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  • Psicoanálisis, sujeto psíquico y medios de difusión

    Psicoanálisis, sujeto psíquico y medios de difusión

     Enrique Guinsberg

    Desde la primera infancia y a lo largo de nuestra vida cotidiana estamos expuestos a los atractivos mensajes de un aparato receptor que ya forma parte de la ecología familiar.

    Pablo Arredondo Ramírez

     Inter y transdisciplinariedad no son una excepción a la lamentable contradicción que se presenta entre lo que siempre se dice que debe hacerse pero no se hace. Carencia que hoy, más que nunca, produce serias dificultades y trabas a la investigación de los problemas que se presentan dentro del amplio campo de las llamadas “ciencias” sociales en general.

     En tal contexto se presenta una situación clara de lo apuntado: no hay psicoanalista o psicólogo que deje de comprender la incidencia de los medios masivos de difusión en los sujetos de nuestro tiempo, ni comunicólogo que niegue la importancia del conocimiento del psiquismo en múltiples problemas de su campo. Pero tal reconocimiento muy pocas veces pasa de la teoría para buscar los vínculos y articulaciones entre ambas disciplinas, justificándolo con la aceptación de la ignorancia de esferas que consideran no son de su específica competencia. Pero, aceptando sin conceder que ello sea cierto, son muy escasas las búsquedas de tal vinculación y/o encuentro a través de marcos de estudios al menos interdisciplinarios.

     El problema aquí planteado se inscribe en tal carencia y limitación, por lo que es necesario señalar tal necesidad, ya encarada en trabajos anteriores[2], que en líneas generales plantean lo imperioso de la construcción de una dialéctica entre los procesos de emisión y de recepción de los contenidos de los medios masivos de difusión, facetas imposibles de abarcar sin una integración (subrayado para indicar que no se trata de una suma) de conocimientos sobre aspectos político-sociales y subjetivos.

     La importancia del problema surge de la trascendencia y magnitud, actual y existente desde hace bastante tiempo, de los medios masivos de difusión, para muchos estudiosos hoy las instituciones hegemónicas del mundo presente. En consecuencia resulta imperioso estudiar el aporte de ellos al proceso de constitución del modelo de Sujeto psíquico que cada marco social requiere para su mantenimiento y reproducción, como también los aspectos subjetivos que posibilitan y permiten tanto el impacto como la aceptación o rechazo de los programas y contenidos predominantes en los medios (algo que el psicoanálisis conoce hace mucho tiempo pero que los comunicólogos hace poco comienzan a reconocer a través del llamado momento de la recepción, donde se reconoce el papel “activo” de los receptores, mientras hasta no hace mucho primaba la idea de uno “pasivo” sometido a los impactos de los mensajes, planteo conductista conocido como “teoría de la bala” o de la “aguja hipodérmica” por la dificultad o imposibilidad de rechazarlos). 

     Lo incuestionable es que hoy los medios (sobre todo la TV) son para los niños, y prácticamente desde el mismo nacimiento, parte fundamental y estructural de su vida: están con ella más tiempo que en una escuela que les resulta mucho menos placentera, y seguramente aprenden más allí respecto a la vida, costumbres y normas sociales. Todo esto pueden verlo y lo saben de hecho no sólo los educadores que observan la disminución de su peso educativo -quizás no tanto, aunque sustancial, en el suministro de conocimientos, sino sobre todo en las esferas mucho más importante de normas, ideales e ideologías, etc-, como también los psis que ven como los niños juegan a lo que les muestran los programas de moda, quieren ser como sus personajes, etc., así como aspectos similares en adolescentes, adultos, etc. En este sentido es de recordar la lucidez de uno de los escasos sociólogos norteamericanos críticos y no funcionalistas cuando hace ya varias décadas sintetiza magistralmente el problema al señalar que «Los medios masivos de comunicación: 1) le dicen al hombre de masa quién es: le prestan una identidad; 2) le dicen qué quiere ser: le dan aspiraciones; 3) le dicen como lograrlo: le dan una técnica; 4) le dicen cómo puede sentir que es así, incluso cuando no lo es: le dan un escape»[3]

     Es por ello que no constituye ninguna exageración afirmar que los medios son actualmente una verdadera «escuela» para la estructuración de los Sujetos. Desde una perspectiva teórica psicoanalítica -y como parte de la relación hombre-cultura estudiada en un artículo anterior[4]-, no puede dejar de estudiarse y comprenderse su aporte a la conformación del Aparato Psíquico: son quienes más ofrecen en el señalamiento de una determinada visión de lo que se convertirá en principio de realidad (que, como es conocido, tiende a ir reemplazando al principio del placer de los inicios de la vida del niño, lo que permite la llamada socialización), y ofrecen constantes y múltiples modelos identificatorios -ambos aspoectos centrales para la constitución del Yo-, a más de mostrar de manera permanente qué es lo bueno y lo malo (con sus consecuentes premios y castigos), que se convierten en ejemplos para el Superyo. A esto deben agregarse técnicas para lograr lo que se indica, propuestas de cumplimiento de deseos, ofrecimiento de fantasías, etc.[5]

     Claro que estos resultados no podrían darse si los medios no actuasen sobre aspectos específicos del psiquismo de los Sujetos. Los contenidos de los medios obtienen éxito porque ofrecen respuestas a las necesidades subjetivas de los receptores, fundamentalmente a aquellas de tipo emocional y afectivo de las que el Sujeto carece. Y este es un aspecto sobre el que el psicoanálisis puede ofrecer mucho para la comprensión de los procesos comunicativos en general, y del llamado «momento de la recepción» en particular.

    FAMILIA Y TV

     Pero ¿puede y debe incluirse a los medios cuando la mayor parte de los estudios psicológicos y psicoanalíticos clásicos han visto y ven a la familia como la institución básica y casi única en tal proceso? El problema, en relación con los medios, puede verse al menos desde cuatro perspectivas.

     El primero tiene que ver con la clásica discusión sobre la hegemonía de las distintas instituciones sociales en el proceso de socialización. Si bien la familia sigue teniendo un rol fundamental y por el momento irrenunciable, también es cierto que su peso es ya bastante menor al de épocas pasadas; y que otras instituciones, los medios en primer lugar, ocupan un lugar que no puede negarse. No es este el lugar para demostrar este rol hegemónico, aspecto desarrollado en la bibliografía mencionada en la nota 2: baste ahora sólo recordar que la presencia de los medios es actualmente permanente en todos los ámbitos sociales y que tiende a acrecentarse de una manera imposible de prever por el actual desarrollo electrónico e informático, con una incidencia socializadora/ideologizadora mayor cuando existen límites para la concurrencia a la educación formal y a la información (como ocurre en países pobres o en sectores sociales con importantes niveles de analfabetismo).

     En esta perspectiva, y ya en la década de los ’50, Marcuse planteaba el problema: «El desarrollo social, que ha destronado al individuo como sujeto económico, también ha reducido al mínimo la función individualizadora de la familia en favor de potencias mucho más efectivas. La nueva generación es llevada hacia el principio de realidad menos por medio de la familia que por medios exteriores a ésta; la juventud aprende a conocer las formas de comportamiento y las reacciones socialmente útiles fuera de la protegida esfera privada de la familia. El padre moderno no es ningún representante efectivo del principio de realidad y la relajación de la moral sexual facilita el dejar atrás el complejo de Edipo: la lucha contra el padre ha perdido mucho de su decisiva importancia psicológica»[6]. Y años más tarde continúa su idea: «Desde el nivel preescolar, las pandillas, la radio y la televisión establecen el modelo de conformismo y la rebelión; las desviaciones del modelo son castigadas no tanto dentro de la familia como fuera de ella y en su contra. Los expertos en los medios de difusión transmiten los valores requeridos; ofrecen perfecto entrenamiento en eficiencia, tenacidad, personalidad, sueños, romances. Contra esta educación la familia ya no puede competir»[7]

     Más allá de la discusión sobre sus afirmaciones respecto al complejo de Edipo, la misma idea es planteada desde diferentes ámbitos teóricos e incluso políticos. Entre los primeros, Schneider considera que «los conocimientos y habilidades necesarios para el mundo moderno, en perpetuo cambio, no pueden desarrollarse ya de generación en generación dentro de la familia. Como la familia burguesa no puede transmitir ya el saber necesario para el proceso de producción, también va perdiendo más y más su clásico cometido educador«[8]. Por su parte un investigador de la comunicación lo atestigua en un trabajo de campo con los purépechas en Michoacan, donde observa que «la familia como núcleo social en el cual se generan y reproducen los componentes esenciales de la cultura de esta etnia» se han visto modificados al llegar la TV que «ha venido a atacar precisamente a este núcleo y su capacidad generadora y reproductora de cultura»[9] .

     En un ámbito distinto otros investigadores perciben los cambios que la TV produce tanto en la reproducción cultural como en la misma dinámica familiar, destacando que los padres que se han apartado temporalmente de la televisión juegan más con sus hijos; indican también que una encuesta presentada en un Congreso europeo de psiquiatría en 1979 muestra que «la TV disminuye y anula la comunicación familiar (de los niños estudiados, el 40% preferían la televisión a sus padres y un 20% la preferían a sus madres)»; e informan que Klaus Amman, ponente en el IV Congreso Internacional «Familia y Medios de Comunicación», realizado el mismo año en Zürich, calificó a la TV de «abuela electrónica» y «jefe fantasma de la familia» por convertirse en dictadora de los horarios familiares «hasta el punto de que las visiones proféticas del Farenheit 451 de Ray Bradbury u otras novelas de anticipación, cada vez parecen menos exageradas, más realistas»[10].

     Desde un punto de vista psicoanalítico -en este caso proveniente de su campo institucional y ortodoxo-, se reitera lo conocido de la utilización de la TV como «niñera mecánica» y las consecuencias de ésto como de su uso constante: pérdida de atención de los miembros familiares a otros y los cambios que esto produce en la comunicación; necesidad de investigar los efectos de la TV en la personalidad, etc.[11] . De manera menos académica pero muy gráfica plantea algo similar un connotado psicólogo social al plantear que «no hay más triángulo en la familia, ya es un cuadrilátero, porque el televisor es un tío psicópata que se incluyó y los sedujo a todos»[12].

     Y aunque nunca dejó de pensarse que la familia ha sido, sigue siendo, y nada indica que dejará de serlo, una institución central y primaria en el proceso de conversión en Sujeto, hoy existe una dinámica de cambio que no puede desconocerse en relación con otras instituciones, y que de algún modo modifica el rol familiar.  Ya se verá que esto influye en las demás perspectivas.

     Expresión de todo lo señalado es que los medios se han convertido, o tienden a hacerlo, en los articuladores con otras instituciones centrales del mundo actual, entre ellas las iglesias y la escuela formal (transmitiendo o siendo expresiones de diferentes cultos, actuando como «tele-escuela», etc). Y si bien sería exagerado afirmar que también lo hacen o lo intentan y logran con la familia, no lo es destacar como buscan (y consiguen) incorporarse a ella como un nuevo integrante, participante e interviniente. De esta manera, y tal como ya se mencionó, el poder e influencia familiar se relativiza, lo que han comprendido muy bien los sistemas de poder, que buscan establecer una especie de alianza medios/familia para la consolidación de sus objetivos sociales, políticos, etc. Alianza porque, por separado, ninguna de ambas instituciones garantizan el grado de eficiencia en el proceso socializador de un mundo cada vez más complejo y diversificado.

     Pero si la familia no puede satisfacer las altas necesidades de capacitación (y a veces de socialización/ideologización), sí ofrecen el marco propicio -es decir la base afectiva imprescindible- para la constitución de los sujetos, cimiento para la internalización de los contenidos de los medios. Es por eso que ya los asesores del ex-presidente Nixon proponían -con base en la experiencia de la exitosa Plaza Sésamo– la realización de un programa de vinculación medios-familia-escuela, plan que proponía derrumbar el muro escuela/hogar ya que «las nuevas tecnologías de comunicación permitirán poner fin a la segregación entre la institución escolar y la institución familiar», por estimarse «que en el año 2000 la educación será dispensada en gran parte en el hogar, de manera permanente por vía electrónica». Las distintas fases del proyecto planteaban que «cada hogar se convertiría en escuela, gracias a un soporte electrónico conectado a un sistema central de computación situado en un centro de enseñanza…». De tal manera «el fin de la segregación entre escuela y hogar sería la ocasión de insistir sobre la importancia del papel de los padres, llamados a convertirse en ’monitores electrónicos’ de sus hijos». En una intención que podría haber parecido de ciencia-ficción anticipada por Bradbury[13], pero hoy se observa nada fantasiosa, «el nuevo sistema de electronización de la enseñanza tendría a su cargo la formación del niño desde la más tierna edad, no quedando en la vida del niño y la madre ni un solo resquicio que escape a la influencia de los medios audiovisuales»[14]. Proyecto aún no realizado para la educación «formal» pero sí para una amplia en el sentido general del término, tanto por la presencia de la TV sobre el niño desde prácticamente su nacimiento, por las horas que se encuentra frente a ella, como porque a su vez las familias actuales ya están educadas por ella y transmiten a sus hijos una «cultura televisiva

     Esta relativa pero real disminución del peso familiar y el acrecentamiento del de los medios seguramente agradará a quienes han señalado y/o señalan la «crisis» de la familia, o a quienes cuestionan su rol actual achacándoles la responsabilidad en la producción de una también criticada «normalidad» mental (caso de David Cooper entre otros) o de la esquizofrenia (Escuela de Palo Alto). Sin embargo no parece haber razones para ser optimista en este sentido: por un lado los medios casi siempre hacen un frente común con la familia, con indudables contradicciones pero dentro de un marco ideológico «modernizado» aunque no antagónico respecto a los valores tradicionales; por otro lado, muchas de las características criticadas de la dinámica familiar también existen en los mensajes de los medios: por ejemplo, y como ya fuera planteado en los citados escritos anteriores, puede pensarse que la situación de Doble Vínculo no es privativa de la institución familiar sino también puede estar presente en otras instituciones, entre ellas el discurso de los medios.

     Una segunda perspectiva, vinculada a la anterior y a las siguientes, afecta a la propia dinámica interna de la familia, y tal vez pueda condensarse gráficamente en la afirmación de quién dijo que el clásico «círculo» familiar se ha convertido en un «semicírculo» por la presencia del televisor, cambio espacial que provoca otros más importantes y cualitativos.

     Recuérdese lo conocido respecto al tiempo que los niños están frente a lo que muchos intelectuales llaman «caja idiota», pero que para ellos (y también para los adultos) es la principal fuente de diversión, información, conocimiento, etc. Tiempo que surge por ausencia de alternativas, por escasez de espacios libres para juegos y los reales o supuestos peligros de los mismos en las urbes modernas, pero también porque múltiples veces son empujados hacia un aparato convertido en «niñera electrónica» por necesidad de trabajo y ocupaciones de los adultos. Esta especie de «teleadicción» es reforzada porque, también en múltiples oportunidades, la cada vez mayor complejidad y agobio de la vida moderna hace que los adultos también busquen alivio y descanso en las programaciones televisivas en su descanso hogareño. Todo este panorama amplía notablemente el peso y presencia de ese medio de difusión, pero también reduce de manera cuantitativa y cualitativa el nivel de la comunicación familiar, incluyendo los juegos de los padres con sus hijos.

     En este sentido es interesante la afirmación de estudiosos del problema ya citados: «Las familias que se han apartado temporalmente de la televisión destacan el hecho de que, después de hacerlo, juegan muchas horas con sus chicos. Quienes nunca han sido teleadictos no incluyen entre sus actividades, de forma destacada, la de jugar con los niños. Resulta lícito deducir de aquí que el niño no televisualizado, quién necesita de una figua exterior a él -en este caso el padre o la madre- cubra, con la incitación al juego y la actividad compartida, el vacío temporal que el televisor le ha dejado»[15]. Sobre esto recuérdese lo antes señalado por otro investigador en el Congreso Europeo de Psiquiatría respecto a la preferencia de la TV sobre los padres.

     Las otras dos perspectivas se encuentran íntimamente vinculadas a las anteriores y pueden ser consideradas derivaciones de ellas. Tienen que ver con el clásico rol familiar en el proceso de reproducción social y cultural de las actuales sociedades junto con la estructuración de los sujetos, aspectos que desde el marco teórico psicoanalítico se relacionan con modelos identificatorios y construcción del principio de realidad, ambas facetas constitutivas del Yo.

     Como es sabido, como identificaciones se conoce al «proceso psicológico mediante el cual un sujeto asmila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de este; la personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones»[16]. Freud siempre destacó la gran importancia de este proceso, razón por la cual en tal Diccionario se destaca que el mismo «ha adquirido progresivamente en la obra de Freud el valor central que más que un mecanismo psicológico entre otros, hace de él la operación en virtud de la cual se constituye el sujeto humano». Es por eso que Freud escribe que «los efectos de las primeras identificaciones, las producidas a la edad más temprana, serán universales y duraderos»[17].

     Comprendiendo la importancia de los medios en este proceso Maletzke considera que el círculo de personas que rodean a un niño es siempre estrecho, por lo que numerosos deseos y necesidades quedan sin cumplirse: «La comunicación social ofrece una plenitud de tales figuras», y hoy en día, «con sus posibilidades de configuración artística y de difusión técnica, se ha hecho cargo de esta tarea»[18]. En este sentido es cotidiano observar que una figura exitosa de los medios masivos, o conocido a través de ellos, se convierte en modelo y de alguna manera internalizado por los receptores, como figura y por tanto (aunque inconcientemente) con sus características generales, incluyendo sus valores, ideología, etc. En el caso de los niños (aunque no sólo de ellos respecto a figuras de moda) es casi imposible de escapar a estas influencias: su desconocimiento implica marginación con todas sus significaciones.

     No es necesario reiterar que los medios, al menos en su utilización dominante actual, siempre promueven la identificación con modelos «positivos», es decir los que difunden los valores aceptados de un marco social. De esta manera las figuras con arraigo y autoridad fomentan lo que, aunque de una manera exagerada, se indica en un muy difundido libro sobre los dibujos animados: «Como la revista es la proyección del padre, su figura se hace innecesaria y hasta contraproducente […] La literatura infantil misma sustituye y representa al padre sin tomar su apariencia física. El modelo de la autoridad paterna es inmanente a la estructura y existencia misma de esa literatura, subyace implícitamente en todo momento»[19] .

     Si bien el proceso identificatorio sigue teniendo una base fundamental en la familia y en las figuras que rodean de manera cercana a los niños (maestros, familiares, personajes cercanos), lo brevemente expuesto muestra que la intervención de los medios para nada es desdeñable y, por el contrario, merece la mayor de las atenciones. Uno de los aspectos a investigar es hasta que punto las imágenes parentales no resultan de alguna manera devaluadas -y en caso afirmativo en que medida y con que alcances- en relación a los modelos presentados por los medios, modelos lejanos y que no ofrecen la protección y afectos concretos que los niños necesitan y sí brindan las figuras con presencia real. Pero modelo con características importantes de acuerdo al principio de realidad ya estructurado o en formación: exitosos y triunfadores, generalmente con gran fuerza y poder u omnipotentes (desde Batman o la Mujer Maravilla hasta los héroes de las series televisivas o de las caricaturas ), siempre poseedores de belleza física y de todo aquello que se hace ver como importante y deseable (automóviles modernos, ropa de moda, aventuras de todo tipo, etc). Frente a ellos, vistos como ideales del yo, las figuras reales pueden sufrir en la comparación pese al vínculo emocional concreto pero siempre con sus contradicciones.

     Pero, independientemente de esto -sobre lo cual por ahora pueden formularse diversas hipótesis, intuiciones y hasta planteos teóricos, pero no conclusiones empíricas definitivas-, lo incuestionable es que, junto a los anteriores aspectos ya vistos, los medios aportan de una manera destacable y cada vez mayor, con lo que ello implica para el rol familiar tradicional respecto a la reproducción y al proceso de constitución del Sujeto.

    LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD POR LOS MEDIOS

     Algo similar ocurre respecto a la función de los medios en la construcción del principio de realidad que reemplaza al de placer en la constitución de la instancia yoica. Con independencia de lo que Freud entiende por «realidad» y una posible discusión al respecto, es incuestionable que actualmente son los medios los que ofrecen de manera dominante en una escala muy superior al de otras instituciones como la familiar, escolar, religiosa, etc. y en todos sus mensajes, no sólo en los considerados informativos: si en estos su presencia es explícita, en otros como historietas, telenovelas, programas culturales e informativos, etc. también puede serlo como también implícita pero inevitable al mostrar un determinado contexto social e histórico, caminos de éxito y de fracaso, premios y castigos, etc (con todo lo que estos también implican para el superyo que se verá más adelante).

     Es por ello que un analista francés señala como «los medios de comunicación de masas, y especialmente el más difundido en nuestros días, la televisión, tienen por función reexpresar, reinterpretar (o mantener) los símbolos comunes, suscitar otros nuevos, diseminándolos y tornándolos asimilables para masas de individuos cuyos rasgos intelectuales y afectivos son muy variados. La televisión es, en nuestra sociedad tecnificada, el instrumento más poderoso para hacer participar a la masa en sistemas de símbolos cuya difusión común es necesaria para la cohesión social»[20]. Esto tanta por la capacidad de llegada de los medios como porque -si bien siempre ha ocurrido más lo es ahora ante la multiplicidad y rapidez de acontecimiento en el mundo que pueden considerarse «noticia»-, la capacidad de los sujetos para conocerlas de manera directa se reduce a su siempre muy limitado mundo perceptivo.

     Es por esto que investigadores de diferentes marcos teóricos destacan esta importancia. Entre ellos quienes contundentemente consideran que «los medios informativos son el lugar donde las sociedades industriales producen nuestra realidad»[21] y que «lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación»[22], resultando nada exagerada la afirmación de Doelker de que «la construcción de nuestra imágen del mundo se realiza cada vez más a través de los medios, que a su vez proporcionan una imagen del mundo. Por consiguiente, nuestro cencepto de la realidad nace -según nuestra proporción de consumo de los medios- asimismo de experiencias mediatas y no tan sólo de experiencias inmediatas»[23]. Es decir que prácticamente todo nos llega a través de los medios, siempre intermediarios del conocimiento de la realidad con todo lo que esto implica, incluso cuando no pocas veces los testigos de algo necesitan confirmarlo con una voz autorizada que destaque lo visto o su importancia, o se considere verídica una noticia porque «lo dijo la tele» o alguno de sus voceros considerados pretigiados.

     En este sentido múltiples investigaciones muestran como la TV es el medio informativo más importante en el mundo entero, y más en países (México entre ellos) donde es bajo el nivel de lectura de periódicos, revistas y libros. Es nuestra sociedad «televisualizada»[24] la TV es así lo que un comunicólogo define como «maestra de la vida»[25] por ser «una de las actividades enculturizadoras que intervienen en la socialización de la gente»[26], razón por la cual es en general compartido que el análisis de su importancia (como parte fundamental de los medios de difusión) debe «considerarse como preocupaciones centrales de la sociología y de la teoría social»[27] (y también psicológica y psicoanalítica). Pero más allá de la teoría, investigaciones empíricas realizadas en México mostraron que un importante porcentaje considera que lo que se en TV representa la realidad, y cree que viendo las telenovelas se pueden modelos para actuar y aprender a resolver problemas propios[28].

     Las causas de la constantemente denunciada mayor o menor distorsión de la información -o, en programas de diversiones y similares, presentación de una agradable, bonita y no cuestionante- son conocidas: la conducta e ideología de los hombres siempre estará basada en su idea de realidad. De allí la necesidad de ofrecer una que sea coherente con el mantenimiento del sistema de dominación vigente, o enmascarar, distorsionar o silenciar el conocimiento de aquello que no se quiere que se conozca. De esta manera, ante la inexistencia de otras ideas sobre la realidad, el yo no podrá actuar -y mucho menos de forma eficiente- para modificar una situación que el poder pretende que cambie sólo de acuerdo a sus necesidades. En síntesis, se trata de construir un principio de realidad que garantice dos objetivos centrales: la aceptación mayoritaria de la realidad presente como la normal, la válida y la mejor entre las posibles, así como el rechazo de otras que se presentan como inconvenientes, totalitarias, etc.; y, como consecuencia, dificultar o imposibilitar las críticas y cambios de lo establecido por el desconocimiento de lo real existente y sus causas, planteos alternativos, etc., incluso en situaciones donde no exista acuerdo con lo existente. Puede verse que este proceso de presentación de una determinada realidad -que se hace de hecho en todos los marcos sociales, aunque en mayor grado en aquellos donde no existe real pluralidad de medios de difusión- se realiza desde la más temprana infancia (donde sus efectos son más duraderos y estructurales), con un permanente reforzamiento posterior.

     Todo esto explica el por qué de la búsqueda del control de los medios, instancias hoy hegemónicas en la construcción de la idea de realidad de una sociedad, con todo lo que esto significa. Aspecto fundamental en lo que destacan los Mattelart con base en la obra de Foucault: «El modelo de organización panóptico, utopía de una sociedad, ha servido desde esa perspectiva para caracterizar el modo de control, gestionador/organizativo ejercido por la televisión o mejor por el dispositivo televisivo: un modo de organizar el espacio, de controlar el tiempo, de vigilar continuamente al individuo y de asegurar la producción positiva de comportamientos, dejando de lado las formas negativas de represión»[29] .

     No es este el lugar para reiterar las múltiples formas de hacer creer en una determinada «realidad» que no lo es o no lo es tanto, tampoco en las trampas para lograrlo y como muchas veces «los acontecimientos que nos presentan los noticieros televisivos a menudo son seudoacontecimientos»[30], ni que también muchas veces la aparente saturación informativa esconde una real desinformación. Baste aquí destacar lo anterior y su sentido, así como su crucial importancia en lo relativo a la construcción de la subjetividad y de sus modelos de yo y superyo, donde «la noticia, como el conocimiento, impone un marco para definir y construir la realidad social»[31]. Modelo que rechaza lo que no entra dentro del mismo: «Esa instantaneidad del acontecimiento televisivo y de los media hace que la realidad pase a ser lo que sucede en los medios, que generan una inscripción sígnica en la realidad, un anagrama sintético, un tatuaje instantáneo que se superpone sobre lo real y en cierto sentido lo eclipsa o lo sustituye. Hay un plano de realidad que es el que sucede en los media y lo otro pasa a ser una sub-realidad, una realidad secundaria y episódica«[32].

     Sin embargo, y pese a la contundencia de la importancia de los medios en la construcción de la realidad en nuestra época, siempre existió y existe una gran polémica respecto a los por algunos llamados «efectos» reales de los mismos, ya que, como se inicia un muy reciente libro sobre ello, «el problema del grado de influencia de los media en el individuo y en su comportamiento, en la sociedad y en sus tendencias, ha recibido en varias épocas muchas y diferentes respuestas […] Toda la historia de la investigación comunicativa se ha visto determinada de varias maneras por la oscilación entre la actitud que detecta en los media una fuente de peligrosa influencia social, y la actitud que mitiga este poder, reconstruyendo la complejidad de las relaciones en las que los media actúan»[33]. Polémica en la que se oscila entre posturas apocalípticas y negativas respecto al poder de los medios, diferencias que surgen de marcos teóricos y perspectivas empíricas distintas de investigación: tal como se destaca en el citado texto citando a Merton, mientras la perspectiva crítica, de raíz típicamente europea, «trata de problemas importantes de una manera empíricamente discutible, la investigación administrativa (de origen americano) trata de argumentos a menudo más triviales, pero de manera empíricamente correcta»[34].

     Simplificando la polémica al extremo por razones de espacio, a la idea conductista causa-efecto de un poder casi omnipotente de los medios, que se expresa en la llamada teoría de la aguja hipodérmica, por sobrecompensación se le oponen dudas acerca de si producen consecuencias, luego se relativizan éstas en lo que se conoce como efectos limitados -paradigma según el cual su único efecto es producir en el individuo consecuencias reducidas o reforzar preexistentes-, para actualmente retornarse al reconocimiento de su importante influencia pero de manera diferente a la de los inicios. 

     Ya en la década de los cincuenta Katz y Lazarsfeld señalaban, frente a la idea de efectos limitados, que los impactos de los medios «son menos evidentes pero probablemente más consistentes», preanunciando lo que se destacará dos y tres décadas despúes, «las tesis de influencias fuertes y duraderas en el tiempo». Se acrecienta la idea, expresada contundentemente por Sartori, de que con el desarrollo de la sociedad de la información el Homo Sapiens cede inexorablemente el sitio al «hombre vidente», por lo se ha «llevado al primer plano la atención hacia la influencia que los media tienen sobre nuestros conocimientos y sobre la construcción de las imágenes de la realidad», considerándolos «muy influyentes, en el sentido de generar efectos de tipo cognitivo, es decir, relativos a las imágenes de realidad y al conocimiento (Wissen) que difunden, construyen o establecen en el tiempo»[35].

     Para no alargar demasiado el señalamiento de planteos al respecto veamos sólo dos, diferentes pero como variaciones de una misma idea acerca de tal influencia. La primera es la conocida como agenda-setting: «Como consecuencia de la acción de los periódicos, de la televisión y de los demás medios de información, el público es consciente o ignora, presta atención o descuida, enfatiza o pasa por alto, elementos específicos de los escenarios públicos. La gente tiende a incluir o excluir de sus propios conocimientos lo que los media incluyen o excluyen de su propio contenido. El público además tiende a asignar a lo que incluye una importancia que refleja el énfasis atribuido por los mass media a los acontecimientos, a los problemas, a las personas». De esta manera «los media, al describir y precisar la realidad externa, presentan al público una lista de todo aquello en torno a lo que hay que tener una opinión y discutir […] El presupuesto fundamental de la agenda-setting es que la comprensión que tiene la gente de gran parte de la realidad social es modificada por los media»[36].

     A su vez la teoría del cultivo «atribuye al medio televisivo (en particular a los géneros de ficción) la función de agente de socialización, de constructor principal de imágenes y representaciones mentales de la realidad social; este modelo no refleja lo que cada individuo disfruta en televisión sino lo que amplias comunidades absorben durante largos períodos de tiempo». Y explica: «Cuantas más horas alguien se sumerge en el mundo de la televisión, más absorbe concepciones de la realidad social coincidentes con las representaciones televisivas de la misma. Los ’grandes’ consumidores de la televisión absorben la que Gerbner define como ’televisión answers’,es decir imágenes de la realidad social más congruentes con los contenidos televisivos que con las tendencias reales efectivamente presentes en la sociedad», todo lo cual «cultiva imágenes de la realidad y sedimenta sistemas de creencias. representaciones mentales y actitudes»[37].

     En suma una ideología y una guía global de vida más fuerte y coherente que la familiar, aunque debe recordarse que las más de las veces las familias, también consumidoras de TV, transmiten visiones coincidentes con esta o con contradicciones parciales pero no antagónicas.

    El principio de “realidad” de nuestro tiempo

     El modelo neoliberal y sus premisas y valores hoy predominantes en gran parte del mundo constituyen, no podía ser una excepción, el principio de “realidad” que los medios difunden de manera absolutamente dominante con el objetivo de asegurar y/o mantener su predominio a través de formar sujetos congruentes con él[38]. Como ocurre siempre, no sólo se difunden de manera positiva las supuestas ventajas para todos de este modelo y las desventajas de otras alternativas en mensajes manifiestos, sino también, y sobre todo, a través de expresiones que le son favorables en contenidos supuestamente apolíticos.

     Si ya hace bastante tiempo, cuando estaba vigente el modelo capitalista de bienestar o populista pero no neoliberal, se presentaba la imagen del mundo como un mercado de mercancías, hoy esto se lleva a un nivel antes nunca alcanzado; máxime cuando este mismo modelo ha producido un retiro del Estado del control de los medios electrónicos y la absoluta posesión de estos por parte de, en general, pocos grupos nacionales o transnacionales que difunden sólo diferentes variantes de un contenido similar y poco o nada plural. Ideología basada fundamentalmente en tres premisas o, según Sánchez Ruiz, mitos: la libertad individual debe prevalecer sobre los intereses sociales o colectivos; el valor supremo del mercado, cuya dinámica llevará a un nivel social, político y económico superior; y el Estado como estorbo a los dos puntos anteriores[39]. Estrategia donde «desde los ochenta la información y la comunicación se han convertido en espacios de punta del nuevo modelo económico», porque «el espacio político y tecnológico de la comunicación se ha vuelto decisivo en el diseño y reorganización de la economía y la sociedad»[40]

     ¿Cómo se transmiten estos mensajes para convertirlos en el principio de “realidad” al que se ajusten y formen los sujetos? En primer lugar, como ya es conocido para este modelo y lo ha sido antes para otros, a través de la mencionada homogeneización de contenidos, donde lo diferente u opuesto es negado, marginado y/o combatido[41]. Pero también, y esencialmente, mostrando formas de vida y de acción que resulten modelos, provoquen deseo de imitación y de identificación, se vean como correspondientes a la «modernidad» y dinámica de nuestro tiempo, etc. Al respecto los anuncios y campañas publicitarias son, a través del tiempo, clara expresión de estos sentidos y fiel reflejo del «espíritu» de una época[42].

     El estudio de esta problemática excede las posibilidades de este artículo, aunque es de reconocer tanto su importancia como la poca cantidad de trabajos e investigacionnes concretas que sobre esto realizan hoy los comunicólogos, la mayoría de ellos (con valiosas excepciones) abocados a temáticas más «a la moda» y con cierto rechazo a las posturas críticas de años pasados, o bien no saliendo de especulaciones y juegos teóricos genéricos y abstractos que poco o nunca aterrizan.

     Veamos sólo dos menciones sobre lo señalado. En uno de ellos, y desde un punto de vista teórico pero con base en una investigación realizada en la Universidad Iberoamericana, se destaca como en los últimos años de la televisión mexicana «se aprecia una gradual pero firme neoliberalización de los valores transmitidos a la audiencia»[43]. De acuerdo al mismo se observan valores tales como «todo se vale», «la astucia debe suplir la experiencia», «lo económico es siempre lo prioritario», «el fin justifica los medios», «al enemigo siempre hay que aniquilarlo», «la astucia y la audacia son esenciales para triunfar», etc., los que se consideran como adecuados para «coexistir en un mundo en proceso de privatización y globalización».

     Un claro ejemplo de esto se describe sobre un programa de la TV de Brasil, que su autor considera «que opera socialmente como una enorme y eficiente escuela de formación a favor de la sociedad de consumo y su lógica competitiva», porque «su estructura central de valores se basa en la promoción del individualismo; para que un participante gane otro debe perder o ser excluido por las destrezas, la astucia, las trampas, la fuerza o la suerte. Cada programa es una acción pedagógica que justifica y legitima la exclusión social en función de las cualidades o deficiencias individuales, ignorando con obvia intencionalidad las relaciones sociales de fuerza que condicionan las realizaciones o fracasos personales»[44] .

     A ello sin duda se le puede agregar múltiples ejemplos más que muestran como la actual TV -hoy más que nunca privatizada y en manos como la de Berlusconi en Italia, convertido en el principal instrumento de difusión de nuestra época-, construyen el (¿nuestro?) principio de “realidad” y lo que ello implica para la subjetividad de quien no casualmente siempre ha sido llamado sujeto, es decir alguien sujetado. Aunque casi nunca se dice a quién o quienes, por qué y para qué.

    SUPERYO: RETOMANDO EL PAPEL DE LOS PADRES

     Luego de todo lo visto anteriormente puede resultar tal innecesario mostrar la importancia de los medios en la transmisión de los valores de cada marco cultural concreto. Sin embargo no puede soslayarse hacerlo ya que, como es sabido, el psicoanálisis plantea la participación sustancial del marco familiar en la formación de la instancia delsuperyo, con centro en el complejo de Edipo: «Así, como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación del yo, que constituye en el establecimiento de estas dos identificaciones, unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyo […] El ideal del yo es, por lo tanto, la herencia del complejo de Edipo y, así, expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del ello […] Lo que en la vida anímica individual ha pertenecido a lo más profundo, deviene, por la formación del ideal, lo más elevado del alma humana en el sentido de nuestra escala de valoración«[45].

     Sin embargo otros seguidores de la teoría analítica han planteado modificaciones, siendo las más importantes para esta problemática las que indican que su aparición es cronológicamente anterior a las que señala Freud, así como reforzando la participación de otros factores -autoridades, maestros, etc.- en su génesis, aspecto que ya incluía Freud para etapas posteriores: «El el posterior circuito del desarrollo, maestros y autoridades fueron retomando el papel del padre; sus mandatos y prohibiciones han permanecido vigentes en el ideal del yo y ahora ejercen, como conciencia moral, la censura moral»[46].

     Al igual que lo formulado respecto a los procesos de identificaciones y de construcción del principio de realidad, por supuesto tampoco respecto al superyo puede negarse el aporte sustantivo de la familia en nuestro presente, pero igualmente sería equivocado negar la incidencia de otras instituciones, la de los medios en particular por el peso señalado en las páginas anteriores.

     Es incuestionable, y poco puede agregarse a todo lo ya estudiado e investigado al respecto, que en prácticamente todos los contenidos de los medios aparece una constante escala de valores señalativas de lo que los receptores deben y no deben hacer. Una persona triunfante y aceptada será aquella que cumpla con lo que la moral indica, hace lo que se plantea que es «bueno» y no hace lo que se muestra como «malo». Los personajes de los medios que deben ser imitados son modelos por sus perfecciones o porque reconocieron los errores cometidos. «En nuestra sociedad -señala un estudioso que comprende el fenómeno pero no del todo su sentido- se nos enseña que hay ciertas cosas que podemos hacer y otras que no podemos hacer; de este modo se nos introduce a los valores y a las normas. El proceso de socialización, que es continuo y se ubica en las personas y las instituciones, y puede no sólo ser deliberado sino además inadvertido, consiste en parte en la internalización de múltiples ’haz esto’ y ’no hagas de aquello’, de ’bien’ y de ’mal’, de ’verdadero’ y ’falso’, propios de la sociedad de que se trate. Ni el contenido ni los métodos de socialización son inmunes a la influencia de los medios de comunicación de masas […] Los medios de masas, se puede admitir, constituyen sólo un proceso, pero sería muy sorprendente, en verdad, si no desempeñaran un cierto papel en la modelación de nuestras actitudes respecto de la vida, de nosotros mismos y de los demás»[47].

     Por supuesto mucho más podría decirse, con infinidad de ejemplos, sobre este papel de los medios, pero la idea central está resumida en lo señalado.

    SEGUIRÁ EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO…

     En todo lo aquí planteado puede verse una primera parte del problema. Pero falta una segunda enunciada en el comienzo: las bases subjetivas en las que se apoya el indiscutible éxito de los medios para el logro de sus indicados objetivos, el “control social”[48], etc., lo que se verá en un próximo artículo.

     

    Notas

    [1] ARREDONDO RAMÍREZ, P., «Presentación», en SÁNCHEZ RUIZ, Enrique (comp), Teleadicción infantil: ¿mito o realidad?, Universidad de Guadalajara, 1989, p.7.

    [2] GUINSBERG, E., Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formación psicosocial, 2ª ed., Pangea/UAM-Xochimilco, 1988; 3ª ed. (aumentada), Plaza y Valdés, a aparecer en 2004. Y también en los artículos «Recuperar el estudio del receptor. Dialéctica subjetivo-social en los medios masivos», en Telos, revista de FUNDESCO (Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las Comunicaciones), Madrid, Nº 25, 1991; «¿En la búsqueda de nuevos paradigmas para el estudio de la comunicación?», en Comunicación y Sociedad, revista del CEIC (Centro de Estudios de la Información y la Comunicación) de la Universidad de Guadalajara, Nº 10-11, 1990-91, etc.

    [3] WRIGHT MILLS, C., La elite del poder, Fondo de Cultura Económica, México, 1957.

    [4] GUINSBERG, E., «La relación hombre-cultura: eje del psicoanálisis», revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 1, 1991, reproducido en el Apéndice de la 2ª ed. de Normalidad, conflicto psíquico, control social, Plaza y Valdés, México, 1996. Puede verse también en el sitio web de la citada revista: www.plazayvaldes.com/syc

    [5] Todos estos aspectos, incluyendo los del siguiente párrafo, se encuentran desarrollados en los trabajos citados en nota 2.  

    [6] MARCUSE, Herbert, «La doctrina de los instintos y la libertad», en el libro de Varios Autores, Freud y la actualidad, Barral Editores, Barcelona, 1971, p. 538.

    [7] MARCUSE, H., Eros y civilización. Una investigación filosófica sobre Freud, Editorial Joaquín Mortíz, México, 10ª reimpresión, 1986, p. 109.

    [8]  SCHNEIDER, Michael, Neurosis y lucha de clases, Siglo XXI, Madrid, 2ª ed, 1979, p. 372.

    [9] GIL OLIVO, Ramón, «Televisión y cultura en dos comunidades purépechas», en REBEIL CORELLA, María, y MONTOYA MARTÍN DEL CAMPO, Alberto, Televisión y Desnacionalización, Universidad de Colima/Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, Colima, 1987, p. 29.

    [10] ERAUSQUIN, M.Alfonso; MATILLA, Luis; VÁZQUEZ, Miguel, Los teleniños, Fontamara, México, 1984, p. 23, 44 y 176.

    [11] SOIFER, Raquel, El niño y la televisión, Kapeluz, Buenos Aires, 1981, p. 14 y 43. Desde una perspectiva psicoanalítica crítica, y aunque sin hacer referencia específica a los medios, otro autor reconoce que «la vida institucional de los niños comienza cada vez más temprano por una parte, y nunca hubo dispositivos sociales de atención a los chicos como en nuestra época» (GALENDE, Emiliano, Psicoanálisis y salud mental, Paidós, Buenos Aires, 1990, p. 49).

    [12] MOFFAT, Alfredo, en MULEIRO, Víctor, «Indicadores de la destrucción familiar. Entrevista a Alfredo Moffat», revista Crisis, Buenos Aires, Nº 57, 1988, p. 88.

    [13] Sobre Bradbury y su perspectiva crítica véase mi ensayo «El malestar cultural en la ¿ciencia ficción? de Ray Bradbury», revista Tramas, UAM-Xochimilco, México, Nº 7, 1995.

    [14] MATTELART, Armand, Multinacionales y sistemas de comunicación, Siglo XXI, México, 1977, p. 216. 

    [15] ALFONSO, ERAUSQUIN, MATILLA Y VÁZQUEZ,ob.cit., p. 23.

    [16] LAPLANCHE, Jean, PONTALIS, Jean-Bertrand, Diccionario de Psicoanálisis, Editorial Labor, Barcelona, 1971, p. 191.

    [17] FREUD, S., «El yo y el ello», en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, T.XIX, p. 33.

    [18] MALETZKE, Gerhard, Sicología de la comunicación social, Editorial Epoca, edición de CIESPAL, Quito, 4ª ed., 1976, p. 169.

    [19] DORFMAN, Ariel, y MATTELART, Armand, Para leer al Pato Donald, Ediciones Universitarias de Valparaíso, sin fecha de edición, p. 21 (hay edición en Siglo XXI, México).

    [20] FRIEDMAN, Georges, «La televisión vivida», en Los efectos de las comunicaciones de masa, Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1969, p. 84. El autor era director de la prestigiada revista  Communicatios, editada por el Centro de Estudios de Comunicaciones de Masas de París.

    [21] VERON, Eliseo, Construir el acontecimiento, Gedisa, Buenos Aires, 1983, p. II.

    [22] WATZLAWICK, Paul, ¿Es real la realidad?, Herder, Barcelona, 1981, p. 7

    [23] DOELKER, Christian, La realidad manipulada, Gustavo Gili, Barcelona, 1982, p. 117.

    [24] ERAUSQUIN M. et al, ob.cit., p.13

    [25] SANCHEZ RUIZ, Enrique (comp), «Introducción» al libro Teleadicción infantil: ¿mito o realidad?, ob.cit., p.9.

    [26] MARTIN SERRANO, Manuel, La producción social de comunicación, Alianza Universidad Textos, Madrid, 1986, p. 38.

    [27] THOMPSON, John B, «La comunicación masiva y la cultura moderna. Contribución a una teoría crítica de la ideología», en Versión, revista de la UAM-Xochimilco, México, Nº 1, 1991, p. 43.

    [28] SANCHEZ RUIZ, Enrique, «Televisión, socialización y educación informal en Guadalajara», en REBEIL CORELLA y MONTOYA MARTIN DEL CAMPO, Televisión y Desnacionalización, ob.cit. p.117-120 Pero, y sobre esto ya se ha escrito mucho por su importancia y consecuencias, el estudio del impacto de los medios en la construcción de la realidad no se hace sólo por los cambios que esto produce respecto a épocas anteriores, sino fundamentalmente porque tal hecho posibilita que lo que se presenta no sea sino una determinada realidad adecuada a las necesidades e intereses de los sectores del poder o de los propietarios de los medios.

    [29] MATTELART, M.y A., El carnaval de las imágenes, Akal, Madrid, 1989, p. 79.

    [30] GUATTARI, Felix, «La era post-mediática», entrevista de OLIVIER, Florence, en La Jornada Semanal, México, Nº 176, 25 de octubre de 1992, p.18.

    [31] TUCHMAN, G., La producción de la noticia. Estudio sobre la construcción de la realidad, Gustavo Gili, México, sin fecha de edición (la inglesa es de 1978, y la española de 1983), p. 194. Sobre la construcción de la realidad en general véase BERGER, Peter, y LUCKMANN, Thomas, La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires, 8ª ed. 1986.

    [32] PATIÑO, Antón, «El principio de instantaneidad», en Telos, revista de FUNDESCO, Madrid, Nº 36, 1993-94, p. 59, subrayado mío. 

    [33] WOLF, Mauro, Los efectos sociales de los media, Paidós, Barcelona, 1994, p. 9.

    [34] WOLF, M., ob.cit., p.11. Lamentablemente este autor no incluye en su trabajo al muy importante campo de investigación latinoamericano de la comunicación, en general mucho más cercano a una perspectiva crítica. 

    [35] WOLF, M, ob.cit., p.44, 59 y 55, subrayado mío.

    [36] SHAW, E., citado por WOLF, Mauro, La investigación de la comunicación de masas. Crítica y perspectivas, Paidós, Barcelona, 1987, p. 163.

    [37] WOLF, M., ob.cit., p.97, subrayado final mío. Este mismo autor cita más adelante el análisis de Hawkins y Pingree (1983), donde se resalta el fundamental peso de esta influencia en la infancia: «Sobre la base de las teorías del desarrollo cognitivo, se admiten por hipótesis influencias significativas de la TV en los niños pequeños, en tanto el razonamiento de tipo operativo concreto puede ser más rígido y dogmático que el razonamiento de tipo formal operativo. Los niños que presentan justo este tipo de razonamiento son así más vulnerables a los mensajes televisivos ya que terminarán aceptando y generalizando los mensajes dominantes, ignorando aquellos pocos mensajes que se aparten de los estereotipos» (p.116).

    [38] Respecto al modelo neoliberal de subjetividad véanse mis artículos «El psicoanálisis y el malestar en la cultura neoliberal», en revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 3, 1994; «Psico(pato)logía del sujeto en el neoliberalismo», en Tramas, UAM-Xochimilco, México, No.6, 1994; «La personalidad neurótica denuestro tiempo neoliberal», en el libroCaleidoscopio de subjetividades, UAM-Xochimilco, México, l993; y «La angustia del sujeto neoliberal», en revista Memoria, Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, México, Nº 77, 1995, y sobre todo el libro La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valdés, México, 1ª ed. 2001, 2ª ed. en proceso, 2004. El primero de tales artículos también puede verse en la 2ª ed. del libro Normalidad, conflicto psíquico, control social, y en el sitio web indicado en la nota 4.

    [39] SANCHEZ RUIZ, Enrique, «La investigación de la comunicación en tiempos neoliberales», en Revista Mexicana de Comunicación, México, Nº 27, febrero de 1993, p. 38.

    [40] MARTIN-BARBERO, Jesús, «La comunicación, centro de la modernidad. Una peculiar relación en América Latina», en Telos, revista de FUNDESCO, Madrid, Nº 31, 1993-94, p.40.

    [41] Como es frecuente, en la literatura se encuentran visiones muy gráficas sobre la realidad. Una de ellas la ofrece Milan Kundera en su novela La inmortalidad (Tusquets Editores, México, 1990): «Le doy vueltas al botón hasta llegar a la emisora más cercana, porque quiero provocar, en el sueño que se aproxima, imágenes más interesantes. En la emisora vecina una mujer anuncia que el día será caluroso, pesado, con tormentas, y yo me alegro que tengamos en Francia tantas emisoras de radio y de que en todas se diga, exactamente en el mismo momento, lo mismo acerca de lo mismo. La unión armónica de la uniformidad y la libertad,¿puede desear algo mejor la humanidad? (p.14). Y con la misma ironía escribe más adelante: «La emisora de radio que escucho pertenece al Estado, por eso no hay anuncios y entre noticia y noticia ponen las últimas canciones de éxito. La emisora de al lado es privada, así que la música es reemplazada por los anuncios, pero éstos se parecen a las canciones hasta tal punto que nunca sé que emisora estoy oyendo» (p.111).

    [42]  GUINSBERG, Enrique, Publicidad: manipulación para la reproducción, Plaza y Valdés/UAM-Xochimilco, México, 1987.

    [43] OROZCO GOMEZ, Guillermo, «La neoliberalización del mensaje televisivo», en Revista Mexicana de Comunicación, México, Nº 33, 1994, p.50. En una perspectiva más general sobre el papel de los medios en este proceso, véanse los múltiples artículos de ESTEINOU, Javier, en diferentes publicaciones; entre ellos «La cultura y la comunicación nacionales ante el libre mercado», en el libro Cultura, Medios de Comunicación y Libre Comercio, Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC), México, 1993.

    [44] DE TARSO RICCORDI, Paulo, «Los mensajes ocultos de Silvio Santos», en Chasqui, revista de CIESPAL, Quito, Nº 42, 1992, p. 53.

    [45] FREUD,S., «El yo y el ello», en ob.cit.,Tomo XIX, p. 35, 37 y 38, subrayados cursivas míos.

    [46] Idem, p. 38.

    [47] HALLORAN, J.D., «Examen de los efectos de comunicación de masas con especial referencia a la televisión», en Varios Autores, Los efectos de las comunicaciones de masas, Jorge Alvarez Editor, Buenos Aires, 1969, p. 29.

    [48] Sobre esto puede verse GUINSBERG, E., MATRAJT, M. y CAMPUZANO, M., “Subjetividad y control social: un tema central de hoy y siempre”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 16, 20

  • Consideraciones posmodernas sobre el “Fort Da”

    Consideraciones posmodernas sobre el “Fort Da”

     Julio Ortega Bobadilla

    (Trabajo presentado en el XLII Congreso Nacional de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Veracruz 2003.).

    Hace poco tiempo, encontré en los pasillos de la Universidad Veracruzana, un filósofo académico de buena reputación y partidario del enfoque hermenéutico al estilo Gadamer, lanzando hacia sus colegas y amigos, un desafío curioso. Decía: “Yo no sé qué es dentro, ni qué es afuera”. Lanzaba con orgullo al aire sus palabras e intentaba que otros doctores en filosofía presentes, le siguieran el juego hacia una discusión interminable sobre el tema.

    También en la Facultad de Humanidades —por la no sé si mala adquirida costumbre de frecuentar a mis amigos filósofos—, fui interpelado por el profesor en cuestión: “A ver: ¿Qué nos puede decir el psicoanalista?”. Requerido de improviso, tomé el camino menos propio para un analista, no el uso de cierta filosofía cínica que me podría haber llevado a preguntarle desde cuándo sufría de estreñimiento, sino el de la cortesía. Le pregunté si acaso no soñaba. Su respuesta fue argumentativa, guiada por la razón y desdeñosa del campo de lo subjetivo, argumentando sobre la conveniencia de la desaparición de los falsos problemas en filosofía, y para ahorrarles el desarrollo de la discusión, confesaré que terminé por perderme en un sinnúmero de palabras acomodadas en el mejor estilo sofista.

    Sin embargo, la expresión de su punto de vista, me movió a reflexionar sobre algunos cambios en nuestra cultura contemporánea, que conducen a pensar en una tendencia al borramiento de los bordes psicológicos y el problema que representa no sólo para nuestra vida cotidiana, sino para el quehacer teórico de los psicoanalistas.

    Quiero ser manifiestamente demostrativo y presento a ustedes la obra de dos artistas plásticos contemporáneos, estetas de la pulsión de muerte y ¿por qué no? del horror, cuyas imágenes son verdaderamente fascinantes porque causan todo, menos indiferencia: Joel Peter Witkin y Günther Von Hagens, a quienes no los conocen, les sorprenderán estas imágenes que los criterios más conservadores han calificado de atentado al pudor y hasta pornografía.

    Pueden ver las imágenes en la Red, máximo reservorio del inconsciente, diríamos el verdadero inconsciente colectivo:

    Günther Von Hagens:

    http://www.plastination.com/ 

    Joel Peter Widkin: http://www.zonezero.com/exposiciones/fotografos/witkin/jpwdefault2.html

    Para Witkin, la fotografía representa el problema de cómo plasmar sombras. Concibe el encanto de su arte en la fijación de imágenes extrañas, lo propio de su enfoque estético es la absorción del instante, fijarlo a una imagen, que más que registrar, rememora lo misterioso e intraducible. Trabaja con seres humanos, pero tiene un gusto especial por retratar cuerpos sacados de la morgue. Le fascina hacer retratos “artísticos” de cadáveres, asiste a la disección forense y sigue el trabajo en la plancha, pide que se coloque a los restos humanos en distintas posiciones y les agrega un pescado, una flor, etc. Acciona su cámara mientras el cuerpo se va volviendo pedazos y capta una mano desgajada del cuerpo, una cabeza, unas manos. ¿Que más puede decirse de él? Es considerado genio, tiene gran reconocimiento internacional y sus obras se venden a precios altísimos. Una parte importante de su trabajo lo ha realizado en México aprovechando las facilidades en este país para disponer de cadáveres sin que nadie reclame nada.

    Von Hagens desarrolló en 1978 la técnica de la plastinación, dónde se reemplaza el agua del cuerpo y los lípidos, por polímeros que van, además de conservar el cuerpo, a darle una consistencia lábil que permite tratarlo como un muñeco flexible. Parte de su obra, se puede observar en la exposición «Mundos Corporales» que muestra con gran éxito internacional, a los visitantes: el cuerpo de un hombre que juega ajedrez, otro cuerpo fantasmal que cabalga sobre un caballo que es sólo músculos, etc. Ha recibido fuertes críticas de la iglesia católica frente a las que declara que su trabajo se realiza con voluntarios y respetando su dignidad desde todos los ángulos. La técnica es un gran aporte a la docencia médica, pero Von Hagens declara que ni él sabe en que punto ha pasado de la ciencia al arte, rompiendo el mito de la intangibilidad de la muerte y los cadáveres. Recientemente en Inglaterra originó un escándalo por vender los derechos de una autopsia a cierta cadena de medios que hizo pública la primera disección live, a miles de televidentes que rompieron récords de audiencia.

    Estas dos concepciones artísticas se basan en el mo (n) stramiento de las entrañas más oscuras del hombre, no son imágenes exactamente bellas pero ejercen la fascinación de situar al espectador ante lo prohibido y lo siniestro, en términos freudianos: “lo unheimlich”. Son imágenes que sólo pueden calificarse de posfreudianas y posmodernas, tienen por común denominador la confusión entre pasado, presente y porvenir, además de la ruptura de los límites entre sueño y realidad. Es como si nuestras pesadillas se desplegaran sobre el mundo. Una estética así, desafía la lógica cotidiana: los límites de lo posible y lo imaginado se borran. Dentro y fuera, vida y muerte se plegarán en un rizo, para formar una dialéctica antes no imaginada. Obras como ésta son una campanada de las nuevas tendencias estéticas y nos hacen preguntarnos ¿cuál será el imprevisible rumbo del arte futuro? Sobre todo, nos pica como avispa la pregunta: ¿Cómo llegamos a esto?

    Freud en la segunda parte de “Más allá del principio de placer”, nos hace transparente un enigmático juego que repetía, una y otra vez, su nietecito de año y medio. Tras una observación detenida del chico que, no presenta un “precoz desarrollo intelectual”, da cuenta de un juego:

     El excelente chiquillo mostraba tan sólo la perturbadora costumbre de arrojar lejos de sí, a un rincón del cuarto, bajo una cama o en sitios análogos, todos aquellos pequeños objetos de que podía apoderarse, de manera que el hallazgo de sus juguetes no resultaba a veces nada fácil. Mientras ejecutaba el manejo descrito solía producir, con expresión interesada y satisfecha, un agudo y largo sonido, o-o-o-o, que, a juicio de la madre y mío, no correspondía a una interjección, sino que significaba fuera (fort). Observé, por último, que todo aquello era un juego inventado por el niño y que éste no utilizaba sus juguetes más que para jugar con ellos a estar fuera.

    Más tarde presencié algo que confirmó mi suposición. El niño tenía un carrete de madera atado a una cuerdecita, y no se le ocurrió jamás llevarlo arrastrando por el suelo, esto es, jugar al coche, sino que, teniéndolo sujeto por el extremo de la cuerda, lo arrojaba con gran habilidad por encima de la barandilla de su cuna, forrada de tela, haciéndolo desaparecer detrás de la misma. Lanzaba entonces su significativo o-o-o-o, y tiraba luego de la cuerda hasta sacar el carrete de la cuna, saludando su reaparición con un alegre «aquí». Este era, pues, el juego completo: desaparición y reaparición, juego del cual no se llevaba casi nunca a cabo más que la primera parte, la cual era incansablemente repetida por sí sola, a pesar de que el mayor placer estaba indudablemente ligado al segundo acto.

    La interpretación de Freud del juego —además de la valoración de su nietecito como un niño excelente— da como resultado una serie complicada de ideas que nos informan del intrincado manejo simbólico y del espinoso proceso de pensamiento que tiene lugar en un pequeño de corta edad. El carretel representa primerísimamente a la madre y lo que se repite es el juego de su partida a placer por el niño, lo que resulta en: 1) Obtener una satisfacción narcisística: “Yo manejo a mi madre”; 2) Conseguir una posposición y renuncia de la satisfacción instintiva que tiene como resultado que el pequeño aprenda a esperar y posponer a través de la realización imaginaria de su deseo; 3) Realizar una exteriorización de la pulsión de muerte y agresividad ante el objeto amado, que es torturado, en compensación de la realidad angustiosa vivida por el pequeño, quien depende totalmente de los dioses que constituyen sus figuras paternas; y por último, que no al último 4) La anticipación del regreso de la madre constituye un ensayo de ilusión que se convierte en método para paliar futuras frustraciones. Así, el carretel, la sonaja arrojada fuera de la cuna, el chupón aventado, se convierten en el primer juguete que figura la extensión de la realidad simbólica y corporal del niño: Símbolo y cuerpo en este pequeño juego, se suponen el uno al otro, remitiéndonos al hecho de que cuerpo, no sólo involucra la anatomía orgánica.

    En este sentido, nos parecen equívocas las tesis de Didier Anzieu (1994) expresadas en su libro El Yo-Piel. Según este autor, el Yo se constituiría primariamente a partir de la experiencia de superficie del cuerpo y la función de la piel establecería un límite a la noción de Yo. Leamos directamente de su obra estos planteos:

    La instauración del Yo-piel responde a la necesidad de una envoltura narcisística y asegura al aparato psíquico la certeza y constancia de un bienestar básico. Correlativamente el aparato psíquico puede intentar las catexias sádicas y libidinales de los objetos (…) [Anzieu, P. 50].

    Y más adelante:

    Con el término de Yo-piel designo una figuración de que el niño se sirve, en las fases precoces de su desarrollo, para representarse a sí mismo como YO que contiene los contenidos psíquicos a partir de su experiencia de superficie de cuerpo. Esto corresponde al momento en el que el Yo psíquico se diferencia del Yo corporal en el plano operativo y permanece confundido con él en el plano figurativo. [Anzieu, P. 51].

    Pensamos completamente diferente, el Yo, cómo podemos ver en el ejemplo del carretel no se agota en la piel, sino que se prolonga en el mundo de los objetos. Más aún, el pequeño seudópodo que constituye el corazón del narcisismo no sólo se extiende con sus brazos en el mundo, sino que se nutre y es traspasado por él en una relación parecida a la expresada por objetos como la Botella de Klein.

    Usando de manera aguda los conceptos psicoanalíticos, Lyotard (1990) ha entrevisto la verdadera naturaleza de nuestro “cuerpo libidinal”, un objeto que es totalmente contrario a un armazón, porque es abierto y extendido en su única cara sin reverso, una cara que nada oculta y hecha de:

     (…) las texturas más heterogéneas: huesos, epitelios, hojas en blanco, tonadas que hacen vibrar, aceros, cristalerías, pueblos, hierbas, telas para pintar. Todas esas zonas se empalman en una banda sin dorso, banda de Moebius, que no interesa porque está cerrada, sino por tener una sola cara, piel moebiana que no fuera lisa (…) por el contrario, que estuviera cubierta de asperezas, recovecos, pliegues, cavernas que lo serán en la primera vuelta, pero que en la segunda serán quizá protuberancias. Pero nadie sabe ni sabrá en cuál vuelta estamos: en la vuelta eterna.

      [Lyotard, P. 10].

    Dos mitos atrajeron la atención de Freud centralmente: Edipo y Narciso. Anzieu utiliza como ejemplo paradigmático de sus tesis el mito de Marsias, quien poseedor de la flauta mágica de Atenea toca una música celestial que le compara a los dioses y le empuja a la soberbia, en consecuencia, es retado por Apolo a una justa musical que tras largo rato pierde con el dios, quien al resultar vencedor decide desollarlo y apoderarse de su piel, y/o fragmentos de su cuerpo. Lo interpreta según un desarrollo trágico que entendemos así: la envoltura musical será causa de envidia para los dioses. Apolo quiere poner las cosas en su lugar justo y le reta. Su propósito central es quitarle no la música sino la envoltura piel. Conserva al final la piel tras del desollamiento y su preservación se convierte en motivo de una vuelta a la armonía, el mantenimiento de la fecundidad y la prosperidad del país. La piel vuelve a su lugar de origen, el mundo de la naturaleza ligado a los dioses.

    Objetamos, la fantasía de una piel común que caracteriza las variantes del mito de Marsias y para el cual Anzieu toma en cuenta los estudios de Frazer no es sólo una fantasía, vivimos en/de la piel del Otro, la noción del Yo está inextricablemente ligada a la del Otro. La obligación de los sacerdotes aztecas de usar durante algún tiempo sobre su cuerpo, la piel de sus víctimas desolladas, expresa no sólo una fantasía optativa sino un riguroso pensamiento cósmico en el que la noción de prolongación en el otro es sólo una fracción de la convicción de pertenencia a la Naturaleza: hecho profundamente simbólico.

    Aproximaciones como la de Anzieu, en nombre del regreso a una supuesta esencia corpórea, reducen el psicoanálisis a una biología, cuando precisamente el propósito de la teoría freudiana es constituir una refutación al determinismo biológico: el psicoanálisis no es una teoría sobre los instintos, pues el ÀNÁgje [necesidad], sólo constituye un Diktat [orden] ciego. La realidad humana refiere —más bien— al registro e interjuego de lo simbólico y a un orden que no puede caracterizarse sino de específicamente humano.

     No pensamos que pueda concebirse en el hombre ninguna etapa pre-simbólica referida a lo corporal. Yo y Otro, dentro y fuera son procesos que no son perfilados a través de sensaciones propioceptivas o exterioceptivas, son consecuencia de una refinada actividad simbólica. El problema que recorre el libro de Anzieu es clavar al lector en imágenes que demuestran sus tesis, olvida que la imagen no es sino representación en los mitos. Siguiendo a Barthes y a Lacan, opinamos que esa comunicación se basa en una naturaleza lingüística que llama a una significación, lo simbólico prevalece sobre la imagen, no existe ningún preludio corporal que anteceda al orden humano. La anticipación misma de lo que será el cuerpo sucede a través de un proceso simbólico profundo que nos mostró Lacan (1980) en su artículo sobre el Estadio del Espejo, allí nos indica irreversiblemente a los analistas que el cuerpo es una construcción surgida en relación con el Otro.

    A medida que el niño crece, va a incrementar su arsenal de objetos a manipular, que cumplen básicamente la misma función: manejo de sus ansiedades internas primarias y realización optativa de sus deseos. Éste es uno de los objetivos principales del juego en el niño y todo analista que haya explorado la clínica infantil lo sabe, pero hay un corolario más, en estas acciones el niño va demarcando fronteras entre lo propio y lo extraño, lo que corresponde a su Yo y lo que toca a los otros.

    En el artículo de 1925 conocido como La Negación, Freud nos hacía notar que el Yo se constituye primariamente por un proceso de exclusión e inclusión. El yo primitivo, regido por el principio del placer, se introyecta todo lo bueno y expulsa de sí todo lo malo. Pero también en base a esa lógica binaria placer — displacer, procede a juzgar la existencia real de los objetos en el mundo, tomando como base no la percepción simple, sino la posibilidad de que las bondades del objeto en el mundo lo hagan pasible de ser introyectado, empezando a conformarse en esta tesitura los bordes de lo real y lo imaginario, lo exterior y lo interior. Si algo es acogido en el Yo se constituye como representación y sirve de base para su reencuentro en la realidad. Si algo no existe en el Yo, entonces no será buscado en el exterior. El planteo freudiano es completamente radical: No existe antítesis entre lo objetivo y lo subjetivo en un principio, más aún: sujeto y objeto se confunden en las primeras aproximaciones de comprensión al mundo. La más inmediata finalidad del examen de la realidad no es, hallar en la percepción real un objeto, sino reencontrarlo y compararlo con la representación correspondiente primeramente introyectada, convencerse de que aún existe.

    Poco a poco, el principio de placer va cediendo su lugar a otras consideraciones. La experiencia le enseña al niño que cualquier cosa de la realidad puede ser utilizada —independientemente de su cualidad inmediata como buena o mala— para obtener un dominio del mundo que asegura poder sobre su entorno. No sólo eso, el manejo del lenguaje constituye la construcción misma de las cosas del mundo. Derrida en su libro De la gramatología (1998) va más lejos, y enfatiza esta situación, poniendo el acento en la imposibilidad de separar el lenguaje hablado del escrito y la importancia de éste último, para enladrillar el edificio científico que opera en los fenómenos, nos ofrece como ejemplo, la obra de Husserl (1990) El origen de la geometría, dónde éste refiere cómo el lenguaje matemático es la condición de posibilidad de ciertos objetos ideales y, por tanto, de la mismísima objetividad científica.

    La comprensión de este modelo nos lleva a una noción epistémica antipositiva: la realidad no es restituida al hombre puntualmente por sus sentidos. Esta concepción la había empezado a desarrollar Freud a finales del siglo pasado, aún antes de inventar el psicoanálisis. Es la base de las ideas que expresa en su Proyecto de una Psicología para Neurólogos (1897). Dicho en términos kantianos, nuestra relación con la realidad se establece, a través de la aplicación de juicios a priori, que nos proporcionan la base sobre la cual podemos interpretar el mundo a través de una ficción que es inevitable y a su vez, necesaria.

    Lacan, en su seminario sobre la Ética, hace una cuidadosa lectura del Proyecto. Allí distingue entre Realität y Wirklichkeit: La primera es la realidad Psíquica y específicamente humana, esa que engendra la imaginación y la creatividad, la fantasía y la verdad; la segunda es la realidad concreta, mecánica y a la vez impenetrable, el dominio del noúmeno.

    Para reforzar y aclarar estas ideas, podríamos quizá, releer a Jacques Monod (1986), premio Nóbel en Fisiología y Medicina, quien nos ha hecho patente en sus investigaciones, que dados los adelantos de la Neurofisiología y de la Psicología experimental, es evidente que el sistema nervioso central no puede y sin duda no debe, expedir a la conciencia más que una información codificada, transpuesta, encuadrada en normas preestablecidas que tienen como función protegernos del mundo que nos rodea.

    La realidad es una construcción de sentido, un sistema de signos que se elabora primeramente en lo subjetivo. El mérito de Freud ha sido revitalizar el cuidado por el estudio del sujeto que había estado dormido desde Kant en el pensamiento teórico y que había sido relegado a la literatura, la pintura y todas las formas de expresión artística.

    Foucault (1999) en una entrevista con los japoneses Shimizu y Watanabe, tras de calificar a la filosofía como el lugar de una elección original y bordar sobre el dominio de las elecciones de Parménides, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant y Hegel, nos dice: “Freud no era filósofo y no tenía ninguna intención de serlo. Pero el hecho de que haya sacado a la luz las características de la neurosis y de la locura muestra que se trata de una elección original. Pensándolo bien, una elección como la llevada a cabo por Freud es bastante más importante para nuestra cultura que las elecciones filosóficas de sus contemporáneos, como Bergson y Husserl”. Siguiendo su razonamiento, agregamos a esa lista: Heidegger y Wittgenstein, también Kraft Ebing y Havelock Ellis. Ninguno de ellos ha pesado tanto en la cultura contemporánea como Freud. Liberación sexual, derrumbamiento de la estética victoriana, feminismo y neofeminismo, nuevas sexualidades, desplazamiento de la conciencia de clase por la autoconciencia, todos constituyen fenómenos colaterales echados a andar después del descubrimiento del psicoanálisis.

    Voy a formular dos preguntas que requieren ser respondidas para el desarrollo ulterior de nuestro trabajo:

    La primera: ¿En qué consiste la propuesta freudiana y cuál su mérito?

    Nuestra respuesta: Toma una noción indefinida nombrable como Inconsciente, que sólo fue atisbada como sospecha y noción poética, y le otorga precisión, convirtiéndola en el fundamento de una psicología que revela luces en el replanteo de la pregunta antropológica por el hombre.  Asimismo, delimita, especifica los contenidos y orígenes de esa entidad llamada Inconsciente y los medios por los cuales se manifiesta y pugna por expresión. También, diseña el dispositivo mediante el cual puede realizarse el máximo acercamiento a ese objeto de estudio. Una observación última sobre este acercamiento: la poesía vence en el estilo de Freud y desplaza sus conocimientos médicos hasta el punto de hacer imposible toda búsqueda de un referente corpóreo a su psicología.

    La segunda pregunta, que ya apuntamos hace un momento:

    ¿Cuáles son los efectos que produjo la difusión de los descubrimientos psicoanalíticos en la transformación subjetiva del hombre?

    La popularización de sus tesis deformadas ha invadido todo nuestro presente. Es difícil hoy, rastrear los orígenes de la filtración del psicoanálisis en nuestra cultura. Los primeros en acercarse a Freud no fueron los científicos, sino los artistas surrealistas. La lectura de “La Interpretación de los sueños” causó en ellos un impacto enorme que les llevó a desarrollar una teoría de la creación que traspuso la asociación libre al terreno de lo estético. Breton le llamó «el azar objetivo» y tuvo diversas manifestaciones: la escritura automática, los cadáveres exquisitos, y la elaborada pintura surrealista.

    Sería exagerado considerar todo el arte contemporáneo como producto de la lectura de Freud. El empuje hacia el miramiento por la subjetividad es también un producto histórico que tiene como circunstancias notables el siglo XVIII y la declaración de los derechos del hombre, empero, Freud se agregó a la corriente espiritual del individualismo burgués, con un aporte completamente fundamental. El creador del psicoanálisis estaba muy conciente de los cambios que llevaría a la sociedad su descubrimiento y se llegó a comparar, a sí mismo, con figuras históricas tan significativas como Copérnico y Darwin.

    La elección freudiana, como dice Foucault, devino una lección que consistió, en que, podíamos dar salida a nuestro demonio interno y vomitarlo en la realidad para liberarnos de él. Cómo toda lección mal entendida sirvió para pasar el examen y hoy sufrimos sus consecuencias que no dejan de ser gozosas: no sólo arte contemporáneo, sino una moda más libre, obsesión por el striptease corporal y emocional, invasión de terapias psi y self – help, creación y desarrollo de una publicidad loca que alude más al sueño que a la realidad, búsqueda sin freno de la autoconciencia. En suma: explosión del espacio privado que se había ensanchado después de la segunda guerra mundial y cambio en la moral cotidiana de la búsqueda de utilidad colectiva por el de la expresión individual simple, con la consecuencia de que se destruyen los ideales de la cultura generada por la Ilustración y el modernismo.

    Nuestra cultura posmoderna es descentrada y heteróclita, legitima la afirmación de la identidad conforme los valores de una sociedad personalizada en la que lo importante es ser uno mismo, en la que ya nada parece imponerse de modo imperativo y duradero, todas las opciones parecen cohabitar sin contradicción.

    La obra de Freud, constituyó una invitación abierta para exceder los límites de la razón y profesar el ejercicio de la imaginación en contra de las reglas hasta ese momento establecidas. El saldo de la asimilación de la realidad del Inconsciente, se vertió en la cultura imponiendo nuevas reglas, debemos —en más de una manera— a Freud el ímpetu de nuestro tiempo.

    ¿Quiere esto decir esto que debido al psicoanálisis vivimos una era menos represiva? La respuesta freudiana es un tajante: NO. Volvamos a las conclusiones del artículo sobre La Negación:

    (…) la función intelectual se separa (…) del proceso afectivo. Con ayuda de la negación se anula una de las consecuencias del proceso represivo: la de que su contenido de representación no logre acceso a la conciencia. De lo cual resulta una especie de aceptación intelectual de lo reprimido, en tanto que subsiste aún lo esencial de la represión.

    La función del estallido social de libertad que vivimos en el neocapitalismo es paradójica, nunca hemos estado más atados a las decisiones tomadas en la pirámide social que ahora. Vemos más de cien canales a través del televisor y desechamos la lectura, elegimos políticos que ofrecen el “cambio”, consumimos Coca – Cola vainilla y Rock, instalamos gratis todo tipo de software en nuestra computadora, votamos en las encuestas diarias de los noticieros, nos hollamos el cuerpo con percings, personalizamos nuestro Yahoo, preferimos el chat a la conversación, todo esto, como expresión de nuestra “libre voluntad”. Nuestro deseo se ha convertido en un perro domesticado.

    Gilles Lipovetsky (1986) le ha nombrado a nuestra época con el terrorífico título de: “La era del vacío”. Una época en que lo que priva es el individualismo, la indiferencia, la seducción de los medios, la “despolitización”, la atención dispersa del estudiante, la obsesión por la salud. Nos dice:

    A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento: Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es (…) el símbolo de nuestro tiempo.

    [Lipovetsky, P. 49]

    Según el autor, esta detonación de la ideología individualista perfila un nuevo sujeto en el contexto de un capitalismo autoritario que cede su lugar a un capitalismo hedonista y permisivo. La revolución a nivel político y artístico ha terminado. Asistimos a un individualismo puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales del modernismo. La res pública está desvitalizada, las cuestiones filosóficas, políticas o militares despiertan la misma curiosidad que los últimos escándalos de Michael Jackson. Se trata de vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y el futuro. La revolución informática sólo exacerba el materialismo, la ética hedonista, la realización personal y las nuevas religiones. La sensibilidad política cede su lugar a la sensibilidad terapéutica: gestalt terapia, bioenergía, rolfing, masajes, reiki, jogging, tai – chi, feng shui, Silva Mind control, hipnotismo ericksonniano, Neurolingüística, contranálisis, Zen, sexología, vivimos —en suma— una época de inflación terapéutica.

    El inconsciente y la represión ocupan una posición estratégica, por el desconocimiento radical que han instituido sobre la verdad del sujeto, se han vuelto operadores del narcisismo. Cito a Lipovetsky:

    El narcisismo es una respuesta al desafío del inconsciente: conminado a reencontrarse, el Yo se precipita a un trabajo interminable de liberación, de observación, de interpretación. Reconozcámoslo, el inconsciente antes de ser imaginario o simbólico, teatro o máquina, es un agente provocador cuyo elemento principal es un proceso de personalización sin fin: cada uno debe «decirlo todo», liberarse de los sistemas de defensa anónimos que obstaculizan la continuidad histórica del sujeto, personalizar su deseo por las asociaciones libres y en la actualidad por lo no-verbal, el grito y el sentimiento animal. Por otra parte, todo lo que podía funcionar como desperdicios (el sexo, el sueño, el lapsus, etc.) se encontrará reciclado en el orden de la subjetividad libidinal y del sentido.

    [Lipovetsky, P. 54 y 55]

    Curiosa manera de valorar el aporte freudiano. Parece que el psicoanálisis ha constituido el remedio y después la enfermedad para nuestra martirizada subjetividad: Medicina y peste en un solo frasco. No deja de tener su lado cómico el asunto y su apreciación no debe desecharse por los que nos dedicamos a esta profesión imposible.

    A los psicoanalistas nos corresponde ahora, demostrar a la sociedad que aún podemos aportar más a la historia del hombre y que el aguijón de este invento no se dobló o rompió en el siglo pasado.

    Bibliografía:

    Anzieu Didier (1994). El Yo-Piel. Ed. Biblioteca Nueva. España.

    Derrida, Jacques (1998). De la gramatología. Siglo XXI, México.

    Foucault (1999). “Entrevista con los japoneses”. Publicada originalmente el 12 de diciembre de 1970. Obras esenciales. Tomo I. Entre filosofía y literatura. Ed. Paidós. Barcelona. 

    Freud Sigmund (1995). Obras Completas. Versión Hipertexto. Freud Total 1.O. Ediciones Nueva Hélade. Argentina .

    Husserl Edmund (1990). Origins of Geometry. University of Nebraska Press. U.S.A.

    Lacan Jacques (1980). «El estadio del espejo como formador de la función del yo (’je’) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica». Escritos I. Siglo XXI. México.

    Lipovetsky Gilles (1986) La era del Vacío. Ed. Anagrama. Barcelona.

    Páginas Web:

    Joel Peter Widkin: http://www.zonezero.com/exposiciones/fotografos/witkin/jpwdefault2.html

    Günther Von Hagens:

  • Dios no ha muerto, es inconsciente

    Dios no ha muerto, es inconsciente

     Luis Tamayo Pérez

    “[…] la palabra Dios ha muerto significa: el mundo suprasensible no tiene eficacia. No prodiga vida. La metafísica, es decir, para Nietzsche, la filosofía occidental entendida como platonismo ha llegado a su fin”.

    Heidegger

    Hacia el final de la Crítica del juicio, I. Kant establece aquello que dio origen a sus tres críticas, es decir, el intento de demostrar filosóficamente la existencia de Dios y la inmortalidad del alma:

    “No podemos pensar la finalidad que debe establecerse en la base de nuestro conocimiento de la posibilidad de muchas cosas naturales mas que representándonoslas a ellas y al mundo entero en general como obra de una causa inteligente (de un Dios)”.[2]

    Afirmación que, Kant indica, sólo puede sostenerse a nivel del juicio teleológico, pues al nivel del juicio determinante, como sostuvo al final de la Crítica de la razón pura, ni la existencia ni la inexistencia de Dios son demostrables.

    Contrariamente a esa afirmación kantiana, que indica los límites de la razón humana para decidir sobre la existencia de la divinidad, tanto Hegel como Nietzsche afirmarán la muerte de Dios.

    Así, leemos en el apartado Der tolle Mensch (El loco) de La gaya ciencia de Nietzsche —en la versión de A. Yánez— (formulación que luego se reiterará en el encuentro de Zaratustra con el anciano eremita y con el jubilado de Also sprach Zaratustra):

    “No oyeron hablar de aquel loco que, en pleno día, corría por la plaza pública con una linterna encendida en la mano, gritando sin cesar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! Como estaban presentes muchos que no creían en Dios sus gritos provocaron risas –¿se te ha perdido? decía uno –¿se ha extraviado como un niño? preguntaba otro –¿Se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha ido de viaje? ¿Ha emigrado? Así se gritaban los unos a los otros. El loco saltó en medio de todos y los atravesó con la mirada: ¿Donde está Dios? Se los voy a decir. Nosotros lo hemos matado, ¡ustedes y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero, ¿como hemos podido hacerlo? ¿Como pudimos bebernos el mar en un solo trago? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hacíamos al desprender la tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Lejos de todos los soles? ¿Caemos sin cesar? […]¿Flotamos en una nada infinita? […]¿No oyen el rumor de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina? ¡Porque los dioses también se descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros lo hemos asesinado! ¿Cómo podremos consolarnos, nosotros, asesinos entre asesinos? Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? ¿La grandeza de ese acto no es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en Dioses o, al menos, parecer dignos de ellos? Jamás hubo acción más grandiosa. Y los que nazcan después de nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada de lo que fue historia alguna”[3].

     Ahora bien, si Dios murió es porque antes vivió, antes existió y, ¿por qué no?, quizás nosotros somos su obra, lo continuamos, quizás perdura en alguna parte de nosotros, quizás bajo la forma de la negación superada (conservada y levantada).

    La fórmula nietzscheana no es atea, como deja perfectamente claro en su tesis Nietzsche y Dostoiewsky. Tres áreas filosóficas de convergencia y divergencia el Mtro. Armando Ortega Pérez de León, la experiencia de lo sagrado y la experiencia de lo infinito no estaban, de ninguna manera, ausentes en la filosofía de Nietzsche:

    “Aspirar a lo infinito, siempre y cuando éste sea inaccesible. Alcanzar el mediodía de la vida, ciertos de que la decadencia y, más allá, la extinción son inevitables. Abrevar el instante en su plenitud, sabedores de que desaparecerá y no quedará de él más que su estela luminosa. Estas son las únicas fórmulas posibles que la vida ofrece, mismas que conforman su carácter trágico que Nietzsche experimenta y exalta”[4].

    Pero, volviendo a su formulación “Dios ha muerto”, si bien es cierto que no puede llamársele atea, si puede llamársele hereje, pues vuelve a las fuentes del pensamiento cristiano, recuerda lo que para ellos es un hecho, que Cristo murió…aunque resucitó al tercer día. Nietzsche escande, detiene el tiempo de la frase para hacer alusión al hecho de que los hombres lo mataron. Quizás por ello afirmó en Ecce homo:

    “Si peleo contra el cristianismo es precisamente porque nunca me ha molestado, los cristianos serios, formales, han estado siempre bien dispuestos a favor mío”[5].

    J. Lacan, por su parte, sostiene en el seminario Los conceptos fundamentales del psicoanálisis: la verdadera fórmula del ateismo no es “Dios ha muerto” sino “Dios es inconsciente”[6].

    Ahora bien, qué quiere decir “Dios es inconsciente”? Lacan, al señalar la fuente inconsciente del pensamiento sobre la divinidad hace de Dios un concepto, una idea. Lacan se sitúa en la misma línea de Kuhn cuando afirmó: “los verdaderos ateos son los teólogos pues hacen de Dios un objeto de conocimiento”.

    Lacan no niega la existencia de la divinidad, simplemente la redefine como una concepción, un síntoma humano, uno que el hombre requiere para que su estúpida existencia encuentre un soporte, para que su narcisismo no se pierda en el vacío.

    Contrariamente al “Dios ha muerto” nietzscheano, el “Dios es inconsciente” lacaniano no es una expresión romántica, una del orden de la mirada al Dios desaparecido pero esperado, del encuentro con la cuenca vacía del sueño de Jean Paul.

    “Dios es inconsciente” es la expresión de la ausencia de esperanza, de la asunción de la imposibilidad del apoyo, lo cual obliga a cada uno a marchar con las propias fuerzas. Sin esperanza alguna pero con la finitud.

    La fórmula nietzscheana “Dios ha muerto” no es de ese orden, mantiene el lugar de lo sagrado, la aspiración de infinitud. Y en ello radica una buena parte de su fuerza poética.

    Ello ha sido interpretado, como ya lo he referido, habitualmente como ateísmo. Así indica Colomer:

    “El ateísmo de Nietzsche es todo lo contrario de una actitud fácil y confortable. Importa un esfuerzo sobrehumano y, acaso, por eso mismo, inhumano. Nietzsche sucumbió por haber querido demasiado”[7].

    Lacan, al contrario, revela que la fórmula nietzscheana no es atea, que el verdadero ateísmo implica reconocer que Dios no es sino una creación humana, una solicitud de infinitud por parte de un ser finito, una esperanza vana. Sin embargo, Lacan no puede dejar de reconocer que tal esperanza, en su desgarramiento, ha sido la fuente de nuestra mejor poesía.

    No termino sin plantear una pregunta: ¿se podrá hacer poesía desde el “verdadero ateísmo”, es decir, sin la referencia a Dios –o a su ausencia– y a lo sagrado?


    [1] Heidegger, M., “Nietzsches Wort Gott is tot” en Holzwege (Sendas perdidas), Frankfurt, Klostermann, 1950, p. 200, versión castellana de A. Yañez, El nihilismo y la muerte de Dios, UNAM/CRIM, 1996, p. 114.

    [2] Kant, I., Crítica de juicio, Austral, Bs. As., p. 377.

    [3] Yánez, A. El nihilismo y la muerte de Dios, UNAM/CRIM, México, 1996, p. 105-107.

    [4] Ortega Pérez de León, A., Nietzsche y Dostoiewsky. Tres áreas de convergencia y divergencia, tesis de Maestría en filosofía, UNAM, México, 1999, p. 168.

    [5] Nietzsche, F., Ecce homo, EMU, México, 1988, p. 32.

    [6] Lacan, J., Seminario Les concepts fondamentaux de la psychanalyse (inédito), sesión del 12 de febrero de 1964.

    [7] Colomer, E., El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, vol. III, Herder, Barcelona, 1990, p. 281.

  • 2009 y la década prodigiosa que nos aguarda

    2009 y la década prodigiosa que nos aguarda

    Nuestro futuro según Kurzweil, con algunas predicciones complementarias de JOB

    Julio Ortega Bobadilla

    Los cambios tecnológicos han alterado hasta tal punto la convivencia, que los humanos han extendido su cuerpo hasta las máquinas, de modo que, las previsiones del autor hacen pensar en la utilización de más de 100 ordenadores en la vida cotidiana de cada persona.

    Los ordenadores se esconden en anillos, alfileres, tarjetas y resultan necesarios para realizar tareas que no sabemos cómo realizaban los hombres del siglo pasado. Algunas de ellas: escoger un producto en el supermercado, hablar con los semejantes, tener sexo y caminar por la calle.

    Las bases de datos cubren todos los aspectos de la vida social. Nadie sale a la calle sin al menos un ordenador que no es sólo un teléfono que le conecta a la red de redes y le proporciona información sobre tráfico, finanzas y encuentros personales… sino una pequeña conciencia superyoica que como Pepe Grillo les informa a los Pinochos del siglo XXI si lo que hacen está bien o mal.

    Los softwares de dictado han substituido a las asistentes y mecanógrafas relevando a los humanos de tareas secretariales, tales como: contestar el teléfono y pasar llamadas, tomar dictado sobre las piernas del jefe, llevar el café al ejecutivo y ofrecerle buscar archivos en las noches de los viernes.

    Los humanos usan ahora gafas, a contrapelo de las predicciones de la ciencia médica del siglo XX que había logrado corregir los defectos de la vista por medio del rayo láser. Los anteojos modernos son ordenadores que proporcionan alucinantes sensaciones tridimensionales al usuario, reservadas en el pasado sólo a los psicóticos.

    La gente prefiere quedarse en casa que salir a la calle. La educación se ha transformado a tal punto que la mayor parte de las experiencias educativas se realizan frente al ordenador prácticamente ha hecho desaparecer el antiguo teclado. Todavía hay maestros humanos pero éstos se han convertido en porristas que alientan a los escolares a usar las máquinas, verdaderas maestras del saber que han enseñado ya a leer y escribir a los niños antes de entrar a la primaria, pero sobre todo a usar las máquinas.

    Las voces sintéticas y los lectores de texto se han desarrollado de tal forma que ya nadie lee en voz alta por gusto, sino como parte del entrenamiento avanzado de toast-master, que desarrolla habilidades para seducir al oyente.

    Las cocineras androides no han sido tan aceptadas como las niñeras eléctricas que están a la orden del día, cambian al bebé, le cantan, lo alimentan y lo mejor de todo es que ya no necesitan comprarse sino que se toman en plan de arrendamiento con la SONY o la RCA VICTOR. Se han introducido en el mercado las femmebots, pero el público aún tiene sus dudas sobre la calidad del producto, a pesar de que la empresa SAMSONG promete satisfacción garantizada.

    El aprendizaje a distancia es ahora habitual y los cursos seminarios, maestrías y doctorados son opciones cómodas para el desarrollo de los nuevos estudiantes que engordan casi hasta estallar y mueren de infartos a temprana edad.

    La tecnología se ha enfocado a suplir incapacidades físicas que atormentaban y causaban complejos y traumas a los chicos discapacitados. Los aparatos de navegación para ciegos, las máquinas de sordera que también traducen y las máquinas de caminar hacen parecer ñoño, a un personaje antes misterioso como Charles Xavier. De hecho, los niños que nacen normalmente desean fieramente usar las máquinas y aditamentos de sus superdesarrollados amiguitos, antes los inválidos de la escuela. Se reportan casos de niños y adolescentes que se inflingen daños corporales graves y permanentes con tal de conectarse para siempre a las novísimas máquinas que todo lo pueden. La tecnología no es sólo la gran niveladora como imaginaba un tal Kurzeil, sino que con sus adelantos provoca un nuevo desnivel que no beneficia a los estudiantes que nacieron en parto normal y sin patología. Los padres empiezan a desear que el niño nazca con defectos para que pueda tener mayores oportunidades en la vida.

    La tecnología de la comunicación está tan desarrollada que los libros en vez de fotos fijas, ilustraciones en blanco y negro, aburridas letras y secas páginas de papel son tablillas que van leyendo la información al usuario incluyendo imágenes con movimiento. Heidegger, Dostoievsky, Saramago, Paz y Hegel yacen en las bodegas y bibliotecas que ya sólo existen en los Países Exteriores, antes llamados del Tercer Mundo. Los nuevos autores se preocupan por crear libros interactivos que produzcan emociones al espectador que ve los libros como si fueran la vieja televisión. Hay gente que duda de la existencia de los países exteriores, se dice que es un cuento para asustar a los niños, una leyenda urbana que ha inventado la compañía Macrosoft.

    Los Estados Unidos de Norteamérica son, gracias a las máquinas espirituales, el líder indiscutible del mundo civilizado. Los demás países van a la zaga de los americanos que ahora ya no son WASP (white, anglosaxon and protestant) sino chaparritos, morenos y con caras aztecas y redonditas, que pueden ocultar al tener sexo virtual con sus trajes especiales que los hacen imaginar blancos, rubios y de proporciones plásticas parecidas a las de Barbie y su pareja Ken. Por cierto, se ha puesto de moda últimamente tener sexo con una pareja, adoptando una identidad virtual merced al programa Cupido. Otros ciberprogramas que se venden bien: Psicoanálisis con Freud, Cambio de sexo reversible, Viajeros en el tiempo y En la Cama con Madonna.

    Todo se compra y se vende por Internet. La vida social se ha transformado a tal punto que un criminal después de ser juzgado virtualmente es condenado a una celda de prisión que merced a las nuevas tecnologías es un paraíso que abre la puerta a más aventuras. Juliette o la clé de sognes, La isla de la Fantasía son hoy, una majestuosa realidad. Hay gente que comete crímenes para ir a la prisión de Almoloya que se ha convertido, merced a la nueva tecnología, en el lugar más deseado de visitar, después de los Club Resorts. Se habla de que la próxima década podremos casarnos con una pareja virtual a nuestra medida y gusto, que nos complazca en todo… hay gente que ha decidido esperar a los adelantos y suspendido sus compromisos actuales.

    Hay una preocupación continua por una subclase de personas que en la escala de habilidades para ejecutivos ha quedado atrás. Sin embargo, el tamaño de esta subclase parece estable y políticamente neutralizada. Se cuenta la historia, que el heredero del tirano industrial de Metrópolis, antes llamada New York, ha bajado a las profundidades de la ciudad y se ha enamorado de María una obrera adorada por la subclase. El padre ha encargado que una réplica robotizada de la joven tome su lugar y destruya todo.

    Los músicos sintéticos se mezclan con los humanos. Las posibilidades son infinitas. La creación musical está ahora a disposición de personas que no son músicos. Los discos más vendidos: Cara Bobo y sus macozotes, Los locamangos despedazan Bach, Los Beatles se juntan de nuevo (versión Akkustic).

    Los traductores han sido substituidos por máquinas. Pessoa en la traducción de MZX24, El seminario de Jacques Lacan (¡Por fin una traducción sin cortes!) según CMON 66, Edgar Alan Poe en la versión de AKK77 y Shakespeare en la versión de MBX55 están en las librerías virtuales para todo aquel que quiera comprarlos y leerlos.

    En el campo filosófico los analíticos demuestran, indefectiblemente, la razón de sus propuestas filosóficas inspiradas en el primer Wittgenstein, merced al último libro escrito por la máquina filosófica Averroes 33-38.

    Un rejuvenecido Michael Jackson, lanza su nuevo disco acompañado por sus hijos enmascarados que componen su banda de rock. Arnold Swarzennegger se postula para presidente de los Estados Unidos.

  • Lenguaje en los testimonios de guerra: entre la evocación poética y la sequedad

    Lenguaje en los testimonios de guerra: entre la evocación poética y la sequedad

    Andrés Velázquez Ortega

    Para que la rueda de vueltas para que la vida sea vivida hacen falta las impurezas, y las impurezas de las impurezas; y pasa igual con el terreno, como es bien sabido, si se quiere que sea fértil. Hace falta la disensión, la diversidad, el grano de sal y de mostaza. Yo soy la impureza que hace reaccionar el zinc, soy el grano de sal y de mostaza.

    El Sistema periódico. Primo Levi. Pág. 40

      En el transcurso de esta investigación una de las preguntas que constantemente hemos escuchado es: ¿Por qué y para que estudiar los testimonios de los sobrevivientes de los campos de concentración? ¿Por qué acercarnos a ellos en México y a casi 60 años de la finalización del conflicto bélico? Si bien estas preguntas se podrían hacer a todos los oficios y para cada una de las investigaciones en curso, en nuestro caso tienen un tono de: eso habría que archivarlo, revivir el sufrimiento es morbosidad que impide dar vuelta a la hoja, eso sucedió en otro continente y poco o nada tiene que ver con México. Pese a tal tonalidad considero que lo ocurrido en los campos de exterminio, a la mitad del siglo pasado, es un trazo central del paisaje contemporáneo, lo es porque aquellos acontecimientos presentan aún hoy, dificultades para ser representados, lo es también, aunque suene paradójico, por la multitud de formas (fotografías, novelas, poesía, cantos, testimonios) con las que se ha tratado de bordear esas dificultades de representación. Auschwitz le ocurrió al mundo, sus efectos se hacen evidentes en la clasificación contemporánea de la vida y la muerte humana, clasificación determinada por un signo que al mismo tiempo que identifica al sujeto, lo segrega.

    Que esta actividad se celebre el último día de abril no deja de ser algo con sentido y con memoria, en abril se suicidaron Primo Levi (11 de abril de 1986) y Paul Celan (abril de 1970), los dos escritores y los dos tocados por la experiencia del campo de concentración. En cierto sentido ambos fueron afectados por el traslado de trenes, por el uso que a las vías ferroviarias se dio durante la denominada segunda guerra mundial, uso en el que Adolf Eichmann estuvo directamente implicado y que se relata en la película que hemos tenido oportunidad de ver. Segunda guerra mundial, predominio del nazismo y seis años que, como lo comenta Carl Amery, proyectan su sombra e incluso dan apertura al siglo XXI, es así porque si bien esa suma de sangre, culpa y víctimas sucedió en Europa e involucro, en sus distintas Zonas Grises,  a toda Europa, no por ello puede reducírsele a una experiencia europea, Auschwitz, vale la pena reiterarlo, le ocurrió al mundo no como una catástrofe natural o como algo sin vínculo con el devenir de la historia. Esto se muestra muy claro y está muy cercano a nuestros oficios (escritores, psicoanalistas, psicólogos) en la emergencia en distintos ámbitos de la pregunta: ¿Qué hacemos con la crueldad y con el horror? ¿Lo escribimos, lo representamos en los escenarios de lo psíquico, lo mitificamos como algo indecible e inenarrable, lo lanzamos al campo del silencio y pretendemos, con ello, inhalar nuestras propias cenizas?

    Lo que inicialmente llamo mi atención no fue tanto la geopolítica, ni la estrategia bélica de la conflagración mundial, fue, más bien, el hecho mismo del campo, es decir, de un territorio cercado, de una arquitectura construida para llevar a cabo labores, trabajos, trabajos de eficiente producción pero también trabajo inútil. Circunscribir a los seres humanos a un espacio físico choca con la aparente libertad que los medios de transporte brindan: viajar, ir de un lado a otro, moverse. A esa contraposición en el uso del espacio se le agregaba un dato radical: pese al horror de lo allá vivido, de eso se escribía, incluso había una urgencia ineludible de la escritura y de la narración, cuarenta años después de finalizada la guerra, Primo Levi decía que de las experiencias vividas en Auschwitz se le habían quedado grabadas frases, grabadas como en una cinta magnética, una fijeza de las impresiones que le harían decir Por algún motivo que ignoro me ha pasado algo muy extraño, diría que algo semejante a una preparación inconsciente para testimoniar[1].

    Más allá de que nunca he encontrado otra relación más directa entre Inconsciente y decir, entre inconsciente y narrar , vale la pena subrayar que tal resto urgente por decir y por narrar, que en Levi tomo la forma de escritura, no sucedió igual en todos los sujetos que vivieron la experiencia, Levi mismo subraya la casi inexistencia de escritos testimoniales hechos por los integrantes de las escuadras especiales que eran prisioneros a los que se había asignado todo el trabajo que los crematorios implicaban, ellos no suelen escribir; sin embargo en el centro mismo de esa experiencia, extrema dentro de lo extremo, se ha localizado escritura, hojas de papel enterradas en los alrededores de los crematorios de Auschwitz, ante lo cual solo cabe preguntarnos, ¿para que esa escritura?, ¿dirigida a quien?. Así pues, la urgencia por testimoniar corresponde a aquellos sujetos perplejos por la experiencia y por lo que el lenguaje podía decir o no decir de lo allí vivido, en 1946 Primo Levi escribió: Entonces por primera vez nos damos cuenta que nuestra lengua no tiene palabra para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante con intuición casi profética se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo[2].

    La urgencia por testimoniar condujo a la escritura, la experiencia de los campos de concentración, experiencia de la que Agamben dice que representa la experiencia devastadora en que se hace que lo imposible se introduzca a fuerza en lo real[3], me lleva a preguntarme sobre tres cuestiones en torno al lenguaje, cuestiones presentes en los testimonios de Levi y en el film sobre Eichmann: la primera refiere a los efectos subjetivos de su resonancia, la segunda remite a sus límites y, por último, a lo que podríamos denominar su sequedad. Resonancia, límites y sequedad del lenguaje serán vistos en distintos momentos y en hombres que, en posiciones diametralmente distintas, vivieron la guerra y sus aparatos.

     En diferentes lugares de los testimonios de Levi se puede advertir la importancia que el lenguaje tuvo para él, importancia, si se puede decir así, con dos caras, con dos riberas, por un lado era eso que al resonar, que al volver a traer recuerdos le permitió atar un nudo entre el presente del campo y el pasado de su historia, de su historia de gustos y placeres; la otra cara del lenguaje esta hecha por sus límites, por su pobreza para representar lo que se vivía en el campo. Azorado y observando meticulosamente Levi se dejo, por lo menos en un momento de su estadía en el campo, llevar por la evocación poética de Dante[4] haciendo con ello un elogio del lenguaje, elogio que sin embargo no impidió su cuestionamiento radical: las palabras no podían representar la experiencia hecha cuerpo sufriente en el campo, tampoco terminaban de registrar el tiempo del hombre convertido en cosa para el hombre, forma en como Levi definió la experiencia de los campos de concentración. De esta manera Levi presentó lo que es una encrucijada contemporánea: si bien el lenguaje es lo único que tenemos, ello no es suficiente.

    En el agujero negro de Auschwitz algo quedaba excluido en el plano del tiempo, el antes y el después no presentaban enlaces, lo vivido se remitía a un presente en el que signos y referentes simbólicos habían caído. Claude Rabant[5] llega a decir que allí ni siquiera la muerte es un instante propio que escanda el último instante del instante precedente, se trataba entonces de un presente sin la alteridad que el tiempo implica. A pesar de que eso era la vida en común en el campo, se pueden, sin embargo, reconocer momentos en que la trama de una historia volvía a tejerse. Levi le llamó, en 1986, atar un nudo. Se refiere con ello al efecto que tuvo en él la conversación que sostuvo, más de 40 años antes en Auschwitz, con Jean Samuel joven prisionero francés con el que tomó contacto un día en que raspaba y limpiaba el interior de una cisterna subterránea, aquel día acompañó a Jean Samuel por el cazo de sopa que serviría de alimento a los prisioneros del Kommando Químico, en el trayecto Jean Samuel impresiona a Levi porque habla alternada y naturalmente en francés y en alemán, Levi piensa entonces que le gustaría enseñarle italiano, se lo propone a Jean Samuel y ante su aceptación Levi recuerda, sin saber porque, el Canto XXVI del Infierno de Dante, El canto de Ulises. Con esa materia inicia un momento de transmisión, de pasaje, del italiano al francés, de Levi a Jean Samuel, de ambos a la situación que Dante evoca: la petición de que se considere la ascendencia, de que no se ha nacido para vida animal sino para adquirir virtud y ciencia, y el verso final: “y nos cubre por fin la mar airada”; todo esto, frente a la dura mirada del kapo vigilante y a la formación en fila para recibir la ración de sopa diaria. El recuerdo de la secuencia del canto de Dante contiene agujeros, olvidos, equivocaciones. Agujeros en la memoria que, precisamente por ello, hacen recuperar la deriva de una historia. Se trata de un momento puntual en que una trama se restablece.

    De este momento, Jean Samuel pudo decir, recién en 1996: “¿Por qué escogió a Dante, por qué El canto de Ulises? Sin duda fue una iluminación. Estoy más que seguro que yo no pude más que seguir sus esfuerzos desesperados por reencontrar el texto, por descubrir una lectura nueva en un Infierno que incluso Dante no habría podido imaginar[6]”. Cuarenta años después refiriéndose a los recuerdos que tenía del campo y a los recuerdos que tuvo allí de Dante y del italiano, Levi escribió: Entonces y allí valían mucho. Me permitían volver a atar un nudo con el pasado, salvándolo del olvido y reforzando mi identidad[7] . No se necesitan demasiadas luces para reconocer que no es lo mismo atar un nudo con el pasado que atarse al pasado o atar al pasado. Las consecuencias, políticas y subjetivas, de estas tres variaciones son distintas.

    Pero si en los testimonios de Levi el lenguaje, a veces, evoca y hace nudo es, en su otra cara, una estructura a la que la experiencia de Auschwitz hace mostrar su incompletud, incompletud que empieza en la nominación de las sensaciones, una y otra vez encontramos en los testimonios revisados palabras como éstas: “nuestro modo de tener frío exigiría un nombre particular”; después de la imposibilidad de nominar sensaciones la incompletud del lenguaje encuentra su plena crudeza en el intento de descripción de la experiencia de aquellos prisioneros llamados musulmanes, hombres que habían sucumbido a la regla del campo, convertirse en desechos, para Levi no eran la excepción del campo sino su regla, habían visto a la Gorgona y no podrían volver para contarlo, él escribió: Se duda en llamarlos vivos. Se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla.[8]

    En la experiencia del musulmán y su imposibilidad para contarla se inserta la función del testigo y del testimonio, se trata de una función paradojal porque el testigo queriendo registrar y transmitir lo vivido se topa con algo que siendo existente no encuentra autor, ni sujeto que lo pueda enunciar, se topa con una laguna intestimoniable que, sin embargo, define su función. La experiencia del musulmán es el límite y la esencia del testigo. Frente a este límite del lenguaje, tan presentes en los testimonios de los sobrevivientes de los campos, es necesario, sin embargo, diferenciar tres cosas: no se trata de las dificultades para transmitir a otros una experiencia que por propia es única, se trata, más bien, de un límite de la estructura misma de la lengua que tampoco habrá que confundir con la mitificación, advertida por Agamben, en que caen aquellos que afirman que lo ocurrido en Auschwitz es inenarrable, mitificación que podría tocar los mismos hilos que los oficiales nazis arrojaban a la cara de los concentrados cuando les decían: no saldrán vivos del campo pero si sobreviven nadie les creerá lo que pudieran contar.

    En su estudio sobre Auschwitz, Agamben sostiene: Decir que Auschwitz es indecible o incomprensible equivale a Euphemein, a adorarle en silencio, como se hace con un dios; es decir, significa a pesar de las intenciones que puedan tenerse, contribuir a su gloria. Nosotros por el contrario, no nos avergonzamos de mantener fija la mirada en lo inenarrable. Aún a costa de descubrir que lo que el mal sabe de sí, lo encontramos fácilmente también en nosotros. Esta triple diferenciación, transmisión de la experiencia propia, lagunas en la propia estructura de la lengua y efecto político del mito de lo indecible me lleva a sostener que frente a la desproporción de la maquinaria que se instalo en Auschwitz, desproporción que, como lo señalo Gunther Anders[9], crea un abismo en la posibilidad de la representación humana, frente a ello la escritura testimonial y su lectura, van construyendo referentes que permiten hacer consistente un cuerpo, bordear el horror, es decir hacer funcionar un real dentro de los carriles imaginarios y/o simbólicos, por ello es que es preciso seguir hablando y narrando.

    Ahora bien a los dos aspectos en los que Levi encontró un límite del lenguaje, la nominación de las sensaciones por un lado y la experiencia del musulmán por el otro, habría que agregarle un tercer elemento: el horror a la normalidad asumida del campo. Con normalidad no nos referimos precisamente al transcurrir de la vida diaria o a la excelente descripción de tal transcurrir que Levi llamo la Zona gris. Nos referimos, más bien, a puntos de la experiencia relatada donde lo habitual y corriente, salir del “trabajo”, por ejemplo, se hacía, y se hablaba de ello, casi como si el horror circundante no existiera. Esos puntos están claramente mostrados en las palabras de Nyiszli, integrante de las escuadras especiales quien presenció un inusitado partido de Fútbol jugado entre las escuadras especiales y los miembros de la SS. Un partido que contó con su público, sus porras y sus apuestas. Ese partido no fue, ni es, un oasis en medio del desierto, a la inversa podríamos decir que es el desierto del acostumbramiento a la crueldad extendiéndose. Al respecto y en primera persona Agamben dice: Pero para mí, como para los testigos, este partido, este momento de normalidad, es el verdadero horror del campo. Podemos pensar, tal vez, que las matanzas masivas han terminado, aunque se repitan aquí y allá, no demasiado lejos de nosotros. Pero ese partido no ha acabado nunca, es como si todavía durase sin haberse interrumpido[10].

    Así al horror de las masacres se le sumaba el horror de la normalidad, y para mí esos hechos que emergieron allá son de vital importancia para nuestros oficios, porque, en efecto nos podemos preguntar, ¿Cómo escribir, y acaso tendríamos que agregar, cómo enfrentar clínicamente, pintar, filmar, dibujar el horror de lo normal? Paradójicamente lo monstruoso, por su desmesura, por su desproporción, invita a intentar capturarlo en las redes de los signos, a usar frente a ello el pincel, la cámara y/o el alfabeto. Pero la normalidad del horror ¿cómo escribirla? Esta pregunta me permite pasar al segundo punto de mi intervención: el retrato de un criminal moderno.

     En 1961 tras su captura, un año antes, en Buenos aires, Adolf Eichmann encargado, durante el régimen Nazi, de las deportaciones hacía los campos de concentración y exterminio fue juzgado en Jerusalén y condenado a muerte. Hay que recordar aquí que, en casi todos los testimonios de los sobrevivientes de guerra revisados, el traslado en tren ocupa un lugar fundamental en los horrores vividos y en el quiebre del mundo que estos efectuaban. Si bien en la mayoría de los casos, está el alarido y la angustia de los trasladados, hay también quien ha hablado de la forma de operación y de organización que los traslados implicaban, operación y organización en las que Eichmann trabajaba, uno de esos testimonios es el que hizo el historiador Raúl Hilberg[11] para Claude Lanzemann: Ésta es la orden de ruta no. 587, típica de los trenes especiales. Debajo decía reservado para uso interno. Y, el hecho que sobre este documento relativo a los trenes de la muerte, no aparezca la palabra secreto me resulta muy extraño. Pero, pensándolo bien, el término secreto hubiera inducido a los destinatarios a preguntarse, a plantear, tal vez más preguntas; hubiera llamado la atención. Ahora bien, la clave de toda operación en el plano psicológico estaba en no nombrar jamás lo que estaba a punto de realizarse. No decir nada. Hacer las cosas. No describirlas. De ahí, el: “reservado para uso interno”.

    Cuando Agamben se pregunta sobre la comunidad que vendrá menciona a Eichmann como un hombre que buscando servirse de su propia impotencia fue  tentado por el mal propio del poder del derecho[12] con ello hace alusión a una nueva figura del mal, ya no la del demonio propia del siglo XIX, sino otra hecha de una mezcla arriesgada y terrible de aniquilación de la impotencia por la vía de la obediencia absoluta a la ley y al derecho. Hannah Arendt por su parte en su estudio Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, estudio que sirvió de referente a la película que nos ocupa, hizo notar que Eichmann era verdaderamente incapaz de expresar una sola frase que no fuera un cliché[13]. Clichés que, según la autora citada, no lo abandonarían ni en la hora de su muerte. Sobre esa tentación y esos clichés trata el film de Rony Brauman y Eyal Sivan.

    La gente que acudió al juicio de Eichmann buscando encontrar en él la figura clásica del monstruo, desmesurado, desproporcionado, con la irracionalidad desorbitándole los ojos, debió haber sentido por lo menos una punzada de decepción porque Adolf Eichmann no correspondía a tal óvalo, aunque suene risible él no es buena materia para el horror gore. Pulcro y seco, ajustadito a su esqueleto y poco intrusivo con sus manos y su cuerpo en el espacio inmediato, Eichmann parece más el portero de cualquier edificio de lujo que el firmante de las ordenes de deportación que llevo a millones al exterminio.

    La palabra cliché remite a la producción en serie de palabras y a la posibilidad infinita de reproducción de copias. Las palabras sufren dos movimientos que se pueden catalogar de inversos. Por un lado se vacían de sentido y se fijan estereotipadamente, por otro adquieren el tono de formulas que, de boca en boca, parecieran decir el todo de lo que enuncian. Cuando Arendt habla de Eichmann como alguien que se sostiene en clichés se refiere a varias cosas: a su constante respuesta de que él sólo obedecía ordenes, a la utilización constante de frases celebres, al insistente machaqueo sobre frases hechas que guardaba en la memoria y que remitían siempre a acontecimientos importantes para él. Un poco más allá del lenguaje Arendt encuentra el cliché en un molde que la persona de Eichmann reproducía, un molde plano y sin caras diversas, una especie de vacuidad sin fondo, Arendt subraya: Lo más grave en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos, ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales[14].  Seco en su lenguaje, Eichmann ve pasar frente a él a los ciento once testigos que desfilaron en el juicio de Jerusalén. La lluvia de palabras escuchadas y expuestas no cambio en nada su actitud, como si entre él y los testigos hubiera algo más que el gabinete de cristal que lo resguardaba o porque, continuando con Arendt, estaba rodeado por la más segura de las protecciones contra las palabras y la presencia de otros, y por ende contra la realidad como tal.

    Esa protección implicaba que las razones de estado imperantes en el momento de los crímenes constituían una razón total y absoluta. Eran una especie de negación de cualquier otredad, eso le servía de resguardo porque al no haber otros deducía que todos los alemanes actuaban igual, que no había uno que se diferenciara, no existía, a los ojos de Eichmann, el rebelde que al protagonizar su revuelta trazara huecos, separaciones, trazos de diferencia en su conciencia y en su mentalidad. Una ley era una ley que no admitía excepciones, así el panorama adquiría la forma de un “todos somos iguales”, y por lo tanto, no había que justificar los actos y la obediencia. Pieza de un engranaje donde a nadie se le reconocía como autor de sus actos Eichmann ignoro las pequeñas historias de desobediencia civil, de rebeldía y colaboración que algunos alemanes tuvieron con las victimas de la persecución nazi, e incluso le era imposible imaginarse situaciones de supuesta incapacidad administrativa hechas para impedir que los trenes y las leyes funcionarán. Todos esos actos implicaban la posibilidad de elegir, nombraban la fractura en el mal absoluto, había, los hubo, momentos donde otra acción, otra decisión se hizo posible.

    Párrafos arriba mencione que Arendt aseguraba que Eichmann era incapaz de hablar sin clichés refería con ello a la afirmación que el propio Adolf había hecho: “mi único lenguaje es el burocrático”, dijo en el transcurso del juicio. Tal afirmación y tal sequedad del lenguaje me obligan a una pregunta. ¿Pero acaso hay alguna subjetividad en juego detrás del lenguaje burocrático? ¿Hay un atrás de sentido o sin sentido, un anverso y un reverso en el cliché? No se trata solo de la pobreza de lenguaje advertida en algunos medios, se dice que hablamos con muy pocas palabras, pero en el cliché eichmanniano no se trata sólo de eso. El asunto hay que situarlo más allá, en el punto en que en una época, aquella de mediados del siglo pasado y esta de las invasiones bárbaras, recordando aquí tanto al cineasta canadiense Denys Arcand, como a nuestro conocido Sigmund Freud, se intentó y se intenta reducir el caos de recuerdos, al signo aséptico y puro, a la maquinaria burocrática y científica.

    Y, a propósito de Freud hay que recordar que desde 1930 señalaba que un prójimo puede ser para otro prójimo muchas cosas: objeto auxiliar, sexual, tentación para la agresividad y el despojo, para el martirio y el asesinato. Frente a lo ocurrido después no se puede más que pensar que Freud se quedó corto porque en él ni lo auxiliar, ni lo sexual desaparecían, tampoco desaparecía el trazo de prójimo a prójimo, como sí parece haber ocurrido en los campos de exterminio. Levi lo escribió así: “Parte de nuestra existencia reside en las almas de quien se nos aproxima: he aquí porque es no-humana la experiencia de quien ha vivido días en que el hombre ha sido una cosa para el hombre”.[15]

    [1] Agamben, G. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III.. Ed. Pre-textos. Pag. 26. Valencia 2000.

    [2] Levi, P. Si esto es un Hombre. Pag, 28.

    [3] Agamben, G. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III.

    [4] Alighieri, D. La divina comedia. Canto XXVI del Infierno.

    [5] Rabant, C.  Se soulever contre ce qui est la…Ed. Gallimard. Pag 131.

    [6] Samuel, J. Primo Levi:l’compagnon,l’ami.l’homme. Ed. Harmattan. París 1997.

    [7] Levi, P. Los hundidos y los Salvados. Ed. Muchnik, Pag 119.

    [8] Levi, P. Si esto es un hombre.  Ed. Muchnik. Pag, 96.

    [9] Anders, G. Nosotros los hijos de Eichmann. Carta abierta a Klauss Eichmann. Ed. Paidós.

    [10] Agamben, G. Op. Cit. Pag. 25.

    [11] Lanzmann, C. Shoah. Ed. Tiempo al tiempo. Pag, 143. Madrid 2003.

    [12] Agamben, G.  La comunidad que viene. Ed. Pre-Textos. Pag. 25. Valencia, 1996.

    [13] Arendt, H. Eichmann en Jerusalén un estudio sobre la banalidad del mal. Ed. Lumen, Pag 79. Barcelona 1999.

    [14] Ibidem, Pag 417.

    [15] Amery, C. Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor. Ed. Turner/Fondo de cultura económica. 2002

  • Reflexiones acerca de la violencia fascista, Auschwitz y los nuevos nazis

    Reflexiones acerca de la violencia fascista, Auschwitz y los nuevos nazis

    Carlos Fazio

    En Elogio de la desobediencia, Rony Brauman y Eyal Sivan ¾guionistas del filme Un especialista: el juicio de Eichmann en Jerusalén (Francia, 1999),[1] describen al ex teniente coronel de la Orden Negra (SS) nazi como «un burócrata criminal (…) meticuloso a ultranza (…) organizador metódico y sacrificado, que se consagró por completo a su trabajo con un interés ilimitado y una lealtad a toda prueba».

     De 1941 a 1945, desde su alto cargo «administrativo», Eichmann «organizó la reunión, depuración, evacuación y luego transferencia» hacia diferentes campos de concentración y exterminio, del «material biológico» que le había sido confiado (judíos, polacos, eslovenos y gitanos), como engranaje de una cadena de producción de una industria de muerte masiva. Fue una suerte de jefe de logística de la «solución final» del problema judío y otras minorías consideradas como «parásitos», «insectos nocivos», «ratas» o «piojos» por el régimen del Tercer Reich; él distribuía con exactitud y el «justo a tiempo» (just-in-time), las «piezas» o «mercancías» que salían en vagones del sistema concentracionario nazi en un viaje hacia la nada.

     El 11 de mayo de 1960, tres lustros después de la liberación de Auschwitz ¾símbolo de la Alemania hitleriana¾, Otto Adolf Eichmann fue secuestrado en Buenos Aires por un comando israelí. Trasladado a Israel, fue juzgado en abril de 1961 y después de treinta y dos sesiones condenado por crímenes de guerra y genocidio. Ante el tribunal, Eichmann se declaró inocente. Asumió la posición de un especialista que «no pensaba» y sólo recibía órdenes. Se presentó como una simple «rueda de transmisión», un «instrumento» al servicio «de fuerzas superiores», que nada podía hacer ni decir «contra las directivas dictadas desde arriba»; «un burócrata infatigable, respetuoso ante todo de la ley y de la jerarquía», que se limitó a actuar con «responsabilidad» y a aplicar de manera sumisa «soluciones técnicas» a los requerimientos que bajaban por la cadena de mando.

     El jefe de la división B-4 de la cuarta sección de la Gestapo representó el papel de víctima pasiva de un aparato «monstruoso», para emplear la terminología de Günter Anders en Nosotros, los hijos de Eichmann.[2] La misma palabra utilizada durante el juicio por el propio Eichmann al aceptar, finalmente, que el exterminio de judíos fue un «acto monstruoso».

     No obstante, señaló al jurado que no se sentía «responsable» de nada; que se sentía «liberado de toda responsabilidad», «aliviado», porque, al no ser relevado de su juramento de lealtad al régimen nazi, simplemente, dijo, «hice mi deber, según las órdenes».

     Sólo que la empresa en la que laboraba de manera rutinaria y en la cual se desempeñaba con obediencia ciega el pasivo Eichmann ¾»prisionero» de su trabajo especializado y del deber sentido como una «misión»¾, se dedicaba al asesinato en serie de seres humanos. Era un complejo fabril dedicado a la producción y eliminación institucional e industrial de cadáveres.

     Es decir, más allá de su «buena conciencia», este burócrata criminal participó, como dice Anders, en la administración de un sistema de «campos de la muerte» donde se operaba la «transformación de los hombres en materia prima». Fue parte, pues, como dirigente y ejecutor, de un aparato terrorista totalitario de Estado que, entre otras cosas, se dedicó a la «producción sistemática de cadáveres». Por lo tanto, diría Anders, Eichmann fue un «monstruo burocrático».

    Sobre bestializaciones y desemejanzas

    Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, ha descrito los Lager nazis como parte de un sistema concentracionario cuya finalidad principal era «destruir la capacidad de resistencia de los adversarios (…) un adversario que debía ser abatido pronto, antes de que se convirtiese en ejemplo o en germen de resistencia organizada». En ese sentido ¾dice Levi¾, «los SS tenían las ideas muy claras y bajo ese aspecto hay que interpretar todo el ritual siniestro (…) que acompañaba el ingreso (al campo); las patadas y los puñetazos (…) la orgía de las órdenes gritadas con cólera (…) el desnudamiento total, el afeitado de las cabezas, las vestiduras andrajosas».[3]

     Había un plan racional y una maquinaria de exterminio industrial y científica, donde hombres comunes ¾buenos padres, esposos e hijos como Eichmann¾ llevaban a cabo, con diligencia y meticulosidad, una deshumanización del prisionero y administraban la tortura y la muerte con el fin de eliminar a los adversarios políticos (comunistas, antifascistas, socialdemócratas) y a las llamadas razas inferiores (aquellas que según la comandancia nazi tenían «menos valor biológico»).

     Otra finalidad de ese sistema concentracionario era el trabajo no retribuido, esclavizador, como una forma dedegradación del prisionero antes de morir. A partir de abril de 1942, cuando el sistema de campos de concentración quedó bajo la dirección de la WVHA, la oficina central de la administración y de la economía de las SS de Oswald Pohl, el trabajo, que hasta entonces había sido punitivo y para disciplinar a los detenidos, se transformó en productivo. Se instituyó una lógica de superexplotación y aniquilamiento rápido; de producción y exterminio en constante tensión. Una suerte de esclavitud moderna que Enzo Traverso[4] ha descrito como «una forma de taylorismo biologizado«, donde la mano de obra esclava no estaba destinada a reproducirse, «sino a consumirse hasta su agotamiento, en el marco de un auténtico exterminio a través del trabajo».

     Dice Traverso:

     «Esos campos (…) se transformaron de facto en centros de exterminio por el trabajo. Esa contradicción, vinculada con el sistema policrático de poder nazi, se traducía, por un lado, en la racionalización totalitaria de la economía impulsada por Speer y, por el otro, en el orden racial establecido por Himmler».

     En Los hundidos y los salvados, hay un pasaje en que Levi alude al maltrato que el prisionero recibía de los SS a partir de que era concebido como «bárbaro» y no un Mensch, un ser humano. Dice: «No éramos ya hombres; con nosotros, como con las mulas o las vacas, no existía una diferencia sustancial entre el grito y el puñetazo». En su Teoría del cine, Siegfried Kracauer afirma que, «en el fondo, los Lager nazis eran mataderos en los que se mataba a hombres desplazados del género humano como si fueran animales». Una «transformación de seres humanos en animales» que, según Franz Stangl, ex comandante de Treblinka, tenía como objetivo «preparar a los que tenían que ejecutar materialmente las operaciones», para aminorarles «el peso de la culpa».[5]

     Levi duda que esa transformación o animalización ¾que remite a la idea de «los cuerpos en los campos nazis como desemejantes o seres ajenos a la condición humana»¾,[6] haya sido planificada o formulada claramente en ningún nivel de la jerarquía nazi; dice que no consta en ningún documento, en ninguna ’reunión de trabajo’. Atribuye la inexistencia de registro alguno sobre la decisión para perpetrar el genocidio adoptada por algún órgano soberano, a «una consecuencia lógica del sistema: un régimen inhumano difunde y extiende su inhumanidad». Pero afirma que «había una dirección centralizada».

     A su vez, Traverso dice que el mecanismo de tomas de decisiones en el nazismo sufrió una gran mutación durante la guerra; se pasó de las leyes de Nüremberg (1935) a las directivas escritas pero no publicadas (el juicio oral de la conferencia de Wannsee, 1942) y, finalmente, a las órdenes dadas por vía oral (la puesta en funcionamiento de las cámaras de gas), a través de un lenguaje en código.[7]

    El campo y la dominación totalitaria

    En su artículo «¿Qué es un campo?»,[8] Giorgio Agamben descubre en el sistema concentracionario una suerte de «matriz escondida», «al nomos del espacio político en el que vivimos», según el concepto alemán de un orden de excepción, fuera de la ley, totalitario.

     De acuerdo con varios historiadores, los primeros campos de concentración surgieron en Cuba bajo la ocupación colonial española. Fueron creados en 1896 por el general Valeriano Weyler ¾»un verdadero carnicero», dice C. Wright Mills en su Escucha yanqui¾,[9] como un sistema de «reconcentración» para reprimir a la guerrilla insurreccional alentada por José Martí. Tres años después (1899), el sistema de campo de concentración fue utilizado por los ingleses en Africa austral para reunir a los boers[10]. En ambos casos, se trata de la extensión a una población civil entera de un estado de excepción ligado a una guerra colonial.

     En su obra La violencia nazi,[11] desmitificadora del genocidio como acontecimiento «absolutamente único», «sin precedentes», Traverso señala que hasta principios del siglo XIX la cárcel era un lugar de «encierro» para la «deshumanización» del detenido, de «debilitamiento y disciplina del cuerpo», de «sufrimiento y alienación», de «sumisión a la autoridad» y de «racionalidad administrativa». El trabajo carcelario no perseguía beneficio sino que era utilizado como «castigo» y «método de tortura». Es decir, el trabajo en las prisiones no tenía una finalidad productiva; cumplía con un objetivo de «persecución» y «humillación».

     Todos esos elementos constituyen los antecedentes históricos del moderno sistema concentracionario totalitario, con su rasgo inédito como sistema industrial de muerte en el que la tecnología moderna, división del trabajo y racionalidad administrativa se integraban como en una empresa. «Sus víctimas ya no eran detenidos, sino una ’materia prima’ ¾formada por seres humanos desplazados del género humano¾ necesaria para la producción en serie de cadáveres».[12]

     Cabe recalcar que el campo de concentración nace del estado de excepción y de la ley marcial, no del derecho ordinario. Lo que se hace más evidente en los Lager nazis, cuya base jurídica ¾recuerda Aganben¾ es la llamada «custodia preventiva», una institución de origen prusiano que los juristas nazis calificaban como «una medida de policía preventiva», en cuanto permitía «tomar en custodia» a individuos con independencia de cualquier comportamiento penal, con el fin único de evitar un peligro para «la seguridad del Estado».[13]

     La novedad fue la disolución del estado de excepción sobre el cual se fundaba, y que se la deja en vigor en situación normal. Dice Agamben: «El campo es el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en la regla». Como espacio de excepción territorial, el campo se transforma en una realidad permanente más allá de las reglas del derecho penal y carcelario. Según Hannah Arendt, el sistema concentracionario es el espacio en el que se manifiesta a plena luz «el principio que rige la dominación totalitaria» y donde «todo es posible». Al respeto, Primo Levi definía el trabajo en Auschwitz como «un tormento del cuerpo y de la mente, mítico y dantesco», cuya finalidad era la reafirmación de la “dominación totalitaria»; una concepción disciplinaria y punitiva que era la antítesis del trabajo «creador» exaltado por la propaganda nazi-fascista.

      Todo eso es debido, dice Agamben, a que en el campo el prisionero entra en una «zona de indistinción entre exterior e interior, excepción y regla, lícito e ilícito», dado que ha sido privado enteramente de sus derechos y prerrogativas jurídicas, y de todo estatuto político. En el campo de concentración, agrega, el prisionero ha sido «reducido íntegramente a una vida vegetativa» (nuda vida) y «el poder no tiene frente a sí más que la pura vida biológica sin mediación alguna».

     Agamben destaca el extremo de que, debido a esa «suspensión integral» de la ley, en el sistema concentracionario el Estado puede llevar a cabo «cualquier acción» contra seres humanos desprovistos de todo derecho, sin que sea considerada «un delito». Inclusive puede «matar por decreto», como apuntó Miguel Felipe Sosa en su seminario El cuerpo en la mirada.[14] La excepción se convierte en regla; y como regla duradera, la excepción hace que todo sea posible.

    El limbo de Guantánamo

    En este punto quiero dejar asentada una primera pista sobre la violencia fascista, Auschwitz y los nuevos nazis, con la debida relatividad del caso, dado que no tenemos una terminología o un vocabulario definitivo para calificar hechos que están sucediendo en el actual contexto histórico. Me refiero a la situación de los prisioneros de la guerra imperial y neocolonial librada por Estados Unidos contra Afganistán en 2001.

     Son alrededor de 660 presos ¾entre ellos varios niños¾, originarios de 42 países, que están recluidos en el campamento Rayos X, en la base naval de Guantánamo, posesión militar de Estados Unidos en Cuba. Los presos han sido descritos como «hombres sin voz ni rostro», y según The Washington Post,[15] a dos años de su captura continúan viviendo en un «limbo legal» ¾sin juicio, sin acusación, sin sentencia, sin reconocimiento de derechos, sin abogado¾, porque la administración Bush los considera «combatientes ilegales» o «combatientes enemigos», un estatus que viola de manera flagrante la protección que brinda la Convención de Ginebra a los prisioneros de guerra.

     Capturados a partir de su presunta conexión con actos hostiles en contra de la potencia de ocupación,[16] los presos están hospedados en pequeñas jaulas de 1.8 por 2.4 metros, ubicadas al aire libre, en un área rodeada con alambre de púas y torres de vigilancia;, visten uniforme color naranja fluorecente y para salir al exterior están obligados a usar gafas para esquiar cubiertas con cintas y mascarilla de cirugía en prevención del contagio de la tuberculosis, además de estar esposados de pies y manos. Debido a la situación de elevado estrés propia de sus condiciones de reclusión, al menos 30 internos han intentado suicidarse. Una cifra similar recibe tratamiento psicológico.

     Debido a que técnicamente Estados Unidos nunca le declaró la guerra a Afganistán (como tampoco lo hizo con Irak), la administración Bush arguye que los prisioneros no son soldados y los mantiene en una situación seudojurídica en virtud de poderes especiales concedidos por el Congreso al Presidente. El 10 de noviembre de 2003, la Suprema Corte de Estados Unidos, que con anterioridad había argumentado que no tenía jurisdicción alguna sobre «combatientes extranjeros», aceptó estudiar la legalidad de la detención.

     Como dijo The Washington Post en un editorial,[17] la situación de esos presos amenaza convertir a Guantánamo en «una bodega humana fuera de la ley».[18] ¿Pero cuál es el significado real de ese sistema concentracionario de nuevo tipo que, paradójicamente, como el primer campo de concentración, está en territorio cubano bajo administración colonial? ¿Se trata de un experimento de la potencia imperial de turno? ¿Un globo sonda lanzado por Estados Unidos al mundo que, a la manera de Günther Anders, sobrepasa nuestra capacidad de representación?

     Veamos algunos elementos que guardan cierta similitud en la situación de los presos de Guantánamo con la de los prisioneros de los Lager nazis: fueron capturados en el marco de una guerra neocolonial,[19] imperialista; permanecen sometidos a un estado de excepción propio de un sistema de campo de concentración, con sus zonas de «indistinción» exterior/interior (Agamben); están reducidos íntegramente a una «vida vegetativa», sin mediación alguna entre ellos y el poder concentracionario que los retiene; viven sujetos a una suerte de «custodia preventiva», al margen de cualquier ordenamiento penal («limbo jurídico»), castigados y humillados a partir de la presunción de que mantenían nexos con una organización terrorista (la red Al Qaeda) que atentó contra «la seguridad del Estado». Las condiciones de reclusión, dominadas por un elevado estrés que ha llevado a varios intentos de suicidio, exhibe la concepción punitiva de una «dominación totalitaria» donde «todo es posible» (Hannah Arendt), incluida la muerte sin que signifique delito.

     Pregunto: ¿Puede ser la situación de los presos de Guantánamo una expresión del laboratorio de la violencia de nuestros días? ¿Estaremos de nuevo ante la ley de excepción que se convierte en regla en medio de la silenciosa indiferencia de la sociedad estadounidense, con la complicidad de Europa, El Vaticano y otros gobiernos y la pasividad del mundo?

    Recuerdos del futuro

    En 1986, en Los hundidos y los salvados, Primo Levi se pregunta:

     «¿Hasta qué punto ha muerto y no volverá el mundo del campo de concentración? (…) ¿Hasta qué punto ha vuelto o está volviendo? ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para que en este mundo preñado de amenazas, ésta, al menos, desaparezca?

     Y más adelante vuelve sobre el tema. Dice:

     «Se nos pregunta con frecuencia (…) si Auschwitz puede repetirse: es decir, si volverá a haber exterminios en masa, unilaterales, sistemáticos, mecanizados, provocados por un gobierno, perpetrados sobre poblaciones inocentes e inermes y legitimados por la doctrina del desprecio (…) Ha ocurrido contra las previsiones; ha ocurrido en Europa; increíblemente, ha ocurrido que un pueblo entero civilizado (…) siguiese a un histrión que hoy mueve a risa (…) Ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder (…) Puede ocurrir y en cualquier parte».

     A su vez, Günther Anders llega a la conclusión de que el horror nazi no es cosa del pasado, pues todos nosotros somos hijos del mundo de Eichmann: el de las máquinas de exterminio, cuyos monstruosos efectos sobrepasan nuestra «capacidad de representación». Eso comporta el peligro de que, sin resistencia y sin conciencia, funcionemos cual engranajes de esas máquinas, de que nuestra fuerza moral desfallezca frente a su poder y de que cada uno de nosotros se convierta en otro Eichmann. En su obra Nosotros, los hijos de Eichmann (1988), Anders pronostica la aparición, después de Auschwitz, del «imperio quiliasta[20] del totalitarismo técnico». Dice:

     «(…) Hemos adquirido la dulce costumbre de considerar (…) el Tercer Reich como un hecho único, errático, como algo atípico (…) Pero ese hábito no sirve como argumento, esa actitud no es más que una forma de cerrar los ojos (…) Puesto que el imperio de la máquina procede por acumulación y que el mundo de mañana se globalizará y sus efectos lo abarcarán todo (…) hemos de esperar que el horror del imperio por venir eclipse ampliamente el del imperio de ayer (…) No cabe duda: cuando nuestros hijos o nietos (…) bajen la mirada hacia el imperio de ayer, el así llamado Tercer Reich, sin duda éste sólo se les antojará un experimento provinciano (…) Y, sin duda, en lo que allí sucedió no verán otra cosa que un ensayo general del totalitarismo, ataviado con una necia ideología, al que la historia universal se aventuró prematuramente».

     Cabe consignar que por su magnitud y calidad, el sistema de campos de concentración nazi ¾con su combinación lúcida de ingenio tecnológico, fanatismo y crueldad para el exterminio masivo de vidas humanas¾, continúa siendo un unicum. Un fenómeno único y absoluto. Pero después, de la mano del proyecto civilizador liberal democrático encarnado por la Bomba A, conocimos el horror genocida de Hiroshima y Nagasaki, primeros bocados de un eventual holocausto nuclear. Siguieron el terrorismo de Estado de los franceses en Argelia. Camboya. Las atrocidades de Estados Unidos en Vietnam.

     Hubo otros Lager y aprendices de nazis en Argentina, Chile, Bolivia y Uruguay. Allí también, como en la primera fase del sistema concentracionario nazi, se empleó una tecnología represiva adoptada de manera racional y centralizada contra la disidencia política. El terror nazi y la práctica sistemática de la tortura, como instrumento político de la dominación violenta ejercida por el Estado, con un ordenamiento seudo-jurídico justificador, marcarían toda una época.

     La máquina de torturar, extraer información, aterrorizar y matar funcionó con eficiencia. Los campos de concentración-exterminio contaron con su ceremonia iniciática dirigida a arrasar y quebrar al sujeto. Hubo «especialistas» asépticos, adiestrados en las llamadas «técnicas de interrogatorio» ¾el conocido «tercer grado» de la Gestapo, es decir, la tortura¾, para degradar a la víctima al estatuto de cosa, de objeto, sin historia, enajenado, al borde del aniquilamiento. Hubo «grupos de tarea» y agentes eficientes y soberbios, encargados de regular, normalizar, controlar y castigar al prisionero, como parte de una maquinaria construida por los mandos militares, que llevó a una dinámica de burocratización, rutinización y naturalización de la muerte, que aparecía como un dato dentro de una planilla de oficina. Los militares conosureños también aplicaron la excepcionalidad y recuperaron el derecho soberano de matar «suvbersivos», no personas.

     En la Escuela de Mecánica de la Armada argentina, el campo de concentración La Perla, la «Mansión Seré» y una docena de centros clandestinos más, los detenidos «encapuchados» o «tabicados» (con los ojos vendados), fueron cuerpos sin identidad, sin nombre, apenas un número. Hubo miles de muertos sin cadáver, desaparecidos, que hicieron realidad el sueño nazi de desvanecer a hombres y mujeres en la noche y en la niebla.

     Uruguay tuvo a El Infierno, al Penal de Libertad y a Mitrione, el asesor gringo, émulo de Eichmann. Un perfeccionista originario de Richmond, Indiana, enviado bajo el disfraz de la cooperación técnica de la Agencia para el Desarrollo Internacional de EU (AID) a enseñar la tortura científica a los militares locales. Sus cursos iniciaban por anatomía y el funcionamiento del sistema nervioso humano. Después seguía con la psicología del prófugo y del detenido. Luego demostraba las virtudes de la picana eléctrica y sustancias químicas en pordioseros de Montevideo; todos morían.

     Exacto en sus movimientos, aseado, higiénico, Dan A. Mitrione insistía en la economía del esfuerzo. Ningún gasto inútil. Ningún movimiento fuera de lugar. Consideraba el interrogatorio un arte complejo: «Dolor preciso, en el lugar preciso, en la proporción precisa (…) La muerte prematura ¾subrayaba¾, significaba el fracaso del técnico». Recomendaba, ante todo, eficiencia. No dejarse llevar por la ira en ningún caso. Actuar con la eficacia la limpieza de un cirujano, con la perfección del artista. Decía:

     «Esta es una guerra a muerte. Esa gente es mi enemiga. Este es un duro trabajo, alguien tiene que hacerlo, es necesario. Ya que me tocó a mí, voy a hacerlo a la perfección. Si fuera boxeador, trataría de ser campeón del mundo, pero no lo soy. No obstante, en esta profesión, mi profesión, soy el mejor«.

    Tlatelolco y la obediencia debida

    México también tuvo su «guerra preventiva» en Tlatelolco y la represión de los setenta; sus Lager míticos como el Campo Militar Número Uno. Y tiene sus pequeños Eichmann de la guerra sucia; dadores de vida y muerte como Acosta Chaparro, Quirós Hermosillo, Gutiérrez Oropeza, Cervantes Aguirre, Nazar Haro, De la Barrera y un largo etcétera, que en su lucha contra el «enemigo interno» y el «elemento subversivo» (léase no persona, símil de «rata» en la terminología nazi), torturaron, ejecutaron, desaparecieron y arrojaron prisioneros en vuelos de la muerte sobre el Océano Pacífico para «salvar a la Patria» del «comunismo».

     Como Eichmann, ellos tampoco pensaban. Acataban con disciplina la sumisión a la «autoridad legítima». Eran engranajes del Ejército o de la Dirección Federal de Seguridad. Aplicaron soluciones «técnicas». Torturaron y mataron administrativamente. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio. Pero no son culpables; también son «inocentes». Se fabricaron realidades cómodas: «Era el sistema», personificado en Díaz Ordaz y después en Echeverría y López Portillo. Igual que en la Argentina de Videla, donde la Junta Militar centralizó y controló el genocidio para mantenerlo en la clandestinidad. O elaboran un pasado sutil: fueron educados en la jerarquía, en el nacionalismo. En la obediencia absoluta: «las órdenes no se discuten, se cumplen». La única verdad era la palabra del jefe; su Fhürer.

     Aquí tampoco existen documentos ni órdenes escritas y «no hay cuerpo del delito». Por eso, aducen, no son «responsables» y no pueden ser castigados. Hacen una falsificación orwelliana de la realidad; siguen su guerra sucia contra la memoria. Hannah Arendt consignó que según el ordenamiento jurídico nazi Eichmann no cometió ningún delito; fue condenado por «actos de Estado». En México, si existe justicia, deberá ser igual.

    A modo de conclusión

    Más recientemente surgieron «nuevos nazis» en Alemania y Austria. Y asistimos hoy a la «solución final» del problema palestino por el ejército de ocupación de Sharon y al genocidio de iraquíes, víctimas de las operaciones quirúrgicas de liberación de Bush y sus halcones ¾con su culto «abstracto» a la violencia y la aplicación de la técnica militar «neutra» del Pentágono¾, con el aval calculado y cínico de la ONU.

     Pregunto: ¿Estaremos asistiendo al comienzo de una nueva síntesis todavía en fase de coagulación ¾para utilizar la terminología de Enzo Traverso¾, que intenta cristalizar el «imperialismo estadounidense» (según la denominación empleada ahora por los ideólogos militaristas de la actual administración Bush), que carece aún de una denominación apropiada, pero que recupera nociones propias de la violencia del nazismo clásico, con su guerra racial de civilizaciones y sus «espacios vitales» (Lebensraum) de corte geopolítico, en clave de cruzada ideológica emancipadora?

     ¿Son acaso las invasiones neocoloniales de Afganistán e Irak por la superpotencia hegemónica, la situación de los palestinos en los territorios árabes ocupados por el Estado de Israel y los presos de Guantánamo, otras tantas expresiones difusas en la superficie de los nuevos modos de dominación y exterminio, anunciadoras de algo que, para nosotros, contemporáneos de los hechos, se nos representa como «inimaginable» e «incomprensible»?

     ¿Estaremos asistiendo de manera pasiva e inconsciente, al procesamiento de nuevas «soluciones finales» de cuño Occidental ¾iguales o más destructivas que las anteriores¾ que, a la manera de Marc Bloch, llevan «ciertamente la marca de un tiempo y de un medio»?

     Si Auschwitz y el exterminio nazi aparecieron como una de las caras de la civilización cuando los detractores del Iluminismo se aliaron al progreso industrial y técnico, al monopolio estatal de la violencia y a la racionalización de las prácticas de dominación, 60 años después, cuando la producción científico-industrial ligada al desarrollo de sistemas tecnológicos de dominación destruye la biosfera y la vida en el planeta, ¿no estaremos asistiendo a una nueva síntesis totalitaria de rostro todavía elusivo?


    [1] Rony Brauman y Eyal Sivan, Elogio de la desobediencia. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires 1999.

    [2] Günther Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann. Carta abierta a Klaus Eichmann. Paidós, Barcelona 2001.

    [3] Primo Levi, Los hundidos y los salvados, Muchnik Editores, Barcelona 1989

    [4] Enzo Traverso, La violencia nazi. Una genealogía europea. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2002.

    [5] La cita es parte de la respuesta de Franz Stangl a Gitta Sereny, que Levi recoge de In quelle tenebre (Milán, 1975) y reproduce en su obra Los hundidos y los salvados, Muchnik Editores, Barcelona 1989, página 108..

    [6] Miguel Felipe Sosa, Seminario El cuerpo en la mirada. Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Museo de Arte Carrillo Gil, México, 20 de septiembre de 2003.

    [7] Traverso indica que «la propaganda y publicidad de las primeras medidas antisemitas (…) fueron desplazadas por el lenguaje en código de las operaciones de exterminio rigurosamente sacado del lenguaje administrativo, en el que el asesinato era denominado ’solución final’, las ejecuciones ’tratamiento especial’ y las cámaras de gas ’instalaciones especiales’.»

    [8] Giorgio Agamben, Medios sin fin. Notas sobre la política. Pre-textos, Valencia 2000.

    [9] C. Wright Mills, Escucha yanqui. La revolución cubana. Grijalbo, Barcelona 1980.

    [10] Para los boers, colonos descendientes de holandeses en Africa del sur, las poblaciones nativas eran simples salvajes que debían ser domesticados por la fuerzas y sometidos al trabajo esclavo. La ideología de la superioridad «blanca» y la discriminación racial era una exigencia del sistema de explotación agraria que practicaban.

    [11] Enzo Traverso, obra citada.

    [12] Traverso, obra citada.

    [13] Agamben, obra citada.

    [14] Miguel Felipe Sosa, seminario El cuerpo en la mirada, ya citado.

    [15] Cable de la agencia Notimex, «Recela prensa de Corte de EU». Reforma, México, 12 de noviembre de 2003.

    [16] Los prisioneros fueron capturados en Afganistán, país invadido por Estados Unidos en octubre de 2001 en represalia al apoyo brindado por el régimen talibán a Osama bin Laden, acusado de los atentados terroristas del 11 de septiembre de ese año en Washington y Nueva York.

    [17] Cable de Notimex, «Recela prensa de Corte de EU», ya citado.

    [18] El 24 de noviembre de 2003, Estados Unidos liberó a 20 prisioneros de la base de Guantánamo, pero según un cable de Reuters encarceló a otros 20 procedentes de Afganistán.

    [19] Uno de los objetivos de la Blitzkrieg alemana de 1941era la conquista del «espacio vital» (Lebensraum) al este de Europa; preveía la colonización de los territorios comprendidos entre Leningrado y Crimea. Para ello se necesitaba una «guerra total». El genocidio se concibió y realizó en el marco de esa guerra total, una guerra de conquista, «racial» y colonial, radicalizada al extremo.

    [20] Los quiliastas o milenaristas confiaban en que la Parusía o Segundo Advenimiento de Cristo era inminente.

  • Auschwitz hoy

    Auschwitz hoy

    Reflexiones en torno al caso Eichmann

     Stephen A. Hasam

    El siguiente texto es una versión revisada de mi participación en el seminario “Auschwitz Hoy”, realizado en el auditorio del Fondo de Cultura Económica el 29 de noviembre de 2003, en torno a la proyección del documental “Un experto” de Rony Brauman y Eyal Sivan, inspirado en el libro de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén: Un reporte sobre la banalidad del mal, basado en su asistencia al juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén en 1961.

    I. El judeocidio como política fiscal

    Adolf Eichmann fue el jefe de la subsección b-4 (judíos) de la sección responsable del combate a las “sectas” (católicos, protestantes, francmasones, Testigos de Jehová) dentro de la Policía Secreta del Estado [Geheime Staatspolizei: GeStaPo], a su vez adscrita a la Oficina Central de Seguridad del Reich, encabezada por el notorio autor del plan de exterminio de los judíos de Europa, la así llamada “Solución Final”, Reinhardt Heydrich, de origen judío[1], quien a su vez formaba parte de las SS, cuyo titular era Heinrich Himmler.

    Dentro de la pirámide jerárquica de las SS y de la policía secreta del Estado Eichmann ocupaba un puesto no muy alto. Había llegado ahí gracias a los buenos oficios de su amigo de juventud, aunque de clase socioeconómica más privilegiada, Ernst Kaltenbrunner, subalterno de Heydrich, y su sucesor en el cargo cuando éste fue asesinado en un atentado en Praga en 1942.[2] El crecimiento en la importancia de la sub sección de Eichmann, y de él mismo dentro del aparato de las SS, resultó del papel cada vez más central que fue ocupando su área de competencia, la así llamada “cuestión judía”, dentro del gobierno del ‘tercer’ Reich, que llegó a convertirse en central en la medida que transcurrió la guerra.

    La “Solución Final a la cuestión judía” alude simultáneamente a dos cosas. Primeramente fue el eufemismo empleado en el ‘tercer’ Reich para la concentración, deportación, después expulsión-exterminio de quienes los médicos al servicio del Estado imperial alemán habían dictaminado “biogenéticamente” como judíos y cíngaros, porque fue la profesión médica la que determinó técnica y científicamente quién vivíría y quien moríría, quién era “judío” o “cíngaro” o “eslavo” (y “ario”[¡persa!])y quién no. La determinación de “lo judío” fue una cuestión “científica”, para la cual las prácticas religiosas eran absoluta y totalmente irrelevantes, y fue por eso que resultaba irrelevante para el nazismo la conversión al catolicismo de “judíos genéticos” (caso Crimea: los “Karaimes” judeopracticantes no molestados y “Krimchakos” ajenos a la confesión judía, deportados por ser judíos “genéticos”).

    El exterminio administrativo ocurrió en tres vertientes: por masacres administrativas mediante fusilamientos masivos, por el exterminio mediante el trabajo industrial (para los pocos) en los campos de concentración [Konzentrationslager], y el exterminio industrial por envenenamiento con gas (monóxido de carbono en un principio, y después con ácido cianhídrico) en los mataderos industriales, en los así llamados “lager de exterminio” [Vernichtungslager] que, por lo general, carecían de infraestructura compleja de alojamiento, gracias al procedimiento del “justo a tiempo”.

    El grueso del exterminio fue realizado en las neocolonias orientales del austro-alemán ‘tercer’ Imperio, sobre todo aprovechando el lugar entonces de por sí más densamente poblado de “judíos genéticos”, la hoy Polonia y, más específicamente, en proximidad de poblaciones que servían de encrucijadas de vías ferreas, de importantes reservas de recursos naturales, de centros industriales, clusters mineros e industriales en la jerga actual, donde las SS operarían sus industrias. (Una de las encrucijadas principales era la zona de Cracovia cercana al complejo industrial-concentracionario-exterminador Auschwitz-Birkenau de aproximadamente 40 km2)

    Eran a esos sitios a los que la “organización Eichmann” y sus “Comandos de Operaciones Especiales” [Sondereinsatzkommandos] tenían la responsabilidad de suministrar, desde Austria y —posteriormente— desde muchos otros países colaboracionistas, millones de seres humanos, según la técnica hoy conocida (y erróneamente atribuida al “toyotismo”, que es posterior a Eichmann) como “justo a tiempo” [just-in-time]. Estos millones de seres humanos fueron encorralados, concentrados, hacinados, rigurosamente contabilizados en sus personas, sus bienes muebles e inmuebles, en encierros urbanos creados ex profeso que, aunque llamados ghettos, no tenían casi nada que ver con los ghettos históricos creados por los cristianos contra los judíos, a partir de la bula pontificia de Pablo IV en 1555. Estos nuevos centros urbanos de concentración eran bodegas de existencia de inventarios de humanos vivientes en almacenamiento transitorio, concentrados en los países de origen, donde, además, sus habitantes tenían que laborar hasta su muerte ahí mismo, o ser despachados a los campos de concentración y a los de exterminio ubicados en las neocolonias de oriente, hacinados en vagones de ganado como suministros “justo a tiempo”. El número de personas despachadas estaba calculado para aprovechar al máximo la capacidad industrial de la máquina del exterminio. Por ejemplo, por cada mil que deberían llegar vivas a las cámaras de gas eran despachadas mil veinte, en virtud de que estaban calculadas veinte defunciones en ruta. Todo esto coordinado y dosificado conjuntamente por la “organización Eichmann” y su correa de transmisión con la población ghettoizada, que eran los “Consejos Judíos” por ella instituidos en cada país, cuyos miembros eran reclutados entre líderes de la propia comunidad. La policía de esos centros urbanos de concentración transitoria, conocida como “policía judía”, tenía la tarea de conservar el orden, evitar que cualquiera se escapara y velar por el orden de los embarques. Donde Eichmann no tuvo éxito en establecer un Consejo Judío funcional, con su correspondiente policía para garantizar el “orden”, donde la maquinaria no funcionaba, reinaba el “caos”, salvándose hasta un 50 por ciento de la población (Holanda), frente a un tres por ciento, promedio, donde hubo “orden”, que fue casi en todas partes. El exterminio administrativo en masacres de fusilamiento fue perpetrado por los llamados Grupos de Tareas bajo el mando supremo de Heinrich Himmler y fuerzas locales colaboracionistas, como las ucranianas. El exterminio industrial en cámaras de gas rodantes era realizado por las SS en colaboración con los presos de los campos de concentración y exterminio, donde éstos mismos eran exterminados. En las fábricas de exterminio, casi todo el “proceso industrial” era realizado por los mismos presos. Así, en la medida que avanzó la “Solución Final”, fue siendo perfeccionado el proceso de exterminio a tal grado que, desde el “trabajo” de los Consejos Judíos” y la policía judía en los llamados ghettos, hasta el exterminio industrial era realizado por las víctimas mismas, y financiado por ellas.

    Comúnmente es mencionada la conferencia convocada para el 20 de enero de 1942 por Reinhardt Heydrich en la sede de la INTERPOL en la calle Grosser Wahnsee 56/58 de Berlin, la así llamada Conferencia de Wahnsee, como el momento en que fue dada la tal orden para la así llamada “Solución Final” [die Endlösung]. En realidad, en esa conferencia, a la que asistió Eichmann con su jefe convocante para llevar el apunte, fueron consensuadas prácticas que hasta esa fecha ya estaban en marcha desde hacía tiempo, pero de manera desordenada. Nunca había estado en cuestión el exterminio de los judíos en los territorios orientales conquistados, ni tampoco que, después de los judíos y cíngaros, vendrían los eslavos, comenzando por los polacos. Los Grupos de Tarea [Einsatzgruppen] para exterminar a la población judía junto con los comisarios políticos soviéticos ya operaban y realizaban masacres masivas tras el frente de avance de la Wehrmacht.

    La decisión para la “Solución Final” (exterminio) de los judíos de toda Europa había sido enunciada por Hitler en realidad cinco semanas antes, en una reunión el 12 de diciembre de 1941 (Christian Gerlach[3]). Para esas fechas, aparte de la emigración forzada, el asesinato social de los “judíos biológicos” dentro del Reich austro-alemán, la población judía exterminada ya había rebasado más de un millón de ejecuciones y cuatro días antes las SS habían iniciado en Chelmno las matanza masiva con cámaras de gas rodantes con motores a Diesel (monóxido de carbono).

    A principios de diciembre de 1941 el gobierno hitleriano vivía la peor crisis desde sus inicios: las ciudades industriales estratégicas de Colonia y Aachen habían sido devastadas por bombardeos aéreos británicos (7 y 8 de diciembre respectivamente); en menos de seis meses, desde el 22 de junio, la Luftwaffe había perdido 2093 aviones en el frente oriental, los motores de los tanques estaban fundidos, los trenes hacia el este atascados en la nieve y hielo (rutas ferroviarias apuradamente colocadas con el avance al Este), 160 mil soldados habían caído ya ante las defensas contraofensivas soviéticas (que la URSS pagaría con 20 millones de vidas), miles se congelaban en los hospitales de campiña y trincheras, el ejército oriental estaba en el límite, en el Reich circulaban rumores acerca de reducciones recientes en las raciones de carne y grasa, y cinco días antes Japón, en vez de atacar a la URSS, como había acordado previamente con Hitler, para abrirle un frente oriental, un segundo frente a Stalin, había atacado en vez a Estados Unidos en Pearl Harbor, por lo que el 11 de diciembre, un día antes de la reunión, el ‘tercer’ Reich tuvo que reaccionar con una declaración de guerra contra Estados Unidos. Para Hitler había comenzado la guerra mundial en el peor momento.

    En los diarios de Joseph Goebbels se lee al respecto de esa junta:

    [C]on relación a los judíos, el Führer está decidido a limpiar la mesa. Está aquí la guerra mundial, el exterminio de la judeidad tiene que ser la consecuencia necesaria. Esta cuestión tiene que ser contemplada sin el más mínimo sentimentalismo. No estamos aquí para tener compasión con los judíos, sino solamente compasión con nuestro pueblo alemán. Si el pueblo alemán ahora ha sacrificado otra vez en la campaña hacia el Este a alrededor de 160 mil muertos, entonces los perpetradores de este conflicto sangriento tendrán que pagar con su vida.[4]

    Dos días después, el 14 de diciembre, Himmler se reunió con Victor Brack, responsable junto con Philipp Bouhler del programa de “eutanasia” a enfermos mentales mediante el empleo de inyecciones y cámaras de gas (monóxido de carbono), el llamado programa T4 [por su sede en la calle Tiergartenstrasse 4, Berlin][5], concebido e implementado por médicos y psiquiatras, programa que tuvo que ser suspendido debido a grandes protestas. Ahora este cuerpo de expertos, que primero exterminaría a más de 200 mil alemanes, (este exterminio comenzó el mismo día en que Hitler invadió Polonia, el 1° de septiembre de 1939), fue enviado a las neocolonias del Este para cumplir con una tarea de “eutanasia” aun mayor en los campos de exterminio ampliados y a ser construidos: exterminar a los judíos de Europa. A las cámaras de gas a base del monóxido de carbono generado por motores Diesel fueron sumadas en Auschwitz-Birkenau, primero de manera experimental, cámaras de gas que empleaban el gas ya existente en los campos de concentración como medio de desinfección, el ácido cianhídrico.

    Este gas,[6] empleado masivamente en el combate a plagas en el agro, cuyas cualidades letales habían sido descubiertas después de la Primera Guerra Mundial por un “experto”, el químico Fritz Haber, director del departamento de guerra química del Káiser durante la Primera Guerra Mundial, Premio Nobel en química al final de la misma, el mismo 1918. Chauvinista alemán en extremo, personalidad autoriario-servil prototípica, inventor del amoniaco sintético, puso al servicio de su patria y Káiser su cuerpo y alma nacionalistas durante la Primera Guerra Mundial. Inventó el gas de cloro, que él mismo aplicó en el frente de guerra, junto con algunos de sus brillantes jóvenes discípulos, otros aspirantes a expertos, futuros Premios Nobel en física como Otto Hahn, James Franck y Gustav Hertz. Max Born rehusó participar. Haber argumentaba que era más humana la guerra química que la de las bombas y balas. Posteriormente vendería sus conocimientos en guerra química también a Alfonso XIII y Primo de Rivera en su guerra contra Abd al-Krim en Marruecos. En 1934 Haber se refugió en Suiza, al serle aplicada en Alemania la interdicción laboral contra empleados públicos, por ser judío. Familiares suyos fueron exterminados en el marco de la “Solución Final”.[7]

    La segunda acepción del eufemismo “Solución Final” (acepción menos conocida) tiene que ver con los fundamentos mismos del proyecto socio-económico-racial nacional popular del nazismo, y su proyecto imperialista. La “Solución Final” fue uno de los proyectos de redistribución de la riqueza más radicales ocurridos en el siglo XX.

    El nazismo había reemplazado el concepto clase por el de raza, como lo ha planteado el historiador Götz Aly. A las mussolinianas democrazia totalitaria y ordine nuovo corresponderían en el nazismo el comunitarismo o comunidad del pueblo alemán, delimitado “científico-racialmente” [Volksgemeinschaft] y la Revolución Nacionalsocialista, tan vitoreada ya en 1934 por el célebre filósofo y rector nazi de la Universidad de Friburgo, Martin Heidegger. Por la raza hablaría el espíritu, y su voz era el caudillo, líder, Führer (führen=liderear). Los enemigos del pueblo y del socialismo nacionalista eran, según el discurso oficial, la “especulación financiera judía” y el “bolchevismo judío”, por muy incompatibles que sean estas dos aseveraciones (Don Dinero judío y el enemigo judío del capitalismo). Himmler habló incluso del “socialismo de la buena sangre” y vale recalcar que el nombre oficial del partido nazi fue Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista, y su bandera, la de las huelgas. Las bases sociales del nacionalsocialismo esperaban de su revolución socialista nacionalista un ascenso social masivo.

    Para resolver la cuestión social interna, uno de los instrumentos centrales empleados fue la política expropiatoria (nacionalizadora) y fiscal en un principio, y vinculada con la expansión imperial después. Mientras que durante la Primera Guerra Mundial sólo el 13 por ciento de los gastos del Estado fueron financiados por ingresos regulares recaudados por el fisco, durante la Segunda Guerra Mundial hasta 1944, la cifra fue de 50 por ciento. A los fuertes impuestos sobre la renta aplicados a los empresarios y perceptores de altos ingresos, fue agregado un impuesto de guerra extraordinario del 50 por ciento. Excluidos estaban, sin embargo, quienes tuvieran ingresos menores a 3000 marcos —un techo muy generoso— lo que, según las cifras del año 1937, significaba que la totalidad de los obreros (15,5 millones) y el 53 por ciento de los empleados públicos quedaran exentos. Los agricultores vivieron en un “oasis-fiscal”, pues el rendimiento impositivo en el campo no incrementó ni un centavo durante toda la guerra.

    En los primeros treinta meses de la guerra fueron recaudados doce mil millones (millardos) de marcos adicionales, sólo 2,5 millardos en impuestos dirigidos al grueso de la población, es decir, impuestos indirectos, IVA al tabaco y alcohol, y el resto, 9,5 millardos provinieron de los empresarios y preceptores de ingresos altos. Un año después, en plena guerra, lo recaudado por el Estado proveniente de ingresos empresariales fue de alrededor de 15 a 17 millardos de marcos adicionales, frente a apenas un millardo adicional de otros ingresos privados. La tasa de impuestos a sociedades fue colocada en 50 por ciento y los impuestos a las ganancias en dividendos y beneficios bursátiles fue elevada al 65 por ciento. Los casatenientes, sujetos desde 1942 a un congelamiento en los alquileres tuvieron que desembolsar 7,75 millardos de marcos en impuestos especiales adicionales. El 13 por ciento de los causantes pagaba el 80 por ciento de los ingresos totales recaudados por vía de impuestos que ingresaban a las arcas del Estado. Pese a los reclamos de los expertos gubernamentales en contra de esa política fiscal muy desfavorable para el decil más alto de la población en materia de ingresos, los funcionarios del Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista y Hitler se opusieron hasta el final de la guerra a cualquier modificación.

    Sin embargo, con la implementación de ese “comunismo de guerra”, como lo ha calificado Götz Aly, y pese a los enormes impuestos aplicados a ese decil (13 por ciento) más rico de la población, que ponía el 80 por ciento de lo recaudado, los recursos así generados dentro del Reich no cubrían ese 50 por ciento del gasto de guerra (“inversión”), que el Estado, presuntamente, financiaba con ingresos directos a sus arcas. ¿Cómo explicar el faltante, que era más de la mitad?

    Para pagar las deudas de la guerra estaba ya previsto cubrirlas mediante la expansión y conquista imperiales: con recursos extraídos a las economías extranjeras y la ocupación de tierras extranjeras, particularmente Polonia y la Unión Soviética, que pasarían a ser propiedad del Reich; tierras y recursos que, primero nacionalizados por el Estado mediante la conquista, podrían entonces generarle ingresos al Estado al ser privatizados en beneficio del capital. En este contexto los gastos militares no eran vistos como gastos, mucho menos como gastos improductivos, sino como inversión, pues frente a estos gastos-inversión habría que contraponer los enormes beneficios que la guerra generaría en calidad de botín; riquezas “ganadas por la espada [austro]alemana”. Por eso mismo, parte de la propiedad del Reich así obtenida debería ser puesta a disfrute y disposición de los ahorradores austroalemanes, como participaciones en complejos industriales y minas en el Este conquistado y ocupado.

    El recurso a las arcas de países extranjeros, que aparecía en la cuenta nacional bajo el rubro de “otros ingresos” resultó ser “el auténtico factor dinámico” del financiamiento alemán de la guerra. En este rubro fueron ingresados y ocultados los tributos pagados por “costos de ocupación”, que el imperio invasor imponía a cada país que ocupaba. La regla era que el país ocupado tenía que erogar a favor de su ocupante el equivalente al 50 por ciento del último presupuesto nacional total del año previo a la ocupación, en paga por los “costos de ocupación”. Según el entonces Banco Internacional para el Equilibrio Internacional de Balanza de Pagos en Basilea, Suiza, los ingresos a través del saqueo imperial llegaron a 28,1 millardos de marcos en 1943 y a 39, 6 millardos en 1944. Esto quiere decir que el tributo pagado por los países ocupados bajo el eufemismo “costos de ocupación” conformó más de la mitad de todos los ingresos vía impuestos que entraron a las arcas del Reich.

    Cualquier país del mundo tendría que colapsarse económicamente si de un año para el otro, más aún si acaba de ser invadido, tuviera que incrementar su presupuesto anual en un 50 por ciento, para pagar los “costos de ocupación” de su invasor. La inflación que esto desataría sería incontrolable y desestabilizaría al país social y económicamente. Previendo esto, y buscando lograr una explotación sistemática e integral del país ocupado, en colaboración con una administración nativa cooperativa, el ocupante tenía interés y reconoció la importancia de una estabilización macroeconómica. Así, “de manera altamente secreta y, en posible, sin dejar rastro”, el ocupante le insistía a la administración colaboracionista del país ocupado la nacionalización y subsiguiente reprivatización de los bienes expropiados a los judíos ghettoizados y/o en ruta al exterminio en beneficio de los países ocupados de Europa. Este programa de saqueo imperial a favor del “socialismo de la sangre” o “de la raza” en la metrópoli, a través de programas de estabilización macroeconómica en los países satélites, es decir, política de estabilización macroeconómica como instrumento central de saqueo integral de una economía nacional, en un clima de estabilidad y propicio para atraer inversionistas, con la concomitante expropiación, nacionalización/estatización, reprivatización, pago de “costos de ocupación”, fue bautizado, apelando al nacionalismo, según el país, como polonización, rumanización, chequización, magyarización, helenización, etc. En el caso de Grecia, único país donde la ocupación alcanzó a desatar una macroinflación, el plan de saqueo integral de la economía nacional incluyó un paquete de rescate macroeconómico diseñado por los economistas del Reich, que incluyó el envío de oro desde el Reich a las reservas griegas, para estabilizar la moneda local. Según relata el historiador Götz Aly, Eberhard von Thadden, el enviado a Grecia para preparar la deportación [y exterminio] de los judíos, calificó su viaje en un memorándum como “encargo especial del Führer relativo a la estabilización de las condiciones económicas en Grecia”. En Alemania y Austria a la nacionalización se le llamó “arización”, mientras que a la expropiación se le llamó “desjudificación”.

    “Los funcionarios de los gobiernos nacionales de los países satélites y millones de consumidores europeos —acota Götz Aly— se transformaron en co-ladrones y encubridores de hurto. Con todo, los beneficios de lo vendido afluyeron hacia los ministerios de finanzas nacionales en los respectivos países ocupados y, de ahí —bien concientemente y organizado de manera muy encubierta— a los respectivos intendentes de las fuerzas de ocupación, de la Wehrmacht. Estos administraban las cuentas bancarias, en los que eran depositados los “costos de ocupación”. Estaban al final de un sistema perfecto de lavado de dinero”.[8]

    “Cuando uno tiene claro que los soldados alemanes recibían la parte principal de su paga en la moneda del país en el que estaban estacionados, para minimizar la presión inflacionaria sobre el marco, cuando uno tiene claro, además, que las permanencias en los hospitales militares de soldados heridos alemanes en Hungría, Polonia, o en Bohemia eran pagadas en la respectiva moneda local, así como también los suministros de millones y millones de toneladas de víveres, de servicios prestados, de productos industriales y materias primas suministrados al Reich y a la Wehrmacht, se vuelve claro dónde finalmente fueron a parar los bienes de los judíos asesinados de Europa”, señala Götz Aly y agrega que no fueron a parar solamente al gran capital, que se benefició, por supuesto, con los contratos de guerra y el botín creciente proveniente de las neocolonias, sino que los beneficios también “fueron valorizados en beneficio de millones de alemanes. A éstos el régimen no les podía imponer demasiadas cargas de guerra y les pagaba su salario indirectamente de la venta de los bienes de millones de judíos europeos expropiados, en su mayoría asesinados. Estos soldados se aprovisionaban de dinero en los mercados negros de Europa, se compraban cigarros y enviaban millones de paquetes vía el correo militar a casa. El tráfico de paquetes en esa dirección jamás fue restringido, por deseo explícito de Hitler”.[9]

    “La alemania hitleriana se convirtió durante la guerra en el Estado redistributivo par excellence, asevera Götz Aly y señala que “sólo así puede explicarse la gran estabilidad interna, una estabilidad empero que —como en todo Estado redistribuidor— tiene que ser comprada permanentemente de nuevo. Así se desarrolló una unidad de carácter nacional de las políticas racial, social y económica”.[10]

    El hecho de que la “nación judía”, por así llamarle, una de las muchas naciones históricas europeas, hubiera financiado de manera tan significativa la primera fase de la “revolución socialista (etno)nacionalista” y la guerra imperialista del austroalemán “Reich quiliasta”, de mil años, se debe a que, como toda nación, consta de clases sociales, sectores minoritarios muy, muy ricos, sectores medios y una gran base muy trabajadora y explotada con recursos e ingresos muy limitados, como la diáspora mexicana (o salvadoreña), pero que en su conjunto, por su volumen, se ha vuelto la principal fuente de divisas del Estado mexicano (y salvadoreño). Así, el “socialismo nacionalista”, “de la raza”, “de la sangre”, de una población nacional fue financiado por la expropiación/nacionalización (“desjudificación”/”helenización”, etc.) de otra nación europea (en todas sus clases sociales) completa, mediante su exterminio físico a escala industrial. La bomba de neutrones todavía no había sido inventada, menos aún su equivalente biológico, que permitiría exterminar a todos los portadores de un atributo biológico específico, sin rasguñar a los demás, como lo fue el catarro común para los indoamericanos y polinesios en el siglo XV.

    Es en este contexto que tiene que ser entendida la función tan importante que desempeñó en las SS la Sección IV-b4, “secta judía”, de la GeStaPo, encabezada por el experto en cuestiones judías, Adolf Eichmann,[11] en el judeocidio, es decir, en el proyecto “socialista (etno)nacionalista” redistributivo y en el financiamiento de la guerra imperialista del ‘tercer’ Reich austroalemán. El siguiente paso iba a ser el exterminio de los polacos inservibles como esclavos, y la expulsión-muerte de 40 a 50 millones de eslavos hacia Siberia, para que el Reich quiliasta se hiciera de un espacio vital [Lebensraum] “libre de eslavos” del tamaño de Polonia, los países bálticos y todo el occidente de Rusia. Eichmann sobreviviría la guerra, se escondería y, con la ayuda de redes clandestinas, y del obispo Alois Hudal y Edoardo Dömöter, padre de la iglesia de San Antonio en Génova (El nazismo exterminó a más de cuatro mil cuadros del imperio sacro Vaticano entre sacerdotes, monjes y monjas), bajo el nombre Riccardo Klement, formaría parte de la emigración silenciosa nazi a Sudamérica, incluyendo a la Argentina del general Juan Domingo Perón[12], donde residiría hasta su rapto el 11 de mayo de 1960 en Buenos Aires y su traslado a Jerusalén para ser sometido a juicio.

    II. La banalidad del mal

    Adolf Eichmann fue ejecutado en la horca poco antes de la media noche el 31 de mayo de 1962. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas esparcidas en el Mar Mediterráneo frente a la costa de Israel. Pocas horas antes ese mismo día había sido rechazada su solicitud de clemencia —cuatro folios manuscritos— presentada dos días antes al presidente de Israel, Itzhak Ben-Zvi. Había sido sentenciado a muerte el 15 de diciembre de 1961, condena que fue confirmada por la Corte de Apelación el 29 de mayo de 1962.[13]

    Quien había sido responsable del suministro just-in-time de millones de seres humanos a las industrias del exterminio, de la provisión de decenas de miles de esclavos a ser exterminados a través del trabajo [Vernichtung durch Arbeit], opositor en el otoño de 1944 a la orden de Himmler de cesar el judeocidio y parar la industria exterminadora ante la inminente rendición, de concebir el plan “sangre por mercancías” (un millón de judíos a cambio de diez mil camiones) y responsable vía sus subalternos del campo de concentración de Theresienstadt fue a la horca “con gran dignidad”, según narró Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén:

    Caminó las cincuenta yardas de su celda a la cámara de ejecución calmado y erecto, con sus manos atadas detrás. Cuando los guardias ataron sus tobillos y rodillas, les solicitó aflojar los lazos para que pudiera pararse derecho. ‘No necesito eso’, dijo cuando le fue ofrecida la capucha negra. Estaba completamente al mando de sí mismo; no, aún más: era completamente él mismo. Nada podría haber demostrado esto más convincentemente que la grotesca ridiculez de sus últimas palabras. Comenzó aseverando enfáticamente que era un creyente en Dios [Gottgläubiger], para expresar en común usanza nazi que no era cristiano y no creía en la vida después de la muerte. Entonces prosiguió: ‘Despues de poco tiempo, caballeros, nos volveremos a encontrar. Tal es el destino de todos los hombres. Viva Alemania, viva Argentina, viva Austria, no las olvidaré.’[14]

    Arendt añadió en seguida que Eichmann, “de cara a la muerte, había encontrado el cliché utilizado en oratoria funebre”, que bajo la horca, su memoria le había jugado “el último truco”, pues “estaba en un estado de elación y olvidó que éste era su propio funeral”, y que “era como si en esos últimos minutos él estaba resumiendo la lección que este curso largo sobre la maldad humana nos había enseñado –la lección de la temerosa banalidad del mal, desafiante a la palabra y al pensamiento”.[15]

    La noción de banalidad del mal, expresión que acuñó Arendt a resultas de escuchar y observar a Eichmann durante el juicio al que ella asistió de principio a fin, desató una feroz controversia e indignación internacionales al aparecer como Leitmotiv de su reporte del juicio, e incluso como parte del título mismo del libro: Eichmann en Jerusalén: un reporte sobre la banalidad del mal. El nazismo unos lustros antes había denegado a decenas de millones de seres humanos pertenencia a la especie humana declarándoles peste animal y, en el mejor de los casos, infrahumanos que deberían ser esclavizados y/o exterminados. Ahora El fiscal Gideon Hausner en su discurso inicial había señalado que Eichmann, por los crímenes en los que había co-participado, era un monstruo al que le denegó por ello pertenencia a la especie humana. ¿Qué relación pudiera entonces existir entre banalidad del mal y los perpetradores de una monstruosidad que desafió y —parafraseando a Arendt— sigue desafiando a la palabra y el pensamiento?

    Ella aseveró que “el problema con Eichmann era precisamente que había muchos como él, y que los muchos no eran ni perversos ni sádicos, que eran, y todavía son, terriblemente y aterradoramente normales” y que “esta normalidad era mucho más aterradora que todas las atrocidades sumadas juntas, pues implicaba […] que este nuevo tipo de criminal, quien es de hecho hostis generis humani, comete sus crímenes bajo circunstancias que le hacen casi imposible saber o sentir que está obrando mal”. Así, la banalidad del mal, según Arendt, se encuentra en la normalidad de esos muchos, inconscientes e insensibles a que están obrando mal, e imposibilitados incluso de percatarse de ello, al carecer de falta de imaginación, en el sentido de Arendt. Esto y su vigencia actual serían lo más terrorífico de todo. En este sentido, la evidencia que salió a la luz en torno al caso Eichmann, aseveró ella, “era incluso más convincente”.[16]

    Arendt, para someter su propio planteamiento a una refutadora crítica radical, procedió en su análisis a la inversa: intentó encontrar, sin éxito, cualquier indicio en lo manifestado por Eichmann durante el juicio, que externara alguna auto percepción del mal con relación a la monstruosidad en la que co-participó de manera central. El único indicio que encontró fue de carácter somático: un comentario de Eichmann de los efectos sobre su estómago de haber sido testigo directo de atrocidades en proceso durante una de sus visitas a fábricas de exterminio humano, y cuyo único resultado práctico fue que siguiera ejerciendo su oficio con eficiencia y ambición de ascenso escalafonario, pero evitando situaciones que pudieran interferir con su tranquilidad estomacal y el máximo rendimiento en su trabajo. El judeocidio, cingarocidio y eslavocidio mediante masacres administrativas e industrias del exterminio con su concomitante saqueo de bienes muebles e inmuebles (territorios enteros), que debían ser rigurosamente administrados, era trabajo, mucho trabajo. El “trabajo hace libre” rezaba a la entrada del lager-cabecera de Auschwitz.

    Arendt descartó que Eichmann fuera un extraordinario actor y/o cuadro nazi brillante que, consciente del mal del que había sido co-perpetrador, simulara un papel de obediente burócrata durante el juicio: Eichmann, quien no podía hablar sino en clichés, que no podía reflexionar, resultó ser más terrorífico que un monstruo humano, que sería una excepción, por ende, tranquilizadora. Resultó ser la regla, la terrorífica normalidad compartida con tantos otros, un prototipo de la personalidad autoritaria-servil, la banalidad del mal.

    De manera más explícita, y en respuesta a las críticas lanzadas contra su formulación, Arendt escribió que cuando se refería a la banalidad del mal, lo hacía “sólo a nivel de los hechos, apuntando a un fenómeno que le saltaba a uno directamente a la vista durante el juicio”. Ajeno a personajes shakespeareanos como Macbeth y Iago, Eichmann, “excepto por una diligencia extraordinaria en velar por su avance personal, no tenía para nada motivos. Y esta diligencia en sí misma no era en nada criminal; sin duda jamás hubiera asesinado a su superior para heredar su puesto. Él meramente, para poner el asunto en términos coloquiales, jamás se dio cuenta de lo que hacía”.[17] Y acotó que era “precisamente esta falta de imaginación” la que le había permitido desahogarse durante ocho meses ante un judío alemán durante la interrogación policiaca en Jerusalén, que duró varios meses previos al juicio, donde su principal y recurrente lamento era que no había pasado de teniente coronel de las SS y que no era su culpa el que no hubiera sido ascendido. Arendt subrayó que Eichmann sabía perfectamente bien de lo que había sido co-partícipe quince años atrás, y en su declaración final ante el tribunal habló de una “revaloración de los valores prescritos por el gobierno [nazi]”. “No era estúpido”, observó Arendt, “era mera irreflexión [thoughtlessness] —algo para nada idéntico a estupidez— lo que le predisponía a convertirse en uno de los más grandes criminales de aquel período”.[18]

    Cuanto más tiempo uno escuchara a Eichmann durante el juicio, observó Arendt, “tanto más obvio se hizo que su inhabilidad para hablar estaba estrechamente vinculada a su inhabilidad para ‘pensar’, es decir, a pensar desde el punto de vista del otro. Ninguna comunicación era posible con él, no porque mentía, sino porque estaba rodeado de dispositivos más confiables que le salvaguardaban frente a las palabras y a la presencia de otros, y por ende, frente a la realidad como tal”.[19]

    La lección que podía uno extraer del juicio en Jerusalén, según Arendt, que no era ni explicación, ni mucho menos teoría, era que “una lejanía tal de la realidad y tal irreflexión”, como la mostrada por Eichmann bajo la horca, “cuando no fue capaz de pensar en nada salvo en lo que había escuchado en funerales toda su vida, y que esas ‘palabras rimbombantes’ [su cliché de despedida] obnubilaran la realidad de su propia muerte […] puede infligir más devastación que todos los instintos malvados tomados juntos que, quizás sean inherentes al ser humano”[20].

    Serían pues la irreflexión, la falta de imaginación y la lejanía de la realidad, siempre en el sentido de Arendt, lo que da pie a la banalidad del mal, es decir, a las muchas terribles y aterradoras personas normales como Eichmann. Pero, ¿bajo qué condiciones proliferan masivamente la irreflexión, la falta de imaginación y la lejanía de la realidad?

    III. Auschwitz Hoy

    Otro filósofo y ensayista, Günther Anders, primer esposo de Arendt, empleó una noción que pudiera ser vista en cierta medida como sinónimo de la banalidad del mal: lo monstruoso. Para Anders “las repeticiones de lo monstruoso no son sólo posibles […] sino probables”[21] y, por lo tanto, era necesario ir a las raíces.[22] En esa búsqueda radical Anders se ocuparía también del estreno atómico mundial, el lanzamiento de la bomba sobre Hiroshima (y después Nagasaki) por Claude Eatherly.[23] Identificó dos raíces de lo monstruoso que, además, calificó como más profundas que las políticas: lo que llamó la desproporción y la naturaleza maquinal del mundo de hoy.

    Con desproporción se refería Anders a la brecha que se ha abierto entre lo que los seres humanos pueden hacer y “lo que puede ser psicológicamente verificable”, algo similar a la falta de imaginación de Arendt. El triunfo de la técnica ha hecho “que nuestro mundo ya sea ‘demasiado’ para nosotros”. Explicó que “lo que en adelante podemos ‘hacer’ (y lo que, por lo tanto, hacemos realmente) es más grande que aquello de lo que podemos ‘crearnos una representación’; que entre nuestra capacidad de ‘fabricación’ y nuestra facultad de ‘representación’ se ha abierto un abismo”[24] cada día mayor. Agregó que mientras la capacidad de fabricación de los seres humanos, nosotros, es incontenible e ‘ilimitada’, “nuestra facultad de representación es, por naturaleza ‘limitada’”. Es decir que “los objetos que hoy estamos acostumbrados a producir con la ayuda de nuestra técnica imposible de contener; así como los efectos que somos capaces de provocar, son tan enormes y tan potentes que ya no podemos concebirlos, y menos aún identificarlos como nuestros”.[25] Anders alertó que lo mismo ocurre con relación al proceso de trabajo, donde ocurre lo que llama una ilimitada mediación:

    Tan pronto como se nos da un empleo para que ejecutemos una de las innumerables actividades aisladas de las que se compone el proceso de producción perdemos no sólo el interés por el mecanismo en tanto totalidad y por sus efectos últimos, sino que se nos arrebata la capacidad de crearnos una representación de todo ello. Una vez sobrepasado cierto grado de mediación —y esto es la norma en la forma actual de trabajo industrial, comercial y administrativo— renunciamos, o mejor dicho, ya no sabemos siquiera que renunciamos a lo que sería nuestra tarea: contar con una representación de lo que hacemos.[26]

    Según Anders, ya no podemos imaginarnos el cuadro completo. Y lo mismo ocurre con nuestra percepción:

    [E]n el momento en que los efectos de nuestro trabajo o de nuestra acción sobrepasan cierta magnitud o cierto grado de mediación, comienzan a tornarse obscuros para nosotros. Cuanto más complejo se hace el aparato en el que estamos inmersos, cuanto mayores son sus efectos, tanto menos tenemos una visión de los mismos y tanto más se complica nuestra posibilidad de comprender los procesos de los que formamos parte o de entender realmente lo que está en juego en ellos. […] Nuestro mundo, al sustraerse tanto a nuestra representación como a nuestra percepción, se torna cada día más ‘oscuro’ Tan oscuro que podríamos calificar nuestra época de dark age.

    Quien cree que la ilustración de los seres humanos iría de la mano del desarrollo tecnológico no sólo se equivoca sino que cae víctima “de los actuales grupos de poder: de esos hombres oscuros de la época técnica cuyo máximo interés es mantenernos en la oscuridad en con la realidad del oscurecimiento de nuestro mundo o, mejor dicho, producir incesantemente esa oscuridad. Pues esta es la ingeniosa mistificación de la que hoy son víctimas quienes carecen de poder”. Y acotó Anders que “si ayer la táctica consistía en ‘excluir’ de toda ilustración posible a quienes carecían de poder, hoy consiste en ‘hacer creer’ que tienen luces quienes no ven que no ven”. La técnica y la ilustración hoy día avanzan en direcciones inversas, son “inversamente proporcionales”: “cuanto más trepidante es el ritmo del progreso, cuanto mayores son los efectos de nuestra producción y más compleja la estructura de nuestros aparatos, tanto más rápidamente pierden nuestra representación y nuestra percepción la fuerza de avanzar al mismo ritmo, cuanto más rápidamente se eclipsan nuestras ‘luces’, más ciegos nos volvemos.[27]

    Advirtió que “si aquello a lo que propiamente habría que reaccionar se torna desmesurado, también nuestra capacidad de sentir desfallece. Ya afecte esta ‘desmesura’ a proyectos, logros productivos o acciones realizadas, el ‘demasiado grande’ nos deja fríos, o mejor dicho, ni siquiera fríos (pues la frialdad sería también una forma de sentir), sino completamente indiferentes: nos convertimos en ‘analfabetos emocionales’ que, enfrentados a ‘textos demasiado grandes’, son ya incapaces de reconocer que lo que tienen ante sí son textos”.[28] Es debido a esto que el exterminio de seis millones de seres humanos nos resulta “un simple número”, mientras que la evocación de una matanza de pocas personas o la aniquilación de una sola persona todavía nos puede horrorizar. Así, como ha observado Primo Levi, “una sola Anna Frank despierta más emoción que los millares [escondidos en Holanda] que como ella sufrieron”.[29] Así también, en el mismo en Auschwitz-Birkenau, relata Primo Levi, el descubrimiento por los miembros de un Sonderkommando [“escuadra especial” de presos[30]] dentro de la cámara de gas de una joven de 16 años aún viva debajo de un cerro de cadáveres humanos exterminados motivó a aquellos a llamar a un médico para reanimarla mediante una inyección. Una vez reanimada, un militante de las SS de nombre Muhsfeld fue llamado para decidir qué hacer con ella. Decidió que, como ella era testigo vivo de algo que nadie había sobrevivido y que nadie debiera saber, debería morir (como sucedía cada tanto tiempo con los mismos miembros de las escuadras). Un subalterno fue ordenado a matarla de un golpe en la nuca.

    La insuficiencia de nuestro sentir y el desfallecimiento de nuestra facultad de representación y de nuestra percepción, “[hacen] posible la repetición de lo peor; facilita su incremento; convierte incluso en inevitable su repetición y su incremento. Pues entre los sentimientos que desfallecen no sólo está el del horror; el del respeto o el de la compasión, sino también el ‘sentimiento de responsabilidad’ […] este sentimiento se torna tanto más impotente cuanto mayor se vuelve el efecto que nos proponemos lograr o que ya hemos logrado; que se hace igual a cero —y esto significa: que nuestro mecanismo de inhibición queda totalmente paralizado— tan pronto como se sobrepasa cierto umbral. Y dado que esta regla infernal es efectiva, hoy lo ‘monstruoso’ tiene vía libre.”[31]

    Ante la desproporción, según Anders, “existe todavía la posibilidad de parar el monstruo”, en virtud de que “la experiencia misma de nuestra impotencia representa […] una experiencia moral positiva”, que puede “activar un mecanismo de inhibición”. Y explica que, “en el shock de nuestra impotencia habita, por así decirlo, un poder de advertencia”, lo que nos advierte que “hemos alcanzado ese límite último tras el cual los caminos de responsabilidad y del cinismo se bifurcan irremediablemente”.[32]

    Señaló Anders que, quien ha intentado alguna vez “representarse”, visualizar o imaginarse “los efectos de la acción por él planteada” y, “tras fracasar en su intento, reconoce verdaderamente el fracaso, le invade el miedo; un miedo salvífico ante lo que se proponía hacer realidad”. “De este modo —acotó Anders— se siente llamado a reexaminar su decisión” y a “hacer depender desde entonces su colaboración de su propia decisión”. Y así “ya ha dejado atrás la zona de riesgo en la que le podría ocurrir algo eichmanniano y en la que podría convertirse en ‘un Eichmann’”.[33]

    Anders sintetizó:

    ‘No puedo representarme el efecto de esta acción’, dice.

    ‘Luego se trata de un efecto monstruoso.

    Luego no puedo asumirlo.

    Luego he de revisar la acción planeada, o bien

    Rechazarla, o bien combatirla’.[34]

    Eichmann evitó correr el riesgo de debilitarse, de fracasar, ejercitando su voluntad para evitar representarse los resultados de sus acciones. Esa autocensura de la vista la ejercitó hasta que se convirtió en un mecanismo automático del inconsciente, hasta convertirle en un estúpido, que no era estúpido. La represión —como categoría psicológica— ejercitada por Eichmann antecedía a la acción. Su experiencia como testigo directo de la comisión de atrocidades cuando fue enviado a visitar los campos de exterminio en el Este le llevó a la renovada determinación de evitar a cualquier costo cualquier representación hasta el día mismo en que fue ejecutado en Jerusalén. Es más, Eichmann quiso mantenerse lo más posible en la ignorancia acerca de las monstruosidades de las que fue activo co-partícipe. La ignorancia buscada activamente fue la falta en sí, pues quería negarse a saber lo que hacía, negarse a saber lo que sabía, negarse a ver el cuadro completo; un atributo de la personalidad autoritaria-servil. Para eso se refugió en el alibi, en la coartada de estar en otra parte como engrane receptor de órdenes [Befehlsempfänger]a nivel medio de una insaciable megamáquina, que operaba jerárquicamente, sin (querer) representarse el cuadro completo. Estas personalidades autoritario-serviles, omnipotentes hacia abajo e impotentes hacia arriba, personas perfectamente normales, “estaban —y están— hechas de nuestra misma pasta” (Primo Levi), y abundan en las corporaciones privadas, organismos internacionales, y burocracias estatales de hoy. Piénsese en la ejecución por “expertos” de devastaciones de países, no, de regiones enteras del mundo, de cientos de millones de personas hoy día por los Eichmanns preocupados ante todo por su ascenso escalafonario en los gobiernos de los países, en los organismos internacionales, en las corporaciones privadas de la economía formal y criminal. A las tiranías gubernamentales se suman hoy las tiranías privadas, que muchas veces van juntas, como en el caso de las SS en el nazismo. Así el principio de acción tipo Eichmann lo formula así Anders:

    ‘Yo no reconozco en absoluto lo monstruoso.

    Debido a la ‘desproporción’, soy absolutamente incapaz de reconocerlo.

    Luego nada se me puede imputar.

    Luego puedo hacer lo monstruoso’.

    O

    ‘Yo no veo a los millones de personas que ordeno llevar a las cámaras de gas.

    Me es totalmente imposible verlos.

    Por tanto, puedo ordenar tranquilamente que los lleven a las cámaras de gas’.[35]

    La segunda raíz o de lo monstruoso, según Anders deriva de que el mundo actual “está en camino de convertirse en una máquina”. Ahora bien, la razón de ser de las máquinas, explicó Anders, es el máximo rendimiento. Por lo tanto, todas y cada una de las máquinas “necesita ‘mundos en derredor’ que garanticen este máximo. Y lo que necesitan, lo conquistan”.

    “Toda máquina —señaló Anders— es expansionista, por no decir ‘imperialista’; cada una de ellas se crea su propio ‘imperio colonial’ de servicios (compuesto por personal auxiliar, de servicio, consumidores, etc.) Y de estos ‘imperios coloniales’ exigen que se transformen a su imagen (la de las máquinas); que ‘jueguen su juego’, trabajando con la misma perfección y seguridad que ellas; en una palabra: que aunque localizadas fuera de la ‘madre patria’ […] se conviertan en co-maquinales. La máquina originaria, pues, se expande, se convierte en ‘megamáquina’. […] La autoexpansión no conoce límites, la ‘sed de acumulación de las máquinas es insaciable”.

    Al proceso maquinal de exclusión humana lo describió Anders así:

    “Las máquinas arrinconan como carentes de valor y nulos todos aquellos fragmentos de mundo que no se pliegan a la co-maquinización por ellas exigida; o que expulsan y eliminan, como si de desechos se tratara, a quienes, incapaces de prestar servicios o reacios al trabajo, sólo desean haraganear, constituyendo así una amenaza para la extensión del imperio de las máquinas. […] Naturalmente este proceso de co-maquinización no es solamente una lucha de las máquinas ‘contra’ el mundo, sino que es siempre, al mismo tiempo, una lucha ‘por’ el mundo, una competencia que las máquinas ávidas de botín despliegan ‘unas frente a otras’. Pero este hecho […] no disminuye en absoluto la claridad del objetivo final […] ‘conquista total’. Lo que desean las máquinas es una situación en la que ya no haya nada que no se pliegue a ellas, nada que no sea ya ‘co-maquinal’, ninguna ‘naturaleza’, ninguno de los así llamados ‘valores superiores’ ni (puesto que para ellas nosotros sólo seríamos ya personal de servicio o de consumo) tampoco nosotros, los seres humanos. Sino solamente ellas.[36]

     Así Anders llegó a su concepto de “máquina mundial”, o “imperio quiliasta del totalitarismo técnico”: “El mundo en tanto que máquina, es realmente el estado ‘técnico-totalitario’ al que nos dirigimos” y al que nos hemos dirigido “desde siempre, pues esta tendencia deriva del principio de la máquina, esto es, el impulso de autoexpansión. Por esta razón podemos afirmar tranquilamente: el mundo en tanto que máquina es el imperio quiliasta que soñaron todas las máquinas, desde la primera de ellas; y que hoy tenemos realmente ante nosotros, pues desde hace un par de décadas esta evolución ha entrado en un accelerando cada vez más vertiginoso”.[37]

    Cuando se realice el imperio quiliasta del totalitarismo técnico, acotó Anders, “sólo existiremos como piezas mecánicas o como materiales requeridos por la máquina: ‘en tanto que seres humanos’, seremos eliminados. Por lo que respecta al destino de aquellos que ofrezcan resistencia a su co-maquinización, después de Auschwitz no es difícil adivinarlo. Éstos no serán eliminados ‘en tanto que’ seres humanos, sino materialmente. El parecido de este amenazador imperio técnico-totalitario con el monstruo de ayer es evidente”.

    Es necesario dejar el autoengaño, diría Anders, pues “hemos adquirido la dulce costumbre de considerar el imperio que hemos dejado atrás, el ‘tercer’ Reich, como un hecho único, errático, como algo atípico en nuestra época o en nuestro mundo occidental. Pero este hábito, evidentemente no sirve como argumento, esta actitud no es más que una forma de cerrar los ojos. Puesto que la técnica es hija nuestra, sería tan cobarde como estúpido hablar de la maldición que le es inherente como si esta se hubiera colado casualmente en casa por la puerta trasera. Esta maldición es ‘nuestra’ maldición”.

    Alertó Anders en todas estas reflexiones que datan de 1962 que en el futuro el ‘tercer’ Reich sería visto meramente como un “pequeño experimento provinciano”:

    “Puesto que el imperio de la máquina procede por la acumulación, y puesto que el mundo de mañana se globalizará y sus efectos abarcarán todo, propiamente hablando la maldición se halla todavía ‘ante’ nosotros. Es decir: hemos de esperar que el horror del imperio por venir eclipse ampliamente el del imperio de ayer. No cabe duda: cuando un día nuestros hijos o nuestros nietos, orgullosos de su perfecta co-maquinización, desde las alturas de su imperio quiliasta bajen la mirada hacia el imperio de ayer, el así llamado ‘tercer’ Reich, sin duda éste sólo se les antojará un experimento provinciano, que, pese a su enorme esfuerzo por ser ‘mañana el mundo entero’, y a su cínico exterminio de lo no utilizable, no logró mantenerse en pie. Y sin duda, en lo que allí sucedió no verán otra cosa que un ensayo general del totalitarismo, ataviado con una necia ideología, al que la historia universal se aventuró prematuramente.[38]

    Son pocos los países, escribió Primo Levi en 1986 poco antes de morir, “que pueden garantizar su inmunidad a una futura marea de violencia, engendrada por la intolerancia, por la libido del poder, por razones económicas, por el fanatismo religioso o político, por los conflictos raciales”.[39] Ciertamente “hay muchas señales —acotó Levi— que hacen pensar en una genealogía de la violencia actual que, precisamente se deriva de aquella que dominaba la Alemania de Hitler”.[40] Levi hizo hincapié en rechazar la “teoría de la violencia preventiva”, como la llamó: “Tampoco puede aceptarse la teoría de la violencia preventiva: de la violencia sólo nace la violencia en un movimiento pendular que va ampliándose con el tiempo en lugar de disminuir”.[41]

    En la actualidad hay alarmantes indicios de que diferentes ejes están convergiendo con aceleración exponencial en una nueva síntesis de viejas y nuevas formas de violencia, de opresión y de exterminio, que se anuncia unívocamente con el desecho al basurero de la historia de los principios del derecho internacional derivados de la paz de Westfalia de 1648 y con la declaración por la cúpula gobernante del núcleo imperial actual, Estados Unidos de América, de un estado de excepción planetario que conlleva la supresión integral de los derechos inalienables del ser humano y su reducción a la nuda vida, como lo ha formulado el filósofo Girogio Agamben: una especie de mundialización de la Doctrina de Seguridad Nacional del núcleo imperial estadunidense y sus satélietes, aplicada y adaptada al mundo actual, que fue experimentada como plan piloto en el Cono Sur latinoamericano en las décadas de 1960 y 1970. La nueva convergencia (¿nuevo imperio técnico-totalitario?) si no es detenida por las fuerzas sociales, promete trascender con mucho a síntesis que le antecedieron, como lo fueron el proyecto quiliasta del ‘tercer’ Reich austroalemán y el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki.

    Esto ocurre no sólo porque el imperativo de la megamáquina nos empuja a que hagamos con la técnica todo lo podemos hacer, al tiempo que no podemos crearnos la representación de las consecuencias de todo lo que hacemos, la brecha señalada por Anders, sino porque simultáneamente para su consumación es fomentada masiva y sistemáticamente la cultura de la racionalidad de “la velocidad, flexibilidad y eficiencia”, encarnada en el nuevo hombre que necesita la máquina de Anders: el “hombre flexible” que, como ha analizado el filósofo berlinés Horst Kurnitzky, no es sino la ya conocida personalidad autoritario-servil.[42] Los Eichmann y sus hijos: la banalidad del mal.

     

    [1] “Mitad-judío” [half-Jew], en la formulación de Arendt. Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil, (Revised and enlarged edition), Penguin Books, New York, 1992, p. 133.

    [2] El atentado contra Heydrich el 4 de junio de 1942 fue perpetrado por dos guerrilleros checos de la resistencia, Jan Kubis y Josef Gabelik, quienes murieron con otros 120 guerrilleros más, dentro de la iglesia de Karl Borromaeus, donde los sacerdotes les habían dado refugio. La iglesia fue tomada y todos pasados por las armas de las SS. Entre las represalias de las SS cuenta el borrado de la faz de la tierra del pueblo entero checo de Lídice, cercano a Praga. 

    [3] Véase Christian Gerlach, „Die Wannsee-Konferenz, das Schicksal der deutschen Juden und Hitlers politische Grundsatzentscheidung, alle Juden Europas zu ermorden“, Werkstatt Geschichte, Heft 18 (6. Jg., November 1997).

    [4] Götz Aly, „Der 12. Dezember 1941“, Berliner Zeitung, 13. Dezember 1997. Merece mención que la revelación invaluable de los entretelones previos a la Conferencia de Wannsee, un tema largamente debatido por historiadores, fuera iluminado de manera tan contundente por la tenaz investigación de un entonces joven doctorante en historia, Christian Gerlach, que es la que dio pie a la nota de Aly, en la que me he basado.

    [5] Sobre T4 puede consultarse el libro: Götz Aly, et al., Aktion T4: 1939-1945: Die „Euthanasie“-Zentrale in der Tiergartenstrasse 4, Edition Heinrich, Berlin, 1987.

    [6] Fue el químico sueco Karl Wilhelm Scheele quien, en los 1770s, descubrió el ácido cianhídrico; en sus estudios no aparece mención sobre las cualidades venenosas de este ácido. Scheele fue, además, el descubridor de arseno, arsenita de cobre, glicerina, los ácidos úrico, múcico, molíbdico, túngstico, y arsénico. 

    [7] Sobre Fritz Haber puede consultarse el ensayo biográfico de M. F. Perutz, “The Cabinet of Dr. Haber”, The New York Review of Books, Vol. XLIII, Nr. 8, 20 de junio de 1996, pp. 31-36.

    [8] Götz Aly, „Hitlers Volksstaat: Anmerkungen zum Klassencharakter des Nationalsozialismus“, Rede zur Verleihung des Heinrich-Mann-Preises der Akademie der Künste 2002.

    [9] Ibíd..

    [10] Ibíd..

    [11] Sobre la “Organización Eichmann” (Subsección IV-b4), véase Hans Safrian, Die Eichmannmänner, Europaverlag, Viena, 1993, 358 pp.

    [12] Sobre la emigración nazi a la Argentina bajo Perón véase el reciente libro de Uki Goñi, La auténtica Odessa: la fuga nazi a la Argentina de Perón, Paidós, Buenos Aires, 2002.

    [13] El juicio a Eichmann quedó registrado en 160 horas videograbadas. Rony Brauman y Eyal Sivan editaron el material a dos horas y titularon el documental “Un especialista”. El guion completo está incluido en Rony Brauman & Eyal Sivan, Elogio de la desobediencia, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires y México, D.F., 1999.

    [14] Hannah Arendt, op. cit., p. 252.

    [15] Ibíd., p. 252.

    [16] Ibíd., p. 276.

    [17] Ibíd., p. 287.

    [18] Ibíd., pp. 287-288.

    [19] Ibíd., p. 49.

    [20] Ibíd., p. 288.

    [21] Günther Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann, Paidos, Buenos Aires, 2001, p. 24.

    [22] Ibíd., p. 26.

    [23] Günther Anders, Más allá de los límites de la conciencia, Paidos, Buenos Aires, 2003. El título del libro en alemán es Hiroshima ist überall, que quiere decir que Hiroshima está en todas partes.

    [24] Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann, p. 27.

    [25] Ibíd., p. 28.

    [26] Ibíd., p. 28.

    [27] Ibíd., pp. 28-30.

    [28] Ibíd., p. 32.

    [29] Primo Levi, Los hundidos y los salvados, Muchnik, Barcelona, 1989, p. 49.

    [30] Las escuadras especiales de presos eran las responsables de llevar a cabo, en las palabras de Levi, “el horrendo trabajo cotidiano de desenredar la maraña de cadáveres, lavarlos con mangueras y transportarlos al crematorio” (Levi, Op. cit., p. 48). Los integrantes de estas escuadras, portadores y co-consumadores del secreto del exterminio, vivían en un área aparte y aislados, bien vestidos y bien alimentados. Después de un tiempo determinado sabían que serían exterminados y sustituidos por nuevos presos, y así sucesivamente.

    [31] Ibíd., p. 32.

    [32] Ibíd., p. 37.

    [33] Ibíd., p. 38.

    [34] Ibíd., p. 38.

    [35] Ibíd., p. 43.

    [36] Ibíd., pp. 53-54.

    [37] Ibíd., pp. 55-56.

    [38] Ibíd., p. 58.

    [39] Levi, Op. cit., p. 173.

    [40] Ibíd., p. 174.

    [41] Ibíd., p. 174.

    [42] Véase Horst Kurnitzky, Retorno al destino: la liquidación de la sociedad por la sociedad misma, (Capítulo V: “El nuevo hombre: flexibilidad en el nuevo orden mundial”), Editorial Colibrí-Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, D.F., 2001, pp. 65-74; y más explicitado en Horst Kurnitzky, Die unzivilisierte Zivilisation: wie die Gesellschaft ihre Zukunft verspielt, Campus Verlag, Frankfurt/M, 2002, pp. 115-132

  • Testigo, silencio y censura

    Testigo, silencio y censura

     Lilia Ruiz Jiménez

    La primera idea que me surgió después de leer la aseveración de Elizabeth Costello, sobre escribir de la experiencia de crueldad, fue que era necesario decir algo al respecto. Costello no es sujeto real, sino el personaje creado por J.M. Coetzee y lo que dice es lo siguiente: “Hoy ésta es mi tesis: que algunas cosas no es bueno leerlas, ni escribirlas.”[1] Tampoco es la única que lo plantea. Ya un escritor real, Theodor W. Adorno, dijo en los años cincuentas, que después de Auschwitz, escribir poesía era un acto de barbarie. Pero es que yo había leído a Levi. Más aún, me había acercado a la poesía testimonial de Paul Celan, y no podía estar de acuerdo.

    Por ende, mi postura era esta: que no sólo es permisible escribir sobre la experiencia de crueldad. Si no que de lo leído, se puede de nuevo escribir y con ello, hacer un ejercicio de testigo sobre el testimonio de otro.

    Si ello lo concluía a partir de las obras de estos testigo; era importante mencionar que, por otro lado, no sólo Costello y Adorno, me provocaban un planteamiento contrario, sino uno de esos encuentros peculiares con otros, que aún pareciendo molestos, resultan tener utilidad.

    Sucedió que hace unos días: Me recibe en su oficina, un funcionario público. Después de ponerlo brevemente en antecedentes sobre el trabajo realizado, prosigo a explicarle el motivo de mi visita – conseguir un espacio para proyectar la película de “El especialista”-. Me sorprende su reacción.

    Solicita de manera insistentemente, un resumen, diciéndome: “¿pero, que se ve en esa película?”. Le respondo -“fragmentos sobre el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén”, él insiste -“¿si pero, que se va a ver, quién lo puede ver?”. En este momento, debo confesar que no me esperaba un interrogatorio así. Porque ni siquiera había reparado en la necesidad de que la cinta tuviera algún tipo de clasificación.

     Traté de ser precisa; no había imágenes cruentas de sobrevivientes o cadáveres de los campos, y ese es su temor. Mas debía advertirlo, era necesario, vería la “terrible normalidad”, (como lo dice Hannant Arendt)[2] de un hombre. Acusado de contribuir a la aniquilación de miles de individuos, atestando con ellos, vagones de trenes. A sabiendas de que eran conducidos hacia una de las más desgarradoras experiencias, sufridas por un ser humano. Y no solamente, también debía soportar que ese hombre “de carne y hueso”, no manifestara en su rostro una sola señal de arrepentimiento. Por el contrario, gestos de incomprensión ante las imputaciones del jurado. Pareciendo no entender la dimensión de su culpa, por considerar que no la tenía. No era un torturador sanguinario, o una bestia, como lo califica en algún momento el fiscal, era, simple y llanamente un burócrata, cumpliendo minuciosamente las ordenes que sus superiores le había encomendado.

     El funcionario miró sin entenderme, percibí su desconfianza. Posiblemente esta considerando que yo le estaba tendiendo una trampa, para que pasara dos horas de angustia frente a una pantalla. Acto seguido, condicionó la proyección de la película, a recibir una copia con antelación, misma que sería vista y comentada por sus superiores. Le dije que no era posible. Pidió entonces, un documento con membrete oficial, que incluyera la sinopsis de la aterradora película. Huelga decir, que no intenté más obtener el espacio en su institución.

    Considero que en el funcionario, había un interés genuino de protegerse, pero ¿de qué? Quizás de la vulnerabilidad que le haría sentir, ver lo que el hombre puede ser capaz de hacerle al hombre, y cuestionarse realmente sobre ello. Pero también, ¿porqué no? tenía la buena intención de proteger a los posibles espectadores – la protección es su trabajo-. Aunque con esto acabara recurriendo a la sutil censura, sobre el derecho de otros a ver la película.

    Costello hace por su parte otro tanto. Como escritora, tiene la capacidad para llegar a otros e influirlos, pero y como lectora, corre el riesgo de ser influida. Si todo escrito está a merced del lector[3], como dice Cornaz, valdría agregar que en ocasiones, el lector llega a estar a merced del escrito. Y eso tendría que ver con la vulnerabilidad que se experimenta ante un testimonio sobre crueldad. Hecho que le ocurre a cualquiera, en algún momento.

     “Permítanme no ver”, parece ser la súplica. Por eso, Elizabeth Costello considera que su colega Paul West, ha pasado un límite permitido, la ha hecho sentir horrible con su relato. ¡obsceno! Es el calificativo que le da. Porque West, se atreve a narrar los últimos momentos de unos hombres en total indefensión, a punto de ser ejecutados, por oponerse al régimen nazi. Y eso, según su dicho, no se debería de saber, debería estar oculto, como los mataderos del mundo, en beneficio del equilibrio mental.

    Primo Levi, pareció anticipar, que su testimonio sobre Auschwitz y los campos, se toparía con la resistencia es escuchar, o a recordar. Incluso, tuvo un sueño de angustia al respecto. Que no solamente se repitió en muchas ocasiones, sino que además, era compartido por otros habitantes del campo. El sueño básicamente comenzaba con el retorno a casa. Está con su hermana, algún amigo indeterminado y otras personas. Todos ansían escucharlo, y él comienza con lo que está viviendo en ese momento: el silbido de las tres de la madrugada, la cama dura, el hambre, los golpes. Pero también el inexpresable placer físico que representar estar ahora en su hogar, entre amigos y con tanto que contarles “pero no puedo dejar de darme cuenta de que mis oyentes no me siguen. O más bien se muestran completamente indiferentes: hablan confusamente entre sí de otras cosas, como si yo no estuviese allí. Mi hermana me mira. Se pone de pie y se va sin decir palabra.” [4].

    Este sueño, era algo que, hacía despertar a Levi, sobresaltado. Porque, después de irse diluyendo como ser humano; con la pérdida de las pertenencias, de los personas, incluso del mismo nombre. Si existía una posibilidad de salir del campo, era para poder testimoniar. Por él y por los otros. Por quienes no vivirían para contarlo.

    Y es que ya lo habían sentenciado los soldados alemanes. No importa de cómo terminara la guerra, porque ellos la habrían ganado. No importaba si algunos historiadores buscaban un indicio de la existencia de los campos, no encontrarían nada. Porque las pruebas eran esos hombres que no podrían salir de ahí. Y si por alguna razón alguien lo lograba, los hechos a relatar serían tan monstruosos, que no se querrían escuchar y tampoco se podrían creer.

    La experiencia de los campos, ha sido acompañada muchas veces, con un silencio que raya lo sagrado de no hablar sobre el Shoa, incluso, denominarlo Holocausto, que implicaría más bien, un “sacrificio supremo”, y no una devastación, una catástrofe. Pero por desgracia, esto termina siendo un silencio cómplice de los deseos del nazismo. “La actitud dominantes es la del silencio” dice Enzo Traverso en su “Historia desgarrada”[5]. Pero en tampoco está de acuerdo con eso. José Saramago, que fue criticado por hablar sobre Auschwitz y la matanza de los palestinos, dice no participar en una especie de sentimiento religioso, que impida pronunciar algo, un nombre, sea el de Dios, sea el del Holocausto. Las palabras se han creado para ser dichas y pensada.

    Y eso era lo que intentaba hacer Levi al salir del campo: decirlo, todo y a todos. Pero entonces, ve materializado aquel sueño que le angustiaba, el “La Tregua”, narra un largo y tortuoso viaje de regreso a Italia. Su tren, para en la estación de un pueblo polaco y decide bajar un momento. Es uno de los primeros vestidos de “cebra” que veía la gente y pronto se reúne un nutrido grupo en torno a él. De ellos sobresale un hombre elegante y afable. Levi concluye que se trata de un abogado, quién le da la confianza para romper el largo silencio, después de años de sufrimiento y contar su historia. El abogado traduce a los demás, pero Levi en su pobre comprensión del idioma, se da cuenta de que su dicho no es respetado y enfrenta al hombre. Éste le da a entender que la gente no quiere historias tristes, la guerra aún no ha terminado, “siempre estamos en guerra”. Y se queda parado en la estación, viendo como el círculo de gente se desvanece, dejándolo solo. [6]

    Y es que lo acontecido en Auschwitz, se recibió en su momento con incredulidad, incluso indiferencia. No hubo quién alzara voces de protesta contra el exterminio; no había indignación. Entonces, los testigos se enfrentaron a una sociedad, devastada por la guerra, que no tenía momentos para reflexionar. Más bien, iban en busca del olvido y la reconstrucción. Por eso el primer testimonio de Levi, escrito relativamente, poco tiempo después de su liberación, pasa casi desapercibido por los lectores de la época.

    ¿Quién podría reprocharles, que no quisieran mirar atrás, si incluso, muchos sobrevivientes, decidieron guardar silencio al respecto? Si alguien tenía ese derecho, esos eran los testigos, que después de lo vivido, se habían ganado hablar de ellos, de los “musulmanes”, y de los muertos.

    Testimoniar, entonces, se convierte en razón de vida para sujetos, que han pasado por los campos de exterminio. No debería haber nada que lo prohíba. Y sin embargo, surge la sentencia de Adorno, de no escribir poesía después de Auschwitz. Por el temor a “domesticar” el horror con lo producido. Pero el silencio nunca ha sido la vía y por ello,  quince años después, Adorno hace una rectificación, declarando que “el sufrimiento perenne tiene tanto derecho de expresarse, a pesar de todos los pesares (…)” [7] Y en Paul Celan existía ese sufrimiento perenne que buscaba una vía de tramitación.

    Hay en la historia de vida de este poeta, aspectos importantes a destacar. Aquí hablaré solamente de los que me parecen oportunos para darle a Celan, el status de testigo que sostengo, le pertenece. Parte importante, es lo que relata su biógrafo John Felstiner, sobre el episodio donde Celan, ese día de 1942 cuando los nazis se presentaron en su casa, llevándose a sus padres y a él deportados a un campo de concentración. Los separaba una alambrada. Paul, logró tocar la mano de su padre, por un momento, hasta que un guarda se la muerde y tuvo que soltarla “imaginaos, solté su mano y salí corriendo”. Dice en 1960, dieciocho años después, con la misma angustia.[8] Lo importante de este relato, es que nunca existió. Celan no se separó así de sus padres, estos queriendo salvarlo, le piden que se refugie en la fábrica de cosméticos de un amigo, a donde se resisten a acompañarlo, después de haber pasado en varios ocasiones la angustia de la posible deportación. Después de es noche Paul, no resiste más y va en busca de ellos, encontrando la puerta clausurada y la casa vacía. Finalmente sus padres habían sido deportados.

    Si esta falso recuerdo, surgió para amainar la culpa que tenía de haberlos dejado. Sin embargo, es lo que menos importa. Para él es vivido como algo verdadero: estuvo en el campo, vio a donde llevaban a su padre. Sabía lo que les iba a pasar. Estuvo ahí, supo lo que era, lo vivió.

    Por eso se puede incluir en el “nosotrosde su poesía “Fuga de la muerte”.Cito: “Leche negra del alba, te bebemos en la tarde/ te bebemos al mediodía y en la mañana, te bebemos de noche/ bebemos y bebemos”. [9]

    Y es que la poesía fue el medio que Celan utilizó para tramitar sus pérdidas, pero también hablar del dolor de su pueblo. Todesfuge o Fuga de la Muerte, surge como el poema más representativo del Shoa. En él, se da testimonio de lo que constituía vida y muerte en los campos, de la música que se obligaba a tocar a un grupo de prisioneros, mientras otros eran asesinados.

    Un fragmento más: “ Grita toquen más dulce la muerte, la muerte es un maestro de Alemania/ y grita toquen más oscuro los violines luego ascienden al aire/ convertidos en humo/ sólo entonces tienen una tumba en las nubes / donde no están encogidos”.[10]

    ºCelan no es el sobreviviente de los campos. Pero aún así, fue quien escribió la poesía más profunda sobre lo ocurrido. Decía en ella acerca lo que se consideraba indecible. Contaba con la licencia del creador artístico. Como poeta, tenía el beneficio ganado, de vivir lo que literalmente, no ha vivido, y el derecho de decir sobre ello.

    Paul Celan. Paul Antschel (antes de la guerra) el poeta rumano nacido en Czernowitz, el poeta judío que escribía en alemán, la lengua de los verdugos, el testigo que no estuvo. Con la culpa de sobrevivir y la necesidad de la escritura para decir por él y por los que no pudieron. Y con la genuina licencia del dolor de haber perdido a sus padres, antes de que éstos pisaran los campos.

    Innegablemente, se transmite la fuerza de los versos de Celan. Leerlo recrea las imágenes de las vivencias del campo. Remite a las cámaras y las fosas, al humo y a la estrechez. Sin embargo, la transmisión, se logra a través de un contexto. Porque finalmente ¿qué conocía yo de Auschwitz como para acercarme a Celan?. Lo que la mayoría de la gente sabe: poco y mal. Desde mi subjetividad, Todesfuge (o “Fuga de la muerte”) no hubiera tenido, el mismo impacto, sin la lectura precedente de la obra de Primo Levi. El testigo que está y toma distancia, el “testigo perfecto” como lo califica Giorgio Agamben.[11]

     Levi que dice tratar de no ser protagonista y contar todo con la mayor objetividad, sin artificio literario. Y de quién pude sacar muchos momentos de verdadera riqueza literaria. Bastaría recordar su inolvidable relato de Hurbinek, el niño de tres años, el de las piernas paralíticas, delgadas como hilos, el hijo del campo, porque llevaba en su pequeño brazo el tatuaje que lo ratificaba. Ese que como él dice, murió “en los primeros días de marzo de 1945, libre pero no redimido”[12] y agregaría yo, sin haber podido nombrar.

    Y al recordar a este niño. Me viene la reflexión de que si por un lado esta planteada la posibilidad, el derecho de escribir sobre el Shoa. También surge la interrogante de ¿porqué tendría que leerse?, incluso,¿por qué sentarse en una sala y ver una película al respecto, porqué dar vuelta a la hoja, aunque lo que la antecedió aún nos sigue estremeciendo? ¿porqué habría un sujeto de someterse al suplicio de ver algo cruel? -En el supuesto de que esto le pudiera implicar un suplicio-. Quizás porque, como dice Agamben, “el infrahombre debe de interesarnos en mayor medida que el superhombre”[13] Porque coincido con Enzo Traverso y Hannah Arendt en que “el exterminio de los judíos por el nazismo constituía “un ataque contra la diversidad humana (…).  [14]

    Se habla y se sabe de Auschwitz por su lamentable vigencia. Por ser triste relato de sucesos vueltos cotidianos. Por buscar acercarse a la idea de que no se trata de un fenómeno ajeno, sin antecedentes y consecuencias posteriores. Por que se trata de un hecho humano. Levi lo puntualiza así: “la aversión contra los judíos, impropiamente llamada antisemitismo, es un caso particular de un fenómeno más vasto: la aversión contra quien es diferente de uno” [15]

    En el inicio de este trabajo, mi permití plantear las posturas de Adorno de no escribir evitando volver común el horro. Y de la ficticia Elizabeth Costello, quién no quería leer para resguardarse de sufrir. También he tratado aquí, se rescatar que la Literatura tiene permiso de expresar cualquier fenómeno humano, por terrible que éste sea.

    Pero hay un punto más. Desde la experiencia vivida por Celan, existiría entonces, el testigo que no estuvo. Si consideramos al testigo como el que puede hablar de otros. Nos da la oportunidad de realizar, lo que pretendo con este escrito, testimoniar acerca del testimonio, sin censura, ni silencio. Y de verdad espero haberlo logrado. Muchas gracias.


    [1] Coetzee, J.M, Elizabeth Costello y el Problema del Mal, Revista Letras Libres Año V, Número 60, Diciembre 2003. pp. 21

    [2] Traverso, Enzo, La historia desgarrada, Cap. III, Ed. Herder, 1997 pp 105

    [3] Cornaz, Laurent, La escritura o lo trágico de la transmisión, Ed. Psicoanalítica de la Letra, A.C. México, 1994 pp. 13

    [4] Primo, Levi, Si esto es un hombre, Muchnik Editores, Barcelona 2000 pp. 64.

    [5] Idem pp. 17

    [6] Levi, Primo La Tregua Muchnik Editores, Barcelona 1997 pp. 51 

    [7] Pérez Gay, José María, Cicatriz que no cierra, Revista electrónica “Nexos Virtual”.

    [8] Felstiner, John, Paul Celan: Poeta, superviviente, judío, Ed. Trotta, 2002 pp. 41

    [9] Celan, Paul, Fuga de la Muerte, Traducción de José María Pérez Gay, Revista electrónica, “Nexos Virtual”.

    [10] idem

    [11] Agamben, Giorgio, Lo que queda de Auschwitz, Ed. Pre-Textos, Valencia, 2000.

    [12] Levi, Primo La Tregua Muchnik Editores, Barcelona 1997 pp. 21 

    [13] Idib. Pp. 20

    [14] Traverso, Enzo, La historia desgarrada, Cap. III, Ed. Herder, 1997 pp.103

    [15] Primo, Levi, Si esto es un hombre,  Muchnik Editores, Barcelona 2000 pp. 201

  • La verdad del artificio

    La verdad del artificio

    El testimonio como literatura

     Raymundo Rangel Guzmán

    Es cierto que la Segunda Guerra Mundial no es únicamente los campos de concentración nazis, y por supuesto que tiene muchas más aristas que las que podemos contar con los dedos de las manos. Sin embargo, son los campos quienes dan a esa guerra su carácter más específico, que permite diferenciarla de manera particular frente a otros acontecimientos a lo largo de la historia. Igualmente, me parece que el testigo de Auschwitz no es el testigo de los frentes de batalla. Por lo que atravesaron cada uno de ellos fue de orden distinto, y no me atrevería a plantear que una experiencia haya sido más terrible que la otra. Fueron simplemente diferentes, y lo mismo podría decirse de los prisioneros en los campos de trabajo y exterminio. La experiencia de cada exdeportado depende tanto del campo al que se vio conminado, como de las razones por las llegó ahí.

    Advertidos de lo anterior, habremos de decir que hay algo sin precedentes en la industrialización de la muerte en los campos de concentración, y es a los testimonios de sus sobrevivientes que quisiera referirme durante esta disertación, para tratar de bordear una problemática en torno a eso que dichos testigos podrían o no transmitir a todos aquellos quienes, afortunadamente, no atravesamos por tal experiencia concentracionaria, pero que heredamos la responsabilidad de mantener vigente la memoria, con la esperanza de que la historia no vuelva a repetirse.

    Mi encuentro con la escritura testimonial tuvo lugar a través de las obras de exdeportados como Primo Levi, Imre Kertész y Jorge Semprún, principalmente, quienes han alimentado sus creaciones, en mayor o menor medida, de su estancia en los campos de concentración nazis. ¿Qué hay de especial en lo que ellos han hecho? Diría que han renunciado a escribir una “objetiva” enumeración y descripción de los detalles del horror, en favor de una forma diferente de contarlo. Han convertido su testimonio en obras literarias, cada uno en su estilo personal.

    La discusión en torno a la forma que habría que dar a los testimonios sobre los campos nazis está especialmente presente en uno de los autores antes mencionados y con cuya obra he tenido mayor acercamiento, Jorge Semprún, español exdeportado de Buchenwald, militante de la resistencia francesa y llevado ahí como prisionero político a finales de 1944, y donde permaneció hasta su liberación en 1945. Una buena parte de su producción, la medular para mí, gira en torno a la experiencia de los campos. La relación de Semprún con la escritura, como en cada uno de aquellos que han testimoniado desde el lugar de escritor, tiene ciertas peculiaridades. No ocultan sus producciones cierto carácter autobiográfico, puesto que la gran mayoría de sus personajes están basados en personas concretas, así como en experiencias propias. En La escritura o la vida (1995), uno de sus más conmovedores relatos en torno al tema que nos ocupa, habla de ello:

    …me siento incapaz, hoy, de imaginar una estructura novelesca, en tercera persona. Ni siquiera deseo meterme por ese camino. Necesito pues un ‘yo’ de la narración que se haya alimentado de mi vivencia pero que la supere, capaz de insertar en ella lo imaginario, la ficción…[1]

    Asimismo, en este libro expone la gran dificultad a la que se enfrentó a su regreso de los campos, su lucha entre la necesidad de escribir y la imposibilidad para hacerlo, y la dificultad para elegir entre la escritura o la vida, es decir, entre una angustiante reconstrucción de su experiencia en los campos y una vida basada en el olvido de ellos. De alguna manera, La escritura o la vida representa una vuelta al horror de Buchenwald casi cincuenta años después.

    A lo largo de toda su obra encontramos que Semprún defiende la idea de que los testimonios sobre la experiencia de los campos tienen que pasar por el artificio literario si se quiere que algo sea transmitido a todos aquellos que han sido ajenos a dicha experiencia. Representa una parte central de su proyecto, y se niega a la representación sin más del horror, a la exposición de los detalles desnudos, de los datos e imágenes sin mediación alguna. Habría que contarlo de manera distinta. Una vez más, en La escritura o la vida, encontramos el siguiente fragmento, en el que narra una discusión entre compañeros prisioneros recién liberados:

    Estábamos preguntándonos cómo habrá que contarlo, para que se nos comprenda. Asiento con la cabeza, es una buena pregunta: una de las buenas preguntas. –No es ése el problema –exclama otro enseguida–. El verdadero problema no estriba en contar, cualesquiera que fueren las dificultades. Sino en escuchar… ¿Estarán dispuestos a escuchar nuestras historias, incluso si las contamos bien? […] Contar bien significa: de manera que sea escuchado. No lo conseguiremos sin algo de artificio ¡El artificio suficiente para que se vuelva arte! […] La verdad que tenemos que decir (en el supuesto que tengamos ganas ¡muchos son los que no las tendrán jamás!) no resulta fácilmente creíble… Resulta incluso inimaginable…[2]

    De acuerdo con Semprún, el testimonio habrá de ser contado de manera que sea escuchado, y para él, la forma de lograr tal propósito es a través de un artificio literario, de una ficción. Pero surge entonces la pregunta ¿y cómo distinguiremos lo que es o no verdad? ¿acaso no miente quien hace ficciones? Para tal efecto, quisiera retomar una breve reflexión planteada por Mario Vargas Llosa en su libro de ensayos literarios titulado La verdad de las mentiras. En su introducción, éste autor se interroga ¿de qué depende la verdad de una novela? A lo cual responde:

    De su propia capacidad de persuasión, de la fuerza comunicativa de su fantasía, de la habilidad de su magia. Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente. Porque «decir la verdad» para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión y «mentir» ser incapaz de lograr esa superchería. La novela es, pues, un género amoral, o, más bien, de una ética sui géneris, para la cual verdad o mentira son conceptos exclusivamente estéticos.[3]

    Así, la literatura dice la verdad en tanto que cuenta una historia con verosimilitud, es decir, que logra que el lector sea capturado por el relato y se vea transformado por éste. No haría falta ir a la realidad –lo que el término signifique– para corroborar si hay o no verdad en el artificio literario. Precisemos que entiendo por artificio aquella habilidad o mecanismo implícitos en la creación de toda forma artística. El arte literario, pues, implica un artificio. Y más aún, un artificio amoral en el que verdad o mentira pertenecen al plano estético.

    ¿Qué se busca entonces haciendo del testimonio una novela? No, ciertamente, reproducir la realidad. Esta, como tal, se nos escapará siempre, como la zanahoria al burro. Pero es posible cercar, rodear dicha realidad y construir en sus márgenes una verdad. Más bien, entonces, creo yo que a eso apunta la escritura novelesca, hacia la construcción de mundos posibles, no reales, sino verdaderos, y sobre todo, habitables para nosotros, que estamos hechos, en gran medida, de palabras.

    La película proyectada con motivo de esta reunión, realizada por Brauman y Sivan sobre el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, es ella misma un artificio. Sus autores, a partir de las filmaciones llevadas a cabo en aquel año de 1961, han creado un objeto artístico, han «mentido» para tratar de decir una verdad que no podría ser dicha de otra manera, sino seleccionando momentos, enfatizándolos aquí y allá con música, con acercamientos y tantas otros recursos que, infinitamente mejor que yo, un especialista en cine podría exponer y analizar. La filmación no es el juicio de Eichmann. No es lo que ocurrió, sino una reconstrucción, con algo más.

    Claude Lanzmann, autor del filme “Shoah”, en un artículo escrito para la revista francesa Le Nouvel Observateurdeclara con respecto a su trabajo cinematográfico:

    Yo representé la Shoah durante nueve horas y media de cine, y de la única manera posible, inventado una forma nueva, adecuada a la Cosa.[4]

    La única manera posible para Lanzmann quiere decir creación, no simplemente tomar los elementos y mostrarlos tal cual están. Hay que recrearlos y hacerlos pertenecer a una nueva forma que se adecue a aquello que busca representar. Más adelante continúa su reflexión diciendo que:

    «Shoah» responde al desafío de lo imposible y muestra eso que no se puede ver.[5]

    En este sentido, la película “El Especialista” ¿qué nos muestra? O mejor dicho ¿qué no nos muestra? Ante todo, no muestra cientos de cuerpos amontonados siendo arrastrados por un buldózer hacia las fosas comunes; no muestra tampoco las cámaras de gas, ni los crematorios, ni las promiscuas y pestilentes barracas en las que hacinaban a los deportados. No hay imágenes de los montones de zapatos y ropas, listos para ser reutilizados, de los miles de niños que no supieron ni cómo ni por qué encontraron la muerte de esa manera. Aún más, explícitamente, esas imágenes, que ciertamente durante el juicio sí se exhibieron, no se muestran en la película, es decir, vemos que ocurre su proyección en la sala de tribunales, pero no alcanzamos a discernir qué están viendo los jueces. ¿Por qué hacerlo de tal manera? ¿No eran acaso esas imágenes las pruebas irrefutables por las habría sido posible sentir aversión por aquel sujeto dentro de la caja de cristal? ¿No tendrían ellas que estar en el pináculo de las evidencias de su culpabilidad? ¿No dirían ellas más que los miles de palabras contenidas en las diatribas de la parte acusadora? ¿No se desprende de ellas la verdad?

    En este momento histórico de predominio de la imagen como prueba última de realidad, resulta más que pertinente un señalamiento de Semprún con respecto a ella como forma privilegiada de transmisión, situándola en otro nivel, no descartándola, sino reubicándola dentro de una trama de ficción, supeditada a un tratamiento artístico. Dicho autor describe el momento de la proyección, en un cine de París, de una serie de imágenes filmadas por los ejércitos aliados apenas llegados a los campos de concentración:

    Las imágenes, en efecto, aun cuando mostraban el horror desnudo, la decadencia física, la labor de la muerte, eran mudas. […] Mudas sobre todo porque no expresaban nada preciso sobre la realidad mostrada, porque sólo daban a entender retazos mínimos de ella, mensajes confusos. […] …se tendría que haber tratado la realidad documental como una materia de ficción.[6]

    La imagen en sí misma es problemática. Algunas consideraciones en relación a la fotografía, en tanto objeto paradigmático de la imagen como prueba de realidad, permitirán ilustrar en qué consiste dicho problema. La imagen, tal como nos recuerda Semprún y al contrario de lo que comúnmente se piensa, es muda. Quienes hablamos por ella somos nosotros. La fotografía, en este sentido, ha problematizado desde su invención la distancia existente entre la realidad y lo que la imagen impresa representa. Philippe Dubois, en su ensayo titulado El acto fotográfico nos ofrece un panorama bastante claro de la discusión. Ahí encontramos la siguiente cita de Roland Barthes con relación a la fotografía:

    Una fotografía se encuentra siempre al final de este gesto; ella dice ¡esto, es esto, es así! pero no dice nada más (…). La fotografía nunca es más que un campo alternado de “Vean”, “Ve”, “He aquí”; señala con el dedo. [7]

    Al respecto, Philippe Dubois comenta lo siguiente:

    En virtud de este mismo principio, la foto llega a funcionar también como testimonio; ella atestigua la existencia (pero no el sentido) de una realidad. […] …la foto-índex afirma ante nuestros ojos la existencia de aquello que representa (el “eso ha sido” de Barthes), pero no nos dice nada sobre el sentido de esta representación; no nos dice “esto quiere decir tal cosa”. El referente es presentado por la foto como una realidad empírica, pero “blanca”: su significación permanece enigmática para nosotros, a menos que formemos parte activa de la situación de enunciación de donde proviene la imagen.[8]

    Vemos, entonces, por qué la imagen aislada no puede funcionar como única forma de transmisión. Le haría falta inscribirse en un discurso que le reconstruya la mencionada situación de enunciación.

    En relación con lo anterior, Georgio Agamben retoma, al inicio de su libro Lo que queda de Auschwitz, dos palabras latinas para referirse a la figura del testigo: testis, que es aquél que se sitúa como tercero en un litigio, y superstes, que se refiere a quien ha atravesado una determinada situación y se encuentra en posibilidad de decir algo sobre ello[9]. Si estamos de acuerdo con Dubois, la fotografía, en tanto que atestigua sobre la existencia de una realidad pero no sobre su sentido, lo hace como un testis, como un tercero que da fe de que algo ha existido y lo señala; haría entonces falta aquél que además pueda dar sentido a eso señalado y que no puede ser otro que el testigo como un superstes, ése que ha formado parte activa de la situación de la enunciación. ¿No es esta la dificultad que Jorge Semprún propone rodear por intermedio de la ficción literaria? Él va incluso un poco más allá y propone una regla moral para la literatura testimonial:

    Exagerar el horror del detalle para hacer comprender el horror del conjunto es un procedimiento humano, demasiado humano, demasiado habitual, que habría que evitar a toda costa, en la literatura testimonial de los campos nazis. Tal debería ser una regla moral de la escritura, en este caso preciso.[10]

    Regla que podríamos extrapolar a las diversas evidencias sobre los campos de concentración, es decir, las fotografías, los objetos, las edificaciones, los datos duros. Todos éstos, fuera de una reconstrucción que les otorgue sentido, que les impregne una forma verdadera, no son más que entes mudos, que hacen muecas pero tienen pocas posibilidades de contar. Leemos en Semprún lo siguiente:

    No obstante, una duda me salta sobre la posibilidad de contar. No porque la experiencia vivida sea indecible. Ha sido invivible, algo del todo diferente, como se comprende sin dificultad. Algo que no atañe a la forma de un relato posible, sino a su sustancia. No a su articulación, sino a su densidad. Sólo alcanzarán esta sustancia, esta densidad transparente, aquellos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico, en un espacio de creación. O de recreación. Únicamente el artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del testimonio.[11]

    Queda claro pues que, para Jorge Semprún, la creación artística, y de manera más específica el relato literario, es la forma ideal para la transmisión del testimonio. Ahora bien, ¿habría que establecer entonces que dicho artificio tendría que ser elaborado por el superstes para estar autorizado a construir la verdad de los campos de concentración? ¿Una vez desaparecidos todos ellos, no habrá más que decir? No lo creo así. Si bien es cierto que nadie estaría más cerca de la experiencia de los campos que el testigo, pueden no ser ellos directamente quienes se encarguen de llevar su testimonio a los otros. Bien podría hacerlo aquel que se ubique ante el testigo en la función del secretario que toma nota, y que hablará, creará en el nombre de aquél, no en el propio. Será el instrumento de la transmisión, alguien que logrará que el testigo sea escuchado ahí donde él no sabría cómo hacerse escuchar. ¿No es esto pues lo que intentan los autores de “El Especialista”? ¿No es también lo que Claude Lanzmann, creador de “Shoah”, busca con sus nueve horas y media filmación de testimonios?.

    De nuestra parte, entonces, habría que saber prestar oídos a aquellos que, directamente, o por intermedio de otros, tienen algo que contarnos, ya que como Semprún nos advierte, se ve próxima la desaparición de todo testigo:

    Ya nadie más podrá aventurarse a describir lo que fueron las enfermerías de los campos, las barracas de los inválidos; a intentar hacer comprender, al menos sugerir, por el rodeo del artificio narrativo, eso que fue el olor de los hornos crematorios, de sus nubes de ceniza imperceptibles sobre los campos de Alemania y de Polonia. Y sin embargo, ¿qué recuerdo más contundente, más emblemático, que este olor del crematorio, evanescente pero imborrable; indescriptible mas reconocible entre todos? En efecto, es probable, es casi cierto que la literatura secundaria, de comentario, proseguirá su trabajo. Pero no habrá ahí memoria verdadera, viva, si la ficción novelesca no se ocupa de esta materia.[12]

    Me parece, finalmente, que la problemática que aborda Semprún no es trivial. Por el contrario, creo que, con respecto a una transmisión posible de la experiencia concentracionaria, tiene un lugar central. Y la forma marca una enorme diferencia. Como vimos, todo aquello que se presenta como unidad perceptiva inmediata, como totalidad instantánea, tiene la característica de actuar de golpe, tiende a “comprimir” la dimensión temporal en un eterno presente. La imagen produce el efecto en el espectador de hacerle creer que ella habla, puesto que “exige” un decir del espectador, le exige ser puesta en perspectiva con lo ya conocido. Y el mismo efecto tendrán el dato crudo, los objetos sensibles conservados. Por supuesto que no se pretende que tales entidades sean inútiles y que más valdría deshacerse de ellas. Por el contrario, son importantísimas siempre y cuando sea posible sacarlas de su mutismo, de su inmovilidad temporal para ponerlas en un movimiento discursivo que reconstruya su sentido.

    La escritura testimonial sobre los campos de concentración tendrían entonces dicha función de tratar de dar un sentido a toda vivencia, a todo objeto, a toda imagen que, si bien da fe de la existencia del suceso, no resulta ni suficiente, ni adecuada para tratar de transmitir, en la medida de lo posible, eso implicado en lo que Claude Lanzmann prefirió referirse como a “la Cosa”. Desde mi punto de vista, todas aquellas instancias que den testimonio de la existencia de Auschwitz adquirirán su verdadero valor si logran ser insertadas en un discurso que hable con ellas, de ellas y por ellas. Para acercarnos a la verdad de Auschwitz, no solamente hay que hacer el “tour” por los hornos crematorios y las cámaras de gas, no únicamente hay que ver todas las imágenes existentes y saber a pie juntillas todos los datos estadísticos. Esto ciertamente es importante, mas no suficiente; soy de la idea de que tendríamos más bien que acercarnos a aquél que habla entre líneas y nos pide, angustiosamente, que sigamos dando vuelta a las páginas.

     

    BIBLIOGRAFÍA:

    AGAMBEN, Georgio, Lo que queda de Auschwitz
    Ed. Pre-Textos, 2000, Valencia, España.

    DUBOIS, Philippe, El acto fotográfico. De la Representación a la Recepción.
    Editorial Paidós Comunicación, 1986, Barcelona, España.

    SEMPRÚN, Jorge, La escritura o la vida
    Tusquets Editores, junio de 2002, Barcelona, España.

    VARGAS LLOSA, Mario, La verdad de las mentiras
    Editorial Punto de Lectura, mayo de 2003, Madrid, España.

    Revista Le Nouvel Observateur “La mémoire de la Shoah”
    Edición diciembre 2003 / enero 2004, París, Francia.

     

    [1] Semprún, Jorge, La escritura o la vida, Ed. Tusquets, pp. 181-182.

    [2] Semprún, Jorge, La escritura o la vida, Ed. Tusquets, p. 140.

    [3] Vargas Llosa, Mario, La verdad de las mentiras, Ed. Punto de lectura, p. 21.

    [4] Lanzmann, Claude, Représenter l’irreprésentable, Revista Le Nouvel Observateur Dic. 2003/Ene. 2004, p.6.

    [5] Ídem, p. 8.

    [6] Semprún, Jorge, La escritura o la vida, Ed. Tusquets, pp. 217-218.

    [7] Barthes, Roland, citado por Philippe Dubois en El acto fotográfico, Ed. Paidós, pp. 50.

    [8] Dubois, Philippe, El acto fotográfico, Ed. Paidós, pp. 50-51.

    [9] Agamben, Georgio, Lo que queda de Auschwitz, Ed. Pre-Textos, (p.15).

    [10] Semprún, Jorge, L’écriture de l’Anéantissement, Revista Le Nouvel Observateur Dic. 2003/Ene. 2004, p. 36.

    [11] Semprún, Jorge, La escritura o la vida, Ed. Tusquets, p. 25.

    [12] Semprún, Jorge, L’écriture de l’Anéantissement, Revista Le Nouvel Observateur Dic. 2003/Ene. 2004, p.37.

  • Del odio al acto

    Del odio al acto

     Saúl Hernández Rico

    En este trabajo pretendo mostrar como el fenómeno de los campos de concentración ocurrido durante la segunda guerra mundial, responde a una situación social cultural de un país que lleva a cabo el exterminio y tortura de millones de personas, que en muchos casos, antes de ser asesinados fueron objeto de torturas propias del odio, y que muchas de ellas finalmente terminaron en la muerte, en su mayoría judíos. La culpa no es de una persona como pudiera ser Hitler o Eichmann, sino que en ella participa toda una sociedad. El fin de la guerra no acabo con algunas de las metas de esta, que se ven reflejadas en las sociedades actuales a través de una cultura de odio, la cual no se encuentra muy lejos de vivenciar un hecho de similar apariencia pero con mayores atrocidades, Así, la segunda guerra mundial se nos presenta dice Carl Amery, en su libro Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Como “una anticipación primitiva de una opción posible del siglo que comienza”[1] Mostraré además a través de Robert Antelme sobreviviente a los campos de concentración como vivenciaron el odio, tanto en los campos como en su transportación por trenes a ellos.

    Durante el servicio social los compañeros nos vimos involucrados en el estudio de bibliografía que comprendía algunos testimonios de sobrevivientes de los campos de concentración, entre ellos Primo Levi, Jorge Semprún, Robert Antelme, Paul Celan y Jean Amery; así como escritos que hacen un estudio referente a la segunda guerra mundial. De esto les presento un resumen de la óptica de Carl Amery sobre las causas de este desastroso evento.

    Nos presenta a Hitler como un líder de una autoreferencia absoluta, un sujeto incapaz de empatía, monologador obsesivo; ya que desde su juventud no conoció el intercambio racional de argumentos, lector de Nitzsche, Chamberlain, Ranke, Treitschke, Marx y más. Finalmente “Su ideología, su metafísica se alimento de los residuos del espíritu de la época de Viena y de Munich”[2]

    En ese entonces Alemania era el pueblo más culto y alfabetizado de Europa, y es eso mismo lo que permite que en ese lugar se haya llevado a cabo la creación del nazismo. Ya que en ese entonces el antisemitismo era ya algo común y de todos los días , esto combinado con el desarrollo del conocimiento científico, que aportaba un darwinismo social materialista, la teoría genética, ayudados de la filología y craneometría, en una sociedad impregnada de imperialismo, ansia de poder y racismo explicito, crean como producto final un racismo científico, que Hitler obtuvo, y que además lo supo leer en la sociedad y plasma en su libro “mi lucha” cuyo contenido no se encontraba fuera del discurso común del pueblo alemán, es decir, Hitler en su libro refleja el sentir del pueblo, por supuesto que con sus variantes y con sus opositores pero que una ves instalado en el poder supo dominar, manejar o bien reprimir. Resulta entonces que la propuesta de Hitler no esta muy alejada de lo que la sociedad alemana vivía por así decir en el aire.

    Más aún, lo que une a Hitler con otros fascistas que llegaron a tener cierto éxito como Mussolini, o Franco, con los intentos fascistas de Pilsudski, Pétain, Salazar, Antonescu, o como se llamen todos, esta claro: “Un desprecio radical de la democracia mayoritaria, la aniquilación del derecho objetivo, y en consecuencia, la desposesión de todo derecho del enemigo político, junto con el poder paralelo ejercido por formaciones militares y paramilitares. Pero todos estos dictadores entendían y practicaban este tipo de política entendiéndola como fortalecimiento del estado, erigiendo, o recuperando, su carácter excelso y su poder basado en el terror.”[3] Sin embargo también existe lo que diferencia a Hitler de estos fascistas y es la idea de Especie o más bien su concepción de ella. Para él solo existe una raza civilizadora, la Aria, así divide la existencia humana en tres categorías: la Aria como creadora de cultura; animal de carga, aquellos que no son Arios y que no son Judíos; y por último la Bacteria, lugar que le correspondía a los judíos, a quienes consideraba como elementos destructivos, saqueadores concientes, traidores a la patria, en fin seres que ponen en peligro a la raza creadora de cultura y por ello había que exterminarlos.

    Con todo esto y otras cosas más en las que no voy a adentrar como son la nordificación del pueblo alemán, la eugenesia y la apropiación de mayor territorio, es que comienza lo que Amery califica como “el genocidio masivo mejor organizado y más frío de la historia”[4] Cuya finalidad principal volcó en la conservación de la especie más que en la de estado.

    Cabe señalar que los primeros en ingresar a los campos de concentración no fueron judíos, en el caso de Auschwitz fue gente de la inteligencia polaca. Sin embargo durante los doce años de régimen del tercer reich en los que aplico una política de poder, retomando la expansión del suelo, siempre se mantuvo y nunca se alejo de su meta principal, la exterminación física de los judíos. Que tomo mayor fuerza en 1942.

    Pero esto no ocurrió totalmente así, al menos no de forma inmediata. Ya que el judío no era asesinado en su captura, este era sometido a un proceso clasificatorio, que ya mucho sabemos de ello, la separación de sus familiares, filas de hombres y mujeres, división por edades, el despojo de sus bienes, el corte de todo cabello, la desnudez, el cambio de un nombre por un numero el cual les era tatuado en alguna zona de su cuerpo, generalmente el antebrazo. Muchos murieron en su primer encuentro nazi, pero la mayoría fue deportada a los diferentes campos de concentración, estos traslados llegaron a ser tan terribles como los campos de concentración, al grado que nada tenía que envidiarse el uno al otro. Y si bien es cierto que en los campos de concentración se asesinaba a la gente en forma masiva, rápida y dolorosa; también se dieron muchos los casos en que la eliminación no llegó, o que más bien se iba dando poco a poco, y otros que no llegaron a ella porque que finalmente fueron rescatados, algunos de ellos han dejado su testimonio escrito y podemos ver que el plazo a la muerte estaba acompañado de terror, de sufrimiento, de experiencias a las cuales hemos llamado límite, donde lo que se manifiesta no es la urgencia por terminar con la existencia de los judíos, sino también y de alguna forma el ejercicio del odio.

    Y para mostrar un poco más esto les presento algunos pasajes que escribe Robert Antelme, sobreviviente de los campos de concentración nazi. Que cabe señalar no es judío, pero que como parte de la resistencia francesa fue capturado en 1944 a sus 25 años de edad y liberado en 1945 Fue deportado en Buchenwald (3 meses), Gandersheim (7 meses) y Dachau (1 mes) dos años después de su rescate publica su libro “La especie Humana” en el cual da su testimonio en los campos de concentración en los que estuvo.

    En su testimonió no habla de su estancia en Buchenwald, comienza describiendo su estancia en Gandersheim, y aunque me gustaría relatarles con detalle su experiencia, me tengo que limitar solo a ciertos pasajes que muestran el sufrimiento que se vivía en esos lugares, de los cuales comenta “El horror allí no es gigantesco. En Gandersheim no había ni cámara de gas, ni crematorio. Allí el horror era oscuridad, falta absoluta de referencias, soledad, opresión incesante, aniquilamiento lento.”[5]

    Respecto al hambre:

    “Hoy de noche, habrá que ir a dormir así, mañana también, con esta bolsa en medio del cuerpo, que chupa, que chupa, hasta la mirada. Con los puños cerrados, solo abrazo el vació, siento los huesos de mi mano. Cierro las mandíbulas, sólo huesos, nada para triturar, nada blando, ni la más mínima partícula para poner entre ellas. Mastico, mastico, pero es imposible masticarse a sí mismo. Yo soy el que mastica, pero lo que se mastica, lo que se come, ¿dónde existe?, ¿cómo comer? Cuando no hay nada, ¿no hay realmente nada? Es posible que no haya realmente nada. Sí, es eso lo que significa: no hay nada. No hay que divagar. Calma. Mañana de mañana habrá pan, no es para siempre que no hay nada; hay que calmarse. Pero ahora, es imposible que sea de otra manera, no hay nada, hay que admitirlo. No puedo crear algo que se coma. Eso es la impotencia. Estoy solo, no puedo hacerme vivir a mí mismo. Sin hacer nada, el cuerpo despliega una prodigiosa actividad solo en gastarse. Siento que eso se desprende de mí, no puedo detenerme, mi carne desaparece, cambio de envoltura, mi cuerpo se escapa de mí.”[6]

    Respecto a los piojos:

    Están en la camisa, en el calzón. Los seguimos aplastando. Las uñas de los pulgares están rojas de sangre. A lo largo de las costuras duermen racimos de liendres, hay más, más, es grasiento, inmundo. Tengo sangre en la camisa, en el pecho colorado de picaduras despellejadas. Empiezan a formarse cascaritas, me las arranco y sangran. No puedo más, voy a gritar. Soy mierda. Es cierto, no soy más que mierda.”[7]

    Respecto al nivel de sufrimiento:

    “Aquí habremos conocido las estimas más íntegras y los desprecios más categóricos, el amor por el hombre y el horror de él, con una certeza más completa que en ninguna otra parte.” [8]

    Antelme nos cuenta el dolor por el cual pasaron al abandonar Gandersheim, debido a que las fuerzas aliadas se encontraban cerca “los SS huyen, pero nos llevan con ellos”[9] Caminaron cargando las pertenecías de los alemanes durante diez días, dos de ellos con tres cuartos de bola de pan y los demás a base de croquetas para perro, las cuales les causaban problemas de diarrea.

    “Cambio la valija de mano. Me estoy ahogando, es eso, busco aire, ya no soy más que muecas. Si me detengo vienen los golpes. Si caigo, una ráfaga. Puede ser muy rápido. Dejo la valija de nuevo. Es SS no me vio. Me escabullo a la derecha de la columna y no oigo hablar más del asunto.

    Ahora se que un esfuerzo como ése, si se hubiera prolongado, habría sido suficiente para matarme. Ya me sentía en las últimas, no podía cerrar la boca, no distinguía a los compañeros unos de otros. Mis fuerzas se agotan enseguida; la cabeza puede forzarse todavía, decir “tienes que”, “tienes que”, pero no mucho tiempo, ella también se agota, no quiere nada más. Aguante nueve meses. Si, además, me obligan a cargar una valija, estoy liquidado.” [10]

    En su traslado a Dachau por tren, el viaje duró trece días, los cuales estuvieron prácticamente encerrados todo el tiempo, acompañados de los piojos, calor y frió, desorientados del tiempo, alimentados por un poco de pan dos bolas y un pedazo más, un plato de sopa, y algunas semillas que lograron recoger; con un mínimo de agua que les llegaba más de forma afortunada que propiciada. Todo eso durante trece días. De los 450 presos que salieron de Gandersheim a Dachau solo llegaron unos 150. Los demás murieron en la carretera y el tren.

    “No sabemos todavía cuanto tiempo estuvimos en el vagón. Todo esta unido. Separamos solamente la luz y la oscuridad. El tiempo era el hambre, el espacio, era la rabia.”[11]

    Al ser liberado, pesaba 35 kilos y sufría de delirio toxico por tifoidea

    Hay muchas más cosas que puedo mostrarles, y necesitaría horas para decírselas, ¡solo las de un hombre!, pero mi intención no es sensibilizarlos a dolor al cual estuvieron sometidos, más bien es lanzar una pregunta ¿Por qué tenían que sufrir todo eso? Cual era la razón si se supone que se trataba de matarlos, ¿Por qué hacerlos sufrir? Esto no concuerda con los planes del régimen, a saber: la eliminación física de los judíos. La respuesta que encuentro a ello es el odio. El odio de una sociedad encontró el camino por el cual deleitarse (los deportados). Ya que en palabras de Lacan “Si el amor aspira al desarrollo del ser del otro, el odio aspira a lo contrario: a su envilecimiento, su pérdida, su desviación, su delirio, su negación total, su subversión”[12] Y me pregunto ¿no es acaso eso lo que encontramos en las experiencias de los deportados, ya sea en los campos de concentración o en muchos de los casos durante su transporte a ellos?

    Una de las misiones nazi era matar, y mataron, pero hubo un lugar donde antes de matar se odio, y ese odio finalmente se llevo al acto, es decir se mato, y es aquí donde encuentro un problema, ya que ”el odio no se satisface con la desaparición del otro […] el odio, como el amor, es una carrera sin fin”[13] Es decir el odio necesita de otro, sin este otro no puede existir, problema que queda marcado e la actualidad, y es que, el movimiento nazi muestra al mundo: como se puede pasar del odio a la eliminación del otro en la muerte, y esto a través de un mecanismo ¡la sociedad!

    El odio practicado en los campos de concentración no es un odio que se dé, de uno a otro, es el de muchos enmascarado, respaldado, por un régimen por un aparato piramidal, donde la responsabilidad va pasando de mano en mano hasta llegar a uno (Hitler) y de ahí ser devuelta a todos “Pero es una vida, nuestra verdadera vida, no tenemos ninguna otra que vivir. Pues es así mismo que millones de hombres y su sistema quieren que vivamos y otros lo aceptan”[14]

    Así que nombrar a Adolf Eichmann, como lo fue en su juicio, culpable , como enemigo del genero humano, que por sus actos no merece ser considerado hombre, me parece que no es del todo falso, pero si insuficiente, ya que eso no asegura que no vuelva a ocurrir algo similar al holocausto, porque como ya lo he tratado de decir, la culpa o responsabilidad es de toda una sociedad. Y Eicchmann como parte de este mundo aporta lo suyo a los demás, que si no culpable y a la vez sí, al menos mostrador de una posibilidad, que Amery localiza en la justificación al plan nazi: la preocupación por el crecimiento geométrico de la población que llegaría a superar la base alimenticia. Idea que en nuestros tiempos esta mucho más cerca de la realidad, así para Amery la posibilidad de que ocurrá una crisis hitleriana en el siglo XXI existe en tanto exista la posibilidad de una crisis material, es decir, el mundo de hoy ha cambiado la idea de especie de Hitler, por la idea de materia. Además de que según Amery «Este mundo del bienestar esta mucho menos preparado para rechazar la oferta básica de la formula hitleriana de lo que lo estaba la sociedad de 1933”[15] continuo citando “entonces quedará claro qué clase de acontecimiento histórico fue Auschwitz; no una catástrofe natural sin vinculo alguno con el devenir ordinario de la historia, sino una anticipación aún primitiva de una opción posible del siglo que comienza.”[16]

    Y ya para terminar cito nuevamente a Lacan “hoy, los sujetos no tienen que asumir la vivencia del odio en lo que éste puede tener de más ardiente. ¿Por qué? Porque ya de sobra somos una civilización del odio”[17] Así que pregunto, si es cierto que hoy en día estamos menos preparados para rechazar una propuesta hitleriana como la llama Ameri, y si es cierto que vivimos en una cultura de odio, como lo señala Lacan, y si ya vimos que el odio puede llegar a matar, y a matar sin sentimiento de culpa, entonces ¿que sigue?


    [1]CARL AMERY, “Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?” Trad. Cristina García Ohlrich, Edit. Fondo de cultura Económica, España 2002, Pág. 181

    [2] Ibidem, Pág 52

    [3] Ibidem Pág. 61

    [4] Ibidem Pág. 9

    [5] ROBERT ANTELME “La especie Humana” Trad. Laura Masello, Edit. Trilce, México D.F. 2002, Pág 23.

    [6] Ibidem Pág. 175

    [7] Ibidem Pág. 148

    [8] Ibidem Pág. 117

    [9] Ibidem Pág. 450

    [10] Ibidem Pág 264

    [11] Ibidem Págs.337 y 338

    [12] LACAN, “seminario I” los escritos técnicos de Freud, Clase XXII, “El concepto de análisis”, Edit. Paidos Pág. 403

    [13] Ibidem, Pág. 403

    [14] ROBERT ANTELME “La especie Humana” Trad. Laura Masello, Edit. Trilce, México D.F. 2002, Pág. 159.

    [15] CARL AMERY, “Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?” Trad. Cristina García Ohlrich, Edit. Fondo de cultura Económica, España 2002, Pág.  177

    [16] Ibidem Pág. 181

    [17] LACAN, “seminario I” los escritos técnicos de Freud, Clase XXII, “El concepto de análisis”, Edit. Paidos, Pág. 403