El enfoque hermenéutico de la interpretación

Agustín Palacios López

 

«Una presentación que no es puesta en palabras,
un acto psíquico no hipercatectizado,
permanece en el Ic. en un estado de represión»

(Freud, 1915 p. 202)

«Cualquier cosa que surja desde
el interior (excepto los sentimientos) y,
que busque volverse consciente,
deberá tratar de transformarse en
percepción externa,; esto se logra
gracias a las huellas mnémicas»

(Freud, 1923, p. 20)

Cuando abordamos ciertos aspectos de la teoría de la técnica, al igual que cuando deliberamos sobre la teoría analítica, suele imponérsenos la conveniencia de repensar el estatuto científico del psicoanálisis según podemos ubicarlo en ese momento de nuestra vida profesional. Hoy no podemos hacer excepción.

Una ciencia es el cuerpo de doctrina metódicamente formado y ordenado que constituye el conjunto de conocimientos acerca de una parte de la realidad. En el caso del psicoanálisis y otras ciencias afines se caracteriza por la transubjetividad y por alguna posibilidad de predicción acerca de los datos registrados. No es preciso contar con exactitud cuantitativa siempre que accedamos a la exactitud cualitativa puesto que el objeto de conocimiento ni lo requiere ni lo admite (Nicol, 1965). Pues, como afirma Nicol

 

«es incorrecto reservar la exactitud para las ciencias popularmente llamadas exactas, es decir, las lógico-matemáticas y las que emplean el método matemático de representación simbólica. La exactitud como ideal del conocimiento la persiguen por Igual todas las ciencias. El error en el que habitualmente se incurre es equiparar la exactitud con la cuantificación. Hay una exactitud cualitativa aparte de la exactitud cuantitativa, aunque no es inferior a ésta. Cada una es específica (p. 11)».

Las anteriores afirmaciones aluden, desde luego, a la validez y confiabilidad del método científico y resultan claramente aplicables al psicoanálisis. Por su parte, Coderch (1995) al referirse a la interpretación que es el asunto que nos ocupa hoy, afirma que el analista siempre organiza sus ideas con base en una teoría. Por definición, al hacerlo, renuncia al positivismo lógico dado que no acepta la interpretación pura como exigía Descartes. Este autor catalán establece una diferencia entre las ciencias formales y las fácticas; éstas últimas son «aquellas que se consagran a la descripción de los hechos de la experiencia e intentan describirlos en un lenguaje propio dentro del dominio al que se refieren.» (p. 53). «El debate se da en aclarar si aquello que creen los psicoanalistas que observan en sus pacientes es realmente lo que ven y oyen de ellos o lo que interpretan de acuerdo con sus conocimientos y concepciones previas» (p. 55).

Más afines a mis asomos actuales está la precisión de Kolteniuk (1976) quien afirma que el psicoanálisis no es una ciencia natural sino una en formación, así como la postura de Ricoeur (1983) en el sentido de que el psicoanálisis es una ciencia hermenéutica. A mis ojos surge un marcado contraste epistemológico entre la metapsicología Freudiana y la teoría de la técnica o, como algunos autores prefieren llamarla en sus aspectos más pragmáticos, la Teoría Clínica.

La metapsicología, tal como fue desarrollada por Freud cabría, no sin cierto apuro, dentro del orden de las Ciencias Naturales, en especial los aspectos económicos, que estaban conceptualmente adscritos a la Física de ese tiempo y, los aspectos genéticos que entraban en una concepción evolutiva necesaria en el desarrollo de su pensamiento. El error ha consistido en que los psicoanalistas, en particular los que procedemos de la Medicina, queremos darle al psicoanálisis una respetabilidad congruente con el pensamiento de las Ciencias Biológicas y las Sociales, como lo demostrarían, entre muchísimos otros, los analógicos datos empíricos aparentemente corroborativos, como los recogidos por Mahler, Kardiner, Spitz, y Emde.

Un modelo de esta falacia epistemológica es el libro editado en 1960 por Pumpian-Mindlin En cambio, la práctica parece corresponder a la hermenéutica que es una ciencia perteneciente a otro universo epistemológico no menos válido.

Hagamos una obligada disgresión semántica en abono de la precisión, Hermeios era una forma de referirse al sacerdote del oráculo de Delfos. La raíz semántica de la palabra hermenéutica es el verbo hermëneuein que significa interpretar, ambos vocablos aluden a Hermes, el mensajero de los dioses que se imaginaba dedicado a transmutar lo que quedaba fuera del alcance de la comprensión humana a una forma accesible a los mortales. Es decir, hacía comprensible lo que era ininteligible. De allí que la interpretación siempre se ha considerado como el método para hacer evidente lo críptico.

Tradicionalmente, la hermenéutica se liga a la interpretación de las Sagradas Escrituras, pero en 1761 Ernesti declaró que el sentido de las escrituras sagradas debería develarse igual que otros textos y, a partir de esa fecha, la Hermenéutica pasó a ser una metodología filosófica general para comprender tanto los libros sagrados como los legales. Schleiermacher, al principio del siglo XIX, expandió el campo de la hermenéutica y le otorgó el estatus de ciencia y arte de la comprensión en general.

Por su parte, el término interpretar es uno compuesto por el prefijo latino inter, entre, y el vocablo sánscrito prath, que significa divulgar, propagar, etc. En latín, intérprete (intepres) significa mediador. Es decir, en su mixto origen semántico, hay coincidencia en definir al intérprete como aquel que descifra lo no evidente y lo propaga.

Volviendo a lo nuestro, es posible afirmar que Freud podría ser catalogado como un hermeneuta en tanto desarrolló una Taxonomía y un código para descifrar los significados de las relaciones humanas en el sentido inconsciente e histórico (Klein, 1976). Es decir, Freud inventó un método para evidenciar el sentido no aparente de significados pertinentes, especialmente aquellos exiliados de la percepción consciente, para comprender el comportamiento, primero de los síntomas neuróticos y luego del comportamiento en general. La exégesis fue la argamasa de la Teoría Clínica y sólo en un segundo momento fue integrada en una Metapsicología que se encontraba en concordancia con las leyes de la Física y la Biología conocidas hasta entonces.

El psicoanálisis en su vertiente aplicativa está dedicado al estudio de los signos y símbolos, verbales o no, que son susceptibles de descifrarse o comprenderse mediante la aplicación de las reglas de una exégesis específica (sueños, síntomas, chistes, lapsus, mitos, etc.). Ciertamente, es también una disciplina intersubjetiva, en tanto que el analista, lejos de eliminar su propia subjetividad, la pone al servicio del desciframiento de manera consciente y controlada puesto que la contratransferencia cumple una función discursiva complementaria.

En última instancia, la postura hermenéutica en psicoanálisis aspira a corregir las distorsiones internas e irracionales y otorgarles un sentido coherente y comprensible. Por cierto, es indispensable dejar sentado que el esclarecimiento analítico se centra en los significados y no en los hechos históricos o sus causas factuales (Saks, 1999). En la experiencia analítica intentamos otorgar precisión secuencial a la experiencia personal. Pero en lo inconsciente el tiempo es duracional, trasciende a lo pasado y estrictamente histórico para permanecer en un presente inmodificable en lo esencial. Lo genético sigue vigente en lo dinámico y por ello Freud pudo afirmar que el inconsciente es atemporal. En la construcción del sueño, por ejemplo, se combina lo efímero que se resiste a serlo (resto diurno) y lo permanente (lo reprimido) que pugna por expresarse aun cuando más no sea en una gratificación ilusoria.

Reiteraré en resumen, la Teoría Clínica ubica al paciente como un sujeto creador de significados, en tanto que la metapsicología lo considera un ente natural sujeto a las leyes de la Física y a los avatares de la Biología. En la práctica clínica intentamos descifrar los » por qués» mientras que, al teorizar, tratamos de darle coherencia epistémica a los «cómo».

Aspectos específicos de la interpretación

En la vida cotidiana nos entendemos unos a otros en términos de interpretación cuando desciframos el sentido y la intención ocultos en los sonidos, gestos y movimientos de nuestro interlocutor. Tal interpretación incluye lenguaje e intención y constituye lo esencial de la interacción e interrelación social y es inherente de nuestra forma de pensar. Todos somos hermeneutas por designio evolutivo.

En la postura hermenéutica de la teoría de la técnica se buscan significados no causas, puesto que se pesquisan propósitos conscientes e inconscientes, deseos y tendencias; no antecedentes neurofisiológicos del comportamiento. Las interpretaciones psicoanalíticas son válidas dentro de una teoría de correspondencia verídica. Si nos colocamos en un enfoque de historicidad hemos de precisar que intentamos esclarecer significados en cuanto puedan ser historias comprensibles que le otorguen sentido a la vida de las personas sin importarnos si son verdaderas. Para hacerlo tratamos de encontrar isotopías del campo semántico y no simples homofonías (por ejemplo, validar la interpretación en construcciones anagramáticas). En la isotopía sustentamos la verosimilitud de la interpretación.

Claro está que, en nuestro trabajo, debemos develar la intencionalidad discursiva no manifiesta, lo que en semiótica se suele llamar intentio operis en oposición al intentio autoris, que correspondería al lenguaje. Por cierto que a este, el lenguaje, lo definió Heidegger como un tono articulado de significados.

La práctica psicoanalítica puede considerarse una disciplina hermenéutica puesto que intenta develar el sentido no aparente del comportamiento del analizado. Tal sentido no depende de los estados psicológicos (conscientes o inconscientes) que subyacen en la conducta sino de la pertinencia histórica del discurso (visto como un texto) puesto que es precisamente la historia lo que le otorga sentido coherente al comportamiento. El darle significado y coherencia histórica a la conducta resulta terapéutico porque la incertidumbre, en especial su forma más extrema, la confusión, debilita al aparato psíquico. Cuando las piezas del rompecabezas se acomodan en su lugar se produce una sensación de alivio, especialmente en el paciente psicótico o muy regresivo.

Por lo anteriormente escrito, debe resultar evidente, porque no intentamos encontrar la verdad sino la congruencia y no me refiero solo a la reconstrucción de la historia infantil, sino al sentido, en cierta medida causal, cuando pretendemos actualizar lo histórico en el aquí y ahora. En última instancia, estamos pesquisando huellas descifrables mediante las redes simbólicas de significados construidas en la díada analítica.

La verdad histórica es inasible porque el evento queda inscrito dentro de una intrincada madeja de fantasías, impulsos, cambiantes percepciones del objeto, distorsiones producto de experiencias previas, etc. Por eso la verdad que buscamos es la discursiva, la que habita en el ámbito de la realidad psíquica. De allí que nos importe más el efecto que produce la interpretación (y su corroboración ulterior en las asociaciones y movilización de derivados) que su precisión histórica factual. La verdad, en consecuencia, es relativa y sólo válida para ese espacio analítico. Tal reflexión podría sonar a solipsismo e incluso a delirio compartido si se desconoce cómo opera el psiquísmo y el proceso de su reestructuración analítica.

Una interpretación útil abre avenidas nuevas de exploración para el proceso aunque no sea estrictamente exacta. Para algunos, tal común desacierto incrementa las resistencias. Pero lo adecuado de la interpretación deriva de su consistencia interna, su coherencia en la cualidad discursiva. En resumen, la verdad de la interpretación no yace en la descripción precisa de un hecho histórico ni de un suceder intrapsíquico, sino en la continuidad de algo que cobra sentido (Steele, 1979).

A diferencia de las Ciencias Naturales cuya aspiración es el dominio de la naturaleza mediante el emp leo de técnicas científicas, la meta del psicoanálisis es la comprensión, no el control ni la utilización. Esto se lleva a cabo mediante la creciente incorporación de la autoreflexión sistemática, hecho característico de toda disciplina hermenéutica. El método de verificación no es el experimental, sino la consecuencia de una coherencia narrativa que le otorga sentido al paciente.

Al interpretar intentamos descorrer el velo que el presente arroja sobre el pasado, pero el analista no da información inédita sino que se limita a proponer opciones y a abrir nuevas interrogantes. Al hacerlo, se va tejiendo una urdimbre de reorganización de significados. Para Freud interpretar era darle sentido al material. No descubría realmente causas sujetas a corroboración factual sino que las creaba, estableciendo una causalidad retrospectiva que no era hallazgo sino interpretación post hoc. La interpretación, a partir del derrumbe de la teoría de la seducción, no alude a algo real, especialmente cuando se refiere a la vertiente genética, lo real no es exterior sino interno. Tal vez por todo lo anterior Liberman (1970-72) consideraba que al interpretar se le otorga un segundo sentido al material asociativo. La interpretación psicoanalítica no alude a los hechos sino a lo que el analizado piensa que son los hechos. Por eso el propio Liberman solía enunciar la interpretación diciendo: «Yo pienso que usted piensa que…».

En el mismo orden de ideas se ha afirmado que la enfermedad mental surge cuando se da una regresión de lo real a lo imaginario en el diálogo (Foucault, 1954). Es en ese ámbito donde se da el proceso analítico.

Ahora bien, pasando a otros aspectos más formales de la teoría de la técnica bien resulta insistir que la realidad del diálogo analítico sólo es ponderable cuando se introduce el concepto de transferencia que es cuando la segunda persona (el ) hace su presencia en ese discurrir. Sólo así los «yo« del paciente y los «él« del relato cobran sentido. Visto desde esa óptica el analista no es solamente alguien que llena los espacios creados por la represión y la censura onírica para integrar una narrativa coherente; no sólo alguien que infiere lo explícito de lo implícito, sino alguien cuya atención se centra en los pronombres, los «yo» y los «» que emplea el paciente en su discurso.

La función del analista no se reduce a escuchar, sino que parafraseando a Teodoro Reik debe oír con el tercer oído convirtiéndose en el auditor privilegiado del paciente. Pero en el proceso el auditor es colocado como el otro; por ello las interpretaciones intentan develar la naturaleza precisa de ese «« al que se dirige el paciente y, en consecuencia, el lugar histórico desde el cual ese «yo « está hablando (Forrester, 1990).

Al escuchar los derivados de lo inconsciente el analista ignora la sintaxis sólo para restituirla en un orden coherente, al interpretar. El analista debe hacer también caso omiso de las inflexiones directas o indirectas del lenguaje. El analista escucha como si todo estuviera dirigido a él. Sólo desde esa posición puede intentar comprender el lenguaje de lo inconsciente que deambula en otro ámbito sintáctico donde no hay negación, contradicción, no hay tiempos de conjugación, etc. Las proposiciones hipotéticas del lenguaje común son verdades incontrovertibles para lo inconsciente; las citas son afirmaciones y todo ello debe reducirse a la sintaxis nueva de la interpretación.

El lenguaje proporciona un sistema denominacional que unifica y concretiza las experiencias previas en una forma que no existe en el inconsciente del analizado, sino tan sólo en el espacio analítico gracias al lenguaje que le otorga sentido (Viderman, 1979). Al nombrar o renombrar con ese lenguaje integrativo el pasado, sentamos las bases semióticas, por así decirlo, de un futuro mejor organizado (Schafer, 1992).

Desde su aspecto semiótico, la interpretación es una praxis de asignación de significados. El material manifiesto tiene relaciones de significación con el latente; es decir, lo manifiesto simboliza lo inconsciente que pertenece a otro orden lógico. El signo suele denunciar el significado, como el humo al fuego; gracias a ello los signos permiten la interpretación de los significados. En el proceso analítico aprendemos a conocer los signos que, al principio, nos permiten barruntar los significados y, luego, por la fuerza de la reiteración, a comprobarlos.

Pasando a aspectos más pragmáticos, a la Teoría Clínica propiamente dicha, debe precisarse que la interpretación es, en primer lugar, un acto de conocimiento, una sentencia declarativa cuya verdad se conocerá más tarde. Es una hipótesis cuyo acierto o falsedad es conjetural. En la observación empírica común se construyen teorías en torno al material detectable y observable. Pero, en psicoanálisis, se interpreta lo inconsciente según un esquema conceptual específico; es decir, se basa no en la observación sino en el aspecto teórico de la realidad estudiada. Tenemos que acceder a lo que no es epistemológicamente directo a semejanza de la observación de las partículas subatómicas o los cuerpos celestes muy remotos. La interpretación no se refiere a los objetos de observación empírica sino a lo que los epistemológos llaman objetos teóricos. Para el psicoanalista lo inconsciente es conjetural e indirecto. Pero la interpretación intenta vincular lo observable con lo conjetural, el dato clínico y su traducción teórica, lo manifiesto con lo latente (Klimovsky, 1991).

Cuando el paciente asocia, está presentando en su discurso derivados algo inconexos de un conjunto de fenómenos psíquicos lo cual no supone que él mismo tenga una noción consciente de ese conjunto que bien puede ser una descripción de algunas facetas de su carácter; por eso es un error confundir asociación con contenido manifiesto presuponiendo que bajo su apariencia subyace lo latente. Es labor del analista intentar integrar lo disperso en coherencias interpretativas (Busch, 2000). No hay que confundir la superficie psicológica del paciente (asociaciones) con la del analista (comprensión tentativa del material). Esta última frase hace referencia a las aportaciones de Paniagua quien, partiendo de un modelo estructural, ha propuesto la existencia hipotética de tres superficies: la del paciente, la del analista y la del trabajo analítico. La primera se refiere a la porción de lo que cobra consciencia el paciente. La segunda es la amalgama de ideas y sensaciones que el analista percibe mientras intenta comprender las comunicaciones del paciente. La tercera es el plano en el que se puede intervenir que tenga sentido emocional para el paciente, y en consecuencia, asegure la participación del Yo del paciente en el proceso de auto observación (Paniagua, 1991). Este modelo nos parece de utilidad para comprender de manera sencilla el diálogo analítico.

El psicoanálisis es un método discursivo. Para Schaffer (1983) el analista y el paciente son coautores de un texto a interpretar en el que se entrecruzan espacios temporales, de suerte que el pasado sirve para hacer inteligible el ahora y éste para hacer inteligible el ayer, es decir, más coherente, continuo y convincente.

Pero en la interacción analítica se da un proceso de creación mientras se intenta descorrer el velo de lo reprimido y lo pasado hecho presente en virtud de la transferencia. Esto alude a las modernas concepciones de la teoría de la técnica en que se ha ampliado el concepto de transferencia que es vista, no sólo como revivencia, sino como producto experiencial nuevo. En el proceso se crea un pasado y un presente más comprensibles, unificados y lógicos. Y, como mencionamos antes, se traza un bosquejo del futuro. Al interpretar damos una nueva versión histórica que es el lecho donde puede descansar más confiado el porvenir.

El material que nos ofrece el analizado es siempre vasto y multiforme, por ello se nos plantea el delicado problema de elegir lo que hemos de interpretar (Etchegoyen, 1991). Aunque no existe una guía precisa para hacer la elección nos parece que puede buscarse un apoyo confiable en la convergencia de las reiteraciones del material y la contratransferencia. A veces la reiteración ocupa un lapso del proceso lo cual denuncia la presencia intrusiva de la misma fantasía inconsciente. Cuando damos una interpretación nos vemos forzados a dejar a un lado otras posibles y por ello, al hacerlo, se influencia el curso asociativo de la sesión aunque no necesariamente el proceso analítico. Álvarez (1996) ha insistido en que una buena interpretación debe contener una sola hipótesis; es decir, que al elegir no debemos intentar ser abarcativos porque crearíamos confusión en el proceso de ordenamiento interno que se va dando en el análisis.

Mencionaré de pasada el debatido tema preferido entre los críticos del psicoanálisis, de la dificultad para diferenciar entre aclaramiento de los contenidos yoicos y la sugestión. La descontaminación epistémica del conjunto de las producciones del paciente en el diván del efecto sugestivo de las comunicaciones del analista parece ser completamente utópica, afirma Grünbaum (1984). De ello debería quedarnos poca duda. La desigual relación en la díada analítica produce efectos sugestivos, tanto más cuanto mayor sea la dependencia o la regresión terapéutica del paciente. Pero tal influencia sugestiva no invalida el hecho de que la curación analítica depende de otros factores.

Por último, dedicaré unas líneas al interesante aspecto de la teoría de la técnica que es la validación o contrastación de nuestras interpretaciones. Wisdom (1967) propuso que la validez de la interpretación en el contexto de una hipótesis clínica depende de que la respuesta asociativa pueda comprobarse con la misma hipótesis, sea esta confirmación o defensa. El paciente, nos dice Etchegoyen (1998) evalúa nuestra interpretación, casi siempre de manera correcta, y suele dar contentación corroborativa en las asociaciones en la propia sesión o en las siguientes (Kubie,1952). Claro está que la validez de una interpretación no se reflejará necesariamente en modificaciones conductuales evidentes salvo en casos excepcionales. La interpretación no es una pócima curativa mágica, ni siquiera las interpretaciones que conocemos como mutativas (Strachey,1934). Es simplemente el hilo con el cual vamos hilvanando, lenta y persistentemente, una nueva estructura funcional del Yo que refuerce, complemente o rectifique la que el paciente tenía cuando se acercó a nosotros.

Resumen

La práctica analítica puede considerarse como un método hermenéutico particularmente en lo que concierne a la interpretación que intenta descifrar lo inconsciente patógeno. Pero el esclarecimiento psicoanalítico se centra en los significados, no en los hechos históricos ni en las causas reales. Lo adecuado de la interpretación deriva de la coherencia interna, su consistencia en la cualidad discursiva, en la continuidad de algo que cobra sentido y otorga lógica interior. El diálogo analítico procede de la realidad psíquica y sólo resulta ponderable cuando debuta el «tú» en oposición y complementaridad del «yo»; es decir, cuando surge la transferencia. El analista escucha las iteraciones semióticas y atiende a objetos teóricos, no empíricos. Cuando interpreta propone una nueva nueva sintaxis que abre otras avenidas de exploración y cuya validez será comprobada o no, posteriormente.

Palabras clave: Interpretación, método hermenéutico, proceso psicoanalítico

Summary

The practice of psychoanalysis may be viewed as a hermeneutic method whose influence is most keenly expressed in that which relates to the formulation and structuring of interpretations. Highly supportive of this conjecture is the observation that interpretation per se, represents an attemp at decoding the pathogenic unconscious. Psychoanalytic-elucidation is directly linked moreover, to the emphasis the analyst places on the signifiers rather than on the actual hystorical events or factual causalities. The interpretation´s appropriates derives in turn, from its internal coherency, from the substantiating nature of the discursive’s quality, and from the continuity it provides to something that will permit for enhanced meaningfullness and confer internal logic. The analytic dialogue is born out of the psyquic reality and is conceivable only in the aftermath of the debut of the «you» in opposition to and complementarity of, the «I»; that is with the emergence of the transference. Atuned to the semiotic interactions, the analyst’s focus is on the theoretical objects rather that on the empirical ones. Interpretations as such, offer a proposal for a new syntaxis designed to open up alternative avenues of the exploration that will eventually validate or invalidate the interpretation itself.

Key words: Interpretation, hermeneutic method, analytic process.

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