Adolescencia, ¿Cuestión de época?

Un cruce con la literatura

 Diego Peralta

Introducción
 
 En toda elección se juega algo de nosotros, y esto también se dio con la elección de esta temática. La adolescencia es un momento por el cual pasamos o estamos pasando, pero de cualquier manera sus marcas se dejan traslucir en nuestra subjetividad.
 
 Al tomar una obra literaria para poder pensarla desde el psicoanálisis, no tengo como objetivo hacer un examen exhaustivo de ninguna de las dos, solo poner es cuestión dos áreas de interés, ponerlas a conversar, y ver como utilizar un soporte, como una novela gauchesca de principios de siglo, para que nos ayude a pensar distintas cuestiones relativas a la adolescencia.
 
 Para mejor comprensión de los distintos temas a tratar, me pareció interesante, a modo de desarrollo, establecer apartados, donde se expresan los cruces, en tanto que momentos de la adolescencia, en los que decidí explayarme. Dejando en claro, que los momentos a los que me refiero no son los únicos que se producen en esta etapa de la vida, no son cronológicos, ni se dan de manera aislada.
 
Breve reseña sobre “Don Segundo Sombra”
 
 Esta novela es relatada en primera persona por un niño de catorce años[1], el cual es enviado del campo a la ciudad para que concurra a la escuela; rápidamente va perdiendo el contacto con sus padres biológicos, quienes lo ocultan por ser un hijo natural, este chico, criado y maltratado por dos tías, va dejando paulatinamente la escuela, y va incluyéndose como “el chico del pueblo” conocido por todos, conociendo todos los comentarios y teniendo un reconocimiento por los mayores, debido a la viveza y espontaneidad. “fui al colegio. Había ya aprendido a tragar mis lágrimas y a no creer en palabras zalameras. Mis tías pronto se aburrieron del juguete y regañaban el día entero, poniéndose de acuerdo sólo para decirme que estaba sucio, que era un atorrante, y echarme la culpa de cuanto desperfecto sucedía en la casa”… “Pero estaba ya demasiado contento con haber conquistado en la calle simpatía y popularidad, para sufrir inquietudes de ningún género”… “Fueron los tiempos mejores de mi niñez”.[2]
 
 Cansado de este deambular sin dirección, reconoce la silueta de un gaucho y su caballo que le llaman la atención, al preguntar en el bar del pueblo quien podría ser este “pajuerano”[3], le responden que quizás sea Don Segundo Sombra, un gaucho de pocas palabras y modos bruscos, que parece condensar toda la sabiduría de la pampa; en ese momento escucha varios relatos sobre aquel resero[4], que ayudan a cautivar más su atención; justo en el momento que ingresa Don Segundo.
 
 El chico decide escaparse de la casa de las tías, que el sentía como su prisión e ir a buscar trabajo a la estancia donde oyó que iría don Segundo y así ganarse su confianza, para luego poder quedarse a su lado y tomarlo como su “padrino”.
 
 El chico consigue lo que pretendía, porque Don Segundo le permite ocupar ese lugar. Transcurren los viajes, de trabajo en trabajo, se va formando como gaucho y resero al lado de su padrino, dejando atrás su familia y su pueblo.
 
 Conoce los sinsabores de la vida y también la libertad, el amor, la amista, y la pampa.
 
 La relación con su padrino es de silencios mezclados con historias y palabras repletas de valores, como la pobreza.
 
 Cuando siente que está llegando a la adultez, cuando ya se dejaba entrever que era un gaucho como cualquier otro, cuando él se sentía así; una carta inesperada y tardía le comunica el fallecimiento del padre, el nombramiento del tutor hasta su mayoría de edad; sobre todo para el manejo de las tierras que heredaría.
 
 En ese momento, el desequilibrio, las preguntas y el miedo al no ser mas gaucho pobre, debido a que luego de leer esa carta pasaba a ser dueño de estancia, le dio un gran temor ¿Quién era en verdad? ¿Qué hacer con todo lo que recibía sin reconocerlo suyo? ¿Cómo mantenerse fiel a los valores incorporados durante sus años con Dos Segundo Sombra? “Mirá –dijo mi padrino, apoyando sonriente su mano en mi hombro-. Si sos gaucho en de veras, no has de mudar, porque andequiera que vayas, irás con tu alma por delante como madrina e´tropilla.”[5]
 
 La vuelta al mismo pueblo de su infancia lo encontró sintiéndose él otra persona, midiendo el trato con la gente, recorriendo los mismos lugares que deambuló cuando era un niño para tomarse el tiempo necesario a llegar a la estancia, ahora suya, que lo enfrentaría con su pasado y su futuro.
 
 En este recorrido Don Segundo lo acompaña, nuestro personaje comienza a conocer la vida sedentaria al hacerse cargo de las tierras heredadas; hasta que llegado un momento, luego de unos años, Don Segundo lo ve afianzado en su lugar y decide partir. Esto marca un momento de ruptura o cambio para el personaje, en que la adolescencia va quedando atrás. Pero nadie mejor que el propio Güiraldes para describir ese sentimiento “Iba a pasar un momento triste, el momento que en mi vida representaría, más que ningún otro, un desprendimiento”. “Tres años habían transcurrido desde que llegué, como un simple resero, a trocarme en patrón de mis heredades ¡Mis heredades! Podía mirar alrededor, en redondo, y decirme que todo era mío. Esas palabras nada querían decir. ¿Cuándo, en mi vida de gaucho, pensé andar por campos ajenos? ¿Quién es más dueño de la pampa que un resero? Me sugería una sonrisa el solo hecho de pensar en tantos dueños de estancia, metidos en sus casas, corridos siempre por el frio o el calor, asustados por cualquier peligro que les impusiera un caballo arisco, un toro embravecido o una tormenta de viento fuerte. ¿Dueños de que? Algunos parches de campo figurarían como suyos en los planos, pero la pampa de Dios había sido bien mía, pues sus cosas me fueron amigos por derecho de fuerza y baquía”.[6]
 
Desarrollo
 
El semejante como función subjetivante
 
 El lazo con el otro, en el adolescente, el otro que cumpla la función de sancionar y posibilitar, es aún importante y decisivo como sostén de esta función; además, está en un momento de estructuración subjetiva que permite intervenir de diversas formas, con posibilidades singulares de elección.
 
 La importancia de este “otro” es central para comenzar con el análisis, ya que hace hincapié en la temática que recorre esta novela. En “Don Segundo Sombra” podemos ver como la función de sancionar y legitimar se encuentra presente para este chico, que decidió (con lo implica elegir salir de un lugar donde no se es reconocido) escapar de su familia biológica, a través de su padrino, alguien ajeno a la familia. En su condición de adolescente necesitaba de otro que cumpla, y pueda cumplir con la función paterna, debido a que el personaje se encontraba en ese lugar liminar donde no se terminó de estructurar algo de la subjetividad.
 
 Es interesante desarrollar un concepto tan importante para esta etapa como el de liminalidad, planteado líneas arriba. Para esto me remitiré a la introducción de Giovanni Levi y Jean-Claude Schmitt del libro “Historia de los jóvenes”, donde plantean que la juventud es una construcción social y cultural, y esto es lo que la distingue de las otras etapas, por su característica de liminalidad, “…se sitúa entre los márgenes movedizos de la dependencia infantil y de la autonomía de los adultos; en el período –mero cambio- en el que se cumplen, rodeadas de cierta turbación, las promesas de la adolescencia en los confines un tanto imprecisos de la inmadurez y la madurez sexuales, de la formación de las facultades intelectuales y de su florecimiento, de la ausencia de la autoridad y la adquisición de poderes.”[7]
 
 El personaje comenta que su padre no lo reconocía, por ser hijo “natural”[8], esto hizo que esa función la tenga que cumplir otra persona; a través de este libro podemos pensar cómo esta función puede ser ejercida por otra persona que no sea el padre, sin que sea necesario el lazo biológico ni de parentesco. Forzando un poco el pensamiento, sin por esto desvirtuar el relato, podemos decir que Don Segundo le permitió al niño poder salir de la “prisión” de sus tías, del maltrato de las mujeres, poder marcar una diferencia y permitirle comenzar a instalarse en otra posición, donde el sacrificio y las responsabilidades eran mayores. Salir del goce que le produce ser el mimado del pueblo para que algo del deseo se pueda inscribir, deseo de un futuro, poder comenzar en un más allá distinto del aquí y ahora. Momento de angustia que le permite posicionarse como deseante en una búsqueda. “La angustia es, pues, termino intermedio entre el goce y el deseo, en la medida en que es una vez franqueada la angustia, como el deseo se constituye.”[9]
 
 “En esta presencia insoslayable del semejante se encuentra el fundamento mismo de la Ética. Porque algunos aspectos del contrato interhumano exceden lo circunstancial y se plantean como las premisas mismas de su existencia. El hecho de que los seres humanos sean crías destinadas a humanizarse en la cultura articula un punto insoslayable de todas las tensiones subjetivas que la articulan con el mundo: la presencia del semejante es inherente a su constitución misma”.[10] La presencia del otro va mas allá de la protección y la alimentación, el otro es el que transmite los ideales, valores, preferencias morales.
 
De lo familiar a lo extrafamiliar
 
 Plantear la adolescencia como el pasaje por estos dos polos, términos tomados de Ricardo Rodulfo, sostiene ver adonde se dirige la mirada. Aunque estos dos polos se desasen ante las primeras preguntas, sostenerlos nos permitirá avanzar sobre esta cuestión. 
 
 El paso de lo familiar a lo extrafamiliar necesita de un tiempo no cronológico. Ricardo Rodulfo prefiere hablar de “metamorfosis, de una transformación interna de cada uno de estos polos”[11], y en este caso resulta más aplicable este término, ya que el paso no se da directamente y sin intermediarios; o quizás no sea un paso, sino un largo camino, no sin curvas, retrasos y saltos. Nuestra infancia y nuestra constitución, nos permitirán realizar este pasaje de diversas maneras, teniendo en cuenta las herramientas con que nos podamos servir para transcurrirlo.
 
 Para que se pueda producir este paso, primeramente tiene que constituirse lo familiar; el personaje del libro que tomamos tiene un familiar sin constituir, de rechazo en rechazo, de un lugar a otro; necesitó de esta imagen paterna a quien él llamó “mi padrino”, posibilitador de esta transformación, de esta metamorfosis, dándole significancia a lo familiar para poder abrirse a lo social.
 
 En “Don Segundo Sombra” se puede ver claramente que éste no es un pasaje lineal, sino que entre idas y vueltas de un polo al otro es que se va dando esta estructuración. El personaje tiene que buscar afuera, en lo social a un personaje como su padrino, para poder desde allí hacer un retorno a la familia, y es justamente en su regreso a sus pagos, donde el ingreso a la adultez se va a dar de forma definitiva; despidiéndose de Don Segundo y haciéndose cargo desde “otro lugar”, de la estancia heredada, hay algo que no se había podido cerrar, y era necesario este cierre para poder dar el paso siguiente.
 
Del yo ideal al Ideal del yo
 
 Ricardo Rodulfo propone seis facetas del trabajo de la adolescencia[12], seis perspectivas, seis matices, seis diferencias. La primera ya tratada anteriormente, es el pasaje de lo familiar a lo extrafamiliar; un segundo punto, en el que me detendré, es que el acento se desplace del yo ideal al Ideal del Yo; las demás, solo por nombrarlas, son; el pasaje de lo fálico a lo genital; el cuarto punto consiste en la repetición transformada de los tiempos del narcisismo, como nuevo trabajo; el siguiente punto es el pasaje del jugar al trabajar, pero sin que el jugar sea abandonado por el trabajo; el último punto, lo califica como el desplazamiento a la sustitución, particularmente en términos de elección de objeto.
 
 El puro presente corresponde al Yo ideal, contrario a la idea de un más allá, de un futuro a plantearse o preguntarse, el puro Yo Ideal debe ser destituido por el planteamiento de una instancia formulada como Ideal del Yo, donde se inscriba algo que permita correrse del lugar de niño ideal, para comenzar a recorrer un camino, no lineal, como ya dijimos, pero que algo de la movilidad, en relación a la estructuración psíquica, se pueda desarrollar.
 
 Esto es vivido como diferentes duelos, por el niño ideal, por la infancia; por esto la adolescencia no está exenta de crisis, tomando esta palabra en el sentido de “cambio”, y de angustia, porque es necesario que algo se cierre para que otra cosa pueda surgir, esto último viene en relación al cuarto punto que plantea Rodulfo, como una repetición transformada de los tiempos del narcisismo. Repetición que el duelo permitirá detener. Y el tiempo en que esto se pueda dar es particular de cada sujeto, pero sin dejar de lado la cuestión social y de época en que cada sujeto se encuentra. Las adolescencias prematuras o tardías, como podría llamárselas, dependen de la posibilidad de cada sujeto de ir atravesando estos diferentes cambios o momentos de la adolescencia.
 
 En la novela que tomamos como referencia para pensar estas cuestiones, se deja traslucir palpablemente este momento. Al dejar la escuela, el personaje, aún niño, siente el placer del deambular por el pueblo, el reconocimiento de la gente, el no pensar en nada más que en los recorridos por los bares, el hotel, la libertad que sentía en ese momento, el vivir el aquí y ahora, puro presente. Pronto, la sensación de vacío que eso le producía, con el pasar del tiempo, se haría notar, “La costumbre de ser agasajado, me hizo perder el encanto que en ello experimentaba los primeros días. Me aburría nuevamente por más que fuera al hotel, a la peluquería, a los almacenes o a la pulpería de “La Blanqueada”, cuyo patrón me mimaba y donde conocía gente de “pajuera”: reseros, forasteros o simplemente peones de las estancias del partido”.[13]
 
 Es en ese momento donde comienza a pensar en irse, en escaparse, debido a que no tenía apoyo ni reconocimiento de sus padres y sus tías, y para le gente del pueblo no era más que un entretenimiento. Por esto, es que el chico ve en Don Segundo la posibilidad de rehacer o de hacer algo con su vida, él lo inviste con esa imagen que le permitirá proyectarse más allá, pensar en un recorrido, apoyándose en los fuertes ideales marcados por una época, él decide actuar, con todo lo que implica la noción de acto.
 
 Recorramos los temas que recorramos, no podemos dejar de hacer un cruce por los distintos momentos, por más que para una exposición más clara se haya decidido separar por apartados. Me parece interesante remarcar esto, debido a que en todo momento la imagen de Don Segundo se hace presente como posibilitador de los demás cambios.
 
Una cuestión de época
 
 Este último apartado permite realizar una suerte de comparación, debido a que el libro al que se hace mención transcurre en una época y una cultura anterior a la nuestra. A principios del siglo XX, como se describe en “Don Segundo Sombra”, los ideales se encontraban más arraigados en la sociedad; hoy, el mercado y la rapidez del mismo, producen una velocidad de los cambios difíciles de nombrar y significar con los conceptos clásicos, la liquidez domina sobra lo solido; en la actualidad se habla de una apertura de las posibilidades, donde las opciones de futuro son más variadas, pero habría que pensar qué produce esta varianza en las posibilidades, estas opciones. Los ideales son impuestos por un mercado, donde la subjetividad queda atrapada en una virtualidad.
 
Silvia Bleichmar, justamente en su libro “No me hubiera gustado morir en los 90”, plantea que “Respecto de la deconstrucción de significaciones y la recomposición de valores -es decir, de la asunción y asimilación de enunciados que fueron aceptados o rechazados en la infancia por provenir del adulto significativo-, este proceso se presenta más complejo que en otras épocas, en razón de que la historia misma ha devastado significaciones operantes hasta hace pocos años, y las generaciones que tienen a su cargo completar la crianza de quienes vendrán a relevarlos en el proceso reproductivo y social se ven despojadas ya no de certezas, sino de propuestas mínimas a ofrecer.” [14]
 
 La sociedad actual no ofrece una apertura a los adolescentes, excepto como consumidores. A los adolescentes les cuesta abrirse un lugar, donde sentirse identificados con su labor de estudio o de trabajo, todo proyecto queda anulado por las pocas esperanzas de prosperidad, de esta manera, el presente se hace eterno y no permite la apertura hacia un futuro.
 
 En relación al personaje de “Don Segundo Sombra”, si bien queda en claro que es una historia de un adolescente, y una ficción; podemos pensar que a pesar de las desventajas que puede acarrear un sujeto, con la endeblez de un núcleo familiar expulsante, había un lugar esperándolo para formarse. Los ideales de una época le permitían proyectarse hacia un futuro alcanzable.
 
 Es importante también tener en cuenta, como mención, que esto no lleva a sostener el viejo dicho popular “todo tiempo pasado fue mejor”, ya que los conceptos sociales no son trasladables directamente de un momento histórico a otro. Para hacer referencia a esto, quisiera traer a colación, la circunstancia que lo llevó al personaje de esta novela a alejarse de la familia, o mejor dicho, a que la familia lo alejara y debido a esto realizarse en un futuro como el que encontró.
 
 “Antes, es cierto, fui un gaucho, pero en aquel momento –remitiendose a su infancia- era un hijo natural, escondido mucho tiempo como una vergüenza. En mi condición anterior, nunca me ocupé de mi nacimiento; guacho y gaucho me parecían lo mismo, porque entendía que ambas cosas significaban lo mismo.”[15] La significación cultural de hijo natural, el haber sido concebido de padres que no estaban casados era sentido como una vergüenza y un peso con el que el hijo tendría que cargar, contrariamente a lo que debía ser, un hijo legitimo, entiéndase, en legítimo matrimonio. Si bien esto lo podemos tomar actualmente tan distante, en ese momento, y al estar instalados unos ideales tan fuertes, le valieron al adolescente el desarraigo familiar.
 
 La adolescencia está marcada por entradas y salidas de distintas etapas, estas se producen a través de ritos, si bien actualmente esos ritos pueden variar, o desvanecerse al entrar en la metamorfosis de una sociedad tan cambiante como la nuestra, hay siempre uno que marca un antes y un después en algún sentido, es el hacerse hombre, o el hacerse mujer, porque no se nace hombre o mujer, sino que se hace. En muchos lugares, esto está marcado por el ingreso a la sexualidad genital. Tomado anteriormente como uno de los puntos que marca Ricardo Rodulfo en “Del significante al pictograma a través de la práctica psicoanalítica”, plantea como etapa, el pasaje de lo fálico a lo genital. También señalado por Sigmund Freud en “La metamorfosis de la pubertad”, como la primera gran tarea que le asigna a la pubertad, un rito que puede marcar este pasaje es su primer relación sexual.
 
 “La adolescencia fue siempre una etapa conflictiva, pero en otros tiempos y en otras sociedades se habían desarrollado formas culturales que atenuaban su impacto: por ejemplo en muchas sociedades estaban instituidos ritos de pasaje que marcaban los momentos de cambio en el ciclo de la vida, y luego de atravesar las ceremonias de iniciación el joven o la muchacha ingresaban en espacios institucionales en los que podían desempeñar roles para los cuales habían adquirido la madurez necesaria.”[16]
 
 En la época en que se desenvuelve la novela que nos acata en este escrito, y específicamente en nuestro personaje, se señala un punto de inflexión que lleva a acercarse más a la imagen de hombre, de gaucho, a la que aspiraba el adolescente. Esto se da a través del dominio del animal, su primer doma. Luego del primer intento solitario y fallido por no pedir ayuda, según los códigos implícitos de la época, su padrino insiste en ayudarlo, lo aconseja y lo anima a volver a intentarlo, pero siguiendo los pasos que él le vaya diciendo. El poder dominar su potro y la llegada al fogón montado en su caballo, produjo las felicitaciones de los gauchos ya formados y el reconocimiento correspondiente. Al querer desensillar luego su caballo, un compañero intervino, “Deja eso nomás –intervino Goyo- y arrímate a tomar unos tragos del chifle, que te loh´as ganado.” “Con explicable alegría recibí aquella oferta, que me resultaba el más rico de los premios”.[17] El reconocimiento del semejante como formador de nuestra subjetividad marca y ayuda a marcar el pasaje de una etapa a la otra.
 
 Esta experiencia se puede ver desde otra lectura, la que hace Juan Carlos Volnovich, cuando analiza el porqué del menor promedio de hombres en relación a las mujeres. La niña para la madre es una duplicación de ella, “la identidad de la niña se basa en la necesidad de ser como la madre, y la identidad del niño se basa en la necesidad de hacer ese movimiento de alejamiento temprano de la madre”. “Tal parecería ser que los hombres vivimos menos porque someternos a nuestro “rol” tradicional, construir nuestra identidad, hacernos hombres, nos obliga a ir a la cancha, a exponernos a peligros varios y nos impide pedir auxilio a tiempo cuando de padecimientos físicos se trata.”[18]
 
 Con todo esto, podemos pensar que si bien cada época produce un tipo de subjetividad, esta no es anticipable totalmente, es por esto que podemos pensar con facilidad la adolescencia a principios de siglo y se nos dificulta cuando la pensamos sincrónicamente; esto no quita que se pueda teorizar al respecto.
 
Conclusión
 
 Conclusión como proceso formal, pero sería más cierto reflexión, ya que si bien se plantea un momento de concluir, esto no se refiere a un cierre, sino a un pensamiento sobre el trabajo expuesto.
 
 Este escrito permitió ficcionar una ficción, para poder pensar la adolescencia; hablo de ficcionar una ficción, para dejar en claro que el psicoanálisis trabaja con sujetos parlantes, que se encuentran allí en el momento de la intervención, y que puedan decir algo sobre sus vidas. No se puso en ningún momento a Ricardo Güiraldes en el plano del análisis, sino que su personaje nos ayudó a pensar cuestiones del psicoanálisis.
 
 La adolescencia va a ser transcurrida por caminos de dudas, duelos, crisis; pero también está destinada a conocer las alegrías más fuertes, los primeros amores, la amistad y la esperanza de poder elegir un camino a seguir, un futuro: la sociedad y la cultura, como todo aquel que se encuentre en ella, serán los responsables de no cortarles las alas, de permitirles construir un futuro donde puedan reconocerse como sujetos autónomos.
 
 
“Sombra”, me repetí.
Después pensé casi violentamente en mi padre adoptivo.
¿Rezar? ¿Dejar sencillamente fluir mi tristeza?
No sé cuántas cosas se amontonaron en mi soledad.
Pero eran cosas que un hombre jamás se confiesa.
Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos,
di vuelta mi caballo y, lentamente, me fui para las casas.
Me fui, como quién se desangra.
 
Ricardo Güiraldes

 


[1] Debido al relato en primera persona, y que el nombre del personaje no aparece en el texto, en este trabajo, el que relata será nombrado como: el niño, el adolescente (según el momento de la novela), o el personaje, ya que por el tema del presente escrito, lo tomaré como personaje principal, siendo Don Segundo Sombra, arbitrariamente secundario.
[2] Güiraldes, Ricardo; “Don Segundo Sombra”; Centro Editor de América Latina; Buenos Aires; 1979.
[3] Pajuerano: Persona que viene de otro lugar (este y las siguientes definiciones son extraídas del “Vocabulario” del mismo libro “Don Segundo Sombra).
[4] Resero: Trabajador que conduce el ganado.
[5] Güiraldes, R; Ídem.
[6] Güiraldes, R; Ídem.
[7] Levi, G. y Schmitt, J. C.; “Historia de los jóvenes”; ed. Taurus; Madrid, España; 1996.
[8] Este tema será tratado en el apartado “Cuestión de época”.
[9] Lacan, J; “La angustia” Seminario 10; Editorial Paidos, Buenos aires, Argentina, 2007.
[10] Rodulfo, R; “Del significante al pictograma a través de la práctica psicoanalítica”. Ed. Paidos; Buenos Aires, Argentina; 1992.
[11] Idem.
[12] Rodulfo, R, Ídem.
[13] Güiraldes, R; Ídem. (Las comillas internas son del texto original).
[14] Bleichmar, S.; “No me hubiera gustado morir en los 90”, ed. Taurus, Buenos Aires, 2006.
[15] Güiraldes, R; Ídem.
[16] Margulis, M; “Jinetes de la tormenta”; Ficha de cátedra, 2005.
[17] Güiraldes, R; Ídem.
[18] Volnovich, J. C.; “El niño del “siglo del niño””, ed. Lumen, Buenos Aires, Argentina.