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  • Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto de cambio

    Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto de cambio

    Modesto Garrido

    Afirmar, como lo hace Lacan, que el inconsciente esta estructurado como un lenguaje, tiene implicaciones a todo lo largo y ancho del campo psicoanalítico, tanto en el terreno de la clínica como en aquello que concierne a la concepción teórica de sus conceptos mayores. No debería entonces sorprendernos que la concepción que Lacan nos transmite del concepto de sublimación sea afectada por dicha definición del inconsciente.

    Y en efecto, Lacan nos transmite una concepción de la sublimación por demás interesante aunque tal vez poco conocida.

    Dicha concepción aparece ya, en ciernes, desde los primeros seminarios. Así, encontramos en su seminario dedicado al Hombre de los Lobos – seminario que no forma parte del proyecto de publicación oficial de los seminarios – dos referencias muy interesantes:

    » Lo que se llama la sublimación es la socialización de los instintos» 1, proposición que de entrada parece no aportar nada a la teoría freudiana, si no fuese por que un poco más adelante el Dr. Lacan nos dirá explícitamente de que forma se realiza dicha socialización: «En el lenguaje de Freud, la sublimación tiene un sentido diferente de la imagen vulgar que uno se hace de ella, es decir, el pasaje de un instinto a un registro más sublime. Para Freud, es la iniciación de un sujeto en un símbolo más o menos socializado y objeto de creencia universal». 2

    Así pues, no se trata de cualquier forma de «socialización», sino de una cierta socialización que de alguna manera supondría, en el centro del mecanismo, la introducción de algo, símbolo lo llama Lacan en este momento, de orden simbólico.

    La pulsión.

    Partamos de recordar que la sublimación nos es propuesta por Freud como una de las posibles vicisitudes de la pulsión. La sublimación es uno, entre otros, de los posibles destinos de la pulsión. No que se trate de un destino cualquiera, sino efectivamente de uno particularmente interesante, si lo consideramos en su diferencia con los otros destinos posibles.

    Pues es el único, de dichos destinos, sobre el cual Freud afirma que es sin represión.

    Afirmación que no puede sino desconcertarnos, de la misma forma que parece desconcertar al Dr. Lacan en el comentario que sobre la sublimación realiza en su seminario VII.

    Para Lacan la pulsión no se satisface con objeto alguno, ningún objeto podría ser, verdaderamente, considerado como el correcto satisfactor de una pulsión.

    Así, en el seminario XI, Lacan tomando como ejemplo a la pulsión oral, interroga cual sería su objeto satisfactor, para afirmar que ningún alimento, y menos aún ninguna cantidad de alimento basta para satisfacer a la pulsión oral.

    La pulsión se satisface con significantes, de ahí que Lacan afirme en dicho seminario, que su insistencia en hablar, en continuar hablando en su seminario, puede ser concebida, ni más ni menos, como pulsión oral. Lo mismo puede afirmarse de cualquier otra pulsión, se satisface por y en virtud del significante.

    Pero afirmar lo anterior nos coloca frente a la oportunidad de preguntarnos sí acaso en lo que respecta a las pulsiones sublimadas la historia sería diferente.

    Tal vez la sublimación, en tanto es sin represión, podría suponer la oportunidad de encuentro del verdadero objeto de satisfacción. Proposición que no habría que desechar de entrada, quizá valga la pena considerarla, sobre todo interrogar que podría significar esto del «verdadero objeto de satisfacción».

    No podemos, sin embargo, dejar de señalar que ya la segunda cita que hice del Dr. Lacan nos permitiría, aparentemente, concluir que también las pulsiones sublimadas se satisfacen en el significante.

    Pero si tal fuese la suerte de la sublimación, parecería posible suponer que en tanto su satisfacción esta atravesada por el significante, tampoco ella tendría acceso al «verdadero» objeto satisfactor, y la pregunta sobre porque Freud la considera sin represión insiste en producir nuestro asombro.

    Ahora bien, quizás hemos ido demasiado aprisa al afirmar que la sublimación, como toda vicisitud o destino pulsional, se satisface por y en virtud del significante. ¿En realidad es posible suponerlo a partir de la cita de Lacan? ¿Considerar a la sublimación como «iniciación de un sujeto en un símbolo más o menos socializado y objeto de creencia universal » implica necesariamente dicha conclusión?

    No habría que perder de vista que Lacan no plantea una identidad entre el significante y el símbolo, por el contrario establecerá diferencias entre dichos conceptos 3. Aunque es necesario recordar que en todo caso, dicha diferenciación no será establecida sino posteriormente. De cualquier forma no se tome lo anterior como respuesta definitiva, quizá más adelante podamos retornar a la pregunta.

    Subrayemos simplemente que el Dr. Lacan, algunos años después, en su seminario VI, planteará claramente la relación entre la sublimación y el significante, pues al comentar que el deseo es al mismo tiempo articulado en la demanda pero inarticulable, nos dice: «es en la reconversión del impasse del deseo en esta materialidad significante que debemos situar, y esto si queremos darle un sentido conveniente al termino, el proceso de la sublimación como tal.» 4 O como afirma el 1 de julio de 1959: «la noción misma de pulsión, lejos de confundirse con la substancia de la relación sexual, es esta forma en que ella es juego del significante.» Se trata bien claro ahora, en lo que respecta a todos los destinos pulsionales, del significante.

    ¿Cómo entender entonces la posición de Freud respecto a la sublimación?

    Das Ding.

    Lacan aborda el punto en su seminario VII, sigamos su recorrido, de entrada planteará a la sublimación como un mecanismo de sobre – valoración del objeto: «….sobre valoración del objeto, es lo que llamaré desde ahora en adelante y en más, sublimación del objeto.» 5 Para finalmente ofrecernos su conocida propuesta: «La fórmula más general que les doy de la sublimación es ésta: que eleva un objeto – y no me negaré aquí a la resonancia del retruécano que pueda haber en el uso de un termino que es el que les voy a traer – a la dignidad de la cosa.» 6

    Pero: ¿A qué se refiere este elevar un objeto a la dignidad de la cosa?

    Podría abordarse esta pregunta desde el lado de Das Ding, concepto que Lacan comenta en dicho seminario, y verdaderamente creo que sería este un recorrido interesante de realizar.

    No es sin embargo un recorrido sobre dicho concepto el que me gustaría intentar aquí, más bien me agradaría poder interrogar, de otra forma, esta posibilidad de la que habla Lacan, «elevar un objeto a la dimensión de la cosa».

    Reflexionando sobre ello me tope, como por azar, con el famoso índice razonado de conceptos que aparece incluido al final de los Escritos, casi sin proponérmelo releía el punto numero 3 del primer apartado llamado La supremacía del significante que dice lo siguiente:

    3. La estructura: lo simbólico, lo imaginario, lo real: 11 (supremacía de lo simbólico sobre lo real y lo imaginario), 25 ( lo real «realista y lo real simbolizado), 31 (la situación imaginaria), 52 (toma de lo simbólico sobre lo real), 53 (determinación de lo imaginario por lo simbólico), 68-70 (el estadio del espejo, regla de división entre lo imaginario y el simbólico), 149 (precedencia de lo imaginario sobre lo real), 276 (producción de lo real por lo simbólico), 349-350 (lo imaginario distinguido de lo ilusorio), 83-399 (intersecciones de lo simbólico y lo real sin intermediación imaginaria: la alucinación, pasión del sujeto, y el acting-out, acción del sujeto), 437 (división de lo imaginario y lo simbólico), 463-464 (distribución de lo imaginario, de lo real y de lo simbólico), 532-541 (alucinación), 546 (supremacía de lo simbólico sobre lo imaginario), 550 (supremacía de lo simbólico sobre lo real), 554 (intrusión de lo imaginario en lo real), 647-649 (la estructura), 670 (separación de lo imaginario y de lo simbólico), 720 (distribución), 728 (supremacía de lo simbólico sobre lo imaginario) 7

    Lectura que rápidamente me llevo a la oportunidad de preguntarme si ¿acaso no me encontraba frente a un ejemplo de este «elevar el objeto a la dimensión de la cosa»?

    Siete veces está afirmada, de diferentes maneras, la «supremacía del significante frente a lo real y – o – lo imaginario. ¿Por qué no ver en ello algo vinculado a lo que Lacan afirmaba sobre la sublimación? ¿Por qué no ver en ello este mecanismo de elevar al objeto, a ese objeto llamado significante, a la dimensión de la cosa?

    Más aún cuando Lacan mismo cuestiona, en su seminario XXI, esta supuesta supremacía del significante:

    Si yo escribo R: I. S. (Real, Imaginario, Simbólico), o mejor: Real, Simbólico, Imaginario (enseguida verán por qué corrijo), ustedes lo escriben con letras mayúsculas, no pueden hacer otra cosa, y para ustedes resulta así, adhiriendo en cierto modo a la cosa, simplemente cuestión de escritura, enteramente heterogéneo, ustedes seguirán así porque siempre comprendieron, pero equivocadamente –que el progreso, el paso hacia delante estaba en haber marcado la importancia aplastante de lo simbólico con respecto a ese desdichado imaginario por el cual comencé. 8

    Me parece un tanto injusta la imputación que Lacan hace a sus alumnos, pues si bien es verdad, por ejemplo, que el mencionado fragmento del «índice razonado de conceptos», no pertenece a la pluma de Lacan, ello no lo exime de haber permitido el que haya sido incluido en la publicación de los Escritos. 9

    De tal forma que sería posible pensar que Lacan mismo no parece libre de haber supuesto la tan mencionada supremacía del significante.

    Sublimar.

    Tal vez se trata de que los analistas somos propensos a esta sobre – valoración del significante ¿Por qué no suponerlo, al menos de los lacanianos? Pero entonces se continúa imponiendo una pregunta: ¿Por qué? ¿Habrá alguna razón para esta hipervaloración del significante?

    Después de pensarlo, de girar en torno a las razones y consecuencias de ello, creo que la única conclusión posible es el reconocer que efectivamente la práctica clínica psicoanalítica suponía una sobrevaloración del significante.

    Y ello desde Freud mismo. La llamada regla fundamental del psicoanálisis, parece solidaria de esta sobre valoración.

    A través de ella se invita al paciente no solo al juego de producción de significantes, sino a la oportunidad de tomarlos como un verdadero tesoro, con la implícita promesa de que a través de ellos, y del juego de desplazamientos y substituciones, es decir a través de la producción de significantes, llegara a la «comprensión» de algo en su vida inconsciente.

    De la misma forma, a través de otra regla, esta segunda conocida como regla de abstinencia, le proponemos al paciente evitar toda toma de decisiones que pudiesen suponer modificaciones importantes en su vida. Es decir le pedimos, en cierta medida, que difiera su vida, que analice y no realice acciones, que la acción quede suspendida, al menos temporalmente. 10

    Petición que en términos generales es bien recibida por el paciente, quien no solo no parece incomodarse con el asunto sino que, bien por el contrario, en muchas ocasiones parecería que le viene bien. De tal modo que, a condición de haber establecido una relación transferencial, comienza efectivamente a mostrar una sobre valoración de sus palabras, de sus significantes, sobre valoración, digo, con respecto a su realidad cotidiana.

    No es extraño, en la clínica psicoanalítica, observar que los analizantes parezcan acordar mayor importancia a los significantes, a la palabra producida en análisis, al relato significante, que a los eventos vinculados a dicho relato.

    Así, un paciente comenta haber conocido a una mujer atractiva, ella es verdaderamente atractiva, pero de inmediato plantea como imposible la oportunidad de establecer con ella una relación, «su pelo es negro», es la frase que ofrece como explicación. Efectivamente, él solo puede establecer relaciones con mujeres rubias, con mujeres que están marcadas por el significante «rubia», aún si dicho atributo no corresponde a una realidad biológica, pues para él es bien posible establecer una relación sabiendo que su pareja se pinta el pelo, lo que deja bien claro de lo que se trata, de la presencia, en la posible pareja, de un significante, es ese significante «rubia» lo que es el verdadero atributo.

    Otro se queja, constantemente, de la indiferencia que le expresa la mujer que él intenta cortejar, en una sesión llega, sin embargo, a comentar que ella lo llamó ayer para invitarlo al cine, lo que le hace recordar que unos días antes también lo había llamado, para invitarlo a pasar un fin de semana juntos en un centro vacacional. Claro que él no acepto la invitación, lo que no le impide insistir en que ella se muestra verdaderamente indiferente. Como si en realidad la forma en como él lee los dichos de ella, la forma en como interpreta la palabra de ella, tuviese mayor consistencia que el hecho de que sea ella quien generalmente lo llama para intentar concertar una cita.

    En el análisis jugamos con este sometimiento del sujeto a los significantes, aún más, si no se produce espontáneamente intentamos producirlo, esperando efectivamente que el analizante entre en este juego fálico, de lecturas, de interpretaciones, y que este dispuesto a conceder a dicho juego una importancia capital en su vida. 11 Y esto, de tal forma, que no me parecería exagerado proponer que en el fondo demandamos a los pacientes que sublimen.

    Pues si sublimar es «elevar un objeto a la dignidad de la cosa» Creo que difícilmente encontraría mejor ocasión para ejemplificar la proposición del Dr. Lacan que esta sobre valoración, que la clínica psicoanalítica produce, del significante.

    Dejemos el terreno de la clínica psicoanalítica, y digamos claramente que en el fondo estamos sosteniendo que la sublimación supone esta sobre – valoración del significante. Me gustaría proponer que en cualquier ejemplo que se tome, de sublimación, será siempre localizable este mecanismo de sobre valoración efectuada a nivel del significante. Y tal vez la razón de ello no sea tan difícil de entender, este «elevar» el objeto, solo es posible en virtud del significante, la hipótesis de sobre valoración, y por lo tanto toda posibilidad de valoración, implica la estructura significante.

    Pensemos en «Tótem y Tabú», Freud nos propone a la sublimación como el mecanismo implicado en la creación de la idea de Dios padre. ¿Pero acaso no Dios padre, es la sobre – valoración del significante? Y el tótem, más allá de que implica un sostén imaginario, ¿Acaso no implica esta elevación de un significante a la dimensión de la cosa?

    Afirmamos pues que en la sublimación, es siempre un significante el objeto que es elevado a la dimensión de la cosa.

    El objeto de la pulsión y el cambio de objeto.

    Retornemos al seminario VII donde Lacan, nos señalará la diferencia de la sublimación con respecto a los otros destinos pulsionales al articularla con los conceptos de represión; substitución de objeto y el concepto mismo de significante:

    La sublimación se nos representa esencialmente como diferente justamente de esta suerte de economía de substitución, que es aquella donde habitualmente se satisface la pulsión en tanto es reprimida. 12

    En principio parecería que Lacan no hace sino adecuarse a la proposición freudiana de la sublimación como destino pulsional sin represión. Sin embargo hay más, puesto que vincula a la represión con lo que llama aquí, «economía de substitución». Es decir que la represión nos es presentada como puesta en juego a través de dicha economía de substitución. Ahora bien basta con seguir leyendo a Lacan para toparnos con que esta «economía de substitución» remite, por cierto, a la posibilidad de substitución significante. Lacan continua:

    El síntoma es el retorno por vía de sustitución significante de lo que está al cabo de la Trieb, de la pulsión, como su fin. Y es aquí do nde la noción y la función del significante adquiere todo su peso y su alcance, pues es imposible, sin tenerla en cuenta, distinguir el retorno de lo reprimido, de la sublimación como modo de satisfacción posible de la pulsión. Es una paradoja – la pulsión puede encontrar su fin en un lugar diferente del que es su fin, sin que se trate allí de la substitución significante que constituye la estructura sobredeterminada, la ambigüedad, la doble causalidad, de aquello que llamamos el compromiso sintomático. 13

    Lacan vincula la represión a la substitución significante. Pero habría que irnos con cuidado, y preguntarnos a que remite la aquí mencionada «substitución significante» y ello sin perder de vista que lo que Lacan nos presenta como paradoja es la oportunidad de que la sublimación pueda satisfacerse sin someterse a dicha substitución significante.

    Tal es la forma como Lacan nos presenta la diferencia entre la sublimación y los otros destinos pulsionales. ¿Pero supone esto, para la sublimación, una satisfacción exterior a los desfiladeros del significante? Esto sería tanto como proponer una satisfacción exterior al orden significante, y como hemos visto, desde las primeras citas de Lacan alrededor de la sublimación, no podemos suponer esta exterioridad, no cuando Lacan mismo nos la presenta como «la iniciación de un sujeto en un símbolo más o menos socializado y objeto de creencia universal».

    Lo que habría que notar, sin embargo, es que la proposición lacaniana pareciese echar abajo nuestra afirmación de que en la sublimación el objeto elevado a la dignidad de la cosa es siempre un significante.

    Y bien el meollo del asunto esta en la forma en como abordemos lo que Lacan llama aquí «substitución significante», ¿se trata de sincronía o diacronía? Me parece que es totalmente pertinente, aquí, recordar algunos puntos desarrollados por Lacan en «la instancia de la letra».

    Al proponernos las formulas de la metáfora y la metonimia, Lacan escribe +(s) al final de la primera formula y, –(s) al final de la segunda, subrayando que este –(s) de la metonimia remite a la resistencia de la barra entre el significante y el significado.

    ¿Se trata aquí de la represión? ¿Es ahí donde podríamos situar lo que en el seminario VII nos es presentado como substitución significante? Responder que sí, me parecería demasiado fácil, y dejaría de lado el hecho de que el otro mecanismo freudiano, la condensación, la metáfora para Lacan, no escapa a la represión, Lacan no localiza en la metonimia a la represión, sino al mecanismo primordial de la censura, el desplazamiento (Verschiebung), es el mecanismo por excelencia para la censura.

    Pero por otro lado, y pensando en la utilización del significante substitución, no podríamos, más bien, vincularla con la metáfora, «economía de substitución» nos propone Lacan, no es acaso ese el mecanismo supuesto en la metáfora (Verdichtung) cuando nos es presentada como «un significante por otro», un significante substituyendo a otro. La verdad es que también me parecería equivoco localizar en la metáfora esta «economía» de la que él nos habla.

    La represión, considerada en los términos en que Lacan nos la presenta, a saber como «economía de substitución», estaría más bien del lado de un tercer concepto freudiano, la Entstellung, que ha sido traducida al español como deformación. De ella dice Lacan:

     

    Donde Freud muestra la precondición general de la función del sueño, es eso que nosotros hemos designado anteriormente, con Saussure como el deslizamiento del significado bajo el significante, siempre en acción (inconsciente, remarquémoslo) en el discurso. 14

    Es en este mecanismo 15, en este «deslizamiento del significante sobre el significado» que Lacan nos sitúa cualquier oportunidad de represión. Mecanismo que remite a la tendencia a la substitución sea por vía de la metáfora o de la metonimia.

    Y es en este punto, y sólo en función de él, que me parece posible sostener, y abordar la diferencia entre la sublimación y el retorno de lo reprimido, es decir los otros fines posibles de los avatares pulsionales. Seguimos así a Lacan puntualmente:

     

    …pues es imposible, sin tenerla en cuenta (a la función significante), distinguir el retorno de lo reprimido, de la sublimación como modo de satisfacción posible de la pulsión. 16

    Una vez establecida la relación entre economía de substitución y represión, es necesario aclarar un punto. Es en la oportunidad de cambio de objeto, donde Lacan sitúa la represión. Hablamos de represión, sólo en virtud del retorno de lo reprimido, y este retorno es aprehensible fundamentalmente, en virtud del cambio de objeto. Freud mismo sitúa aquí una diferencia entre la sublimación y los otros destinos pulsionales, en los cuales el mecanismo implica al cambio de objeto, y por lo tanto la represión, mientras que en la sublimación nos propone un cambio de fin, lo que le permitiría escapar a la represión.

    La cita de Lacan que marca la paradoja que constituye la pulsión misma, pone el acento en la cuestión de que ella encuentra su fin en un lugar diferente de la satisfacción simple, que alude a una substitución significante. Se establece así un compromiso «asintomático».

    Pero: ¿Cómo entender efectivamente que este cambio de fin, nos sea presentado por Freud como escapando a la represión, y por lo tanto como siendo una satisfacción lograda?

    La respuesta que Lacan da a esta paradoja es no sólo sorprendente, sino —me permito calificarla— genial. Su respuesta es que la sublimación logra lo anterior al tomar como objeto al cambio de objeto mismo.

    Para llegar a ello, me disculpo ante el lector, pues, necesitaré hacer una larga cita del seminario VII dónde Lacan habla sobre la demanda de felicidad y sobre la posibilidad de satisfacer lo pulsional:

     

    Una sola cosa hace alusión a una posibilidad de satisfacción feliz de la tendencia, y es la noción de sublimación. Pero es claro que tomando la formulación más esotérica de Freud, cuando nos la presenta como realizada eminentemente por la actividad del artista, lo que literalmente quiere decir, la posibilidad humana de comercializar sus deseos, de convertirlos en productos vendibles. La franqueza y aún el cinismo de dicha formulación, guarda a mis ojos un merito inmenso, aunque no agota el fondo de la cuestión, que es ¿cómo es que esto es posible?

    La otra formulación consiste en decirnos que la sublimación es la satisfacción de la tendencia en el cambio de su objeto, y eso sin represión. Definición más profunda, pero que seguramente abre, me parece, una problemática más espinosa, si lo que yo les enseño no les permite, digamos, ver dónde está el truco.

    En efecto el conejo que hay que sacar del sombrero esta ya en la tendencia. Este conejo no es un nuevo objeto, es el cambio de objeto en si mismo. Si la tendencia permite el cambio de objeto, es por que ella esta ya profundamente marcada por la articulación del significante. En el grafo, que les he dado, del deseo, la tendencia situada en el nivel de la articulación inconsciente de una sucesión significante esta, por este hecho, constituida en una alienación fundamental. Y por ello mismo también, en retorno, cada uno de los significantes que componen esta sucesión típica esta ligado por un factor común.

    En la definición de la sublimación en tanto que satisfacción sin represión, hay – implícita o explícitamente, pasaje del no saber al saber – reconocimiento de que, el deseo no es ninguna otra cosa sino la metonimia del discurso de la demanda. Es el cambio como tal. Insisto, esa relación propiamente metonímica de un significante al otro, que llamamos el deseo, no es el nuevo objeto, ni el objeto anterior, es el cambio de objeto en sí mismo. 17

    Hasta aquí la cita. Es importante detenernos en algunas consideraciones; Lacan parece identificar al objeto de la sublimación con la metonimia, con el mecanismo de desplazamiento, la Verschiebung freudiana. Pero: ¿Realmente es esa su propuesta? Me parece que no, en realidad, se trata no de la Verschiebung, sino de la Entstellung.

    ¿Cómo si no podría plantearnos al mismo tiempo la oportunidad de escapar a la represión? La metonimia no escapa a la represión, el desplazamiento metonímico es el mecanismo que subyace en todo cambio de objeto realizado, otra cosa es la tendencia, la Entstellung. Es importante entender la diferencia, la Verschiebung es la acción efectuada, el desplazamiento de un significante a otro, mecanismo utilizado por la censura, por lo tanto siervo de la represión. La Entstellung, es tendencia siempre en acción, aún en la Verdichtung, que no remite al desplazamiento de un significante a otro, sino a la oportunidad estructural de que un significante pueda substituir no a un otro significante determinado, sino a cualesquiera otro.

    En la Verschiebung 18, el objeto se desplaza, resultando inalcanzable, cambia de posición, ahí donde creemos encontrarlo deja de estar, es decir, se realiza siempre un cambio de objeto.

    La Entstellug 19, supone, aquello que Lacan llama «el cambio de objeto en sí mismo».

    Solo a través de la hipótesis de que la sublimación tome ese cambio de objeto en sí mismo, como objeto, es posible concebir que escape a la represión.

    Por otro lado, cualquier oportunidad de substitución, sin importar el objeto de substitución, sólo es posible a través del significante, pues fuera de su campo ningún objeto podría estar en el lugar de otro. Para el león, la leona no tiene la mínima oportunidad de funcionar como substituto materno. Sólo para un ser hablante es posible que su pareja este ahí substituyendo a ese otro objeto y le diga cariñosamente: «mamita«.

    Es así como la pequeña Ana sueña con «Fresas… Frambue…...» substituyendo a Fre…….ud. De tal forma que podríamos afirmar que cuando algo es substituido, es substituido siempre, por un significante. Fresas, Frambuesas… son significantes que substituyen a un otro objeto. 20 Y esto es posible en virtud de que ese otro objeto ya esta siendo representado por otro significante, en el caso del significante Freud, se trata del significante que representa al objeto para la pequeña Ana. Después, se substituye el significante «Freud«, por el significante «Fresas«, se realiza un cambio de objeto y una substitución: Freud Fresas.

    La doble substitución significante se vuelve solidaria así, con la definición lacaniana del significante. Si toda pulsión se satisface como hemos planteado anteriormente 21, en y por el significante, se trata —en todos los casos— de una satisfacción fallida, pues el significante esta ahí siempre en su dimensión de representante, el significante esta ahí representando a otro significante, en una cadena metonímica que remite al objeto que falta.

    Otra cosa es tomar a la tendencia del cambio de objeto como objeto ¿Puede hacerse eso? En realidad la respuesta es simple, se trata de tomar a un significante no como representando a algún objeto para otro significante, sino tomando al significante como objeto en sí, es de esta forma cómo es posible elevar al objeto a la dimensión de la cosa.

    En la sublimación el significante no está ahí representando al objeto que falta, está siendo «elevado» a la dimensión de la cosa, en la sublimación el significante es el objeto. No otra cosa afirma Lacan cuando plantea que el cambio de objeto es tomado, en la sublimación, como objeto. Lo que permite, al menos, entrever la vía para comenzar a interrogar, la verdaderamente complicada afirmación freudiana de que la sublimación es sin represión.

    La represión aparece en escena precisamente en virtud de que para el ser-hablante la relación con los objetos esta siempre mediatizada por el significante. Lo que esta supuesto implícitamente cuando se sostiene que el inconsciente es la suma de los efectos del significante sobre el sujeto, o cuando se afirma que el inconsciente esta estructurado como un lenguaje. La represión implica que el sujeto no puede escapar, en su búsqueda del objeto satisfactor, al juego de presencia ausencia en el que lo atrapa el significante.

    Y es al quedar atrapado en los desfiladeros del significante, que toda satisfacción pulsional parece destinada a someterse al cambio de objeto, y por ahí a no presentarse sino como satisfacción no lograda, satisfacción vía la represión.

    Todo esto en virtud de que la pulsión es articulada en los desfiladeros del significante, es decir en el desplazamiento de los significantes. Para que la sublimación pudiese escapar a tal destino, será necesario que no pase por ahí.

    ¿Cómo es posible que suceda?

    Es necesario enfatizar, una vez más, en que una cosa es la substitución realizada a través de la metáfora o la metonimia, y otra la Entstellug, la tendencia, como la llama Lacan, de substitución. Una cosa es tratar de capturar un objeto a través del desplazamiento de los significantes –actualización del deseo – y otra tener como objeto a la tendencia de substitución en sí misma.

    Para tomar como objeto a la tendencia de sustitución en sí misma, o en palabras de Lacan «al cambio de objeto en sí mismo«, es necesario que la sublimación se escabulla de cualquier substitución significante, de la oportunidad de que un significante aparezca en lugar de otro, aún de la oportunidad de que un significante remita a otro. Es, precisamente esto, lo que intenta la sublimación.

    ¿Supone este movimiento ir a contrapelo de la función significante? Parecería que sí. Pero, se trata, más bien, de sostenerla en una posición extrema, se trata de tratar de sostenerla como un Absoluto. Y ello sin que podamos hablar de una posición psicótica. 22

    Se trata pues de que la sublimación toma al significante, a un significante cualquiera, para afirmar, precisamente, que no se trata de un significante cualquiera, sino del significante que encapsula la tendencia, el cambio de objeto en sí mismo.

    Se trata efectivamente de un significante cualquiera —cómo bien lo decía Lacan, el conejo ya estaba en el sombrero— pues cualquier significante, en virtud de que no puede constituirse como tal sino en su relación con los otros significantes (la escritura lacaniana S1 S 2 lo supone) implica ya la «tendencia» a la substitución.

    Para ilustrar lo anterior, retornemos a «Tótem y tabú» Texto donde Freud nos explica la génesis del concepto de Dios. Se apoya en el mito del parricidio cometido por los varones de la horda salvaje, asesinato que tendrá como efecto el surgimiento de una figura totémica, que a partir de ese momento, representa a la divinidad «patrona» de la horda, y que, a un mismo tiempo, produce una marca de identificación en todos los miembros de la misma. Esta marca determinará las relaciones de parentesco y la lógica de posibilidades e imposibilidades de las relaciones sexuales entre los clanes.

    Recordemos, una vez más, que el mecanismo involucrado en este surgimiento de la figura totémica es precisamente la sublimación. El animal tótem, o Dios no surgen ahí remitiéndonos a alguna corporeidad localizable, su función va más allá de eso. El animal totémico, no sólo remitirá a una entidad biológica, remite a una entidad divina. Así, como representante de lo divino, deja claro su estatuto en tanto significante. No perdamos de vista que la intención de Freud es explicarnos la génesis del «concepto» de Dios, la génesis de ese significante y su funcionamiento.

    ¿Qué podríamos decir —en pocas palabras— de dicho funcionamiento? ¿Bastaría con la ya mencionada función de «marca» identificatoria, para tener clara la función significante del animal totémico? ¿Será necesario insistir en el papel regidor de dicho significante en la lógica implícita de las posibilidades combinatorias de los partenaires sexuales?

    Debemos insistir en que dicha combinatoria remite directamente a la combinatoria significante. Es así cómo el sujeto se sitúa con relación a ese juego de determinaciones simbólico en el cual está ya capturado desde su nacimiento. Juego que encuentra sus leyes en los vectores diacrónico y sincrónico de la estructura del lenguaje, es decir la Verdichtung y la Verschiebung freudianas, la metáfora y la metonimia lacanianas. Ambas, implican permanentemente, la Entstellug (la tendencia misma).

    El tótem y Dios son dos significantes sublimados, para decirlo con Lacan, elevados a la dimensión de la cosa, es decir significantes que han permitido a la pulsión colocar como objeto al cambio de objeto en sí mismo.

    La metáfora y la metonimia, predominantemente la última, serán los recorridos en donde dicho cambio de objeto se efectúa, remiten a la combinatoria posible. El tótem, o Dios se establece así, no como un significante sometido a esta combinatoria, sino el significante que —supuestamente— , determina dicha combinatoria, la «tendencia misma».

    Resumamos, en el sombrero de Lacan, las otras vicisitudes de la pulsión, que no la sublimación, recorren los desfiladeros del significante y al hacerlo ponen en acción el cambio, la substitución, y por ahí es que se encuentran sometidas a la represión.

    La sublimación no persigue al objeto a través del desplazamiento –Verschiebung – metonímico, lo localiza tomando a la tendencia de desplazamiento ( Entstellug), como objeto, es así que la sublimación establece como objeto al «cambio de objeto en sí mismo».

    Ese significante que es el animal totémico, o Dios, no es más un significante cualquiera, aunque es verdad que fue un significante cualquiera, es decir que cualquier significante podría, estructuralmente, haber sido elegido, pero una vez elevado a la dimensión de la cosa funciona de manera diversa, no es un significante que representa para otro significante, es el significante que representa para cualquier otro significante 23, el significante que representa a Todo significante.

    Esta es una consecuencia fundamental, el significante sublimado aparece como sostén de un Todo, de un absoluto supuestamente posible. Es ésta, una de las funciones que, con Freud, le hemos supuesto al significante totémico: ser el significante que representa a todos y cada uno de los miembros de la horda. No será el significante que representa al sujeto para otro significante, pues no es un significante que se desplace metonímicamente. Este significante determina a todos los sujetos de la horda, esto implica una petrificación, que no niega la «tendencia» la representa, o mejor aún, la figura: es él mismo. Es así como el significante sublimado escapa a la represión, y ofrece la oportunidad de suponer una satisfacción lograda.

    Para terminar, o mejor dicho para continuar en otro momento, en otro texto, me parece importante solicitar la lector, que no lea aquí una exclusión de la dimensión imaginaria en la sublimación, esta dimensión por supuesto que existe. Siguiendo a Freud y a Lacan digamos que , no se trataría de una idealización. Lo que nos hará retornar, en otro momento, a las ultimas líneas de este texto, de manera que podamos continuar interrogando la relación del significante resultado de la sublimación y abordemos la otra vertiente freudiana de la sublimación: la obra de arte en tanto objeto de la sublimación.

    México D.F. a 10 de junio de 2001.

    Notas

    1 Seminario sobre el hombre de los lobos. Seminario inedito.

    2 Ibid.

    3 Mientras el símbolo nos es presentado como representando algo para alguien, el significante es definido por Lacan como representando al sujeto para otro significante.

    4 Lacan, J. «Le séminaire» livre VI Clase No. 22 del día 24 de junio de 1959. Editions du Seuil, Paris, France.

    5 Lacan J. «Le séminaire» livre VII «L´éthique de la psychanalyse»Clase del día 20 de enero de 1960. Éditions du Seuil, Paris, France 1986.

    6 Ibíd.

    7 «Index raisonné des concepts majeurs» en Écrits p.893, Éditions du Seuil, Paris 1966.

    8 Lacan, J. «Le séminaire» livre XXI, «Les Non-Dupes Errent», Clase del 13 de Noviembre de 1973. Editions du Seuil. Paris, France. Seminario inedito.

    9 Se trata efectivamente de cuestionar la supuesta supremacía del significante. Lo que Lacan propondrá durante este seminario XXI es por el contrario la equivalencia entre R. S. I. Los tres tendrían la misma consistencia, y Simbólico e Imaginario serán propuestos como formas de abordaje de lo real.

    10 Regla que es necesario decir, no podría ser observada tan radicalmente como en tiempos de Freud, cuando la duración de un análisis era solo algunos meses, pues como es de todos sabido, la duración de un análisis se extiende actualmente a varios años, lo que no impide que de alguna forma esta regla de abstinencia siga sosteniéndose.

    11 ¿Qué tan diferentes son las cosas fuera de la relación analítica? Los ejemplos sobrarían para proponer que la diferencia no es mucha. Y ello por razones estructurales. J. A. Miller comentando a Lacan plantea a la sublimación como la oportunidad de entrada al mundo significante: «Voy a recordar simplemente el ejemplo de Lacan, a modo de anécdota, de la transformación del grito infantil en una llamada. El grito como tal no es nada más que un sonido. Es necesaria la aceptación del Otro materno para que ese grito se transforme como tal en llamada. Así, pues, hay en el significante, por el cual el Otro acepta el grito, una creación pura de la significación de llamada. El resultado es que, a partir de este punto, el sujeto podrá llamar al Otro.»

    «Cuando a partir del grito se produce la significación de llamada, Transformación que podemos realizar de una manera muy sublimada…» J. A. Miller Introducción al método psicoanalítico. Eolia-Paidós, Nueva biblioteca psicoanalítica

    ¿De una manera muy sublimada? Cuando la madre «eleva» el grito del niño al orden de la llamada significante, se trata según lo que aquí se sostiene claramente de una sublimación.

    12 Lacan, J. «Le seminaire» livre VII, «L´éthique de la psychanalyse», Clase del 20 de enero de 1960. Editions du Seuil. Paris, France 1986.

    3 Op. Cit.

    14 Lacan, J. «Ecrits», « L´instance de la lettre dans l´inconscient» p. 511, Éditions du Seuil, Paris France. 1966.

    15 El mecanismo nos es propuesto por Freud, dentro de su teoría interpretativa del sueño ¿Su utilidad para el inconsciente se limitaría solo a la puesta en escena de los sueños? Creo más bien que es un mecanismo implicado en toda formación del inconsciente, exceptuando tal vez a la sublimación.

    16 Lacan J. «Le séminaire» livre VII, «L´éthique de la psychanalyse «, Clase del 20 de enero de 1960. Editions du Seuil. Paris, France. 1986.

    17 Lacan J, «Le séminaire» livre VII, «L´éthique de la psychanalyse», Clase del 22 de junio de 1960. Editions du Seuil. Paris, France. 1986. El subrayado es mío.

    18 Que en Alemán remite efectivamente a desplazamiento, como cambio de posición, traslación.

    19 Que en Alemán remite a deformación, desnaturalización, afeamiento, descomposición. Significantes todos que me parece remiten más claramente a eso que Lacan llama «tendencia», más que a un cambio realizado. Y significantes que me gustaría tomase el lector para compararlos, relacionarlos, ponerlos en juego con el mecanismo de sublimación.

    20 Si ocurriese que llegase yo a ser substituido en mi puesto laboral, ¿lo soy por un significante? Si, pues más allá de que efectivamente otra corporeidad venga a ocupar mi puesto, utilice mi escritorio etc. Ese otro estará siempre determinado por significantes «mejor empleado», «persona más eficiente», «hijo del patrón» etc.

    21 Afirmación que sería necesario interrogar nuevamente, no que me parezca insostenible sino que me parece necesario no tomarla fácilmente como verdadera, se trataría más de confrontar su consistencia teórica que la de concluir en su valor de verdad o falso. Piénsese por ejemplo si acaso la pulsión de muerte se satisface también en el significante. Adelanto mi respuesta, sí, pero esta es una respuesta que necesitaría ser sostenida, este no es el lugar para ello.

    22 Será en un segundo texto, donde al abordar a la creación artística como sublimación, trataremos de responde como es posible concebir a la sublimación como mecanismo que intenta proponer a la función simbólica como absoluta, problema ligado a la concepción de Bien, no tratándose de una psicosis.

    23 ¿Cuál es la diferencia entre las dos frases anteriores? ¿Acaso no la primera implica la segunda? Sí, pero es en el significante sublimado en el que aparece la tendencia como marca de un absoluto.

  • Freud, Lacan y la angustia

    Freud, Lacan y la angustia

    Hans Saettele

    Leído el 31 de mayo 01 en el ciclo de conferencias «Un siglo con Lacan», UAM-Xochimilco

    1.

    En esta ocasión se trata de hablar de Lacan, acerca de la importancia de su obra. Eso no es fácil, ya que Lacan se fue hace 20 años apenas y en dos décadas, la historia no lleva a cabo un consenso acerca de una obra que se suele decir «difícil».

    Como se sabe, la historia de la incidencia de esta obra está relacionada con el Seminario, cuyo comienzo hay que datar de 1951 o 1953 y que duró hasta un año antes de su muerte. ¿Que hemos aprendido de el? Tratemos de formularlo:

    1. Hemos aprendido a aplicar los tres registros del ser (simbólico, imaginario, real), para comprender a las maneras del pensar y del actuar como un complejo entretejido de estos registros.

    2. Hemos aprendido a ubicar la cuestión de la pulsión de muerte de manera distinta: ya no la pensamos, como Freud todavía lo hacia, como teniendo una base biológica, sino que la basamos en una teoría del lenguaje y del símbolo.

    3. Hemos aprendido a preguntarnos que quiere decir esto de que el inconsciente esta estructurado como un lenguaje (eso podría llamarse la implicación lingüística en el psicoanálisis).

    4. Hemos tenido que confrontarnos con una ética del psicoanálisis que pone al analista en un lugar que lo obliga a definir su relación subjetiva a la figura de Antígona.

    Lacan llego a tener una incidencia publica importante a partir de los anos sesenta, en particular por la publicación de los Escritos en 1966 que lo hizo ingresar al conjunto de los grandes autores del estructuralismo y que lo ubica en la continuación de la tradición filosófica de la fenomenología.

    Tal vez la contribución mas importante de Lacan sea su revisión de la teoría freudiana de la transferencia. Puso en marcha un retorno a los diálogos socráticos de Platón y a la cuestión de la erótica en la Grecia Antigua, abriendo el campo del psicoanálisis a otros saberes, como p.ej. la historia de la sexualidad y la filosofía antigua.

    Actualmente los lacanianos tenemos que batallar con una densa transferencia cuyo destinatario es el propio Lacan, cosa que desde fuera de los grupos lacanianos es percibido mas bien como algo desagradable por los efectos que ha tenido en los espacios de discusión teórica (¡Los «lacas», con su jerga incomprensible!). Además, y por supuesto, es decir como era de esperarse, los psicoanalistas lacanianos no dan muestras de haber podido someter a la palabra la «escena de dominación» que, lo sabemos desde Nietzsche y Foucault, subtiende la socialidad. Solo la ruptura con esta transferencia hacia Lacan nos podría liberar. Pero estamos todavía muy lejos de este momento.

    Si uno considera a la historia del movimiento lacaniano (y no se crea que con leer a Elisabeth Roudinesco, uno la conoce), dan ganas de hacer el intento de leer esta historia como un síntoma. Hans-Dieter Gondek, un filósofo lacaniano alemán, en ocasión del mismo aniversario que nos junta 2, escribe: «Esto (la historia del lacanismo como síntoma) no lo digo en sentido peyorativo, ya que el síntoma en Lacan representa una verdad subjetiva, … lo subjetivo en el psicoanálisis, aquello que no cesa de impedir el que el psicoanálisis devenga una ciencia objetiva. Tal vez sea el mérito mas grande de Lacan el haber constantemente insistido en este punto y el haber hecho un gran esfuerzo de articulación teórica consistente, sin jamás entregarse a un subjetivismo caprichoso.»

    El psicoanálisis desde Lacan es el pensar de la verdad subjetiva del deseo, a la cual solo se accede por el proceso que Freud bautizo Ubertragung, transferencia, lo cual no es transmisión, porque esta implicado el verbo tragen, «llevar sosteniendo». El punto importante no es que el uno sostenga al otro (algunos quisieran que fuera así, y si es «reciproco» les parece lo máximo) sino que el proceso de la transferencia es nuestro pobre y tambaleante sostén ¿Y que es la transferencia? Un efecto del inconsciente.

    Como esto es así, el Wo es war soll ich werden freudiano jamás podrá ser traducido por total Aufklaerung (esclarecimiento total). Si Lacan se considera a si mismo situado en la tradición de la Aufklaerung, en el sentido del racionalismo 3, esto es especialmente interesante pues quiere decir que para él, Aufklaerung implica otra cosa que la producción de un espacio público interno.

    2.

    Para entrar un poco mas en detalle y encontrar puntos de convergencia discursiva en esta ubicación general de Lacan, he pensado en un tema especialmente sensible del trabajo conceptual que se lleva a cabo actualmente en el discurso teórico acerca de la subjetividad: el tema de la angustia.

    Sé que no necesito justificarme acerca de esta elección, su importancia es evidente. El interés especifico en esta ocasión, será el de ubicar el punto de incidencia del pensamiento de Lacan en el pensar acerca de la angustia, ya que la angustia es, según Lacan en su seminario del ano 62, el point de rendez-vous, el punto de encuentro. De quienes? Imaginémoslo un poco como los meeting-points en una estación de trenes de una ciudad moderna. Podríamos dedicarnos a explotar las potencialidades de esta metáfora, por el momento, quede sólo enunciado de esta manera que el campo de la angustia constituido en pregunta es el punto de encuentro de muy distintas proveniencias y destinos discursivos.

    La reflexión sobre la angustia surge en el momento del seminario diez en los anos 62/634, y remite a la relativamente compleja historia de los encuentros con Heidegger desde tiempos de posguerra. Se podría decir que el seminario sobre la angustia es el après-coup del encuentro con «Sein und Zeit» (terminado en1926 y publicado en 1927, ano de la publicación de»Inhibición, síntoma y angustia»). La historia de los encuentros con Heidegger esta descrita en el documentado libro de Elisabeth Roudinesco 5. Queda como un enigma el hecho de que el libro de Ruediger Safranski sobre Heidegger no toma en cuenta el encuentro de Heidegger con Lacan 6

    Pero preguntémonos: ¿En que podría ser heideggeriano Lacan? ¿Qué interés podría tener de por este guru ya decaído de la filosofía alemana? Además, malfamado por su enigmática posición en cuanto al nazismo, con su lenguaje acerca del ser tan a menudo objeto de burla. Sin duda, Lacan encontró en Heidegger a alguien que no dejaba fuera de su pensamiento algo que es fundamental para el psicoanálisis, y que tiene que ver con la insistencia de lo subjetivo bajo la forma del afecto de la angustia.

    Todos podemos acceder a la manera de pensar de Heidegger si reparamos en el sentimiento de incomodidad que experimentamos cuando se habla de angustia de determinada manera, en un discurso directamente descriptivo. Este tipo de discurso parte de la falsa premisa de que si bien no podemos responder claramente a la pregunta «¿Qué es la angustia?», seremos al menos capaces de tomarles la medida a nuestros estados de ánimo. Claro que tenemos que prestar atención al fenómeno, pero justamente no en tanto geómetras, sino en tanto fenomenólogos, es decir como filósofos.

    Existe por lo tanto un problema con la «tematización», en tanto procedimiento discursivo, para la cuestión de la angustia.

    Es cierto que, en la vida cotidiana, la angustia se presenta como discursivamente ligada, aunque siempre en una modalidad disruptiva en cuanto al discurso, es decir que aparece (pero siempre de repente, aunque desde antes temida o anunciada) ligada a nuestros juegos de lenguaje, en una forma que hace acto, ahí donde la forma hace acto. El hecho es que irrumpe en los juegos de lenguaje tanto como consecuencia de los actos precedentes como en tanto causa de los actos en curso.

    Este era el problema de Heidegger: el discurso filosófico se detiene ante la zona de la angustia, porque al enfocar la vivencia de la angustia, y al tomar la distancia requerida para dar origen a la actitud proposicional, pierde de vista al objeto en tanto es una vivencia. Esto es lo que ha sucedido efectivamente en el discurso filosófico no hay gran cosa antes de Heidegger, sobre la angustia, excepto en Kierkegaard.

    3.

    Si bien la angustia tiene esta historia muy reciente en la filosofía, tiene por otro lado una milenaria historia discursiva que se inaugura con la aparición mítica de la forma discursiva de la narración. La narración es la forma discursiva propia de una zona intermedia, no claramente delimitada: entre la discursividad de los juegos de lenguaje de la vida cotidiana y el discurso teórico (donde rige la actitud proposicional). De pasada recordemos que esta es también la dificultad que hay con la ciencia en el caso del psicoanálisis y en el caso de otras disciplinas: el Positivismusstreit 7 y la discusión acerca de la hermenéutica son episodios en la discursividad filosófica que giran alrededor de la dificultad para incluir esta zona intermedia.

    Heidegger nos libero de la ingrata tarea de la delimitación en cuanto a la ciencia, introduciendo, antes de fundar su filosofía en «Sein und Zeit», el término critico de la Entlebung (desvivencia), alejamiento respecto a la vivencia, la vida, lo vital. Con este termino designaba Heidegger el desconocimiento de la zona intermedia donde se sitúa la angustia. Ese proceso de la Entlebung fue aplicado por Heidegger como un diagnóstico a la filosofía de su época, incluso al maestro Husserl 8. Se trataba para Heidegger de revindicar, para el discurso filosófico, un campo que el abordaje husserliano de la vivencia no pudo no filtrar: el de la angustia.

    Esa inservibilidad del discurso teórico para efectuar la puesta en perspectiva del discurso que enfoca a la angustia (puesta en discurso esencialmente dialógica, por la estructura temporal de la narración) nos permite una primera ubicación topológica de la angustia: la sitúa como lo que separa o forma una zona intermedia entre un dominio mental, el del Staunen 9, del asombro; y otro dominio mental, ese que la tradición occidental llama logos.

    Si Lacan nos ha enseñado algo, es eso: el trabajo conceptual acerca de la angustia no se detiene en este punto; antes, a partir de él, sólo puede tomar un camino, en la medida en que se plantea necesariamente, se instituye en este punto, la cuestión de la relación con el lenguaje. Y la relación de la angustia al lenguaje consiste en que la angustia es siempre un fenómeno de borde respecto al lenguaje, aunque funcione en los juegos de lenguaje como un agente.

    Este primer enunciado sobre la angustia debe ser ilustrado y explorado en el material «clínico», es decir en los reportes narrativos que la clínica produce. Pero si la lectura que se habrá logrado hacer del material es válida, es con la condición de que esa lectura habrá prestado atención a un proceso absolutamente fundamental en la vivencia de la angustia, a saber una inversión de la relación del sujeto al discurso.

    En efecto, en la vivencia extrema de la angustia, el sujeto deja de ser productor del discurso y se ve reducido a un punto de observación que ve venir hacia el su propio logos o mas bien los restos que quedan de este logos cuando se trata del tránsito que emprende hacia la zona de la vivencia que llamamos «angustia«. Hace algún tiempo propuse considerar como intento princeps de esta ubicación de la angustia el relato de Freud en su temprano escrito sobre la afasia, relato autobiográfico, donde Freud dice que en el momento en el que estaba en peligro de muerte, vio escrito, en un papel que se agitaba, lo siguiente: «Ahora se acabo contigo» 10.

    Restos de lenguaje, eso es lo que Freud ve venir hacia él, por eso digo que la relación del sujeto al discurso está invertida. En todo angustiado hay algo de afásico. La experiencia de la angustia es una experiencia que golpea al sujeto, lo deja sin aliento 11 y le presenta, como restos de un naufragio, restos de lenguaje: palabras aisladas, visiones escriturales, voces sin posición enunciativa ubicable.

    Desde luego, la respuesta freudiana y también lacaniana a esta situación es el desciframiento – de estos restos. Pero lo que no se debe olvidar es que, gracias a Lacan, el desciframiento deviene para el psicoanálisis aquella devolución a lo real que llevo a cabo Heidegger al introducir la angustia al discurso filosófico, devolución a lo real que Heidegger definió como combate a la Entlebung ¿Y que le oponía? La valentía, Mut zur Angst 12 lo llama Heidegger, tal vez «disposición hacia la angustia», casi «disponibilidad», en el sentido de «tener la valentía«.

    4.

    Freud no quiso «tomar» nada de la filosofía para construir su discurso. Es conocida su rara relación con Nietzsche, cosa que se debe a que en su obra ya vio dicho, pero en términos no-científicos, filosóficos, lo que el mismo tenia que desarrollar bajo la forma del concepto de Superyó y otros.

    Es precisamente en «Inhibición, síntoma y angustia» donde Freud se deslinda …no de la filosofía en si, pero si de los intentos de ponerle «bases filosóficas» al psicoanálisis, de lo que llama «visiones psicoanalíticas del mundo» 13. Por eso no puede haber un psicoanálisis nietzscheano, ni foucaultiano, ni heideggeriano ni nada. No se trata de ponerle bases filosóficas al psicoanálisis. Y en efecto, Freud refuta esta filosofía psicoanalítica comparándola con la posición de aquel que niega su angustia: «Cuando el que camina en la oscuridad canta, niega su angustia, pero no por ello ve mas claro», cosa que Lacan hará totalmente suya en el seminario X 14.

    Lo que es cierto, es que, el empirismo de Freud fue su armadura contra la absorción del psicoanálisis por estas visiones psicoanalíticas del mundo 15. Pero Lacan no hace nada contrario a Freud cuando inaugura la articulación discursiva entre la filosofía y el psicoanálisis.

    Basta con recordar que este, en «Mas allá del principio de placer » (1920), al abordar la cuestión de la muerte como pulsión, defiende el procedimiento filosófico con estas palabras: «Uno puede abandonarse a un trayecto conceptual, seguirle la pista para ver hasta dónde nos lleva, solo por curiosidad científica o, si se quiere, como advocatus diaboli…». Y aunque Freud luego expresa sus dudas acerca de la determinación de estos trayectos conceptuales por, como dice, «preferencias internas fundadas en la profundidad» 16 que podrían contribuir «sin que se sepa» a alguna especulación privada; a pesar de ello, me parece, hay que arriesgarse a la construcción de estos trayectos conceptuales cuando abordamos la cuestión de la angustia. No es por nada que esta idea de los trayectos conceptuales (Gedankengaenge) su rja precisamente en la reflexión sobre el mas allá del placer, es decir sobre la pulsion de muerte. Parece que el psicoanálisis no puede abordar cuestiones como la muerte y la angustia sin ellos.

    La nueva articulación entre la filosofía y el psicoanálisis a la que ha dado origen el trabajo de Lacan sobre la angustia le hace decir a Bernard Baas que «la pregunta de la angustia es la pregunta sobre la cual se juega la relación entre filosofía y psicoanálisis»17. Esto era desde luego la razón principal para traer el tema de la angustia a un dispositivo no- clínico como éste. Podemos asistir, en el movimiento puesto en marcha por Lacan (donde la angustia es instalada en el lugar del motor del movimiento hacia la verdad) a la puesta en contacto de una filosofía abierta al tema de la angustia con un psicoanálisis dispuesto a construir los trayectos conceptuales necesarios para no perder de vista la vivencia, para no caer en la Entlebung, en la desvivencia. Voy a dar dos ejemplos de tales trayectos conceptuales.

    El primero es el nexo «angustia y verdad». En la relación entre estos dos términos se produce la pregunta por la causa de la angustia. Diremos entonces que el campo de la puesta en discurso de la angustia se genera desde el momento en que la pregunta por la verdad es idéntica a la pregunta por la causa. Esto tiene como consecuencia que la angustia ya no sea nunca mas uno de tantos afectos, sino el prototipo, y con ello indicio certero de que ahí hay una verdad, ubicada en este «entre» que Kierkegaard señala al descubrir que la angustia está entre el alma y el cuerpo. «La angustia es lo que no engaña«, dirá Lacan.

    El segundo ejemplo es el nexo «angustia y objeto». Lacan descubrió que el objeto en la angustia no es otro que el objeto que hay, que opera digamos, en el deseo, es decir en el fantasma. Si comparamos esto con Freud, la cuestión de la perdida y de la separación pierde su lugar paradigmático para la explicación de la angustia. Su crítica es hoy fácil, ya que el mismo Freud, en «Inhibición, síntoma y angustia», resiste la teoría rankiana de la pérdida originaria objetándole «la madre no era entonces (para el niño como feto) un objeto«. Pero la construcción teórica en este punto es un trecho difícil de teoría lacaniana porque implica la teoría del fantasma y del objeto a, es decir la teoría del deseo en tanto tensión entre la cosa que hace la falta y el objeto empírico, tensión frágilmente regulada por el objeto en el fantasma, punto de síntesis 18.También aquí hay una formula pregnante de Lacan: «La angustia no es sin objeto«, en dónde tuvo el cuidado de añadir: «a condición de que esto no es para decir ni poder decir (como para algún otro objeto, que no fuera el objeto-causa), de que objeto se trata

    5.

    Preguntémonos para terminar acerca del nexo «angustia y sexo». Recordemos lo del meeting-point, y la cuestión se pondrá especialmente interesante.

    Se trata de algo importante: de la cuestión del conocimiento acerca de la región de la sexualidad 19. Aquí, el psicoanálisis introduce el concepto de «objeto» y se distingue del abordaje de Heidegger. Alain Juranville insistió en 1994 en este punto, cuando dijo: » Asi como el Otro absoluto no es el ser porque el psicoanálisis es primero relación al otro que esta presente, y no a la presencia anónima e inspirada del ser (N. de H.S.: De ahí la dimensión sexual del psicoanálisis) así, para el psicoanálisis el objeto no es el DASEIN de Heidegger, sino objeto para un sujeto, desde el cual se genera necesariamente el lugar del sujeto» 20.

    El giro que Lacan ha producido en el nexo «angustia y sexo» es el siguiente: desde el seminario X, la angustia en el sexo podrá ser tomada como indicio, como señal no ya de un peligro interno (angustia superyoica) sino de un movimiento en el orden del objeto. Esta nueva teoría de la angustia parte del fantasma y de los procesos que se desarrollan en el, donde surgen términos nuevos para el psicoanálisis, como «pasaje del objeto», «descomposición del fantasma » y otros conceptos, todos ellos para abrir el camino hacia el conocimiento de los procesos subjetivos que hacen del acto sexual una vivencia en la cual el sujeto atraviesa la zona de la angustia.

    No es nuestra intención desarrollar hoy mas este punto, pero queremos señalar que es de esta manera como podemos continuar el trabajo conceptual acerca de lo nos ha sido dado como tarea explorar, a saber la «angustia de castración».

    No extraña para nada ver aparecer, en el seminario, desde el principio, el término de la «Erotología». Lacan dice (14 de noviembre de 1962): «¿Dónde habla mejor Aristóteles de las pasiones? En su libro segundo, la retórica. Lo que hay de mejor sobre las pasiones esta tomado en la referencia, en la red (filet), en el tejido (réseau) de la retórica. No es una casualidad. Es pues bien por esto que yo les he hablado de la red a propósito de las primeras ubicaciones lingüísticas que he intentado darles. No he tomado esta vía dogmática de hacer preceder por una teoría general de los afectos lo que tengo que decirles acerca de la angustia ¿Por qué? Porque no somos en este punto (ici) psicólogos, sino psicoanalistas. No desarrollo ante Uds. una psicosis directa, teórica (aquí hay error de trascripción, el contexto obliga a sustituir el sintagma «psicosis directa» por «psicogénesis»; por lo tanto, leo otra vez)… No desarrollo ante Uds. una psicogénesis directa, teórica, de esta realidad irreal que se llama psyché, sino una praxis que amerita un nombre: erotología.»

    Eso sólo es posible decirlo, cuando uno se ha desprendido de la idea de que cuando de sexo se trata, todo lo que tiene que ver con la angustia es efecto del superyó o de alguna pérdida. Lacan en su seminario ha demostrado que no se trata de esto. En la experiencia de la angustia, se trata más bien de una sobrepresencia del objeto en tanto es por esencia objeto parcial, efecto de un proceso en el cual el sujeto se separa del Otro al mismo tiempo que se separa de una parte de si que queda capturada en el campo del Otro.

    Pero llamar «erotología » la praxis del psicoanálisis no es sin consecuencias, porque no deja de producir ese efecto de la Entlebung (desvivencia) que Heidegger le señalaba a su maestro Husserl. Estudiar exhaustivamente la historia de la sexualidad (cosa que me parece es de un interés obvio para el psicoanálisis) tampoco resolverá el problema. Nosotros creemos que será necesario volver a la idea de que, en la región de la sexualidad, el sujeto tiene respecto de su cuerpo, una «relación experimental» 21 y que el acceso del pensamiento al conocimiento acerca de esta relación experimental no pasa, para el psicoanálisis, por el estudio de las formas históricas de la sexualidad, sino por la exploración de la vivencia en el acto sexual y con ello de los procesos de disyunción e identificación entre el sujeto y el objeto-causa, experiencia que esta por su constitución relacionada con un atravesamiento de la zona de la angustia.

    Notas

    1 Leído el 31 de mayo 01 en el ciclo de conferencias «Un siglo con Lacan», UAM-Xochimilco

    2 Hans-Dieter Gondek, Der Advokat Sigmund Freuds. NZZ 82, 7./8. April 2001

    3 En el seminario II, 1954-55, Le moi dans la théorie de Freud et dans la technique de la psychanalyse, Paris 1978, p. 89, Lacan dice que el pensamiento de Freud es racionalista y que la formulación de la pulsión de muerte no es un detenimiento ante un irreductible, un «inefable ultimo», sino un concepto.

    4 Jacques Lacan, Le séminaire X, 1962-63, L’angoisse

    5 Elisabeth Roudinesco, Jacques Lacan. Esquisse d’une vie, histoire d’un système de pensée, Paris 1993

    6 Ruediger Safranski, Ein Meister aus Deutschland, Heidegger und seine Zeit, Muenchen Wien 1994

    7 Adorno, Dahrendorf, Pilot, Albert, Habermas, Popper, Der Positivismusstreit in der deutschen Soziologie, Darmstadt Neuwied 1969

    8 Ruediger Safranski, op.cit. p.125

    9 Staunen une los dos rasgos semicos de «admiración» y de «extranamiento» y es el exacto opuesto de la «Entlebung»

    10 «Angustia y Logos», en Mariflor Aguilar, ed., Limites de la subjetividad, México 1999, p. 73-80

    11 Paul Celan, Cambio de aliento, en Obras completas, Madrid 1999, p. 205-255

    12 Safranski, op.cit. , p. 176

    13 Sigmund Freud, Hemmung, Syptom, Angst (1926)

    14 Sem.X , sesión del 30-01-1963

    15 vease por ejemplo «Zur Geschichte der psychoanalytischen Bewegung» (1914) y «Selbstdarstellung» (1925, con «Nachschrift zur Selbstdarstellung» de 1935)

    16 Sigmund Freud, Jenseits des Lustprinzips, GW XIII, p. 64

    17 Bernard Baas, «L’angoisse et la vérité», en: Le désir pur. Parcours philosophiques dans les parages de J.Lacan, Louvain 1992

    18 Baas, Op. cit. p. 109, para quien la angustia es la «correlación actualizada de la nada de significante y de la nada de sujeto«.

    19 La sexualidad es una de las tres regiones» que surgen dentro de la dimensión en la cual la acción se caracteriza por una cierta abolición del otro, otro que tiene existencia solo como medio (política, pedagogía, sexualidad ), según Guy Lardreau, La véracité. Essai d’une philosophie négative, Paris 1993

    20 Alain Juranville, Der psychoanalytische Diskurs nach Lacan, RISS Extra 1, Zuerich 1994, p. 119

    21 Nietzsche

  • Del das Unbewusste de Freud a L’une bévue de Lacan

    Del das Unbewusste de Freud a L’une bévue de Lacan

    Marcelo Pasternac

    Sin Freud no habría hoy psicoanálisis ni una posibilidad para su existencia, aunque esa experiencia se halla siempre amenazada de extinción. En Freud hay algo de esas posadas españolas donde, según se dice, cada cual puede encontrar allí su sustento… a condición de que él mismo aporte lo necesario. Todo depende de cuál aspecto subraye el lector en la obra monumental del fundador. Así, en los Estados Unidos pudo ocurrir que algunos se ocuparan de destacar la dimensión yoica conduciendo a una forma de degradación de la práctica analítica. Depende, entonces, de los psicoanalistas hacer que la supervivencia del psicoanálisis sea posible. La irrupción lacaniana resultó crucial en este sentido.

    El mismo Freud realizaba constantes relecturas de su propia obra y la sometía a las transformaciones que la práctica le sugería en los puntos de atascamiento, los más fecundos, por otra parte, dado su carácter revelador.

    Así, cuando se produjo el «affaire» Reik acerca del llamado psicoanálisis lego o profano, Freud publicó el célebre texto en el que subrayaba la amenaza que constituía para el psicoanálisis el carácter infundado e inculto, ése sí lego y profano, de la intervención medicalizada. Pocos lo siguieron entre los propios psicoanalistas y Freud pudo decir, con fundamentos, que era como un general sin ejército.

    El psicoanálisis está a menudo prensado entre, por un lado, un éxito aparente que generaliza en la sociedad fórmulas que entran en el lenguaje común al precio de su desnaturalización o de su utilización salvaje fuera del contexto de la experiencia analítica y, por otro lado, la apariencia elitista o el hermetismo, no siempre necesario pero a veces ineludible, propio del respeto por la rigurosidad doctrinal (que también corre el riesgo de deslizarse hacia un dogmatismo fundamentalista). La apuesta que se le plantea hoy, por lo tanto, al psicoanálisis es que esta práctica sobreviva con su especificidad al triunfo ideológico de sus deformaciones y a la consecuente circulación de las falsificaciones caricaturales más variadas que se presentan bajo su nombre o a la caída en el hermetismo esotérico de ciertas formulaciones teóricas cuando están desvinculadas de la experiencia clínica que le es propia. No resulta fácil atravesar el estrecho desfiladero entre esas dos trampas: la desnaturalización o la pedantería pretenciosa.

    La referencia a Lacan aparece frecuentemente atribuyéndole una caída en el segundo riesgo. Algunos le reprochan escribir innecesariamente en «chino básico» (sic), otros lo vulgarizan e introducen una moda consistente en una serie de clichés vaciados de su articulación. Pero en realidad a nadie le está vedado el acceso a sus aportes si realiza el esfuerzo de hacer el recorrido correspondiente. Con toda evidencia, es necesario primero que se considere esa tarea como algo necesario para el campo analítico. Hay en efecto una dimensión ineludible: el respeto por ciertas conceptualizaciones es imprescindible para dar cuenta de la especificidad de la experiencia clínica cuando ella es del orden del psicoanálisis. Este respeto debe ir acompañado de la convicción de que ciertos hermetismos sólo son tales para quienes no abordan adecuadamente el problema. Si se hace el camino necesario, cada opacidad terminológica puede ser esclarecida en sus articulaciones y podrá verse justificada como el relevo de la empresa freudiana en los puntos en que su desarrollo choca con sus límites por agotamiento o por obstáculos originados en sus contradicciones teórico-clínicas, como las que el mismo Freud afrontó con la reacción terapéutica negativa y la compulsión de repetición, que encontraron su respuesta con la producción del concepto de la pulsión de muerte, elaboración que muchos psicoanalistas de su escuela decidieron no compartir y entonces se refugiaron a largo plazo en una medicalización degradante del psicoanálisis, en la que podrían sostenerse apoyados en ciertas discordancias del propio texto del fundador.

    Lacan hizo también su propia lectura del texto freudiano, evidentemente sesgada por su visión clínica, pero se apoyó en otros recortes, en otras selecciones. Así ocurre con esa referencia al texto de «Más allá del principio del placer» y la tantas veces mencionada viñeta del niño que juega con el carrete, acompañándose con la cadencia de la oposición fonemática o-a que Freud lee como «fort-da«. Hay un camino que va, desde las formulaciones freudianas que, al remitirse a la oposición «superficial/profundo», se adhieren (con consecuencias) a una topología que, por sus características, aprisiona al psicoanálisis y lo conduce hacia una práctica caracterizada por interpretaciones dominadas casi exclusivamente por el orden de la traducción. Este estilo de interpretar que en la terminología del ternario lacaniano RSI está localizado en la «playa», en el espacio que en el nudo borromeo formado por tres aros, circunscriben los del simbólico y el imaginario (figura 1), implica una práctica en la que el psicoanálisis termina por consistir en una especie de transposición de un lenguaje manifiesto a otro supuestamente latente que el paciente suficientemente adiestrado terminará por manejar por su propia cuenta como en una traducción simultánea, un lenguaje superpuesto, sin movilidad de la problemática que lo condujo a la búsqueda de un tratamiento analítico.

                                                                              

    Figura 1

    Encontramos la referencia a lo profundo, y a su psicología, en diversos textos freudianos. Así, por ejemplo:

     

    Cuando el análisis de los sueños permitió inteligir los procesos anímicos inconscientes y mostró que los mecanismos creadores de los síntomas patológicos se encontraban activos también en la vida anímica normal, el psicoanálisis devino psicología de lo profundo y, como tal, susceptible de aplicarse a las ciencias del espíritu. 1 [itálicas de Freud]

    Hay otras referencias en la misma dirección en otros textos de Freud, que omito aquí por innecesarias para esta exposición. 2 Es notable que ni Strachey ni Etcheverry hayan incluido en los índices de palabras o materias que figuran en el último volumen de las Obras completas una entrada para la expresión profundo o profundidad, ni para psicología de lo profundo. Como detalle interesante, digamos que López Ballesteros traduce » psicología profunda» donde Etcheverry vierte «psicología de lo profundo». ¡No es lo mismo que en el primer caso el psicoanálisis sea considerado como una psicología cargada por el calificativo de «profunda» que, con mayor respeto del texto freudiano, se trate de una psicología que se ocupa de lo profundo!

    Sea como fuere, Lacan prefiere en este punto subrayar en Freud las referencias a las formaciones del inconsciente, esos observables en el texto de los discursos o los testimonios clínicos o directos de la vida cotidiana, es decir en esos productos de sustitución en los que el inconsciente freudiano se manifiesta. Pero para él lo latente no está en alguna supuesta profundidad sino en la misma superficie de lo que se presenta al analista en el discurrir del analizante.

    Así, en su seminario del 24 de enero de 1962 (La identificación), Lacan afirma:

     

    Hay algo que les digo […] que el sistema del inconsciente, el sistema psi, es un sistema parcial. Una vez más repudié […] la referencia a la totalidad, lo que no excluye que se hable de parcial. Insistí en ese sistema sobre su carácter extrachato, sobre su caracter de superficie, sobre el cual Freud insiste con todo vigor, todo el tiempo. Uno no puede sino sorprenderse de que esto haya engendrado la metáfora de la psicología de las profundidades. 3 [itálicas mías]

    Freud no insiste en esto tanto como le gustaría a Lacan. Pero éste defiende su versión de Freud pues dice:

     

    Es totalmente por casualidad que hace un rato, antes de venir, encontré una nota que había tomado de «El yo y el ello»: El yo es ante todo una entidad corporal, no sólo una entidad totalmente de superficie, sino una entidad que corresponde a una proyección de una superficie. […] cuando se lee a Freud, -dice Lacan- se lo lee siempre de una cierta manera que llamaré sorda. [itálicas mías]

    Frente a la oposición «superficial/profundo» Lacan apela a otra topología que la de esa especie de huevo con un ojo aplicado que Freud esquematiza en la conferencia «La descomposición de la personalidad psíquica» de 1932-33. 4 En esta topología diferente (en variadas formas, desde la aparentemente simple de la banda de Moebius (figura 2) hasta la botella de Klein) se prescinde de la mencionada oposición: aquí se puede sostener que la profundidad está en la superficie. Tomando la expresión más didáctica, la banda de Moebius permite situar esa oposición como algo a la vez visible pero sólo aparente según la dimensión que se aborde pues no deja de ser cierto que tiene dos lados y dos bordes si se lo considera sincrónicamente, pero un solo lado y un solo borde si se los recorre, o sea, diacrónicamente. Entonces, el primer abordaje es capaz de hacer corresponder a un término del discurso «manifiesto» de un lado, uno «latente» del otro lado sincrónico que lo sustituye metafóricamente (lo que Lacan hará corresponder a la condensación freudiana). Y también, si se lo recorre, en el curso de la cadena significante, entonces se desplaza hasta la producción de una nueva significación… siempre en la superficie.

    Figura 2

    Hemos visto más arriba cual es la posición que Lacan sostiene sobre la cuestión de lo profundo del inconsciente, ese sistema extrachato, como él dice. Habrá de culminar estas consideraciones desde el título mismo de su seminario del año 1977 donde en una redacción endemoniada juega con las transliteraciones para decir que «L’insu que sait del’une-bévue s’aile à mourre» [literalmente: Lo no sabido que sabe de la una metida de pata se ala a morra], legible en otra distribución fonética como «L’insuccès de l’Unbewusste c’est l’amour» [literalmente: el fracaso del Unbewusste -del inconsciente- es el amor] de los que en otra parte produje doce versiones de transcripcion-traducción-transliteración entre francés y castellano. 5

    Aquí solamente comentaré algunos aspectos y lo que está en juego para el psicoanálisis. En el título oficial, «l’insu que sait» se traduce como «lo no sabido que sabe » lo que podría ser entendido como una alusión al saber del inconsciente, no sabido por el yo. ¿Dónde está ese saber? Pues, muy simplemente, en «l’une-bevue«, en la metida de pata típica, el acto fallido de la psicopatología de la vida cotidiana, tal como la que recuerda Freud, retomándola poco antes de morir en su artículo de Londres 6, en 1938:

    Compruebo -dice el presidente de la Cámara de Diputados- la presencia en el recinto de un número suficiente de señores diputados, y por lo tanto declaro cerrada la sesión.

    Hay un saber no sabido en la equivocación, en la metida de pata, acerca del deseo de ese funcionario con relación a que la sesión tenga o no lugar.

    Pero, por otra parte, la transliteración de esos mismos sonidos en otra escritura permite superponer lo no sabido que sabe… con el fracaso del inconsciente [Unbewusste] que se superpone con la «una metida de pata » [une-bévue]. De tan complicada manera, hermética si no se recorre el discurso que está en juego, Lacan habla (escribe) como el inconsciente, es el inconsciente en acto, con sus dispositivos de transformación del discurso destinados a que en la superficie esté oculto pese a que está a la vista el otro discurso, el llamado contenido latente.

    Justamente, la transliteración es junto con la transcripción y la traducción un conjunto de tres operaciones que pueden situarse en el ternario lacaniano real simbólico imaginario y despliegan los recursos del inconsciente tal como los entiende Lacan sin tener que recurrir a la mitología metapsicológica, tal como la llamó Freud. Jean Allouch trabajó este dispositivo en su libro Letra por letra y localiza esas operaciones que permiten observar en la clínica la producción de nuevas significaciones en el despliegue del discurso:

     

    La traducción se caracteriza por promover lo que sería una preeminencia no sólo del sentido sino, más exactamente, del sentido único, del un-sentido. […] La transcripción es esta otra manera de regular lo escrito que toma apoyo no ya sobre el sentido sino sobre el sonido. […] La transliteración es el nombre de esta manera de leer que promueve el psicoanálisis con la preeminencia de lo textual. 7

    Podremos notar la intrincación de estas operaciones y la producción de significaciones en un fragmento de discurso que presentaremos y que nos permitimos transcribir en la medida en que no se trata de una viñeta con finalidades de designación psicopatológica ni de alguna ejemplificación nosográfica, sino de mostrar cómo en la ramificación de la cadena de los significantes del discurso se producen las interpretaciones por los caminos metafóro-metonímicos de esas tres dimensiones.

    «Ella» comenzó su análisis hablando el español de México, luego tuvo una serie de sesiones en francés y más tarde, en momentos privilegiados, pasaba de una lengua a otra, cometiendo «errores» en ambas, formas intermedias en las que dudaba sobre la lengua a la que pertenecían, expresiones que funcionaban como señales que indicaban de un modo exquisito ciertas formaciones del inconsciente. Relata un sueño sostenido, con un halo transferencial notorio, por la presencia del analista quien interviene solamente con su silencio:

     

    «Sueño que un familiar me habla de mi ex-analista. Estoy perseguida por dos mujeres. No las veo, pero se me ocurre que son mi mamá y esa analista [aquí asocia e interpreta acordando un sentido, o sea que traduce]. Luego estoy como encarcelada. Siento angustia. El espacio se hace cada vez más chico. Al fin estoy en un baño chiquito. Logro salir por una hendidura, pero esa mujer viene y me vuelvo a meter en el agujero y me hago chiquitita para que no me agarre ni me toque. Ella mete su mano y me llega a tocar y entonces la muerdo… [ríe] … no sé por qué me da gracia [si ríe es porque algo entendió aquí, o sea que existe una traducción no formulada]. La muerdo y como trozos de… se me ocurre en francés, de pain d’épice. Veo mi cara asomando de un agujero que tiene el mismo contorno de mi cara. Yo miro hacia afuera. Tengo, en el sueño, la asociación con Frida Kahlo con su tocado de tehuana, que le hace aureola y pienso en esa imagen de mi cara en el agujero y se me ocurre, en el sueño, que es como yo era cuando estaba en la panza de mi madre [hay aquí una vasta traducción de una metáfora de parto-nacimiento]. Recuerdo, en el sueño, otro sueño mío que trata de una mujer que va a dar a luz por cesárea, será su quinto hijo .Yo soy la cuarta en mi familia ¿Cuál es el sexo de ese quinto hijo? Pienso que cesárea quiere decir castración [Ella interpreta aquí por traducción] y relaciono «Frida Kahlo-su accidente-invalidez-su cuerpo mutilado-castración» y en ese momento entre dormida y despierta… pienso que de esa prisión me quiero delivrer [liberar, en francés] pero en inglés es delivery[transcribe-translitera] que, pienso, quiere decir «parto» … yo estoy aprisionada en el cuerpo de mi madre y entra un pain d’épice, un pene [transcribe-translitera]… ah, ¡por eso me daba gracia! [el recorrido metonímico la conduce a interpretar con una transliteración metafórica]… ese panqué de especias y almendras, muy francés, que me gustaba tanto en mi infancia.¿Cuál es el sexo del quinto hijo? Ésa es una pregunta sobre mi propio sexo. ¿Por qué no una niña? Yo tengo la sensación de que es como si yo hubiera sido un hombre castrado, esa sensación de castración, de mutilación, esa mano que muerdo, ese pain, suena como pene [traduce, transcribe y translitera] ¿Qué sexo querían mis padres que yo tuviera? Tengo la sensación corporal… de que me gustaría… que cuando yo naciera… (ríe [o sea que oye el chiste que implica su lapsus de conjugación: translitera pues hay un efecto de puntuación en el discurso, y entiende, o sea, traduce tácitamente]… ¡Hablo como si pudiera volver a nacer!… que me gustaría que me recibiera un hombre en sus manos… el contacto de un hombre fuera de la panza de mi madre (pienso en usted)… para que yo pueda decirle esto como necesitando mucho afecto e indulgencia de su parte…» (figura 3)

    Figura 3 – TRANSLITERACIONES

    • Del das Unvewusste de Freud a
    • l’une bévue de Lacan
    • délivrer
    • deliver
    • pain d’épice
    • pene

    Como vemos, la trama del sueño y la de las asociaciones metonímicas y metafóricas muestran en su despliegue superficial las significaciones producidas en el sistema extrachato del inconsciente, el discurso del Otro, como dice Lacan, otro discurso en el mismo discurso explícito, presente en el mismo plano de lo dicho.

    Notas

    1 Sigmund Freud, «Psicoanálisis» (1922), in Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, traducción Etcheverry, tomo XVIII, pp. 247-248.

    2 Sigmund Freud, «¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?» (1918), Obras completas,tomo XVII, p.170; «Psicoanálisis» (1926), Obras completas, tomo XX, pp. 252-253; «Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis» (1938), Obras completas, tomo XXIII, p.284.

    3 Jacques Lacan, L’identification, seminario inédito, sesión del 24 de enero de 1972, establecimiento y traducción míos.

    4 Sigmund Freud, «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis» (1932-33), Obras completas, tomo XXII, p. 73.

    5 L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre
    L’insuccès de l’Unbewusste c’est l’amour
    Lo no sabido que sabe de una metida de pata se ala a morra
    El fracaso del inconsciente es el amor
    El frac, as o delinco, siéntese el amor
    El no éxito del inconsciente es el amor
    Él no hesitó: delinco, siéntese el amor
    Él no, exit o delinco, siéntese el amor
    El no exito de una equivocación es el amor
    Él no es hito de una equis vocación: es el amor
    El no saber sabe una equis vocación: es el amor
    Él no osa ver, sabe una equis vocación: es el amor

    En esa ocasión he expresado mis conclusiones de esta exploración de los procedimientos mencionados: «Lo que advertimos en definitiva y que hace tan difícil esta traducción del título del seminario al español en cuanto debe responder a la letra y al sentido doctrinal es que en el texto de Lacan en francés el sentido no está en una sino en las dos expresiones transliteradas en las que se distribuyen los elementos que vehiculizan ese sentido. En la escrita «abiertamente»: 1) lo no sabido que sabe [l’insu que sait]; y 2) la metida de pata [l’une-bévue], equivocación; y en la otra «latente»: 1) el fracaso [l’insuccès], 2) el Unbewusste-inconsciente y … 3) el amor [l’amour]. Sí, el amor en efecto, porque si como dice Lacan «no hay relación sexual», el amor es ese fracaso imaginario del inconsciente en que se da lo que no se tiene a quien no lo es (se trata de la dimensión fálica). La vida misma de cada humano puede verse como el recorrido de las realizaciones más o menos fallidas de ese fracaso.

    6 Sigmund Freud, «Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis» (1938), Obras completas, tomo XXIII, p. 286.

    7 Jean Allouch, Letra por letra, Buenos Aires, Edelp, Traducción M., N. y S. Pasternac, 1993, pp. 68-69.

  • De la pulsión sexual a la pulsión de vida (Eros) en la obra de Freud

    De la pulsión sexual a la pulsión de vida (Eros) en la obra de Freud

    Juan Vives Rocabert

    Junto con el concepto del inconsciente y la teoría del conflicto psíquico, la doctrina de las pulsiones tiene una trascendencia nuclear dentro de la metapsicología. De ahí la importancia de su sistematización, ya que su teorización pasa por tres momentos bien definidos dentro de la obra freudiana, cambios en los que se opera una transformación radical no sólo del concepto mismo de pulsión, sino que estos cambios conmueven radicalmente los postulados de la propia teoría metapsicológica. Hablamos de tres momentos ya que consideramos que entre la primera (pulsiones sexuales y pulsiones del yo) y la segunda doctrina (pulsiones de vida y pulsiones de muerte), las modificaciones introducidas en su estudio sobre el narcisismo (libido yoica y libido objetal) se corresponden con aspectos teóricos que van más allá de la descripción de las distintas depositaciones de la libido. Como veremos, el que la libido catectice al yo o los objetos es el primer cuestionamiento acerca del destino de descarga postulado por el punto de vista económico de la metapsicología –observaciones adelantadas, es verdad, desde mucho antes (El Proyecto… y La interpretación de los sueños), donde ya se concibe al deseo como investidura libidinal de la representación psíquica de la experiencia de satisfacción.

    Asumimos al término pulsión como una buena aproximación al vocablo alemán Trieb, que ha sido traducido al castellano indistintamente por instinto, pulsión, pulsión instintiva e impulso instintivo, y al inglés como drive, instinct y urge en la Standard Edition de J. Strachey. Aunque Freud usó tanto Trieb como Instinkt, el segundo término fue escasamente empleado o estuvo referido a comportamientos fijos y heredados.

    Una de las características centrales del psicoanálisis es que nos ofrece una teoría de las pulsiones como explicación de la actividad psíquica y como fuerza estructuradora del aparato psíquico. Sin pulsión nos quedaríamos sin el elemento energético para explicar tanto el funcionamiento mental como la vida misma, por lo tanto es un concepto en el que se sostiene la metapsicología. Son los impulsos instintivos en interjuego dialéctico constante con los objetos, los que van formando el aparato mental del sujeto.

    Definición de pulsión

    Si atendemos a la definición ofrecida por Laplanche y Pontalis entendemos a la pulsión como un «proceso dinámico consistente en un impulso (carga energética, factor de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin. Según Freud, una pulsión tiene su origen en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin»2.

    Desarrollo del concepto de pulsión en Freud

    A pesar de que Laplanche y Pontalis mencionan que el término pulsión no aparece en la obra de Freud antes de 1905, y emerge un tanto tardíamente en los Tres ensayos… de ese año, el hecho es que encontramos el uso de este concepto a partir de 1894 en las cartas y Manuscritos que Freud anexaba en sus cartas a Fliess, en el Proyecto… de 1895 y en La interpretación de los sueños de 1900.

    Concretamente, la primera mención aparece en el Manuscrito G, dedicado a la melancolía; aunque los precursores del término aparecen en distintos lugares de la correspondencia, donde se hace referencia a los «afectos sexuales» y a las «excitaciones endógenas».

    De esta manera nos encontramos con la carta del 21 de mayo de 1894 en la que aparece un Freud entusiasmado por tener la sensación «de haber tocado uno de los grandes misterios de la Naturaleza»3, es decir, por haber atisbado sobre la etiología de las neurosis y su relación con los llamados «afectos sexuales». En estos momentos puede reconocer tres mecanismos: «1) la transformación del afecto (histeria de conversión); 2) el desplazamiento del afecto (ideas obsesivas); 3) el trueque de los afectos (neurosis de angustia y melancolía). En todos estos casos sería la excitación sexual la que experimenta tales transmutaciones» 4. Es claro que Freud concibe a las neurosis como derivadas etiológicamente de una desafortunada vicisitud de los «afectos sexuales». Un poco más adelante, en este mismo escrito, nos aclara que «el término ‘afecto sexual’ debe comprenderse, naturalmente, en su sentido más amplio, como una excitación de cantidad definida» 5.

    El Manuscrito D6, probablemente un anexo de la carta anterior, nos muestra una clasificación de las neurosis y un esbozo teórico sobre su etiología, donde se hace mención tanto de una «teoría de la constancia», como de una «teoría de la sustancia sexual».

    Muy poco tiempo después, en el Manuscrito E que versa sobre la angustia, aborda directamente el problema de las neurosis como resultado de un incremento de las «excitaciones endógenas» –término que utilizará posteriormente en el Proyecto… y que desemboca en el concepto de pulsión- «cuya fuente reside en el propio cuerpo (hambre, sed, instinto sexual)»7. En este documento distingue, además, entre tensión endógena física y tensión endógena psíquica, con lo que establece por un lado el territorio de las neurosis actuales, derivadas de la acumulación de la primera (como es el caso de la neurosis de angustia), y por el otro el área de las psiconeurosis -aunque en este momento el cuadro clínico mencionado es el de la melancolía, producida por un gran incremento en el anhelo de amor, que ha quedado insatisfecho. Otro aspecto fundamental apenas iniciado en este Manuscrito E se refiere al hecho de que «la tensión endógena puede crecer en forma continua o discontinua», pero tanto en uno como en el otro caso, solo puede ser percibida, es decir, llegar a la conciencia, una vez ha alcanzado cierto umbral, o sea, cierta acumulación cuantitativa. «Sólo por encima de dicho umbral es elaborada psíquicamente y entra en relación con determinados grupos de ideas, que organizan entonces la reacción específica. En otros términos: una vez que ha alcanzado cierta magnitud, la tensión sexual física despierta la libido psíquica, que desde allí conduce al coito, etc.»8 Se trata, entonces, de una de las primeras descripciones de la pulsión –aún bajo la denominación de «excitación endógena»- como límite entre lo físico y lo psíquico, y de que dicha fuerza es el motor del psiquismo y de toda posibilidad de acción futura.

    Incidentalmente mencionaremos también que en este manuscrito aparece el problema de la tensión física acumulada que no puede formar «afectos sexuales» por existir una insuficiencia en las funciones psíquicas y, consecuentemente, no poder ser «ligada » psíquicamente, dando lugar a la angustia. Aunque Freud relaciona este estado de cosas con la neurosis de angustia, de hecho está rozando el fundamental problema de los padecimientos llamados psicosomáticos, caracterizados, justamente, por esa incapacidad del aparato mental de dar una forma simbólica –psíquica- a ciertos contenidos afectivos, es decir, a determinados derivados pulsionales.

    En el Manuscrito G es interesante hacer notar que Freud comienza a hablar ya directamente de la pulsión en un área que, justamente, está referida a un tipo de cuadro clínico –la melancolía- que se caracteriza por una depleción o carencia pulsional. De hecho, Freud se refiere a este cuadro diciendo que «en la melancolía probablemente se trate de alguna perdida: una perdida en la vida instintiva del propio sujeto.» 9 Lamentablemente, la muy cuestionable traducción al castellano de José Luis Etcheverry – quien cada vez traduce peor- nos habla primero de «una pérdida, producida dentro de la vida pulsional» 10 en su versión de las Obras completas, y luego se rectifica a sí mismo para ofrecérnoslo como «una pérdida en la vida querencial» 11 en su traducción a las Cartas a Wilhelm Fliess; esta última versión no hace justicia al término Triebleben que puede entenderse mejor y con ventaja como «vida instintiva» –como lo hace López Ballesteros. Por su parte, Strachey lo traduce como «a loss in instinctual life» 12, texto que se repite en forma idéntica en la traducción que J.M. Masson hizo más adelante a la versión completa de la correspondencia Freud-Fliess. 13

    Dado que la melancolía está provocada por una pérdida de la vida pulsional, no nos extraña que con frecuencia se manifieste clínicamente como una anestesia y que, dado que se trata de una pérdida, el afecto dominante en este tipo de cuadros sea el de duelo. «La melancolía consistiría en el duelo por la pérdida de la libido«.14 Más adelante, al escribir los Tres ensayos…, Freud plasmará la definición de «libido» como la energía psíquica específica de las pulsiones sexuales. Cuando esta energía psíquica cesa o falta, el sujeto se deprime, cae en un cuadro melancólico y puede terminar suicidándose; en otras palabras, desde este primer escrito, la pulsión está caracterizada por aquello que energiza al psiquismo, lo que le mueve y motiva, como algo sin lo cual la vida deja de tener sentido y valor.

    Otro aspecto conectado con el anterior es la relación de la pérdida de la vida pulsional y la aparición de dolor. En este Manuscrito G, Freud establece que la melancolía ocurre gracias a una «inhibición psíquica con empobrecimiento instintual, y el dolor consiguiente«. 15 Etcheverry traduce este texto como una «inhibición psíquica con empobrecimiento [pulsional 16] querencial y dolor por ello«. 17

    Más adelante Freud nos explica, en una terminología muy cercana a la del Proyecto…, que cuando un «grupo sexual psíquico sufre una pérdida muy considerable en la magnitud de su excitación, ello lleve a una especie de invaginación en lo psíquico [una contracción en lo psíquico, traduce Etcheverry18] que ejercerá un efecto de succión sobre las magnitudes de excitación vecinas.» 19

    Es casi inevitable no remitirnos a pensar en la semejanza entre lo mencionado por Freud y algunos conceptos de la física moderna, ya que lo descrito en este Manuscrito G es un auténtico «agujero negro» de lo psíquico. Las neuronas asociadas –dice Freud- se ven precisadas a ceder su excitación, lo cual produce dolor. Y agrega que «la disolución de asociaciones siempre es dolorosa. Como si fuera por hemorragia interna, prodúcese un empobrecimiento del caudal de excitación –es decir, de la reserva libre- que se hace sentir en los demás instintos [otras querencias, dice Etcheverry] y funciones. Este proceso de invaginación tiene acción inhibidora y actúa como una herida, de manera análoga al dolor (véase la teoría del dolor físico [en el Proyecto…])». 20

    Un poco más delante de este mismo Manuscrito G, Freud nos deja saber que encuentra semejanzas entre este proceso y la neurastenia donde «se produce un empobrecimiento muy análogo, debido a que la excitación se derrama [escurre], en cierto modo, como por un orificio, pero es este caso es derramada la tensión sexual somática, mientras que en la melancolía el drenaje se produce en lo psíquico». 21

    Como podemos ver hay en lo anterior al menos tres puntos a destacar: a) la existencia de una energía –la libido- de la pulsión sexual; b) esta energía se explica en su comportamiento dinámico siguiendo un modelo hidráulico; y c) se establecen algunas de las vicisitudes de esta energía, tratada conceptualmente como si de un fluido se tratase: vicisitudes hidráulicas que en el caso de la melancolía transitan por lo psíquico, mientras que en la neurastenia lo hacen en el terreno de lo físico.

    Pensamos que Freud no podía sustraerse ni permanecer ajeno a las fantasías de su tiempo, mitos populares que ponían en las sustancias sexuales –en el semen, concretamente- la fuerza vital que en el caso de ser desperdiciada por la masturbación «excesiva», debilita al sujeto que, de esta suerte, queda empobrecido y debilitado. Lo mismo seguirá impregnando el pensamiento de Freud aún en épocas tan avanzadas de sus desarrollos psicoanalíticos como en Introducción al narcisismo de 1914, cuando describe el drenaje de libido que ocurre cuando ésta catectiza a un objeto externo, con el empobrecimiento yoico consecutivo; en contraposición con lo que ocurre cuando la libido –narcisista- catectiza al propio Yo. La clínica cotidiana, sin embargo, nos ofrece una y otra vez, ejemplos de lo contrario, pues la capacidad de amar y de dar es lo que provoca la mayor sensación de riqueza interna en los sujetos, mientras que la imposibilidad de dar y de amar hacen que el sujeto se viva vacío y empobrecido, por lo que con frecuencia es un estado que da pie al sentimiento de envidia.

    Pero siguiendo con las metáforas hidráulicas de Freud en su tratamiento del concepto de pulsión y de libido (como fuerza específica de la pulsión sexual), entendemos que los conceptos de «orifico o agujero» por el que se «derrama o escurre» la sustancia libidinal, como si de un líquido se tratara, enfatizan una metáfora que luego tendrá que ser corregida o tamizada –cuando elabore la segunda tópica y la segunda doctrina de las pulsiones. El que un concepto energético como la libido sea tratado originalmente desde una metáfora que tiene que ver con el territorio conceptual de lo fluido, lo hidráulico, nos remite al concepto del liquido seminal que es en donde se apoya esa abstracción teórica denominada libido –término para designar la energía de la pulsión sexual.

    Resulta lógico que Freud redactara su tan controvertido Proyecto de una psicología para neurólogos, anclado conceptualmente en una pretensión positivista de fundar la comprensión del aparato mental en términos neurofisiológicos. Con términos casi idénticos a los que ya habíamos visto en algunos manuscritos y cartas anteriores, Freud se refiere a los » estímulos endógenos», también necesitados de ser descargados. Estos «se originan en las células del organismo y dan lugar a las grandes necesidades: hambre, respiración, sexualidad. El organismo no puede sustraérseles, como lo hace frente a los estímulos exteriores 22» y sólo pueden cesar bajo las condiciones de una «acción específica». Estos «estímulos endógenos» constituyen la fuerza que provoca ese apremio de la vida al que se encuentra sometido el individuo, como se desprende de lo escrito en relación a las barreras de contacto que son más altas en el sistema de las neuronas psi que las barreras de las vías endógenas de conducción, por lo que hay un incremento constante de la cantidad que se almacena. «Desde el momento en que la vía de conducción alcanza su nivel de saturación, dicha acumulación no tiene límite alguno. Aquí, psi se encuentra a merced de la cantidad, y de tal modo surge en el interior del sistema el impulso que sustenta toda actividad psíquica. Conocemos en esta fuerza de la voluntad, el derivado de los instintos [Trieb, en el original alemán] «. 23 Pero, ¿cuál es la naturaleza de estas «excitaciones endógenas» que parten de las células del organismo? No hay duda –nos dice Freud- de que se trata de que «los estímulos endógenos estarían constituidos en ambos casos por productos químicos cuyo número y variedad bien puede ser considerable» 24. James Strachey nos recuerda que Freud persiguió durante toda su vida la posibilidad de encontrar una posible fundamentación química de su teoría de las pulsiones, particularmente en lo tocante a las pulsiones sexuales. De hecho, existen claras referencias al tema en el Manuscrito D y en la famosa carta 52 del 6 de diciembre de 1896 25.

    De cualquier manera, conviene recordar cuando abordemos el problema de la pulsión de muerte que los conceptos de «Q endógena» y de «estímulos endógenos» del Proyecto… son claros precursores del ulterior concepto de pulsión y están referidos a un origen corporal, biológico, que al ingresar al psiquismo lo hace a través de su representante-representación.

    En La interpretación de los sueños de 1900 hay una sola breve mención referida a la vida pulsional. En el capítulo VI consagrado a la «elaboración onírica», al referirse a la representación simbólica de los sueños donde Freud nos ofrece nuevos ejemplos de sueños típicos, en un apartado nos advierte que «ningún instinto [pulsión] ha tenido que soportar, desde la infancia, tantas represiones como el instinto sexual [la pulsión sexual] en todos sus numerosos componentes, y de ningún otro perduran tantos y tan intensos deseos inconscientes, que actúan luego durante el estado de reposo provocando sueños» 26. Casi inmediatamente después de esta cita, reconoce que muchos sueños son bisexuales y gratifican tendencias homosexuales latentes del soñante. Esta observación es importante porque ratifica el hecho de que, para Freud, la pulsión sexual está formada por «numerosos componentes» –lo que más tarde denominará pulsiones parciales.

    Primera teoría pulsional.

    La introducción «oficial» del concepto de pulsión aparece en 1905, en los Tres ensayos para una teoría sexual. En este trabajo encontramos la primera definición formalizada de pulsión como concepto límite entre lo biológico y lo psíquico: «Bajo el concepto de ‘instinto’ [pulsión] no comprendemos primero más que la representación psíquica [la agencia representante, traduce Etcheverry 27] de una fuente de excitación, continuamente corriente o intrasomática, a diferencia del ‘estímulo’ producido por excitaciones aisladas procedentes del exterior. Instinto [pulsión] es, pues, uno de los conceptos límites entre lo psíquico y lo físico» 28, para agregar más adelante que «lo que diferencia a los instintos [pulsiones] unos de otros y les da sus cualidades específicas es su relación con las fuentes somáticas y sus fines. La fuente del instinto [de la pulsión] es un proceso excitante en un órgano, y su fin más próximo está en hacer cesar la excitación de dicho órgano».29 Estos instintos o pulsiones –dice Freud- tienen una raíz innata, aunque pueden sufrir vicisitudes que las dirijan hacia manifestaciones perversas, hacia una neurosis o hacia la normalidad.

    Hay que puntualizar, sin embargo, como lo hace Green, que cuando Freud habla de la pulsión como de un concepto límite entre lo biológico y lo psíquico, se refiere a que «es el concepto lo que está en el límite, no la pulsión» 30; lo cual vuelve a abrir el debate sobre el sitio de la pulsión en la teoría psicoanalítica. Así, el «concepto límite» deberá de entenderse como una construcción teórica que intenta dar cuenta del sitio en el que se realiza la traducción que hace posible que tengamos advertencia psíquica de algunos de los estímulos endógenos: los que tienen que ver con las grandes necesidades corporales.

    Freud establece que, provisionalmente, una doctrina de los instintos (o pulsiones) «es la de que los órganos del cuerpo emanan excitaciones de dos clases, fundadas en diferencias de naturaleza química. Una de estas clases de excitación la designaremos como específicamente sexual, y el órgano correspondiente como ‘zona erógena’ del instinto parcial de ella emanado» 31. Este tipo de hipótesis provisionales nunca satisfizo del todo a Freud, dado que aún en épocas tan avanzadas como 1924, agregó un nota a sus Tres ensayos… en la que hacía ver su insatisfacción con este tipo de construcciones teóricas, cuando mencionaba que, «la teoría de los instintos es la parte más importante de la teoría psicoanalítica, pero también la más incompleta «32.

    En la época en la que escribió los Tres ensayos… una de las concepciones teóricas que le había llamado la atención fue la de Moll, quien en 1898 había mencionado que podríamos descomponer a la pulsión sexual en dos tendencias: «el instinto de contrectación e instinto de detumescencia» 33, el primero provocando la búsqueda del objeto y el segundo favoreciendo la descarga de la pulsión. Es posible que el nunca resuelto a satisfacción problema del placer preliminar, al que Freud dedica importantes párrafos en esta obra, tenga que ver con este tipo de antecedente teórico. Placer previo y placer final son términos freudianos que podemos entender como íntimamente conectados conceptualmente con las ideas previas de Moll.

    En este trabajo pionero, Freud parte del hecho de que para explicar la sexualidad tanto humana como animal, hay que postular la existencia de un «instinto [o pulsión] sexual». A la manifestación de esta necesidad fisiológica la designará con el término de libido. Desde el mero inicio de sus explicaciones, Freud nos da a conocer dos de las características distintivas de dicha libido: «la persona de la cual parte la atracción sexual la denominaremos objeto sexual, y el acto hacia el cual impulsa el instinto [la pulsión]: fin sexual» 34. En un agregado de 1910, Freud nos recuerda que «la máxima diferencia entre la vida erótica del mundo antiguo y la nuestra está, quizá, en que para los antiguos lo importante era el instinto mismo y no, como para nosotros, el objeto» 35.

    Una de las características de dichas pulsiones es que pertenecen a un tipo de fuerzas que, aún en condiciones normales, son difícilmente dominadas por las actividades anímicas más elevadas, entre otras cosas porque Freud deja establecida la idea de que la agresión, la crueldad y la «pulsión de apoderamiento», son una parte constitutiva de las pulsiones sexuales: «este elemento agresivo, mezclado al instinto sexual, constituye un resto de los placeres caníbales; esto es, una participación del aparato de aprehensión [aparato de apoderamiento, dice Etcheverry, p. 144] puesto al servicio de la satisfacción de la otra gran necesidad, más antigua ontogénicamente» 36.

    Por otra parte, Freud nos advierte que «el instinto [la pulsión] sexual no es, quizá, algo simple, sino compuesto, y cuyos componentes vuelven a separarse unos de otros en la perversiones» 37; en otras palabras, la llamada pulsión sexual es múltiple en su origen, aunque tiende a integrarse al servicio de la genitalidad y la reproducción, pero es susceptible de subdividirse en sus componentes en caso de regresión libidinal y descomponerse en sus múltiples pulsiones parciales originales. Deberemos de regresar a esto cuando veamos si la pulsión de muerte (tratada por Freud en ocasiones usando el plural, tanto al hablar de pulsiones de muerte como de pulsiones agresivas y/o destructivas, sobretodo en sus escritos posteriores a El Yo y el Ello) es una pulsión antagónica del Eros, tal como fue formulado originalmente por Freud, o se trata de una forma de pulsión sexual de muerte, como ha postulado recientemente Laplanche 38.

    Freud nunca deja de tener presente el factor constitucional al hablar de las pulsiones; de hecho nos advierte que en cuadros clínicos como la histeria, estamos en presencia de un «poderoso desarrollo del instinto sexual» 39 [«un despliegue hiperpotente de la pulsión sexual», traduce Etcheverry, p. 150]. En función de tomar este factor constitucional en toda su significación, es el primer investigador de la sexualidad que sitúa a dichas pulsiones como operando desde la infancia –y no a partir de sus manifestaciones en la pubertad, como era comúnmente aceptado en el ambiente médico de su época. A partir de estos inicios, puede asumir que «la actividad sexual se apoya primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación de la vida, pero luego se hace independiente de ella» 40. Más adelante, al hablar de la zona oral, precisa las siguientes peculiaridades: «En el acto de la succión productora de placer hemos podido observar los tres caracteres esenciales de una manifestación sexual infantil. Esta se origina apoyada en alguna de las funciones fisiológicas de más importancia vital, no conoce ningún objeto sexual, es autoerótica, y su fin sexual se halla bajo el dominio de una zona erógena«41. En forma semejante a lo ocurrido con la etapa oral, las funciones fisiológicas correspondientes a la zona anal ofrecen un apuntalamiento para el desarrollo de la libido anal.

    Como puede advertirse a lo largo de su obra, Freud nunca excluyó la importancia del objeto externo en el desarrollo infantil en general y de la libido en particular. En este sentido, fue muy claro al postular que «debemos reconocer que la vida sexual infantil entraña también, por grande que sea el predominio de las zonas erógenas, tendencias orientadas hacia un objeto sexual exterior. A este orden pertenecen los instintos de contemplación, exhibición y crueldad, que más tarde se enlazarán estrechamente a la vida genital» 42.

    En relación a los orígenes de la pulsión sexual, Freud menciona que «la excitación sexual se origina: a) Como formación consecutiva a una satisfacción experimentada en conexión con otros procesos orgánicos. b) Por un apropiado estímulo periférico de las zonas erógenas. c) Como manifestación de ciertos instintos cuyo origen no nos es totalmente conocido, tales como el instinto de contemplación y el de crueldad» 43. En relación de dichas fuentes de excitación sexual, Freud no deja de advertir que un factor decisivo es «la calidad de la excitación, aunque el elemento intensidad (en el dolor) no sea por completo indiferente» 44.

    Posteriormente, en un pequeño trabajo dedicado al Concepto psicoanalítico de las perturbaciones psicógenas de la visión, de 1910, Freud constituye una nueva distinción cuando nos advierte de «la innegable oposición entre los instintos puestos al servicio de la sexualidad y de la consecución del placer sexual y aquellos otros cuyo fin es la conservación del individuo o instintos del yo» 45. A partir de este momento, la (primera) teoría de la pulsiones advierte la existencia de dos tipos de pulsiones: las sexuales y las yoicas.

    En 1911, en la tercera sección del caso Schreber, Freud da formalidad conceptual a lo que será su primera teoría de los instintos (o doctrina de las pulsiones). «Consideramos el instinto [la pulsión, traduce Etcheverry 46] como el concepto límite de lo somático frente a lo anímico; vemos en él el representante psíquico de poderes orgánicos y admitimos la distinción corriente entre instintos del yo [pulsiones yoicas] e instinto sexual [pulsión sexual], que nos parece coincidir con la dualidad biológica del individuo, el cual tiende a su propia conservación tanto como a la de la especie». 47 Esta dualidad es, sin embargo, cuestionada muy poco tiempo después, en su Introducción al narcisismo de 1914, donde Freud advierte que las pulsiones del Yo cuentan, para su desempeño, con la misma energía –la libido- que se emplea para la preservación de la especie. Esta energía, que puede manifestarse como libido narcisista o como libido objetal, proviene de la pulsión sexual. Estas energías psíquicas «en un principio se encuentran estrechamente unidas, sin que nuestro análisis pueda aún diferenciarla, y que sólo la carga [investidura] de objetos hace posible distinguir una energía sexual, la libido, de una energía de los instintos del yo» 48 [«de las pulsiones yoicas», dice Etcheverry 49]. En esta obra, Freud nos advierte que pese a que «siempre procuro mantener apartado de la Psicología todo pensamiento de otro orden, incluso el biológico, he de confesar ahora que la hipótesis de separar los instintos del yo de los instintos sexuales [«unas pulsiones sexuales y yoicas separadas»], o sea la teoría de la libido, no tiene sino una mínima base psicológica y se apoya más bien en fundamento biológico». 50 Más adelante, con el fin de explicar la comunidad libidinal entre las pulsiones yóicas y las sexuales, Freud aclara que «los instintos sexuales se apoyan [«las pulsiones sexuales se apuntalan», en Etcheverry] al principio en la satisfacción de los instintos del yo [«pulsiones yóicas»], y sólo ulteriormente se hacen independientes de estos últimos». 51 Es interesante advertir dos elementos que pronto entrarán al campo psicoanalítico cobrando cada vez mayor importancia: en primer término, desde este escrito Freud empieza a tomar a la biología como apoyatura para sustentar sus puntos de vista; en segundo lugar, la libido tiene una función que difiere radicalmente de lo que hasta este momento habíamos visto: ahora es la fuerza que cohesiona al Yo y la fuerza que nos vincula –nos liga- con los objetos del mundo externo con los que nos relacionamos libidinalmente. Como podemos ver, el acercamiento a la biología era, desde nuestro punto de vista, inevitable ya que Freud, desde sus primeras formulaciones, está haciendo referencia a un concepto –el de libido- que deriva de la instrumentación de un constructo teórico –la doctrina de las pulsiones- para dar cuenta de la energía con la que el aparato psíquico opera –lo que, por otra parte, no tiene nada de extraordinario en un hombre como Freud educado en una escuela de pensamiento en la que no tienen cabida nociones «metafísicas» como la de «alma» o «espíritu» (base de la disociación cuerpo/alma vigente en la ciencia desde la desafortunada influencia de Descartes 52 quien, pese a ello es el que inicia el discurso de la modernidad). La parte mecanicista de la educación de Freud hacía impensable no recurrir a un concepto de energía como medio para explicar el funcionamiento de la «maquinaria humana», por lo tanto, esta debe de originarse en el intercambio de los organismos vivos con su medio ambiente; es decir, se trata de un concepto que sólo puede encontrar su explicación en el campo de lo biológico. La alternativa potencial era encontrar la fuente de la energía en el psiquismo mismo, es decir, recurrir a una explicación que, de una manera u otra, remite a la vieja noción de alma –baluarte central de las doctrinas de carácter religioso (como veremos más adelante, la necesidad de apoyatura en la biología se verá acrecentada cuando, en ese tercer momento de su reflexión, postule su segunda teoría pulsional enMás allá…).

    Finalmente, en Los instintos y sus destinos, de 1915, Freud organiza de manera más sistemática esta primer doctrina de las pulsiones y las vicisitudes por las que dichas fuerzas son susceptibles de organizarse y las etapas por las que atraviesan. En este trabajo aparece una definición más acabada del concepto de pulsión: «Si consideramos la vida anímica desde el punto de vista biológico, se nos muestra el ‘instinto’ [la pulsión] como un concepto límite entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos procedentes del interior del cuerpo, que arriban al alma, y como una magnitud de la exigencia de trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de su conexión con lo somático» 53 [«de su trabazón con lo corporal», traduce Etcheverry 54].

    Como conclusión podemos ver que la teoría de la libido, como construcción energética que da cuenta de la fuerza de las pulsiones sexuales, está fuertemente anclada conceptualmente en un origen biológico; de ahí su definición como concepto límite: es algo que originándose en el cuerpo y habiendo alcanzado cierto umbral, ingresa al psiquismo y es representado en el. Cuando hablemos de pulsión de muerte, será importante recordar estos conceptos definitorios con el fin de saber si este último concepto, así como el de Eros o pulsión de vida pertenecientes a la segunda teoría pulsional, corresponden a la definición de pulsión –o si tendremos que entender que la nueva dualidad Eros/pulsión de muerte corresponden a una construcción teórica distinta de la que Freud había sostenido anteriormente y, por lo tanto, diferente conceptualmente de su teoría pulsional.

    Aquí hemos analizado el concepto de pulsión y su evolución en la obra freudiana hasta antes de la gran revolución contenida en la segunda teoría pulsional vertida en Más allá del principio de placer de 1920 que estableció una nueva distinción: en vez de pulsiones sexuales y pulsiones del Yo, comenzará a referirse a la diferencia entre las pulsiones de vida o Eros y las pulsiones de muerte.

    Segunda teoría pulsional.

    Antes que nada tenemos que advertir que, pese a postular una nueva concepción de la doctrina de las pulsiones, no por ello deja Freud de seguir hablando de la pulsión desde una gran multiplicidad de denominaciones. Por ejemplo, después de haber publicado su Más allá… y su segunda postulación teórica en la que habla de pulsión de vida –o Eros- y pulsión de muerte, no por ello Freud deja de referirse a las denominaciones anteriores –como ocurre con muchos otros conceptos a lo largo de su obra- y sigue hablando de las pulsiones de autoconservación, y aún cita a la pulsión de nutrición, la pulsión de poder, la pulsión de ser reconocido, la pulsión gregaria o pulsión social, las pulsiones sexuales, las pulsiones del Yo y, finalmente, a las pulsiones parciales. En este sentido es interesante que en Más allá del principio de placer de 1920, las exigencias del principio del placer, prototípicas del proceso primario, «bajo el influjo del instinto de conservación [de las pulsiones de autoconservación, traduce Etcheverry] delyo queda sustituido el principio del placer por el principio de realidad, que, sin abandonar el propósito de una final consecusión de placer, exige y logra el aplazamiento de la satisfacción y el renunciamiento a algunas de las posibilidades de alcanzarla, y nos fuerza a aceptar pacientemente el displacer durante el largo rodeo necesario para llegar al placer». 55

    Más adelante, especifica que una de las características centrales de la pulsión es su naturaleza conservadora. Concretamente define que «si todos los instintos orgánicos [pulsiones orgánicas] son conservadores e históricamente adquiridos, y tienden a una regresión o a una reconstrucción de lo pasado, debemos atribuir todos los éxitos de la evolución orgánica a influencias exteriores» 56, por lo que la repetición –dice Freud- sería la manifestación de esta tendencia conservadora; lo cual incluye, en primer término, la conservación de la vida y su repetición, es decir, la reproducción de la misma en vástagos idénticos a sus padres (obviamente, estamos hablando en términos de los caracteres de la especie). Pero al mismo tiempo, y un tanto paradójicamente, también deriva de esta naturaleza conservadora, esta tendencia a regresar a lo anterior, a lo inorgánico. De ahí que Freud diga que «la meta de toda vida es la muerte«. 57 Él mismo advierte la contradicción cuando señala que «el instinto de conservación [el estatuto de las pulsiones de autoconservación], que reconocemos en todo ser viviente, se halla en curiosa contradicción con la hipótesis de que la total vida instintiva [la vida pulsional] sirve para llevar al ser viviente hacia la muerte. La importancia teórica de los instintos de conservación y poder [pulsiones de autoconservación, de poder y de ser reconocido] se hace más pequeña vista a esta luz; son instintos parciales [pulsiones parciales], destinados a asegurar al organismo su peculiar camino hacia la muerte…». 58

    Cuando en una etapa intermedia de sus formulaciones teóricas estableció la distinción entre pulsiones sexuales, dirigidas a los objetos, y pulsiones yóicas, entre las cuales se hallabas las dedicadas a la conservación del individuo, nos advirtió, en esta nueva hipótesis, que las segundas eran también de naturaleza sexual, pero con una libido dirigida hacia el propio Yo. «Estos descubrimientos demostraron –concluye Freud- la insuficiencia de la dualidad primitiva de instintos del yo e instintos sexuales [pulsiones yoicas y pulsiones sexuales]. Una parte de los instintos del yo quedaba reconocida como libidinosa» 59; lo cual, por cierto, no invalidaba aquella fórmula que indicaba que las psiconeurosis derivaban de conflictos entre las pulsiones yóicas y las pulsiones sexuales. A partir de este momento, Freud comienza a reconocer «en el instinto sexual el ‘eros’ que todo lo conserva». 60

    Es claro que la postulación de la segunda teoría pulsional derivada de la constatación de la naturaleza libidinal de las pulsiones yóicas implicaba para Freud, en un primero momento, la posibilidad de asumir una postura monista y, de esta forma, coincidir con el punto de vista esgrimido por Jung muchos años antes y con quien había polemizado acremente. Sin embargo, es en esta primera fase cuando, en un momento aún preñado de confusiones conceptuales, establece una nueva dualidad y reivindica un nuevo dualismo, estableciendo «una decidida separación entre los instintos del yo o instintos de muerte [pulsiones yoicas = pulsiones de muerte ], e instintos sexuales o instintos de vida [pulsiones sexuales = pulsiones de vida]. Nos hallamos dispuestos a contar entre los instintos [pulsiones] de muerte a los supuestos instintos de conservación [pulsiones de autoconservación], cosa que después rectificamos». 61 De hecho, a partir de este momento Freud incluye, por un lado, a las pulsiones sexuales y las pulsiones yóicas entre las pulsiones de vida, mientras que, por el otro, establece la presencia de las pulsiones de muerte. De alguna manera intuye que en el Yo probablemente actúan otras pulsiones, además de las pulsiones libidinales del Yo, mezclados o enlazadas de un modo especial con otras pulsiones aún desconocidas.

    Esta segunda concepción pulsional obliga, también, a pensar de manera distinta la teoría del sadismo, ya que ahora le resulta difícil hacerlo derivar del Eros, conservador de la vida –como antes derivaba de la pulsión sexual. En vez de esto, era lógico que el sadismo –a veces también llamado «instinto sádico [pulsión sádica]»- fuese el resultado de la acción de la pulsión de muerte.

    Inmediatamente después, al retomar el tema de las pulsiones sexuales conservadoras de la vida, aborda el tema de los protozoarios y la observación de que la unión –»la fusión de dos individuos»- produce en ellos una suerte de rejuvenecimiento y de vigorización sobre ambos participantes luego de su separación. Unión, como pulsión de vida, y separación, como pulsión de muerte, pueden ser metáforas que resultan útiles a Freud en sus ulteriores argumentaciones.

    Al comentar su viraje teórico, Freud aclara que «con el establecimiento de la libido narcisista y la extensión del concepto de la libido a la célula aislada se convirtió nuestro instinto sexual [la pulsión sexual] en el ‘Eros’, que intenta aproximar y manten er reunidas las partes de la sustancia animada, y los llamados generalmente instintos sexuales [pulsiones sexuales] aparecieron como la parte de este ‘Eros’ dirigida hacia el objeto. La especulación hace actuar al ‘Eros’ desde el principio mismo de la vida, como ‘instinto de vida’ [pulsión de vida], opuesto al ‘instinto de muerte’ [pulsión de muerte] surgido por la animación de lo inorgánico». 62 Este es el momento es que con mayor claridad puede advertirse el cambio conceptual fundamental en las hipótesis de Freud en relación a la teoría de las pulsiones. Anteriormente, en su primera formulación las pulsiones sexuales tenían como meta primordial la descarga de la tensión y la recuperación del equilibrio anterior. Ahora, en su segunda teoría las pulsiones de vida pugnan por la unión, por estar dirigidas «hacia el objeto», objeto que, antes, constituía la parte más variable de la pulsión. En otras palabras, la pulsión de vida tiene como meta primordial la unión o ligadura de lo que antes estaba separado. Ligadura es unión, es la formación de estructura. El Eros tiende a utilizar la energía libidinal en catexis de ligadura, en vincular lo que antes estaba desligado. Lejos de tender hacia la disminución de la tensión –vía descarga- cuyo modelo inicial (es conveniente recordarlo) era el arco reflejo, ahora esa tensión se deriva y emplea como catexis, como ligadura. De ahí el cambio de denominación desde la pulsión sexual y el modelo de descarga = orgasmo, al modelo de la pulsión de vida o Eros y su meta en el amor: la unión y la permanencia vincular con el objeto.

    En vez de la antigua división entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación, Freud entiende ahora una oposición entre pulsiones yoicas y pulsiones de objeto, ambas de naturaleza libidinal. A su vez, ambas están opuestas a las «pulsiones de destrucción».

    Muy poco tiempo después de haber formulado su segunda teoría pulsional, Freud comenta un caso especial de esta nueva forma de oposición en el seno mismo de la pulsión libidinal, a propósito de las grandes dificultades que se enfrentan en el tratamiento de la homosexualidad, ya que ésta es muy difícil de vencer en función de que la motivación no está anclada en las necesidades de modificar el destino de la libido objetal, sino que el (o la) sujeto acude a consulta en función de los inconvenientes sociales o bien forzado por motivos externos a sí mismo(a); y que «estos componentes del instinto de conservación [la pulsión de autoconservación] se demuestran harto débiles en la lucha contra las tendencias sexuales». 63 De hecho, parecería que es en esta distinción entre libido narcisista y libido objetal donde debemos entender el dictum freudiano de que el objeto es lo más variable de la pulsión -al menos considerado como objeto externo. En la homosexualidad, el objeto externo es mucho menos importante que el Yo tomado como objeto de la libido.

    Sin embargo, al año siguiente, en su estudio sobre los grandes grupos y su característica impulsividad, conceptualiza a la fuerza vincular de la libido como la más poderosa, ya que las masas -que están motivadas dinámicamente por mociones inconscientes- muestran tal intensidad de esta fuerza que la cohesiona que llega a rebasar los muy poderosos intereses de autoconservación de cada uno de sus integrantes. Esta posibilidad de que los componentes libidinales objétales puedan llegar poner en un segundo término a factores tan poderosos como las pulsiones de autoconservación del individuo, comienza a llamar al atención de Freud al estudiar el papel de la «sugestión» con el que se manejan las masas. Los mecanismos invocados para explicar esta dinámica son equiparables al enamoramiento donde puede verse también un caso en el que la libido yóica es resignada y es empleada a favor de la libido objetal y del vínculo con el otro –con los otros, en el caso de la dinámica de los grandes grupos. De hecho, dicha libido objetal tiene dos destinos distintos en la dinámica de las masas: una parte está dirigida hacia los pares –lo que promueve la cohesión de la masa- y otra está dirigida al líder en el que se deposita el ideal del Yo –es decir, se trata de un vínculo intersistémico (entre el Yo y el Ideal del Yo) pero externalizado y al servicio de una dinámica intersubjetiva de sometimiento al líder grupal a quien la masa obedece ciegamente.

    De nueva cuenta, en este trabajo nos encontramos con otra de las consecuencias del viraje conceptual freudiano que va de las pulsiones sexuales a la pulsión de vida o Eros y su función de ligadura, ya no de descarga –o bien, de una forma de descarga en la estructura vincular (en el ligamen de su conformación interna), lo que puede dar lugar, en un segundo tiempo, a propiciar una descarga y satisfacción a través de dicho vínculo. Este tipo de concepto vincular podríamos verlo, siguiendo a Berenstein, tanto en lo interpersonal (y transpersonal, como ocurre con los símbolos usados por el ejército, las iglesias, los pueblos y las naciones), como en los niveles intersubjetivo e intrasubjetivo. 64

    En su nueva formulación, Freud empieza a hablar en términos de «amor», de «vínculos de amor», de un «amor sexual, cuyo último fin es la cópula sexual». 65 La meta de la pulsión ya no es la reducción de la tensión; ahora es la unión. De hecho, desde el inicio de Psicología de las masas y análisis del Yo de 1921, Freud comienza a reconocer la importancia central y fúndante del sujeto de las primeras experiencias de apego –para hablar con un término que muchos años fue después fue re-descubierto por John Bowlby, quien lo puso de moda y que ha sido motivo de encendidas y constantes polémicas dentro del campo psicoanalítico. Como podemos comprobar, en los escritos freudianos se introduce el concepto de «el lazo que une» 66 o «ligazón» 67 –término con el que se ha traducido la palabra alemana Bindung, es decir, vínculo. El hecho es que, en este escrito Freud nos habla de un «individuo bajo la influencia de una única persona, o, todo lo más, de un escaso número de personas, cada una de las cuales ha adquirido para él una extraordinaria importancia». 68 De ahí que nos hable de que el «instinto social» no es una fuerza primaria e irreductible sino, por el contrario, «que los comienzos de su formación pueden ser hallados en círculos más limitados; por ejemplo, el de la familia». 69 A partir de la importancia concedida a los intercambios originarios con la madre (figura de apego, como se dice contemporáneamente) 70, Freud ya intuye estar en posesión de un instrumento con el cual sustentar de una manera distinta aquel viejo problema de la transmisión cultural dejado un tanto a la deriva desde Tótem y tabú –donde tuvo que acogerse a los postulados de Lamarck y la existencia de inciertos mecanismos de la transmisión hereditaria de caracteres adquiridos. De ahí que en 1921 ya pueda hablar en términos del «individuo como miembro de una tribu [«miembro de un linaje», traduce Etcheverry 71], de un pueblo, de una casta, de una clase social o de una institución, o como elemento de una multitud humana». 72

    A partir de estos conceptos de apego y vínculo (Bindung ) y de que dicha energía libidinal «se apoya en la satisfacción de las grandes necesidades individuales y elige como primeros objetos aquellas personas que en ella intervienen» 73, Freud postulará una nueva y poderosa fuente de angustia y sufrimiento: el peligro representado por la posibilidad de ser abandonado por el objeto de amor, o de que dicho objeto le retire su afecto amoroso. Pérdida del objeto y pérdida del amor del objeto serán, a partir de este momento, dos de las más poderosas fuentes de insatisfacción. El viraje conceptual hacia el Eros hace que Freud hable ahora de amor erótico, pero también de «amor del individuo a sí propio, (…) el amor paterno y el filial, la amistad y el amor a la Humanidad en general, a objetos concretos y a ideas abstractas.» 74 En este sentido, es lógico que Freud se acerque y apoye en Platón: «El Eros, de Platón, presenta, por lo que respecta a sus orígenes, a sus manifestaciones y a su relación con el amor sexual, una perfecta analogía con la energía amorosa [Liebskraft]; esto es, con la libido del psicoanálisis.»75 Para el psicoanálisis, son las pulsiones de vida el origen a potiori de la ulterior sexualidad –de la que tendremos noticia a través de las pulsiones sexuales. Empero, hacer derivar las pulsiones sexuales del Eros no invalida el viraje conceptual que ha ocurrido. Eros y erotismo son los nuevos términos de la segunda doctrina de las pulsiones. Muy significativamente, estos términos están colocados justamente en el mismo párrafo en el que Freud sitúa su tan citada frase de: «se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas».76 A propósito de las palabras, Freud establece la clara puntualización de que el término alemán Liebe significa amor, «eros». De ahí que los «vínculos de amor» (o, expresado de manera más neutra, los lazos sentimentales) constituyen también la esencia del alma de las masas». 77 De hecho, en su contraparte emocional, que es el rechazo a los desconocidos y extraños –es decir, a los miembros del exogrupo- «podemos ver la expresión de un narcisismo que tiende a afirmarse». 78 Sin embargo, en la vinculación libidinal con el otro está la clave para entender el concepto que solemos denominar como «consideración por el objeto». «El egoismo [el amor a sí mismo] no encuentra un límite más que en el amor a otros, el amor a objetos [que incluye] … tolerancia y consideración con respecto a los demás». 79 Para terminar, Freud vuelve a enfatizar, en una nota a pie de página, que las pulsiones sexuales son fuerzas derivadas –representantes- de las pulsiones de vida; es decir, una energía procedente del Eros universal.

    Como podemos ver, Freud intenta conciliar los anteriores conceptos que definían a las pulsiones sexuales –la descarga- con este campo nuevo que ahora descubre en las pulsiones de vida –la ligadura o unión- al hablar del vínculo con los demás. De aquí surge una nueva forma de entender la necesidad de preservar al objeto, el vínculo con él y el desarrollo de consideración por éste. De ahí que confiese la enorme complejidad de las relaciones libidinales y, provisionalmente, intente conciliar ambas al decir que «la certidumbre de que la necesidad recién satisfecha no había de tardar en surgir, hubo de ser motivo inmediato de la persistencia del revestimiento del objeto sexual, aun en los intervalos en los que el sujeto no sentía la necesidad de » 80.

    En 1923, en dos artículos que escribe para la Enciclopedia editada por M. Marcuse, Freud hace una revisión de su doctrina de las pulsiones justificando la necesidad del cambio operado y dejando en claro que la libido es «la manifestación energética [«fuerza»] del amor, como el hambre la del instinto de conservación [«pulsión de autoconservación»]» 81, lo cual nos remite a la vieja diferencia entre deseo y necesidad. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las pulsiones parciales parten de diversos órganos corporales, como «el instinto [«pulsión»] parcial oral [que] encuentra al principio su satisfacción con ocasión del apaciguamiento de la necesidad de alimentación y su objeto en el pecho materno» 82 [apuntalándose en el saciamiento de la necesidad de nutrición», traduce Etcheverry]. Necesidad y deseo quedan así en una relación muy cercana, pues la primera da origen al segundo. El deseo se autonomiza posteriormente de su relación con la necesidad. Cuando, después, el deseo trata de independizarse también del objeto, nace el autoerotismo –etapa intermedia previa al regreso hacia la búsqueda objetal –objeto sin el cual la necesidad no se satisface.

    Como resulta obvio constatar, cuando se refiere a la «manifestación energética del amor» [o «la fuerza del amor», como traduce Etcheverry 83] ya no está haciendo referencia al mismo orden de ideas que cuando se expresaba en términos del empuje de la pulsión sexual. Incluso podemos ver cómo en el artículo referido a la Teoría de la libido, luego de explicar que «lo que se conocía con el nombre de instinto sexual [«pulsión sexual»] era algo muy compuesto y podía descomponerse en sus instintos parciales [«pulsiones parciales»]; Freud aclara, al referirse a las características de la pulsión, que los clásicos conceptos de fuente, empuje, meta y objeto están referidos a las pulsiones parciales, y puntualiza que el fin [o «meta»] era siempre su satisfacción o descarga». 84 Adviértase que Freud está hablando de la historia de sus teorías sobre las pulsiones y, por ello, emplea el tiempo pretérito. En este orden de ideas, luego de explicarnos la necesidad teórica de fusionar las pulsiones sexuales con las de autoconservación (de donde aparecen los términos polares de libido objetal y libido narcisista, como ya quedó explicado), advierte, sin embargo, que «si los instintos de autoconservación del yo [«las pulsiones de autoconservación»] son reconocidos como libidinosos, ello no demuestra que en el yo no actúen también otros instintos». 85 ¿Cuáles serían esos «otros instintos»? Las pulsiones de muerte de sus segunda formulación teórica sobre las pulsiones.

    Más adelante, cuando explica «el instinto gregario» [«la pulsión gregaria»] –al que también se refiere con el nombre de «instinto social» [«pulsión social»]- y las demás pulsiones sexuales de meta inhibida, vuelve a enfatizar la importancia de esta fuerza pulsional en el establecimiento y perduración de los lazos sentimentales: «A esta clase pertenecen en especial las relaciones cariñosas [«los vínculos de ternura», Traduce Etcheverry], plenamente sexuales en su origen, entre padres e hijos, los sentimientos de amistad y el cariño conyugal, nacido de la inclinación sexual». 86 Como podemos advertir, aquí Freud ya está manejando un nuevo instrumento conceptual – el de vínculo- que le permite resolver el hasta ahora no despejado misterio por el cual las parejas permanecen unidas más allá de la descarga orgásmica.

    Al hacer mención de su segunda doctrina sobre las pulsiones, Freud hace la equiparación entre las dos variedades de pulsión, otra vez estableciendo la sinonimia entre pulsiones sexuales o de vida –»(el Eros) cuya intención sería formar con la sustancia viva unidades cada vez más amplias, conservar así la perduración de la vida y llevarla a evoluciones superiores»87- en oposición a las pulsiones de muerte. Así concluye: «Amplias reflexiones sobre los procesos que constituyen la vida y conducen a la muerte muestran probable la existencia de dos clases de instintos [«dos variedades de pulsiones»], correlativamente a los procesos opuestos de construcción y destrucción en el organismo» 88 [con los procesos orgánicos contrapuestos de anabolismo y catabolismo» 89]. De nueva cuenta comprobamos dos aspectos repetitivos a lo largo de estos textos: la necesidad de apoyatura que toma Freud en conceptos de la biología de su tiempo con el fin de sustentar sus nuevas concepciones en torno de las pulsiones 90, y las diferencias existentes entre la meta vincular –»la unión» o «ligadura»- de la pulsión de vida, opuesta al fin económico de la descarga de sus primeras concepciones. En relación a la pulsión de muerte, Freud dice textualmente: «Uno de estos instintos, que laboran silenciosamente en el fondo, perseguirán el fin de conducir a la muerte al ser vivo; merecerían, por tanto, el nombre de instintos de muerte y emergerían, vueltos hacia el exterior por la acción conjunta de los muchos organismos elementales celulares, como tendencias de destrucción o de agresión«. 91

    Nos inquieta un tanto el problema de la meta pulsional de conducir al ser vivo hasta la muerte, pues tal argumento, sesgadamente teleológico, tampoco guarda ya relación con el concepto original de descarga –incluso está lejano a la noción de satisfacción pulsionial o de gratificación. La contrapartida está constituida por «los instintos sexuales [«pulsiones sexuales»] o instintos de vida libidinosos (el Eros), mejor conocidos analíticamente, cuya intención sería formar con la sustancia viva unidades cada vez más amplias, conservar así la perduración de la vida y llevarla a evoluciones superiores». 92

    De nueva cuenta comprobamos que en la segunda teoría de las pulsiones, la meta o finalidad de las mismas no se circunscribe a la mera descarga; de hecho, el punto de vista económico ha sido desplazado por una perspectiva estructural. El Eros une, vincula; es decir, forma estructura.

    Al final de este repaso histórico, Freud propone «que los instintos [«las pulsiones»] son tendencias intrínsecas de la sustancia viva a la reconstitución de un estado anterior, o sea, históricamente condicionadas y de naturaleza conservadora, como si fueran manifestación de una inercia o una elasticidad de lo orgánico. Ambas clases de instintos, el Eros y el instinto de muerte, actuarían y pugnarían entre sí desde la primera génesis de la vida». 93

    Pensamos que la contradicción salta a la vista, ya que si el Eros tiende hacia una continuada complejización, la conjetura sobre el fin de la pulsión (tal como es mantenido por Freud) necesitaría retorcerse bastante para terminar diciendo que trabaja, a fin de cuentas, al servicio de la pulsión de muerte. En forma semejante, decir que las pulsiones son la «manifestación de una inercia», o sea, una tendencia que le impele fatalmente a devenir hacia adelante eternamente -según se desprende de las fuerzas originarias que las pusieron en marcha- además de corresponder a un reduccionismo de tipo fisicalista, no guarda coherencia con lo que el propio Freud ha descrito ni para la pulsión de vida ni para la de muerte; ya que la primera tiende a la vinculación y organización creciente –es decir, es profundamente antientrópica 94- mientras que la segunda, la pulsión de muerte, es de tendencia regresiva circular (de ahí que Freud la relaciona con la compulsión a la repetición) y no linealmente progresiva. Finalmente, si la pulsión erótica trabaja de acuerdo con las metas últimas de la pulsión de muerte y viene a ser su más fiel servidor, ¿por qué, entonces, no conceptuar al Eros como una de las manifestaciones de la pulsión de muerte, ya que todo el tiempo está llevando agua a su molino? ¿Por qué hablar de dos pulsiones, si una –la llamada pulsión de vida- es un «caso especial» o manifestación de la pulsión de muerte? ¿No desemboca esto en un monismo en el que, en estricto sentido, sólo existiría una pulsión: la de muerte? Desde esta perspectiva, ¿tiene caso hablar acerca de la mezcla y desmezcla de pulsiones? Por otra parte, cuando en Más allá del principio de placer (1920) Freud intenta establecer algún tipo de hipótesis sobre el origen prehistórico de las pulsiones sexuales -luego pulsiones de vida- concede que «aún cuando la sexualidad y la diferencia de sexos no existían seguramente al comienza de la vida, no deja de ser posible que los instintos [«las pulsiones»] que posteriormente han de ser calificados de sexuales aparecieran y entraran en actividad desde un principio y emprendieran entonces, y no en épocas posteriores, su labor contra los instintos del yo» 95 [«pulsiones yóicas»]. Dado que Freud nunca pensó en un término para designar a las «pulsiones» operantes en los organismos de reproducción por bipartición o gemación (las formas no sexuadas de reproducción), se necesitaba un vocablo más abarcativo que el de libido –que tradicionalmente Freud empleó para designar la energía derivada de la pulsión sexual y que preside todo cuanto tiene que ver con la reproducción sexuada. El concepto de pulsión de vida vendría a solucionar este problema, siempre y cuando las pulsiones sexuales fuesen un derivado de este Eros primordial. Empero, para Freud «nadie ha podido demostrar aún la existencia de un instinto general [» una pulsión universal»] de superevolución en el mundo animal y vegetal, a pesar de que tal dirección evolutiva parece indiscutible». 96 Este concepto indiscutible de «dirección evolutiva» (de «progreso evolutivo», según traduce Etcheverry 97), caro a la perspectiva del modernismo y a las ciencias de la naturaleza que fueron parte del sustrato intelectual de Freud, es insostenible en biología, que es una ciencia que habitualmente habla con una terminología referida a los sistemas complejos. 98 En relación con esto nos preguntamos, ¿cómo es que Freud no asumió la existencia de una energía universal –el Eros- explicativa también de estos procesos de reproducción pre-sexual? Hay que tener en cuenta, sin embargo, que más adelante, cuando equipara su segunda teoría pulsional con los conceptos de Empédocles, admite, junto con el presocrático, la existencia de un par de fuerzas que determinan los fenómenos del universo entero. Es posible que la reticencia de Freud estuviese determinada por una tenaz oposición a Nietzsche (filósofo precursor de muchos de los hallazgos del psicoanálisis, cuya influencia sobre Freud -nunca admitida por este último- se antoja evidente) y su concepto de progreso y evolución le llevan hasta la idea del superhombre. A partir de aquí es que Freud se rehusa a hablar de una «pulsión de perfeccionamiento» que, pretendidamente, sería una fuerza interior que transformaría el hombre en superhombre. Admitir una tendencia pulsional hacia la complejización es, sin embargo, muy distinto que suscribir la tesis nietzschiana del superhombre o sobrehombre (que parece ser una traducción más cercana al concepto original de Nietzsche) –aunque el psicoanálisis sí coqueteó en su momento con la tesis del «eterno retorno» del filósofo alemán. Para Freud, toda conquista cultural y de perfeccionamiento es fruto de la represión de las pulsiones. Esta represión sería la responsable de ese «factor impulsor, que no permite la detención en ninguna de las situaciones presentes, sino que, como dijo el poeta ‘tiende, indomado, siempre hacia delante’ (Fausto, I). El camino hacia atrás, hacia la total satisfacción, es siempre desplazado por las resistencias que mantienen la represión». 99 Freud admite, finalmente, al término de la sección V de este trabajo, «que el afán del Eros por conjugar lo orgánico en unidades cada vez mayores haga las veces de sustituto de esa ‘pulsión de perfeccionamiento’ que no podemos admitir. » 100

    La tesis de Freud es, vista desde cierta perspectiva de su pensamiento, que la tendencia universal de la pulsión es a la descarga total (la tendencia hacia el cero), pero como esto significaría la muerte del organismo en el que habita la pulsión, hay un freno: las resistencias yóicas (dependientes de la pulsión de autoconservación) son las que impiden la descarga total. Se instaura así el principio del placer en vez del principio de Nirvana. Pero desde otro sitio, Freud también asume que el Eros universal no pugna por la descarga total; lejos de ello, tiende a la ligadura, la organización y la estructuración de lo vivo en unidades cada vez mayores y más complejas. Como ocurre muchas veces en la obra del padre del psicoanálisis, dos líneas de pensamiento aparentemente excluyentes una de otra se conservan una al lado de la otra, y son motivo de discusión constante con argumentaciones alternativas.

    Freud inicia la sección VI de Más allá… con una conclusión provisional, pero que ya le resulta insatisfactoria, en relación a la distinción entre los instintos [las pulsiones] del Yo y los instintos [las pulsiones] sexuales, «haciendo que los primeros tiendan a la muerte y los segundos a la conservación de la vida». 101 Desde esta perspectiva, sólo las pulsiones del Yo podrían ser caracterizadas por ese rasgo «conservador, mejor dicho, regresivo del instinto [«la pulsión»], correspondiente a una obsesión de repetición [«una compulsión de repetición»], más que a los primeros, pues según nuestra hipótesis, los instintos de l yo [«las pulsiones yóicas»] proceden de la vivificación de la materia inanimada y quieren establecer de nuevo el estado inanimado». 102 Y agrega: «En cambio, es innegable que los instintos sexuales [«pulsiones sexuales»] reproducen estados primitivos del ser animado; pero su fin –al que tienden con todos sus medios- es la fusión de dos células germinativas determinadamente diferenciadas. Cuando esta unión no se verifica, muere la célula germinativa, como todos los demás elementos del organismo multicelular. Sólo bajo esta condición puede la función sexual prolongar la vida y prestarle la apariencia de inmortalidad». 103 Desde esta perspectiva y basado en los conceptos de la biología de Weismann quien reconoce en la sustancia viva «un componente destinado a la muerte, el soma, o sea el cuerpo despojado de la materia sexual y hereditaria, y otro componente inmortal, constituido precisamente por aquel plasma germinativo que sirva a la conservación de la especie, a la procreación». 104 A partir de estas consideraciones, Freud pasa a postular su nueva doctrina de las pulsiones en la que distingue entre pulsión de vida y pulsión de muerte.

    Basado en Weismann, Freud entiende que la muerte es un fenómeno privativo de los organismos pluricelulares; en estos hay que distinguir entre el soma y los elementos germinativos: «Esta muerte de los seres animados superiores es, ciertamente, natural, muerte por causas interiores; pero no se debe a una cualidad primitiva de la sustancia viva, ni puede ser concebida una necesidad absoluta, fundada en la esencia de la vida. La muerte es más bien un dispositivo de acomodación, un fenómeno de adaptación a las condiciones vitales exteriores». 105

    En un trabajo posterior abordaremos el tema específico de la pulsión de muerte así como el análisis pormenorizado de Más allá del principio del placer donde se origina su nueva propuesta, por lo que aquí continuaremos con la descripción del pensamiento de Freud en relación al concepto de pulsión desde la perspectiva de sus dos momentos teóricos. Pero es importante dejar señalado que en estos momentos Freud equipara el Eros con las pulsiones sexuales: pulsión de vida y pulsión sexual aún son tratados como sinónimos. En diversos sitios hace referencia a «los instintos vitales o sexuales» 106 [«las pulsiones de vida o sexuales»] como conceptos idénticos. Como ejemplo, podemos mencionar un párrafo en el que refiere como «de este modo la libido de nuestros instintos sexuales [«pulsiones sexuales»] coincidiría con el ‘eros’ de los poetas y filósofos, que mantienen unido todo lo animado». 107 Un poco más adelante vuelve a reconocer «en el instinto sexual el ‘eros’ que todo lo conserva». 108

    Este tipo de confusión inicial la podemos entender como resultado de cierto efecto del desplazamiento inicial desde los conceptos de una doctrina hasta la nueva terminología de la otra; por ello inicialmente Freud se refiere a «una decidida separación entre instintos del yo o instintos de muerte, e instintos sexuales o instintos de vida » 109 [«hemos partido de una tajante separación entre pulsiones yoicas = pulsiones de muerte, y pulsiones sexuales = pulsiones de vida» 110]. Como ya quedó mencionado anteriormente, en esta discusión, Freud se apuntala en una nueva comprensión de los aspectos sádicos de la sexualidad a los que ahora hace depender de la pulsión de muerte, ya que le resulta insostenible derivar el sadismo de un Eros conservador de la vida (con lo que, además, va adelantándose en su nueva concepción del masoquismo como primario y dependiente de la pulsión de muerte).

    A pesar de suscribir en este momento el carácter conservador de la pulsión a las pulsiones de vida, no deja de ser significativo que esta necesidad de restablecer un estado anterior esté sustentando, en estos párrafos, en la referencia al mito platónico desarrollado en El banquete y que, lejos de ser una metáfora referida a la muerte y lo inorgánico, es una alusión que explica la búsqueda del objeto y que nos remite a la más intensa de todas las ligaduras: la del coito que garantiza la reproducción –correspondiente a la anphimixis descrita por Weismann, con la que los protozoarios se renuevan para garantizar su eterna capacidad de reproducirse- y, en última instancia, hace referencia a un estado primigenio de fusión simbiótica con la madre durante la gestación, desde donde la separación del nacimiento renueva el ciclo de la vida una y otra vez. La metáfora contenida en El banquete de Platón nos remite, si prestamos atención, a una concepción cíclica y eterna del fenómeno de la vida –ajeno a la muerte si lo vemos desde la perspectiva de la especie. La muerte del individuo podría ser vista, de esta forma, como un fenómeno dependiente de una materia vida que puede y necesita desechar a los organismos que ya han asegurado la inmortalidad del plasma germinal. ¿Sería posible revertir la perspectiva freudiana y ver a la muerte –y la pulsión de muerte- como una fuerza al servicio de ese fenómeno antientrópico por excelencia llamado vida? Al menos cierta forma de leer un texto reciente de los Cereijido (1997) 111 podría dar cierto sustento a esta nueva forma de pensar, si comenzamos a ver a la muerte del individuo (el sujeto como elemento «desechable» luego de que ha cumplido su cometido en la transmisión genética) como indispensable para la evolución y perpetuación de la especie.

    Al final de esta sección, Freud agrega un pie de página aclaratorio en el que, luego de reflexionar sobre lo anteriormente expuesto, se da cuenta de que se hace necesaria una cierta rectificación, así como la conveniencia de puntualizar los nuevos términos. Es así como advierte ahora la necesidad de establecer que las pulsiones sexuales se convirtieron «en el ‘Eros’, que intenta aproximar y mantener reunidas las partes de la sustancia animada, y los llamados generalmente instintos sexuales aparecieron como una parte de este ‘Eros’ dirigido hacia el objeto» 112. Como dejamos ya asentado, este es el sitio donde se ha dado un importante cambio, pues aquella meta de la pulsión que en su primera teoría sólo pugnaba por la descarga, ahora en su nueva doctrina de las pulsiones se ha transformado en una energía del Eros universal que se esfuerza por conseguir una meta distinta: la de establecer la unión, el vínculo con el objeto. Ahora las pulsiones sexuales sólo son una de las formas en las que se manifiesta el Eros universal, mucho más abarcativo.

    En un nuevo vaivén pendular, en la siguiente y última sección de este trabajo inaugural (tanto de la segunda doctrina de las pulsiones como de la perspectiva que luego ha sido bautizada como la segunda tópica o el punto de vista estructural de la metapsicología freudiana), el autor sintetiza y concilia los puntos de vista antes expresados, estableciendo que «la ligadura del impulso instintivo [«moción pulsional»] sería una función preparatoria que dispondría a la excitación final en el placer de descarga». 113

    Cuando al año siguiente, publica Psicología de las masas y análisis del Yo (1921), Freud ya puede establecer con toda claridad «que las pulsiones sexuales son los subrogados más puros de … las pulsiones de vida». 114 De ahí que resulte lógico leer en este texto la formulación de un nuevo concepto, impensable desde la perspectiva económica de la pulsión, cuyo fin es la descarga; me refiero a la ya mencionada noción de consideración por el objeto. Freud se pregunta si «la simple comunidad de intereses no habría de bastar por sí sola, y sin la intervención de elemento libidinoso alguno, para inspirar al individuo tolerancia y consideración con respecto a los demás» 115. De esta forma, el amor –la fuerza del Eros- viene a ser un factor que, al vincular a los hombres en grupos (entre otros, la institución fundacional de la familia), «ha revelado ser el principal factor de civilización [«de cultura»], y aún quizá el único, determinando el paso del egoísmo al altruismo». 116

    Posteriormente, en 1923, en uno de los escritos más importantes de la llamada segunda tópica –El Yo y el Ello– Freud vuelve a establecer la equiparación entre las pulsiones sexuales y el Eros, concepto en el que «integraba no sólo el instinto sexual [«la pulsión sexual»] propiamente dicho, no coartado, sino también los impulsos instintivos [«mociones pulsionales»] coartados en su fin y sublimados derivados de él, y el instinto de conservación, que hemos de adscribir al yo» 117; pulsiones a las que opone la pulsión de muerte, para restablecer el dualismo indispensable para explicar no sólo la noción de conflicto, sino la existencia de la vida misma. De nueva cuenta, este escrito nos advierte que el «Eros, cuyo fin es complicar la vida y conservarla así, por medio de una síntesis cada vez más amplia de la sustancia viva, dividida en particular [«dispersada en partículas»]» 118. A pesar de que Freud vuelve a hablar en términos de una sinonimia, lo que vemos es que no hay tal igualación entre pulsiones sexuales y pulsión de vida ya que la meta de la segunda es la unión, que ahora incluye el concepto de síntesis –y que podrá asociarse con beneficio con la función sintética del Yo, así como recurrirse a las fallas de dicha función en los procesos psicóticos en donde puede constatarse una disgregación de la estructura psíquica, principalmente de la instancia yóica. Dicha función sintética derivada de un Eros que liga podemos verla también operando sobre funciones tan específicas como el proceso del pensamiento 119 y la energía catéctica que liga a las representaciones entre sí. En forma semejante, el juicio estará sustentado en este interjuego pulsional, pues la afirmación tendrá que ver con procesos de vinculación, mientras que la negación será tributaria de la pulsión de muerte. 120

    Una vez más, a renglón seguido, Freud concluye: «Ambos instintos se conducen en una forma estrictamente conservadora, tendiendo a la reconstitución de un estado perturbado por la génesis de la vida; génesis que sería la causa tanto de la continuación de la vida como de la tendencia a la muerte». 121 Si la pulsión de vida tiende a la síntesis y hacia una complejización creciente, no resulta clara esa tendencia conservadora a la que una y otra vez alude Freud. Por el contrario, advertimos que es cada vez más firme la aseveración de que se trata de procesos cuya marca distintiva está en sus tendencias respectivas a la unión y la desunión: la vinculación en el Eros y la desvinculación en la pulsión de muerte. Acorde con lo anterior, podemos pensar que cuando predomina el Eros estará favorecida la mezcla –unión- de las pulsiones con la consecuente neutralización de la pulsión de muerte; mientras que cuando predomina la fuerza de esta última pulsión, entonces se advertirá una tendencia a la desmezcla y, por tanto, a la liberación de las energías destructivas, independientemente de que estas se manifiesten sobre el sujeto mismo (autodestrucción, masoquismo), o sobre los objetos del mundo externo (destructividad, heteroagresión, sadismo).

    Ciertamente hemos estado tratando de entender los entretelones de un aspecto un tanto contradictorio en el seno de los escritos freudianos en torno de la doctrina de las pulsiones, que debemos asumir como un proyecto que no se terminó de pulir y que su autor dejó con numerosas ambigüedades en el curso de sus consideraciones teóricas. Uno de los problemas clínicos con los que Freud se debatía tenía que ver con las transformaciones del amor en odio y viceversa, enigma por el que tuvo que empezar a considerar la posibilidad de una energía primaria, neutra, aún sin cualidad (energía a la que había negado toda posibilidad de existencia desde sus polémicas con Jung). Esta nueva hipótesis freudiana que fue deslizada «calladamente» –como el mismo admite en 1923- establecía la posibilidad de asumir la presencia de cierta energía sin cualidad específica «pero susceptible de agregarse a un impulso erótico o destructor, cualitativamente diferenciado, e intensificar su carga general» 122. Sin embargo, esta posibilidad seguía resultando tan contraria a su manera de pensar, que unos párrafos más adelante, anula esta posible alternativa y establece que «dicha energía, desplazable e indiferente, que actúa probablemente tanto en el yo como en el Ello, procede, a mi juicio, de la provisión de libido narcisista, siendo, por tanto, Eros desexualizado» 123. Desde esta perspectiva –concluye- se trata de libido sublimada y, por tanto, mantendrá el fin que caracteriza al Eros: «el de unir y ligar» 124.

    En este sentido, y para sustentar el supuesto del cambio de meta del que venimos hablando, conviene recordar que en Las resistencias contra el psicoanálisis, de 1925, al estar hablando de la universal tendencia a evitar el displacer y, por lo tanto, a desembarazarse de cualquier incremento pulsional que invada al sistema psíquico, Freud se sintió tentado a incursionar sobre el tema de la reacción psíquica frente a lo nuevo, pues en ocasiones pudo comprobarse «una sed de estimulación que se apodera de cuanto nuevo encuentra, simplemente por ser nuevo» 125 –una de las pocas alusiones que podemos encontrar a lo largo de la obra freudiana que contradice la tendencia a la descarga y que se acerca a lo que hoy conocemos acerca del papel de la información que se almacena y estructura en forma de experiencia. Esta avidez o hambre de estímulos es lo que los seres vivos acumulan como información sobre el medio circundante (y sobre su propio funcionamiento) al servicio de la sobrevivencia y adaptación al medio del sujeto, así como en forma de capacidad creativa para proyectar acciones futuras.

    Finalmente, la búsqueda del objeto tamizará con intensidad los últimos escritos de Freud. Así, en Inhibición, síntoma y angustia de 1926, la pulsión erótica es presentada en términos que se acercan, de nueva cuenta, al concepto bowlbiano del apego, ya que dice que «el Eros quiere el contacto, pues tiende a la unión, a la supresión de los límites espaciales entre el yo y el objeto amado» 126. Aferrarse al objeto, apegarse a la madre será, así, una de las manifestaciones primigenias de la pulsión de vida, y la pérdida del objeto –incluso la pérdida del amor del objeto- una de las experiencias más devastadoras en el desarrollo temprano de cualquier bebé. De ahí la necesidad de incluir el concepto de angustia de separación, aunque en ocasiones tenemos la impresión de que Freud, en este punto confunde separación y pérdida, ya que la primera da origen a la angustia mientras que la segunda en la que promueve un trabajo de duelo. De cualquier manera, pensamos que este trabajo de 1926 establece un nuevo paradigma en la obra de Freud que resulta la continuación lógica de sus indagaciones sobre el complejo de Edipo –es decir, la importancia de las relaciones con los objetos significativos en la ontogenia de la constitución del sujeto humano.

    A pesar de que Freud aclara que la demanda de la percepción de la madre es consecutiva al aprendizaje vivencial de que ésta figura es la que suele satisfacer sus necesidades y hacer que le displacer cese, no deja de ser cierto que se trata de experiencias que son el origen de la comunicación humana. Paralelamente, la creciente acumulación de las huellas mnémicas de necesidad y satisfacción y las diversas representaciones de displacer y placer como memorias estructurantes de objetos parciales buenos y malos, serán los elementos fundantes del aparato psíquico del bebé. El displacer y la satisfacción como experiencias almacenadas son el primer rudimento de historización; al mismo tiempo, los elementos primigenios para que el infante humano comience a tener una participación creciente en su devenir –vía su comunicación con la madre.

    Ese mismo año, en un escrito realizado para la Enciclopedia Británica, Freud admite que dentro del psicoanálisis «la teoría de los instintos es un tema poco conocido» 127, ya que las pulsiones son fuerzas de origen orgánico y «se caracterizan por poseer una inmensa capacidad de persistencia (somática) y unas reserva de poderío (compulsión a la repetición)» 128. Llama grandemente la atención que en este trabajo Freud divide a las pulsiones en dos clases: «los denominados instintos del yo [«pulsiones yoicas»], cuyo fin es la autoconservación, y los instintos objétales [«las pulsiones de objeto»], que conciernen a la relación con los objetos exteriores» 129. Aquí podemos ver, más que nunca, el cambio operado en la conceptualización de las pulsiones de vida: su meta es el vínculo con el objeto. Es posible que Freud estuviese haciendo una referencia a la distinción establecida desde 1914 entre libido narcisista y libido objetal, sin embargo, por alguna razón no utilizó dichos términos tan probados y usuales en psicoanálisis.

    En forma semejante, en las Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis (1933), establece que las pulsiones ingresan al Ello, donde encuentran su expresión psíquica, a partir de su extremo inferior abierto a lo somático. Ahora comienza a hablar de «impulsos optativos [«mociones de deseo»], que jamás han rebasado el Ello (…) son virtualmente inmortales y se comportan, al cabo de decenios enteros, como si acabaran de nacer» 130. Ahora la pulsión hace su aparición a través de la representación a la que inviste –es decir, del deseo.

    Quisiéramos terminar esta somera exposición de las avenidas transitadas por Freud en sus indagaciones sobre las pulsiones con lo que dejó escrito en la conferencia dedicada al tema de la angustia y la vida instintiva. En esta Conferencia 32ª, Freud admite lo incompleto de nuestros conocimientos y termina asumiendo que «la teoría de los instintos es, por decirlo así, nuestra mitología. Los instintos son seres míticos, magnos en su indeterminación. No podemos prescindir de ellos ni un solo momento en nuestra labor, y con ello ni un solo instante estamos seguros de verlos claramente» 131. Parte de las cuestiones que deja sin resolver dicha doctrina, tiene que ver con la característica conservadora de las pulsiones y el problema de la compulsión a la repetición. En este sentido, Freud asume: «También la interrogación de si el carácter conservador no será propio de todos los instintos [«las pulsiones»], sin excepción alguna, y si quizá también los instintos eróticos [«las pulsiones eróticas»] quieren restablecer un estado anterior cuando tienden a la síntesis de lo animado en unidades mayores; también esta pregunta tenemos que dejarla incontestada» 132.

    De hecho, en esa suerte de testamento de 1938 denominado Compendio del psicoanálisis (por lo que nos permitiremos citarlo ampliamente), Freud nos sitúa en el punto al que sus indagaciones le permitieron llegar cuando afirma que, finalmente y luego de muchas dudas, «nos hemos decidido a aceptar dos instintos básicos: el Eros y el instinto de destrucción. (La antítesis entre los instintos de autoconservación y de conservación de la especie, así como aquella otra entre el amor yóico y el amor objetal, caen todavía dentro de los límites del Eros) El primero de dichos instintos básicos persigue el fin de establecer y conservar unidades cada vez mayores, es decir, a la unión; el instinto de destrucción, por el contrario, busca la disolución de las conexiones, destruyendo así las cosas. En lo que a éste se refiere, podemos aceptar que su fin último es el de reducir lo viviente al estado inorgánico, de modo que también lo denominamos instinto de muerte. Si admitimos que la sustancia viva apareció después que la inanimada, originándose de ésta, el instinto de muerte se ajusta a la fórmula mencionada, según la cual todo instinto perseguiría el retorno a un estado anterior. No podemos, en cambio, aplicarla al Eros (o instinto de amor), pues ello significaría presuponer que la sustancia viva fue alguna vez una unidad, destruida más tarde, que tendería ahora a su nueva unión». 133

    Sirva esta larga cita para enfatizar la necesidad de entender, en primer término, que la pulsión de vida es un concepto nuevo que se aparta radicalmente del viejo postulado de las pulsiones sexuales –siendo estas últimas sólo una de las formas de expresión de la primera. En segundo lugar, que la tendencia regresiva hacia lo inorgánico es válida sólo en el caso de la pulsión de muerte, pero no opera en el caso del Eros universal –pulsión de vida o pulsión de amor- que tiende hacia la unión y a la formación de estructuras cada vez más complejas. En tercer lugar, que es la existencia de ambas pulsiones, sus combinaciones y luchas, sus antagonismos y conflictos, lo que hace posible entender «toda la abigarrada variedad de los fenómenos vitales». 134 Finalmente, que la última doctrina de las pulsiones freudiana está formulada de manera tal, tan abarcativa, que amplia de manera formidable su campo explicativo, pues contempla el interjuego de dos fuerzas actuando sobre los organismos vivos, pero también sobre la materia inorgánica y sobre todos los eventos del universo –tal como Freud asumió al referirse en más de una ocasión al parecido existente entre su última formulación sobre las pulsiones y las ideas del filósofo de Agrigento. Freud, como antes el presocrático Empédocles, habla de concordia y discordia, de vida y muerte, de amor y destrucción. Sólo contemplando el interjuego dinámico entre estas dos fuerzas y la tensión que de ellas deriva, es como ellos explican la posibilidad de entender tanto al universo y su larga evolución, como al hombre y su corta historia.

    Notas

    2 Laplanche, J. y Pontalis, J.-B. (1968): Diccionario de psicoanálisis, trad. de Fernando Cervantes G., Ed. Labor, Barcelona, 1971, p. 337

    3 Freud, S (1894a1): Carta 18 (21-V-94) (Los orígenes del psicoanálisis, 1887-1902 [1950]. Cartas a Wilhelm Fliess. Manuscritos y notas de los años 1887 a 1902, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, III, pp. 3489-3490

    4 Op.cit., p. 3490

    5 Op.cit., p. 3491

    6 Freud, S. (1894b1): Manuscrito D (Los orígenes del psicoanálisis, 1887-1902 [1950]. Cartas a Wilhelm Fliess. Manuscritos y notas de los años 1887 a 1902, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, III, pp. 3492-3493

    7 Freud, S. (1894c1): Manuscrito E (Los orígenes del psicoanálisis, 1887-1902 [1950]. Cartas a Wilhelm Fliess. Manuscritos y notas de los años 1887 a 1902, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, III, p. 3495

    8 Ibídem

    9 Freud, S. (1895a1): Manuscrito G. Melancolía (Los orígenes del psicoanálisis, 1887-1902 [1950]. Cartas a Wilhelm Fliess. Manuscritos y notas de los años 1887 a 1902, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, Vol. III, p. 3504

    10 Freud, S. (1895a2): Manuscrito G. Melancolía (Fragmentos de la correspondencia con Fliess [1892-1899]), en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1982, Vol. I, p. 240

    11 Freud, S. (1895a3): Manuscrito G. Melancolía, en: Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), trad. De José Luis Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1994, p. 98

    12 Freud, S. (1895a4): Draft G. Melancholia (Extracts From the Fliess Papers, 1950 [1892-1899], in: The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, The Hogarth Press, London, Vol. I, p. 200

    13 Freud, S. (1895a5): Draft G. Melancholia, in: The Complete Letters of Sigmund Freud to Wilhelm Fliess (1887-1904), trans. And ed. By Jeffrey Moussaieff Masson, Harvard Univ. Press, Cambridge, 1985, p. 99

    14 Freud, S. (1895a1): Ibídem

    15 Op.cit., p. 3507

    16 Freud, S.: (1895a2): Op.cit., p. 244

    17 Freud, S. (1895a3): Op.cit., p. 103

    18 Ibídem

    19 Freud, S. (1895a1): Op.cit., p. 3507

    20 Ibídem

    21 Op.cit., p. 3508

    22 Freud, S. (1895b1): Proyecto de una psicología para neurólogos, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, Vol. I, p. 213

    23 Op.cit., p. 229

    24 Op.cit., p. 232

    25 Freud, S. (1895b3): Project for a Scientific Psychology, in: The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, The Hogarth Press, London, Vol. I, p. 321n 2

    26 Freud, S. (1900): La interpretación de los sueños, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. I, p. 587

    27 Freud, S. (1905): Tres ensayos de teoría sexual, en: Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. VII, pp. 109-224

    28 Freud, S. (1905): Tres ensayos para una teoría sexual, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1191

    29 Ibídem

    30 Green, A. (1973): La concepción psicoanalítica del afecto, trad. de Diana Litovsky de Eiguer y Alberto Eiguer, Siglo veintiuno ed., México, 1975, p. 179

    31 Freud, S. (1905): Tres ensayos para una teoría sexual, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1191

    32 Ib.

    33 Op.cit., p. 1192

    34 Op.cit., p. 1172

    35 Op.cit., p. 1180

    36 Op.cit., p. 1186

    37 Op.cit., p. 1188

    38 Laplanche, J. (1986): La pulsión de muerte en la teoría de la pulsión sexual, en Green, A. et al.: La pulsión de muerte, trad. de Silvia Bleichmar, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1989, pp.15-34

    39 Freud, S. (1905): Tres ensayos para una teoría sexual, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1189

    40 Op.cit., p. 1200

    41 Ibídem

    42 Op.cit., p. 1206

    43 Op.cit., p. 1211

    44 Op.cit., p. 1214

    45 Freud, S. (1910): Concepto psicoanalítico de las perturbaciones psicógenas de la visión, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1633

    46 Freud, S. (1911): Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente, en: Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XII, p. 68

    47 Freud, S. (1911): Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia («Dementia paranoides») autobiográficamente descrito, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1524

    48 Freud, S. (1914): Introducción al narcisismo, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 2019

    49 Freud, S. (1914): Introducción del narcisismo, en Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XIV, p. 74

    50 Freud, S. (1914): Op.cit., p. 2020 y 76, respectivamente.

    51 Freud, S. (1914): Op.cit., p. 2025 y 84, respectivamente.

    52 Descartes, R. (1637): Discurso del método, trad. de Eduardo Bello R., Ed. Altaya, Barcelona, 1993

    53 Freud, S. (1915): Los instintos y sus destinos, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 2041

    54 Freud, S. (1915): Pulsiones y destinos de pulsión, en: Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XIV, p. 117

    55 Freud, S. (1920a): Más allá del principio de placer, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2509

    56 Op.cit., pp. 2525-2526

    57 Op.cit., p. 2526

    58 Ibídem.

    59 Op.cit., p. 2534

    60 Ibídem.

    61 Op.cit., p. 2535

    62 Op.cit., pp. 2539-2540

    63 Freud, S. (1920b): Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2548

    64 Berenstein, I. (1991): Reconsideración del concepto de vínculo, Psicoanálisis (ApdeBA), XIII (2): 219-235

    65 Freud, S. (1921a): Psicología de las masas y análisis del Yo, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2577

    66 Op.cit., p. 2579

    67 Freud, S. (1921b): Psicología de las masas y análisis del yo, en: Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XVIII, p. 90

    68 Freud, S. (1921a): Op.cit., p. 2565

    69 Op.cit., p. 2564

    70 En este punto no deja de ser importante recordar aquel pie de página, tan autobiográfico en su esencia, en el que Freud postula que la ambivalencia de los vínculos humanos tiene como «única excepción … las relaciones de la madre con su hijo, las cuales se muestran basadas en el narcisismo, no son perturbadas por una ulterior rivalidad y quedan robustecidas por una derivación a la elección sexual de objeto» (Op.cit., p. 2583).

    71 Freud, S. (1921b): Op.cit., p. 68

    72 Freud, S. (1921a): Op.cit., p. 2564

    73 Op.cit., p. 2584

    74 Op.cit., p. 2577

    75 Ibídem

    76 Ibid.

    77 Freud, S. (1921b): Op.cit., p. 87

    78 Freud, S. (1921a): Op.cit., p. 2583

    79 Op.cit., pp. 2583-4

    80 Op.cit., p. 2589

    81 Freud, S. (1923a1): Psicoanálisis y teoría de la libido (Dos artículos de enciclopedia), en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2674

    82 Op.cit., p. 2668

    83 Freud, S. (1923a2): Dos artículos de enciclopedia: «Psicoanálisis» y «Teoría de la libido», en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XVIII, p. 250

    84 Freud, S. (1923a1): Op.cit., p. 2675

    85 Op.cit., p. 2676

    86 Ibídem.

    87 Ibid.

    88 Ibid.

    89 Freud, S. (1923a2): Op.cit., p. 253

    90 Argumentos que volverá a esgrimir, casi literalmente en El Yo y el Ello (1923b1), cuando, de nueva cuenta, con cada una de las pulsiones relaciona los procesos fisiológicos del anabolismo y catabolismo.

    91 Freud, S. (1923a1): Op.cit., p. 2676

    92 Ibídem.

    93 Ibid.

    94 Incluso el mismo Freud en Más allá del principio de placer de 1920, al hablar de las pulsiones sexuales y su carácter conservador (por lo que sólo conservan la vida por lapsos más largos), agregó en 1923 una nota a pie de página para puntualizar: «¡Y aún más, es a ellos solos a los que podemos atribuir un impulso interno hacia el ‘progreso’ y hacia un desarrollo más elevado!» (p. 2527). Es claro que Freud, hijo de su tiempo, fluctúa entre ciertos conceptos que tienen que ver con el espíritu de la modernidad y su fe en el progreso, el dominio de la naturaleza y la ciencia; y, al mismo tiempo, pertenece (aún sin advertirlo) al grupo de pensadores que ponen las bases para el llamado pensamiento postmoderno.

    95 Freud, S. (1920a): Más allá del principio del placer, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, pp. 2527-2528

    96 Op.cit., p. 2528

    97 Freud, S. 1920b): Más allá del principio de placer, en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverri, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XVIII, p. 41

    98 Para una discusión sobre estos aspectos, ver Cereijido, M. (1978): Orden, equilibrio y desequilibrio. Una introducción a la biología, Ed. Nueva Imagen, México; así como la actualización que publicó, con el mismo título, la Universidad de Zacatecas en 1995.

    99 Freud, S. (1920a): Op.cit., p. 2528

    100 Freud, S. (1920b): Op.cit., p. 42

    101 Freud, S. (1920a): Op.cit., p. 2529

    102 Ibídem.

    103 Ibid.

    104 Op.cit., p. 2530

    105 Ibídem.

    106 Op.cit., p. 2533

    107 Ibídem.

    108 Op.cit., p. 2534

    109 Op.cit., p. 2535

    110 Freud, S. (1920b): Op.cit., p. 51

    111 Cereijido, M. y Blanck-Cereijido, F. (1997): La muerte y sus ventajas, Fondo de Cultura Económica, México

    112 Freud, S. (1920a): Op.cit., pp. 2539-2540

    113 Op.cit., p. 2540

    114 Freud, S. (1921b): Psicología de las masas y análisis del yo, en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverri, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XVIII, p. 97

    115 Freud, S. (1921a): Psicología de las masas y análisis del yo, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2584

    116 Ibídem.

    117 Freud, S. (1923b1): El yo y el ello, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2717

    118 Ibídem.

    119 Incluso en El Yo y el Ello (1923b1), Freud se refiere al proceso del pensamiento como el producto de una sublimación derivada de la fuerza de la pulsión erótica.

    120 Freud, S. (1925b): La negación, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, pp. 2884-2886

    121 Ibid.

    122 Op.cit., p. 2719

    123 Ibídem.

    124 Freud, S. (1923b2): El Yo y el Ello, en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverri, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XIX, p. 46

    125 Freud, S. (1925a): Las resistencias contra el psicoanálisis, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2801

    126 Freud, S. (1926a): Inhibición, síntoma y angustia, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2854

    127 Freud, S. (1926b): Psicoanálisis: escuela freudiana, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2905

    128 Ibídem.

    129 Op.cit., p. 2906

    130 Freud, S. (1933): Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 3142

    131 Op.cit., p. 3154

    132 Op.cit., p. 3162

    133 Freud, S. (1938): Compendio del psicoanálisis, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 3382

    134 Ibídem.

  • Notas del seminario «El sexo del amo» presentado por J. Allouch en la ciudad de México

    Notas del seminario «El sexo del amo» presentado por J. Allouch en la ciudad de México

    Luis Tamayo Pérez

    Del 16 al 18 de febrero del año en curso se desarrolló el seminario El sexo del amo en la Casa de la cultura de San Angel de la ciudad de México.

    Dicho seminario estuvo dividido en dos secciones: lo expuesto por Jean Allouch y lo presentado respecto al tema por algunos miembros de la elp (école lacanienne de psychanalyse) en México 1. En este trabajo reseñaré solamente aquello que mi escucha pudo aprehender de lo sostenido por J. Allouch con la esperanza de que los otros trabajos presentados puedan ser publicados también en Carta psicoanalítica. 2

    La lectura de J. Allouch del Kant con Sade de Lacan

    A. El doble fracaso del Kant con Sade

    1. Kant con Sade no fue publicado.

    Con el Kant con Sade ha ocurrido la misma problemática que se ha presentado con otros escritos de Lacan: el texto de 1966 hizo creer que era posible olvidarse del texto que le dio origen, en este caso, del Kant con Sade publicado en 1963 y que estaba destinado a servir de prólogo a la Filosofía del tocador del Marqués de Sade publicada por elCercle du livre precieux. Tal versión, sin embargo, no aparece en el prólogo a la obra mencionada sino al final, en letras más pequeñas, en la sección de crítica.

    Pero Lacan no había elaborado una crítica. El había escrito un prólogo, con las consideraciones y restricciones que un prologuista se autoimpone.

    Esta no colocación del texto de Lacan en el lugar para el que fue destinado permite afirmar a J. Allouch que tal obra «no fue publicada».

    2. Kant con Sade no fue leído.

    Sumada a la problemática anterior, y quizás derivada de ella, ocurrió que el escrito de Lacan fuese «leído» de una manera sesgada.

    Al respecto Allouch señala tres malentendidos:

    *que el Kant con Sade de Lacan junta a Kant con Sade.

    Esto es falso desde dos puntos de vista: desde el extrínseco lo es dado que no fue Lacan quién afirmó la unidad Kant-Sade sino los filósofos Adorno y Horkheimer. Desde el punto de vista intrínseco también es falso pues si bien en el texto, en un primer momento, Lacan enlaza a Kant con Sade lo hace tan sólo para separarlos inmediatamente y luego, incluso, para ir, él mismo, más allá de Sade.

    *que el Kant con Sade era el «gran texto» de Lacan sobre la fantasía (fantasme 3) perversa e, incluso, sobre la fantasía en general.

    Falso. Basta estudiar con cuidado el matema presente en el texto para percatarse de la falsedad de tal afirmación.

    *que el Kant con Sade era un texto sobre el sadismo y, por tanto sobre la perversión. Falso. Ese texto pone más bien en cuestión el concepto de «sadismo», el cual emerge de una vinculación cristiana de la obra y la vida de Sade el cual, dicho sea de paso, era muy poco libertino.

    B. La apuesta del Kant con Sade

    El objetivo del escrito: acotar la función acordada a la fantasía.

    Insistentemente el psicoanálisis se aferra a la «fantasía inconciente» como a su boya salvadora; se considera que la fantasía es algo que regla la vida. Pero el Kant con Sade de Lacan muestra que Sade no era engañado por su fantasía, pues el rigor de su pensamiento pasó a la lógica de su vida. Al señalar en el texto los límites de la concepción de la fantasía, Lacan resalta que el problema que tal noción aborda aún no se encuentra resuelto.

    Debido a no tomar en cuenta los cambios textuales entre la versión de 1963 y la de 1966 de Kant con Sade múltiples autores llegaron a conclusiones falsas respecto a este punto. J. A. Miller, B. Basse, C. Millot y M. Tort encuentran al texto de Lacan como destinado a esclarecer sea a la fantasía, sea a la perversión. Pero no es eso lo que pretendía Lacan al escribir su Kant con Sade. Como señala Lacan, asi como A. le Brun en su biografía de Sade titulada Soudain un bloc d’abîme, Sade, lo que más contaba en Sade era la rigurosidad de su pensamiento, un pensamiento ateo y revolucionario que contribuyó a la conformación de la modernidad.

    Para estudiar el Kant con Sade de Lacan, Allouch plantea un adoquinado de nueve elementos interdependientes pero no centrados en ninguno de ellos.

    C. El adoquinado

    Primer adoquín: el acontecimiento Sade

    El objeto de estudio del texto de Lacan no es Kant con Sade sino simplemente Sade; un Sade que es antecedente de Freud y Lacan. Kant le sirve a Lacan simplemente para poder hacer pasar la máxima sadiana, la cual es una invención de Lacan. Hacerla pasar por le tamiz kantiano daba honorabilidad a tal máxima.

    Segundo adoquín: la máxima

    En la versión de 1963 la máxima reza:

    «Tengo el derecho de gozar de tu cuerpo, diré yo a quien me plazca y lo ejerceré sin que ningún límite me detenga».

    En la de 1966:

    «Tengo el derecho de gozar de tu cuerpo, puede decirme cualquiera y lo ejerceré sin que ningún límite me detenga».

    La variación entre las dos máximas ocurre debido a que entre a mbas versiones ocurrió la invención del objeto a.

    Como puede apreciarse el texto de 1966 posee una índole más lógica que el de 1963. Asimismo en el de 1963 es el atormentador quien habla, mientras que en el de 1966 lo es la víctima.

    Por otra parte la formulación «Tengo el derecho» es paradigmática del desinflamiento de la reciprocidad. El atormentador no es recíproco de la víctima. Esta no reciprocidad revela a la máxima sadiana -constituida de la misma pasta que la kantiana- más honesta, pues la kantiana «obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal» 4 hace de la segunda persona un reflexivo del yo. Kant no es tan honesto como Sade.

    Tercer adoquín: el objeto sadiano

    En el texto sadiano el atormentador es el objeto, el atormentador es el instrumento ¿el instrumento goza? O, incluso, ¿la voz del fenómeno elemental (en la alucinación) goza? Eso no esta excluido. Aunque el psicoanalista no está obligado a asentir tal creencia del psicótico. Hay que señalar, también, que ahí está excluido el placer.

    Cuarto adoquín: el placer sadiano

    El instrumento, el atormentador, no viene a la experiencia sadiana a ser siervo del placer. No hay razón para afirmar que el atormentador termine siendo siervo del placer, pues recordemos que el placer en Freud es la disminución de la tensión y ello es lo opuesto al goce. Al respecto Lacan escribe: «en el tiempo del goce el placer estaría fuera de juego si la fantasía no interviniese para sostenerlo en la discordia donde sucumbe». Lacan hace valer ahí un saber referencial, donde se muestra que en la fantasía se trata de un deseo timorato, de un deseo de reducción de la tensión erótica (el placer no es el gozar). Es un deseo que comienza ya vencido. Estamos en las antípodas del sadismo (se puede apreciar que el Kant con Sade de Lacan no es un texto sobre el sadismo).

    Quinto adoquín: La fantasía sadiana

    En el esquema de la página 754 (Escritos II, SXXI, México, 1984) Lacan escribe la experiencia sadiana en tanto focalizada en el desvanecimiento de la víctima, el cual es también el momento en el cual el goce del atormentador se congela en placer.

    El atormentador se realiza como sujeto duplicado, a nivel del Otro, retrospectivamente como placer.

    Tal esquema excluye la intersubjetividad. Cualquiera que sea el número de participantes en la experiencia sadiana sólo hay un sujeto, un objeto a, una voluntad y un deseo.

    No hay guerra entre el atormentador sadiano y su víctima, la víctima de la violación sadiana no puede quejarse porque sólo existe la ley del atormentador. En otro tipo de violación, como la presente en la violencia nazi, puede haber guerra, revancha, maldad infame y no goce, y la víctima (o la «humanidad») puede entonces exigir juicios y obtener reparación.

    El matema que escribe el esquema servirá a Lacan para poner de relieve que no es la fantasía la que regula ni el pensamiento ni la vida de Sade. Sade sufrió una psicosis carcelaria en la cual él, en su locura, contaba todo. En sus 30 años de prisión contó cuántas veces se autodsodomizó. Para tal efecto, pedía a su mujer que le consiguiera consoladores cada vez más gruesos. Se autosodomizó 5,650 veces. La psicosis carcelaria de Sade era más bien reaccional, era una consecuencia del encierro.

    Volviendo al esquema debemos afirmar que la voluntad en Sade no tiene nada de yoico, no hay elección posible; lo que hay es el sometimiento del atormentador. En el ejercicio de la voluntad, el atormentador sadiano está sometido, debe congelarse en tanto instrumento, realizarse en el nivel del placer.

    En el esquema que Lacan plantea en la página 758 (Escritos II, SXXI, México, 1984) se presenta ¼ de vuelta el cual tiene ciertos problemas para funcionar. Al realizar el cuarto de vuelta, el punzón que liga al sujeto y al objeto a se pierde, en su lugar aparece una «V» que refiere a la voluntad pero también a la «vel» (la disyunción: o).

    Este matema revela, por ese cuarto de vuelta que el matema de la fantasía sadiana, en un mismo movimiento, hace saltar el punzón y la voluntad se vuelve patológica. El cuarto de giro cifra el affaire (proceso) Sade, en él la fantasía de Sade ya no interviene. Y es ahí donde se encuentra la lección de Lacan con Sade: nos indica hasta dónde cabe poner a funcionar una fantasía y el hecho de que, cuando ésta ya no funciona, tenemos que ver con el real.

    Sexto adoquín: El proceso (affaire) Sade

    La noción de «sadismo» se construyó por una confusión entre la vida y la obra de Sade, implica, precisamente, una negación del ¼ de giro presente en el segundo esquema. Con su Kant con Sade Lacan estaba rompiendo con la noción tradicional de sadismo… ¿lo sabía Lacan? En su seminario, Allouch apostó a que sí y espera obtener una comprobación posterior de su planteamiento en la lectura del seminario de L’ angoisse de Lacan.

    Séptimo adoquín: El objeto, el deseo, la ley

    En el segundo esquema la voluntad, «la V», ya no es la racional kantiana sino una patológica, implacable e impotente. En la ética kantiana el deseo no es concebido como «deseo del otro». En Kant el objeto de la ley se pierde, y Lacan correlaciona ese objeto que se pierde al inasible objeto de deseo de Freud. En la ley moral kantiana no queda fuera sólo el sujeto sino también el objeto. Para Lacan eso no se sostiene, considera a la ley moral kantiana como fracasada y se burla de ella al referirla como el «egoísmo de la felicidad».

    Y es en tal punto donde ocurre el aporte de Sade. Él cambia el eje de la ética al colocar, en vez del derecho al placer, el derecho al goce.

    Octavo adoquín: La obra de Sade

    El matema expresado en los esquemas antes referidos permite a Lacan situar a la obra de Sade ya no como una expresión de su fantasía. Si hay alguna enseñanza que Sade nos pueda brindar, ella se encuentra en sus problemas familiares, sociales y políticos. Cuando Lacan hace el inventario de la obra de Sade el balance no es muy halagador: «Hay demasiados sermones, las historias son grises, hay demasiados elementos poco desarrollados, y situaciones forzadas…». Para Lacan lo valioso de Sade se encuentra mas bien en su vida.

    Noveno adoquín: Los límites de Sade

    A diferencia de lo planteado por M. Blanchot en su estudio sobre Sade, Lacan sostiene que la vida de Sade no sigue la lógica de la maldad; que por no haber podido colocar la maldad en el lugar del Otro no pudo «tachar» al Otro. Sade habría tenido que hacer un esfuerzo para ser verdaderamente sadiano, su deseo se quedó corto dado que aún pretendía actuar conforme a una ley.

    Pero de esta falta de Sade Lacan no discurre en su escrito, con lo cual se reafirma la tesis de que el Kant con Sade de Lacan no es un tratado sobre el deseo, uno que versase sobre la fantasía (fantasme) sadiana o preversa.

    Para concluír, Allouch deriva la lección de Kant con Sade para los psicoanalistas: «saber situar, en un estudio monográfico, la intervención de la fantasía en tanto esa intervención crea un límite. Y más allá de ese límite, donde la fantasía no interviene más, con lo que tenemos que ver es con el real del sujeto.»

    Ciudad de México, 16 de marzo del 2001.

    Notas

    1 Ello se realizó en tres mesas, en la primera se discurrió sobre la obra de P. Quignard y realizaron presentaciones Josafat Cuevas y Rodolfo Marcos-Turnbull. Al final de la misma Lucía Rangel presentó un comentario al «Estadio del espejo revisitado» de J. Allouch. En la segunda mesa Beatriz Aguad y Gloria Leff discurrieron sobre la obra de D. Halperin y, al final, Patricia Garrido comentó la «Introducción al sexo de amo» de J. Allouch. En la última mesa, que giró alrededor de la obra de L. Bersani, intervinieron Juana Inés Ayala y Susana Bercovich. Al final de dicha mesa Marcelo Pasternac intervino sobre «La intensificación del placer (Foucault) es un ‘plus de goce’ (Lacan)» de J. Allouch.

    2 Ya escrita esta crónica, me he enterado de que ya esta prevista la publicación de dichos trabajos en el número 4 de la revista Me cayó el veinte.

    3 En este ensayo se traducirá de esta forma el vocablo fantasme.

    4 Kant. Crítica de la razón práctica. Porrúa, México, 1983, p. 112.

  • ¿Conoce usted a Henry Boulard?

    ¿Conoce usted a Henry Boulard?

    Bibliofilia y bibliomanía

    Néstor Braunstein

    Sería inútil buscar el nombre de Antoine-Marie-Henry Boulard en las enciclopedias. Mas la culpa por la vanidad del intento no ha de recaer en los curiosos escrutadores de esas supuestas totalidades del saber sino en los discutibles criterios con los que se decide hacer pasar a alguien a la memoria de la humanidad (o borrarlo de ella). En verdad el bueno de Boulard hizo méritos sobrados no sólo para ser recordado sino también para que su nombre se haga proverbial. Lo sería ciertamente si Balzac lo hubiese tomado como personaje de su Comedia, como un primo Pons de los libros en vez de los cuadros.

    Su vida oficial parece que no dejaba mayores motivos para el comentario que los que hubiese tenido cualquier otro que hubiese atravesado en París, y como miembro de la burguesía, los agitados años que van entre el 1754 de su nacimiento y el 1808 en que cedió a su hijo el gobierno de la notaría en la que hizo honestamente una fortuna abundante ya que no escandalosa. Nada resalta en su vida para sacarlo de esa digna medianía. Vivió quizás esos primeros cincuenticuatro años como si preparase una más de las tantas lápidas que tapizan los senderos del Père Lachaise o del cementerio de Montparnasse. Si destacó en el colegio como particularmente dotado para las letras y si ganó premios en su juventud nada importa pues todo quedó literalmente en el tintero al acatar él el proyecto familiar de continuar legal y legítimamente con el registro notarial de su padre, a quien sucedió a los 27 años, uno antes de casarse como Dios manda.

    A veces le toca a uno preguntarse por las biografías de los pequeños renunciantes más que por la de los autores de hechos rutilantes y destinados a la heroicidad memorable. Vidas de fulanos y menganos. Así, la de Henry Boulard. No se lo recuerda en la época de la monarquía pero tampoco, siendo religioso y rico, fue molestado por las turbulencias de la Revolución y del Terror que le siguió. Estudioso, eso sí. Aprendió varias lenguas extranjeras y publicó unas cuantas traducciones. En el año 1800, el primero de los tres cónsules, uno que se llamaba Napoleón Bonaparte y que lo conocía personalmente, lo nombró alcalde del XI Distrito de la ciudad de París. No debe ser mucho lo que Boulard hizo con esa designación pues lo único que se recuerda es que en 1803 fundó una escuela gratuita de dibujo para las jóvenes. Si acaso en su discurso de inauguración una frase de beneplácito por extender la enseñanza del dibujo «al sexo que tiene menos recursos y sobre el cual su debilidad y su suavidad deben extender nuestra solicitud». Así navegaba por la vida: paternalista, generoso, siempre dispuesto a prestar sus centavos en particular a gente que escribía. A prestar, no a regalar, pues se hacía un deber de recuperar lo que prestaba y era muy riguroso en su afán. Si alguien quería dinero y era escritor tenía que conseguir que otro de los deudores de Boulard devolviese lo que había recibido ya que de otro modo él no volvía a prestar. Pequeñas dignidades, pequeñas ganancias, pequeñas virtudes, nada que mostrase la pasión que se desencadenó en el hombre de 54 años y que lo consumió hasta 1825 cuando, con más de 70, y como él lo hubiera dicho, entregó su alma al Señor.

    Entre el año de su jubilación el año de su muerte el buen Maître Boulard compró y compró. Libros. Unos 600,000 se dice. Para poder albergarlos debió también hacerse dueño de varias casas. Nada le importaron las burlas de quienes lo veían pasar día tras día con su enorme abrigo hinchado por la cosecha del día y su cuerpo doblado por el peso que lo resquebrajaba. Para los libreros era un benefactor, para la esposa un chiflado que no estaba casi nunca en la casa.

    El escándalo estalló una noche en que no regresó al hogar conyugal por haberse quedado en una de sus otras casas acomodando tres carros de libros que había acertado a comprar durante el día. La mujer lo perdonó al precio de comprometerlo bajo juramento a no comprar un sólo libro más sin la autorización expresa de ella.

    El digno y canoso jubilado segúía recorriendo las librerías y se embriagaba con el olor del papel viejo pero no podía ya apropiarse de lo que husmeaba. Al poco tiempo cayó enfermo y, cuando ya arañaba la muerte, preso de una grave melancolía, se le salvó con renovados permisos para comprar los libros que quisiera.

    Su caso srve para interrogar a la clínica de las monomanías que llamaron la atención de los psiquiatras de antaño y que reciben otros nombres entre los shrinks de hoy. Pero antes tal vez habría que mencionar otro aspecto, correlativo del de la bibliofilia, por el cual puede evocarse al señor Boulard. Corrían ya los años de la Reatauración tras el fin del sueño imperial. Boulard era un activo militante en pro del atraso del reloj, del desfacer los entuertos que trajo la Revolución. Por ejemplo, el de haber sacado las tumbas de los grandes hombres de Francia de las iglesias, donde estuvieron hasta 1789, para llevarlos al Museo de los Monumentos. Las reclamaciones de Boulard fueron escuchadas y, así, consiguió que en 1818 volviesen los huesos de Boileau y en 1819 los de Descartes, Maubillon y Montfaucon a tierras consagradas. Esta historia abre algo de camino para entender su pasión por los libros. La Revolución había metido sus manos en las bibliotecas de los claustros y conventos que se habían ido formando durante siglos. Boulard tuvo la idea, comprensible ¿no?, de recoger las dispersas riquezas literarias y darles asilo sino cristiana sepultura en la Biblioteca Imperial. Su proyecto requería de mucho dinero y energías que por entonces habían de dedicarse a otros menos pacíficos menesteres. Y así fue como Boulard se lanzó al salvamento de los viejos libros. Sentía predisposiciòn por los de gran formato a los que trataba con especial ternura, aunque sin por ello despreciar a los pequeños Elzevirs.

    Su pasión, rasgo inconcebible para los que no son coleccionistas, no apuntaba a la lectura para la que supuestamente los libros están hechos, sino al libro mismo como objeto. La prudencia racionalista de la esposa le aconsejaba ponerse a leer antes que seguir comprando, pero este consejo, bueno para un bibliófilo según apuntaba el alienista Descuret en 1844, no era de ningún modo del agrado del bibliómano. Sigamos al antiguo especialista: «El bibliófilo a menudo llega a ser bibliómano cuando su espíritu desfallece o cuando su fortuna aumenta, inconvenientes graves los dos a los cuales las personas más honestas están expuestas; pero lo primero es mucho más común que lo segundo». E inmediatamente después citaba al célebre Nodier, el gran retratista de lunáticos que murió en 1844: «El bibliófilo sabe escoger los libros, el bibliómano los amontona: el bibliófilo junta el libro con el libro, después de haberlo sometido a todas las investigaciones de sus sentidos y de su inteligencia; el bibliómano apila los libros unos encima de otros, sin mirarlos. El bibliófilo aprecia el libro, el bibliómano lo pesa o lo mide; él no escoge, él compra. La inocente y deliciosa fiebre del bibliófilo es, en el bibliómano, una enfermedad aguda llevada hasta el delirio. En este grado fatal toda inteligencia está perdida: es la manía». A lo que Descuret agregaba un pedido de permiso para que se le conceda que mientras el bibliófilo posee libros el bibliómano es poseído por ellos.

    La distinción sin embargo no es clara en el caso de Boulard. Verdad es que no leía y que su biblioteca, totalmente desordenada, no atrajo nunca el interés de los conocedores. Una vez muerto su propietario, los libros fueron dispersados por los herederos y entregados a la rapiña de los mercachifles. Por años y hasta décadas duró la baja de los precios de los libros de segunda mano en París hasta que el mercado pudo absorber esa cantidad de mamotretos. Pero no hay que olvidar el aspecto redentor de su empresa. Tampoco se puede dejar de recordar, aunque sea una digresión extemporánea y anacrónica, al Peter Kien de Elías Canetti, el protagonista de Auto de fe que se apostaba a comprar los libros de su propia biblioteca en las puertas del Montepío (analogía que se extiende a la relación con su mujer). Uno no puede dejar de pensar en el componente de hostilidad que encubren las pasiones que es tanto mayor cuanto son más salvajes e incoercibles. Kien acaba por incendiar su biblioteca. No es el caso de Boulard a quien hemos de suponer apenado al morir por no poder llevar al Cielo su portentosa colección.

    Murió Boulard. Murió pero no sin que una sorpresa aguardase a los que se lanzaron encima de sus despojos para desvencijar este inmenso osario de páginas que él dejaba. Se halló en una de las casas una puerta atrancada que daba a una habitación en la que mucho costó penetrar. Los libros que en ella había -y valga como prueba de que Boulard sí miraba lo que compraba y que sí seleccionaba- eran las obras más inmorales y más obscenas que habían salido de las prensas. Quiere el alienista Descuret (des curés?) que el hombre religioso que fue el notario Boulard los hubiese comprado para entregarlos a las llamas pero que su pasión dominante le llevó a retrasar indefinidamente el muy penoso autodafé. Otros podemos pensar que hemos dado con el secreto de su pasión y que pensando mal acertaríamos. Y más aún si pensásemos peor.

    Nota bibliográfica: Boulard bibliomane ou la médecine de passions es el título de un pequeño volumen aparecido en París en 1991 que reúne unas páginas extraídas de un libro del médico J.-B. F. Descuret acerca de las pasiones consideradas en sus relaciones con las enfermedades, las leyes y la religión y una biografía de Boulard escrita en 1904 quién sabe porqué por un ignoto Numa Raflin. El sello editorial del librito de marras es un dibujo irreproducible (e incomprensible). Quizás el interesado pueda remitirse a las Ëditions des Cendres.

  • El inconsciente Freudiano frente al pensamiento post-moderno

    El inconsciente Freudiano frente al pensamiento post-moderno

    Miguel Kolteniuk Krauze

    En un trabajo anterior (1992) sostuve que la desaparición de Dios dentro de la cultura contemporánea va acompañada de un cuestionamiento radical de todos los valores e ideales que surgieron a lo largo del desarrollo de la civilización judeo cristiana occidental y que se consolidaron conceptualmente en el período de la ilustración; para algunos, el inicio de la modernidad.

    La desaparición de Dios va acompañada de la crisis de la idea de progreso, tanto a nivel del sujeto, como de la historia, del cuestionamiento de la razón como autoridad suprema, del derrumbe del fundamento de la ética y de las nociones de «la verdad», «el bien», y «la justicia», de la muerte de las ideologías redentoras, de la pérdida de un sentido que justifique el devenir histórico, de la subversión de lo «bello» en las artes, de la fragmentación de la conciencia de la «realidad» en lo político, lo personal y lo social. En suma, de la desintegración de un mundo organizado de valores que han jerarquizado y justificado la vida en todas sus dimensiones.

    Para Giani Vattimo, por ejemplo, la modernidad implica la concepción de la historia como un proceso progresivo de emancipación, de desarrollo y perfeccionamiento de los ideales del hombre. Esto implica el poder ver la historia como un proceso unitario con una perspectiva teleológica. Implica, además, la idea de progreso. «….Pues bien -dice Vattimo- en la hipótesis que yo propongo, la modernidad deja de existir- por razones múltiples- desaparece la posibilidad de seguir hablando de la historia como una entidad unitaria…. Solo existen imágenes del pasado propuestas desde diversos puntos de vista y es ilusorio pensar que exista un punto de vista supremo, comprehensivo, capaz de unificar todos los demás».

    La crisis de la idea de historia lleva consigo la crisis de la idea de progreso; «…..Si no hay un decurso unitario de las vicisitudes humanas no se podrá ni siquiera sostener que avanzan hacia un fin, que realizan un plan racional de mejora, de educación, de emancipación».

    Esta idea de progreso ha descansado en un ideal de perfectibilidad humana que justificaría los avatares de la historia. Para Vattimo «….ha habido otro gran factor decisivo para disolver las ideas de historia y acabar con la modernidad: a saber, la irrupción de la sociedad de la comunicación…. La sociedad transparente…»

    Vattimo propone lo siguiente:

    a) Que en el nacimiento de una sociedad postmoderna desempeñan un papel determinante los medios de comunicación.

    b) Que esos medios caracterizan a esta sociedad no como una sociedad mas transparente, más consciente de sí, mas ilustrada, sino como una sociedad más compleja, incluso caótica, y por último:

    c) Que precisamente en este relativo caos residen nuestras esperanzas de emancipación.

    Sin embargo, esta posibilidad parece remota, ya que la sociedad postmoderna implica la fragmentación de la imagen unitaria de la realidad en un conglomerado de imágenes inconexas de regionalismos, subculturas, textos y perspectivas que provocan la pérdida de su sentido. «Por una especie de perversión de la lógica interna –dice Vattimo- el mundo de los objetos mensurables y manipulables por la ciencia técnica…. ha venido a ser el mundo de las mercaderías, de las imágenes, el mundo fantasmagórico de los medios de comunicación».

    La sociedad postmoderna ha logrado neutralizar el desamparo producido por la desaparición de Dios. La invasión de distractores ha permitido yugular la conciencia metafísica de finitud. La intercambiabilidad de objetos promovida por el mundo alucinante de la información ha suplido a la reflexión. Sólo es pertinente el pensamiento pragmático operacional.

    En términos generales, la postmodernidad se ha ido configurando en nuestro discurso por los siguientes rasgos: mentalidad pragmático-operacional, antropocentrismo relativizador, atomismo social, visión fragmentada de la realidad, hedonismo, renuncia al compromiso y desenganche institucional a todos los niveles: político, ideológico, religioso, familiar, amoroso y sexual.

    Como sostiene Lyotard, han entrado en crisis «las narrativas maestras» que cantaban las esperanzas y la fe en la liberación de la humanidad, en el progreso y en la desalienación del proletariado. Frente a ello, el pluralismo, eclecticismo, relativismo, perspectivismo y las equivalencias de intercambiabilidad: la cultura postmoderna. Podemos afirmar quizá sin desatino, que Nietzsche y Heidegger han fungido desde una perspectiva genealógica, como sus autores intelectuales. Sin embargo, no sería justo responsabilizarlos de las desviaciones perversas que la cultura postmoderna realizó con sus revelaciones originales e inéditas. Sin ellos, gran parte del siglo XX resultaría incomprensible.

    Para Joan Coderch » El pensamiento postmoderno puede comprenderse como una reacción al extremo positivismo, neopositivismo y empirismo lógico que impregnaban la ciencia, la cultura, la filosofía, y en general, la concepción del mundo y de la vida del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Esta concepción se caracterizaba -y se caracteriza para los que continúan adheridos a ella- por el positivismo, la fe en la razón y en la ciencia, por el convencimiento de que hay verdades esenciales y de que, mediante la inteligencia y las investigaciones científicas, LA VERDAD, escrita con mayúsculas, irá siendo descubierta progresivamente, y que la humanidad acabará por dominar a la naturaleza. Las supersticiones, las religiones y los mitos desaparecerán, y el conocimiento científico guiará la vida de los hombres y las mujeres de manera más racional y con una mayor felicidad».

    Según este autor catalán, Freud era un típico representante de este tipo de pensamiento. Para él, el psicoanálisis era uno de los instrumentos al servicio del dominio de la naturaleza, en este caso, de la naturaleza humana, mediante la inteligencia, el raciocinio y la investigación científica.

    Sin embargo, me parece que si bien, Freud es hijo del pensamiento moderno de la ilustración, también debe considerársele un revolucionario que subvierte las premisas racionalistas de su marco cultural, es decir, su descubrimiento del inconsciente puede ser considerado como un enclave de conmoción y apertura, introductor del pensamiento postmoderno. No es casual que se le empariente con Nietzsche en su crítica iconoclasta del origen de la moral judeo-cristiana occidental, en su complicidad intelectual con aquél en la muerte de Dios, en la denuncia del malestar en la cultura y en el desenmascaramiento de «la razón» como lugar de «engaño», «síntoma» y «encubrimiento» de fuerzas irracionales ocultas, a las cuales secretamente sirve.

    A partir de Freud, y no solo de Nietzsche, «la razón», «la verdad», «la conciencia» y «el yo» han sido puestos en entredicho, por ello, me atrevería a afirmar, que el mismo Freud no fue conciente de haber infringido, junto con Nietzsche y después con Heidegger, la cuarta herida narcisista a la humanidad, a saber, la falta de fundamento del basamento valorativo que le otorga sentido a la existencia y perpetuación, de la humanidad entera y su cultura. Freud, el racionalista conciente, se hubiera rebelado contra su alteridad postmoderna.

    Por ello, me permito formular mi primera hipótesis de este trabajo: Freud es un pionero inconsciente del pensamiento postmoderno encubierto en su proyecto racionalista conciente de ser un representante del empirismo positivista de la tradición científica que cree en «la verdad» objetiva y el progreso acumulativo del descubrimiento de las ciencias naturales.

    Sin embargo, pienso que Freud realizó un tránsito discontinuo de «la química de las pulsiones» -como lo denominó Assoun- a la «Microfísica del Símbolo», como me permito definir epistemologicamente a este salto mortal freudiano.

    Desde su «Naturwiesenschaft» Freud encomendó al progreso científico natural, el descubrimiento de la «sustancia química» que diera razón de su concepto metafórico-metapsicológico de «libido».

    Sin embargo, desde mi abordaje epistemológico prepost-moderno, pienso que la metáfora de la «microfísica del símbolo» nos permite una comprensión más fidedigna del «inconsciente freudiano», ese universo compuesto por «representaciones cosa», cargado por investiduras libidinales provenientes del Ello, en donde reina la atemporalidad y el principio de incertidumbre, en donde rige el caos lógico del proceso primario, y en donde, como diría Heidegger, el futuro se precursa en un presente que da sentido a un pasado que clama por su historicidad.

    Esto nos conduce al interrogante fundamental:

    • ¿Cuál es el estatuto epistemológico y ontológico del Inconsciente Freudiano? ¿Se trata de un universo representacional cargado de energía, que habita en ese espacio virtual denominado «el aparato psíquico» y que se suele ubicar «en la interioridad del sujeto?»
    • ¿Se trata de un efecto semántico del discurso de secuencias narrativas de una comunicación intersubjetiva?
    • ¿Se trata de un constructo teórico sin bases empíricas que un paradigma grupal ha aceptado por convención?
    • ¿Se trata del efecto de un constructivismo intergrupal creador de una ficción imaginaria para crear un núcleo pragmático de poder institucional?
    • ¿Se trata de la «cosa en sí» Kantiana de la que, como diría Wittgenstein en el Tractatus «como no se puede hablar de ella, mas vale callar?»

    Coderch nos propone en su excelente artículo, recientemente publicado en el último número de Cuadernos de Psicoanálisis (Vol. XXXII, Num. 3 y 4, julio-diciembre de 1999) que el pensamiento postmoderno ha penetrado profundamente en algunas corrientes del pensamiento psicoanalítico de vanguardia. Desde luego, aclara el autor, no se trata de la versión radical destructiva del pensamiento postmoderno original, sino una versión que él llama «optimista» que, sin dejar de ser relativizante, perspectivista y deconstructiva, conserva, sin embargo, la búsqueda de una verdad individual y reconstructiva que haga posible la mejoría de nuestros pacientes.

    Con gran lucidez, Coderch da cuenta de la diferencia existente entre la hermenéutica y el deconstructivismo de Derridá, a quien lo ubica dentro del pensamiento postmoderno no destructivo. Sin embargo, acota el autor, «…para el deconstruccionismo, la representación per se es imposible a causa de que no hay nada que exista detrás del sistema simbólico humano. En este sistema, para Derridá, no hay nada a representar fuera del lenguaje. Por tanto, el lenguaje es la única realidad, y el inconsciente, como referente, puede decirse que no existe (Leary, 1994)». Derridá no es un representante del pensamiento hermenéutico, porque para él no existe un universo de «significados ocultos» que hay que develar mediante las interpretaciones para esclarecer el sentido de los símbolos. De lo que se trata es de deconstruir el discurso, mostrar el ensamblaje de sus componentes de origen, lo que no equivale, según Coderch, ni a un análisis común y corriente, ni a una crítica en el sentido habitual de la palabra.

    Intentaré resumir muy esquemáticamente las aportaciones del pensamiento postmoderno en el psicoanálisis contemporáneo de corte anglosajón, que es del que se ocupa Coderch:

    El abandono de una concepción del vínculo analítico en la que un supuesto observador imparcial, analiza los contenidos mentales del paciente desde un punto de vista supuestamente «objetivo».

    La sustitución de un modelo «unipersonal» monádico, de la mente del paciente, por un modelo bi-personal, diádico, en la que intervienen dos sujetos en constante interacción.

    La concepción del análisis como un encuentro narrativo de lenguajes en movimiento interaccional generado por el diálogo intersubjetivo entre el paciente y el analista.

    La concepción del análisis como un proceso de constructivismo social en el que «las verdades» se construyen a partir de las perspectivas singulares encontradas en el diálogo intersubjetivo, y son validadas en forma relativa y contextual en cada momento analítico, en lugar de ser «descubiertas» a partir de una realidad supuestamente objetiva.

    La disolución de un self, único e integrado en el sujeto decontextualizado para ser sustituido por la noción de múltiples selfs en perpetuo cambio, en función de la ubicación del sujeto en sus distintos contextos determinados por sus redes sociales y culturales.

    La sustitución de la «relación de objeto» por la noción de un «encuentro entre dos sujetos». Como dice Jessica Benjamin: «…donde estaban los objetos han de devenir los sujetos»

    La concepción del diálogo analítico como una negociación discursiva entre dos narrativas singulares en las que ambos sujetos participantes sufren cambios psíquicos.

    El énfasis en el concepto de que tanto el material del paciente como la manera en que lo comunica, especialmente la transferencia, está determinada por la influencia que ejerce el analista como sujeto. La noción de un paciente » objetivo» estudiado desde afuera por varios analistas que supuestamente descubrirían las mimas cosas, queda abolida por completo en el pensamiento psicoanalítico postmoderno.

    Es importante destacar que Coderch, quien se autodefine «postkleiniano», intenta revelar el gran parentesco que existe entre el pensamiento postmoderno moderado y las corrientes postkleinianas. En especial, con las ideas de Bion. Más aún, cita a A. Elliot quien se atreve a afirmar que «gran parte de la enorme confusión entre signos y referentes que se da en la cultura postmoderna puede ser pensada en términos bionianos, como una clase de desdiferenciación entre la función alfa y los elementos beta, un verdadero ataque al pensamiento que deja a la mente desconectada del mundo e inmersa en la pura presencia de objetos bizarros». Sin embargo, más allá de estos parentescos y afinidades queda planteada la pregunta fundamental: ¿Cuál es el estatuto ontológico y epistemológico del inconsciente freudiano frente al pensamiento postmoderno?

    Me parece de entrada, que el pensamiento postmoderno tiende a diluir al inconsciente freudiano, cuando no, a desaparecerlo. Me parece que esto se debe a que redujo la estructura triádica que determina la relación intersubjetiva a un campo de interacción bipersonal. Lejos de ser una relación de dos, el vínculo analítico está constituido por tres componentes, a saber: el paciente, el analista y el inconsciente freudiano de ambos, que irrumpe intempestivamente como una alteridad radical fracturando la interacción diádica y creando una discontinuidad discursiva en ese encuentro de narraciones que es el diálogo intersubjetivo. El lapsus, el acto fallido, el síntoma y la transferencia no es creación, sino fractura de la interacción bipersonal, por ello, para rescatar el reconocimiento del inconsciente freudiano hay que recordar que la relación intersubjetiva que se da entre el paciente y el analista es de carácter triangular y no simplemente diádica.

    El desconocimiento del carácter triádico del vínculo analítico le permite al pensamiento postmoderno de corte psicoanalítico ejercer dos reduccionismos que eliminan al inconsciente freudiano:

    1) El reduccionismo lingüístico, que consiste en postular que el inconsciente es un puro efecto de discurso que surge en el encuentro de dos secuencias narrativas, y

    2) El reduccionismo interactivo-comunicacional, que reduce el inconsciente freudiano a un efecto de intercambio comunicacional social entre dos sujetos, es decir, lo diluye en una teoría interpersonal en la que dos sujetos intercambian emociones e ideas.

    La alteridad radical que irrumpe y crea discontinuidad en la tersura del diálogo y del intercambio afectivo queda eliminada.

    Por ello, me permito terminar este trabajo con la siguiente propuesta epistemológica sobre el estatuto del inconsciente freudiano: El inconsciente freudiano puede ser entendido como una «microfísica del símbolo» que ocurre en un espacio de alteridad radical con respecto al yo del sujeto. La llamo «microfísica» porque habla de las energías de investidura pulsional que trabajan con la lógica caótica del proceso primario sobre las representaciones cosa, que yo denomino «dominio del símbolo» porque para Freud, no hay que olvidar que las palabras también son representaciones.

    Hay que recordar también que Freud equiparó al Inconsciente con «la cosa en sí» de Kant otorgándole de esta manera un lugar de incognoscibilidad. De manera que sólo el trabajo interpretativo realizado sobre sus productos derivados que irrumpen inesperadamente como síntomas nos permite intuir y postular su existencia.

    Por último, es precisamente este trabajo interpretativo el que le hará posible al sujeto historificar su pasado traumático e introducirlo en el tiempo, en donde vuelvo a citar a Heidegger, el futuro se precursa en un presente que da sentido retroactivo a un pasado que clama por su historicidad.

    Por ello, no es posible diluir un objeto indiluible. No es posible reducir un objeto irreductible. No es posible conjurar el verdadero asalto a la razón que es el inconsciente freudiano.

    No es posible trivializar lo siniestro por medio de una lógica terrorista de la primacía discursiva de la decapitación de los absolutos.

    Disfrazado de las osadías freudianas, el pensamiento postmoderno es su más acérrimo enemigo. Es cómplice neotecnocrático y globalizador del ataque multinformático al quehacer psicoanalítico.

    La panacea del mundo lúdico del primado de los psicofármacos, de las terapias relámpago centradas en los clientes impacientes que demandan intervenciones espectaculares de corto plazo. El retorno de un Dios mercadotécnico que promete la cura por medio de las flores, que no de las cantatas de Bach. La homeopatía de la microesferita enigmática, versión naturista de la psicopatía pseudomédica, asociada, por otro lado, a la explotación de los laboratorios transnacionales gobernados por la globalización de la economía, son algunos de los eslabones de la cruzada postmoderna que amenaza con la destrucción del poder subversivo del inconsciente freudiano.

    Parece mentira que, para sobrevivir, los psicoanalistas y sus pacientes nos veamos obligados a existir en una especie de clandestinidad primitiva, como los cristianos de las catacumbas o los «marranos» exiliados de la España católica, con el fin de soportar los ataques sobreinstrumentados de la cultura postmoderna.

    A veces, debo confesar, algunos emisarios de la tecnocracia postmoderna me han hecho sentir una especie de vergüenza profesional que me dificulta la confesión de mi identidad psicoanalítica, sobre todo, si pertenezco a la IPA. Es como confesar un delito cultural de anacronismo.

    Yo debería ser especialista en el manejo de la cuantificación sutil de la recaptura de los neurotransmisores. En el mejor de los casos, ellos me aceptan como un psicoterapeuta muy divorciado de Freud, que entendió la necesidad de no hablar del pasado, de no ocuparse de los conflictos infantiles, de no mentar la madre ni el padre de sus pacientes, y que es capaz de convertirse en un asesor pragmático especializado en la solución de los problemas cotidianos de sus clientes-patrones, siempre dispuestos a contratar a otro asesor mas eficiente.

    En ocasiones, la cultura postmoderna nos ha obligado a asumir una especie de «dilución adaptativa» de la técnica al servicio de la preservación de los principios sacramentales del descubrimiento del inconsciente freudiano.

    No dudo que surgirán algunas voces castas y ortodoxas del movimiento psicoanalítico de Pro-Vida, dispuestas a condenarme en su santa inquisición dirigida por sus «Torquemadas» internalizados. A estas alturas, no me parece interesante la polémica ni la condena espúrea.

    Sólo surge en mi conciencia la pregunta fundamental de los exiliados de la historia: ¿Cómo vamos a sobrevivir en el seno de la cultura postmoderna, siendo una secta psicoanalítica obsoleta, marginada de la tecnología de vanguardia y de la pirotecnia informática, por su obcecación en la preservación del paradigma del descubrimiento del inconsciente freudiano? Tienen ustedes la palabra. Muchas gracias.

    BIBLIOGRAFÍA

    Assoun, P. L. (1981): Introducción a la epistemología freudiana. Siglo XXI. México, D.F. 1982.

    Bion, W. (1962): Aprendiendo de la experiencia. Paidos. España. 1997.

    Coderch, D. (1999): La influencia del pensamiento postmoderno en el psicoanálisis actual. Cuadernos de Psicoanálisis. Vol. XXXII: 3 y 4. Julio – Diciembre. México, D. F.

    Derrida, J. (1997): El tiempo de una tesis. Barcelona. Proyecto A. Ediciones, 1997.

    Freud, S. O.C. Ed. Amorrortu. Buenos Aires, 1976.

    Heidegger, M. (1927): El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica. México, D. F. 1962.

    Heidegger, M. (1960): La frase de Nietzsche «Dios ha muerto» en Sendas perdidas. Ed. Losada, Buenos Aires, 1960.

    Kant, E. (1781): Critica de la razón pura. Porrúa. Argentina. 1991.

    Kolteniuk, M. (1992): La desaparición de Dios. Cuadernos de Psicoanálisis. Vol. XXV. 3 y 4. Julio – Diciembre. 1992. México, D. F.

    Lyotard, J. F. (1994): La condición postmoderna. Madrid. Ediciones Cátedra. 1994.

    Nietzsche, F. (1882): La gaya ciencia. Editorial Mediodía. Buenos Aires, 1967.

    Vattimo, G. (1990): Postmodernidad ¿Una sociedad transparente? en G. Vattimo y otros: En torno a la postmodernidad. Ed. Anthropos, Barcelona, p. 10, 1990.

    Wittgenstein, (1921): Tractatus lógico filosófico. Alianza Editorial. 1989.

  • Crítica hermenéutica, estructuralismo y psicoanálisis

    Crítica hermenéutica, estructuralismo y psicoanálisis

    Julio Ortega Bobadilla

    Il ne faut voir la réalité telle que je suis.

    Paul Eluard

    Umberto Eco, al escribir La estructura ausente (1999), ha expresado una crítica del movimiento estructuralista tan en boga hace unos 30 o 40 años en el mundo intelectual y que ha declinado su influencia, especialmente en el campo filosófico, al punto en que se rechaza por muchos el enfoque estructuralista y los progresos que en distintas disciplinas produjo, incluyendo al psicoanálisis. Realiza en ese texto, un análisis interesante y detenido del discurso semiótico y se propone realizar una revisión exhaustiva de las diferentes posiciones de los especialistas ocupados en descifrar los sistemas de signos y la comunicación. Sin embargo, el blanco del libro es un ataque frontal al estructuralismo, desde una posición que se podría denominar ontológico hermenéutica. Desde esta postura, se define una crítica que sostiene que la reducción estructuralista no es sino parte de los restos fétidos de la cultura racionalista de la Ilustración. A fin de cuentas, el estructuralismo seguiría una tendencia que podría describirse como un dominio del objeto sobre el sujeto anterior a Heidegger, y sus aspiraciones estarían fijadas en dar cuenta de todo discurso, gracias a un reducido número de elementos que tendrían la pretenciosa ambición de descubrir claves, básicas y universales.

    Umberto Eco, al igual que Vattimo, dirige con energía su arsenal teórico a sostener la justificación de la hermenéutica como una nueva koiné (el término es usado por Vattimo para significar un nuevo lenguaje universal), que se sitúa como una nueva perspectiva práctica de la interpretación del discurso, destinada a sustituir las cosmovisiones y análisis totalizantes. Esa nueva koiné, nombrable como ontología hermenéutica, se dirige a la exploración de ciertos discursos. Destacadamente: el discurso religioso, el mítico, el psicoanálisis y el discurso estético. Su lógica interpretativa trataría de jugarse siempre por privilegiar en la mirada del análisis, la especificación de un horizonte determinado y no del descubrimiento de una estructura fundamental.

    La estrategia de interpretación se define por la tendencia a sostener tesis débiles a contrapelo de las tesis fuertes que han dominado la tradición filosófica de Occidente. Las tesis fuertes habrían pretendido, según los hermeneutas, alcanzar lo Absoluto, el sentido de las cosas, finalmente: el Ser y la Verdad, ambas escritas con letras m ayúsculas.

    Eco define a la reducción estructuralista como la última koiné del Iluminismo en dónde koiné —para el pesar de Vattimo— aparece como resabio de una ambición de Aufklarung (ilustración) total fallida. Según este autor, esta visión sigue —sin proponérselo—, presa de encontrar constantes, pasando por alto, el contexto de un mundo cambiante y desembocando en producir saberes que están destinados a perecer casi de inmediato.

    Gianni Vattimo representa una posición similar, con el agregado de que su crítica está dirigida a tratar de liquidar completamente cualquier referente a las filosofías del marxismo y el pensamiento hegeliano que han jugado un papel hegemónico en la comprensión del mundo en los últimos cincuenta años. Su propuesta, se puede formular en el reto de vivir en el desamparo sostenida por el único referente posible a sostener hoy día, que sería, la falta de referentes:

    …si hubiera… (necesario)… un idioma común dentro de la cultura y la filosofía, éste habría de localizarse en la hermenéutica (Vattimo 1998).

    La hermenéutica se ha ido constituyendo, poco a poco, en una moda filosófica a la que escapan, sólo algunos. En las facultades de Humanidades se nota, sobretodo entre alumnos, una tendencia creciente a criticar desde esta perspectiva todo modelo de comprensión de la realidad y un cierto relativismo que hace una nivelación entre lecturas opuestas para, finalmente, otorgar igual validez a cualquier opinión.

    Algunas de las críticas más fuertes se dirigen al psicoanálisis criticando su elección por un inconsciente sexual y el sostenimiento de un método caracterizado por una aproximación que concede un soporte lingüístico a los fenómenos de la psique humana.

    El término hermeneutiké referido en Platón a la interpretación de lo sagrado fue extendido después de Aristóteles a la traducción de signos y pensamientos. La tradición judeo – cristiana refirió la hermenéutica a técnicas y medios de interpretación de los textos bíblicos. No es sino hasta Schleiermacher en el siglo XIX que la disciplina cobra una relevancia filosófica, y comienza a aparecer como una teoría general de la interpretación y la comprensión. Este sesgo —con bordes psicológicos— de la hermenéutica, influirá sobre Dilthey y la corriente historicista, que iniciará la hermenéutica filosófica del siglo XX.

    Sin embargo, es hasta El ser y el tiempo de Heidegger (1974) que la hermenéutica se relaciona directamente con la ontología de la existencia. La comprensión es entendida como una estructura fundamental del ser humano, es un existencial del Dasein (ser ahí que define la existencia humana). No se trata ya, de la mera comprensión de un texto en su contexto, sino que de la comprensión que deriva auto-comprensión ligada a la experiencia del lenguaje. Así, la hermenéutica no será una forma particular de conocimiento, sino lo que hace posible cualquier forma de conocimiento. Esta identificación entre hermenéutica y ontología se hace patente en tanto que se aborda la cuestión del sentido del ser, a partir de la comprensión del ser del Dasein.

    Gadamer, discípulo de Heidegger, desarrolla las líneas abiertas por éste, hacia la relación entre hermenéutica y lenguaje. La deuda hacia el autor de El ser y el tiempo es más que patente. El ser ahí heideggeriano y el énfasis en el lenguaje, consiste el punto de partida para su particular hermenéutica filosófica. Pueden rastrearse, a lo largo de toda su propuesta, rasgos nietzscheanos. Sin embargo, no desecha el valor del consenso y a pesar de que al mismo tiempo cuestiona todo discurso que se sitúe sosteniendo un saber. La crítica, desafortunadamente, deriva en una serie de objeciones a enfoques como el psicoanalítico en un tono que demuestra una lectura superficial de las tesis freudianas. Examinemos el párrafo siguiente:

    La reflexión hermenéutica (…) no implica ninguna pretensión previa (de orden ideológico) No afirma saber que las condiciones sociales fácticas solo permiten una comunicación deformada. Esto implicaría, a su juicio, saber en que consiste una comunicación correcta y no deformada. Tampoco actúa como un terapeuta que lleva a buen puerto el proceso reflexivo del paciente guiándolo hacia un conocimiento superior de su historia vital y de su ser auténtico. En ambos casos, en la crítica de la ideología y del psicoanálisis, la interpretación pretende guiarse por un saber previo que permite disolver las fijaciones y los prejuicios. En este sentido, ambas se presentan como ilustración. La experiencia hermenéutica mira con escepticismo cualquier pretensión de un saber previo (Gadamer 1998)

     El rechazo a los sistemas filosóficos se puede rastrear en Freud, quien repudiaba a las cosmovisiones. Su posición, podría entenderse sin forzar las cosas demasiado como un anticipo de las visiones contextuadas frágiles de la filosofía de los últimos 30 años. Freud comprendió visionariamente la necesidad de los límites al saber y su rechazo a lo que se denominaba en su tiempo como filosofía que se expresa en un desprecio a cualquier tesis monolítica o totalizadora, incluyendo al psicoanálisis. Frente a la acusación de reduccionista filosófico, el mejor abogado para su defensa es el mismo Freud. Al atacar las pretensiones narcisistas del filósofo nos dice en su obra de 1926, Inhibición, Síntoma y angustia (Freud 1976):

    Personalmente no soy partidario de la elaboración de concepciones universales. Es ésta una tarea que debemos dejar a los filósofos, los cuales, según repetida confesión, no consideran realizable el viaje a través de la vida sin un total Baedeker (guía) con noticias de todo y sobre todo.

     

    Sabemos muy bien cuán poca luz ha podido arrojar hasta ahora la ciencia sobre los enigmas de este mundo. Todos los esfuerzos de los filósofos continuarán siendo vanos. Sólo una paciente perseveración en una labor que todo lo subordine a una aspiración a la certeza puede lentamente lograr algo. El viajero que camina en la oscuridad rompe a cantar para engañar sus temores, mas no por ello ve más claro.

    Gadamer supone, en un error de apreciación, que el saber psicoanalítico de la teoría psicoanalítica se aplica —mecánicamente— por el analista al paciente como método de retraducción simple de todo su discurso. No podríamos estar más en desacuerdo. De hecho, la teoría de Lacan ha puesto de manifiesto la ingenuidad de quienes suponen la práctica psicoanalítica, como semejante a la de un traductor.

    El método freudiano se apoya en el poder de la interpretación del paciente mismo. La significación no es procurada por un conjunto de códigos preestablecidos aplicados de forma automática al relato del paciente. El respeto a la asociación libre implica para el analista, seguir al analizante en su mundo fantasmático y convertirse en un facilitador de la palabra del paciente y no en un adoctrinador de la teoría freudiana. El abandono de la sugestión directa, consiste en una clave importantísima del tratamiento. Supone, la no regulación del habla del paciente y conduce a que el paciente, a través de su relato, enfrente su propio discurso.

    Freud ha construido un método y una forma de tratar con la incógnita que constituye el inconsciente, alejado de toda referencia metafísica. A pesar de su formación y de no poseer los referentes filosóficos precisos que acercarían más su trabajo a la creación de una ontoantropología, ésta ha sido la intención de fondo que podemos adivinar en el proyecto freudiano.

    Ludwing Binswagner (1973) en una fecha tan temprana como 1936, ha realizado un interesante intento por desarrollar una elucidación de la concepción freudiana del hombre. Este trabajo —prácticamente olvidado—, es particularmente importante por constituir uno de los primeros y más serios intentos realizados de relacionar al psicoanálisis con otras disciplinas y es de especial interés por la perspectiva filosófica que utiliza, de inspiración heideggeriana.

    El hombre en la idea freudiana se captaría en su inmanencia pura atendiendo a su «naturaleza«. Esta idea se opone a la del homo aeternus o celestis y sitúa al hombre una posición diametralmente opuesta a la tradición ontológica tradicional y a toda suposición metafísica.

    Para Binswagner, la teoría de Freud se asienta en el plano de las necesidades generales conformando un plano de corporeidad que podría designarse como homo vita. Mientras que el punto de arranque del homo natura rousseaniano estaría en la utopía de una constitución natural benignus et mirabilis; el de Novalis en una idealización mágica de la corporalidad y en una naturalización mágica de la espiritualidad; el homo natura de Freud estaría en el mismo nivel que en Nietzsche y Klages. Es decir: en lo Real del cuerpo y sus necesidades está la facultad para determinar lo que es el fondo del ser.

    No se trata de desdeñar la importancia de las creaciones del espíritu hasta falsear ontológicamente la figura humana al reducirla a una visión física unilateral. Se trata de valorar positivamente el cuerpo en la interpretación del hombre. Esta cuestión, constituyó una preocupación importante entre los griegos, particularmente en el Siglo de Oro y se transformó en un principio negativo en el neoplatonismo y absolutamente negativo en la cristiandad. La óptica freudiana reestablece la fuerza motivacional del cuerpo a la luz de la sexualidad sin imponer esta interpretación al paciente, sino procurando que ésta surja a través del relato.

    La corporeidad estaría manifiesta en la estructura del Ello, compuesto por bloques de vectores que buscan la satisfacción y con un estatuto entre el límite de lo somático y lo psíquico: las pulsiones. El señalamiento del filósofo y psicoanalista suizo es capital, lo corporal y lo psíquico se encontrarían en Freud, siempre fundidos en un todo indiferenciado, la única conclusión posible, lógica a extraer, es que el cuerpo es la consistencia misma de lo inconsciente.

    El texto de Binswagner desde el desván de la historia de las ideas nos sigue hablando con fuerza. La concepción del hombre freudiana, según Binswagner, podría resumirse en cuatro puntos cruciales:

    Una concepción del homo natura como un conjunto de mecanismos psicobiológicos que elaboran la experiencia e intentan conservar al ser humano dentro de cierto equilibrio, de acuerdo a un orden metódico.

    El hombre trasciende el mecanismo puro de la adaptación. Se establece así una tensión entre naturaleza y espíritu, entre necesidad y libertad, entre ser vivido, dominado, ser llevado y la espontaneidad de la existencia misma.

    Existen puntos de fractura en el complejo vital diario. Dónde el mecanismo psicobiológico dice no, la existencia dice . Ante la presión de la existencia el mecanismo cede y puede fracasar.

    En las transformaciones y metamorfosis humanas siempre hay un resto ligado al instinto como un factor del devenir, indestructible y siempre presente.

     Binswagner precisa los defectos de la aproximación científico naturalista de Freud, e insiste en que el hombre no es sólo necesidad y organización mecánica. No simplemente mundo, sino devenir histórico (Dilthey) y más específicamente, ser-en-el-mundo, proyecto y descubrimiento del mundo como lo ha mostrado terminantemente Heidegger.

    Es este sentido, Freud yerra al concebir su teoría dentro del modelo de las Naturweissenschaften (Ciencias Naturales). Ubicado al interior de este modelo, subsistiría en el psicoanálisis, una búsqueda oculta de cierta identidad naturalista entre sujeto y objeto, la cual tendería a empujarle —en las primeras concepciones freudianas, definitivamente no, en: El malestar en la cultura— a un cierto optimismo intelectual con raíces en los ideales de la Modernidad. Cierto Freud, adoptaría así, la actitud de estudiar al hombre con una devoción existencial por el «objeto» siguiendo la mística de agudizar su ojo, su oído y su tacto, con el rigor y disciplina del experimentador que habría aprendido de sus experiencias al microscopio en el laboratorio de Brücke, reduciendo el mundo a un acontecer con sentido en sí.

    La marca de origen, de la que deriva la fuerza del mensaje freudiano, debe ser retomada, replanteada y superada en el sentido hegeliano. El mensaje merece ser retraducido a términos que instituyan, finalmente, al psicoanálisis como una ontoantropología, con sus propios móviles y determinaciones.

    El diagnóstico de Binswagner sobre el enfoque naturalista en Freud es contundente:

    Pero ahora sabemos que la ciencia de la naturaleza no constituye la totalidad de la experiencia que el hombre tiene del hombre. En cuanto prescinde de la persona y de la comunicación, y (…), del yo mismo y del significado o sentido, en una palabra de la existencia, no logra explicar por qué el hombre toma sobre sí la tarea divina de ser productivo en la investigación de la verdad científica, por qué hace de ella el hilo de Ariadna y el sentido de su existencia, sufre y lucha por ella, avista en ella su poder y su misión y la cumple hasta el fin con la heroica persistencia contra el insensible mundo.

    Ciencia, arte y moral como modos concretos de la existencia humana no pueden reducirse a una razón basada en las ciencias de la Naturaleza, una óptica «objetivante» que ignore el acontecer propio del hombre y sus relaciones significativas «cargadas de sentido«.

    Podemos considerar, entonces a la luz de las investigaciones de Binswagner que la analítica existenciaria de Heidegger aplicada al psicoanálisis, puede ser leída en un sentido diverso al de Gadamer y no opuesto a los planteamientos freudianos. Para el alumno de Freud, podría aparecer, incluso, como una cura y una alternativa saludable para superar ciertas presuposiciones freudianas naturalistas que restringirían la dimensión existencial.

    Gadamer reduce el psicoanálisis a un mero método de retraducción de contenidos sobre la base de un saber previo. Su alumno Vattimo, acusa esta influencia de manera infortunada. Podemos localizar en este autor, ambigüedades diversas sobre el papel que ha jugado el psicoanálisis. En uno de sus textos más recientes y que analizaremos más adelante (Creer que se cree 1996), oscila entre otorgarle el mérito de haber disuelto la ultimidad sagrada de la conciencia, que se traduciría en un rompimiento del narcisismo histórico y el antropomorfismo, y sellarlo como una ideología atada a cierto momento histórico acaecido a finales de siglo XIX y principios del XX. Vattimo, después de algunos rodeos, termina por no concederle al psicoanálisis, más que el estatuto de corporizar las fantasías de los victorianos, almas soñadoras de una época atormentada por los fantasmas sexuales.

    No tocaremos en este escrito a otros autores importantes del horizonte hermenéutico y lamentamos no hablar de Ricoeur, quien representa, también, una figura relevante de ese movimiento. Este autor, tiene el acierto —independientemente de las críticas que puedan formularse— de elaborar su teoría en diálogo continuo con el estructuralismo, el psicoanálisis, la lingüística y la semiótica, intentando sumar los esfuerzos de las distintas estrategias de análisis de sentido. Más que demoler los cimientos de cualquier comprensión posible, Ricoeur reconoce a Freud como uno de los maestros de la sospecha junto a Marx y Nietzsche, al develar el carácter escondido y disfrazado con el que se presenta la realidad mudada de sus valores reales.

    Nos interesa analizar especialmente a Vattimo debido a sus múltiples contradicciones y su indefendible crítica al psicoanálisis. El autor, ha traducido al italiano las principales obras de Heidegger. Su horizonte de pensamiento gira en torno a las filosofías de Nietzsche y el mismo Heidegger, quienes para él constituyen los cimientos de toda la filosofía en el futuro. A partir de estos autores construye lo que él llama las «filosofías de la diferencia«. Éstas se hallan basadas en la aceptación de la fragmentación y la multiplicidad, nociones que se oponen, en todo y por todo, a cualquier visión «dialéctica» y «sintética«. Le llama a esa actitud: «pensamiento débil» o «condición posmoderna «, definible como una distancia respecto a los ideales básicos de la modernidad: progreso, vanguardia, crítica y superación. La filosofía nos dice el autor, no puede ni debe enseñar a dónde nos dirigimos, sino a vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna parte (Vattimo 1989).

    Estas ideas afirman dos tesis que podrían caracterizarse como negativas (Martínez 1996):

    El abandono de la noción metafísica del sujeto entendido como unidad

    El abandono de los elementos de «poder interpretativo» dominantes a favor de una concepción débil situada.

    El modelo de comprensión que emerge no es fácilmente aprehensible y su formulación no es estrictamente definible en términos lógicos. Tomemos como ejemplar del ánimo crítico de Vattimo, la expresión nihilista que afirma :

    …la pretensión de tener con los valores una relación que no sea de recuerdo, nostalgia, culto es una pretensión demoníaca, que lleva consigo la justificación de homicidio (Vattimo 1989)

    De acuerdo a este hilo de pensamiento, pensar en los Absolutos entraña someterse a las ideas anteriores al período posmoderno que no toman en serio la vocación nihilista de Nietzsche, ni la problemática del rebasamiento de la metafísica propuesta por Heidegger. Haciendo uso de una escritura que semeja a la romántica del siglo XIX, Vattimo, invita al reto de hacer frente a los valores de la nostalgia que reclaman un sitio como esenciales e indispensables en nuestra cultura. Se trata de abolirlos completamente, no dejar rastro de ellos y sobre sus cenizas fundar una filosofía que sea completamente diferente.

    Sin embargo, Vattimo pareciera no negar, del todo, la necesidad intensa de un experiencia de los valores como una demanda real del entorno cultural. Afirma, en relación a la época que vivimos:

    (…) el modo en que nuestra humanidad histórica — de este mundo tardomoderno— puede probar y vivir la propia dimensión humana es desarrollar las potencialidades positivas de una experiencia *declinante’ de los valores, es decir, más difusa y menos intensa (Vattimo, 1989)

    Según este filósofo, no estamos ante una elección posible entre varias, se trata de la única alternativa posible. El hombre se encuentra en esta etapa histórica conocida como posmodernidad, con el hundimiento de cualquier búsqueda de saber sistemático y totalizador, acercándose a una cierta abolición misma de los gestos que han caracterizado a la filosofía clásica.

    Vattimo (1998) nos muestra en «El fin de la modernidad«, cómo nos aferramos inconscientemente a modelos de pensamiento construidos sobre la imaginación de que hay procesos teleológicos o esencias metafísicas. Argumenta demostrativamente, cómo, aún en el caso de autores que aspiran a no tener resabios de orden metafísico como el marxista Adorno, hay rastros del sostenimiento de generalizaciones sobre una idea de hombre con pretensiones de universalidad. En su apología del nihilismo, afirma, que la filosofía se ha transformado y que debemos esperar otros resultados distintos a los que nos ha enfrentado la tradición occidental.

    En este horizonte y haciendo uso de la ironía, es posible imaginar una contestación o más bien una no contestación, desde esa hermenéutica vattimiana a las preguntas kantianas:

    ¿Qué puedo conocer?

    ¿Qué debo hacer?

    ¿Qué puedo esperar?

    ¿Qué es el hombre?

    La condición de incertidumbre nos paralizaría para contestar éstas, por temor a decir algo con resabios metafísicos. Nuestra respuesta habría de ser provisoria y por tanto falsa. Avalaríamos también, que nada se puede conocer realmente, que no hay un patrón único y determinado de conducta a seguir, no se puede esperar nada o se debe esperar Nada, por tanto, no se puede decir, finalmente, a ciencia cierta, qué es el hombre.

    El resultado sería confuso y absurdo, acorde con la actitud de no afirmar que parecería constituir el estado último y superior de la filosofía1. Se reduce así, cualquier intención de inteligibilidad a una pregunta sin respuesta nombre que evoca la bellísima obra musical de Charles Ives que desestima la importancia del sesgo engañoso, imaginario, más necesario, del sentido en la vida de las marionetas que nos identificamos como hombres.

    En lo que constituye una paradoja provocativa, sus afanes nihilistas empujan a Vattimo (1991) a considerar a la hermenéutica como una filosofía práctica y decisivamente orientada en el sentido ético. La ética aquí adquiere una significación particular como un término que alude a la reivindicación, fuera de la metafísica tradicional, de aquellos campos de experiencia irreductibles al método científico – positivo. La hermenéutica se constituiría, entonces, una filosofía guiada por una vocación ética. Nos preguntamos: ¿Cuál? La respuesta no es clara: ¿Ética en que sentido?

    Para los psicoanalistas tiene sentido hablar de ética, lo sabemos desde Freud y Lacan. La ética llama a los nombres trágicos de Edipo y Antígona… sobretodo, el último identificado con la propia posición analítica. Estos nombres propios, son relevantes pues sus historias hacen signo de lo propio de todos los hombres sin importar la época: el deseo. La crítica hermenéutica pareciera indicar que nada es propio del hombre, los psicoanalistas nos resistimos a esta idea, la ética misma se nos mostraría como un concepto vacío.

    Vattimo, también ataca a los herederos de la llamada Escuela de Frankfurt (Appel y Habermass), acusándolos de un explícito retorno al trascendentalismo kantiano. Según Vattimo, éstos reconocen la estructura lingüístico – hermenéutica de la experiencia y proponen que en su base se halla la precondición de una comunidad ilimitada de comunicación que funciona a priori tanto en el plano teorético, como en el plano normativo. Esto es lo que hace posible cualquier interpretación de hechos y el consiguiente diálogo entre personas. Según Vattimo, se conforma así, el riesgo de entender la interpretación como una actividad de desciframiento que puede remontarse a fondos y significados escondidos, pero de alguna manera, asequibles.

    La ontología hermenéutica de Vattimo nos trata de convencer de asumir nuestra finitud tranquilamente, lo que no tendría nada de particular, Heidegger ya nos había enfrentado al ser para la muerte. El problema es que su estilo de aceptación de la nada sin sentido de nuestro ser no lleva a ninguna ética distinguible y sí a la perspectiva de ciertas filosofías orientales que ven la disolución del Yo como sentido final de la vida, posiciones opuestas totalmente a la tradición filosófica occidental y contrarias, en nuestra opinión, a cualquier concepción psicoanalítica. El final de Ética de la interpretación (1991) es representativo de las posiciones que hemos comentado:

    En la medida de que la hermenéutica se reconoce como procedencia y destino, como pensamiento de la época final de la metafísica y del nihilismo, accede a encontrar en la «negatividad» en el «disolverse» como destino del ser *que no se da como presencia del arché sino sólo como procedencia*, un principio orientador que le permite llevar a cabo su propia vocación ética originaria sin necesidad de restaurar la mística ni de abandonarse a la futilidad de ser una mera filosofía relativista de la cultura.

    El autor de estas letras, pareciera no ofrecer una alternativa fuera de las arenas movedizas de un relativismo absoluto estéril. Una de las ideas más controvertibles del autor es que la crisis del humanismo está ligada a la técnica moderna. La imagen es retomada de una idea en Heidegger y afirma, cómo, los llamados valores fundamentales del hombre no han sobrevivido a la máquina. La tekhné lleva consigo una crisis general de la civilización en virtud de que ella demuele ciertos rasgos de la metafísica que siempre habían estado ahí pero que permanecían, de alguna manera, ocultos. El análisis deviene —pese a su origen hermenéutico—, trascendental en contra de la recalcada reclamación de horizonte situado y diluye la importancia de analizar cierto tipo específico de formación social —el capitalismo tardío—, que ha implementado, la política más feroz en contra del hombre y su civilización.

    La filosofía de Vattimo (a pesar de las críticas formuladas) se nos ha parecido hasta ahora, como una crítica coherente a ciertos modos de dogmatismo que se estilan en el pensamiento ¿Debemos los analistas oír estas críticas radicales? ¿Acaso no hay posiciones y supuestos dogmáticos en el psicoanálisis? Pareciera que la radicalidad del desamparo podría constituir una actitud éticamente valerosa en sí y que Vattimo se ha atrevido como capitán valiente, más que a caminar como el viajero cantante de Freud a navegar, bajo la tormenta del desamparo en el mar borrascoso del mundo.

    Vattimo (1998) ha leído a Lacan, a quien cita en favor de su argumentación. Pueden establecerse relaciones, existe una preocupación por la contextualización de las ideas y de las afirmaciones en los psicoanalistas lacanianos, pero, sus posiciones no son del todo coincidentes. Lacan mismo trató de desligarse de los estructuralistas. El psicoanalista notó, ciertamente, cierto afán esencialista reduccionista, presente en el estructuralismo levistraussiano e intentó tomar distancia de este movimiento. Por otra parte, el psicoanalista admiraba el trabajo de Eco y seguramente haría eco de sus críticas al estructuralismo, aunque no en contra del psicoanálisis.

    Las enseñanzas de Lacan y de Freud, consideran esencial el pivote del deseo humano y recalcan al inconsciente como sexual, independientemente de la posición geográfica del sujeto. Estas posiciones caen, sin vergüenza, en un ontología particular que no deja de contemplar ciertos principios universales. En contra del espíritu que anima la obra de Vattimo, el registro de lo simbólico lacaniano hablaría, de una dimensión de subjectum del hombre, en que éste es hablado más que hablar y posee una modesta libertad de elección frente al deseo del Otro, ideas completamente opuestas a la posición romántica de la hermenéutica, que acentúa el reto ante el desamparo en un contexto de elección libre.

    Hasta aquí, Vattimo se ha erigido el máximo exégeta del desamparo, merced a su obra. Sin embargo, nos tiene reservada una sorpresa a los estudiosos de la filosofía, pero sobretodo, a los psicoanalistas. Su texto Creer que se cree (1996) lleva su nihilismo a tocar, finalmente, el puerto de la fe. En una actitud contradictoria con su trayectoria y planteos anteriores, desemboca en afirmaciones verdaderamente ingenuas que rayan en la estupidez filosófica. Para Vattimo, no tenemos ya por qué no creer en Dios, las ideologías que pudieron haber puesto fin a esa creencia han sido liquidadas por sus argumentaciones nihilistas anteriores. Su pensamiento débil, confrontado ante la experiencia del horizonte de la muerte, desemboca en aseveraciones asombrosas que nos muestran la incoherencia y futilidad de sus argumentaciones previas. Citemos, el siguiente párrafo:

     

    …prefiero a Nietzsche y a Heidegger respecto a otras propuestas filosóficas, con las que he entrado en contacto, porque encuentro que sus tesis están también (y quizá sobretodo) en armonía con un sustrato religioso, específicamente cristiano, que ha permanecido vivo en mí y se ha actualizado porque, al alejarme de él o al apartarlo (o al creer que lo hacía), he frecuentado sobretodo, los textos de estos autores y a su luz he vivido e interpretado mi condición existencial en la sociedad de la modernidad tardía.

    En resumen: vuelvo a pensar seriamente el cristianismo porque me he construido una filosofía inspirada en Nietzsche y Heidegger, a cuya luz he interpretado mi experiencia en el mundo actual; pero muy probablemente me he construido esta filosofía prefiriendo a estos autores, precisamente porque partía de aquella herencia cristiana que ahora creo encontrar de nuevo pero que, en realidad, no he abandonado nunca verdaderamente.

    Ante la noche oscura de los tiempos posmodernos, Vattimo nos ofrece la vela de la fe en el Dios2 cristiano. En este texto, que invita a la fe y a la creencia sin ningún recato, nos invita, incuso, a reconocer y defender la figura santa del papado.

    Personalmente, prefiero la actitud escéptica de Freud, crítica ante la il usión de la religión. Actitud, por lo visto, más radical que cualquier planteo que pueda hacer este filósofo italiano, que ha llevado su hermenéutica a leer el Dios ha muerto de Nietzsche sólo como una metáfora del fin de la metafísica y no como un planteamiento de cuestionamiento radical a la fe cristiana.

    El tiempo ha corrido rápidamente y hoy en día se habla cada día menos del estructuralismo y de sus aportes, paradójicamente, la tendencia a embestir de manera bruta los sistemas que representan una visión definida del mundo — entre los que debemos contar al psicoanálisis— es una tendencia filosófica que se percibe como avanzada con relación a los sistemas. Debemos, según algunos pensadores, aceptar las inconsistentes y ambiguas posiciones de Vattimo a la ideología psicoanalítica.

    Lévi-Strauss, Beneviste, Jackobson, Lacan, Deleuze, Derrida, Barthes y en cierta medida Foucault, son algunos de los nombres conocidos con raíces en la civilización gala y que son percibidos a la cultura del mundo como la aproximación estructuralista francesa. Cierto es que, algunos de ellos, se han esforzado en borrar su nombre de esta lista a toda costa y han abierto el expediente del postestructuralismo. Su aproximación al estudio de la realidad se verifica en diferentes campos y a pesar de ser agrupados en un mismo pabellón, no hay en ellos una intención conjunta que pudiera caracterizar a sus actividades dispersas como un movimiento.

    Greimas (1982) al hablar del estructuralismo en una paradoja curiosa, hace notar que el conjunto de investigaciones que caracterizan esta aproximación de inspiración lingüística se ha convertido en una filosofía dominante y de moda, a causa de sus éxitos (sic). Precisamente por ellos, habría sido atacada, acusada de totalitarismo, de estatismo, reduccionismo, etc. Suena curioso, precisamente, sus éxitos y no los fracasos de éste enfoque, determinan la crítica a sus puntos de vista, a pesar de haber prestado servicios nobles en la tarea de la comprensión de un amplio espectro de fenómenos.

    El estructuralismo no parece haberse desarrollado ni de golpe, ni de un solo modo y si bien todos los estructuralistas se basan en la aproximación de Saussure, los desarrollos se presentan como un panorama en el que hay escuelas y tendencias diversas como la de la escuela de Praga y el grupo Bourbaki; e incluso opuestas, como la del distribucionalismo de Bloomfield que tuvo repercusiones en la aproximación skinneriana a la psicología y la gramática generativa de Chomsky3.

    Saussure es el iniciador de la lingüística estructural contemporánea y creador de esta perspectiva de análisis. Su gran mérito ha sido el de estudiar el lenguaje fuera de los prejuicios y búsquedas infructuosas que habían caracterizado a los investigadores anteriores y pensar que un determinado objeto de estudio (el lenguaje, en este caso), merece un método propio, fuera del campo de la neurofisiología, la anatomía y todo aquello que le descentre de su propio sitio y de sus propios problemas a enfrentar. La lengua no está en el cerebro, en el sonido, ni en la física de los sentidos, no es producto de la Naturaleza y consiste en un sistema con sus propias reglas, antinomias y problemas. Hoy, puede cuestionarse desde muchos puntos de vista sus opiniones y Jackobson ha llevado a cabo un ataque a fondo de esta obra con argumentos legítimos, pero sus ideas representan la chispa de una nueva luz de comprensión sobre ciertos problemas, sobretodo, de las llamadas ciencias sociales.

    El fundador Saussure, podría parecer el más sereno y modesto de los nombres que integran el estructuralismo, pero después de leer su «Curso de lingüística General» (1945) y sorprenderse con la brillantez de las ideas expuestas, el lector, queda inquieto al descubrir en el prólogo, que él no escribió el libro. El texto es producto de sus clases y de los apuntes de sus alumnos. ¿Ha sido la desidia, falta de tiempo o de organización la causa de que no quisiera plasmar su enseñanza en un libro? La explicación psicológica, que en alguna parte formulamos antes y todavía nos convence, es que no deseó plasmar sus ideas en papel y restarles movimiento. Como Kafka, quiso abolir su obra y su memoria de la conciencia social por motivos hoy indescifrables. ¿Interpretación fantasiosa? El prólogo a la primera edición escrito por sus alumnos Bally y Sechehaye nos dice:

     

    (…) no encontramos nada o casi nada que correspondiera a los cuadernos de sus discípulos. ¡Ferdinand de Saussure iba destruyendo los borradores provisionales donde trazaba cada día el esquema de su exposición!

    Corresponde a Lévi-Strauss el retomar la intención de las investigaciones de Saussure. Su célebre introducción al texto «Antropología estructural» (1977 b), nos propone abordar un objeto como la antropología considerando que tiene un carácter de sistema, en el que ninguno de los elementos puede ser modificado sin alterar al otro. Esto obliga a ser cuidadosos y estudiar la estructura problemática en su mismo coto, sin hacer que descienda a otros niveles físicos, químicos o biológicos. Ésta es, sin duda, una ruptura en el campo epistemológico y constituye la orientación general que define la corriente que se etiqueta como estructuralismo.

    ¿Qué caracteriza a las ciencias y a la filosofía tocadas por esa actitud o estilo? Se trata siempre de obras que se interesan en los signos, en los sistemas de signos y en el discurso desde una mirada perspectivista sin atender mucho a las etimologías y a los orígenes míticos. Los hechos más diversos pueden entrar aquí, pero serán siempre acontecimientos y fenómenos conectados con el lenguaje, siguiendo el sistema:Significado / Significante como base de comprensión, lo que supone una red de comunicación humana.

    Ciertamente, Lacan, invertirá estos valores y situará la primacía del significante sobre el significado, dándonos a entender que es el lenguaje el que habla a los sujetos y que no existe una realidad independiente del dominio de lo simbólico. También introducirá, más tarde en su obra, un interés creciente por el registro de lo Real que lo alejará del modelo clásico estructuralista.

    La marca de Saussure pesa en toda la aproximación estructuralista a diferentes objetos de estudio y es una constante, en todas estas aproximaciones, el considerar al lenguaje como aquello que conforma al hombre y es condición de su cultura (Lévi-Strauss 1953). Aquí surge un problema metodológico, pues si bien Saussure conforma un sistema de acuerdo a un objeto específico de estudio, parecería ser que ese método se aplica indistintamente a otros objetos. Eco (1999) critica severamente este enfoque, pues haría la faena de convertir un sistema operativo en una realidad ontológica.

    Poubillon (1978) hacía notar con brillantez, en un artículo crítico escrito hacia 1966, que el estructuralismo no sería más que una moda y que estructura, arreglo y disposición eran sinónimos. De ahí, que no era necesario ningún ismo para saber que cualquier cosa — a condición de no ser totalmente amorfa— posee una estructura. Según el crítico, los estructuralistas simplemente reproducían una tendencia del hombre a organizar el mundo y a confrontar conjuntos de cosas en virtud de sus diferencias y no a pesar de ellas. Concedemos la razón a este autor, pero sí conviene explicitar que no se trata de cualquier ismo… sino, expresamente, de uno en particular, que hace énfasis en una valoración de la dimensión lingüística del hombre.

    El resumen de las «Las estructuras elementales del parentesco» (Lévi-Strauss, 1981) hecha por su amigo Lacan (1979), nos muestra los principio básicos de la aproximación estructuralista, sintetizándola en tres puntos:

    Tras la apariencia, lo tangible, se oculta una lógica interna: la estructura.

    La investigación teórica, desdeñando la experiencia inmediata, es el medio de acceso a dichas estructuras.

    El método estructuralista de investigación se inspira fielmente en los modos adoptados por la lingüística estructural.

    Eco al analizar las diferentes posiciones estructuralistas, sostiene que muchas de estas aproximaciones son posiciones filosóficas que se basan en sustentar hipótesis sobre principios no claramente sostenibles como universales. Tal es el caso, del principio dicotómico en Jackobson, que es aplicado como modelo a todo el universo de la comunicación reduciendo a estructuras homólogas una larga serie de fenómenos diversos.

    El crítico italiano no deja de reconocer que son poderosos los modelos estructuralistas como principios explicativos. Objeta, sin embargo, la generalización de esas explicaciones.

    Lévi-Strauss es quien le merece la mayor atención crítica, quizá por representar el papel de la cabeza más visible de ese movimiento que tanto incomoda a Eco.

    El problema del estructuralismo lévistraussiano es la universalidad de las reglas propuestas y el alcance de éstas. Se desliza en las proposiciones del antropólogo, una concepción sustancialista que remitiría a la abominable —a la filosofía contemporánea— metafísica. Eco, sospecha en esta aproximación, una intención de ir más allá del simple modelo y la tendencia a la formulación de leyes constantes del espíritu, a espaldas de los seres humanos concretos.

    Analiza en detalle el discurso de Lévi-Strauss (Op. Cit. Eco 1999) en un prefacio a la edición de los ensayos de Mauss, dónde expresa que las transformaciones del espíritu determinan el avance material y no a la inversa. Esta idea parece sumamente escandalosa a Eco, quien nos hace ver que Lévi-Strauss, va más allá de Saussure al consignarle al lenguaje una función que excede la de la función social de contrato que originalmente le había sido asignada. Según esta crítica, el estructuralismo llevaría el ejercicio del lenguaje a un fundamento de la existencia misma del hombre sin preocuparse por los orígenes, y llevando los términos a un plano en el que esas condiciones inconscientes se convierten en meta-históricas y meta-sociales para convertirse en básicas y dominantes. Eco, por cierto, usa el término inconsciente de una manera coloquial y más o menos superficial, en este texto, Freud es desdeñado por completo, quizá porque piense como algunos filósofos, que Freud no aporta nada a la filosofía.

    El psicoanálisis, según lo entendemos, se acerca a la posición lévistraussiana, al plantearnos la cuestión de la relación hombre-lenguaje como fundamental. La experiencia humana se nos ofrece, de entrada reglada por el lenguaje. Dicho de otra manera, adaptada a un orden humano regido por leyes, intercambios y prohibiciones que se muestran en el lenguaje y conforman eso que se puede denominar Ley, aquello que hace marca y vuelve al mismo lugar, delimitando la realidad y tratando de dejar fuera la incertidumbre. El hecho para todo psicoanalista, debiera aparecer lógico e incontrovertible por la evidencia de un mundocompuesto por prohibiciones y reglas, cuya verbalización aparece como fundamental en la cura del paciente.

    Eco tiene razón al señalar que para la concepción estructuralista y el psicoanálisis lacaniano no existe un hombre separado del lenguaje, fundamental para concebir la historia y la actividad humana.

    En el capítulo del libro citado, «La estructura y la ausencia«, Eco se empeña en demostrar la autodestrucción de la estructura y del método estructural como de conocimiento de lo Real. De hecho, la misma oposición binaria definida por algunos estructuralistas como básica, es un argumento a favor de desplazar al estructuralismo, pues la dialéctica presencia-ausencia es, según el autor, una hipóstasis metafísica que deviene en la impostación de una estructura que efectivamente existiría, pero que no puede ser definida totalmente el mismo argumento con el que se critica a los psicoanalistas que hablan del inconsciente pues no hay lenguaje que la aprisione. Los modelos estructurales son válidos resume Eco, siempre y cuando no se planteen el problema del origen de la comunicación. Pero, vale puntualizar: ¡Justamente a los estructuralistas no les interesa el problema del origen!

    La dialéctica presencia-ausencia (la misma del bebé frente a la Madre) no es más que una lógica posible, que no dice nada en concreto de las características últimas de un fenómeno determinado. Pongamos un ejemplo: la codificación de los discos compactos se encuentra inscrita en esa lógica de 1,0 y no dice nada sobre la música misma, pero hace posible la toma de sonido y su producción. El ejemplo nos enseña: el hombre, no importa la disparidad del fenómeno, encuentra siempre la forma de codificar de acuerdo a una lógica humana y simbólica, la estructura es un producto de síntesis entre la mirada y el objeto.

    Si bien es cierto que, existen múltiples códigos de comunicación, el lenguaje es la morada del sentido (Say 1974) y fuera de esa morada, el sentido no puede producirse. Cualquier ente, no puede entrar en consideración como tema de discusión, sino es a través de la palabra, que tan esquiva le parece a Eco para dar cuenta de los nuevos códigos visuales. Freud y el inconsciente de Lacan estructurado como un lenguaje, nos habla una y otra vez de una construcción del mundo apoyada en el lenguaje, no porque ésta sea la única dimensión en juego de la realidad, pero sí, la única que hace inteligible al mundo.

    Por otro lado, el sentido de cualquier fenómeno en el horizonte humano no puede ser nunca en términos deAbsoluto. Estrictamente, la palabra es colectiva, no importa si es producto de los dioses como se afirma en el Cratilo de Platón y/o una simple encarnación del abstruso Otro lacaniano, si se quiere. Lo primordial es que cuando Lévi-Strauss afirma que estamos ante actividades que son nuestras y de los demás, condiciones de todas las vidas mentales de todos los hombres de todos los tiempos, no hace otra cosa más que puntuar que el registro de lo simbólico o del lenguaje nos traspasa como sujetos, que somos seres preñados de sentido desde el principio de los tiempos.

    Cuando nos planteamos la cuestión del sentido, tenemos que hacer un alto siempre desde una perspectiva de horizonte, esta es una aportación no rebatible de la hermenéutica. No es lo mismo analizar un fenómeno humano en alguna isla escondida del Pacífico, que estudiar las condiciones en que se generan sentidos en occidente, dentro de una cultura afincada en procesos inéditos desde el punto de vista artístico y cultural que hacen referencia al momento posmoderno. El sentido, no puede ser sino una disposición particular de lo que es tenido por realidad, un relato; o mejor todavía, un cierto saber narrativo (Lyotard 1987). Dicho en otras palabras no hay sentido último, sino aproximaciones del hombre a la significación posible de lo que lo atañe y rebasa: Lo Real, la cosa en sí kantiana. Eso que tratamos de comprender a través de la formulación de una estructura.

    De forma similar a las sociedades dualistas de América o Indonesia descritas por Lévi-Strauss (1977a), poseemos, una visión del mundo que desenmascarada, revela estar llena de anomalías y contradicciones, pero cumple un papel de unión y fortalecimiento de las estructuras sociales aún sobre la base de esas anomalías que son inevitables. El mundo ¡Qué duda cabe! rechaza ceñirse a una concepción sin fisuras ni contradicciones, pero nosotros lo alisamos con la mirada, porque el ojo humano no es sólo un receptor, como hacía notar Wittgenstein4, no sólo recibe algo sino lo arroja… y lo que envía es: sentido.

    Xalapa, Ver. 26 de julio de 2001.

    Bibliografía:

    Binswagner Ludwing (1973). «La concepción freudiana del hombre a la luz de la antropología». En: «Artículos y conferencias escogidas». Editorial Gredos. Madrid.

    Chomsky Noam (1975). Proceso contra Skinner. Anagrama. Barcelona.

    Eco Umberto (1999). La estructura ausente. Introducción a la semiótica. Editorial Lumen. Barcelona Quinta edición.

    Freud Sigmund. Inhibición, síntoma y angustia (1976) [1926] Obras completas. Ed. Amorrortu. Buenos Aires..

    Gadamer Hans – Georg. (1999) Hermenéutica clásica y hermenéutica filosófica (1974). En: Verdad y método. Edicicones Polígono «El Montalvo «. Salamanca.

    Greimas A. J. y Courtés J. Semiótica (1982) Diccionario razonado de la teoría del lenguaje. Editorial Gredos. Madrid.

    Heidegger Martín (1974) El Ser y el Tiempo. FCE. México.

    Lacan Jaques (1979). Prólogo al libro «Lacan» escrito en 1969. En: Rifflet-Lemaire Anika. Lacan. Editorial Sudamericana.

    Lacan Jacques (1984). Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis (1953). Escritos I. Ed. Siglo XXI. Décima edición, corregida y aumentada. México.

    Lévi-Strauss Claude (1977a) «¿Existen las sociedades dualistas?» 1956. Antropología estructural. Edición en español. EUDEBA. Buenos Aires.

    Lévi-Strauss Claude (1977b) «Introducción y» 1958. Antropología estructural. EUDEBA. Buenos Aires.

    Lévi-Strauss Claude (1981). «Las estructuras elementales del parentesco». Paidós. Barcelona.

    Lyotard, F. (1987) La condición postmoderna. Bs. Aires. REI.

    Martínez Humberto (1996) Nihilismo y hermenéutica. En: Pensar y situar. Ed. UAM. Serie filosofía. México.

    Pouillon Jean et al. (1978) Problemas del estructuralismo. Ed. Siglo XXI. Séptima edición. México.

    Saussure Ferdinand de. (1945). Curso de Lingüística General. Losada. Argentina.

    Say Jean (1974). «Psicoanálisis y lenguaje» en: El psicoanálisis. Granica editor. Buenos Aires.

    Vattimo Gianni (1996) Creeer que se cree. Ediciones Paidós. España.

    Vattimo Gianni (1998) El fin de la Modernidad. Ed. Gedisa. Barcelona.

    Vattimo Gianni (1991) La ética de la interpretación. Ediciones Paidós. Barcelona.

    Vattimo Gianni (1989) Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica. Ediciones Paidós. Barcelona.

    Wittgenstein Ludwing (1957) Tractatus Lógico-Philosophicus [Editado en alemán en 1918 y en inglés en 1922]. Revista de Occidente. Madrid.

    Wittgenstein Ludwing (1985) Zettel [papeletas dictadas entre 1945 y 1948]. UNAM. México

  • Lacan y la libertad

    Lacan y la libertad

    Daniel Gerber

    En la elaboración lacaniana el sujeto del inconsciente nombra una paradoja: efecto de una estructura –la del lenguaje- en tanto no creado desde él mismo, es a la vez aquello que nunca se integra plenamente en ella, el elemento radicalmente inadaptable.

    La falacia del empirismo conductista es suponer un sujeto que tiene siempre la posibilidad de adaptarse. Desde Freud, el sujeto se define más bien como ese punto que hace imposible cualquier funcionamiento armónico. El análisis de las ideas de Lacan debe partir de esta afirmación esencial de Freud: «La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consistiría en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción; todas las formaciones sustitutivas y reactivas, y todas las sublimaciones, son insuficientes para cancelar su tensión acuciante, y la diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante, que no admite aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas, sino que, en las palabras del poeta, ‘acicatea, indomeñado, siempre hacia adelante’» 1.

    El sujeto es efecto del lenguaje, no se engendra a sí mismo. Pero esto no significa que se defina como simple pieza de una maquinaria simbólica –la estructura- que puede cumplir eficazmente con una función precisa dentro de ella. Por el contrario, el sujeto es allí lo que falla, lo que no responde, lo imprevisible e incalculable. Si del lado de la ciencia no se ha dejado de pensar en un sujeto totalmente calculable que podría reducirse a algún coeficiente, el psicoanálisis revela la imposibilidad de dicha reducción. En este sentido se hace eco de las palabras que Sófocles ponía en uno de los coros de Antígona 2500 años antes de Cristo: «Nada que sea más asombroso que el hombre»; asombro como reacción inevitable ante el único de los seres que siempre rebasa todo cálculo y previsión.

    De ahí que el tema de la libertad no pueda ser ajeno al psicoanálisis, más allá del determinismo al que están sometidos todos los actos, comportamientos y pensamientos. Es sabido que Freud sostuvo que no existe ninguna clase de libre albedrío para el sujeto; su afirmación más contundente señala: «no hay en lo psíquico nada que sea producto de un libre albedrío, que no obedezca a un determinismo» 2. Pero esto no exime al sujeto de la responsabilidad por sus actos, como lo sostiene en un texto que aborda la cuestión de la responsabilidad moral por el contenido de los sueños: «Si el contenido del sueño no es el envío de un espíritu extraño, es una parte de mi ser; si, de acuerdo con criterios sociales, quiero clasificar como buenas o malas las aspiraciones que encuentro en mí, debo asumir la responsabilidad por ambas clases, y si para defenderme digo que lo desconocido, inconsciente, reprimido que hay en mí no es mi «yo», no me sitúo en el terreno del psicoanálisis, no he aceptado sus conclusiones, y acaso la crítica de mis prójimos, las perturbaciones de mis acciones y las confusiones de mis sentimientos me enseñen algo mejor. Puedo llegar a averiguar que eso desmentido por mí no sólo «está» en mí, sino en ocasiones también «produce efectos» desde mí» 3.

    Hay pues determinación inconsciente pero también responsabilidad. Así, el psicoanálisis nos presenta un sujeto que no puede considerarse amo y señor de sí mismo, de sus discursos y sus actos, pero que tiene que hacerse cargo de aquello que lo determina como algo que también es «suyo», le concierne. Ajeno a toda ideología de la absolución, el psicoanálisis considera que uno siempre es responsable de lo que le acaece, como lo expresa Lacan: «Decir que el sujeto sobre el que operamos en psicoanálisis no puede ser sino el sujeto de la ciencia puede parecer paradoja. Es allí sin embargo donde debe tomarse un deslinde a falta del cual todo se mezcla y empieza una deshonestidad que en otros sitios llaman objetiva: pero es falta de audacia y falta de haber detectado el objeto que se raja. De nuestra posición de sujeto somos siempre responsables. Llamen a eso terrorismo donde quieran. Tengo derecho a sonreír, pues no será en un medio donde la doctrina es abiertamente materia de compromisos, donde temeré ofuscar a nadie formulando que el error de buena fe es entre todos el más imperdonable» 4. El señalamiento es importante: la ciencia excluye –forcluye- al sujeto en tanto lo considera mero objeto de un cálculo; de este modo lo desresponsabiliza porque hace de él un puro lugar de determinaciones biológicas, sociales, psíquicas, que son las «causas» a considerar. Para Lacan, esto sólo puede facilitar que el sujeto se escude en la posición paranoica del «alma bella» que denuncia el desorden del mundo sin poder advertir su implicación en ese desorden. De ahí su necesidad de problematizar el determinismo freudiano –efecto sobre el fundador del psicoanálisis del discurso de la ciencia del siglo XIX- y su interés por abordar la cuestión de la libertad.

    Es preciso analizar el determinismo a la luz de la relación entre la estructura y el sujeto, tema central en la reflexión lacaniana desde los años 50 cuando formula su conocido aforismo: «el inconsciente está estructurado como un lenguaje». El inconsciente y por lo tanto su sujeto están estructurados desde un orden que es exterior a ellos, pero la estructura del lenguaje contiene también lo indecible que abre el margen de «libertad» que permite escapar a una determinación absoluta y plantea la posibilidad de una transformación del sujeto en la medida en que está no-todo en el lenguaje.

    Ya antes de 1950 aparece en Lacan la reflexión en torno a la libertad. Esta se inscribe, desde 1936 –año de la presentación de su ponencia sobre el «estadio del espejo»- en un análisis de «lo social» que trata sobre los lazos de identificación internos en la organización de los grupos humanos en general. La pregunta que allí se formula no dejará de reiterarse de manera constante por más de cuarenta años: ¿Cuál es la esencia del lazo social que hace posible al grupo y al sujeto?. Ahora bien, la existencia misma de ese lazo como condición de posibilidad del sujeto plantea la pregunta respecto de la libertad; es así como en el texto de 1945 titulado El tiempo lógico y el aserto de la certidumbre anticipada: un nuevo sofisma, Lacan va a reflexionar sobre la libertad a partir de un sofisma propuesto por él. Se trata de una reflexión en la que formula una crítica radical a la concepción sartreana de la libertad, tal como se acababa de expresar en A puerta cerrada pues afirma: «no nos contamos entre sos recientes filósofos para quienes la opresión de cuatro muros no es sino un favor más para el cogollo de la libertad humana» 5. La aclaración es breve, pero marca un deslinde que merece un comentario que intente aclararla. La situación que Lacan describe en el sofisma se parece a la de la pieza teatral de Sartre, pero mientras que éste pone en escena tres personajes, tres «conciencias muertas» encerradas para la eternidad entre cuatro muros por haberse ellos mismos condenado a nunca romper sus cadenas, Lacan expone la situación de tres hombres que llegan a liberarse colectivamente gracias a la lógica de un razonamiento cierto.

    A puerta cerrada ilustra la teoría de la libertad que Sartre había enunciado en El ser y la nada. Para él, lo primordial en el hombre es el hecho de que existe y que debe inventarse a sí mismo, sin estar predeterminado por ningún tipo de esencia de carácter inmutable. El hombre no es nada sino la disposición permanente de elegir y revocar lo que quiere llegar a ser. Nada nos determina a ser tal o cual cosa, ni desde fuera ni desde dentro de nosotros mismos, siempre estamos abiertos a transformarnos o cambiar de camino. Siempre se es libre » dentro de un estado de cosas y frente a ese estado de cosas». La libertad humana es la vocación de negar todo lo que nos rodea en la realidad y de proyectar otra realidad alternativa a partir de nuestros deseos y pasiones libremente asumidos. Podemos fracasar en el intento –de hecho siempre fracasamos, siempre nos estrellamos de alguna manera contra lo real, «el hombre es una pasión inútil»- pero no podemos dejar de intentarlo ni renunciar a tal empeño pretextando la necesidad invencible de las cosas. Lo único que los humanos no podemos elegir es entre ser o no ser libres: estamos condenados a la libertad pues esta nos define en cuanto humanos. Así, la libertad es el campo de batalla de un combate dialéctico donde se oponen dos fuerzas antagónicas, la alienación y la intencionalidad existencial. Por esto escapa a la simple certeza de un sujeto que podría elegir su plena responsabilidad. Es la virtud mayor de la conciencia, a condición de saber que ésta se encuentra atravesada por procesos mentales que le escapan: los que abrigan al sujeto detrás de una pantalla engañosa de mala fe, término que forja para reemplazar la noción de inconsciente freudiano, juzgada por él demasiado biologista y mecanicista. La mala fe se integra a la conciencia para producir una patología de la ambivalencia: la que condena al sujeto a unir en un solo acto una idea y la negación de esta, una trascendencia y una facticidad. En esta perspectiva Sartre niega al psicoanálisis que llama «empírico» (el de Freud) para oponerle un psicoanálisis existencial. Acusa al primero de negar la dialéctica y de desconocer la esencia de la libertad a nombre de una afectividad primera del individuo –»cera virgen antes de la historia»- mientras que él reconocía al segundo la capacidad de abolir el inconsciente y afirmar que nada existe antes del surgimiento original de la libertad.

    Lacan se opone a la tesis sartreana: el hombre no es libre, afirma, ni siquiera de elegir sus cadenas, no hay libertad originaria. Esto le exige, para devenir libre, integrarse a la colectividad de los hombres por la acción de una lógica. Dicho de otra manera, solamente la pertenencia a lo colectivo, el lazo social –lo que Freud llamaba el vínculo libidinal- funda la relación del sujeto con el otro, y sólo la virtud lógica conduce al hombre a la verdad que impone la aceptación del otro según una dialéctica del reconocimiento. De este modo, Lacan hace depender toda libertad de una temporalidad que es, para cada sujeto, la de llegar a someterse a una decisión lógica en función de un «tiempo para comprender»; en el sofisma mencionado, cada uno de los presos reconoce el color del disco que lleva colgado en su espalda mirando a los otros porque le es imposible mirarse a él mismo; pero no mirándolos salir del cuarto donde están encerrados sino mirando la vacilación que muestran para salir. «Aserto de certidumbre anticipada» es así el proceso de precipitación que caracteriza a la toma de una decisión «verdadera» que es condición de la libertad humana. Esto significa que, en oposición al existencialismo, Lacan elige una política de la libertad humana fundada sobre el principio de una lógica de la verdad que excluye la conciencia subjetiva como dato de inicio. La incidencia del pensamiento de Hegel en este momento seguramente le hubiera hecho suscribir la sentencia del filósofo de Jena: «ser libre no es nada, devenir libre lo es todo».

    Un año después, en 1946, Lacan participa en el primer coloquio de Bonneval organizado por Henry Ey y presenta el texto Acerca de la causalidad psíquica. En él retoma las tesis anteriores pero en el contexto de un cuestionamiento de la concepción de Ey quien sostiene la noción de una libertad originaria que llama psicogenética. Lacan cita textualmente a Ey: «las enfermedades mentales son insultos y trabas a la libertad, dado que no son causadas por la actividad libre, es decir, puramente psicogenética» 6, y señala que a este planteamiento se le escapa la verdad del psiquismo y la de la locura porque «el fenómeno de la locura no es separable del problema de la significación para el ser en general, es decir, del lenguaje para el hombre» 7. Es preciso entonces analizar la locura a partir de la relación del sujeto con el lenguaje, que es considerado ya como instrumento de la mentira y la verdad del sujeto, es decir en un registro que implica lazo social y lógica: «la locura es vivida íntegramente en el registro del sentido» 8.

    Lacan retoma aquí ciertos conceptos de Hegel como los de ley del corazón y delirio de presunción, junto con el de alma bella, para señalar una locura virtual del ser humano en tanto que hablante en la medida en que en la locura el sujeto «se cree»: la ley del corazón impone un revestimiento libidinal del yo que implica el borramiento del orden del mundo para constituir ese polo de la libido narcisista que Freud llamó megalomanía. Dice Lacan: «este desconocimiento se revela en la revuelta, mediante la cual el loco quiere imponer la ley de su corazón a lo que se le aparece como el desorden del mundo, empresa «insensata» –no por ser un defecto de la adaptación a la vida (…) sino más bien porque el sujeto no reconoce en ese desorden del mundo la manifestación misma de su ser actual y lo que experimenta como la ley de su corazón no es más que la imagen invertida, así como virtual, de ese mismo ser. La desconoce pues doblemente para desdoblar en ella la actualidad y la virtualidad. Ahora bien, sólo puede escapar a dicha actualidad mediante esa virtualidad» 9. La locura es así un riesgo que amenaza a cualquiera en la medida en que existe una atracción ejercida por una imagen de yo ideal que apunta a una captura negadora de toda mediación de orden simbólico. En la medida en que el yo primordial está en discordancia con el ser y esta discordancia marca la historia toda del sujeto, siempre está abierta la posibilidad de producir una resolución de ella por una coincidencia ilusoria del ideal con la realidad, cuya consecuencia será siempre conmover en sus cimientos mismos al sujeto, desencadenando la agresión suicida narcisista.

    La locura es pues un riesgo que amenaza a todo sujeto en la medida en que es efecto de la atracción que ejercen esas identificaciones con el ideal narcisista que vendrían a resolver la falla inherente al ser mismo al precio de una absoluta pérdida de toda libertad en el afán de liberarse. Por esto Lacan afirma: «Porque el riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser. Lejos pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia. Lejos de ser «un insulto» para la libertad, es su más fiel compañera: sigue como una sombra su movimiento. Y el ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería el ser del hombre sino llevara en sí la locura como límite de su libertad» 10.

    La virtualidad de la locura depende para Lacan de la estructura del narcisismo, dimensión inherente a la existencia del sujeto que puede generar la locura del alma bella y de la ley del corazón como precio a pagar por el intento de eliminar la grieta que es propia de todo ser hablante por ser efecto de la acción del orden simbólico. Por este camino se pretende alcanzar la libertad plena con el desencadenamiento de la agresión suicida del narcisismo; es el recurso extremo de la búsqueda de imponer la ley del corazón en un mundo que necesariamente lo limita. El efecto paradójico que resulta de esa búsqueda radical de libertad es la captura por una imagen mortífera que produce la «negación perdida de sí mismo».

    ¿Existe otra posibilidad que no fuera esa estasis letal de la identificación ideal, otra posibilidad que permita no ser presa de ese efecto mortal y lograr lo que Hegel resume de este modo: «el hombre debe realizar en una serie de crisis la síntesis de su particularidad y de su libertad, llegando a universalizar esa particularidad misma (…) su libertad se confunde con el desarrollo de su servidumbre» 11? La producción del ternario imaginario, simbólico, real, la definición del sujeto como lo que el significante representa para otro significante y la postulación de una falla en la estructura del lenguaje que es llamada significante de una falta en el Otro, permiten a Lacan arribar, en 1964, a una nueva postulación donde el término libertad reaparece cuando afirma que el deseo es «función de la libertad» 12.

    Se trata de una formulación que muestra los efectos de la falla, la falta en el orden simbólico –el Otro- que en su primera definición aparecía como un universo completo. La estructura que produce al sujeto es una estructura incompleta o, dicho de otra manera, la falta no está solamente del lado del sujeto sino que también está en el Otro. Esto determina la existencia de dos operaciones contrapuestas en la constitución del sujeto: la alienación y la separación. La alienación indica la constitución del sujeto en el campo del Otro como captura por el significante que, a la vez que le da la posibilidad de vivir como ser hablante, induce un efecto letal, mortífero: efecto de desvanecimiento, de petrificación en el significante. Pero no solamente hay incidencia del Otro sobre el sujeto porque también del lado del sujeto hay respuesta, y esta respuesta vendrá a producirse cuando el Otro revela inevitablemente su falta. Es el momento en que surge la pregunta por esa falta, ese enigma del deseo del Otro para el cual la primera respuesta, el primer objeto que se propone es la propia falta que se localiza en él: la respuesta que afirma «puedes perderme», que equivale a «te hago falta», en los dos sentidos en que esto se puede escuchar. Aquí aparece lo que Lacan llama «función de la libertad»; no de la libertad entendida como libre albedrío, posibilidad de hacer «cualquier cosa «, sino de «fantasma de libertad» 13, libertad fantasmática –es decir, respuesta a lo que se produce en el Otro- en que encarna el intento de desembarazarse del efecto mortífero –»afanístico»- del significante y hacerse un lugar, un lugar allí donde en la cadena significante se abre el intervalo, la grieta que denota su incompletud.

    Por un lado está entonces la alienación como captura del sujeto, subordinación, posibilidad de ser al precio de no ser; por otro la separación como función de liberación de esa captura. La función de la libertad se materializa en el hacer-se un lugar en la cadena significante; pero esto requiere como condición la previa captura en ella. La separación no se realiza de una vez y para siempre porque, en términos estructurales, el sujeto está siempre tomado en y por la dialéctica de la alienación y la separación. La importancia de indicar la relación entre ambas es que el sujeto no es entonces un simple siervo de una estructura, un puro efecto de ésta al quien no lo quedaría más posibilidad que cumplir puntualmente con la demanda del Otro. La separación señala ese momento de libertad que es el de decir no a esa demanda para procurarse otro lugar. No hay pues libertad absoluta porque no hay sujeto sin sujetamiento al significante; hay solamente, como dice Octavio Paz, «libertad bajo palabra» -o, en términos de Lacan, «libertad fantasmática»- como efecto de la aparición de la falla de ésta última, lo que abre la posibilidad de la separación. Separación que conjuga el se-parare (separarse) con el se-parere, parirse, engendrarse, darse un estado civil, siempre a partir de la falta del Otro.

    En el anuncio de esta jornada que conmemora el centenario del nacimiento de Lacan se cita una afirmación suya íntimamente relacionada con esta dialéctica de la alienación y separación: «Sean ustedes lacanianos si quieren, yo soy freudiano». Es una frase que evoca otras conocidas como «yo no soy marxista» (Marx) o «ahora les mando que me pierdan y se encontrarán ustedes y sólo cuando hayan renegado de mí volveré yo entre ustedes» 14..Todas podrían converger en esta última –dicha por Lacan- que indica las paradojas de la libertad pero también su posibilidad: «Hagan como yo, no me imiten».

    Notas

    1 S. Freud: Más allá del principio de placer. En Obras completas, tomo XVIII. Buenos Aires, Amorrortu, 1979, p. 42.

    2 S. Freud: Psicopatología de la vida cotidiana. En Obras completas, tomo VI. Buenos Aires, Amorrrotu, 1978, p. 236.

    3 S. Freud: Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto. En Obras completas, tomo XIX. Buenos Aires , Amorrortu, 21979, p. 135. Las cursivas son mías.

    4 J. Lacan: La ciencia y la verdad. En Escritos 2. México, Siglo XXI, 1993, p. 837. Las cursivas son mías.

    5 J. Lacan: El tiempo lógico y el aserto de la certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma. En Escritos 1. México, Siglo XXI, 1994, p. 188.

    6 J. Lacan: Acerca de la causalidad psíquica. En Escritos 1, op. Cit., p. 148..

    7 Ibíd., p. 156.

    8 Ibíd., p. 156.

    9 Ibíd., p. 162.

    10 J. Lacan: Ibíd., p. 166

    11 G.W.Hegel: La phenoménologie de l’esprit. Paris, Gallimard, 1970. Tomo II, p. 188.

    12 J. Lacan: Le Séminaire. Livre XI. Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse. Paris, Seuil, 1973, p. 200.

    13 Ibíd., p. 200.

    14 F. Nietzsche: Ecce homo. México, Fontamara, 1988, p. 10.

  • El enfoque hermenéutico de la interpretación

    El enfoque hermenéutico de la interpretación

    Agustín Palacios López

     

    «Una presentación que no es puesta en palabras,
    un acto psíquico no hipercatectizado,
    permanece en el Ic. en un estado de represión»

    (Freud, 1915 p. 202)

    «Cualquier cosa que surja desde
    el interior (excepto los sentimientos) y,
    que busque volverse consciente,
    deberá tratar de transformarse en
    percepción externa,; esto se logra
    gracias a las huellas mnémicas»

    (Freud, 1923, p. 20)

    Cuando abordamos ciertos aspectos de la teoría de la técnica, al igual que cuando deliberamos sobre la teoría analítica, suele imponérsenos la conveniencia de repensar el estatuto científico del psicoanálisis según podemos ubicarlo en ese momento de nuestra vida profesional. Hoy no podemos hacer excepción.

    Una ciencia es el cuerpo de doctrina metódicamente formado y ordenado que constituye el conjunto de conocimientos acerca de una parte de la realidad. En el caso del psicoanálisis y otras ciencias afines se caracteriza por la transubjetividad y por alguna posibilidad de predicción acerca de los datos registrados. No es preciso contar con exactitud cuantitativa siempre que accedamos a la exactitud cualitativa puesto que el objeto de conocimiento ni lo requiere ni lo admite (Nicol, 1965). Pues, como afirma Nicol

     

    «es incorrecto reservar la exactitud para las ciencias popularmente llamadas exactas, es decir, las lógico-matemáticas y las que emplean el método matemático de representación simbólica. La exactitud como ideal del conocimiento la persiguen por Igual todas las ciencias. El error en el que habitualmente se incurre es equiparar la exactitud con la cuantificación. Hay una exactitud cualitativa aparte de la exactitud cuantitativa, aunque no es inferior a ésta. Cada una es específica (p. 11)».

    Las anteriores afirmaciones aluden, desde luego, a la validez y confiabilidad del método científico y resultan claramente aplicables al psicoanálisis. Por su parte, Coderch (1995) al referirse a la interpretación que es el asunto que nos ocupa hoy, afirma que el analista siempre organiza sus ideas con base en una teoría. Por definición, al hacerlo, renuncia al positivismo lógico dado que no acepta la interpretación pura como exigía Descartes. Este autor catalán establece una diferencia entre las ciencias formales y las fácticas; éstas últimas son «aquellas que se consagran a la descripción de los hechos de la experiencia e intentan describirlos en un lenguaje propio dentro del dominio al que se refieren.» (p. 53). «El debate se da en aclarar si aquello que creen los psicoanalistas que observan en sus pacientes es realmente lo que ven y oyen de ellos o lo que interpretan de acuerdo con sus conocimientos y concepciones previas» (p. 55).

    Más afines a mis asomos actuales está la precisión de Kolteniuk (1976) quien afirma que el psicoanálisis no es una ciencia natural sino una en formación, así como la postura de Ricoeur (1983) en el sentido de que el psicoanálisis es una ciencia hermenéutica. A mis ojos surge un marcado contraste epistemológico entre la metapsicología Freudiana y la teoría de la técnica o, como algunos autores prefieren llamarla en sus aspectos más pragmáticos, la Teoría Clínica.

    La metapsicología, tal como fue desarrollada por Freud cabría, no sin cierto apuro, dentro del orden de las Ciencias Naturales, en especial los aspectos económicos, que estaban conceptualmente adscritos a la Física de ese tiempo y, los aspectos genéticos que entraban en una concepción evolutiva necesaria en el desarrollo de su pensamiento. El error ha consistido en que los psicoanalistas, en particular los que procedemos de la Medicina, queremos darle al psicoanálisis una respetabilidad congruente con el pensamiento de las Ciencias Biológicas y las Sociales, como lo demostrarían, entre muchísimos otros, los analógicos datos empíricos aparentemente corroborativos, como los recogidos por Mahler, Kardiner, Spitz, y Emde.

    Un modelo de esta falacia epistemológica es el libro editado en 1960 por Pumpian-Mindlin En cambio, la práctica parece corresponder a la hermenéutica que es una ciencia perteneciente a otro universo epistemológico no menos válido.

    Hagamos una obligada disgresión semántica en abono de la precisión, Hermeios era una forma de referirse al sacerdote del oráculo de Delfos. La raíz semántica de la palabra hermenéutica es el verbo hermëneuein que significa interpretar, ambos vocablos aluden a Hermes, el mensajero de los dioses que se imaginaba dedicado a transmutar lo que quedaba fuera del alcance de la comprensión humana a una forma accesible a los mortales. Es decir, hacía comprensible lo que era ininteligible. De allí que la interpretación siempre se ha considerado como el método para hacer evidente lo críptico.

    Tradicionalmente, la hermenéutica se liga a la interpretación de las Sagradas Escrituras, pero en 1761 Ernesti declaró que el sentido de las escrituras sagradas debería develarse igual que otros textos y, a partir de esa fecha, la Hermenéutica pasó a ser una metodología filosófica general para comprender tanto los libros sagrados como los legales. Schleiermacher, al principio del siglo XIX, expandió el campo de la hermenéutica y le otorgó el estatus de ciencia y arte de la comprensión en general.

    Por su parte, el término interpretar es uno compuesto por el prefijo latino inter, entre, y el vocablo sánscrito prath, que significa divulgar, propagar, etc. En latín, intérprete (intepres) significa mediador. Es decir, en su mixto origen semántico, hay coincidencia en definir al intérprete como aquel que descifra lo no evidente y lo propaga.

    Volviendo a lo nuestro, es posible afirmar que Freud podría ser catalogado como un hermeneuta en tanto desarrolló una Taxonomía y un código para descifrar los significados de las relaciones humanas en el sentido inconsciente e histórico (Klein, 1976). Es decir, Freud inventó un método para evidenciar el sentido no aparente de significados pertinentes, especialmente aquellos exiliados de la percepción consciente, para comprender el comportamiento, primero de los síntomas neuróticos y luego del comportamiento en general. La exégesis fue la argamasa de la Teoría Clínica y sólo en un segundo momento fue integrada en una Metapsicología que se encontraba en concordancia con las leyes de la Física y la Biología conocidas hasta entonces.

    El psicoanálisis en su vertiente aplicativa está dedicado al estudio de los signos y símbolos, verbales o no, que son susceptibles de descifrarse o comprenderse mediante la aplicación de las reglas de una exégesis específica (sueños, síntomas, chistes, lapsus, mitos, etc.). Ciertamente, es también una disciplina intersubjetiva, en tanto que el analista, lejos de eliminar su propia subjetividad, la pone al servicio del desciframiento de manera consciente y controlada puesto que la contratransferencia cumple una función discursiva complementaria.

    En última instancia, la postura hermenéutica en psicoanálisis aspira a corregir las distorsiones internas e irracionales y otorgarles un sentido coherente y comprensible. Por cierto, es indispensable dejar sentado que el esclarecimiento analítico se centra en los significados y no en los hechos históricos o sus causas factuales (Saks, 1999). En la experiencia analítica intentamos otorgar precisión secuencial a la experiencia personal. Pero en lo inconsciente el tiempo es duracional, trasciende a lo pasado y estrictamente histórico para permanecer en un presente inmodificable en lo esencial. Lo genético sigue vigente en lo dinámico y por ello Freud pudo afirmar que el inconsciente es atemporal. En la construcción del sueño, por ejemplo, se combina lo efímero que se resiste a serlo (resto diurno) y lo permanente (lo reprimido) que pugna por expresarse aun cuando más no sea en una gratificación ilusoria.

    Reiteraré en resumen, la Teoría Clínica ubica al paciente como un sujeto creador de significados, en tanto que la metapsicología lo considera un ente natural sujeto a las leyes de la Física y a los avatares de la Biología. En la práctica clínica intentamos descifrar los » por qués» mientras que, al teorizar, tratamos de darle coherencia epistémica a los «cómo».

    Aspectos específicos de la interpretación

    En la vida cotidiana nos entendemos unos a otros en términos de interpretación cuando desciframos el sentido y la intención ocultos en los sonidos, gestos y movimientos de nuestro interlocutor. Tal interpretación incluye lenguaje e intención y constituye lo esencial de la interacción e interrelación social y es inherente de nuestra forma de pensar. Todos somos hermeneutas por designio evolutivo.

    En la postura hermenéutica de la teoría de la técnica se buscan significados no causas, puesto que se pesquisan propósitos conscientes e inconscientes, deseos y tendencias; no antecedentes neurofisiológicos del comportamiento. Las interpretaciones psicoanalíticas son válidas dentro de una teoría de correspondencia verídica. Si nos colocamos en un enfoque de historicidad hemos de precisar que intentamos esclarecer significados en cuanto puedan ser historias comprensibles que le otorguen sentido a la vida de las personas sin importarnos si son verdaderas. Para hacerlo tratamos de encontrar isotopías del campo semántico y no simples homofonías (por ejemplo, validar la interpretación en construcciones anagramáticas). En la isotopía sustentamos la verosimilitud de la interpretación.

    Claro está que, en nuestro trabajo, debemos develar la intencionalidad discursiva no manifiesta, lo que en semiótica se suele llamar intentio operis en oposición al intentio autoris, que correspondería al lenguaje. Por cierto que a este, el lenguaje, lo definió Heidegger como un tono articulado de significados.

    La práctica psicoanalítica puede considerarse una disciplina hermenéutica puesto que intenta develar el sentido no aparente del comportamiento del analizado. Tal sentido no depende de los estados psicológicos (conscientes o inconscientes) que subyacen en la conducta sino de la pertinencia histórica del discurso (visto como un texto) puesto que es precisamente la historia lo que le otorga sentido coherente al comportamiento. El darle significado y coherencia histórica a la conducta resulta terapéutico porque la incertidumbre, en especial su forma más extrema, la confusión, debilita al aparato psíquico. Cuando las piezas del rompecabezas se acomodan en su lugar se produce una sensación de alivio, especialmente en el paciente psicótico o muy regresivo.

    Por lo anteriormente escrito, debe resultar evidente, porque no intentamos encontrar la verdad sino la congruencia y no me refiero solo a la reconstrucción de la historia infantil, sino al sentido, en cierta medida causal, cuando pretendemos actualizar lo histórico en el aquí y ahora. En última instancia, estamos pesquisando huellas descifrables mediante las redes simbólicas de significados construidas en la díada analítica.

    La verdad histórica es inasible porque el evento queda inscrito dentro de una intrincada madeja de fantasías, impulsos, cambiantes percepciones del objeto, distorsiones producto de experiencias previas, etc. Por eso la verdad que buscamos es la discursiva, la que habita en el ámbito de la realidad psíquica. De allí que nos importe más el efecto que produce la interpretación (y su corroboración ulterior en las asociaciones y movilización de derivados) que su precisión histórica factual. La verdad, en consecuencia, es relativa y sólo válida para ese espacio analítico. Tal reflexión podría sonar a solipsismo e incluso a delirio compartido si se desconoce cómo opera el psiquísmo y el proceso de su reestructuración analítica.

    Una interpretación útil abre avenidas nuevas de exploración para el proceso aunque no sea estrictamente exacta. Para algunos, tal común desacierto incrementa las resistencias. Pero lo adecuado de la interpretación deriva de su consistencia interna, su coherencia en la cualidad discursiva. En resumen, la verdad de la interpretación no yace en la descripción precisa de un hecho histórico ni de un suceder intrapsíquico, sino en la continuidad de algo que cobra sentido (Steele, 1979).

    A diferencia de las Ciencias Naturales cuya aspiración es el dominio de la naturaleza mediante el emp leo de técnicas científicas, la meta del psicoanálisis es la comprensión, no el control ni la utilización. Esto se lleva a cabo mediante la creciente incorporación de la autoreflexión sistemática, hecho característico de toda disciplina hermenéutica. El método de verificación no es el experimental, sino la consecuencia de una coherencia narrativa que le otorga sentido al paciente.

    Al interpretar intentamos descorrer el velo que el presente arroja sobre el pasado, pero el analista no da información inédita sino que se limita a proponer opciones y a abrir nuevas interrogantes. Al hacerlo, se va tejiendo una urdimbre de reorganización de significados. Para Freud interpretar era darle sentido al material. No descubría realmente causas sujetas a corroboración factual sino que las creaba, estableciendo una causalidad retrospectiva que no era hallazgo sino interpretación post hoc. La interpretación, a partir del derrumbe de la teoría de la seducción, no alude a algo real, especialmente cuando se refiere a la vertiente genética, lo real no es exterior sino interno. Tal vez por todo lo anterior Liberman (1970-72) consideraba que al interpretar se le otorga un segundo sentido al material asociativo. La interpretación psicoanalítica no alude a los hechos sino a lo que el analizado piensa que son los hechos. Por eso el propio Liberman solía enunciar la interpretación diciendo: «Yo pienso que usted piensa que…».

    En el mismo orden de ideas se ha afirmado que la enfermedad mental surge cuando se da una regresión de lo real a lo imaginario en el diálogo (Foucault, 1954). Es en ese ámbito donde se da el proceso analítico.

    Ahora bien, pasando a otros aspectos más formales de la teoría de la técnica bien resulta insistir que la realidad del diálogo analítico sólo es ponderable cuando se introduce el concepto de transferencia que es cuando la segunda persona (el ) hace su presencia en ese discurrir. Sólo así los «yo« del paciente y los «él« del relato cobran sentido. Visto desde esa óptica el analista no es solamente alguien que llena los espacios creados por la represión y la censura onírica para integrar una narrativa coherente; no sólo alguien que infiere lo explícito de lo implícito, sino alguien cuya atención se centra en los pronombres, los «yo» y los «» que emplea el paciente en su discurso.

    La función del analista no se reduce a escuchar, sino que parafraseando a Teodoro Reik debe oír con el tercer oído convirtiéndose en el auditor privilegiado del paciente. Pero en el proceso el auditor es colocado como el otro; por ello las interpretaciones intentan develar la naturaleza precisa de ese «« al que se dirige el paciente y, en consecuencia, el lugar histórico desde el cual ese «yo « está hablando (Forrester, 1990).

    Al escuchar los derivados de lo inconsciente el analista ignora la sintaxis sólo para restituirla en un orden coherente, al interpretar. El analista debe hacer también caso omiso de las inflexiones directas o indirectas del lenguaje. El analista escucha como si todo estuviera dirigido a él. Sólo desde esa posición puede intentar comprender el lenguaje de lo inconsciente que deambula en otro ámbito sintáctico donde no hay negación, contradicción, no hay tiempos de conjugación, etc. Las proposiciones hipotéticas del lenguaje común son verdades incontrovertibles para lo inconsciente; las citas son afirmaciones y todo ello debe reducirse a la sintaxis nueva de la interpretación.

    El lenguaje proporciona un sistema denominacional que unifica y concretiza las experiencias previas en una forma que no existe en el inconsciente del analizado, sino tan sólo en el espacio analítico gracias al lenguaje que le otorga sentido (Viderman, 1979). Al nombrar o renombrar con ese lenguaje integrativo el pasado, sentamos las bases semióticas, por así decirlo, de un futuro mejor organizado (Schafer, 1992).

    Desde su aspecto semiótico, la interpretación es una praxis de asignación de significados. El material manifiesto tiene relaciones de significación con el latente; es decir, lo manifiesto simboliza lo inconsciente que pertenece a otro orden lógico. El signo suele denunciar el significado, como el humo al fuego; gracias a ello los signos permiten la interpretación de los significados. En el proceso analítico aprendemos a conocer los signos que, al principio, nos permiten barruntar los significados y, luego, por la fuerza de la reiteración, a comprobarlos.

    Pasando a aspectos más pragmáticos, a la Teoría Clínica propiamente dicha, debe precisarse que la interpretación es, en primer lugar, un acto de conocimiento, una sentencia declarativa cuya verdad se conocerá más tarde. Es una hipótesis cuyo acierto o falsedad es conjetural. En la observación empírica común se construyen teorías en torno al material detectable y observable. Pero, en psicoanálisis, se interpreta lo inconsciente según un esquema conceptual específico; es decir, se basa no en la observación sino en el aspecto teórico de la realidad estudiada. Tenemos que acceder a lo que no es epistemológicamente directo a semejanza de la observación de las partículas subatómicas o los cuerpos celestes muy remotos. La interpretación no se refiere a los objetos de observación empírica sino a lo que los epistemológos llaman objetos teóricos. Para el psicoanalista lo inconsciente es conjetural e indirecto. Pero la interpretación intenta vincular lo observable con lo conjetural, el dato clínico y su traducción teórica, lo manifiesto con lo latente (Klimovsky, 1991).

    Cuando el paciente asocia, está presentando en su discurso derivados algo inconexos de un conjunto de fenómenos psíquicos lo cual no supone que él mismo tenga una noción consciente de ese conjunto que bien puede ser una descripción de algunas facetas de su carácter; por eso es un error confundir asociación con contenido manifiesto presuponiendo que bajo su apariencia subyace lo latente. Es labor del analista intentar integrar lo disperso en coherencias interpretativas (Busch, 2000). No hay que confundir la superficie psicológica del paciente (asociaciones) con la del analista (comprensión tentativa del material). Esta última frase hace referencia a las aportaciones de Paniagua quien, partiendo de un modelo estructural, ha propuesto la existencia hipotética de tres superficies: la del paciente, la del analista y la del trabajo analítico. La primera se refiere a la porción de lo que cobra consciencia el paciente. La segunda es la amalgama de ideas y sensaciones que el analista percibe mientras intenta comprender las comunicaciones del paciente. La tercera es el plano en el que se puede intervenir que tenga sentido emocional para el paciente, y en consecuencia, asegure la participación del Yo del paciente en el proceso de auto observación (Paniagua, 1991). Este modelo nos parece de utilidad para comprender de manera sencilla el diálogo analítico.

    El psicoanálisis es un método discursivo. Para Schaffer (1983) el analista y el paciente son coautores de un texto a interpretar en el que se entrecruzan espacios temporales, de suerte que el pasado sirve para hacer inteligible el ahora y éste para hacer inteligible el ayer, es decir, más coherente, continuo y convincente.

    Pero en la interacción analítica se da un proceso de creación mientras se intenta descorrer el velo de lo reprimido y lo pasado hecho presente en virtud de la transferencia. Esto alude a las modernas concepciones de la teoría de la técnica en que se ha ampliado el concepto de transferencia que es vista, no sólo como revivencia, sino como producto experiencial nuevo. En el proceso se crea un pasado y un presente más comprensibles, unificados y lógicos. Y, como mencionamos antes, se traza un bosquejo del futuro. Al interpretar damos una nueva versión histórica que es el lecho donde puede descansar más confiado el porvenir.

    El material que nos ofrece el analizado es siempre vasto y multiforme, por ello se nos plantea el delicado problema de elegir lo que hemos de interpretar (Etchegoyen, 1991). Aunque no existe una guía precisa para hacer la elección nos parece que puede buscarse un apoyo confiable en la convergencia de las reiteraciones del material y la contratransferencia. A veces la reiteración ocupa un lapso del proceso lo cual denuncia la presencia intrusiva de la misma fantasía inconsciente. Cuando damos una interpretación nos vemos forzados a dejar a un lado otras posibles y por ello, al hacerlo, se influencia el curso asociativo de la sesión aunque no necesariamente el proceso analítico. Álvarez (1996) ha insistido en que una buena interpretación debe contener una sola hipótesis; es decir, que al elegir no debemos intentar ser abarcativos porque crearíamos confusión en el proceso de ordenamiento interno que se va dando en el análisis.

    Mencionaré de pasada el debatido tema preferido entre los críticos del psicoanálisis, de la dificultad para diferenciar entre aclaramiento de los contenidos yoicos y la sugestión. La descontaminación epistémica del conjunto de las producciones del paciente en el diván del efecto sugestivo de las comunicaciones del analista parece ser completamente utópica, afirma Grünbaum (1984). De ello debería quedarnos poca duda. La desigual relación en la díada analítica produce efectos sugestivos, tanto más cuanto mayor sea la dependencia o la regresión terapéutica del paciente. Pero tal influencia sugestiva no invalida el hecho de que la curación analítica depende de otros factores.

    Por último, dedicaré unas líneas al interesante aspecto de la teoría de la técnica que es la validación o contrastación de nuestras interpretaciones. Wisdom (1967) propuso que la validez de la interpretación en el contexto de una hipótesis clínica depende de que la respuesta asociativa pueda comprobarse con la misma hipótesis, sea esta confirmación o defensa. El paciente, nos dice Etchegoyen (1998) evalúa nuestra interpretación, casi siempre de manera correcta, y suele dar contentación corroborativa en las asociaciones en la propia sesión o en las siguientes (Kubie,1952). Claro está que la validez de una interpretación no se reflejará necesariamente en modificaciones conductuales evidentes salvo en casos excepcionales. La interpretación no es una pócima curativa mágica, ni siquiera las interpretaciones que conocemos como mutativas (Strachey,1934). Es simplemente el hilo con el cual vamos hilvanando, lenta y persistentemente, una nueva estructura funcional del Yo que refuerce, complemente o rectifique la que el paciente tenía cuando se acercó a nosotros.

    Resumen

    La práctica analítica puede considerarse como un método hermenéutico particularmente en lo que concierne a la interpretación que intenta descifrar lo inconsciente patógeno. Pero el esclarecimiento psicoanalítico se centra en los significados, no en los hechos históricos ni en las causas reales. Lo adecuado de la interpretación deriva de la coherencia interna, su consistencia en la cualidad discursiva, en la continuidad de algo que cobra sentido y otorga lógica interior. El diálogo analítico procede de la realidad psíquica y sólo resulta ponderable cuando debuta el «tú» en oposición y complementaridad del «yo»; es decir, cuando surge la transferencia. El analista escucha las iteraciones semióticas y atiende a objetos teóricos, no empíricos. Cuando interpreta propone una nueva nueva sintaxis que abre otras avenidas de exploración y cuya validez será comprobada o no, posteriormente.

    Palabras clave: Interpretación, método hermenéutico, proceso psicoanalítico

    Summary

    The practice of psychoanalysis may be viewed as a hermeneutic method whose influence is most keenly expressed in that which relates to the formulation and structuring of interpretations. Highly supportive of this conjecture is the observation that interpretation per se, represents an attemp at decoding the pathogenic unconscious. Psychoanalytic-elucidation is directly linked moreover, to the emphasis the analyst places on the signifiers rather than on the actual hystorical events or factual causalities. The interpretation´s appropriates derives in turn, from its internal coherency, from the substantiating nature of the discursive’s quality, and from the continuity it provides to something that will permit for enhanced meaningfullness and confer internal logic. The analytic dialogue is born out of the psyquic reality and is conceivable only in the aftermath of the debut of the «you» in opposition to and complementarity of, the «I»; that is with the emergence of the transference. Atuned to the semiotic interactions, the analyst’s focus is on the theoretical objects rather that on the empirical ones. Interpretations as such, offer a proposal for a new syntaxis designed to open up alternative avenues of the exploration that will eventually validate or invalidate the interpretation itself.

    Key words: Interpretation, hermeneutic method, analytic process.

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