la teoría psicoanalítica tocada por Lacan, sin hacerse eco de esa tendencia que veo con indeseada frecuencia en los discursos y enseñanzas de aquellos que se autonombran lacanianos sin razón alguna (empezando por cierto personaje que escribe su propia biografía en la Wikipedia, asignándose el papel de introductor de la enseñanza de Lacan en México), y que es venerar todas las afirmaciones de San Lacan.

En el prefacio a la Historia de la sexualidad, en su segunda edición, Michel Foucault  nos dice: Sin duda, no valdría la pena hacer libros si éstos no le enseñaran al autor algo que no supiera antes, si no lo condujeran a lugares imprevistos, si no lo dispersaran hacia una relación  extraña y novedosa consigo mismo. Debe pasarse por la experiencia del dolor y el placer del libro.

En el caso del libro Figuras del Otro que nos regala Patricia Garrido, tenemos un texto que demuestra plenamente la validez de éstas palabras. Me parece que es un texto que ha sido elaborado con sumo cuidado y que ha buscado mostrarnos, cómo es deseable que el psicoanálisis pueda salir de las paredes tradicionales del consultorio y abordar campos de problemáticas que no son tradicionalmente atracadas por el clínico psicoanalítico, hoy día fundamentales para comprender nuestro mundo, exigiendo que él mismo cambie en su estructura y disposición,  e incluso en algunos de los supuestos de la teoría considerados “fundamentales”.

Debo confesarles, que la lectura del libro produjo en mí, diferentes sentimientos. Al principio me provocó la sensación de que intentaba hacer aparecer al psicoanálisis como una especie de discurso rey, que puede ir más allá de otros saberes, para posicionarse como un sistema que se yergue como la ciencia que deseaba Freud que fuese, desde parámetros muy distintos a lo que el profesor consideraba una ciencia. Personalmente no creo que el psicoanálisis sea una ciencia,  sino que se acerca más bien a una filosofía y a una filosofía en acto.

Todo tiene que ver con Freud en el mundo presente y su peso en la filosofía actual es muy grande. Ya sea para sostener sus afirmaciones, negarlo o dialogar con él. Recientemente en una de mis clases en Filosofía en la Universidad Veracruzana, uno de mis alumnos se escandalizó al punto del grito, cuando dije que la obra de Freud había sido más trascendente que la de Wittgenstein, Husserl o la de Heidegger. Lo creo de verdad, y esto no significa alzar su discurso por encima de los otros, en función de su coherencia o validez teórica, simplemente me refería a su alcance social y modificador del pensamiento común. Patricia intenta situar en la primera parte de su libro la obra de Freud en relación con la filosofía ubicándolo como una crítica a la filosofía tradicional basada en una conciencia apática.

A Freud, quizás le hubiese incomodado un diálogo de la filosofía con el psicoanálisis. Es más, la sola idea de que se considerara al psicoanálisis como una filosofía, francamente le hubiese escandalizado. Retoño de la ciencia del siglo XIX, hubiera deseado que su invento fuese valorado como la física, la mecánica o la patología médica de su tiempo: un proyecto positivo. Sin embargo, no sólo fue despreciado como ciencia por los científicos, sino hasta rechazado como filosofía. Habría que esperar a que entrado el siglo XX sus afirmaciones fueran aquilatadas y valoradas por una nueva generación de filósofos ¾ tocados también por Nietzsche ¾ para que sus ideas adquirieran el peso que daría lugar a nuevos vientos filosóficos que establecerían cambios profundos en nuestra manera de pensar, sin absolutos, sin el dominio del objeto sobre el sujeto, sin cosmovisiones, y sobre todo sin afirmaciones categóricas. Hoy en día en la ciencia, no han  faltado hombres que han considerado las ideas freudianas más allá de la ácida crítica para valorar sus conceptos de otra manera, eso lo vemos especialmente en el campo de la neurociencia y hasta la etología, pero son dominios en los que personalmente no me muevo con soltura y que no tienen mucho que ver con mi práctica o mis metas de investigación.

Conceptos como Inconsciente y deseo, son hoy indispensables para responder a la pregunta kantiana ¿Qué es el hombre? De hecho, Freud veía su proyecto como una prolongación de la filosofía kantiana que ya se había preguntado si había algo más allá de la razón que podría bascular las actividades de los mortales.

Reducir una cosa a otra conocida alivia, tranquiliza y satisface al espíritu, y nos da, además, un sentimiento de poder, decía Nietzsche. Hablar de principios únicos nos hace felices y la complejidad del mundo es algo que rechazamos por instinto de supervivencia todos los días, nos indicaba Shestov. Freud construyó un dispositivo que en muchas maneras se anticipó a la filosofía  contemporánea por su crítica a los sistemas establecidos, al orden social burgués y a su hipocresía respecto a las cuestiones sexuales, a la búsqueda de una cosmovisión, a la libertad absoluta y que reprueba tomar como único chispazo de las motivaciones del hombre el campo de lo racional.

Este proyecto, es el camino que él inició y sobre el que está puesto hoy el psicoanálisis, pero debe cuidarse mucho de establecer bien su campo de dominio y su pertinencia crítica, si no quiere resbalar a convertirse en una ilusión, calificativo atribuido por el profesor a la religión, fenómeno que desde su visión, no se alejaba mucho de lo que Marx concebía. Hoy cada vez estoy menos seguro, personalmente, de sus afirmaciones sobre el tema, creo que era más jacobino hasta hace muy poco.

Pero volviendo al tema, la palabra doctrina, y el hablar de posición doctrinaria me incomodaba, no sé si es una posición de escuela, pero según yo entiendo, la palabra doctrina remite a un conjunto coherente de enseñanzas que están sostenidas en el fondo por un dogma, y si de algo no puede calificarse la enseñanza freudiana es de dogmática.

Sin embargo, el texto a medida que lo fui leyendo, saboreando y asimilando, me convenció de que no estamos entendiendo lo mismo por la palabra doctrina, porque no encuentro ningún dogma supuesto en la composición de sus investigaciones que bordan por momentos, campos difíciles y confusos de analizar como las heterotopías del deseo, la teoría de género y las llamadas nuevas sexualidades.

En el año 1966, el psicoanalista Jacques Lacan publica sus Écrits marcando un hito dentro de un largo trabajo de enseñanza. Es allí dónde deja bien planteada una propuesta muy específica para el psicoanálisis y un campo desde dónde el psicoanalista puede hacer posible su práctica: la verdad como causa para el sujeto. Pero: ¿Qué quiere decir con esto? Es aquello que debemos preguntarnos.

Lacan otorga preeminencia al significante sobre la pretendida autonomía del yo. El sujeto es un efecto de su alienación al significante desde el momento en que cae en el laberinto de ser representado por un significante para otro significante.

Su ente se desdobla entre el campo de lo viviente y el campo del Otro. Por eso es muy afortunado el título del libro de mi amiga. En su juntura, en su articulación, que no es sin pérdida, Lacan sitúa el descubrimiento de Freud: el Inconsciente. Este campo es siempre del Otro, de otra cosa, y dar cuenta de él, será siempre un problema que difícilmente rebasa el campo de la metáfora y del plano lineal desde la perspectiva freudiana, influida por la hidromecánica, la dinámica de las representaciones de Herbart, la psicofísica de Wundt y Fechner, para crear una práctica que va del silencio a la palabra y quizá letra, como liberadora, en realidad elaboradora del conflicto.

La primera verdad del psicoanálisis que Lacan destaca en su retorno a Freud está enunciada en torno a la afirmación: “eso habla”. Esto supone que el sujeto que arribará de la experiencia analítica, está atravesado por los efectos de lenguaje que lo causaron y que dejaron su huella en el inconsciente.

Así, la “revisión del proceso de causalidad” propugnada por Lacan es tener en cuenta que la verdad del inconsciente habla y que la singularidad del psicoanálisis es aproximarse al sujeto como hablante.

A esa verdad pues, efecto del lenguaje que le atrapa, que se anticipa al sujeto, imposible de ser dominada por una hermenéutica simple del deseo, Lacan la denomina en La cosa Freudiana:  “extraña a la realidad, insumisa a la elección de sexo, pariente de la muerte y, a fin de cuentas, más bien inhumana”.

Me parece que el texto de Patricia Garrido, intenta acercarse a esta dimensión extraña que nos habita y de la cual no podemos por una imposibilidad de facto, dar cuenta del todo y la cual intentó Lacan perfilar a través de esbozos que utilizó, en lo que calificaría la segunda etapa de su vida, con la ayuda de las matemáticas y la topología, la teoría de nudos. Dónde, cito a Patricia:

Lacan (…) pasa de hacer de la topología un modelo (una imagen, una metáfora) a otra cosa que podríamos delimitar como la introducción del hecho topológico en tanto tal, soporte del decir analítico.

Sostener, sin embargo, la causa del inconsciente, es aceptar la dimensión constituyente de la falta y la imposibilidad de que cualquier verdad sea toda, pues según el mismo Lacan en La ciencia y la verdad: “esta falta de lo verdadero sobre lo verdadero … es propiamente el lugar del Urverdrangung de la represión primaria”

Es así que el mismo Lacan nos advierte que en cuánto a sujetos de la disciplina psicoanalítica, debemos de resistir a cualquier modo de relación con la verdad como causa, como no sea la del inconsciente.

Por eso, para mí personalmente, la banda de Moebius, la botella de Klein, el Toro, siguen siendo intentos de elucidar lo imposible y no formas de romper con la metáfora para acceder a lo Real. Sin embargo, me felicito por haber seguido la exposición sencilla y apta para todo público, que ella desplegó de materias tan difíciles de exponer como la geometría no lineal y ajena a la superficie de dos dimensiones: exterior – interior. Cito su limpia exposición:

Una dona y una taza de café se vuelven equivalentes. Como propiedad, nos interesa destacar en este pasaje de una presentación a otra (de dona a taza de café) la transformación sin ruptura, es decir, la continuidad.

Y:

Asimismo, nos interesan otras dos invariantes o propiedades topológicas en las que conviene detenernos: 1) Los objetos irreductibles, que no es el caso de la esfera que, pues sabemos que puede ser reducida a un punto; 2) La idea de frontera o borde.

Para cualquiera que no supo cómo pasó el álgebra en la secundaria, es una exposición simple, clara y concisa que transmite la idea compleja de esta serie de proposiciones y su uso en la comprensión de la clínica.

Me gustó mucho la forma en que Patricia desplegará su posición y expondrá de manera detallada lo que fue el camino de Lacan para intentar avanzar en un terreno penoso, tomando como base el ternario RSI, la posición del sujeto respecto al Otro y su relación de implicación con su propio cuerpo.

Entre tantas exposiciones voluptuosamente académicas y absurdas pertenecientes al discurso universitario, que utilizan de manera fútil el lenguaje lacaniano, produciendo equívocos y desvíos, estafas… juegos inútiles, y que no hacen más que desprestigiar al psicoanálisis tocado por Lacan, y al psicoanálisis mismo, produciendo analistas similares a los hombres hechos a la ligera que deliraba Schreber, y estafas cínicas que encontrarán tarde o temprano su lugar en la basura, me permito felicitar a Patricia por producir un texto riguroso, sin ambigüedades y que hace un seguimiento cronológico y razonado del discurso lacaniano respecto al problema del sujeto y del cuerpo.

Es un texto ambicioso que nos lleva a través de las propuestas del Seminario y que no para en una exposición decorativa de los conceptos que Lacan produjo, sino que examina ante el lector la lógica que le llevó a pasar del Estadio del espejo al ternario RSI, de la primacía del significante al objeto @ y de ahí a la cadena borromea.

Me encanta (y coincido plenamente con ella), la continuidad nomotética que ella encuentra entre el discurso de Freud y el de Lacan, a diferencia de cierta propuesta de Allouch que situaría el discurso de Lacan como una superación del orden freudiano. De hecho, el estilo de Patricia – les comentaba – no es el de repetir como ciertas algunas fórmulas, y dar por hecho lo que dicen los lacanianos y el mismo Lacan. Su investigación sobre la frase “Padre mío, por qué me has abandonado?” que Lacan atribuye a Antígona, nos pone sobre aviso de cómo Jacques retorció el texto de Sófocles para hacerlo pasar por la vena trágica del Dios cristiano que atormentó al lúcido Kierkegaard, y hacerlo así más factible de corresponder a su intención de probar la solidez de su propuesta de la segunda muerte. Quizá no tenía por qué hacerlo, y Patricia de hecho nos muestra la coherencia irrebatible de ésta idea a la que se agrega la desventura del estar “entre dos muertes” a la que alude el deseo puro.

No paran aquí las letras de Patricia y justo lo más importante del texto a mi manera de apreciar las cosas, arranca del capítulo tres en adelante, dónde nos instruye sobre cómo Foucault  habría tenido una relación complicada con el psicoanálisis que le habría llevado a subrayar los deslices de algunos psicoanalistas para medicalizar su disciplina, hacerla más potable a la psicología (proyecto imposible, pues Psique traicionó a Eros desde el principio de los tiempos),  convertirse en una práctica pastoral – confesional, una herramienta de normativización, control social y un retoño miserable de la ciencia sexualis occidental.

No coincido con ella, Raymundo y Patricia lo saben, en su afirmación de que sus críticas al psicoanálisis nunca fueron frontales: ¿Qué más directos pueden ser dichos señalamientos tan demoledores?

Me parece sumamente interesante que remarque el hecho de que Foucault no había aceptado explícitamente la idea de que la homosexualidad estuviera socialmente determinada, a contrario de los que afirman que él habría sostenido esta posición. Una posición así cambiaría un poco las cosas en la comprensión de algunos de sus planteos, y haría insostenibles las posiciones de ciertos postfoucaultianos que pondrían el espíritu por encima de la carne. Me he preguntado a veces, si nuestras discusiones modernas sobre el tema, no son una reverberación sonora de las preocupaciones escolásticas.

Sin duda las relaciones homosexuales han sido un problema para nuestra sociedad de moral cristiana y de ideales pequeñoburgueses, que tenderían a codificar y predicar las vías del cuerpo al placer. En realidad el cristianismo y diría más allá… la cultura judía, nos empujan a expulsar el ser del placer y la práctica en general dionisíaca, en beneficio de un orden de sacrificio considerado natural.

Patricia aborda el tema con audacia, detallándonos los extravíos de algunos psicoanalistas que ajenos al verdadero pensamiento de Freud, intentarían usarlo como una herramienta de modificación de conducta. Fue para mí muy grato, advertir el rescate que hace Patricia, de la correspondencia del profesor con el galeno Putnam en la que afirma: “La moral sexual tal cómo la define la sociedad – y cómo caso extremo la sociedad americana – me parece muy despreciable. Me identifico con una vida sexual mucho más libre”.

Pero yo siento problemáticas, altamente cuestionables, afirmaciones como la de Bersani (y sé que podrá sonar obscena mi opinión frente a la de un personaje tan ilustre) en la que el sexo homosexual supondría el riesgo de la disolución del sí, promoviendo la ascesis del goce… me parece que cualquier relación sexual independientemente de la posición que se adopte o del objeto que ronde, conlleva esa posibilidad y también que la práctica erótica misma, envuelve al sujeto en una reafirmación del NO hay relación sexual de Lacan.

Tampoco creo que el sexo sería un lenguaje que deberíamos aprender a ejercitar en varias lenguas, sin fijarnos en un tipo en específico, cómo parece evaluar la alumna de Agnes Heller y Foucault,  Beatriz Preciado; y pensar como Frank Browning que las relaciones sado masoquistas sean una actitud revolucionaria en contra de una sexualidad cito: extática y continua.

Cualquier experiencia sexual no sería para mí del todo una elección como no sea pasional, a riesgo de volver a considerar el Yo como el libre protagonista de una historia en la que se afirmaría de nuevo la conciencia, para mí la elección sexual sigue siendo un misterio determinado por factores inconscientes, afectivos, edípicos y  hasta de estética animal, pero no una elección determinada por algún tipo de razón o gnosis, más aún, me parece un hecho positivo de que cogiendo no se hace la revolución en ningún sentido. De hecho, el mito del Andrógino que alimenta estas fantasías me parece ligado de manera efectiva a la realidad del inconsciente.

Le agradezco a Patricia su exposición minuciosa de este tema, y el hacernos saber el pensamiento de algunos importantes pensadores, las tendencias actuales en el campo de la sociología, la antropología y la filosofía. Estoy cierto de que el psicoanálisis tendrá que cambiar a medida de que se vuelvan elásticas nuestras costumbres en materia de lo sexual, pero creo que aún nos quedan algunos siglos de pervivencia de la primacía del Falo.

Me interesa mucho su punto de vista sobre la maquinaria del Internet. Es un tema en el que he ocupado cierto tiempo y que me parece tan importante de abordar cómo ignorado, no me gusta del todo el trabajo que ha hecho Sherry Turkle y me siento mas cercano a las observaciones de Nicholas Carr quien curiosamente no es psicoanalista, pero que no deja de tomar en cuenta a Freud. No estoy seguro de que la industria pornográfica sea la mayor impulsora de la economía informática, sino a condición de definir que entendemos por pornografía. Me llama la atención que los jóvenes japoneses tengan cada vez menos interés en las relaciones sexuales y que los juegos de video, las plataformas sociales como el Facebook o el Second Life, tengan cada día más fuerza y me parece que superan la importancia de los sites pornográficos, promoviendo un juego de la imagen.  Recientemente Facebook compró la red de What’s up y creo que eso hace evidente que el negocio está no sólo en el solaz de los ideales, sino en la ilusión de la comunicación. Mark Zuckerberg no compró Sex Channel y me parece que es un hombre que no se tentaría en juicios morales para hacer crecer su negocio.

De paso, diré que no creo que el internet sea per se un instrumento de liberación de la sexualidad o de los malestares de sus usuarios, me parece falso que la integración de la máquina con el hombre desemboca necesariamente en una práctica liberadora, que conduce a la resolución de los problemas de salud, hambre y sociales, merced a la aplicación de la tecnología de la información, la robótica y la nanotecnología.

El inefable Lewis Mumford, sociólogo, historiador, filósofo de la tecnociencia, filólogo y urbanista estadounidense, fue uno de los más sobresalientes opositores a este pensamiento ingenuo, cuando nos advirtió sobre la tensión existente desde el neolítico y hasta nuestros días, de una técnica autoritaria y otra democrática. La primera centrada en la eficacia de los sistemas, inmensamente poderosa pero inherentemente inestable y en contra del hombre, y la otra centrada en el hombre, que cada vez se tiende a eliminar con más eficiencia en el espectro capitalista.

Hace poco veía un documental sobre la vida futura en Discovery Channel, dónde nos mostraban cómo los taxistas, choferes, agentes y operadores de tráfico, y policías serán innecesarios en las calles del futuro. Me pregunté: ¿Y toda esa gente? ¿A dónde irá a parar?

Permítaseme decir, que no creo del todo, cómo parecen preguntarse en la École Lacanniene de Psychanalyse que haya algo nuevo en lo sexual, pienso que estas nuevas sexualidades ya se ejercitaban desde por lo menos dos, quizá tres mil años atrás. La imprenta de Gutemberg, el telégrafo, la radio y la televisión, la propaganda de Goebbels, el nacimiento de MTV, la comercialización de los canales porno, el Internet y las computadoras personales, las empresas de compras por televisión y Amazon o Ebay, además de los smartphones y la informática de Google, son tecnologías que nos han hecho presentes, el mundo fantasmático que vivimos desde hace tiempo y que no es otro que el infierno compartido del deseo múltiple que nos anunció alguna vez Lyotard en su texto sobre Economía Libidinal: a la libido no le faltan regiones por ocupar y no ocupa bajo la condición de falta y apropiación, ocupa sin condición. Fuera de tomar el cero como un ontológico primitivo impuesto al deseo que le condena a una prórroga sin fin, ese cero es la fuente en la ausencia, que da lugar a un dispositivo potente y sanguinario como el Dios de los judíos Jehová, y pálido como el vacío de Lao – Tsé.

Quizá esté equivocado y el psicoanálisis sea visto en el siglo XXIII como un cacharro, producto de una decadente civilización aplastada por el signo paterno.

Concuerdo con Patricia que la sexualidad no es un problema simple y que está ligado al cuerpo biológico, que tampoco se reduce a la identidad sexual. Me parece evidente que no hay una verdad única sobre el sexo, ni sujeto ni objeto preestablecidos.

Es importante que el psicoanálisis no se ligue a la idea de un desarrollo psicosexual normal y a cierto patrón de lo que debe ser el amor, el amor es abierto a la vida y huye de los moralismos pedagógicos burgueses. Eso lo vivimos todos los días en la clínica y en la vida cotidiana.  Creo que la homosexualidad no es un fenómeno de excepción y que Patricia nos entrega una argumentación sobre este tema que se nutre no sólo de la teoría sino de su experiencia clínica, este es el texto de una psicoanalista, y con ello evito pensar en la imagen idealizada de lo que es un analista, que lo muestra como un ser extraordinario de luz, equiparable a los arcángeles divinos. Nuestro trabajo es mucho más modesto, y es el de plantear preguntas, seguir movimientos, hacer clínica, y de vez en vez, escribir libros o plantear teorías, sobre una realidad que siempre se nos escapa, cómo el agua del arroyo en el campo, que se desliza de nuestras manos al quererla tomar.

Pongo fin aquí a mi intervención, creo que al final de cuentas, afortunada o desafortunadamente, sigo siendo más lacaniano de lo que desearía ser. Gracias.