Sujeción no es fijación.

Ronit Guttman[1].

 

Resumen: ¿Es posible desujetarse? ¿A qué estamos sujetos? Estamos sujetos al lenguaje. Sujetos de derecho, sujetos de la ley, sujetos del inconsciente: lenguaje. Estamos y somos sujetos al, del y en el lenguaje. El hecho mismo de poder plantear la pregunta da cuenta de que no es posible desujetarse.

Palabras clave: sujeción, fijación, lenguaje, pulsión, objeto, descarga.

 

 

Las ideas que nuestros sabios se forjan sobre la relación de objeto acabada son de una concepción más bien incierta y, si son expuestas, dejan aparecer una mediocridad que honra a la profesión.

Jacques Lacan.

 

Un ser que estuviese enteramente sin relaciones con la lengua, es una idea.

Walter Benjamin.

 

¿Es posible desujetarse?[2] Antes de responder a esta pregunta es preciso saber a qué estamos sujetos. Estamos sujetos al lenguaje. Sujetos de derecho –algunos, cuando tenemos derecho a estar sujetos al derecho– sujetos –todos– de alguna ley, sujetos del inconsciente y el inconsciente se estructura como un lenguaje, nos dice Lacan. Estamos sujetos al lenguaje, somos sujetos del y en el lenguaje: «el lenguaje nos emplea (Lacan, “El seminario: libro 17: el reverso del psicoanálisis” 70)». Ese Otro con mayúscula, inconsciente, que no es ningún otro sino una función que muchos otros encarnan, pero que es él quien nos sujeta, a quien nos sujetamos, el tesoro de los significantes; una vez más (siempre, en realidad), lenguaje.

 

De principio sólo hay naturaleza como eso instintivo animal, indomable, puramente orgánico. Lo demás, eso que llamamos humano, la subjetividad, no viene sino con el lenguaje –arte/facto– y todo lo que él a su vez efectivamente produce: mundo: nuestra experiencia del mundo.

 

Me resulta entonces impensable siquiera la sola posibilidad de imaginar qué sería de la especie sin lenguaje, en el entendido de que nuestro rasgo principal es el lenguaje y lo que con él hacemos: [mal]comunicarnos[3]. Nuestra humanidad descansa en –dependerá el marco conceptual, recordemos que el tiempo es histórico– el uso de razón, la conciencia de sí, la capacidad de cuestionamiento; todas construcciones lingüísticas.

 

La realidad del lenguaje no se extiende sólo a todos los campos de expresión espiritual del hombre –a quien en un sentido u otro pertenece siempre una lengua– , sino a todo sin excepción. No hay acontecimiento o cosa en la naturaleza animada o inanimada que no participe de alguna forma de la lengua, pues es esencial a toda cosa comunicar su propio contenido espiritual (Benjamin 127).

 

Si de principio hay puro instinto, la pulsión, explica Freud ya en 1915 en Pulsiones y destinos de pulsión, vendrá a amarrar eso del orden de lo anímico que rebasa lo animal y nos constituye subjetivamente, a través del lenguaje –impuesto por Otro (la madre o la función nutricia en principio, pero él mismo siempre):

 

La ‘pulsión’ nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal (117).

 

La pulsión es el estímulo que viene de adentro y amarra al alma con el cuerpo. De la pulsión no se puede huir y por más que se la satisfaga, nunca se le satisface, pues no hay descarga total. Total para la pulsión es sólo la inorganicidad.

 

Si la pulsión es la trabazón de lo anímico con lo corporal, habita en y transita por el [lenguaje] inconsciente; si la pulsión es una noción freudiana y por lo tanto queda sujeta a la existencia de Freud y a su desarrollo del psicoanálisis, la pulsión –y valga lo mismo para el inconsciente– , antes de ser un concepto fronterizo, es lenguaje, como las matemáticas lo son, como la química lo es. En el agua no hay H₂O, ni siquiera hay a, ge, u, a sin lenguaje. En el hombre no hay inconsciente, ni pulsión, ni siquiera subjetividad sin lenguaje. Si hoy podemos hablar de los efectos de la clínica psicoanalítica, es precisamente por eso, porque podemos hablar de los efectos de la clínica psicoanalítica.

 

¿Cómo, entonces, desujetarnos? El hecho mismo de plantear la pregunta nos mantiene sujetos [al lenguaje].

 

No hay por lo tanto un sujeto hablante de las lenguas, si con ello se entiende a quien se comunica a través de tales lenguas. El ser espiritual se comunica en y no a través de una lengua: es decir, no es exteriormente idéntico al ser lingüístico. El ser espiritual se identifica con el lingüístico sólo en cuanto es comunicable. Lo que es un ser espiritual es comunicable es su ser lingüístico (Benjamin 129).

 

La pulsión es lenguaje, sí, pero todo de nosotros después del instinto lo es –¡y vaya que hemos rebasado el límite del instinto!: el malestar en la cultura, el porvenir de una ilusión, nada más por mencionar algunos rasgos, que no sólo títulos– y la pulsión tiene efectos concretos en la vida de los sujetos. A través de la pulsión, su esfuerzo (factor motor), su meta (satisfacción, su vía de descarga o inhibición), su fuente (proceso somático donde es representada) y sobre todo su objeto, establecemos vínculos sociales. El objeto es la otra o la misma parte a la que la pulsión se enlaza, sigue Freud:

 

El objeto de la pulsión es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta. Es lo más variable en la pulsión; no está enlazado originariamente con ella, sino que se le coordina sólo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción[4]. No necesariamente es un objeto ajeno; también puede ser una parte del cuerpo propio. En el curso de los destinos vitales de la pulsión puede sufrir un número cualquiera de cambios de vía; a este desplazamiento de la pulsión le corresponden los más significativos papeles. Puede ocurrir que el mismo objeto sirva simultáneamente a la satisfacción de varias pulsiones (118).

 

Si bien no podemos desujetarnos, habría que pensar en las formas que faciliten los cambios de vías, los desplazamientos del objeto de la pulsión. La pulsión requiere por definición un objeto auxiliador, y todo lo que de ese primer objeto se teje se antoja erótico, objeto de deseo, objeto a. El vínculo con el primer objeto marcará (huellas objeto de amor u odio), así como también los destinos de la pulsión (el trastorno hacia lo contrario, la vuelta hacia la persona propia, la represión o la sublimación); y en función de la relación de la pulsión con su[s] objeto[s] y sus posibles destinos, entenderemos [o más bien, no] la compleja y vasta red de ambivalencia que gobierna la vida anímica en términos de amor (tres polaridades: Sujeto (yo)-Objeto (mundo exterior), Placer-Displacer, Activo-Pasivo). Pero no hay que olvidar que antes de los destinos, de la ambivalencia, del masoquismo y el sadismo en el principio de placer y más allá de él, todas las oposiciones entre amar y odiar, amar y ser-amado y amar-odiar e indiferencia, la pulsión puede fijarse a un objeto solamente, como Freud explica y continúa:

 

Un lazo particularmente íntimo de la pulsión con el objeto se acusa como fijación de aquella. Suele consumarse en períodos muy tempranos del desarrollo pulsional y pone término a la movilidad de la pulsión contrariando con intensidad su desasimiento (118. Subrayado mío).

 

Es decir, la pulsión necesita (Ananké) descarga. Fijar la pulsión a un único objeto termina por obstruir el flujo de descarga, pues sujeta al sujeto, más allá del lenguaje, del Otro, al otro semejante: pura fetichización. No hay que perder de vista el desplazamiento, pues lo contrario inmoviliza al sujeto causándole aún más malestar y sufrimiento, asfixia con a de angustia[5]. Sujeción no es fijación. Sujeción es causa y efecto del vínculo social, fijación es esclavización del sujeto al objeto.

 

El analista entonces no podría acosar sin peligro al sujeto en la intimidad de su gesto, o aún de su estática, salvo a condición de reintegrarlos como partes mudas de su discurso narcisista, y esto ha sido observado de manera muy sensible […] El peligro allí no es el de la reacción negativa del sujeto, sino más bien el de su captura en una objetivación, no menos imaginaria que antes, de su estática, o aún de su estatua, en un estatuto renovado de su alienación.

Muy al contrario, el arte del analista debe ser el de suspender todas las certidumbres del sujeto, hasta que se consuman sus últimos espejismos. Y es en el discurso donde debe escandirse su resolución (Lacan, «Función y campo de la palabra» 244. Subrayado mío).

 

¿Es posible desujetarse? Sólo el pasaje al acto, punto de no retorno. La apuesta del psicoanálisis no es la desujetación, sino la no fijación. La apuesta del psicoanálisis es moverse con m de migrar: cambiar de posición. Las neurosis de transferencia implican un desdoblamiento, despliegue y repliegue (metonimia) y esto ofrece una oportunidad de desplazamiento (metáfora) a sitios de menor angustia, de menor sufrimiento[6], porque lo contrario es puro goce, la satisfacción parcial y punitiva con sus beneficios secundarios de una instancia del aparato psíquico, a la vez que la causa de un profundo y repetido malestar en otra. Posibilitarle al sujeto –suspender (≠ fijar) tantas certidumbres como sea posible– desplazarse de objeto en objeto para que la pérdida inevitable (Ananké) sea menos dolorosa o el dolor se viva de modo asumido; y todo a través del lenguaje, a través de ser y estar sujeto a él, porque nos llamamos, porque tenemos nombre [del padre, de la madre, de quien sea que nos llame, que nos nombre y nos designe un lugar en la dimensión simbólica y en el mundo]. Estamos migrando –en gerundio–, procuremos el sentido y la dirección de la migración a una mejor (no en sentido moral, sino de bienestar anímico) posición: nadie deja su lugar si no es por el anhelo de estar mejor, y moverse con m de migrar implica renuncia y pérdida y por lo tanto dolor, pero implica siempre posibilidad. Desujetarse es pura imposibilidad, sujetos como estamos siendo, migremos.

 

Bibliografía consultada:

Bataille, Georges. El erotismo. México: Tusquets, 2013.

Benjamin, Walter. Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres, en Ensayos escogidos. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010.

Derrida, Jacques. Amar de amistad: quizá – el nombre y el adverbio, en Políticas de la Amistad. Madrid: Trotta, 1998.

Freud, Sigmund. Pulsiones y destinos de pulsión, en Obras completas. Volumen XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 2012.

Lacan, Jacques. El seminario: libro 17: el reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2010.

Lacan, Jacques. Función y campo de la palabra, en Escritos 1. México: Siglo XXI, 2009.

 

 

 

 

 

[1] Maestra en Saberes sobre Subjetividad y Violencia por el Colegio de Saberes. Actualmente cursa la Espacialidad en psicoanálisis en Dimensión psicoanalítica. Contacto: ronguttberdit@gmail.com

[2] Ésta parece una pregunta respondida hace tiempo y carente de pertinencia entrados en el siglo XXI. Parece, como así me lo hizo notar un notable profesor y psicoanalista, que esta pregunta hace eco de algunas ideas vigentes en la década de los setenta, época que –por su acontecer: la Guerra Fría y la división del mundo a sus semejanzas, las invasiones a Vietnam y Corea, las dictaduras militares sudamericanas, la represión política estudiantil y los movimientos por los derechos de los negros y las mujeres, por mencionar sólo algunos– buscó alguna suerte de liberación y se propuso, dentro del medio psicoanalítico y filosófico, «romper con las ataduras, desujetarse, acabar con la represión», como si la represión en psicoanálisis no fuera un mecanismo de defensa y protección del yo y fuera más bien concebida como vulgarmente se entiende la represión policial y política: totalmente exterior; y «deshacerse del superyó» como si el superyó no tuviera un papel fundamental regulador y parte protagónica en la realización del ideal del yo, entre muchas otras cosas. Como si cualquiera de las empresas arriba enlistadas fuera posible.

Si bien desujetarse no es posible –y de eso trata el presente artículo– semejante planteamiento, parece, se ajustaba a semejante acontecer de semejante época, al menos imaginariamente. Lo que hoy acontece, nuestros tiempo y espacio, exigen pensar otras posibilidades que parten de la violencia fundante y asumen por lo tanto la urgencia de límites. Tan fuera de lugar como puede parecernos hoy, una propuesta setentera tomó lugar en el marco de un seminario para pensar la violencia desde el psicoanálisis.

Leyendo Nietzsche en Más allá del bien y del mal, a finales del XIX (aquí en una traducción de Derrida para su Políticas de la amistad), la propuesta de desujetarse de mediados del XX parece no sólo caduca desde su génesis sino que irresponsable en todo momento y en todo lugar:

En todos los países de Europa, y asimismo en América, hay ahora gente que abusa de ese nombre [el de «espíritu libre»], una especie de espíritus muy estrecha, muy prisionera, muy encadenada, que quiere aproximadamente lo contrario de lo que está en nuestras intenciones e instintos –para no hablar de que, por lo que respecta a esos filósofos nuevos que vienen, ellos tienen que ser ventanas cerradas y puerta con el cerrojo corrido–. Para decirlo pronto y mal, niveladores es lo que son esos falsamente llamados «espíritus libres» –como esclavos elocuentes y plumíferos que son del gusto democrático y de sus «ideas modernas» […] son, cabalmente gente no libre y ridículamente superficial, sobre todo en su tendencia básica a considerar que las formas de la vieja sociedad existente hasta hoy son más o menos la cuna de toda miseria y fracaso humano: ¡con lo cual la verdad viene a quedar felizmente abajo!–. A lo que ellos querían aspirar con todas sus fuerzas es a la universal y verde felicidad-prado del rebaño, llena de seguridad, libre de peligro, repleta de bienestar y de facilidad de vida para todo el mundo: sus dos canciones y doctrinas más repetidamente canturreadas se llaman «igualdad de derechos» y «compasión con todo lo que sufre», y el sufrimiento mismo es considerado por ellos como algo que hay que eliminar (59-60).

[3] [mal]comunicarnos no en sentido moral, sino por la imposibilidad de poner en común. Aunque sean muchas las veces en que alcancemos alguna suerte de consenso la comunicación no existe. Bataille, en El erotismo, deja ver con nitidez la trampa de la comunicación por una diferencia primaria e ireductible:

Entre un ser y otro ser hay un abismo, hay una discontinuidad. Este abismo se sitúa, por ejemplo, entre ustedes que me escuchan y yo que les hablo. Intentamos comunicarnos, pero entre nosotros ninguna comunicación podrá suprimir una diferencia primera. Si ustedes se mueren, no seré yo quien muera. Somos, ustedes y yo, seres discontinuos (17).

[4] Más arriba, en la ¿definición? de meta, Freud agrega hacia el final del párrafo:

 

La experiencia nos permite también hablar de pulsiones ‘de meta inhibida’ en el caso de procesos a los que se permite avanzar un trecho en el sentido de la satisfacción pulsional , pero después experimentan una inhibición o desviación. Cabe suponer que también con esos procesos va asociada una satisfacción parcial (118. Subrayado mío).

[5] Porque al final, ningún objeto de deseo satisface por completo la pulsión, y aquí ya no importa si la pulsión se fija en un único objeto o es capaz de desplazarse a varios: no habrá satisfacción total en ningún caso, ¡y qué bueno! Lo otro, como ya adelantaba [Freud] es inorganicidad. Lo que sí importa son los duelos: suponer que toda posible satisfacción está de una sola vez en un único objeto implica unas constantes y profundamente hondas pérdida y frustración.

[6] Al moverse no hay garantía respecto a la dirección en que se está efectuando el movimiento. El sujeto puede moverse y re-acomodarse en un sitio de mayor dolor y sufrimiento. El trabajo del psicoanalista es escuchar con atención para evitar esto. Una escucha flotante atenderá a las pistas que marquen la dirección del camino del analizante que le permitan moverse en el sentido deseado.

Bibliografía consultada:

Bataille, Georges. El erotismo. México: Tusquets, 2013.

Benjamin, Walter. Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres, en Ensayos escogidos. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010.

Derrida, Jacques. Amar de amistad: quizá – el nombre y el adverbio, en Políticas de la Amistad. Madrid: Trotta, 1998.

Freud, Sigmund. Pulsiones y destinos de pulsión, en Obras completas. Volumen XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 2012.

Lacan, Jacques. El seminario: libro 17: el reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2010.

Lacan, Jacques. Función y campo de la palabra, en Escritos 1. México: Siglo XXI, 2009.