El inconsciente Freudiano frente al pensamiento post-moderno

Miguel Kolteniuk Krauze

En un trabajo anterior (1992) sostuve que la desaparición de Dios dentro de la cultura contemporánea va acompañada de un cuestionamiento radical de todos los valores e ideales que surgieron a lo largo del desarrollo de la civilización judeo cristiana occidental y que se consolidaron conceptualmente en el período de la ilustración; para algunos, el inicio de la modernidad.

La desaparición de Dios va acompañada de la crisis de la idea de progreso, tanto a nivel del sujeto, como de la historia, del cuestionamiento de la razón como autoridad suprema, del derrumbe del fundamento de la ética y de las nociones de «la verdad», «el bien», y «la justicia», de la muerte de las ideologías redentoras, de la pérdida de un sentido que justifique el devenir histórico, de la subversión de lo «bello» en las artes, de la fragmentación de la conciencia de la «realidad» en lo político, lo personal y lo social. En suma, de la desintegración de un mundo organizado de valores que han jerarquizado y justificado la vida en todas sus dimensiones.

Para Giani Vattimo, por ejemplo, la modernidad implica la concepción de la historia como un proceso progresivo de emancipación, de desarrollo y perfeccionamiento de los ideales del hombre. Esto implica el poder ver la historia como un proceso unitario con una perspectiva teleológica. Implica, además, la idea de progreso. «….Pues bien -dice Vattimo- en la hipótesis que yo propongo, la modernidad deja de existir- por razones múltiples- desaparece la posibilidad de seguir hablando de la historia como una entidad unitaria…. Solo existen imágenes del pasado propuestas desde diversos puntos de vista y es ilusorio pensar que exista un punto de vista supremo, comprehensivo, capaz de unificar todos los demás».

La crisis de la idea de historia lleva consigo la crisis de la idea de progreso; «…..Si no hay un decurso unitario de las vicisitudes humanas no se podrá ni siquiera sostener que avanzan hacia un fin, que realizan un plan racional de mejora, de educación, de emancipación».

Esta idea de progreso ha descansado en un ideal de perfectibilidad humana que justificaría los avatares de la historia. Para Vattimo «….ha habido otro gran factor decisivo para disolver las ideas de historia y acabar con la modernidad: a saber, la irrupción de la sociedad de la comunicación…. La sociedad transparente…»

Vattimo propone lo siguiente:

a) Que en el nacimiento de una sociedad postmoderna desempeñan un papel determinante los medios de comunicación.

b) Que esos medios caracterizan a esta sociedad no como una sociedad mas transparente, más consciente de sí, mas ilustrada, sino como una sociedad más compleja, incluso caótica, y por último:

c) Que precisamente en este relativo caos residen nuestras esperanzas de emancipación.

Sin embargo, esta posibilidad parece remota, ya que la sociedad postmoderna implica la fragmentación de la imagen unitaria de la realidad en un conglomerado de imágenes inconexas de regionalismos, subculturas, textos y perspectivas que provocan la pérdida de su sentido. «Por una especie de perversión de la lógica interna –dice Vattimo- el mundo de los objetos mensurables y manipulables por la ciencia técnica…. ha venido a ser el mundo de las mercaderías, de las imágenes, el mundo fantasmagórico de los medios de comunicación».

La sociedad postmoderna ha logrado neutralizar el desamparo producido por la desaparición de Dios. La invasión de distractores ha permitido yugular la conciencia metafísica de finitud. La intercambiabilidad de objetos promovida por el mundo alucinante de la información ha suplido a la reflexión. Sólo es pertinente el pensamiento pragmático operacional.

En términos generales, la postmodernidad se ha ido configurando en nuestro discurso por los siguientes rasgos: mentalidad pragmático-operacional, antropocentrismo relativizador, atomismo social, visión fragmentada de la realidad, hedonismo, renuncia al compromiso y desenganche institucional a todos los niveles: político, ideológico, religioso, familiar, amoroso y sexual.

Como sostiene Lyotard, han entrado en crisis «las narrativas maestras» que cantaban las esperanzas y la fe en la liberación de la humanidad, en el progreso y en la desalienación del proletariado. Frente a ello, el pluralismo, eclecticismo, relativismo, perspectivismo y las equivalencias de intercambiabilidad: la cultura postmoderna. Podemos afirmar quizá sin desatino, que Nietzsche y Heidegger han fungido desde una perspectiva genealógica, como sus autores intelectuales. Sin embargo, no sería justo responsabilizarlos de las desviaciones perversas que la cultura postmoderna realizó con sus revelaciones originales e inéditas. Sin ellos, gran parte del siglo XX resultaría incomprensible.

Para Joan Coderch » El pensamiento postmoderno puede comprenderse como una reacción al extremo positivismo, neopositivismo y empirismo lógico que impregnaban la ciencia, la cultura, la filosofía, y en general, la concepción del mundo y de la vida del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Esta concepción se caracterizaba -y se caracteriza para los que continúan adheridos a ella- por el positivismo, la fe en la razón y en la ciencia, por el convencimiento de que hay verdades esenciales y de que, mediante la inteligencia y las investigaciones científicas, LA VERDAD, escrita con mayúsculas, irá siendo descubierta progresivamente, y que la humanidad acabará por dominar a la naturaleza. Las supersticiones, las religiones y los mitos desaparecerán, y el conocimiento científico guiará la vida de los hombres y las mujeres de manera más racional y con una mayor felicidad».

Según este autor catalán, Freud era un típico representante de este tipo de pensamiento. Para él, el psicoanálisis era uno de los instrumentos al servicio del dominio de la naturaleza, en este caso, de la naturaleza humana, mediante la inteligencia, el raciocinio y la investigación científica.

Sin embargo, me parece que si bien, Freud es hijo del pensamiento moderno de la ilustración, también debe considerársele un revolucionario que subvierte las premisas racionalistas de su marco cultural, es decir, su descubrimiento del inconsciente puede ser considerado como un enclave de conmoción y apertura, introductor del pensamiento postmoderno. No es casual que se le empariente con Nietzsche en su crítica iconoclasta del origen de la moral judeo-cristiana occidental, en su complicidad intelectual con aquél en la muerte de Dios, en la denuncia del malestar en la cultura y en el desenmascaramiento de «la razón» como lugar de «engaño», «síntoma» y «encubrimiento» de fuerzas irracionales ocultas, a las cuales secretamente sirve.

A partir de Freud, y no solo de Nietzsche, «la razón», «la verdad», «la conciencia» y «el yo» han sido puestos en entredicho, por ello, me atrevería a afirmar, que el mismo Freud no fue conciente de haber infringido, junto con Nietzsche y después con Heidegger, la cuarta herida narcisista a la humanidad, a saber, la falta de fundamento del basamento valorativo que le otorga sentido a la existencia y perpetuación, de la humanidad entera y su cultura. Freud, el racionalista conciente, se hubiera rebelado contra su alteridad postmoderna.

Por ello, me permito formular mi primera hipótesis de este trabajo: Freud es un pionero inconsciente del pensamiento postmoderno encubierto en su proyecto racionalista conciente de ser un representante del empirismo positivista de la tradición científica que cree en «la verdad» objetiva y el progreso acumulativo del descubrimiento de las ciencias naturales.

Sin embargo, pienso que Freud realizó un tránsito discontinuo de «la química de las pulsiones» -como lo denominó Assoun- a la «Microfísica del Símbolo», como me permito definir epistemologicamente a este salto mortal freudiano.

Desde su «Naturwiesenschaft» Freud encomendó al progreso científico natural, el descubrimiento de la «sustancia química» que diera razón de su concepto metafórico-metapsicológico de «libido».

Sin embargo, desde mi abordaje epistemológico prepost-moderno, pienso que la metáfora de la «microfísica del símbolo» nos permite una comprensión más fidedigna del «inconsciente freudiano», ese universo compuesto por «representaciones cosa», cargado por investiduras libidinales provenientes del Ello, en donde reina la atemporalidad y el principio de incertidumbre, en donde rige el caos lógico del proceso primario, y en donde, como diría Heidegger, el futuro se precursa en un presente que da sentido a un pasado que clama por su historicidad.

Esto nos conduce al interrogante fundamental:

  • ¿Cuál es el estatuto epistemológico y ontológico del Inconsciente Freudiano? ¿Se trata de un universo representacional cargado de energía, que habita en ese espacio virtual denominado «el aparato psíquico» y que se suele ubicar «en la interioridad del sujeto?»
  • ¿Se trata de un efecto semántico del discurso de secuencias narrativas de una comunicación intersubjetiva?
  • ¿Se trata de un constructo teórico sin bases empíricas que un paradigma grupal ha aceptado por convención?
  • ¿Se trata del efecto de un constructivismo intergrupal creador de una ficción imaginaria para crear un núcleo pragmático de poder institucional?
  • ¿Se trata de la «cosa en sí» Kantiana de la que, como diría Wittgenstein en el Tractatus «como no se puede hablar de ella, mas vale callar?»

Coderch nos propone en su excelente artículo, recientemente publicado en el último número de Cuadernos de Psicoanálisis (Vol. XXXII, Num. 3 y 4, julio-diciembre de 1999) que el pensamiento postmoderno ha penetrado profundamente en algunas corrientes del pensamiento psicoanalítico de vanguardia. Desde luego, aclara el autor, no se trata de la versión radical destructiva del pensamiento postmoderno original, sino una versión que él llama «optimista» que, sin dejar de ser relativizante, perspectivista y deconstructiva, conserva, sin embargo, la búsqueda de una verdad individual y reconstructiva que haga posible la mejoría de nuestros pacientes.

Con gran lucidez, Coderch da cuenta de la diferencia existente entre la hermenéutica y el deconstructivismo de Derridá, a quien lo ubica dentro del pensamiento postmoderno no destructivo. Sin embargo, acota el autor, «…para el deconstruccionismo, la representación per se es imposible a causa de que no hay nada que exista detrás del sistema simbólico humano. En este sistema, para Derridá, no hay nada a representar fuera del lenguaje. Por tanto, el lenguaje es la única realidad, y el inconsciente, como referente, puede decirse que no existe (Leary, 1994)». Derridá no es un representante del pensamiento hermenéutico, porque para él no existe un universo de «significados ocultos» que hay que develar mediante las interpretaciones para esclarecer el sentido de los símbolos. De lo que se trata es de deconstruir el discurso, mostrar el ensamblaje de sus componentes de origen, lo que no equivale, según Coderch, ni a un análisis común y corriente, ni a una crítica en el sentido habitual de la palabra.

Intentaré resumir muy esquemáticamente las aportaciones del pensamiento postmoderno en el psicoanálisis contemporáneo de corte anglosajón, que es del que se ocupa Coderch:

El abandono de una concepción del vínculo analítico en la que un supuesto observador imparcial, analiza los contenidos mentales del paciente desde un punto de vista supuestamente «objetivo».

La sustitución de un modelo «unipersonal» monádico, de la mente del paciente, por un modelo bi-personal, diádico, en la que intervienen dos sujetos en constante interacción.

La concepción del análisis como un encuentro narrativo de lenguajes en movimiento interaccional generado por el diálogo intersubjetivo entre el paciente y el analista.

La concepción del análisis como un proceso de constructivismo social en el que «las verdades» se construyen a partir de las perspectivas singulares encontradas en el diálogo intersubjetivo, y son validadas en forma relativa y contextual en cada momento analítico, en lugar de ser «descubiertas» a partir de una realidad supuestamente objetiva.

La disolución de un self, único e integrado en el sujeto decontextualizado para ser sustituido por la noción de múltiples selfs en perpetuo cambio, en función de la ubicación del sujeto en sus distintos contextos determinados por sus redes sociales y culturales.

La sustitución de la «relación de objeto» por la noción de un «encuentro entre dos sujetos». Como dice Jessica Benjamin: «…donde estaban los objetos han de devenir los sujetos»

La concepción del diálogo analítico como una negociación discursiva entre dos narrativas singulares en las que ambos sujetos participantes sufren cambios psíquicos.

El énfasis en el concepto de que tanto el material del paciente como la manera en que lo comunica, especialmente la transferencia, está determinada por la influencia que ejerce el analista como sujeto. La noción de un paciente » objetivo» estudiado desde afuera por varios analistas que supuestamente descubrirían las mimas cosas, queda abolida por completo en el pensamiento psicoanalítico postmoderno.

Es importante destacar que Coderch, quien se autodefine «postkleiniano», intenta revelar el gran parentesco que existe entre el pensamiento postmoderno moderado y las corrientes postkleinianas. En especial, con las ideas de Bion. Más aún, cita a A. Elliot quien se atreve a afirmar que «gran parte de la enorme confusión entre signos y referentes que se da en la cultura postmoderna puede ser pensada en términos bionianos, como una clase de desdiferenciación entre la función alfa y los elementos beta, un verdadero ataque al pensamiento que deja a la mente desconectada del mundo e inmersa en la pura presencia de objetos bizarros». Sin embargo, más allá de estos parentescos y afinidades queda planteada la pregunta fundamental: ¿Cuál es el estatuto ontológico y epistemológico del inconsciente freudiano frente al pensamiento postmoderno?

Me parece de entrada, que el pensamiento postmoderno tiende a diluir al inconsciente freudiano, cuando no, a desaparecerlo. Me parece que esto se debe a que redujo la estructura triádica que determina la relación intersubjetiva a un campo de interacción bipersonal. Lejos de ser una relación de dos, el vínculo analítico está constituido por tres componentes, a saber: el paciente, el analista y el inconsciente freudiano de ambos, que irrumpe intempestivamente como una alteridad radical fracturando la interacción diádica y creando una discontinuidad discursiva en ese encuentro de narraciones que es el diálogo intersubjetivo. El lapsus, el acto fallido, el síntoma y la transferencia no es creación, sino fractura de la interacción bipersonal, por ello, para rescatar el reconocimiento del inconsciente freudiano hay que recordar que la relación intersubjetiva que se da entre el paciente y el analista es de carácter triangular y no simplemente diádica.

El desconocimiento del carácter triádico del vínculo analítico le permite al pensamiento postmoderno de corte psicoanalítico ejercer dos reduccionismos que eliminan al inconsciente freudiano:

1) El reduccionismo lingüístico, que consiste en postular que el inconsciente es un puro efecto de discurso que surge en el encuentro de dos secuencias narrativas, y

2) El reduccionismo interactivo-comunicacional, que reduce el inconsciente freudiano a un efecto de intercambio comunicacional social entre dos sujetos, es decir, lo diluye en una teoría interpersonal en la que dos sujetos intercambian emociones e ideas.

La alteridad radical que irrumpe y crea discontinuidad en la tersura del diálogo y del intercambio afectivo queda eliminada.

Por ello, me permito terminar este trabajo con la siguiente propuesta epistemológica sobre el estatuto del inconsciente freudiano: El inconsciente freudiano puede ser entendido como una «microfísica del símbolo» que ocurre en un espacio de alteridad radical con respecto al yo del sujeto. La llamo «microfísica» porque habla de las energías de investidura pulsional que trabajan con la lógica caótica del proceso primario sobre las representaciones cosa, que yo denomino «dominio del símbolo» porque para Freud, no hay que olvidar que las palabras también son representaciones.

Hay que recordar también que Freud equiparó al Inconsciente con «la cosa en sí» de Kant otorgándole de esta manera un lugar de incognoscibilidad. De manera que sólo el trabajo interpretativo realizado sobre sus productos derivados que irrumpen inesperadamente como síntomas nos permite intuir y postular su existencia.

Por último, es precisamente este trabajo interpretativo el que le hará posible al sujeto historificar su pasado traumático e introducirlo en el tiempo, en donde vuelvo a citar a Heidegger, el futuro se precursa en un presente que da sentido retroactivo a un pasado que clama por su historicidad.

Por ello, no es posible diluir un objeto indiluible. No es posible reducir un objeto irreductible. No es posible conjurar el verdadero asalto a la razón que es el inconsciente freudiano.

No es posible trivializar lo siniestro por medio de una lógica terrorista de la primacía discursiva de la decapitación de los absolutos.

Disfrazado de las osadías freudianas, el pensamiento postmoderno es su más acérrimo enemigo. Es cómplice neotecnocrático y globalizador del ataque multinformático al quehacer psicoanalítico.

La panacea del mundo lúdico del primado de los psicofármacos, de las terapias relámpago centradas en los clientes impacientes que demandan intervenciones espectaculares de corto plazo. El retorno de un Dios mercadotécnico que promete la cura por medio de las flores, que no de las cantatas de Bach. La homeopatía de la microesferita enigmática, versión naturista de la psicopatía pseudomédica, asociada, por otro lado, a la explotación de los laboratorios transnacionales gobernados por la globalización de la economía, son algunos de los eslabones de la cruzada postmoderna que amenaza con la destrucción del poder subversivo del inconsciente freudiano.

Parece mentira que, para sobrevivir, los psicoanalistas y sus pacientes nos veamos obligados a existir en una especie de clandestinidad primitiva, como los cristianos de las catacumbas o los «marranos» exiliados de la España católica, con el fin de soportar los ataques sobreinstrumentados de la cultura postmoderna.

A veces, debo confesar, algunos emisarios de la tecnocracia postmoderna me han hecho sentir una especie de vergüenza profesional que me dificulta la confesión de mi identidad psicoanalítica, sobre todo, si pertenezco a la IPA. Es como confesar un delito cultural de anacronismo.

Yo debería ser especialista en el manejo de la cuantificación sutil de la recaptura de los neurotransmisores. En el mejor de los casos, ellos me aceptan como un psicoterapeuta muy divorciado de Freud, que entendió la necesidad de no hablar del pasado, de no ocuparse de los conflictos infantiles, de no mentar la madre ni el padre de sus pacientes, y que es capaz de convertirse en un asesor pragmático especializado en la solución de los problemas cotidianos de sus clientes-patrones, siempre dispuestos a contratar a otro asesor mas eficiente.

En ocasiones, la cultura postmoderna nos ha obligado a asumir una especie de «dilución adaptativa» de la técnica al servicio de la preservación de los principios sacramentales del descubrimiento del inconsciente freudiano.

No dudo que surgirán algunas voces castas y ortodoxas del movimiento psicoanalítico de Pro-Vida, dispuestas a condenarme en su santa inquisición dirigida por sus «Torquemadas» internalizados. A estas alturas, no me parece interesante la polémica ni la condena espúrea.

Sólo surge en mi conciencia la pregunta fundamental de los exiliados de la historia: ¿Cómo vamos a sobrevivir en el seno de la cultura postmoderna, siendo una secta psicoanalítica obsoleta, marginada de la tecnología de vanguardia y de la pirotecnia informática, por su obcecación en la preservación del paradigma del descubrimiento del inconsciente freudiano? Tienen ustedes la palabra. Muchas gracias.

BIBLIOGRAFÍA

Assoun, P. L. (1981): Introducción a la epistemología freudiana. Siglo XXI. México, D.F. 1982.

Bion, W. (1962): Aprendiendo de la experiencia. Paidos. España. 1997.

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Vattimo, G. (1990): Postmodernidad ¿Una sociedad transparente? en G. Vattimo y otros: En torno a la postmodernidad. Ed. Anthropos, Barcelona, p. 10, 1990.

Wittgenstein, (1921): Tractatus lógico filosófico. Alianza Editorial. 1989.