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  • El narcisismo: origen, eco y fin

    El narcisismo: origen, eco y fin[1].

    Julio Ortega B.

    Freud ha escrito la Introducción al Narcisismo en 1914, e independientemente de su valor teórico que ya discutiremos, debemos comprenderlo como un texto que traza, para intentar demoler las concepciones junguianas que se han alejado cada vez más del centro de la teoría psicoanalítica. Así que en el fondo es una carta de desprecio, de rechazo, a quien ha sido su hijo amado, su anhelado sucesor. También una serie de argumentos en contra de Adler, quien más bien aparecía como competencia no sólo teórica sino de mercado. Quizá debiéramos llegar a la conclusión que por lo menos en el caso de Freud (y otros psicoanalistas entre los que me cuento), sus obras de intelección sobre el inconsciente, son a un mismo tiempo cartas de amor, motivadas por la obscura o resplandeciente intensidad de la pasión del amor – odio, ese sentimiento que no es sino una hoja que implica los dos pliegues.

    El término narcisismo, procede del mito contenido en el libro tercero de la Metamorfosis de Ovidio, dónde el bello joven rechaza a varias de sus potenciales amantes, incluyendo a la ninfa Eco, y en consecuencia es castigado por los dioses, como se ha dicho hasta el cansancio, de enamorarse de su propia figura.

    La noción “como Narciso” fue ya usado por Havelock Ellis en 1898, y se refería a un amor anormal sobre sí mismo, pero Freud lo tomó de Paul Näcke quien en 1899 lo utilizó para describir cómo un individuo trataba a su propio cuerpo como si fuese el cuerpo de un paternaire sexual.

    Aparece por primera vez, en 1910, en una nota agregada a la tercera edición de los Tres ensayos para una Teoría sexual, lo vuelve a retomar en su Estudio de Leonardo da Vinci en el mismo año y profundiza sobre él en la discusión del caso Schreber (1911). Allí nos explica, cómo es parte del desarrollo del individuo, enrolarse en actividades autoeróticas que preceden a la búsqueda de un objeto exterior, y en las que su propio cuerpo aparece como objeto de satisfacción.

    Luego en el tercer capítulo de Totém y Tabú (1913) intitulado Animismo, magia y la omnipotencia de los pensamientos vuelve sobre el tema refrendando su definición. Para este momento, él se ha formado la hipótesis del estadio narcisista que ocurriría entre el estadio autoerótico y el de búsqueda de objetos. Ernest Jones se sirve también del término narcisismo para formular su artículo sobre God’s Complex en 1913, pero nuevamente sólo como una derivación patológica de la libido.

    La Introducción al Narcisismo (1914) es un escrito imprudente pues no simplemente toma la perspectiva del desarrollo como base para elucidar lo que será el narcisisismus. Hay que considerar que piensa que su teoría se encuentra en un estado de madurez, y los cambios que vendrán no los sospecha aún, pues la oposición entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales, será insuficiente para dar cuenta de las fuerzas que operan al interior de la psique humana. Me parece que no imagina aún la trascendencia de la agresividad, y más aún la autoagresividad, que aún son tomadas como fuerzas vitales al servicio de la autoconservación y la evolución la primera, y la segunda como una simple perturbación del Yo, un estado patológico cómo cabría esperar, y no un empuje esencial hacia la muerte.

    Lo que sí es evidente es la importancia del Ideal del Yo producto del narcisismo secundario, como una fuerza autobservadora y condicionante de la represión. También el engrandecimiento del objeto, por sí mismo, como producto no sólo de una sublimación, sino de una proyección de los ideales del Yo en esa pantalla que es el objeto amado. Esa instancia es problemática en varios sentidos, porque no será el ideal – Ich (yo ideal), sino el Ich – ideal – que por otra parte tampoco será el Über Ich (Superyó) , aunque sinceramente, la confusión entre estos términos será pertinaz –, que se encargará de vigilar y castigar, para usar una frase foucaultiana, y que llevadas sus funciones al extremo, adquirirá una forma sádica, de odio, y de erotismo mortificante, fantasioso, que será característico de la demencia precoz y la esquizofrenia. La hipocondría aparece como un ejemplo más de enfermedad orgánica en el que las sensaciones punzantes, dolorosas, harán que su libido se aleje de objetos externos para volver sobre el sí mismo, con una carga negativa de afectos que implica una máxima descalificación del Yo por parte del Ideal del Yo. La megalomanía, que ya fue estudiada por Jones, en el trabajo antes citado, aparece aquí como una introversión de la libido que no se centra en fantasías, cómo no sea la del engrandecimiento del Yo, que hace espejo de una dificultad para amar a un objeto exterior. Los procesos mórbidos serían curiosamente un intento de curación, en los que los despliegues de libido intentarían una restauración de la condición normal.

    Los impulsos, por otra parte, no buscan sólo su satisfacción lo que daría lugar a una descarga de energía y una vuelta a la recarga, como nos lo planteaba en el Proyecto de una Psicología para Neurólogos (1895) – estoy consciente de que no es la única propuesta del Entwurf – sino invariablemente están destinados a un enfrentamiento con el orden social, que nos condena a la patogenia de una manera u otra. El autoamor sería también, una respuesta a la imposibilidad de satisfacción completa a través de la relación con el mundo. Todas las formas de amor descritas en el trabajo, no son sino diversas maneras de decirnos que se intenta volver al narcisismo primario inútilmente, que tras de las diferencias hay un arrastre común que sería el volver a tener un solo objeto de amor, que sería uno mismo.

    Es en Las pulsiones y sus vicisitudes (1915) dónde Freud nos describe el narcisismo como una situación psíquica primaria. Originalmente al inicio de la vida mental, el yo es catectizado por las pulsiones y es además competente para realizar una labor de autosatisfacción, que nombra como actividad autoerótica. No es completamente claro el punto de vista de Freud al diferenciar el narcisismo primario y el secundario. El narcisismo primario sería un estado precoz, en el cual el niño catectiza toda su libido sobre sí mismo. El narcisismo secundario, consistiría en una vuelta de la libido sobre el yo, retirada de sus catexis objetales. Sin embargo, estos conceptos tienen diversas complicaciones, e incluso ambigüedades, hasta en el mismo corpus freudiano cómo no sea que nos atengamos específicamente a una sucesión temporal. Quizás la noción de “narcisismo secundario” ofrezca menos dificultades pues es específicamente referida a la catectización del Yo.

    Al proponer la noción de Narcisismo, Freud intenta abordar cuatro diferentes problemas: 1) el narcisismo como una perversión sexual 2) el narcisismo como un estadío del desarrollo 3) como una catexis libidinal del Yo, 4) como una elección de objeto referida también al Yo. Aquí debemos tener en cuenta que el Yo implica asimismo una temprana agencia de auto – observación que después será más definida en el concepto de Superyó.

    Pero también el narcisismo sería parte de un proceso de conciliación pulsional, en que el individuo a través de los procesos de incorporación (debido a Karl Abraham) e introyección (concebido por Sándor Ferenczi) puede llegar a crear una base de relación con el otro, que dará lugar a futuras catectizaciones de objeto que serán dadas a partir de las propias necesidades del Yo, y sus fantasías.

    Freud postuló así una catexis original del Yo, un narcisismo primario que después sería la impronta para elegir objetos, creando un puente entre la libido del yo y la libido objetal. El narcisismo sería asimismo, el complemento libidinal entre el egoísmo y el instinto de preservación. De esta manera, jugaría una parte esencial en la definición estructural del Yo, que conservaría siempre una catexis libidinal narcisística, que ninguna vicisitud de los caminos en relación con el objeto, podría agotar.

    Debemos tomar en cuenta, cómo un agregado indispensable para leer la Introducción al Narcisismo, y que escribe en 1915, una sección referida a la Teoría de la libido, en la parte tercera de su trabajo sobre los Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), que es importante señalar, la consideró siempre como una obra que debía actualizar repetidamente y poner al día con los nuevos descubrimientos que iba haciendo a lo largo de su investigación sobre el inconsciente que duró toda su vida. En esta parte, nos describe a la libido como una fuerza susceptible de variaciones cuantitativas, pero que estará ligada siempre a cierto carácter cualitativo.

    Allí nos hablará de que el análisis de las perversiones y psiconeurosis, no es brindada sólo por las partes genésicas del cuerpo, sino por todos los órganos del mismo. Y nos habla allí de que una parte de la libido, un cierto quántum, debe atribuirse siempre al Yo. La producción de ésta, su aumento o su disminución, su distribución y su desplazamiento, están destinados a ofrecernos la posibilidad de explicación de los diversos fenómenos psicosexuales, pero nos hace la aclaración de que ésta libido yoica sólo puede ser accesible al estudio analítico, a través del estudio de la libido de objeto. Desde su centro narcisista puede guiar el quehacer sexual del individuo, llevarlo a la satisfacción, la extinción parcial o temporaria de la libido. De hecho, el destino de la libido de objeto es volverse nuevamente en libido narcisística a pesar del aparente fin distinto de ambas fuerzas.

    Nos explica pues que la libido narcisística o yoica, es el gran reservorio desde el cual son emitidas las investiduras de objeto que luego vuelven a replegarse, y la libido narcisista del yo, el estadio originario realizado en la primera infancia, que es sólo ocultado por los posteriores envíos de la libido pero que se conserva siempre en el fondo tras ellos. Con ésta aclaración, tendríamos una importante nota a su afirmación de que el inconsciente sería atemporal, pues no querría decir que no hay cronología viable en él, sino que el único posible ciclo de tiempo, sería ese estadio primitivo que caracteriza al Yo narcisista, existiendo en el fondo una impotencia para la sucesión temporal y en general para el desarrollo libidinal que sólo pasaría por etapas basadas en una geografía pulsional pero que conservaría su espíritu autoreferencial en cualquier punto. Este hecho, ligaría los eventos del presente a la repetición de la memoria del pasado, en dónde la sucesión inagotable de eventos y elección de objetos, sería la reproducción de ciertos códigos que se reformularían y disfrazarían en las aparentes elecciones libres respecto al objeto. Lo actual sería una forma de pasado, que haría que el Yo por medio de ese investimento narcisista, percibiese como libre elección, el enamoramiento del objeto y el apasionamiento por sus sorprendentes características, la sorpresa no sería sino una forma de reencuentro. Así entenderíamos la patológica adhesión al objeto amoroso que siempre caracteriza el amor – pasión, como una forma de grandiosidad del Yo, que se inflaría ante su elección e invención orgulloso y que daría como resultado un reaporte de libido a su centro narcisístico. Cómo el caso del sapo que se infla ante la hembra para atraerla, y termina reventándose. Sin embargo, en lo que eso sucede, esta forma de delirio haría que mientras más se avanza en la formulación del espejismo, tanto más se convence el enamorado de su creación, formando una coraza creativa frente a la verdad de la miseria de su objeto amado. El caso de Adele H. nos parece siempre un ejemplo convincente para ofrecer, pero sobrarían ejemplos que abarcarían desde Camille Claudel en su amor loco por Rodin, hasta la Dulcinea vista por Don Quixote. Ya Stendhal en su estudio Sobre el amor, nos hacía patente que era un sentimiento en el que la voluntad, tenía poco que ofrecer como fuente de explicación.

    Al ubicar entonces al amor a uno mismo, antes que el amor objetal, y cómo base del segundo, se llega entonces a una conclusión curiosa, que no es otra que suponer que la visión del otro depende siempre de la mirada a uno mismo, y que la cohesión estructural, temporal y afectiva obedece siempre de la representación que uno tiene del propio Yo. No es desdeñable el interés que tuvieron en este hecho los psicólogos del yo, despreciados por Lacan por su interés en la normativización del paciente a la cultura norteamericana, que por otro lado, en sus opiniones, nunca tomó en cuenta el hecho de que Freud fue siempre en sus opiniones políticas un pequeñoburgués liberal que no si cuestionó radicalmente a su sociedad, fue curiosamente, a pesar de sí mismo.

    Hartmann, Kris, Meninnger, no dejaron de interesarse en estudiar al Yo como una formación modelo del narcisismo primario y es para mí claro que la frase freudiana “Wo es war soll Ich werden…” no necesariamente intentaba hacer una mención al sujeto en su totalidad, cómo cierta interpretación que Lacan sostenía, la frase es en realidad mucho más ambigua. Por un lado, alude a una reivindicación de un Yo más bien equilibrado y puesto sobre la realidad, sobre los indeseables residuos primitivos narcisísticos que le alejarían del entorno social, pero no ignora que ese Yo siempre representa una ilusión, una mentira necesaria ante las contingencias del mundo. Por un lado, el alejamiento de la realidad es dañino, por otro lado, siempre es necesaria la mentira hasta cierto punto (¿Acaso no de dejará uno siempre de mentirse?) por la intolerabilidad a las contingencias azarosas y nocivas del mundo.

    El riesgo y la peligrosidad es evidente en el caso de la psicosis, pero también en el del amor no correspondido, y el duelo por una muerte, en el que hay una inversión de libido sobre el objeto condenada a no retornar, sino a partir de una serie de profundas dificultades que finalmente desembocan en la sublimación del objeto y la introyección del mismo, otra vez, la operación de un dispositivo narcisístico.

    Otros trabajos dónde Freud trabaja la catexis del objeto y su relación al narcisismo, son el caso del Hombre de los lobos (1918), dónde el apego a la nodriza Nanya, tendrá como respuesta su rechazo, arrastrándolo hacia la búsqueda del afecto del padre. Pero en el fondo, la figura primordial sería el Padre, a la que se apega por vía de la identificación y el ejercicio de una sexualidad masoquista, que sería producto de una corriente pasiva de la fase sádico anal. Todo esto se expresaría en formas de acción y fantasía regresivas que apelarían al narcisismo. En El Yo y el Ello (1923) rectificará su punto de vista haciéndonos patente que la catexis inicial de objeto corresponde siempre al pecho materno. En Lo Siniestro (1919), intentará demostrar que el sentimiento del Doble (más tarde estudiado por Otto Rank en 1925), tiene sus orígenes en el narcisismo primario.

    Pero volvamos atrás, en Duelo y Melancolía (1917), nos indica que en los casos patológicos de duelo el Ideal del Yo, se separa del resto del Yo. Nos reitera esta idea en Psicoanálisis de las Masas y análisis del Yo (1921), pero no es sino hasta El yo y el ello (1923) cuándo el término Über-Ich aparece como el heredero del complejo de Edipo, aunque sabemos que muchos psicoanalistas lo ven – no sin razones – como una estructura mucho más anterior que regularía desde el principio al Yo, es el caso de Melanie Klein.

    En las Nuevas lecciones Introductorias al Psicoanálisis (1933) nos describe al Superyó como el vehículo mediante el cual el Yo ideal, se mide a sí mismo. Los contemporáneos de Freud no parecen haber sopesado con calma lo que implicaba el concepto. Cómo mencionamos antes, Jones ya había usado el término, y otros más perspicaces como Ferenczi en su artículo sobre Introyección y Transferencia (1909) anticipa el juego del Fort – Da, que aparece en el Más allá del Principio del Placer (1920), estableciendo que el niño excluiría elementos de la masa de sus percepciones, inventando un mundo que estaría en una relación de introyección y proyección masiva del Yo.

    También Karl Abraham había señalado en su artículo “Un corto estudio del desarrollo de la libido, a la luz de los desórdenes mentales” (1924), la dificultad que representaba el estudio de las psicosis – especialmente la melancolía –, conectadas al narcicismo. En su artículo Sobre las orígenes de la máquina de influencia en la esquizofrenia (1919), Tausk argumentó que los orígenes de la vida mental, correspondían a un período sin objeto. La formación del Yo, era aquí asociada con el descubrimiento del objeto y al desarrollo del sentido de realidad. Tausk establecía la existencia de un narcisismo psíquico que se renovaba con cada adquisición del Yo, que se complementaba y contrastaba con un narcisismo orgánico que garantizaba la unidad y funcionalidad del inconsciente.

    Lou Andreas Salomé identificó al narcisismo con la sexualidad pregenital, distinta del amor objetal, que implicaba a un compañero. Ella entendió al narcisismo como un concepto limítrofe de doble orientación que se referirá por una lado a un reservorio de energía para todas las manifestaciones de la psique, y por otro lado determinará todas las tendencias a la regresión y las fijaciones patológicas. Es por tanto un proceso interno, y a la vez, externo.

    Las discusiones sobre el narcisismo fueron después por diversas calzadas, aunque en la teoría kleiniana parece ser incompatible con un autoerotismo o narcisismo primario, sus descripciones sobre la omnipotencia infantil y la megalomanía, proveyeron de importantes hallazgos para la comprensión clínica de los estados narcisísticos.

    Wälder (1925) publicó el primer estudio de caso, de lo que llamó una personalidad narcisística, caracterizado por una excesiva valuación de sí mismo y una falta de sentimientos de culpa. Su aproximación clínica fue determinante para la definición de narcisismo tal y cómo se conoce en los desórdenes llamados de personalidad. Y finalmente en las citas freudianas, encontramos el ensayo Tipos libidinales (1931), dónde habla de tres tipos clásicos que serían: el erótico, el obsesivo y el narcisístico. En éste tercer tipo, no existe tensión entre el yo y el superyó, al punto que partiendo de este tipo difícilmente se habría llegado jamás a establecer la noción de un superyó; no predominan las necesidades eróticas: el interés cardinal está orientado hacia la autoconservación; las personas de este tipo son independientes y difíciles de intimidar.

    En 1933 en su libro Análisis del Carácter, Wilhelm Reich describió lo que el llamó: carácter fálico narcisista. Sujetos con carácter arrogante, que se sienten superiores, y que buscan la subordinación de los demás.

    Karen Horney (1939) en su libro Nuevos caminos del Psicoanálisis, desarrolló también la idea de un carácter narcisista, dónde habría una inflación de la propia valuación dónde el sujeto se admira a sí mismo, por valores que no tienen fundamento real.

    Rosenfeld mucho más tarde, siguió un camino que le llevó a formular el narcisismo destructivo y habló de relaciones narcisistas omnipotentes de objeto, que serían generadas por la fusión del yo y el yo ideal, dando lugar a un estado de ánimo malsano, una forma de omnipotencia que está tomada de la noción del yo patológico grandioso de Kernberg. Rosenfeld habla curiosamente en un artículo de la Omnipotencia narcisística del analista, que daría lugar a que en ciertas situaciones, pudiera pensar que puede intervenir en la vida de su paciente o resolver todos sus problemas, no importa cuán graves puedan ser.

    Kernberg, se dedicará al estudio del narcisismo a partir de la noción del Self, que en Freud aparece como Selbst para referirse a la persona en su totalidad, pero que en la literatura postfreudiana toma caminos muy ambiguos que podrían referirse a una instancia que integraría toda las agencias psíquicas, a la parte narcisística de la psique, pero también a la parte consciente de la psique que se reconoce al sí mismo en relación a otros, y que permanece como una visión del yo propio.

    Heinz Kohout nos ofreció su propia visión del narcisismo describiéndolo como una catexis de la representación del self (no es el Yo) que definirá como la agencia de representación responsable de las relaciones con el mundo. Esta visión hará énfasis en el supuestamente paso necesario de la psicología del yo, a la psicología del self.

    Kohut (1971, 1977, 1984) alzó un nuevo enfoque psicoanalítico que denominó “psicología psicoanalítica del self”. Redefinió el self (sí mismo) como el núcleo de la personalidad, un contenido del aparato psíquico que forma parte tanto del yo como del ello y del superyó. Un self bien cohesivo sería la condición de salud mental, mientras que un self poco o no cohesivo sería la causa de mecanismos de defensas y compensatorios, trastornos de personalidad (de carácter) y de enfermedades mentales.

    Según Kohut, el self y su cohesión se desarrollan y se construyen gracias a las relaciones narcisistas con los objetos arcaicos e infantiles (objetos del self) por la interiorización transmutadora de esos objetos y de sus funciones que inicialmente espejan con empatía la grandiosidad del infante (self grandioso), se dejan idealizar (imago parental idealizado) y permiten vivencias gemelares de alter-ego. Para Kohut, un objeto de self es un objeto narcisista, es decir que está catectizado por la libido narcisista, hace parte del bebé y del infante. Las internalizaciones transmutadoras de funciones de objetos del self se realizan progresivamente por frustraciones óptimas (no traumáticas) por parte de esos objetos que progresivamente transforman el sostén exterior de autoestima a las fuentes interiores. El narcisismo primitivo sostenido inicialmente por los objetos arcaicos del self se transforma progresivamente en estructuras de la personalidad madura (narcisismo maduro): el self grandioso se transforma en ambiciones realizables; el imago parental idealizado en ideales alcanzables; y la gemelaridad en capacidades, talentos y habilidades personales para realizar las ambiciones y los ideales. Esta transformación del narcisismo primitivo en un narcisismo maduro permite al sujeto sentirse satisfecho de sí mismo, de sus realizaciones y de su vida, y tener creatividad, humor y sabiduría.

    Ésta vía es, evidentemente, opuesta a las investigaciones lacanianas que seguramente han sido ya repetidas hasta el cansancio en el coloquio. El estadio del espejo, originado en el trabajo de Wallon, coloca al sujeto como producto de una identificación con el otro que no cesará de tener el valor de imago, con toda la carga de fantasía que en ella aparece y que me parece destacable, sigue atado a la primacía del estudio de lo inconsciente sobre los fenómenos de lo consciente. Pero me parece que no puede desecharse la lectura de otros autores, para solamente citarlo a él, Lacan no necesita quien lo defienda, y el reto del psicoanálisis es hacer un avance y no una repetición de fórmulas conocidas.

    La psicología psicoanalítica norteamericana que desconoció o no conoció Lacan, toma una aproximación metapsicológicamente pobre, centrada en la descripción y en la conducta, la adaptación al medio y la introducción de términos alejados de la intención freudiana. El sujeto narcisista es para Kernberg una persona centrada excesivamente en sí mismo, que se adapta eficazmente al medio pero en forma superficial, presentando importantes distorsiones respecto a sus relaciones de objeto. Subraya la dependencia desmedida que tiene de la admiración y homenaje de los otros. Existe un contraste entre su adaptación social y la incapacidad de empatía o déficits en su capacidad de amar. Se muestran insatisfechos consigo mismos y tienden a explotar al prójimo.

    Kohut a diferencia de Kernberg, dice que los pacientes que tienen una alteración narcisista, “no son fronterizos” y “no son necesariamente personas muy enfermas” (sin especificar que quiere decir con: “no muy enfermo”), definiendo el eje de la problemática narcisista en torno a alteraciones de la autoestima, del sentirse dentro de sí mismos, de sentirse reales. Como consecuencia, es relevante para ellos, la respuesta del ambiente, necesitando frecuentemente del aplauso de los otros.

    A pesar de coincidir en muchos planteos con Kohut, Kernberg difiere en las explicaciones etiopatogénicas y estructurales que aporta Kohut y por lo tanto, a partir de esas diferencias, discrepa con ciertas indicaciones técnicas. De hecho, divide el narcisismo en: narcisismo normal adulto, narcisismo normal infantil y narcisismo patológico.

    El sí-mismo grandioso descripto por Kohut constituye para Kernberg el resultado de la fusión de imágenes del sí-mismo ideal con el sí-mismo real y con el objeto, aunque difieren respecto a su origen: para Kohut, el sí-mismo grandioso refleja la fijación en un sí-mismo primitivo y arcaico pero normal, mientras que para Kernberg constituye una estructura patológica netamente diferente del narcisismo infantil normal.

    Otro punto de divergencia es el relacionado con la naturaleza de la libido objetal y narcisista. Para Kohut la libido narcisista tiene una línea de evolución paralela e independiente de la libido objetal. En cambio para Kernberg no es posible divorciar el estudio del narcisismo normal y patológico de las vicisitudes de los derivados de instintos tanto libidinales como agresivos, y los del desarrollo de los derivados estructurales de las relaciones objetales internalizadas.

    La importancia que Kernberg da a los impulsos agresivos se pone de relieve al ahondar en las explicaciones que uno y otro autor ofrecen ante ciertos fenómenos transferenciales. Para Kohut la transferencia idealizadora es la expresión de una falla primitiva de los objetos del self idealizados, quienes no permitieron al niño vivir la experiencia de idealización y fusión con un objeto externo. Kernberg, por su parte, distingue en la transferencia idealizadora una formación patológica resultante de la condensación del sí-mismo con las imágenes del objeto real y del sí-mismo ideal. En dicho vínculo se puede observar una intención defensiva contra la expresión de la rabia y la envidia. El desarrollo narcisista no manifiesta fallas estructurales que la terapia podrá reparar sino una distorsión y desvalorización activa de los objetos externos. En síntesis, el problema que se expresa a través de la transferencia idealizadora no es un defecto de los objetos externos sino una incapacidad del sujeto de idealizar a sus progenitores a consecuencia de tener grandes montos de rabia y envidia en su relación con ellos.

    Por lo tanto, surgen importantes discrepancias técnicas, Kernberg critica a Kohut que no interpreta las pulsiones agresivas y además, su propuesta de permitir la idealización del analista por parte del paciente. Opina que esto hace degenerar la técnica en una psicoterapia de apoyo, dado que aceptar la admiración implica un abandono de la posición neutral, en la misma medida en que lo hace la hiper-objetividad crítica».

    No es lo único que sucede actualmente en el psicoanálisis. Mc Dougall combina dos organizaciones de la economía narcisista en aparente contradicción. Mientras Kernberg y Kohut ponen el acento en el aspecto adaptativo o en el narcisista de “tipo social”, Mc Dougall (ex – analizante de Lacan) plantea que como contracara del sujeto que se aferra al mundo, al otro-espejo que le devuelve su identidad y valor, existen otros que necesitan huir hacia la soledad, aferrarse a sí mismos, dado que el otro es vivido en forma intrusiva y por ende “necesita cerrar la puerta al mundo para no desaparecer en los demás”. Realiza aportes interesantes en relación a lo simbólico, con una clara influencia de Lacan y Winnicott, señala que en estos sujetos, tiene lugar una perturbación a nivel psíquico, que dificulta la representación de sí mismos lo cual devela la fragilidad de su economía. Es la imagen de sí la que se esfuma o la imagen del otro; lo especular nos remite a esto, pero no es uno, es lo dual en estricta dependencia. De allí, que ella alude a la dificultad de representar la ausencia, muchas veces expresado a nivel transferencial.

    Según Laplanche la de Lacan constituye la tentativa más elaborada para tratar de llenar el vacío que deja la noción freudiana del yo en la descripción del «nuevo acto psíquico» susceptible de provocar el pasaje del autoerotismo al narcisismo. La intención de Lacan, nos comenta Laplanche, no sería vincular de manera necesaria la aparición del yo humano con la creación del instrumento del espejo, ni con el hecho de que Narciso pueda contemplar su imagen en el agua sino con el reconocimiento de la forma del otro humano lo que implicaría la alteridad a diferencia de lo que propone Allouch, y la precipitación correlativa en el individuo de un primer esbozo de dicha forma. Según Laplanche, sin embargo, sería inexacto decir que Freud no delimitó el lugar de la identificación especular, que ya se halla presente en Duelo y melancolía (1917) y sobre todo en un pasaje de El yo y el ello (1923), donde especifica que «el yo es ante todo un yo corporal, no es tan solo un ser de superficie, sino que es en sí mismo la proyección de una superficie».

    Green al abordar el tema del narcisismo en su obra Narcisismo de vida y de muerte, publicado en 1983, reúne escritos que van de 1966 hasta dicha fecha. Considera la estructura narcisista como un componente fundamental e insustituible de la esencia humana.

    Green subraya que en el tema del narcisismo, dado que Freud ha permanecido excesivamente atado al tema de las neurosis, y en particular a las de transferencia, se hace indispensable lograr una continuidad conceptual sin introducir una contraposición neta entre la vieja y la nueva conceptualización metapsicológica.

    El deseo, entendido como el movimiento a través del cual el sujeto busca el objeto, constituye por consiguiente la unión entre la vieja conceptualización, fundada sobre el análisis de la neurosis y la nueva apoyada sobre la clínica de los casos límite. Se aspira a una satisfacción no sometida a la dependencia del objeto, logrando un silencio del deseo; cuando el otro impone una desmentida a la omnipotencia se genera la rabia narcisista. Esa insatisfacción lo priva al narcisista de ser liberado, por la satisfacción, del deseo. Green puntualiza, se busca más bien, un deseo de satisfacción que una satisfacción de deseo.

    Según Green: «lo que hace del narcisismo un estado mortífero es sin duda la autosuficiencia que frena todo intercambio verdadero, o limita los intercambios a relaciones especulares, condenando a la esclerosis al sistema cerrado que él constituye, como esas células que mueren por sobrecarga de grasa». También considera el dormir como manifestación narcisista tanática y el soñar como expresión del narcisismo libidinal. Así tendríamos como indispensable un cierto narcisismo, pero que intensificado en sus propiedades y funciones, llevaría a una anulación del Yo y un daño a los objetos exteriores. Volviéndose contra el sujeto a manera de anular su capacidad de vida, y empujándolo a la pulsión de muerte.

    Para terminar mi intervención, quiero ofrecer dos casos clínicos a ustedes sobre el asunto del amor y el narcisismo que les sorprenderán.

    El primero es el de Descartes, quien hoy consideramos el padre de la filosofía moderna, aquel que pudo desplazar el centro del hombre puesto en Dios y ponerlo en el Yo pienso, en el Cogito, es decir en el sujeto mismo. Lacan ha mencionado en diversos seminarios como ese Yo pienso, implica una fe en la conciencia que lleva al error, pero como filósofo no puedo negar la importancia de este hombre que escribió en primera persona su obra, a diferencia de muchos contemporáneos, y que fundó un estilo crítico de pensamiento que después daría lugar a la reflexión kantiana y más tarde a la psicoanalítica. Son dos pasos sucesivos ineludibles para entender los orígenes del proyecto freudiano.

    Russell Shorto tiene un libro muy gracioso de nombre Los huesos de Descartes, dónde describe el camino extraño que tuvo su esqueleto, la pelea entre Suecia y Francia por establecer su tumba monumento, el robo de su cráneo que llegó a ser atracción en una casa de juego, las diversas investigaciones médicas sobre esos restos, su uso para elaborar anillos distribuidos en una sociedad secreta de pensadores de la razón. Pero no quiero contar esa historia que de alguna manera, pone en evidencia – una vez más – la estupidez del hombre y los límites reducidos de la razón.

    Les hablaré en esta ocasión, brevemente, de una anécdota sobre él que pone en duda su fe ciega en la razón cuestionándola a través de sus actos. Descartes tuvo una hija con la criada de un amigo que después llevó a vivir con él, sin llegarse a casar con ella. La niña Francine es el sol de la vida de este hombre, que planea educarla de la mejor manera posible a la luz de la razón. Pero ella muere a los 5 años por escarlatina y su padre se sume en una profunda depresión que le hace perder peso y llegar hasta la enfermedad. Entonces, usando sus conocimientos de diseño, mecánica y matemáticas, concibe crear una pequeña autómata mecánica con los rasgos e identidad de su hija, y pide a un relojero que le ayude a construir una muñeca de metro y medio, con una bella cara de porcelana basada en el rostro de la niña y logra que sea capaz de levantarse y moverse. Esto hace que se recupere el filósofo, y retome su trabajo, viajando a las más importantes Cortes de Europa acompañado siempre de un baúl. Allí trae a la nueva Francine, a la que se dirige cómo si fuera una persona, habla con ella y le consulta lo que tiene que hacer. Se cuenta que uno de éstos viajes, el capitán del barco que navegaba por el mar de Holanda, no pudo contener la curiosidad y entró en el camarote de Descartes a escondidas. Consiguió forzar el candado y abrir el baúl. Al ver la muñeca se extraño sobremanera, pero lo hizo mucho más al comprobar que era capaz de moverse por si sola. Aterrorizado, sale a cubierta y arroja la muñeca por la borda. Así fue como ocurrió la segunda muerte de la hija de Descartes.

    La otra historia que quiero contarles es más reciente, más siniestra quizás, pero retrata muy bien nuestra relación de amor posesivo con el objeto, que lleva a niveles delirantes, cuándo éste se ha perdido.

    El célebre pintor Oskar Kokoschka se enamora de la viuda del compositor Gustav Mahler y una suerte de femme fatale de la época: Alma. El romance entre Alma y Oscar dura tres años. La relación fue muy tormentosa – la psiquis de Oskar era bastante frágil – pues él intenaba captar la escencia de Alma todo el tiempo. La leyenda dice que estaba con ella en la cama y sólo se levantaba para pintarla. Alma se había convertido en su obsesión. Poco después, Alma queda emabarazada de su amado, pero aborta la criatura y esto lo hunde más en el desequilibrio. Finalmente, Alma rompió la relación con él y testimonio de estos momentos es el cuadro La novia del viento. Temiendo la persecución y la locura de Kokoschka, Alma se casó en 1915 con el arquitecto Walter Gropius y al año siguiente nació la hija de ambos, Manon.

    Kokoschka se hundió más en la depresión. No sabía cómo ni con quién reemplazar a Alma, así que tuvo una idea muy singular para hacerlo. Escribió a una frabricante de muñecas en Munich, Hermine Moos en 1918, y le encargó una de tamaño natural que en todo se pareciera a Alma Mahler. Él no quería tener una moña infable, sino que quería una mujer en todos los sentidos. En su carta decía: “Ayer envié un dibujo a tamaño real de mi amada y le pido que lo copie con el máximo cuidado y lo transforme en realidad. Preste especial atención a las dimensiones de la cabeza y el cuello, al pecho y las extremidades. Y tómese en serio los contornos del cuerpo, por ejemplo la línea del cuello a la espalda, o la curva del vientre. Por favor permita a mi sentido del tacto disfrutar de los lugares donde capas de grasa o músculo dan lugar a una sinuosa cubierta de piel. Para la primera capa (dentro), por favor use, pelo de caballo fino y rizado; debe comprar un viejo sofá o algo similar y tener el pelo desinfectado. Entonces, sobre esa, una capa de cojines rellenos con lana para las posaderas y pechos. El objeto de todo esto para mí es una experiencia que debo ser capaz de abrazar.”

    Al fabricante, el hacer la muñeca perfecta, le llevó su tiempo, y ansiosísimo, Kokoschka le vuelve a escribir: “¿Puede abrir la boca? ¿Hay dientes y lengua? Espero que sí!”

    La muñeca llega a manos de Kokoschka en febrero de 1919. Se trata de una muñeca tamaño natural con piel muy fina al tacto y rellena de plumas. La desilusión de Kokoschka es enorme: “…en lugar de una loca ilusión, en vez de una seductora criatura de ensueño con la que estuve fervientemente obsesionado hasta ahora, lo que me mira fijamente es un fantasma … un esfuerzo lastimoso, un muñeco articulado … Fue un golpe terrible…”

    No obstante la desilusión, Kokoschka decide conservar la muñeca y usarla como modelo para sus pinturas. La tiene en su salón, vestida con las mejores galas de París que renueva una y otra vez. Un periódico de la época, cuenta cómo se presentó con ella en el palco de la Ópera para una función.

    Hastiado finalmente de la muñeca, acaba con ella. Da una fiesta orgiástica y allí la elimina, rompiéndole una botella de vino tinto en su cuerpo y cara. Por esos días, en la comisaría se recibe una acusación por homicidio, hasta que se aclara que la mujer encontrada ensangrentada cerca de su casa, era su fetiche y no una mujer real.

    En ambas narraciones, se encuentra la desgracia de la pérdida de la amada narrada con minuciosidad por Freud en Duelo y Melancolía (1917) y que se resume en la frase: La sombra del objeto ha caído sobre el Yo. Pero quizá en el fondo, nuestro Yo no sea más que un almacén de sombras escritas con las piedras, cómo diría el trágico Paul Celan en su poema En los ríos:

    En los ríos, al norte del futuro,

    Tiro la red, que tú, indecisa

    Llenas con sombras

    Escritas por las piedras.

    Fuentes de consulta:

    De Mijolla Alain. International dictionary of psychoanalysis. Thomson Gale. 2005.

    Freud Sigmund. Obras completas. Ed. Amorrortu. Buenos Aires 1986. 2ª Edición.

    Roudinesco & Plon. Dicionário de Psicanálise. Zahar. Rio de Janeiro, 1998.

    Laplanche & Pontalis. Ed. Paidós. Buenos Aires 1996.

    [1] Conferencia magistral pronunciada durante el Coloquio A cien años de Introducción al Narcisismo. Convocado por Psicoanalistas Asociados de México y la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). Museo León Trotsky. 24 y 25 de Octubre de 2015.

  • EL HOMBRE DE LOS LOBOS Y LA “CAMISA PUESTA”

    EL HOMBRE DE LOS LOBOS Y LA “CAMISA PUESTA”

    Por LUIS CARLOS VÁZQUEZ VIDRIO*

    0.

    En su nota introductoria a De la historia de una neurosis infantil, James Strachey nos dice que el del Hombre de los lobos es “el más importante de los historiales clínicos de Freud”[1], una estimación en la que se observa coincidencia entre los estudiosos del caso.

    Por supuesto, el elemento más destacado del historial lo constituye el sueño de los lobos, en el cual Freud encontró que poseía carácter probatorio de la sexualidad infantil, tanto así que llegó a solicitar a los psicoanalistas que reuniesen y analizaran sueños de sus pacientes que éstos habían tenido en la infancia y que los recordaran desde entonces, y cuya interpretación autorizara la inferencia de que los pacientes habían sido, en su primera infancia, espectadores de un comercio sexual.

    Este interés de Freud trajo consigo el surgimiento de varios elementos de valor, nos dice Strachey quien, entre otros señala “el nexo entre ‘escenas primordiales’ y las ‘fantasías primordiales’, que condujo en forma directa al oscuro problema del posible carácter hereditario de estas últimas.”[2]

    En este ensayo abordaré una propuesta del historiador italiano Carlo Ginzburg[3], la cual consiste en analizar algunos elementos del caso del Hombre de los lobos desde la perspectiva de una investigación acerca del folklore esloveno, es decir, considerando componentes de las raíces culturales del célebre paciente de Freud. Luego intentaré entrever posibles consecuencias clínicas del desconocimiento de este material que Ginzburg le señala al creador del psicoanálisis.

    1.

    Empezaré con una digresión. En uno de los seminarios de Lacan[4], una alumna suya, Rosine Lefort, expuso el caso de Roberto, un niño de 3 años y 9 meses quien, carente por completo de habla coordinada, todo el día únicamente repetía gritando: “¡El lobo!”. Conviniendo en la dificultad para establecer un diagnóstico, el Dr. Lang aventuró el de “delirio alucinatorio”.

    Lefort puso a Roberto el sobrenombre de “el niño-lobo”, explicando que “tal era, verdaderamente, la representación que tenía de sí mismo”[5]. En su descripción del caso, la analista relata varios pasajes en los que el niño, presa de angustia, aullaba “¡el lobo!”, palabra con la que condensaba su confusa autoimagen[6]: “Roberto no era más que una serie de objetos por los que entraba en contacto con la vida cotidiana, símbolos de los contenidos de su cuerpo”. En esa simbología –indica Lefort- la arena eran las heces; el agua, la orina; y la leche, aquello que entra en su cuerpo. Pero el niño no diferenciaba esto y todos los contenidos estaban unidos en el mismo sentimiento de destrucción permanente de su cuerpo, sentimiento que aullaba con “¡el lobo!”.

    1.1.

    En la discusión del caso, Jean Hyppolite preguntó por el origen en Roberto de la expresión “el lobo”, a lo que inicialmente Lefort respondió que en las instituciones es frecuente que las enfermeras asusten a los niños con este animal. Y añadió que en la institución en donde llevó el tratamiento de Roberto, cierto día en que los niños estaban insoportables, fueron encerrados en la sala de juegos y entonces, para que se portaran bien, una enfermera salió e imitó el aullido del lobo.

    A otra pregunta expresa en cuanto a por qué el miedo al lobo quedó fijado en el niño, para Lefort no había duda de que, al menos en parte, el lobo era para Roberto la madre devoradora y, frente al escepticismo de Hyppolite, abundó:

    En las historias infantiles siempre se dice que el lobo va a comer. En el estadio sádico-oral, el niño tiene deseos de comer a su madre, y piensa que su madre va a comerle. Su madre se convierte en lobo. Creo que aquí está, probablemente, pero no estoy segura, la génesis. Hay en la historia de este niño muchas cosas ignoradas, que no he podido saber. Cuando quería ser agresivo conmigo no se ponía en cuatro patas, ni ladraba. Ahora lo hace. Ahora sabe que es un ser humano, pero de vez en cuando necesita identificarse a un animal, como lo hace un niño de dieciocho meses. Y cuando quiere ser agresivo, se pone en cuatro patas, y hace uuh, uuh, sin la menor angustia. Después se incorpora y sigue el curso de la sesión. Sólo puede expresar su agresividad en ese estadio.[7]

    Hyppolite observa en esta descripción dos planos: en la compulsión, es el lobo el que le produce angustia al niño; mientras que cuando supera esa angustia, es el momento en que juega al lobo.

    1.2.

    Acerca del tema del lobo, Lacan intervino señalando que éste “plantea todos los problemas del simbolismo: no es una función delimitable, ya que debemos buscar su origen en una simbolización general.”

    Y añade: “¿Por qué el lobo? No es un personaje demasiado familiar en nuestras comarcas. El hecho de que el lobo haya sido elegido para producir estos efectos nos remite, directamente, a una función más amplia en el plano mítico, folklórico, religioso, primitivo. El lobo se vincula con una filiación a través de la cual llegamos a las sociedades secretas, con lo que las mismas suponen de iniciático, ora en la adopción de un tótem, ora en la identificación con un personaje.”[8]

    2.

    Ahora abordemos el historial freudiano del Hombre de los lobos. Freud nos informa que su paciente padeció a los 4 años una perturbación neurótica, a saber, una histeria de angustia que se expresaba en una zoofobia, en la que la fobia a los lobos ocupaba un lugar predominante.

    Podríamos preguntar: ¿Por qué el lobo? El material aportado por el paciente indica que en esa época su hermana, dos años mayor que él, lo atemorizaba con una ilustración del libro “El lobo y los siete cabritos”, en la que se observaba un lobo erguido y en posición de avanzar. Esto provocó que el pequeño Sergei (nombre de pila del Hombre de los lobos) un miedo a que viniera el lobo y se lo comiera.

    2.1.

    Sergei relató a Freud lo que él estimaba su primer sueño de angustia, el cual tuvo cuando contaba con “tres, cuatro, a lo sumo cinco años”. El conocido sueño fue comunicado como sigue:

    He soñado que es de noche y estoy en mi cama (mi cama tenía los pies hacia la ventana, frente a la ventana había una hilera de viejos nogales. Sé que era de invierno cuando soñé, y de noche). De repente, la ventana se abre sola y veo con gran terror que sobre el nogal grande frente a la ventana están sentados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o siete. Los lobos eran totalmente blancos y parecían más bien como unos zorros o perros ovejeros, pues tenían grandes rabos como zorros y sus orejas tiesas como de perros al acecho. Presa de gran angustia, evidentemente de ser devorado por los lobos, rompo a gritar y despierto.[9]

    El paciente agrega que tras su grito, su aya se precipitó a su cama para averiguar qué había ocurrido, y que luego él pasó largo rato para convencerse de que sólo había sido un sueño antes de poder volver a dormir. Asimismo, subraya que la única acción en el sueño “fue el abrirse la ventana, pues los lobos estaban sentados totalmente tranquilos y sin hacer movimiento alguno sobre las ramas del árbol, a derecha e izquierda del tronco, y me miraban. Parecía como si hubieran dirigido hacia mí toda su atención.”[10]

    2.2.

    Las primeras ocurrencias de Sergei apuntaron hacia su angustia a la imagen del lobo erguido, en tanto que los elementos del contenido manifiesto “lobos blancos”, “lobos trepados en el árbol” y “seis o siete lobos”, condujeron respectivamente a: 1) sus paseos infantiles con el padre a una finca donde luego hubo peste y muerte de ovejas; 2) al cuento de su abuelo acerca del lobo que irrumpe en la habitación del sastre; y, 3) al cuento de “El lobo y los siete cabritos”.

    Tres elementos del sueño provocaron máxima impresión en el soñante: a) el total reposo e inmovilidad de los lobos; b) la tensa atención con que lo miraban los lobos; y, c) el duradero sentimiento de realidad efectiva. De este último, Freud subraya que un tal sentimiento de realidad indica que dentro del material onírico latente hay algo que reclama realidad efectiva en el recuerdo. Se trataría de una escena ignorada a la que conducirían los aspectos de mirar atento y de inmovilidad.

    Del material brindado por el soñante, Freud plantea un primer bosquejo de reconstrucción: “Un episodio real – de una época muy temprana – mirar – inmovilidad – problemas sexuales – castración – el padre – algo terrorífico.”[11] La clave para la comprensión del sueño la aportó poco después Sergei cuando al elemento “de repente, la ventana se abre sola” atribuyó el significado “los ojos se abren de pronto”. Freud atisba entonces lo que se oculta tras la inmovilidad manifiesta en el sueño, a saber, su contrario, un violentísimo movimiento. “Él despierta, pues, de repente, y ve ante sí una escena de intensa movilidad, que mira con tensa atención.”[12]

    Así, tras un largo y minucioso análisis, Freud descifró tras ese sueño, reconstruido a posteriori (Sergei entró a análisis cuando contaba con 23 años), la elaboración de una experiencia vivida por el paciente ruso a una edad muy temprana, más o menos al año y medio de edad: la escena primordial del coito entre el padre y la madre.

    2.3.

    La escena primordial es reconstruida de la siguiente manera:

    Dormía, pues, en su camita en la habitación de sus padres cuando despertó, tal vez a consecuencia de un aumento de la fiebre, pasado el mediodía, quizás hacia las cinco de la tarde, la hora señalada luego para la depresión. Armoniza con la hipótesis de un caluroso día de verano que los padres desvestidos a medias se hubieran retirado para dormir la siesta. Al despertar fue testigo de un coitus a tergo repetido tres veces, pudo ver los genitales de la madre así como el miembro del padre y comprendió el hecho así como su significado. Por último, perturbó el comercio entre los padres de una manera a que luego nos referiremos.[13]

    En una nota a pie de página, Freud indica que la comprensión del hecho y de su significado los obtuvo Sergei con efecto retardado, a los 4 años, en virtud de tres factores: su desarrollo, su excitación sexual y su investigación sexual. En tanto que la forma en la que interrumpió el coito entre el padre y la madre fue “mediante una evacuación que le dio motivo para berrear”[14].

    3.

    En su consideración de la fobia, Freud explica que ésta surgió en el nivel de la organización genital, presentando el mecanismo “relativamente simple” de una histeria de angustia. “El yo se protege mediante un desarrollo de angustia de aquello que valora como un peligro hiperpotente: la satisfacción homosexual. Empero, el proceso represivo deja tras sí una estela que no puede ocultársenos. El objeto al que se anudó la meta sexual temida tiene que hacerse subrogar por otro ante la conciencia. No deviene consciente la angustia ante el padre, sino la angustia ante el lobo.[15] Vale decir, lo que salió a la luz fue la angustia a ser devorado por el lobo, sustituto desfigurado de la angustia de Sergei a ser poseído sexualmente por el padre[16].

    Hasta aquí parecería que la pista seguida por Freud para comprender la sustitución del padre por el lobo no representa complicaciones. La estampa del lobo erguido y en posición de avanzar resultó ad hoc para sustituir la posición del padre en el coito a tergo con su mujer. A lo que sin duda se suma la historia contada por el abuelo acerca del lobo que irrumpió por la ventana en el cuarto del sastre, quien terminó arrancándole el rabo al intruso.

    4.

    Basándose en una investigación que realizó sobre el folklore eslavo, Carlo Ginzburg propone observar algunos de los elementos del caso del Hombre de los lobos desde un ángulo diferente al sugerido por Freud. En su propuesta, el historiador italiano retoma tres elementos del informe freudiano: a) El origen ruso y aristocrático de Sergei; b) que éste nació el día de Navidad; y, fundamentalmente, c) que había nacido “con la camisa puesta”. Este último punto se refiere al dato aportado por Freud en cuanto a “la queja en que el paciente resumía su padecer”, no otra cosa “que el mundo se le escondía tras un velo”[17]. Ese velo sólo se desgarraba cuando el bolo fecal atravesaba el ano con la ayuda de una lavativa, tras lo cual “se sentía de nuevo bien y por un breve lapso veía el mundo claro”.

    4.1.

    Ahora bien, Freud refiere que apenas un poco antes de terminar el tratamiento, Sergei recordó “que había escuchado que él vino al mundo con una cofia fetal”. Y el dato no es ocioso pues, debido a esa “cofia fetal”[18] el paciente “siempre se tuvo por un afortunado a quien nada malo podía pasarle”. Esa confianza, empero, se resquebrajó por el golpe narcisista que le significó la afección gonorreica que deterioró su cuerpo, mecanismo que repitió al que ya había vivenciado en su infancia frente a la posibilidad de la castración y que derivó en el estallido de su fobia al lobo.

    Del anterior pasaje, Freud concluye: “La cofia fetal es, por tanto, ese velo que lo oculta del mundo y le oculta el mundo. Su queja es en verdad una fantasía de deseo cumplida, ella lo muestra de regreso en el seno materno; ciertamente, es la fantasía de deseo de la huida del mundo. Cabe traducirla así: ‘Soy tan desdichado en la vida que debo regresar al seno materno.”[19]

    5.

    Carlo Ginzburg nos informa que entre los siglos XVI y XVII, perseguida por la Inquisición, se difundió una extraña secta por el Friuli, al norte del Adriático, una zona en la que convergen poblaciones alemanas, eslovenas e italianas. Los miembros de esa secta se autodefinían como benandanti, los “bienaventurados”. Dato relevante es que los benandanti sostenían “haber nacido con la camisa puesta, por lo que, en consecuencia, estaban obligados, cuatro veces por año, a ir a combatir, pero sólo en espíritu, por la fertilidad de las cosechas contra brujos de ambos sexos; o bien, como alternativa, a asistir a las procesiones de los muertos.”[20]

    Ginzburg advierte que si bien la creencia de los benandanti en las batallas nocturnas por la fertilidad era bastante ajena a las difundidas por entonces en Europa, no se restringía al Friuli. El historiador pudo detectar un caso paralelo en Livonia en el siglo XVII, contra un viejo “lobisón”, es decir un lobo. Este anciano contó a los jueces inquisidores que “tres veces por año se dirigía, con otros lobisones, ‘al final del mar’, para luchar contra brujos y brujas por la fertilidad de las cosechas”[21].

    5.1.

    Tras observar la analogía de las creencias de este viejo lobo livonio con las de los benandanti, Ginzburg reconoce la dificultad que entraña su interpretación. Pero apoyándose en un ensayo de 1947 de Jakobson y Szeftel, comunica que estos demuestran que en el folklore eslavo se les atribuían poderes excepcionales a los individuos nacidos “con la camisa puesta”. Significativo es que, por sobre todos esos poderes se encontraba la facultad de convertirse en lobos.

    En la figura de los lobos del folklore eslavo y del báltico, Ginzburg reconoce características chamánicas advertidas en los benandanti y compartidas por otros personajes del folklore europeo, como los táltos de Hungría, los kersniki dálmatas y otros más. Todos ellos, nos dice Ginzburg, “aseguraban poseer la capacidad de viajar periódicamente (en espíritu o bajo formas animales) al mundo de los muertos. Su destino estaba marcado por características especiales: haber nacido con dientes (los táltos), con la camisa puesta (benandanti, kersniki, lobisones), o bien durante los doce días que corren entre Navidad y Reyes”[22].

    5.2.

    A juicio de Ginzburg no ha de considerarse casual la aparición de estos elementos culturales en el sueño de infancia del futuro paciente de Freud. Bajo la consideración de la pertenencia del conocido como Hombre de los lobos a una familia de la alta aristocracia rusa, para Ginzburg no es improbable que el pequeño Sergei hubiese tenido contacto con el mundo de las creencias folklóricas eslovenas y bálticas relacionadas con los lobos, a través de su amada ñaña, a quien estaba muy apegado y que es la que lo consuela tras el angustiante sueño de los lobos.

    Verosímilmente, pues, la ñaña descrita como supersticiosa, pudo haberle comunicado acerca de los extraordinarios poderes que le daba el hecho de haber nacido con la cofia fetal, es decir “con la camisa puesta”. De modo similar operó la fábula del sastre y los lobos contada por su abuelo, que también pertenece al folklore de la región.

    5.3.

    De tal suerte, Carlo Ginzburg ve en el angustioso sueño infantil de Sergei, entremezclado de ecos fabulosos de los siete lobos subidos al árbol[23], la evocación de los sueños iniciáticos mediante los cuales, en su infancia o juventud, se manifestaba la vocación de los futuros benandanti o de los futuros táltos.

    De hecho, según las creencias, el niño friuliano que llevaba alrededor del cuello la “camisa” dentro de la cual había nacido y que había sido guardada por su madre, tendría una noche, muchos años después, una aparición. Lo que se le aparecería sería un hombre que le decía: “Tú has de venir conmigo, porque tienes una cosa de las mías”.

    6.

    Tras hurgar en estos elementos del folklore propio de la cultura de la que provenía Sergei Pankejeff, Carlo Ginzburg concluye sin titubeos:

    Es así como en el sueño del hombre de los lobos podemos descifrar un sueño de carácter iniciático, inducido por el ambiente cultural que lo circundaba o, más concretamente, por una parte de ese ambiente. Sometido a presiones culturales contradictorias (la ñaña, la institutriz inglesa, sus padres, sus maestros) el hombre de los lobos no emprendió el camino que dos o tres siglos antes hubiera tenido expedito. En lugar de convertirse en lobisón, se volvió un neurótico al borde la psicosis.[24]

    6.1

    Ginzburg no escatima elogios al dominio de que hacía gala Freud sobre el contexto diurno, así como a su agudo desciframiento de alusiones literarias o de cualquier otra índole, cuando de interpretar los sueños de sus pacientes vieneses, y por supuesto de los suyos propios, se trataba. Pero le recrimina su desconocimiento del contexto cultural (s bien lo reconoce distante al de Freud), del cual había brotado el sueño del pequeño Sergei y cuya consecuencia radicó, a juicio del historiador italiano, en reducir el análisis a “la experiencia individual, reconstruida a través de la red de asociaciones inducidas por el analista”[25]. Incluso sugiere que si Freud hubiese sabido de una recopilación de fábulas rusas realizada por Afanásiev, habría encontrado en la fábula “El lobo imbécil” la respuesta a la pregunta de por qué seis o siete lobos, dicho lo cual lamentablemente Ginzburg no nos revela la respuesta.

    Si bien reconoce que las implicaciones culturales que el hecho de nacer “con la camisa puesta” revestía en el folklore eslavo completan pero no refutan la interpretación propuesta por Freud, califica de grave desde el punto de vista hermenéutico la no identificación del vínculo entre el haber nacido con la camisa puesta y los lobos.

    En esencia, entonces, la crítica de Carlo Ginzburg al análisis freudiano en el caso del Hombre de los lobos radica en lo siguiente: “la individualización de un núcleo sexual traumático en las creencias relacionadas con el sábbat, los lobisones y demás se traduce en una simplificación arbitraria”[26].

    7.

    En primera instancia podría objetarse al historiador que su crítica parece situarse en la línea de los añejos ataques al supuesto pansexualismo del psicoanálisis, cuyos argumentos Jean Laplanche exhibió con claridad que reposan en un desconocimiento: “Se ha pretendido que Freud decía que todo era sexual, mientras que Freud, y esto es algo muy diferente, decía que hay algo sexual en todo. Existe algo sexual en toda actividad, en toda palabra, y es esto lo que el psicoanálisis viene a destacar.”[27]

    Y es este “algo sexual en todo” que el psicoanálisis destaca, lo que le configura su campo específico y sus límites. El paciente de Freud era un neurótico (o psicótico, según el diagnóstico posterior de Ruth Mack Brunswick) y no un lobisón de Livonia del siglo XVII. Por ello, en su análisis se interpretó lo que de sexual había en el angustioso sueño de los lobos, por ejemplo, la represión de la actitud homosexual en el sentido genital, subsiguiente al conocimiento de la castración por el pequeño Sergei.

    7.1.

    Ahora bien, Freud mismo no descartó que hubiese otras interpretaciones del material onírico infantil de Sergei: “Sé, desde luego, que es posible explicar de una manera diversa y más sencilla la sintomatología de este periodo –la angustia al lobo, la perturbación en el comer-, sin referirla a la sexualidad ni a un estadio pregenital de su organización. Quien se incline a desdeñar los signos de la condición neurótica y la trabazón de los fenómenos preferirá esta otra explicación, y no seré yo quien se lo impida. Resulta difícil averiguar algo concluyente acerca de esos comienzos de la vida sexual si no es por los indicados rodeos.”[28]

    Veíamos que en su observación al caso Roberto, Lacan comentó que el lobo remitía a una función más amplia en el plano mítico, folklórico, religioso, primitivo, en razón de que el lobo se vincula con una filiación a través de la cual se llega a las sociedades secretas (con Ginzburg podríamos pensar en el caso de los benandanti), con lo que estas suponen de iniciático, ya sea en la adopción de un tótam o en la identificación con un personaje.

    7.2.

    Esa “función más amplia” a la que remite el lobo podemos colegirla, por ejemplo, en las historias infantiles que siempre dicen que el lobo va a devorar, un elemento cultural al que Rosine Lefort recurrió para tratar de explicar la génesis del grito “¡el lobo!” de Roberto, y que le permitió articularlo con el hecho de que en el estadio sádico-oral, el niño tiene deseos de comer a su madre e imagina que su madre va a comerlo.

    Se trata de un buen ejemplo de cómo en el análisis de un caso, el psicoanálisis sí considera elementos del folklore pero no para quedarse ahí sino para avanzar en la comprensión de la subjetividad. Es de notar que tras el esclarecimiento del simbolismo o, al menos, una parte del simbolismo del lobo, del que por cierto Lacan observa que “no es un personaje demasiado familiar en nuestras comarcas”, éste pasa a exponer la diferencia entre superyó e ideal del yo.

    Por otro lado, Ginzburg carga de más la mano a Freud con su señalamiento de que éste ignoró elementos del folklore que pudiesen aportar comprensión al historial de Sergei, pues en distintos pasajes de su libro somete a revisión “Caperucita Roja”, “El lobo y los siete cabritos” y “El sastre y los lobos”, este último perteneciente al contexto cultural del Hombre de los lobos.

    8.

    En su recapitulación del historial del Hombre de los lobos, Freud destaca dos de entre los numerosos problemas que el caso sugiere. Uno de ellos concierne a “los esquemas congénitos por vía filogenética” los cuales “procuran la colocación de las impresiones vitales” y sustentan “la concepción de que son unos precipitados de la historia de la cultura humana”[29].

    El esquema filogenético más conocido es el complejo de Edipo, “que abarca el vínculo del niño con sus progenitores”. Tomando al Edipo como modelo, Freud argumenta: “Donde las vivencias no se adecuan al esquema hereditario, se llega a una refundición de ellas en la fantasía […]. Precisamente estos casos son aptos para probarnos la existencia autónoma del esquema. A menudo podemos observar que el esquema triunfa sobre el vivenciar individual; en nuestro caso, por ejemplo, el padre deviene castrador y pasa a ser el que amenaza la sexualidad infantil pese a la presencia de un complejo de Edipo invertido en todo lo demás.”[30]

    Resulta difícil abstenerse de la tentación de ver en la imagen onírica de los lobos[31] sentados sobre el árbol y mirando fijamente a Sergei, acaso una forzada resonancia con la creencia de los benandanti acerca del niño que habiendo nacido con la camisa puesta, años después una noche tendría una aparición, la de un hombre que le decía: “Tú has de venir conmigo, porque tienes una cosa de las mías”. Si Freud hubiese seguido esta vía ¿habría trabajado el sentimiento de omnipotencia de Sergei por sobre su temor al padre devenido castrador? ¿Lo primero hubiera eclipsado a lo segundo?

    8.1.

    Para Ginzburg, el sometimiento a presiones culturales contradictorias fue lo que privó a Sergei de convertirse en lobo como hubiese hecho tres siglos atrás y lo volvió neurótico al borde de la psicosis. Se trata de uno de sus puntos de apoyo para lanzar contra Freud los dardos de su crítica acerca de la “simplificación arbitraria” que a su juicio éste operó con las creencias del folklore reduciéndolas a un núcleo sexual traumático individual, consecuencia del “grave error” hermenéutico de no saber identificar la relación entre haber nacido “con la camisa puesta” y los lobos.

    Pese a su cuestionamiento a Freud, Ginzburg fue cauto al señalar que su interpretación de algunos elementos del historial de Sergei Pankejeff completaba, mas no refutaba, la interpretación propuesta por Freud en cuanto a “las implicaciones psicológicas que el mismo hecho[32] había asumido en la psiquis del paciente”[33].

    Empero, cabe preguntarse si un profundo conocimiento del folklore eslavo por parte de Freud habría cambiado sustancialmente el rumbo del análisis del Hombre de los lobos. Y de haber sido así, ¿en qué sentido? ¿Habría acaso emergido en primer plano el simbolismo iniciático del lobo en el folklore eslavo como una zona libre de contaminación de ese “algo de sexual” que el psicoanálisis destaca que puede haber en todo?

    LUIS CARLOS VÁZQUEZ VIDRIO

    Guadalajara, Jal.

    Febrero 2016

    (*) Psicoanalista. Miembro asociado del Círculo Psicoanalítico Mexicano y miembro cofundador del Círculo de Estudios Psicoanalíticos de Jalisco.

    [1] Freud, S. (1918 [1914]), Obras completas, t. XVII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, p. 3.

    [2] Op. cit., p. 6.

    [3] Ginzburg, C. (1986), Mitos, emblemas e indicios, Gedisa Editorial, Barcelona, 1989.

    [4] El seminario de Jacques Lacan. Libro 1: Los escritos técnicos de Freud 1953-1954. Texto establecido por Jacques-Alain Miller, Editorial Paidós, Barcelona, 1981.

    [5] Op. cit., p. 143.

    [6] Ibíd., p. 150.

    [7] Ibíd., p. 159.

    [8] Ibíd., p. 160.

    [9] Freud, S., De la historia de una neurosis infantil, cit. p. 29.

    [10] Ibíd.

    [11] Ibíd., p. 34.

    [12] Ibíd.

    [13] Ibíd., pp. 36-37.

    [14] Ibíd., p. 74.

    [15] Ibíd., p. 102.

    [16] Ibíd., p. 97.

    [17] Ibíd., p. 91.

    [18] En una nota del traductor Carlos Catroppi, éste aclara (p. 208) que la imagen de la “camisa puesta” que menciona Ginzburg, en realidad lo que denota es el caso de criaturas que han nacido envueltas en el amnios, la membrana que normalmente recubre el feto dentro del útero. Así pues, desde la perspectiva del autor, la cofia fetal con la que el Hombre de los lobos escuchó que había nacido, es el amnios, o sea la “camisa puesta” del folklore eslavo.

    [19] De la historia de una neurosis infantil, p. 91.

    [20] Ginzburg, C., op. cit., p. 199.

    [21] Ibíd.

    [22] Ibíd.

    [23] Lo que llevó a Lacan a llamar al historial como “El árbol cubierto de lobos”.

    [24] Ginzburg, C., cit., p 200.

    [25] Ibíd., p. 201.

    [26] Ibíd., p. 204.

    [27] Laplanche, J. (1981), “El psicoanalista y su cubeta”, en revista Trabajo del psicoanálisis, vol. 1, núm. 2, 1982, México, p. 129.

    [28] Freud, S., De la historia de una neurosis infantil, p. 98.

    [29] Ibíd., p. 108.

    [30] Ibíd.., pp. 108-109.

    [31] Sustituto del padre.

    [32] A saber, las implicaciones culturales que en el folklore eslavo revestía el hecho de haber nacido “con la camisa puesta”.

    [33] Ginzburg, C., ibíd.., p. 201.

  • El camino del psicoanálisis

    El camino del psicoanálisis

    Luis Tamayo

    Introducción.

     

    Es siempre muy estimulante pensar el vínculo entre el psicoanálisis y las filosofías orientales.

    En este ensayo adoptamos la metáfora del camino tan cara a dichas doctrinas para referirnos a la actividad psicoanalítica. De la misma manera, hace ya casi un siglo, Martin Heidegger hizo lo mismo con su filosofía cuando, en la ocasión en la que le solicitaron establecer sus “Obras completas” (Gesamelte Werke) corrigió a su interlocutor diciendo: “Wege, nicht Werke” (Caminos, no obras).[1]

    Si bien ya encontramos en la obra de Freud algunos rastros de las filosofías orientales (como cuando refiere el sentimiento oceánico en las primeras páginas de El malestar en la cultura), fue hasta la segunda década del siglo pasado cuando se realiza un encuentro formal entre el psicoanálisis y una gran filosofía oriental: el zen.[2]

    Los primeros rastros los encontramos en la obra de Jacques Lacan de los años 50. Posteriormente y aprovechando el viaje del monje Zen D. T. Suzuki a América, Erich Fromm organiza un coloquio en la ciudad de Cuernavaca, lo cual dio origen al libro Budismo zen y psicoanálisis.

    En el ensayo del Maestro Suzuki presente en dicho estudio son muchas las ideas que muestran semejanzas ente la práctica zen y la psicoanalítica −lo cual ya había apreciado Jacques Lacan en los años de la Segunda guerra mundial (en los cuales, lo sabemos bien, una de sus actividades principales fue aprender chino). Después de otros acercamientos, y muchas décadas después, Laurent Cornaz y François Jullien retomarán ese análisis y avanzarán en la comparación. Estudiemos algunas de esas ideas.

    El psicoanálisis y el zen: dos caminos fuera del discurso universitario

    El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada.

    Es así como procede en la búsqueda del sentido el maestro budista, según la técnica zen. Corresponde a los alumnos mismos encontrar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex cathedra  una ciencia terminada, aporta la respuesta cuando sus discípulos están a punto de encontrarla.

    Esa enseñanza es el rechazo de todo sistema.

    1. Lacan (1975: 7)

    Cualquiera que haya leído con cierto cuidado la obra de Lacan −cuando diferencia el discurso universitario del analítico− o haya incursionado en la experiencia del análisis, habrá notado la enorme diferencia que tiene el psicoanálisis respecto a lo que ocurre en las universidades.

    En las universidades y demás institutos, incluso el profesor más “progresista” está obligado a “verter” ciertos “contenidos” en sus estudiantes, los cuales deben repetirlos y, dependiendo de la fidelidad de la reproducción, ser “aprobados” o no: si la repetición fue “perfecta” se obtiene un 10, si falla un poco 9, si no se pudo repetir nada se es reprobado.

    Hay ciertas prácticas clínicas que reproducen ese tipo de discurso, aquellas que también califican a los “pacientes” según cierto psicodiagnóstico, el cual es más o menos malo: podemos ser etiquetados como psicóticos, perversos o neuróticos… e incluso “normópatas”. Dicha clasificación, asimismo, permite a sus terapeutas aplicarles diferentes tratamientos o, incluso, medicamentos.

    En la práctica analítica las cosas ocurren de manera enteramente diversa: no sólo el diagnóstico es excluido,[3] sino que la formación del analista discurre entre la reflexión que hace analizando su propia locura en el diván hasta lo que reflexiona con otros en seminarios donde no sólo no es calificado sino donde otro (un conferenciante que presenta sus hallazgos y está “en posición de analizante”)  presenta sus avances respecto a lo que ocurre en su práctica.

    En el estudio antes referido, el Mtro. Suzuki indica que la formación del monje zen no es demasiado diferente a lo que ocurre al analizante en el diván. Ante la emergencia de las preguntas a reflexionar (los “koan”) los discípulos son enviados a meditar (el zazen). No reciben respuesta alguna pues se espera que ellos encuentren su respuesta solos, lo cual puede poner en riesgo incluso su vida.

    Así es narrado en la anécdota zen titulada “Tres días más”:

    Suiwó, el discípulo de Hakuín, era un buen maestro. Durante un periodo de retiro estival, acudió a él un discípulo que venía de una isla del sur de Japón.

    Suiwó le dio el problema: “Escucha el sonido de una sola mano”.

    El discípulo permaneció tres años, pero no logró pasar esta prueba. Una noche acudió al maestro, deshecho en lágrimas: −Debo volver al sur en confusión y vergüenza –le dijo− porque no pude resolver mi problema.

    −Espera una semana más y medita constantemente –le aconsejó Suiwó. Aún así no se dio en él la iluminación. −Intenta aún otra semana−  le dijo Suiwó. El discípulo obedeció pero fue en vano.

    −Una semana más−. Aun así, resultó inútil. Desesperanzado, el discípulo solicitó permiso para partir, pero Suiwó le pidió que meditara aún cinco días. También sin éxito. Entonces le dijo: −Medita tres días más, y entonces, si no alcanzas la iluminación, es mejor que te mates.

    Al segundo día el discípulo quedó iluminado. (Reps, 1994: 60-61).

    Esta anécdota no puede dejar de recordarnos el cuento “Ante la Ley” de Franz Kafka, ese donde un “campesino” debía atravesar una puerta hacia la Ley, la cual tenía un guardián enorme y fiero, al cual el campesino intenta convencer de que lo deje pasar a sabiendas de que después habrá otras puertas con guardianes aún peores. Después de solicitarle permiso para pasar durante muchos años y sintiendo sus fuerzas desfallecer, el campesino agonizante pide ser escuchado por el guardián para preguntarle por qué nadie había tratado, en todos esos años, también de atravesar la puerta, a lo cual el guardián respondió: “Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.

    En la vida todos estamos en camino, en el propio, con nuestros retos y objetivos. Ese camino no podemos sino recorrerlo solos aunque en ocasiones no está mal que nos oriente alguien que ha iniciado antes su andar y, por ello, conoce un poco más de la experiencia. Ese es el servicio que puede aportarnos nuestro analista o el maestro zen.

    La formación zen, de la misma manera que la analítica, está hecha para permitir al discípulo, al analizante, colocarse en camino, para que pueda recorrer un camino sin destino claro y sin método.

    Un camino sin método

    El zen es sobretodo una experiencia, de carácter no verbal, absolutamente inaccesible por medios puramente literarios o eruditos.

    Watts, 2003: 11

    Como el zen, el psicoanálisis no tiene método. Es sólo camino.

    El método, al contrario, implica una serie de pasos para llegar a un objetivo preciso: en el caso de la ciencia se parte de la observación, luego vienen la problematización, experimentación, etc y al final se obtienen conocomientos ciertos, generales, repetibles y, como indica Popper, “falsables”. El psicoanálisis carece de todo eso. El pensamiento metódico de la ciencia sabe con precisión adonde va a llegar. Es un viaje certero y por un camino bien trillado. Con ello no se cuenta en el análisis ni en el pensar heideggeriano.

    Dicha actividad metódica fue duramente criticada por el pensar de Martin Heidegger. Su formulación “La ciencia no piensa” fue su manera de expresarlo.[4] El pensar, indica Heidegger, ocurre “fuera de los caminos trillados”. Pensar implica lanzarse al vacío, soportar la angustia  y la incertidumbre. Como bien indica en Aus der Erfahrung des Denkens: “Encaminarse hacia una estrella, sólo eso”.[5]

    El aporte de Heidegger hace más sencilla la apropiación de la incomprensible frase lacaniana: “hagan como yo pero no me imiten”. El pensar, para Heidegger, implica un camino del cual se desconoce el punto de llegada y por lo cual su andar no carece de angustia.

    Como el zen y el pensar heideggeriano, la práctica analítica carece también de un camino predeterminado (trillado) y por ende la angustia es insoslayable. Y en la práctica analítica lo que se pone en juego es también la vida.

    La concepción de la libertad

    Cualquier lector suficientemente acucioso de la obra de Lacan se da cuenta de lo contradictorio de su discurso en relación al tema de la libertad. Por un lado cuestiona a la libertad en tanto creencia y potencia yoica –y por ende delirante−[6] y por el otro la ensalza y defiende –como cuando se opone abiertamente a la tesis de Henri Ey de que la locura era un “insulto para la libertad”.[7]

    En Occidente nos encanta pensar que somos libres, sin embargo, fue precisamente Freud[8] el que mostró que la libertad, definida como la capacidad para elegir ente el bien y el mal, lo bello y lo feo, etc, es simplemente absurda, pues siempre existen determinaciones ajenas a la voluntad consciente. Cuando Martin Heidegger retoma este problema en El Ser y el tiempo (Sein und Zeit), no deja de darse cuenta de que si bien es cierto de que la libertad definida como capacidad electora es una fantasía, eso no impide que exista la verdadera libertad, esa que, en el parágrafo 74 de dicha obra define como la “asunción de la tradicicón heredada”.[9] Alcanzar dicha libertad de manera consciente, sin embargo y por implicar la unidad con el otro y el mundo, no es precisamente sencillo.

    Y esto se plantea, casi de la misma manera, en el budismo zen. Recordemos las palabras de D. T. Suzuki:

    La libertad es otro absurdo. Vivo socialmente, en un grupo, lo que limita todos mis movimientos, mentales y físicos. Aun al estar solo no soy libre en absoluto. Tengo toda clase de impulsos, que no siempre están bajo mi control. Algunos impulsos me arrastran a pesar de mí mismo. Mientras vivamos en este mundo limitado no podremos hablar de ser libres ni de hacer lo que queramos. Aun este deseo es algo que no es nuestro (Suzuki; Fromm, 1964: 17).

    De la misma manera que Lacan y Heidegger, el Maestro Suzuki también plantea que es posible la verdadera libertad (es decir, la que no está confundida con el libre albedrío):

    La persona es libre cuando no es persona. Es libre cuando se niega y es absorbida por el Todo. Para ser exactos, es libre cuando es ella misma y, sin embargo, no es ella misma. Si no se entiende esta contradicción aparente, no se está calificado para hablar de libertad, ni de responsabilidad ni de espontaneidad (Suzuki; Fromm, 1964: 18).

    Para el budismo zen, asi como para la filosofía de Heidegger tan cara a Lacan, sólo hay libertad cuando se vive la unidad con el otro y el mundo.

    El acto: en unidad con el otro y el mundo

    Las puertas del paraíso

    Un soldado de nombre Nobushigé acudió a Hakuin y la preguntó: −¿Existe realmente un paraíso y un infierno?

    −¿Tú quién eres? –indagó Hakuín.

    Un samurai –respondió el otro.

    −¿Tú, un guerrero? –exclamó Hakuín−. ¿Qué calse de señor te admitiría en su guerdia? Tienes facha de mendigo.

    Nobushigé se encolerizó tanto que echó mano a la espada.

    −¡Con que tienes un arma! Esa espada probablemente es demasiado roma para cortarme la cabeza.

    Y, cuando ya Nobushigé desenvainaba, Hakuín observó: −Aquí se abren las puertas del infierno.

    A estas palabras. El samurai, notando la disciplina del maestro, envainó la espada y le hizo reverencia.

    −Aquí se abren las puertas del paraíso –dijo Hakuín.

    Paul Reps (1994: 102-103).

    Por ser el deseo del analista un “deseo de deseo” (Lacan, L’acte psychanalitique, sesión del 10 de enero de 1968), su acto no puede ser sino un re-acto, una reacción al acto del otro. No por otra razón indica Allouch en su ensayo Presencia del psicoanalista, suscitación del objeto (Allouch, 1990: 45):

    El acto del psicoanalista es antes que nada un acto no comercial, no terapéutico, no de intérprete (es todo eso también llegado el caso), sino de presencia, de una presencia muy particular por ser la del psicoanalista.

    Y más adelante:

    (…) la posición del psicoanalista es aquella “arrinconada” del “no pienso” (Allouch, 1990: 49).

    Es esa posición, derivada del acto del otro (en unidad con el otro) y carente de pensamiento, lo que hace del acto del analista un acto libre en el sentido delimitado por la filosofía de Heidegger… aunque la voluntad simple lo vive como una condena, como un ultraje a su potencia.

    Para el zen no es distinto. Alcanzar la consciencia de la libertad del acto implica, indica Suzuki, el método Zen:

    El método zen consiste en penetrar directamente en el objeto mismo y verlo, como si dijéramos, desde dentro. Conocer la flor es convertirse en la flor, ser la flor, florecer como la flor y gozar de la luz del sol y de la lluvia. Cuando se hace esto, la flor me habla  y conozco todos sus secretos, todas sus alegrías, todos sus sufrimientos, es decir, toda su vida vibrando dentro de sí misma (Suzuki; Fromm, 1964: 20).

    Para el racional Occidente, dejar de lado el pensamiento, la voluntad, es casi imposible. Y ello impide alcanzar de manera consciente la verdadera libertad, esa a la que apuntaron Heidegger y Lacan y, desde hace siglos, lograban los maestros zen gracias a un método que implica la unidad con el mundo: “meterse en la cosa, sentirla interiormente y vivir su vida” (Suzuki; Fromm, 1964: 22). Como puede apreciarse claramente, el budismo zen había comprendido perfectamente que el acto libre no es el de un sujeto “solo”, sino que incluye al otro y al mundo.

    La consciencia de la unidad con el otro y el mundo permite que ocurra el acto analítico pues, a causa de la transferencia, en el análisis el Sujeto es unidad con el otro. La voz del analista es una de las voces analizante. En su acto el analista se deja decir, pues se sabe mero portador del habla: die Sprache spricht: el habla habla a través suyo.

    Es el yo, el que nos quiere autónomos e independientes el que nos impide entender dicha verdad, que la libertad es un existenciario y, por ende Sartre describe, desde un yo agraviado, como “estamos condenados a ser libres”.

    Es la transferencia, al producir la immixion (entremezcla subjetiva, unidad con el otro), la que permite el acto analítico.

    Acompañando el andar

    Solo el que ha avanzado un buen trecho en su propio camino puede acompañar a otro en su andar. Sólo habiéndose aventurado personalmente en la incerteza es posible acompañar a otro en la suya. El analista sabe que no hay precisión ni ideas claras sobre el punto de llegada, sólo se posee la certidumbre anticipada de que se tiene que caminar hacia delante si se pretende dejar atrás el túnel… y el analista también sabe por experiencia que el camino es único y propio.

    En ese trayecto el analista no puede sino “descaridar” (déchariter)[10] al otro, es decir, regalarle nada. Regalarle la nada. Y acompañar por el camino de la incerteza al viajero nóvel.

    Eso lo sabía perfectamente, y desde hace siglos, el zen. El camino a Buda es personal. Nadie puede “soplar” a otro las “respuestas” a los Koan.

    Ello es así porque “Buda no está afuera sino adentro”.[11] Para alcanzar la iluminación es necesario sólo sentarse (el “zazen”) y meditar sin descanso los días, meses o años que sea menester.

    El maestro zen, así como el analista, dicho en términos heideggerianos, en tanto Dasein que “procura por” sus alumnos puede educar de manera liberadora (posibilitándoles el encuentro de su propio sendero). Una magnífica ilustración de esa posibilidad la encontramos en el amoroso imperativo que el mismo Heidegger dirige a Hannah Arendt (y luego repite a Elisabeth Blochmann): volo ut sis! (¡Quiero que seas¡). Frase comprendida como la manifestación suprema del amor y que revela eso que los latinos sabían perfectamente por la enorme cercanía de sus vocablos seducere y educere, es decir, la concordancia entre el acto amoroso y el educativo. Educar es seducir, invitar a una problemática. El maestro, por tanto, es  aquél que seduce a su alumno hacia un determinado enigma, cambiando por ello su naturaleza, convirtiéndolo en su discípulo (sinouasistés).[12]

    El maestro zen y el analista, por ende, por una parte, asumen que saben algo gracias a su dedicación y a su experiencia y, por la otra, asumen que no saben todo, que poseen enigmas, preguntas esenciales, las cuales transmiten a sus discípulos.[13] En la Grecia clásica el discípulo (sinousiastés) era, por tanto, el que compartía ser, esencia, con su maestro. Discípulo es aquél que no sólo “asiste” a una situación de transmisión sino que asume como propio el enigma transmitido por el docente, sumándose, de esa manera, a la tradición que tal representa. Un discípulo no es, por tanto, un “seguidor fiel” sino más bien un “hereje”, uno que interroga las fuentes de su maestro y puede, por ello, realizar aportaciones valiosas.[14]

    Sólo un maestro que se encuentra “en camino hacia…” puede ayudar a otros a encontrar la propia vía; sólo un maestro que ha sido “silenciosamente transformado”[15] puede ser catalizador de la transformación de otros; sólo un investigador puede estimular a otros a investigar, sólo alguien “mordido”, es decir, “agarrado”, “seducido”, por una problemática puede invitar a otros a su campo de conocimiento, pues educar es seducir. Educar en el zen y en el análisis es, en última instancia, una actividad erótica en el mejor sentido de la palabra.[16]

    El camino de Buda no es el del psicoanálisis

    El camino de Buda, sin embargo y a pesar de todo lo anteriormente señalado, no es el del análisis. Como lo establece perfectamente el zen, el camino de Buda inicia para evitar el sufrimiento. Para evitar el dolor que produce la enfermedad y la muerte, Buda consideró al mundo ilusorio… y en consecuencia propuso una práctica del desapego, la meditación y la serenidad.

    Y ese inicio es enteramente diverso al del psicoanálisis. En el análisis no se busca negar los males de la vida: el dolor, la enfermedad, la muerte… se les reconoce y lo que se espera del analizante es que pueda vivir con ellos, que pueda vivir a pesar de ellos. El análisis no propone el desapego. El análisis, como bien nos recuerda Allouch, puede incluso culminar con la “dicha de saberse vulnerable”.[17]

    El psicoanálisis permite la pasión, vivir a pesar de la angustia y la incertidumbre. Y eso le permite, por cierto, también evitar las creencias en la reencarnación y en el karma.

    Cuernavaca, 29 de febrero de 2016.

    Bibliografía

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    Casanova, B. (1995), “Éclats de clinique”, Littoral 42, Erès, Paris.

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    (1975), Séminaire Les écrits techniques de Freud, Seuil, Paris.

    Peinado, V. (2011), La pederastia socrática: del deseo a la filosofía, CIDHEM, México.

    Reps, P. (1994), Carne zen, huesos zen, Troquel, Bs. As.

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    (2004), El discipulado en la formación del psicoanalista, ICM, México.

    (2014), Aprender a decrecer, Paradiso, 2014.

    Watts, A. W. (2003), El camino del zen, Edhasa, Barcelona.

    [1] Son innumerables los textos de Heidegger donde define a su actividad como camino: Holzwege (traducido como “Sendas perdidas” o “Caminos de bosque”), Feldweg (Camino de campo), Aus der Erfahrung des Denkens (Desde la experiencia del pensar), etc, lo cual no dejan de señalar los estudiosos de su obra (Cfr. los ensaos sobre “el camino del pensar de Heidegger” de Otto Pöggeler y Alberto Constante).

    [2] Defino aquí al zen como “filosofía” a sabiendas de la imprecisión de ello. Como bien indica A. W. Watts, “el Budismo zen es un camino y concepción de la vida que no pertenece a ninguna de las categorías formales del pensamiento occidental moderno. No es una religión ni una filosofía; no es una psicología o cierto tipo de ciencia (…) es un “camino de liberación”.” (Watts, 2003: 21).

    [3] Cfr. el ensayo de Bernard Casanova “Éclats de clinique” (2005).

    [4] Frase que después matizó: la ciencia no posee pensar “meditativo” aunque si “calculador” (Heidegger, 2005a)

    [5] Heidegger, 2005c: 13.

    [6] V. gr. en el Seminario Les structures freudiennes des psychoses, Lacan sostiene: “Les he indicado […] el carácter profundamente delirante del discurso de la libertad” (sesión del 15/II/1956).

    [7] Cfr. Lacan, J., Acerca de la causalidad psíquica en Escritos 1, p. 166.

    [8] Cfr. por ejemplo, los diferentes estudios sobre el determinismo psíquico (Psicopatología de la vida cotidiana, El Chiste y su relación con el inconsciente, etc., en los cuales Freud muestra la manera como lo inconsciente determina nuestras acciones mas “libres”).

    [9] Cfr. el Cap. 2 de mi estudio Del síntoma al acto, UAQ, 2001.

    [10] Cfr. Allouch, J., “Simple indicación sobre el ejercicio analítico y sobre su final”, Conferencia dictada en el ITESM CCM, Ciudad de México, el 26 de febrero del 2016.

    [11] Bukkyo Dendo Kyokai, 2008: 25ss.

    [12] Aquí retomo el aporte que el filósofo y psicoanalista Laurent Cornaz (qepd), profesor del Institut Superieur de Pedagogie de Paris, presentó en: La escritura o lo trágico de la transmisión (1999) y en Avant d’être un homme (2000).

    [13] Y aquí me permito diferenciar al “discípulo” del “alumno”. En la Grecia antigua el receptor de la enseñanza no sólo era nominado con el vocablo mathetés (discípulo, alumno, seguidor de), vocablo proveniente del verbo manthano (aprender)[13] sino del sinousiastés (compañero, amigo, discípulo) y del verbo sineimi (ser con, estar con, vivir con, estar unido a, ser del partido de, seguir a). Cfr. el Diccionario de la lengua griega de Pabon S. de Urbina, 1978.

    [14] Jacques Lacan nos recuerda en la edición XXIII de su seminario (Le sinthome, inédito) que tanto él como Joyce son herejes pues dicho vocablo proviene del griego hairesis, el cual remitía a un acto que salía de lo establecido, un acto extraordinario, que indagaba en las fuentes. Dicho vocablo, además, le permitía establecer una homofonía con su paradigma Real Simbólico Imaginario (RSI: el cual se lee, en francés, “heresie”, herejía).

    [15] Jullien, 2009.

    [16] Peinado, 2011.

    [17] Allouch, 1998: 73.

  • LA COSA Y EL OBJETO a: CLAVES PARA UNA DIFERENCIACIÓN CONCEPTUAL

    LA COSA Y EL OBJETO a: CLAVES PARA UNA DIFERENCIACIÓN CONCEPTUAL

    THE THING AND THE OBJECT a: KEYS TO CONCEPTUAL DIFFERENTIATION

    Darío Leitón Hernández


    [1]


     

    RESUMEN

    El objetivo principal del presente artículo es analizar y diferenciar los conceptos psicoanalíticos de la Cosa (das Ding) y el objeto a. La propuesta es que ambas construcciones sostienen una relación topológica que Lacan remarcó durante su obra y que otros autores posteriores a él han subrayado la importancia dentro de la clínica psicoanalítica. Tales nociones convergen y divergen en ciertos puntos cruciales, los cuales el presente artículo intenta esbozar, ya sea desde el campo de la filosofía como del psicoanálisis propiamente dicho.

    Palabras clave: La Cosa, el objeto a, psicoanálisis, Freud, Lacan

                                                                   ABSTRACT

    The aim of this article is to analyze and differentiate the psychoanalytic concepts of the Thing and object a. The proposal is that both theoretical constructions hold a topological relationship, this was highlighted by Lacan, other authors stressed the importance for the psychoanalytic clinic. Such notions converge and diverge at certain crutial points which the presente article try to sketch out, either from philosophy and psychoanalysis itself.

    Key words: the Thing, object a, psychoanalysis, Freud, Lacan

    1. Introducción

    La Cosa es un concepto de gran tradición filosófica y que Freud retoma para conceptualizar el goce imposible o prohibido que el sujeto intenta incesantemente alcanzar a partir de los objetos positivos de la realidad (Madre-Cosa). Lacan retoma el asunto en su seminario sobre la Ética del psicoanálisis, y propone a das Ding[2] dentro del campo de lo real, diferenciándola de cualquier representación–cosa (SachvorstellungDingvorstellung) o representación–palabra (Wortvorstellung), las cuales si bien son opuestas, ambas se encuentran todavía dentro de la lógica de lo simbólico; mientras que das Ding es algo externo a lo simbólico, un núcleo real inefable: el objeto absoluto y primero del deseo.

    La Ding freudiana correspondería a la cosa en sí (ding an sich) kantiana; lo que para Kant es la “X” imposible de ser conocida por el sujeto, para el psicoanálisis es la Cosa primordial del deseo. No obstante, bajo la perspectiva lacaniana dicha noción se alinea con más precisión con la concepción hegeliana de la Cosa, pues como afirma Žižek en su obra titulada Menos que nada:

    La única (pero capital) diferencia es que para Kant este proceso “dialógico” del surgimiento de la verdad como denuncia crítica de la ilusión establecida pertenece a la esfera de nuestro conocimiento, y no concierne a la realidad nouménica, respecto a la cual permanece externa e indiferente. Y para Hegel, sin embargo, el locus propio de este proceso es la Cosa misma. (Žižek, 2015, p.22).

    De modo que, tiene más correspondencia la Cosa lacaniana en relación con la propuesta hegeliana, en la medida que para este último la Cosa se muestra bajo la forma de la contradicción dialéctica, es decir, para Hegel esta imposibilidad de acceder a la Cosa es la prueba en sí misma de la Cosa, creadora de todo proceso, la verdad aparecería en el campo mismo de la realidad bajo la forma de una distorsión –así lo propone Lacan también-, sin estar “externa e indiferente” como en el caso de Kant.

    No obstante más adelante Žižek agrega:

    Si la Ding an sich kantiana corresponde a la Cosa freudiano-lacaniana, el Anstoss está cerca del objet petit a, el cuerpo extraño primordial que se “atasca en la garganta” del sujeto, el objeto-causa del deseo que lo divide (Ibídem, p.169).

    De esta manera Žižek articula un concepto de Fichte –el Anstoss– a la cuestión psicoanalítica del objeto y la Cosa. Hay que recordar en primer lugar que Anstoss es un término alemán que tiene distintas acepciones tales como “impulso, empuje y punto de partida”, pero también significa “tropiezo, obstáculo, impedimento” (Collins, 2013, p.287). Fichte lo propone para dar cuenta de la “manzana de la discordia” de la subjetividad, el tincazo con que tropieza el sujeto para autoafirmarse plenamente a sí mismo en cada acto de auto postulación.

    El Anstoss es un concepto paradójico dentro de la propuesta de Fichte, pues si bien es un obstáculo al proceso de auto afirmación del sujeto, es a la vez causa de dicho proceso subjetivo de enunciación y puesta en acto de la búsqueda del objeto absoluto. Tanto más funcionaría como fundamento de la actividad del sujeto cuanto más inaccesible se torna en relación a aquello que lo causa, de ahí que su función sea dual.

    El Anstoss es causa y efecto, o mejor dicho, el Anstosspone en movimiento la constitución de la realidad, en el comienzo está el puro Yo con un cuerpo extraño y no-asimilable en su corazón” (Žižek, 2015, p.170). Es por ello que el Anstoss no viene exclusivamente desde afuera (no es un objeto externo), sino que a la vez es un obstáculo interno al sujeto (éxtimo). No es un resto de la Cosa en sí kantiana, sino más bien un objeto que no se limita a ser puramente subjetivo, ni formalmente externo (de la realidad); es más bien un objeto que se resiste al proceso que lo crea (subjetivo) pero que a la vez garantiza la objetividad de la realidad, objetividad determinada justamente por eso que el sujeto reconoce como radicalmente no-Yo.

    Se puede articular en relación con la homología entre la Cosa kantiana y la freudiana-lacaniana que si bien la primera es definida normalmente como “lo que se halla fuera del marco de la experiencia posible, esto es, a lo que trasciende las posibilidades de conocimiento” (Ferrater-Mora, 2014 p.163), para el psicoanálisis es incompleto suponer simplemente una X dentro de lo que su experiencia le indica. El asunto gira además entorno a otro vacío que garantiza la objetividad de los objetos positivos del mundo, un más allá del discurso creado por el devenir discursivo mismo, que supone una dimensión de la falta en sí mismo.

    Para que el sujeto sea constituido como tal, en eso que él es, es necesario que una parte de sí mismo le sea negada (pérdida-de-cierta-realidad) para que él sea posible. Esta modalidad o positivización de lo que a él le falta es lo que desde el psicoanálisis es conceptualizado/formalizado como objeto a; un modo de otorgar consistencia a la realidad en sí misma, crear un límite en relación con eso que el sujeto siempre intentará encontrar: el objeto (Anstoss) que lo divide. Tal es la razón de que el objeto a sea llamado también objeto causa de deseo y que en su horizonte mismo se encuentre lo que Lacan define como

    Fremde, extranjero e incluso hostil a veces, en todo caso como el primer exterior, es aquello entorno a lo cual se organiza todo el andar del sujeto. Sin duda alguna es un andar de control, de referencia ¿en relación a qué? –al mundo de sus deseos. Hace la prueba de que algo después de todo, está ahí, que hasta cierto grado puede servir […] para ubicarse en relación a ese mundo de anhelos y espera […] para alcanzar a das Ding (Lacan, 1988, p.68).

    De esta manera la define Lacan, como un horizonte y punto de partida; referencia absoluta para todo anhelo humano y espera nostálgica donde se pierde el inicio y el fin, eternidad del deseo de la cual el sujeto está expectante y que supone en mayor o menor grado un punto de anclaje a lo que se supone lo espera al final de su camino.

    1. La Cosa, horizonte del objeto

    Se puede decir que el significante está en relación con el Otro y la Cosa con el goce. Se proponía anteriormente que la Cosa es la encarnación del goce imposible, así lo aclara Žižek en otro de sus libros El sublime objeto de la ideología:

    El resultado general está claro: filtrado a través de la criba del significante, el cuerpo se somete a la castración, evacúa el goce de él y sobrevive como desmembrado, mortificado. En otras palabras, el orden del significante (el gran Otro) y el del goce (la Cosa como su encarnación) son radicalmente heterogéneos, incongruentes; cualquier acuerdo entre ellos es estructuralmente imposible (Žižek, 2014, p. 168).

    La Cosa implica en la vida del sujeto un desmembramiento, la Cosa es la parte exiliada de la subjetividad, de ahí que se hable de una incongruencia entre el orden simbólico y lo real; el ombligo insondable sobre el cual se monta la subjetividad, pero que produce efectos en esta tales como pesadillas y angustia. Ante estos elementos que son producto de la Cosa, aparece lo simbólico en falta; este orden se muestra barrado (%), el Otro está deseante ante la Cosa, y por ende busca objetivarla, nombrarla dentro de su orden.

    De esto se pueden resumir dos cosas importantes sobre das Ding: a) la Cosa es un vacío sobre el cual se gira sin lograr alcanzarlo y b) es un goce imposible de ser introducido en el orden simbólico, lo que produce que A no sea A sino (%).

    El deseo busca articular das Ding en el orden simbólico, pero este registro se sostiene gracias al principio del placer que tiende al orden homeostático del psiquismo, su objetivo es regular la cercanía o el encuentro con la Cosa, esto ya que su logro implicaría la descarga total de la pulsión; la paradoja radica en que si bien el orden simbólico busca mantener a distancia a la Cosa, el núcleo mismo de lo simbólico es goce, lo que hace que los significantes giren alrededor de la Cosa. Žižek agrega que:

    Es el orden simbólico, en cambio, el que está identificado con el principio del placer: el inconsciente “estructurado como un lenguaje”, su “proceso primario” de desplazamiento metonímico – metafórico, está regido por el principio de placer; lo que hay más allá no es el orden simbólico sino un núcleo real, un meollo traumático. Para designarlo, Lacan usa un término freudiano: das Ding, la Cosa como una encarnación de la imposible jouissance (el término Cosa hay que entenderlo en este caso con todas las connotaciones que posee en el terreno de la ciencia ficción de horror (Ibídem, p.177).

    El inconsciente se monta sobre un agujero, es su trabajo realizar una elaboración simbólica –como en el caso del sueño- que busca regular el funcionamiento psíquico mediante el principio del placer; no obstante, el deseo tiende a rebasar el umbral impuesto por el principio del placer –el más allá-, este lugar es el lugar de das Ding –la pesadilla es un claro ejemplo-, un lugar que es un vacío, de hacer contacto el sujeto con él ocurren dos cosas: el sujeto desaparecería como tal, y además, el contacto con la Cosa es traumático por estructura; esto ya que, la principal característica del encuentro con la Cosa es el horror, el cual deja marcas de goce en la subjetividad y su nombre es el trauma[*]. Por ello Lacan sugiere que

    El placer fija los límites del alcance humano: el principio del placer es principio de homeostasis. El deseo, por su parte, encuentra su cerco, su proporción fijada, su límite, y en la relación con éste límite se sostiene como tal, franqueando el umbral impuesto por el principio de placer (Lacan, 2012, p.39).

    La historia subjetiva se organiza alrededor de este agujero insondable, todo el tejido que estructura la realidad circula en su límite; otra forma de decirlo es que das Ding es el núcleo no histórico del sujeto y el cual hace tropezar a lo simbólico en cada intento de objetivarlo. Este intento de articular a la Cosa se muestra en cada vuelta y en cada giro de la pulsión que no se hace más que girar alrededor del agujero interno y externo al sujeto como se observa en la figura del toro. De modo que de los dos vacíos que muestra este, el de la Cosa correspondería al agujero central (línea vertical de la figura):

    Recuperado de Seminario 9 de Lacan (1961-1962, p.28).

    Siendo así que la Cosa supone el agujero interno (línea vertical) y el objeto corresponde al espacio vacío que recorre el toro internamente (circunferencia interna representada por el sombreado). Es de esta manera que puede pensarse la lógica de das Ding y el objeto a, la cual surge a raíz de la introducción del lenguaje en lo que Lacan llama “el cacho de carne”; el cuerpo le es otorgado al sujeto al ser hablado por el Otro, lo que significa que el cuerpo no es algo dado de antemano, sino que es construido gracias a las posibilidades que el significante permite en articulación con la imagen del otro (a ¯ a’), das Ding sería el punto de partida, la materia prima inefable de goce traumático producido por dicha operación en el campo de la realidad.

    El orden simbólico es heterogéneo a lo real y su efecto es das Ding, con esto se plantea algo fundamental para concebir a la Cosa, pues esta sería una parte constitutiva de la subjetividad, un lugar estructural marcado por la imposibilidad; cuando algún objeto de la realidad se ubica en el lugar estructural de la Cosa, estaría constitutiva y estructuralmente impregnado de esta imposibilidad de ser alcanzado, pero ya no por la imposibilidad de la Cosa, sino que se produciría el pasaje de lo imposible a lo prohibido; así lo especifica Žižek en otro de sus libros llamado Las metástasis del goce: seis ensayos sobre la mujer y la causalidad:

    El Objeto, por tanto, es literalmente algo creado –y cuyo lugar está cercado- por una red de desvíos, aproximaciones y cuasi colisiones […] En ello reside la función de aquellos obstáculos artificiales que súbitamente estorban nuestro acceso a algún objeto ordinario: elevan el objeto a sucedáneo de la Cosa. Es así como lo imposible se convierte en lo prohibido: a través del cortocircuito entre la Cosa y algún objeto positivo convertido en inaccesible mediante obstáculos artificiales (Žižek, 2003, p.146).

    En ese caso, tal objeto quedaría infatuado de Cosa. Dicha lógica queda estructurada a partir de ese lugar para siempre en tinieblas sobre el cual se organiza el deseo, el objeto sería fantasmáticamente prohibido, hay que recordar que la función del fantasma es la de velar lo real, enmarcar la realidad bajo ciertas coordenadas que hagan circular el deseo sin agotarlo, sino más bien buscar sostenerlo metonímicamente, desplazándose de significante a significante (sosteniendo la función de la falta).

    Por ello es que se plantea que cualquier objeto positivo, objetivable en la realidad, puede adquirir el estatuto de la imposibilidad si es ubicado en el lugar estructural de la Cosa; a propósito de las pesadillas, lo que ocurre en estas es que el objeto prohibido de la realidad, el cual debía permanecer oculto o mantenido a la distancia por dicha posición estructural aparece cual si fuera una mala sorpresa, haciendo despertar al soñante que se horroriza ante la manifestación explícita de su deseo que no debía mostrarse, en ese sentido la pesadilla sería el encuentro con la Cosa (tyche)[†].

    Por un lado, se encuentra la realidad, el reino del significante y por otro, el lugar intraducible de lo real y la Cosa. Frida Saal aporta una conceptualización importante al respecto:

    La Cosa excluida es el objeto absoluto del deseo y, a la vez, la condición para que haya un sujeto deseante. La renuncia al goce (de tal Cosa) es el mandato por el que se cierra el camino a toda ética hedonista. El carácter real, sin inscripción imaginaria ni simbólica, de das Ding condiciona, desde su exclusión por el significante, la posibilidad de acceso a la realidad, a esa realidad que, ella sí, existe en la intersección de lo imaginario y lo simbólico (Saal, 1991, p.72).

    Se amplía a partir de dicha cita la concepción sobre la Cosa, tanto más cuanto que lo que no se había dicho es que la Cosa no solo es exclusión, sino que además es condición para que la realidad en sí misma se estructure. El desmembramiento que experimenta el sujeto de la Cosa permite que los objetos de la realidad aparezcan en su realidad positiva, accesibles e intercambiables; haciendo no que la pulsión se satisfaga, sino que sea parcial.

    Por otro lado, y siempre articulado a este punto, Frida menciona que la realidad funciona como esa intersección entre lo imaginario y lo simbólico, de la misma manera que el sueño en su telar de sueños, desplazando o metaforizando mantiene alejada a la Cosa, el sueño es la realización disfrazada de un deseo, eso es así, pero el núcleo central es el traumático encuentro con la Cosa, como en el caso de las pesadillas, ante ello Lacan agrega que “se trata de ese interior excluido que, para retomar los términos mismos del Entwurf, está de este modo excluido en el interior […] de algo que se articula, muy precisamente, en ese momento como el Real-Ich que quiere decir entonces lo real último de la organización psíquica” (Lacan, 1988, p.126).

    Hay por lo tanto un tipo de clivaje y unión entre la Cosa y el inconsciente, ello quiere decir que si bien la Cosa está apartada, a la vez el aparato psíquico recibe los efectos de aquella; la pesadilla es entonces el encuentro con el vacío de significación –la Cosa-, y el sujeto despierta horrorizado por el encuentro con la falta del Otro sin ningún disfraz; siendo así que la tesis freudiana de que el sueño es tentativa de cumplimiento de deseo es acertada, paradójicamente el sujeto se pone una trampa a sí mismo en su sueño, tiende al más allá que lo asusta y paraliza –das Ding se hace eminente. Sobre dicha relación, Daniel Koren plantea lo siguiente en su texto llamado Escuchar la Cosa, pensar la Cosa:

    La Cosa se esboza desde esta perspectiva como el “fondo”, el “ombligo” de la metapsicología a título de correlato objetal de la representación, su inalcanzable alteridad, que se transmuda en la multiplicación de re-presentaciones de objetos (parciales) y re-presentaciones de palabra. Se comprende, por lo tanto, que la Cosa escapa al orden simbólico (que no obstante la con-cierne) y deba situarse lo real, el inconsciente es re-presentación, condenado a re-petir la Cosa sin jamás alcanzarla (Koren, 1991, p.17).

    Lo que Koren está proponiendo es que la Cosa es el más allá del inconsciente, de lo simbólico; la Cosa se encuentra en el centro de este como ausencia; la metapsicología con sus recursos elaborativos intenta atraparla, pero nunca lo logra; esta es la paradoja de la lógica de los sueños, por eso Freud decía al final de su enseñanza que bien podía decirse que los sueños no eran realizaciones de un deseo, sino tentativa de realización de un deseo. Ello es así si se piensa desde la perspectiva que el cumplimiento del deseo es aquello mismo que lo agotaría y absorbería en su totalidad; la falta es introducida por lo simbólico y el deseo apunta al encuentro del significante de la falta en el Otro, esto implicaría que no habría falta-en-ser por la cual el deseo habría de movilizarse metonímicamente para significarlo.

    La meta final y última del deseo humano es la muerte subjetiva –la Cosa-, a ello apunta la Trieb; en una sintética cita, Braunstein concluye con respecto a la Cosa lo que sigue:

    La Cosa se presenta como la meta absoluta del deseo, el sitio o el estado en que se cumplirá la abolición de la falta en ser, estado de Nirvana, supresión de toda tensión diferencial con el mundo, indistinción entre ser y del no-ser, muerte. La tendencia a la Cosa es la pulsión de muerte como destino final de todos los afanes vitales humanos […] el estado de reposo absoluto que se alcanzaría una vez consumida la llama de la vida y alcanzada la quietud última. (Braunstein, 2009, p.81).

    La Cosa a la cual apunta el deseo humano como su meta primordial hace que se haga evidente la verdad mostrada por la pesadilla, es decir, la eminente e inefable incomodidad de lo real; si el sueño apunta a cumplir el deseo del sujeto, la pesadilla es lo más cercano y sin disfraz de la meta de aquel.

    Ahora bien, en cuanto a lo que al objeto a se refiere, y antes de esbozar algunas aristas importantes en cuanto a este, se debe realizar una diferenciación con respecto a das Ding; para ello, se tomará como punto de partida la aclaración que hace al respecto Miller en el Tomo 2 de sus Conferencias porteñas:

    En esto puede decirse que el a es el resultado del desbaste de la Cosa, de la Cosa que es la base primaria, la materia prima que no conocemos sino por medio del objeto a; desbaste de la Cosa por la operación del significante […] Ese desbaste del objeto a, o sea de la Cosa que por la operación del significante se densifica, es lo que se llama construcción del fantasma (Miller, 2009, p.20 – p.21).

    Miller plantea al objeto a y a la Cosa como dos términos diferentes, pero complementarios para comprender la cuestión del deseo para el psicoanálisis. La Cosa es pensada a partir de la cita como la base primaria, es decir, un punto de inicio del aparato psíquico, como un centro primario, este inicio es mítico en la constitución subjetiva del sujeto; ello quiere decir que el objeto a es el objeto lógico posterior a la Cosa que permite dar cuenta de la falta originaria de goce de la cual la Cosa es su encarnación; por eso es que Miller propone que el objeto a es el que permite conocer a la Cosa y además la desbasta, en otras palabras, el objeto a es el que permite hacer algo con la Cosa, este algo es el montaje del fantasma, este montaje o construcción puede realizarse solamente gracias a la extracción del objeto a en el complejo de Edipo; esto es la entrada del falo Φ[‡] como significante de la falta del Otro, ubica el deseo del Otro en otro lugar, lo nombra y regula, asimismo el goce de la Cosa –madre- que amenazaba con devorar al niño.

    Desbastar es limar, pulir o alisar, quitar partes al producto principal para moldearlo, esas son las funciones que asigna Miller al objeto a en relación a la Cosa, lo que implica que si bien el objeto a es un objeto inexistente simbólicamente y especularmente, su existencia es lógica, pero para que pueda ser considerado debe primero haber ocurrido el momento lógico y más fundamental del apartamiento de la Cosa, por ello es que Lacan menciona en la clase XX del seminario sobre La angustia lo siguiente:

    Para que el objeto a en el que se encarna el obstáculo con el que tropieza el deseo en su acceso a la Cosa le abra paso, es necesario volver a su inicio. Si no hubiera nada que preparase este paso antes de la captura del deseo en el espacio especular, no habría salida. (Lacan, 2013, p.293).

    Si se le considera al objeto a como sucedáneo de la Cosa, se puede comprender su diferencia; por ello es que Lacan propone que el objeto a encarna el obstáculo, lo sustituye, pero haciendo aparecer objetos en el marco de la realidad –del fantasma- que ilusoriamente permitan el movimiento metonímico del deseo; es decir, el objeto es lo que permite que circulen los significantes, el desplazamiento y la realidad misma –constituida por la falta.

    Otro caso es el que se plantea en la estructura psicótica, pues en esta no hay extracción del objeto a; pero sí hay movimiento pulsional –tal es el caso de la paranoia, la esquizofrenia y la melancolía- esta última con sus particularidades, ya que ha habido apartamiento de la Cosa producto de la entrada en el campo del Otro; pero el sujeto no está bajo las pautas del falo Φ (significación fálica), sino que ha quedado atrapado en el fantasma materno, encarnando él mismo el objeto de goce de la madre.

    La perversión deniega la castración identificándose con el objeto –que no es lo mismo quedar atrapado en ese lugar- hace semblante de a para angustiar al Otro, el melancólico por su lado se identifica con la Cosa, como lugar innombrable y abyecto del Otro, así lo plantea Collete Soler en su texto Estudios sobre las psicosis:

    El sujeto melancólico tiene una certeza sobre su ser: lo trata como a la hediondez del mundo, como al kakon fundamental del universo en el que él reconoce el goce malo –ese que el paranoico identifica en el lugar del Otro-, y en este sentido podemos decir que se identifica con la cosa. Es a ella a quien insulta dentro de sí, con esa complacencia feroz que tanto asombraba a Freud. Ella hace de él un perseguido de sí mismo y, más precisamente un perseguido del superyó que se injuria todo el tiempo. (Soler, 1991, p.38).

    Todo esto es importante en cuanto a la diferenciación del objeto a y la Cosa; el melancólico haría presente en sus pesadillas la aparición de lo que él mismo delira encarnar, es decir: la Cosa, sus pesadillas escenificarían la persecución superyoica de sí mismo ferozmente. El paranoico no encarna el mal de la Cosa, sino que lo ubica en el Otro -esa es la razón de que la angustia la experimente como goce del Otro- que amenaza su lugar narcisista en el mundo, las pesadillas de este serían fundamentalmente persecutorias, exterminar al Otro; mientras que el melancólico se exterminaría a sí mismo en el sueño.

    Otro aspecto importante en cuanto al objeto a es que permite articular los tres registros, los estabiliza ubicándose en el centro de los tres anillos, tanto más es así cuanto que puede pensarse el objeto a como un efecto ulterior a la Cosa, el objeto vectoriza lo real de la Cosa. Braunstein dirá que:

    Esta “simbolización primordial” es la que se hace de un real previo (la Cosa, podemos decir), mientras que los efectos ulteriores (de ese real) que subsisten en la estructuración discursiva, lo que representa en ella lo que en el discurso es inarticulable, “lo afectivo” del decir de Freud, es un real que el discurso engendra pero que no es discurso, es el @ (objeto) que cae de él. Y vale la pena conservar esta distinción entre lo real previo y lo real posterior al discurso que, sobra decirlo, remite a un tiempo lógico y no cronológico y que muestra la función de corte que tiene la palabra entre la Cosa (anterior) y el objeto @ (posterior), entre un goce del ser y otro goce efecto de la castración (Ley del lenguaje) que es el goce fálico, ese que corre tras el objeto @ que causa el deseo (Braunstein, 2009, p.93).

    Es importante destacar que Braunstein diferencia un real previo a la simbolización –apartamiento de la Cosa- y lo que de esa Cosa se hace a partir del falo; eso quiere decir que en cada articulación de significantes algo cae y queda excluido, no entra en el campo de lo simbólico, esto es el objeto a. El goce del ser del cual habla Braunstein es el goce perdido de la Cosa; el falo intenta buscarlo, pero paradójicamente regularlo, tratando alcanzar el objeto a que releva la búsqueda de la Cosa; en cada decir del sujeto y en cada sueño, hay un resto que relanza la pulsión. La pesadilla es el encuentro con la Cosa; pues se topa con lo indecible del mundo o con lo que estaba en el lugar estructural de lo indecible, sin disfraz alguno.

    1. Consideración final

    Es en estos sentidos que puede resumirse que el objeto a causa el deseo, lo causa porque lo motoriza, haciendo prohibido lo que estructuralmente es imposible, el par a-Cosa hace del deseo del sujeto un lugar de ausencia, dos vacíos inefables que pueden ser representados a partir del espacio abstracto de la topología:

    Recuperado de seminario 10, Lacan (2013, p.147)

    Lacan propone dos círculos irreductibles, el central correspondiente a la Cosa y el del objeto a alrededor del cual gira la pulsión dentro del toro. La estructura del toro es el Otro del lenguaje (A), los vacíos así creados solo son posibles por la entrada del lenguaje en lo real y esto es justamente lo que significa la castración para el psicoanálisis: el proceso lógico mediante el cual el lenguaje entra en lo real, ello hace que el Otro se barre, pues hay un excedente de goce que no pasa por este campo, haciendo que el A sea %, y bajo la acción posterior del falo Φ –simbólico- se vectoriza el deseo, cayendo el objeto que ahora lo causa –el objeto a.

    Queda así el espacio estructural de la castración, representado por –φ. En conclusión, se puede plantear en el presente artículo al objeto a como el efecto de entrada por parte del sujeto -desmembrado de la Cosa- al Edipo, que le ha marcado, gracias a la acción del significante Nombre-del-Padre, un trazo significante que le permite ubicar o significar el deseo del Otro en algún lugar. Hay que recordar que el sujeto es un vacío no muerto, un espacio disponible para la invención y auto postulación, el objeto sería el encargado de llevar sobre sí lo que Žižek llama en Menos que nada, “el precio de la nada”: “el objeto lacaniano object a es precisamente este algo que sostiene la nada, el “precio de la nada”, del mismo modo en el que se necesita cierta energía para sostener el vacío” (Žižek, 2015, p.1028). El falo sería pivote a partir del cual esta operación es posible, el falo Φ como significante de lo que no existe; es decir, significante del deseo del Otro, haciendo caer lo que causará ahora el deseo: el objeto a, haciendo la aclaración eso sí, que el objeto es posterior no en sentido cronológico, sino en términos lógicos, siendo la nada convertida en algo, positivando la falta, la más elemental de la Cosa, aquella ante la cual se encuentra deseante no sólo el sujeto, sino el Otro también.

    1. En el efecto traumático, el sujeto es alejado de la cadena discursiva que lo sostenía como tal (S1 –S2); el producto de esto son altos montos de goce que no cesan de no inscribirse, en cada elipsis discursiva el sujeto se topará con un vacío de significación. De modo que puede decirse que el trauma para el psicoanálisis es el efecto retroactivo de no poder tramitar simbólicamente algún evento concreto de la realidad, es por ello que Žižek afirma que: “el trauma no tiene existencia propia previa a la simbolización; sigue siendo una entidad anamórfica que gana su coherencia sólo retrospectivamente, vista desde dentro del horizonte simbólico” (Žižek, 2003, p.53). La estructura misma de la Cosa es homóloga a la del trauma, pues esta provoca sus efectos en la realidad solo hasta el momento que se la intenta inscribir en el campo del Otro.
    2. Tyche: figura mitológica a partir de la cual Lacan trabaja el encuentro con lo real en su Seminario XI “Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis”, Tyche es el encuentro siempre fallido con lo real y se diferencia de automaton. Según las propias palabras de Lacan: “La tyche, tomada como les dije la vez pasada del vocabulario de Aristóteles en su investigación de la causa. La hemos traducido por el encuentro con lo real (…) la función de la tyche, de lo real como encuentro –el encuentro en tanto que puede ser fallido, en tanto que es, esencialmente el encuentro fallido” (Lacan, 2012, p.62-63).
    3. Φ = falo simbólico, significante primordial que regula el goce materno por acción y entrada del significante Nombre-del-Padre. Nombra el deseo de la madre en otro lugar, haciendo que se estructure la realidad psíquica constituida por la falta, falta de la cual la caída del objeto a es su garante.

    Bibliografía

    Braunstein, N. (2009). El goce. Un concepto lacaniano. Buenos Aires: Siglo XXI.

    Diccionario bilingüe y gramático Collins (2013). (6ta ed.). Barcelona: Editorial, S.A.U.

    Ferrater, J. (2014). Diccionario de Filosofía de bolsillo. (Comp. Priscilla Cohn). Madrid: Alianza Editorial.

    Koren, D. (1991). Escuchar la Cosa, pensar la Cosa. En La Cosa freudiana. (Ed. Néstor Braunstein). México: Fundación Mexicana de Psicoanálisis.

    Lacan, J. (1988). La ética del psicoanálisis. Seminario 7. Buenos Aires: Paidós.

    Lacan. J. (1961-1962). La identificación. Seminario 9. Versión crítica. (Trad. Ricardo Rodríguez Ponte)

    Lacan, J. (2013). La angustia (1962-1963). Seminario 10. (Trad. Enric Berenguer). Buenos Aires: Paidós.

    Lacan, J. (2012). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964). Seminario 11. (Trad. Juan Luis Delmont – Mauri y Julieta Sucre). Buenos Aires: Paidós.

    Miller, J.A. (2009). Conferencias Porteñas. Tomo II. (Compilación y edición de Silvia Elena Tendlarz). Buenos Aires: Paidós.

    Saal, F. (1991). F.L.N En La Cosa freudiana, (Ed. Néstor Braunstein). México D.F.: Fundación Mexicana de Psicoanálisis.

    Soler, C. (1991). Estudios sobre las psicosis. (Trad. Irene Agoff). Buenos Aires: Manantial.

    Žižek, S. (2014). El sublime objeto de la ideología. (Trad. Isabel Vericat Núñez). Buenos Aires: Siglo Veintiuno.

    Žižek, S. (2003). Las metástasis del goce: Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad. (Trad. Patricia Wilson). Buenos Aires: Paidós.

    Žižek, S. (2015). Menos que nada. Hegel y la sombra del materialismo dialéctico. (Trad. Antonio J. Antón Fernández). Madrid: Akal.

     

    [1] Darío Leitón Hernández, licenciado en psicología y psicoanalista. Universidad centroamericana de ciencias sociales. UCACIS. Consulta psicoanalítica privada. darioleiton@hotmail.com

    [2]Das Ding: término en alemán, su traducción al español es la Cosa. Das sache es otro término alemán que puede ser traducido como cosa, pero para el psicoanálisis este último remite al orden simbólico, mientras que la Cosa es aquello que no puede inscribirse en el orden del significante ni de la imagen.

  • Ser Hombre en la imaginación colectiva/Construcciones y deconstrucciones

    Ser Hombre en la imaginación colectiva/Construcciones y deconstrucciones

     

     

    “Un hombre debe infligir dolor, y soportarlo

    En sí, buscar aventuras, pruebas de coraje

    Para afirmarse. Lograr poder, riqueza

    Y éxito no para sí mismo sino, para otros”

    Godelier, 1986

    Lilia Pérez Amador.

    Las diversas corrientes científicas que han investigado sobre lo que es la masculinidad parecen haber llegado a un escollo importante, que tiene que ver con que no se puede abarcar con este término la generalidad dado que en la práctica, se ha observado que existen muchas masculinidades es decir diversas formas de ser y comportarse virilmente con relación a la época, el momento histórico- social y sobre todo con relación a las mujeres. Estas afirmaciones como podemos ver requieren de un andamiaje, una estructura que nos permita ver cómo se ubican en ella las masculinidades para explicarnos como se han producido a través de la historia las dinámicas de cambio.

    Una de las principales corrientes de las cuales se han derivado explicaciones sobre la condición masculina, es la socio-biológica que sustenta, basándose en las diferencias genéticas y neuronales entre hombres y mujeres, lo que se conoce como “el eterno masculino”, el cual de acuerdo con las teorías genéticas y evolutivas de Darwin, explica el comportamiento humano como el resultado de los cambios paulatinos generados por la necesidad de adaptación al ambiente. Por otra parte, estas corriente biologistas sustentan la condición de ser hombre o mujer, basándose en la producción de espermatozoides, en el primer caso, y de óvulos en el segundo.

    Desde esta postura observamos, que la socio-biología manifiesta que los hombres estarían en competencia inevitable con las hembras, dado el potencial reproductivo de éstas de modo que en esta coyuntura, la fuerza física y las formas en que esta se conecta con la agresividad masculina, serían los únicos recursos o armas de los hombres, en esta competencia contra las mujeres y de ahí que, sólo los que posean tales atributos lograrían imponerse. Aquí surge la pregunta: ¿Imponerse a qué? ¿En qué se sustenta actualmente esta teoría para hablar de competencia? Porque si pensamos en las nuevas formas de reproducción asistida donde los espermatozoides no tienen nombre en los bancos de semen y por otro lado, la técnica de clonación para este mismo fin a partir de una célula de la madre y sin la necesidad de un espermatozoide (Laurent, 2007), queda claro entonces que no hay competencia, porque sencillamente no hay contendientes sino manifiestamente una exclusión, un borramiento de la masculinidad y no sólo como hombre, sino también como padre genitor. ¿Será acaso que las angustias de los pacientes varones en crisis de identidad y con relación a su lugar ante las mujeres, o con relación a los hijos, tendrá que ver de algún modo con esto?

    Si esto es así, me parece que no cabe duda, que a mayor triunfo de la tecnología se van desdibujando las subjetividades y en este punto Laurent (2007) menciona que…“¡Porque la ciencia toca a las madres cuando son ellas las que eligen qué padre quieren para su hijo! O si no, cuando desean, a través de la ciencia, que no haya ningún padre conocido. Y también a través de ficciones legales o de dispositivos cada vez más complicados que permiten, por la fecundación asistida, tener varios padres. Se toma el óvulo de una mujer, se lo implanta en el vientre de otra… Todo se complica, y ya nada aparece como seguro».

    Lo que el autor parece decirnos, es que si ha existido siempre una duda razonable de la paternidad en tanto biológica, con los adelantos de la tecnología sencillamente se multiplica la duda y abarca ya no sólo al padre sino también a la madre.

    Ahora bien, siguiendo con lo paradójico de las diversas conceptualizaciones acerca de la masculinidad, podemos decir que un exponente contemporáneo de la postura biologista que parece predominar dentro de la antropología, es Gilmore (1994) quien considera que los atributos genéticos de uno y otro sexo, son elementos de utilidad social en tanto diferentes y complementarios por lo que para este autor, la virilidad sería entonces un instrumento construido biológicamente, cuyo propósito cultural sería la perpetuación social, “…para perdurar, todas las sociedades se enfrentan a dos requisitos básicos y formales: la producción y la reproducción, es decir, la economía y el renacer” (…) “Por razones anatómicas u otras, en la mayoría de las sociedades las mujeres se responsabilizan de la reproducción y los varones de la producción (y defensa)”. Gilmore (1994; 19)

    Como podemos ver, Gilmore aún siendo un estudioso contemporáneo, no deja de asignar los lugares de hombres y mujeres de acuerdo con la funcionalidad de los recursos anatómicos, sin tomar en cuenta las influencias culturales, ideológicas y personales de los individuos porque si hablamos de adaptación al ambiente, de lucha y defensa contra los percances de la vida, no son a mi juicio, los más fuertes los que sobreviven sino los más astutos y esta capacidad no es privativa de uno u otro sexo.

    Es factible decir que por este tipo de posturas teóricas reduccionistas, por así decirlo, fue que el feminismo académico anglosajón ya desde los setentas, había manifestado su rechazo al concepto biologista para definir las diferencias, y justificar la hegemonía “natural” de los hombres sobre las mujeres, argumentando que lo imaginario de la virilidad   y por lo tanto de la feminidad, no se construye con base a los atributos naturales o genitales del cuerpo, sino que este cuerpo viril o femenino es construido y sobre valorado o devaluado, a partir de la interiorización de un imaginario pudiéramos decir, consensuado por los mismos hombres, por lo que éstos van a producir y recrear este imaginario de manera más o menos activa, y aquí añadimos de acuerdo con esta corriente, con márgenes de maniobra ciertamente estrechos, desde el momento es que esta fuerza física humana es enteramente menor que la de algunas especies animales y con relación por otra parte, a la fuerza de la naturaleza, si pensamos en los desastres naturales.

    Es importante subrayar que aún con estas objeciones del feminismo académico y del psicoanálisis por supuesto, las teorías de un gen, carácter o atributo per se masculino y especialmente sobrevalorado sobre lo femenino, ha continuado sustentándose hasta nuestros días, por lo que un autor más reciente Marqués J.(1997), plantea que el proceso de socialización que tiene lugar luego de la constatación de la anatomía, juega un papel básico en la instauración de la masculinidad en los individuos particulares, y desde esta perspectiva aduce que con la socialización, se trata de fomentarle a los hombres algunos comportamientos, reprimiéndoles otros para que de esta manera se les pueda crear y afirmar, ciertas convicciones de lo que significa ser varón.

    Para este autor entonces, el núcleo de la construcción social del varón radica en que durante este proceso se tenga un aprendizaje tácito e irrevocable, condicionado por el consenso social del mundo de sus iguales en tanto importantes y en este sentido el autor aduce que: “Ser varón en la sociedad patriarcal, es ser importante. Este atributo se presenta con un doble sentido: por una parte, muy evidente, ser varón es ser importante porque las mujeres no lo son; en otro aspecto, ser varón es ser muy importante porque comunica con lo importante, ya que todo lo importante es definido como masculino” Marqués, J. (1997;19) A nuestro juicio, Marqués, sustenta sus afirmaciones más en juicios de valor, que en hechos reales y observables si pensamos en que en la constitución de la subjetividad, los proceso imaginarios juegan un papel secundario, ya que no son la causa sino más bien un efecto de re-presentación o resonancia de los significantes particulares que marcan a los sujetos en la construcción de su identidad.

    Gutmann   M. (2005) en su libro “Ser hombre en la ciudad de México ; ni macho ni mandilón”, explica: que los hombres de este milenio se encuentra viviendo entre una especie de dos conciencias con relación a su masculinidad en el sentido de que actúan de una manera aprendida intergeracionalmente y por otra parte parecen obedecer igualmente a otra forma de ser un tanto teórica y heredada del momento social en que se desenvuelven, y es así que citando a Gramsci (1981) nos dice “Casi se podría decir que él tiene dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria): una implícita en su actividad y que en realidad lo une con todos sus compañeros trabajadores en la transformación práctica del mundo real; y otra, superficialmente explícita o verbal, que ha heredado del pasado y ha absorbido sin discriminación alguna”(Gutmann 2005; 84)   Con lo que el autor nos dice nos hace recordar a propósito de este agrupamiento tácito y legendario entre hombres, que las mujeres de hoy parecen copiar exigiendo su derecho a departir algunos días de la semana exclusivamente con sus amigas, un dato curioso que solemos observar a menudo en reuniones y fiestas en las que se asiste en pareja, acá en el noroeste del país, en la Cd. De Saltillo, Coahuila , que consiste en   que una vez que llegan a la reunión automáticamente se aglutinan los señores para conversar entre ellos en una esquina separándose de sus mujeres, como si acaso ahí pudieran reforzarse entre iguales para después ya cargadas las baterías, pudieran re-integrarse con el grupo de mujeres que se ha reunido en la otra esquina expectantes unas, resignadas otras, por esta conducta de sus hombres que suelen bautizar como “El club de tobi” Esto de reintegrarse con las mujeres en ocasiones no ocurre, simplemente durante toda la velada se mantienen así separados los grupos y en algún momento si es ella quien busca a su pareja para irse de la fiesta, es recibida con un velado “huuu” dirigido al susodicho marido o novio en tanto que si es él quien se acerca al grupo de damas requiriendo a su novia o esposa, las miradas de entendimiento entre ellas es la señal para que ella se prepare para atender su demanda de inmediato. Podemos observar entonces como de manera simbólica el mensaje en el primer caso podría ser: “ya te llevan mandilón” y en el segundo quizás: “aguas ahí viene tu jefe” que si bien pudiera darse esta condición urbana y sus concomitantes sociales a manera de broma o guasa, también no debemos olvidar lo que Freud nos dice en su artículo de 1905 sobre el chiste y su relación con lo inconsciente, “Detrás de la broma la verdad se asoma”

    Como podemos observar entonces, de manera teórica o bien socialmente práctica pese a que son muchas y muy variadas las versiones acerca de lo que significa la masculinidad, observamos como en diferentes ambientes algunos emblemas se sostienen con relación a la forma de relacionarse con las mujeres, aún en estos tiempos de posmodernidad sin embargo, también estamos conscientes que no hay un modelo universal y permanente de la masculinidad que sea válido para cualquier espacio o para cualquier momento, y de ahí que Kimmel sostiene que: “La virilidad no es estática ni atemporal, es histórica; no es la manifestación de una esencia interior, es construida socialmente; no sube a la conciencia desde nuestros componentes biológicos y en cambio es creada en la cultura, (Aquí añadiríamos, con los significantes de cada historia de vida en particular) y de ahí que virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas para diferentes personas» Kimmel, M. (1997; 49)

    Ahora bien con estos antecedentes podemos decir que a pesar de que sabemos que efectivamente existen múltiples y muy variadas masculinidades, de cualquier forma nos parece relevante marcar las constantes que aparecen en la gran diversidad de teorías tanto sociales como antropológicas y psicológicas, que se han producido desde entonces con relación a este concepto, las cuales podemos catalogar en cuatro rubros principales que se distinguen expeditamente en cuanto a su juicio, aunque a menudo se combinan en la práctica.

    El tipo Esencialista: Su rasgo se basa en la definición de ser hombre de manera concreta, Ej. Fuerza, capacidad, razonamiento objetivo, etc. Este enfoque como podemos observar, pertenece a las teorías biológicas entre ellas la genética y la neurología que describen la masculinidad como habíamos dicho, a partir de elementos naturales per se.

    El Arquetipo Etnográfico: Detalla el patrón de vida de los hombres en una cultura dada, distinguiendo el valor y la fuerza en las guerras, suposición que en diversos estudios antropológicos y sociológicos aparece como un modelo básico de masculinidad. Como podemos ver este enfoque se basa en la observación de signos comunes pero: ¿Qué tan comunes? Nos cuestionamos, sobre todo, si pensamos en otros escenarios de poder donde también las mujeres exhiben valor y fuerza.

    El Paradigma Normativo: Al referirse a la norma, tiene que ver con lo que los hombres debieran ser de acuerdo a la emulación de modelos generalmente auspiciados por los medios masivos de comunicación, el cine y la televisión entre otros. Aquí el problema como podemos ver, es el componente imaginario en que descansa esta teoría, por lo que si ser hombre consiste en ser como el galán del cine de la época o el luchador de moda, entonces muchos hombres no darían la talla.

    Tenemos por último, el enfoque semiótico , que más que tomar en cuenta la personalidad, define la masculinidad mediante un sistema de diferencias simbólicas en que se contrastan los lugares masculino y femenino y en donde masculinidad es definida como no –feminidad y viceversa. Es importante señalar que este enfoque sigue la fórmula de la lingüística estructural, donde los elementos del discurso son definidos por sus diferencias entre sí, siendo utilizado extensamente en los análisis culturales feministas y post – estructuralistas de género así como, en el psicoanálisis post/ freudiano.

    En el enfoque semiótico la masculinidad es el lugar de autoridad simbólica cuyo estandarte el falo, (Lacan, 1973) tiene un representante imaginario que es el pene el cual anatómicamente corresponde al hombre y por tanto el significante hombre es el que porta el pene/ presencia/ /falo/poder, en tanto que la feminidad es definida simbólicamente por la carencia o la falta de este significante.

    Es importante señalar que esta definición de masculinidad ha sido muy efectiva en el análisis cultural, dado que escapa de la arbitrariedad del esencialismo, y de las pautas de la normatividad no obstante, ha recibido infinidad de críticas y algunas en contra, declaran que está limitada en su visión ya que para abarcar la amplia gama de tópicos acerca de la masculinidad, se requiere también de otras formas de expresar las relaciones es decir, los lugares con correspondencia de género en la producción y en el consumo, lugares en instituciones y en ambientes naturales o construidos como las luchas sociales y militares u otros escenarios de poder, ya que, ninguna masculinidad surge, fuera de un sistema de relaciones de género.

    En este sentido entonces, podemos afirmar que requerimos un modelo o un método que nos defina la estructura de género masculino con por lo menos   tres dimensiones o aristas en que se sustenten las diferencias, relacionadas a la manera en que los hombres y mujeres se relacionan vinculados a:

    1. a) El poder social/ cuyo eje principal es la subordinación femenina y la hegemonía masculina denominado Patriarcado.
    2. b) La producción/ legítimamente asignada al hombre por el sistema capitalista, que preserva la división sexual del trabajo con mayores sueldos para los varones y la acumulación de la riqueza por parte de estos. De esta forma, podemos decir que no es un accidente estadístico, sino parte de la construcción social de la masculinidad, que sean hombres y no mujeres quienes controlan las principales corporaciones y las grandes fortunas privadas. Connell (1987).
    3. c) El vínculo emocional: La expresión del amor, los impases del deseo y el goce sexual, es claramente diferente para hombres y mujeres, (Laurent (2006)

    Ahora bien, es evidente que dentro de la corriente psicoanalítica, aún cuando existen también diferencias en las posturas teóricas con relación a cómo se hace un hombre, todas convergen en hundir sus raíces en el entramado edípico freudiano, orientado a la identificación con el padre o quien ocupe este rol imaginario y simbólico, planteando la feminización inicial del varón, continente del que habrá de desprenderse no sin avatares para acceder a la masculinidad dado que como sabemos, si toda identificación se lleva a cabo a través de la introyección simbólica de objetos libidinizados del Otro, esto, necesariamente va a producir la dimensión fantasmática de dichos objetos lo que nos plantea el carácter altamente conflictivo de la constitución de la sexualidad masculina y de ahí que como nos dice Silva Bleichmar “Ser como el padre, en tanto sujeto sexuado, portador de un pene capaz de proporcionar el goce no solo auto erótico- masturbatorio del niño sino del objeto, se propone como una cuestión más compleja” Bleichmar Silvia ( 2004:35)

    Como se ha venido afirmando entonces, efectivamente en la construcción de la subjetividad tanto masculina como femenina, los niños y niñas interiorizan el ideal social de los padres con relación a los emblemas de ser hombre o mujer, por lo que en el caso de los varones, este ideal masculino de ser una entidad de trabajo al menos de manera imaginaria, se introyecta incluso como rasgo de carácter natural a su género masculino, visto como capacidad de rivalizar, de imponerse a otro, de individualismo y egoísmo (Burin y Meler 2002). Por otra parte, en el proceso de identificación de los niños, a diferencia de las niñas, éste paso aun cuando puede apoyarse en una íntima cercanía afectiva con el padre como ocurre con las mujercitas, este lazo afectuoso con el padre tiende a romperse y por otra parte, los varoncitos con quien si establecen un lazo afectivo íntimo y cercano es con la madre, y de ahí que pueda decirse que la masculinidad se define tanto en forma positiva (acercamiento) como negativa (alejamiento) dado que si los procesos de identificación masculina se basan en la diferenciación con el otro, esta diferenciación, alejamiento, se dará justamente y en primera instancia con el padre y posteriormente con la madre. En este punto es que las autoras, asientan la negación de la relación afectiva con intimidad en el contacto físico y los elementos universales del rol masculino, tan conocidos (no palabras) en las relaciones sociales y afectivas entre los sexos.

    Aquí surge la pregunta si las autoras está hablando de los rasgos de una postura obsesiva que predomina en los hombres o de una generalidad masculina per se, porque bien sabemos quienes trabajamos la clínica psicoanalítica que existen varones que para nada corresponden a esta negación afectiva en tanto hombres y en cambio existen mujeres que si se posicionan justamente en esta coyuntura y no por ello dejan de ser mujeres, y de ahí que nos parece que Burin, toma más en cuenta los efectos del semblante es decir lo imaginario, más que lo simbólico del género con relación a la expresión de afectos.

    Ahora bien, de referirnos a los procesos afectivos de algunos varones, en este punto habría que volver sobre lo que Freud (1924) nos dice acerca de que el varoncito deberá desprenderse de la ternura materna necesariamente si lo que desea es acceder a otra mujer ( recordando los efectos del fantasma del lazo incestuoso materno), pero también del lazo afectivo con el padre para construir su masculinidad (de otra manera quedaría en postura femenina) a través de la resolución del Edipo basado en la angustia de castración, angustia que le acompañará toda su vida con la zozobra de que deberá cuidarse para no perder sus bienes, su trabajo sus posesiones, su virilidad, etc. ¿Acaso aquí se incluya también la falta de palabras , que menciona Burin? Pensamos que más que faltarles a los hombres las palabras, las atesoran, las cuidan y no quieren perderlas, no quieren soltar algo que no pueden sostener y que consideran “palabras de hombre”. Y aquí nos preguntamos si por ello Lacan (1973) menciona cierta orfandad, en la que queda el varón queda anclado para acceder a la masculinidad dado que el lazo incestuoso con el padre y la madre, deben romperse en tanto que del lado de la mujer el lazo incestuoso paterno se sostiene y de ahí que la resolución del Edipo femenino, Freud (1924) sea justamente incompleto.

    Ya Freud en 1923, había sustentado  la hipótesis de que la sexualidad masculina respondía a una evolución natural, lineal y sin aparentes obstáculos, en la medida en que el varón conservaba la zona y el objeto de la sexualidad infantil y que la interdicción paterna en el interior del complejo de Edipo abría la elección de objeto heterosexual, al renunciar a la madre bajo la amenaza de castración sin embargo, aportes más recientes nos hablan de que no es tan sencilla esta resolución exitosa del Edipo en los varones, ya que se suscitan múltiples avatares en la constitución de esta virilidad, que implican el entrecruzamiento de aspectos pulsionales y de identificación y de igual manera, representaciones sociales y relaciones de poder que las matizan   (Blestcher, 2002).

    En la clínica, es verdad que se suele apreciar en los discursos que circulan en los análisis y en las consultas de muchos pacientes varones, una serie de modificaciones en las representaciones de género y en el modo como éstas inciden, en ocasiones de forma traumática, originando malestares y conflictos. Como sabemos las antiguas representaciones sociales dominantes en el modelo patriarcal, evidencian su fractura y esto determina la aparición de síntomas específicos en las subjetividades masculinas, manifestados como vulnerabilidad, incertidumbre, angustia y desorientación en torno al reposicionamiento en los roles, que conllevan procesos de des- identificación con los ideales y enunciados constitutivos del yo y de la estima de sí mismos. En este sentido es que el autor habla de un “desfonde de la masculinidad,” al sustentar que en nuestras sociedades posmodernas, los emblemas de ser hombre, se hallan en permanente mutación, lo que ha desbaratado y puesto en tela de juicio los antiguos sentidos y significados de la masculinidad, dando por resultado el que estos sentidos se tambaleen, ya que por ejemplo un hombre como pareja, ya no es exclusivo de una mujer, como tampoco es ya el único proveedor económico y este punto aclara, que en la actualidad se emplea más a mujeres que a hombres en las distintas profesiones, al menos en su país, Argentina.

    Por otra parte nos dice el autor, el hombre hoy día como padre, tampoco es esencial ya que este lugar , al menos en lo imaginario, puede ocuparlo cualquier pareja o pariente masculino de la madre; como divorciado es común que regrese a casa de los padres, dándose un choque entre independencia y dependencia como hijo de familia y como amante. Por otra parte, el autor considera que hoy día ya son muy pocas las mujeres que permanecen en una relación estable y duradera con un hombre cuyo desarrollo profesional y personal, esté por debajo del que ellas poseen. En una palabra, nos dice, el hombre está en arenas lodosas desde que las mujeres han tomado la delantera y ya no los necesitan.

    A criterio personal puedo decir, no estoy de acuerdo con esta postura que considero radical en el autor con relación a que las mujeres no aguantan una relación con un hombre de menor valía social o económica que ellas y por otra parte, que es una realidad que las mujeres ya no necesitan de los hombres, ya que nos parece que esta observación generalizada, obedece más bien a una particularidad social quizás matizada por su entorno cultural sudamericano, porque en nuestro país México y propiamente en el Estado de Coahuila, más bien se observa lo contrario es decir, que es común encontrar mujeres que se relacionan e incluso se casan con hombres de menor grado académico o social o bien, sin instrucción universitaria en tanto que ellas si la tienen y por otra parte, habitualmente acuden a consulta mujeres solas que se deprimen por no encontrar una pareja que las acepte sin asustarse con sus éxitos académicos y laborales. Ahora bien, en efecto, reconocemos que hoy día los sentidos, significados y emblemas de la masculinidad quizás estén en frenética permuta como nos dice el autor, pero también sabemos que toda mudanza aun siendo caótica y generadora de una devastación, finalmente constituye una crisis y por tanto un cambio.

    En la actualidad posmoderna, indudablemente coexisten una multiplicidad de definiciones sobre masculinidad con sus signos, significados, significantes y emblemas muy particulares pero es un hecho que coinciden en que ya no descansan sus bases sobre un único perfil, el patriarcado, como era usual en décadas anteriores por lo que es indudable que estamos ante un contexto histórico-social en transición sin embargo, pudiéramos decir que es primordial distinguir los aspectos sólidos de la constitución psíquica, de aquellos otros que se hallan sometidos a modificaciones sociales, cuyo marca en cada sujeto en cuestión, es claramente identificable.

    En este sentido podemos referirnos efectivamente, de acuerdo con Blestcher   (2002) a un emblema básico del ser hombre que tiene que ver con su papel de proveedor es decir, el ser sostén económico de la familia que ahora, dada la incursión laboral profesional cada vez más frecuente de las mujeres, ya no se sostiene como privativo a su deber ser hombre y por otra parte, si además como varones, en su búsqueda de emblemas identificatorios se ven sostenidos por identidades precarias (en aquellos casos donde el padre o sustitutos imaginarios de éste están ausentes, como en los casos de inmigración masiva de estos genitores a países de mayor desarrollo) podemos imaginar la angustia de estos hombres de ver tambalear la importancia de sí mismos, y quizás también podríamos explicarnos el por qué en algunas circunstancias entran en colapso narcisista, Blestcher (2002) lo cual constituye un atentado a su masculinidad, y de ahí que no es inusual escuchar expresiones que recogen la impresión de ser poco hombres, o de dudar de su hombría y en este sentido el miedo de quedar sometido a otros incluso, paradójicamente, a otros hombres, por ejemplo en el mercado laboral.

    Es factible entonces reconocer que muchas de las angustias que se registran en los análisis de varones, corresponden a la presencia de fantasías y en ocasiones prácticas homosexuales en la infancia o pubertad, acompañadas de intenso padecimiento psíquico que sin embargo, habría que comprenderlos más como un síntoma de desorientación que un deseo por sí mismo, dado el complejo entrecruzamiento de los cambios en las condiciones sociales y los ideales que estos comportan, y que llevan a la desarticulación o desfonde Blestcher (2002) de enunciados sobre los cuales la masculinidad se ha construido.

    En este apartado quisiera apuntar que de igual manera, se observa en la clínica psicoanalítica, a mujeres jóvenes y no tan jóvenes que entran también en colapso o síncope narcisista justamente al encontrarse con que “ya no hay hombres” sino contendientes inseguros que las perciben o bien peligrosas, cuando no inalcanzables, pero el caso es que ya no se sostienen como pareja y en este punto cabe la pregunta de si esto tendrá que ver con que algunas mujeres viran hacia otras mujeres como objeto de amor y deseo sexual sin tener ninguna estructura homosexual, por lo que: ¿Acaso podríamos hablar quizás de lesbianismo como síntoma de la época? Valdría la pena investigarlo.

    Ahora bien, volviendo al tema que nos ocupa: La masculinidad ; si bien es cierto como lo afirman diversos autores y lo he constatado en algunos casos de pacientes varones, que los cambios sociales pudieran evocar en algún sentido que como hombres se sintieran castrados o incluso feminizados, por otra parte no debemos olvidar que en la constitución del género masculino existe una cierta paradoja constitutiva y no producida por los cambios sociales, con relación a la sexualidad misma, que puede ser definida, Bleichmar (2004),como una búsqueda frustrada de apropiación de la masculinidad a partir de la introyección de un atributo genital de otro hombre: el padre. En este sentido entonces y, conociendo la necesidad de este aspecto fundamental de la identificación al otro masculino sustentado por la paradoja de ocupar un lugar pasivo ante el otro, que le permita a un varón apropiarse de los atributos que habiliten el acceso a una posición sexuada masculina, sabemos que todavía en algunos grupos sociales se mantienen ciertos modos iniciáticos que si no constituyen especialmente un ritual, si mantienen la estructura de un mito y un ejemplo lo encontramos en nuestra cultura latina, donde existe la costumbre aún frecuente de que el padre lleve a su hijo imberbe, al encuentro con una prostituta muy preocupado por su desempeño sexual, lo que en algunos casos verdaderamente tal desempeño, viene a constituir una prueba de la virilidad o potencia sexual del padre, algo así como un “de tal palo, tal astilla”

    En este sentido es viable entender que en toda civilización, existan ritos de transmisión de la masculinidad o de feminidad, de acuerdo a la idiosincrasia particular de cada cultura o grupo social, como nos lo hace ver Gilbert (1982) con su estudio antropológico acerca de Los Sambias , de Nueva Guinea, de quienes dice que los varones de esta tribu, en el ideal de alcanzar la pureza masculina toda su vida se ven enfrentados a durísimas tareas cuyo logro les permite el acceso a la virilidad, ya que están convencidos de que ésta no es natural sino que tiene que armarse o construirse y de ahí que a sus púberes los someten a una inducción, pudiéramos decir, dolorosa de la virilidad en una secuencia de ritos de transición, como el propinarles palizas con el objetivo de sacudirles todo lo que la leche materna les improntó en sus cuerpos, e inducirlos a una fase de felatio con hombres mayores, con el fin de que asimilen y más bien literalmente traguen, lo que de virilidad contiene esta “leche” ahora masculina.

    Con relación a estas tribus de Nueva Guinea, Gilmore (1994), nos dice que algo que distingue a los Sambias de otras tribus, es justamente esta fase de homosexualidad ritualizada como factor de iniciación a la masculinidad en un protocolo, como habíamos dicho, en el que obligan a los púberes a practicar felatio con un adulto y cuyo objetivo no es el placer propiamente sino el que traguen o asimilen su semen con la fantasía de que este adulto, generalmente un pariente cercano, en este acto – ritual, proporcionará la sustancia de una creciente masculinidad pues de lo contrario, no se desarrollará en el cuerpo del chico con la musculatura viril necesaria y distintiva de un cuerpo de hombre.

    Para los Sambias, terminada la fase de iniciación y acceso a lo masculino a través de esta modalidad homosexual, se espera que el niño se desarrolle como es debido y en el futuro se case y tenga hijos, de modo que como mencionamos esta forma singular de acceder a la masculinidad vía la asimilación de la leche paterna (semen) que viene a sustituir la leche materna, es para esta tribu su rito de iniciación y ascenso a la virilidad en los sujetos hombres, en donde si uno de estos chicos se transforma en homosexual, para ellos la génesis de esta postura se forja desde otro orden, acaso porque el chico no se sacudió la leche materna por más palizas y pruebas de valentía que le impusieron y no justamente por tragar el semen ( leche virilizante) de un adulto hombre.

    Ahora bien, considerando nuestra cultura occidental donde aún se piensa a nivel de las comunidades que la masculinidad es adquirida literalmente por identificación imaginaria a los atributos que el niño incorpora o hereda del padre, vemos como en esta apropiación imaginaria del rol masculino, el varoncito hereda tácitamente un mito confirmando como habíamos dicho el “de tal palo , tal astilla “ y que tiene que ver con la ecuación lineal pene-varón, en donde el pene se relaciona con el falo y a éste con el poder físico, económico, etc.

    Desde esta perspectiva cualquier coto o signo de riqueza en el sentido de posesiones lleva sí, no a todos, a la mayoría de los hombres, a mal interpretar esta potencia fálica homologándolo a la peniana y de ahí que se susciten malentendidos de todo tipo, tanto entre hombres, de quienes conocemos la usual conducta de mirarse entre sí en el orinal de los baños públicos, aunque no sabemos si siempre se trate de comparar la potencia fálica/peniana o por otros motivos, pero el caso es que al parecer muchos hombres acostumbran a comparar el tamaño de su órgano peniano, relacionándolo con el éxito en su relación con las mujeres, malentendido por el cual el hombre común sufre asombrosas decepciones, ya que por otra parte parece ser una cuestión trascendental que el vulgo publicitario explota con temas como “el tamaño sí importa o, no importa , etc.

    Ahora bien, un mito clásico de este poder fálico /peniano es el de asumir que ante el malestar femenino como cólicos menstruales, depresiones, angustia, tristeza, etc., ellos deben responderle a su amada, dándole justamente lo que como hombres tienen, su potencia fálica – peniana, que siendo fuente de poder, placer y energía, bastaría con realizar el coito para que de inmediato cesen todos los malestares de ella. Craso error y sin embargo muy difundido y que suele traducirse en la queja de muchas mujeres, quienes dolidas expresan con gran desilusión “lo único que les interesa a ellos es eso” y de ahí que diversos autores coincidan en apuntar que esto es así, desde el momento en que el objetivo para el hombre en la sexualidad es el orgasmo, Verhaeghe (2001) en tanto que para la mujer, la cópula es más bien un medio para alcanzar otra cosa, la de reforzar, instalar o formalizar una relación de amor y de ahí también que, como lo hemos observado en la clínica con parejas, la queja común de los señores, es percatarse de que una vez que se solidifica la relación en matrimonio y se logran los hijos o quizás antes, el deseo, el apetito sexual de la mujer declina o desaparece.

    Y aquí nos surge la pregunta: ¿Será tan lineal y directa esta declinación sexual en la mujer tras haber logrado el objetivo de amarrar a un hombre, o más bien se relaciona con los goces disimiles entre los géneros, que ni uno ni otro acepta? Creemos que la respuesta descansa en la segunda opción y fue justamente uno de los objetivos de este trabajo corroborarlo.

    Ahora bien es un hecho visible que en los tiempos sociales que nos atraviesan, los hombres también han cambiado, ampliando su goce a un más allá de la potencia fálico/peniana, se trata de las nuevas masculinidades, donde el acceso a una imagen más amplia de lo que significa ser hombre, ahora abarca el rol paterno, que décadas atrás se reducía tan sólo al papel de procreador biológico y proveedor económico y en este sentido Gutman, nos dice: “Muchas de las imágenes que los antropólogos han ido creando sobre los hombres mexicanos de la clase trabajadora están equivocadas y son dañinas. Por ejemplo, mientras que el ‘hombre mexicano típico’ era representado a menudo como un macho mujeriego y bebedor, esa imagen pasaba por alto, en gran medida, las actividades relacionadas con la paternidad en la vida de millones de hombres mexicanos” Gutman (2005; 2), hecho que como sabemos hoy día es usual y cotidianamente evidente y no necesariamente un factor emergente como lo denunció la película Kramer vs. Kramer en los setentas.

    Por su parte Viveros (2003), en su artículo «Perspectivas latinoamericanas actuales sobre la masculinidad»   centra su trabajo en los diferentes enfoques que atraviesan los estudios sobre la masculinidad, poniendo el acento en las diversidades de acuerdo a la cultura y sobre todo con relación al otro de la diversidad sexual y en esto, estamos enteramente de acuerdo con la autora ya que hablar de la condición masculina, es hablar de estos cambios a los que hemos hecho referencia y que no sólo atraviesan las relaciones con las mujeres, signadas por el erotismo, la sexualidad, la violencia, el amor y el poder en estos ámbitos sino que, deben ser vistas a través de las crisis tanto sociales, como las que han incidido en la subjetividad de los individuos, las cuales han repercutido a su vez, sobre la condición masculina por lo que ahora debemos tomar en cuenta otros elementos además de la paternidad, como son, la homosexualidad y las nuevas formas que ha tomado la familia.

    En concordancia con Gutman (2005) y Viveros (2003) podemos decir que efectivamente en nuestro país, México, cada vez son más los hombres que desde la perspectiva de la paternidad, expresan y experimentan emociones que los ubican del lado de los sentimientos antes difíciles de exhibir socialmente entre varones, y no se diga cuando el hijo-a nace, o en sus primeros intercambios con el bebe, campo antes exclusivo de las madres, ahora son ellos quienes prácticamente crían y cargan a sus vástagos y aun cuando todavía en nuestro sistema laboral no se dan licencias por paternaje en los primeros tres meses del bebe, algunos de estos varones hacen coincidir sus vacaciones para disfrutar la llegada y crianza temprana de sus hijos. De igual manera los vemos en las juntas y festividades escolares y no es inusual ahora, que acuda el padre cuando se les cita para la primera entrevista, con el psicoterapeuta y/o psicoanalista, cuando se trata de un menor por el que consultan.

    Es también un fenómeno actual que en muchas de las angustias desbordantes de la época, por las que los hombres solicitan consultas de urgencia, se trate de padres devastados emotivamente que se encuentran en proceso de divorcio, viéndose enfrentados con las impunidades de la ley que en nuestro Estado coahuilense, protege a las mujeres otorgándoles automáticamente la guarda y custodia de los hijos engendrados dentro del matrimonio, en tanto a ellos los dejan sin la posibilidad de continuar el paternaje con éstos, a causa de los boicoteos en las visitas programadas por el juez o la autoridad correspondiente y de ahí que, la depresión consecuente es evidente y se registra en ellos la misma angustia desbordada y desorganización emotiva, Pérez, L. (2008) a punto de una locura histérica, Maleval (2002) que suele encontrarse en muchas madres cuando se enfrentan a la dolorosa perspectiva de perder por alguna razón a sus hijos.

    Es importante destacar en este punto, que incluso hombres que a sí mismos se consideraban “Machos” cuando ocurre que la madre es quien se separa de los hijos por conflicto o defunción, en muchas ocasiones son ellos quienes dejando atrás su rol machista, pendenciero y mujeriego, independientemente de la edad, asumen el rol materno/paterno en muchas áreas con su prole, descubriendo un acercamiento afectivo con estos, que no habían experimentado antes y que ahora viven como una experiencia enriquecedora.

    Es evidente entonces que si la forma de ser mujer ahora, ha cambiado sustancialmente tanto en los usos como en las costumbres, el desempeño del rol de hombre también se ha transformado a favor de actitudes que antes se pensaba que sólo pertenecía a las mujeres, como la sensibilidad, la expresión de los afectos, la afectividad hacia los hijos, la exposición de sentimientos tiernos y cálidos con la gente que aman, todo lo cual no cambia ni un ápice su concepto de virilidad y ha permitido que como padres ahora sí, brinden a sus hijos un sustento mas allá de lo económico y moral posicionándose en esto más allá del falo Lacan (1973) en la visualización y descubrimiento de un goce más abarcativo y altruista y con relación al otro.

    En este específico punto nos parece, es importante subrayar no obstante que esta nueva postura masculina con relación a ser padre, pudiera estar relacionada con el lugar que ahora tienen los hombres ante las mujeres de la postmodernidad Sinatra (2003) quienes ahora, como hemos apuntado más arriba, no sólo han incursionado en los ámbitos que años atrás solo eran exclusivamente para hombres, sino que además y por otro lado tal triunfo de las mujeres, parece haber arrasado con el éxito netamente masculino, cuestión evidenciada sobre todo en espacios pertenecientes al mercado ejecutivo-profesional, donde el autor nos dice: “…la sola mostración de las llaves del departamento o del auto (que ellas poseen) puede intimidarlo. Blandir estas llaves, toma el valor de una amenaza a la posición de este “pequeño hombre” llaves que a su vez devienen un nuevo emblema de su condición de “nuevas propietarias” (trasmutado ahora en emblema femenino)” Sinatra (1993; 32)

    De acuerdo con el autor entonces podemos suponer que ¿La posición masculina demeritada ante la posición femenina en la actualidad, es una de las razones por lo que al desvanecerse el hombre está surgiendo el padre? Y, yendo un poco más allá en esta conjetura, ¿De igual manera será que al surgir la mujer, la madre se desvanece? Me parece un punto interesante que valdría la pena indagar más a fondo mediante otra investigación, dado que ahora finalmente se reconoce que existen madres que para nada corresponden a la noción dogmática y ancestral sostenida socialmente en la que se asegura que el concepto madre es igual a ángel benefactor.

             BIBLIOGRAFIA

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  • O bien la angustia o bien el concepto. Kierkegaard en el seminario de Jacques Lacan.

    O bien la angustia o bien el concepto. Kierkegaard en el seminario de Jacques Lacan.

     Patricia Garrido Elizalde

    Y no consideran  (Nietzsche, Péguy y Kierkegaard)

    la palabra repetición desde un punto de vista 

                                                         metafórico: sino que, por el contrario  tiene una cierta

    manera de tomarlo al pie de  la letra y de incorporarla al estilo.

    G. Deleuze

    Miserable destino! En vano adornas tu arrugado rostro

    como una vieja ramera, en vano metes ruido con cascabeles de bufón.

    De cualquier manera me repugnas, porque siempre eres el mismo

    aplastándonos y reconociéndonos. ¡Venid sueño y muerte!

    Vosotros no prometéis nada y lo cumplís todo

    S. Kierkegaard[2]

         Lacan  fue un lector de Kierkegaard (1813-1845), una presencia conspicua citada a lo largo de su enseñanza. Nada  indiferente a sus textos, muy tempranamente (1948)[3],  comenzó  su referencia al filósofo a propósito del   humor,  y más tarde,   tomaran el primer plano dos fenómenos en esta enseñanza:  La repetición y La angustia. Una doble figura del real con la que la existencia se encuentra.  Dos  asuntos kierkegaardeanos más serán  también objeto de su interés:  el instante y la existencia.  Una de las referencias más agudas y actuales es aquella de Yves Depelsenaire, Un análisis con Dios, La cita de Lacan y de Kierkegaard. [4]

    En el seminario R.S.I,  en la sesión del 18 de febrero de 1975[5]. última referencia cotejable  de Lacan al autor,  en su démarche se explayó diciendo:
    [] es de una extenuación filosófica tradicional, de la que el extremo está dado por Hegel, que algo retoñó bajo el nombre de un llamado Kierkegaard.  Saben que su promoción de la existencia como tal , la denuncié como convergente con  la experiencia de un Freud, aparecida mucho más tarde. Resulta mucho más importante la repetición y como más fundamental en la experiencia, que la resolución de la tesis. Antítesis,  síntesis, con la que un Hegel transmite la historia. El marco de esta función se encuentra  en el goce. Las relaciones vividas por el Kierkegaard en cuestión son aquellas de un nudo jamás confesado,  que es aquel de su padre con la falta.

    De este enunciado 5 cuestiones con valor de proposición podemos extraer:

    1. Una tesis sobre la lógica del “rebote” histórico-filosófica que Kierkegaard encarna con relación a Hegel.
    2. Un recordatorio de una filiación efectuado por Lacan entre Kierkegaard y Freud, anudada alrededor de este concepto bien “cargado” de existencia.
    3. Una afirmación de la verdad del concepto kierkegaardeano de repetición, como “verdadera brújula” para la experiencia analítica.
    4. Una precisión sobre lo que da la medida de esta repetición: es decir,  el goce.
    5. Una indicación clínica que revela ese punto nodal en la existencia del  filósofo, a saber, la falta en el padre.

    Un conjunto de tesis que apuntan -en un anudamiento topológico-,  a hacer coincidir al padre del existencialismo con Freud bajo la signatura de Lacan.

    Por otra parte, Lacan y Kierkegaard, dos recorridos en la historia del pensamiento en el que creeríamos a priori que habría un vacío en  su intersección. ¿Qué sentido puede tener una referencia al solitario de la libertad y de la elección en una obra como la de Jacques Lacan en la que se demuestra el sujetamiento radical del Parlêtre? El sujemiento del  serhablante.  Pero, ¿Cómo no acercar  a aquel que asoció su nombre  con  el “ reconocimiento de la repetición”,  a este otro que promueve la “repetición”, aquella  abierta por la experiencia freudiana, como uno de “Los fundamentos del psicoanálisis[6]”?   o en otro ángulo ¿Cómo no pensar que aquel que buscó en la angustia la propedéutica absoluta para la metafísica no abriría la brecha que condujo al inventor  del objeto  “petit a” del cual la angustia sería “el implacable pasador[7]”?  Debemos al mismo tiempo señalar que Freud en ningún texto  y en ninguna obra hizo mención  de Kierkegaard,  aún y cuando sus obras habían aparecido traducidas al  alemán en 1909. Ignorancia que se ha verificado,  a diferencia de Nietzsche o de Thomas Mann que habiendo omitido referencias a su lectura, se encontraron rastros de sus escritos en la biblioteca de Freud.

    Sin embargo, se puede seguir a Lacan y su referencia al filósofo desde el año 1948 hasta, esta última referencia del año  1975.  Por los menos, una fulgurante  cincuentena de veces kierkegaard es nombrado.[8]

    El apoyo de Lacan en Kierkegaard es observable una vez que se recorren sus citas al filósofo, aún cuando haya esos virajes llamados “períodos” que trastocan fundamentalmente  su pensamiento. Hay una manera muy específica en la que Lacan se apoya en Kierkegaard , a veces de forma lacónica, fragmentaria y seca, que deja en suspenso al oyente-, no obstante, la reiteración de la apelación,  puede equivaler a un índice de algo que a través de Kierkegaard, vuelve en el pensamiento de Lacan, aunque esto no sea claramente evidenciado.

    Lacan trabajó de manera constante con los filósofos de Platón y Aristóteles a Heidegger, vía Descartes, Kant, Hegel o Kierkegaard.  Hizo esfuerzos extremos para no dejarse identificar como filósofo, a medida que él confeccionaba su propia démarche y ésta tomaba forma, al  recorrer su pensamiento  se advierte que se sostenía en  mostrar  una fuerte distancia entre el decir del psicoanálisis  y el de la filosofía, tanto que llegó al extremo de exhumar un vocablo del siglo XVIII para definir su posición:  antifilósofo[9].  Colocándose de manera notoria  junto con  Wittgenstein y Nietzsche,  en la senda de una tríada – antifilosófíca – ya clásica: Pascal, Rousseau  y Kierkegaard.

    Sin embargo, ¿por qué acercarse a la filosofía? Me atrevo a pensar que en juego está una búsqueda de la especificidad del discurso analítico a través de los préstamos filosóficos,  clave, sin embargo, de  los propios malentendidos permanentes con los filósofos. Así en estos períodos a los que me refiero en el pensamiento de Lacan,  en cada uno  se franqueará siempre, por razón del contrapunto complejo,  entre los préstamos sacados de un discurso del ser y la maduración progresiva si no de la categoría, sí de la  dimensión  del real , que concentra una ruptura con esos préstamos filosóficos mismos.  Es en ese carrefour, donde  se encuentra con Kierkegaard. Pues para éste último, no se trataba de fantasmas conceptuales, sino de volver al hombre y a lo que realmente le afecta y le acontece.

    La angustia es un tema clave para las filosofías que parten de la existencia concreta.

    Erigir a la angustia al status de un fenómeno  que hace verdad para la comprensión de lo que es el hombre, no es sólo propiedad del psicoanálisis.   Con carácter de borde ésta no se le escapó a Kierkegaard, que con vibración vital  reconoce en ella una posibilidad de franqueamiento, de apertura, quizás de libertad. Por un lado, la comprensión de una experiencia impensable, irreductible a la pura aprehensión noética o lógica. Lejos de Hegel  partir,  fielmente,  de los estados que la angustia procura. Y por otro lado, un borde  distinto al  pensarla como aquello que está ligado originariamente a la condición humana. He aquí una puntuación  importante,   la angustia al ser el fruto de lo posible, de la libertad subjetiva y de la existencia de la falta,  no puede reducirse al positivismo de la psicología de la actualidad.  La angustia no es un mero estado psicológico o patológico, susceptible de medicalización.

    Efectivamente, el texto El concepto de la angustia[10] es una descripción fenomenológica exhaustiva de este afecto, su causa y sus manifestaciones de la cual el psicoanálisis puede valerse para decir con Kierkegaard, que la angustia no es aprehensible por ningún concepto, con  la destreza o más bien, el ingenio ampliamente verificado por la experiencia del análisis, de  colocar a la paradoja como un modo radical de pensar la angustia, desestimando la representación (cognitiva) y avanzando sobre la decisión (el acto). En este punto recomiendo vivamente las lecciones del seminario sobre La Angustia  que Lacan dictó en el año 1962-1963,  en el que  con toda pertinencia  vía nuestro autor discute a Freud en su texto Inhibición, síntoma y angustia.[11]  Tal es  el título, el eslogan, con el que, a un analista le viene a la memoria y con el que queda marcado lo último  que Freud articuló sobre el tema de la angustia. Sin poner el texto  inmediatamente en el armario,  Lacan  avanza una problematización que le impone  estudiarlo y llevarlo a su más allá.  Para tal efecto,  sugiere en principio,  poner a distancia  de este texto el tema de la angustia,  sin dejarlo por ello,  tampoco, en estado loco.

    []  como ustedes lo ven desde el comienzo, estoy decidido a trabajar sin hilo, y porque no hay asunto donde el hilo del discurso freudiano esté más cerca de darnos una seguridad en suma falsa, pues justamente, cuando entremos en este texto verán lo que hay que ver a propósito de la angustia, que no hay hilo. Porque justamente, tratándose de la angustia, cada eslabón, si puedo decir, como conviene, no tiene sentido más que para, justamente, dejar el vacío en el cual está la angustia.[12]

    Ya que en el discurso de Inhibición, síntoma y angustia, se habla de todo menos de la angustia, pues salta al entendimiento que estos tres términos no son del mismo nivel, constituyen algo heteróclito y es por ello que hay que escribirlos sobre tres líneas y desfasados.  Lacan con  su experiencia nos propone, entonces, en lugar del sentido de la horizontalidad lineal  dada por  Freud,  una matriz tipo red  que se escribe así (ver Fig,1, infra). Matriz que  construye sucesivamente ocupando  varias  sesiones del seminario en su transcurso, hasta completar cabalmente esa red  al colmar  los casilleros vacíos o dejados  al comienzo de su montaje  marcados provisionalmente  con una  enigmática X.

    Imagen 1

    Fig. 1[13]

    Y en la última   sesión de este seminario del 3 de julio de 1963,  aún  sirviéndose  invariablemente  del cuadro de referencia, es que propone su pertinaz lectura de Kierkegaard. Sin embargo, esta vez introduciendo las siguientes modificaciones: el mismo cuadro en sus ejes, otros inquilinos en  los casilleros.[14]

    Imagen 2

    Fig. 2[15]

    En el lugar de la inhibición está el deseo de no ver.  En vista de las disposiciones de los fenómenos, apenas es necesario argumentarlo, porque se cumple con todo. En la tercera casilla como turbación, el ideal. Es el Ideal del Yo, o sea, aquello del Otro, que es más cómodo introyectar, como dicen. En el corazón del cuarto nivel, en el lugar central del síntoma tal como se encarna, ahí se designa el fantasma de la omnipotencia.  Lo que pondremos en el lugar del  acting out,  es la función del duelo, ya que propone se reconozca inmediatamente  ver en él una estructura fundamental de la constitución del deseo. En el lugar del pasaje al  acto, el fantasma del suicidio, cuyo carácter, así como su autenticidad, deben cuestionarse esencialmente en el interior de esta dialéctica. Abajo a la derecha, sigue estando la angustia, aquí en tanto que enmascarada.

    En el lugar del embarazo, lo que llamaremos legítimamente el concepto de la angustia. No sé si se dan cuenta del todo de la audacia que aporta Kierkegaard con este término. ¿Qué puede querer decir esto, salvo, que la  incidencia verdadera sobre  el real es, o bien la función del concepto, según Hegel, o sea, la incidencia simbólica, o bien lo que nos da la angustia, única aprehensión última y en cuanto tal de toda realidad – y que hay que elegir entra ambas—?

    El concepto de la angustia sólo surge pues en cuanto tal en el límite, y de una mediación de la que nada nos índica no tropiece muy pronto con su tope. Pero lo único que nos importa es encontrar aquí la confirmación de las verdades que en la práctica analítica se  abordan  por otros caminos.

     Para Kierkegaard el resorte de la angustia es inarticulable sin el concepto de pecado.  Y es por eso que su argumento se centra en el evento determinante de la caída de Adán. Para este acercamiento nuestro autor se vale de un presupuesto dogmático, de que existe para la angustia: el pecado original. En términos de Kierkegaard, su investigación psicológica está supeditada a una premisa teológica que sostiene que  en el fondo el pecado no depende de ninguna rama del conocimiento.

    La pregunta que organiza su argumentación es la siguiente: ¿Si el pecado de Adán es el que introdujo el  pecado a toda la humanidad? La respuesta  clásica y común sería afirmativa, y es esa afirmación la que Kierkegaard va a rebatir. El eje de su reflexión es fundamentar al primer pecado como Concepto.  Y hacer tradicionalmente  una diferencia entre el primer pecado de Adán, y el de cada hombre.  Ya que esta primera   posición aquella con lo que comienza su interrogación al formular la pregunta,  es  una concepción imaginaria sobre la conducta de Adán, “como mandatario de toda la humanidad”.[16]   Este termino de “imaginario” designa una concepción que choca con todo concepto. Presupone como condición volver a situar a Adán, fuera del género humano,  no incluido en el conjunto. Ya que  tendría un comienzo fuera de sí mismo. Por otra parte,  el que sea como condición para todo hombre,  deja fuera, de la historia  del género humano a Adán: luego,  habría un comienzo que  partiría con él,  pero  que lo dejaría fuera a él mismo:  Lo que es contrario a todo concepto. El pecado no es consecuencia de la pecaminosidad,  en tanto mito racional sería lo que exigiría por consecuencia la razón: el pecado sería más bien  la condición que precede la pecaminosidad. Recurre pues a una lógica numérica  sobre el comienzo.  La nueva cualidad se produce entonces,  el origen mismo por un acto, con el “salto cualitativo”. Un concepto que permite fundar un principio de individuación.  Lo que se revela crucial es que de lo que se trata es de un acto, un salto en el pecado, y de su repetición con cada uno.  Al tiempo, crea un espacio para el sujeto en tanto límite y en tanto carencia. Lo singular y concreto, la existencia humana, no en su generalidad, sino en la particularidad de cada uno. El ser como contingencia y no como momento de una Razón absoluta y universal, al modo hegeliano.

    Toda la fuerza de su teorización reposa en el hecho de que es por relación a esta ruptura donde se juega un proceso de subjetivación (diríamos ahora) en la que se sitúa la angustia.

    ¿Por qué un ensayo como el  de la pecaminosidad del hombre vendrá a  apoyar la comprensión de lo que es, en el decir de Freud: “la angustia como el fenómeno fundamental y el problema principal de la neurosis”?. Y en palabras de Lacan, aquellas de 1970 en la que  una vez cerrada la Facultad de Derecho, en la escalera de Panteón,   espeta, sobre  el reverso de su discurso: Lo que estoy desarrollando con el nombre del discurso del amo motiva ya la forma en que abordé la angustia. […] en tanto es el afecto central, en torno al cual todo se ordena. [17]

    Se trata de apuntar a las funciones del amo y del esclavo en tanto determinan la vida contemporánea  y por tanto ,  inverso al discurso psicoanalítico, por otra parte subrayo el decir de la angustia como un afecto central en torno al cual todo se ordena.

    II.  La audacia de Kierkegaard: El seminario de la Angustia.

    Como sabemos Lacan  tuvo 30 años de enseñanza pública, en el año 1962-1963,  la continuidad de su seminario en esta ocasión el décimo segundo, la consagra  a La Angustia, un tema eminentemente clínico del que no necesita de la fenomenología para describir lo que su práctica le enseña, sin embargo es el lugar donde se cristaliza mejor el recorte psicoanalítico de la critica  kierkegardeana a Hegel, por la vía de la angustia.  Es suficiente con entrar a esas tres primera lecciones en las que posiciona su método (a propósito de la práctica analítica) y cuya guía perfila la angustia.  En ese preparación prontamente   vemos acomodarse  el nombre de Kierkegaard, diferenciándolo de otros pesadores  de cuño existencialistas  y de alto prestigio en esa actualidad: Sartre, Heidegger y otros,   balizado por Kierkegaard  y su Concepto de la Angustia   nos muestra ágilmente aquello que vendrá a diferenciarlo a él, Jacques Lacan, de  Hegel.  En esas mismas lecciones llega incluso a darnos dos irresistibles recetas  para obtener el amor, tanto en Hegel como de él,  una fórmula para el amor y por esa vía desmarcarse de Hegel.   Pero es la  desafiante e impalpable  experiencia de la angustia  la que ahonda la diferencia de Lacan con Hegel sobre el deseo .  La angustia para Lacan va a tener “una relación esencial con el deseo del Otro”.  Ahí donde en Kierkegaard  tendrá un vínculo trascendental, el recurso de Lacan de cara a Hegel será la función del Otro. Legitimando un  abordaje de la angustia  específicamente analítico: de “este fondo del cuadro, a los filósofos que nos observan —sobre el punto al que hemos llegado, los analistas — ¿estarán éstos a la altura de lo que hacemos con la angustia?”[18]

    Si Lacan concibe,  que el pensamiento existencial no es la única garantía de un recurso al afecto, un tema eminentemente clínico y  una problemática freudiana  de gran envergadura. Si legitima,  el abordaje analítico  en el  que acierta, en tanto que las ideas que recibe de la práctica psicoanalítica le aportan algo que no puede encontrarse fuera de ella. No obstante, Lacan  también recomienda  leer a Kierkegaard,  dando a entender que ahí habría algo de provechoso, será un autor al que Lacan pareciera no contradecir, llegando a mencionar  que: “La verdad, es Kierkegaard quien la da”,   y   al paso del tiempo entre ambos  podemos observar una conjunción:  su antifilosofía al poner en cuestión el discurso filosófico mismo, tanto como la lingüística, interrogados son forzados a desbordar sus límites disciplinarios, así que  la conjunción  no se reduce  a las  temáticas que son puntos de cruzamiento.

    Lo que le interesa a Lacan en esta “especie de ontologización de la angustia”, es el anudamiento conceptual propio a Kierkegaard, aquel del goce,  del lenguaje y de la falta. Que quedará claramente señalado en la cita  del seminario RSI, que subrayé   más arriba. Lacan se propone fuera de toda fenomenología arrancar  la angustia a todo  psicologísmo ,  convocando una alteridad que ilustra el problema ontológico propio al ser, que en el terreno Lacan es un sujeto en falta. Denominado más tarde este sujeto como : parlêtre.

    Me parece muy pertinente la apreciación de Paul Laurent Assoun, a propósito de la utilización de Kierkegaard por Lacan, del que nos dice: “este recorrido no es una muestra de un “suplemento de alma”  en la metafísica que substantifica e imaginariza al Otro. Sino por el contrario , es el bricolage de una metafísica a la medida de la angustia, para ganar “el suplemento del Otro””. [19] En efecto,  lo que Lacan gana con ello es salir de un hipersubjetivismo,  al destacar  lo que hace otredad al sujeto. 

    [] El espejismo surgido de una perspectiva  que podemos llamar subjetivista,quiero decir que , en la constitución de nuestra experiencia, pone todo el acento sobre la estructura del sujeto, esta línea de elaboración que la tradición filosófica moderna llevó a su punto más extremo, digamos en el entorno de Husserl, por medio del despejamiento de la función de la intencionalidad[20], es lo que nos vuelve cautivos de un malentendido, concerniente a lo que conviene llamar el objeto del deseo. ¿El objeto del deseo puede ser concebido a la manera con la que se nos enseña que no es ningún noema, ningún pensamiento de algo que se haya vuelto hacia algo único punto alrededor del cual puede volverse a encontrar,  el idealismo, su camino hacia  el real? ¿acaso es así en lo que concierne al deseo?[21]

    ¿Acaso el objeto del deseo está delante?  Este es el espejismo que Lacan pretende despejar, y es para rectificarlo que pasó por muchos caminos y una manera de acentuar esta rectificación  fue avanzando sobre las dificultades producidas en el progreso de la epistemología, el aislamiento de la noción de causa.  Sometida a una  sucesión de reducciones que la condujeron a una función tenue y equívoca , sin embargo  la función “mental” si se puede decir, de esta noción no puede ser eliminada, reducida,  a una especie de “sombra metafísica”.  Y no se reduce a un recurso  a la intuición  lo que pareciera  hacerla subsistir , reexaminar esta función de la causa  a partir de la enseñanza de la  experiencia  analítica, probablemente toda crítica de la razón pura, puesta al día de nuestra  ciencia, pueda hacerse.  

    Y lo que se pretende hacer para fijar nuestro objetivo, una vez formulado que como hecho de discurso y apenas anclado en esta dialéctica- se pretende hacer entender: el objeto…

    [] el objeto a minúscula, ese objeto que no hay que situar en nada que sea análogo a la intencionalidad de una noesis, que no es la intencionalidad del deseo, ese objeto debe, por nosotros, ser concebido como la causa del deseo y, para retomar mi metáfora de recién, el objeto está detrás del deseo.[22]

    Kierkegaard introduce El concepto de la angustia con una severa crítica epistemológica , que Lacan observa bien, dada la exigencia de responder al real que latente en este afecto, es el único para darnos la medida,  “ya que es lo que no engaña”.   Fuera  de una lógica fuzzy, someterá , entonces , El concepto de la  angustia al filtro de una escritura lógica, conduciendo  a la operación  definida  como la no conjunción de p y q, y no p y q a la vez. Una disyuntiva nada ajena a Kieerkegaard si tomamos en consideración el texto de una Verdad Subjetiva[23], cuyo punto de enunciación, pivotea  La alternativa[24]: O Esto, o Aquello (1843)[25].

    Es muy probable, mi querido lector, que más de una vez se te haya ocurrido dudar un poco, a pesar del prestigio de que viene revestida de la legitimidad de la famosa tesis filosófica que proclama que lo exterior es lo interior y que lo interior es lo exterior.[26]

    Kierkegaard “escribiente”, como Lacan, sabe que no se trata de filosofía, sino de literatura: «La ficción literaria provee de una especie de punto ideal».[27] Y la ficción de que se vale aquí Kierkegaard es el mito del pecado original. Las ficciones que envuelven a la doctrina religiosa. Ficciones, escrituras que cumplen para el autor danés una función de sinthome. Sabe que su salvación está en dar envoltura irónica y humor al goce, la duda y la desesperación.

    Se ve que el carácter propio del concepto de angustia es el de designar lo que no es conceptual. La angustia no puede ser el objeto de ninguna ciencia, por su esencia no depende de ninguna construcción teórica. El concepto de lo que escapa al concepto. La angustia en tanto no engaña es el índice del real, contrariando  la máxima de que todo lo que es real es racional,  ¿Es entonces que con la argumentación de Kierkegaard  se apunto justo a un concepto de un objeto real designando por lo que tiene de inasimilable? Parece que sí, pues es aquí donde se efectúa un viraje de Lacan respecto a Hegel : Si en sus primeras enseñanzas se “subordinaba lo real a lo racional” de ahí que se hablaba de una primacía del simbólico, es luego de este seminario de la angustia que “Lo real se desata de lo racional”. 

    Para concluir, sólo quiero llamar su atención en dos asuntos más que aparecen en este seminario que son un recorte, un recorte topológico,  en la lectura que Lacan hace  de nuestro autor:

    La primera  tiene que ver con la atención puesta en el objeto, el objeto de la angustia y la segunda con la atención situada en la  presencia del deseo del Otro. 

     Es de tradición en la clínica psiquiátrica, y de la que no escapó Freud, léase  en Inhibición, Síntoma y Angustia.[28] el decir que la angustia es sin objeto. Que a diferencia del miedo, uno no sabe de qué se angustia. Una distinción  que no tendría sentido si nos ocupáramos de los animales. ¿Qué es lo que dice Kierkegaard? Efectivamente, esta nada que nos afecta, o más propiamente, esta nada que afecta al sujeto no es nada , ya que “ en tanto, el objeto de la angustia es una cosa determinada, su nada, es realmente algo”[29], pues bien este objeto que no es uno en el sentido del clasismo  de la filosofía, vendrá a esclarecer el misterio de la angustia. Es justamente en este seminario en el que aparecerá una de las mayores invenciones de Lacan,  el objeto, petit a .  El objeto a minúscula  será mal que bien el objeto de la angustia. Pero éste será el mismo que el de la falta, el del deseo, la del ser  puro vacío designado por una notación algebraica, una letra. 

    Es pues, mediante el apoyo en la experiencia clínica, que Lacan muestra que la angustia no está ligada a la pérdida , a la pérdida del objeto, sino al exceso de la presencia de este objeto.  Y este afecto se genera y toma al sujeto justamente en la presencia del deseo del Otro. Como verán hay un asunto gramatical en el sentido del genitivo: y Lacan precisa es un genitivo subjetivo[30]. Ahora bien, si este es un afecto no egañador  (locución muy cartesiana),  ahí está la verdadera sustancia de la angustia.[31] Si hay una nada, si hay un flotamiento de la significación, ésta se impone con una certeza. Ya no hay incertidumbre, hay certeza. Para ser concisos, cuando en un  acontecimiento  el sujeto  hace la experiencia radical de la alteridad, en la que no sabe qué es lo que se quiere de él, justamente ahí donde eso le falta, ahí es presa de la angustia, en esa atmósfera de embarazo y caída ( laisser tomber) es el lugar donde la nada, en tanto presencia pura, viene a revelarse. Y para coronar vendría Freud a decir, eso que le falta es un asunto de castración. Esta es la condición de la angustia; No saber que objeto a –que objeto causa de deseo- soy para el Otro.

     

    NOTAS

     

     


    [1] G. Deleuze, Diferencia y Repetición,  tr. María Silva Delpy y Hugo Beccacece, Buenos Aires: Amorrortu/Editores,2006, p. 27.

    [2]  S. Kierkegaard,  Obras y papeles de Soren Kierkegaard. Estudios Estéticos, I. Diapsálmata. El erotismo musical, tr.  Demetrio G. Rivero. Madrid,  ed. Guadarrama,1969, p.52 / SV_ I.

    [3]  J. Lacan, “La agresividad en psicoanálisis”,  Escritos, I, tr. Tomás Segovia. México: Siglo XXI editores, 16ª. Edición, 1984, p. 116.

    [4] Yves Depelsenaire, Une analyse avec dieu, le rendez-vous de Lacan et de Kierkegaard Bruxelles, Colllection essais La lettre volée, 2004.

    [5]  J. Lacan, Seminario R. S. I. (1974-1975), estenotipia  en biblioteca de L’école Lacanienne de Psychanalyse, . http://www.ecole-lacanienne.net/stenos/seminaireXXII/1975.02.18.pdf,[ revisada el 25 de febrero, 2013].

    [6] “los fundamentos del psicoanálisis…”, fue el nombre que dio  Jacques Lacan al seminario que dictó en el año 1963-1964, y que en el terreno JA Miller, fue nombrado por éste como : Los cuatro conceptos Fundamentales del psicoanálisis.

    [7] Paul -Laurent Assoun, en el prefacio que elaborara para el libro de Rodolphe Adam, Lacan et Kierkegaard,, París, ed. PUF, 2005, p.XIII.

    [8] P. Verte “ Jaques Lacan, un etudiant cureux”,  Littoral  N. 27, revista de L’école Lacanienne de Psychanalyse, ´28.abril de 1989.  p. 196-198.

    [9] Alain, Badiou, Le seminaire, Lacan Lantiphilosophie 3, París, Ed. Fayard, 2013.

    [10] S. Kierkegaard, El concepto de la Angustia.  Tr. De Demetrio G. Rivero, Madrid: Alianza Editores, 3ª. Reimpresión, 2012 / SV1_ IV.

    [11] S. Freud. “Inhibición, síntoma y Angustia. Obras Competas , t. XX, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1996, pp. 71-164. Hay escritos de Freud que versan predominantemente sobre el tema de la Angustia, que  datan desde el año 1893 hasta 1933. Comenzando con el Manuscrito B, La etiología de la neurosis, secc. II, OC, t. I, op. cit.,aunque vivamente recomendamos consultar el último año de su elaboración sobre el tema  en las “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”, 32ª. Conferencia (primera parte),  en OCop.cit., t.XXII, pp.75-103.

    [12] J. Lacan, Seminario de La Angustia, sesión del 14 de noviembre de 1962.Versión crítica de Ricardo Rodríguez Ponte, en  http://cuerpo-txts-lacan-jacques.wikispaces.com/file/view/L-10vc-01-1.pdf/412043482/L-10vc-01-1.pdf [revisado Enero,2013].

    [13] J. Lacan,   Seminario de La Angustia, sesión 14 de noviembre, 1962. Versión crítica, op.cit., [revisado Enero,2013]

    [14] J. Lacan,   Seminario de La Angustia, sesión 3 de julio, 1963. Versión crítica, op.cit., en  http://cuerpo-txts-lacan-jacques.wikispaces.com/file/view/L-10vc-25.pdf/415072316/L-10vc-25.pdf [revisado Enero-Febrero, 2013].

    [15] Ibidem.

    [16] S. Kierkegaard, El concepto de la angustia, p. 30. / SV_ IV .

    [17] J. Lacan,  El Reverso del Psicoanálisis. Seminario XVII, Buenos Aires: Ed. Paidós, 1992. pp. 153- 160.

    [18] J. Lacan.,   Seminario  La Angustia,  sesión del  16 noviembre, 1962. Versión crítica, Op. Cit.

    [19] P. Laurent assoun, leçons psychanalytique sur langoisse. París: Ed. Anthropos/economica, 2002,p.80.

    [20] Edmund Husserl, Meditaciones cartesianas, Madrid: Ediciones Paulinas, 1979.

    [21] J. Lacan , Seminario La Angustia, clase 8: miércoles 16 de Enero de 1963. Versión Crítica. Op.Cit.,

    http://cuerpo-txts-lacan-jacques.wikispaces.com/file/view/L-10vc-08.pdf/415068804/L-10vc-08.pdf [Revisada 10 de febrero 2013]. El subrayado es del autor.

    [22] J. Lacan , Seminario La Angustia, clase 8: miércoles 16 de Enero de 1963. Versión Crítica. Op.Cit.,[Revisada  10 de Febrero,2013].

    [23] Luis Guerrero, La  Verdad subjetiva. Soren Kierkegaard como escritor. Universidad Iberoamerica, México, 2004. p. 15.

    [24] Ibid,  p. 60. Cfr.  S. Kierkegaard,  La Alternativa .Un fragmento de vida”.  Obras y papeles de Soren     Kierkegaard , Estudios estético I y II, I ed.,  ed Guadarrama, Madrid, 1969/  SV1_I V

    [25] Idem.

    [26] Ibid., p. 51 / SV1_I V

    [27] J.Lacan, Seminario La angustia, sesión de 5 de diciembre de 1963, Versión Crítica, op. cit., http://cuerpo-txts-lacan-jacques.wikispaces.com/file/view/L-10vc-04.pdf/415067374/L-10vc-04.pdf [20 de febrero de 2013].

    [28] S. Freud, op. Cit.

    [29] S. Kierkegaard, El concepto de la Angustia, p. 170 / SV_IV

    [30] Resulta de suma importancia tomar en cuenta el recorrido que realiza Michel Sauval,  a propósito del genitivo subjetivo y objetivo en el texto de Lacan y en particular, a aquel referido al deseo del Otro, ya que se presta a confusión y hace extraviase el sentido que da Lacan.

    http://www.sauval.com/angustia/s2deseodeA.htm [Revisado 20 de febrero, 2013]

    [31] Lacan. J., La angustia, seminario sesión del 19 de diciembre de 1962. versión Crítica, Op.Cit., http://cuerpo-txts-lacan-jacques.wikispaces.com/file/view/L-10vc-06.pdf/415068746/L-10vc-06.pdf [Revisada 22 Febrero, 2013].

  • La Pantalla fantasmática de la Política.

    La Pantalla fantasmática de la Política.

     Pablo Tepichin.

     

    Vivir con la verdad es fácil,

    vivir en ella no.

    “Water”

     

    ¡Dije filosofía política, estúpido!

     

    En la actualidad, la cartografía de la cuestión política se desdobla a partir de un entorno ominoso del cual apenas advertimos sus ángulos más siniestros. Mientras el mundo celebra los años dorados de la globalización contemporánea, ésta reposa sobre la lógica del Homini Sacer, personas excluidas del orden civil, mientras celebran la era de la homogenización del consumo, éste descansa en la subsunción real bajo el capital. Mientras celebran la comunidad política de amigos, ésta se sostiene en la figura de la enemistad y del conflicto permanente. Mientras celebran la democracia liberal como la forma política por excelencia, ésta se proyecta a través de la intolerancia y la exclusión global extendida en cualquier localidad, región o país. Mientras celebran el influjo de las neurociencias, la humanidad se tiende en el estéril escepticismo de la eutanasia de la razón pura.

    En general, algunos de estos procesos se muestran o son vividos “espontáneamente” como “apolíticos”. Sin embargo, encierran en la práctica, una lucha por la hegemonía ideológico-política; a saber, una disputa por la apropiación de aquellos conceptos en apariencia apolíticos, pero con la importancia necesaria como para definir el funcionamiento de un orden social.

    ¿Cómo es pues posible interpretar la crítica de la ideología, la violencia contemporánea, las representaciones del capitalismo actual, las relaciones sociales de dominación, y, de manera general, nuestro entorno político, social y cultural, a partir de un vibrador, un huevo kinder, una guerra ausente de bajas, un chocolate laxante, con la figura de Sade como una figura ética, a partir además del sujeto cartesiano en su versión kantiana y que todo esto nos lo explique un cinéfilo y ex candidato a la presidencia de Eslovenia? Encontrar respuestas a las principales interrogantes de nuestra época, pero sobre todo, generar una constante producción de pensamiento crítico, las establece uno de los filósofos y también uno de los psicoanalistas y estudiosos de la cultura, considerado ya clásico, más ingeniosos de nuestro tiempo: Slavoj Žižek.

    Con múltiples recursos, Slavoj Žižek se encuentra interpretando y dislocando la escena dominante de la política contemporánea; desde la sociedad multicultural, la tolerancia, la religión, la política antiterrorista de Estados Unidos, los derechos humanos, la mundialización, la sabiduría de la New Age, los fundamentalismos, la democracia liberal, la despolitización, todo ello en el marco de la “desterritorialización” y el resurgir de las “reterritorializaciones”, como al menos una de las divisas de la reproducción global de la forma social capitalista. 

    Slavoj Žižek creció durante la época comunista en Ljubljana, capital de Eslovenia, en la Yugoslavia de la postguerra. También sociólogo y filólogo, desde muy joven los intereses de Žižek apuntaron, incluso antes que la filosofía, hacia el cine, vocación que sin duda, no sólo lo marcaría de por vida, sino que muchos años después se dedicaría a éste, para decirlo con un término lacaniano, anamórficamente. De hecho, en su juventud realizó una película de la que todavía se avergüenza, considerándola como Secreto de Estado.[1]

    En su primer libro, publicado al final de la carrera, Žižek aborda el pensamiento de Heidegger y de Derrida. Posteriormente para concluir el máster, el filósofo balcánico se aboca a las teorías francesas de la práctica simbólica: Derrida, Kristeva, Lacan, Foucault, entre otros, para concentrarse después en los años setenta, en su segunda tesis doctoral, de lleno en la perspectiva lacaniana.

    Al provenir de la escuela psicoanalítica lacaniana de su país de origen; la investigación de Žižek quedó claramente sellada por el estudio de los mecanismos fundamentales en el campo ideológico-político; a saber, la identificación, el significante amo y la fantasía ideológica. Además, esta línea del psicoanálisis aprovecha las categorías de Jacques Lacan para analizar textos filosóficos clásicos; Platón, Kant, Marx y, sobre todo de Hegel, cuyos planteamientos Žižek abordará de manera aguda en la consecución de su propio diseño filosófico. 

    La novedad y la solidez teórica que adquirió el filósofo esloveno, se debe, precisamente, a que construye un dispositivo teórico poco ortodoxo desplegado desde la teoría y de la práctica psicoanalítica lacaniana, abordando la economía política marxista y sellarlo con su apreciación de la cultura popular y en ésta, hallando en el cine un importante sostén para complementar sus reflexiones.

    Aunque enfatiza al cine manufacturado en Hollywood como una constante producción de utopías, nuestro autor se desliza de Hitchcock a Lynch, de Buñuel a Kurosawa, de Kielowski a Polanski, de Kubrick a los Cohen y de Cuarón a Wachowski. El séptimo arte es para él, el lugar por excelencia de la ideología, donde ésta se encuentra en su estado de máxima pureza, como una pantalla de fantasías, deseos y censuras, y donde cada vez se desdibuja la brecha que separa la realidad de la ficción, como se refiere en la expresión “Bienvenidos al desierto de lo real”.[2] En todo esto, la intención de Žižek es clara: confrontarnos como sujetos sociales en lo que llamamos realidad y explicarnos a partir de qué y cómo se constituye ésta. 

    En las obras de Žižek, el lector puede encontrar referencias, si no es que en ocasiones los mismos ejemplos, para explicar diferentes fenómenos sociales a la manera de un “texto escritural”, como lo describió Laclau. Al final, las reflexiones de nuestro autor se convierten en una serie de intervenciones teóricas que se alumbran unas a otras, no en función del progreso de una argumentación, sino en función de lo que se denomina la reiteración de esa argumentación en diferentes contextos discursivos.

    Aunque por este aspecto se le ha señalado como un pensador reiterativo, lo cierto es que cuando Žižek aborda el psicoanálisis lacaniano, la dialéctica de Hegel y la economía política marxista, en cada una de sus reiteraciones construye parcialmente una argumentación en vez de simplemente repetirla.

     

    El semblante de la realidad

    A principios de los años 90 de la centuria pasada, los centros de gravedad geopolíticos comenzaron a desplazarse. El mundo occidental transitó de la bipolaridad, a un orden unipolar aparentemente neutralizado, ostentándose no como una alternativa, sino como la opción válida, real y única. Hace 20 años, con la caída del muro de Berlín se bajó el telón de acero de la ideología, al tiempo que algo más sutil y casi imperceptible se elevaba poco a poco ante nosotros, el telón de terciopelo de la cultura o quizá, dicho con más precisión, el telón resignificado de la ideología.

    En este periodo, Žižek se alejó de la tendencia hacia la “culturización de la política” y del discurso reiterativo que celebraba a la democracia con el epíteto “es el peor sistema, pero es el único que tenemos” o de que es un sistema “bueno en sí mismo” y, por supuesto, también tomó distancia del discurso del fin de la historia que promovía Francis Fukuyama. Recientemente, Žižek ha venido realizando una crítica a la visión estándar de la biopolítica pospolítica, percibiéndola como dos dimensiones que se solapan, una administración especializada y despolitizada, que recurre al miedo como principio movilizador fundamental.[3]

    Hace veinte años, Slavoj Žižek publicó El sublime objeto de la ideología. A partir de entonces, las coordenadas del psicoanálisis se trastocaron y comenzó a darse un giro en la comprensión de la política. El filósofo esloveno inició una ininterrumpida producción teórica, publicando casi dos libros al año en la que va dialogando, revisando y superando algunas de sus proposiciones fundamentales.

    En una primera teorización sobre la ideología, Žižek la plantea como la ilusión que llena la brecha de una imposibilidad inherente, convirtiéndose en un obstáculo externo. En esta lógica, existe un vacío a priori o imposibilidad originaria en donde, precisamente, la ilusión radica que al superar aquel obstáculo, obtendríamos la Cosa Real.

    De la mano de los Spectres de Marx derridianos, Žižek reflexiona acerca de una esencia preideológica; a saber, que no hay realidad sin el espectro, que el círculo de la realidad sólo puede ser cerrado mediante un extraño suplemento espectral. Para decirlo en otras palabras, la realidad que percibo nunca es “total”, no porque me evite, sino porque contiene un punto ciego que justamente indica mi inclusión en ella, es decir, el objeto a de la narrativa lacaniana.[4]

    Posteriormente en otro libro, Žižek incorpora a su análisis de la sociedad una curiosa pero significativa referencia comercial, “¡Inclúyanme afuera!” La frase revela el status intermedio del Sujeto en relación con el orden simbólico, entre la inclusión y la exclusión directas: el significante que “representa al Sujeto para los otros significantes” es el significante vacío, el “significante sin significado”.[5]

    En este sentido, se puede decir que una nada cuenta como algo. Precisa, Žižek, más adelante, con este significante, el Sujeto no queda sencillamente incluido en la red de significantes, sino que lo que se “incluye” en ella es la exclusión del Sujeto; queda marcada, registrada, señalada por el hecho de que ese significante no tiene ningún significado.[6] Así, un orden simbólico se basa, paradójicamente, en un espacio vacío o en el significante ausente, a través del cual la serie de significantes adquiere coherencia pues permite que se proyecten y reflejen los demás significantes.

    Esta apreciación es muy importante no sólo para comprender el sistema filosófico de Žižek sino, sobre todo, para advertir el modo de operar de la globalización política, el sistema social capitalista, la guerra o la política del miedo, en el contexto del multiculturalismo tolerante que critica nuestro autor, éste entendido como una forma invertida de racismo caracterizada por mantener las distancias: “respeta” la identidad del Otro, pero también un deseo secreto de que el Otro siga siendo “otro”, de que no sea demasiado parecido a nosotros. El respeto multicultural por la especificidad del Otro, afirmará Žižek, significa la afirmación de la propia superioridad.

    El verdadero semblante de la globalización o la “dialéctica de la globalización”, constituye la segregación de las personas* como la realidad de la globalización económica y construye nuevos muros para frenar la marea inmigrante. Así, la división fundamental es la que se hace entre los incluidos de la esfera de la prosperidad económica (relativa) y la exclusión de ella.[7]

    En este sentido, no se trata de la paradoja fácil de las desventajas del Nuevo Orden Mundial, el cual, en todo caso, nuestros bondadosos y eficaces gobiernos tendrían que mejorar, sino que expresa la “autenticidad” y la “deformación” como componentes específicos de cierta universalidad que se proyecte como hegemónica. 

    En el escenario del Nuevo Orden Mundial, la violencia presentada como objetiva, aquella violencia inherente al estado normal de cosas adquiere un lugar preponderante. Tiene su efecto la “coincidencia de los opuestos” dialéctica, en donde la violencia social-simbólica aparece como su opuesto, es decir, la aceptación espontánea del medio que nos rodea.

    Hoy día los “liberales comunistas”, como Žižek llama a Bill Gates, George Soros, los directores generales de Google, IBM, Intel, eBay, representan un grupo que ha logrado que su ideología sea indistinguible de la nueva generación de radicales izquierdistas antiglobalización tipo Negri.[8]

    La expresión del chocolate laxante, expresa muy bien la lógica de los liberales comunistas y uno de los ángulos de la política actual. La cosa es en sí misma el remedio contra la amenaza que constituye, es decir, Soros, por ejemplo, es al tiempo un magnate financiero y filántropo.

    Por otro lado, piénsese también en las intervenciones “pacíficas humanitarias” por parte de las potencias occidentales, países que se resisten a adherirse al orden universal y que no se presentan como guerras. En este contexto, guerra y ayuda, no son opuestas, antes bien, una misma intervención puede funcionar al mismo tiempo en ambos niveles. Quien se ha aprovechado en los últimos años de esta ambigüedad entre la guerra y la paz es Estados Unidos.*

    Para esta reflexión, el pensador esloveno se enfoca en ubicar el lugar que tiene la realidad como parte del orden social. El problema ontológico fundamental, dice, no es el de la realidad sino el de la apariencia. En una de sus obras teóricas más densas, afirma que la realidad se transforma en su propia apariencia una cosa, dice, es su propia y mejor máscara.[9]

    Y es que para nuestro autor, la realidad se presenta sólo mediante su simbolización incompleta-fallida y las apariciones espectrales se materializan en la brecha misma que separa a la realidad de lo real.[10] Hay, pues, un espacio central de imposibilidad y luego distintos elementos contingentes que lo encarnan.

    Para comprender la elaboración žižekiana de la fantasía, es muy importante ubicar la distinción entre la categoría de lo real como opuesto a la realidad. La lectura que hace el psicoanalista esloveno de Lacan, afirma que nuestra percepción de la realidad está condicionada por la fantasía. Así, la fantasía decide lo que es la realidad. Filosóficamente, para Lacan la realidad no es lo que está afuera, sino lo que uno acepta como realidad. Para volver aceptable tal realidad, es necesario incluir algunas coordenadas fantasmáticas.[11]

    El discurso del poder, por ejemplo, se caracteriza por reproducir un discurso público en el que siempre hay una brecha entre éste y su apoyo fantasmático. Es decir, su inconsistencia no es una debilidad de la que nos damos cuenta, antes bien, esa imperfección resulta necesaria y constitutiva para el ejercicio y reproducción del poder. 

    De alguna manera, esta imperfección se relaciona con el itinerario teórico de Ernesto Laclau, pues según el filósofo argentino, aunque lo universal es vacío, también debe llenarse, es decir, dejarse hegemonizar por algún contenido particular, contingente, que actúa como sustituto. Cada universal es el campo de batalla de una multitud de contenidos particulares que luchan por la hegemonía.[12]

    Para Žižek, en la noción de “fantasma” se localiza la consistencia del edificio socioideológico, pues como constitutivo de la realidad, “fantasma” designa un elemento que se desprende, que no puede ser integrado en la estructura simbólica, pero como tal establece su identidad.

    Dicha idea, se puede complementar con Laclau y Mouffe; en tanto para estos autores la sociedad no existe: no hay un espacio neutral, ni una realidad neutral, que puedan ser descritos objetivamente y desde los que luego se desarrolle la idea de antagonismo.[13]

    Posteriormente, en otros trabajos el filósofo esloveno agregaría que la ideología también funciona como un modo de regulación de cierta distancia respecto a tal encuentro. Sostiene como fantasma justamente lo que intenta evitar en la realidad. Así, la ideología parecería asumirse como sostén, al tiempo que lo hace como evitación con respecto al encuentro con la Cosa.[14]

    Para ese entonces, Žižek se distancia del concepto de ideología como un problema “representacionalista”; a saber, que ésta no tiene nada que ver con la “ilusión” o con una representación errónea y distorsionada de su contenido social como la concibe la perspectiva althusseriana de la ideología. De la mano de Peter Sloterdijk, Žižek da un paso adelante en la reflexión y la comprensión de la noción de ideología. El filósofo alemán de la Crítica de la razón cínica, observó precisamente en el cinismo una forma de ideología. El sujeto cínico, podrían ser aquellos “liberales comunistas” como Gates o Soros, que a pesar de estar al tanto de la distancia entre la máscara ideológica y la realidad social, adornan la sentencia “ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así, lo hacen”. No hay, pues, ninguna ilusión que enmascare la realidad, es decir, se sabe de la falsedad, se sabe que hay un interés particular oculto tras una universalidad ideológica y, sin embargo, no renuncian a ella.

    Así, Žižek concluye que la fantasía está del lado de la realidad, soporta el “sentido de la realidad” del sujeto: cuando el marco fantasmático se desintegra, el sujeto sufre una “pérdida de realidad” y comienza a percibir la realidad como un universo “irreal” pesadillesco, pero no es “una mera fantasía” sino, por el contrario, es lo que queda de la realidad cuando pierde su apoyo en la fantasía.[15]

    Por lo tanto, la pantalla fantasmática resulta necesaria para un orden simbólico como el político, pues en este recae la proyección en la que se van a plasmar deseos, miedos y aspiraciones de los miembros de una comunidad política. Lo político es un espacio vacío de proyección. En síntesis, con la ideología no es que se pretenda ideologizar la realidad, sino que la realidad ya es ideológica. La actualización de la noción de ideología en su grado más puro, afirma Žižek, aparece como su opuesto, precisamente, como no ideología.[16] En otras palabras, la ideología ejerce su poder sobre nosotros a través de afirmarnos que la causa a la que nos plegamos no es meramente ideológica.

    Además, como pantalla, la fantasía o “mentira primordial”, oculta una imposibilidad, esto es fundamental, pues dicha imposibilidad es parte de la estructura inherente a la condición misma del espacio simbólico. No existe, pues, una realidad “neutral” dentro de la cual existan brechas y los marcos aíslen dominios de apariencias. Todo campo de “realidad” (todo “mundo”) ya está siempre enmarcado, es visto a través de un marco invisible. Así, todo campo de realidad, necesita de la fantasía para sostener un orden de poder, es decir, contiene su propio suplemento obsceno que dará sentido a toda ordenanza social. 

     

    El lugar vacío de la política

    En la mayoría de sus libros, Žižek desarrolla el papel del fantasma y el goce en diferentes niveles de la política. Entiéndase goce como algo desestabilizador, traumático o excesivo, y contrario al placer, movido más bien por el equilibrio y la satisfacción.

    Un ejemplo del goce en la política es el de la nación, ésta existirá mientras su goce específico continúe materializándose en un conjunto de prácticas sociales y se transmita a través de los mitos nacionales que la estructuran.

    La reflexión política confeccionada por Žižek, gira fundamentalmente alrededor del multiculturalismo y en éste, la democracia liberal tolerante del capitalismo multinacional como su principal estandarte. El paradójico horizonte de la llamada post-política, pretende abandonar para siempre las históricas divisiones ideológicas, reduciendo todo el espectro político en un impreciso pero muy pragmático “centro radical”.

    Los liberales multiculturalistas, como los llama Žižek, negocian y colaboran sin una postura diferenciada, alcanzan acuerdos más o menos universales, reproducen un falso discurso marcado por la urgencia y alegan: “no hay tiempo para reflexionar: debemos actuar ahora” ante las gamas de la violencia contemporánea, los problemas de hambre en el mundo y las catástrofes naturales, es decir, la sociedad del riesgo. 

    Decíamos al principio que la lucha por la hegemonía ideológico-política, es siempre una lucha por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos “espontáneamente” como apolíticos, porque trascienden los confines de la política. Esta es, quizá, una de las preocupaciones más recurrentes del psicoanalista esloveno; a saber, quitarle el antifaz a la política que se pretende revelar como apolítica. Una política carente de sustancia, una política que se revela sin conflicto. La política del “No-acontecimiento”.[17]

    Para comprender la ausencia del acontecimiento, podemos acercarnos a un ejemplo recurrente en nuestro autor: Los disturbios en la periferia de París en el otoño de 2005, iniciados después de que la policía francesa, en un exceso de autoridad, racismo y otras cosas, detuvo a varios jóvenes cuando regresaban de un partido de futbol y accidentalmente dos de ellos murieron electrocutados al huir de la violencia policiaca. ¿Por qué esa furia tiene la marca de un no acontecimiento, si en un primer momento aparecieron las remembranzas del fantasma de la guerra civil? 

    Aquellos hechos, sin embargo, representan un aspecto fundamental que refleja un rasgo acerca de nuestra actual situación político-ideológica. Se pregunta Žižek: ¿Qué tipo de mundo vivimos que puede vanagloriarse de tener una sociedad de la elección, pero donde la única opción disponible para el consenso democrático forzado es un acto ciego y desesperado?[18]

    Si en el semántico mayo del 68 la rebeldía de los jóvenes franceses arropaba una utopía, en 2005 presenciamos, lo que nuestro autor denomina un passage à l’acte, aludiendo a un movimiento impulsivo a la acción, una carga de frustración llevada a la explosión incontrolada de una “escoria”, como los llamó el entonces ministro del Interior Nicolás Sarkozy, a esos adolescentes sin líderes, sin organización, sin proyecto político y sin perspectiva alguna postideológica.

    A pesar de lo anterior, aun cuando aceptemos el balance de Žižek; a saber, que en 2005 hubo una protesta de nivel cero, es decir, un acto de protesta violento que no exige nada, a pesar de que haya estado de por medio un fuerte resentimiento al modelo universalista republicano francés. Lo cierto es que la protesta estuvo mediada por el reconocimiento, tal vez no como etnias-religiosas, pero si en tanto ciudadanos franceses, lo que entonces podría cuestionarse el supuesto nivel cero de la protesta. En este caso, la violencia fue necesaria para hacerse visibles, para expresar su exclusión del espacio político, de lo contrario hubieran sido persuadidos, al menos con la habitual retórica de la política. 

    Lo sucedido en la banlieu francesa, sin identificarlos totalmente a partir de una afirmación étnica, como fenómeno, si representa una suerte de encuentro con el Acontecimiento,[19] como retorno violento a una determinada forma de “sustancia”. En ese lapso momentáneo de violencia, cualquier grupo toma conciencia de la pertenencia y hace un llamado al reconocimiento. Como excluidos, acaso sin saberlo, magrebíes o subsaharianos, desplegaron la política desde el subsuelo alumbrando con fuego una actividad que sacudió una parte de los que no tienen parte en la configuración del orden socio-político.

    En el contexto de las flamantes democracias occidentales liberales tolerantes y pluralistas, hay un pensador al que recurre Žižek con absoluta pertinencia, Carl Schmitt. Actualmente, la democracia antes que revelarse simplemente como una forma de gobierno, se presenta como un orden político universal y de ahí, que lo que quede fuera de este espacio de sentido, constituya lo no democrático, lo fascista, lo totalitario, lo comunista, lo fundamentalista y, por lo tanto, una criminalización en potencia.

    Cuando Schmitt se refería a la categoría de raigambre kantiana Einbildungkraft traducida a “el poder trascendental de la imaginación” pretendía, localizar y delimitar las coordenadas del enemigo, dotándolo de determinadas características de manera que su identificación no fuese un problema. De cierta manera, la figura del enemigo también llena un vacío que hace que la democracia encuentre algo por qué y contra qué luchar. En términos lacanianos del point de capiton, el enemigo hilvana el espacio ideológico de la democracia.[20]

    La democracia, pues, opera políticamente a través del poder de la imaginación kantiana haciendo visible al enemigo, en nuestro contexto el favorito y, casi sin competidor, es el fundamentalista étnico-religioso de la red global ilegal, secreta o casi virtual. Así como Schmitt vio el cambio en la percepción de la figura del enemigo y el fin del derecho internacional después de la Primera Guerra Mundial, Žižek también pone el dedo en la llaga en el actual Nuevo Orden Internacional liberal y democrático donde las coordenadas del derecho internacional se están trastocando con una nueva enemistad, que será excluida y criminalizada mientras no firmen la membresía democrática proporcionada por Estados Unidos y sus amigos. A partir de lo anterior, podemos referirnos al rol central que la violencia juega en el actual orden político. Žižek se ha dedicado a analizar la interacción entre los tres modos de violencia: subjetiva, objetiva y simbólica. Ante todo, la violencia es el suplemento obsceno que necesita todo orden político armonioso.

    El filósofo esloveno identifica dos tipos objetivos de violencia: la simbólica y la sistemática. El principal rasgo de la violencia objetiva es que invisible e inherente al estado de cosas que se supone “normal”. Mientras que la violencia subjetiva, visible, ejercida por los agentes sociales, se aprecia como la perturbación del estado de cosas “normal”.

    Desde luego, Žižek alerta sobre aquella violencia social-simbólica en cuyo grado más puro, aparece como su opuesto, como la espontaneidad del medio en que vivimos o del aire que respiramos. Puede ser invisible, dice, pero debe tomarse en cuenta si uno quiere aclarar lo que de otra manera parecen ser explosiones “irracionales” de violencia subjetiva.[21]

    Este tipo de exceso en la violencia, es para Etienne Balibar, la violencia “ultraobjetiva” o sistemática, inherente a las condiciones sociales del capitalismo global que implica la creación de individuos excluidos y la violencia “ultrasubjetiva” de los nuevos y emergentes “fundamentalismos” étnicos o religiosos, o ambos.[22] 

    Los “comunistas liberales”, a los que hice alusión, constituyen los defensores del orden, contrarios a toda violencia subjetiva y, sin embargo, son ellos la auténtica fuente de la violencia estructural que reproduce las condiciones para el estallido de la violencia subjetiva. Así como también el poder político se encuentra en la raíz de las relaciones de violencia que se presentan como no políticas.

    En el tránsito elaborado por Žižek desde el dispositivo psicoanalítico, al análisis de lo político y en éste, la profunda crítica de la ideología, es necesario describir, al menos, dos categorías del orden simbólico fundamentales; el Significante Amo y el objeto pequeño a.*

    La alusión al Kínder Sorpresa y a varias secuencias cinematográficas, son recurrentes en la obra de Žižek para dar a entender las implicaciones del objeto pequeño a. Formalmente, el juguete infantil representa una cáscara de huevo, vacía y hecha de chocolate, pero el pequeño objeto en su interior llena un hueco central, un secreto escondido.

    Así, Žižek analiza el suplemento obsceno de la promesa de algo más, de algo, paradójicamente, excedido de la forma social capitalista: compra un reproductor de DVD y obtén cinco DVDs gratis, compra esta pasta y obtén gratis un tercio más,…La función de este “más” es llenar la falta de un “menos”, compensar el hecho de que, por definición, una mercancía nunca cumple su promesa fantasmática.[23] Aunque la mercancía satisfaga la necesidad, ésta apunta también a cubrir el deseo creando la ilusión de ofrecer satisfacción. No es ninguna casualidad que el capitalismo, signado por la expansión, se conciba como un sistema social histérico, signado no por condiciones normales, sino por un exceso que lo hace inquieto e insaciable.

    La verdadera mercancía, en todo caso, sería aquélla que no necesitase ningún suplemento, la que simplemente cumpliera lo que promete. La fantasía, proporciona las coordenadas de nuestro deseo, construye el marco que nos permite desear algo. Como decíamos, la fantasía está del lado de la realidad.

    Pero, ¿cuál es la importancia que adquiere la ilusión en un orden social?, precisamente que ésta es el suplemento de un sistema social de dominación. El mundo de las mercancías y el capital despliegan un mando político ya que como forma social, el capitalismo no es simplemente el universal en sí, es el universal para sí, en cuanto poder corrosivo que socava todos los mundos de vida particulares, sus culturas y tradiciones, cortándolos de un lado a otro, capturándolos en su vórtice.[24]

    Por otro lado, el Significante Amo alude a que en una cadena de significantes en estado de flotación trenza una secuencia. Tomemos, por ejemplo, “Comunismo” como un significante amo que pertenece al ámbito de la política. Como tal, representa un espacio vacío o un significante sin significado. Así, la secuencia de los significantes “libertad”, Estado”, “justicia”, “paz” se complementa con este “significante amo”, el cual, para decirlo con Žižek, se encuentra incluido afuera. Por lo tanto, el “Comunismo” atraviesa los significantes y, como significante amo, fija retroactivamente el significado de la cadena.

    ¿Cómo se expresa el lugar vacío en la política? Este hueco en la política se puede encarnar en una persona y como resultado, un individuo adquiere el efecto de sublimidad. Haciendo alusión a Hegel y a su idea del monarca, Žižek piensa en una pantalla fantasmática en la que la gente está convencida que la persona rey tiene un linaje divino, que es una figura magnánima que además tiene la solución a todo problema y que necesita de un montaje histriónico compuesto por rituales, ceremonias, un lenguaje determinado, etc.

    Piénsese en reyes, presidentes, líderes sociales, artistas o jefes delegacionales. Así, ocupado el lugar vacío, llenado con objetos circunstanciales, es posible entonces que el orden social se viva con la ilusión de que efectivamente hay un poder de fascinación.

    La importancia que adquieren aquellos poderes extraordinarios en manos del rey, o en cualquier investidura simbólica, reside en que son las proyecciones fundadas por los súbditos, ciudadanos, representados o subordinados. Sin embargo, y he aquí lo elocuente, la proyección fantasmática no sólo es necesaria, sino determinantes para la consistencia del entramado social y, sobre todo del orden político estatal.

    Dice Žižek, cuando el sujeto está investido de una autoridad simbólica, actúa como apéndice de su título simbólico; ese título es el gran Otro, la institución simbólica, que actúa a través de él. Baste recordar la figura del juez: éste podrá ser un individuo miserable y corrupto, pero cuando viste la toga sus palabras son las palabras de la Ley.[25]

    Justamente, cuando se dio la transición de los poderes sublimados en una persona a otro ámbito de la política, éstos recayeron en un entramado institucional traducido en una determinada forma de Estado en donde las leyes tendrían el lugar de honor de la política.

    Y es que en el inmaculado y difundido Estado de derecho, mundo regido por las leyes, éstas representan la pantalla fantasmática en donde se proyectan derechos, obligaciones, garantías individuales y, en general, el circuito a través del cual se instaura legalmente, la soberanía, la nación, el Estado y moldea la forma política traducida en un sistema. Las leyes son, pues, el lugar, antes vacío, de las proyecciones nacionalistas, democráticas o republicanas.

    Quizá uno de los aspectos más reveladores de la política es que el ámbito de la legalidad está parido por lo contrario, la violencia, pues el lugar vacío del derecho, es la excepción. Es decir, aquel lugar fuera del derecho o que no está en la cadena simbólica de las leyes. En la política, efectivamente, el poder soberano del Estado y la violencia imperial son el testimonio del lugar de excepción, es decir, fuera del Estado de derecho.[26] Un tanto schmittiano, el balance de Žižek nos permite afirmar que la existencia de un mundo regido por la ley es posible, porque en el otro extremo se encuentra el crimen universalizado que le da sentido al mundo legal.

    Lo que “mantiene unida” a una comunidad, dice el filósofo esloveno, no es tanto la identificación con la Ley que regula el circuito cotidiano “normal” de esa comunidad, sino la identificación con una forma específica de transgresión de la Ley, de suspensión de la Ley,[27] en términos psicoanalíticos, con una forma de goce. En política, el reverso obsceno se identifica, por ejemplo, en la oligarquía o la autocracia como el suplemento obsceno negado de la verdad democrática o, en el caso de la tolerancia, concebida como la noción dominante que sostiene la ideología actual, se expresa la intolerancia contenida en aquella.

    Uno de los principales sitios de combate entre Ernesto Laclau y Žižek se debe a que para el esloveno las luchas políticas están a priori enredadas en el sistema de valores capitalista y liberal. Esto, además de afirmar que las lógicas contemporáneas de hegemonía ya están hegemonizadas, es decir, ya están mediadas por los procesos inherentes en la forma histórica del capital.

    El argumento de Žižek es contundente; el fundamento de la multitud de luchas ecológicas, culturales, sexuales, etc., es la globalización capitalista, sin demeritar éstas, afirma que el paso de una lucha de clases ahora olvidada, a las luchas posmodernas no fue sino como consecuencia de la propia dinámica global del capital como la principal forma de ordenamiento social. Žižek se ha referido al capital como lo Real* simbólico, es decir, una estructura neutral básica que permanece igual en todas las simbolizaciones posibles y, sobre todo, organiza el goce.

    Žižek ve en las formas correctas del multiculturalismo liberal, una política de alianzas que pretende establecer cadenas de equivalencia entre un conjunto cada vez más extenso de las luchas posmodernas mencionadas. Esta política de equivalencias, comienza a asumir una nivelación en el terreno político, lo que lleva a construir la pantalla sobre la que se piensa que todos los grupos sufren de manera igual pero, sobre todo, con esa descafeinada inclusión, oculta la posición de aquéllos que realmente están en una situación de clara exclusión.

     

    El acoso del psicoanálisis

    Žižek es un pensador polémico, pero con una inusual lucidez para desentrañar y despertar en el analista el irrestricto cuestionamiento a toda forma, enunciado, tradición, institución, ley o ideología. Con su fecunda obra, el estudio de los procesos políticos ha encontrado una brecha lejos de las formas interpretativas convencionales a la altura de la complejidad sociopolítica actual. Las agudas y punzantes reflexiones de Žižek han invadido campos de conocimiento que inagotablemente producen bordes de pensamiento crítico.

    Así como en la antigüedad lo que se conocía como el demos griego se reveló como universal, no por englobar al mayor número de población o por ubicarse en el sótano de la escala social sino, precisamente, por no encajar en aquella jerarquía social, estaban incluidos-afuera, es decir, no tenían un lugar, un sitio o un espacio adecuado en el escalafón social. Inauguraban, sin embargo, acaso sin saberlo, el lugar de las contradicciones performativas.

    Hoy en día, también, los excluidos de nuestra tolerante era postideológica no son requeridos en el escenario magnánimo de la globalización; muy por el contrario, ante la escalada mundial del “capitalismo con rostro humano” miles, millones de seres humanos resultan prescindibles para el proyecto mundial de acumulación.

    La resignificación de la esperanza, como se refería un amigo a las señales del cambio, se plasma a través de los inaplazables puentes que es preciso que articulen las distintas formas de pensamiento crítico contemporáneo pero, sobre todo, a partir de las contradicciones performativas que en nuestros días se desdoblan en violencia, en imposibilidad o nivel cero, contradicciones que pronto, ya no sólo sean una esperanza. 

    Referencias

    Ávalos Tenorio, Gerardo. El monarca, el ciudadano y el excluido. Hacia una crítica de lo político. Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, 2006.

    Grüner, Eduardo. “La Letrina de lo real”. Entrevista a S.Žižek. http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=599

    Slavoj Žižek, Sobre violencia. Seis reflexiones marginales, Paidós, Barcelona, 2009

    __________, Arriesgar lo imposible. Conversaciones con Glyn Daly, Editorial Trotta, Madrid, 2006

    __________, Visión de Paralaje, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006

    __________, Las metástasis del goce. Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad, Paidós, Buenos Aires, 2003.

    __________, El Espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política. Paidós, Argentina, 2001

    __________, El acoso de las fantasías, Siglo XXI, México, 1999

    __________,“¿Estamos en guerra? ¿Tenemos un enemigo?” The London Review of Books, vol.24, núm. 10, 23 de mayo de 2002. Traducción: CSCA web (www.nodo50.org/csca).

     

     

     

    [1] Slavoj Žižek, Arriesgar lo imposible. Conversaciones con Glyn Daly, Editorial Trotta, Madrid, 2006, p.29

     

    [2] Žižek utiliza la expresión “Bienvenidos al desierto de lo real” cuando se refiere a los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 afirmando que lo que pasó ese día en Estados Unidos no fue que la realidad se inmiscuyera en nuestro mundo imaginario, sino precisamente que lo que era percibido fantasmáticamente en nuestras pantallas distantes se inmiscuyó en la realidad. Vid. S. Žižek, Arriesgar lo imposible…Op.Cit. Pág. 98

     

    [3] Vid. Slavoj Žižek, Sobre violencia. Seis reflexiones marginales, Paidós, Barcelona, 2009, p.56

    [4] Žižek, El acoso de las fantasías, Siglo XXI, México, 1999, pág. 118

    [5] Žižek, El Espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política. Paidós, Argentina, 2001, p.124

    [6] Ídem

    * Entre las diferencias que ciertos países poseen en este rubro se encuentra la detención en los llamados “centros de permanencia temporáneos” (CPT), que varía según el país: 40 días máximo en España, 60 en Italia y año y medio en Alemania. Tres son los aspectos importantes. El primero se refiere a los tiempos y modalidades de expulsión: la Unión Europea (UE) pretende uniformar los tiempos de detención en los CPT hasta en 12 meses. En este punto se ofrece “la expulsión en dos tiempos”: primero un aviso, que si no es cumplido pasa a la deportación forzada. El segundo comprende la introducción a escala continental de la prohibición de regreso a la UE en los siguientes cinco años de realizada la expulsión. El tercer aspecto, introduce la posibilidad de tratamiento igual para adultos y menores de edad no acompañados. Vid. Matteo Dean “las expulsiones europeas”. La Jornada domingo 18 de mayo de 2008.

    [7] S. Žižek, Sobre la violencia…Op.Cit. p. 126

    [8] S. Žižek…Sobre violencia, Op. Cit. p. 27

    [9] Slavoj Žižek, Visión de Paralaje, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006, p.44

    *Al escribir estas líneas el Presidente de Estados Unidos Barack Obama fue galardonado con el Nobel de la Paz 2009. El significado es el mismo del lema orwelliano de “la guerra es la paz”. Obama representa ambos lados de la moneda o el chocolate laxante žižekiano, es quien puede establecer la paz, pero también quien puede declarar la guerra, aunque no se diga explícitamente, precisamente para continuar con el establecimiento de la paz a partir de la “ayuda humanitaria”. No es sólo la figura de Obama, aunque tiene mucho más relevancia y rapidez ideológica, pues hace unos años un congresista noruego de derecha propuso a George W. Bush y Tony Blair como candidatos a este Premio por su papel decisivo en la guerra contra el terrorismo”. Ya en su discurso al recibir el premio Nobel en Oslo, el 10 de diciembre de 2009, el Presidente Obama afirmó que las “imperfecciones del hombre y los límites de la razón” a veces hacen necesario el uso de la fuerza, y declaró que existen “guerras justas”. La Jornada 11 diciembre 2009.

    Una lectura schmittiana sobre la ley y el estado de excepción también es pertinente. Para el filósofo alemán, el soberano es quien decide el estado de excepción y el que establece las condiciones para la paz. En la investidura presidencial de Estados Unidos recae esta lógica dentro del Nuevo Orden Mundial. Como hegemón establece el Nomos de la tierra y es quien decide cuándo es posible nombrar a una “guerra justa”.

    [10] Žižek, S. El acoso…Op.Cit., p. 119

    [11]Vid. “La Letrina de lo real” Entrevista de Eduardo Grüner a S.Žižek. Trad. y adaptación Verónica Gago http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=599

    [12] Žižek,S. El espinoso.Op.Cit. p. 114

    [13] Žižek, S. Arriesgar lo imposible, Op.Cit. p. 77

    [14] Vid. Ibid. p. 71,74. La idea es que hay un espacio vacío de imposibilidad, de la Cosa, y que en una u otra formación histórica siempre hay un grupo o figura que ocupa este lugar. Judíos, marginados, gitanos. ..Un espacio central de imposibilidad y luego distintos elementos contingentes que lo encarnan. Lo real-como-imposibilidad es un a priori.

    [15] Žižek, S. El acoso…p. 31

    [16] Vid. Žižek, Sobre la violencia…p. 51

    [17] Vid. Slavoj Žižek, En defensa de la intolerancia, Sequitur, Madrid, 2008, p.47

    [18] Žižek, Sobre violencia…Op.Cit. Pág. 95

    [19] Vid. Arriesgar lo imposible, Op. Cit. Pág. 129. Žižek reúne básicamente de tres filósofos la noción de “acontecimiento”: A. Badiou, G.Deleuze y M. Heidegger. Para Žižek estos tres pensadores tienen en común, pero en niveles diferentes, que el acontecimiento es irreducible a todo orden positivo del ser. Sin embargo, el análisis de Badiou; a saber, que el acontecimiento es algo que emerge de la nada, un acto autónomo abismal que se fundamenta a sí mismo, le permite a Žižek desplegar la noción de acontecimiento como un fenómeno retroactivo de auto-afirmación, un acto que crea sus propias condiciones de posibilidad.

    [20] ŽižekSlavoj . “¿Estamos en guerra? ¿Tenemos un enemigo?” Texto publicado en The London Review of Books, vol.24, núm. 10, 23 de mayo de 2002. Traducción: CSCA web (www.nodo50.org/csca), 6-06-02

    [21] Žižek,S. Sobre violencia…Op.Cit. Pág. 10

    [22] Ibid. Pág. 25

    *El objet petit a se refiere a cierto exceso que, en el objeto, es más que el objeto –el objeto causa del deseo-. Es el elemento deseoso que reside en cualquier objeto.

    [23] S. Žižek, Arriesgar…Op.Cit. Pág.84

    [24] S. Žižek, Sobre violencia…Op. Cit., p.186

    [25] S.Žižek, En defensa de la intolerancia, Sequitur, Madrid, 2008, p. 89

    [26] Vid. Gerardo Ávalos Tenorio, El monarca, el ciudadano y el excluido. Hacia una crítica de lo político. Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, 2006, p. 265

    [27] S. Žižek, Las metástasis del goce. Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad, Paidós, Buenos Aires, 2003,Pág. 89

    * En este contexto, la realidad es la realidad social de las personas concretas implicadas en la interacción y en los procesos productivos, mientras que “lo real” es precisamente la lógica espectral, inexorable y “abstracta” del capital que determina la realidad social.

  • Narcisismo en la mujer, anticipaciones de Nietzsche.

    Narcisismo en la mujer, anticipaciones de Nietzsche.

     Elena Bravo Ceniceros.

     

    En Introducción del narcisismo (Freud,1914), Freud distingue dos tipos de elección de objeto: por apuntalamiento (que sería el pleno amor de objeto) y la elección narcisista (que tomaría al propio yo como objeto). En este texto, deja claro que hombres y mujeres muestran diferencias en su forma de amar. El pleno amor de objeto sería característico del hombre.

    [1]

    Ahora sabemos que siempre habría un componente narcisista incluso en el denominado: amor de objeto. Cada sexo parece buscar, a través del otro, un reencuentro con una parte de sí mismo que consideraría como perdida, una parte de su pasado. Sin embargo, centrándonos en este texto de 1914, Freud sostiene que es particularmente el amor en la mujer el que posee un acentuado componente narcisista. La explicación de Freud indica que, debido a la envidia del pene y a un sentimiento de inferioridad inicial en la mujer, existen varios intentos de compensación tardíos, que apuntarían a resarcir esa herida narcisista.

    Freud desarrolla en varios lugares la idea de que la diferencia anatómica entre los sexos tiene consecuencias psíquicas. Entre ellas, aquello que determina la angustia de un sujeto varón y un sujeto femenino. En el hombre, dirá, la angustia predominante es la angustia de castración. En la mujer, la angustia es causada ante el temor a la pérdida del amor del objeto. Desde ahí, la mujer, en particular la histérica, buscaría la confirmación continua de ser amada.

    Freud no es el único que trata este tema. Resulta muy interesante constatar, que mucho antes que él, Nietzsche, con su peculiar estilo, también ha resaltado este narcisismo femenino. La obra en la que Nietzsche aborda este tema del narcisismo femenino, con ideas muy semejantes a las que sostendrá Freud, es Humano, demasiado humano. Un libro para pensadores libres (Nietzsche, 1878). El primer volumen de esta obra fue publicada en 1878.[2] Es decir, 36 años antes que Introducción del narcisismo. El séptimo de los nueve capítulos se titula “Mujer e hijo”. Ahí están reunidos la mayoría de los aforismos a los que aquí nos referiremos. Además, hay algunas de estas ideas expuestas en Así habló Zaratustra, en La Gaya Ciencia y en Ecce homo.

    En Nietzsche encontramos una marcada ambivalencia hacia las mujeres: de repente leemos su desprecio a partir de un tono claramente desdeñoso y agresivo hacia la mujer. Pero en otros momentos vemos una disimulada admiración por la fuerza y la astucia de éstas.

    Subrayaré ahora cuatro aspectos de este narcisismo femenino en donde Freud y Nietzsche coinciden:

     

    • Necesidad de ser amada
    • El amor al ideal, a lo que ella querría ser.
    • La sustitución del falo faltante por el hijo.
    • Solución de compromiso entre narcisismo y masoquismo

     

    1) Necesidad de ser amada:

     

    Una de las ideas que ambos exponen es que para la mujer la necesidad de ser amada está por encima de su necesidad de amar. Freud lo dice en estos términos:

     

    “En particular, cuando el desarrollo la hace hermosa, se establece en ella una complacencia consigo misma que la resarce de la atrofia que la sociedad le impone en materia de elección de objeto. Tales mujeres sólo se aman, en rigor, a sí mismas, con intensidad pareja a la del hombre que las ama. Su necesidad no se sacia amando, sino siendo amadas, y se prenden del hombre que les colme esa necesidad”[3].

     

    Nietzsche se había adelantado a Freud en la idea de que la mujer buscaría en primer lugar ser amada que amar, llevándole a ella misma a creer que ama:

     

    “La idolatría que las mujeres practican con respecto al amor es en el fondo y originariamente una invención de la sagacidad, por cuanto mediante todas estas idealizaciones del amor acrecientan su poder y se presentan a los ojos de los hombres como cada vez más apetecibles. Pero en virtud de la exagerada estimación secular del amor, ha sucedido que han caído en su propia red y han olvidado ese origen. Ellas mismas están ahora más engañadas que los hombres y sufren, por tanto, más del desengaño que casi necesariamente en la vida de toda mujer siempre que tenga fantasía e inteligencia suficientes para poder ser engañada y desengeñada.”[4]

     

    El placer sexual es para ella secundario, cuando no inexistente. Si es deseada pero no amada, se siente poco valorada y experimenta un gran dolor. Ya Lacan, entre otros psicoanalistas, han señalado lo bien tolerada que resulta la frigidez para la mujer. Sin embargo, la frustración de no sentirse amada resulta insoportable. La confirmación de ser amada, de ser reconocida y deseada por otro, parece tener los mismos efectos de una sustancia embriagadora de la que le resultaría inaguantable prescindir. Recurre para conseguir eso que busca al conocido “histrionismo” histérico, a la conversión en el cuerpo, al disfraz de las enfermedades que atrapan la mirada de los médicos. En la misma línea, Nietzsche había dicho: “Las mujeres se convierten enteramente en aquello como lo cual viven en la representación de los hombres por las que son amadas”[5].

     

    1. El amor al ideal, a lo que ella querría ser.

     

    En este sentido, Nietzsche dice en los siguientes tres aforismos que la mujer buscaría en un hombre todo lo que pueda realzar su propio brillo social y satisfacer su vanidad.

     

    “Las mujeres aman la mayoría de las veces a un hombre importante de tal modo que quieren tenerlo para ellas solas. Con gusto lo recluirían, si su vanidad no les disuadiese: ésta desea que también aparezca importante ante otros.”[6]

     

    “Las mujeres le notan a un hombre fácilmente si su alma está ya cautiva; quieren ser amadas sin rivales y le reprochan las metas de su ambición, sus tareas políticas, sus ciencias y artes, si es que tiene pasión por tales cosas. A menos que por éstas brille: entonces esperan ellas, en caso de unión amorosa con él, un incremento, al mismo tiempo, de su propio brillo; si es así, alientan al amante.[7]

     

    “Si, en la elección de su cónyuge los hombres buscan ante todo un ser profundo, sensible, pero las mujeres un ser sagaz, con presencia de ánimo y brillante, en el fondo se ve claramente cómo el hombre busca al hombre idealizado, la mujer a la mujer idealizada, es decir, no complementación, sino remate de las propias excelencias”.[8]

     

    En este último aforismo, Nietzsche incluye el narcisismo como un componente amoroso presente también en la elección de objeto del hombre.

     

    • El hijo.

     

    En Introducción del narcisismo (Freud, 1914), se plantea que hay un camino para la mujer que lleva al pleno amor de objeto. Se trata del hijo, en el cual “se les enfrenta una parte de su cuerpo propio como un objeto extraño al que ahora pueden brindar, desde el narcisismo, el pleno amor de objeto”[9]. Entonces, una forma de continuación de este amor narcisista encuentra su vía por el amor de un objeto que funja como sustituto del falo faltante en la mujer: el hijo. Esto sigue un proceso: primero el anhelo de conseguir del padre el pene que la madre le ha negado. Luego, el deseo de tener un pene pasa vía equivalencia simbólica al deseo de tener un niño, primero del padre, y ante la imposibilidad, de otro hombre. Vemos ahora cómo Nietzsche lo plantea con sus propias palabras, lo que quiere una mujer es, igual que para Freud: un hijo: “¿Se ha oído mi respuesta a la pregunta sobre cómo se cura a una mujer, sobre como se la «redime»? Se le hace un hijo. La mujer necesita hijos, el varón no es nunca nada más que un medio, así habló Zaratustra.”[10]

    Sin embargo, Nietzsche nos adelanta que este amor materno tampoco se escapa de su componente narcisista: “Las madres tienen fácilmente celos de los amigos de sus hijos cuando éstos tienen particular éxito. De ordinario una madre se ama más en su hijo que al hijo mismo.[11]

    Otra sentencia de Nietzsche, que subraya el mismo punto, dice lo siguiente: “Muchas madres tienen necesidad de hijos felices y honrados, muchas de desgraciados: de lo contrario no puede mostrarse su bondad como madres”[12].

     

     

     

    • Narcisismo y Masoquismo.

     

    El tema del masoquismo femenino ha sido ampliamente desarrollado por muchos psicoanalistas. Sin embargo, una de las aportaciones más interesantes de la psicoanalista Helene Deutsch (Deutsch,1952) fue asociar el masoquismo con el narcisismo femenino. Lo que ella subraya es cómo una de las formas de gratificación del yo es el sacrificio, la abnegación, la exposición a privaciones, sufrimientos y peligros.

    En la medida en que algunas mujeres se perciban a sí mismas y logren hacerse percibir frente a otros como sufrientes, abnegadas y sacrificadas, más podrían lograr un “falso heroísmo” que es otra posibilidad de gratificar al yo. De esto dice Helene Deutsch lo siguiente: “Así, se crea una posibilidad de compromiso entre el daño a uno mismo y el amor a uno mismo, es decir, entre masoquismo y narcisismo”[13]

    En cuanto a esto, Nietzsche dice que esta abnegación, este sufrimiento y aparente debilidad es otra de sus astucias:

    ¿Quién sufre más? Después de una desaveniencia y altercado personales entre una mujer y un hombre, una de las partes sufre sobre todo por la idea de haber hecho daño a la otra; mientras que ésta sufre sobre todo por la idea de no haberle hecho a la otra suficiente daño, por lo que se esfuerza, mediante lágrimas, sollozos y semblantes conturbados, por apenarla también después”[14]

     

    “Todas las mujeres tienen el refinamiento de exagerar su debilidad, mas aún se las ingenian para inventar debilidades, con el fin de aparecer en un todo como frágiles adornos que el más leve polvillo daña: con su existencia pretenden hacer consciente al hombre de su torpeza e introducírselo en su conciencia. Así se defienden de los fuertes y del “derecho del más fuerte”.[15]

     

    Después de todo lo revisado hasta ahora, nos queda preguntarnos: ¿A qué se deben estas semejanzas?, ¿A un pensamiento de una época que más a menos comparten?, ¿A una agudeza de percepción e interpretación de dos autores?, ¿Se deben a que Freud leyó estas ideas en Nietzsche?

     

    Nietzsche nace en 1844, apenas doce años antes que Freud. Aunque su elaboración teórica no es contemporánea, Nietzsche desarrolla su teoría entre 1869 y 1889, mientras que Freud realmente inventa el psicoanálisis hasta 1899 con la Interpretación de los sueños, precisamente el mismo año en que Nietzsche muere.

     

    Sin embargo, es innegable que arriban a conclusiones semejantes en varios temas. Freud fue confrontado sobre este parecido, pero repite una y otra vez que evitó leer a Nietzsche para evitar influencias de él.

     

    Nietzsche obviamente no leyó a Freud, pero dijo una frase que tal vez anticipará al padre del psicoanálisis:

     

    Espero todavía que un médico filósofo, en el sentido excepcional de la palabra —uno al que incumba dilucidar el problema de la salud colectiva del pueblo, época, raza y humanidad— tendrá algún día la valentía de llevar al extremo mi sospecha y aventurar la tesis de que en todo el filosofar nunca se ha tratado de la “verdad”, sino de algo muy diferente, digamos, de salud, porvenir, crecimiento, poder, vida.[16]

     

    Dejo un eje abierto que posibilita seguir elaborándolo. Otros temas se han abordado comparando el pensamiento de Nietzsche con el de Freud: tal es el caso de la relación entre Eros y Dionisios; la interpretación de los sueños, la teoría de la culpa, la deuda, la moralidad, la religión, la compulsión a la repetición y el eterno retorno, por nombrar algunos.

    Creo que quizá porque se ha tachado demasiado rápido a Nietzsche de misógino, no se ha sabido leer algunas de sus aportaciones al tema de la feminidad, en particular del narcisismo femenino, tema que Freud nos dejó también para seguir trabajando precisamente en el texto al que hoy rendimos homenaje (Introducción del narcisismo).

     

    [1] En “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre”, escrito en 1910, dentro de laF. s “Contribuciones a la psicología del amor” se había dedicado ya a mostrar distintas modalidades del amor en el varón.

    [2] A éste le siguieron dos continuaciones posteriores, en marzo y diciembre de 1879 respectivamente: Opiniones y sentencias varias y El caminante y su sombra. Estas dos secuelas fueron recogidas posteriormente, en 1886, en un único tomo, como segundo volumen de Humano, demasiado humano.

    [3] Freud, S. “Introducción del narcisismo” (1914), en Obras Completas, volumen XIV, Buenos Aires: Amorrortu, 1996, pp. 85-86.

    [4] Nietzsche, Humano demasiado humano, Volumen I (1878), Tr. Alfredo Brotons Muñoz, Madrid: Akal, 2007, aforismo 415.

    [5] Nietzsche, F. HDM, 400.

    [6] Nietzsche, HDM, 401

    [7] Nietzsche, F. HDM, 410.

    [8] Nietzsche, F. HDM, 411.

    [9] Freud, S. “Introducción del narcisismo”, op. cit, página 86.

    [10] Nietzsche, F. Ecce Homo, Madrid: Alianza, 2005, pp. 71-72.

    [11] Nietzsche, F. HDM, 385.

    [12] F. Nietzsche, HDM, 387.

    [13] Deutsch, H. La psicología de la mujer, volumen I, Buenos Aires: Losada, 1952, p. 254.

    [14] Nietzsche, F. HDM, 420.

    [15] Nietzsche, F. La gaya ciencia, Madrid: Akal, 2001, aforismo 66.

    [16] Nietzsche, F. La gaya ciencia, Prefacio a la segunda edición, op. cit, pag. 32.

     

     

     

     

     

    BIBLIOGRAFÍA

    Deutsch, Helene. La psicología de la mujer, volumen I, Buenos Aires: Losada, 1952.

    Freud, Sigmund. “Introducción del narcisismo” (1914), en Obras Completas, volumen XIV, Buenos Aires: Amorrortu, 1996, pp. 85-86.

    Nietzsche, Friedrich. Humano demasiado humano, Volumen I, Tr. Alfredo Brotons Muñoz, Madrid: Akal, 2007.

    Nietzsche, Friedrich, La gaya ciencia, Madrid: Akal, 2001.

    Nietzsche, Friedrich, Ecce Homo, Madrid: Alianza, 2005.

  • Ficciones y realidades en la formación del analista.

    Ficciones y realidades en la formación del analista.

     Luis Tamayo Pérez

    Hagan como yo pero no me imiten

    Jacques Lacan

    En su seminario La hermenéutica del sujeto, presentado en el College de France entre 1981 y 1982, Michel Foucault sostiene que cierto psicoanálisis constituye una de las pocas prácticas modernas que se encaminan en la dirección del cuidado de sí (la epimeleia heautou de los griegos). Para Foucault, en el psicoanálisis, tal como lo enseñaba Jacques Lacan, resurgió “la más antigua tradición, la más antigua interrogación, la más antigua inquietud de la epimeleia heautou, que fue la forma más general de la espiritualidad.”

    Pero ello no era así en todas las formas de práctica analítica, lo cual se aprecia con particularidad claridad en el ámbito de la formación.

    Es en ese ámbito, en la formación del analista, donde se aprecian con mayor claridad los elementos institucionales y rígidos de múltiples instituciones psicoanalíticas.

    La pregunta ¿cómo debe formarse un analista? o, dicho en otros términos, ¿cómo transmitir la experiencia analítica? ha sido planteada de manera continua desde que Freud catalogó al psicoanálisis, junto con la educación y la jurisprudencia, como “profesión imposible”. Esta pregunta no abandonó nunca la reflexión de los psicoanalistas. Y en la tradición abierta por J. Lacan también se encuentra presente.

    Un poco de Historia

    Recordemos que en los años en que, ya funcionando la Policlínica psicoanalítica de Berlín —en la cual se consideraba el “análisis didáctico” como un requisito indispensable para la formación del analista— se interrogó a Freud respecto a la manera como había devenido analista, el psicoanalista vienés respondió de manera paradójica: “hice mi autoanálisis con Wilhelm Flieβ”.

    Freud, en aquellos años ya sabía que el autoanálisis era imposible —pues el yo que se “autoanalizaría” no está excluido entre los que realizan la operación de represión de los deseos inconscientes—, por tanto ya no era suficiente afirmar: “el psicoanalista se hace analizando sus propios sueños”, era menester indicar la presencia de otro, ese al cual Freud aludía al mencionar a Flieβ. La lectura solitaria de los propios sueños presentada en la Traumdeutung no era sino una lectura trunca de los mismos como demostró Alexander Grinstein.

    Freud no podía simplemente afirmar que se hizo analista gracias a la lectura de sus propios sueños). Tampoco podía decir que se había analizado con Wilhelm Flieβ, el médico berlinés a quién comunicaba, en los primeros años de su carrera, los hallazgos derivados de la lectura de los deseos inconscientes presentes en sus sueños y demás formaciones de compromiso. Freud sabía que no podía afirmar que se había analizado con Flieβ no sólo porque Flieβ no era psicoanalista —era otorrinolaringólogo— sino porque había constatado que sufría de una paranoia peculiar numerológica y anatomosexual.

    Tuvieron que pasar muchos años para que la intelligentsia se percatase de lo que estaba en juego en la formación del analista era, ni más ni menos, el modelo epistémico desarrollado por Freud.

    Freud mostró otra manera de estudiar lo psíquico, una donde el investigador ya no es una entidad ajena al objeto estudiado sino que se hace uno con él. Pues una cualidad del hombre es la de poder ser objeto y sujeto a la vez, es objeto para otros, es objeto y sujeto para sí mismo. En el análisis el sujeto investiga al hombre que es él mismo (Objeto) mirándose esa pantalla transferencia que constituye el Otro (el analista):

    Dicho en otros términos: sólo estudiándome rigurosamente a mí mismo con otro (analizándome) es que puedo ubicar el lugar de mi deseo y, gracias a ello, llegar a posibilitar el acceso al mismo de mis analizantes.

    Tarea imposible para la psiquiatría nosográfica, la cual sólo estudia entidades meramente ideales (los “cuadros clínicos”). La nosología no es más que una inyección de psiquiatría en el seno del psicoanálisis que en nada ayuda a su operación ni a su transmisión.

    La institucionalización del análisis

    Ahora bien, ¿cómo ocurrió la institucionalización de la formación de los analistas? Recordemos que después de que Ferenczi planteó, en 1910, la necesidad del análisis de los candidatos a analista y, en 1912, del “evento Groddeck” (en el cual Freud reconoció tras un breve intercambio epistolar a Georg Groddeck, un masajista de Baden-Baden, como un “estupendo psicoanalista”), se hizo primordial, en 1919, para Eitingon y Simmel, fundar la Policlínica psicoanalítica de Berlín donde, además de proporcionar atención a bajo costo, se formasen «sistemáticamente» psicoanalistas. Finalmente, en 1925, Eitingon planteó el proyecto que dió origen a los ITC (siglas en inglés de los Comités internacionales de entrenamiento).

    Con esto se dejó atrás la indicación freudiana de que el analista se formaba simplemente analizando los propios sueños. Aunque, dicho sea de paso, Freud no le creía mucho al grupo de Berlín.

    Cuando Bernfeld, en 1922, preguntó a Freud si debía realizar un análisis didáctico antes de iniciar su práctica clínica como recomendaban en Berlín éste le respondió:

    «Es absurdo, vaya. Seguramente encontrará dificultades. En ese momento veremos qué podemos hacer para sacarlo del apuro».

    En contraposición, los ITC de la IPA surgieron debido a un afán normalizador: para los ITC de la IPA la formación del analista debía desarrollarse en tres ámbitos: el análisis didáctico, el análisis de control y la formación teórica. Esto, que a primera vista parece una formación «integral», ante la mirada cuidadosa se derrumba:

    El análisis didáctico. Un analista debe analizarse pregona la institución; analizarse es un deber. Esa tesis olvida que cuando un deseo se convierte en deber se esfuma. Al hacer los ITC del deseo de analizarse un deber ocasionaban su desaparición. Los ITC, además, indicaban al candidato la lista de didactas, la lista de elegibles, es decir, pretendían incluso domeñar la transferencia. Y si a esto sumamos que los ITC prescribían que los análisis didácticos debían durar un número predeterminado de horas o de años (lo cual implica negar la particularidad) nos damos cuenta de lo insostenible de esa «solución».

    El análisis de control. «Un analista debe controlar sus primeros análisis» [otra vez el imperativo] pero… ¿con quién? Desde 1949 se estableció que debía ser con un analista diferente al analista didacta lo cual, sabemos, difunde la transferencia dificultando su «efectuación». Tal análisis de control, por tanto, más que favorecer la formación del analista la dificulta, haciendo de la formación del analista en el control un mero savoir faire que, en su versión más degradada —pero no por ello más rara— se reduce al aprendizaje de una serie de reglas terapéuticas. En su artículo: «Sobre el control/supervisor analítico», Pasternac concluye: “[…] un control institucional impuesto como una condición administrativa no puede ser otra cosa que una actividad formativa que modela en función de una ortodoxia y se inserta en un mecanismo pedagógico de reproducción. En suma, una actividad que constituye la negación de la experiencia analítica”.

    La teoría analítica. A la muerte del patriarca, las diversas versiones de teoría analítica hicieron su aparición pues ya no existía el riesgo de expulsión. Así aparecieron diversos «uniformados»: kleinianos, freudianos «ortodoxos» y annafreudianos… Donde algunos eran seguidores fieles y otros «continuadores» o reformadores. Tales versiones se diferenciaban en sus saberes, no en lo relativo a la formación de sus candidatos. Los institutos que incluso dejaron de pertenecer a la IPA conservaron el mismo cuadro formativo: análisis didáctico, análisis de control y formación teórica. En muchos de tales institutos se olvidó, también, lo que Freud indicó claramente: que la formación analítica no tenía nada que ver con la médica. Por tal razón, llegaron a exigir a sus candidatos tal título universitario como requisito de ingreso a la “formación”. Freud no opinaba de esa manera. Para él los legos podían ejercer el análisis. Para Freud el psicoanálisis no era una especialidad médica o psicológica.

    Jacques Lacan va a subvertir el modelo de la formación de la IPA, se dio cuenta de que un análisis se revela didáctico no al iniciarse —funcionando como un requisito— sino al terminar: sólo si el análisis produjo un analista fue un análisis didáctico, si no, pues no.

    Como podemos apreciar, el modelo de formación de analistas de la IPA de aquél entonces sufría graves anomalías, por ello Lacan, quién llegó a ser didacta de la IPA francesa, propondrá otro modelo, el cual desarrolló a lo largo de 15 años, desde su «excomunión» de la IPA en 1953 hasta su «Proposición del 9 de octubre de 1967». A continuación plantearé tan sólo las modificaciones de Lacan al modelo de formación de los analistas de la IPA.

    El modelo lacaniano de la transmisión del psicoanálisis

    En primer lugar, como decíamos, para Lacan un análisis se revela didáctico no al iniciar sino al terminar. El deseo de convertirse en analista es un síntoma más, un elemento más a analizar al interior de dicho tratamiento, no a canalizar a un instituto de “formación de analistas”. Asimismo, la práctica lacaniana del control permite su realización con el mismo analista, facilitando así la efectuación de la transferencia. Por último, la formación respecto a la doctrina analítica no está ordenada con base en el discurso universitario con su curriculum fijo y uniformante, sino que se desarrolla en seminarios y cartels que dejan en total libertad al interesado que, por serlo, puede asumir responsablemente su deseo de reflexionar acerca de la doctrina analítica.

    Otro elemento que subvirtió verdaderamente la concepción de la formación analítica de la IPA, fue el planteamiento lacaniano de que el analista «ne s’autorise que de lui même» (no se autoriza más que por el mismo), es decir, que el candidato no debía esperar a que el didacta le indicase cuándo podía iniciar su práctica (cuándo consideraba que ya interpretaba «bien», es decir, como él, según una lógica de la duplicación), sino que el analista se autoriza a realizar el análisis por Lui même [El mismo]. Acto que no es efectuado en soledad sino ante otro, Lui [El]. Dicho de otra manera, es su analizante el que lo constituye como analista.

    Pero la formación en ámbito lacaniano también puede ser pervertida. Si se recorta el texto de Lacan también se le puede convertir en un saber teorizable, esquematizable, seriable, uno en el cual los «amos del discurso lacaniano» indicasen los elementos importantes, olvidando lo que el propio Lacan escribía en su texto titulado: «Variantes de la cura tipo»: el problema de los institutos es que enseñan un saber “predigerido».

    Y no es una práctica muy agradable consumir lo ya “predigerido” (v. gr. el vómito).

    Afortunadamente ello no implica que en las instituciones denominadas psicoanalíticas no pueda haber psicoanálisis efectivo y, por tanto, la formación de un analista. Pero ello ocurre, hay que decirlo con claridad, a pesar de las instituciones. Por ello no es raro, desgraciadamente, encontrar analistas “titulados” que, ante la imposibilidad de sostener la transferencia de sus “pacientes”, terminan refugiándose en teorías psicológicas no castradas que indican recetas claras a su actuar: bioenergética, terapia racional emotiva, incluso Reiki japonés.

    Sin embargo, si los Institutos psicoanalíticos y las Universidades con Escuelas de psicología “orientadas psicoanalíticamente” admiten que no forman psicoanalistas —como una Facultad de filosofía sabe que no forma filósofos sino, a lo sumo, “críticos de la filosofía”— podrían encontrar su lugar preciso: el de espacios que poseen la gran virtud de reunir —y, por tanto, de poner a pensar juntas— a personas interesadas en temáticas similares, generando sinergia y crítica fecunda, posibilitando la emergencia del discipulado en su seno. Instituciones así, que tendrían que despojarse del aparato universitario de las evaluaciones y los títulos, podrían contribuir claramente al desarrollo del psicoanálisis.

    Instituciones así permitirían la emergencia de analistas que sepan que se juegan su autorización en cada intervención, en cada sesión, en cada análisis. Y ello sólo se puede sostener porque el analista no sabe ser analista, sino que es analista.

    En resumen, ¿cómo se forma un analista? Al principio está la locura. Una locura insidiosa que muestra su horrible rostro a la primera oportunidad, generando infelicidad y el ferviente deseo de deshacerse de ella… o de negar su existencia proyectándola a los otros. La primera opción genera un paciente, la segunda un “psi” (psicólogo, psiquiatra). Cuando el “psi” se detiene ahí, esa opción deviene terminal, es decir, enfermedad terminal. Y no hay cura dado que no se establece espacio curativo. Las escuelas de psicología o psiquiatría no curan, no fueron diseñadas para tal fin, sólo “estabilizan” la locura.

    En no pocas ocasiones, afortunadamente, el “psi” asume su locura y se suma a la primera opción, lo cual lo conduce a buscar un lugar donde “pasar a otra cosa” respecto a su locura.

    Y comienza una búsqueda que no es sin riesgos. Muchos candidatos sucumben en este paso. A veces la búsqueda los hace encallar en la vía religiosa, encontrando un cura que los encamina a algún Dios y desplaza sus síntomas hacia esa psicosis lograda denominada religión. En ella el sujeto, por fe, debe admitir la existencia no sólo de Dioses sino incluso de milagros y santos. Experiencia que lo obliga a ceremonias y ritos y que, llevada rigurosamente, dirige e infesta su vida toda.

    Otros candidatos encallan en los “psi” terminales, es decir, en psicólogos y psiquiatras inanalizados los cuales, al rechazar su propia locura la colocan en cada nuevo paciente, a quién ofrecen psicofármacos o una gran variedad de recetas psíquicas —consejos, programas de modificación conductual, experiencias renovadoras, etc.— todo lo cual permite a los “terapeutas” continuar considerandose como modelos de salud. Ahí los candidatos se pierden en la droga o en la receta psíquica, colocando para siempre el saber sobre su locura en otro, estableciendo una dependencia sólo terminable con la muerte o con la huída, la cual, dicho sea de paso, ocurre con frecuencia dado que los “terapeutas” no soportan realmente la locura de sus pacientes. Cuando la transferencia enloquecida muestra el rostro lo único que dichos “terapeutas” quieren es que el paciente desaparezca.

    Otros candidatos sucumben ante otras versiones directivo/adaptativas, desde la brujería hasta la hipnosis, las cuales, sin ser abiertamente religiosas, comparten el modelo epistémico anterior: el paciente no sabe, el terapeuta sí y, a causa de ello, el paciente debe comportarse exactamente como el terapeuta indica. En dichas terapias el “mal” proviene de otro que hay que expulsar y es el terapeuta el que sabe como hacerlo. En esas terapias el paciente queda reducido a “ignorante absoluto” y el que sabe, el responsable, es el terapeuta, por lo que el paciente sólo tiene que “dejarse llevar”… a la esclavitud psíquica.

    Sin embargo, cuando alguno rompe esas cadenas —o alguno por azar desde el principio— y se topa con un terapeuta formado en la cura de su propia locura —es decir, uno que realizó hasta el fin el recorrido del analizante al analista, uno que por esa razón “calla en lugar de responder” soportando la transferencia y que, por ende, lo obliga a responsabilizarse de su locura, uno que no se coloca en el lugar del saber dosificando psicofármacos y consejos y que tampoco se considera el representante de la “salud mental”— entonces se inicia un psicoanálisis donde la “neurosis común” deviene “neurosis de transferencia” (de la cual el analizante se cura al final del tratamiento).

    No es extraño que en el curso de la cura psicoanalítica surja el deseo de convertirse en analista, de ser como el terapeuta. Pero tal deseo es analizado como cualquier otro deseo y en muchos casos el analizante también se cura de él. En otros casos lo que sostiene a dicho deseo es mucho más profundo y vital, está sostenido desde el advenir, desde el destino. En tales casos el entonces analizante, dado que realmente quiere saber sobre el psicoanálisis, deviene discípulo. A veces de Freud, otras de Klein, de Winicott o de Lacan y de su propio analista. Entonces su vida comienza a girar alrededor de su objetivo. No sólo devora todo material que, sobre su autor preferido, encuentra, sino que se inscribe a seminarios, grupos de estudio y cartels que le permiten ampliar su conocimiento… y todo ello sin que le interese título alguno, pues su motor no es obtener un blasón, un “reconocimiento con validez oficial” sino, simple y llanamente, su propio deseo. En dicho recorrido no tarda en darse cuenta de la existencia de obras fundamentales intraducibles, la Traumdeutung freudiana, los Séminaires de Lacan y ello lo obliga a incorporarse a los mundos que dichas lenguas abren.

    Cuando alguien es “mordido” así por el psicoanálisis, su entorno se da cuenta de ello y un buen día, a consecuencia de su notorio cambio subjetivo, alguien lo reconoce y le solicita análisis. Si ya ha avanzado suficientemente su formación no puede sino acceder y, como consecuencia de la aceptación de ese pedido, se convierte en analista… de ese analizante: es por obra de dicha demanda que el analizante deviene analista, pues ese El [Lui] lo autorizó a ello.

    No son muchas las instituciones que reconocen ese tipo de formación, ese estilo de autorización del psicoanalista. Y fue Lacan, en tanto discípulo excluido y “excomulgado” quien intentó dar lugar a ello. Aunque sin mucho éxito. También el pase propuesto por Lacan puede ser considerado como un blasón, como un título y, por ende, como una negación de la admisión de la carencia en el analista.

    Conclusiones

    La formación institucional de los analistas muy fácilmente puede caer en un modelo universitario que constituye la negación de la formación analítica. Muy fácilmente se puede caer en la farsa de los títulos y los blasones. Es muy fácil que los “candidatos” sean realmente “candidotes” y se crean que sus “maestros” poseen la verdad absoluta, el conocimiento claro y preciso de la locura… cuando dicha locura es aquello que, por naturaleza, rompe con todo dogma, con toda institucionalización.

    Y es también muy fácil que dichos candidotes queden toda su vida atados a instituciones que a la vez que los cobijan los esclavizan, convirtiéndolos, años después, en amos/esclavos de otros.

    No es nada fácil hacer como Freud y Lacan, es decir, sostenerse por la propia práctica, por el propio nombre. Ello implica seguir, rigurosamente, el camino de un psicoanálisis que no es sino una hermenéutica de sí. Esa es, desde mi punto de vista, la única manera de colocarse, verdaderamente, en la senda del psicoanálisis.

    Cuernavaca, Morelos, 20 de noviembre de 2013.

  • Reflexiones psicoanalíticas sobre el segundo congreso iberoamericano de ciencia y tecnología: la ciencia y sus sujetos.

    Reflexiones psicoanalíticas sobre el segundo congreso iberoamericano de ciencia y tecnología: la ciencia y sus sujetos.

    Víctor Enrique Solís Sosa.

    Resumen.

    Este trabajo lleva a cabo una revisión sobre los aspectos más destacados del segundo congreso Iberamericano de Ciencia y Tecnología, dedicado al Sujeto de la Ciencia, celebrado en Tenerife, España en el 2009. Al final de la reseña se lleva a cabo una crítica, en la cual sostenemos que si bien, se ha intentado reintroducir una reflexión sobre el papel de la subjetividad en la construcción de la ciencia, en realidad lo que de facto se lleva a cabo es introducir al sujeto en la ciencia, y no al sujeto de la ciencia, al mantener una perspectiva cartesiana del sujeto cognoscente, sin considerar las dimensiones problemáticas que el psicoanálisis ha traído a la luz sobre la subjetividad.

    Abstract. 

    We carried out a review of some relevant aspects of the Science and Technology second Iberoamerican Congress, celebrated in 2009, in Tenerife, Spain, dedicated to de role of subjectivity in science. At the end of the review we make a critic, sustaining that even when modern epistemology has tried to reintroduce the subjectivity to the field of epistemological reflection, in fact this reflection introduce a subject to the science, but not a subject of the science, as they maintain a Cartesian’s perspective about the subject of knowledge, without considering the problematical dimensions that psychoanalysis bring up to light about the subjectivity.

     

     

    “El psicoanálisis es esencialmente lo

    que reintroduce en la consideración

    científica el Nombre-del-Padre” (Jaques Lacan, 1966)

     

    Tiempo ha pasado desde que Popper lanzó la propuesta de construir una ciencia sin sujeto, y es que es precisamente una ciencia sin sujeto la única forma de plantear que la práctica científica podría escapar a las prácticas de poder y a las ilusiones de ideológicas, por ello, a partir de los años treinta, la filosofía de la ciencia que tuvo como principal escenario el mundo anglosajón, se conformó una visión filosófica de la ciencia que asumió casi como dogma las tesis ultraobjetivistas del conocimiento, excluyendo los aspectos subjetivos de los individuos. No obstante, hacia mediados del siglo XX, comenzaron a surgir diferentes puntos de vista que reivindicaban el regreso del sujeto a la epistemología, de la mano de autores como Michel Polanyi, Thomas Khun y Ludwig Fleck, quienes subrayaron los aspectos históricos, psicológicos y sociales de la evolución del conocimiento, lo que alentó el interés por los estudios en historia de la ciencia, en la psicología de los procesos cognitivos y en la sociología del conocimiento; de forma parecida, los últimos decenios han visto aparecer los estudios de la ciencia, que buscan englobar una descripción de las prácticas sociales y culturales en medio de las cuales se produce, sostiene y desarrolla socialmente la ciencia.

    Es en este contexto de reflexión sobre el rol del sujeto y la subjetividad en la construcción la ciencia, en el cual se llevó a cabo el II Congreso Iberamericano de la Ciencia y la Tecnología, celebrado en la Laguna, Tenerife, dedicado precisamente a “la ciencia y sus sujetos” y que tuvo como objetivo recuperar las reflexiones de epistemólogos de nuestra lengua sobre el estado actual de la discusión en torno al sujeto de la ciencia.

    Es, a propósito de este simposio, que Echeverría (2009), en su intervención titulada “Los Sujetos de las Ciencias”, propone que la existencia del sujeto de la ciencia es un hecho objetivo, aunque falta por delimitar el estatuto de dicho sujeto, es decir, si es individual, plural, colectivo, comunitario, institucional, social o no humano; pero lo que para él es un hecho, es que una epistemología sin sujeto sería una epistemología sin objeto, y además, encuentra necesario afirmar la pluralidad de los sujetos de la ciencia, ya que la ciencia es un cuerpo de conocimiento socialmente compartido y convalidado (Merton, 1977), en el cual, se establece a la objetividad como una valor epistémico a alcanzar, y cuyo grado de satisfacción se establece a partir de un debate intersubjetivo entre científicos; es en este sentido, que también plantea que los sujetos de la ciencia son varios, desde los técnicos de laboratorio, hasta aquellos que se encargan de presentar los resultados para difundirlos, los editores, los diseñadores e incluso aquellos que divulgan y enseñan ciencia, lo que hace necesario incluir en la discusión las relaciones que existen entre estos sujetos de la ciencia, pero también introduce la necesidad de limitar la pluralidad de estos sujetos, así como la necesidad de reflexionar sobre el proceso a partir del cual los sujetos de la ciencia son construidos.

    Por su parte, en su intervención, “algunas situaciones donde el sujeto tiene un papel indispensable en la investigación racional”, Larry Laudan (2009), después de confesar el poco interés que suscitan en él las discusiones sobre la subjetividad en la ciencia, comenta que al menos en un aspecto es necesario tomar en cuenta la subjetividad en el proceso de construcción del saber, se refiere a los estándares a partir de los cuales se toma la decisión de refutar o aceptar una hipótesis, estándar que, para él, no puede derivarse del fin de encontrar la verdad, ni tampoco puede derivarse de la racionalidad pura, ya que un estándar de prueba es básicamente un mecanismo para la distribución de errores y, a fin de cuentas, cada investigador o comunidad de investigación está dispuesto a aceptar cierto estándar de error que produzca falsos positivos o falsos negativos, así, para él, al estándar de error que una comunidad de investigación establece para aceptar o refutar una hipótesis le falta una justificación epistémica, y depende de los valores no cognitivos de cada investigador o de cada comunidad; sin embargo, el mismo Laudan nos advierte que no debemos sobrevalorar su análisis, ya que, según él, a medida que más pruebas se acumulan a favor o en contra de una hipótesis, el estándar de error es menos relevante para aceptar o rechazar la hipótesis.

    Por otro lado, Jesus Vega Encabo (2009), defiende la tesis de que el rechazo del ultraobjetivismo que permita la reintroducción de las consideraciones sobre el sujeto de la ciencia en la epistemología no implica necesariamente dejar de lado la noción de objetividad para caracterizar adecuadamente los logros de la ciencia, pero esta concepción de la objetividad se debe construir a partir de la imagen de un sujeto de la ciencia que ejerce funciones paradigmáticas de la razón pública; ahora bien, para Vega (2009) el sujeto cartesiano que la epistemología ha dado por sentado a partir de la época clásica conserva hasta la actualidad ciertos atributos, a pesar de la críticas Foucaultianas y Rortyanas a esta noción de sujeto, estas características son: el sujeto epistémico es en cierta medida agencia, capaz de ejercer cierta autonomía respecto a los dispositivos de poder (Foucault) y sobre las representaciones privilegiadas (Rorty), es también capaz de adoptar o rechazar sus creencias con base a la razón, está autoridad, lo dota de cierta integridad, unidad y continuidad y, además, se sostiene sobre cierta capacidad reflexiva a partir de la cual es capaz de examinar las propias condiciones de aceptación o rechazo de las creencias; es a partir de esta concepción de sujeto de la ciencia, que es posible construir una noción de objetividad, que se derive del ejercicio de la razón pública; sería pues el ejercicio mismo de la razón pública, el que le permitiría a los sujetos adoptar una estancia reflexiva de tipo normativo sobre los principios que guían sus prácticas, lo que les posibilitaría trasgredir el autoritarismo epistémico de Foucault y la búsqueda de representaciones privilegiadas de Rorty.

    Por su parte, en intervención, denominada Individuo y Sociedad en la Filosofía de la Ciencia, Fernando Brocano (2009), establece que de cierta forma la idea de conocimiento definido como una creencia verdadera justificada, supone la existencia de un sujeto, cuyo estatuto queda por delimitar, trabajo que puede empezar a realizarse entendiendo que la ciencia y la tecnología, en tanto empresas sociales, nacen en la modernidad, bajo el cobijo de cierto imaginario social que las produce como una forma cultural de práctica cognitiva y como una “comunidad imaginada” que se dota a sí misma de una autoexplicación, de una cobertura metafísica y de una cierta moral, pero sobre todo de cierto número de normas que regulan la conducta deseable para apegarse al método de producción de saber, las vías para trasmitir ese saber en el contexto de la esfera pública y los caminos para alcanzar el éxito en el interior de dicha comunidad.

    A su entender, son estos tres componentes los que hacen del sujeto de la ciencia un sujeto especial, constituido, no por la naturaleza o por designio divino, sino por una inserción normativa en ciertas prácticas sociales del conocimiento; es el seguimiento de estas normas, lo que le permite a la ciencia llevar a cabo un reclamo de autoridad epistémica absoluta y aparecer como un ejemplo y modelo de esfera pública.

    En su disertación, el mismo Brocano, subraya que uno de los elementos esenciales respecto a la construcción del saber científico, lo constituye el sistema intersubjetivo de intercambios, de reconocimientos y de controles que constituyen el modelo normativo de legitimación epistémica, así, la esfera pública de la ciencia se presentaría como el ámbito en el que la sociedad elabora la formación de creencias para que estas adquieran legitimidad y, al igual que en la economía, aun cuando el valor de los bienes tenga un componente privado, de uso, es solo en el marco social de los intercambios en donde los bienes adquieren “valor de cambio”; así, en el terreno epistémico el valor privado de las creencias subsiste en el marco de la esfera privada, pero en el espacio público necesita la sanción de la esfera epistémica de la ciencia para adquirir autoridad epistémica.

    Es en este sentido, que es posible hacer operar en la epistemología el modelo de Brandom (1994) sobre las aserciones en un espacio público, según el cual, la aceptación o rechazo de las aserciones serían el resultado de un sistema de reconocimientos de los demás miembros de las comunidades científicas a la historia cognitiva de un investigador en particular en el marco de las prácticas aceptadas por esa comunidad. Tendríamos así que la constitución de la esfera pública de la ciencia, sería un sistema de constitución de prácticas lingüísticas, de conceptos, de imágenes del mundo, que deviene sobre las formas de interacción normativa entre sus miembros; sería en este espacio, donde se configurarían no solo razones, sino la autoridad de las razones y no solo el poder de las causas, sino también, el poder puro de las relaciones sociales.

    Nuestro breve recuento deja claro que la discusión que destaca la importancia de considerar al sujeto en la construcción del saber, es un tema que preocupa a los epistemólogos, no obstante, aun cuando se trata de identificar la participación del sujeto en la construcción del conocimiento científico, e inclusive se intentan determinar las características que este sujeto posee y debería poseer, existen cierto número de atributos de los cuales se le dota sin problematizarlos demasiado, y son precisamente estos atributos los que la experiencia psicoanalítica permite problematizar, de ahí que sorprenda que existan pocos trabajos que propongan una reflexión sobre la construcción del saber, a partir del problemático sujeto que el psicoanálisis devela.

    Así, dando una mirada de cerca a la recuperación del sujeto que la epistemología ha intentado formular, encontramos una y otra vez que el sujeto cognoscente queda, a final de cuentas modelado, con sus asegunes por supuesto, a imagen y semejanza de la noción cartesiana de sujeto, son muchos los rasgos atribuibles a esta noción, pero hay cuatro en particular que lo caracterizan: 1) el sujeto es el “lugar” de las representaciones: el mundo se refleja en la mente del sujeto que es capaz de controlar racionalmente esos reflejos a los que llamamos representaciones, 2) el sujeto tiene una capacidad de autroatribución de estados que, bajo ciertas condiciones, constituyen autoconocimiento. La capacidad de controlar racionalmente las representaciones del mundo depende de esta capacidad de autoatribución. 3) El sujeto tiene cierto privilegio epistémico en lo que respecta a sus propios estados. 4) El sujeto está dotado de una cierta unidad e integridad o, si se quiere, ha de preservar una cierta coherencia racional (Vega, 2009); a estos atributos, se les añaden también ciertas características derivadas de una noción Kantiana del sujeto trascendental, a saber, la idea de que el sujeto cognoscente posee a la verdad como el valor fundamental (Vega, 2009) y de que una creencia es objetiva cuando el sujeto puede establecer sobre ella su autoridad responsablemente, es decir, el sujeto puede asumir la responsabilidad sobre su creencia, en el sentido de que puede “hacerse cargo” de aquello que son sus creencias y sus razones para la verdad de las mismas (Vega, 2009)

    Entonces, aún cuando pareciera que la epistemología de finales del siglo pasado y de principios del nuestro, a su forma ha llevado a cabo la tarea que Lacan reserva para el lugar que ocupamos los analistas, a saber, la reintroducción del sujeto en el campo de la ciencia, en realidad, esta reintroducción ha sido formulada sobre la base del sujeto cartesiano (y kantiano) y no del sujeto del cual el psicoanálisis da cuenta, de ahí, que si bien se ha hecho el intento de reintroducir al sujeto en las consideraciones sobre la construcción del saber, lo que aún falta por reintroducir es la consideración sobre el Nombre-del-Padre, no se trata solo de una reintroducción del sujeto, sino de su subversión; la epistemología, más que problematizar al sujeto de la ciencia, intenta dilucidar la participación del sujeto en la ciencia, sin considerar que el sujeto que en nuestra modernidad hace ciencia es ya un sujeto de la ciencia, es decir, un sujeto constituido, construido por ella, por lo que el universo simbólico en el que opera (el de la ciencia) es el mismo universo simbólico que lo constituyó como sujeto.

     

     

     

    REFERENCIAS

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    Echeverría, J (2009). Los sujetos de las ciencias. En La ciencia y sus sujetos ¿Quiénes hacen la ciencia en el siglo XXI”. México: Siglo XXI

    Kuhn, T (1962). La estructura de las revoluciones científicas. México: Fondo de Cultura Económica, 1971.

    Lacan, J (1966). La Ciencia y la Verdad. En Escritos II. México: Siglo XXI. (1984)

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    Tappan, J (2004). Introducción epistemológica al psicoanálisis. una mirada a la construcción de su conocimiento. Puebla: Escuela Libre de Psicología

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