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  • Editorial #23

    Editorial #23

    Editorial #23

    Julio Ortega Bobadilla

    La revista Carta Psicoanalítica ha llegado a su número 23, y no ha sido fácil arribar hasta este punto. Debo una disculpa a quienes nos siguen, pues entregamos con demora este número, que debió salir el año pasado. Diversas complicaciones no previstas, contingencias desafortunadas, y cierta galbana de quien esto escribe, han sido la causa de nuestro retraso ¿Pero quién no tiene derecho a perderse un poco en los laberintos de la vida?

    Pero, cómo lo habíamos señalado desde el principio, nuestro proyecto sigue fiel a su espíritu y está abierto a diversas opiniones y rutas teóricas, nos interesa la pluralidad y el sostenimiento de la imagen de una plaza abierta, que siga siendo un espacio para compartir ideas y discutir conceptos. No sólo nos apoyamos en un nombre o una campaña de marketing, en un mundo que se basa más en las promesas vacías y el reflejo de las cuentas de vidrio, tenemos detrás un trabajo que nos respalda, que compartimos con ustedes y al que los invitamos a participar.

    Convertirse en psicoanalista no es fácil, les anticipamos a quienes empiezan a interesarse por nuestra disciplina, es comprometerse con un camino que no tiene un fin último del todo y la única manera de reconocer a un psicoanalista es por su práctica verdadera, las curaciones que ha efectuado, y el reconocimiento de sus pares, más que por títulos, diplomados, promesas o insignias de escuela. Muchas personas brindan una enseñanza verdadera, sin tener que ofrecer esas supuestas garantías, que en algunos casos, no son sino pura tramoya vacía. Desde luego, existen las instituciones analíticas, no son muchas de todas maneras, y son ampliamente conocidas y reconocidas por su trayectoria.

    Hay un psicoanálisis mexicano – no es una religión, porque el psicoanálisis es una disciplina crítica contraria a los dogmas – es una corriente heterónoma, múltiple, sin verdades inmutables establecidas, ni falsas imágenes de certeza; con diferencias en sus criterios, pero con un espíritu indiscutible de investigación. Los psicoanalistas si algo debemos tener es abiertos los oídos, y sostener la intención de dialogar con honestidad y cortesía, con quienes protagonizan las actividades que dan fuerza al corazón de este movimiento, ateniéndonos a nuestra propia historia y desarrollo.  No cabe el aislamiento en los tiempos de intercambio y comunicación que vivimos. Por otro lado, el movimiento psicoanalítico mexicano está hoy involucrado con un problema, intenta ocuparse del horrible malestar social y la espantosa situación de violencia que estamos viviendo de unos veinte años para acá, creo que es un interés que no debemos abandonar porque tenemos mucho que aportar a la comprensión de este malestar y al cambio. Se trata de sacar al psicoanálisis del diván.

    En ésta marcha continua de la que ha sido protagonista principal Carta Psicoanalítica, trayendo al público interesado los materiales e ideas que puedan considerarse formativos en nuestro campo, hemos ido cambiando a través de los años, integrándonos a las redes sociales y tratando de aprovechar el impulso a la comunicación que éstas proporcionan, no sin desdeñar también, el hecho de que la información no puede transmitirse objetivamente nada más y que la confusión es parte del espíritu humano.  

    Es así como llegamos al día de hoy, volviendo a de dar continuidad a nuestro proyecto y mostrando una renovación total en su plataforma, que esperamos haga más atractivo el uso de nuestras herramientas y material. Conservamos los contenidos a los que ustedes están acostumbrados, pero procuramos crear una imagen que dé lugar a otros proyectos sin hacer nunca promesas falsas, no somos una institución, somos varios analistas de diferentes pertenencias y corrientes que trabajamos juntos por la difusión del psicoanálisis. Fuimos pioneros y creamos una tendencia, hoy volvemos a renovar nuestro cuerpo y esperamos también que nuestra alma, brille de nuevo con la luminosidad que logramos en el primer número.

     

  • REFLEXIONES SOBRE LA FANTASÍA EN LA OBRA DE MELANIE KLEIN

     

    REFLEXIONES SOBRE LA FANTASÍA EN LA OBRA DE MELANIE KLEIN

     

    REFLECTIONS ON FANTASY IN MELANIE KLEIN´S WORK

    VICTOR ENRIQUE SOLÍS SOSA

    [1]


     

    RESUMEN

    Melanie Klein trabajó en el límite mismo de la aparición del lenguaje como función, y a partir de ahí, reconstruyó las fantasías que envuelven ese límite, fantasías que están ahí para proteger al sujeto de su reconocimiento, de su encuentro con lo otro que lo habita; nosotros nos hemos propuesto para este escrito, mostrar en qué sentido la fantasía es un efecto de la agitación, de la cinética, del movimiento del registro simbólico en su búsqueda de referentes y la forma en como ella envuelve el límite de este registro, obturando la falla fundamental sobre la que se sostiene, a partir de ofrecer objetos que operen como su referente. Para hacerlo comenzaremos por llevar a cabo un breve recuento sobre la concepción Kleiniana de la fantasía, para después compararla, subrayando diferencias y similitudes respecto a la concepción Freudiana, posteriormente, intentaremos proponer una localización tópica de la fantasía en términos de la metapsicología, para después situarla como un efecto de lo simbólico, finalmente esbozaremos algunas ideas respecto a su dinámica y su papel en la experiencia analítica.

    Fantasía, Metapsicología, Fantasma, Klein

    Melanie Klein worked in the very limit of the emergence of language as a function, from there, she rebuilt fantasies involving this limit, fantasies that are there to protect the subject of his encounter with the other that inhabits; we have proposed for this paper, show in what sense the fantasy is an effect of the agitation, the kinetic, the movement of the symbolic register in its search for referents, and how she wraps the limit of this register, sealing the fundamental flaw on which it holds, foffering objects that operate as its referent. We will began by conducting a brief account on the Kleinian conception of fantasy, then we will compare it, highlighting differences and similarities to the Freudian conception, then we´ll try to propose a f topical location of the fantasy in terms of metapsychology, then we´ll place it as an effect of the symbolic, and finally we outline some ideas about their dynamics and their role in the analytical experience.

    Sólo la señora Melanie Klein, trabajando en el niño

    en el Iímite mismo de tal aparición del lenguaje, se ha atrevido

    a proyectar la experiencia subjetiva en ese período anterior donde sin

    embargo la observación nos permite afirmar su dimensión. (Jaques Lacan)

    INTRODUCCIÓN

    No puede obviarse ni sobreestimarse el papel que tiene la fantasía en el edificio teórico del psicoanálisis, ya decía Freud desde sus primeros escritos que las ensoñaciones de las histéricas deben ser consideradas como los momentos lógicos previos al estallido toda su fenomenología, pero es con Melanie Klein que la fantasía toma un lugar preponderante en la teoría y en la técnica y que es explorada con rigor y profundidad, no por nada Lacan la llamó la bella tripera.

    Melanie Klein trabajó en el límite mismo de la aparición del lenguaje como función, y a partir de ahí, reconstruyó las fantasías que envuelven ese límite, fantasías que están ahí para proteger al sujeto de su reconocimiento, de su encuentro con lo otro que lo habita; nosotros nos hemos propuesto para este escrito, mostrar la forma en la cual es precisamente la fantasía la que envuelve a ese límite, obturando la falla fundamental sobre la que se sostiene lo simbólico a partir de ofrecer objetos que operen como su referente, la fantasía es un efecto de la agitación, de la cinética, del movimiento del registro simbólico, o al menos es lo que nos hemos propuesto mostrar aquí; para hacerlo comenzaremos por llevar a cabo un breve recuento sobre la concepción Kleiniana de la fantasía, para después compararla, subrayando diferencias y similitudes respecto a la concepción Freudiana, posteriormente, intentaremos proponer una localización tópica de la fantasía en términos de la metapsicología, para después situarla como un efecto de lo simbólico, finalmente esbozaremos algunas ideas respecto a su dinámica y su papel en la experiencia analítica.

     

     

    DE UNA OPERACIÓN PSÍQUICA QUE NO REQUIERE LO SIMBÓLICO…LA FANTASÍA EN LA OBRA DE MELANIE KLEIN

    Ya desde el artículo de 1921, El Desarrollo de un Niño, la palabra fantasía aparece como uno de los gundergriffe[ii]de la obra de Melanie Klein, a partir del cual, intenta dar cuenta del efecto de la violenta irrupción de lo que ella llama “el pensamiento” como una función que limita el anhelo de omnipotencia infantil del infans, y que lo compele a transformar este anhelo en fantasía, citémosla:

    «Real, irreal -palabras que ya se había acostumbrado a usar- adquirían ahora un significado completamente distinto por la forma en que las usaba. Inmediatamente después de admitir que la cigüeña, la liebre de Pascua, etc., eran cuentos de hadas, y que había decidido que el nacimiento desde el interior de la madre era algo menos bello pero más plausible y real, dijo, «pero los cerrajeros son reales, porque si no ¿quién haría las cerraduras, entonces?»…lo que uno ve es real. Veo el sol y el jardín», etc. Así, estas cosas «reales» habían adquirido para él un significado fundamental, que le permitía distinguir todo lo visible y verdadero de aquello (hermoso pero desgraciadamente falso, no «real») que sucede sólo en los deseos y fantasías… El «principio de realidad» se había establecido en él” (1921)

    La cita anterior, es un fragmento de las observaciones realizadas por Melanie Klein al pequeño Fritz a propósito del desarrollo de la pulsión epistemofílica, la cual como plantea Klein en este texto, únicamente puede seguir un desarrollo más o menos libre de inhibición y no sintomático en la medida en la cual la omnipotencia infantil (que puede expresarse como el anhelo de la propia omnipotencia, el anhelo de la omnipotencia de los padres, la omnipotencia de pensamiento, de las palabras o incluso la fe en la omnipotencia de Dios), ceda progresivamente a la función del “pensamiento”; resulta en extremo interesante la forma en que en este mismo texto, el planteamiento Kleiniano introduce casi inadvertidamente al complejo paterno (¿la función simbólica?) como el que organiza y da entrada a esta “función de pensamiento” que es el límite de la experiencia de omnipotencia, y a la vez como el origen de la fantasía compensadora[iii].

    “Sabemos que también a este respecto es importante el complejo paterno, y que la forma en que queda fortificado o destruido el sentimiento de omnipotencia por la primera desilusión seria del niño, determina su desarrollo como optimista o pesimista, y también su viveza y espíritu de empresa, o un escepticismo apabullante. Para que el resultado de este desarrollo no sea la utopía y la fantasía ilimitadas, sino el optimismo, el pensamiento debe proporcionar una oportuna corrección… Si este ajuste se hace afortunadamente, entonces el sentimiento de omnipotencia quedará colocado sobre cierta formación de compromiso con respecto al pensamiento, y se reconocerá al deseo y la fantasía como pertenecientes al primero, en tanto que el principio de realidad regirá en la esfera del pensamiento y de los hechos establecidos” (1921)

    La cita nos parece especialmente esclarecedora, ya que en ella es imposible confundir la forma en la que Klein organiza sus constructos y delimita los conceptos, tratemos de explicarnos: el complejo paterno por vía del pensamiento (¿función simbólica?) introduce la primera desilusión seria en la vida del niño, desilusión que dará lugar, por un lado, a una formación de compromiso entre el anhelo omnipotente y las fantasías que de él provienen, y por el otro, el pensamiento, que dará lugar al principio de realidad, adicionalmente, la forma que tome esta primera desilusión determinará el destino del anhelo omnipotente y de las fantasías que de él provengan, así como el de la pulsión epistemofílica.

    Entonces, la función del complejo paterno es lo que permite diferenciar lo que hasta este momento parecería encontrarse indiferenciado, a saber, la realidad y la fantasía, y es precisamente la forma en como opere dicho complejo, la que determinará el destino de la segunda (de la fantasía); este punto es particularmente difícil de articular, ya que al parecer, en el psiquismo infantil, anterior a la “gran desilusión”, es decir preedípico, la fantasía no es fantasía y solo se convierte, de forma retroactiva, en fantasía a partir de la operación del complejo paterno.

    Ahora tenemos un primer norte para comenzar a situar a la fantasía en su sentido metapsicológico tal y como es empleada por Klein en este primer momento de su obra, ésta es, al parecer, un producto de la formación de compromiso entre el anhelo de omnipotencia y la función del “pensamiento” y, al encontrarse del lado del anhelo omnipotente, es a su vez la marca de su pérdida y la promesa de su reencuentro.

    Surge ahora una nueva dificultad, a qué se refiere Klein cuando habla de la primera desilusión seria del niño, no acaso la primera desilusión se dará en el momento mismo en que aparece la primera experiencia de frustración, o cuando viene la primera llamada de atención o cuando su cuidador no aparece por primera vez en su campo visual, todas estas experiencias parecen dignas de llamarse primera desilusión. No obstante, Klein nos deja ver muy claramente a qué se está refiriendo a partir de sus observaciones en el pequeño Fritz, al parecer, la primera desilusión en este caso paradigmático nace de un campo inesperado, nace del campo del saber.

    En efecto en el relato que hace Klein, Fritz llevaba semanas haciéndole preguntas sobre el nacimiento, el crecimiento de los seres humanos, las heces, y la existencia de Dios, estas preguntas “eran siempre contestadas con la verdad absoluta, y, cuando era necesario, con una explicación científica adaptada a su entendimiento” (1921), pero parecía que la verdad absoluta que ofrecía Klein no convencía al pequeño, éste continuaba en una cadena interminable de preguntas, dirigidas a Klein y a otras personas, un buen día, al pequeño se le ocurrió preguntarle al padre si Dios existía, respuesta que ya había sido contestada con una negativa por parte de la madre, a la pregunta el padre contesta: “Fritz, nadie ha visto nunca a Dios y algunos creen que Dios existe y otros creen que no existe. Yo creo que existe, pero tu madre cree que no existe” (1921)

    Proponemos que es ésta la primera desilusión seria del niño, cuando se presenta la falla en lo simbólico y su pregunta no alcanza una respuesta definitiva, cuando la “verdad absoluta” que se le ofrece es relativizada, y entonces la consistencia de lo simbólico ya no puede ser sostenida sino con explicaciones autorreferenciales del tipo: “se llama hornalla porque es una hornalla. Yo me llamo Fritz porque soy Fritz. A ti te llaman tía porque eres tía.»(1921)[iv]

    Como puede observarse, en este su primer texto, Klein se encuentra aún muy influida por el pensamiento Freudiano, la fantasía se limita en este momento a ser una formación de compromiso entre la omnipotencia infantil y la función simbólica (el pensamiento), cuando ésta se instaura a partir de las primeras desilusiones; no obstante, a través de la técnica de juego, Klein poco a poco profundiza más y más en los momentos preedípicos de la subjetividad, antes de que la función simbólica se instaure a partir de su falla; su hallazgo en este trabajo fue que la vida infantil se encuentra plagada de fantasías que en sí ya son inconscientes, y que además se encuentran activas durante toda la vida del sujeto.

    Solo para mencionar algunas de las fantasías preedípicas a las que Melanie Klein hace referencia en sus obras podemos referirnos a las fantasías de masturbación, las fantasías originarias y las de coito con la madre (1923), a las de destruir al pene, a las de la madre castradora y las fantasías pegenitales orales, anales y uretrales (1925), a las sádico anales y sádico orales y las de abrir el cuerpo de la madre (1927), a las fantasías en relación al contenido del cuerpo de la madre (1930), a las canibalísticas y al empleo de las heces y orina para destruir al objeto (1933), a las de agresión contra la unión de los padres (1934), a las de proyección e introyección, las de agresión contra la relación sexual de los padres, a la de tener el pene del padre o sobre que éste se encuentra dentro del cuerpo de la madre (1953) y en general a las fantasías persecutorias, de retaliación y de agresión de la posición esquizoparanoide y a las de culpa, castigo y reparación de la posición depresiva (1937).

    El hallazgo de estas fantasías en el psiquismo infantil hace necesario replantear a la fantasía no solo como una formación de compromiso entre el pensamiento y el anhelo omnipotente, ya que al parecer, la fantasía inconsciente es bastante activa y ya inconsciente antes de la instauración del principio de realidad por vía de la primera gran desilusión del infans, es de esta forma, como Klein, en 1952, se pronuncia sobre la fantasía en los siguientes términos:

    “Mi concepción de la fantasía en la temprana infancia es que sus raíces son los instintos (pulsiones) o, como dice Susan Isaacs, la fantasía es el corolario mental de los instintos (pulsiones). (1953)”

    Y posteriormente, en 1959, suscribiendo también a Susan Isaccs menciona que:

    «La fantasía es (en primera instancia) el corolario mental, el representante psíquico, del instinto. No hay impulso, no hay anhelo o respuesta instintivos que no sean experimentados como fantasía inconsciente… Una fantasía representa el contenido particular de los impulsos o sentimientos (por ejemplo, deseos, temores, ansiedades, triunfos, amor o aflicción) que predominan en la mente en un determinado momento.» (1953)

    Entonces, al parecer, si la fantasía inconsciente es un medio para hacer frente a la pérdida de la omnipotencia infantil, lo es mucho antes de la “primera gran desilusión”, de la primera gran falla del campo de lo simbólico, al parecer, la fantasía está presente desde el principio de la vida del sujeto y al parecer es también independiente del campo de lo simbólico.

    Así, una vez que la fantasía ha sido concebida en el pensamiento Kleiniano como “la expresión mental de los instintos (pulsiones)” (Segal, 1994), ésta comienza a tomar un lugar central en la teoría, a tal grado que pasa a ser una forma de expresión de virtualmente todos los procesos psíquicos. Así, la fantasía es la forma específica como se experimenta la pulsión en el psiquismo, pero también, esta es la forma en que se representan psíquicamente las distintas formaciones de defensa, entonces, la fantasía es también una forma de defensa contra la realidad externa, contra la realidad interna y contra otras fantasías; por otro lado, los rasgos caracterológicos del Yo, se encuentran también determinados por las fantasías más permanentes del Yo sobre sí mismo y los objetos que contiene, y el Superyó pasa también a ser una forma particular de fantasía que posibilita la expresión de los impulsos agresivos, así mismo, la fantasía pasa a ser un marco referencial crucial a partir de la cual experimenta la realidad fáctica, pero ésta, la realidad, es también capaz de modificar las fantasías fundamentales.

    Ya con un lugar tan importante, no es de extrañar que la fantasía ocupe entonces, un lugar central en los criterios que Melanie Klein configura para el fin de análisis de un niño, así, en 1932 asegura que:

    “en el carácter de sus fantasías inconscientes (de los niños y adolescentes), o más bien en los cambios que éstas han sufrido por el análisis, debemos encontrar un criterio que nos ayude a juzgar si un análisis ha sido suficiente.” (1932)

    No asombra entonces que en su pensamiento, “el estado psíquico del sujeto está determinado por la naturaleza de las fantasías inconscientes y su relación con la realidad externa” (Segal, 1994) y que obtenga la conclusión de que en los niños que encontramos:

    “una limitación de su fantasía y de los medios de representación, normales en el período de latencia o… cuando encontramos una limitación similar de intereses y medios de expresión (de la fantasía) en la pubertad, estamos trabajando, con un período prolongado de latencia; y por otro, cuando hay una limitación extensiva de las actividades de la imaginación (como en las inhibiciones del juego, etc.), en la temprana niñez, con un caso de comienzo prematuro de este período (de la pubertad). En ambos casos, sea que la latencia comience muy pronto o termine muy tarde, es señal de perturbaciones graves en el desarrollo del niño, pues tal extensión indebida de este período, está acompañada por un aumento indebido de los fenómenos que normalmente lo acompañan”

    En todo caso, para Klein la actividad de la fantasía inconsciente, la posibilidad de expresarla y la naturaleza de la misma, determinará en buena medida el funcionamiento del sujeto, es en este sentido que plantea por ejemplo, la diferencia entre el mecanismo de la histeria de conversión y del interés científico por la vía de la sublimación:

    “en la histeria de conversión la fantasía se aferra tan tenazmente a la situación placentera que antes de que sea posible la sublimación[v], sucumbe a la represión y a la fijación; y así, suponiendo que actúen los otros factores etiológicos, está forzada a encontrar representación y descarga en los síntomas histéricos.

    Mientras que:

    “la forma en que se desarrolló el interés científico de Leonardo (Da Vinci) por el vuelo de los pájaros, muestra que también en la sublimación continúa funcionando la fijación a la fantasía con todos sus determinantes”

    Como puede verse pareciera que en el pensamiento Kleiniano, la fantasía es el concepto alrededor del cual se organiza todo el aparato teórico y técnico del psicoanálisis, así, ella le otorga un papel mucho más importante del que en todo caso le asignó Freud; además pueden verse claramente dos momentos en la concepción Kleiniana de la fantasía, en el primero, ésta aparece como una formación de compromiso entre el anhelo de omnipotencia y la función del “pensamiento” que provienen del complejo paterno, en el segundo en cambio, la fantasía aparece como la expresión psíquica de las pulsiones, el complejo paterno deja de ser necesario para su producción y ésta se concibe como determinando el estado psíquico del sujeto, por lo que el progreso del análisis podría vincularse con el cambio progresivo que sufren las fantasías inconscientes, a medida que avanzan desde las fantasías esquizoparanoides hasta las de reparación en relación a la figura del analista, con la finalidad de introyectar el superyó de éste; toca ahora el turno de comparar las posturas Kleinianas y Freudianas respecto a este tema en particular.

     

    DE UNA OPERACIÓN PSÍQUICA CONCILIADORA…ALGUNOS APUNTES SOBRE EL CONCEPTO DE FANTASÍA EN FREUD

    La fantasía aparece como un elemento fundamental en la obra de Freud muy temprano, ya para 1985, en el proyecto, hacía referencia a la satisfacción alucinatoria de deseos (que no son necesariamente una fantasía, sino consecuencia de ella como trataremos de explicar más adelante) como una vía a través de la cual se podía tolerar, por mediación de la producción de una alucinación la ausencia del objeto y que incluso, ésta podría llegar a sustituir al objeto como fuente de satisfacción, poniendo en peligro a todo el organismo, citémoslo:

    “…entonces, por la vivencia de satisfacción se genera una facilitación entre dos imágenes-recuerdo y las neuronas del núcleo que son investidas en el estado de esfuerzo.

    Con la descarga de satisfacción, sin duda también la Q´n es drenada de las imágenes-recuerdo. Con el reafloramiento del estado de esfuerzo o de deseo, la investidura traspasa sobre los recuerdos y los anima. Tal vez sea la imagen-recuerdo del objeto alcanzada primero por la reanimación del deseo.

    Yo no dudo de que esta animación del deseo ha de producir inicialmente el mismo efecto que la percepción, a saber, una alucinación” (1885)

    Así, al igual que para Melanie Klein, para Freud, la fantasía aparece como una producción psíquica muy temprana, no obstante, pareciera que la dinámica para ambos autores es distinta, algo no funciona de la misma forma para ambos; mientras para Freud la fantasía es precisamente eso, una fuente sustitutiva de satisfacción que puede llegar a desbordar en la alucinación, para Klein, la fantasía aparece como una expresión, por decirlo de alguna forma, paralela a la pulsión, de ahí que en la lógica del pensamiento Freudiano, la fantasía sea ya una formación de compromiso (que implica la necesidad de oponerla a los signos de realidad), mientras que en el Kleiniano, la fantasía es sin más, la expresión psíquica de los instintos, y pasa a convertirse en una formación de compromiso hasta que la función simbólica se instaura después de la “primera gran desilusión”.[vi]

    Es entonces (para Freud) debido a la movilización del impulso que, en un segundo momento, es decir, después de la experiencia primaria de satisfacción, que se produce la fantasía capaz de desbordar en la alucinación, la fantasía, no nace junto con el impulso, sino que nace a partir de la impresión que deja una primerísima satisfacción, y es la imagen de esta primerísima satisfacción la que es movilizada en la fantasía cuando reaparece el impulso y que desborda hacia la percepción produciendo una alucinación capaz de satisfacerlo; no obstante, de continuar funcionando así, el aparato no contaría con los recursos para subsistir, así lo expresa Freud en una larga nota al pie de su texto de 1911, Formulaciones sobre los dos procesos de acaecer psíquico:

    “Con razón se objetará que una organización así, esclava del principio del placer y que descuida la realidad objetiva del mundo exterior, no podría mantenerse en vida ni por un instante, de suerte que ni siquiera habría podido generarse. Sin embargo el uso de una ficción de esta índole se justifica por la observación de que el lactante, con tal que le agreguemos el cuidado materno[vii], realiza casi ese sistema psíquico. Es probable que alucine el cumplimiento de sus necesidades interiores; denuncia su displacer a raíz de un acrecentamiento de estímulo y una falta de satisfacción, mediante la descarga motriz del berreo y pataleo, y tras eso vivencia la satisfacción alucinada”

    Resulta interesantísimo como en esta cita, Freud de alguna manera formula la idea de que en algún sentido, la función de la Madre opera de tal forma que realiza para el infans la fantasía para que ésta no desborde como alucinación, podemos descomponerlo de la siguiente forma: el niño experimenta el apremio de la necesidad que produce el deseo, éste moviliza la fantasía que amenaza con transponerse en alucinación, pero cuando la satisfacción de la necesidad no se produce, el berreo y el pataleo hacen lo propio para que la madre aparezca, y al llevar a cabo su función, la fantasía de alguna forma se cumple, entonces “el cuidado materno realiza casi ese sistema psíquico”, realidad y fantasía parecen no estar tan alejadas.

    Se deduce entonces que la fantasía que desborda en la realización alucinatoria de deseos no es una producción del Yo (como exige el modelo Kleiniano), sino es una exigencia del compromiso entre el principio del placer (que tiende a la alucinación) y el principio de realidad (que obedece a los signos objetivos de la presencia del objeto):

    “Cuando en el estado de deseo se inviste de nuevo el objeto-recuerdo y entonces decreta la descarga, no obstante la satisfacción por fuerza faltará, porque el objeto no tiene presencia real sino solo en una representación-fantasía. Al principio, no es capaz de establecer ese distingo, pues sólo puede trabajar siguiendo la secuencia de estados análogos entre neuronas (o sea la secuencia de un deseo a una alucinación). Por eso precisa un criterio que provenga de otra parte para distinguir entre percepción y representación…”

    “Llamamos procesos psíquicos primarios a la investidura-deseo hasta la alucinación, el desarrollo total de displacer, que conlleva el gasto total de defensa; en cambio, llamamos procesos psíquicos secundarios a aquellos otros que son posibilitados solamente por una buena investidura del yo y que constituyen una morigeración de los primeros. La condición de los segundos es, como se ve, una valoración correcta de los signos de realidad objetiva, solo posible con una inhibición por el yo.”

    Dos puntos a destacar en esta cita, primero, la idea de que en un primer momento la fantasía no es fantasía, ya que para el organismo es imposible distinguir entre ésta y la realidad fáctica, la fantasía no puede ser reconocida como tal, es sólo cuando ésta se desborda en una alucinación y, no obstante, la satisfacción no llega (es sólo cuando se produce esta primera desilusión, no gran desilusión aclaremos), cuando el organismo se ve obligado a distinguir entre realidad y fantasía, e inhibir a la fantasía para que ésta no devenga alucinación. La fantasía es inhibida, pero ésta termina por realizarse cuando la madre acude para satisfacer la necesidad, nuevamente realidad y fantasía parecen no separarse del todo.

    Segundo. El yo no es entonces el gran productor de fantasías en el sentido en que Klein lo plantea, es más bien una instancia que inhibe los procesos psíquicos primarios para que estos no produzcan la experiencia alucinatoria, y es justo este proceso inhibitorio el que produce a la fantasía, como una formación de compromiso entre la tendencia a la experiencia alucinante (¿omnipotencia?) y los signos de la realidad que sancionan la ausencia del objeto; es el reconocimiento del empuje de la necesidad la que moviliza el camino hasta la alucinación, y solo cuando ésta es inhibida se da la creación de estas formaciones de compromiso que son las peligrosas fantasías (producidas por la operación del principio del placer en su enfrentamiento con los signos de realidad externa), ¿y el Yo?, el Yo es el encargado de inhibirlas para que estas no se traduzcan en percepción y por lo tanto en alucinación.

    Así, una divergencia importante entre Klein y Freud es que para Klein, la fantasía es expresamente una función del Yo, y supone un Yo lo suficientemente organizado como para generarlas, mientras que en Freud, especialmente en la concepción del Yo que tiene en el proyecto, la fantasía opera más bien del lado del proceso primario y representa una amenaza para todo el aparato psíquico[viii] (ya que si desborda en alucinación, el impulso se verá “satisfecho” a través de ésta, lo que amenazaría la supervivencia), por lo que el Yo, necesariamente tiene que inhibir que la fantasía se desborde hacia la satisfacción alucinatoria de deseos, es decir, tiene que transponer el proceso primario en secundario, así, el Yo no genera la fantasía, más bien, se opone a la satisfacción a través de ella.

    Una nota importante en esta concepción se relaciona con el papel que la realidad juega con respecto a la fantasía. Aparentemente, en el aparato Freudiano, el Yo emplea a los “signos de la realidad” para oponerse a la fantasía, de tal suerte que ésta no devenga alucinación, y esto ocurre desde muy temprano en la vida del niño, al parecer, sólo cuando la frustración alcanza límites intolerables, la fantasía se transpone en alucinación y entonces se mezcla con la realidad, de ahí que, igual que en los planteamientos Kleinianos, la fantasía se convierte en un marco de referencia a partir del cual se interpreta la realidad fáctica, ésta es capaz de influir sobre la fantasía y por momentos ambos, fantasía y realidad producen una inmixtión imposible de diferenciar.

    Entonces en Freud, la fantasía es una vía que tiene el sistema para defenderse de la ausencia del objeto (pérdida de la omnipotencia), al tiempo que es también un objeto que opera como sustituto del objeto de la pulsión, pero al mismo tiempo es, por su naturaleza satisfactoria, una fuente de amenaza; mientras tanto, para Klein, la fantasía no es expresamente una fuente de satisfacción, sino la forma en la cual la pulsión se hace representar en el aparato psíquico; he aquí una importante diferencia con Freud, ya que para él, la forma en que la pulsión se hace representar en el psiquismo no es directamente a través de la fantasía, sino primero, y antes que nada, como plantearía en 1915, a través de las agencias-representantes de la pulsión.

    Es precisamente en 1915, cuando Freud lleva a cabo su “gran síntesis”, la metapsicología, cuando se produce un importante esclarecimiento respecto al tema de la fantasía, en donde, a propósito de las vías en la que se produce el comercio entre los sistemas Pc-cc e Icc menciona que:

    “Entre los retoños de las mociones pulsionales icc del carácter descrito, los hay que reúnen dentro de sí notas contrapuestas. Por una parte presentan una alta organización, están exentos de contradicción, han aprovechado todas las adquisiciones del sistema Pcc-Cc y nuestro juicio los distinguiría apenas de las formaciones de este sistema. Por otra parte, son inconscientes e insusceptibles de devenir conscientes. Por tanto, cualitativamente pertenecen al sistema Prcc, pero, de hecho, al Icc. Su origen sigue siendo decisivo para su destino… De esa clase son las formaciones de la fantasía tanto de los normales cuanto de los neuróticos, que hemos individualizado como etapas previas en la formación del sueño y en la del síntoma, y que, a pesar de su alta organización, permanecen reprimidas y como tales no pueden devenir conscientes. Se aproximan a la conciencia y allí se quedan imperturbadas mientras tienen una investidura poco intensa, pero son rechazadas tan pronto sobrepasan cierto nivel de investidura.” (1915)

    Así, las fantasías parecerían mestizos, por un lado, presentan un alto grado de organización, y han aprovechado las adquisiciones del sistema Pc-cc como la influencia mutua entre sus representaciones, su ordenamiento temporal y la posibilidad de ser modificadas por el examen de realidad y por el otro, son insuceptibles de devenir conscientes, parecería entonces, que en Freud, la fantasía inconsciente es una parte de lo inconsciente, y no lo inconsciente mismo, como a veces parece entreleerse en la obra de Melanie Klein; ya en 1911, Freud se había referido en forma parecida a la fantasía:

    “Al establecerse el principio de realidad, una clase de actividad del pensar se escindió; ella se mantuvo apartada del examen de realidad y permaneció sometida únicamente al principio de placer[ix]. Es el fantasear, que empieza ya con el juego de los niños y más tarde, proseguido como sueños diurnos, abandona el apuntalamiento en objetos reales.” (1911)

    Entonces, parecería que el signo de la formación de compromiso que es la fantasía, es que es una forma particular de pensamiento que se rige, no por el principio de realidad, sino por el principio del placer, y no obstante, guarda algún tipo de vínculo con la realidad ya que:

    “La represión permanece omnipotente en el reino del fantasear; logra inhibir representaciones in statu nascendi, antes que puedan hacerse notables a la conciencia, toda vez que su investidura pueda dar ocasión al desprendimiento de displacer. Este es el lugar más lábil de nuestra organización psíquica; es el que puede ser aprovechado para llevar de nuevo bajo el imperio del principio de placer procesos de pensamiento ya ajustados a la ratio” (1911).

    Y por otro lado:

    Es tan difícil distinguir unas fantasías inconscientes de unos recuerdos que han devenido inconscientes. Pero no hay que dejarse inducir al error de incorporar en las formaciones psíquicas reprimidas la valoración de realidad objetiva y, por ejemplo, menospreciar unas fantasías respecto de la formación de síntoma por cuanto justamente no son realidades efectivas ningunas(1911)

    No obstante, principio de placer y principio de realidad no se delimitan entre sí tan fácilmente, Freud lo menciona en el mismo artículo, cuando dice que la división entre ambos procesos no viene de una vez por todas, y que al final, el “destronamiento del placer por el principio del realidad no es otra cosa sino una forma de asegurarlo” (1911).

    Y es que principio del placer y principio de realidad no se oponen, sería necesario que Freud formulará ese más allá, la pulsión de muerte que es la verdadera otredad del principio del placer (realidad), para poder entender el lugar justo de la fantasía dentro de la metapsicología freudiana, es precisamente por esta condensación y no oposición entre el principio de la realidad y principio del placer que la fantasía pueda ser entendida como aquella formación que posibilita que el principio del placer se condense con el principio de realidad y que haga de los objetos de la “realidad”, externos dicen, o de los objetos “internos” (oposición por cierto más bien imaginaria), objetos que se constituyen como promesa de satisfacción, objetos “totales” o “parciales” que se los puede escindir, agredir, amar, proyectar, introyectar o reparar, pero que siempre serán, incluyendo al moi (self), fuente de frustración, el odio con respecto al objeto es anterior al amor dice Freud en la Pulsión y sus destinos (1915); ningún objeto es capaz de satisfacer a la pulsión, porque la pulsión, en su más absoluta radicalidad es la pulsión de muerte, pulsión que ninguna fantasía, ninguna alucinación, ningún objeto es capaz de saciar.

     

    UN DEPÓSITO DE REPRESENTACIONES-OBJETO…LA TÓPICA DE LA FANTASÍA

    Ahora bien, permítasenos llevar a cabo un ensayo de localización tópica de la fantasía a partir de las conclusiones que hemos extraído en nuestra exploración de la fantasía en Freud y en Klein, en conjunción con los artículos metapsicológicos de mil nueve quince, y de los aportes de la segunda tópica y de la introducción de la pulsión de muerte; para comenzar a delimitarla permítasenos proponer el siguiente esquema[x]:

    PULS IÓN
    Inconsciente no reprimido
    Inconsciente
    Fantasía
    Preconsciente

    Cuerpo

    Erógeno

    C

    uerpo

    En él, intentamos articular algunas de las propuestas topológicas más importantes de la metapsicología de 1915, expliquemos cómo. En un estado mítico inicial existe un soma que es erogenizado en buena medida por la función Materna (pero del cual queda un resto no erogenizado, es decir no psíquico, lo que se delimita por el campo Cuerpo en el esquema), esta organización produce un cuerpo erógeno, cuerpo con las necesidades meramente biológicas pervertidas en pulsiones, es sobre un cuerpo erógeno sobre el que nace la pulsión, ese límite entre lo psíquico y lo somático que impone al psiquismo un trabajo para su satisfacción, es la pulsión descrita por Freud (1915) en la pulsión y sus destinos, y que como ahí esboza, no es psíquica, sino es aquella fuerza que impone un trabajo al psiquismo, y que para transponerse en algo psíquico debe hacerse representar por un representante, es la agencia-representante o representación-representante (vorstellung-representanz) de la pulsión detallada por Freud (1915) en su artículo metapsicológico sobre la represión, esa agencia representante es ya una traducción de la pulsión a la que ésta le ha desplazado su energía y cuyo destino puede ser su transformación en lo contrario, la vuelta contra sí mismo, la represión o la sublimación, es, en términos de la segunda tópica, el Ello, ese inconsciente que no lo es por ser reprimido, sino que es un inconsciente estructural (ese núcleo oscuro de nuestro ser que Freud describió en el Yo y el Ello) que para avanzar en su camino, debe sufrir una nueva transcripción, transponiendo la agencia-representante en representación-cosa que constituirá el contenido de lo inconsciente reprimido y que, para avanzar hacia el sistema preconsciente, deberá obedecer a la lógica del proceso secundario, dejándose regir por los mecanismos de defensa y burlando a la censura, para ponerse en conexión con una representación-palabra, y devenir entonces representación-objeto, que pueda constituirse como el objeto de la pulsión[xi] que puede satisfacerla parcialmente.

    Ahora bien, en un pasaje de lo Inconsciente Freud intenta explicar la dinámica de la construcción de las neurosis y de la esquizofrenia en los siguientes términos:

    “En las neurosis de transferencia…la denegación (frustración) del objeto genera el estallido de la neurosis y esta envuelve tanto la renuncia del objeto real, como la sustracción de libido del objeto real sobre un objeto fantaseado y desde ahí sobre uno reprimido. Pero la investidura de objeto misma es retenida con gran energía…la investidura de objeto persiste en el interior del sistema Icc

    En el caso de la esquizofrenia, en cambio, se nos impuso el supuesto de que tras el proceso de represión la libido quitada no busca un nuevo objeto, sino se recoge en el yo; por tanto aquí se resignan las investiduras de objeto y se produce un estado de narcisismo primitivo, carente de objeto” (1915)

    Así, en lo que respecta a la neurosis, se presenta la frustración de la representación-objeto, por lo que la libido es sustraída de él hacia una representación-objeto fantaseado y de ahí a lo reprimido, pero sosteniendo la investidura de la representación-objeto (Freud, 1915), lo que sucede en este caso puede ser explicado en los siguientes términos: al ser denegada la representación-objeto, no se produce una disociación entre la representación-cosa y su correspondiente representación-palabra, sino que éstas quedan vinculadas por medio de la represión secundaría y los mecanismos de defensa, sigue existiendo un vínculo entre ellas, el vínculo es asociativo, asociación por medio de la cual se construye un síntoma, y si de la representación-cosa-represión-mecanismos-de defensa-representación-palabra la libido inviste a más representaciones-palabra, se producirá un síntoma obsesivo, mientras que si inviste al cuerpo erógeno se producirá una síntoma conversivo, pero en ambos casos, la representación-objeto es retenido en la fantasía inconsciente.

    El caso de la esquizofrenia sería distinto, ya que en ella, la representación-objeto, es decir la representación formada por la representación-cosa vinculada con la representación-palabra ha sido disociada debido a la denegación del objeto, ello origina que la libido abandone progresivamente a la representación-objeto, hacia la representación-palabra preconsciente y se vuelque sobre la representación-objeto inconsciente del Yo, pero en un segundo momento se da un intento de restitución, que consiste, no en reconstruir el vínculo entre las representaciones-cosa y las representaciones-palabra, sino investir a las representaciones-palabra mismas, en miras de investir nuevamente a la representación-objeto, este investir a las representaciones-palabra, es lo que da lugar al singular tipo de producción discursiva que observamos en la esquizofrenia, donde las palabras son efectivamente tratadas como cosas, y son sometidas a la lógica del proceso primario, pero que, de una u otra forma es un intento del sujeto de volver a investir a la representación-objeto (distinta del Yo (moi)) y por lo tanto de reconstruir un vínculo con la realidad (es decir con la convergencia de lo simbólico con lo imaginario), así, podríamos decir que la pulsión, o mejor, su agencia-representante del Ello, invistió a la palabra misma, es decir, la pulsión invistió al preconsciente.

    Podemos pensar que es debido a esta dinámica, que en las neurosis la fantasía juega un papel tan importante en los estados previos al brote sintomático, la denegación del objeto hace que ésta cobre fuerza y que amenace con desbordar hacia la alucinación, el yo, inhibe su avance hacia el sistema perceptual, lo que produce que la fantasía se fortalezca en lo inconsciente y que aparezca únicamente como ensoñaciones, en cambio, en la psicosis, la denegación del objeto también hace que la fantasía se fortalezca, pero esta no es inhibida por el yo, por lo que desborda directamente en la alucinación, así, no se puede hablar de fantasías psicóticas en el mismo sentido en el que se habla de fantasías neuróticas, y por su puesto la fantasía juega un papel importantísimo en la neurosis, no así en la psicosis.

    Por ello en la psicosis no se puede hablar propiamente de fantasía, el término de fantasía psicótica es, desde nuestro punto de vista y desde la articulación que venimos realizando, poco sostenible, ya que la alucinación psicótica y la construcción del delirio implica un proceso en el cual la fantasía se ha desbordado en alucinación, por lo que ha dejado de operar como fantasía.

    De esta larga descripción de los mecanismos psicopatológicos podemos obtener la siguiente conclusión para nuestros fines, a saber: la fantasía se encuentra formada por representaciones-objeto inconscientes, y una representación objeto se encuentra formada por la representación-cosa inconsciente vinculada con la representación-palabra preconsciente, esto no se encuentra propiamente en Freud, pero creemos que esta descripción hace justicia a la fantasía como un mestizo que se ha enriquecido de las adquisiciones del sistema preconsciente (vínculo entre representaciones-cosa y representaciones-palabra es decir, representaciones objeto), pero que es en sí mismo inconsciente y no es susceptible de devenir preconsciente.

    Por lo tanto, en nuestro esquema, la fantasía se encontraría en la tópica de lo inconsciente, justo en el límite entre el sistema Icc y el sistema Pcc, ahí se encontrarían las representaciones-objétales (el yo y los objetos), sobre los cuales se replegaría la libido cuando el objeto real es denegado, en el caso de la neurosis sobre la representación-objeto fantaseado, y en el caso de la psicosis únicamente sobre la representación-objeto que constituye al Yo, siempre y cuando entendamos en este caso al Yo como ese objeto particularmente investido de libido narcisista, al final otro objeto.

    PULS IÓN
    Inconsciente no reprimido
    Inconsciente
    Fantasía
    Preconsciente

    Cuerpo

    Erógeno

    C

    uerpo

    Es entonces en esta tópica en donde se llevan a cabo todos los procesos imaginarios descritos por Melanie Klein, en particular la escisión, la integración, la reparación, la identificación proyectiva, la proyección y la introyección.

    LA CINÉTICA DE LO SIMBÓLICO Y SUS CONSECUENCIAS…LA FANTASÍA COMO EFECTO DE LA BÚSQUEDA DE REFERENTE

    Intentemos dar ahora un paso adelante, decíamos más arriba que el principio de realidad, no es sino una forma modificada del principio del placer y que estos se oponen a ese principio que es su más allá, y creemos poder sostener también que es precisamente en el campo de la fantasía donde se produce esta articulación entre el principio del placer y el de realidad, al final, es en la fantasía donde se produce la imagen del objeto que podría ser fuente de “satisfacción” y que por lo tanto no es sino objeto de frustración; para sostener esta hipótesis es necesario introducir la noción de las agencias-representantes de la pulsión.

    Hemos mencionado ya, que según Freud, éstas, las agencias representantes de la pulsión, son el auténtico representante psíquico de los impulsos, pero en tanto agencias-representantes carecen por completo de imagen y significación, son únicamente inscripciones, podríamos pensar aquí en ese 0 planteado por Bion, en la letra de Lacan o en el primer sistema de registros que Freud plantea en su carta 52 a Fliess (Ps), en todo caso, estas marcas no son fantasías, sino marcas en el cuerpo, son representantes, no representaciones, es en este lugar donde podemos ubicar a la radicalidad de la pulsión de muerte, ese más allá del principio del placer que debe ser deflactado, ese obscuro núcleo del obscuro núcleo de nuestro ser que constituye el Ello, y que debe ser articulado a Eros en el proceso de mezcla pulsional, articulación que no puede llevarse a cabo si no es por el holding materno (Winnicott) y por su capacidad de reverir (Bion), si la madre no es capaz de ofrecerse como pecho bueno (Klein) y de inscribir las marcas de lalengua (Lacan) en el protosujeto.

    Es esta función de articulación entre Eros y Tanatos lo que permite transcribirlas agencias-representantes en representaciones-cosa (Freud), significantes (Lacan) o función beta (Bion), en este momento el sujeto está ya inscrito en el registro de lo simbólico, en la cual un significante no toma como referente a un objeto, sino a otro significante, y es precisamente este deslizamiento metonímico (el deseo), el que genera antes de “la gran desilusión” la proliferación de objetos en la fantasía, objetos que se presentan progresivamente como objetos capaces de constituirse como referentes absolutos del significante, estos objetos se proponen a sí mismos como objetos reales, capaces de ofrecer placer, son esos objetos que se ofrecen a sí mismos como objetos que pueden restituir la omnipotencia originaria, entonces, estos objetos ayudan a la estructura a desplazar el más allá del principio del placer y sustituirlo por el imperio del placer y su aliado, el principio de realidad.

    Ahora bien, según mencionamos la articulación de las representaciones-cosa en lo inconsciente no tiene referente ni objeto, se deslizan de una representación a otra en un deslizamiento metonímico, desplazan su energía de una representación a otra, y es precisamente como efecto de ese desplazamiento que se genera la fantasía; los archivos y expedientes explorados por Melanie Klein (y por Freud), anteriores a la “primera gran desilusión”, son precisamente los productos de ese deslizamiento significante progresivo, el objeto en la fantasía se ofrece como objeto del deseo, el pecho bueno, el pecho malo, los bebés de la madre, su cuerpo, el pene, el vínculo entre todos estos objetos, la posibilidad de agredirlos, de perderlos, de amarlos y de repararlos, no son sino el efecto de la búsqueda de referente.

    Y es que la pura articulación significante, la pura articulación de las representaciones-cosa, la función beta pura no tiene sentido ni significación y tampoco tiene objeto, es el proceso primario en su forma más pura y abstracta, es precisamente esta búsqueda de referente lo que se observa fenoménicamente en el pequeño Fritz como la sucesión de preguntas en búsqueda de la verdad absoluta y no es, sino hasta que se presenta la primera gran desilusión (la castración), cuando las representaciones-cosa y las agencias-representantes pueden organizarse de forma más o menos homogénea en torno al falo como significante de la falta y tomarlo como referente absoluto, es gracias a esta operación que la fantasía no obtura al deseo (y no desborda en la alucinación), ya que en la fantasía y en la realidad el objeto que falta es precisamente el falo, ese que Klein trata de situar en la madre, en el infans y en el padre y que precisamente porque falta permite que la estructura se organice en torno a él.

     

    LA FANTASÍA EN LA EXPERIENCIA ANALÍTICA…LA FANTASÍA REDUCIDA A LA PULSIÓN.

    Ha llegado el momento de resumir para dar un paso adelante. Creemos poder situar varias características que nos permiten definir a la fantasía. Por un lado, se encuentra formada por representaciones-objeto inconscientes, ya que contiene representaciones-cosas vinculadas con representaciones-palabra, de ahí que reúna características del sistema Icc y del sistema Pcc (opera en muchos sentidos de acuerdo a los procesos secundarios pero obedece al principio del placer, aunque tiene en cuenta a la realidad), así mismo, puede ser entendida como una función por medio de la cual el principio del placer se articula al principio de realidad para oponerse a su más allá, es entonces una formación de compromiso que condensa el principio del placer y el principio de realidad, es también una formación que ofrece satisfacciones sustitutivas al deseo, por lo que está destinada a ser fuente de frustración, no es generada por el Yo, sino por el sistema psíquico desde los primeros momentos de vida y si no es inhibida corre el riesgo de transponerse en alucinación y poner en riesgo a todo el sistema, finalmente, se genera como efecto de la articulación metonímica de las representaciones-cosa en búsqueda de un referente.

    Ya mencionamos que para Freud, al ser denegado el objeto, la libido retorna sobre una representación-objeto fantaseado, en los términos que hemos venido elaborando podríamos representarnos el fenómeno de la siguiente forma: el falo, en tanto referente absoluto de la batería significante desfallece, el sujeto se enfrenta a la falta, a la castración, ello provoca que regrese a buscar referentes fundamentales en las representaciones-objeto fantaseados como una vía para sostener al registro de lo simbólico, al Otro.

    Entonces las fantasías del neurótico no son sino el efecto de un deslizamiento significante en búsqueda de referente después del desfallecimiento del falo, creemos entonces que la interpretación Kleiniana de la fantasía en la sesión analítica lo que hace es ofrecer referentes para reparar (si en términos Kleinianos) al falo, y reconstituirlo como objeto-total (y objeto real) que pueda operar nuevamente como referente fundamental, de ahí que la interpretación de la fantasía brinde sentido a la fenomenología neurótica del analizante, lo que constituye precisamente un momento que pude constituir un impasse para el análisis.

    Queremos mencionar de pasada que este impasse se encontraría precisamente en el piso del grafo del deseo que establece un corto circuito entre d (deseo ) y %%EDITORCONTENT%%lt;>a (precisamente el fantasma), y es que en este momento del proceso analítico los objetos del fantasma pueden ofrecerse como objetos que saturan al deseo y se ofrecen como su carnada, por lo que precisamente evitan el ascenso al último piso del grafo, ese en el cual el sujeto se enfrenta con la falta del Otro, con la castración y donde queda reducido a las agencias-representantes de la pulsión que lo producen, entonces el análisis e interpretación de la fantasía es un corto circuito que evita la vivencia de la castración en la experiencia analítica.

    Por su puesto que el análisis de las fantasías es un momento crucial del análisis y por supuesto que su reorganización es un efecto que se produce por él, pero la causalidad psíquica no proviene de la fantasía, de lo imaginario, sino de aquello que la fantasía envuelve y de lo que protege al sujeto, a saber, de la castración[xii]; las fantasías pueden ser consideradas incluso el contenido del análisis, pero no aquello a donde se debe dirigir la intervención del analista, ya que ella se debería dirigir, en terminología Freudiana, a las agencias-representantes de la pulsión, podemos casi pensar que para Klein, el análisis consiste simplemente en “hacer consciente lo inconsciente”(hacer consciente la fantasía consciente), mientras que para Freud éste es un proceso que ocurre por el análisis, pero la intervención se dirige a que “allí donde estaba ello advenga yo”

    El análisis y los criterios para su finalización no dependen de la reorganización de la vida fantasmática del sujeto, sino de la reorganización de su vida simbólica (o más bien de la forma en como lo simbólico habita en su cuerpo y lo produce como sujeto), lo cual se logra a partir del enfrentamiento con la falta, es decir de aquello que sostiene a toda la vida simbólica, en términos de Bion, podríamos pensar que implica precisamente al 0.

    Y es que Klein, a nuestros ojos, de cierta forma ignora la función simbólica anterior al Edipo y a que el significante se reorganice, debido a la primera gran desilusión, tomando como referente absoluto al significante fálico (como representante a la vez que obturación de la castración), ello hace necesario que obvie la función de las agencias-representantes de la pulsión y que por lo tanto eleve la fantasía a la dignidad de representante pulsional.

    REFLEXIÓN FINAL

    A veces es bueno terminar justo donde se empieza, entonces, volviendo a las primeras líneas de este escrito, podemos suscribir lo dicho respecto a que Melanie Klein no sabe cómo ubicar la función paterna antes de Edipo, y solo le asigna su lugar cuando cronológicamente se presenta este drama (entre los 3 y 5 años dicen), cuando habla de la función del “pensamiento”, parece que justamente está pensando en el pensamiento de tipo científico capaz de dar orden, de organizar la realidad y de garantizar la verdad, al parecer no tomó en cuenta que Freud ubica esta función del pensamiento desde los primeros momentos de la vida del niño y como una actividad tan cercana a lo irracional como las representaciones-cosa mismas; y es que la función simbólica opera en el niño desde que entra en contacto con el Otro, las ausencias y presencias de la madre, su bondad o maldad, su holding, su handing, su carring, ya están organizadas de acuerdo al registro de lo simbólico, el deseo de madre ha sido producto de su propio Edipo y la manera en como hace del cuerpo del niño un cuerpo erógeno y como “completa” su la fantasía es ya simbólica[xiii], se encuentra ya organizada en torno al significante fálico.

    Parece casi paradójico que los discípulos de Klein hayan progresivamente desplazado el interés de la fantasía propiamente dicha a la función del ambiente en la estructuración psíquica, esto no es de extrañar si pensamos en la lógica del pensamiento Kleiniano, al parecer, ella opone realidad a fantasía, y a partir de esta oposición ya no hay más que tomar partido por un campo o por el otro, si la función simbólica no es reconocida como aquello que produce tanto a la realidad como a la fantasía, entonces siempre se corre el riesgo de desplazarse cada vez más hacia el papel del ambiente real en la estructuración psíquica.

    Entonces, a nuestro entender, la función simbólica debe ser concebida como operando ya en el niño desde siempre, y las fantasías, los objetos del fantasma y la relación del Yo (ese objeto particularmente investido de libido narcisista) con ellos, se producen por esta función (por la articulación de las representaciones-cosa, significantes, en búsqueda de referentes), cierto es que las representaciones aún se encuentran en búsqueda de un referente absoluto en torno del cual organizarse, esto es lo que generala rica vida fantasmática del niño, la riqueza de sus juegos, la multiplicidad de sus preguntas y su fantástica producción simbólica, cierto es que no es sino hasta que se produce la gran desilusión, cuando se instaura de forma definitiva la falta, cuando el referente deja de ser fantasmático para comenzar a ser simbólico, cuando el niño deja de preguntar quién es para decir “yo soy el que soy”, pero desde siempre es por la función simbólica, y no por la imaginaria (fantasmática) por la que el sujeto, por la que cada sujeto es producido, y a lo simbólico debe dirigirse la operación del analista, a riesgo de ofrecerse como un nuevo objeto que pretenda obturar la falta… un objeto en el fantasma.


     

    REFERENCIAS

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    • Bleichmar, N y Bleichmar, C. (1989). El psicoanálisis después de Freud. Teoría y clínica. Ed Paidos: México
    • Doria MedinaR. comp. (1997) Divergencias en la Unidad. Una introducción a los Desarrollos Psicoanalíticos después de Freud. Ed Lumen: Buenos Aires
    • Freud, S (1905). Tres Ensayos para una teoría sexual. En Obras Completas de Freud. Ed Amorrortu: Buenos Aires.
    • Freud, S (1895). Proyecto de Psicología para Neurólogos. En Obras Completas de Freud. Ed Amorrortu: Buenos Aires
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    • Freud, S (1910). Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico. En Obras Completas de Freud. Ed Amorrortu: Buenos Aires.
    • Freud, S (1915). La Represión. En Obras Completas de Freud. Ed Amorrortu: Buenos Aires.
    • Freud, S (1915). Lo Inconsciente. En Obras Completas de Freud. Ed Amorrortu: Buenos Aires.
    • Freud, S (1915). Pulsión y Destinos de Pulsión. En Obras Completas de Freud. Ed Amorrortu: Buenos Aires.
    • Klein, M (1921). El desarrollo de un niño. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
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    • Klein, M (1922). La importancia de las palabras en el análisis temprano. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • .Freud, S (1923). El Yo y el Ello. En Obras Completas de Freud. Ed Amorrortu: Buenos Aires.
    • Klein, M (1923). Análisis Infantil. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1925).Una contribución a la psicogénesis de los tics. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1927)Tendencias criminales en niños normales. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1932) El psicoanálisis de niños. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1933)El desarrollo temprano de la conciencia en el niño. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1934)Sobre criminalidad. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1935)Contribución a la psicogenesis de los estados maniaco-depresivos. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1937)Amor, culpa y reparación. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1952)La influencia mutua en el desarrollo del yo y del ello. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1957)Envidia y gratitud. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1932)El psicoanálisis de niños. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Klein, M (1960)Sobre la salud mental. En Obras Completas de Melanie Klein, Ed Paidos: Barcelona.
    • Segal, H. (1990). Introducción a la obra de Melanie Ed Paidos: México.
    • Segal, H. (1985). Melanie Klein. Alianza Editorial: Madrid

    [1]Universidad Tecnológica de México, Universidad Latinoamericana, Nueva Escuela Tecnológica, Red de Especialidades Psicológicas y Clínica Analítica.

    Av del Trabajo #24b, Colonia San Andrés Atenco, Tlalnepantla, Estado de México

    [ii] Conceptos centrales

    [iii] El solo análisis de la forma en que Klein madre y analista del pequeño Fritz introduce al complejo paterno en su campo de experiencia merecería un ensayo por sí mismo, quedará para otro momento.

    [iv] Pero entonces parecería que estamos cayendo en una contradicción, ¿acaso no la posibilidad de hacer preguntas se debe a que ya está operando la función simbólica? Y ¿cómo es posible que entonces la función simbólica (o del pensamiento como la llama Klein) limite la omnipotencia narcisista a partir de su falla? Lo que proponemos, junto con Lacan, es que precisamente lo posibilita que el sujeto ingrese como tal al campo de los simbólico y sea habitado por el lenguaje no es otra cosa sino la falla de los simbólico, es la falta lo que posibilita que el sujeto y el Otro sean develados como castrados (límite absoluto de la omnipotencia) y que entonces los campos dela fantasía y la realidad queden diferenciados, por su puesto esta línea de pensamiento merecería otro espacio para ser trabajada con el rigor que merece.

    [v] Al parecer no es la pulsión lo que se sublima sino la misma fantasía.

    [vi]Ésta es por supuesto una lectura nuestra que intenta vincular ambos momentos de la producción Kleiniana, pero para ser sinceros, la fantasía en Klein después de 1950 es exclusivamente el representante psíquico de los las pulsiones, y la forma en como los diferentes procesos psíquicos ingresan al campo representacional del sujeto.

    [vii] No podemos dejar pasar este enigmático punto sin hacer al menos un comentario…parece que al decir Freud que el cuidado materno es el que realiza este sistema psíquico está diciendo que es de alguna forma el cuidado de la madre el que engendra y alimenta la fantasía inconsciente, así, ésta no sería el corolario de los impulsos, sino el efecto del cuidado materno, ya que las pulsiones mismas son efecto del cuidado de ésta.

    [viii] Una breve digresión, se advertirá que esta concepción Freudiana de la fantasía se encuentra más cercana a la primera concepción de Klein, solo que se ubica en un momento lógico anterior al periodo edípico, periodo que el pequeño Fritz se encontraba atravesando…nuestra digresión cobrará sentido en su momento.

    [ix] En este punto nos nace un cuestionamiento que nunca antes habíamos tenido, ¿podemos pensar que principio del placer y procesos primarios se refieren a lo mismo?, en ocasiones en la obra de Freud parecería leerse que sí, no obstante, a partir de la realización de este escrito cada vez nos surgen más dudas al respecto, será por su puesto necesario un análisis exhaustivo del tema para aclarar esta situación…tendrá que ser en otro lugar.

    [x] Modificado de Barrio (2006)

    [xi] Hemos de confesar que no estamos seguro de si podríamos considerar ya a este objeto como objeto de deseo alrededor del cual la pulsión se organiza, no obstante preferimos atenernos aquí al texto freudiano.

    [xii] Esa sí que no es fantasía

    [xiii] Recordemos lo que Freud dice sobre la función materna en torno a la manera en como ella “realiza” el fantasma del niño (ver supra).

  • Sujeción no es fijación.

    Sujeción no es fijación.

    Ronit Guttman[1].

     

    Resumen: ¿Es posible desujetarse? ¿A qué estamos sujetos? Estamos sujetos al lenguaje. Sujetos de derecho, sujetos de la ley, sujetos del inconsciente: lenguaje. Estamos y somos sujetos al, del y en el lenguaje. El hecho mismo de poder plantear la pregunta da cuenta de que no es posible desujetarse.

    Palabras clave: sujeción, fijación, lenguaje, pulsión, objeto, descarga.

     

     

    Las ideas que nuestros sabios se forjan sobre la relación de objeto acabada son de una concepción más bien incierta y, si son expuestas, dejan aparecer una mediocridad que honra a la profesión.

    Jacques Lacan.

     

    Un ser que estuviese enteramente sin relaciones con la lengua, es una idea.

    Walter Benjamin.

     

    ¿Es posible desujetarse?[2] Antes de responder a esta pregunta es preciso saber a qué estamos sujetos. Estamos sujetos al lenguaje. Sujetos de derecho –algunos, cuando tenemos derecho a estar sujetos al derecho– sujetos –todos– de alguna ley, sujetos del inconsciente y el inconsciente se estructura como un lenguaje, nos dice Lacan. Estamos sujetos al lenguaje, somos sujetos del y en el lenguaje: «el lenguaje nos emplea (Lacan, “El seminario: libro 17: el reverso del psicoanálisis” 70)». Ese Otro con mayúscula, inconsciente, que no es ningún otro sino una función que muchos otros encarnan, pero que es él quien nos sujeta, a quien nos sujetamos, el tesoro de los significantes; una vez más (siempre, en realidad), lenguaje.

     

    De principio sólo hay naturaleza como eso instintivo animal, indomable, puramente orgánico. Lo demás, eso que llamamos humano, la subjetividad, no viene sino con el lenguaje –arte/facto– y todo lo que él a su vez efectivamente produce: mundo: nuestra experiencia del mundo.

     

    Me resulta entonces impensable siquiera la sola posibilidad de imaginar qué sería de la especie sin lenguaje, en el entendido de que nuestro rasgo principal es el lenguaje y lo que con él hacemos: [mal]comunicarnos[3]. Nuestra humanidad descansa en –dependerá el marco conceptual, recordemos que el tiempo es histórico– el uso de razón, la conciencia de sí, la capacidad de cuestionamiento; todas construcciones lingüísticas.

     

    La realidad del lenguaje no se extiende sólo a todos los campos de expresión espiritual del hombre –a quien en un sentido u otro pertenece siempre una lengua– , sino a todo sin excepción. No hay acontecimiento o cosa en la naturaleza animada o inanimada que no participe de alguna forma de la lengua, pues es esencial a toda cosa comunicar su propio contenido espiritual (Benjamin 127).

     

    Si de principio hay puro instinto, la pulsión, explica Freud ya en 1915 en Pulsiones y destinos de pulsión, vendrá a amarrar eso del orden de lo anímico que rebasa lo animal y nos constituye subjetivamente, a través del lenguaje –impuesto por Otro (la madre o la función nutricia en principio, pero él mismo siempre):

     

    La ‘pulsión’ nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal (117).

     

    La pulsión es el estímulo que viene de adentro y amarra al alma con el cuerpo. De la pulsión no se puede huir y por más que se la satisfaga, nunca se le satisface, pues no hay descarga total. Total para la pulsión es sólo la inorganicidad.

     

    Si la pulsión es la trabazón de lo anímico con lo corporal, habita en y transita por el [lenguaje] inconsciente; si la pulsión es una noción freudiana y por lo tanto queda sujeta a la existencia de Freud y a su desarrollo del psicoanálisis, la pulsión –y valga lo mismo para el inconsciente– , antes de ser un concepto fronterizo, es lenguaje, como las matemáticas lo son, como la química lo es. En el agua no hay H₂O, ni siquiera hay a, ge, u, a sin lenguaje. En el hombre no hay inconsciente, ni pulsión, ni siquiera subjetividad sin lenguaje. Si hoy podemos hablar de los efectos de la clínica psicoanalítica, es precisamente por eso, porque podemos hablar de los efectos de la clínica psicoanalítica.

     

    ¿Cómo, entonces, desujetarnos? El hecho mismo de plantear la pregunta nos mantiene sujetos [al lenguaje].

     

    No hay por lo tanto un sujeto hablante de las lenguas, si con ello se entiende a quien se comunica a través de tales lenguas. El ser espiritual se comunica en y no a través de una lengua: es decir, no es exteriormente idéntico al ser lingüístico. El ser espiritual se identifica con el lingüístico sólo en cuanto es comunicable. Lo que es un ser espiritual es comunicable es su ser lingüístico (Benjamin 129).

     

    La pulsión es lenguaje, sí, pero todo de nosotros después del instinto lo es –¡y vaya que hemos rebasado el límite del instinto!: el malestar en la cultura, el porvenir de una ilusión, nada más por mencionar algunos rasgos, que no sólo títulos– y la pulsión tiene efectos concretos en la vida de los sujetos. A través de la pulsión, su esfuerzo (factor motor), su meta (satisfacción, su vía de descarga o inhibición), su fuente (proceso somático donde es representada) y sobre todo su objeto, establecemos vínculos sociales. El objeto es la otra o la misma parte a la que la pulsión se enlaza, sigue Freud:

     

    El objeto de la pulsión es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta. Es lo más variable en la pulsión; no está enlazado originariamente con ella, sino que se le coordina sólo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción[4]. No necesariamente es un objeto ajeno; también puede ser una parte del cuerpo propio. En el curso de los destinos vitales de la pulsión puede sufrir un número cualquiera de cambios de vía; a este desplazamiento de la pulsión le corresponden los más significativos papeles. Puede ocurrir que el mismo objeto sirva simultáneamente a la satisfacción de varias pulsiones (118).

     

    Si bien no podemos desujetarnos, habría que pensar en las formas que faciliten los cambios de vías, los desplazamientos del objeto de la pulsión. La pulsión requiere por definición un objeto auxiliador, y todo lo que de ese primer objeto se teje se antoja erótico, objeto de deseo, objeto a. El vínculo con el primer objeto marcará (huellas objeto de amor u odio), así como también los destinos de la pulsión (el trastorno hacia lo contrario, la vuelta hacia la persona propia, la represión o la sublimación); y en función de la relación de la pulsión con su[s] objeto[s] y sus posibles destinos, entenderemos [o más bien, no] la compleja y vasta red de ambivalencia que gobierna la vida anímica en términos de amor (tres polaridades: Sujeto (yo)-Objeto (mundo exterior), Placer-Displacer, Activo-Pasivo). Pero no hay que olvidar que antes de los destinos, de la ambivalencia, del masoquismo y el sadismo en el principio de placer y más allá de él, todas las oposiciones entre amar y odiar, amar y ser-amado y amar-odiar e indiferencia, la pulsión puede fijarse a un objeto solamente, como Freud explica y continúa:

     

    Un lazo particularmente íntimo de la pulsión con el objeto se acusa como fijación de aquella. Suele consumarse en períodos muy tempranos del desarrollo pulsional y pone término a la movilidad de la pulsión contrariando con intensidad su desasimiento (118. Subrayado mío).

     

    Es decir, la pulsión necesita (Ananké) descarga. Fijar la pulsión a un único objeto termina por obstruir el flujo de descarga, pues sujeta al sujeto, más allá del lenguaje, del Otro, al otro semejante: pura fetichización. No hay que perder de vista el desplazamiento, pues lo contrario inmoviliza al sujeto causándole aún más malestar y sufrimiento, asfixia con a de angustia[5]. Sujeción no es fijación. Sujeción es causa y efecto del vínculo social, fijación es esclavización del sujeto al objeto.

     

    El analista entonces no podría acosar sin peligro al sujeto en la intimidad de su gesto, o aún de su estática, salvo a condición de reintegrarlos como partes mudas de su discurso narcisista, y esto ha sido observado de manera muy sensible […] El peligro allí no es el de la reacción negativa del sujeto, sino más bien el de su captura en una objetivación, no menos imaginaria que antes, de su estática, o aún de su estatua, en un estatuto renovado de su alienación.

    Muy al contrario, el arte del analista debe ser el de suspender todas las certidumbres del sujeto, hasta que se consuman sus últimos espejismos. Y es en el discurso donde debe escandirse su resolución (Lacan, «Función y campo de la palabra» 244. Subrayado mío).

     

    ¿Es posible desujetarse? Sólo el pasaje al acto, punto de no retorno. La apuesta del psicoanálisis no es la desujetación, sino la no fijación. La apuesta del psicoanálisis es moverse con m de migrar: cambiar de posición. Las neurosis de transferencia implican un desdoblamiento, despliegue y repliegue (metonimia) y esto ofrece una oportunidad de desplazamiento (metáfora) a sitios de menor angustia, de menor sufrimiento[6], porque lo contrario es puro goce, la satisfacción parcial y punitiva con sus beneficios secundarios de una instancia del aparato psíquico, a la vez que la causa de un profundo y repetido malestar en otra. Posibilitarle al sujeto –suspender (≠ fijar) tantas certidumbres como sea posible– desplazarse de objeto en objeto para que la pérdida inevitable (Ananké) sea menos dolorosa o el dolor se viva de modo asumido; y todo a través del lenguaje, a través de ser y estar sujeto a él, porque nos llamamos, porque tenemos nombre [del padre, de la madre, de quien sea que nos llame, que nos nombre y nos designe un lugar en la dimensión simbólica y en el mundo]. Estamos migrando –en gerundio–, procuremos el sentido y la dirección de la migración a una mejor (no en sentido moral, sino de bienestar anímico) posición: nadie deja su lugar si no es por el anhelo de estar mejor, y moverse con m de migrar implica renuncia y pérdida y por lo tanto dolor, pero implica siempre posibilidad. Desujetarse es pura imposibilidad, sujetos como estamos siendo, migremos.

     

    Bibliografía consultada:

    Bataille, Georges. El erotismo. México: Tusquets, 2013.

    Benjamin, Walter. Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres, en Ensayos escogidos. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010.

    Derrida, Jacques. Amar de amistad: quizá – el nombre y el adverbio, en Políticas de la Amistad. Madrid: Trotta, 1998.

    Freud, Sigmund. Pulsiones y destinos de pulsión, en Obras completas. Volumen XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 2012.

    Lacan, Jacques. El seminario: libro 17: el reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2010.

    Lacan, Jacques. Función y campo de la palabra, en Escritos 1. México: Siglo XXI, 2009.

     

     

     

     

     

    [1] Maestra en Saberes sobre Subjetividad y Violencia por el Colegio de Saberes. Actualmente cursa la Espacialidad en psicoanálisis en Dimensión psicoanalítica. Contacto: ronguttberdit@gmail.com

    [2] Ésta parece una pregunta respondida hace tiempo y carente de pertinencia entrados en el siglo XXI. Parece, como así me lo hizo notar un notable profesor y psicoanalista, que esta pregunta hace eco de algunas ideas vigentes en la década de los setenta, época que –por su acontecer: la Guerra Fría y la división del mundo a sus semejanzas, las invasiones a Vietnam y Corea, las dictaduras militares sudamericanas, la represión política estudiantil y los movimientos por los derechos de los negros y las mujeres, por mencionar sólo algunos– buscó alguna suerte de liberación y se propuso, dentro del medio psicoanalítico y filosófico, «romper con las ataduras, desujetarse, acabar con la represión», como si la represión en psicoanálisis no fuera un mecanismo de defensa y protección del yo y fuera más bien concebida como vulgarmente se entiende la represión policial y política: totalmente exterior; y «deshacerse del superyó» como si el superyó no tuviera un papel fundamental regulador y parte protagónica en la realización del ideal del yo, entre muchas otras cosas. Como si cualquiera de las empresas arriba enlistadas fuera posible.

    Si bien desujetarse no es posible –y de eso trata el presente artículo– semejante planteamiento, parece, se ajustaba a semejante acontecer de semejante época, al menos imaginariamente. Lo que hoy acontece, nuestros tiempo y espacio, exigen pensar otras posibilidades que parten de la violencia fundante y asumen por lo tanto la urgencia de límites. Tan fuera de lugar como puede parecernos hoy, una propuesta setentera tomó lugar en el marco de un seminario para pensar la violencia desde el psicoanálisis.

    Leyendo Nietzsche en Más allá del bien y del mal, a finales del XIX (aquí en una traducción de Derrida para su Políticas de la amistad), la propuesta de desujetarse de mediados del XX parece no sólo caduca desde su génesis sino que irresponsable en todo momento y en todo lugar:

    En todos los países de Europa, y asimismo en América, hay ahora gente que abusa de ese nombre [el de «espíritu libre»], una especie de espíritus muy estrecha, muy prisionera, muy encadenada, que quiere aproximadamente lo contrario de lo que está en nuestras intenciones e instintos –para no hablar de que, por lo que respecta a esos filósofos nuevos que vienen, ellos tienen que ser ventanas cerradas y puerta con el cerrojo corrido–. Para decirlo pronto y mal, niveladores es lo que son esos falsamente llamados «espíritus libres» –como esclavos elocuentes y plumíferos que son del gusto democrático y de sus «ideas modernas» […] son, cabalmente gente no libre y ridículamente superficial, sobre todo en su tendencia básica a considerar que las formas de la vieja sociedad existente hasta hoy son más o menos la cuna de toda miseria y fracaso humano: ¡con lo cual la verdad viene a quedar felizmente abajo!–. A lo que ellos querían aspirar con todas sus fuerzas es a la universal y verde felicidad-prado del rebaño, llena de seguridad, libre de peligro, repleta de bienestar y de facilidad de vida para todo el mundo: sus dos canciones y doctrinas más repetidamente canturreadas se llaman «igualdad de derechos» y «compasión con todo lo que sufre», y el sufrimiento mismo es considerado por ellos como algo que hay que eliminar (59-60).

    [3] [mal]comunicarnos no en sentido moral, sino por la imposibilidad de poner en común. Aunque sean muchas las veces en que alcancemos alguna suerte de consenso la comunicación no existe. Bataille, en El erotismo, deja ver con nitidez la trampa de la comunicación por una diferencia primaria e ireductible:

    Entre un ser y otro ser hay un abismo, hay una discontinuidad. Este abismo se sitúa, por ejemplo, entre ustedes que me escuchan y yo que les hablo. Intentamos comunicarnos, pero entre nosotros ninguna comunicación podrá suprimir una diferencia primera. Si ustedes se mueren, no seré yo quien muera. Somos, ustedes y yo, seres discontinuos (17).

    [4] Más arriba, en la ¿definición? de meta, Freud agrega hacia el final del párrafo:

     

    La experiencia nos permite también hablar de pulsiones ‘de meta inhibida’ en el caso de procesos a los que se permite avanzar un trecho en el sentido de la satisfacción pulsional , pero después experimentan una inhibición o desviación. Cabe suponer que también con esos procesos va asociada una satisfacción parcial (118. Subrayado mío).

    [5] Porque al final, ningún objeto de deseo satisface por completo la pulsión, y aquí ya no importa si la pulsión se fija en un único objeto o es capaz de desplazarse a varios: no habrá satisfacción total en ningún caso, ¡y qué bueno! Lo otro, como ya adelantaba [Freud] es inorganicidad. Lo que sí importa son los duelos: suponer que toda posible satisfacción está de una sola vez en un único objeto implica unas constantes y profundamente hondas pérdida y frustración.

    [6] Al moverse no hay garantía respecto a la dirección en que se está efectuando el movimiento. El sujeto puede moverse y re-acomodarse en un sitio de mayor dolor y sufrimiento. El trabajo del psicoanalista es escuchar con atención para evitar esto. Una escucha flotante atenderá a las pistas que marquen la dirección del camino del analizante que le permitan moverse en el sentido deseado.

    Bibliografía consultada:

    Bataille, Georges. El erotismo. México: Tusquets, 2013.

    Benjamin, Walter. Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres, en Ensayos escogidos. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010.

    Derrida, Jacques. Amar de amistad: quizá – el nombre y el adverbio, en Políticas de la Amistad. Madrid: Trotta, 1998.

    Freud, Sigmund. Pulsiones y destinos de pulsión, en Obras completas. Volumen XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 2012.

    Lacan, Jacques. El seminario: libro 17: el reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2010.

    Lacan, Jacques. Función y campo de la palabra, en Escritos 1. México: Siglo XXI, 2009.

  • REFLEXIONES PSICOANALÍTICAS SOBRE EL II CONGRESO IBEROAMERICANO DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA: LA CIENCIA Y SUS SUJETOS

    REFLEXIONES PSICOANALÍTICAS SOBRE EL II CONGRESO IBEROAMERICANO DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA: LA CIENCIA Y SUS SUJETOS

    VICTOR ENRIQUE SOLÍS SOSA

    [1]

    RESUMEN

    Este trabajo lleva a cabo una revisión sobre los aspectos más destacados del segundo congreso Iberamericano de Ciencia y Tecnología, dedicado al Sujeto de la Ciencia, celebrado en Tenerife, España en el 2009. Al final de la reseña se lleva a cabo una crítica, en la cual sostenemos que si bien, se ha intentado reintroducir una reflexión sobre el papel de la subjetividad en la construcción de la ciencia, en realidad lo que de facto se lleva a cabo es introducir al sujeto en la ciencia, y no al sujeto de la ciencia, al mantener una perspectiva cartesiana del sujeto cognoscente, sin considerar las dimensiones problemáticas que el psicoanálisis ha traído a la luz sobre la subjetividad.

    Summary.

    We carried out a review of some relevant aspects of the Science and Technology second Iberoamerican Congress, celebrated in 2009, in Tenerife, Spain, dedicated to de role of subjectivity in science. At the end of the review we make a critic, sustaining that even when modern epistemology has tried to reintroduce the subjectivity to the field of epistemological reflection, in fact this reflection introduce a subject to the science, but not a subject of the science, as they maintain a Cartesian’s perspective about the subject of knowledge, without considering the problematical dimensions that psychoanalysis bring up to light about the subjectivity.

     

    “El psicoanálisis es esencialmente lo

    que reintroduce en la consideración

    científica el Nombre-del-Padre” (Jaques Lacan, 1966)

    Tiempo ha pasado desde que Popper lanzó la propuesta de construir una ciencia sin sujeto, y es que es precisamente una ciencia sin sujeto la única forma de plantear que la práctica científica podría escapar a las prácticas de poder y a las ilusiones de ideológicas, por ello, a partir de los años treinta, la filosofía de la ciencia que tuvo como principal escenario el mundo anglosajón, se conformó una visión filosófica de la ciencia que asumió casi como dogma las tesis ultraobjetivistas del conocimiento, excluyendo los aspectos subjetivos de los individuos. No obstante, un poco antes, hacia mediados del siglo XX, comenzaron a surgir diferentes puntos de vista que reivindicaban el regreso del sujeto a la epistemología, de la mano de autores como Michel Polanyi, Thomas Khun y Ludwig Fleck, quienes subrayaron los aspectos históricos, psicológicos y sociales de la evolución del conocimiento, lo que alentó el interés por los estudios en historia de la ciencia, en la psicología de los procesos cognitivos y en la sociología del conocimiento; de forma parecida, los últimos decenios han visto aparecer los estudios de la ciencia, que buscan englobar una descripción de las prácticas sociales y culturales en medio de las cuales se produce, sostiene y desarrolla socialmente la ciencia.

    Es en este contexto de reflexión sobre el rol del sujeto y la subjetividad en la construcción la ciencia, en el cual se llevó a cabo el II Congreso Iberamericano de la Ciencia y la Tecnología, celebrado en la Laguna, Tenerife, dedicado precisamente a “La ciencia y sus sujetos” y que tuvo como objetivo recuperar las reflexiones de epistemólogos de nuestra lengua sobre el estado actual de la discusión en torno al sujeto de la ciencia.

    Es, a propósito de este simposio, que Echeverría (2009), en su intervención titulada “Los Sujetos de las Ciencias”, propone que la existencia del sujeto de la ciencia es un hecho objetivo, aunque falta por delimitar el estatuto de dicho sujeto, es decir, si es individual, plural, colectivo, comunitario, institucional, social o no humano; pero lo que para él es un hecho, es que una epistemología sin sujeto sería una epistemología sin objeto, y además, encuentra necesario afirmar la pluralidad de los sujetos de la ciencia, ya que la ciencia es un cuerpo de conocimiento socialmente compartido y convalidado (Merton, 1977), en el cual, se establece a la objetividad como una valor epistémico a alcanzar, y cuyo grado de satisfacción se establece a partir de un debate intersubjetivo entre científicos; es en este sentido, que también plantea que los sujetos de la ciencia son varios, desde los técnicos de laboratorio, hasta aquellos que se encargan de presentar los resultados para difundirlos, los editores, los diseñadores e incluso aquellos que divulgan y enseñan ciencia, lo que hace necesario incluir en la discusión las relaciones que existen entre estos sujetos de la ciencia, pero también introduce la necesidad de limitar la pluralidad de estos sujetos, así como la necesidad de reflexionar sobre el proceso a partir del cual los sujetos de la ciencia son construidos.

    Por su parte, en su intervención, “Algunas situaciones donde el sujeto tiene un papel indispensable en la investigación racional”, Larry Laudan (2009), después de confesar el poco interés que suscitan en él las discusiones sobre la subjetividad en la ciencia, comenta que al menos en un aspecto es necesario tomar en cuenta la subjetividad en el proceso de construcción del saber, se refiere a los estándares a partir de los cuales se toma la decisión de refutar o aceptar una hipótesis, estándar que, para él, no puede derivarse del fin de encontrar la verdad, ni tampoco puede derivarse de la racionalidad pura, ya que un estándar de prueba es básicamente un mecanismo para la distribución de errores y, a fin de cuentas, cada investigador o comunidad de investigación está dispuesto a aceptar cierto estándar de error que produzca falsos positivos o falsos negativos, así, para él, al estándar de error que una comunidad de investigación establece para aceptar o refutar una hipótesis le falta una justificación epistémica, y depende de los valores no cognitivos de cada investigador o de cada comunidad; sin embargo, el mismo Laudan nos advierte que no debemos sobrevalorar su análisis, ya que, según él, a medida que más pruebas se acumulan a favor o en contra de una hipótesis, el estándar de error es menos relevante para aceptar o rechazar la hipótesis.

    Por otro lado, Jesus Vega Encabo (2009), defiende la tesis de que el rechazo del ultraobjetivismo que permita la reintroducción de las consideraciones sobre el sujeto de la ciencia en la epistemología no implica necesariamente dejar de lado la noción de objetividad para caracterizar adecuadamente los logros de la ciencia, pero esta concepción de la objetividad se debe construir a partir de la imagen de un sujeto de la ciencia que ejerce funciones paradigmáticas de la razón pública; ahora bien, para Vega (2009) el sujeto cartesiano que la epistemología ha dado por sentado a partir de la época clásica conserva hasta la actualidad ciertos atributos, a pesar de la críticas Foucaultianas y Rortyanas a esta noción de sujeto, estas características son: el sujeto epistémico es en cierta medida agencia, capaz de ejercer cierta autonomía respecto a los dispositivos de poder (Foucault) y sobre las representaciones privilegiadas (Rorty), es también capaz de adoptar o rechazar sus creencias con base a la razón, esta autoridad, lo dota de cierta integridad, unidad y continuidad y, además, se sostiene sobre cierta capacidad reflexiva a partir de la cual es capaz de examinar las propias condiciones de aceptación o rechazo de las creencias; es a partir de esta concepción de sujeto de la ciencia, que es posible construir una noción de objetividad, que se derive del ejercicio de la razón pública; sería pues el ejercicio mismo de la razón pública, el que le permitiría a los sujetos adoptar una estancia reflexiva de tipo normativo sobre los principios que guían sus prácticas, lo que les posibilitaría trasgredir el autoritarismo epistémico de Foucault y la búsqueda de representaciones privilegiadas de Rorty.

    Por su parte, en intervención, denominada “Individuo y Sociedad en la Filosofía de la Ciencia”, Fernando Brocano (2009), establece que de cierta forma la idea de conocimiento definido como una creencia verdadera justificada, supone la existencia de un sujeto, cuyo estatuto queda por delimitar, trabajo que puede empezar a realizarse entendiendo que la ciencia y la tecnología, en tanto empresas sociales, nacen en la modernidad, bajo el cobijo de cierto imaginario social que las produce como una forma cultural de práctica cognitiva y como una “comunidad imaginada” que se dota a sí misma de una autoexplicación, de una cobertura metafísica y de una cierta moral, pero sobre todo de cierto número de normas que regulan la conducta deseable para apegarse al método de producción de saber, las vías para trasmitir ese saber en el contexto de la esfera pública y los caminos para alcanzar el éxito en el interior de dicha comunidad.

    A su entender, son estos tres componentes los que hacen del sujeto de la ciencia un sujeto especial, constituido, no por la naturaleza o por designio divino, sino por una inserción normativa en ciertas prácticas sociales del conocimiento; es el seguimiento de estas normas, lo que le permite a la ciencia llevar a cabo un reclamo de autoridad epistémica absoluta y aparecer como un ejemplo y modelo de esfera pública.

    En su disertación, el mismo Brocano, subraya que uno de los elementos esenciales respecto a la construcción del saber científico, lo constituye el sistema intersubjetivo de intercambios, de reconocimientos y de controles que constituyen el modelo normativo de legitimación epistémica, así, la esfera pública de la ciencia se presentaría como el ámbito en el que la sociedad elabora la formación de creencias para que estas adquieran legitimidad y, al igual que en la economía, aun cuando el valor de los bienes tenga un componente privado, de uso, es solo en el marco social de los intercambios en donde los bienes adquieren “valor de cambio”; así, en el terreno epistémico el valor privado de las creencias subsiste en el marco de la esfera privada, pero en el espacio público necesita la sanción de la esfera epistémica de la ciencia para adquirir autoridad epistémica.

    Es en este sentido, que es posible hacer operar en la epistemología el modelo de Brandom (1994) sobre las aserciones en un espacio público, según el cual, la aceptación o rechazo de las aserciones serían el resultado de un sistema de reconocimientos de los demás miembros de las comunidades científicas a la historia cognitiva de un investigador en particular en el marco de las prácticas aceptadas por esa comunidad. Tendríamos así que la constitución de la esfera pública de la ciencia, sería un sistema de constitución de prácticas lingüísticas, de conceptos, de imágenes del mundo, que deviene sobre las formas de interacción normativa entre sus miembros; sería en este espacio, donde se configurarían no solo razones, sino la autoridad de las razones y no solo el poder de las causas, sino también, el poder puro de las relaciones sociales.

    Nuestro breve recuento deja claro que la discusión que destaca la importancia de considerar al sujeto en la construcción del saber, es un tema que preocupa a los epistemólogos, no obstante, aun cuando se trata de identificar la participación del sujeto en la construcción del conocimiento científico, e inclusive se intentan determinar las características que este sujeto posee y debería poseer, existen cierto número de atributos de los cuales se le dota sin problematizarlos demasiado, y son precisamente estos atributos los que la experiencia psicoanalítica permite problematizar, de ahí que sorprenda que existan pocos trabajos que propongan una reflexión sobre la construcción del saber, a partir del problemático sujeto que el psicoanálisis devela.

    Así, dando una mirada de cerca a la recuperación del sujeto que la epistemología ha intentado formular, encontramos una y otra vez que el sujeto cognoscente queda, a final de cuentas modelado, con sus asegunes por supuesto, a imagen y semejanza de la noción cartesiana de sujeto, son muchos los rasgos atribuibles a esta noción, pero hay cuatro en particular que lo caracterizan: 1) el sujeto es el “lugar” de las representaciones: el mundo se refleja en la mente del sujeto que es capaz de controlar racionalmente esos reflejos a los que llamamos representaciones, 2) el sujeto tiene una capacidad de autroatribución de estados que, bajo ciertas condiciones, constituyen autoconocimiento. La capacidad de controlar racionalmente las representaciones del mundo depende de esta capacidad de autoatribución. 3) El sujeto tiene cierto privilegio epistémico en lo que respecta a sus propios estados. 4) El sujeto está dotado de una cierta unidad e integridad o, si se quiere, ha de preservar una cierta coherencia racional (Vega, 2009); a estos atributos, se les añaden también ciertas características derivadas de una noción Kantiana del sujeto trascendental, a saber, la idea de que el sujeto cognoscente posee a la verdad como el valor fundamental (Vega, 2009) y de que una creencia es objetiva cuando el sujeto puede establecer sobre ella su autoridad responsablemente, es decir, el sujeto puede asumir la responsabilidad sobre su creencia, en el sentido de que puede “hacerse cargo” de aquello que son sus creencias y sus razones para la verdad de las mismas (Vega, 2009)

    Entonces, aún cuando pareciera que la epistemología de finales del siglo pasado y de principios del nuestro, a su forma ha llevado a cabo la tarea que Lacan reserva para el lugar que ocupamos los analistas, a saber, la reintroducción del sujeto en el campo de la ciencia, en realidad, esta reintroducción ha sido formulada sobre la base del sujeto cartesiano (y kantiano) y no del sujeto del cual el psicoanálisis da cuenta, de ahí, que si bien se ha hecho el intento de reintroducir al sujeto en las consideraciones sobre la construcción del saber, lo que aún falta por reintroducir es la consideración sobre el Nombre-del-Padre, no se trata solo de una reintroducción del sujeto, sino de su subversión; la epistemología, más que problematizar al sujeto de la ciencia, intenta dilucidar la participación del sujeto en la ciencia, sin considerar que el sujeto que en nuestra modernidad hace ciencia es ya un sujeto de la ciencia, es decir, un sujeto constituido, construido por ella, por lo que el universo simbólico en el que opera (el de la ciencia) es el mismo universo simbólico que lo constituyó como sujeto.

    REFERENCIAS

    Broncano, F y Perez, A (2009). La ciencia y sus sujetos ¿Quiénes hacen la ciencia en el siglo XXI”. México: Siglo XXI

    Broncano, F (2009). Individuo y Sociedad en la Filosofía de la Ciencia. En La ciencia y sus sujetos ¿Quiénes hacen la ciencia en el siglo XXI”. México: Siglo XXI

    Echeverría, J (2009). Los sujetos de las ciencias. En La ciencia y sus sujetos ¿Quiénes hacen la ciencia en el siglo XXI”. México: Siglo XXI

    Kuhn, T (1962). La estructura de las revoluciones científicas. México: Fondo de Cultura Económica, 1971.

    Lacan, J (1966). La Ciencia y la Verdad. En Escritos II. México: Siglo XXI. (1984)

    Laudan, L (2009). Algunas situaciones donde el sujeto tiene un papel indispensable en la investigación racional. En La ciencia y sus sujetos ¿Quiénes hacen la ciencia en el siglo XXI”. México: Siglo XXI

    Polanyi, M. (1958). Conocimiento. Personal. Hacia una Filosofía Post-Crítica. Routledge.Londres

    Popper, Karl (1934). La lógica de la investigación científica.. Madrid: Editorial Tecnos, 1962

    Tappan, J (2004). Introducción epistemológica al psicoanálisis. una mirada a la construcción de su conocimiento. Puebla: Escuela Libre de Psicología

    Vega, E (2009). Sujeto, Objetividad y Razón Pública. En La ciencia y sus sujetos ¿Quiénes hacen la ciencia en el siglo XXI”. México: Siglo XXI

    [1] Universidad Tecnológica de México, Universidad Latinoamericana, Nueva Escuela Tecnológica, Red de Especialidades Psicológicas y Clínica Analítica.

    Av del Trabajo #24b, Colonia San Andrés Atenco, Tlalnepantla, Estado de México

  • Acerca del objeto del psicoanálisis.

    “Ni tanto, ni tan poquito”. Pensamientos en torno a la epistemología del psicoanálisis o “De dilemas, oposiciones y construcción de representaciones compartidas”[1].

    Acerca del objeto del psicoanálisis.

    Felipe Flores.

    Carta psicoanalítica.

    En este texto se desea abordar un tema difícil no solamente por su naturaleza intrínseca, sino también debido a que se sitúa en el centro de la problemática epistemológica contemporánea de las ciencias y del psicoanálisis en particular; además, lo que aquí voy a decir se aparta de las posturas de moda, tanto las defendidas en el continente europeo (las posmodernas), como las que se solían defender en la isla británica (las analíticas). En verdad se trata de rescatar ciertas posturas cognoscitivas y epistemológicas que en mi opinión se abandonaron en la historia de la filosofía irreflexivamente, y que ahora resurgen en la literatura.

    El contexto.

    Nos movemos hoy en un universo conceptual complejo, polisémico y fecundo en malos entendidos. Atravesados por la presencia de múltiples tradiciones de pensamiento nuestros términos son con frecuencia fuente de equívocos. La significación de nuestras palabras cambia de un autor a otro, de un texto al otro, de un párrafo al otro, de una línea a otra, de un contexto a otro, sin que, no obstante esto, explicitemos los constantes cambios de sentido en los que nos movemos. Tendríamos que estar estableciendo constantemente la definición de las palabras que usamos y el modo como las usamos. Las palabras se desgastan y envejecen, cada una está habitada por los siglos.

    Tendríamos que situar también, agrupar en familias, en la diacronía de su constitución, las semejanzas y las diferencias entre las diversas racionalidades y ejes de oposición en que nos situamos de manera, con frecuencia, impensada e irreflexiva.

    De la misma manera, necesitaríamos dar cuenta de las múltiples herencias intelectuales, ideológicas y de intereses que nos transmiten tomas de posición, conflictos y restricciones de perspectiva que no hemos asumido conscientemente. Así, sin pensarlo, suponemos fundamentos y rechazamos puntos de vista simplemente porque “así se hace desde hace tiempo” o se acostumbra en el espacio de alguna “moda intelectual”.

    Tendríamos que poder cuestionarlo todo, no dar nada por supuesto, y volver a empezar, cosa imposible, con joven y fresco entusiasmo de pensar de nuevo.

    Pero entre nuestro deseo de saber, la esperanza de lograrlo, y la presión institucional, académica, política, y el medio conceptual en el que estamos inmersos existe una relación de malestar. Entre la complejidad del discurso en que estamos atrapados y nuestro deseo de saber hay un conflicto: el malestar de nuestra cultura psicoanalítica.

    Empirismo/idealismo, sentidos/razón, cuerpo/mente, empirismo/racionalismo, sujeto/objeto, univocismo/equivocismo, omnipotencia/escepticismo, positivismo univocista/escepticismo equivocista, cientificismo/sociologismo, génesis/estructura, sincronía/diacronía, ciencia/hermenéutica, naturaleza/cultura, physis/techné, uno/múltiple, singular/general, continuismo/discontinuismo, verdad/ilusión… ¡Cuantos dilemas y oposiciones! ¿Habrá que elegir forzosamente? ¿Cada uno de estos ejes de oposición implica necesariamente la elección/exclusión?

    Juguemos un poco: ¿Todo empirismo se opone al idealismo? ¿No colocan los marxistas al empirismo entre los idealismos? ¿No es equivalente empirismo y materialismo? ¿No es el materialista necesariamente un realista y por ello contrario a un idealismo solipsista? ¿pero, se oponen la experiencia y las ideas? ¿se excluyen necesariamente la experiencia de los sentidos y la razón raciocinante? ¿Son Platón y Aristóteles inconciliables? ¿Lo son Hume y Spinoza? ¿No había intentado conciliarlos Kant? ¿No hay algo intermedio entre lo unívoco y lo equívoco? ¿no son todos ellos, racionalistas y empiristas, idealistas como aseguran los marxistas, que por materialismo entienden un cierto realismo?¿Tendremos que decidir entre todo o nada en cuanto a la posibilidad de saber, de saber que sé? ¿Sólo la ciencia, entendida estrechamente como en el positivismo lógico de Reichenbach o Carnap, produce conocimiento confiable? ¿El psicoanálisis, si no es ciencia es necesariamente hermenéutica o es solamente delirio compartido? ¿Son realmente excluyentes entre sí Verstehen y Erklären? ¿Son ciencias las ciencias sociales o solamente las naturales? ¿Es metafísico cualquier realismo? ¿Son mutuamente excluyentes naturaleza y cultura? ¿Qué cultiva la cultura?

    Ante la pregunta sobre el objeto del psicoanálisis, o mejor, sobre la objetividad del conocimiento del psicoanálisis, sobre la posibilidad de tener un conocimiento objetivo de la subjetividad, se plantean las mismas cuestiones que acerca de la posibilidad del conocimiento en general: hay posturas realistas, objetivistas, subjetivistas, empiristas, escépticas, etc.

    La epistemología vs las epistemologías… ¿será lo que aquí pienso y propongo una más?

    Para contestar a la pregunta ¿miramos primero a la realidad o al sujeto que la mira? Si decimos que primero a la realidad porque la realidad determina el modo como la conocemos y como nos acercamos a ella, habrá quien sostenga exactamente lo contrario, que el pensamiento determina al objeto que podemos captar y conocer.

    En estas posturas se exasperan los extremos, como si el objeto frente al sujeto no ejerciera ninguna acción y toda la actividad fuera la del intelecto (racionalistas) o como si el intelecto fuera frente a los datos sensibles totalmente pasivo (empirismo). Sin embargo, ambas posturas coinciden en ponerlo todo del lado del sujeto, negando la posibilidad de un conocimiento transubjetivo del objeto, ya sea perceptual o inferencial, inductivo, abductivo, abstractivo, y de esta manera se oponen ya sea al realismo extremo e ingenuo, ya a cualquier otra clase de realismo por más crítico o moderado que sea.

    Ante los extremos empirista o racionalista, optimista y pesimista, escéptico y agnóstico o positivista, etc. Se nos antoja decir: “Ni tanto ni tan poquito”. No hay verdad absoluta y perfecta, sino juicios parciales, pero no todo es relativo ni obscuro. Hay juicios más verdaderos que otros, conceptos razonables y probables. No todo es dicho en el equívoco de la metáfora, ni la teoría se adecua del todo a la realidad. Ni el juicio se adecua del todo a la realidad, ni la realidad se nos devela completa ante los ojos.

    Voy a tratar de hablar de la Verdad (sí, así, con mayúsculas), de la búsqueda de la Verdad y del conocimiento. Es decir, me preguntaré si el psicoanálisis es una actividad que lleva a conocer la verdad de algo, y diré que sí ¡imagínense ustedes el escándalo! El asunto tiene que ver con aquello que se dice, con el hablar de algo, con las maneras de referirse a algo o afirmar alguna cosa de cualquier otra. Pues bien, sostengo que el psicoanalista puede decir algo de ciertas realidades, puede saber algo de ellas y referirse a las mismas afirmando o negando algo de ellas, y que esto lo puede hacer válidamente, aunque con modestia, sabiendo que se puede equivocar. Es decir, el psicoanalista juzga de ciertas cosas porque cree conocerlas por lo menos un poco. Por esto el tema del saber tiene que ver con el asunto del hablar. Uno habla de lo que cree saber. Si no, mejor es no hablar. Pero así como hay muchas maneras de hablar de algo, hay muchas maneras de saber; bueno, por lo menos algunas.

    Y es que el saber se dice de muchas maneras, igual que el hablar se dice de varias maneras. A lo mejor esto tiene algo que ver con aquello de lo que se habla; quizá eso de lo que se habla tiene algo que hace que podamos referirnos a ello de maneras múltiples y variadas, como si las cosas de que hablamos fueran también de muchas maneras. De hecho decía Aristóteles que el Ser se dice de múltiples maneras.

    Analógico es porque el sujeto cognoscente está atravesado por el deseo, la fantasía, la represión, etc. Y porque no puede captar todo de nada, sino solo una parte, un aspecto, un momento, y porque captar algo no es lo mismo que captar nada, porque hay una prueba de realidad, y porque aunque no puede conocer todo totalmente, conoce algo parcial y realmente. Esto es lo analógico: que lo que digo del Inconsciente o de la Pulsión, por ejemplo, no la agota, no la esclarece totalmente: hay una distancia entre la realidad y la teoría, pero esa teoría conoce realmente algo de la realidad que trata de explicar.

    Se ponen en juego los problemas de los límites del conocimiento psicoanalítico, de su valor e importancia, del criterio y del origen de este conocimiento.

    En lo que llevamos hasta aquí dicho, como pensando en voz alta, hemos supuesto mucho. Hemos supuesto, por ejemplo, que puedo decirles a ustedes de algo y que ustedes me escuchan atenta y muy amablemente, soportando con buen ánimo las cosas que quiero decir. Suponemos, pues, un lenguaje cuyo sentido es captado lo suficientemente como para que nos entendamos. Si no fuera así ni ustedes no estarían oyendo este desaguisado. También suponemos que en las frases que enuncio hay cierta coherencia, cierta inteligibilidad, cierto orden que las hace por lo menos discutibles. Lo incoherente y sin lógica es definitivamente indiscutible. Otra suposición es que estoy hablando de algo y no de nada. Esto recorta varios temas de interés que podríamos llamar: a) el problema lógico o de la comunicación, b) el problema ontológico o de la realidad, y c) el problema epistemológico o del conocimiento.

    Estoy convencido de que estos tres problemas están entre sí entrelazados; sin embargo trataré de referirme a ellos separadamente. Trataré de poner más interés y atención en el asunto del decir, y en el asunto del saber.

    En otras palabras, y para ponerlo en una frase, este trabajo se plantea una pregunta: ¿SE PUEDE DECIR LA VERDAD EN PSICOANÁLISIS?

    Hay que decir, desde luego, que se dice de una afirmación o de una negación que es verdadera, de múltiples maneras. Y es que en esto de la verdad casi no existen proposiciones que sean totalmente verdaderas. Cuando un juicio es verdadero casi siempre lo es parcialmente. Decimos verdad cuando negamos lo que no es o cuando afirmamos lo que es. Pero nunca lo que afirmamos o negamos agota la realidad a que nos referimos.   Las verdades que alcanzamos, siempre con gran dificultad, son parciales.

    Todo conocimiento es parcial pero no inexistente, incompleto pero probable, a veces cierto. El conocimiento es la mayoría de las veces, no siempre, solamente analógico, pero no metafórico. No todo es relativo. Ni todo ni nada: algo. No todo se reduce al problema de la demostración, validación, o verificación. Los métodos son para cada objeto material y formal. Cada objeto tiene su propia manera de conocerse. Ninguna teoría agota la realidad, todas la recortan, la presentan desde un punto de vista particular.

    A veces afirmamos lo que no es y negamos lo que sí es; a estos juicios los llamamos falsos. Yo pienso que con frecuencia afirmamos o negamos falsamente. A veces, sin embargo, afirmamos o negamos con verdad. Es muy difícil saber cuándo algo es verdad, pero tampoco hay que irse a los extremos y pensar que podemos hablar siempre con verdad o que lo que decimos dice todo de eso de que hablamos; ni tampoco hay que descorazonarse y pensar que la verdad no solamente es difícil de alcanzar sino imposible y que no es ni siquiera probable que podamos conocer algo verdaderamente y tener la certeza de ello. Ni el optimismo absoluto y estulto, ni el pesimismo cognoscitivo y depresivo. Para algunos se trata de referirse a las cosas de manera absoluta y perfecta, como si las operaciones que hacemos con los conceptos tuviesen que adecuarse sin sobra y sin falta a los objetos de nuestro interés. Para otros no hay verdad posible y nosotros nos comunicamos más bien de milagro, o más bien la comunicación es una ilusión y todo es una ilusión (no queda muy claro si esta afirmación de que todo es una ilusión o que nada se puede saber es un juicio ilusorio o si se sabe que nada se puede saber). Yo diría que: “Ni tanto ni tan poquito”. Me parece, en efecto, que los extremos fallan.

    Ne-utrum: ni todo a la inteligencia, ni todo a la percepción; ni todo al objeto, ni todo al sujeto: el conocimiento es un encuentro: asimilación y acomodación diría Piaget. Ni todo al método, ni todo al objeto.

    En otras palabras, ni el objeto es inerte, sino que actúa sobre el sujeto, y no toda la actividad viene del sujeto; ni el sujeto es pasivo frente al objeto. El conocimiento es un encuentro en el objeto y sujeto se determinan recíprocamente. Por eso no estamos hablando del objeto material, sino del objeto formal, en cuanto pensado o aprehendido (manifestado, revelado, acogido) y del acto de pensar lo pensado (sujeto cognoscente, objeto formal por el cual, camino o methodos).

    Tenemos cuatro posibilidades en principio: las llamaremos «absolutismo absoluto», «absolutismo relativo», «relativismo absoluto» y «relativismo relativo». El relativismo absoluto es contradictorio. Decir que absolutamente todo es relativo ¿deja fuera de todo o incluye la afirmación que hace? Si se puede afirmar algo entonces se puede afirmar algo y el relativismo no es absoluto. Habrá que preguntarse sobre las condiciones que hacen posible el poder afirmar algo. El absolutismo absoluto supone que no nos preguntamos nada y lo sabemos todo, que en ningún juicio hay algo que falla. Si no fallara y tuviéramos que pretender la verdad absoluta estaríamos ocupando el lugar de la inteligencia que causa lo que sabe: el lugar del Intelecto puro. El absolutismo absoluto no es posible. Queda el absolutismo relativo aparentemente, pero esta formulación es contradictoria, hay repugnancia entre los términos de la denominación. Esta es una casilla vacía. Finalmente sólo es accesible el relativismo relativo. Nada, pues, de absolutos en este asunto. Sólo cosas y afirmaciones relativas. Pero un relativismo relativo implica que no todo es relativo y que hay posibilidad de algo absoluto: que hay posibilidad de conocer verdaderamente algo. Estamos abandonando la dialéctica del todo o nada en el conocimiento. Algo, algo, siempre algo, y nada más algo se conoce. Pero algo es algo. No es lo mismo algo que nada ¡y esta es la gran diferencia que funda el optimismo moderado de la postura que aquí adopto!

    Ni objetivismo absoluto, ni subjetivismo absoluto. Ni verdad absoluta, ni ignorancia absoluta. Ni un agotar la realidad en la representación que nos hacemos de ella, ni una pura representación vacía. La posibilidad de conocer algo nos mueve y funda la actividad de toda ciencia: todo hombre desea por naturaleza conocer, decía Aristóteles. El que sigamos desconociendo cosas hace que esta actividad no se detenga. Unión es esta del desconocimiento con el conocimiento.

    Parecería que estamos únicamente diciendo perogrulladas. Pero sucede justamente que estas perogrulladas se han perdido en el pensamiento contemporáneo que se mueve en los extremos del univocismo y del equivocismo; en los extremos de la identidad absoluta de significado, por una parte, y la absolutamente ilusoria apariencia de semejanza; entre la identidad y la incomparabilidad. Sólo lo semejante es comparable: porque no es ni idéntico ni tampoco impertinente. En parte igual y en parte diferente: esto es lo único que podemos sostener.

    Del univocismo al equivocismo hay una medianía donde queremos sostenernos. Ni la cerrazón positivista, ni la crisis postmoderna.

    Esto que aquí decimos ha sido y es motivo de disputas y elevadas reflexiones por parte de teóricos del lenguaje, filósofos del significado, semiólogos, semióticos, lingüistas, etc .

    La cuestión se nos ha complicado: ¿qué es la verdad? ¿cómo se la encuentra? ¿cómo se sabe que se la encontró? Si la verdad es algo que se dice de una proposición ¿algo tendrá que ver con el lenguaje? ¿con el significado? ¿con la relación de referencia? ¿de qué hablamos cuando hablamos? Con las palabras… ¿significamos pensamientos, cosas o solamente palabras? ¿Nos referimos a algo que es extralingüístico? Por otra parte, una palabra (las proposiciones se hacen con palabras) ¿significa una cosa o varias? ¿Y qué relación hay entre las cosas que significamos con la misma palabra? ¿qué relación entre las palabras diversas que significan una misma cosa? ¿qué relación entre las palabras? ¿son iguales las palabras con las que hablamos de palabras que las palabras con que hablamos de las cosas? ¿son las cosas palabras? ¿las ideas son palabras? ¿todo son palabras y no hay más que palabras? ¿Podremos salir de esta prisión de nuestro lenguaje? (problema epistemológico); ¿hay ALGO de qué hablar? (problema ontológico); ¿de cuántos modos hablamos de ese ALGO que creemos CONOCER? (problema lógico).

    Entre la búsqueda del significado cero, enteramente transmisible, formal y unívoco, y la caída en la polisemia inacabable de la contextualidad y del oyente interpretante, parece que nos movemos como los griegos en el problema de lo uno y de lo múltiple, entre la unicidad parmenídea y la multiplicidad heracliteana.

    Frente a la caída de la búsqueda ideal de un saber unívoco y perfecto, uno e idéntico a sí mismo, normativo y ejemplar, se alza ahora el equívoco de la multiplicación de las miradas, las escuchas, las lecturas, las interpretaciones, las verdades de cada quién, la proliferación de las metáforas, de las metáforas de las metáforas, etcétera, de la metonimia inagotable del sentido, del vaciamiento del sentido. La filosofía analítica, univocista y fisicalista, ha dado paso en su caída a las hermenéuticas equivocistas y semiologistas. ¿La verdad será unívoca y una? ¿O será múltiple y equívoca? ¿Hemos de renunciar al conocer en la multiplicación de los saberes? ¿hay un sólo modo de conocer frente a cuyo fracaso sólo queda la multiplicidad equívoca de las interpretaciones?

    ¿Y qué contiene la interpretación? ¿Está toda del lado del sujeto o hay algo del objeto en ella? ¿Se puede hablar de interpretación verdadera y de interpretación falsa, o sólo de las infinitamente múltiples y diversas interpretaciones de cada quién? ¿Qué le pone coto a la polisemia de las interpretaciones? Si hay algo que limite, condicione, establezca condiciones de validez y de invalidez de la actividad interpretativa entonces ese algo ¿está fuera del ámbito de la interpretación? Nos encontramos de lleno en la paradoja postmoderna (ni tanto) del relativismo absoluto.

    Ni la filosofía analítica, pues, ni la hermenéutica equivocista resuelven las contradicciones y los imposibles.

    La verdad no está en el significado, ni en la palabra. La verdad está en la proposición con que se juzga si algo es o no es lo que en realidad es o no es. Pero la verdad se dice de muchas maneras, y cada una de estas maneras ni es unívoca e idéntica a la otra, ni es equívoca e incomparable con la otra; cada una de estas varias maneras es en parte igual y en parte diferente de cada una de las otras. Entre estas maneras de decir el concepto de verdad hay una relación de tal manera que se suponen o se siguen o son una principal respecto de las otras. En otras palabras, no todas las proposiciones son verdaderas de la misma manera, sino en parte igual y en parte diferente. De las diversas proposiciones se dice la verdad no unívoca, ni equívoca, sino analógicamente.

    La conciencia ética de nuestro tiempo ha rechazado el univocismo cognoscitivo como fuente de dogmatismos y autoritarismos. En su lugar, y en nombre de la ética libertaria se ha negado toda verdad para que nadie la tenga o diga poseerla: ¡la verdad no existe! Por lo tanto cada quién puede decir lo que quiera. Frente al «sólo vale lo que YO digo» se alza ahora el libertario «todo se vale». Se puede decir cualquier cosa y cada afirmación es inconmensurable con la otra; pues, ¿con qué regla se mediría?

    Si se vale decirlo todo, cualquier cosa, no hay nada que permita fundar una ética del discurso. Cualquiera podría decir la muerte y nadie podría sostener nada frente a tal decir ¡pues se vale cualquier decir! Y si se vale decir cualquier cosa, ¿se valdrá, como pregunta Apel, hacer cualquier cosa? El equivocismo es tan fascista como el univocismo. Si todo es verdad nada es mentira. El fascismo, el rumor, la demagogia, la ocultación…¡nada es mentira! Y sin embargo no es deseable que todo sea verdad.

    Una ética del discurso sólo se puede fundar en un concepto analógico de verdad.

    Entre la identidad y la inconmensurabilidad está la diferencia. La ética sólo puede serlo sobre la diferencia. La analogía funda la ética. La diferencia no se sustenta en el relativismo, en la relatividad del equivocismo; lo equívoco no funda la diferencia sino la incomparabilidad. La diferencia implica la comparabilidad. El univocismo, desde luego, también niega la diferencia que implica cierta relatividad. Por lo tanto queda solamente anular el todo y el nada. Ni del todo idéntico ni tampoco inconmensurable: más bien en parte igual y en parte diferente. Podemos, pues, decir la diferencia en la medida en que está fundada analógicamente.

    Decir que lo analógico es en parte igual y en parte diferente plantea el problema famoso del «¿Qué tanto es tantito?», es decir, el problema de la proporcionalidad. Pues un enunciado puede ser más diferente y en algo semejante al referente, o puede ser más semejante y en algo diferente. ¿Cuál es la regla que permite situarse en este continuo? ¿Cómo y dónde situar los límites? La incertidumbre no ha de confundirse con la imposibilidad de conocer, pero desde luego quedan claras nuestras limitaciones. Decir esto equivale a decir, quizá, que el conocimiento al que podemos aspirar es analógico y está fundado en la diferencia y en la proporcionalidad.

    No quisiera ser mal interpretado. Yo no creo que todos los enunciados posibles sean enunciados analógicos. Creo que hay afirmaciones unívocas, y también las hay equívocas; pero creo que la mayoría de las cosas que conocemos las decimos analógicamente.

    También quisiera subrayar el hecho de que no toda analogía es una metáfora. Existen dos tipos de analogía: la intrínseca y la extrínseca o metafórica. Entre lo primero se da una relación que deriva de lo substancial, de la cosa; entre lo segundo la relación es accidental, la relación deriva de los atributos. Bien se ve lo difícil que es no hallar una relación con la ontología. Y es que ya dijimos que hay una relación entre la lógica y la realidad.

    Existen tres definiciones o tipos de verdad: la verdad semántica, que corresponde a la definición clásica de adaecuatio intellectus ad rem, o también llamada verdad especular. Está también la verdad sintáctica o coherencial, que es la verdad del orden de las proposiciones entre sí. Y finalmente la verdad pragmática o de la praxis, la de los frutos y la transformación de la realidad, la de la tecnología, la cura, la política.

    Estos tipos de verdad se significan uno al otro y son todos ellos parciales, provisorios y tendenciales. La verdad de nuestros enunciados es siempre perfectible y utópica, relativa e incompleta, de difícil acceso; pero al fin y al cabo es verdad y con esto alcanza para ponerse a trabajar en el conocimiento y en la vida cotidiana, y en la mayoría de nuestras acciones y decisiones. La verdad de la acción es como un signo de la verdad de correspondencia; de la misma manera, cuando enunciados de diverso origen y tiempo resultan coherentes entre sí, sugieren un orden correspondiente al orden y regularidad del objeto conocido. Por lo tanto la verdad semántica es la verdad por antonomasia y a ella suponen y buscan las otras. Aunque es la más ambiciosa y difícil. Todas estas verdades son relativas con un relativismo no absoluto.

    Se puede afirmar algo de las cosas, o negarlo, y este enunciado puede ser

    1. a) falso
    2. b) verdadero
    3. i) unívocamente
    4. ii) analógicamente
    5. a) por analogía intrínseca o propiamente dicha
    6. b) por analogía extrínseca o metafóricamente.

    Dejemos ahora los enunciados falsos. De los enunciados verdaderos unívocamente diremos que son poquísimos, casi siempre de tipo formal o tautológico (no fácticos). De los enunciados verdaderos metafóricamente diremos que lo son extrínsecamente y accidentalmente. Que son entre sí total y substancialmente diferentes pero en algo superficial y extrínseco se parecen. El posmodernismo piensa que la mayoría de los enunciados son de este tipo; y el agnosticismo piensa también que todos los enunciados son de este tipo. Hoy en día cuando se habla de analogía se entiende en general que son metáforas. En la postura que sostengo las metáforas son solamente un tipo de analogía, pero no todo el conjunto de los enunciados por analogía. Los enunciados unívocos se mueven en el ámbito de la identidad. Los equívocos se mueven en el ámbito no de la diversidad, sino de la inconmensurabilidad. Sólo los análogos y los metafóricos se mueven en el ámbito de la diferencia y la diversidad, es decir de la conmensurabilidad y comparabilidad de la semejanza. Sólo que esta semejanza es diferente en el enunciado metafórico (donde es extrínseca y accidental), y en el analógico propiamente dicho (donde es intrínseca y substancial).

    Con lo dicho pareciera que los enunciados analógicos están más cerca de la semejanza y los metafóricos más cerca de la diferencia; esto es así. Pero también hay que decir que los enunciados analógicos en su conjunto (con analogía intrínseca y con analogía extrínseca o metafórica) están todos ellos más cerca de la equivocidad que de la univocidad. Se dice que son analógicos enunciados en parte diferentes, en parte semejantes; es decir enunciados que son otros, fundamentalmente otros, pero en algo los mismos; primariamente diferentes, secundariamente semejantes, podríamos decir; o si se prefiere, primariamente equívocos, secundariamente (intrínsecamente o extrínsecamente) unívocos. Predomina, pues, la diversidad.

    La verdad se nos ha hecho más chiquita, pero no ha dejado de existir. Nos movemos entre la dogmática univocista y el pragmatismo equivocista: sostenemos la igualdad, la multiplicidad y la diversidad. Ni sólo lo uno, ni sólo lo múltiple; sino la universalidad en la multiplicidad y la variedad en la semejanza.

    No opto, pues, por la filosofía analítica o positivista, pero le reconozco aportaciones importantes. No opto por la hermenéutica tampoco, pero le reconozco aportaciones importantes. OPTO POR UNA EPISTEMOLOGIA QUE PIENSE DESDE LA ANALOGIA. Opto por un optimismo moderado en el conocimiento. Opto por un realismo moderado en la ontología. Opto por la lógica de la verdad en la predicación por analogía. La verdad no está en la palabra, ni en el concepto, ni en la percepción (no está como diría el Aristóteles, en la simple aprehensión). La verdad está en las afirmaciones o negaciones, en las proposiciones o enunciados, la verdad se dice o predica analógicamente de los juicios y solamente de ellos.

    Debo aclarar que solamente puedo hablar del psicoanálisis como una ciencia híbrida (o mestiza), en la medida en que trato de forzar los diferentes aspectos de la actividad psicoanalítica en alguno de los cajones extremos y contradictorios del pensamiento del positivismo lógico o de la hermenéutica como un todo. Creo que tanto el querer caracterizar al psicoanálisis como una ciencia a la manera del positivismo (incluyendo al mismo Popper) o como una hermenéutica (a la manera de Ricoeur) son intentos fallidos y estériles. El psicoanálisis construye, pues, un conocimiento analógico que no es ni el del univocismo positivista, ni el equivocista de las hermenéuticas posmodernas. La explicación en teoría psicoanalítica no se reduce a la causa eficiente de los positivistas, ni a la causa formal o ejemplar de los estructuralistas, ni al sentido de los hermeneutas.

    El problema de la analogía y del conocimiento tiene que ver con el problema del significado y el sentido, pero se sitúa predominantemente en el problema de la verdad de la proposición. Cuando se dice que la verdad es la adecuación del intelecto a la realidad, no se habla del intelecto intuitivo, ni de la abstracción, ni de la representación, ni de la percepción, ni del concepto, ni de la palabra, ni de la memoria, etcétera. Se habla del intelecto que junta o separa, que compone o descompone, del intelecto que juzga afirmando o negando, del intelecto que predica algo de algo, del juicio tal como se formula en la proposición.

    No estoy hablando de la verdad del hablante unívoca o pragmática, ni de la verdad del oyente equívoca o hermenéutica; estoy hablando de la verdad de lo hablado, o de su falsedad. No me sitúo en la filosofía analítica, ni en la filosofía pragmática, ni en la hermenéutica; no me muevo en el plano del deconstruccionismo, ni del análisis del discurso, ni del subjetivismo; me sitúo en el plano de la analogía.

    No estoy en el plano univocista del pensamiento cartesiano, ni fenomenológico, ni realista absoluto, ni positivista lógico. No estoy en el plano, tampoco, equivocista del nominalismo antiguo o moderno, Wittgensteiniano o no, ni postmodernista, ni hermenéutico, ni agnóstico.

    Estoy moviéndome en el plano de la analogía y de la teoría del conocimiento tal como la entienden algunos desarrollos contemporáneos.

    En esta perspectiva sostengo un punto de vista según el cual el lenguaje no remite solamente al lenguaje, sino por medio de él a otra cosa que es su referente. El concepto de referencia me parece fundamental en la medida en que nos permite salir del solipsismo lingüístico. Ligado a este concepto de referencia considero importante el uso del concepto de intencionalidad tal como se presenta en Aristóteles, Franz Brentano y algunos otros desarrollos contemporáneos.

    Este punto de vista implica la discusión sobre las relaciones entre la lingüística, la lógica, la epistemología, la psicología (léase el psicoanálisis)[2] y la ontología. En el problema que nos ocupa estas ciencias, sin perder cada una su especificidad, están relacionadas como lo están en la realidad los diversos aspectos de que ellas se ocupan.

    Singularidad del psicoanálisis

    El psicoanálisis no es una ciencia en el sentido popperiano, carnapiano, etc., lo cual no significa que no lo sea, sino que el criterio positivista es reducido y estrecho. El psicoanálisis no es solamente una hermenéutica, aunque haya importantes aspectos hermenéuticos en su ejercicio, ni se ocupa solamente del problema del sentido. Buscamos explicar el texto por sus causas, no solo en su estructura significante. El psicoanálisis se ocupa del sentido (Bedeutung) y de las causas, en el sentido de las determinaciones múltiples. Toda ciencia tiene su propio objeto, que determina su su propio método, su estructura teórica, su lenguaje, su propósito. El psicoanálisis es una ciencia teórico-práctica que participa también del arte. La verdad puede ser semántica, sintáctica, pragmática, y en el psicoanálisis se `ponen en ejercicio las tres. No se excluye saber de lo particular y singular junto con el saber de lo general. El psicoanálisis construye una teoría, un saber, discutible, transmisible, contrastable, constatable. El psicoanalista abduce, induce, infiere, deduce, predice, supone, relaciona, media (inter-preta), muestra, señala, provoca. ¿Es una ciencia stricto sensu? Articulación/subalternación: por el objeto, por el sujeto, por el fin. La ciencia de la physis abarca al hombre El psicoanálisis no es una “ciencia social”, por más que sus implicaciones sociales sean importantísimas, es decir, no es una sociología. Pero sí se articula con la ética y con las ciencias sociales. Tampoco es una ciencia biológica. Conocimiento transmisible que orienta/dirige la práctica. Conocimiento práctico transmisible. Tiene un objeto propio y un camino (methodos) propio, ad hoc, para llegar a conocer este objeto propio. Tiene su propio nivel de abstracción, su propio lenguaje, su propio carácter argumentativo. No todo lo que hacen los psicoanalistas es psicoanálisis. El psicoanálisis no es una hermenéutica, sino que usa la hermenéutica, o más bien, la interpretación, no como un fin, sino como medio para extraer sus construcciones teóricas y para proponer al paciente el esclarecimiento de su inconsciente: construcción teórica e intervención terapéutica: investigación, teorización y transformación. La función de crítica social de la teoría psicoanalítica no lo convierte en una psicología social ni en una ciencia social. No es ni una ciencia social, ni una ciencia natural, pero sí una ciencia empírico-especulativa-práctica. Ciencia en el sentido amplio del termino.

    Citemos a Melanie Klein[3]: «…desearía destacar una vez más algo que considero clave en toda discusión científica seria: el trabajo laborioso y paciente que supone desmenuzar nuestras experiencias clínicas y comparar nuestras anotaciones. Su importancia radica en que es la única manera en que podremos comprobar nuevas hipótesis y ampliar nuestro conocimiento teórico. Cada paso que demos en ese sentido nos aproximará más a la verdad y nos beneficiará a todos en nuestro trabajo… De otro lado, al ir desmenuzando y comprobando, debemos estar en capacidad de formular nuevas generalizaciones a partir de la experiencia acumulada gracias a nuestro trabajo ya que sin ello nuestro conocimiento teórico no podrá enriquecerse. Todos estamos de acuerdo en reconocer que cualquier aporte a nuestro insight clínico necesariamente influirá sobre nuestros puntos de vista teóricos… Por lo tanto, si bien debemos ser cautelosos y escépticos en relación a nuevas generalizaciones, estaremos apartándonos de nuestros propios fines si, por el contrario, pecamos de timidez al extraer las conclusiones teóricas que se hacen evidentes a partir de nuestra experiencia clínica…»[4].

    Esta cita es sumamente interesante, aparte de manifestar a las claras una concepción según la cual el psicoanálisis es un quehacer científico según una cierta concepción de la ciencia que también se pone en evidencia en la cita, se alude a una relación entre la clínica y la teoría bajo la luz un poco ingenua del concepto de generalización. Se habla también de una verdad a la que se podría ir uno aproximando cada vez más a medida que el psicoanalista va desmenuzando y comprobando. No desdeña tampoco la discusión teórica como razón del progreso científico y del trabajo del clínico. Aparece una concepción acumulativa del conocimiento pero pone en relación con el crecimiento teórico algo más específicamente analítico: el insight. Ciencia peculiar esta en la que el quehacer clínico se amalgama con la discusión teórica al tiempo que se sitúa al interior de una particular visión filosófica de la ciencia. Es interesante señalar que el texto citado se ubica al interior de una acalorada discusión con Anna Freud, que defendía otra visión de la teoría y la práctica psicoanalíticas, en una apología del cambio y del progreso en la teoría y en la defensa de las diferencias al interior del pensamiento psicoanalítico, todo esto en relación con el aproximarse a la verdad cada vez más. ¿Habremos de decir entonces que el pscoanálisis se dice de múltiples maneras y que las relaciónes que se dan entre los diversos desarrollos teóricos que lo conforman no son necesariamente unívocas? ¿Habrá que señalar que según la vieja Klein más allá de la diversidad de los marcos de referencia en la teoría hay un gradual aproximarse a una verdad, de tal manera que la relación de estos diversos campos de la teoría con ese horizonte cognoscitivo de alguna manera les confiere cierta unidad en la diversidad, es decir, les pone en cierta relación de analogía? Por otra parte no parece que más allá del desmenuzamiento del clínico se renuncie a la verdad como meta a la que tiende el quehacer psicoanalítico como actividad científica.

    Es decir, que si se pueden poner a discutir los miembros de la Sociedad Británica de Psicoanálisis es porque hay una posibilidad de que los discursos se entrecrucen y los argumentos se encuentren en algún lugar; porque en algo se coincide a pesar de las diferencias.

    Las tres posibilidades de referencia que hemos considerado arriba: equivocismo, univocismo, analogía se presentan en las Polémicas citadas.

    Después de Freud, las discusiones entre la Klein y Anna Freud inauguraron una multiplicación de los campos de teorización en psicoanálisis que siguió al interior mismo de la Sociedad Británica, incluso en la posteridad de Klein, y después de ello entre los más diversos psicoanalistas que se reclaman de Sigmund Freud. La multiplicación de los psicoanálisis contemporáneos, kohutianos, kernberguianos, hartmanianos, laplanchanos, aulagnerianos, lacanianos, etc, etc., suscita la pregunta acerca de su relación con el campo freudiano y entre sí; con el ámbito clínico y con el conocimiento; con su insuficiencia y sus aportaciones; suscita pues el problema de su unidad y su diversidad. ¿En qué medida son todos ellos psicoanálisis? ¿Qué permite llamarlos así? ¿Es el término psicoanálisis un término equívoco que al aplicarse a estas figuras teóricas muestra una falsa unidad? ¿Son todos estos desarrollos teóricos equivalentes y sus diferencias meramente discursivas? ¿alguien sostendría semejante ingenuidad? Diremos que son psicoanálisis en la medida en que se aproximan a la verdad que el psicoanálisis pretende conocer; es decir que todos lo son parcialmente.

    ¿Es idéntico el concepto de fantasma, por decir un ejemplo, en todos ellos? ¿La Phantasie de Freud es equivalente del phantasme de la escuela francesa o de la phantasy de los ingleses? ¿Es lo mismo huella mnémica que significante o inscripción? Más aún ¿Phantasie significa siempre lo mismo en todos los textos de Freud?

    De pronto la unidad de los conceptos se fragmenta y el texto estalla ante nosotros: los contextos, las lecturas, las maneras diferentes de recortarse la realidad ante nosotros, los múltiples planos, las lenguas, las terminologías, las múltiples influencias, todo se multiplica ante nosotros; se multiplican los objetos y las categorías, se multiplican los discursos y las preguntas; todo parece incomunicado en esta enorme Babel del pensamiento psicoanalítico contemporáneo, todo parece equívoco y anárquico: «Le malheur c’est la réponse», diría Blanchot. No aspiraremos a ninguna unidad, imposible pretenderlo. Pero tampoco arrojaremos a la Gehenna del fuego eterno todo intento por parte de los psicoanalistas de construir algún conocimiento.

    Nadie podrá aspirar a la suficiencia de su teoría. No hay hoy un desarrollo teórico en psicoanálisis que pretenda agotar aquello de lo que se ocupa. No se puede decir tampoco que todos son igualmente válidos epistemológicamente; que todos son verdad; que todos se valen. Pero tampoco se puede decir que ninguno sirva para saber algo. Ni todos, ni ninguno. Pero algunos algo dirán de verdad. Con que alguno de los desarrollos pueda aportar algo de la verdad queda salvada la posibilidad de conocer. Las condiciones de posibilidad de que algún desarrollo diga algo seguramente tendrán que ver con que las cosas se dicen de manera en parte diversa y en parte igual: con la analogía.

    La realidad desborda siempre toda teoría. Entre el sujeto y el objeto de conocimiento hay un acercamiento cada vez mayor, a la manera de una asíntota cuyas líneas no llegan jamás a tocarse, so pena de negar el conocimiento. Nunca la teoría coincidirá con la realidad que pretende explicar, pero alguna relación habrá entre ellas, y ese «alguna», así de vago, describe la naturaleza de nuestro conocimiento.

    Ya en la época en que publicó La interpretación de los sueños(1900), Freud decía: » Aun en el sueño más concienzudamente interpretado, suele haber un pasaje que tendrá que dejarse en la obscuridad; esto ocurre porque, en la labor interpretativa, nos damos cuenta de que en ese punto existe una maraña entre sueño y pensamiento que no puede desentrañarse y que, de otro lado, en nada aporta a un mejor conocimiento del contenido del sueño. Este es el cordón umbilical del sueño, el punto en que desciende hacia lo desconocido». Pues bien, la realidad tiene también un cordón umbilical.

    En todos sus escritos Freud llama permanentemente a la prudencia, a la modestia, y al mismo tiempo al coraje intelectual cuando se aborda lo desconocido y sus inevitables riesgos.

    Es indudable que el desarrollo del psicoanálisis reviste un carácter altamente especulativo; y esto a pesar de Freud, que desconfiaba de la especulación. Si llamamos a la actividad teórica actividad especulativa habrá que indicar que la actividad en cuestión es en psicoanálisis una especulación «armada»; es decir, que generalmente hay un cuerpo teórico previo desde el cual se hace teoría, Con frecuencia este cuerpo teórico es ajeno al psicoanálisis o le preexiste: es el caso de Freud que hace teoría psicoanalítica desde la ciencia y la filosofía del S.XIX, y que recoge por tanto los puntos de vista de los fundadores de la psicología (Herbart, Helmholtz, Wundt, Fechner, Ebbinghaus, etc.) y del pensamiento de su tiempo (Darwin, Herder, Humboldt, etc.). Igualmente los psicoanalistas que hoy hacen teoría lo hacen desde otras teorías: Lacan (Hegel, Wittgenstein, Jackobson, Lévi-Strauss); Piera Aulagnier (Lacan, Cassirer), etc. Este tema va más allá de las influencias. Va más allá también del problema de la diversidad y el destino de las fuentes o del eclecticismo y la síntesis, pues es notable que lo que en psicoanálisis se podría considerar como cambio de paradigma tiene que ver casi siempre con la incorporación al campo de teorizaciones con supuestos filosóficos, epistemológicos, o simplemente teóricos, diferentes.

    La respuesta de Brierley al pedido de la Comisión de Enseñanza de la Sociedad Psicoanalítica Británica se centró en el tema de lo que, según ella, debía constituir el análisis. Afirma que el objetivo y la tarea del análisis son eclécticos y flexibles y prosigue diciendo: «Como es natural, cuando me aproximo a un paciente lo hago con un contingente de ideas preconcebidas teóricas y técnicas más implícitas que explícitas… Sin embargo, prefiero modificar mis nociones preconcebidas a fin de que se adapten al nuevo modelo del paciente antes que recortar el modelo a fin que se adapte a mis nociones. El esfuerzo por entender con la finalidad de ayudar es también un continuo aprender del paciente».

    Y más adelante, hablando de M. Klein: «Me parece que no es asunto de importancia si aceptamos o no aceptamos su punto de vista, siempre y cuando estudiemos nuestro propio material clínico con miras a determinar en qué medida nuestra óptica se ve confirmada o desmentida. Desde el punto de vista de la práctica y la formación, lo que hay que evaluar es la validez de los hallazgos clínicos y la mejor manera de hacerlo es a través de la comparación con otros hallazgos clínicos»[5].

    Veamos aquí una descripción que ella hace de la ciencia: «La ciencia, al igual que todo lo demás, puede ser idealizada, pero la ciencia en sí es únicamente conocimiento sistematizado. Los procedimientos científicos no son consejos imposibles de seguir, sino tan sólo evoluciones de la comprobación de la realidad, diseñados para establecer la probabilidad máxima y el mínimo error»[6]. La referencia a una realidad, a la comprobación, a la probabilidad y al error son muy interesantes en esta cita; igualmente lo es el tema de la sistematización. En estas temáticas se hacen presentes los problemas ontológico (de la realidad), lógico (de la coherencia de los enunciados) y del conocimiento de la verdad (probabilidad y error). Está presente también en esta autora el tema de la verdad pragmática tal como se manifiesta en la práctica clínica de los psicoanalistas.

    El tema de la idealización de la ciencia es un tema psicoanalítico de interés. «…no podemos permitirnos el enseñarles a los candidatos a que ofrezcan soluciones poco realistas ante sus propios conflictos ambivalentes o ante los de sus pacientes. En segundo lugar-dice la misma autora[7]-, si los analistas formados por Klein culminaron su formación identificando a sus analistas con objetos <>, tenderán inevitablemente a identificarse totalmente con quienes los formaron y tendrían que convertirse en sus imitadores. Se verían así en la necesidad psíquica de engullir la formación de golpe sin hincar jamás el diente en las enseñanzas recibidas. En tales circunstancias pose podría albergar esperanzas de avance continuo, sólo la eventualidad de una revolución. Sin embargo, mientras el analista formado siguiese siendo la réplica de quien lo formó, el resultado tanto en la teoría como en la práctica no podría superar una repetición estéril».

    En el marco de las mismas Polémicas, Strachey[8] aporta una importante precisión: «El rigor con que se aplica una creencia no constituye prueba alguna de que la creencia así aplicada sea verdadera». En efecto, la certeza no es lo mismo que la verdad. Se puede estar cierto de algo falso y se puede dudar de algo verdadero. La certeza es un evento mental, la adhesión intelectual a una afirmación; «la certeza, diría Sto. Tomás, es un estado de ánimo». La verdad es otra cosa, como se dijo en la primera parte de este artículo.

    En el mismo lugar[9] añade Strachey: «Hay que enfrentar los problemas científicos con una lógica inflexible y una coherencia bien definida: no existe término medio entre la verdad y la falsedad». Y un poco después: «La adaptabilidad política no es, en última instancia, compatible con un enfoque riguroso de la verdad científica». Estas frases recuerdan a Aristóteles: «Parece, en efecto, que toda afirmación deba ser o verdadera o falsa; por otra parte, ninguno de los términos que se dicen sin alguna conexión, como por ejemplo hombre, blanco, corre, vence, es verdadero ni tampoco falso»[10]. Y más adelante, en la misma obra: «La expresión discursiva se dice, en efecto, ya sea verdadera, ya falsa, según que el objeto subsiste o no subsiste, y no porque se la haya constituido para acoger los contrarios»[11].

    En el marco de las Polémicas que vengo mencionando, los kleinianos intentaron corroborar sus ideas remitiéndose o adoptando las ideas de otros psicoanalistas. Se remitieron, por ejemplo, a Sharpe, y a la tradición empírica británica remontándose hasta Locke. Se hizo mención a la obra de pensadores como Grindon, James, Ward, Stout, Middlemore y Spearman, muchos de los cuales no son psicoanalistas. Esto muestra, una vez más, el modo de desarrollarse la teoría en el psicoanálisis por referencia hacia afuera o mediante la importación de conceptos o supuestos filosóficos diversos. Esto muestra igualmente una concepción determinada de las relaciones entre el psicoanálisis y otras ciencias. Por sobre todo fue el tratamiento que dieron los kleinianos a los escritos de Freud lo que suscitó la mayoría de las críticas. Más de un polemista sostuvo en más de una ocasión que se estaba citando a Freud fuera de contexto y que, por lo tanto, estaba siendo mal interpretado. Algunos señalaron explícitamente la necesidad de adherirse a las «categorías elaboradas por Freud». Así algunos sostenían con Hoffer que: «El avance de la ciencia se basa en la libertad de la que gozan quienes trabajan en el campo para profundizar sus propios pensamientos. La presentación de sus hallazgos y la verificación de su experiencia particular con la de sus colegas determinan a largo plazo la validez de los hallazgos recientes. No hay necesidad de apresurarse para obtener tal prueba concluyente, pero difícilmente se podría favorecer la ciencia si se reacomodan teorías aceptadas con anterioridad con el fin de que se apliquen a teorías de aparición posterior»[12]. A lo que Isaacs respondió lo siguiente: «No puedo evitar tener la impresión de que en algunas de las contribuciones a esta discusión se insinúa que jamás se avanzará en el desarrollo del trabajo y las conclusiones de Freud y que nadie ha de formular teorías que Freud mismo no hubiese concebido o desarrollado totalmente. Sin embargo, nada podría ser más antifreudiano que semejante actitud, una que ciertamente habría horrorizado al propio Freud»[13].

    El asunto tiene que ver también con el de la reformulación de las teorías, con el de la inclusión o exclusión de sus aportaciones en un campo explicativo diverso, con lo que los psicoanalistas llaman «resignificación», etc.

    ¿Qué ciencia es esta en la que la autoría de su fundador es tan central y tan presente como si se tratase de algo que pasa por la persona? ¿Qué tiene que ver la transferencia con la transmisión de la teoría?

    El debate psicoanalítico es intrincado, en él entran en juego no sólo factores teóricos, sino también los personales, los aparentemente técnicos, tensiones culturales, políticas institucionales, y la inevitable competencia clientelar entre escuelas psicoanalíticas diversas.

    En su última carta a Jones sobre el tema de la controversia entre su hija y M. Klein, Freud insiste en que Londres y Viena deben mantenerse unidas, puesto que los otros grupos europeos de la Sociedad Internacional Psicoanalítica tienen poco peso y poca fuerza, por lo que surgen tendencias centrífugas pronunciadas que la unidad de estos dos centros ayudaría a contrarrestar. El problema en el movimiento psicoanalítico es la mezcla de la discusión teórica con el poder político.

    «Resulta evidente -escribe Freud a Putnam[14]– la unidad dentro del movimiento psicoanalítico es mucho más difícil de lograr que en otros campos de la ciencia, debido a que el elemento personal juega un papel de tanta importancia (13.3.1913)». Dos años más tarde le escribe a la misma persona: «La falta de valía de los seres humanos, incluidos los analistas, me impresionó siempre profundamente, pero ¿por qué habrían de ser mejores en realidad los hombres y mujeres que habían sido analizados? El análisis contribuye a la integración pero en sí mismo no contribuye a la bondad»[15].


    OBRAS CONSULTADAS.

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    EPSTEIN, R. Carlos Rosensztroch. “El Malestar en la Cultura del Psicoanálisis” . XXXI Simposio anual, el analista frente al malestar : vicisitudes de la clínica y de lo social e institucional / dirigido por Horacio Barredo. – 1a ed. – Buenos Aires : – Asoc. Psicoanalítica de Buenos Aires, 2009. P. 97ss.

    FERRARIS, M. Historia de la hermenéutica. México, S.XXI. 2002

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    WAHL. J. Introducción a la filosofía. México.FCE. Breviarios 34. 1999

    [1] Este texto retoma, con modificaciones, el artículo, del mismo autor, “Entre la identidad y la inconmensurabilidad, la diferencia. Aristóteles y Freud: el caso de la analogía”, publicado en Analogía Filosófica, Año 9, julio-diciembre de 1995, no. 2, págs.. 3 y sigs.

    [2] ¿No somos los psicoanalistas, justamente, y como dice André Green, los que investigamos, con nuestros propios métodos analíticos, el deseo de saber y el deseo de no saber? ¿no somos los psicoanalistas los que nos ocupamos del estudio de la subjetividad del cognoscente y de sus descubrimientos y sus resistencias?

    [3] Int.Rev.Psycho-Anal (1985) 12, 27

    [4] De la intervención de Melanie Klein durante las Polémicas. Actas inéditas de la Discusión Científica en la reunión realizada el 3 de mayo de 1944 en la Sociedad Psicoanalítica Británica.

    [5] STEINER.R.Op.cit.p.20

    [6] Ibid.

    [7] Ibid, p.21

    [8] Ibid.

    [9] Ibid.

    [10] ARISTOTELE. Organon. Torino, Laterza, 1970,Vol.1. Categorie.p.7, 4.7.

    [11] p.15, 4b.8.

    [12] STEINER, R.Op. cit. p.26.

    [13] Ibid. p.27

    [14] Ibid.p.31

    [15] STEINER, R.Op.cit. p.31

  • Lo inconsciente hoy.

    Lo inconsciente hoy.

    José Eduardo Tappan M.

    Intentaré una aproximación metapsicológica a lo Inconsciente, tomando como base el texto con el mismo nombre de 1915 de Sigmund Freud, a 100 años de haber sido escrito.

    Antecedentes:

    El inconsciente es un concepto presente en la historia del pensamiento humano, encontramos referencias directas o indirectas en diferentes pensadores: Geleno, Plotino, San Agustín, Santo Tomás, Paracelso, Descartes, entre muchos otros. La manera en que Freud emplea lo inconsciente, permite ligarlo a los principios de la operación subjetiva, y encontrar que lo consciente es apenas los que logra emerger del iceberg cuya mayor materia se encuentra sumergida, eso ocultado es lo que explica la cusalidad, lo que obtenemos en la vida no es casual, sino efecto de una cadena de determinaciones que parte de los mecanismos inconscientes, mismos que son los principios patológicos de la vida anímica.

    1.- Sobre la formación de lo/el inconsciente.

    Freud propone que la constitución del inconsciente es por efecto de la Verdrängung, que fue traducido por la represión propiamente dicha. Que se trata de una fuerza de desalojo de la conciencia de aquello que la perturba. El problema de este planteamiento es que supone de origen una conciencia que desaloja lo perturbador para constituir el inconsciente. La propuesta lacaniana consideraría que la conciencia es efecto de lo inconsciente no viceversa.

    La Verdrängung freudiana se ha traducido como represión, sin embargo la palabra alemana tiene un sentido distinto al que se le dio en español, en realidad debería ser traducido por: empujar a un lado, desalojar, alejar, sin destruir, sin desaparecer. Se usa para dar cuenta del desplazamiento de masas de aire o agua, como haría un avión o un barco, desplazamiento que paradójicamente es lo que los sostiene en el aire o flotando en el agua. Ninguno de estos sentidos lo tiene la palabra castellana reprimir, en alemán Verdrängung no es Repression. Reprimir implica: impedir a otro algo, oprimir con violencia, acallar, censurar, sentidos que no corresponden a la palabra alemana.

    Los mecanismos en la constitución de la neurosis y del inconsciente tienen que ver con desplazamientos, no con represiones. Se trata de fuerzas que desalojan pero que continúan presentes, no significa que hayan sido aniquiladas o reprimidas. Está Verdrängung (desplazamiento) es la fuerza y el mecanismo constituyente de lo inconsciente. Por eso podemos entender que para Freud lo inconsciente es algo vivo y que actúa determinando la vida consciente, las desiciones que tomamos o evitamos, por lo tanto nada más alejado de la idea freudiana que un inconsciente constituido por lo reprimido, es ese mecanismo, fuerza y representaciones que constituyen en desplazamiento y lo desplazado, es el mismo soporte actuante y viviente de nuestro psiquismo.

    Ahora bien: ¿Cuál es el origen de lo Inconsciente? La propuesta implica una discontinuidad del estado natural, para inscribir un malestar, se trata de perturbar ese estado de bienestar natural en el que los animales se encuentran atrapados al estímulo. No se aprende a ser humano se desaprende a ser una bestia atrapada a las leyes de la naturaleza. Por ello, el psicoanálisis, no piensa lo humano como algo espontáneo, aprendido o efecto de la maduración. Lo piensa como el efecto de la incorporación de una operación simbólica, que es la matriz de los diferentes mecanismos y leyes que gobiernan la actividad simbólica. Esa operación tiene la encomienda de inscribir la différance derridasiana, es decir la operación que ofrece la posibilidad de diferir y diferenciar, se trata de principios o las bases esenciales para la constitución de la lógica simbólica, que es posible gracias a la inscripción de lo que Lacan llamó Significante-nombre-del-padre, cabe aclarar que lo que Lacan llama significante no es como para Saussure lo relativo a la imagen acústica, en Lacan tiene un peso estructurante y una función, en tanto condición de posibilidad para la subjetividad. El Significante-nombre-del-padre es entonces la matriz de la que se servirán otros significantes para construirse y operar, es en resumidas cuentas la différance en su forma más pura, creando como efecto el espacio y el tiempo.

    Todo ese paquete de matrices que contienen: planos, leyes, instrucciones, operaciones, mecanismos que constituyen y norman la acción simbólica, son esencialmente lo que constituye al inconsciente. Su escritura podría ser semejante a la de la armadura en una partitura; determina el tempo, la clave que crea una tonalidad expecífica, las alteraciones (sostenidos y bemoles) que actúan sobre las frases musicales, y sobre todos los compases, se trata de un conjunto de instrucciones que determinan la lectura y por lo tanto la ejecución del instrumento, y determinan lógicamente la intervención cronológica.

    2.- El principio estructural.

    El principio estructural debe ser entendido en dos vertientes, la primera tiene que ver con los planos de determinación subjetiva, y la manera en que los comandos o principios actúan de manera inconsciente y la segunda con la relación y comercio entre sistemas, es decir con la forma en que las representaciones y afectos son desplazados, sofocados o transformados.

    El psicoanálisis nace como una propuesta confrontada con el irracionalismo del tipo jungiano y reichiano, por ello busca lo racional en lo irracional, las condiciones que permiten advertir que el caos es sólo aparente, que se encuentra gobernado por principios y leyes que pueden ser develados. En esta dirección es que se buscan los planos maestros sobre los que se levantó el edificio extraordinario de la condición humana.

    Sobre esos planos originales se edifican los principios que pueden ser entendidos como la gramática necesaria para hacer posibles el lenguaje, y con éste a los idiomas. También puede ser comprendido como las operaciones elementales y esenciales que constituyen el aparato psíquico y sobre las que descansa el gobierno de la subjetividad.

    Jacques Alain Miller propuso que Lacan consideraba que el inconsciente Freudiano se encuentra estructurado como el lenguaje Saussuriano, Lacan llega a mencionar en su famosa conferencia de 1953, que “los síntomas están estructurados como un lenguaje”. ¿De qué se trata esto?, que el inconsciente se encuentra estructurado COMO un lenguaje, pero que no se trata de un lenguaje, es decir que no se trata de develar desde el lenguaje consciente el lenguaje inconsciente, Lacan se desmarca de la propuesta freudiana elaborada en la interpretaciones de los sueños, de que el trabajo analítico sea una suerte de hermenéutica, no hay para el psicoanalísta francés un lenguaje latente y otro manifiesto, no hay un más allá del lenguaje, ni un más acá, no hay metalenguaje. El lenguaje para Lacan es entendido como el soporte y condición del habla, por eso los principios estructurales que norman y sobre los que se edifican los distintos idiomas, pueden ser esencialmente tres: psicótico, neurótico o perverso. Son tres formas posibles en que el significante de la diferencia puede ser organizado y delegado. Tres destinos y funciones posibles del Significante-nombre-del-padre desde la perspectiva de la operación de la lógica simbólica.

    Lacan reconoce entonces que sólo se puede ser como efecto de la manera en que se encuentra sujetado al lenguaje, a la manera en que opera la falta y como consecuencia a su sujeción al deseo. En el plano estructural, los comandos de la subjetividad deben ser rastreados hasta este nivel del Ser, entendido ese Ser más allá de acercamiento ontológicos, no como algo detenido, ni substancializado, sino en un sentido transitivo: siendo en y por el lenguaje.

    En la segunda vertiente, que proponíamos anteriormente, es decir en la de comercio entre sistemas. Nos conduce a romper con la idea de que la consciencia se encuentre ligada a la experiencia directa del mundo, y que por lo tanto sea este sistema el encargado de la percepción del mundo. El alcance de la concepción moebiana también rompe con la perspectiva de un sistema preconsciente  (Prcc), o si se quiere muestra que no todo lo inconsciente es susceptible de conciencia, ni todo lo inconsciente es insuceptible de conciencia, quizá el tema se traslada a la dinámica misma moebiana en la que algo puede ser según sus relaciones y planos de determinación consciente y eso mismo en otro despliegue o movimiento será inocente.

    Lo cierto es que toda actividad consciente se soporta en funciones inconscientes de las que no tiene noticia, algunas podrán ser develadas y otras no. Lo mismo que nuestra idea y percepción del mundo y de sus reglas. Estamos sujetos y nuestra libertad en realidad se encuentra acotada, estamos determinados y sometidos a reglas y principios que dirigen nuestra existencia, no guiamos nuestra vida, somos guiados y dirigidos. Cómo el ejemplo que pone Freud del Ello como un caballo que va a donde le da la gana, y lo único que puede hacer el jinete (Yo) es inventar que deseaba ir a donde el caballo lo conduce. Eso sí somos libres de someternos a nuestro propio deseo o a huir de el.

    3.- El principio económico.

    Sabemos que Freud inventó la idea de un conjunto de energías, necesarias para dar cuenta del aparato psíquico, en un primer momento en su texto no destinado a la publicación llamado  Proyecto de una psicología para neurólogos (1895), presenta la idea de montos de afectos, que crean cauces a nivel de las neuronas, por lo que éstas se van transformando en pasaderas o impasaderas, lo interesante es que se trata de una energía pura que no se encuentra asociada a sentimientos, el aumento produce dolor y la disminución satisfacción. Sin embargo, en el mismo demiurgo, la existencia de ese dolor juega como marca de discontinuidad hacia la homeostasis. Así,  el estado de bienestar de la criatura anónima, como consecuencia de ese dolor derivará en un arcaico sentido de existencia, de identidad; dolor que se constituirá por ello en una inscripción de esa vida marcada por lo que más tarde llamó: masoquismo original. Ese dolor es un rasgo de condición y posibilidad de salir del anonimato a partir del malestar, con un sufrimiento que no será del todo consciente pero que se mantendrá a lo largo de la vida de manera constante como inconsciente.

    Esa condición liminal de la criatura empleará después los mismos montos de afecto posteriormente concebidos como libido, para construirse a sí mismo y a su mundo, proceso que Freud llamó de catexis, en que la criatura dota a los objetos del mundo de esa energía. Hace depósitos y retiros con lo que los objetos se transforman en relevantes a partir de esos montos e irrelevantes conforme le retira libido. Con lo que este principio energético me parece auxiliar en la lógica simbólica, que permite comprender por qué varía de peso e importancia un mismo fenómeno, situación u objeto, dentro de nuestros sistemas de clasificación y jerarquía. Se trata de un mundo y de una experiencia con ese mundo enteramente del orden psíquico, no habría más realidad que la realidad psíquica, y esta es dinámica y cambiante, entre otras causas por los procesos de asignación y retiro de libido. Lo interesante es que este procedimiento que hace depósitos y retiros es de carácter inconsciente, por lo que la persona vive en un mundo que supone independiente de si mismo, autónomo, como si el no tuviera ninguna responsabilidad en que el mundo sea como es. «cada cabeza es un mundo» nada es más cierto que eso.

    La propuesta económica y dinámica freudiana hace más compleja y rica la lógica simbólica, ya que lo que plantea es que la catexis es lo que le da un lugar a los objetos en un espacio y en un tiempo lógico. Sin embargo ese espacio-tiempo es colocado en lo que llamamos mundo, trastocando el mismo principio de identidad lógica:

    Ya que puede ser que x = b, ya que el valor de cada letra en el álgebra está determinado por su relación con el conjunto y su posición en la ecuación. Por ejemplo, si una madre sale a trabajar dejando a su hijo enfermo, para éste ese hecho puede ser catastrófico y vivirlo como abandono; pero si la mamá se va a trabajar y el se encuentra sano, puede ser que disfrute su ausencia. El evento es el mismo y lo que representan es lo opuesto, dependiendo de la carga que se le ponga, lo que hace variar su significado. Esta manera de asignar y quitar cargas son operaciones construidas a partir de las relaciones que se tejen entre los significantes, operación esencialmente inconsciente, pero no por ello ilógica, irracional o inexplicable, existen claves para poder seguir los distintos planos de determinación que explican la administración de la libido.

    En ese sentido, la libido es como un boomerang, regresa a quien lo lanzó, sólo que sin saber que el mismo lo había lanzado de manera inconsciente. La persona se estrella y es confrontada por ese mundo previamente investido, es desde luego un proceso también de naturaleza inconsciente lo que se hace con esas representaciones investidas de afecto. “Nos está permitido sustituir “Investiduras” por “libido”, pues, como sabemos se trata de destinos de pulsiones sexuales” (Freud. 2001. p. 179)

    Freud propone que la operación del desplazamiento (Verdrängung) puede ocuparse de las representaciones pero los afectos reciben otro tratamientos, los destinos de los afectos pueden ser tres: a) persistir ya sea en todo o en parte, b) mudado en otro afecto ó c) sofocado (Freud 2001. p. 174) Tratamiento que se realiza de manera inconsciente.

    El principio económico debe ser atraído a la lógica simbólica, le permite agregar densidad explicativa, de lo contrario pierde poco a poco fuerza, se queda en un registro imaginario.

     

    4.- Principio dinámico,

    Schopehauer proponía en su trabajo sobre El mundo como voluntad y representación, que existía  una fuerza y una dinámica que se transformaba en la voluntad que llevaba a los seres del mundo a ser lo que son, la fuerza que existe en la pequeña semilla de secuoya que la lleva a ser de los árboles más grandes del mundo, esa voluntad de ser la encontramos en la semilla. Esa misma voluntad de ser que encontrábamos en la condición humana. Empuje o voluntad que son del todo desconocidas y que actuaba de manera inconsciente, se trataba de una voluntad inalcanzable a cualquier interés de voluntad consciente.

    La perspectiva dinámica se encuentra centrada en la pulsión, Freud propone que es un concepto que hace límite entre lo psíquico y lo somático. Lo contrastado con el instinto, en tanto no se trata de un empuje más que de una atracción, que conduce a la satisfacción sobre objetos no determinados, existe una flexibilidad sobre cuales serán esos objetos y sobre las características de las metas. En el instinto hay un atrapamiento con el objeto y con un meta definida (alimentase, copular, migrar, defenderse, agredir etc). Por eso podemos pensar a la pulsión como la desnaturalización del instinto en tanto los objetos varían y las metas también (es una propuesta preliminar ya que los estudios de etología reciente, muestran que el instinto es algo mucho más complejo).

    Ahora bien hay para Freud dos dinámicas esenciales en nuestra existencia que se pueden contraponer dialécticamente, la que nos empuja a la vida y la que nos empuja a la muerte. La muerte no es un accidente, es una consecuencia largamente buscada, lo mismo que la vida. Nos vamos muriendo todos los días, por eso la vida tiene que ver con esas interrupciones de la muerte. La vida tiene que ver con los sonidos y la muerte con los silencios, sonidos y silencios hacen la música, sin el silencio sería un ruido constante, como con el obstinato que es una consecuencia del barroco al horror vacui, como ese horror la vacío, al silencio, a la muerte. Tánatos no existe en la mirada freudiana, la muerte se encuentra caracterizada por la destrucción, esencialmente de los objetos de los que se sirve esa pulsión. La agresión es un mecanismo de defensa del yo, por lo que no debe ser confundida con la pulsión de muerte, no es lo mismo la agresión que la destrucción.

    La pulsión es ese empuje esencial que nos conduce de manera ciega para la conciencia a encontrar la satisfacción en diferentes objetos, por eso las pulsiones se descomponen en pulsiones parciales con objetos parciales. Lo humano de la vida que nos hace no estar atrapados al estímulo, a construir el objeto a partir de un conjunto de representaciones inconscientes, que llevan por ejemplo al fetichista a encontrar su objeto en el pie, por ejemplo la fuente de todo placer posible y de control a la incertidumbre.

    La pulsión impregna todos los espacios de la vida de la hombres, por eso no es algo natural o espontáneo, se trata del principio esencial que da dirección a la existencia, lo que lo empuja a tener una clase de vida u otra. Las pulsiones tienen fuente (de donde surge), objeto (a lo que se dirigen, lo que tiñen) y una meta (satisfacción), las fuentes pueden ser dos: el Ello y el Yo.

    Lo interesante es la doble naturaleza del Yo, en tanto es un objeto de las pulsiones del Ello, y a su vez es fuente de las pulsaciones. Es por los objetos y por las metas que podemos inferir los contenidos inconscientes, recordando que de lo inconsciente tenemos notica por sus manifestaciones. Los síntomas son el mayor ejemplo de esos desplazamientos económicos y dinámicos, que convierten el malestar en un cómplice para la existencia, en una posibilidad y consecuencia de todas las decisiones subjetivas que hemos tomado, por eso tenemos una responsabilidad directa aún de nuestras operaciones inconscientes.

    Las dinámicas de la subjetividad se nos muestran en las llamadas formaciones de compromiso, en los sueños, en los síntomas, en los lapsus, etc. Sabemos que de principio se trata de una dinámica esencialmente conflictiva y dialéctica, los principios dinámicos constituyen y caracterizan la subjetividad, mientras que en lo inconsciente encontramos las instrucciones y herramientas para operar esas dinámicas a partir del plano simbólico.

    5.- El principio tópico/topológico.

    Freud concibe al aparato psíquico como un comercio entre planos o sistemas, el inconsciente (Icc), el Preconociste  (Prcc) y el Consciente (Cc). Desde luego, a 100 años podemos agregar un conjunto de consideraciones que no se encuentran lejos del espíritu de su propuesta. La idea muy difundida y equivocada de la relación entre estos sistemas como si se tratara de Matrioskas en la que se encuentra una dentro de la otra, la que contiene a todas las demás es Cc, no es una idea adecuada. Ya que debemos recordar que lo inconsciente no es algo sepultado sino algo que se encuentra participando en todo momento, es algo activo y vivo. De hecho podríamos decir que el ente que se encuentra sujeto al lenguaje, es en su sujetamiento, en su sujeción al Significante-nombre-del-padre, entendido como la diferencia en su forma más pura, que inaugura en ese mismo momento lógico el orden de lo inconsciente, que es la condición necesaria para que exista consciencia.

    Ahora bien cabe una pregunta que aparece en la traducción castellana de la obra de Freud: antes de 1915 se proponía EL inconsciente y después en 1915 en la Metapsicología propone LO inconsciente. ¿Eso tiene algún peso?, ¿es una decisión arbitraria del traductor?. No lo es, nos permite advertir una diferencia entre el uso de EL inconsciente, cómo algo localizable, como algo que es en su cualidad, con algo del orden del fondo; mientras que con LO inconsciente como una condición, como un efecto, con algo del orden de la forma. Por ejemplo: el inconsciente se encuentra estructurado como un lenguaje, lo inconsciente de los síntomas resiste a ser descubierto.

    Los principio tópicos y topológicos, pueden ser comprendidos a partir de El inconsciente que fundamenta la incognoscibilidad del ser, además del que nos muestra “un otro lugar y un otro tiempo”. Hemos imaginado el aparato psíquico usando nuestras coordenadas tridimensionales. Pero el inconsciente es ubicuo, su lugar no se inscribe en el espacio que llamamos físico, no se apuntala en ninguna actividad o zona del cerebro, es el centro en el que gravita la subjetividad, es decir que tiene una densidad específica que constituye un campo. Hemos advertido suficiente de las dinámicas y operaciones de lo inconsciente que tenemos herramientas para usarlo y manipular la conducta por: el condicionamiento, la información subliminal, la sugerente, etc.

    Existe desde luego la posibilidad de advertir ese conjunto de determinaciones concatenadas de carácter inconsciente en prácticamente cualquiera de los actos de nuestra vida consciente, siguiendo el rastro de la cadena de determinaciones que nos atan a los procesos inconscientes. De ésta manera frente a toda escena tenemos otra escena, de manera simultánea compartimos diferentes espacios y momentos de otros tiempos y lugares, incluso las fantasías tienen un papel tan importante como lo vivido. En el espacio de la subjetividad es tan importante lo que sucedió, como lo que quisiéramos hubiera sucedido. Freud nos advierte  que lo inconsciente no acepta ni principio de contradicción, ni idea de muerte, ni género, ni edad o nacionalidad, ya que lo anterior opera en plano imaginario y empírico, el inconsciente opera en un espacio o dimensión esencialmente pertinente a la lógica simbólica. Los fenómenos empíricos sirven como soporte, como piezas de esos despliegues de las operaciones de la lógica simbólica. Todo lo que captamos por nuestros sentidos, todo nuestro mundo es en realidad otra cosa, el soporte de una historia, de un fantasma, de fantasías etc. Los fenómenos que se revisten por lo inconsciente se despliegan en diferentes espacios y tiempos, lógicos, cronológicos y materiales, en un lugar concreto, en un espacio de posibilidades, en uno imaginado o fantaseado y en espacios topológicos construidos por las relaciones estructurales entre diferentes elementos que constituyen nuestra psiquis, no podemos modificar uno sin tener un efecto multiplicador sobre el resto.

    En lo que Lacan denomina discurso, propone que tiene que ver con posicionamientos subjetivos, en los que el sujeto busca sostenerse o producirse, en un lazo social específico, por ejemplo en el discurso del Amo, en el que la dialéctica de ese posicionamiento lo conduce a buscar un amo, sometiéndose o a ser empujado a la posición de ser un amo, en cualquier caso, es un discurso determinado por la situación, por los lugares en donde se encuentre el saber, la verdad, el deseo etc. sin importar las palabras.

    Somos entonces, resultado de un despliegue de diferentes planos relacionados, en dónde lo Inconsciente, tomando por metáfora la imagen de iceberg sumergido, resulta mucho más rico y complejo que lo consciente. En eso sumergido, como decíamos, estarían el conjunto de los planos, las instrucciones, operaciones y mecanismos que operan el orden simbólico. Por otro lado se encontraría lo desplazado por la consciencia, aquello perturbador, incómodo, que servirán de soportes en nuestro andar por el mundo, constituyendo síntomas e inhibiciones, se trata de la conformación de un lugar, que constituye un otro saber que produce un extrañamiento y desconocimiento de nosotros mismos por aquello, desplazado, pero paradójicamente al hacernos cargo de ese saber nos damos cuenta que no estaba del todo ignorado.

    Bibliografía:

    Akoun André, Gatien etal. El inconsciente. Pro y contra. Ed. Mensajero. Bilbao. 1984.

    Freud Sigmund. Lo inconsciente. En la metapsicología de 1915. pp. 153-213. Vol. XIV. Obras completas. Ed. Amorrortu. Buenos Aires 2001.

  • LA PRÁCTICA EDUCATIVA SOCRATICA (LA PEDERASTIA)

    LA PRÁCTICA EDUCATIVA SOCRATICA (LA PEDERASTIA)

     

    Sánchez Gutiérrez Armando

    Resumen.

    La educación ha sido una ocupación profunda y esencialmente humana. El objetivo de este reporte de investigación es comprender la relación de la transferencia emocional con la Práctica educativa al interior del aula, para posteriormente, revisar la labor de Sócrates como un paradigma de Eros pedagógico.

    El enfoque metodológico que se utilizó es descriptivo, e interpretativo-fenomenológico. Y desde una perspectiva psicoanalítica ortodoxa se busca establecer una relación con los resultados académicos. Mediante una investigación etnográfica se analizó la labor de aquellos docentes participantes. La muestra del estudio es intencional, se observó en total a 80 docentes (informantes claves) en el nivel Medio Superior. Los instrumentos que se utilizaron fueron: la ficha técnica, la encuesta y la guía para la observación de la práctica docente y la técnica fue observación participante.

    La investigación concluye que teniendo como referencia la transferencia emocional, se puede decir que en la pederastia, Sócrates logra darle vida a la práctica educativa de una manera seductora, no fácilmente emulable en nuestra época.

    Como resultado, en esta tesis se observa, que formar un estudiante implica permitirle conservar sus enigmas, es decir, aquello que anima su “Pathos”, su pasión de saber, y eso sólo lo puede hacer otro que también lo posee.

    Este conocimiento es importante para entender primero, las relaciones de apego maestro-alumno y posteriormente, con ello, mejorar la práctica docente.

    Palabras claves: Pederastia, práctica educativa, transferencia, Eros y aprendizaje.

    The Socratic educational practice (The pederasty)

     

    Abstract.

    Education has been a deep and essentially human occupation. This research aims to understand the relationship of emotional transfer with educational practice to the classroom inside, then, reviewing the work of Socrates as a paradigm of pedagogical Eros. The methodological approach used is descriptive, and interpretative-phenomenological. And from an interpretation psychoanalytic Orthodox seeks is to establish a relationship with academic results. The work of those teaching participants were analyzed through ethnographic research. The study sample is intentional, observed in total 80 teachers (key informants) in the upper middle level. The instruments used were: Datasheet, the survey and the guidelines for the observation of teaching practice and technique was participant observation.

    The research concludes that you taking as a reference the emotional transfer, is that in child abuse, Socrates can give life to educational practice in a seductive, not easily emulable way in our time. As a result, is observed: that form a student means to allow you to retain its enigmas, that which animates his «Pathos», his passion for knowledge, and that other which also possesses it can only do so. This knowledge is important to first understand the relationships of attachment teacher and later, thereby improving teaching practice.

    Key words: child abuse, educational practice, transfer, Eros and learning.

    .

    **Correspondencia: Cidhem. Av. Morelos Sur Esq. Amates Col. Palmas.           Cuernavaca. Morelos. México

    01(755)1040705 Mail: saga_40880@yahoo.com

    La Práctica educativa Pederastica

    “Solo es útil el conocimiento

    que nos hace mejores”.

    Sócrates

    La educación ha sido una ocupación profunda y esencialmente humana. El filósofo griego Platón, autor de la Republica, Fedon, Fedro entre otros, nos muestra en su obra “El banquete” a la práctica pederastica como un modelo didáctico que se establecía entre Sócrates y sus alumnos. Y especificaba: “(El maestro) debe tener por más valiosa la belleza de las almas que la de los cuerpos, de tal modo que si alguien es discreto de alma, aunque tenga poca lozanía, baste ello para amarle, mostrarse solicito, engendrar y buscar palabras tales que puedan hacer mejores a los jóvenes” (2009, p. 498).

    Y aquí vale señalar que, en nuestro contexto, el concepto “práctica pederastica” no tiene una buena aceptación, a pesar de que históricamente vaya unida a una actividad como la pedagogía. Al respecto Luis Tamayo puntualiza: “En nuestra época, no es políticamente correcto hablar bien de la pederastia” (2010, p. 11). Hoy se asocia a la pederastia con prácticas homosexuales y carentes de un sentido pedagógico, a pesar de que Vrissimtzis sostenía que la pederastia tenía una connotación pedagógica: “Era una institución instructora (…): un adulto educado estaba encargado de transmitir su conocimiento y experiencia a un adolescente y ayudarlo a convertirse en un ciudadano responsable”. (Vrissimitzis, 1990, p. 73, cit. por Peinado, 2010, p. 38)

    Por ello es pertinente “contextualizar” el concepto, ubicando el momento de su práctica en la Grecia clásica. Al respecto indica Robert Flacelière: “Se denomina pederastia pedagógica al afecto entre un maestro viejo o tutor y un discípulo joven o pupilo” (1973, p. 62, cit. por Peinado, 2010, p. 37). Y la Dra. Verónica Peinado añade: “Con el paso del tiempo esta práctica erótica se reveló como un medio excelente para conseguir adeptos en el terreno político y militar, y es en ese momento cuando toma valor como forma educativa”. (2010, p. 37). Y eso se muestra claramente en el diálogo socrático denominado El banquete. Pero antes abordemos la parte metodológica de la investigación.

         Metodología.

    En este trabajo se utilizó un paradigma tanto cuantitativa como cualitativa, con el objeto de no perder de vista que la realidad no es algo acabado e inmutable, sino un fenómeno social en proceso, en constante cambio y desarrollo.

    La presente es, además, una investigación de corte descriptiva al presentar las características que condicionan la práctica docente, y naturalista: “ya que estudia a los objetos y seres vivos en su contextos o ambientes naturales y cotidianidad”, tal como considera Sampieri (2006, p. 10), e interpretativo-fenomenológico, ya que pretende entender los fenómenos sociales, la forma de percibir la realidad, y las fuerzas inconscientes que lo mueven, en función de los significados que los participantes (población) le otorguen.

    Población

    Los docentes participantes en la investigación como “informantes claves”, laboran en el nivel Medio Superior de la Secretaria de Educación Pública de Guerrero, para efecto de hacer operativa la investigación, se trabajó con un grupo representativo.

    Muestra

    De acuerdo a la definición de Sampieri (2006, p. 562), se considera que es: “un grupo de personas, eventos, sucesos, comunidades, etc., sobre el cual se habrán de recolectar los datos, sin que necesariamente sea representativo del universo o población que se estudia”.

    En este trabajo se observó en total a 80 docentes (informantes claves) en sus diversas asignaturas, seleccionando la información de ocho de ellos para su presentación en este estudio por manifestar las conductas y actitudes más representativas.

    El perfil laboral se estableció según los siguientes criterios: a). Edad. b). Información académica, c). Información laboral, d). Antigüedad en la institución, e). Actualización docente.

    De acuerdo a la metodología del trabajo se continuó con el diseño de la investigación:

    El proceso investigativo

    Como antes se indicó, el enfoque del proceso investigativo fue mixto. Se diseñaron instrumentos que permitieron delimitar el objeto de estudio, pero también fue posible tomar en cuenta las construcciones personales de los participantes. En el estudio se asumió un esquema flexible, el cual Mendizábal considera:

    “a aquel que alude a la estructura subyacente de los elementos que gobiernan el funcionamiento del estudio; se refiere a la articulación interactiva y sutil de los elementos que presagian la posibilidad de cambio para captar los aspectos relevantes de la realidad analizada… el concepto de flexibilidad alude a la posibilidad de advertir durante el proceso de investigación situaciones nuevas e inesperadas vinculadas con el tema de estudio, que pueden implicar cambios en las preguntas de investigación y los propósitos… este proceso se desarrolla en forma circular” (2006, p. 67).

    Pero, ¿qué es la pederastia pedagógica?, adentrémonos en lo que nos comparte Platón:

        

         La pederastia en El banquete

    El diálogo socrático El banquete o del amor, nos presenta a un grupo de filósofos, en la tertulia que organiza el poeta Agatón, debatiendo sobre el amor. Luego de presentar las opiniones que expresaron varios de los comensales (Erixímaco y Aristófanes, entre ellos), Sócrates sostiene que las ideas sobre el tema que expondrá las recibió de Diotima de Mantinea e indica: “Eros, no es un dios, ni un hombre; es un gran demonio, un “Daimon” que vive entre dioses y demonios. Y tiene como función la de ser interprete e intermediario entre los dioses y los hombres”. (Platón, 2009, p. 491). Eros, indica Sócrates, es hijo de la pobreza (Penia) y de la abundancia (Poros) y al estar constituido por dos elementos contrarios, es una instancia intermedia entre la sabiduría y la ignorancia, lo cual lo hace ser amante y anhelante de la sabiduría:

    Sólo se desea, por definición, lo que no se tiene, lo que está ausente; los objetos del deseo y del amor son lo que no se tiene, lo que no sé es, lo que nos falta, nunca se tiene entonces lo que se desea (apenas se tiene, ya no se desea), esto es desear y amar” (Platón, 2009, p. 488). “(La sabiduría) es una de las cosas más bellas del mundo, es preciso concluir que Eros es amante de la sabiduría, es decir filósofo, y como tal se halla en un medio entre el sabio y el ignorante” (Platón, 2009, p. 492).

    Acto seguido, en el diálogo se plantea la existencia de dos tipos de amor: el físico y el espiritual. El primero es un medio para preservar a la persona y alcanzar la inmortalidad a través de la descendencia. El amor espiritual da a luz a las ideas y pensamientos, las cuales son la esencia de la inmortalidad. La inmortalidad es, indica Sócrates, el objeto de la filosofía. Aquel que logra poseer esta clase de belleza, accede a lo más alto que puede vivirse y disfrutarse. Y eso es lo que ocurre en el vínculo del pederasta con el adolescente. Al respecto afirma Verónica Peinado: “El que ama, el erastés, es el único capaz de llevar a otro por el camino que se desea. (…) Pero esta preocupación no surge por sí sola en el adolescente, se requiere de la presencia y de los actos de otro para acceder esa necesidad. Sócrates representaba esa presencia para los jóvenes atenienses. (2010, p. 50).

    El objeto de la pederastia era crear “seres de la filosofía”: “La relación entre el Eros y la filosofía rebasa la teoría expuesta en los diversos diálogos, y Sócrates muestra, con sus actos, un camino de seducción para conducir a los jóvenes atenienses hacia el cuidado del alma, fundamento de la filosofía que Sócrates representa, la filosofía moral”. (Peinado, 2010, p. 47).

    El discípulo se interesa por el maestro gracias a fenómenos designados por el psicoanálisis como “transferenciales”, ahora estudiemos esto con cuidado:

    La transferencia emocional en la educación

    La psicología en la educación, estudia tanto el proceso de aprendizaje como los métodos de enseñanza, desde los diferentes enfoques que existen dentro de la misma (conductismo, psicoanálisis, gestalt, etc.) Y lo hace para buscar las causas de los problemas y desajustes emocionales derivados de las deficiencias educativas.

    El psicoanálisis ortodoxo, base teórica de nuestro análisis, se ocupa de descubrir los acontecimientos del desarrollo histórico de las personas y las consecuencias que tienen en su vida. En la génesis de esta especialidad psicológica, Sigmund Freud juega un papel primordial.

    Así, Freud, el médico creador del psicoanálisis, nace en mayo de 1856 en lo que hoy es la Republica Checa. A pesar de su formación inicial, sus investigaciones no se centran en la medicina, sino, que su reconocimiento histórico se debe a la elaboración de un método para tratar las enfermedades mentales y que, posteriormente, incorporó al estudio de otras áreas del conocimiento humano, como son: la cultura, el arte, la educación, etc.

    En esta línea de pensamiento aplicaremos el método histórico-reflexivo delineado por el Dr. Luis Tamayo como propio de la práctica psicoanalítica. Dicho método es definido de la siguiente manera:

    “Freud no estudiaba un objeto externo (como pretende la ciencia), sino que lidiaba con una parte, oscura y enigmática, de sí mismo, con una parte de su subjetividad reprimida. Freud no era un sujeto que investigaba un objeto sino un sujeto que se miraba a sí ante otro. Como se puede apreciar en el modelo epistémico del psicoanálisis se deja atrás el esquema que las ciencias utilizan para pensar la relación con su objeto: (2011, p. 69).

     

    SO

    Y también se deja atrás el modelo introspectivo:

    S/O

    Para establecer otro modelo:

    S/O                  Otro (analista)

    En dicho método el sujeto (el analizante) se investiga a sí mismo gracias a la pantalla de la transferencia que constituye el analista. En el psicoanálisis no se deja fuera al sujeto (como en la ciencia, que al eludirlo pretende restarle importancia), tampoco parte de la unidad con el otro y el mundo (como en la filosofía), sino que se trata de una investigación del analizante sobre sí mismo ante otro, la cual lo conduce a modificar la propia vida y, al final, a generar un analista. Y analista es aquél —y esto hay que decirlo con claridad— que ha cursado hasta el fin su análisis, descubriendo en tal experiencia la existencia de procesos inconscientes   propios y por ello comunes; analista es aquél que ha establecido un compromiso con la verdad, con su verdad, y que se aboca a su libertad, entendida no como el liberum arbitrium o “capacidad electora” sino como lo que Heidegger define en el § 74 de Ser y el tiempo como la “asunción de la tradición heredada”. En el psicoanálisis, lo reitero, el analista no opera como un sujeto que estudia a un objeto “exterior” —el paciente―, ni tampoco haciendo mera introspección (el, tan criticado por Freud, “autoanálisis”) sino propiciando un espacio donde el impaciente analizante se estudia a sí mismo, en tanto “sujetobjeto”, ante ese Otro denominado “analista”. El psicoanálisis es un espacio en el cual el analizante se pregunta por el sentido de su vida, por su ser. En el diván aparecen, “aterrizados”, los grandes problemas filosóficos y es ahí donde encuentran solución, en acto, dichos enigmas” (2011, p. 69).

    Es pertinente hacer mención, que el psicoanálisis nos señala que cada sujeto es impar y su saber inconsciente esta codificado de un modo también singular. Lo que imposibilita aplicar con un paciente lo que le resultó con el anterior, al análisis lo caracteriza lo singular; son casos únicos. Tal como se ha señalado, el analista aprende su “saber hacer” en el marco de su propio análisis y en algún momento de ese proceso se auto promueve a la función de analizante, esto, por qué en el psicoanálisis el Saber está del lado del sujeto, la función del analista es a la manera de un partero Socrático del Saber.

    En consecuencia, realizar un análisis es no esperar respuestas desde fuera, siendo que estas van a surgir en la medida que se acompañe al analizante; esto, sin señalar, estigmatizar, ni sugerir, se le ayuda en su autoconocimiento, como resultado: los cambios serán desde el interior, desde sí mismos.

    Extrapolando dicho fenómeno a la educación, revisemos por tanto, con este método histórico-reflexivo, la relación entre el alumno y el maestro, donde ocurre eso que el psicoanálisis freudiano denomina “Transferencia”, es decir, ese fenómeno donde el paciente transfiere en la figura del médico o analista situaciones del pasado, “imagos” parentales de la infancia, y que el mismo Freud define como: “La acción conjunta de la disposición congénita y las influencias experimentadas durante los años infantiles determina, en cada individuo, la modalidad especial de su vida erótica, fijando los fines de la misma, las condiciones que el sujeto habrá de exigir en ella y los instintos que en ella habrá de satisfacer” (1988, p.1648).

    La transferencia, es además, clave en la práctica psicoanalítica, nos lo recuerda Freud: “Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y el instinto, entre el conocimiento y la acción, se desarrolla casi por entero en el terreno de los fenómenos de la transferencia” (1988, p. 1653).

    A ello sumamos, que esta sensación no es diferente al fenómeno del amor, el cual es también propio del acto educativo, consideración que hace Verónica Peinado, quien contempla: “El proceso educativo fructífero por el cual pasa una persona es el mismo por el cual alguien se enamora” (2010, p.60).

    En consecuencia, los fenómenos transferenciales también ocurren en el aula, tal y como plantea Freud en su conferencia, La psicología del colegial dictada en 1914:

    “Los cortejábamos o nos apartábamos de ellos; imaginábamos su probablemente inexistente simpatía o antipatía; estudiábamos su caracteres y formábamos o deformábamos los nuestros, tomándolos como modelos. Despertaban nuestras más potentes rebeliones y nos obligaban a un sometimiento completo; atisbábamos sus más pequeñas debilidades y estábamos orgullosos de sus virtudes, de su sapiencia, de su justicia. En el fondo, los amábamos entrañablemente cuando nos daban el menor motivo para ello; más no sé si todos nuestros maestros lo advirtieron. Pero no es posible negar que teníamos una particularísima animosidad contra ellos, que bien puede haber sido incómoda para los afectados. Desde un principio tendíamos por igual al amor y al odio, a la crítica, y a la veneración” (1988, p.1892).

    Y este mismo fenómeno no sólo ocurre en los alumnos, también le pasa al docente, dándose un fenómeno contratransferencial, tal y como sostiene Ada Abraham en su libro: El enseñante es también una persona:

    “La actividad docente tiene la facultad terapéutica de permitirle al maestro canalizar sus deseos insatisfechos, de manera inconsciente, ya que proyecta en el alumno lo que él quiso ser, con lo cual, la labor docente se convierte en determinados momentos en un acto compensatorio de las carencias emocionales del docente, la “Anamnesis pedagógica”, determina así la aparición de zonas de luz y sombra o reaviva viejas cicatrices (1986, p. 34).

    De igual manera lo señala Iván Ilich, al considerar que el aprendizaje rebasa la esfera intelectual, al estar condicionado por factores emocionales que surgen del apego maestro-alumno:

    “La relación entre maestro y discípulo no se limita a la disciplina intelectual. Tiene su equivalente en las artes, en física, en religión, en psicoanálisis y en pedagogía. Encaja en el montañismo, en la platería y en política, en ebanistería y en administración de personal. Lo que es común en todas las verdaderas relaciones maestro-discípulo es el hecho de que ambos tienen conciencia de que su mutua relación es literalmente inapreciable y de maneras muy diferentes constituye un privilegio para ambos”. (1985, p. 56)

    A todo lo anteriormente mencionado, podemos sumar que, en el acto educativo se pueden generar diversas actitudes, incluso patológicas, por ejemplo: cuando el docente señala las normas que regirán el trabajo, buscando a través de las expresiones verbales y corporales, que el alumno lo acepte a él y su ideal de trabajo. Esto es así, porque el docente se encuentra en una situación de búsqueda de aceptación:

    A la vez, el temor de no ser aceptado, genera que de manera frecuente se emprendan demasiadas cosas (actividades extraescolares, tiempos extras, etc.) y ese temor genera tendencias histéricas. El docente siente que es aceptado por su capacidad de lograr llamar la atención, de centrar su atención en él. (Abraham, 1986, p. 32).

    Esa búsqueda de ser aceptado genera en algunos profesores, por ende, una actitud que los presenta como tolerantes, cariñosos y receptivos a los estados de ánimo de la clase. Esa actitud refuerza su narcisismo, dando paso a mecanismos de autocomplacencia y la fantasía de haber logrado su propósito de atraer la atención del alumno y así compensar sus carencias emocionales.

    Pero, cuando los resultados que surgen de esa relación docente no son los esperados, el docente experimenta un sentimiento de frustración, su autoestima recibe un golpe fuerte y no se considera eficaz en su labor, apareciendo una actitud depresiva, que se manifiesta con expresiones como: no me gusta la escuela, no me entienden, estoy cansado, etc. o una posición agresiva frente a su auditorio (los alumnos son flojos, no les gusta estudiar, son groseros, etc.) y hace señalamientos ofensivos a la institución y a sus compañeros.

    Otro caso patológico es el de los docentes que no son capaces de atraer de manera genuina la atención de sus alumnos. En tal situación, los estudiantes se encuentran frente a una persona que no los retroalimenta o no llena las expectativas de conocimiento esperado y reaccionan negativamente. El docente, entonces, sufre la acción y busca influir con su personalidad: seduce o aburre con su saber, alimenta o deja insatisfechos a los estudiantes con sus conocimientos, dosifica o entrega todo de golpe, pacta o domina sádicamente a su víctima. Ama y odia con todo el poder de su función, y vive un conflicto entre el “Súper yo” impuesto de manera institucional y los sentimientos que se crean de manera natural en los participantes del acto educativo.

    Tal fenómeno es presentado magistralmente en el estudio, El lazo educativo, contra-luz psicoanalítico de Mireille Cifali. Ella considera el espacio escolar como un campo de estrategias donde la palabra, la mirada y los saberes del docente toman parte en el juego a tal grado que el control seductor se convierte en un elemento de su poder sobre el estudiante, generándose un intercambio de transferencias y contratransferencias al interior del aula y nos advierte: «Detrás de la seducción hay una destrucción… Un adulto esconde a un niño por el recurso de la seducción, de la violencia contenida en su relación” (1992, p. 297).

    En consecuencia, los alumnos reaccionan al deseo de control de ese tipo de maestros, que perciben como autoridades violentas y la relación pedagógica se convierte en abiertamente conflictiva: “El otro nos frustra o nos satisface, nos provoca amor o incita nuestro odio, nos reconoce y autoriza como docentes o nos elimina con su rechazo o con su indiferencia. Se somete o se rebela, acata o violenta las normas, devora o enriquece”. (Cifali, 1992, p. 299).

    Es por tales fenómenos y patologías por lo que Freud recomienda a los docentes apoyarse en las enseñanzas del psicoanálisis:

    “Cuando los educadores se hayan familiarizado con los resultados del psicoanálisis, les será más fácil reconciliarse con determinadas fases de la evolución infantil, y entre otras cosas, no correrán el peligro de exagerar la importancia de los impulsos instintivos perversos o asociales que el niño muestre. Por el contrario, se guardaran de toda tentativa de yugular violentamente tales impulsos al saber que tal procedimiento de influjo puede producir resultados tan indeseables como la pasividad ante la perversión infantil, tan temida por los pedagogos” (1988, p. 1866).

    No es imposible educar transmitiendo los propios enigmas, la propia carencia, el deseo que nos anima y nos hace humanos. Esa experiencia es la que, cuando somos vocados a ello, nos humaniza y humaniza a nuestros discípulos. Tal como nos lo mostró Sócrates:

       La Labor Socrática

    Considerado uno de los más grandes filósofos de la historia de occidente. Y según Werner Jaeger, en Paideia: los ideales de la cultura griega, quien lo considera: “el fenómeno pedagógico más formidable en la historia de occidente” (2006, p. 403). En sus diálogos recopilados por Platón, adopta un punto de vista antropocéntrico: el centro de sus reflexiones es el hombre y su estructura idiosincrática, a diferencia de la mayoría de los filósofos de su tiempo, que buscaban el “Arché” en la naturaleza.

    La doctrina educativa de Sócrates era representativa de la sociedad a la que aspiraban los atenienses y giraba en torno a la “Virtud” (areté), como conocimiento del bien, el cual debía llevarse a la práctica (la valentía, la justicia, la santidad, etc.) gracias al método de la introspección (conócete a ti mismo), todo lo cual implicaba una conciencia superior de lo que es verdadero y universalmente preferible para el hombre. Sócrates consideraba que los valores morales no se podían enseñar con palabras, sino que se llevaban dentro de sí, aunque había que “recordarlos”, lo cual se lograba mediante una acción educativa articulada en dos momentos: el de la “Ironía” (que consistía en lograr que el interlocutor se confesase ignorante), y la “Mayéutica” (mediante las preguntas donde los contendientes se cuestionaban por la verdad).

    Gracias a este método Sócrates ayudaba a expresar verdades que no habían sido puestas en sus mentes, sino que habían madurado internamente, por lo que sólo era menester volverlas explicitas y evidentes. Y ello, sobretodo, gracias a una práctica erótica que describe con certeza Verónica Peinado en su estudio sobre La pederastia socrática: “Sócrates a través del método del amor, intenta dar respuestas” (2010, p. 51).

    Es pertinente señalar que el concepto Eros implicaba en una de sus diversas acepciones una forma de amor que no necesariamente era carnal:

    “En la lengua griega los principales verbos que expresan las formas del amor son fileo y erao. Fileo hace referencia a una manera de sentir afecto que puede ir o no acompañado de atracción física; es decir, su significado general y principal es el de “amar” sin ningún matiz de tipo sexual; sin embargo, también puede significar “amor carnal” (Peinado, 2010, p. 28).

    De igual manera, como señala, Sócrates en el Fedro o de la belleza:

               “Y Erao, por su parte, alude a la acción propia del amor sensual, al deseo apasionado, la pasión carnal, y que Sócrates consideraba al deseo irracional que domina la opinión que tiende hacia lo recto, que se deja llevar hacia el placer de la belleza y que se encuentra fuertemente reforzado por otros deseos semejantes a él relativos al cuerpo […], tomando su nombre de su propia fuerza, se llama Eros”. (Platón, 2009, p. 238 cit por Peinado, 2010, p. 29)

     

    Para concluir, teniendo como referencia la transferencia emocional, se puede decir que en la pederastia, Sócrates logra darle vida a la práctica educativa de una manera seductora, no fácilmente emulable en nuestra época: “Sócrates propiciará esta iniciación en la filosofía a través de la seducción” (Peinado, 2010, p. 53).

    Pero si es pensada desde la ideal de la práctica docente, formar un estudiante implica permitirle conservar sus enigmas, es decir, aquello que anima su “Pathos”, su pasión de saber, y eso sólo lo puede hacer otro que también lo conserva. Sólo eso puede producir un “discípulo”, al cual Tamayo define como: “aquel que no solo asiste a una situación de transmisión sino que asume como propio el enigma transmitido por el docente, sumándose, de esta manera, a la tradición que tal representa. Un discípulo no es, por tanto, un “seguidor fiel “sino más bien un “hereje”, uno que interroga las fuentes de su maestro y puede, por ello, realizar aportaciones valiosas” (2004, p. 16).

    En una disciplina como la psicología, el análisis e interpretación de los temas abordados se pueden realizar desde diversos enfoques, en este tema, se escogió el psicoanálisis ortodoxo, desde una perspectiva epistemológica básica, y entre las consideraciones finales podemos señalar:

    Este conocimiento es importante para entender primero: las relaciones de apego maestro-alumno, las cuales condicionan los resultados del trabajo al interior del aula y posteriormente, con ello, mejorar la práctica docente, aspiración de una sociedad en desarrollo.

    Bibliografía

     

    -Abbagnano, N. y Visalverghi, A. (2002), Historia de la pedagogía. México: FCE

    -Abraham, Ada y otros (1986), El enseñante es también una persona. Barcelona: Gedisa.

    – Cifali, Mireille (1992), ¿Freud pedagogo?, psicoanálisis y educación. México: Siglo Veintiuno editores.

    -Flaceliére, R, (1959) La vida cotidiana en el siglo de Pericles. Buenos Aires: Hachette

    -Freud, Sigmund. (1988) Obras Completas. Barcelona: Orbis.

    -Ilich, Iván. (1978), La sociedad desescolarizada. México: Godot.

    -Jaeger, Werner. (2006), Paideia: los ideales de la cultura griega. México: F.C.E.

    -Tamayo, Luis (2004), El discipulado en la formación del psicoanalista. México: ICM/CIDHEM

    -Tamayo, Luis (2010), La locura ecocida. México: Fontamara.

    -Platón, (2009), El banquete o del amor. México: Tomo.

    -Peinado, V. (2010), La pederastia socrática. Del deseo a la filosofía. México: CIDHEM.

    -Vrissimtzis, John. (1990) Las coacciones del deseo. Antropología del sexo y el género en la antigua Grecia. Buenos Aires: Manantial

  • El diseño: un signo de las relaciones sociales

    El diseño: un signo de las relaciones sociales1

    Horst Kurnitzky

    Vivimos en un mundo de diseño. Las ciudades, con sus edificios, casas y calles, con sus medios de transporte, automóviles, tranvías y metros; los trenes y los aviones que conectan las distintas urbes, las regiones y los continentes; sin olvidar las viviendas, con todas las cosas de uso cotidiano, y la vida misma, todo se presenta como objeto de diseño, a pesar de que sus usuarios no siempre sean conscientes de ello. Entonces ¿qué quiere decir diseño, una palabra universal muy arraigada en la lengua franca del mundo actual?

    El sustantivo design procede del verbo inglés moderno to design, y este, a su vez, de la palabra francesa dessein, al igual que de la palabra italiana disegno, una derivación del verbo disegnare, cuyo sentido es ‘hacer o designar algo’. La raíz de disegnare se encuentra en el verbo latino designare, que significa ‘presentar algo en un rasgo’, en un croquis o un esbozo; ‘presentar un dibujo’. También se halla en la palabra latina signum, que quiere decir ‘señal’, ‘sello’, ‘imagen’, ‘idea’ o ‘signo’, como la palabra transmitida en la frase in hoc signo vinces (con este signo vencerás), atribuida a una visión de Constantino I. Desde ese momento de expansión mundial y triunfal del cristianismo hasta la propaganda de objetos como los cigarrillos Pall Mall, en el siglo XX el signo se adoptó como lema. Además, signumsignifica una ‘marca incisa’, una ‘imagen tallada’, la cual se atribuye al verbo latín secare, que significa ‘tallar’ o ‘cortar’. En esta dirección, la palabra francesa dessin, que quiere decir ‘dibujo’ y ‘diseño’ —en especial de telas, a fines del siglo XVII y en su forma más vieja, dessein—, significa ‘designio’ e ‘intención’, al igual que la palabra latinadesignare. Por lo visto, hasta aquí, cualquiera se puede perder fácilmente en la maraña de la lingüística. Por eso, elOxford English Dictionary menciona que la palabra design no se refiere más que a la concepción básica de un trabajo.

    Cuando un producto es resultado de un intento de planeación o de un proyecto o modelo elaborado a partir de la división del trabajo, es un diseño. Por eso, en un proceso industrial no puede existir un no-design. Esto significa que cualquier producto, aun uno mal concebido y mal hecho, contiene un diseño. De ninguna manera design quiere decir ‘cualidad’ o ‘agregado a un producto’, como si fuera un elemento estético extra; tampoco es un atributo que posee un producto que otro no tiene. Diseño se refiere a un proceso de producción concebido, planeado y realizado por varias personas, pues todo producto es el resultado de un trabajo anterior y pertenece a la historia y la sociedad. Más allá del significado léxico, las cosas se complican cuando la palabra diseño remite a varios contextos, cuando se habla de diseño gráfico, diseño de moda, diseño industrial, diseño arquitectónico o diseño de vida.

    La reflexión etimológica que presenta Kostas Terzidis parece acercarnos al sentido de la palabra design. Desde una perspectiva presocrática y una raíz social del concepto,2 Terzidis argumenta que el verbo diseñar (to design) procede del prefijo de y el verbo latín signare, que —como mencioné antes— quiere decir ‘marcar’ o ‘señalar’ (to sign). En este caso, el prefijo de no se entiende en un sentido despectivo o como antítesis o contraposición, sino en un sentido constructivo de deducción o conclusión. La palabra diseño sugiere la deducción de algo que existe o existía como un hecho. Esto mismo indica la etimología griega cuando diseño sugiere algo que es intangible y ambiguo. De este modo, la palabra diseño indica el esfuerzo de capturar lo inconcebible, algo que llegamos a tener pero ya no tenemos; la pérdida de una posesión y la búsqueda de un estado inconsciente de la memoria.3 El diseño habla de la innovación, del acto de iniciar o introducir algo. En este sentido, pretende ser algo original, distinto, algo que llega a la existencia por primera vez. De acuerdo con los griegos, la noción de diseño se asocia con el pasado en lugar del futuro, y es algo que teníamos pero ya no tenemos, algo que se perdió en algún lugar del pasado.

    Si atendemos aún más a los filósofos presocráticos, uno de sus acuerdos comunes se halló en el supuesto de que nada viene de la nada y nada desaparece en la nada, es decir, nada puede simplemente aparecer o desaparecer sin dejar rastro. En el espíritu presocrático, la noción de principio es absurda y debe ser rechazada, porque no hay nada que pueda venir solo a la existencia o dejar de existir de repente. Si todo es indestructible, el cambio no es más que la transformación de la materia de un estado a otro; y la aparición o desaparición de las piezas es solo fenoménica: nada es adicionado o sustraído. Ya que cada nueva idea depende de un ejercicio anterior —es una continuación— tiene que haber un origen, un punto de partida, una raíz de las raíces que todo lo estimula, enreda y multiplica, ofreciendo destellos de lo que en ocasiones parece ser nuevo. De acuerdo con esta lógica, el diseño como proceso mental de creación estaría constreñido a los límites de la conservación: cualquier pensamiento recién concebido o cualquier proceso o forma no es más que el reordenamiento de procesos o formas anteriores. En otros términos, algo es nuevo siempre y cuando se confronte con el cuerpo de conocimientos al que se añade. Es decir, existe como algo fuera del conocimiento humano hasta que se descubre. A diferencia de la mera disposición o composición de los elementos existentes en nuevas entidades aparentes, un descubrimiento es una revelación de algo que existía en el pasado pero no se conocía. El ejemplo paradigmático de esta polémica es la geometría. Su existencia puede considerarse una revelación descriptiva de propiedades, medidas y relaciones de las formas existentes, o del postulado arbitrario de una estructura mental que solo existe en la inteligencia humana. Por ejemplo, la geometría euclidiana fue desarrollada originalmente para medir distancias en la superficie de la Tierra y en las primitivas formas platónicas: cuadrados, círculos y triángulos de la geometría euclidiana. Sin concederles existencia per se en la naturaleza, estas formas representaron y representan aproximaciones idealizadas de objetos naturales. Del mismo modo, la arquitectura puede ser considerada una simulación de las leyes y la estructura de la naturaleza o una parte de la fantasía y la imaginación.

    La noción de origen es importante al momento de discutir el proceso del diseño. Debido a su carácter de investigación, el diseño siempre se asocia con un punto de partida del cual resulta el estilo, la moda o la costumbre. Este punto de partida es importante cuando menos por dos razones: en primer lugar sirve como eje de referencia que identifica, categoriza y determina una amplia gama de productos similares; en segundo lugar, al pertenecer al pasado distante, es la reminiscencia de algo que se perdió una vez pero cuyas consecuencias están aún presentes. El origen como tal es elusivo, evasivo y dura un tiempo indefinido; sin embargo, siempre está presente en la forma de un signo que señala un pasado cada vez más lejano.

    Aunque el pensamiento presocrático no acepta ni un comienzo ni un fin, Kostas Terzidis encuentra el origen del concepto diseño en el culto del sacrificio de los griegos antiguos. A esto se refiere la conciencia de los llamados presocráticos, y así lo articuló el presocrático Heráclito en un fragmento frecuentemente citado: “Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será fuego siempre vivo, prendido según medida y apagado según medida”.4 Esto quiere decir que todo sale del fuego y se va al fuego. Al respecto, cabe mencionar que el mismo Heráclito fue hijo de un sacerdote, o sea de un noble con derecho a manejar el culto del sacrificio, cuyo centro fue el fuego sacrificial. Por eso no sorprende que el designator fuera el siervo de los cadáveres en los funerales romanos y que cualquier funeral estuviera originalmente relacionado con un sacrificio. Los muertos pedían sacrificios que se debían ofrendar en los funerales. Toda la complejidad de los cultos sacrificiales (el mito, la representación ritual de la necesidad del sacrificio, la competencia como disposición física y social de los individuos, la función de las herramientas para propiciar la muerte ritual) conforma el eje en torno al cual gira cualquier tipo de evolución cultural. Lo que en la actualidad manifiesta la sociedad sin ninguna relación evidente con el culto sacrificial posee, sin embargo, un origen sacro que proviene de relaciones estipuladas por el sacrificio. El lenguaje, la música, el arte y la técnica proceden de la praxis sacrificial, lo mismo que los pesos y las medidas mediante los cuales se racionó la participación en la comida ritual, la idea de justicia a partir de la proporción justa de lo sacrificado o la división del tiempo conforme al calendario de los sacrificios. Toda la distribución pertenece al contexto de utilidad o abstracción de los sacrificios, como el intercambio, la medida y el tiempo, que se elevan a la categoría de circunstancias naturales, independientes del sacrificio, y solo desplazan la relación sacrificial de la percepción consciente, nunca la suprimen.

    Los managers y empresarios que celebraron los cultos de sacrificio fueron organizadores y vigilantes, o sea diseñadores. Su legado no se redujo al conocimiento de la praxis de los cultos, junto con las relaciones míticas que los fundamentaron, sino que abarcó la enseñanza a generaciones de alumnos y descubridores de los números y los sistemas de aritmética y contabilidad. Ellos fueron los primeros observadores de la naturaleza, los astrónomos, administradores y constructores de sistemas de irrigación, tumbas, palacios y monumentos, y crearon una escritura gracias a la cual se hizo posible no solo la economía planificada, sino también la transmisión y conservación de las experiencias como recuerdo. Con jeroglíficos en piedras, estos empresarios registraron documentos completos que proporcionaron información acerca de los sistemas económicos y del Gobierno. Ellos también escribieron los lineamientos del ethos de las comunidades religiosas en el gran libro de referencias de las religiones monoteístas. Así, los empresarios o sacerdotes de los cultos fueron al mismo tiempo los administradores, los eruditos y los economistas en una época en que la economía y la sociedad, unidas por la religión y el culto, se entendían todavía como la misma cosa.5

    Parece que el design, como cualquier canon estético con sus normas y reglas, encontró sus raíces en los cultos y rituales de sacrificio de todas las culturas, pues estos garantizaron la reproducción y continuación de los pueblos. Todos los cultos de sacrificio, sus rituales y técnicas, su diseño y sus representaciones artísticas, desde los primeros dibujos e incisiones rupestres en las cuevas del Paleolítico hasta las elaboraciones del arte moderno, articulan y critican, simultáneamente, las relaciones de reproducción de la sociedad, porque —esto es lo importante— el sacrificio es el efecto de una ambivalencia: por un lado el sacrificio de una víctima es la ofrenda de algo querido —se sacrifica solamente lo mejor de lo propio— y, por el otro, su representación, comenzando por el diseño y las obras artísticas, su utilidad social e incluso el diseño de las herramientas y las formas de distribución de lo sacrificado, intentan liberarse del sacrificio mismo. Esto muestra la sustitución de un sacrificio por otro, la del sacrificio cruento por uno menos sangriento que conduce hasta la mera simbolización del sacrificio, por ejemplo en la hostia, que también es resultado de un diseño. En estos procesos se muestra el desarrollo cultural junto con las invenciones de nuevas técnicas, al igual que la estética, la belleza de los actos y rituales y sus representaciones.6

    No cabe duda que toda la descripción del mundo, las medidas, los pesos e incluso los conceptos utilizados para distribuir la carne asada del sacrificio y, en consecuencia, todo concepto de distribución justa al interior de una comunidad —hasta su pacto o contrato social— encuentran su origen en el culto del sacrificio. Con él comienza la vida social. Las matemáticas, con sus procedimientos aritméticos, constituyen el fundamento operativo de cualquier desarrollo, ayudan a calcular y redistribuir lo producido y los excedentes; su transformación resulta en producto cultural. Las matemáticas son una de las artes más viejas y lo obtenido mediante la elegancia y la belleza de sus soluciones equivale a lo que las bellas artes aportan al construir estéticamente una nueva realidad. En épocas de apertura a nuevas experiencias y concepciones del mundo, a las cuales corresponden nuevas formas económicas, es posible advertir un interés particular tanto en el arte como en las matemáticas. En la Grecia antigua, las relaciones espaciales, la construcción de los templos, todo lo creado alrededor de los cultos religiosos, incluso las relaciones formales de la construcción plástica, fueron codificadas en un canon, en un concepto de belleza del diseño.7Testimonios del siglo v a. C. prueban la aplicación del concepto (de la norma, el criterio o el modelo) con el cual la obra se relacionó con su título. Es el caso de la doctrina de la proporción divina en la teoría del arte (Policleto) y la teoría del conocimiento y la lógica (Demócrito, Epicuro) en la filosofía y más tarde en tablillas cronológicas y astrológicas.

    En la crítica literaria ática y en el campo de la gramática, la palabra canon significa ‘el modelo, lo ejemplar’.8 En el mundo occidental el concepto de canon sobrevivió en las reglas y las normas del derecho eclesiástico cristiano (derecho canónico) que forman una parte esencial de la misa y del catálogo de los santos, y se conserva como canto en el canon cuyas raíces proceden de la cultura cristiana. Pero esto no se limita a Occidente. Mucho antes, en el siglo XII a. C., en el culto del sacrificio de la India antigua se codificaron rígidas normas como canon para la construcción de los altares sacrificiales, esto es, para su diseño. Solo el cumplimento del reglamento que determinó hasta lo más pequeño garantizó la esperanza de los fieles en la deidad. Por eso, el plano del altar debía permanecer sin cambios a pesar de sus posibles diferentes tamaños. Parte de esta doctrina de la proporción de los planos, de esta geometría sagrada, constituyó el teorema del triángulo rectangular. Sin lugar a dudas, en todas las culturas, los rituales y las técnicas del sacrificio contuvieron, en específicas formas de diseño, todo el contexto del culto, desde el concepto del mundo y la cosmogonía hasta los signos más concretos.

    En Europa, el teorema pitagórico del triángulo 15, 36, 39 procede del siglo VIII a. C. Vitruvio lo conoció como la “Proporción divina”, y fue publicado en 1509 en la Venecia renacentista por Luca Pacioli en su libro De Divina Proportione(De la proporción divina). Leonardo da Vinci elaboró las ilustraciones correspondientes a este libro y en sus apuntes mencionó que sus conocimientos de geometría, perspectiva y “proporción divina” los obtuvo de Pacioli. Estamos hablando todavía del diseño y de un concepto estético de lo bello relacionado con el culto religioso, aunque un culto con el cual la sociedad se celebra a sí misma. Esta estética comprende un concepto de lo bello que igualmente está relacionado con el culto cuando seguimos su etimología en italiano: bèllo —como beau en francés obello en español— tiene sus raíces en el latín bonus, que quiere decir ‘bueno’ o, mejor dicho, ‘adecuado’, apropiado a las condiciones y en rigor a las que impone el culto.10

    En la Grecia antigua, entre la ética y la estética se entendió la existencia de una similitud. Ambas facultades se ocuparon de valoraciones: lo que valoraron fue diferente, pero esto no significó que las valoraciones debieran ser diferentes. Lo bello y lo bueno se pensaron juntos. La perfección fue considerada un valor que atribuían tanto a un acto moral como a una obra de arte. Por eso lo bello podía ser adecuado, apropiado a las condiciones del canon, al igual que un acto moral podía ser adecuado a los usos y costumbres de la comunidad, o sea, a su moral. “En un cuerpo bello habita un espíritu sano”, sostuvieron. Ambos, cuerpo y espíritu, se relacionaron con la religión, con el culto del sacrificio, sus regulaciones y formas de representación, es decir con su design.

    Hasta aquí, hay que tomar en cuenta que el diseño no es únicamente el problema de un producto —sea para el culto religioso o para la vida cotidiana— o el problema de un concepto de las relaciones sociales, pues no se termina en el canon o el estilo artístico de una cultura. El problema del diseño va mucho más allá. Se presenta ya en la percepción de objetos y relaciones determinada por la vista de los observadores. Se puede decir que la vista misma es un acto de diseño, pues la manera como una persona ve objetos y relaciones, y hasta la naturaleza misma, depende de condiciones previas, tal vez de prejuicios. El hecho de que algunos vean objetos que otros no ven no guarda conexión con los objetos, sino que es el resultado de condiciones inherentes a los observadores. Por eso el cineasta Alexander Kluge ha podido afirmar que la película se forma en la cabeza del espectador. El espectador ve las imágenes a través de sus conocimientos previos, de su formación intelectual y cultural. El mal entendimiento de las culturas extrañas encontradas por los viajeros extranjeros atañe a los objetos, a los cultos y a las relaciones sociales por igual. Por ejemplo, los primeros viajeros, evangelizadores y colonizadores europeos no pudieron comprender las culturas americanas debido a los prejuicios de su propia cultura medieval europea. La prueba de su incomprensión se muestra en sus pinturas y escritos. Se pueden citar otros dos ejemplos. Los cuadros de la pintura japonesa del siglo XIX que se refieren a la naturaleza en realidad no quieren representarla ni recordarla, sino presentarla según el concepto japonés del mundo como una naturaleza más bella, muy alejada de la realidad; mientras que, en el mismo siglo, el naturalismo europeo busca recrear la naturaleza para su propia satisfacción.

    El otro ejemplo de la percepción en el arte puede ser la pintura renacentista, que usó la perspectiva como forma de apropiación del espacio por parte del hombre, algo desconocido en la pintura medieval, pues el miedo a la naturaleza y la huida hacia la salvación divina presentes en ella lo obstaculizaron. En estas dos formas de ver el mundo no solo se encuentran conceptos distintos de diseño, sino también de lo bello. De este modo, lo que una cultura puede adorar conforme su canon de belleza, otra lo puede detestar, y viceversa. Entonces, lo considerado bello es objeto y producto de las relaciones sociales del observador, de su cultura.11

    La estética no remite únicamente al convenio establecido con lo bello en una época determinada o a la ciencia de las relaciones entre las formas y los colores; la estética de cualquier tiempo y lugar representa también las relaciones sociales y económicas; la relación entre la sociedad y sus formas de reproducción, de Gobierno, de religión; la relación de la sociedad con la naturaleza y la relación entre los sexos como punto de partida. En este contexto, lo bello indica un fin tanto individual como social. Por estas razones, en épocas pasadas las cosas se concibieron y construyeron bajo un llamado estilo, es decir, bajo un canon de formas y colores relacionado con la autoconciencia de una época. Cuando la sociedad, los individuos o los grupos sociales pierden su visión del mundo y sus fines, sean celestiales o terrenales, materiales o espirituales, pierden también su capacidad de traducir a formas estéticas los códigos sociales y las relaciones sexuales; los deseos y las prohibiciones. Esto se manifiesta tanto en la estética de una sociedad represiva como en la de una libertadora. El Renacimiento, por ejemplo, se presentó como la compleja expresión de la liberación paulatina de la tutela de la Iglesia junto con el descubrimiento del espacio, la naturaleza y las relaciones carnales entre los sexos. El poeta y novelista austriaco Hermann Broch, en su correspondencia con Hannah Arendt, subrayó la inseparable conexión entre estética y ética, así como la relación de ambas con los valores humanos, de esta manera: “Sin teoría del Yo ninguna teoría del valor, sin teoría del valor ninguna ética, ninguna estética. Y viceversa, ninguna antropología”.12

    Junto con los movimientos sociales del siglo XX, algunos artistas y arquitectos del Bauhaus buscaron superar la absurda división del trabajo en la producción capitalista que se presenta en la desgarrada vida entre explotación y consumo, como alienación del hombre de sus deseos y necesidades. Soñaban con una vida no alienada donde las esferas separadas del arte y la vida, de la producción y el consumo, se reconciliaran. El Bauhaus buscó reunir las artes plásticas y la pintura, así como las artes industriales y las artesanías. Para lograrlo, para llegar a una vida común que satisficiera los deseos básicos de los seres humanos, quería regresar a las formas geométricas y los colores elementales como punto de partida de su diseño. También la artesanía, los oficios y los materiales empleados debían ser el punto de partida de la producción industrial. Como la teoría y la práctica en la política, la idea y la práctica en el diseño debían unirse. Toda la arquitectura moderna internacional que buscara una relación entre la estética y una sociedad democrática y justa, con condiciones de vida satisfactorias para todos, tendría que expresarse en formas artísticas construidas como espejo y realización de estos fines.

    Este concepto de la arquitectura moderna incluye la crítica a la producción industrial capitalista que, por su naturaleza, se orienta solo a la reproducción del capital y no busca, en primer lugar, la producción de objetos útiles, funcionales y resistentes que sean automáticamente bellos. El Bauhaus no aceptó la producción que ignora los deseos y las necesidades de la gente; tampoco aceptó la racionalidad de la valorización para fines extrahumanos bajo el pretexto de la especulación capitalista.

    El hecho es que la producción de mercancías para el mercado capitalista se encuentra incrustada en el mecanismo de la promesa de la reproducción de la satisfacción de los deseos; de una promesa que finalmente nunca se cumple porque entra en el círculo de promesa-decepción-nueva promesa y otra vez decepción. La reproducción del consumo capitalista (donde una mercancía tiene que sustituir continuamente a otra) impide la producción de mercancías útiles, buenas y bellas que verdaderamente satisfagan los deseos de los consumidores. A esta reproducción permanente y, finalmente, insatisfactoria se le puede denominar, en términos psicoanalíticos, placer preliminar inacabable.

    Lo útil para el hombre no se reduce a lo práctico o técnico-racional; también se relaciona con las funciones emocionales que tienen para él los objetos. La belleza como expresión artística se muestra en la tensión erótica de las formas y los colores que transportan los deseos sexuales sublimados en las obras de arte y la arquitectura. La forma construida bajo una estética que reflexiona acerca de los deseos humanos, las relaciones arquitectónicas y el vínculo entre el espacio construido y su medio ambiente, muestra la realización de los deseos sublimados en la estética de la arquitectura.

    Tanto las tensiones sociales como las tensiones entre los sexos, puestas de manifiesto en una obra bien construida en términos de dimensiones espaciales internas y externas, nos ilustran acerca de la realidad en la que vivimos y el camino que queremos seguir. Para tomar un ejemplo de otra esfera artística, el bel canto articula la esperanza de los seres humanos de liberarse de la obligación forzada por las relaciones de sacrificio. La voz humana reclama principalmente la liberación de las trabas del sacrificio y, entre todos los géneros del arte, la música encarna mejor el conflicto entre el deseo de satisfacer todos los deseos y la obligación de las relaciones de reproducción que no lo permiten. Pero no solamente la música; también otros géneros del arte se han desarrollado a partir de un ritual de sacrificio, en relación con el cual las artes articulan los fundamentos de la síntesis social, al igual que la búsqueda de una liberación del sacrificio.13

    En México, por ejemplo, el arquitecto Luis Barragán desarrolló los elementos emocionales de la arquitectura, transmitidos en la relación de los espacios internos entre sí y con el espacio exterior. Muchas de sus casas particulares respiran una libertad notable en el fluir de los espacios y el erotismo de los colores, al tiempo que reclaman relaciones entre los seres humanos, la sociedad y la naturaleza libres de la tutela autoritaria y la manipulación económica de esa propaganda comercial que permanentemente genera un estado de promesa de placer que impide al hombre llegar a la verdadera satisfacción. La dominación del espacio arquitectónico por una racionalidad de exclusivo aprovechamiento económico, que oprime cualquier concepto humano fuera de un pensamiento sometido a los márgenes del cálculo económico, impide relaciones libres y satisfactorias entre los seres humanos. En estas circunstancias, la arquitectura moderna al servicio del hombre —que incluye su función libidinal y erótica— se transforma en una arquitectura a favor de su racionalización (física y psíquica) como mero objeto de la producción industrial capitalista. En todo el proceso humano de racionalización, dirigido a aumentar la productividad y el crecimiento económico, la arquitectura correspondiente no establece diferencia alguna entre un edificio de vivienda y uno de fábrica: ambos son gallineros para una y otra fuente productiva. Los edificios hechos de cajones que se reproducen por todo el mundo solo muestran la servidumbre de los hombres a los fines económicos. “Al parecer —escribe Hermann Broch— el arte, en la medida en que se adapta al concepto del valor del mercado, se convierte en equivalente de otras mercancías; está condenado inevitablemente al kitsch”.14

    Si por una vez uno se abstiene de pensar en las guerras que ocurren en todas las regiones del mundo actual, entonces la autodestrucción se evidencia en la destrucción del individuo por la inclinación al egoísmo y la avidez por la posesión o apropiación conectada a la violencia cotidiana. El furor de la violencia se manifiesta en el kitsch y en la jerga comercial de la calle. Una mirada a la estética de muchos edificios contemporáneos, de los automóviles y los productos de uso cotidiano; una mirada a los centros comerciales o a la televisión, es suficiente para darse cuenta de que en la sociedad actual priva el “retorno de lo reprimido”, esto es, el regreso de una naturaleza extremadamente deformada y grotesca. Esto no se refiere solamente a la naturaleza externa, destruida por la explotación capitalista desenfrenada —la atmósfera, los mares, la flora y la fauna—, sino también a la deformación y mutilación física y psíquica de los seres humanos mismos, un procedimiento por el cual el acondicionamiento y el ajuste en ejecución retornan.

    Las expresiones estéticas de violencia abruman nuestra vida diaria, pues lo kitsch, lo bonito, lo lindo, lo mono, representan el reverso de la violencia física. Esto llega a las formas eróticas de las relaciones entre los géneros y sus formas de reproducción. La represión del sexo se lleva a cabo con la pornografía y la sexualidad violenta —un vistazo en internet no deja lugar a dudas—, al igual que con las formas de la reproducción de la sociedad y la injusticia distributiva, que también implican un problema estético aparte de ético. Debido a la ausencia de cualquier elemento erótico y al congelamiento de las tensiones entre los sexos, el kitsch conduce directamente a la violencia. Esto se observa en el kitsch monumental, en las gigantescas estatuas de los héroes y los enormes edificios de los regímenes totalitarios, al igual que en las cursilerías que se venden en los almacenes para que los consumidores atiborren sus casas con ellas. Este tipo de gente —que hoy en día es la mayoría— está predispuesta a aceptar cualquier ideología violenta que le prometa liberarse de su miseria, porque en realidad quiere someterse a un régimen autoritario o, como algunos le llaman, a un “buen Gobierno”. El kitsch representa siempre violencia y explotación, incluso si se trata solo de una explotación psicológica.

    La estética fallida está acompañada de una ética fallida. Desde las imágenes cursis hasta la decoración de los espacios urbanos y el kitsch monumental, todo significa el primer paso a la barbarie

    Este es el punto clave: la estética fallida está acompañada de una ética fallida. Desde las imágenes cursis —el “arte de la decoración” que abarrota las viviendas, los objetos de uso cotidiano, los automóviles, los electrodomésticos— hasta la decoración de los espacios urbanos y el kitsch monumental, todo significa el primer paso a la barbarie. El diseño actual de los automóviles con sus amaneradas formas redondas al estilo Mickey Mouse; los faros de los autos plagiados de las ostentosas gafas de los machos y los narcos; las camionetas en forma de tanques militares con vidrios blindados que se corresponden con las zonas residenciales con casas protegidas por alambres de púas, fortificadas como búnkeres y que recuerdan la arquitectura pública con sus edificios en forma de utensilios domésticos, inflados enormemente; o los espacios públicos como las plazas para los desfiles militares, quizás en memoria de la arquitectura fascista o estalinista que sobrevivió no solamente en las sociedades sucesorias.

    La arquitectura posmoderna, con su afán de generar grandes efectos o “efectos especiales”, como los del circo o el cine, se presenta como una verdadera heredera de la arquitectura totalitaria porque la cursilería o el falso sentimiento inherente a ella determinó antes el espíritu de la arquitectura de la época totalitaria del siglo pasado. Lo que lleva el nombre de posmoderno no es —como a veces se afirma— una respuesta a la modernidad en crisis, sino un síntoma de la crisis de la sociedad moderna misma.

    Si bien el kitsch frecuentemente pretende ser arte, en realidad invierte su intención, pues muestra su incapacidad para expresar algo creativo, esto es, liberarse de la opresión. En cambio, es capaz de acomodarse fácilmente a un mundo aparentemente armónico y sin tensiones. Lo cursi denota la deserotización y el fingimiento; es la pretensión ridícula e imposible de reconciliar los deseos reprimidos y ofrecer formas de sublimación y satisfacción. Kitschig(‘cursi’) es el comportamiento de consumidores que han aceptado las mediaciones y renunciado a organizar su vida conscientemente; el comportamiento de los conformistas que callan y otorgan o colaboran con el establishmentporque han renunciado a tomar el destino en sus propias manos. Sin experiencias, ideas y convicciones elaboradas por sí mismo, dejándose arrastrar por el torrente de las actividades del consumo, el practicante del kitsch olvida su condición social y pasa a jugar el rol del objeto. Ahí nos encontramos en el mundo de la posmodernidad o, dicho con otras palabras, en el mundo neoliberal cuya cultura se llama posmoderna, donde la competencia de argumentos e ideas se convierte en lucha de todos contra todos para dejar que el más fuerte o poderoso domine sobre cualquier alternativa. Es la preferencia, el gusto y el design de estos “triunfadores” lo que impresiona a los mentalmente débiles y los invita a la imitación, a convertirse en followers. Así hemos llegado al mundo del kitsch y a su diseño predominante.

    1 Conferencia dictada el 6 de octubre de 2015 en el “Primer Foro Internacional de Diseño”, UAM-Xochimilco.

    2 Kostas Terzidis, “The Etymology of Design: Pre-Socratic Perspective”, Massachusetts Institute of Technology, Design Issues: vol. 23, núm. 4, otoño de 2007, pp. 69-78.

    3 Ib., pp. 69-70.

    4 Alberto Bernabé, “Heráclito, Fragmento 51” (según la ordenación realizada por Marcovich), en De Tales a Demócrito, Alianza, Madrid, 1988.

    5 Horst Kurnitzky, Una civilización incivilizada: El imperio de la violencia en el mundo globalizado, Kindle eBook, 2011, pp. 23-24.

    6 —, La estructura libidinal del dinero: Contribución a la teoría de la femineidad, Siglo XXI Editores, México, 1992.

    7 Alicia Montemayor García, La trama de los discursos y las artes: El Canon de Policleto de Argos, Conaculta, México 2013.

    8 Der Kleine Pauly, t. 3, col. 108(50)/109(11).

    9 Fra Luca Pacioli, De Divina Proportione (ilustrado por Leonardo da Vinci), Paganinus de Paganinis, Venecia, 1509.

    10 Dizionario Etimologico http://www.etimo.it/?term=b%E8llo&find=Cerca.

    11 Laura Germine, et ál., “Individual Aesthetic Preferences for Faces Are Shaped Mostly by Environments, Not Genes”, en Current Biology, vol. 25, núm. 18, 21 de septiembre de 2015.

    12 Paul Michael Lützeler (editor), Hannah Arendt, Hermann Broch: Briefwechsel 1946 bis 1951, Frankfurt am Main, 1996, p. 97.

    13 Horst Kurnitzky, “Solo un baile”, en Museos en la sociedad del olvido, Conaculta, México, 2013.

    14 Hermann Broch, “Kitsch und Literatur”, en Schriften zur Literatur 2: Theorie, Frankfurt am Main, 1975, p. 123.

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    HORST KURNITZKY es doctor en Ciencias de las Religiones por la Universidad Libre de Berlín. Ha trabajado como arquitecto y enseñado en universidades de Europa y América. Es autor de numerosos libros y artículos sobre arte, cultura, política y sociedad.

  • El psicoanálisis hoy.

    El psicoanálisis hoy.

     

    Modesto Garrido.

    La revista Cartapsi cumple 10 años, ocasión para convocar a los miembros del comité editorial, al cual pertenezco, que acordamos en un momento dado, reflexionar sobre un tema propuesto, el psicoanálisis en la actualidad.

    Lo que me llevo de inmediato a recordar que hace unos dos años ofrecí una charla en San José de Costa Rica para la cual sugerí el titulo de “¿El psicoanálisis, vivo o muerto?”.

    Desde que dicho nombre vino a mi mente, apareció la idea de un afiche – imaginario – con el rostro del Dr. Freud, en la parte superior de dicho rostro estaría escrito “El psicoanálisis” y bajo el rostro la leyenda “¿Vivo o muerto?”.

    Pensaba, claro en la oportunidad de jugar con los conocidos carteles “se busca vivo o muerto”.

    Y es que ni duda cabe que el psicoanálisis ha sido objeto no solo del rechazo de algunos pensadores, sino que también objeto de desprecio por considerarlo una mera charlatanería.

    De cuando en cuando, se producen oleadas afirmando que Freud y el Psicoanálisis, han muerto, o que son asunto superado.

    El afiche en cuestión, permitía precisamente la oportunidad no solo de poner de relieve algo del orden de la persecución, sino de plantear la pregunta: ¿Esta vivo o ha muerto? referida evidentemente al pensamiento del Dr. Freud.

    No me considero un pesimista, aunque profundamente lejano de una postura de optimismo a ultranza.

    Por ello comentaba en la ya mencionada charla, que en el fondo la postura de rechazo, o de critica voraz hacia el campo psicoanalítico proveniente de otros discursos, no me preocupaba, no realmente, pues prácticamente desde los inicios de dicho campo, El Dr. Freud se percató de aquello que llamó “una dificultad del psicoanálisis”.

    [1]

    Pequeña dificultad, el psicoanálisis implica una subversión de aquello que llamamos saber, tan radical que representaba para el Dr. Freud un golpe quizá insuperable al narcisismo humano.

    Punto, quizá no haya más que decir, y solo nos reste enfrentar la realidad del asunto, tan cruda y contundente como ella pueda ser.

    No lo sé. Me resulta claro que tanto el Dr. Freud, como en el Dr. Lacan, existió siempre el interés y empeño por intentar luchar contra dicha dificultad. Y quizá hay algo ahí para aprender, para insistir en la oportunidad de enfrentar dicha dificultad.

    Pero pensar en que esta dificultad, ese rechazo a algunas consecuencias implicadas por el discurso del psicoanálisis, pudiese desaparecer me parece no sólo naíve, sino que desde mi perspectiva ello quizá solo implicaría el agotamiento o desgaste del discurso psicoanalítico. Por otro lado, debería confesar, tal y como lo hice hace unos dos años en la mencionada charla en Costa Rica, que en la actualidad, en esta actualidad del psicoanálisis, considero que hay un otro riesgo, una otra amenaza, que a mis ojos resulta más preocupante.

    Me refiero a aquello que en aquella charla llame el fuego amigo. Y es que en verdad considero que un riesgo quizá mayor para el psicoanálisis en la actualidad sería a localizar en los psicoanalistas mismos. Y ello desde frentes diferentes, mencionó dos de estos frentes pero no son los únicos que me parecerían señalables.

    El primero de dichos frentes lo localizaría en una posición lamentablemente común, me refiero a la postura de muchos frente a las críticas realizadas desde otros discursos o áreas del saber humano, pues parecen sostener una postura respecto del discurso psicoanalítico en la cual se mantiene a dicho discurso casi como si de una experiencia iniciática se tratase.

    En el fondo, críticas al discurso psicoanalítico como las realizadas por Popper, o por Mario Bunge en los últimos años, no merecen ser desatendidas, bien por el contrario que el psicoanálisis sea calificado de proponer teorías y proposiciones infalseables, o acusado de solo sostenerse con una consistencia interna, excluyendo a priori cualquier posibilidad de búsqueda de consistencia externa, me parece que debería ser algo de lo cual los psicoanalistas debiésemos ocuparnos.

    Pero realmente ocuparnos y no sólo responder desde una postura de descalificación o franca burla frente a dichas críticas, pienso por ejemplo en la irrisoria postura adoptada por cierto psicólogo de nombre Jorge Ballario planteada como una respuesta a las críticas de Mario Bunge, sobre la cual lo único que me permitiré en este momento es calificarla de lamentable. [2]

    El personaje en cuestión cree que podría contra argumentar la postura de Bunge a partir de preguntarse si este último: ¿Sabe de psicoanálisis? La conclusión es simple Bunge no podría saber de psicoanálisis pues para ello, según el expositor, sería necesario que hubiese leído la totalidad de la obra del Dr. Freud. No sé si el personaje en cuestión conozca tan íntimamente a Mario Bunge como para poder sostener que esa es una lectura que él, Bunge, no ha realizado, pero inclusive si así fuese, según el discurso de dicho personaje eso no sería suficiente, pues sería necesario que Bunge hubiese realizado un análisis personal, y aún más, pues se deduce de lo que nos es propuesto, que también sería necesario que hubiese llegado a ser un analista practicante, pues nos es planteado que otro elemento o condición necesaria sería el haber estado en supervición de casos, dado lo cual el planteamiento implica que la única oportunidad de poder realizar una crítica al psicoanálisis es ser un psicoanalista.

    ¿Como no reconocer en ello la mencionada oportunidad de concebir al psicoanálisis como una experiencia de iniciación? Que por cierto, no es en el fondo sino la oportunidad de conceder razón a las críticas mencionadas, aquellas de proposiciones infalseables y ausencia de congruencia externa.

    ¿Es realmente necesario recordar aquí, que nada más lejano de todo esto que la posición mantenida tanto por el Dr. Freud como por el Dr. Lacan? ¿Será necesario recordarles a los psicoanalistas que en ellos, como mencioné antes, siempre existió no sólo la oportunidad de enfrentar dichas críticas sino inclusive el intento de establecer un diálogo con otros campos del saber?

    Quizá sería necesario señalar al menos, que si no consideramos banales las críticas, sería oportuno poder distinguir entre el psicoanálisis y los psicoanalistas.

    Pues me parece que tales críticas, las dos mencionadas, están más bien referidas a los psicoanalistas que al psicoanálisis.

    Que me sirva esto como intento de señalar una postura no poco común entre psicoanalistas a la que me gustaría presentar como primer frente de riesgo.

    La enseñanza del Dr. Lacan, en ello me parece contundente al proponer en los analistas mismos el origen de una brutal degradación del pensamiento freudiano, no habría que olvidar que en más de una ocasión los acusó de mantener un una falta de lógica brutal.

    Claro, responde fácilmente quien se supone interpelado, pues el inconsciente freudiano – que plantearemos en este momento como piedra de toque de la teoría psicoanalítica – no tiene lógica alguna. Pero quien así respondiera no daría sino muestras de su limitada práctica en la lectura del texto de Freud.

    Pues el que Freud llegue a afirmar que en lo inconsciente no rige el formalismo lógico que suponemos en nuestra vigilia, no implica que está afirmando al psiquismo como un campo carente de lógica, bien por el contrario es siempre localizable en su texto una argumentación lógica, proposiciones de funcionamiento lógico del aparato psíquico que nos propone. Y si el psicoanálisis implica como afirma el Dr. Lacan, un nuevo estatuto del saber,[3] al saber cómo inconsistente, propongamos como oportunidad de lectura de dicho nuevo estatuto, eso no puede ser utilizado como argumento para afirmar que, en tanto no hay un saber consistente, entonces cualquier proposición teórica vale tanto como cualquier otra.

    Proponer al saber cómo inconsistente no es el argumento para abandonar el intento de congruencia tanto interna como externa de una proposición teórica, es bien por el contrario el argumento necesario para insistir en ello. Conocida es que la conclusión propuesta por el Dr. Lacan frente a la proposición de la inexistencia de Dios, no es «todo está permitido» sino lo opuesto «nada está permitido». Lo que extrapolando al terreno del saber implicaría que proponer al saber cómo inconsistente, como no siendo absoluto, no implica que la búsqueda de congruencia en un desarrollo teórico sea a abandonar, sino todo lo contrario. Quizá lo que habría de no perder de vista es que si el Dr. Lacan – como hemos dicho – acusa ya desde mediados de los 50, a los psicoanalistas, a la producción de los psicoanalistas de ilogismo y de degradación del pensamiento freudiano, las cosas a más de 60 años, no han mejorado realmente.

    Pero dejemos, al menos por el momento, este punto para intentar decir algo del segundo frente mencionado. Pues este es un frente que me parece aún más preocupante.

    Y nuevamente insistir en que respecto a este segundo frente, se trata también de analistas. De la forma en que el psicoanálisis es concebido por algunos analistas. Me refiero a la oportunidad, que parece una moda insistente, de proponer, de sostener que hemos rebasado la enseñanza freudiana.

    Tal postura insiste, y ello con diferentes formas, con diferentes matices. Desde quien afirma que Freud fue superado y abandonado por el Dr. Lacan. Lo extraño aquí es que el mismo Dr. Lacan parecería no haberse percatado de ello, pues conocido es su insistencia en proponerse a sí mismo como lector de Freud, como discípulo de Freud, como Freudiano puro. ¿La tesis es que nos habría engañado a todos? ¿Quizá a sí mismo?

    Esto es lo que parece sostener Jean Allouch, quien al ser entrevistado, con una frescura inusitada firma que Lacan no fue realmente un lector de Freud, en realidad no lo habría leído de forma total (la idea está ahí claramente expuesta) no habría ¨empleado su vida¨ a la obra de Freud¨:

    ¨Lacan no hizo eso, Lacan no era freudiano. Cuando empieza a estudiar de cerca a Freud, él ya tenía sus posiciones. Y el ¨retorno a Freud¨ es posterior de Real, Simbólico e Imaginario, que no es freudiano. Entonces, él comienza a tomar cosas en Freud, pero ya con ese punto de partida de SIR. No entiendo cómo ha encontrado la posibilidad de hacerle creer a la gente que era freudiano.¨[4]

    El que el Dr. Lacan utilice herramientas o referencias a campos diversos a aquellos que no podríamos encontrar en el discurso de Freud: ¿Es verdaderamente un argumento para afirmar que su discurso es por completo lejano y diferente del de Freud?

    Recuerdo que un conocido planteaba, en una charla informal, una radical diferencia entre el psicoanálisis freudiano y la enseñanza del Dr. Lacan, afirmaba que nada tenía que ver la enseñanza del Dr. Lacan con aquella de Freud. Y el argumento, el único que tuvo a bien esgrimir en dicha ocasión, era simplemente que Freud hablaba de representantes, mientras que Lacan de significantes, y que no eran lo mismo.[5] Habría que recordarle a esta persona que en la presentación que el Dr. Lacan realiza de su seminario, nos referimos a la presentación que aparece como primer sesión del seminario I, el Dr. Lacan comenta, afirma, que reducir la enseñanza de Freud al uso de algunos conceptos es absurdo. Eso sería tanto como suponer que la oportunidad de utilizar los mismos conceptos que el Dr. Freud utilizó, es lo que realmente implica el ser freudiano.

    Toda la enseñanza de Lacan está ahí para sostener que eso es una impostura.

    En otra entrevista, está realizada en 1974, el Dr. Lacan responde frente a una primera pregunta: «Freud, ¿cómo se puede juzgar que está pasado de moda si nosotros no lo hemos comprendido totalmente?¨[6]

    Esto es lo que me parece importante subrayar, que la enseñanza de Freud abrió un campo que a nuestros ojos insiste en perdurar aún en la actualidad, palpita no a través de aquello que pudiésemos suponer como comprendido, aprehendido, aprendido sabido y resuelto, sino en las incógnitas y preguntas a las que insiste en enfrentarnos. Es en ello, desde nuestra perspectiva, lo que le permite al Dr. Lacan afirmarse como freudiano.

    Hay algo ahí que insiste en palpitar para mostrarnos, confrontarnos con experiencias que nuestro saber no captura, y nuevamente no se trata de renunciar al intento de formalización consistente de dicho campo, bien por el contrario. Y no por la creencia en la oportunidad de poder producir finalmente una formalización que lo explique sin falla, sino por no evadir que esa falla que el discurso freudiano propone como nuevo estatuto del saber, tal fue la lectura que líneas atrás propusimos sostener. Tiene efectos, y que no se resuelven en virtud de un insigth o de comprensión de sentido ni mucho menos al ser abordados como expresión de las estructuras sociales o culturales de nuestro tiempo.

    Y digo lo anterior pues otro conocido pública por ahí un texto en dónde plantea la oportunidad del psicoanálisis que podría venir, mañana quizá un poco más tarde. El psicoanálisis por venir lo llama. Y no es que me quede clara la imposibilidad del psicoanálisis del mañana, dije al inicio que no me considero un pesimista, es que me queda clara la imposibilidad del psicoanálisis hoy.

    En dicho texto está escrito : «El psicoanálisis, no el de ahora que, según dijimos, no existe fuera de la promesa, el que está por venir, no depende del decir de Lacan o de Freud sino de nuestra manera de enfrentar los cambios que se producen en la sociedad tecnocientífica en la que nos toca vivir.»[7] Espero que el lector de estas líneas aprecie al menos la sutileza (¿?) para proponernos, con un otro matiz la oportunidad de tomar distancia tanto del discurso de Lacan como del de Freud.[8]

    Pues es eso lo que está ahí implícito, que el psicoanálisis de mañana o de pasado, estará determinado por la época, el tiempo que nos haya tocado vivir, y no por las enseñanzas, por el discurso y las implicaciones de la lectura, la visión de Lacan o Freud.

    Y no se entienda en esto la oportunidad de sostener o suponer que la práctica clínica del psicoanálisis pudiese prescindir de tener en cuenta las particularidades políticas, sociales, culturales o aún tecnológicas y científicas como lo expresa la cita. Es claro que esas particularidades tienen, siempre han tenido y tendrán una importancia innegable. El punto está en que la cita plantea una concepción en donde parece sostenerse que el psicoanálisis encontraría su origen en tales situaciones, así sean estas política, sociales, culturales, tecnológicas o científicas. Quiero decir implica, o al menos permite la oportunidad de suponer que la psiquis humana está determinada, por factores culturales, sociales, políticos, tecnológicos etc.

    Tales posturas, han aparecido desde los primeros tiempos de existencia del discurso psicoanalítico. La distancia que Freud establece con Alfred Adler, tiene que ver con ello, en tanto este último considera que son elementos sociales y biológicos, los que determinan aspectos tan centrales en el corpus teórico freudiano como lo es el complejo de castración, a través de su propuesta de protesta masculina.

    No es la reprensión social, afirmará el Dr. Lacan en su televisión, el origen del refoulement, la represión psíquica, bien por el contrario, es el origen de la represión social. (Entendemos que es en el psiquismo humano en donde habría que encontrar, si no el origen tal cual de la represión social, al menos las condiciones psíquicas de su razón).

    Nos parece indudable que la tecnología en nuestro tiempo, ha permitido y provocado una cierta puesta en primer plano del objeto. Hoy como nunca antes la promesa del objeto satisfactor está presente, lo que implica, es verdad, formas novedosas de banalización del deseo. El objeto, el nuevo gadget tecnológico, la página en internet a través de la cual puedo ¨conocer¨ a otros, como parejas o cualquier otra cosa. A través de la cual puedo visitar el Louvre desde mi casa. La oportunidad de entrar a una ¨second Live¨ donde puedo en un instante – por ejemplo – cambiar de género sin que ello haya implicado oportunidad alguna de poner en juego mi corporeidad. La lista podría continuar.

    Todos aspectos, que indudablemente es necesario tener en el horizonte hoy, en nuestra actualidad, como teniendo injerencia en la experiencia clínica psicoanalítica son fundamentales, esto no lo negamos.

    Pero afirmar que es en dichos desarrollos tecnocientificos, en nuestra forma de enfrentarlos, que el psicoanálisis encontraría fundamento y ello prescindiendo de la enseñanza de Freud, pues la cita afirma que no es en ese decir, en el de Freud, ni en el de Lacan, que lo psicoanalítico podría encontrar su piedra de toque.

    En fin, mi posición es otra, creo que frente a la propuesta que hace Cartapsi a sus miembros para escribir sobre el psicoanálisis en la actualidad o la actualidad del psicoanálisis, quisiera decir que el horizonte no es muy halagüeño, sobre todo en virtud, como he querido expresar, de lo referido a los psicoanalistas mismos.

    Mi confianza estaría puesta – más bien – en suponer que habrá siempre quien demande ser escuchado por una oreja, para poder ahí, atreverse a osarlo todo, decirlo todo, enfrentarlo todo, por qué como bien proponía mi maestro, todo es imposible.

    Es decir que confío en los analizantes.

    Confió también, como parece al menos esperarlo el Dr. Lacan en un texto que se llama ¨El psicoanálisis, razones de un fracaso¨: ¨Es cuando el psicoanálisis haya rendido sus armas ante los impases crecientes de nuestra civilización (malestar que Freud presentía), que serán retomadas (¿Por quién?) las indicaciones de mis Escritos.¨

    Que de tiempo en tiempo habrá quien insista en atreverse a retornar a dichos textos, los de Lacan, si, pero innegablemente también los de Freud.[9]

    Mi postura implica que el presente del psicoanálisis, tanto como su futuro, al igual que aquello que ocurre en la experiencia clínica inaugurada por el Dr. Freud, está determinado por su pasado, no a entender cómo serie de eventos o factums acontecidos, sino a las relaciones estructurales y lógicas que eso que llamamos historia implica, y que no percatarse de ello, pensar que hemos superado a Freud, a Lacan, tiene más que ver con la ¨dificultad del psicoanálisis¨, es decir con la dificultad para sostenerle la mirada a aquello con lo que nos confronta, más que con cualquier otra cosa.

    Así, para mí, el psicoanálisis, hoy, habrá sido, es.

    Pero si acaso fue, no podría sino haber sido freudiano.

    Y mañana, espero que insista, sea. A partir del intento de alguien por sostenerle la mirada a aquello que la enseñanza de Freud y de Lacan (desde mi postura) insisten en mostrarnos. Pues como acabo de escribir, será un intento, nuevamente oportunidad, contingencia en realidad, de que algo casi se realice, pero habrá sido. O en aquello que ocurre en la experiencia clínica psicoanalítica, o mejor dicho, aquello que ocurrió, también el psicoanálisis deberá ser aquello que ocurrirá en la sesión de mañana, otra dentro de un año, y así habrá sido, será.

    ¿Y qué es lo que será?

    El psicoanálisis habrá sido freudiano.

    [1]¨Una dificultad del psicoanálisis¨ Sigmund Freud, Obras completas. En realidad creo que dichas críticas no debiesen preocuparnos, es decir creo que son asuntos de los que debiésemos ocuparnos, atender a dichas críticas y cuestionamientos, no sólo desecharlas culpándolas de expresiones de intolerancia o ignorancia.

    [2] Se trata de un video en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=7n7DPoH6cLU

    [3] Jacques Lacan, Seminario ¨O peor¨ clase del 4 de noviembre de 1971: «ce dont il s´agit, à savoir que ce savoir, ce nouveau Saturno du savoir, c´ est cela que doit entraîner un tout nouveau tupé de discurso, lequel n´ est pas fácil à tenir et – jusqu´ à un certain point – n´ a pas encoré commencé.»

    [4] Entrevista a J. Allouch, Publicada en Aqueronta. http://www.acheronta.org/reportajes/allouch25.htm

    http://www.acheronta.org/reportajes/allouch25.htm

    [5] Se trató de una charla informal con Alberto Sladogna.

    [6] Entrevista realizada a Lacan por Emilia Granzotto para el periódico Panorama en 1974 localizable en el siguiente vínculo: http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/practicas_profesionales/162_hospital_dia/material/docentes/freud_por_siempre.pdf

    http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/practicas_profesionales/162_hospital_dia/material/docentes/freud_por_siempre.pdf

    Traducida por la Lic. Olga Mabel Máter y la Prof. Alejandra Freschi.

    [7] ¨El psicoanálisis, por venir.¨ Néstor Braunstein. http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=1633

    http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=1633

    [8] Sutileza dije, aunque inmediatamente incluí signos de interrogación ¿Es que tal es la intención de Néstor Braunstein? es decir proponernos la oportunidad de abandonar el discurso de Freud y el de Lacan. No podría afirmarlo, lo que puedo afirmar es que eso es lo que está implícito es las líneas citadas.

    [9] Un buen amigo, se trata en esta ocasión de Felipe Flores, miembro del comité editorial de Cartapsi. Me preguntaba hace poco tiempo, «¿consideras que para ser psicoanalista, o para formarse como tal, es necesario ser Lacaniano? Creo que quizá mi respuesta lo sorprendió un poco, respondí que no, que me parecía que para ser psicoanalista era necesario ser freudiano. No dije en esa oportunidad, la ocasión no me lo permitió pues se trataba de una charla entre 4 o 5, que si bien contemplo la oportunidad de ser freudiano sin ser lacaniano, prescindir, al menos para mí, de la enseñanza del Dr. Lacan para el estudio de Freud, implicaría una pérdida catastrófica, pero es verdad que ello no implica que la enseñanza de Freud deje de ser el referente último, del discurso psicoanalítico.

  • EL NARCISISMO, EL YO Y LO REAL

    EL NARCISISMO, EL YO Y LO REAL

                                                          Daniel Gerber

         No se nace, en sentido estricto, con un cuerpo; éste se constituye en el campo del lenguaje. El cuerpo no es primario sino secundario. Del mismo modo, no hay narcisismo “primario” si por éste se entiende un estado originario que da lugar después a algo diferente. Freud lo deja muy claro cuando dice: “El narcisismo primario que suponemos en el niño, y que contiene una de las premisas de nuestras teorías sobre la libido, es más difícil de asir por observación directa que de comprobar mediante una inferencia retrospectiva, hecha desde otro punto”[1].

         El concepto de narcisismo primario no describe entonces un momento evolutivo; se trata más bien de un mito de los orígenes: Narciso es un personaje mítico, como Edipo y el padre primordial de Tótem y tabú. El narcisismo primario es el nombre de uno de los mitos del origen presentes en la obra de Freud.

         Hay que recordar que sólo el mito puede dar cuenta de ese momento inicial porque es, ante todo, un lenguaje de los orígenes o de los comienzos: enuncia un comienzo que no tiene comienzo, habla de un inicio que no pertenece a ningún momento cronológico ubicable porque se trata de algo vivido por alguien como “siempre ya ahí”.

         El mito despliega un relato que comienza por “había una vez”, es decir, dado una forma narrativa a lo que es “desde siempre”. Hay entonces un mythos, cuento, fábula, relato, para decir un origen que, no siendo cronológico, es un puro momento lógico

         Para una definición más precisa hay que distinguir formalmente el comienzo del origen: el mito es un relato de los comienzos que evoca un origen del que nada se sabe. Se trata de lo que no está ahí y que, no habiendo estado nunca ahí, está perdido desde siempre.

         Ahora bien, hablar de pérdida no es lo estrictamente apropiado porque ella no concierne a algo que existió efectivamente en algún momento. Supone una paradoja pues no se refiere a un “objeto”, en el sentido empírico de este término, sino a la pérdida de algo que, rigurosamente, nunca estuvo; algo cuya existencia sólo puede tener, precisamente, un carácter mítico.

             El narcisismo tiene que abordarse como efecto de la captura del viviente por el lenguaje. Ya en 1936, en su presentación sobre el estadio del espejo Lacan habla de una captura que en este caso es la del viviente por una imagen, para echar así las bases de una nueva teoría del yo, concebido como una formación eminentemente imaginaria.

           Años después, con la introducción de lo simbólico, el yo será efecto de la determinación por parte de este registro cuya existencia precede al sujeto. Pero habrá un viraje posterior en la enseñanza de Lacan que lo llevará a sostener que, más allá de lo simbólico y lo imaginario, lo más específico del yo es estructurarse en torno a un núcleo real.

         Esta última afirmación tiene un antecedente importante en la introducción que Lacan redacta en 1966 para los primeros artículos de los Escritos, a la que titula De nuestros antecedentes[2]. Allí afirma que su teoría del yo se fundamenta en dos elementos que toma de Freud: la imagen del cuerpo y la identificación. La asunción de la imagen proporciona al niño esa unidad que le falta por la ausencia de coordinación motora debida a la prematuración del nacimiento. En este sentido hay alienación porque se toma como propia una imagen que es del otro.

         Un efecto de esta alienación es la distancia infranqueable que quedará establecida entre el yo como imagen y lo que denomina entonces el ser del sujeto, definitivamente excluido de aquélla. El cristal del espejo es la barrera que hace inalcanzable la imagen.

         Esto lleva a Lacan a hacer una distinción importante en el seminario Los escritos técnicos de Freud -que imparte en los años de 1953 y 1954- entre lo que denomina dos narcisismos. El primero, calificado como “animal” se refiere al hecho de que en el animal hay identidad entre el ser y el cuerpo: los animales son cuerpo. Esta identidad es imposible cuando se trata del ser humano: “somos” esencialmente seres hablantes, es decir, no somos cuerpo. Como hablantes, el lenguaje nos separa del organismo que quedará como lo originariamente “perdido” en la constitución del sujeto. A la conocida sentencia de Freud que afirma que el yo no es dueño de su propia casa puede agregarse que tampoco es dueño de “su” cuerpo. Esta pérdida, efecto del lenguaje, puede llamarse castración y es ésta lo verdaderamente “primario”, constituyente del sujeto más allá de todo mito.

         No hay entonces en el estadio del espejo una captura “total”; lo que se produce es más bien un no todo, un sujeto que no queda absolutamente fascinado por la imagen. Si esto último ocurriera el efecto sería el de un completo atrapamiento pero lo que sucede en verdad es la introducción de una brecha, una hiancia, entre el yo y la imagen, homóloga a la barra que posteriormente será designada como la que separa el significante del significado y a la que atraviesa la S del sujeto dividiéndolo ($).

       El segundo narcisismo, propiamente humano al decir de Lacan, indica la imposible armonía entre el Unwelt y el Innenwelt, un desajuste inherente al ser humano, a su ser-en-el-mundo, que indica su imposible adaptación al medio y la falacia de toda psicología que pretende que ésta es posible.

         En Los escritos técnicos de Freud, así como en su siguiente seminario, El yo en la teoría de Freud y en la técnica del psicoanálisis, el esfuerzo de Lacan es el de incluir la dimensión de lo imaginario del yo en el campo simbólico y su punto culminante es la elaboración del esquema L que representa la relación entre los registros simbólico e imaginario. Simultáneamente desarrolla, a partir de la lectura de La carta robada de Edgar Allan Poe, la noción de cadena significante, que lo conduce a un descubrimiento esencial para la clínica: la resistencia no proviene solamente del yo narcisista que demanda la ratificación de su imagen; hay, de manera más radical, una resistencia que puede llamarse “de lo real” ya mencionada en Los escritos técnicos de Freud y precisada más claramente en la Introducción al comentario de Jean Hippolyte sobre la Verneinung de Freud. Para Lacan, otorgar su alcance verdadero al término resistencia es en primer lugar situarla en el seno de la dimensión del discurso, que es donde aparece en la cura psicoanalítica. Aquí el sujeto encuentra una dificultad fundamental para hablar que se deriva de dos vertientes: la represión y la resistencia.

         La represión tiene un efecto en la palabra del analizante que consiste en la dificultad para decir lo que tiene para decir, debido a una inevitable “discordancia entre el significado y el significante”[3]. Pero en este caso, agrega Lacan, la verdad puede siempre ser comunicada “entre líneas”: es lo que el sujeto hace en el lenguaje de sus síntomas. Ocurre aquí que en el margen “sin sentido” que subsiste entre los significantes de su discurso y la significación que se esperaría que éstos hagan advenir lo que responde es la producción de una cifra, un criptograma que es el síntoma.

           La resistencia es otra cosa: “es en cuanto que el sujeto llega al límite de lo que el momento permite a su discurso efectuar de la palabra, como se produce el fenómeno en el que Freud nos muestra el punto de articulación de la resistencia con la dialéctica analítica”[4]. La resistencia puntúa la palabra del analizante; emerge en el momento en que “la palabra del sujeto se orienta hacia la presencia del auditor”[5].

           Hay aquí una referencia a lo que Freud ubicó en su momento cuando señaló que “cuando las asociaciones libres de un paciente se deniegan, en todos los casos es posible eliminar esa parálisis aseverándole que ahora él está bajo el imperio de una ocurrencia relativa a la persona del médico o a algo perteneciente a él”[6]. Se puede decir que en el momento en que el sujeto es capturado por la pura presencia del Otro, su palabra se interrumpe. Y es en esta interrupción, en esta pérdida de la disposición del significante, que Lacan sitúa la raíz de lo que está en juego en la transferencia.

           Quiere decir que cuando se habla de resistencia es preciso considerar otra cosa que un posicionamiento del yo imaginario. Si el analista pensara en ese momento que sólo tiene que tratar con el ego del paciente, se condenaría a no ser sino su alter-ego y con esto la transferencia quedaría reducida a su dimensión imaginaria, ilustrada por el eje a’-a en el esquema L. Quedaría así excluida la dimensión del Otro (A); más precisamente –y en este sentido la noción de resistencia tal como se desprende del comentario de Lacan sobre la Verneinung de Freud es lo que permite subrayarlo- del Otro en tanto inexistente como Otro del sentido pleno. Por esto, a su aparición como pura presencia –más allá de su ubicación como la de quien puede “dar sentido”- responde en el analizante con un silencio, una palabra interrumpida.      

         Se trata de una dimensión radical de la resistencia que es la resistencia de lo que no se puede nombrar, el objeto perdido en la constitución del sujeto en el campo del lenguaje que impone la repetición del encuentro siempre fallido con eso que nunca estuvo porque no es sino el efecto retroactivo de la articulación significante. Así, la supuesta fusión madre-hijo no puede situarse sino en el mito, no es nunca una experiencia vivida, sólo en el mito existió alguna vez “su majestad el bebé”.  

         El objeto que se llamará causa del deseo está perdido desde siempre por efecto de la estructura, no como resultado de alguna clase de “maduración”. Pero este objeto –cuyo paradigma puede apreciarse en otro de los mitos del origen: el carretel del juego del “fort-da”- no es “exterior” al sujeto: él mismo lo es en tanto, en su constitución, cae necesariamente del Otro como lo que ex-siste a éste, inasimilable en cierta medida al campo del significante. Dice Lacan: “Pues esos objetos, parciales o no, pero sin duda alguna significantes, el seno, el excremento, el falo, el sujeto los gana o los pierde sin duda, es destruido por ellos o los preserva, pero sobre todo es esos objetos, según el lugar donde funcionan en su fantasma fundamental”[7].

         El juego del “fort-da” ilustra la inexistencia de alguna clase de fusión primaria pues muestra que el Otro es lugar de la falta y que ante esta falta del Otro el sujeto se divide entre su existencia en lo simbólico ($) y ese resto que cae de esa dimensión que recibirá el nombre de a, objeto perdido causa del deseo. Esta división se manifiesta en el hecho de oscilar entre una posición y la otra en lo que se denomina el fantasma fundamental.

           ¿Qué es en este sentido lo que se denomina fantasma? La respuesta a la pregunta por el deseo del Otro que surge ante la falta de éste, al Che vuoi?[8], ¿Qué quieres?, que viene desde ese lugar como retorno de la pregunta del sujeto, tal como el grafo del deseo lo indica. Pero hay que agregar que el yo como precipitado de identificaciones es también efecto de esta pregunta, de modo que su estructura no puede concebirse al margen del fantasma tal como lo explicita Lacan: “El grafo inscribe que el deseo se regula sobre el fantasma así establecido, homólogo a lo que sucede con el yo con respecto a la imagen del cuerpo, con la salvedad de que señala además la inversión de los desconocimientos en que se fundan respectivamente uno y otro”[9]  

         De este modo, si en una primera instancia eran la prematuración y el desamparo de la cría de hombre los determinantes de la identificación con la imagen, lo que aparece aquí es la vivencia de otro desamparo: el de estar sin recursos ante la presencia del deseo del Otro. Esta es la experiencia traumática fundamental: ante el deseo del Otro nada del sujeto puede responder a la pregunta que se abre y es entonces la relación yo-otro –en la que el otro es el semejante- con sus componentes que de la fascinación pasan por la rivalidad y la competencia hasta llegar al enfrentamiento a muerte, lo que permite hacer frente, defenderse de esa vivencia traumática que es el enigma del deseo del Otro; “en los efectos que responden en un sujeto a una demanda determinada van a interferir aquellos de una posición con relación al otro (al otro, aquí su semejante) al que él sostiene en cuanto sujeto. ‘Al que él sostiene en cuanto sujeto’ quiere decir que el lenguaje le permite considerarse como el tramoyista, o incluso como el director de escena de toda la captura imaginaria, de la cual en caso contrario el no sería sino un títere vivo”[10].

         El sujeto se defiende de su desamparo con su yo. Este es el efecto de la identificación con la imagen especular, i(a), imagen del otro, imagen que es el recubrimiento del objeto perdido a la vez que una cierta recuperación del mismo en tanto goce, un plus-de-gozar, el de los restos del cuerpo erógeno no integrados totalmente a la imagen.

         Este objeto plus-de-gozar corresponde en alguna medida al objeto pregenital mencionado en el texto de Freud y de los post-freudianos, con la salvedad de que en el enfoque de Lacan el componente de goce que contienen esos objetos no queda reabsorbido en lo genital –a través del paso por lo fálico- sino que constituye los elementos permanentes a los que el deseo inconsciente queda ligado en el fantasma, como lo indica la fórmula de éste último: ($<>a). Estos a son partes del cuerpo, “sustancias”, que producen goce y que están fuera de la primacía del falo, en posición de “transgresión” respecto de la castración. Precisamente por tratarse de elementos de un goce “suplementario”, Lacan los denominará plus-de-gozar[11].

         Por su condición de puro efecto del significante, carente por lo tanto de cualquier sustancialidad, el sujeto se aferra a este plus que le “da cuerpo”. De ahí esta notación, i(a), que puede leerse como imagen del otro pero también como la imagen que recubre por un lado una ausencia a la vez que es exterior –la i fuera del paréntesis- a un goce que escapa a su dominio.

         En el discurso a la Escuela Freudiana de París del 6 de diciembre de 1967, dice Lacan: “Así funciona el i(a) con el que se imagina el yo su narcisismo al hacer casulla para este objeto a que del sujeto hace la miseria. Esto porque el (a) causa del deseo, por estar a merced del Otro, angustia ocasionalmente, se viste contrafóbicamente con la autonomía del yo, como lo hace el cangrejo con cualquier caparazón”[12].

           Esto se puede entender en el sentido de que la presunta autonomía del yo es una de las formas de este plus-de-gozar con que compensa el menos de goce consecuencia de la castración en la medida en que no toda la libido pasa del yo a la imagen. Ésta es no-toda, no toda investida libidinalmente, queda una “reserva” de goce del lado del yo de modo que el efecto de pérdida que implica la castración se “compensa” con un plus-de-gozar que es producido como un excedente por el significante y se aloja en el yo bajo su investidura narcisista. El neologismo parlêtre que inventa Lacan para nombrar al ser que, hablando, goza, viene a indicar la existencia de ese plus-de-gozar que constituye el núcleo del yo.

         Hay entonces un doble efecto del significante: un efecto de pérdida, que implica un menos de goce, a la vez que un más suplementario, una especie de “bonificación” que viene en “compensación” de lo perdido. En Encore[13] Lacan va a decir que el significante es causa de goce, de tal modo que hablar no es sólo demandar: el habla produce también un plus-de-gozar que no demanda nada a nadie. En este sentido el sujeto se satisface él mismo, autoeróticamente, y este goce se disemina por todos lados, particularmente en el cuerpo. Por esto el yo es esa imagen cuya consistencia depende del plus-de-gozar y el narcisismo envuelve así un mítico autoerotismo primario tal como lo describe Freud: “Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya”[14].

         Para fundamentarlo más rigurosamente Lacan indica en el grafo del deseo una analogía entre el fantasma como respuesta al deseo del Otro y el yo como efecto de la identificación con la imagen del otro (el semejante en este caso). Si el fantasma es esa fórmula del goce singular del sujeto y el yo es homólogo al fantasma, hay entonces goce en el núcleo mismo del yo, como se desprende de la definición que propone para esos objetos que serán llamados posteriormente “plus-de-gozar”: “Un rasgo común a esos objetos en nuestra elaboración: no tienen imagen especular, dicho de otra manera, de alteridad. Es lo que les permite ser ‘el paño’, o para ser más precisos el forro, sin ser por ello su envés, del sujeto mismo que se considera sujeto de la conciencia. Pues el sujeto que cree tener acceso a sí mismo designándose en el enunciado no es otra cosa que un objeto tal”[15].

         Es importante precisar que lo traducido como “paño” es, en francés, étoffe, cuyo correspondiente más adecuado en español es “estofa”. Étoffe proviene del francés antiguo stofe que significa “materiales de cualquier clase, tela o tejido de labores”, así como también “calidad, clase”, presente en expresiones como “de mi estofa” o “de baja estofa”. El yo, señala así Lacan, está hecho de esa “estofa” que es la de los objetos que se separan del sujeto como consecuencia de su constitución en lo simbólico.

         Hay entonces algo más que narcisismo en el yo y este algo más es precisamente el plus-de-gozar que constituye su núcleo. El significante que determina al sujeto introduce una brecha, esa hiancia entre el cuerpo como “corporización” significante y el goce que se llama “castración” y que es un vaciamiento de goce que hace del cuerpo ese “desierto de goce”. Pero junto a este vaciamiento produce un excedente, un plus que va a alojarse en el cuerpo como esa “estofa” del yo.

         En estas consideraciones está la base de las reflexiones que Lacan va a desarrollar en los seminarios De otro al otro y Encore en los que formulará desde la perspectiva del goce un importante replanteamiento del concepto de narcisismo así como del de “herida narcisista”. Afirma allí que el plus-de-gozar constituye el núcleo del yo, lo que significa que la llamada “herida narcisista” consiste en algo más que el daño que puede sufrir la imagen yoica; atañe más bien al cuestionamiento de un modo de gozar en el que el sujeto está instalado y que no quiere abandonar.

         Ya en 1948, más de diez años antes de la aparición del concepto de goce, Lacan pone en boca de quien llega a análisis estas palabras que hacen alusión a lo que se señala: “Échate encima –nos dice- este mal que pesa sobre mis hombros; pero tal como te veo, ahíto, asentado y confortable, no puedes ser digno de llevarlo”[16]. ¿Qué otra cosa podría ser ese “mal” –a la luz de los desarrollos posteriores- sino ese goce que habita al sujeto y configura el núcleo mismo de su yo?

          Se puede decir entonces que no todo en el yo es efecto imaginario del significante. Incluye también la dimensión real, el objeto a, que es refractaria a la interpretación significante. En otros términos, el yo no sólo se sostiene de la imagen del otro, del semejante sino también, y básicamente, del plus-de-gozar que encarga el objeto a.

           Una ilustración muy clara se encuentra en el comentario que hace Lacan en el seminario Encore acerca de la “cotorra enamorada” de Picasso, que le mordía el cuello de su camisa y los botones de su saco: “Esta cotorra estaba en efecto enamorada de lo que es esencial en el hombre, su vestimenta”[17]. Enamorarse de la vestimenta es el paradigma del amor: “El hábito ama al monje porque debido a esto no son sino uno […] “Lo que hay bajo el hábito y que llamamos el cuerpo no es tal vez sino ese resto que llamo el objeto a” […] Lo que sostiene la imagen es un resto. El análisis demuestra que el amor en su esencia es narcisista y denuncia que la sustancia del pretendido objetal -baratin[18]– es de hecho lo que, en el deseo, es resto, a saber, su causa y el sostén de su insatisfacción, incluso de su imposibilidad”[19].

           Se trata indudablemente de una ironía que alude a la llamada “relación de objeto” como supuestamente contraria al narcisismo: el objeto de amor no es sino la vestimenta –la imagen de sí- que envuelve al objeto causa de deseo –el objeto perdido y a la vez plus-de-gozar- y lo oculta. Hay así en el amor una conjunción entre vestimenta –la imagen- y objeto a, una conjunción que no es sin resto porque la vestimenta deja aflorar inevitablemente un residuo no investido: “El amor es impotente aunque sea recíproco, porque ignora que no es sino deseo de ser Uno”[20].

         La llamada “relación de objeto” no es un vínculo “complementario” entre sujeto y objeto. Se trata más bien de una relación con esa vestimenta que es la imagen pero que apunta a alcanzar en el otro ese objeto que encarna su plus-de-gozar”. Por esto la sentencia de Lacan: “Te amo, pero como inexplicablemente amo en ti algo más que a ti mismo, el objeto a, te mutilo”[21].

         En el afán de alcanzar la meta narcisista el amor “quiere” ese plus que sitúa en el otro y en la medida en que no lo obtiene se convierte en odio: “El verdadero amor desemboca en el odio”[22]. Este amor “verdadero” no es sino la otra cara del amor que se sostiene en el espejismo del narcisismo y la idealización. En ambos casos se enlazan solamente dos dimensiones: el amor y el goce y esto conduce a ese atolladero.

           Será necesario entonces, para que el lazo se sostenga, la articulación de ellas con una tercera: el deseo. Hay que recordar otro de los aforismos de Lacan: “Sólo el amor permite al goce condescender al deseo”[23]. Ahora bien, si el deseo es posible porque el otro del amor –más allá de su condición de objeto de satisfacción- toma el lugar de causa para el mismo, su presencia puede operar como límite ante la exigencia “amorosa” de mutilarlo de su objeto plus-de-gozar y, al no lograrlo, dar lugar al odio.

           No habrá por lo tanto posibilidad de lazo sino por el anudamiento del amor con el deseo y el goce. Se puede así intentar una variante de la sentencia de Lacan: “Solo el deseo permite al amor coexistir con el goce”.          

     

     

    [1] S. Freud: Introducción del narcisismo. En Obras completas, Tomo XIV. Amorrortu, Buenos Aires, 1978, p. 87. Las cursivas me pertenecen.

    [2] Cf. J. Lacan: De nuestros antecedentes. En Escritos 1.Siglo XXI, México, 1995, p. 59.

    [3] J. Lacan: Introducción al comentario de Jean Hippolyte sobre la Verneinung de Freud. En Escritos 1, Siglo XXI, México, 1994, p. 357.

     

    [4] Ibíd., p. 357.

    [5] Ibíd., p. 357.

    [6] S. Freud: Sobre la dinámica de la transferencia. En Trabajos sobre técnica psicoanalítica. Obras completas, Tomo XII, Amorrortu, Buenos Aires, 1978, p. 99.

    [7] J. Lacan: La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos 2, Siglo XXI, México, 1995, p. 594.

    [8] Cf. J. Lacan: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Ibíd., p. 794.

    [9] Ibíd., p. 796.

    [10] J. Lacan: La dirección de la cura. Op. Cit., p. 617.

    [11] Hay que agregar que en esta categoría de objetos pueden incluirse también –además de aquéllos que vienen del cuerpo y se pierden por el cuerpo ya sea por sus características “naturales” o por la intervención de lo simbólico- los llamados actualmente gadgets que se adhieren al cuerpo como verdaderos apéndices de los que no se desprende.

    [12] J. Lacan: Scilicet 2/3. Seuil, Paris, 1968, p. 11.

    [13] Cf. J. Lacan: Le séminaire. Livre XX. Encore. Seuil, Paris, 1975.

    [14] S. Freud: Introducción del narcisismo. En Obras completas, Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1978, p. 74.

    [15] J. Lacan: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. En Escritos 2, op. Cit. P. 798.

    [16] J. Lacan: La agresividad en psicoanálisis. En Escritos 1, Siglo XXI, México, 1995, p. 99.

    [17] J. Lacan: Le séminaire. Livre XX. Encore. Op. Cit., p. 12.

    [18] En francés: “discurso abundante (sobre todo para engañar, seducir)”.

    [19] J. Lacan: Le séminaire. Livre XX. Encore. Op. Cit., p. 12.

     

    [20] Ibíd., p. 12.

     

    [21] J. Lacan: Le séminaire. Livre XI. Les quatre concepts fundamentaux de la psychanalyse. Seuil, Paris, 1973, p.241

    [22] J. Lacan: Le séminaire. Livre XX. Encore. Seuil, Paris, 1975, p. 133.

    [23] J. Lacan: Le séminaire. Livre X. L’angoisee. Seuil, Paris, 2004, p. 209,