DORA: HISTORIA DE UNA HISTERIA

Mario Alberto Domínguez Alquicira

   

El presente trabajo intenta plasmar en palabras una serie de ideas evocadas a partir de haber emprendido la lectura del famoso historial clínico de Sigmund Freud, conocido por todos nosotros como “caso Dora”. Así como, de haber visto la puesta en escena teatral —estrenada hace algunos años— Feliz nuevo siglo doktor Freud; que aborda la historia de esta joven histérica, cuyo verdadero nombre era Ida Bauer.

Ninguno de los casos clínicos de Freud ha sido motivo de tantas reflexiones, interpretaciones, revisiones y críticas como el caso en cuestión. En el que, el médico vienés se basó para teorizar sobre los procesos psíquicos que ocurren en la histeria. Si bien Freud, redactó el historial clínico justo después de interrumpido el tratamiento (de apenas once semanas de duración), no fue sino hasta 1905 que decide publicarlo en una revista científica especializada. El manuscrito que originalmente llevaba por título “Sueños e histeria”, era en realidad una continuación de su obra magna La interpretación de los sueños. Dicho Fragmento de análisis de un caso de histeria le permitiría arribar a la conclusión de que ,“la causación de las enfermedades histéricas se encuentra en las intimidades de la vida psicosexual de los enfermos y que los síntomas histéricos son la expresión de sus más secretos deseos reprimidos”.

La gran paradoja es que a partir de este fracaso terapéutico —Dora tomó la decisión de poner fin al tratamiento sin que desde el punto de vista del psicoanalista estuviese resuelto—, Freud consolidó los cimientos que tiempo después lo llevarían a elaborar sus Tres ensayos de teoría sexual en los que, entre otras cosas, propone la polémica teoría sobre la envidia del pene, para referirse al deseo de autonomía de las mujeres.

De esta manera, en la época de Dora Freud concibe aún la transferencia como el riesgo; el obstáculo que el análisis debe evitar. Lo cual le impide advertir el correlato libidinal de su contratransferencia. En otro lugar hemos tenido ya ocasión de demostrar que no fue el “caso Dora”, sino el “caso Irma” el primer fracaso terapéutico, debido a errores cometidos en su manejo. Acerca de esto, diremos también que existe una doble conexión entre un caso y otro. Examinémosla de paso:

En tanto que el sueño de “la inyección de Irma” sirvió para ilustrar la técnica de la interpretación en la obra extensa (La interpretación de los sueños), el sueño de la “Mesa redonda” sirvió para ejemplificar la obra abreviada (“Sobre el sueño”). Mientras que el sueño de Irma representaba- entre otras muchas cosas-,la contratransferencia libidinizada de Freud en el tratamiento de aquella paciente. El sueño “Mesa redonda” representaba el proceso contratransferencial precoz en el tratamiento de Dora. Tenemos pues, dos sueños; dos casos emblemáticos: Inyección de Irma-Mesa redonda, Irma-Dora.

Identificada con la figura de una tía histérica muerta a raíz de un marasmo, Dora muestra desde muy temprana edad un rico y variado repertorio de síntomas y afecciones; disnea, tos convulsiva, afonía, asma nerviosa, enuresis, depresión, tendencias suicidas, etcétera. Para Freud, la disposición a enfermar de esta paciente era consecuencia de un considerable lastre patológico hereditario. El padre había contraído sífilis antes de casarse, lo cual juega un papel importante —dice Freud— en la constitución neuropática de los niños. Y Dora no podía ser la excepción.

En la histeria, lo sabemos bien, existe una lesión continua en la red de representaciones, y el histérico —nos dice Freud— es aquel que padece de reminiscencias. Lo que la aventura psicoanalítica inaugura es entonces la escucha del discurso histérico. Pero ¿qué es lo que yace en el fondo de la histeria? , no es otra cosa que la pregunta sobre el deseo. La neurosis histérica aparece, así como fundante del psicoanálisis. Y es que ¿qué hubiera sido de Freud sin sus histéricas?

Lo que está en juego en la histeria es, pues, la pregunta sobre el deseo y sobre la diferencia entre los sexos, en tanto que los contenidos bisexuales del deseo constituyen componentes inmanentes. La histérica está peleada fundamentalmente con su ser mujer. ¿Qué es ser una mujer?, se pregunta Dora, o más específicamente: ¿qué es un órgano femenino, ¿qué es una vagina? .

Tal es “la pregunta histérica”, como después la llamaría Lacan, y tal es también la pregunta planteada por Dora. A través de, su neurosis como un intento por simbolizar aquello que se aparece como imposible de simbolizar (el órgano sexual femenino es lo no simbolizable por excelencia; lo real, lo informe, lo inefable y lo insondable. Ese que Freud había visto ya —no sin horror— en el fondo de la garganta de su paciente Irma). Y es ese mismo, el enigma de la femineidad que Freud nunca pudo aclarar. No obstante, es gracias a Dora que Freud puede aproximarse lo más posible al problema de la histeria, sin llegar a resolverlo- claro está—.

No obstante, eso tampoco garantiza que Freud haya podido discernir el verdadero objeto de deseo de Dora. No era el Sr. K., (Hans Zellenka) quien en verdad interesaba a aquella encanta-dora joven. Tal suposición, por parte de Freud responde más a su propio deseo que al de su paciente. Quien era todo para Dora —en la medida en que era ubicada por ésta como objeto causa de su deseo— era la Sra. K., (Peppina Zellenka).

Pero,una pregunta sigue en el aire: ¿Quién es Dora?. Lacan se apresura a responder: “Alguien capturado en un estado sintomático muy claro”. Y añade, además: “el yo de Dora es el señor K., y en tanto tal todos sus síntomas cobran pleno sentido”. La aparición de los síntomas orales (afonía, tos, asma) se explican a partir de lo que Dora escuchó decir acerca de la naturaleza de las relaciones entre su padre y la señora K. (la fellatio). Dora había sido una chupetea-dora. Desde sus años de infancia había encontrado una peculiar forma de autosatisfacción en el chupeteo, y su prima —sostiene Freud—, había sido una masturba-dora.

Dora, acudió a Freud motivada sólo por la palabra autoritaria del padre, lo que significa que la demanda de análisis no le pertenecía plenamente. Fue el padre quien determinó, pese a la renuencia de su hija que debía someterse al tratamiento. Vemos así, al padre de Dora recurrir a Freud en busca de cura para su hija. Y de un veredicto: lo que Philipp Bauer quería escuchar de boca del psicoanalista era que Dora no era más que una simula-dora. A diferencia de eso, Freud restituye a Dora una verdad que su familia intenta sustraer a toda costa. Si hay que otorgar un mérito a Freud en este caso es justamente el de haber hecho surgir una patología formidable detrás de las apariencias de una gran normalidad. Freud sorteó una dificultad, pero dejó de lado otras no menos importantes. Al no satisfacer las demandas del padre, Freud se lanza a una osada aventura: reconstruir la verdad inconsciente de ese drama, para lo cual se sirve de dos sueños. El primero de los cuales, de claro contenido sexual, revelaba que Dora se había entregado a prácticas onanistas, y que en realidad estaba enamorada del señor K.; y el segundo, con cuya solución terminó el análisis y en el cual hallaron su cumplimiento mociones crueles y sádicas.

Dora sueña en primer término con un incendio en el que su alhajero corre peligro y, en caso de que ocurriese alguna desgracia, la culpa sería irremediablemente del padre, quien a su vez no quiere “quemarse” por culpa de ese alhajero-cajita-vagina. Las cosas se van aclarando: Dora es —sin lugar a dudas— toda una “joyita”, un “estuche de monerías”. Ella sí estaría dispuesta a aceptar el favor del padre (envuelto a modo de regalo) que su madre rehusa. Lo cual implica también la retribución del obsequio: “tú me das y yo te doy”; es decir, “nos damos mutuamente”. El núcleo del sueño podría traducirse del siguiente modo; la tentación de mostrarse complaciente con el hombre es demasiado intensa, por lo que el padre debe acudir en su auxilio para evitar que arda en excitación. Tras despertar de este sueño recurrente, Dora había percibido siempre un olor a humo, a lo cual ella misma respondía “Donde hay humo, hay fuego”; a lo que habría que añadir: “Donde hubo fuego, cenizas quedan”. El único peligro del cual el padre puede salvar a Dora es precisamente ese: el de un incendio. Dora anda “caliente”, “fogosa”, “ardiente”, y necesita del auxilio de un bombero: la manguera-pene del padre que puede proveer la “mojadura” capaz de apaciguar el incendio.

Finalmente, hay por lo demás, algunos privilegiados significantes que —haciendo una lectura lacaniana— podríamos enumerar:

1.- Alhajero: elemento sin igual, resultado de la condensación y el desplazamiento y un compromiso entre corrientes opuestas. Su múltiple origen —en fuentes tanto infantiles como actuales— es atestiguado por su doble aparición en el contenido del sueño.

2.- Imágenes: corresponde a un punto nodal en la trama de los pensamientos oníricos.

3.- Catorce: Dora se despide de Freud con un preaviso de 14 días (como si de una persona de servicio ¿sexo servicio? se tratara).

4.- Fuego.

Referencias

Deutsch, F. (1957), Una “nota al pie de página” al trabajo de Freud “Análisis fragmentario de una histeria”, Revista de Psicoanálisis (Asociación Psicoanalítica Argentina), 1970, T. XXVII: pp. 595-604.

Freud, S. (1905), Fragmento de análisis de un caso de histeria, en Obras Completas, Amorrortu, 1995, pp. 1-107.

Lacan, J. (1951), Intervención sobre la transferencia, en Escritos I, Siglo XXI, México, 1996, pp. 204-215.

Lacan, J. (1956), La pregunta histérica I y II, en El Seminario 3. Las Psicosis, Ed. Paidós, 1997, pp. 229-260.

Vives, J. (enero-junio 1988), Dora… la búsqueda de la identidad femenina, en Cuadernos de psicoanálisis, Vol. XXI, No. 1 y 2.