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  • El Psicoanálisis en la era de la postmodernidad

    El Psicoanálisis en la era de la postmodernidad

    Felipe Flores Morelos

    Agradecimientos. Quisiera, en primer lugar agradecer de todo corazón la tan generosa como sorprendente y para muchos, comenzando conmigo, seguramente discutible invitación a participar en este Congreso, que me hizo la Asociación Psicoanalítica Mexicana, a su Comité Organizador de este XLI Congreso Nacional de Psicoanálisis y de manera muy especial a su Comité Científico, el cual realiza un notable esfuerzo por congregar y hacer convenir a las voces más variadas que puedan provocar y estimular la reflexión teórica y clínica de nuestra región, en un importante y reiterado gesto de apertura y de convocatoria cada vez más significativo.

    «Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo sólido se desvanece en el aire.» [2] (Carlos Marx).

    «Qu’y renonce donc plutôt celui qui ne peut rejoindre à son horizon la subjectivité de son époque ! Car comment pourrait-il faire de son être l’axe de tant de vies, celui qui ne saurait rien de la dialectique qui l’engage avec ces vies dans un moment symbolique? Qu’il connaisse bien la spire où son époque l’entraîne dans l’ouvre continuée de Babel, et qu’il sache sa fonction d’interprète dans la discorde des langages» [3] (Jacques Lacan).

    Para Lidia

    Los cambios sociales en la historia reciente.

    «La historia de los veinte años que siguieron a 1973 es la historia de un mundo, dice Hobsbawm [4] , que perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis».

    En estos años se han producido profundas transformaciones en las relaciones sociales y se ha problematizado de manera importante la relación de los sujetos entre sí y consigo mismos: la naturaleza de los vínculos, de los valores y de los significantes compartidos, de la relación con el propio cuerpo, de la sexualidad y la intimidad, de la vida familiar, etc., parecen hondamente perturbados, por lo menos en los países industrializados de Occidente (aunque su influencia se hace sentir también, cada vez más, de otra manera que habría que considerar, también en los demás países, primero en los países occidentales del Tercer Mundo, después en África y el Oriente).

    Sería extremadamente largo y fuera de lugar trazar el recorrido de manera explicativa y con mayor detalle; así que simplemente, y a la manera de una evocación, mencionaré o enlistaré, pro memoria, algunos de los acontecimientos más significativos de esos años: La caída de la socialdemocracia y del socialismo real; el reemplazo de la ideología Keynesiana que defendía la economía mixta con la participación reguladora del Estado por la de los apóstoles del neoliberalismo Von Hayek y Friedman; el fortalecimiento de las derechas, laboristas o no; los experimentos ultraliberales de las dictaduras chilena y argentina; el fracaso del intento reaganiano de implantar en área ex – socialista una economía neoliberal de la noche a la mañana; el florecimiento del capitalismo en Oriente y el nacimiento ya no de la producción de bienes de consumo sino de «marcas» que como imaginarias realidades virtuales provocan el enorme crecimiento de la industria de la maquila a mano de obra ínfimamente remunerada; la transformación y fragmentación del mundo laboral; el debilitamiento, la burocratización y la corrupción de los movimientos sindicales y el establecimiento de manera habitual de contratos temporales e individuales de trabajo; el crecimiento de la mecanización del trabajo con la «cibernetización» de la tecnología; el traslado de la industria a los países de maquila; el enorme crecimiento del desempleo y la práctica desaparición de las sociedades rurales junto con las culturas tradicionales, trayendo con ello la volatilización de los parámetros y significantes compartidos que estas aportaban al resto de la cultura y a la comprensión que de sí mismos tenían los pueblos; las sucesivas revoluciones agrícolas, la biotecnología y la producción por ingeniería genética de la gran mayoría del alimento que hoy se consume en el mundo; la creación, promoción y la artificial alimentación armamentista de los conflictos supuestamente interétnicos, supuestamente interreligiosos, pero en realidad movidos por intereses económicos y geopolíticos (por más que se alardeen motivos humanísticos que ya nadie parece creer auténticos); el cada vez mayor distanciamiento entre el Primer Mundo y el Tercer Mundo en el estilo y en el nivel de vida; el aumento de la deuda de los países pobres (se asiste, en efecto, a una diferenciación cada vez mayor de los países pobres y los países ricos, a una conciencia cada vez más clara de los grandes mecanismos económicos que gobiernan políticas, regímenes, intercambios e incluso la vida cotidiana); la desaparición de los Estados-Nación y su substitución por el enorme poder de gobernar el mundo del gran capital financiero internacional; el egoísmo colectivo de la riqueza y las crecientes y escandalosas disparidades en la distribución de los bienes; el fracaso de todos los movimientos revolucionarios y estudiantiles del Tercer Mundo; el avance del Islam sobre la Europa Occidental; la orientalización y/o africanización de Europa; etc [5] .

    Estas transformaciones económicas y sociales se comenzaban ya a gestar, por una parte, en el vientre de las dos principales y más profundas heridas que ha sufrido el Siglo XX: las dos grandes guerras (y más terriblemente la Segunda junto con la más clara muestra del mal que la habitaba: la Schoah, y que en vez de ser extirpado ha sido hoy ejercido, difundido y enseñado en y por los mismos países que la sufrieron o dicen haberla combatido), y por otra parte, la caída de la verdadera o falsa, para el caso no importa, esperanza depositada en lo que hoy se llama el «socialismo real», aunada a la caída de la China maoísta, a la purga de la «banda de los cuatro», a la matanza de Tien An Men y al establecimiento simbólico del Mc Donald’s en la otrora imperial ciudad de Beijing; ¡ah! sin olvidar Camboya y la política de tierra arrasada de los Ríos Mont en Guatemala; y otros males semejantes.

    Con todo ello habría quedado desenmascarado el cacareo hoy denominado moderno o de la modernidad, que exaltaba contra todo y a pesar de todo (especialmente contra la metafísica que implicaría necesaria e inmediatamente, se pensaba, la idea de Dios y de la monarquía), la idea de progreso, la razón ilustrada, el poder de la ciencia y el lugar central del hombre, del homo logicus, del homo rationis, en la historia dominada como maestra del futuro y de la democracia.

    Estamos hoy delante de lo que es leído, sentido y padecido como el fracaso de los ideales de democracia y libertad que prometiera a los cuatro vientos la hoy denominada «modernidad». Nos encontramos hoy ante lo que podríamos llamar, parafraseando a De la Boètie [6] , el «discurso de la servidumbre desencantada». ¿O seguirá siendo voluntaria?

    Los cambios en el pensamiento moderno y contemporáneo.

    No solamente en el campo de las relaciones sociales, sino en el de las artes y las letras, en el del pensamiento y la filosofía, la educación y la política, etc., se asiste hoy a lo que algunos llaman «el fin de la historia».

    Mencionemos, rápidamente y a vuelo de pájaro, la tecnologización (digitalización) de las artes visuales; la electronización de la música; la aparición del hipertexto, la «televisionización» del mundo (perdón por el barbarismo), el final, pues, de la cultura de élites y su substitución por la cultura «de masas» y el arte industrializado; el triunfo universal de la sociedad de consumo, y ya no el culto a la palabra, sino al slogan publicitario.

    «Otra fuerza aún más poderosa estaba minando el «gran arte» -vuelvo a citar a Hobsbawm [7] -: la muerte de la «Modernidad» que desde fines del siglo XIX había legitimado la práctica de una creación artística no utilitaria y que servía de justificación a los artistas en su afán de liberarse de toda restricción».

    La modernidad estaba preñada de la idea de progreso (todo tiempo futuro será mejor, y el presente es siempre mejor que el pasado); rechazaba las convenciones de la burguesía liberal del Siglo XIX y buscaba ser la voz de un mundo revolucionario. Poco después, se pensó que la modernidad seguía perteneciendo a la vanguardia, pero ya dominaban el espacio social los diseñadores industriales y la publicidad. La modernidad conquistó a los Estados Unidos de Norteamérica, aparecieron los símbolos del «estilo internacional», la abstracción, etc. «Hacia fines de los sesenta, dice Hobsbawm [8] , se fue dando una cada vez mayor reacción contra esto, la cual se puso de moda bajo la etiqueta de «postmodernidad». No era tanto un «movimiento» como la negación de cualquier criterio preestablecido de juicio y valoración en las artes o, de hecho, de la posibilidad de realizarlos» [9] , ya se tratase de vanguardismo o del «Segundo Imperio». Las «vanguardias» murieron. La «postmodernidad» atacó a todos los estilos.

    El término «postmodernidad» se extendió, con diversos significados [10] , a todo campo de la cultura, del arte y del pensamiento. Se llamó postmodernos a filósofos, científicos sociales, antropólogos, historiadores, y literatos, desde luego, de lo más diversos. La moda postmoderna se propagó con distintos nombres: «deconstruccionismo», «postestructuralismo», etc.

    Todas estas postmodernidades tenían algo en común: un escepticismo esencial sobre la existencia de una realidad objetiva o de la posibilidad de llegar a conocerla o comprenderla por medios racionales. Todo tendía a un relativismo radical que podríamos denominar equivocista [11] (por contraste frente a lo que había sido el cientificismo univocista de la modernidad de fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX [12] , especialmente del positivismo lógico); y que podríamos llamar también (en la particular lectura que hace de Wittgenstein [13] y de Ferdinand de Saussure [14] ), bastante nominalista [15] .  

    La globalización

    A todo esto es necesario agregar la consideración de ese fenómeno fundamental de nuestro tiempo que se conoce como la «globalización». «La globalización es política, tecnológica y cultural, además de económica -estoy citando a Giddens [16] -. Se ha visto influida, sobre todo, por cambios en los sistemas de comunicación, que datan únicamente de finales de los años sesenta». Estos cambios están ligados al flujo y al funcionamiento actual del capital financiero internacional concentrado en algunas pocas empresas transnacionales. La «aldea global» es el saqueo del globo por parte de unos pocos; la «globalización», de la mano del neoliberalismo, es un totalitarismo [17].

    La globalización, hay que hacerlo notar, ha modificado lo que sucede «dentro» de nosotros, influye en los aspectos más personales e íntimos de nuestra vida. Estas modificaciones no han sido benignas. «Nación», «familia», «trabajo», «tradición», «naturaleza» significan hoy algo diferente que en el pasado. «Allí donde las maneras tradicionales de hacer las cosas se disuelven, cito a Giddens, cuando la gente se casa o forma relaciones hay un sentido importante en el que no sabe lo que está haciendo porque las instituciones del matrimonio y la familia han cambiado muchísimo»[18] . Somos la primera generación que vive en una sociedad «cosmopolita mundial» fuera de nuestro control [19] .

    La ciencia y la tecnología forman hoy parte de nuestra vida cotidiana, pero al mismo tiempo se las percibe hoy cada vez más como transitorias y variables: ningún conocimiento, ni el llamado «científicamente comprobado» es hoy estable y duradero. Lo que la gente piensa cada vez más de las teorías científicas se podría decir parafraseando a Bachelard [20] : «ésta ya no», «ésta tampoco»; todo lo cual parece ponernos en una atmósfera de incertidumbre, de ausencia de parámetros en los cuales apoyarse con seguridad, y de un constante asumir el riesgo de nuestras decisiones sin poder predecir mucho sus consecuencias.

    El mundo se ha tornado en algo enormemente complejo e inestable. Vivimos en un tiempo de cambios rápidos, vertiginosos. No solamente las tradiciones estarían desapareciendo, en Occidente, sino que el mismo concepto de «tradición» tal como nos lo legara la ilustración del Siglo XVIII [21] estaría cambiando, quizá para bien. Es necesario liberarnos de los prejuicios de la Ilustración para poder redefinir varios conceptos. Curiosamente, al abandonarse muchas de las «tradiciones» de reciente cuño, y al buscarse una sociedad más tolerante frente a la diversidad, nuevas formas de intolerancia surgen un poco por todas partes: como si fueran aceptables algunas «diversidades» pero otras no.

    La subjetividad contemporánea.

    Estas transformaciones no solamente han problematizado las hasta hace poco más o menos estables significaciones que compartidas y transmitidas concurrían en la construcción de la subjetividad, de la identidad, del sentido de la continuidad de la propia historia individual y colectiva, de los modos mismos de arreglárselas uno con las fisuras y flaquezas de su propio psiquismo, dando lugar a formas más o menos inéditas de construirse la subjetividad, o de fisurarse, o de ser inacabada. Pareciera que la percepción del yo se sustentase sobre todo en la estabilidad de las posiciones sociales de los individuos en comunidad. La identidad personal tiene que ser creada una y otra vez y más activamente que antes, de otro modo tendrá que fingirse o fracasar del todo. Esto, según Giddens [22] , explicaría el florecimiento actual de tantas formas de «terapias» en los países occidentales.

    «De todos los cambios que ocurren en el mundo, apunta Giddens [23] , ninguno supera en importancia a los que tienen lugar en nuestra vida privada -en la sexualidad, las relaciones, el matrimonio y la familia-. Hay en marcha una revolución mundial sobre cómo nos concebimos a nosotros mismos y cómo formamos lazos y relaciones con los demás». Estas transformaciones son probablemente las más inquietantes y difíciles de manejar por los sujetos. Las modificaciones en los roles de género, la toma de conciencia cada vez más general acerca de los derechos de las mujeres y los niños, los cambios en la manera de entender la educación, los cambios de actitud hacia la homosexualidad, la separación de la sexualidad respecto de la reproducción, la enorme cantidad de nacimientos que hoy tienen lugar fuera del matrimonio, etc., han modificado la vida de pareja y la familia. Hoy son mucho más importantes las relaciones de compromiso emocional, la intimidad, la amistad, que los marcos jurídicos e institucionales. Se busca constantemente liberar a las relaciones personales de cualquier poder arbitrario, coerción, limitación o violencia, de cualquier tipo: legal, moral, político o religioso, para buscar relaciones basadas más en la libertad y en la confianza mutua, y en el reconocimiento de la igualdad de derechos y obligaciones; aunque, desde luego, todo esto no es todavía más que bastante ideal.

    Junto con el «fin de la historia», parece que asistimos al final de aquellas conflictivas y entidades ligadas al pasado social, expuestas en los ya rápidamente envejecidos tratados y manuales de psicopatología y de nosología, y vemos cada vez más nuevas entidades y terminologías y nuevos tipos de analizandos, en los divanes o no. Tal pareciera que la sociedad y los sujetos se han transformado mucho más rápidamente que nuestra capacidad para pensarlos, y que nuestras teorías sociológicas, psicológicas, psicoanalíticas, etc., han llegado tarde a la transformación y ahora se apresuran, también ellas, en cambiar como adaptándose, adecuándose, mimetizándose a la misma fragmentación, aislamiento (literalmente «hacerse isla»), multiplicación y digitalización del campo social o discursivo del que intentan dar algún tipo de cuenta.

    La sociedad contemporánea, algunos de cuyos rasgos hacen hablar de una sociedad «postmoderna», resulta un ambiente sumamente inestable y exigente para la constitución de la subjetividad. Enfrentamos, en primer lugar, dado el carácter universalizante del sistema social contemporáneo, el peligro de destrucciones mucho más extensas y «globales» que en el pasado: ya sea de carácter bélico, ecológico o financiero. El mundo, de manera informática, se ha empequeñecido y somos más conscientes de cómo los acontecimientos próximos dependen de los ya no lejanos. La experiencia del mundo se ha ampliado al mismo tiempo que se ha «mediatizado» (a través de los «medios») e igualmente, por el mismo motivo se ha fragmentado, dispersado y relativizado. El sujeto se ha empequeñecido, en el sentido de la conciencia de la insignificancia personal, el sentimiento paradójico de que la vida, al tiempo que se amplía y se enriquece, pierde sentido y no tiene ya nada valioso que ofrecer. La globalización o mundialización, que no son lo mismo, implica un entorno, Umwelt, en el que somos cada vez más claramente conscientes de los riesgos de consecuencias graves que representan peligros que nadie puede eludir por completo. Igualmente nadie puede controlarlos. Al mismo tiempo que la mundialización de la tecnología digitalizada ha puesto al alcance de muchos cibernautas muchos megabytes de «información» ha puesto en manos de algunos pocos «especialistas» dentro de cada «especialidad», y alejado de las masas, el lugar real de control tecnológico, que no político, con lo cual el sentimiento de impotencia frente al riesgo aumenta.

    La literatura actual sobre los efectos de estas modificaciones sociales es enorme; los autores producen diversas descripciones, pero la mayoría de ellos coinciden en substancia: todo se mueve, nada permanece, no hay futuro ni pasado que sirvan como referentes, el tiempo y el espacio se han modificado, la vergüenza y la culpa han trastocado su lugar tradicional, y cada día hemos de vivir decidiendo cada día como hemos de vivir el día siguiente. ¿Cómo construirse en todo ello? La exigencia resulta desmesurada. Cada uno se ha vuelto, respecto de sí, discontinuo; y al hacerse discontinuo pierde ese aspecto esencial de su identidad que es el sentimiento de su continuidad biográfica. ¿Cómo no sentirse desamparado? La angustia deviene en un estado más o menos permanente.

    El cuerpo mismo, como bien muestra la obra de Foucault, no es algo dado al exterior de los significantes de la cultura; por lo tanto la relación cotidiana que habíamos tenido con el cuerpo que somos, también se ha problematizado, problematizando con ello nuestro sentimiento de confianza: el cuerpo se convierte en una tarea. Y con ello también se hace tarea la construcción del género, mediada por nuestra relación con el cuerpo o, por decir mejor, con el «cuerpo en el mundo», o con el «cuerpo en la cultura».

    En otras palabras, la relación del yo (en el sentido sociológico) con su «proyecto» (o, como diría Henri Ey [24] , del yo como actor y del yo como autor de su personaje) se ha problematizado, al igual que la relación del yo con su pasado y su futuro; se ha problematizado la relación con la continuidad de su historia y, por ello, la coherencia de sí. La relación del yo con el cuerpo, entendido como parte de un sistema de acción o de operación social más que como objeto, se ha alterado también junto con su relación con el espacio y el tiempo. El cuerpo se socializa cada vez más.

    Algunos autores [25] , las más de las veces los inclinados por las explicaciones sociológicas, suelen referir a esta problematización social del cuerpo la multiplicación de las patologías de la alimentación tales como la anorexia. En la anorexia: «el cuerpo se convierte en parte de un sistema de falso yo, disociado de las aspiraciones internas del individuo, aunque rigurosamente gobernado por ellas.» «La anorexia es un afán por alcanzar seguridad en un mundo de opciones múltiples pero ambiguas» [26] .

    Por otra parte, el reconocimiento del trastrocamiento de la vergüenza y la culpa de que hablan estos autores expresa un pasaje de las problemáticas superyoicas a las narcisistas. Por lo tanto estos autores parecen reconocer implícitamente que el problema principal hoy no es el del yo en el sentido de las identificaciones secundarias, que sería más del interés sociológico, sino en el sentido de las perturbaciones de la constitución narcisista en el sentido de la represión primaria o de la constitución del aparato psíquico. Esto situaría a algunas, por lo menos, de las anorexias, ya no en el campo neurótico de las problemáticas del Selbst, sino más cerca de las psicosis.

    La modernidad habría también secuestrado al sujeto de experiencias fundamentales de la vida tales como la locura, mediante la institución manicomial; la criminalidad, mediante el régimen carcelario; la enfermedad y la muerte, mediante la hospitalización; la sexualidad, mediante la privatización de la pasión y su relegamiento a la intimidad conyugal y, finalmente, de la naturaleza, que habría estado constituida, según algunos, independientemente de la actividad humana [27] .

    Las transformaciones sociales que se producen a causa de y a lo largo de la modernidad, algunas de las cuales hemos mencionado rápida y superficialmente, nos llevarían a una de sus principales consecuencias: la constitución de un yo «postmoderno».

    Este yo sería frágil, quebradizo, fracturado, fragmentado. El sujeto se contextualiza y dispersa al igual que el mundo social. El yo deja de existir efectivamente: El único sujeto es un sujeto descentrado que encuentra su identidad en los fragmentos del lenguaje o el discurso [28] . Estaríamos en presencia de una subjetividad sin sujeto, no en el sentido de la desaparición del sujeto óntico, sub-jectum, hypostasis, al que me referiré más abajo, sino en el sentido de la ausencia de centro.

    El yo «postmoderno», que equivaldría a decir el yo del neoliberalismo, pues en mi opinión la postmodernidad es un fenómeno del capitalismo tardío y radical de nuestros días, sería un yo narcisista. Según varios autores [29] este yo narcisista sería un yo individualista y centrado sobre sí -en el mismo sentido en que se dice que la sociedad postmoderna es individualista-, casi diríamos, egoísta; sin embargo, lo más probable es que se trata en realidad de un aumento en el número de sujetos que tienen dificultad para su estructuración psíquica, en el sentido de la dificultad para la construcción del aparato psíquico neurótico. [30] .

    La proclividad de la postmodernidad, o modernidad tardía como suelen decir los ingleses, a la crisis tiene consecuencias inquietantes de dos tipos: alienta un clima general de inseguridad que llena de ansiedad al individuo, sin que importe qué zonas retiradas de su psiquismo pueda llegar a sacudir, y expone a todos a diversas situaciones de crisis más o menos graves que afectan al sujeto profundamente, al privarlo de sus referentes más o menos constantes [31] La pérdida de puntos de referencia sólidos crea una intranquilidad que es difícil de superar, de aquí que muchos consideren a esta tensión, o stress, como la principal problemática de salud de nuestro tiempo. Otros dirán que el principal y más general problema es la depresión [32] . Otros, como Elliot [33] , en cambio, verán en la postmodernidad aspectos predominantemente positivos y liberadores, promotores inclusive de la salud psíquica, si cabe el término, de los sujetos.

     

     Segunda Parte

    Sociedad contemporánea e historia reciente de la filosofía

    No todo lo que se atribuye a la antigüedad es tan antiguo como se dice. De hecho la mirada que tenemos de ella está mediada y nos es transmitida, en buena medida, por las concepciones que surgen después del Renacimiento como raíz y antecedente de la modernidad, en particular el surgimiento del nominalismo, la derivación matemático- geométrica del platonismo y la derivación experimental empirista que se deriva de este nominalismo. Después vendrá el giro copernicano de la respuesta de Descartes a Montaigne, el empirismo de los ingleses por un lado, el intelectualismo y el racionalismo de Leibnitz, Wolff y otros filósofos del continente por el otro y, mucho más importantes, Kant y Newton. Se puede decir que Kant es el sinónimo de la modernidad. Esto va de la mano con cambios sociales y políticos que están atados a eso que se llamó la «acumulación originaria del capital», la Ilustración, la Revolución Francesa, y el surgimiento de las sociedades burguesas.

    Desde Descartes hasta hoy, el problema de la experiencia sensible (de los sentidos) o del pensamiento (razón, lógica, pensamiento, intuición, etc.) en la construcción del conocimiento ocupará el lugar central en las preocupaciones de los pensadores. El problema epistemológico se torna en «el» problema central de la filosofía, a este problema se intentarán diversas respuestas, ninguna de ellas del todo satisfactoria hasta hoy, pasando por la intuición, el sentimiento, etc., y llegando hasta el abandono de todo intento de solución del problema inaugurado, de esta manera, por la obra de Descartes: la solución será dejar de buscar la solución. Aparecerán entonces soluciones románticas, irracionalistas o agnósticas diversas. El sujeto epistémico ocupa el centro del filosofar y con ello se abandona la realidad, que hasta antes de Descartes constituía, por lo general, y hechas las consideraciones anteriores sobre el nominalismo de Ockham, etc., el punto de partida del conocimiento. Esta realidad, cuya existencia era considerada como algo no necesitado de demostración, pasará después a formar parte de toda esa nebulosa que se encuentra más allá de la sensación o del concepto, para convertirse en despreciable «metafísica», así, con comillas, en el noúmeno más allá del fenómeno, en algo finalmente incognoscible cuando no, finalmente, artificio de los juegos del lenguaje o blablablá carente de significado y de posibilidad de ser definido «operacionalmente». Si, pues, ni la razón ni la experiencia nos permiten conocer la realidad, quizá lo permitan el sentimiento (romanticismo) o algunos otros tipos de «experiencia» como la angustia, la voluntad, el sentimiento dionisiaco, etc. O, si no, podremos declarar que el problema nunca existió, o que nunca se planteó de otra manera, o que asistimos al fracaso, no del proyecto inaugurado por Descartes, sino de toda la tradición del pensamiento occidental comenzando desde los griegos.

    Es decir, miramos con los ojos de la modernidad y reaccionamos frente al pensamiento pre-moderno desde un lugar que consiste en la radicalización de los contenidos de dicha modernidad, desde el lugar de sus -¿últimas?- consecuencias. Lo que hoy denominamos pensamiento «postmoderno» encuentra sus más fuertes raíces en la filosofía que surge después de Montaigne.

    Se puede afirmar que la filosofía que surge a partir de Descartes será casi toda ella epistemología: el problema de la verdad y del conocimiento la ocupa toda entera. Solo que mientras Descartes pretendía construir los fundamentos de una verdad como representación adecuada, exacta, geométrica, de las cosas, la crítica contemporánea rechazará esta concepción especular del conocimiento que haría del sujeto cognoscente (concepto también puesto en tela de juicio) un mero espectador pasivo con una competencia lingüística puramente denotativa. Las metáforas oculares o relativas a la luz que se mira, tan caras a los griegos, serán puestas seriamente en duda.

    Por otra parte, y cada vez más desde Marx, la teoría del conocimiento será una teoría social del conocimiento. Sujeto, objeto y categorías de pensamiento se hallan en la realidad histórico social. Toda experiencia humana es una experiencia mediada, por los otros, por el lenguaje, por la memoria, por los significantes compartidos de la cultura. Hay una institucionalización de la experiencia colectiva. En este sentido todo conocimiento está mediado socialmente. El conocimiento expresa las condiciones sociales del proceso de conocimiento. Surge una determinación social y educativa de la percepción misma. Entre el discurso científico o filosófico y las condiciones de producción de dicho discurso existe una relación, diría Eliseo Verón, que determina lo que se denomina «ideología». Así, puesto que todo discurso está determinado por las condiciones de clase en que se produce, en todo discurso se contiene una ideología. Y si, por otra parte, definimos ideología como «falsa conciencia» habremos puesto en serias dudas el contenido de verdad de todo discurso, suponiendo que por «verdad» se entienda la ausencia de determinaciones o de condicionamientos culturales y sociales. No hay pues un «objeto» de conocimiento puesto ahí enfrente, ni un sujeto individual del conocimiento. No hay una forma «a priori» del entendimiento ni un sujeto que trascienda lo histórico y lo social al conocer. La teoría del conocimiento es una teoría de la sociedad y la epistemología es un quehacer político.

    Otro elemento fundamental de la filosofía contemporánea que irá a formar parte de aquello en que el pensamiento postmoderno halla su sustentación es el de la reflexión crítica sobre la naturaleza del lenguaje. Inaugurada por Ferdinand de Saussure en un aspecto, y por Bertrand Russell, Frege y otros, es en Ludwig Wittgenstein en quien encontrará sus consecuencias más influyentes y radicales. Independientemente de que se suele hablar de «dos» Wittgenstein y de que con frecuencia se lee al segundo desde el primero en una lectura más nominalista, y otras al primero desde el segundo, en una lectura menos nominalista [34] , o para nada nominalista según otros, podemos decir grosso modo que para Wittgenstein el sujeto individual no es la fuente de los significados. Que todo lenguaje es público, que no hay significado si no se sitúan las palabras dentro de un sistema de relaciones entre los signos lingüísticos, como diría Ferdinand de Saussure, pero que, además, como avanzará Wittgenstein, la unidad de referencia significativa no es la palabra ni la frase o enunciado, sino los varios contextos de uso [35] . Los portadores de los significados no son los individuos sino la comunidad social de los usuarios del lenguaje. «El lenguaje y su significado, cito a Mardones [36] , abarcan un sistema interrelacional de signos lingüísticos y no lingüísticos, instituciones, prácticas y usos fuera de los cuales no tiene sentido el lenguaje empleado. Quiere decir esto que los «juegos del lenguaje» no son juegos en el sentido genérico del término, sino «formas de vida». El significado aparece abierto a dilucidarse en el contexto de las palabras y de su mutua receptividad.». El acuerdo, pues, entre los sujetos de una colectividad decide sobre lo verdadero y lo falso, sobre lo racional y lo irracional. Estamos pues situados al interior de una comunidad comunicativa (como dirían Apel o Habermas). La razón está ahora habitada por este «otro» de la razón que es el lenguaje, cuyo sentido depende de las formas de vida de la colectividad [37] .

    En este punto cabe señalar que a partir de lo que llevamos dicho se pueden inferir por lo menos cuatro tipos de verdad o cuatro conceptos de verdad: a los clásicos tres: verdad semántica (que corresponde a la hoy tan criticada verdad «especular» de la mal comprendida adequatio rei et intellectus), la verdad pragmática (ya sea funcionalista o útil en el sentido del pragmatismo o del funcionalismo de Peirce, Dewey o James, ya en el sentido de la praxis de los marxistas, ya finalmente en el sentido de la teoría concretizada en el instrumento de Bachelard) y la verdad sintáctica (o coherencial, o de la lógica y el sistema), habría que añadir la verdad consensual o social (ya sea en el sentido marxista o en el de los usos comunitarios del lenguaje de Wittgenstein, o en el de la acción comunicativa de Habermas) [38] .

    Otro tema de enormes consecuencias que no abordaremos aquí, ni siquiera por su influencia en el pensamiento postmoderno y en el pensamiento psicoanalítico, es el de los conceptos de «saber» y «verdad» en Heidegger. Solo quisiera afirmar que en mi opinión Heidegger tiene una importancia mucho mayor que el uso abusivo quede él hacen varios autores postmodernos.

    «La duda, un rasgo que impregna la razón crítica moderna, penetra en la vida de cada día y en la conciencia filosófica y constituye un aspecto existencial del mundo social contemporáneo» [39] .

    La reflexividad de la sociedad contemporánea contradice las expectativas del pensamiento ilustrado del que proviene. No hay ya fundamentos seguros para conocer ni lo natural ni lo social. Las certezas dogmáticas de la modernidad que se opusieron a las certezas dogmáticas de la tradición nos han abandonado dejándonos en la incertidumbre. La relación entre la sociedad contemporánea y la duda no solo afecta, sin embargo, a los científicos o a los filósofos, sino que es también «existencialmente turbadora para el individuo común» [40]

    El debate postmoderno.

    Nos hallaríamos en una cultura «post-filosófica» marcada por la incertidumbre, la indeterminación y la inseguridad. Esto implicaría pérdida de las tradiciones, pérdida del sentido, carencia de identidad personal, pérdida de relaciones significativas con la naturaleza, desaparición de la historia, etc. La tensión entre la pretendida racionalidad económica político administrativa y la cultura ha erosionado las bases morales y significantes de lo social. El desencantamiento del mundo ha traído el vacío motivacional.

    Nos enfrentamos a diversas paradojas: el problema de la integración social versus la separación y autonomización de las distintas dimensiones de la razón; la cuestión de la legitimación normativa de la sociedad versus la crítica del poder político y de la racionalidad institucional práctico-moral; el problema de las relaciones entre las diversas racionalidades. En resumen el problema parece ser el mismo que ya enfrentaban los griegos: la relación entre lo uno y lo múltiple: entre la globalización y la etnificación de la cultura, entre la internacionalización y la fragmentación, entre la tolerancia de las diferencias y la uniformización colonizante de la cultura. Entre lo pretendidamente unívoco y lo desesperadamente equívoco.

    Lo específico de la era moderna sería su autonomía frente a lo bueno, lo útil y lo verdadero como resultado de una diferenciación y especificación radical de las esferas de valor.

    Para los postmodernos hay que aceptar sin ambages el pluralismo inconmensurable de los juegos del lenguaje o de las esferas de valor. No hay posibilidad de establecer unidades por encima de la pluralidad de las formas de vida. Nos asentamos sobre el heteromorfismo general. Deberemos renunciar a todo discurso legitimador. Seremos incrédulos frente a los metarrelatos.

    Como consecuencia, abandonaremos la epistemología de la re-presentación o la concepción de la verdad como representación especular. Lo más que podemos aceptar son los criterios locales y contextuales transitorios de validez. No hay institución permanente, todo contrato es temporal. El gran enemigo: la razón totalitaria y fundamentadora. La propuesta postmoderna es libertaria: ¡no a las añagazas del poder, del control y de la regulación del sistema! Sospechemos de todo. No hay, dirá Lyotard [41] , metaprescripciones universalmente válidas allí donde los juegos del lenguaje son heteromorfos y proceden de reglas pragmáticas heterogéneas; «la pragmática científica muestra que el consenso no es más que un estado de las discusiones y no su fin.». Sólo queda la «multiplicidad de meta-argumentaciones finitas, o argumentaciones que se refieren a metaprescriptivos y limitadas en el espacio-tiempo» [42] .

    Según Rorty basta con «tolerancia, ironía y buena voluntad para permitir florecer a las esferas de la cultura, sin preocuparse demasiado de su fundamento común, de su unificación, de los ideales intrínsecos que sugieren o la imagen del hombre que presuponen» [43] .

    «La noción misma de verdad se disuelve», dice Vattimo [44] . No hay ya ningún fundamento para creer en el fundamento ni para creer que el pensamiento deba fundar. Hay que superar la modernidad situándose más allá del punto de vista de la fundación y su pretensión de valer como cimiento del pensamiento verdadero. Ya no hay verdad ni Grund que pueda desmentir o falsear nada. No hay tal posibilidad de representación exacta y objetiva de la realidad. El instrumento del conocimiento se nos ha revelado condicionado, opaco, determinado libidinal y lingüísticamente. Quedémonos en los consensos locales, en la pluralidad de las meta-argumentaciones y en el pragmatismo de la reflexión pegada a la realidad cercana y diaria.

    Esta es la «razón» postmoderna. ¿O estaremos más bien en la liquidación de la razón, como criticará Habermas? No entraré aquí en el debate de Habermas con la postmodernidad [45] debido a su importancia que no nos permitiría abordarlo en el reducido espacio, ya de cualquier manera excedido, de que dispongo. Solo diremos que el debate se centra fundamentalmente en la posibilidad de fundar criterios de validez para nuestros discursos práctico-políticos, para mantener una mínima postura ética, para poder siquiera comunicarnos y entendernos. «El debate moderno/postmoderno sobre la racionalidad ha mostrado que la vía de salida postmoderna no es la única. Se puede aceptar la sospecha frente a la razón dominadora, concluye Mardones [46] , y no renunciar al impulso universalista teórico práctico de la Ilustración [.] Se puede recuperar el poder unificador de la razón sin temor a uniformismos. Se puede mantener el impulso democrático ilustrado hacia una sociedad más racional y humana sin abandonar el poder integrador de la razón.»

    El proyecto de la postmodernidad.

    La crítica postmoderna a la ilustración busca, en su crítica a la modernidad, ser una nueva racionalidad y una nueva sociedad. El proyecto de cambio social se encuentra en ella implícito, aunque no siempre reconocido, junto con una cierta visión del hombre.

    El pensamiento postmoderno se opone al funcionalismo dominante en la modernidad. Quiere no servir para otra cosa sino tener valor en sí mismo. Rechaza radicalmente la instrumentalización de la razón y de la misma vida. Pretende ser afirmación de lo vivido en cada momento «sin función de preparar otra cosa» [47] o de ser otra cosa que fruición, vivencia de lo que hay sin escapar del aquí para buscar el «ser». Se busca que sea un pensamiento superador de la metafísica, una actitud abierta a la multiplicidad de los juegos del lenguaje, un vagabundeo incierto en el que no hay principios ni criterios fijos, determinados, fundados de una vez por todas. Por lo tanto se opone a la metafísica que se esconde en todo proyecto de integración o afirmación de lo instituido; rompe los métodos consagrados y ofrece la discontinuidad, la búsqueda del disenso y la inestabilidad como lo verdaderamente creativo y humano. Es un pensamiento abierto. Se busca un paradigma donde el esquema sujeto-objeto quede rebasado. El sujeto, para ello, debe abandonar toda pretensión objetivante y perderse en la vivencia del momento. En fin, se trata de una labor de resistencia a esta sociedad y cultura moderna que con su aparato técnico y científico amenaza con destruir la humanidad.

    Según Baudrillard [48] nos hemos salido de la historia. No tenemos ya donde ubicar lo real. Hemos perdido la percepción de lo real. Hemos perdido, con el horizonte histórico, el sentido de la historia. La postmodernidad implicaría entrar en un tiempo en que los acontecimientos no tienen finalidad propia. Somos ya incapaces de recuperar sentido ni conciencia ni posibilidad de la historia, es decir, somos incapaces de recuperar los acontecimientos en un horizonte de sentido. El resultado es el secuestro del acontecimiento, la imposibilidad de la reflexión sobre las cosas, impidiendo la recuperación de la secuencia de significados [49] . Este final de la historia es una promesa de des-alienación. No hay más norma histórica totalizante.

    La problemática del fin del sentido y de la historia se continúa en el fin de la ética. Si no hay sentido en la historia hemos perdido toda orientación normativa. El único camino es poner en juego el relativismo de las esferas de valor y de los juegos de lenguaje. Es necesario aceptar la razón pluralista sin lamentos. Y aquí la insistencia en la tolerancia de la diferencia, es decir, de esta pluralidad de contextos locales y micro-relatos. Basta aceptar pragmáticamente las reglas que los grupos humanos generan sin buscar fundamentos universales de valores ni teorías de la racionalidad ni legitimaciones antropológicas. [50] .

    Finalmente el pensamiento postmoderno llevaría a sus últimas consecuencias el proceso de «adelgazamiento» del moderno concepto de sujeto. No solamente desaparece el sujeto burgués ni solamente aparece el «nihilismo del individuo», ni solamente la lógica del sistema penetra en el mundo de la vida (Lebenswelt) de la comunicación, de las relaciones personales y de la libertad, sino que, si Luhman está en lo correcto, el sujeto se pierde en el sistema. El sujeto ya no es sujeto de decisiones y deseos, el sistema lo hace por él. ¿Desembocará el sujeto postmoderno en la negación del actor social de la moderna teoría de sistemas? El sujeto ha perdido su singularidad: únicamente porque no hay ningún mundo real, ninguna estructura esencial del ser, es por lo que somos realmente todos iguales. Estamos ante una subjetividad sin sujeto.

    El triunfo del pensamiento sobre la metafísica se ha cumplido del todo. Hemos pasado de la suposición de univocidad a la afirmación de la equivocidad.

    El pensamiento postmoderno parece extenderse de maneras diversas en varias regiones del mundo; sin embargo, aquel al cual generalmente nos referimos nosotros tiene una factura fundamentalmente europea (Vattimo, etc.) y especialmente francesa (Lyotard, Derrida). Es justamente en Francia donde el psicoanálisis y la filosofía entablan el diálogo más intenso y enriquecedor, pero también el más riesgoso. La filosofía y el psicoanálisis se influyen e inspiran en Francia mutuamente de manera entusiasta y declarada. En otros países existe este diálogo de manera menos explícita, más en relación con supuestos epistemológicos y metodológicos por parte de los psicoanalistas, más en términos críticos de parte de los filósofos.

    Existe, por lo menos hasta hace poco, una diferencia importante entre la filosofía continental europea y la que podríamos denominar isleña o mejor anglosajona, aunque la influencia de algunos filósofos europeos, como Wittgenstein y un poco menos Heidegger, en ambos lados, ha contribuido poco a poco a que esta diferenciación mengüe.

    Por otra parte, y por lo tanto, dar cuenta hoy del psicoanálisis en Francia o de la filosofía contemporánea francesa, en particular del pensamiento postmoderno implicaría pasar necesariamente por toda la historia del pensamiento psicoanalítico reciente, especialmente lacaniano, por un lado, y por el otro por la historia de la filosofía en Francia por lo menos a partir de la llegada de Hegel, vía Kojève y su enorme influencia en todos los que vienen después, por acuerdo o desacuerdo, de Husserl y la fenomenología, de Heidegger, y también de Nietzsche. Habría que hablar de la caída del pensamiento marxista en Francia y de la enorme desilusión y desconcierto que provoca en muchos, entre ellos en los participantes de los movimientos Socialisme ou Barbarie, Tel Quel, etc. Habría que hablar de la crítica de la historia de Foucault, del debate estructuralista, de la lectura nominalista que se hace de De Saussure y de Wittgenstein, y de la Filosofía de la Diferencia (Derrida, Deleuze) hasta llegar a esa enorme rendición desesperanzada, a esa desilusión, a ese hacer de la «necesidad» (el fracaso del pensamiento revolucionario junto con la llegada a su callejón sin salida de la razón ilustrada y de la modernidad) una virtud (el proyecto de radicalizar las propuestas del enemigo -el capitalismo-) hasta el absurdo: «Llegados a este punto, cito a Descombes [51] – quisiéramos poder interrumpir un momento a Lyotard y decirle: acaso lo que estaba mal fundado era esa verdad del militante: un deseo le ha hecho tomar los enunciados marxistas por verdaderos [52] , pero quizá sencillamente no eran verdad. ¡Vaya! No nos oye, su carrera ya le ha llevado más lejos, prosigue con tesón y franquea de un salto toda la distancia que separa su desilusión de una polémica contra la verdad en cuanto tal. De la observación que dice que esta verdad no era sino la expresión de un deseo, pasa a la interpretación que dice que el deseo que se expresaba en esta pretendida «verdad» era el deseo de verdad. Queremos ver… Pero resulta lo siguiente: si hubiera una verdad, ésta sería hegeliana o, si se prefiere, marxista. Si el marxismo no es verdad, no es porque sea falso, sino porque nada es verdad». Hasta aquí Descombes.

    En este diálogo evidentemente el psicoanálisis recoge aportaciones de la filosofía, se apoya -o pierde su apoyo- en los pliegues del pensamiento crítico y epistemológico, o aporta a su vez modos de problematizar que la filosofía u otras disciplinas pueden retomar a su vez; pero hay que tener cuidado con no confundir los campos, una cosa es psicoanálisis y otra filosofía [53] , y algo connota un término o concepto en un campo y algo diverso en otro.

    De la caída de algunas creencias pasamos al desmoronamiento de toda creencia. De la incredulidad al alegre saber que no sabemos nada. De la revolución a la cínica aceptación del statu quo. Del -se dice- nihilismo pasivo al nihilismo activo. De la restauración romántica al deseo de nada, a la nada del deseo: no hay origen ni hay final de la historia, no hay antes ni después, no hay realidad ni máscara, no hay versión auténtica de un texto, solamente interminables traducciones, nada que ponga algún límite a la interpretación [54] . Liquidaremos el principio de identidad (Klosowski), ¡total la lógica -con todo y su logos, y también el onto-logos- hace rato que se ha ido a paseo! y ha dejado en su lugar un vagabundeo equivocista y metafórico (donde el fundamento de la metáfora es puramente externo) en el que todo se desliza. Se acumula un término tras otro por pura homofonía, o por el gusto de la producción de polisemia, y se pretende concluir como si todavía existiera el «termino medio» de la ilación deductiva. No hay lógica, no hay saber, no hay fundamento, no hay ética: y tampoco hay sujeto.

    Algunas notas críticas.

    En efecto, si no hay «sub-stancia» y no hay una «naturaleza» humana, entonces no hay una «especie» humana (a menos que queramos seguir apoyando todo en este concepto tal como hoy se entiende: biológicamente), no hay género humano -pues no se sabe qué sería el tal «género», pues no hay fundamento de nada, ni del fundamento- y entonces entre cada individuo no hay fondo, fundación o fundamento común, y si los discursos son micro y localmente contextuados, entonces el discurso no es algo en común, ni la particular estructura de la asociación de sus ideas o de su «subjetividad», ni hay significantes compartidos; y entonces cada individuo es, en esa misma medida, inconmensurable a otro individuo; no hay un sujeto común del deseo; ni un sujeto común de la enunciación; ni un sujeto común de la subjetividad; como si dijéramos: cada individuo es su propia «especie» [55] . Y si cada individuo es su propia especie y es inconmensurable con el otro individuo, entonces no hay fundamento alguno para la solidaridad, o para el respeto de eso que ya no podemos llamar «semejante», ni hay una ética posible, ni una comunicación posible… ni una teoría de la subjetividad o del psiquismo que pueda generalizarse a todos los individuos, puesto que son cada uno sui generis e inconmensurables entre sí. No hay humanitas. Dicho de otra manera, si la humanidad es el individuo, o si la humanidad del individuo, aquello que lo hace hombre, no es más que su cultura, el conjunto de los discursos entrelazados en él, el conjunto de las relaciones sociales que lo constituyen, la trama de relaciones sociales que se establecen entre sus conductas [56] , etc., entonces a diferentes subjetividades, culturas, discursos y entrelazamientos, diferentes «hombres» inconmensurables entre sí; como las mónadas en la interpretación perspectivista de Leibnitz, cada una cerrada sobre sí misma. Por lo tanto los individuos (ατομοι) no comparten entre sí ninguna humaniτas común, cada uno pertenece a una «especie» diferente y entonces no tiene por qué respetarse ninguna ética común, o comunicativa o de ningún tipo. Insisto: pues si siendo cada subjetividad tan «otra» de la mía seguimos teniendo la humanidad en común, entonces la «humanidad» es algo común en que se soporta lo diferente [57] .

    Es necesario, pues, postular junto a la diferencia la semejanza; junto a la inconmensurabilidad lo conmensurable; junto a lo propio lo común. No somos todos iguales sino semejantes; ni idénticos sino particulares; pero tampoco hay entre nosotros una tal otredad o equivocidad que no podamos ni hablarnos o llamarnos personas: es necesario, pues, afirmar entre lo unívoco y lo equívoco: lo análogo. Pero es necesario que este análogo no esté fundado en la exterioridad o en lo extrínseco, porque entonces la analogía sería solamente aparente o puramente retórica, sino que es necesario que esté fundado en algo intrínseco o interno a ambos términos; pero que esta semejanza no borre la diferencia. Hay que postular pues un soporte, un sustento de la subjetividad y de la individualidad, un fundamento, una humanidad que no es un puro término vacío, sino una humanidad que posee enticidad u onticidad [58] . Si no afirmamos más que la singularidad, entonces le negamos a ella misma su existencia. Si no afirmamos más que la singularidad, entonces no hay saber posible sobre el sujeto, porque como diría Aristóteles, de lo singular no hay ciencia.

    No se trata pues, solamente, de diferenciar el je del moi, ni de desaparecer al sujeto, ni de multiplicarlo. Entre lo universal y lo particular hay que conservar los dos. No se pueden multiplicar las subjetividades sin conservar al sujeto. Pero la persona no es igual al sujeto. Las características o rasgos propios del individuo no son el soporte, el supuesto, suppositum. Lo idéntico a sí, el sujeto, el mismo, ο ιδιος, no anula la singularidad y la variedad, la persona (el prosopon). No se trata de optar por el être y anular el pour moi (o el pour soi), ni de desaparecer al être para salvar al pour moi. Sin être no hay pour moi, y sin pour moi no hay acceso al être. Son necesarios los dos. De igual y paralela manera no se trata de elegir el moi o el je, ni de quedarse con el ego y abandonar al objectum, al Gegenstand. Hay que diferenciar entre ego, sujeto, persona, individuo, subjetividad, existente, objeto, etc., y quedarse con todos y cada uno de ellos.

    No se trata pues de la superación del sujeto propia del nietzcheísmo francés (como el de Deleuze) que suprime al objeto. No se trata de optar por la identidad o la diferencia: hay que conservar las dos. No se trata de apoyarse en una teoría del «sujeto» en la que el sujeto es desaparecido, multiplicado o confundido ya sea con el yo, ya sea con «lo otro». Tampoco se trata de quedarse con el objeto como si el sujeto no fuera, o lo inverso: hay que conservar los dos. Pero no se pueden conservar los dos, es decir, ambos, si se anula la diferencia (como en el univocismo) o si no hay alguna cosa en común (como pretendería el equivocismo).

    Realismo, sí, pues, pero moderado, analógico. Subjetivismo, sí, pues, pero moderado, que no anule del todo la semejanza. Semejanza, pues, en vez de identidad, en otras palabras: analogía. «Sujeto», pues, se dice de muchas maneras [59] .

    Quiero, decir, por tanto, que el texto tiene un referente análogo al exterior de sí; la interpretación sí trata con hechos o referentes que se pueden distinguir de la interpretación analógicamente; el relato histórico sí se refiere a un acontecimiento exterior al relato: el relato y lo relatado no son lo mismo, idénticos, unívocos, ni del todo diferentes (equívocos). En otras palabras: ni un solipsismo, ni un realismo absoluto univocista o platónico, sino un realismo o un subjetivismo moderados y analógicos. El mundo, pues, no es una fábula: no lo represento perfecta o unívocamente, ni lo fabulo del todo equívocamente, sino que entre mi representación del mundo y su realidad hay una relación de analogía; aunque siempre asintótica, desde luego; siempre perfectible. El enunciado nunca podrá ser idéntico entitativamente con aquello sobre lo cual se enuncia: esto sería de nuevo caer en el idealismo de los postmodernos.

    Tercera Parte

    Postmodernidad

    Muy lejos estoy de pretender que exista la posibilidad de una explicación psicoanalítica de la postmodernidad, ni siquiera del «sujeto» postmoderno (pues por «sujeto» no se entiende siempre necesariamente aquel del que se ocupa el psicoanálisis) o de los cambios en la «subjetividad» contemporánea. Ni siquiera estaría de acuerdo en decir que la sociedad contemporánea es postmoderna.

    Creo que no existe una sociedad contemporánea, sino que coexisten en estos años sociedades muy diferentes entre sí, muchas de las cuales, como quizá la nuestra, están muy lejos de eso que se dice postmodernidad. Sí creo, en cambio, que los cambios sociales recientes, junto con los que se han producido en el campo del pensamiento, entre otros los denominados del pensamiento postmoderno, representan para el psicoanálisis ¿o debería decir los psicoanálisis? un desafío, un acicate para su producción y su práctica, en ese diálogo siempre presente entre el psicoanálisis y los demás campos del saber.

    La sociedad y el pensamiento «postmodernos»

    La postmodernidad no es una época nueva, es un nuevo modo de acentuar ciertas características que la modernidad pretendía; entre otras la del proyecto «emancipatorio». La postmodernidad es una radicalización, un llevar al extremo el proyecto mismo de la modernidad, es sacar del fondo de la modernidad sus consecuencias más extremas. La postmodernidad estaba ya contenida en la modernidad, es su denuncia. El modo particular como la modernidad rompió con lo pre-moderno no podía tener otra consecuencia. La postmodernidad es una paradoja, es una voluntad explícita de ruptura con cada uno de los rasgos definitorios de la modernidad que lleva en su seno su contenido más medular. Se trata de cancelar la concepción de la razón, la historia, la sociedad, el hombre y el arte que promoviera la modernidad [60] . Y sin embargo el pensamiento postmoderno no es la única manera de romper con la modernidad.

    Muchos y muy diversos autores han producido diversas descripciones de lo que caracterizaría hoy a la llamada sociedad postmoderna. El pretendido hombre ilustrado y crítico de la modernidad, secularizado y guiado por el saber y la ciencia, se encuentra hoy desesperanzado, frustrado ante el mundo que construyó con tanta arrogancia y autonomía keynesianamente legisladora. La racionalización occidental ha significado la preeminencia de lo económico en la sociedad moderna. Poderoso caballero es don dinero. Lo que cuenta ahora es lo que Hegel llamaba el «sistema de necesidades». La racionalidad en la economía, el «espíritu capitalista» supondrían un derecho y una administración públicos, un aparato técnico jurídico muy desarrollado, la separación de la economía doméstica de la empresarial, etc. Una fundación internacional del derecho, una cada vez mayor y más democrática participación social en la elaboración de las leyes que norman su convivencia [61] .

    A la imago mundi del mundo pre-moderno le sucede una visión descentrada, diferenciada en compartimentos, subsistemas cada uno con su lógica propia y su particular sistema de valores. Así crece y se multiplica el número de explicaciones no solamente del funcionamiento sociopolítico, sino de la realidad y de la vida. El racionalismo y el cientificismo se tornan totalitarios en un cierto sentido, como ideologías totalizantes, casi religiosas. Pero al crecer el número de explicaciones de la realidad con pretensiones definitivas, ocurre un fenómeno de mutua relativización. La búsqueda de la polisemia cero, del discurso unívoco de las definiciones operacionales, el anhelo de los integrantes del Círculo de Viena, ha estallado en la multiplicación de las hermenéuticas equivocistas y metaforizantes. La pretendida objetividad o verdad última de las explicaciones se ve cada vez más subjetivizada, dice Mardones, a quien estoy siguiendo muy de cerca [62] . Las religiones, las filosofías, las psicoterapias y las ideologías aparecen como un producto más a la libre disposición del consumidor. La pretensión de una filosofía o sistema, psicoanalítico o no, de poseer el verdadero acceso a la realidad, aparece como una ilusión. La teoría es una ficción.

    No sólo la antigua metafísica, sino los críticos modernos, ilustrados y filósofos del idealismo alemán, así como la misma ciencia le parecerán a Nietzsche meros substitutos pretenciosos de aquella metafísica. Metafísica contemplada ya no desde los ojos de Aristóteles, sino desde las miradas posteriores a Descartes y a Kant; las miradas de los grandes discípulos y después críticos de Hegel, el último sistemático; las miradas de aquellos que frente al fracaso del proyecto de la modernidad buscan alternativas en una radicalización de esta, más que en la revisión histórico crítica de lo que fueron sus supuestos, sus fundamentos y las ilusiones de su cimentación.

    Por medio del proceso de racionalización e industrialización, también de la filosofía, ha desaparecido en Occidente la posibilidad de presentarse como la alternativa.

    Cada vez que buscamos el fundamento de alguna postura encontramos, dirá Nietzsche [63] , intereses, pretensiones, situaciones vitales determinadas. La crítica epistemológica se torna en crítica política, en crítica radical de lo que se piensa son los fundamentos de toda la cultura occidental. El análisis de la verdad de Nietzsche, en realidad toda su obra, es uno de los más importantes antecedentes e inspiradores de l contenido del pensamiento postmoderno y deconstruccionista. En conclusión: se dice que no hay verdad ni conocimiento de las cosas «en sí mismas» (en una particular manera de recordar a Kant).

    Sólo podemos aspirar a producir metáforas de la realidad que tienen la función de expresar más el estado del individuo y las condiciones históricas y sociales en que vive, que la objetividad de lo expuesto. Ya no hay ningún fundamento fijo sobre el que se pueda o valga asentar o creer algo como seguro e inconmovible. Se ha pasado rápidamente del fracaso del univocismo a la exaltación del equivocismo. Se ha pasado de la crítica de la metafísica a la negación de una realidad más allá del mero lenguaje. Y aun en el campo del discurso habrá que reconocer la multiplicación de los nominalismos con frecuencia inconmensurables entre sí.

    Se ha equiparado la reacción frente a Hegel con la crítica de todo el pensamiento occidental. Sólo nos queda, como dirá Vattimo [64] , el «vagabundeo incierto». No hay caminos que lleven a  un fin, a una realidad. Todos son, se dirá, senderos perdidos, interrumpidos (como se dice, «releyendo», interpretando, a Heidegger, en cuya lectura también buscan apoyo los pensadores postmodernos; aunque, desde luego, Heidegger va mucho más allá que todos ellos).

    El desencantamiento de las visiones del mundo es uno de los acontecimientos con mayores repercusiones para la sociedad y la cultura actuales. Ligado a este desencanto podemos entender otro rasgo de nuestra cultura, la fragmentación de la razón, o la separación de, como diría Weber, las «esferas de valor». Se separan entre sí la ciencia, la moral y el arte; la lógica y la ontología; la ética y la antropología, etc. Finalmente no estamos tan lejos de la restauración cartesiana del dualismo entre el alma -a la cual se reduce la subjetividad- y la materia, el cuerpo, la res extensa, sujeta a sus propias y diferentes leyes. Aquí se separarán definitivamente las ciencias del cuerpo o de la naturaleza y las del espíritu. Aquí nacerán por un lado el empirismo y por el otro el racionalismo idealista y metafísico -no en el sentido de Aristóteles, sino en el de Wolff-. Aquí se romperá la unidad substancial del sujeto, del sub-jectum, de la hypo-stasis, reduciéndose la subjetividad al pensamiento, o a la sensación, o a la palabra que ya no es signo de ninguna cosa. Una subjetividad sin sujeto, sin soporte; pues el pensamiento de todo soporte es sospechoso de querer introducir la vieja metafísica que tan definitivamente habría sido desterrada por la modernidad.

    La racionalidad muestra hoy la pluralidad de sus dimensiones, su polisemia, su inconmensurabilidad. Cada una de estas vertientes puede pretender vivir tan autónomamente que desconozca a las otras o intente someterlas a su dominio. Estaríamos ya no en la integración sino en los reduccionismos o en la era de los préstamos conceptuales «interdisciplinarios» no explicitados. La especificidad epistemológica no se encontraría ya más que en la separación de los «continentes». La «cientificidad» se encontraría en el «método» o finalmente en ningún lado. ¡Y qué más da!

    Nos encontramos con el pluralismo de la razón ante lo que constituye el punto de partida de la postmodernidad. ¿O habría que hablar más bien del pluralismo de los «discursos»? Este es el rasgo que el pensamiento postmoderno radicalizará como una nueva forma de comprenderse el pensamiento, que ya no la razón, a sí mismo y de comprender la realidad. La razón, en cuanto un todo único, sólo tendrá justificación como un símbolo abstracto que cada vez encuentra menos apoyo en la realidad histórica, social, cultural, en la que opera. Las antiguas visiones totalizadoras, integradas entre sí son hoy imposibles. ¿Desde dónde pensar? Si cada una de las esferas posee su propia lógica, las miradas se hacen fragmentadas, inconmensurables, incomunicables. El pensamiento se encuentra fragmentado. La relación entre los pensamientos o los discursos se vuelve equívoca. La producción intelectual, hoy, estará habitada por el equivocismo y la metáfora extrínseca, que no por la analogía.

    A este descentramiento de las imágenes del mundo o de la sociedad y a su pluralismo corresponde el descentramiento de las epistemologías, de las ciencias del hombre, y a su pluralismo corresponde el pluralismo de las psicologías y de los psicoanálisis, cada uno construido en un lenguaje y en una alternativa, al interior de una historia y de una tradición epistemológica diversa, en un contexto ideológico y en una lógica que les hace, en todo caso, por lo menos, inconmensurables; a menos que nos comprometiéramos en una difícil y ardua crítica epistemológica e histórico crítica que podría llevarnos a algo diferente del relativismo de hoy.

    La llamada postmodernidad radicaliza el historicismo relativista de la modernidad. Se trata de superar a la modernidad radicalizando sus tendencias. Se trata de asentarse sin lamentos en la pérdida de sentido, de valores y de fundamento de la realidad, se trata de alcanzar una perspectiva post-racionalista: Una razón post-metafísica, una razón post-histórica, una razón post-sistemática y post-estructuralista. Una razón que asumiese el fracaso de la modernidad confundido con el fracaso de todo el pensamiento occidental desde sus orígenes hasta hoy. Pero ¡atención! en esta radicalización no hay nada de derrotista, se pretende, sino finalmente algo liberador y emancipatorio.

     Cuarta Parte

    El psicoanálisis y las transformaciones del pensamiento filosófico.

    «La crítica freudiana mostrará lo ilusorio de un sujeto autónomo dotado de una racionalidad transparente». Como diría Descombes [65] , la conciencia está ahora invadida por «lo otro». La autonomía de la voluntad y la conciencia es substituida o determinada por la indomeñable pulsión, por las representaciones inconscientes reprimidas ligadas a la sexualidad infantil, por el deseo, por la pulsión de muerte. La irracionalidad habita la racionalidad. Sin embargo, el proyecto freudiano está claramente inscrito en el proyecto de la Ilustración. También el proyecto freudiano está habitado por los ideales modernos del progreso, de la ciencia y de la emancipación.

    Freud hablaba en un mundo muy diferente del nuestro. El Freud de los orígenes está totalmente inmerso en el pensamiento de su tiempo, independientemente de las consecuencias que para la transformación de este pensamiento tuvo su obra visionaria. Sería largo y posiblemente fuera de lugar ahondar en estos conceptos, pero no podemos dejar de mencionar la inclusión de Freud en el pensamiento darwinista, asociacionista, fisicalista y energetista del Siglo XIX, a la par que en la corriente que se deriva de Kant y de los discípulos alemanes de éste hasta llegar a la influencia de la polémica kantiana y antikantiana que marca la fundación de la psicología en Alemania con Wundt, Wolff, Külpe, Helmholtz y otros; los fisiólogos vieneses e ingleses del momento, por una parte, y la influencia de Charcot, de Schopenhauer y de Nietzsche en su polémica antihegeliana, por la otra [66] . A todo ello, sin embargo, Freud aporta concepciones de indudable novedad.

    Desde sus orígenes, desde su misma fundación, el psicoanálisis ha estado en relación con el pensamiento de su tiempo, en relación con la misma filosofía. A lo largo de los años el pensamiento psicoanalítico ha ido cambiando, se ha ido reformulando, en parte por las exigencias endógenas de su práctica clínica, en parte por las diferentes lógicas a que se ve sometido dependiendo del contexto cultural y social en que se desenvuelve: léase Inglaterra, Norteamérica, Francia, Alemania de la postguerra, Argentina, etc., y finalmente, en buena medida, cosa que quiero subrayar, debido a los diferentes supuestos y opciones epistemológicos y filosóficos de quienes hacen el psicoanálisis. Cada una de estas reformulaciones y reestructuraciones teóricas preñadas de diferentes tomas de posición filosófica se revierten en una nueva y diferente lectura e interpretación del texto y del contexto freudiano. Así hay un Freud norteamericano y funcionalista, uno británico y asociacionista en extremo, uno francés y estructuralista, y asistimos ahora al nacimiento de la lectura postmoderna o post-estructuralista de Freud, etc.

    Cada una de estas reelaboraciones y nuevas aportaciones conceptuales a la teoría implica por lo general una ampliación de su horizonte y un enriquecimiento importante. También puede haber desplazamientos y transformaciones radicales. Se iluminan facetas nuevas, se llama la atención sobre nuevas problemáticas, se redefinen conceptos, se enfrentan nuevas problemáticas clínicas. Pero estas reformulaciones no tienen por intrínseca naturaleza que resultar siempre positivas; de hecho, según las diferentes corrientes actuales en psicoanálisis, generalmente provocan discusión. Y muchas veces se construyen elaboraciones teóricas y conceptos muy importantes en el psicoanálisis contemporáneo sobre la base de supuestos filosóficos que son asimilados, sin percatarse de ello, por aquellos que adquieren la teoría o la estudian constantemente. Es decir, se produce con frecuencia una aceptación no consciente, irreflexiva y acrítica, de supuestos filosóficos e implicaciones epistemológicas u ontológicas cuando lo que se quiere es asimilar determinadas teorizaciones psicoanalíticas o reflexiones sobre la clínica construidas de manera no explícita sobre dichos supuestos.

    Un ejemplo muy importante de la relación entre el psicoanálisis y otros campos es el de la reflexión que se lleva a cabo durante muchos años en la Escuela de Frankfurt, especialmente por Horkheimer y Adorno, y también por Benjamin, sin olvidar en ningún momento a Alexander Mitscherlich [67] . Esta reflexión cuya reelaboración y reformulación continúa críticamente Habermas hoy en día es un antecedente importante. En efecto, aunque inaugurada en otro sentido por Nietzsche, la crítica de la «razón dominadora» y «objetivante» relacionó la reflexión de estos pensadores con el psicoanálisis durante muchos años. En Nietzsche cuya importancia para el pensamiento de la postmodernidad es insoslayable, se descubre y delata lo otro de la razón dentro de la razón [68] . Esta crítica pretende ser demoledora del idealismo del sujeto, socavar la fortaleza de la razón ilustrada, y arrancar los lazos orgánicos del pensamiento del suelo nutricio de la tradición filosófica y cultural de Occidente.

    La crítica de la epistemología de la dominación encontrará en estos, en cierto sentido continuadores de Nietzsche, pero también de Marx, un lugar preeminente. Ellos reflexionarán sobre la relación entre razón y poder para concluir que el proceso de la Ilustración concluye en la barbarie porque la raíz de la razón está enferma. Conocer es objetivar y todo esfuerzo objetivante es por sí sistematizador, controlador y dominador. La razón está enferma del deseo del hombre de dominar la naturaleza. Este deseo de dominio inherente a la actividad cognoscitiva hace que el descubrimiento de la verdad se vea frustrado. Estamos en la crítica más profunda de la teoría del conocimiento como apropiación del objeto de conocimiento por parte del sujeto cognoscente como ejercicio de la dominación. El sujeto del conocimiento es más que un espectador pasivo que se deja impresionar por la luz que ilumina al objeto: es un dominador. La crítica de la dominación implicará entonces la crítica del sujeto del conocimiento. Y si la razón cognoscente es siempre dominadora, entonces no hay razón que válidamente produzca un verdadero conocimiento.

    Esto implica un problema epistemológico para el psicoanálisis. ¿Qué tanto conserva la teoría psicoanalítica su especificidad y autonomía conceptual en estos casos? ¿Qué tan indisociable resulta la teoría psicoanalítica de sus préstamos conceptuales de otras disciplinas? ¿Qué resignificación adquieren los conceptos tomados en préstamo o los supuestos asumidos por algunos en su nuevo contexto psicoanalítico?.

    Como, por otra parte, la producción psicoanalítica es, al mismo tiempo, mucha e insuficiente, nos encontramos frecuentemente en el malentendido, en el equívoco y en el intercambio difícil. Es necesaria una labor psicoanalítica crítica en el sentido positivo del término, vale decir, histórico crítica, de sus supuestos y de su construcción que explicite el proceso de su elaboración, que reflexione epistemológicamente sobre sí misma y contribuya de esta manera a la elaboración, construcción o preservación de la coherencia y unidad teórica psicoanalítica. Y como la producción y la reelaboración son constantes, pues la reflexión crítico epistemológica tiene que serlo también [69] .

    Hoy el campo psicoanalítico es tal que podríamos hablar ya no del psicoanálisis, sino de los psicoanálisis, suponiendo que más de uno lo sean. Si, además, adoptamos la creencia en el final de los «grandes relatos» y la fragmentación de los discursos parecería inevitable la también multiplicación y fragmentación de los discursos psicoanalíticos.

    Recepción del pensamiento «postmoderno» en el psicoanálisis contemporáneo

    Al decir de Pasternac [70] , del conjunto de las participaciones en los Estados Generales del Psicoanálisis se desprendería la existencia de una influencia cada vez mayor del pensamiento postmoderno, especialmente derridiano, en el psicoanálisis.

    En realidad creo que la recepción por parte de los psicoanalistas de lo postmoderno, entendiendo por esto no solamente las aportaciones teóricas o filosóficas, sino también algunos rasgos descriptivos de nuestra sociedad occidental, no ha sido uniforme.

    A guisa de ejemplo me referiré a cuatro psicoanalistas, suponiendo que unánimemente les reconozcamos como tales a pesar de las diferencias de escuela o tradición intelectual, tres de los cuales tienen hacia lo postmoderno una actitud crítica, y un cuarto una actitud más bien entusiasta y participativa. Me refiero en particular a Emiliano Galende[71] , a Cornelius Castoriadis [72] , a Roland Brunner [73] y, por último, a Anthony Elliot [74] , cada uno de ellos muy diferente a los otros.

    Emiliano Galende aborda el tema de la problemática de la psicopatología y de la práctica analítica en la sociedad actual con una actitud crítica que, sin embargo, busca evitar el pesimismo paralizante. Reflexiona sobre los cambios que se han producido en nuestra sociedad al tiempo que muestra las dificultades que tienen hoy los sujetos para responder a las presiones y exigencias que el trastrocamiento de los lazos sociales, familiares y comunitarios impone a los sujetos quienes con frecuencia fallan en este intento, y al tiempo va pensando psicoanalíticamente sobre las vicisitudes del aparato psíquico. Su reflexión, fundamentalmente freudiana, que no traspasa los supuestos epistemológicos o filosóficos acostumbrados de este marco, resulta, sin embargo, notablemente creativa, reelaborativa y reordenadora, recuperadora de un pensamiento clínico claramente anclado en la metapsicología freudiana, desde la cual trata de dar cuenta de las enormes tareas que enfrentan hoy los sujetos en lo que Galende llama el «Malestar de la individuación».

    La cultura contemporánea no solamente impregna el proceso de individuación de los analizandos, sino también a los psicoanalistas, lo cual hace más necesaria una actitud crítica de consciente alerta frente al malestar en esta cultura. Galende considera que estamos asistiendo al surgimiento de nuevos rasgos en el comportamiento de la cultura, de modos novedosos de formarse los vínculos inter- e intrapsíquicos, de transfomaciones profundas que han trastrocado el ordenamiento de lo público y lo privado. Estos cambios se encarnan en la subjetividad singular y producen rasgos nuevos o modifican aspectos esenciales de la individualidad. Frente a estas transformaciones, sin embargo, Emiliano piensa que el psicoanálisis (freudiano) sigue dando pruebas de su eficacia, independientemente de que sea permanentemente necesaria la creatividad clínica y teórica del analista para hacer frente a estas modalidades. Las problemáticas fundamentales que Galende menciona se refieren a la violencia intrafamiliar y social, las adicciones, las depresiones y las situaciones de desamparo extremo.

    Desde luego que se introducen dificultades nuevas en el abordaje terapéutico especialmente comunes a transtornos con dificultades con la representación palabra, en general, a la transferencia, al empobrecimiento de la capacidad asociativa o de simbolización, a la dificultad para relacionar la propia sintomatología con la historia, a las tendencias al pasaje al acto, etc., todas las cuales se habrían incrementado hoy día.

    Deben enfrentarse problemáticas que si no son del todo nuevas sí se producen hoy con notablemente mayor frecuencia, para ellas no siempre tenemos una respuesta teórica, aunque confiamos en contar con elementos suficientes para construir esa respuesta: adicciones diversas, trastornos psicosomáticos, desamparos extremos, maltrato intrafamiliar e infantil, etc.

    Es necesario, si las nuevas condiciones en la psicopatología dependen de las modificaciones en la cultura, profundizar en la teorización sobre la relación entre lo social y lo individual, entre lo público y lo privado, en la manera como los significantes sociales determinan la constitución fantasmática de los sujetos y su operatividad en ellos. Probablemente en esta teorización, aparte de la reformulación de los criterios diagnósticos, o en ella, deberemos incluir el concepto de riesgo.

    La teatralización o espectacularización de la experiencia, que Giddens pensaba como el «secuestro» de la experiencia, ha trastornado la relación de los sujetos con la realidad de manera profunda: todo es ficción, nada es real, toda representación es fugaz y evanescente, no preocupan los objetos sino que nos volcamos a la búsqueda de las insospechadas posibilidades de la imaginación y de la fantasía. La realidad consiste en las sensaciones y la enfermedad, si podemos usar aquí este término, no es más que un sentimiento: suprimidas las emociones, con un fármaco quizá, desaparece la «enfermedad»: lo interno es lo externo, el afuera es lo de adentro, no hay estructura, sólo síntomas, no hay psicogénesis, sólo semiología fenoménica. El dolor, el sufrimiento, las tristezas o las alegrías del amor son solo una posibilidad entre otras. «Tampoco podemos, cito a Galende a quien vengo siguiendo muy de cerca, sostener hoy un ideal de objetividad que rápidamente sería reducido al de una perspectiva más, un modo más de interpretar, un modo más de desear» [75] .

    Ya que «la individualidad y el lazo social se constituyen mutuamente» [76] , la caída de lo público y la indiferenciación de lo individual y lo colectivo producen problemas en la constitución identificatoria de los sujetos, el individualismo se hace escepticismo, el sujeto se desdibuja a sí mismo. Estamos ante un reconocimiento de la diferencia que anula la diferenciación del individuo, porque el sentido de lo colectivo para la subjetividad termina siendo la afirmación pura de esta subjetividad sin el colectivo que la constituye. Lo colectivo es lo subjetivo, la cultura es la subjetividad: Ideales del yo sin historia. La satisfacción ya no se busca en el «otro», sino en el objeto de la adicción. Galende no puede dejar de ver en todo esto por lo menos un matiz perverso. Situaciones irresolubles en lo social se vuelcan en la colectividad de la vida amorosa, como en su substituto, otorgándole una demanda de suplencia inabordable, en lo cual se pone en juego una renegación. «Existe una estrecha relación -cito a Galende[77] – entre estos vínculos actuales y ciertas características de las defensas perversas. Recordemos que Freud caracteriza a este modo de defensa por actuar, no sobre el deseo, como en la represión, sino rehusándose el yo a reconocer la realidad de una percepción, por sus sentidos traumáticos o displacenteros [78] [.] Se trata de formas de renegación, dice más adelante [79] , por las cuales se hace posible un imaginario de tolerancia y pacificación, donde la diferencia no se carga del conflicto de la desigualdad».

    Más allá de la universalidad del Edipo, si la subjetividad es mero producto de la cultura, a diferentes culturas corresponderían diferentes edipos o diferentes subjetividades; y si la sociedad contemporánea produce profundas alteraciones en la estructura o constitución de los edipos, todo esto dicho como un supuesto, entonces nuestra sociedad produce subjetividades muy diversas de las anteriores.

    Estoy intentando problematizar el concepto de «producción histórico cultural de producción de la subjetividad». Dejado aparte el contrato social de Rousseau que supondría al sujeto (¿cuál?) preexistente, y si como dice Galende -cito-: «es la relación social lo que habrá de constituir la individualidad, no se trata de individuos preexistentes que se relacionan. Ahora bien, para que la individualidad se sostenga son necesarias las relaciones sociales concretas, es decir, la presencia del otro en el lenguaje y la acción» [80] -hasta aquí la cita-. Pero entonces a diversas redes o sistemas de relaciones sociales concretas corresponden diferentes individualidades. ¿Hasta dónde? Aparte de que en esta enunciación, que recuerda las tesis de Marx sobre Feuerbach, en particular la famosa sexta, parece confundirse lo social con lo psíquico. Es evidente que hay una relación entre ambos, pero esta relación no puede ser tal que se pierda algo que nos permita seguir hablando de subjetividad.

    Entre los cambios en la subjetividad actual o en la sociedad actual que con ella interactúa, Galende señala profundas variaciones en la constitución familiar y en particular en la función paterna, por lo menos. Sería difícil, reconoce nuestro autor, hacer un catálogo completo de los nuevos rasgos culturales y de la subjetividad concomitante, porque algunos solamente comienzan a insinuarse o por otras razones. Por otra parte mucho se ha escrito sobre esto y Galende desea mencionar solo algunos de estos rasgos. Así, entre otros, señalará la pasivización de los individuos respecto de la cultura y lo social como uno de los más señalados. Esta pasivización del yo haría posible una saturación del yo sometido a una sobreestimulación u oferta por parte del medio, sobreabundancia de imágenes, etc., que producirían la sensación de «lleno», al mismo tiempo que se empobrecerían la sexualidad en las relaciones. Se maquinizan o robotizan los vínculos con el otro por vía de la operacionalización utilitaria de las relaciones sociales. Se superficializan los afectos. Se adquiere una sensibilidad impostada y se tiene una compulsión a hacer. Se trata también de una subjetividad que ha modificado sus relaciones con el cuerpo y las relaciones sexuales se vacían de los contenidos singulares de la historia libidinal y de la fantasía. Nos estaríamos acercando a la multiplicación de lo que Green denominaría «locuras privadas».

    Sigue Galende describiendo diferentes rasgos de la subjetividad actual para después intentar comprender psicoanalíticamente algo de ellas. Así pensará, por ejemplo, que en ciertos casos se daría una dominancia de la renegación (Verleugnung) freudiana en la constitución de la realidad para estos sujetos. En las neurosis narcisistas el objeto surgiría siempre más en la dirección de un consumo sobre la oralidad y la incorporación canibalística de la melancolía.

    En otras manifestaciones [81] ligadas a la modalidad denegatoria de la defensa, «el objeto que sustituye -cito- no surge en el soporte de ninguna fantasía, ni se inscribe con relación a ninguna historia, ni aparece cercano a una transferencia. Tiene los caracteres del objeto narcisístico como presencia idealizada…etc.»

    En otro lugar dice: «En muchos de estos nuevos síntomas (las adicciones, los trastornos psicosomáticos, ciertas conductas perversas, las anorexias, etc.) parece insinuarse la fuerza de la repetición compulsiva, como un goce que hace fracasar a la palabra…» [82] . Y en una cita final: «… la relación de estas formas clínicas de las neurosis narcisistas con los caracteres de la pulsión de muerte, sobre todo con lo señalado por Freud en uno de sus últimos ensayos, […] en que señalaba dos formas de manifestarse la pulsión de muerte: la primera ligada a los dinamismos del superyó […] y la otra no ligada, que vinculaba a la defusión instintual…» [83] .

    Lleguemos hasta aquí con este psicoanalista cuyo compromiso clínico le lleva a esforzarse en hacer teoría para dar cuenta de lo que podríamos llamar, forzando un poco la expresión, una psicopatología de la postmodernidad. Como decíamos arriba, es un autor que no se queda atrapado en la crítica de la sociedad postmoderna, sino que intenta elaborar los desafíos de la subjetividad que ella produce.

    Cornelius Castoriadis es otro pensador que también se ocupa críticamente de la postmodernidad: su perspectiva es la de que la sociedad actual representa «el ascenso de la insignificancia». Su postura, más sociológico-filosófica y menos clínica, también procedente de la izquierda (Castoriadis formó junto con otros parte del grupo Socialisme ou Barbarie), nos parece muy importante en la medida en que contribuye a marcar los límites, o más bien, la impertinencia de un intento de explicar lo social por lo psicoanalítico, afirmando la necesidad de diferenciar lo social-histórico, de lo psíquico. Para él -cito-: «El conocimiento y la acción del hombre son indisociablemente psíquicos y social-históricos, dos polos que no pueden existir el uno sin el otro, y que son irreductibles el uno al otro» [84] . Y más adelante: «Lo psíquico propiamente dicho es irreductible a lo social histórico y lo social histórico es irreductible, pese a los intentos de Freud y de otros, a lo psíquico» [85] . Todo esto me parece muy importante porque es frecuente que al tratar de la subjetividad postmoderna se produzcan deslizamientos constantes entre los conceptos de subjetividad «social» postmoderna y de subjetividad «psíquica».

    Si me refiero a Castoriadis, con quien, desde luego, no concuerdo en todo, es fundamentalmente por cuatro razones: primera, se trata de un crítico de la sociedad contemporánea; segunda, se trata de un crítico bastante radical del pensamiento francés de la postmodernidad; tercera, porque lleva a cabo una reflexión sobre las consecuencias que tiene la actual crisis de la sociedad occidental en lo que él denomina la crisis de las identificaciones; y finalmente, por el papel que otorga a la imaginación, no al imaginario social, ni al imaginario en el sentido lacaniano, sino en el sentido de poiésis en la constitución del sujeto, lo cual permite enlazar su pensamiento por un lado, el más crítico, con Roland Brunner, y por el otro, el más optimista, con la postura de Anthony Elliot.

    En efecto, respecto de lo que él denomina la «ideología francesa» no podría ser más crítico. Para él esta ideología está muy emparentada con la desilusión política, con los efectos del fracaso del movimiento del mayo del 68, etc. Sí, se trata para él de asistir a la crisis y al derrumbe de la modernidad, «de todos modos -dice-, la historia, el sujeto, la autonomía, no son más que mitos» [86] , ya no solamente de la modernidad, sino de Occidente; sin embargo, de la constatación de una crisis que en Occidente equivaldría al mismo Occidente que, como una serpiente, se devora a sí mismo por la cola en la caída de los propios supuestos fundamentales, está lejos de concluir que la salida consista en ir «tras el hundimiento del movimiento,- estoy citando- [a] las múltiples y en múltiples sentidos irrisorias derivas hacia las microburocracias trotskistas y maoístas, hacia la liquefacción «mao-spontex» o hacia el nihilismo ideológico seudo-subversivo» [87] .

    Para esta postura que casi siempre implica una crítica política, el pensamiento postmoderno significa desde este punto de vista una regresión: «Incluso admitiendo -vuelvo a citar- que vivamos el fin de una etapa de embriaguez histórica que comenzó, por segunda vez, hace unos ocho siglos en las primeras ciudades estado burguesas de Europa occidental, el fin de un sueño de libertad y de autogobierno, de verdad y de responsabilidad. Incluso admitiendo que hoy seamos capaces de ver, sobriamente, la forma por fin hallada de la sociedad política, la verdad definitiva de la condición humana en forma de Pasque y Fabius, de Hernu y Léotard, de Playboy y los video clips, de la pop-philosophie y las ensaladas «postmodernas». Aunque así fuera, sería incongruente ver en estos fenómenos el «sentido» de 1776 y de 1789, de 1871, de 1917 y del Mayo del 68, pues, incluso en esta hipótesis de pesadilla, dicho sentido habría sido la tentativa de hacer realidad otras posibilidades de existencia humana» [88] .

    Cierto, si la caída del marxismo parece sepultar las esperanzas de transformación social, por otra parte su rechazo los lleva a la adopción apresurada del «mejor de los mundos» en la convicción creciente que vivimos hoy bajo el régimen menos malo. Sin embargo, de ahí no se sigue que debamos ser fatalistas. «La idea de hacer tabla rasa de todo lo que existe – disculpen que vuelva a citar- es una locura que conduce al crimen. De ello tampoco se sigue que debamos renunciar a lo que define nuestra historia desde Grecia y a lo que Europa ha conferido nuevas dimensiones» [89] . No por el hecho de que sin producción y consumo no haya sociedad han de erigirse estos en el fin último de la sociedad y la existencia.

    La crisis no sería la de la modernidad, sino la de un Occidente que vive devorando su propia historia. Mantiene un statu quo liberal, pero carecería ya de significaciones emancipatorias.

    El pensamiento postmoderno, un pensamiento de la finitud que se muerde la cola, sería una manifestación más de la esterilidad de nuestro tiempo. «Y no es casual -dice- que ello vaya parejo a las ridículas proclamas del «fin de la filosofía», a las imprecisas y confusas declaraciones sobre «el fin de los grandes relatos», etc. Tampoco lo es el que los representantes de estas tendencias sean incapaces de ofrecernos algo más que comentarios de los escritos del pasado y eviten cuidadosamente hablar de las cuestiones que hoy plantean la ciencia, la sociedad, la historia y la política [.] Esta esterilidad no es un fenómeno aislado, sino precisamente la expresión de la situación social-histórica. Hay también ciertamente un factor filosófico «intrínseco», por decirlo así: evidentemente, hay que realizar una crítica interna de la filosofía heredada, sobre todo de su racionalismo. Pero pese a las pomposidades de la «deconstrucción», esta crítica se realiza de forma reductora. Reducir toda la historia del pensamiento greco-occidental a la «clausura de la metafísica» y al «onto-teo-logo-(falo)-centrismo», es escamotear la multitud de potencialidades infinitamente fecundas que contiene esta historia; identificar el pensamiento filosófico con la metafísica racionalista es sencillamente absurdo. Por otra parte y principalmente, una crítica que no es capaz de establecer principios distintos de los que critica se condena a permanecer en el círculo trazado por lo criticado. De este modo toda la crítica del «racionalismo» desemboca hoy meramente en un irracionalismo que es sólo su otra cara, y, en última instancia, en una posición filosófica tan vieja como la misma metafísica racionalista.» [90] .

    Para Castoriadis hay en la actualidad una verdadera crisis de la sociedad que tiene como una de sus más graves consecuencias una crisis del proceso de identificación, interactuando ambas y agravándose mutuamente. Este proceso singular de identificación se encuentra hoy en crisis al encontrarse modificada la familia, el lugar del padre, etc. Se trataría de una crisis de las significaciones imaginarias sociales, es decir, de aquellas que mantendrían cohesionada a la sociedad y que estructuran la imagen del mundo y la representación que la sociedad tiene de sí misma; mediadamente, también la representación que el sujeto psíquico se hará de sí mismo; aunque queda por explicar como se pasa de un plano, el social, al psíquico. [91]

    Desde el punto de vista de Castoriadis el asunto no se refiere solamente a las identificaciones «tardías». Según él algo del modo de ser de los primeros adultos se filtra en la estructura psíquica incluso psicocorporal. No se trataría tampoco de una madre «genérica» o de un padre «genérico», sino de la madre de una sociedad concreta. Esto pondría en el tapete el asunto de la atemporalidad o ahistoricidad del inconsciente y sobre su significación exacta. Del mismo modo plantea el asunto de cómo se puede hablar al mismo tiempo de una cultura particular y de una cultura de la humanidad que solamente se puede pensar como universal. De nuevo el problema de la relación entre lo particular y lo universal. Pero Castoriadis no aborda el asunto [92] .

    Liberarse de la ilusión de un «progreso histórico» es, para Castoriadis, liberar nuestra imaginación poiética, nuestro imaginario social creador. «La obra del psicoanálisis es el devenir-autónomo del sujeto en el doble sentido de liberación de su imaginación y de establecimiento de una instancia reflexiva y deliberante que dialoga con esta imaginación y juzga sus productos» [93] .

    Liberación de la imaginación, de la creatividad, esta parece ser, para Castoriadis, la «naturaleza» del hombre. Creación como una capacidad de crearse a sí mismo en la sociedad, de crear los significantes sociales que le constituirán. Creación no como indeterminación sino en el sentido de la apertura. [94] Creación que aprovecha lo que ya está ahí para producir nuevas formas. Ya lo había dicho Aristóteles: la imaginación es lo que permite que del caos hagamos un mundo.

    Hay, pues, un genus, un genus humano que tiene que ver con la génesis, con la poiésis, con la phantasia.

    Es justamente en esta afirmación de la imaginación, la creatividad y la fantasía, en la capacidad creativa y autocreativa que socialmente posee el genus humano, donde Castoriadis parece acercarse a otro psicoanalista: Elliot, con el natural deslizamiento semántico que provocará el paso de las creativas imagination y fantaisie a la más representacional fantasy de los psicoanalistas de la escuela inglesa.

    Roland Brunner, en quien me detendré algo menos, es un psicoanalista, está claro, de lengua francesa.

    De los cuatro autores que he elegido como ejemplo es el más crítico, tanto de la sociedad contemporánea, como del pensamiento postmoderno y del pensamiento psicoanalítico influido por él. El entramado estilístico de su irónico estilo es difícil de sintetizar. A lo largo de su pequeño libro dedicará pequeños capítulos a casi todo: el individuo, el amor, la mujer, la felicidad, la comunicación, el dinero, el desempleo, la mundialización (globalización), el poder, la perversión, la democracia, la guerra, etc.

    Por un error de diagramación o diseño, que más parece un acto fallido, el encabezado que lleva cada página izquierda a lo largo de todo el libro, puesto que la derecha lleva el nombre de cada capítulo, en vez de llevar, como se supondría, el título que el libro ostenta en su portada, lleva otro, alguno quizá que se hubiera preferido: Psicoanálisis y «barbaries». El autor, sin embargo, que sepamos, no perteneció al grupo Socialisme ou Barbarie, sino que se agrupa, al parecer, con Jean Nadal y aquellos que publican la serie Psychanalyse et Civilisations. Recorramos, a saltos, algunas de sus páginas:

    Sobre el psicoanálisis: «Para quien está listo – estoy citando- para hacer un trabajo en sí mismo, para quien tiene el coraje de sufrir una cirugía del alma sin anestesia, porque la vida es cruel, el psicoanálisis ofrece al sujeto las sensaciones fuertes de una cita consigo mismo. Yo pienso, luego soy, pero no se quién soy. En esta perspectiva el psicoanálisis sirve más para ser mejor que para ir mejor. El psicoanálisis sirve así para facilitar el cambio personal. Ahora bien, si el sujeto reivindica la curación, entonces repugna -rechaza- ordinariamente este cambio personal. Cambiar, es morir un poco, es morir un poco para poder renacer. El psicoanálisis ayuda al sujeto a parirse a sí mismo. En este sentido es una especie de mayéutica. En este sentido, el psicoanálisis se inscribe en la tradición socrática del conócete a ti mismo» [95] . Un poco más abajo: «El psicoanálisis no puede curar de la vida .[.] El psicoanálisis ayuda el sujeto a cumplir con su único deber, el de tener que soportar la vida. En esta perspectiva, el psicoanálisis ayuda al sujeto a renunciar a esa búsqueda persecutoria de la felicidad [.] La vida es un largo duelo más o menos tranquilo» [96] . Así comienza el libro, en su primer capítulo «Malestar en el psicoanálisis», y así termina este capítulo: «Ya lo habíamos comprendido, el psicoanálisis no es un paseo para la salud».

    Sobre el sujeto contemporáneo: «Su primer rasgo – sigo citando a saltos- reside en la exigencia de un moi fuerte y bien templado, sin flaqueza, sin falla, sin carencia para un sujeto en el fantasma del dominio; para un sujeto que se dice regente de su cuerpo, su salud, su sexualidad, su dinero, su carrera profesional. como si se pudiese dominar lo que sea [.] Un segundo rasgo reside en la confusión operada por el sujeto entre lograrse profesionalmente y lograr su vida […] Un tercer rasgo reside en la anemia del moi del lado de las referencias familiares, nacionales, religiosas y políticas. El sujeto contemporáneo, como atomizado, no tiene ni raíz, ni pasado, ni historia, ni porvenir, ni nada que transmitir. Con su imperativo de gozo inmediato y efímero, con su superyó bonachón, después de él, el diluvio. A este título, el sujeto perverso que se constituye su M. Hyde, se ha puesto a proliferar y a mostrarse en público de manera ostentosa, sin duda en parte por causa de la decadencia de la función paterna observada por J. Lacan en Occidente. El ideal del yo del sujeto contemporáneo ¿será el de un yo perverso? .[.] perverso a gusto en una civilización cada vez más libertina y menos liberal [.] El yo se reduce a su más simple expresión en las derivas psicopáticas de adolescentes errantes por las barriadas de las megalópolis, sin referencia identificatoria frente a padres desfallecientes y a adultos incapaces de encarnar la «Ley» de manera creíble [.] En fin, un último rasgo reside para el sujeto en una filosofía del ser que se confunde con una filosofía del parecer, en una obsesión de la pamema y de la seducción» [97]

    Así continuará Brunner hasta el final del libro, con su ironía demoledora entramada con el lenguaje psicoanalítico, cáustico crítico del modo como hoy se piensa y se vive:

    «El nuevo orden amoroso» (en el cual «no existe ninguna certeza, ninguna seguridad, y nada se da jamás por adquirido [.] El malestar del desamor no es, puede ser, más que el miedo del amor, de la duración de la pareja en el tiempo [.] hasta la muerte» [98] ).

    La vivencia del tiempo en la sociedad contemporánea («la sociedad postmoderna no es una civilización de la espera.No future. Otrora se esperaba al Mesías, el año próximo en Jerusalén, el fin del mundo. Esperas escatológicas pero también espera del retorno de las golondrinas. Viviendo en una idolatría de lo presente, el sujeto contemporáneo se dispensa de declinar el pasado y de imaginar el porvenir. No sabe, tan apresurado que está, que pierde el tiempo al no darse tiempo» [99] ).

    La comunicación («para hacer pasar el mensaje se banaliza un lenguaje pobre expresando ideas sumarias, esquemáticas, simplistas y caricaturescas» [100] ).

    La sociedad como espectáculo («En una palabra, la imagen se sitúa como eco del fantasma y permite la realización alucinada de un deseo con frecuencia perverso [.] La sociedad está también fundada en lo no dicho, en la semi-verdad, la mentira a medias, la falsa confidencia, el rumor, la logorrea de frases huecas y de palabras vacías» [101]).

    La sociedad del desperdicio, de la idolatría del objeto tecnologizado, del culto de la empresa, de la utopía de la sociedad administrativa (incluso del deseo); la globalización («victoria de un pensamiento único tecnoeconómico omnipresente, cancerizado por el orden cuantitativo y binario.» [102] ).

    Los «infortunios de la virtud» y del «espíritu de las leyes» («Para el psicoanalista, es la problemática perversa lo que subyace en este debate en el que nadie osa decir en voz alta lo que todo mundo piensa por lo bajo. [.] ¿No es el perverso el más eficaz en el arte de manejar, de dirigir y de mandar a los hombres [.] Pero ¿qué es un perverso?»[103] y «Para el psicoanalista, puede ser, debido a que hay menos Ley cada vez, hay cada vez más leyes» [104] ).

    En resumen, y me imagino que ha quedado claro, para Brunner la sociedad contemporánea es una sociedad perversa. Queda claro también que él encuentra en el campo psicoanalítico tanto elementos desde los cuales puede ser pensada -o criticada.-, como también puede ser, y de hecho a veces lo es, justificada y defendida.

    Anthony Elliott, al contrario de Galende, de Castoriadis y de Brunner, no es un crítico de la postmodernidad sino un entusiasta defensor de ella.

    A diferencia de Castoriadis y de Galende, que expresan una clara preocupación política, Elliot es políticamente bastante más light. Castoriadis es un psicoanalista con una particular manera de teorizar el psicoanálisis, pero, diríamos, de cualquier modo freudiana, a la francesa, mientras que Elliot es un teórico a la inglesa; su pensamiento recorre desde Melanie Klein, Winnicott y Bion para, curiosamente, llegar, atravesando el Canal de la Mancha, hasta la Kristeva [105] . El autor, en efecto, es también un estudioso de la producción francesa del psicoanálisis y de la filosofía «continental», y a lo largo de su obra entablará con los representantes de la Escuela de Frankfurt, con Habermas, con Lacan, con Castoriadis, con Zizek, etc., interesantes conversaciones y debates que, desde luego, no podemos revisar aquí.

    Anthony Elliot, independientemente de que se comparta o no su posición teórica como psicoanalista o su exaltación de la postmodernidad, es un autor interesante y creativo. Según él, los argumentos concernientes a la relación inconsciente entre la fantasy y el meaning encuentran su más serio apoyo en la lectura decostruccionista que J. Derrida hace del psicoanálisis. Derrida enfatizaría, además, liberando de todo biologismo al pensamiento freudiano, que la fantasy es un orden activo en el que está en proceso un constante deslizamiento. Las fantasies no son copias, sino inconscientes construcciones y reconstrucciones. Desde este ángulo -estoy siguiendo muy de cerca a Elliot[106] – el registro o almacenamiento de la experiencia es una activa creación; una elaboración de la fantasy que es central para el hacerse de los mundos personal y social.

    Este enfoque subraya la relación entre la fantasy y el orden social existente, el orden de la modernidad tardía y de la postmodernidad. De este modo se desarrollan complejos y contradictorios escenarios para la fantasy que forman creativamente, y son a su vez formados por los mundos de las culturas moderna y postmoderna. Elliot piensa que el concepto de fantasy, entendido a la manera psicoanalítica inglesa, como expresión representacional de los deseos y las pasiones, es indispensable para entender la inseparabilidad de lo social y lo subjetivo en nuestra sociedad.

    No se trata para él de ver la crisis actual como únicamente el producto de un cierto impulso compulsivo por un orden social determinado, o como un resultante del «colapso de los grandes relatos» que tiende a ser descrito como fragmentación o dislocación en la cultura postmoderna. Sin embargo, las tensiones entre lo moderno y lo postmoderno, que según el autor coexisten en la sociedad actual, y esta crucial inseparabilidad, según él, entre lo psíquico y lo social, implican que la subjetividad contemporánea no se encuentre libre de la dispersión psíquica de la fantasía y de la sexualidad. La fantasy es entendida como un reino creativo donde los lugares son intercambiables, existen múltiples puntos de entrada, rotación de identificaciones; y puede acudirse a ella para conceptuar el punto en que se dividen el self y el otro, la identidad y la diferencia, el deseo y la historia, la sexualidad y la política. Puede servir también para articular las múltiples junturas y separaciones entre lo moderno y lo postmoderno.

    Para entender al sujeto postmoderno, piensa Elliot, hay que romper con la idea del self fragmentado, tanto en la teoría social como en la social.

    Argumenta Elliot que la postmodernidad es una modernidad automonitoreada que promueve un mapeo (Mapping) o un barrido (scanning) de las dimensiones fantasmáticas del self y de la sociedad. La subjetividad postmoderna se constituiría mediante una vuelta de la fantasy contra sí misma para lograr abarcar la ambivalencia y la incertidumbre de la mente y del mundo. Esto significa que hay que proceder en la vida personal como en la cultural sin una guía absoluta, sin autoridades definitivas, tolerando la incertidumbre y la confusión, y tratando de pensar lo impensable al interior de la turbulencia de los procesos sociales contemporáneos.

    Lo que interesa a Elliot especialmente es esta dimensión fantasmática de identidad, sociedad, cultura y política.

    El orden de la postmodernidad es algo descentrado, fragmentado, que implica la necesidad de la fantasy en la conformación de la intensa fascinación de la postmodernidad por la pluralidad, la ambivalencia, la ambigüedad, la incertidumbre y la contingencia. Por ello la postmodernidad promueve un mapeo reflexivo sobre nosotros mismos, múltiple, otro y extraño.

    Considera Elliot esencialmente dos tipos contrastantes de configuración de la relación de objeto, una moderna y otra postmoderna. La primera estaría relacionada con un modo de fantasy en el cual la seguridad y el gozo derivan de alcanzar el control, el orden y la regulación del self, de los otros y del mundo sociopolítico; la otra, postmoderna, implicaría una configuración en la que el modo de la fantasy supone un espacio reflexivo centrado en la identidad y lo político, en la creación de espacios abiertos que abracen la pluralidad, la ambigüedad y la incertidumbre.

    Una tesis fundamental del autor es que la sociedad contemporánea, no sin tensiones ni contradicciones, despliegareveries modernas y postmodernas simultáneamente. Habría que evitar, sin embargo, el maniqueísmo de pensar que si la modernidad tiene que ver con el orden, entonces la postmodernidad tiene que ver con el desorden. [107]

    Desde un punto de vista postkleiniano, y como pensamiento radical, podemos hablar de modos de reflexividad que pueden implicarse con algo más que la contradicción y el conflicto, con las angustias, ansiedades y movilización de afectos que esto implica. Podemos pensar también en una reflexividad creativa que entraña la posibilidad de pensar, sentir y actuar de manera innovadora en relación con las representaciones imaginadas más allá de lo instituido en lo social y la cultura. Esto es lo que el autor llamará «autorreflexión crítica» [108] que relaciona con un modo esencial de alcanzar la autonomía personal y social. Esta actividad reflexiva supondría una implicación de las estructuras profundas de la subjetividad, de la sexualidad, de la otredad, de la diferencia, de necesidades, anhelos, pasiones y deseos inconscientes.

    De cierta manera el «malestar en la cultura» sería muy propio de la cultura de la modernidad que por una parte descubre la profunda imbricación entre la fantasy inconsciente, el deseo y el ser, pero por otra la reprime sometiéndola al orden y a la racionalidad. Y, sin embargo, la postmodernidad ha demostrado la imposibilidad de construirnos a nosotros mismos dentro de los grandes relatos de la razón, el progreso y la emancipación, piensa Elliot. La postmodernidad tiene que ver con la apertura, estaría constituida por la heterogeneidad en el espacio y el tiempo de configuraciones que circulan en una pluralidad irreductible; de esta manera el sujeto experimenta la diversidad cultural. El ideal de identidad en estos tiempos se reconfigura desde el punto de vista de circuitos defantasy que operan como reguladores.

    En otras palabras, en las condiciones de la postmodernidad los sujetos flotan, suspendidos en la apertura del espacio-tiempo, siendo constituidos y reconstituidos en relación con diversas configuraciones de la experiencia. Desde luego esta flotación implica varias tensiones y presiones respecto de la experiencia de sí mismos, pero en conjunto se trata de algo liberador y positivo.

    Para los psicoanalistas de hoy la realidad psíquica estaría localizada en un estado de continuo movimiento no lineal, al interior de un campo interpersonal de interacción que enmarcaría la significación personal y su autenticidad, en íntima conexión con la fantasy y la imagination.

    El inconsciente, entendido como imaginación radical, sería un fluir representacional que subyace en todas las configuraciones organizativas del self y en todas las disposiciones intersubjetivas. Esta concepción subraya la importancia de las imágenes contenidas y de los estados afectivos como organizadores del desenvolvimiento psíquico; la subjetividad sería pensada a la manera del trabajo del sueño, sobredeterminada, desplazada, condensada, simbólica. Cada uno de nosotros integraría la experiencia cotidiana en la textura interna de su mundo interno. La vida psíquica, entonces, es contemplada como una corriente de fantasías, de envolturas representacionales, sensaciones corporales, expresiones idiomáticas, envolturas, contenedores, introyecciones y memorias. En la medida en que este mundo interno es entendido como abarcando tales formas psíquicas multivalentes, en esa medida se diría conformado a través de un campo interpersonal de interacciones con personas significativas. El individuo, visto como un flujo representacional, está inmerso tanto en relaciones intrasubjetivas como intersubjetivas. Esta focalización en el fluir, en las múltiples subjetividades en el psicoanálisis contemporáneo se corresponde, dice Elliot [109] , con las corrientes postmodernas acerca de la dialéctica de la identidad y la diferencia, con su insistencia en la irreductible multiplicidad de la experiencia y del mundo.

    «Los efectos psíquicos y personales de la postmodernidad son la emergencia de nuevas formas de pensar, mapeos y barridos (scannings) por lo que se refiere a las relaciones entre la seidad (mismidad) y la otredad, entre la identidad y la no-identidad, entre la sexualidad y el género» [110] .

    Esta optimista mirada concluye con las siguientes palabras: «En efecto, la articulación contemporánea de las diferencias culturales es insistentemente identificada con el reconocimiento de la naturaleza dañada y del traumatizada de la subjetividad humana y de las comunidades sociales. Más allá de las imágenes especulares de los modernistas, de ideologías imperialistas que oponen el sí mismo y los otros, la postmodernidad se apoya en los deslizantes márgenes de la ambivalencia, y de la incertidumbre, tolerando la confusión, y arriesgándose a afirmar la necesidad emocional de relaciones humanas autónomas y de la solidaridad social. Esta es la oportunidad de la postmodernidad, una oportunidad más allá de las políticas de la identidad hacia el futuro político de nosotros mismos» [111]

    Conclusiones

    «¡Larga vida a la heterogeneidad!» [112] , exclama Elliot. Heterogéneas, en efecto, son las tradiciones intelectuales, filosóficas y culturales que confluyeron en el surgimiento del psicoanálisis. Heterogéneas las líneas de diversificación y multiplicación tanto geográficas, como ideológicas así como epistemológicas que ha seguido el psicoanálisis en su dispersión en el espacio y en el tiempo; heterogéneo el campo psicoanalítico actual; heterogénea la manera de ser recibido el pensamiento postmoderno en este campo; heterogénea la actitud con que los analistas se sitúan frente a los diversos rasgos de la sociedad actual.

    ¿Confirmará esta heterogeneidad que estamos ante la renuncia definitiva a los grandes relatos? ¿Tendremos que renunciar definitivamente a la unidad y a la coherencia?

    Y sin embargo, el hecho de poder decir aquí lo que yo he dicho, tan heterogéneo al resto, y de ser escuchado tan generosamente; el hecho de buscar entre nosotros, más allá de las instituciones, escuelas, etc. un mínimo de interlocución, demuestra que, aunque no podemos aspirar a construir un sistema total, perfecto y sin ambigüedades, sí podemos aspirar a ir construyendo cierta comunicación. La heterogeneidad no es, pues, absoluta y nuestra comunicación implica simultáneamente la diferencia y la semejanza: por tanto, es analógica.

    Muchas gracias.

    [1] XLI Congreso Nacional de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Guadalajara, Jal. 31 de octubre, 1, 2 y 3 de noviembre del 2001. México.

    [2] Citado por Marschall Berman. Todo lo sólido se desvanece en el aire. México, S.XXI, p.7

    [3]  «¡Que renuncie a ello, pues, más bien, aquel que no puede alcanzar en su horizonte la subjetividad de su época! Porque ¿cómo podría él hacer de su ser el eje de tantas vidas, él, que no supiese nada de la dialéctica que lo compromete con estas vidas en un momento simbólico? Que conozca bien la vuelta de espiral en la que su época lo arrastra en la obra continua de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes». J. Lacan, Écrits. Paris, Le Seuil, p. 321. Citado por Alain Vanier en «Avant-propos. Psychanalyse et figures de la modernité», en Claude Boukobza (dir.). Où en est la psychanalyse? Psychanalyse et figures de la modernité. Paris, Érès, 2000.

    [4] Eric Hobsbawm. Historia del Siglo XX. Crítica. Serie Mayor. Barcelona 1995, p. 403ss. A partir de aquí sigo a este autor a vuelo rasante.

    [5] Este texto fue escrito antes de que los lamentables acontecimientos de septiembre 11 ofrecieran la ocasión a los dueños de este mundo para desatar una campaña, que, además de abarcar la agresión militar desmesurada y la absurdamente rápida modificación del orden jurídico mundial, no solo internacional sino también local, echa por tierra conquistas sociales y civiles para las cuales se requirieron años de esfuerzo; todo ello a la cola del imperio, cuyas consecuencias serán muy profundas, de muy larga duración, en buena medida incalculables, para las relaciones entre los pueblos, y absolutamente contraproducentes para los fines que le sirven de pretexto. La gravedad de esta descabellada conflagración traerá muy negativas consecuencias para las culturas y organizaciones sociales tanto de Occidente como de los Orientes Medio y Extremo. A tal grado que hablar hoy de postmodernidad parece anacrónico y hecho del pasado, pequeño, casi ridículo frente a lo que acontece no solamente en el ámbito militar y con enormes pérdidas humanas, sino, sobre todo, al nivel del profundo trastrocamiento de los universos culturales y discursivos que implicará a mediano o largo plazo. Baste pensar en las consecuencias que en el campo de la vida y del pensamiento trajeron las Primera y Segunda Guerra Mundiales. Con la Primera Gran Guerra la desaparición casi total de la cultura de lengua alemana y francesa -la Viena de Freud y la Francia de Charcot- que diera origen, a fines del siglo XIX, a la disciplina psicoanalítica que hoy nos congrega, y a muchos de sus presupuestos y fundamentos epistemológicos, y que sufrió profundas transformaciones en su estructura teórica y epistemológica a raíz de la Segunda Guerra, con las migraciones de sus fundadores, la muerte de muchos de ellos devorados por la Schoah, y por los cambios que en el ámbito de la filosofía y la cultura siguieron a estas casi irrepresentables transformaciones violentas de la cultura y la sociedad. Estas transformaciones pueden ser pensadas como cortes en la modernidad que nos permitirían sin demasiado abuso hablar de varias modernidades, de modernidades entre guerras, diferentes entre sí, o de acontecimientos que, precisamente, habrían marcado el fin de la modernidad. Y se puede decir también que la postmodernidad de la que hoy se habla es precisamente consecuencia muy directa de los cambios que esas dos grandes conflagraciones provocaron.

    [6] Etienne de la Boétie. El discurso de la servidumbre voluntaria. Tusquets, Acracia 31, Barcelona, 1980

    [7] Hobsbawm, Op. Cit., pág. 508ss.

    [8] Ibidem.

    [9] Ibidem.

    [10] Véase, para esto, la excelente obra de Klaus von Beyme. Teoría política del siglo XX. De la modernidad a la postmodernidad. Madrid, Alianza Editorial, Alianza Universidad, 1994.

    [11] Mauricio Beuchot. Tratado de hermenéutica analógica. UNAM. Facultad de Filosofía y Letras. Dirección General de Asuntos del Personal Académico, 1997. Véase también: Mauricio Beuchot, Miguel Ángel Sobrino, Historia de la filosofía desde la antigüedad hasta la postmodernidad. México. Editorial Torres Asociados, 1998.

    [12] La crisis de las ciencias y de la matemática a principios del Siglo XX, con la aparición de la Teoría de Conjuntos, de las paradojas en la matemática, de la aparición de nuevas lógicas y geometrías formales, de la crisis de la teoría de la demostración-falsación de Popper, del resurgimiento del pensamiento hermenéutico, etc., son también antecedentes importantes del asunto que tratamos.

     

    Vide I.M. Bochensky. La filosofía actual. México, FCE, Breviarios 16, 19655ª.

    [13] Ludwig Wittgenstein. Tractatus logico-philosophicus. Tagebücher 1914-1916. Philosophische Untersuchungen. En Schriften 1- Frankfurt am Main, Suhrkamp Verlag, 1969.

    La filosofía de Wittgenstein ha sido leída por muchos como relativista y nominalista. Creo que esta lectura distorsiona el sentir del autor: Wittgenstein no era ni nominalista ni relativista. Existe para él un mundo experimentado como realidad externa; lo que sucede es que la significación no es descriptiva directa de esta realidad, ni el lenguaje consiste en códigos semióticos al margen de nuestra relación con esa realidad. Nuestro conocimiento de la realidad y nuestra referencia a ella es resultado de la práctica diaria, de la relación práctica cotidiana con esa realidad. El uso del lenguaje se refiere a la relación pragmática con la realidad que funda nuestro lenguaje. Los significados implican conjuntos de diferencias, pero se trata de diferencias aceptadas como parte de la realidad tal como las encontramos en nuestra experiencia de cada día.

    Tampoco creo suficientemente fundada una lectura «estructuralista» de Wittgenstein.

    [14] Ferdinand de Saussure. Curso de lingüística general. Bs.As. Losada, 197514ed..

    De Saussure, por su parte, no pretendió fundar un sistema filosófico nominalista, sino fundar la autonomía epistemológica de la lingüística.

    [15] Al final sólo queda «el nombre de la Rosa», como concluye Eco su excelente novela sobre Guillermo de Ockham, el gran inaugurador del nominalismo en la historia de la filosofía

    [16] Anthony Giddens. Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas. México. Taurus. Pensamiento. 2000

    [17] Noam Chomsky, Heinz Dieterich. La sociedad global. México, Joaquín Mortiz, Contrapuntos, 1999.

    [18] Ibidem, p. 40

    [19] Los últimos dolorosos acontecimientos nos muestran también lo ilusorio que tiene, en buena, medida, el concepto de «globalización» en la medida, por lo menos, en que los diferentes efectos que tiene el fenómeno en diversos ámbitos culturales, por no decir civilizaciones, convierte al concepto en equívoco.

    Precisamente Huntington, cuya orientación general no comparto, y cuyas conclusiones y recomendaciones imperialistas definitivamente rechazo, señala, sin embargo, algunas cosas interesantes que sí habría que tomar en cuenta. Véase: Samuel P. Huntington. » El conflicto entre civilizaciones», en la compilación de varios autores Civilización y Cultura, Vol. II. Problemas de la Civilización Contemporánea I. Publicado por el Departamento Académico de Estudios Generales del ITAM. México 1977, Pág. 33 y Sigs., y «The West, Unique, Not Universal», publicado en «Essays», Foreign Affairs, Volume 75, Nº 6, Págs. 28-46.

    [20] Gaston Bachelard. La philosophie du non. Paris, PUF, Bibliothèque de philosophie contemporaine, 1970.

    [21]  Giddens, Op. Cit. p. 51

    [22] Ibid. p. 60

    [23] Ibid. p. 65

    [24] Henri Ey, P. Bernard. Ch. Brisset. Tratado de Psiquiatría. Barcelona, Toray-Masson, S.A. 1969, Pág. 419.

    [25] Véanse, por ejemplo, Joan Jacobs Brumberg. Fasting Girls: The emergence of Anorexia Nervosa as a Modern Disease, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1988 y Hilde Bruch, The Golden Cage: The Emergence of Anorexia Nervosa. Londres, Routledge, 1978. Citados por Giddens, Op.Cit. Págs. 134s.

    [26] Giddens, Op. cit. Págs. 138s.

    [27] Vide Giddens, Op. Cit. Pág. 214.

    [28] Véanse Michael R. Wood y Louis A. Zurchner, The Development o a Postmodern Self, Nueva York, Greenwood, 1988, cit. Por Giddens, Ibíd. Pág. 215.

    [29] Giddens, Op. Cit. Pág. 217, cita expresa y críticamente especialmente a Christopher Lasch, The Culture of Narcissism, Londres, Abacus, 1980 y The Minimal Self, Londres, Picador, 1985.

    [30] En este como en otros diálogos de frontera entre el «psicoanálisis y .» es frecuente hallar una equivocada psicologización o psicoanalitización de las categorías sociológicas, o incluso de la ética, así como una indebida etificación o moralización de algunos conceptos psicoanalíticos; del mismo modo que se puede encontrar una confusión entre conceptos tomados de otras ciencias humanas y los específicos de las teorías psicoanalíticas. Tampoco los psicoanalistas, al tomar en préstamo conceptos tomados de la filosofía o de otras ciencias humanas, tienen con frecuencia el cuidado de explicitar la transformación a que someten dichos conceptos, o confunden el sentido metafórico que adquieren en nuestro campo cuando son sacados del suyo. A esto se debe que algunas veces nos encontremos en una verdadera Babel semántica. En la misma línea es importante no pensar que la práctica psicoanalítica viene a ocupar el lugar de prácticas sociales o morales tradicionales en vez de ser una expresión específica que se origina en algunos de los dilemas propios de la modernidad.

    Si el psicoanálisis se establecerá de modo permanente en el campo epistémico concerniente al hombre deberá ser capaz de evolucionar desde adentro y sobre la base de su quehacer clínico, sin confundirse con otras disciplinas o dejarse invadir en sus conceptos centrales por ellas; aunque siempre, pienso, será movido y estimulado por los hallazgos y reflexiones de otras ciencias humanas o de la filosofía. En otras palabras, lo que quiero afirmar aquí es la necesidad de explicitar los cambios semánticos que se producen al transportar los conceptos de un campo a otro, en buscar que se incluyan de manera más o menos coherente con el resto o se formulen abiertamente las modificaciones y resignificaciones que el resto de la teoría adquiere con la adquisición de tales conceptos, so pena de encontrarnos siempre medio ahogados en una ensalada polisémica. Evidentemente estoy hablando en el supuesto de que podamos contar con, por lo menos, sectores más o menos coherentes y bien armados de teoría psicoanalítica.

    [31] Cfr. Giddens, Op.Cit. Pág. 235.

    [32] Véase lo que acerca de estos conceptos «light» tiene que decir Elizabeth Roudinesco. ¿Por qué el Psicoanálisis? México, Paidós, 2000.

    [33] Ver Pág. Y ss.

    [34] Véase Christian Delacampagne. A history of philosophy in the twentieth century. The Johns Hopkins University Press. Baltimore and London. 1999, Págs. 42-60.

    [35] Véase José Mª Mardones. Postmodernidad y cristianismo. El desafío del fragmento. Santander, Sal Terrae, Presencia Teológica. 1988. Pág. 41ss.

    [36] Ibid.

    [37] Esta temática nos llevaría a plantear la pregunta habermasiana sobre las condiciones de posibilidad de la comunicación y, por tanto, de la significación.

    [38] No es este el lugar para entrar en matices o en la discusión de las relaciones que existen entre estas facetas o clases de «verdad», pero me interesaba mostrar como el concepto de «verdad» no es un concepto unívoco.

    [39] Anthony Giddens. Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea. Barcelona. Península. 1997. Pág. 11

    [40] Ibíd. Pág. 34

    [41] J.F. Lyotard. La condición postmoderna. Cátedra. Madrid. 1984. Pág. 117.

    [42] Ibid. Pág. 118.

    [43] R. Rorty «Habermas and Lyotard on Post-Modernity» Praxis-International. 4.1 (1984), Pág. 38. Cit. por Mardones Op. Cit. Pág. 50.

    [44] Giovanni Vattimo. El fin de la modernidad. Gedisa, Barcelona, 1986, Pág. 147-148.

    [45] Véase por ejemplo J. Habermas. Der philosophische Diskurs der Moderne. Suhrkamp. Frankfurt am Main. 1985, Aunque la bibliografía sobre esta crítica discusión y las alternativas que Habermas propone es sumamente amplia.

    [46] Mardones, Op. Cit. Pág. 57.

    [47] G. Vattimo. Op. Cit. Pág. 155.

    [48] J. Baudrillard. Las estrategias fatales. Anagrama. Barcelona, 1984.

    [49] Véase Mardones, Op. Cit. Pág. 64-65.

    [50] Habermas propondría en cambio, como alternativa, que en el mero hecho de la comunicación hay una razón comunicativa común a todas las racionalidades y, por lo tanto, una ética comunicativa. Si hay una posibilidad de diálogo entre diversas racionalidades es porque una comunicación entre ellas supone unos mínimos comunes tanto para el discurso racional como para el entendimiento solidario, es decir, tanto para la razón comunicativa como para la ética comunicativa. También la praxis estético-política de los postmodernos despierta críticas: en la práctica incurren en un neo-conservadurismo. El abandono de la razón crítica y de la búsqueda de esa racionalidad nos deja a merced del sistema, nos deja en manos de los imperativos del sistema y a la deriva del consumismo y de la comunicación publicitaria (Wolin). La idea de la normatividad de los micro contextos y de los juegos locales del lenguaje repetiría en cierto modo las ingenuidades de la tradición libertaria y anarquista (Wellmer).

    Véase Mardones, Op. Cit. Pág.66

    [51] Vincent. Descombes. Lo mismo y lo otro. Cuarenta y cinco años de filosofía francesa (1933-1978). Cátedra, Teorema. Madrid, 1998. Págs. 235ss.

    [52] Descombes alude a la obra Economie libidinale, «Le désir nommé Marx».

    [53] El reciente libro de Pasternac apunta explícitamente a esta diferenciación necesaria, aunque su propósito no aborda este tema directamente y en general, sino uno más particular, el de la diferencia entre el psicoanálisis (lacaniano) y algunos asertos o supuestos críticos de la filosofía (derridiana). Véase: Marcelo Pasternac. Lacan o Derrida. Psicoanálisis o análisis deconstructivo. México, Epeele, 2000.

    [54] Véase, sobre esto: Umberto Eco. Interpretación y sobreinterpretación. Cambridge University Press. Gran Bretaña. 1995. y Umberto Eco. Los límites de la interpretación. Lumen. México, 1992.

    [55] Si los antiguos postularon el concepto de substancia fue, entre otras cosas, para que los rasgos o características personales no se pensaran como individuantes, ya que si las características personales son las individuantes no hay nada que se pueda sostener como común: y cada individuo es su propia especie; un poco como se decía de los ángeles, que al no tener materia corporal no podían individuarse y diferenciarse uno del otro más que siendo cada uno su propia especie.

    [56] Véase Lucien Sève. Marxismo y teoría de la personalidad. Amorrortu. Bs. As. 1972.

    [57] Esta idea del sujeto como soporte de toda subjetividad (donde subjetividad no es siempre un término análogo al de humanitas, sino que se puede referir al «sujeto social», «sujeto del lenguaje», «sujeto del deseo», etc.) es precisamente lo que está presente en la idea griega de sujeto, que el latino traducirá por sub-jectum, lo que «yace-bajo», y que en griego, υποκειμενο, podría ser tomado a la letra como «bajo-[el]-texto», independientemente de queκειμενο, que significa «texto», remite también a yacer. Diríamos entonces: «aquello en lo que se ha de inscribir», aquello en lo que yace la letra o el texto inscrito.

    [58] Y volvemos a la disputa sobre los universales y al retorno del problema ontológico. Fue precisamente la famosa disputa sobre la «realidad» de los conceptos universales y las diferentes soluciones a que dio pie, lo que es el verdadero punto de partida del tema que nos ocupa en este congreso: ¿Tienen términos como humanidad o sujeto alguna «realidad? La primera respuesta consistió en aceptar tal cual la «realidad» de los universales: fue la solución de los «realistas», los platónicos; y es la misma postura que, hasta cierto punto, adoptó en nuestro tiempo Bertrand Russell, por ejemplo, atribuyendo una existencia «real» a los números. La postura contradictoria a esta fue la de los que negaron cualquier «realidad» a los universales: toda existencia es siempre particular, lo universal es un puro término, un flatus vocis, un mero nombre; diríamos hoy un vacío «juego del lenguaje», algo sin ningún referente extralingüístico: fue la solución de los nominalistas y es hoy la de los postmodernos y la de muchos otros. ¿Hay pues, una «realidad» del sujeto o el «sujeto» es solamente un hecho del lenguaje sin referencia extralingüística? ¿Hay una «humanidad» que nos sea común a todos de tal manera que seamos, en tanto que hombres, conmensurables? En la tercera posición no existe «realmente» la humanidad como tal, o el sujeto como tal, sino este hombre, este sujeto en particular. Pero esto no significa que «humanidad» y «sujeto» son entidades puramente lingüísticas. Significa que humanidad y sujeto son construcciones conceptuales, abstracciones intelectuales que, sin embargo, tienen su punto de partida, su fundamento, en la existencia particular e individual de los hombres, de los sujetos individuales, de los existentes «reales». La «realidad» de la «humanidad» o del «sujeto» es entonces una realidad relativa, analógica, como sostiene esta tercera posición o del «realismo moderado» a la cual me adhiero.

    Por cierto que la palabra «realidad» del verbo latino «reor«,

    es en su origen un gesto, una enunciación performativa casi onomatopéyica en su origen, pues «reor» no es otra cosa que la acción del agricultor apisonando la tierra. La realidad es aquello en lo que estoy parado, aquello que me sustenta.

    Del mismo modo que en el asunto que tratamos se pone en juego el asunto de lo universal y lo particular, que equivale al asunto de lo uno y de lo múltiple, de igual manera se pone en juego el tema de lo idéntico y de lo diferente. Pues existen muchos sujetos y muchos sujetos son un sujeto. Existen múltiples sujetos y cada uno es este sujeto, diferente de este otro sujeto. De esta manera hay entre ellos algo que es uno, la humanidad, el modo peculiarmente humano de ser sujeto y que tenemos en común, y hay también algo que es múltiple, la muchedumbre de individualidades que hace que un sujeto sea otro para el otro sujeto. No solamente en el sentido enumerativo, sino también en el sentido de que múltiples subjetividades son soportadas por el mismo sujeto uno. Así, inevitablemente entre la diferencia radical de lo múltiple y la identidad indivisible de lo uno introducimos una terceridad: lo semejante. Ni una interpretación cosificante del sujeto que anule la diversidad en lo imposible de lo unívoco, ni un enjambre de términos, nombres, inconmensurables de la interminable fragmentación en el equívoco, sino una terceridad que conserve lo uno y lo múltiple, lo analógico.

    Finalmente me parece importante añadir algo más. Entre otros, Heidegger, cuyo proyecto lleva otra dirección, nos permitió rescatar, por encima de la baja escolástica latina, el sentido dinámico y energético (en el sentido griego) que tuvieron en su origen los conceptos del pensamiento clásico, cosificados y convertidos en entidades inmóviles y estáticas en la baja escolástica. El pensamiento griego clásico está lejos de ser ese catálogo de definiciones y de «cosificaciones», que no entes, inertes, en que los convirtiera la escolástica latina. Esta degradación de la metafísica clásica constituye uno de los aspectos frente a los cuales reaccionará fuertemente el pensamiento de la modernidad, transmitiendo hasta nosotros esa visión de la metafísica. Otra de las razones para ello es que la modernidad heredó, por la vía del pensamiento inglés, la respuesta nominalista frente al asunto de los universales.

    Véanse, sobre este tema, especialmente: Mauricio Beuchot. El problema de los universales. UAEM. México, 1997. Y también: V.V. A.A. El problema de los universales. El realismo y sus críticos. UNAM. Instituto de Investigaciones Filosóficas. México, 1980.

    [59] Cornelius Castoriadis hace también una crítica de muchas posturas actuales en torno al asunto del sujeto, pero desde otro punto de vista, y a mi modo de ver vuelve a caer en ciertas afirmaciones que lo incluyen en la crítica que hago aquí. Véase su «El estado del sujeto hoy», publicado en El psicoanálisis, proyecto y elucidación. Nueva Visión. Bs. As. 1992.

    [60] Cfr. José Mª Mardones. Postmodernidad y cristianismo. El desafío del fragmento. Santander, Sal Terrae, Presencia Teológica. 1988. Pág. 17.

    [61] Hemos esperado esto durante un tiempo, hemos asistido al difícil, lento y precario parto de algunas instancias internacionales de justicia y regulación, pero estas se han revelado demasiado frágiles y han sucumbido hoy a la nueva legalidad, que no justicia, de la potencia hegemónica que impone a todos su irreflexiva voluntad forzando la modificación apresurada del orden jurídico internacional al servicio de sus propios intereses y la construcción de un mundo vertical y policiaco controlado por el gran capital financiero, sin el más mínimo respeto por las tradiciones y las difícilmente a lo largo de varios siglos logradas culturas jurídicas. El híbrido jurídico totalitario en el que se busca hacernos vivir, «protegidos» por el gendarme internacional es el nombre que hoy tiene la globalización. El cambio del centro institucional en la sociedad moderna marcaría la ruptura con la sociedad tradicional. Acontece un cambio en la visión del mundo. La visión tradicional del mundo como unidad cósmica integrada salta en pedazos. Pero estos pedazos estarán hoy encubiertos bajo la etiqueta del nuevo orden mundial, de una pretendida libertad y de una pretendida justicia que aprovecha las atrocidades de otros para justificar las propias en el nombre de la lucha del bien contra el mal.

    [62] José Ma. Mardones. Op. Cit. Págs. 22 y sgs.

    [63] F. Nietzsche. La gaya ciencia. Sarpe. Madrid, 1984, aforismo 125. Cit por Mardones, p. 23

    [64] G. Vattimo. El fin de la modernidad. Gedisa, Barcelona 1986, Pág. 149. Cit. por Mardones, Pág. 23

    [65] V. Descombes. Lo mismo y lo otro. Cuarenta y cinco años de filosofía francesa (1933-1978). Cátedra. Madrid. 1082.

    [66] Véanse, por ejemplo: José María Pérez Gay. El Imperio perdido. México, Cal y Arena, 1991. Frederic V. Grunfeld. El drama de los intelectuales judíos centroeuropeos en vísperas del nazismo. Profetas malditos. El mundo trágico de Freud, Mahler, Einstein y Kafka. Barcelona, Sudamericana-Planeta, 1980. Erna Lesky. The Vienna Medical School of the 19th Century. The John Hopkins University Press. Baltimore and London, 1976., entre muchos otros.

    [67] Alexander Mitscherlich. Auf dem Weg zur vaterlosen Gessellschaft. Piper Verlag. München, 1963.

    [68] Gianni Vattimo. Introducción a Nietzsche. Península. Barcelona. 1996.

    [69] Y todo esto sin mencionar el papel político que juegan las instituciones en la elaboración y en la discusión teórica psicoanalítica.

    [70] Op. Cit. Pág. 139ss

    [71] Emiliano Galende. De un horizonte incierto. Psicoanálisis y salud mental en la sociedad actual.. Paidós. Psicología Profunda 204. Bs. As. Barcelona, México, 1997.

    [72] Cornelius Castoriadis. El ascenso de la insignificancia. Frónesis. Cátedra. Universitat de Valencia. 1998. Véase también, del mismo autor: El psicoanálisis, proyecto y elucidación. Nueva Visión. Bs. As. 1998.

    [73] Roland Brunner. Psychanalyse et société postmoderne. L’Harmattan. Paris, Montréal, 1998.

    [74] Anthony Elliott. Subject to ourselves. Social Theory, Psychoanalysis and Postmodernity. Polity Press. Cambridge. 1996.

    [75] Galende. Op. Cit. Pág. 64.

    [76] Ibíd. Pág. 70.

    [77] Ibíd. Pág. 89.

    [78] Galende se refiere aquí a «El fetichismo», a «Una teoría sexual» y a «La organización genital infantil».

    [79] Ibíd. Pág. 118.

    [80] Ibíd. Pág. 229.

    [81] Véanse Págs. 272 y Sigs.

    [82] Ibídem.

    [83] Ibídem.

    [84] Castoriadis, Op.Cit. Pág. 113.

    [85] Ibíd.

    [86] Ibíd. Pág. 35.

    [87] Ibíd. Pág. 37.

    [88] Ibíd. Págs. 38-39.

    [89] Ibíd. Pág. 51.

    [90] Ibíd. Pág. 79.

    [91] Véase. Castoriadis. Op. Cit. Págs. 124-133.

    [92] Ibíd. Pág. 137.

    [93] Ibíd. Pág. 75.

    [94] Cfr. Ibíd. Págs. 109 y siguientes.

    [95] Roland Brunner. Op. Cit. Pág. 6

    [96] Ibíd. Pág. 7.

    [97] Ibíd. Pág. 10 y sigs.

    [98] Ibíd. Pág. 19.

    [99] Ibíd. Pág. 38s.

    [100] Ibíd. Pág. 44.

    [101] Ibíd. Pág. 48.

    [102] Ibíd. Pág. 84.

    [103]  Ibíd. Pág. 93.

    [104] Ibíd. Pág. 100.

    [105] Véanse Anthony Elliott. Op. Cit. y también, del mismo autor, Social Theory and Psychoanalysis in Transition. Self and Society from Freud to Kristeva. London, New York. Free Association Books, 1999.

    [106] Cfr. Anthony Elliot. Op. Cit. Págs. 2 y sigs.

    [107] Cfr. Ibíd. Pág. 95 y sigs.

    [108] Ibíd. Pág. 94.

    [109] Cfr. Op. Cit. Pág. 104.

    [110] Ibíd. Pág. 129.

    [111] Ibíd. Pág. 155.

    [112] Ibíd. Pág. 111.

  • La confusión de Babel. Situación del psicoanálisis en el año 2000

    La confusión de Babel. Situación del psicoanálisis en el año 2000

    Marcelo Pasternac

    Para comenzar presentaré rápidamente mis conclusiones [1] . Eso permitirá que termine mi exposición cuando se agote el tiempo asignado [o que el lector interrumpa su lectura], cualquiera sea el punto en que me encuentre en ese momento.

    La situación del psicoanálisis, hoy, es la de su máxima victoria y la de su máximo desastre. En realidad el «máximo desastre» ha sido el de siempre y no sólo el de hoy, mientras que su «máxima victoria» fue progresiva y encuentra en los últimos tiempos su culminación. En nuestros días aparentemente toda la cultura, en lo que convencionalmente se designa como «occidente», está impregnada de expresiones que suelen referirse al psicoanálisis pero que en realidad tienen poco que ver con él tal como son usados: complejos, Edipo, inconsciente, libido, transferencia, etc., etc., términos utilizados salvajemente. La peste que según la historieta, real o inventada, Freud creía llevar a Estados Unidos en particular, pero a nuestras sociedades en general, contaminó más bien al psicoanálisis transformándolo, para muchos, en cualquier cosa, menos en la experiencia que realmente lo caracteriza.

    Por eso sostengo que estamos en la época del máximo desastre. Pero a diferencia de la creciente y falseada influencia ideológica en la cultura que culminó en los últimos cincuenta años, lo que designo como el máximo desastre clínico ha estado siempre allí, a mi juicio, y al mismo nivel. Hay muy poco psicoanálisis tanto en la realidad clínica de nuestros días como en la del pasado. La diferencia consiste en que ahora no tenemos las coartadas de los fundadores y de las primeras generaciones que trabajaban con frescura en la frontera del conocimiento analítico. La impregnación que mencioné afectó siempre la relación entre la empresa poco menos que absurda (para el sentido común) de la exploración del deseo (y ahora podemos decir también -en la terminología lacaniana- del goce) que perturba el mundo de las necesidades y de las conveniencias así como la irremediable necesidad de sobrevivir, de disfrutar de los bienes y del bien. En suma, se trata de la constante discordancia en esta experiencia entre un objetivo psicoanalítico y la dimensión psicoterapéutica que lo acompaña y que introduce un constante malentendido en la relación con la medicina y con las concepciones sobre la salud y la enfermedad. Y hago constar que no considero para nada despreciable el logro de una añadidura de bienestar, posible como consecuencia del tratamiento analítico, pero que se da, como acabo de expresar, como un suplemento y que, además, cuando se busca como objetivo principal (del lado del analista, porque es lógico, en cambio, que el analizante comience ingenuamente por ahí) no produce habitualmente ni análisis ni resultado terapéutico. En otros términos, cuando hay análisis puede haber un agregado de terapéutica, cuando se buscan fines terapéuticos, se pierde todo, no hay ninguno de los dos, ni análisis ni «curación». Como en la expresión de Lacan: en la alternativa del ladrón, ¡la bolsa o la vida!, si se elige la bolsa se pierden las dos. El análisis no es una curación sino una cura, o sea etimológicamente, un cuidado de la especificidad de esta experiencia… ¿cómo hacerlo aceptar frente a una demanda social explícita de calmar los malestares, demanda a la que no interesa abordar las redes determinantes de ese sufrir y que encuentra una encarnación ingenua (de esa exigencia de la sociedad) en los mismos protagonistas individuales que con toda legitimidad buscan una mejoría para sus sufrimientos, y que la esperan de un modo rápido, barato y fácil?. Se necesitan muchos fracasos en esos intentos, o una lucidez excepcional, para que alguien se proponga la empresa de enfrentar un largo rodeo por la exploración de su subjetividad hasta lograr que en la dimensión del «yo» reciba los beneficios de la tarea realizada… En este sentido, para retomar la expresión de Freud, el porvenir de las ilusiones tiene el futuro asegurado… salvo para una minoría que no me atrevo a llamar privilegiada la cual, además, recorrerá el laberinto de las ofertas hasta encontrar, quizás, algún personaje que sostenga auténticamente la posición del analista. Porque, y con esto culmino esta introducción que hace al mismo tiempo las veces de una conclusión, del lado del supuesto analista también puede jugar la ilusión de la que he hablado y entonces recaerá en la tentadora función de su personaje oficial, y será, como dice el tango, «bueno, consecuente y … habrá querido» el bien de supaciente, quien a la vez habrá perdido su condición de analizante… y así el mundo de las buenas intenciones habrá empedrado, como anuncia el adagio, el camino al infierno.

    Pesimismo, entonces, esto que expreso ahora? No, pues simplemente, siempre ha sido así. Mientras tanto, el siglo XX («cambalache», otra vez el tango…) habrá sido testigo de las consecuencias de la impregnación ideológica del psicoanálisis, que tuvo la oportunidad de coincidir con una serie de revoluciones tecnológicas, una serie de fracasos de las revoluciones con pretensiones originalmente socialistas, el triunfo de un capitalismo totalitariamente globalizado, que sólo por redundancia denominaremos «deshumanizado»… y ahora, hasta para los optimistas como yo, será necesario un largo tránsito por el desierto para que una nueva utopía, que aproveche la experiencia de todos esos fracasos, vuelva a organizar las voluntades, pero advertidas esta vez por lo ya experimentado, para un intento de transformación que enfrente las injusticias que caracterizan la sociedad de nuestros días y donde, entonces, el psicoanálisis quizás pueda comenzar a expandirse sin mentiras ni promesas ilusorias y sin otro malentendido bien-entendido que el de la transferencia.

    Ahora podemos continuar, esta vez con el detalle de lo que sugiere esta frase:«Situación del psicoanálisis en el año 2000»

    Este título recuerda el del artículo de Lacan: «Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956». Como vemos su formulación en esta ocasión es diferente: no hace referencia explícita a la formación del psicoanalista en los años 2000 y siguientes. Sin embargo podemos pensar que el tema está implícito y permitirnos bordar en algún momento sobre esta cuestión. Otro aspecto que muestra cierto paralelismo es el de los centenarios: en el artículo de Lacan el pretexto es el del centenario, en 1956, del nacimiento de Freud. En nuestro caso se trata del centenario de la obra princeps del psicoanálisis La interpretación de los sueños situada en 1900, sin que esto nos haga olvidar que la fecha de finalización de su escrito fue en realidad la de 1899. Pero Freud parece compartir con muchos esa fascinación por los ceros que marcan el fin o el comienzo de un siglo, según se mire. Cada uno sabrá de donde le viene ahora esta fascinación por las cifras que tienen esa forma.

    Por otra parte, Lacan juega con su propio título y propone como una variante aplastarlo en una síncopa que lo transformaría en «Situación [del psicoanálisis y formación] del psicoanalista en 1956″. Y esto nos propone otra veta que podemos explorar: la situación del psicoanalista en el año 2000.

    En resumen, tenemos tres temas:

    Situación del psicoanálisis en el año 2000

    Formación del analista en el año 2000

    Situación del psicoanalista en el año 2000

    En cuanto a la formación recordemos que aunque se pueda sostener con aparente ingenuidad y simplicidad, como dice Lacan, que…

    el psicoanálisis [es definible como] el tratamiento que se espera de un psicoanalista

    no es menos cierto que…

    es el psicoanálisis el que define la calidad del segundo (es decir, del psicoanalista)

    lo que nos permitiría abandonar el segundo tema deducido del título original de Lacan diciendo, quizá con demasiada rapidez, que la formación del psicoanalista en 2000, como en aquel relativamente lejano 1956, se reduce al análisis que lo define con la calidad de tal: la formación del analista es el análisis de sus formaciones del inconsciente… ¡y a otra cosa! La formación teórica es algo que forzosamente, si análisis hubo, y entonces un pasaje oportuno de la posición del analizante a la de analista, en un final de análisis concebible, entonces será difícil concebir que el citado psicoanalista pueda prescindir de encontrarse con otros para discutir y compartir problemas de la práctica y de la teoría que, por otra parte, habrá seguramente de ocuparlo inevitablemente todo el tiempo, si es cierto que el psicoanálisis le interesa. Claro, pero cómo garantizar que le interese, cómo garantizar que esté»formado» plenamente? Allí es donde el psicoanálisis está prensado entre una desaparición por burocratización institucional de la formación con intervención del Estado y de la Universidad o de iniciativas privadas académicas, muy privadas… de validez, o, por otro lado, el aventurerismo posible de todo lo que se ofrece en nombre del psicoanálisis. El juicio de la trayectoria de los posibles analizantes es el único criterio posible, sin ignorar los riesgos que corren y que se corren. Todos nosotros podemos citar testimonios al respecto de formas aberrantes de tratamiento hecho bajo la calificación de psicoanálisis y no está descartado que otros -quizás aquí mismo en el público que asiste a estas palabras- piensen del mismo modo acerca de quienes aquí hablamos. ¿Qué puede, quién puede garantizarles plenamente acerca de nuestra capacitación, de nuestra coherencia, de nuestra disposición para sostener el desarrollo de la experiencia de un psicoanálisis, sin caer en formas groseras o disimuladas de ideologización, de conducción pastoral, sin hacer jugar desde el lugar transferencial nuestros propios valores, nuestros propios ideales, nuestra propia concepción del mundo, como ahora que Derrida pide del psicoanálisis más y más respuestas ideológicas y culturales [2] ? La polémica sobre lo que Allouch llama la etificación (y yo prefiero designar como moralización [3] ) del psicoanálisis apunta a esta cuestión. A eso alude, creo, el tema que he dejado de lado, por ahora, al mencionar la cuestión de la situación del psicoanalista en 2000. 

    En 1956, la coyuntura era muy distinta y vemos en esas páginas a Lacan lidiando con sus ex-colegas, todavía no expulsado definitivamente de la Internacional psicoanalítica y con ganas de permanecer en ella, polemizando con pocas variedades institucionales. Hoy nos encontramos, en cambio, con una floración sospechosa de versiones asociativas y de numerosas individualidades autónomas, y con el riesgo de aceptarlas a todas con una tolerancia simpática pero irresponsable o, como peligro alternativo, la caída en el sostén de algún sectarismo dogmático que sólo puede convencer a los que ya son de la misma pandilla y, por lo tanto, convencidos de antemano e irreflexivamente. De algún modo, esta reunión apuesta, me gustaría creerlo, a un diálogo sin complacencias pero también con respeto por la racionalidad con que se puede sostener, al fin y al cabo, que nada debería hacerse en nombre del psicoanálisis sin fundarlo de una manera suficiente en una doctrina coherente con la dimensión del deseo y de la singularidad, con una diferenciación apropiada con relación a las profesiones, asumiendo la excentricidad de esta práctica que se confronta con la demanda social de una eficiencia medida en el logro de una domesticación tranquila de los que nos llegan, a menudo cómplices ingenuos éstos de lo mismo que los oprime. Una práctica excéntrica, entonces, con respecto a las formaciones profesionales consagradas y a las dimensiones terapéuticas que encuentran su coherencia en la medicina, sin prejuzgar acerca de la respuesta inadecuada que ésta pueda dar en su propio campo si no tiene en cuenta, ella, los aportes del psicoanálisis -no su práctica aplicada atópicamente- como ya lo había advertido Freud, y como muchos de nosotros pueden haberla experimentado en el contacto con la práctica hospitalaria, en el diálogo con los médicos y con los psiquiatras -escasos- que se prestan al mismo [4]

    Cuando Lacan escribe su texto el panorama está totalmente dominado, como he sugerido, por la institución internacional fundada por impulso de Freud y de la que éste esperaba la garantía de la supervivencia de la práctica que él había inventado y de la concepción con que la acompañó.

    En 1956, Lacan trata de permanecer, entonces, en esa organización para evitar correr el destino de un Jung, en un ostracismo que lo apartó del grueso de la producción estrictamente psicoanalítica. Maniobra con ese objetivo y por razones tácticas, su artículo tiene dos finales diferentes, publicados en épocas distintas.

    En 1966, su exclusión de la IPA, consumada pocos años antes, lo libera de toda concesión y revela lo que ya había escrito, y acallado tácticamente diez años antes: su visión de la institución como una metáfora del «Caso del señor Valdemar», personaje del relato de Edgar Allan Poe. Si el centenario de un nacimiento sugiere la supervivencia de una obra, aquí se trata de un fantasma al que se aferran, como único signo de coincidencia de quienes disienten entre sí en numerosos puntos, y sobre todo en la cuestión central que Freud había planteado acerca del análisis conducido por clínicos sin formación en medicina.

    Valdemar… «Es un hombre -relata Lacan- al que por haber permanecido bajo la hipnosis durante el tiempo de su agonía, le sucede que fallece sin que su cadáver deje por ello de mantenerse, bajo la acción del hipnotizador, no sólo en una aparente inmunidad a la disolución física, sino en la capacidad de atestiguar por medio de la palabra su atroz estado.

    Tal, metafóricamente -agrega-, en su ser colectivo, la asociación creada por Freud se sobreviviría a sí misma, pero aquí es la voz la que la sostiene, la cual viene de un muerto.

    Qué se propone Lacan en 1956 y hace público en 1966? … pues nada menos que:

    … la operación del despertar, realizada con la palabras tomadas del Maestro en una vuelta a la vida de su Palabra, [que] puede venir a confundirse con los cuidados de una sepultura decente.

    Si hasta ese momento el riesgo que la institución trataba de impedir, aferrándose a las palabras de Freud, pero vaciadas de su contenido conceptual, era el de caer en la confusión de las lenguas de la torre de Babel analítica (todo esto según Lacan), éste se propone darle decente sepultura devolviendo a las palabras freudianas la significación que, en su opinión, habían perdido y sacarlo de la hipnosis que lo mantenía en el limbo.

    En los alrededores del año 2000, la coyuntura es totalmente diferente. La confusión babélica se ha instalado plenamente, y no sólo en la internacional que lo excluyó, ya que la disolución de su escuela dispersó en miríadas de grupos y grupúsculos y personas aisladas a los que se dicen lacanianos. Hay dos grandes instituciones con vocación multitudinaria: la Internacional heredera de Freud y la Asociación Mundial de Psicoanálisis [5] , que se pretende heredera de la causa (sic) de Lacan (dirigida por el yerno de éste) y, en tercer lugar, una pequeña escuela, la elp, con sus escasos 150 miembros diseminados en diversos países, con la pretensión de ser destinada a ponerse a prueba por la experiencia, con el propósito de caracterizarse por un estilo, pero acechada aun a pesar de sus pocos miembros por el riesgo de una exagerada heterogeneidad o el de un sectarismo pedante, hermético y fundamentalista, riesgos entre los cuales pasa un estrecho desfiladero que se trata de transitar. Entre los dos gigantes y la minúscula escuela se despliega el caleidoscopio ya mencionado de los que se niegan a la hegemonía de las dos macroinstituciones y no encuentran una posición de doctrina que los pueda unificar. 

    Pero los analistas quieren hablarse, objetivo respetable, y no han encontrado otro recurso que el de agruparse en dos movimientos, los Estados Generales del Psicoanálisis [États généraux de la psychanalyse] que confirman el proyecto derridiano impulsado por René Major, [6] y la Convergencia lacaniana, con las características que su nombre sugiere. 

    La confusión de Babel, de la que hablaba Lacan se ha instalado y no se puede decir que contribuya a la supervivencia del proyecto freudiano. Pero indica la necesidad que tienen los analistas sin doctrina de encontrar un territorio común frente a una dispersión que colabora para confundir a la sociedad y difundir en ella una ideología analítica vaciada de la especificidad de su experiencia.

    Entonces, tenemos por un lado tres proyectos claros con sus diferentes órdenes de heterogeneidad entre sí y en su propio interior. Veamos qué lugar tiene en la sociedad lo que circula con el nombre de psicoanálisis y luego observaremos más de cerca qué ocurre con los que están en búsquedas orientadas por la ilusión de una organización de yuxtaposiciones «democráticas» que les permitan convivir sin elaborar una concepción coherente.

    1. Sobre la situación del psicoanálisis en la sociedad…

    … su ideologización y las generalizaciones que lo vacían de sentido como experiencia singular

    Partamos de un sólo ejemplo tomado de un número de una revista semanal [Lexpress] cuyo tiraje es de medio millón de ejemplares, aparecida en el verano boreal del año 2000. Cito casi textualmente:

    El juego se llama «¡El psicoanalista es usted!» y se vende como Cdrom:

    «Luciana tiene todo para ser feliz. Amigos, trabajo y un novio. Pero unos accesos de angustia la hacen sufrir: consulta a un psicoanalista. ¿Usted pregunta a quién? Pues, a usted, ¡justamente a Usted!. Extendida en el diván, la joven relata su último sueño y sus disputas con su madre. A usted le corresponde descubrir el origen de su depresión siguiendo las reglas… ¿de qué? Pues, muy simplemente, las reglas de este Cdrom muy cerebral, que salió a la venta en estos días. Esta vez no se llama a James Bond para salvar a la humanidad. Se escoge a Freud para salvar a Luciana».

    La revista agrega, [y se sobreentiende que se remite a un público medianamente letrado] :

    «Cien años después de la aparición de la Interpretación de los sueños, que marca el nacimiento del psicoanálisis, hablamos todos como terapeutas en potencia. Un amante que se equivoca de nombre, una vecina que olvida sus llaves… y nuestro diagnóstico cae como una guillotina… Se lee psi, se aconseja psi, se respira psi. Nuestra relación con los objetos familiares, que creíamos anodina, es trabajada por el molinillo freudiano: el automóvil encarna, para algunos de nosotros, el pene del padre; la televisión, un sustituto materno; nuestros hermosos sueños terminan triturados en Internet y ni una de nuestras palabras escapa a un desciframiento suspicaz. ¿Quién no ha captado todavía la importancia del inconsciente, de la sexualidad y de los recuerdos de infancia? ¿Quién ignora hoy el término de libido?

    Lacan decía que el único psicoanálisis aplicado es el que se aplica en la experiencia psicoanalítica singular. En esta larga referencia popular, en cambio, la especificidad del psicoanálisis en su cura, en su cuidado de la singularidad, ha desaparecido, totalmente degradado, como un equivalente del horóscopo cotidiano de cualquier periódico. ¿Necesitan otro ejemplo? Pues veamos. Un periodista afirma:

    El psicoanálisis se ha vuelto la medicina [han escuchado bien: la medicina] de nuestras almas, la medicina de las familias esclarecidas [sic]. Al interesarse por nuestra vida íntima como nunca antes se había hecho, se ha inmiscuido por todas partes, se ha entrometido en todos lados, en las cabezas, el lenguaje, las costumbres, los semanarios…

    El psicoanalista Alain Vanier, en el libro colectivo Où en est la psychanalyse? (Ed. Erès, Toulouse) [¿En qué punto está el psicoanálisis?] dice que el psicoanálisis «infiltra hasta lo más íntimo de las maneras de pensar, colorea la educación de los niños y nuestras relaciones con los otros». Otro psicoanalista, Alain Ksensée, recuerda que François Mitterrand decía, en relación con la candidatura de un personaje político, Jacques Delors, que «su inconsciente quiere esa candidatura, pero su conciencia se la rehusa» y que el psicoanalista Gérard Miller, el hermano del yerno de Lacan, hace interpretaciones en directo en el canal 2 de la televisión de Francia y que eso funciona [sic: ça marche] y hace reír con ello a la gente. Culminación actual de lo que ya sucedía en 1952 cuando la revista Elle afirmaba que el psicoanálisis sostenía a la astrología y cuando en otra revista (Marie France), también destinada especialmente a las mujeres, se aconsejaba por sus virtudes la crema marca «Complexe«. Sin matizar ninguna afirmación, un periodista se permite afirmar en L’Express que el diván produce émulos donde uno no lo esperaría. Como un empleado complacido consigo mismo es más productivo… el psicoanálisis entró de un modo notable en las empresas… y los consejeros de éstas, los bancos y otras empresas solicitan cada vez más, dice, los servicios del psicoanalista…. Pero, una vez más, se está hablando realmente de intervenciones del psicoanálisis o del psicoanalista en estos casos?

    El periodista de L’Express no es totalmente inconsciente, utilicemos la palabra, de que hay en todo esto una degradación. En efecto, denuncia la desaparición de lo que constituía el ingrediente subversivo de las primeras irrupciones en la cultura del psicoanálisis. ¿Qué, se pregunta, ahora el psicoanálisis consistiría en, cito textualmente, «el inofensivo Gérard Miller… Acaso es esto verdaderamente lo que queda de cien años de divanes : un’psicoanimador’ telegénico, una estrellita lacaniana entrevistada en los divertimentos televisivos»? Y esto nos permite pasar a un segundo punto…

    1. ¿Qué ocurre con los psicoanalistas?

    Para los que pueden instalarse sin más interrogaciones en el panorama psicoanalítico, la cuestión es planteada como si se tratara ante todo de un tratamiento psicoterapéutico. Una vez más aparece la ignorancia generalizada sobre la especificidad de la cura analítica, del cuidado por la singularidad. Las querellas de capillas, evidentes para cualquiera, no los conducen a reflexionar sobre esa especificidad sino que, favorecidos por la misma confusión que les ofrecen los dizque analistas de todo pelaje, temen que la proliferación de grupos rivales pueda confirmar el temor de que, citando a J-B. Pontalis, «el psicoanálisis ya no interesará pronto más que a un sector cada vez más restringido de la población». Pero, en nuestra opinión, será una restricción más, simplemente, que se agregará a limitaciones que siempre existieron y no constituyen una novedad. Lo novedoso, en cambio, son las inquietudes que se expresan como si fuera algo antes inexistente. Dicen, entonces, que temen que el psicoanálisis, en una sociedad ebria de rentabilidad y de velocidad, sufra la competencia de nuevas terapias y productos farmacéuticos milagrosos… Pero, aparte de aumentar la incidencia de esta competencia, ¿ha sido, acaso, algo que ocurría antes de un modo diferente? Y, sobre todo, ¿se trata acaso de la misma demanda? Claro que la confusión existe en la clínica y justamente el análisis enfrenta el desafío de conducir el tratamiento de alguien que demanda justificadamente alivio (éste es el punto en el que el campo de la terapéutica y el del psicoanálisis pueden superponerse). Entonces, cómo favorecer, éste es el desafío, que ese sufrimiento sea enfrentado de tal modo que pueda hacer el rodeo que le permita descubrir, a partir de una demanda explícita de ayuda o consuelo, el pasaje por la exploración de la dimensión del deseo y de los desvíos que conducen a expresarlo por una sintomatología cuya apariencia puede suponer una dependencia del dominio médico o, más generalmente, terapéutico. Tal es el arte de esa práctica.

    Estos problemas son enfrentados de modos diferentes según la concepción y la experiencia de quienes se sitúan en el ámbito del psicoanálisis. Es el punto en que las discrepancias exceden las referencias a los personajes que juegan como «notables» o a sus capillas y pueden constituir auténticas cuestiones de escuela, de doctrina, fundadas sobre bases que respetan (o no) la especificidad de la experiencia analítica.

    Los que no lo comprenden así tratan de salvar su seudo-psicoanálisis con la expectativa de una complementaridad con la intervención médico-farmacológica. Esto les permitiría enfrentar la necesidad de reclutar una clientela que se hace más y más raleada… si se cree que es la misma que va a los médicos, o a los psiquiatras, o a la variada gama de prácticas más o menos esotéricas. Y de algún modo es, en efecto, un dominio confusamente compartido con todas esas ofertas. Siempre ha sido difícil afrontar esta cuestión porque, en efecto, ¿quién aceptaría semejante rodeo para pasar, como decía Freud, «de una desdicha neurótica a una desdicha ordinaria, cuando con mucho menos esfuerzo ahora se les promete la felicidad en píldoras»?

    La confusión se agrava al creer que Lacan habla de lo mismo cuando ve al porvenir del psicoanálisis depender de esos gadgets, esos adminículos que provee la ciencia, «para tenerlos a nuestro alcance en el lugar de lo que nos falta» aunque reconocen que para Lacan era poco probable que el gadget fuera otra cosa que un síntoma más. Justamente, se puede decir que los sustitutos ofrecidos por el capitalismo globalizado se multiplican, pero desde la perspectiva psicoanalítica, al menos la lacaniana, ese lugar de lo que nos falta, es imposible de colmar con ningún objeto de la realidad, sin desconocer por ello que la magnitud de la disimulación cambia con las épocas, efectivamente, pero la estructura de la carencia es la misma y la tendencia a disimularla propia de todas las sociedades más allá de sus variaciones. De modo que no se puede convocar a Lacan en la preocupación por una complementaridad que es de otro orden. Por otra parte, nunca el psicoanálisis fue propuesto como una competencia para la práctica de la danza, el deporte o la lectura ni se empeñó, entonces, en sustituir a la medicina, al alpinismo o a la horticultura. Prácticas todas ellas respetables, e insustituibles, en sus características y objetivos propios.

    1. ¿Cómo se reúnen los psicoanalistas en esta época?

    Volvamos ahora al abanico de instituciones, agrupaciones y singularidades que pueblan el mundillo psicoanalítico.

    Sobre la IPA, habrá otros aquí [7] que podrán describir su situación con más elementos de juicio directos, pero también con las limitaciones que forzosamente impone la pertenencia. Mi impresión es que la heterogeneidad de sus integrantes se ha acentuado y que, a la vez, el solo hecho de la invitación a participar en este encuentro indica una apertura a elaborarla, incluso con quienes están fuera de esta institución. Otra impresión es que para ella el nombre de Lacan representa, después de una época de ostracismo, simplemente una corriente entre otras que se puede agregar junto a Anna Freud, Melanie Klein, Kohut, Winnicott, etc. etc. con sólo intercalarla en la letra L. Mi posición no es esa, evidentemente. A mi juicio, la irrupción de Lacan ha subvertido la dimensión clínica de la experiencia singular y modificado todo el sistema de articulaciones de la teoría analítica. 

    La Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), por su parte, experimentó hace poco su primera gran escisión. Apareció un segundo gallo en el gallinero o, si se quiere, una nueva abeja reina que emigró con su cortejo de obreras a formar otro enjambre y otra colmena que se halla en construcción (los Foros de Colette Soler). El grueso de la colmena anterior se mantuvo junto a su jefe, Jacques-Alain Miller, un gran empresario del psicoanálisis que tiene la herencia oficial de los bienes de su suegro. Su lucidez le ha hecho vislumbrar que conviene ampliar su horizonte convocando a la «reunificación» del psicoanálisis.

    En el resto, la situación muestra a miles (subrayo miles…) de presuntos analistas que tratan de salir de su aislamiento y darse lugares de encuentro y diálogo. La empresa no es, en sí misma, criticable. El problema con que se confrontan es que los que confluyen carecen de una suficiente coherencia de estilo y doctrina que les permita salir de una lógica puramente asociativa.

    Por un lado encontramos a la Convergencia, Movimiento Lacaniano Por El Psicoanálisis Freudiano, resultado de la unión de dos proyectos, el de los llamados «Lacano-americanos» y el de la «Interasociativa europea», con dominio de entusiasmo y población del costado del continente americano. Se trata de una especie de confederación de asociaciones, encerradas en una lógica de coexistencia asociativa con escasos fundamentos doctrinales que no les impedirá encontrarse cada año, o cada dos, en Europa y en América, alternativamente, y yuxtaponer sus ideas. Tratan de organizarse y la lógica asociativa se manifiesta claramente con una serie de disposiciones administrativas: una asociación, un voto; se necesita el 75% de votos para disolverse; las personas sueltas pueden participar con voz pero sin voto; etc., etc. Hay algo que las une, un aspecto político, porque si bien no está claro que tienen en común doctrinariamente salvo vagas referencias/reverencias a Lacan, en cambio todas tienen en común el rechazo al yerno de Lacan y a la transnacional que Miller ha montado. Como dice Sergio Rodríguez [8] :

    [… El proyecto de Convergencia] habla de que el psicoanálisis, al no ser una ciencia que forcluye al sujeto, es movido por las diferencias que habitan los anudamientos entre lo simbólico y lo real, por el efecto que producen en sus sujetos. Diferencias que como sabemos, no dejan de inquietar. Fraccionan, dividen, fragmentan, angustian. De ahí que puedan provocar a converger. Es lo que resulta pertinente a la función abrochadora de lo imaginario. No le pasará desapercibido al lector que las convergencias son sobre un eje, un centro, son centrípetas. El movimiento psicoanalítico no ex‑siste? ¿Converger, es centrado? Pero además: «Centrar al lacanismo por el psicoanálisis freudiano? En Caracas, Lacan nos dijo: «Sean ustedes lacanianos, si quieren. Yo soy freudiano». El nombre que tomó el movimiento fundado en Barcelona, indicaría que su mayoría ‑no todos‑, atrapada en la reverencia al fundador, pierde la función indicadora de recuperación, transformación y relanzamiento, desde los fundamentos renovados, que porta el significante Lacan . No advierten tal vez, que si Lacan dijo: «yo soy freudiano», fue porque no podía fundar la serie y estar en ella. Formaba parte de la serie que fundó Freud. […] nosotros, los que lo querramos, formaremos parte de la serie fundada por Lacan, que fue más allá de Freud, pero sirviéndose de él. Que es lo inverso de servirse de Lacan, por volver a Freud. No estamos en los años 50, Lacan dejó su marca…

    Los États généraux de la psychanalyse [Estados generales del psicoanálisis], por su parte, ya se realizaron y tuvieron lugar y momento en París en julio 2000, con gran acumulación de asistentes, más de mil [9] . Con ello muestran, en acto, la gran necesidad que tienen los que habitan este ambiente de encontrarse y compartir sus experiencias. Cosa que se puede comprender, pero exige precisar que, más allá de la yuxtaposición de experiencias, se trata de una ideologización extrema de las preocupaciones del análisis. He dicho más arriba que hay en estos encuentros una carencia de una suficiente coherencia de estilo y doctrina que les permita salir de una lógica puramente asociativa. Esto debería matizarse en este caso: aquí existe efectivamente un proyecto bastante definido, aunque no se trate de un proyecto precisamente psicoanalítico. 

    He tenido la oportunidad de leer una especie de acta de las reuniones levantada por una participante brasileña [10] que tiene como particularidad la virtud de constituir, en sus casi cincuenta páginas, un testimonio suficientemente detallado, realizado desde el punto de vista de alguien (Sonia Alberti) entusiasta partidaria de la realización de la reunión. La heterogeneidad de las intervenciones resalta notoriamente, aunque podría ser vista como un rasgo de simpática liberalidad y respeto por todas las opiniones. Pero, sobre ese fondo heterogéneo, se manifiesta de un modo dominante una ambición de insertarse políticamente en la sociedad asignando al psicoanálisis una omnipotencia transformadora que, por otra parte, como suele ocurrir con estos movimientos pequeño-burgueses con pretensión revolucionaria, no va más allá del efecto catártico de las palabras: las injusticias, la miseria y la crueldad siguen allí con su malvada obstinación después de tales manifestaciones de buena voluntad[11] . La responsabilidad indudable de cada sujeto ante las circunstancias históricas que vive es transferida a la práctica analítica, como si las limitaciones de cada sujeto que profesa el psicoanálisis pudiera exorcizarse al declamar los compromisos que le competen en cuanto protagonista de la vida política y pretender endosárselas a las entidades analíticas. Un caso extremo lo muestra ese asistente (colega dice el texto) colombiano que, según este testimonio:

    … toma la palabra, denunciando una guerra civil que ya dura cincuenta años y una intervención norteamericana iniciada este mes de julio de 2000. Convoca a los psicoanalistas a ayudarnos para simbolizar, para no volvernos locos…

    Si bien la informante se alarma al principio porque, dice:

    … la impresión que los Estados Generales del Psicoanálisis daban podía ser interpretada de manera bastante inquietante. O sea, que era posible evaluar esa jornada como una gran Babel [pues] todos hablaban lenguas diferentes… [12]

    luego se tranquiliza pues:

    … a medida que las discusiones avanzaban, esa primera impresión se disipaba, dejando claro que los Estados Generales del Psicoanálisis son, ante todo, un acto público contra el totalitarismo institucional y social, con el cual el psicoanálisis tuvo que luchar durante todo el primer siglo de su existencia -desde el totalitarismo de las propias instituciones psicoanalíticas hasta el totalitarismo en el mundo en que nació y dio sus primeros pasos. […] Analistas con experiencia, cada uno con su propia historia, contribuirán con este acto, manifestándose públicamente, como ciudadanos de un mundo en el que el psicoanalista toma posición política, como demócrata. [Las itálicas y negritas son mías]

    O sea que la responsabilidad no es de cada uno como ciudadano, como sujeto responsable ante un mundo cuyas injusticias y opresiones puede combatir como tal, asumiendo las consecuencias -prisión, tortura, exilio, muerte…-, sino que se trata de tomar posición política… en tanto psicoanalista demócrata. [13]

    En este contexto se produce la intervención de Derrida, culminación de los Estados generales. Allí expresa, según el texto publicado con su firma en Le monde:

    … El psicoanálisis, según yo, no emprendió todavía, y, entonces, menos aún logró pensar, penetrar y cambiar los axiomas de la ética, de lo jurídico y de lo político especialmente en esos lugares sísmicos donde tiembla el phantasme de la soberanía y donde se producen los acontecimientos geopolíticos más traumáticos, digamos todavía confusamente los más crueles de este tiempo […].

    Tal como se puede leer en la crónica de Stefano Cingolani en el Corriere de la Sera, de los días 10 y 11 de julio de 2000, Derrida, como invitado de honor en los Estados generales, dice, según el periodista:

    … abandonando, al menos en parte, el hablar elíptico, […] «no estoy seguro, esta vez, de ser de los vuestros, aun si por una parte sigo estando orgulloso de compartir y reivindicar vuestras inquietudes». La toma de distancia no está en relación con aspectos particulares y siempre controvertidos del freudismo [o sea, acotemos, del psicoanálisis propiamente dicho. MP] sino la capacidad misma de interpretar la realidad contemporánea. «El mundo, el proceso de mundialización del mundo -dice Derrida, sin renunciar a los equilibrios lexicales- con todas las consecuencias políticas, sociales, económicas, jurídicas, técnico-científicas, etc., resiste sin duda al psicoanálisis».

    Semejante omnipotencia asignada al psicoanálisis por Derrida no deja de ser percibida en su impertinencia por otra relatora de la misma publicación, Silvia Vegetti Finzi que, con una impresionante lucidez, de la que carecen esos analistas, comenta:

    En realidad, Freud ya había indicado la vía de la convivencia [con problemas de distinto orden] en el reconocimiento de la diferencia y de la especificidad. Y Lacan había afirmado en los años 70 contra toda pretensión de imperialismo [psicoanalítico]: el psicoanálisis no dice todo de todo. Es sólo una experiencia de palabra. Su saber deriva de la práctica del inconsciente. Más difícil aparece la confrontación con la resistencia genérica de la cultura.

    Vegetti Finzi recuerda que la filosofía, pese a su cercanía con el psicoanálisis por tradición y radicalidad en las interrogaciones, rechaza la adopción de la subversión del sujeto que, latente en Freud, es desplegada en las formulaciones de Lacan, pero sobre todo en la experiencia analítica singular de la que Lacan extrae dichas formulaciones. Derrida cree que con la subjetividad inconsciente, que para Freud y Lacan implican la aceptación de la parcialidad, la falta de unidad y de autosuficiencia, no se va suficientemente lejos y que se cae en un elemento de síntesis subjetiva [14] . Vegetti subraya que con «subjetividad» se entiende una doble operación, la de reconocerse sujeto sometido a un sistema de determinaciones pero, a la vez, autor de su discurso en el interior de esas determinaciones y protagonista de su historia, con la recuperación de los escasos grados de libertad que se pueden conquistar. Justamente, porque ellos son limitados no son inexistentes, y no impotentes, como ocurre cuando se cree en su omnipotencia. 

    Vegetti culmina, entonces, señalando la ambigüedad de la pretensión derridiana:

    … El reclamo de Derrida me parece doble -dice- por una parte pone en guardia al psicoanálisis [contra la idea] de recomponer ese individuo que el pensamiento de Freud había fragmentado y relativizado, por la otra exige al psicoanálisis extender su capacidad de análisis y develamiento de las falsas evidencias del planeta entero. Hay en esta exigencia una contradicción de fondo. ¿Es posible, acaso, que el psicoanálisis deconstruya al sujeto, limite sus pretensiones, declare ilusorios sus ideales y, por la otra, se asigne el objetivo universal de crítica de la civilidad y de su futuro?

    Como vemos se trata del colmo de la ideologización y de la politización del psicoanálisis, de su transformación en una concepción del mundo, una Weltanschauung, una filosofía (derridiana, por supuesto). [15]  Quizás se entienda entonces uno de los sentidos de haber llamado al encuentro organizado por el amigo más cercano de Derrida en el psicoanálisis, René Major, con el nombre de Estados generales del psicoanálisis. Como en la revolución francesa, la reunión de todos los estamentos de la sociedad terminará por matar al rey, matar al padre, simbólicamente… pero quién es aquí el padre? Todo conduce a la conclusión de que se trata de matar al psicoanálisis y fundar con todo el entusiasmo de la omnipotencia ideológica un movimiento político que responda al drama de la crueldad de nuestro tiempo. Vasto programa, objetivo respetable y ambicioso, bien intencionado, por cierto, pero qué es lo que exige que se realice en nombre del psicoanálisis? ¡El pedido del «colega colombiano» no resultaba, entonces, tan fuera de lugar… al ser expresado en esa reunión!

    Se comprenderá ahora el lugar que le conviene a la école lacanienne de psychanalyse, la elp, de la que formo parte. No participa en la Convergencia porque no es una asociación sino una escuela, no participa de los Estados generales porque no es una empresa más de moralización superyoica ni un taparrabos político, sin perjuicio de que cada uno de sus miembros se comprometa en la empresa política que le parezca más digna de ello, a conciencia, como sujeto advertido, sin atribuirse la representación de los demás y sin descargar sobre una dimensión institucional la responsabilidad de su acto. Una escuela, la elp entonces, que pretende, como tal, caracterizarse por un estilo en la transmisión y producción del saber propio del psicoanálisis, un saber no sabido en la experiencia singular y una exploración del campo freudiano a partir de los límites en que nos deja la enseñanza de Freud retomada y reformulada por Lacan. Un estilo en el que hay una preocupación por los textos heredados, por el establecimiento de la letra de Freud y Lacan para, a partir de ello, producir un suplemento de discípulos que al retomar la antorcha no se reduzcan a ninguna imitación. Quién desee poner a prueba si se es o no consecuente con ese objetivo, dispone de las producciones de las tres editoriales y de las cuatro revistas de la escuela, de los seminarios de sus miembros e, incluso, del tono de esta intervención. Seguramente podrán descubrir que muchos de los miembros no están, o no estamos, a la altura de esos objetivos. En efecto, ser miembro de la elp no garantiza para nada una posición consecuente con el estilo que se pretende producir y transmitir. Actualmente con alrededor de 150 miembros, esta cantidad es suficiente para que la escuela esté amenazada como siempre de caer en una heterogeneidad exagerada o en un elitismo pedante. En la práctica se podrá comprobar hasta que punto cada miembro incurre en esas desviaciones o persevera en la dirección que esos objetivos le proponen.

    [1] Ponencia presentada en una mesa redonda de la Asociación Psicoanalítica Mexicana (IPA). La cordial invitación y el público convocado determinaron muchos matices del texto. Una versión de este texto, actualizada, apareció en la revista me cayó el veinte, número 3, México, 2001.

    [2] Véase a este respecto la intervención de Derrida en los États généraux de la psychanalyse auspiciado por su portavoz René Major.

    [3] He planteado en «’Freud y Lacan’ de Althusser, un cuarto de siglo después» (Litoral 18/19, Córdoba, 1995), un anudamiento que sitúa en el simbólico, la ética como centramiento en la singularidad del deseo del sujeto. En El psicoanálisis, una erotología de pasaje, un participante [Delia Bournissen] en el seminario de Jean Allouch en Córdoba señala:Ética no es moral en griego, la moral es lo que admite sólo lo semejante, ética es lo que admite lo desemejante. Esta observación va en la dirección que pretendo sostener.

    [4] En mi caso de allí vengo, primero como médico y luego como psiquiatra, profesiones que conocí, entonces, desde adentro, y que abandoné por mis propias razones para consagrarme a la práctica analítica.

    [5]  Sic, sólo faltaría alguna, o la misma, que se designara como Asociación Inter-Planetaria – la AIP- anticipándose al riesgo de que otros ocuparan ese nombre [no es chiste, la école lacanienne de psychanalyse (elp) no puede tomar este nombre en su site en internet porque ya lo tiene otra «elp» –élevage de lapins et poulets-, cría de conejos y pollos].

    [6] Que provocó un escándalo en la polémica de éste con Alain Badiou. Cfr. Lacan avec les philosophes, París, Albin Michel, 1991.

    [7] Estaban invitados por el organizador del encuentro Juan Carlos Pla, además del autor de estas líneas, Roberto Castro y Octavio Chamizo.

    [8] Sergio Rodríguez, «De Obsesividades e Impotencias», Psyche navegante, Junio 2000, en Internet.

    [9] Un sexto de los cuales, 210, eran brasileños, subraya con orgullo Sonia Alberti ,»Pequeno relatório do coloquio Os Estados Gerais da Psicanálise», en el sitio de Internet de los États généraux de la psychanalyse.

    [10]  Sonia Alberti, Artículo citado.

    [11]  Toda una generación, a la que pertenezco, intentó articular la práctica analítica con la política. El intento político fracasó y no hubo tal articulación. Hay una dimensión de política en el psicoanálisis cuando el analista no toma una posición pastoral en su relación con el analizante. Hay una posibilidad política, en la actividad política propiamente dicha, de utilizar los conocimientos analíticos, especialmente si se aplican a las consecuencias del narcisismo de los militantes y sus dirigentes, en su organización. Y hay, finalmente, una posibilidad de compromiso político de cada sujeto, que tiene su propia lógica y que no es sustituida por ninguna de esas otras intervenciones teóricas, clínicas, técnicas, doctrinales, etc.

    [12] Es interesante la coincidencia con la expresión de Lacan citada más arriba y que da título a este texto.

    [13] Hay entonces en el mercado psicoanalistas freudianos, psicoanalistas kleinianos, psicoanalistas lacanianos, psicoanalistas demócratas.

    [14] Contamos entonces con el texto de Le monde de la intervención de Derrida, del testimonio admirativo de Alberti y de las crónicas descriptiva de Cingolani y crítica de Vegetti. Estos documentos coinciden e insisten en sus formulaciones con lo publicado por Derrida en «Géopsychanalyse» [in Géopsychanalyse, Les souterrains de linstitution, Rencontre franco-latino-américaine, febrero 1981, Ed. Confrontation, pág. 24] donde le reprocha al psicoanálisis el retardo con relación a las reflexiones y a las luchas políticas, nacionales, internacionales y superestatales [sic] y que no haya producido «la co-traductibilidad de los conceptos psicoanalíticos y de los conceptos político-jurídicos, ético-jurídicos, etc. en los que se enuncian esos problemas y se organizan esas acciones» [traducción mía]. Resulta claro, entonces, que el defecto del psicoanálisis, según Derrida, es no compartir su megalomanía omnicomprensiva político-epistemológica. Hace falta haber afrontado en un análisis la problemática de la carencia, la cuestión de la castración, para no dejarse atrapar por el atractivo de verse atribuida semejante omnipotencia. Pero, como dice Derrida, él no necesita haber pasado por un análisis para ser «analyste à ses heures«, analista cuándo y cómo se le da la gana.

    [15]  Postdata para esta publicación. Conviene destacar que en la edición ulterior de la intervención de Derrida en los Estados Generales del Psicoanálisis se puede observar un viraje afortunado y fundamental de este autor que contrasta con las expresiones citadas en nuestra nota anterior. En efecto, se puede leer en su libro États d’âme de la psychanalyse, París, Galilée, octubre de 2000, pág. 77 que «el psicoanálisis en tanto tal no produce ninguna ética, ningún derecho, ninguna política, sino que les corresponde a estos tres dominios tomar en cuenta al saber psicoanalítico». Estamos en este punto totalmente de acuerdo. Cfr. Marcelo Pasternac , Lacan o Derrida. Psicoanálisis o análisis deconstuctivo, México, Epeele, 2000.

  • Histeria y teatralidad

     

    Histeria y teatralidad

    El teatro de las histéricas y el escenario de la seducción*

     Mario Alberto Domínguez Alquicira

    Primero que nada debo advertir que, aun tratándose de un texto perteneciente a la colección La Ciencia desde México, del Fondo de Cultura Económica, cuyo objetivo es hacer inteligibles los temas más intrincados y complejos, su grado de dificultad teórica no es, de ningún modo, desdeñable; sobre todo cuando se aborda la concepción lacaniana de la histeria. El gran mérito de Héctor Pérez-Rincón radica en acercarnos a la figura de un personaje, del que poco se ha hablado, cuya participación sería crucial para el advenimiento de una de las disciplinas más importantes surgidas en las postrimerías del siglo XIX: el psicoanálisis. Héctor Pérez-Rincón construye su texto a la manera de una obra teatral. Todo está puesto: el escenario, los actores del reparto, el guión, el equipo de producción y hasta los espectadores, o sea, los lectores.

    El papel protagónico lo ocupa nada menos que el fundador de la neurología: Jean-Martin Charcot. El mismo autor desempeña una importante función en la obra, sin la cual simplemente no sería posible el desarrollo de la misma: la de director. Y como tal, hace transitar al espectador-lector por todo el escenario para descubrir lo que en él (y detrás de él) está ocurriendo. La ambientación resulta espléndida a grado tal que uno podría imaginar que forma parte de la trama. Y, de hecho, así es.

    Es como si el autor nos introdujera al óleo de Broulliet. De pronto, nos hallamos compartiendo el escenario pictórico con toda una pléyade de hombres ilustres y pioneros de las ciencias médicas. Pero ¿de qué teatro se trata? No de cualquiera, desde luego. Podría decirse incluso que más que un teatro es un anfiteatro (verdadero “museo patológico viviente”) en el cual se encuentran los cadáveres de aquellos que formaron parte del círculo charcotiano. Cadáveres animados, hablantes que relatan una historia imposible de ser sepultada. Y es por mediación del autor que podemos acceder a esa otra dimensión: la de la teatralidad dramática, donde se gesta el atroz espectáculo de la histeria. En ese sentido, Pérez-Rincón es un anatomista capaz de revelarnos —mediante una operación que en mucho nos recuerda a las autopsias practicadas por sus predecesores— que el cuerpo muerto constituye el libro-archivo de nuestra historia. Archivo pulsante que hace transitar su decir a través de la carne marchita y putrefacta. Cadáver textual que se ofrece a los ojos para ser leído, interpretado. Ante nuestra atónita mirada será representado un hecho espectacular. Juego escénico que irá de las “teatreras histéricas” al “circo de los locos”, de las “histéricas-brujas” a las “histéricas-simuladoras” y de las “farsantes-degeneradas” a las “neuróticas histéricas”.

    Conforme la narración transcurra, se irán delimitando los papeles: neurológicos, neuróticos, psicóticos. El autor consigue rastrear de forma magistral la evolución del pensamiento médico siguiendo los avatares del término “histeria”. De ese modo nos enteramos, por ejemplo, que tampoco Charcot escapó a los influjos de la embriaguez.. Sumándose a una larga lista de pensadores, filósofos, escritores, poetas y científicos que han intentado ir en búsqueda del fuego fatuo, se arrojó por los despeñaderos de la ebriedad con el afán de traspasar las fronteras de la conciencia. Navegantes y alucinados a los que el psicoanalista Helí Morales Ascencio ha asignado, en su ensayo “Caleidoscopio de la ebriedad”, el nombre de “filósofos de la conciencia ebria” o “psiconautas de la embriaguez”.

    El escenario principal en que tiene lugar este “hecho teatral” es el enorme hospital-asilo de la Salpêtrière, uno de los centros más importantes del continente europeo destinado a la atención y a la formación neurológica. Construido durante el reinado de Luis XIII, a comienzos del siglo XVII, fue en sus orígenes un arsenal. La palabra en francés designa “salitrería”, lugar donde se elabora o almacena el salitre. Será ahí donde Sigmund Freud quedará deslumbrado por la fascinante personalidad de Charcot, el “príncipe de la ciencia”, y donde se llevará a cabo un acontecimiento decisivo: el descubrimiento de la clínica, así como la transición sufrida por el propio Freud al pasar de neurólogo a psicopatólogo.

    El recorrido que Pérez-Rincón realiza a través de los meandros de la historia de la psiquiatría conduce a un punto esencial: el descubrimiento por parte de Charcot de la histeria masculina, que además le otorgó el estatuto nosográfico que por pleno derecho le correspondía. Sin embargo, como lo explica el autor, “la idea de la existencia de una histeria masculina no fue tan fácilmente aceptada por el gran público, que hasta nuestros días sigue utilizando el vocablo preferentemente en femenino”. Fue precisamente ese gran descubrimiento el que motivó a Freud, admirador incondicional de Charcot, a leer en 1886 ante la Sociedad de Medicina un manuscrito titulado “Sobre la histeria en el hombre”. Ponencia que no recibió buena respuesta por parte de la comunidad médica y propició que Meynert lo retara a comprobar dicho fenómeno mediante la presentación de un caso.

    Los recursos técnicos empleados por Charcot para el tratamiento de las histerias fueron ricos y variados: fue del magnetismo a la hipnosis, pasando por la metaloterapia y la electroterapia. Su intención inicial era la de aplicar a la histeria el método clasificatorio y anatomo-clínico propio de la neurología. Sin los errores y fracasos cometidos a partir de esas primeras concepciones hubiera sido difícil —si no es que imposible— dar el gran salto del enfoque neurológico al psicodinámico. Es ahí donde Freud tomaría la estafeta para posteriormente transitar del método de sugestión hipnótica al psicoanalítico propiamente dicho (el de la asociación libre). Cabe aclarar que el abandono de la hipnosis por parte de Freud y la sustitución de ese método por el de la libre asociación no se dio de un modo tan repentino —como precipitadamente señala el autor de “El teatro de las histéricas”—. No fue sino luego de un largo proceso —no exento de avatares y contradicciones— de transformación de la técnica freudiana, que el psicoanálisis pudo emerger como teoría y como técnica. Acerca de esta interesante temática se recomienda la lectura del libro “Proceso de constitución del método psicoanalítico”, del doctor José Perrés, en el que se establecen cuatro periodos metodológicos que conforman el periodo denominado “prehistoria del psicoanálisis” (que va de 1886 a 1898) a lo largo del cual se dieron los descubrimientos teóricos y técnicos que permitieron la instauración del dispositivo psicoanalítico tal como ahora se le conoce.

    Pero el “Napoleón de las neurosis”no aparece solo en escena, a su lado están las grandes heroínas: Anna O. (Berta Papenheim), “la reina de las histéricas” (Blanche Wittmann) y Dora (Ida Bauer). En la histeria existe una lesión continua en la red de representaciones, y el histérico, nos dice Freud, es aquel que padece de reminiscencias. La aventura emprendida por Charcot y sus secuaces abona el terreno al psicoanálisis para inaugurar “la escucha” del discurso histérico. Pero ¿qué es lo que yace en el fondo de la histeria? No es otra cosa que la pregunta por el deseo. La neurosis histérica aparece así como una pieza clave para la fundación del psicoanálisis. Y es que ¿qué hubiera sido de Freud sin las histéricas que Charcot le heredó?

    Lo que está en juego en la histeria, decíamos, es la pregunta sobre el deseo y sobre la diferencia entre los sexos, en tanto que los contenidos bisexuales del deseo constituyen componentes inmanentes. La histérica está peleada fundamentalmente con su ser mujer. ¿Qué es ser una mujer?, se pregunta Dora. O más precisamente: ¿qué es un órgano femenino?, ¿qué es una vagina? Tal es “la pregunta histérica”, como después la llamará Lacan, y tal es también la pregunta planteada por Dora a través de su neurosis como un intento por simbolizar aquello que se aparece como imposible de simbolizar. Y es ese mismo el enigma de la femineidad que Freud nunca alcanzó a resolver. No obstante, es gracias a Dora que Freud pudo aproximarse lo más posible al problema de la histeria —sin llegar a resolverlo, claro está—.

    Charcot se distinguió principalmente por tratar de conferir a la histeria la dignidad de una enfermedad auténtica. Su más ferviente deseo era el de ser “un experimentador” para sustentar las bases de una verdadera medicina científica, para lo cual tuvo que demostrar que la histeria era poseedora de una sintomatología capaz de ser descrita y clasificada como cualquier otra afección neurológica. Mediante la delimitación de la histeria pudo conquistar el trono que tanto anhelaba. Fue así como se vio llevado a precisar el sentido de las llamadas “zonas histerógenas”, que constituyen a decir de Freud “lugares dolorosos en partes del cuerpo que de ordinario son insensibles”. La excitación de la zona histerógena (mediante el tacto, por ejemplo) era capaz de provocar una crisis epileptoide. Una característica esencial de estas zonas, y que correspondía perfectamente a la inclinación de Charcot hacia una construcción sólida y verificable, es la de que están tan bien delimitadas que puede establecerse una topografía (mapa corporal) de las mismas.

    En el texto, Pérez-Rincón habla de la sugestión y de la seducción, pero cuando hace referencia a la relación médico-paciente no la reconoce por su nombre, que es el de “transferencia”. Hecho que no deja de resultar extraño, tomando en cuenta que se trata de un autor cuyo dominio de la terminología psicoanalítica es absoluto. Añade incluso un Glosario en el que se precisan los conceptos técnicos, y en el cual se hace aún más notoria la ausencia de dicho término. ¿Por qué no hablar, pues, de “transferencia”? ¿se puede acaso hablar de histeria sin referirse explícitamente a la transferencia?

    Antes de cerrar el telón y poner fin a la obra, su autor-director lanza una pregunta conclusiva de gran pertinencia: “¿habrá lugar todavía para que los especialistas sean, con provecho para la medicina, nuevamente “seducidos” (conducidos a otro sitio, llevados a otra reflexión) por las bellas histéricas?”. Ese parece ser todo el dilema: dejarse seducir o no por la histeria. La seducción vuelve a ocupar un lugar primordial en la historia. Se diría, de hecho, que es la que ocupa el verdadero y único papel protagónico. Baudrillard ha dejado ver ya, en su libro “De la seducción”, los peligros que entraña todo intento de “asesinato” y “extirpación” de la seducción. Siempre que ha tratado de desechársele, sus desafíos resurgen como muertos vivientes. Del mismo modo que cobran vida las imágenes pintadas por Broulliet.

    Llegados a este punto vale preguntarnos: ¿quiénes son y cómo actúan los actores que animan este teatro? Las histéricas escenifican dramas, poniendo en escena el libreto de la seducción. Podría decirse entonces que el teatro de las histéricas está compuesto al menos de dos tipos de escenas:

    1. La “escena originaria”: modelo más antiguo y fundamental de una escena de seducción en que los padres seducen al niño.
      2. las “escenas edípicas de seducción”: escenas trastocadas, enmascaradas, que sólo contienen una parte de verdad.

    BIBLIOGRAFÍA

    Assoun, P-L., “Introducción a la epistemología freudiana”, México, Siglo XXI, 1998.

    Baudrillard, J., “De la seducción”, México, Red Editorial Iberoamericana, 1992.

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    Nasio, J. D., “El dolor de la histeria”, Buenos Aires, Paidós, 1998.

    Pérez-Rincón, H., “El teatro de las histéricas. De cómo Charcot descubrió, entre otras cosas, que también había histéricos”, México, Fondo de Cultura Económica, 1998.

    Perrés, J., “Proceso de constitución del método psicoanalítico”, México, UAM-X, 1998.

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    Roudinesco, É., y Michel Plon, “Diccionario de psicoanálisis”, Buenos Aires, Paidós, 1998.

    Sauri, J (comp.)., “Las histerias”, Buenos Aires, ed. Nueva Visión, 1984.

    * Trabajo que obtuvo el segundo lugar en el VII Concurso Nacional “Leamos la ciencia para todos, 2001-2002” convocado por la Secretaría de Educación Pública, el Fondo de Cultura Económica y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Ensayo del libro El teatro de las histéricas. De cómo Charcot descubrió, entre otras cosas, que también había histéricos de Héctor Pérez-Rincón (Fondo de Cultura Económica, México, 1998).

  • La s(m)uerte de Micaela

    La s(m)uerte de Micaela

    Juana Inés Ayala Chapa

    Qué pera y qué nabo,
    qué azúcar y qué canela.
    ¿Cuál es el dolor
    de que sufre Micaela?
    El médico le pone
    la mano en la barriga
    y Micaela dice:
    «no es tan arriba».
    El médico le pone
    La pistola dura
    Y Micaela dice:
    «esta es mi cura»
    Verso popular llamado: «El remedio». [1]

    En junio de 1896, Sigmund Freud le decía a Wilhelm Fliess con gratitud: «me has enseñado que detrás de toda locura popular acecha una pizca de verdad». [2] Y a propósito de la verdad, Jacques Lacan «hablando acerca de la contratransferencia» decía el 19 de Marzo de 1974 que es «aquello en lo cual la Verdad toca al mismo analista». [3]

    El affaire de ¿por qué algún(a) analista se «acuesta» con su analizante? es un tema por lo menos, difícil de abordar. Y lo es en función de dos razones primordiales:

    1. Cae en el terreno de lo singular, del caso por caso.

    2. Es un tema en el que el psicoanálisis, ha sido dejado de lado.

    El mejor punto de partida en este asunto nos es ofrecido por Lacan cuando se pregunta:

    ¿Por qué siempre se hará resurgir la metáfora «coger» (foutre) a propósito de algo mal terminado? ¿Por qué se hará resurgir la metáfora «foutre» (joder) a propósito de algo tan mal parido? ¿Por qué surgirá la imagen de la vulva para expresar diversos actos entre los cuales figuran el de sustraerse, el de fugarse, el de largarse, como se ha traducido repetidas veces el término alemán del texto? [4]

    Cuando un acto así ocurre, es decir, cuando alguien que habiendo respondido al llamado dirigido a un analista, se enamora, se involucra y termina «cogiendo» con su partenaire, con aquel que se habría ubicado como su analizante, sin importar si eso tiene lugar en el curso del análisis o algún tiempo después de «¿terminado?» éste, cuando algo así ocurre, (y ¿quién no ha escuchado de algún caso alguna vez?), nos enfrentamos con «algo mal terminado», algo que es, hasta cierto punto, discutible. Y lo es por diversas razones pero principalmente por la «indefensión» en la que la disparidad subjetiva [5] coloca de un golpe y sin ambages a uno de los dos participantes: el/la analizante, quien por cierto, no está advertido(a) de dicha disparidad subjetiva y no podría estarlo en modo alguno.

    La «suerte de Micaela» ha recibido cualquier abordaje menos el de un estudio directo que permita descentrar o no al psicoanálisis de ese tipo de hechos. El obstáculo más difícil de sortear es la ausencia de elementos suficientes para la fabricación de un caso, exigencia primordial en la experiencia germinal del método freudiano. Se conoce de la existencia de estos casos sólo por la vía del rumor y por alguna que otra viñeta que los psicoanalistas de la IPA [6] reportan, no sin someterlas a una serie de interpretaciones teóricas, románticas y simplistas.

    En estos trabajos [7] se destacan diferentes cuestiones que van desde aspectos teóricos para ellos relevantes como serían: el punto de vista estructural, genético, dinámico y adaptativo; la situación edípica y la sexualidad infantil que determinan la dinámica del amor en la neurosis del adulto; la participación de las relaciones de objeto preedípicas y las vicisitudes del desarrollo del superyo, etc.; hasta la noción extrema de que el analista en tanto que «amante» o «enamorado», experimenta una soledad fundamental:

    Siente en su alma que su amor es una cosa solitaria. Llega a conocer una soledad nueva y extraña, y es este conocimiento que lo hace sufrir. Así es que sólo hay una cosa que el amante puede hacer. Debe encerrar su amor dentro de él lo mejor que pueda, debe crear para él todo un nuevo mundo interno ¾un mundo intenso y extraño, completo en él. [8]

    Se impone un: So What? Se extrae la idea de un analista víctima de sus sentimientos amorosos contratransferenciales y se extraen también un par de imposiciones: ¡debe encerrar su amor y debe crear para él un nuevo mundo interno! En ningún momento se le dice al analista que dé rienda suelta a ese amor y que lo realice, pero tampoco se fundamenta el por qué no tendría que hacerlo.

    Respecto a las cuestiones teóricas que aparecen en esa literatura, hay un sin fin de pequeños puntos en los que podríamos detenernos, revisarlos, cuestionarlos, y establecer así algunas consecuencias doctrinarias, nada en lo que Lacan y algunos otros no se hayan adelantado. El caso es que lo ahí tratado no nos permite acercarnos a responder la cuestión que nos ocupa: ¿Hubo allí analista? ¿Hubo allí psicoanálisis? ¿Sí, no? y, en todo caso: ¿por qué sí o por qué no? Intentaremos mostar que estas preguntas no son tan absurdas como podrían parecer a simple vista.

    Otros autores distintos de los miembros de la IPA nos ofrecen un poco más de luz al respecto. Raquel Capurro por ejemplo en un artículo titulado «Trastadas libidinales en la práctica del secretario» [9] se acerca a la cuestión de manera muy fina y discreta, aunque no por ello menos clara, cuando pone el acento en los avatares libidinales no del analizante sino del analista, considerando ¾con Lacan¾ su «función secretario». Interroga los traspiés del secretario y se pregunta si dichos traspiés podrían ser ubicados en el registro del error, de fallas en la técnica o bien en el registro de un dominio fallido en la supuesta maestría de un saber. Estudia para ello el concepto de «elasticidad de la libido del analista» de Sandor Ferenczi y llega a puntualizaciones precisas a partir de un cierto juego de la verdad que integraremos al final de este recorrido.

    Guy Le Gaufey por su parte, sin mencionar explícitamente el punto concreto que aquí nos ocupa, se acerca bastante al asunto en: «Una relación sin conversa», [10] en donde, luego de mencionar que la noción de contratransferencia está ausente en los primeros años de seminario de Jacques Lacan y deteniéndose en algunos puntos intermedios: la intersubjetividad, la imposible articulación imaginario/simbólico, el amor, el espejismo, etc.; logra desarrollar el concepto «ausencia de conversa», oscuro axioma del que Lacan se sirve en su concepción de la transferencia para precisar el lugar y la función en el desarrollo de la transferencia del sujeto-supuesto-saber. Nos recuerda que en las sesiones del 27 de mayo y 3 de junio de 1964 [Les fondements de la psychanalyse], Lacan da un nuevo valor al losange «que articula la relación del sujeto al Otro» y enuncia que la alienación consiste en la separación y que la separación es el fruto de la alienación. La falta de conversa ¾concluye Guy Le Gaufey¾ es aquí constitutiva.

    Me he detenido en las aportaciones de Raquel Capurro y de Guy Le Gaufey pues ambas se acercan ¾haciendo un rodeo¾ a nuestro tema de interés. Rodeo que por cierto no parece ser casual sino un pas de coté con lo cual, comenzamos a construir respuestas.

    Jean Allouch por su parte, en un serio tratado sobre clínica psicoanalítica, aborda ¾al sesgo¾ en La etificación del psicoanálisis. Calamidad, la cuestión de la Ética a propósito de «un psicoanalista torturador» y su condena y, advirtiéndonos en nota a pié de página que no trabajará, por ahora, frontalmente, lo que «parecería originar un problema con Lacan, uno de cuyos seminarios (1959-1960) se titula precisamente La Ética del psicoanálisis«, establece, de paso, que «tal como Freud lo dijo antes que nadie, no hay ética propiamente psicoanalítica». [11] Sirva este aserto para introducirnos en la vía de la Ética.

    Del Eros, la Verdad y la Ética

    Hablar de Ética en el tema que nos ocupa, tiene sus riesgos. El más importante: ese rasgo omnisciente del sujeto humano que le permite anticiparse a todo planteamiento. Así, la cosa puede deslizarse fácilmente hacia pensar que hablaremos de «ética» en el sentido tradicional del término, entendida como moral, la ética de la ciudad, del estado, de las leyes, la que establece lo que está bien y lo que está mal, lo que es bueno para nosotros y lo que es bueno que hagamos. No se trata de eso.

    De lo que se trata es de abordar un acto: que algún(a) analista se «acueste» con su analizante antes o después de ¿concluido? ese análisis, y de hacer este abordaje sustrayéndonos de cualquier tipo de idealismo o idea del Bien.

    Si bien es cierto que el psicoanálisis es, en términos freudianos, una cura por medio del amor, también es cierto que el mismo Freud tenía muy claro que ese amor es una ayuda muy poco fiable pues los sentimientos se transmutan en anhelos eróticos que no sirven para la resolución de la neurosis sino que la perpetuan. Fue así como escribió a finales de 1914 Puntualizaciones sobre el amor de transferencia, ensayo dedicado a la técnica en el que buscaba «alertar» a los analistas acerca de los peligros del amor de transferencia.

    En ese punto concreto Eros le ganó siempre la batalla. Fue a través de algunas pacientes de Ferenczi que Freud acabó por enterarse hasta qué punto ese señor estaba amando a sus analizantes y dejándose amar por ellas. La reacción de Freud pudo ser distinta porque ¾como bien señala Lacan¾ «tenía madera para ser un magnífico idealista apasionado, si no se hubiese dedicado al otro, bajo la forma de la histérica» [12] y sin embargo, nos mostró una concepción distinta de eros, un eros que no todos pudieron ver pero que estaba allí y era diferente al requerido por una ética basada en el supuesto de un Bien o de un Ideal.

    Nos mostró también una cara de la Verdad que emana de su descubrimiento del inconsciente y que nos pone en contacto con otra escena, esa verdad que está más allá de lo que el sujeto conscientemente puede concebir o evaluar como su bien, esa con la que el analizante se topa hacia el final de su análisis. Una verdad a la que sólo se accede cuando se tiene la posibilidad de hablar sobre sí mismo y que pone en evidencia la violencia fundamental, la agresividad originaria y constitutiva del sujeto del inconsciente, así como una pasión distinta de la pasión que captura imaginariamente y que conduce a esos callejones sin salida característicos del amor y de la reciprocidad, esa que es la pasión que une a veces al analista y a su analizante: la pasión por un análisis.

    Estas nociones: Eros y Verdad, han llevado a algunos a reflexionar sobre la Ética. John Rajchman entre ellos, nos ofrece un panorama muy claro cuando dice:

    Para Lacan, «la revolución del pensamiento que implica el efecto de la experiencia freudiana concerniente al dominio de la ética», era entonces la revolución de nuestro concepto mismo de ese dominio. Uno de los dominios de la ética había sido los fines de la virtud, otro lo habían constituido las reglas del deber. Cada uno había inventado una forma para plantear la cuestión del conocimiento moral, o qué significa para nosotros tener, o adquirir, un logos verdadero sobre nuestras vidas. [.] En la ética clásica, las reglas del deber giraban en torno a los fines de la virtud, para Kant era a la inversa: el bien gira en torno al principio supremo de la obligación. Freud habría introducido entonces una tercera «revolución» al volver a trazar el mapa del teritorio de la ética. Kant había hecho del deber una abstracción, separándolo de la «patología», de cualquier cosa que nos suceda como seres sensuales. Para Freud, el problema sería volver a descubrir la relación entre la ética y el «pathos«, o la experiencia, sin volver, como en la sabiduría antigua, a un supuesto saber sobre el bien. La revolución freudiana volvería a relacionar a la ética con el eros de una forma nueva: tanto el saber sobre la vida buena como la racionalidad abstracta de la ley moral girarían en derredor del «deseo» de que cada uno de nosotros da testimonio en su inconsciente. [13]

    El manto de la ética cubre, inevitablemente, la obra de Freud y de Lacan y se articula con algunos de los temas tratados por ellos, principalmente: el tema del deseo.

    Eros y Verdad nos conducen al real de la pulsión y a lo imaginario del amor, y nos conducen, finalmente, a una ética del deseo: «Está por formularse una ética que integre las conquistas freudianas sobre el deseo: para poner en su cúspide la cuestión del deseo del analista», [14] nos dice Lacan en «La dirección de la cura y los principios de su poder».

    La dirección de la cura corre por cuenta del analista, lo que él quiere es levantar la represión. [15] Eso implica una toma de posición de su parte respecto de la pregunta que la civilización y la cultura plantea a través de los filósofos: ¿es necesario renunciar a su deseo? La pregunta vale tanto para el paciente como para el propio analista. Los moralistas no han tenido ningún problema en responder a esto: sí, nos dicen, es necesario que renuncie a su deseo; encuentran en ello algo digno y meritorio. Freud en cambio responde lo contrario. Una buena parte de sus descubrimientos fueron poniendo en evidencia lo que implica en destrucción y aniquilamiento para el sujeto del inconsciente renunciar a su deseo, renunciar a las pulsiones. El malestar en la cultura se reduce al malestar del deseo, la civilización tiende a despreciar lo que no es útil, lo que no sirve para nada: el goce sexual.

    Es aquí que ha surgido una doble confusión: por un lado, se ha querido entender que el psicoanálisis promueve el imperio de un «goce sin límites», soslayando el hecho paradójico de que es precisamente el límite al placer lo que permite al sujeto el acceso al goce y, soslayando también, que una ética del deseo es pertinente como vía para regular el goce, pues un renunciamiento total al mismo desencadena el ejercicio de la agresividad del sujeto sobre sí mismo. Por otra parte, se ha entendido erroneamente la simetría de dos deseos: el del analizante y el del analista, lo cual reduce la cura a una dimensión de intersubjetividad. La noción propuesta por Lacan sobre el «deseo del analista» [16] obtiene su legitimidad en el texto freudiano mismo y ha venido a esclarecer un poco las cosas. [17] Ciertos aspectos técnicos y principalmente algunos conceptos teóricos del psicoanálisis han sido vectorizados por esta noción, conceptos tales como: la transferencia, la contratransferencia y el fin de análisis. Los abordaremos a partir de una glosa. [18]

    De la creación y el amor (glosa).

    Dulce María González, escritora y participante activa en el medio ambiente literario de Monterrey, N.L., México, ha venido coordinando durante algún tiempo un taller de creación literaria. Como parte de esas actividades ha realizado un trabajo alrededor de un libro del escritor norteamericano Harold Bloom titulado: La Cábala y la Crítica. Me sorprende encontrar en ese trabajo inédito de Dulce María González lo que ella misma llama una «glosa» a propósito de uno solo de los párrafos que conforman la obra, en la cual, aparece una interesante articulación entre la creación, el amor y una anécdota que incumbe al psicoanálisis, misma que tiene una raiz en un hecho de la vida real. La articulación no es casual ¾me parece¾ pues Harold Bloom incursiona en ese texto en las relaciones existentes entre un poema y otro anterior, y a su vez, en la relación de éste con el lector, que puede ponerlo en contacto con algo aún por escribirse. [19] En sus desarrollos, Bloom considera la Cábala como una «teoría de la escritura», como un «rastro» o como «un habla anterior a todos los rastros» y se basa para ello en un modelo estructural y en los planteamientos de Nietzsche, Freud y Scholem. Así entonces, si bien todo en Bloom está orientado hacia la crítica literaria, también es cierto que una de sus fuentes de inspiración se ubica en Freud.

    A falta de un caso veamos esa glosa que, recordemos, es sólo ficción. El párrafo de Bloom en el que se basa la glosa de Gonzáles es el siguiente:

    Con la sexta Sefirah, Tiferet, la «misericordia» o corazón de Dios, penetramos en el reino estético de la «belleza divina» que, para la Cábala, es la única belleza que hay. Tiferet es el principio de mediación que reconcilia en el Árbol el «arriba» con el «abajo», uniendo igualmente los lados derecho e izquierdo, lo masculino y lo femenino. Todas las referencias cabalísticas al acto de centrar siempre tienen que ver con Tiferet, y Tiferet, a veces, representa ella sola la «cara chica» o inmanencia de Dios y de ella se habla a menudo como de la morada de la Shekhinah o «Divina Presencia».

    Harold Bloom. La Cábala y la Crítica. [20]

    Cito a González:

    De los tres triángulos que conforman la Cábala, sistema de símbolos que aborda el proceso de creación del Universo, resulta especialmente interesante el segundo, que corresponde a la «construcción de la obra» y que está situado al centro del «árbol invertido».

    Ahí mismo, en este segundo triángulo que imaginamos activo y dinámico en el estudio del escritor o en el taller del pintor, ahí mismo Hesed, el amor, la capacidad de expansión y de entrega, encuentra su equilibrio en la Sephirah contraria llamada Din, la cual corresponde a la disciplina, el rigor, el juicio severo, la profunda concentración en Sí mismo que realiza Dios y que, precisamente en virtud de esa predisposición contraria constituida por Hesed, hace posible la explosión creadora que los científicos llaman Big-Bang y que el artista experimenta a manera de entrega apasionada y urgente en medio del trabajo riguroso.

    De vital importancia resulta entonces Tiferet, el tercer vértice del triángulo, la Sephirah que constituye el enlace entre las dos anteriores; nos referimos a aquello que, desde el punto de vista artístico o literario, nos hace capaces de conjugar la entrega con la disciplina, aquello que, según el decir de los cabalistas, es el único atributo divino capaz de amarrar arriba y abajo, izquierda y derecha. Estamos hablando del vértice de lo que comúnmente entendemos por inspiración y que no es otra cosa que el elemento erótico en el proceso, esa capacidad de desear al límite de lo insoportable, esa urgencia incontenible de donde surge el milagro: un pedacito de Dios se ha quedado en el cuerpo, en el cuadro, en las palabras.

    ¿Cómo se logra traer ese pedacito de Dios a la escritura? O, dicho en otras palabras, ¿cómo decir lo indecible?, ¿de qué manera atrapar eso imposible en las imágenes, en los colores, en la forma?, ¿cómo mostrar en un lienzo lo que no se puede ver?, ¿cómo lograr que la música muestre el silencio? He aquí «Tiferet», Sephira entre las Sefirot; he aquí el deseo profundo de crear una palabra capaz de decir sin decir, un sonido que roce la perfección de lo que no podemos escuchar, una forma bella. Decir «escribo con el cuerpo», frase que dicen algunos escritores, es decir deseo, me apasiono y sin embargo me contengo con el fin de crear un puente divino hacia la obra. Llega entonces la sesión ante la pantalla de la computadora, ante un trozo de roca: el acto de amor nos empuja, la urgencia, el deseo de crear que en la Cábala llamamos Tiferet, palabra luminosa.

    Y sin embargo, en ocasiones, el rigor excesivo rompe la vasija. Entonces caemos en cuenta de que el Creador se contuvo demasiado, negó el cuerpo, perdió la escritura. Ante el terror de Din, ese demonio, ese monstruo que es la severidad excesiva de Dios, es necesario bajar a la materia, hacer tierra, tocarse, merendarse un pastel delicioso y recordar que quien crea es también esta carne, estos fluidos.

    Situaciones excepcionales, historias que urgen y enriquecen la creación, han habido muchas; grandes momentos de contención en el amor, maravillosas obras producidas a partir de deseos prohibidos o de prohibiciones voluntarias y gozosas. Y sin embargo, los demonios de Din acechan y he ahí el miedo de caer en el terror, en el error de contenernos al límite de la angustia, al límite de la pérdida donde el dolor se convierte en la imposibilidad misma, en la esterilidad. Todo depende entonces de las propias necesidades dentro del proceso creador, del momento preciso de amor o de contención en relación a la obra; todo depende, también, de las tretas que nos juegan esos demonios que habitan la Sephirah Din y que en ocasiones resultan implacables.

    Me pregunto qué sucede en lo que se refiere a la creación de nosotros mismos, esa restauración del Adán Cadmon de la Cábala: recoger las piezas del hombre primigenio que fuimos, un ser quebrado a raíz de la severidad de Din y que, a partir de la voluntad y el trabajo humanos, intentamos restituir al lado del Universo entero; qué rayos sucede con esa tarea de ordenar nuestras propias cosas, esa tarea de limar la piedra en bruto que somos con el fin de obtener una pieza, si no artística, al menos decente, trabajada.

    Y aquí me viene a la mente la anécdota familiar de mi amiga Micaela, una compañera de mis tiempos de preparatoria, una historia en la cual, por motivos de debilidad humana quizá, o bien a causa de los demonios surgidos a partir de una contención excesiva, la obra que se intentaba no se llevó a cabo.

    Tanto mi amiga como su hija estaban en análisis. Cada una por su lado se había abocado a la tarea de crear esa obra que es el llegar a ser, o bien llegar a hacer lo que uno desea hacer, o bien, parafraseando a José Saramago: llegar a cumplir lo que se es. Y uno de los caminos que conocemos hacia esta obra de creación es, precisamente, el psicoanálisis.

    Resulta que, al parecer, ni Micaela ni su analista lograron armonizar los vértices de nuestro triángulo cabalístico, de manera que, enamorados (lo cual, supongo, no es nada raro en el caso de la paciente), iniciaron una relación amorosa y sexual. Pero éste no es el final de la historia: la hija de Micaela tuvo que suspender su propio análisis, no por voluntad propia sino de la madre quien, imagino, intentaba proteger la relación con su analista. No recuerdo el pretexto a través del cual lograron que la hija de Micaela abandonara sus sesiones; lo que sí recuerdo es que en este punto de la historia se vino abajo el proyecto, de modo que, muy probablemente, las obras en cuestión (los análisis de ambas o de alguna de ellas) pudieron permanecer inconclusas. (Fin de la cita).

    ¥¥¥¥¥

    Un acto no es sin consecuencias y mucho menos cuando ese acto eclipsa lo que Lacan designa como «el deseo del analista». De acuerdo con la definición del deseo como: «el deso del hombre es el deseo del Otro», [21] el deseo del analista está situado en el registo del Otro. Cuanto más el analista oculta su deseo personal ¾y es a lo que apunta Lacan en su lectura del Banquete de Platón en donde se muestra el deseo de Alcibíades y se oculta el deseo de Sócrates¾ cuanto más consigue ponerlo entre paréntesis, más claramente se manifiesta, en el analizante, esta función del deseo como proviniente del lugar del Otro. El deseo del analista es un lugar y la contratransferencia es la confusión de funciones y de sujetos, es un cambio de lugares que desemboca en la simetría de dos deseos y en una falsa consistencia de la transferencia que conduce a una «identificación» (enamoramiento) del analista con su paciente con lo cual, lo que se consigue es que el analista logre escamotear su responsabilidad

     La falsa consistencia de la noción de contratransferencia, su boga y las fanfarronadas que abriga se explican por servir aquí de coartada: el analista escapa gracias a ellas de considerar la acción que le corresponde en la producción de la verdad. [22]

    y logre también ser un claro paradigma de esa definición que Lacan dió de la contratransferencia: «Se llama contratransferencia al hecho de ser un imbécil.» [23]

    A partir de Lacan, el fenómeno de la transferencia no se puede pensar sin suponer el deseo del analista ya que «es el deseo del analista el que en último término, opera en el psicoanálisis», [24] y la diferencia con Freud consiste en que Lacan separa radicalmente el fenómeno de la transferencia, de la repetición. La repetición con su doble resorte: el automatismo (automaton) del lado del significante; el encuentro siempre fallido y buscado (tyche) del lado de la pulsión, el objeto a remitiendo al real; la transferencia en cambio es un fenómeno relativo a la interpretación, tiene un carácter netamente artificial, es un efecto de la estructura sui-generis del dispositivo de la cura, sólo hay transferencia si hay sujeto-supuesto-saber, es un momento de cierre y no de apertura del inconsciente, es ¡resistencia! Y esa resistencia se manifiesta por el «enamoramiento», he allí puesta en evidencia la función del Otro supuesto que no puede ser definido del todo por la función del sujeto-supuesto-saber sino que se requiere de otra suposición más: la de que el analista es deseante y no solamente deseado. Entonces, concluyo, el deseo del analista se construye a partir de la transferencia que es simbólica y no imaginaria.

    El trabajo que Lacan hace para nosostros con la figura de Sócrates consiste en poner en evidencia una nueva relación no tanto con la verdad, sino con el deseo: el deseo del Otro es puesto en posición de objeto y, aunque en ese momento de la enseñanza de Lacan no es todavía el objeto causa del deseo, [25] el objeto que Lacan aisla en Sócrates es el deseo mismo, no el objeto deseable, sino el deseante: el deseo es deseo de deseo, deseo del Otro. Ese es el deseo que el analista encarna o debiera encarnar, un deseo que está más allá de todos los bienes:

    El analista está poseído por un deseo más fuerte que aquellos de los cuales puede tratarse, a saber: llegar a los hechos con su paciente, tomarlo en sus brazos o tirarlo por la ventana. El analista dice: estoy poseído por un deseo más fuerte. Está fundado en todo analista, en tanto que se produjo una mutación en la economía de su deseo. [26]

    Así, nos dice Lacan en el Seminario El deseo y su interpretación:

    El deseo del analista está en una situación paradójica. Para el analista, el deseo del Otro, es el deseo del sujeto en análisis, y debemos a ese deseo, guiarlo, no hacia nosotros sino hacia otro. Maduramos el deseo del sujeto para un otro que no somos nosotros. [27]

    Ése y solamente ése es el método freudiano e implica un cierto juego del deseo sin el cual, no ha psicoanálisis.

    Que diferente resulta esta manera de articular el problema si la comparamos con la «regla de abstinencia», con la idea acerca de «alguna insuficiencia en la preparación del analista», o bien con la romántica imagen del analista en soledad de McCullers en The Ballad of the Sad Café. Entonces, el deseo del analista es algo que opera en forma esencialmente lateral, de ahí el por qué Raquel Capurro, Guy Le-Gaufey y el mismo Allouch se han acercado a este asunto, en los textos que mencionabamos en la introducción, sólo lateralmente. Es por procuración y no directamente que el analista se posiciona frente a su paciente: procura (el analista) la ocasión de amar a otro (su analizante) cuyo deseo tiene dificultades para derivarse sobre un objeto verdadero.

    En el caso de Micaela, el deseo de esa madre que podría haber amado a su hija al punto de respetar lo que para ella tenía un cierto valor: su propio análisis, se vió truncado porque el acto (sexual) del que fuera su analista obstaculizó para ella el abordaje de la pregunta sobre su deseo. Cuando un analista actua así y en vez de guiar el deseo de su analizante hacia el otro (la hija en este caso), lo madura para beneficiarse él mismo ¾cogiendo¾, hay algo ahí, como bien señala Lacan, «mal terminado». Y la glosa de Dulce María González nos lo pone muy en claro.

    El deseo del analista tendría que sostener la transferencia ¾no importa cuánto tiempo después de terminado formalmente un análisis, es decir, después de la última sesión¾ hasta en tanto no se verifique plenamente efectuada en el aprés coup esa mutación por advenir en la economía del deseo del analizante, sin obstaculizar sino facilitando, permitiendo, que el deseo de ese sujeto se derive a un objeto verdadero [28] que no es el analista, porque si lo fuera, es decir, si se «acuesta» con su analizante, entonces «la Verdad toca al mismo analista». Lacan se explica en una larga cita del 19 de Marzo de 1974:

    Michel Neyraud hizo un muy lindo librito sobre la transferencia, le dije que comenzar como lo hace por lo que él llama contratransferencia, si con ello quiere decir: aquello en lo cual la Verdad toca al mismo analista, es estar seguramente en el buen camino, porque después de todo es allí que lo verdadero toma su importancia primaria y que, como lo hice notar hace mucho tiempo no hay más que una transferencia, la del analista, ya que después de todo él es el sujeto-supuesto-saber. El analista debería saber bien a qué atenerse acerca de su relación con el saber, hasta donde es regido por la estructura inconsciente que lo separa de ese saber, que lo separa de él aunque conociendo una punta y, lo subrayo, tanto por la experiencia que de él ha hecho en su propio análisis como por lo que mi decir pueda proporcionarle.

    ¿Equivale esto a afirmar que la transferencia es la entrada a la verdad? Es la entrada de algo que es la verdad, pero verdad de la cual justamente la transferencia es el descubrimiento: verdad del amor.

    Es notable que el saber del inconsciente se haya revelado, se haya construido, que la verdad del inconsciente, es decir, la revelación del inconsciente como saber, esa revelación del inconsciente se haya hecho de manera tal que la verdad del amor, o sea la transferencia, no hizo allí más que irrupción. Llegó en segundo lugar. Y nunca se supo bien hacerla volver a entrar salvo bajo la forma del malentendido, de la cosa imprevista, de la cosa con la que no se sabe que hacer, salvo decir que era preciso reducirla, incluso liquidarla [.] porque además es necesario compenetrarse de ésto: que de la experiencia analítica, la transferencia es lo que ella expulsa, lo que ella no puede soportar sino padeciendo por su causa fuertes dolores de estómago. [29]

    El deseo del analista es un lugar, si alguien no lo ocupa, si alguno no puede sostenerse allí, entonces no hay análisis, [30] es la consecuencia de un no saber discernir entre abajarse o no.

    En su búsqueda, Alcibíades enseña el cobre del embuste del amor, y de su bajeza (amar es querer ser amado) en la que estaba dispuesto a consentir. [31]

     Así, la teoría del fin de análisis será pues homogénea al deseo del analista que la produce. Hasta aquí, por ahora, una introducción al tema.


    [1] Adolfo Bioy Casares, De Jardines Ajenos, Tusquets editores, Col. Fábula, Barcelona, 2000, pp. 102-103. (Se trata de un libro en el que Bioy Casares publica una serie de versos breves y fragmentos en prosa que recopiló a lo largo de toda su vida por la sencilla razón de que le «parecerion muy atinados, o muy hermosos, o muy absurdos») [Buenos Aires, 1994]. 

    [2] Sigmund Freud a WilhelmFliess, Freud-Fliess Correspondencia, 30 de junio de 1896, 203 (193), citado en: Peter Gay, Freud Una vida de nuestro tiempo, Paidós, Buenos Aires, 1990, p. 83.

    [3] Jacques Lacan, Les non dupes errent (Les noms du père) [Los no incautos yerran. (Los nombres del padre)], Seminario inédito, París, 19 de Marzo de 1974.

    [4] Jacques Lacan, L’Ethique de la psychanalyse, 1959-1960, Marzo 16 de 1960, la cita corresponde al CD de los Seminarios de Lacan en español, no se especifica el traductor. [La Ética del psicoanálisis, 1959-1960, Paidós, Buenos Aires, 1990, p. 204. (Esta traducción no es precisa)]. 

    [5] Lacan llama «disparidad subjetiva» a un punto medular de la transferencia que establece la disimetría radical de los dos protagonistas frente al deseo. Cfr. Seminario inédito Le transfert, dans sa disparité subjective, sa prétendue situation, ses excursions techniques, 1960-1961; «La dirección de la cura y los principios de su poder», Escritos 2, Siglo XXI, México, 1984, pp. 565-626; Seminario: Les fondaments de la psychanalyse, 1964. [Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,[1964], Paidós, Buenos Aires, 1987]. 

    [6] International Psychoanalytic Association.

    [7] -Stefano Bolognini, «Transference: Erotised, Erotic, Loving, Affectionate», International Journal of Psycho-Analysis, London, 1994, 75: 73-86 (IJP).

    -Abraham De Blecourt, «Transference, Counter Transference and Acting out in Psychoanalysis», International Journal of Psycho-Analysis, London, 1993, 74: 757-774 (IJP).

    -Glen O. Gabbard, M.D., «Sexual excitement and countertransference love in the analyst», Journal of the American Psychoanalytic Association, 1994, 42: 1083-1104 (APA), quien reporta lo siguiente: «.hasta recientemente la literatura psicoanalítica, con pocas excepciones (Searles, 1959); (Samuels, 1985); (Field, 1989), se mantendría sorprendentemente silenciosa al respecto. Después, en 1992, se llevó a cabo en la reunión de otoño de la American Pychoanalytic Association un panel intitulado «Amor en el encuadre analítico», con presentaciones de Gabbard, Kernberg (1994), y E. Shane. Este panel fue seguido por un evento similar en la reunión de la division 39 de la American Psychological Association en Abril de 1993, donde Hirsh (1994), Davies (1994), y Tansey (1994) describían detalladas viñetas clínicas referentes a la contratransferencia erótica» (p. 1083).

    -Otto F. Kernberg, M.D., «Love in the analytic Setting», Journal of the American Psychoanalytic Association, 42: 1137-1157 (APA), New York, December 19, 1992.

    -Harold F. Searles, M.D., «Oedipal love in the counter transference», International Journal of Psycho-Analysis, London, 1959, 40: 180-189 (IJP).

    -Lucia E. Tower, M.D., «Countertransference» Journal of the American Psychoanalytic Association, New York, December, 1955, 4: 224-255 (APA).

    Agradezco a Griselda Sánchez de la Asociación psicoanalítica mexicana (APM) el haberme permitido el acceso a estos archivos.

    [8] C. McCullers, The Ballad of the Sad Café, Riverside Press, Cambridge, MA, 1951, citado por Glen O. Gabbard, op.cit. p. 1083. La traducción es mía.

    [9] Raquel Capurro, «Trastadas libidinales en la páctica del secretario», Litoral 29: ¿Eros Erógeno?, Edelp, Córdoba, 2000, pp. 99 -114.

    [10] Guy Le-Gaufey, «Una relación sin conversa», Litoral 29, op. cit., pp. 81-97.

    [11] Jean Allouch, La etificación del psicoanálisis. Calamidad, Edelp, Córdoba, 1997, p.11, n. 5.

    [12] Jacques Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis [1964], Paidós, Buenos Aires, 1987, p. 35.

    [13] John Rajchman, Lacan, Foucault y la cuestión de la ética, Epeele, 1a. ed., México, 2001, pp. 40-41.

    [14] Jacques Lacan, «La dirección de la cura y los principios de su poder» [1958], Escritos 2, Siglo XXI, 12a ed., México, 1985, p. 595.

    [15] Sigmund Freud, «Cinco conferencias sobre psicoanálisis» [1909], Obras Completas, Tomo XI, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, p. 34.

    [16] Cfr. Jacques Lacan, «La dirección de la cura.», op. cit. y Le transfert, dans sa disparité subjective, sa prétendue situation, ses excursions techniques, Seminario inédito, 1960-1961.

    [17] A pesar de lo cual, actualmente, esa noción (la forma como Lacan la llamó) está siendo seriamente cuestionada al interior de la elp. Nos ocupamos de esos cuestionamientos en la segunda parte de este estudio.

    [18] Glosa: (Del latín glossa, y éste del griego glóssa, lengua.) Explicación o comentario de un texto oscuro. En música: variaciones sobre un tema, pero sin sujetarse rigurosamente al mismo. En literatura: composición poética en la que se hacen entrar uno o más versos, anticipadamente propuestos, al final de la misma o de cada una de sus estrofas.

    [19] el subrayado es mío.

    [20] Harold Bloom, La Cábala y la Crítica [1979],  Monte Ávila Editores, Caracas, 1992. [The Kabbalah and criticism, The Seabury Press, Inc., 2a. edición, 1992]. Sefirah: significa literalmente safiro; Tiferet: misericor- dia; Shekhinah: «Divina Presencia».

     

    [21] Jacques Lacan, «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo», Escritos 2, op.cit., p. 794.

    [22] Jacques Lacan, «Variantes de la cura-tipo», Escritos 1, Siglo XXI, 10a ed., México, 1984, p. 319.

    [23] Jacques Lacan, Los Escritos Técnicos de Freud, 1953-1954, Paidós, Buenos Aires, p. 332

    [24] Jacques Lacan, «Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista», Escritos 2, op.cit., p. 833.

    [25] En un momento posterior, Lacan desalojará al analista del lugar del Otro para hacerlo ocupar el lugar del objeto a, causa del deseo. El analista no está más presente en el campo del Otro y está allí en tanto que falta allí y hace semblante del objeto. 

    [26] Jacques Lacan,  Le transfert., op.cit. 8 de Marzo de 1961.

    [27] Jacques Lacan, Le desire et son interprétation, 1958-1959, inédito, 1 de julio de 1959.

    [28] Que no es otro que el objeto de la fantasía: ($ <> a).

    [29] Jacques Lacan, Les non dupes errent (Les noms du père) [Los no incautos yerran. (Los nombres del padre)], Seminario inédito, Paris, 19 de Marzo de 1974. Traducción de Irene M. Agoff de Ramos, CD Seminarios de Lacan en español, Buenos Aires.

    [30] Al menos no lo hubo en ese caso concreto. Surge la pregunta: ¿se puede ser analista a veces sí y a veces no?. Allouch escribe respondiendo a Derrida y a R. Major: «[.] la abusiva extensión del psicoanálisis, que leemos abiertamente en R. Major y en la que el psicoanálisis pierde toda especificidad, ya está nítidamente presente en Derrida. No, no se es analista ’aquí o allá’, más bien aquí y no allá [.] sí, se es analista de manera cuantitativa (Lacan decía: el analista ’recibe’, pero también, paralelamente, debe dar cuenta de su práctica ante el tribunal de la razón); no, no se es analista ’por momentos’ [.]». Jean Allouch, op.cit., p. 46, n. 52. Y más adelante: «[.] está excluida la posibilidad de hablar de un ’ser analista’, salvo bajo una forma negativizada. Esa es la importancia del ’desser’ (désêtre) lacaniano, al que le corresponde, del lado del analizante, una subjetivación también pensada negativamente, una ’destitución subjetiva’. [.]», op.cit., p. 57, n. 8.

    [31] Jaques Lacan, «Del Trieb..», op. cit., p. 832

  • «La transferencia es una calamidad»

    «La transferencia es una calamidad»

    ¿’Etificación’ o ética del psicoanálisis?

    Josafat Cuevas S.

    Iniciemos este texto refiriéndonos a lo que Lacan llamaba la «política teórica» del análisis. El sabía muy bien que su lugar era central en la historia del movimiento psicoanalítico. A pesar de que Freud, por ejemplo, se declaraba «apolítico» -en relación con lo cual suele citarse a menudo su respuesta a Max Eastman: «políticamente, no soy nada»[1] – dio pruebas, en incontables ocasiones, de que respecto del psicoanálisis ubicaba muy bien al enemigo, y que cuando se trataba de luchar contra él, era…implacable.

    Basta recordar que muchos de sus escritos más importantes fueron concebidos y publicados en respuesta a formulaciones, algunas de sus mismos «discípulos» y otras de sus detractores, que por cierto eran legión; por ejemplo, «Introducción del narcisismo», texto clave de 1914, es una abierta discusión con Jung, de quien Freud esperaba fuese su sucesor como cabeza del movimiento psicoanalítico. Por el contrario, aquél pretendía hacer del psicoanálisis una disciplina cuyos límites se desdibujaban en el continente de la mística. Sigmund Freud se pronuncia en contra de esta tendencia, tanto en sus textos publicados, como en sus cientos de cartas dirigidas a los otros protagonistas de la saga psicoanalítica. Lo mismo respecto de Adler y su intento de elevar su «protesta masculina» al estatuto de soporte fundamental del psicoanálisis [2] . Los ejemplos son innumerables y forman la trama misma de la historia del análisis.

    ¿Y cómo negar la evidencia de la «política teórica» en el recorrido entero de Lacan? Desde el principio sus intervenciones estuvieron marcadas por el tono polémico, principalmente en contra de dos enemigos: por un lado el anquilosamiento de la práctica del psicoanálisis, correlativo de una petrificación dogmática de sus nociones, y por otro las sucesivas degradaciones y versiones «revisionistas» y «adaptacionistas» que, después de la muerte de Freud cundieron en su campo.

     Pero no es esto directamente el objetivo de este escrito, sino la discusión de un libro que a mi juicio se ubica en esta vertiente de la política del psicoanálisis actual. Me refiero a «La etificación del psicoanálisis. Calamidad« [3] , de Jean Allouch.

    El motivo más evidente de este libro es la discusión de otro titulado «Política del psicoanálisis frente a la dictadura y la tortura» de Helena Besserman Vianna, presentado con gran revuelo en París, en febrero de 1997. Otro motivo, explicitado por el mismo Allouch, y en íntima relación con el primero, es la crítica frontal de una tendencia que él llama de «etificación» del psicoanálisis, cuyo principal promotor es ni más ni menos que Jacques Derrida; esta tendencia iría de la mano del impulso de cierto «psicoanálisis derridiano».

    El tema del libro de H. Besserman Vianna es la denuncia, en Brasil, de un analista identificado por una ex-analizante como parte del equipo de tortura durante el régimen militar. Esto afectó la respetabilidad de la IPA, pues tanto el «psicoanalista torturador» como su propio analista, didacta de la SPJR (Sociedad Psicoanalítica de Río de Janeiro) pertenecían a esa institución.

    Un planteamiento inicial de Allouch es que este libro retoma, sin nombrarla, «una teoría de R. Major» que remitiría, a su vez, a una especie de manifiesto lanzado por Jacques Derrida en 1981 en un texto tituladoGéopsychanalyse, and the rest of the world [4] . Tanto esa teoría en ciernes como el manifiesto derridiano apuntarían a denunciar una «monstruosa escisión» entre el terreno propio del psicoanálisis y una serie de cuestiones sin duda acuciantes del mundo actual: derechos humanos, segregación racial, sexual, represión política, tortura, exterminio…Según ellos, el psicoanálisis tendría que poder ser un instrumento de crítica, incluso capaz de contribuir a su solución. En resumen, se plantea una extensión, -bastante ambiciosa por cierto- de los límites en los que hasta ahora se ha desplegado el psicoanálisis. Allouch añade, no sin ironía, que poco falta para que el psicoanálisis se ligue con el «ecolo..ismo», y nosotros decimos: peor aún, con la «ecolatría».

    El autor plantea, con razón, que si el psicoanálisis se desliza por esa pendiente, se pierde la especificidad de la clínica, o sea, del caso. Aquí se trata -dice- de una sustitución de un caso (todo el asunto de Amílcar lobo), por esa «etificación del psicoanálisis» que califica de «calamidad».

    No nos detendremos en sus argumentos que, apoyados en algunos desarrollos de Lacan, cuestionan la fácil identificación -según él-, de Lobo como «psicoanalista torturador». Remitimos al lector en este punto a la Revista Artefacto, cuyo número 8, Cuerpo silenciado [5] , recoge algunos trabajos destinados a discutir esas tesis de Allouch, y que fueron presentados en el Coloquio Psicoanálisis y tortura. A propósito de confusiones clínicas, doctrinarias, políticas, institucionales, el 4 y 5 de marzo del 2000, en México, D.F.

    Para Allouch esa exclusión de la clínica es «correlativa a la actual ’etificación’ que padece el psicoanálisis (se propone esta palabra, basada en el modelo de otras oleadas parecidas: industrialización, electrificación, informatización) y que hay que considerar a esta oleada ética (…) como otra sustitución, la cual hace que la (así llamada) ética psicoanalítica ocupe el lugar del método freudiano» [6] .

    Continúa nuestro autor: «La exclusión de la clínica implica la del método, y esto aparecerá, allí donde aún se admite que el método freudiano es la invención crucial de Sigmund Freud, como una calamidad« [7] .

    Resulta imposible no estar totalmente de acuerdo con esta afirmación categórica, pero continuemos leyendo: «Esta calamidad pone en evidencia la incompatibilidad del método con una función ordenadora atribuida a la ética. Si se elige el método freudiano, forzosamente habrá que concluir, tal como Freud lo dijo antes que nadie, que no hay ética propiamente psicoanalítica» [8] .

    ¡Y aquí es donde empiezan los problemas!, pues hay que poner en cuestión ese «forzosamente«, dilucidando al mismo tiempo esa afirmación, atribuida a Freud, de que «no hay ética propiamente psicoanalítica». Esta categórica afirmación se apoya en un fragmento de una carta del fundador del psicoanálisis dirigida al pastor Pfister; mostraremos que en esa carta, como en otras dirigidas al mismo destinatario, así como a otros interlocutores, existe una indiferenciación, propiciada por la misma lengua -que los toma como sinónimos- entre ética y moral [9] ; veremos como conclusión de nuestro recorrido que en esa formulación, en vez de «ética», podría sostenerse en cambio que «no hay moral propiamente psicoanalítica». Daremos razón de esto, y para ello, en lo que sigue desplegaremos dos cuestiones, íntimamente vinculadas: la primera concierne a una ambigüedad, no despejada por Allouch, que consiste en el hecho de que cuando Freud habla de «ética», se refiere más bien a la moral, muy relacionada con aquélla, pero susceptible de ser distinguida; lo que nos lleva a la segunda cuestión, pues Lacan, percatándose de esa dificultad, se ocupará todo el año de su seminario de 1969-1970 -llamado justamente «La ética del psicoanálisis»- a diferenciar radicalmente el terreno de la moral, solidario de lo general prescriptivo, del campo de la ética, enraizado en la irreductible singularidad del caso por caso, que apunta a la dimensión no menos singular del deseo, cuya dificultad de subjetivación concierne a cada uno, en la experiencia del análisis.

    Eso nos permitirá discutir más adelante la disyunción establecida por Allouch en los siguientes términos: etica / método freudiano.

    Para abordar el primer punto, que concierne a la pregunta por aquello a que Freud se refería como «ética» del psicoanálisis, nos remitiremos a tres momentos clave, que están jalonados por los nombres de Oskar Pfister, James Putnam y …Carl Gustav Jung.

    Freud inicia una relación epistolar con el pastor protestante suizo en 1909; este intercambio de cartas no se detendrá sino hasta 1939, año de la muerte del primero. En una misiva del 9 de octubre de 1918, a propósito de un libro de Pfister sobre psicoanálisis y educación [10] , después de las alabanzas de rigor, Freud le dice que, no obstante «estoy inconforme con un punto, con su oposición a mi ’teoría sexual’ y a mi ’ética’. Es decir, esta última se la cedo; a mí la ética me es extraña y usted es pastor de almas. No me quiebro mucho la cabeza en relación con el bien y el mal…» [11] .

    Ya las comillas puestas por Freud al término ética indican que hay que detenerse en él para interrogarlo. Es lo que haremos enseguida, no sin notar que Freud la reconoce ajena a él, ubicándola en cambio del lado de su interlocutor, «pastor de almas». Remarquemos también que finaliza la oración citada aludiendo al bien y el mal como perteneciendo al mismo ámbito en cuestión, o sea, al de la «ética».

    Un argumento muy importante en la posición de Pfister tiene que ver con la apelación a la noción freudiana de «sublimación», mediante la cual el sujeto debería cambiar sus crudos reclamos pulsionales por los más altos valores éticos y morales (aquí sí indistintos), más acordes con el «bien común». Por ello, más adelante en la misma carta, Freud añade que «respecto a la posibilidad de la sublimación hacia la religión sólo me queda envidiarlo desde el punto de vista terapéutico. Pero lo hermoso de la religión desde luego no pertenece al psicoanálisis. Es natural que aquí, en la terapéutica, nuestros caminos se separen, y así puede continuar» [12] .

    Esta carta es crucial para la afirmación antes citada de Allouch en el sentido de que Freud fue el primero en concluir «que no hay ética propiamente psicoanalítica». Así, después de citar el mismo fragmento que consignamos antes, en el que éste se declara ajeno a la «ética», concluye: «freudiana respuesta a la calamitosa ética que invade al psicoanálisis: dejar la ética a los pastores de almas» [13] .

    Antes de avanzar en su discusión, citemos todavía un par de cartas más; la primera del 24 de febrero de 1928, en la que Freud le replica a Pfister que «el postulado de que la ciencia debería elaborar una ética es injusto -la ética es una especie de regulación de tránsito para el trato entre los hombres» [14] ; de nuevo, aparece en esta frase la cuestión general de una regulación de las conductas de los hombres, por medio de la polaridad, -ajena a una disciplina científica al modo en que Freud concibe el psicoanálisis-del bien y el mal.

    Un poco después, en la misma carta, asistimos a uno de esos escasos momentos en los que Freud se «permite ser descortés» con su interlocutor al preguntarle de manera contundente: «cómo demonios concilia usted todo lo que vivimos y lo que nos espera en el mundo con su postulado de un orden universal ético?». Parece que Freud todavía no obtiene una respuesta; más bien al contrario: los hechos muestran cada vez más distancia con ese «orden universal ético» [15] .

    Por su parte Pfister, no obstante la posición que mantenía, puede escribirle a su interlocutor, el 9 de febrero de 1929, que el análisis tiene que ser «exclusivamente ’profano’. Es, en su esencia, exclusivamente privado y no proporciona directamente ningunos valores» (…) Pero me parece que no sólo los niños, sino también los adultos, muy frecuentemente tienen en su interior una necesidad de valores positivos de orden espiritual, de un concepto del mundo y de una ética que el psicoanálisis no puede dar…» [16] .

    Esta última frase, que bien podría haber sido escrita por Freud, muestra hasta qué punto, a pesar de su profesión de «pastor de almas», Pfister comprendía claramente la inalienable posición del fundador del psicoanálisis en este ámbito. En su respuesta, el 16 de febrero, éste remacha que «la ética está basada en las exigencias ineludibles de la convivencia humana» [17] . Lo menos que puede decirse, es que el psicoanálisis no es una experiencia que contribuya precisamente a esto, lo que indica que hay que buscar en otro lado.

    Y para hacerlo, continuemos con James Putnam, a quien Freud conoce durante la visita a Worcester, Massachussets, con ocasión de las conferencias que dictó ahí, junto con Jung, en 1910. Putnam, a quien Freud reconoce las más altas cualidades morales, motivo por el que goza de una posición muy respetable en la «tierra del dólar», envía a éste su libro Motivos humanos. Freud le escribe inmediatamente que, aunque no ha terminado de leerlo, «si he estudiado lo que más me interesaba, es decir, las importantes secciones dedicadas a la religión y el psicoanálisis (…)Seguramente no pretendería usted obtener mis alabanzas (…)» [18] . Y al citar un fragmento del libro de Putnam en el que éste le cuestiona una limitación de su visión a propósito de las pulsiones, Freud escribe que «En la página 20 hallé el pasaje que me parece más aplicable a mí mismo (…) Sin embargo, quizá me era precisa esta unilateralidad para describir aquello que estaba oculto a los demás (…) pues, después de todo, esta senda rectilínea de mi pensamiento dio sus frutos específicos. Me dejaron frío, sin embargo (…) los argumentos que dedica a la realidad de nuestros ideales. No acierto a ver la conexión entre la realidad psíquica de nuestras ideas de perfección y la fe en su existencia material» [19] .

    Imposible ser más claro acerca de la vocación de límite del saber de la ciencia, tal como Freud la profesa, en contra de esa tendencia extensiva que lleva a una concepción total del mundo, a una cosmovisión, a unaWeltanschauung. Encontramos también en ese párrafo citado, de nuevo, el repudio de Freud a aceptar la existencia material de los ideales de perfección en la vida, pero sobre todo, en el terreno del psicoanálisis. Unas cuantas líneas más adelante le dice: «Acepto el concepto de la moralidad; mas no en su sentido sexual, sino social» [20] : al César lo del César…

    En su «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» de 1914 [21] , después de reconocer a James Putnam por el lugar que éste ha dado al psicoanálisis en América -luego de las conferencias aludidas antes- Freud dice que «Putnam ha cedido luego en demasía a la inclinación ética y filosófica de su naturaleza, y dirigió al psicoanálisis una exigencia a mi juicio incumplible para éste, a saber, que debería estar al servicio de una cosmovisión (Weltanschauung) ético-filosófica determinada» [22] .

    Sabemos hasta qué grado el propio Freud se prohibía él mismo ceder a esa inclinación; de ahí su repudio, que ha llamado la atención de más de cuatro, de la filosofía y sus sistemas. El limita el campo de visión de un problema a la perspectiva focalizada de su ciencia, y rechaza lo que considera vana especulación, a menudo única definición de la filosofía, según su juicio. Imposible rechazar más claramente el intento de extender el psicoanálisis a una concepción total del mundo, por loable que sea. Vemos también en esta cita la «exigencia», «incumplible» y el imperativo «debería»: es el ámbito del «obsceno y feroz» super-yo. Pero precisamente, el pleito de Freud es que ese terreno es el de la práctica local, circunscrita, del análisis, y no el de una «aplicación» de sus nociones a la construcción de un «edificio universal».  

    Pero más aún que con Pfister y con Putnam, con quien se verá de modo más directo cuál es exactamente la posición de Freud en el terreno que nos ocupa, es con Carl Gustav Jung y sus pretensiones de modificar el psicoanálisis freudiano, al grado de que -como dice el mismo Freud- termina haciendo…¡otra cosa!

    Que el lugar que ocupó Jung no es cualquiera, lo muestran no sólo las expectativas que Freud había depositado en él como su relevo a la cabeza del movimiento psicoanalítico, sino el espacio que dedica en la «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», a discutir su tendencia a indiferenciar las nociones centrales del psicoanálisis en una visión mística y omnicomprensiva del mundo. De las 57 páginas de ese escrito, 8 están dedicadas a discutir ese intento de Jung y a dilucidar de nuevo la especificidad del análisis, tal como lo concibe Freud. Respecto de la concepción de aquél dice que la Escuela de Zurich la presenta «como un nuevo evangelio salvador que inicia una nueva era para el psicoanálisis, y hasta una nueva cosmovisión para todo el mundo» [23] . Es esa especificidad la que constituye, como bien dice Allouch, el núcleo del método freudiano; pero no es menos cierto, como hemos venido mostrando, que este método es opuesto por el propio Freud a cualquier intento de anular su especificidad en aras de cualquier sistema que se proponga brindar una «explicación» total, sea del tipo que sea, y en relación con los hechos que fueren.

    Un poco después añade Freud que los suizos «han estudiado en detalle (precedidos en esto por Pfister) el modo en que el material de las representaciones sexuales procedentes del complejo familiar y de la relación incestuosa de objeto es empleado en la figuración de los supremos intereses éticos y religiosos de los hombres; vale decir, han esclarecido un importante caso de sublimación de las fuerzas impulsoras eróticas y de su transposición a aspiraciones que ya no pueden llamarse eróticas. Esto se ajustaba a la perfección a las expectativas contenidas en el psicoanálisis; condeciría, sobre todo, con la concepción según la cual en el sueño y en la neurosis se hace visible la resolución regresiva de estas sublimaciones, así como de todas las otras. Sólo que ello habría provocado indignación en la gente…¡la ética y la religión sexualizadas» [24] . Para contrarrestar esto, Jung rescata el concepto de Silberer del sentido anagógico de los síntomas, sueños, complejos, etc. Es decir, el incesto, el conflicto con el padre y/o la madre no son reales, son simbólicos, y apuntan a algo más elevado; es aquí que interviene el famoso arquetipo. Obviamente, Freud cuestiona radicalmente este intento de reducir (o elevar, da lo mismo) el Edipo a un arquetipo.

    Inmediatamente después escribe que «el perfil que ha cobrado la neo-terapia de Zurich bajo el imperio de tales tendencias puede bosquejarse siguiendo las indicaciones de un paciente que debió sufrirlas en su persona: ’esta vez, ningún cuidado por el pasado ni por la transferencia. Donde yo creí asir esta última, la presentaron como mero símbolo de la libido [25] . Los consejos morales eran muy hermosos, y yo los seguí al pie de la letra, pero no di un solo paso adelante (…) en lugar de una liberación por el análisis, cada sesión traía consigo nuevas y enormesexigencias, de cuyo cumplimiento se hacía depender la superación de la neurosis; por ejemplo, una concentración interior mediante introversión, ahondamiento religioso, nueva vida comunitaria con mi mujer, en amorosa entrega, etc. (…) uno abandonaba el análisis como un pobre pecador con los más fuertes sentimientos de contrición (…) lo que él me recomendó, cualquier cura párroco me lo aconsejaría’» [26] .

    Vemos aquí otra vez el ideal en su máxima expresión, de la mano de la exigencia que, como dijimos, corresponde al dominio del super-yo. Según esta visión, es la misma neurosis la que se convierte en un asunto de moral, cosa que Jung no se prohibía formular con todas sus letras [27] .

    Y Freud concluye, implacable, «que la nueva doctrina que querría sustituir al psicoanálisis implica una renuncia al análisis y una secesión respecto de él» [28] . Con Jung no hubo entonces sucesión, sino secesión.

     Efectivamente para Freud estaba clara la cuestión: de un lado el método de la singularidad del caso, queexcluye cualquier acumulación de saber [29] , y del otro la extensión indefinida del análisis, con la consecuente disolución en los más variados terrenos. Allouch tiene razón al plantear esta clara disyuntiva, pero lo que nos parece difícil de sostener es su conclusión de que «no hay una ética propiamente psicoanalítica», basada, como vimos, en esa indistinción, en la que el propio Freud incurría, entre ética y moral.

    Hasta aquí hemos considerado de qué modo -con Pfister, Putnam y Jung- se trata, en nombre de una exigencia mal planteada y dirigida al psicoanálisis, lisa y llanamente de su desaparición, de su anulación. No importa que esa exigencia se haga en nombre de «elevados» motivos. Aceptarla, es diluir la especificidad de la experiencia del análisis.

    Pero ese intento no es de ningún modo privativo de aquellos tiempos fundantes. A mediados del siglo XX asistimos a otro de esos tentadores esfuerzos: nos referimos a la cruzada freudo-marxista, que en nombre de parecidos ideales, propugnaba que el psicoanálisis debía «completar» la teoría y la praxis sociales del marxismo, concebidas -también erróneamente- como una visión total de la realidad. El tiempo demostró lo equívoco e infructuoso de esa noble pretensión. 

    Y llegamos así al intento más reciente en esa misma dirección: nos referimos, por supuesto, al geopsicoanálisis de R. Major y J. Derrida. Al igual que las anteriores tentativas salvacionistas, ésta también seduce con mucha fuerza, proporcional a los graves problemas a que es llamado -incluso emplazado- a responder. Si no lo hace, está condenado a los anatemas de anacrónico, erróneo, insuficiente, en el mejor de los casos, cuando no es acusado de reaccionario y de estar al servicio de los bajos y oscuros intereses de la burguesía.

    Así, el psicoanálisis tendría que servir de sustento y soporte de una larga serie de disciplinas y prácticas críticas y emancipadoras de las miserias sociales actuales: gran honor y grave responsabilidad. Y que no se responda con el asunto de los límites precisos de su práctica que, con Freud, hemos remarcado, pues corremos el riesgo de ser tachados de tibios, de apocados incapaces de ampliar esa cortedad de miras que ha aquejado al psicoanálisis desde su mismo nacimiento [30]

    Es por todo esto que estamos de acuerdo con la necesidad que motiva la publicación del libro Etificación del psicoanálisis. Calamidad, de Jean Allouch. Es claramente un asunto de política del psicoanálisis, en el sentido en que venimos desplegando.

    El plantea que esa «etificación» es correlativa de una anulación de la clínica, o sea, del caso. Su posición es que la forma en que es abordado y presentado el asunto de A. Lobo en el libro de Besserman Vianna, escamotea la cuestión de la transferencia, única que permitiría ubicarlo como caso. Como dije al principio, no es el objeto de este trabajo discutir sus argumentos en este punto.

    Creemos en cambio haber mostrado suficientemente que lo que Freud rechaza en su momento en las tentativas que hemos considerado, es la inclinación de hacer del psicoanálisis una especie de panacea para resolver una diversidad de problemáticas que no le atañen, dada su delimitación práctica y teórica. La actual «etificación» del psicoanálisis denunciada por Allouch se ubica en esta pendiente; por eso estamos de acuerdo en cuestionarla de raíz [31] .

    Pero el punto que discutiremos ahora tiene que ver con el hecho, grave a nuestro juicio, de que en su discusión Allouch desconoce lisa y llanamente todo el trabajo que Lacan realizó en el seminario de la ética aludido antes.

    Exactamente al concluir la frase tan contundente que hemos citado ya acerca de la inexistencia de una ética psicoanalítica, en una nota a pie de página dice que «parecería originarse un problema con Lacan, uno de cuyos seminarios (1959-1960) se titulaba precisamente La ética del psicoanálisis. Este problema no será tratado aquí frontalmente» [32] . Pero no sólo no es tratado «frontalmente», sino que sostenemos que es precisamente por ignorarlo, que Allouch concluye de la manera en que lo hace, que «no hay ética propiamente psicoanalítica».

    Es por eso que propone la oposición que citamos antes ética / método freudiano. A la luz de lo que hemos desplegado, para nosotros, por el contrario, la alternativa se plantea en los siguientes términos: 

    Método freudiano Moral (general)

    Singularidad del caso Vs. Cosmovisión (Weltanschauung)

    Etica de la transferencia Política, religión, derecho, educación y …un largo

    etcétera, al final del cual se ubica el geopsicoanálisis

    derridiano, eje de la «calamidad» etificadora actual.

    Por lo tanto, la disyuntiva es, para nosotros: etica / «etificación».

    Para Allouch, en cambio, no hay diferencia alguna entre ética y «etificación»; sostenemos que ello es una consecuencia de descuidar como lo hace, la distinción -que recorre como un hilo rojo todo el seminario de Lacan- de los campos de la moral y de la ética, esencialmente heterogéneos. El primero se ubica, como ya dijimos, en el terreno general de la prescripción, soportado por las nociones de bien y mal. Es a esto a lo que Freud, y después Lacan, dicen: NO.

    El segundo, en cambio, remite a lo singular irreductible. Lacan articula la ética del psicoanálisis desde la radical singularidad de la estructura de la transferencia, de cada transferencia [33] . Una de las nociones clave en este terreno es la del deseo; por eso Lacan propone al deseo como soporte capital de esa ética [34] . Y puede constatarse que, correlativa al descuido total de este desarrollo de Lacan, en la argumentación de Allouch, se encuentra al mismo tiempo una crítica -discutible también- de su formulación, en los siguientes términos: «Lacan creyó poder constituir el vector de una ’ética del psicoanálisis’ allí donde Freud, deliberadamente, no se planteaba ningún problema» [35] .

    ¡Por supuesto!, porque Freud, como bien dice el mismo Jean Allouch, se orientaba por la ética de la ciencia y dejaba a sus pacientes el cuidado o no de sus valores «morales». En otro lugar de su texto Allouch se desliza, confirmando lo que hemos venido argumentando, al escribir que «En su confrontación con Putnam (…) Freud rechaza explícitamente el tratamiento por la «moral« [36] . Es decir, se desliza entre los términos «ética» y «moral», precisamente por descuidar, como hemos dicho, la distinción esencial establecida por Lacan, y efectivamente ausente como tal en Freud, pues para él la elección era entre su método de la singularidad del caso y la serie «ética-moral-religión», terreno de los pastores de almas.

    Otro pasaje que confirma su oscilación es el siguiente, en el que, después de hablar de la «evacuación del caso», concluye: «una militancia política no confesada que se cubre bajo otra vía, una ideología, una Weltanschauung que tiene un nombre: la ética del psicoanálisis» [37]

    En resumen: lo que no era un problema para Freud, porque simplemente rechazaba esa moral aplicada al psicoanálisis, o mejor, el psicoanálisis aplicado a la moral (en el fondo la misma cosa), para Lacan sí fue un problema, pues el reconocía la heterogeneidad radical entre moral y ética. Pero esta heterogeneidad no va de suyo; fue preciso su recorrido para establecerla en el campo del análisis. Que la tendencia a tomarlas como sinónimos no sólo se soporta en el idioma, sino que está muy arraigada en nosotros, lo muestra el mismo Allouch: en las dos últimas citas de su libro hemos visto como se desplaza de «moral» a «ética».

    Escribe también, de acuerdo con su crítica, que «si se lo juzga por las consecuencias actuales -¿cómo hacerlo de otro modo?- Lacan habría cometido una terrible estupidez ¿Cuál exactamente? Habría creído poder decir que ’el psicoanalista no cede en su deseo’ sin que esa aseveración, local, circunstancial, válida sólo para el acto psicoanalítico (…) fuera utilizada de una manera distinta, en otra parte» [38] . Pero si aceptamos esta afirmación, ello equivaldría a sostener que Freud y Lacan cometieron estupideces a cada paso, pues sus nociones son cotidianamente tergiversadas, malentendidas, sacadas de contexto, «aplicadas» a diestra y siniestra, principalmente por los mismos analistas, que hacen de sus respectivas formulaciones precisamente una serie de prescripciones, por lo tanto morales [39] .

    Más grave nos parece, por el contrario, que al encarar la crítica de la actual «etificación» del psicoanálisis, Allouch arroje por la borda también a la ética, de la que, lo menos que podría reconocerse, es que es una cuestión abierta, al menos desde Lacan, claro que desde otra perspectiva, y no desde la simple (y tal vez nada simple) oposición con la moral, indistintas para Freud y sus discípulos.

    Conclusión: estamos de acuerdo con la crítica sin concesiones a cualquier intento de diluir la especificidad del análisis en una extensión de tinte «moral», o relacionada con el «ismo» que se quiera, por noble que sea, y sobre todo con la actual «etificación» del geopsicoanálisis propugnado por Derrida y Cía., pero rechazamos igualmente la estrategia de Allouch quien, en su afán por cuestionar de raíz este intento, arroja al niño junto con el agua sucia, al negar la pertinencia de la pregunta abierta por Lacan en torno a la radical singularidad de la ética del deseo, soporte del análisis.

     Su estrategia nos recuerda una escena del film La vida de Brian: el «escuadrón suicida», protegido como conviene con fuertes armaduras y provisto de afiladas espadas, se aprestan a atacar a muerte a los soldados del imperio romano; en un paraje despejado desenvainan decididamente sus espadas, se quitan con un ágil movimiento sus petos…¡y se las clavan a sí mismos, al unísono, en sus pechos…!

     Jean Allouch se refiere a la actual «etificación» del psicoanálisis como una calamidad. Y nosotros, para concluir, citamos la carta que Freud le escribe al pastor protestante Oscar Pfister el 5 de junio de 1910; después de exponerle lo esencial de su «técnica», le dice que «la transferencia es, sobre todo, una calamidad« [40] .  


    [1] Es uno de los epígrafes que encabezan el libro de J. Allouch motivo de este artículo: La etificación del psicoanálisis. Calamidad. Edelp, Córdoba, 1997.

    [2] Cfr. P. Roazen. Freud y sus discípulos, Alianza Ed., México, 1978, pp. 199 ss.

    [3] Allouch, J. Op. cit.

    [4] J. Derrida. «Géopsychanalyse, and the rest of the world», en Géopsychanalyse. Les souterrains de l’institution, París, éditions Confrontation, 1981.

    [5] Artefacto no. 8 Cuerpo silenciado, México D.F., febrero 2001.

    [6] Allouch, J. Op. cit., pp. 10-11.

    [7] Ibid.

    [8] Ibid., p. 11. Subr. mío.

    [9] Tanto en alemán, como en francés y en castellano.

    [10] Hay que decir aquí que Oskar Pfister es el creador del paidanálisis.

    [11] Correspondencia 1090-1939 Sigmund Freud-Oskar Pfister, México, F.C.E., 1966, p. 58, subrayado mío.

    [12] Ibid., p. 59, subrayado mío.

    [13] Ibid., p. 84.

    [14] Ibid., p. 118.

    [15] Mientras escribíamos este artículo, cayeron las torres gemelas de Manhattan.

    [16] Ibid., p. 122. Subrayado mío.

    [17] Ibidem, p. 124.

    [18] Sigmund Freud. Epistolario II. Rotativa, Barcelona, 1972, p. 76..

    [19] Ibidem. Subrayado mío.

    [20] Ibid., p. 77.

    [21] Freud, S. «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», en O.C., Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1998, vol. XIV.

    [22] Freud, S. Op. cit., p. 30, subr. mío.

    [23] Ibid., p. 58, subrayado mío.

    [24] Ibid., p. 59, subrayado mío. Notemos en este pasaje la conjunción entre ética y religión, que confirma lo que hemos venido sosteniendo: para Freud «ética», «moral», «religión», pertenecen al mismo campo, y se ubican con relación a la polaridad del «bien» y del «mal».

    [25] No olvidemos que una de las obras más importantes de C. G. Jung se llama justamente «Transformaciones y símbolos de la libido».

    [26] Ibid., pp. 59-61, subr. mío.

    [27] Escribe Jung: «…el método terapéutico de la psicología compleja consiste, por un lado, en hacer consciente lo más acabadamente que sea posible la constelación de contenidos inconscientes, y por el otro, en una síntesis de éstos con la consciencia por un acto de reconocimiento. Pero como el hombre civilizado posee una disociabilidad muy grande (…) de ningún modo es seguro por adelantado que un reconocimiento sea seguido por el obrar correspondiente (…) y en consecuencia hay que presionar para que tenga lugar un adecuado empleo de éste. Por lo regular el reconocimiento librado a sí mismo no tiene esos efectos positivos ni tampoco representa un poder moral. En tales casos se ve claramente hasta qué punto la curación de las neurosis es un problema moral«. C.G. Jung. Arquetipos e inconsciente colectivo. Barcelona, Ed. Paidós, 1994, pp. 46-47, subrayado mío.

    [28] Ibid., p. 64, subr. mío.

    [29] Cfr. su muy citada formulación de abordar cada caso como si fuese el primero.

    [30] En la contratapa de un libro de Jung puede leerse que es la obra de un «discípulo que se atrevió a ampliar los estrechos límites en los que el mismo fundador del psicoanálisis lo enmarcó». Esta leyenda está destinada, por supuesto, a promover la venta de tal libro, pues uno recibirá más por su dinero.

    [31] Cfr. también Pasternac, M. Lacan o Derrida. Psicoanálisis o análisis deconstructivo. Epeele, México, 2001.

    [32] Allouch, J. Op. cit., p. 11, n. 5.

    [33] Incluso puede decirse que Lacan realizó los cambios en su práctica que motivaron su «excomunión» de la I.P.A., precisamente porque lo único que lo orientaba en ella era el reconocimiento del papel absolutamente central de esa ética de la singularidad de cada transferencia. Una vez ubicado eso, las sesiones con sus analizantes podían tener lugar no sólo en su consultorio, sino… en el elevador.

    [34] Resulta interesante constatar que, a la vez que Allouch desconoce en su exposición esta articulación de Lacan, puede no obstante escribir, respecto del ejercicio del análisis, que «…este ejercicio del deseo -que él es- no podría darse sin depender de las reglas del método freudiano«. Op. cit., p. 84, subrayado mío.

    [35] Ibid., p. 45.

    [36] Ibid., p. 29. Subrayado mío.

    [37] Ibid., p. 81, subrayado mío.

    [38] Ibid., p. 45.

    [39] Ocurrió con el Edipo de Freud y con muchos otros puntos de su doctrina, por ejemplo la «moralización» absoluta de la cuestión del «acting-out» y de su lugar en un análisis. Lo mismo cabe decir de muchos de los planteamientos de Lacan, que se convirtieron en imperativos para los analistas.

    [40] CorrespondenciaOp. cit., p. 36, subrayado mío

  • La adivinación en sus relaciones con la posición paranoica

    La adivinación en sus relaciones con la posición paranoica

    Alberto Sladogna

    Yo sostengo y sostendré, sin ambigüedad -y creo estar en la línea de Freud haciéndolo- que las creaciones poéticas engendran más de lo que reflejan de las creaciones psicológicas.
    Jacques Lacan, 4/03/1959

    Todo fenómeno analítico, todo fenómeno que participa del campo analítico, del descubrimiento analítico, de aquello con que tenemos que vérnosla en el síntoma y en la neurosis, está estructurado como un lenguaje.
    Jacques Lacan, 14 de marzo de 1956

    Jacques Lacan, un psicoanalista, transmitió las consecuencias doctrinarias de su experiencia, así en el curso de su seminario oral El deseo es su interpretación (1958/1959) [1] , constataba el lugar de la ficción en la transmisión de lo no transmisible: la experiencia. En efecto, la articulación de cada cura con la doctrina dibuja un trazado asintótico. Se genera, entonces, aquí y allá una falta de correspondencia término a termino de una con la otra.

    A través de la ficción contenida en la práctica de la adivinación nos proponemos estudiar una singularidad de orden clínico presente en la experiencia paranoica en el psicoanálisis y en la vida social. Es posible que esa ficción permita abrir la formulación de que algo – la paranoia, entre otros sucesos- está estructura como un lenguaje.

    En el inicio está el acto analítico

    Corresponde colocar en el inicio de esta presentación algunos testimonios que provienen del campo de la clínica:

    1.- En el transcurso del caso Schreber, Freud nos informa de lo siguiente:

    Agregaré una pequeña pieza del historial clínico que no es debidamente apreciada en los dictámenes, a pesar de que el propio enfermo hace todo lo posible para situarla en el primer plano.

    Aquí deja en claro algo: hay que darle lugar, todo el lugar necesario a la insistencia que proviene del caso, de la insistencia del «enfermo» en este caso. ¿De que trata la insistencia de Schreber? Una insistencia no apreciada por los «dictámenes»:

    Me refiero a la relación de Schreber con su primer médico, el consejero privado profesor Flechsig, de Leipzig.. Desde entonces las persecuciones se vuelven cada vez más tolerables, y el carácter ignominioso de la emasculación que lo amenaza es relegado, por responder ella a una finalidad del orden del universo. Ahora bien, el autor de todas las persecuciones es Flechsig, quien sigue siendo su maquinador… ¿Cuál fue en verdad la fechoría de Flechsig y a qué motivo respondió? El enfermo nos lo cuenta con la imprecisión e inaccesibilidad características que se pueden considerar rasgo distintivo de todo trabajo de formación delirante particularmente intenso, si es lícito apreciar la paranoia siguiendo el modelo del sueño, que tanto más familiar nos resulta. Flechsig ha perpetrado o ha intentado un «almicidio» en el enfermo, acto este que tal vez quepa asimilar a los empeños de Lucifer y los demonios por apoderarse de un alma, y quizá tuviera su modelo en procesos ocurridos entre miembros ha mucho fallecidos de las familias Flechsig y Schreber (22 y sigs.). Querríamos averiguar más sobre el sentido de este almicidio, pero aquí se nos vuelven a denegar las fuentes de manera tendenciosa: «Salvo lo ya indicado, no puedo decir en qué consiste la genuina naturaleza del almicidio ni, por así decir, la de su técnica. Acaso sólo cabría agregar aún. . . (sigue un pasaje de publicación inconveniente)» (28). A raíz de esta omisión no queda para nosotros en claro qué se entiende por ’almicidio’. [2]

    Cómo podemos explicar las causas que permiten a un loco, en este caso a un paranoico o incluso un esquizofrénico [3] ¿cómo explicar su anticipación respecto de lo que pondría en práctica las políticas de «salud» del régimen nazi? La emasculación es una forma singular de practicar la eugenesia, a eso se añade que Schreber en su delirio adivinaba aquello que hoy está de regreso como forma de encarar problemas de salud llamada reproductiva. Aquí, se lee que Schreber en su delirio adivinaba el «futuro», en términos de Freud diríamos: Gedankenverraten [revelación del pensamiento]. Su adivinación no carecía de apoyo material en el mundo de los signos que constituyen tal o cual formación cultural. El Doctor Paul Flechsig publicó antes de su encuentro con Schreber varios artículos, el escritor Roberto Calasso en El loco impuro [Marymar, Bs.As, 1977] informa que:

    Unos diez años antes de la internación de Schreber en la clínica universitaria de Leipzig, Flechsig había introducido una nueva ginecología metódica para la terapia de las psicosis y de la histeria, sobre la informó en una comunicación de 1884: Zur gynaekologischen Behandlung der Hysterie [Para el tratamiento ginecológico de la histeria], publicada en el Neurologisches Centralblatt, III, número 19 y 20…A Flechsig le pareció ’justificado esperar por medio de la de una extirpación de los ovarios se podrían eliminar las exacerbaciones premenstruales. Basándose en estas consideraciones el 10 de julio se procedió a la castración» [4] .

    El delirio de Schreber contenía unos gramos de verdad provenientes del campo del Otro. Su texto fue escrito entre 1900 y 1902, publicado en 1903, treinta años antes de que las leyes eugenésicas y de esterilización fueron aprobadas durante la república de Weimar, en el estado de Prusia, en ese momento gobernado por un socialdemócrata, el proyecto fue elaborado por genetistas, médicos higienistas, psiquiatras de gran renombre, varios de los cuales más tarde a consecuencia de sus orígenes judíos debieron emigrar. En México, en el Estado de Veracruz , en los años treinta fue aprobada una ley eugenésica que regulaba la esterilización de alcohólicos, esquizofrénicos, maníacos depresivos [5] ; en esa década se funda una asociación cuya Revista de la Sociedad de Eugenesia (1941) proponía la esterilización para frenar la reproducción de «orates». Un lector de sus ejemplares se llevará una sorpresa al constatar quienes escribían o participaban de las actividades de esa sociedad [6]

    ¿De dónde proviene esta posibilidad de adivinar? Kreschmer, Myers y Jacques Lacan coincidían en subrayar que la paranoia es una réac­tion aux situations vitales, situaciones vitales del paranoico en el marco de la colectividad. Lacan proponía definir al delirio de interpretación por su forma -o sea por su imagen descriptiva-: Le délire d’interprétation est un délire du palier, de la rue, du forum.[El delirio de interpretación es un delirio del pasillo, de la calle, del foro] (1931) ¿Será excesivo apuntar su carácter de presentarse como un delirio del hecho colectivo?

    Segundo testimonio clínico: Ernst Wagner, cuyo caso fue el sustento de una teoría de la paranoia elaborada por quien fuera su psiquiatra el Dr. Robert Gaupp, la noche del 3 al 4 de septiembre de 1903, mató a su mujer, y sus cuatro hijos, y luego hace una incursión donde masacra a otras 9 personas en una localidad cercana. Él se proponía eliminar a los habitantes de sexo masculino de ese pueblo debido a que ellos hacían chismes y burlas de sus prácticas sexuales – la sodomía: practicar el sexo con animales-. La masacre la llevo a cabo en 1913 y treinta años después, en 1938, declaraba a su médico:

    Que son algunas centenas de muertos, en comparación con mi sufrimiento. (…) Se habla tanto de limpieza eugenésica, yo actué y llevé a cabo limpieza eugenésica práctica. Ernst Wagner (marzo de 1938, Conversación con el médico acerca de sus crímenes) [7]

    Si los actos de este paranoico fueron locos qué decir de su adivinación practica de una política eugenésica puesta en marcha por el colectivo al cual él pertenecía. Es dramático subrayar que el único trazo de identificación reconocido por él fue la eugenesia, un trazo compartido con su comunidad a partir de que él y otros lo elevaron a un trazo del Ideal del yo.

    Tercer testimonio clínico: Una de las observaciones de Paul Sérieux y Joseph Capgras, nos informa que:

    Cuanto más insignificantes parece el hecho a los ojos de cualquier persona, mayor es su perspicacia. Donde otros no ven más que coincidencias, gracias a su clarividencia interpretativa, ellos saben desenredar la verdad y las relaciones secretas de las cosas. Esta disposición para adivinar las alusiones ocultas, para comprender las insinuaciones y las palabras de doble sentido, para interpretar los símbolos, confirma a los enfermos su buena opinión sobre su sutileza: «Comprendo, -aseguran- aquello que nadie más comprende

    Desde este punto de vista, dos enfermas de Regis son típicas.»Ciertamente -dice la primera- creo que esta agudeza que mi mala estrella me dotó, y que me empuja siempre a ver en la corteza qué hay debajo de ella, vale más vivir sola o lejos». La segunda construye una historia con el mínimo hecho; las expresiones «por lo que parece», «por lo que entendí», «por la manera en que adivine», aparecen a cada rato en su conversación. «Me basta una palabra -indica- para comprender toda la idea que usted quiere desarrollar«…Un perseguido se enteró de que habían instalado una lámpara con sensor junto a la entrada del lugar donde se alojaba; se quejo de que ahora pretendían censurarlo [8] «.[El subrayado es mío].

    Los interpretadores razonantes al describir su forma de leer, ofrecen los criterios mínimos para construir las estructuras mediante las cuales ellos adivinan aquello que otros dejan pasar sin darle importancia. El lector recordará que así comenzó Freud con sus textos canónicos: La interpretación de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste y su relación con lo inconsciente . Un hilo rojo recorre esos textos: estudiar aquello que muchos viven y dejan pasar de largo sin notar su lugar para la vida que viven. Además, en no pocas ocasiones, se toma al psicoanalista, con justa razones, por un interpretador desenfrenado, en todos lados ve el complejo de X o de Y. La interpretación ha sido y sigue siendo uno de los criterios adoptados por la cultura para dar cuenta de la eficacia del psicoanálisis. Y cuándo en el curso de una sesión una interpretación dibuja un deseo por realizarse ¿qué relación guarda con la adivinación de un futuro inmediato?

    Cuarto -y último- testimonio clínico:- Se trata de una observación clínica de Sigmund Freud respecto de la adivinanza:

    Tenemos, por ejemplo, el fenómeno de la inducción o transferencia Ubertragung del pensamiento, muy vecino a la telepatía y que en verdad puede unirse a ella sin forzar mucho las cosas. Enuncia que ciertos procesos anímicos que ocurren en una persona -representaciones, estados de excitación, impulsos de la voluntad- pueden trasferirse a otra persona a través del espacio libre sin el empleo de las consabidas vías de comunicación por palabras y signos. Comprenden ustedes cuán maravilloso sería, y acaso también cuánta importancia práctica tendría, que algo así ocurriera efectivamente… En el curso del tratamiento psicoanalítico de pacientes he tenido la impresión de que la actividad de los decidores profesionales de la suerte esconde una favorable oportunidad para emprender observaciones exentas de objeción sobre la trasferencia del pensamiento [9] .

    Freud en forma elegante y haciendo una disimulación honesta frente a la censura «científica» – el peligro de acusar al psicoanálisis de ser una ciencia esotérica– deja para que el lector teja y desteja los componentes donde la adivinación , echar la suerte, se articulan, quizás, con la única actividad propia de un análisis: la transferencia.

    Con estas constataciones propongo interrogar las posibles articulaciones entre la adivinación con la suposición paranoica. Para ello sitúo esta proposición al resguardo de algunas coordenadas formadas que permitirán localizar las aristas del tema a interrogar. A la manera de axiomas mínimos ellas son la condición de posibilidad de esta investigación [10] .

    Sin renunciar al apoyo lógico del axioma, también tomaremos en cuenta un hecho del campo de lenguaje, axioma proviene del griego y al pie de la letra indica: digno de estimación. Estos axiomas, para quienes solicito del lector la dignidad de su estimación son tres: a.- el campo humano está constituido por un mundo de imágenes, un conjunto de símbolos y una cantidad de efectos reales con los cuales la colectividad construye a sus miembros; b.- la articulación de los componentes imaginarios, simbólico y reales de cada quien se articulan a través de un elemento santomático; c.- La colectividad le impone [11] a sus miembros resolver los enigmas que esas dimensiones le provocan: de ¿dónde venimos?, ¿Quiénes somos?, ¿Adónde vamos?. ¿Qué quiere la colectividad de mí? Este último es el enigma por excelencia de una forma de la normalidad, la paranoia [12] . Estos axiomas mínimos constituyen el campo donde es posible esperar una acción del psicoanálisis, se trata de un conjunto, de un campo estructurado como un lenguaje, o para ser más precisos, en forma de un lenguaje.

    A partir de este campo en forma de lenguaje es factible estudiar la adivinación en sus relaciones con la paranoia y su suposición. El paranoico como lo indican, una y otra vez Paul Sérieux y Joseph Capgras se encuentra concernido por la colectividad, por la colectividad a la que pertenece. El carácter normal lo dan los autores cuando constatan que:

    Hablamos de las psicosis constitucionales que no modifican la personalidad aunque sí conforman su exageración y no dan lugar a la debilidad intelectual…La interpretación delirante difiere de la idea delirante en que es completamente inventada o, por lo menos, no se deduce de un hecho observado…la primera se inicia en un punto exacto…tomemos el caso de un enfermo que supone haber escuchado algunas palabras o injurias proferidas en su contra; en realidad, estas palabras fueron pronunciadas…¿Bastaría con decir que la interpretación delirante es absurda e inaceptable para la gente espiritualmente sana? De ningún modo. Numerosas interpretaciones delirantes, más verosímiles que muchos errores, atraen la atención de personas sensatas e inteligentes [13] .

    Entonces el interpretador delirante no merece el epíteto de alienados, en el sentido etimológico del término (alienus, extraño, extranjero), puesto que ellos permanecen en relación con el medio y conservan su aspecto normal (Op. cit. p.23). La exquisita clínica de los autores tiene una precisión de enorme orientación para abordar los casos que presentan esas propiedades: El estudio siguiente se refiere únicamente a los interpretadores, en quienes -más que en otros enfermos- se manifiesta la extraña asociación entre razón y locura, con lo cual merecen el calificativo de «locos razonantes» (p.26) De ahí que la paranoia frente a la normalidad establecida mantiene las mismas relaciones que la paradoja con la verdad. (Paradoja: del griego, para, contra o fuera, y doxa, opinión, «contrario o ajeno a la opinión habitual»)

    El acierto de Sérieux y Capgras sostiene un problema clínico de bastos alcances: la paranoia es un estilo de cuestionar la opinión común pues sostiene enunciados, sin más, de algo que razonablemente va contra la opinión común. La paranoia indica su dirección, ella se dirige (y / o la dirige) una búsqueda de la verdad, de ahí que requiera una ruptura con el sentido común o la doxa (doxa, procedente del verbo dokeo, opinar, creer). La opinión o doxa es una creencia que puede sostenerse más o menos motivadamente pero que no ofrece pruebas ni garantías de su validez (no está demostrada) y, por tanto, puede estar sometida a discusión y a duda. Entre los griegos designa el conocimiento que no posee las características de la episteme. Parménides opone a la doxa la vía de la verdad, la primera es una vía falsa que se apoya en opiniones de los mortales, «de apariencia verosímil». Platón considerará que la doxa es el tipo de conocimiento inseguro e incierto que corresponde al mundo visible, a diferencia del conocimiento científico ( episteme) y del conocimiento racional del mundo de las ideas en general (noesis). Hoy, es sabido, que cuando la psiquiatría francesa descubrió las locuras compartidas sufrió una crisis: ¿quién dice la verdad: el alienado o el interrogador, es decir, el alienista que lo entrevistaba? [14]  Aquí era necesario el psicoanálisis que no necesita renegar de una u otra, sino de darle lugar a la una con la otra. Es el lugar que tiene en la experiencia analítica el hecho de que en muchas ocasiones el paranoico llega acompañado de una opinión -una doxa- que lo diagnóstica como «loco», un diagnóstico que el analista ni confirma ni descarta, sino que , que, a veces, lo orienta.

    Un fragmento de Parmenides le da a esta postura analítica una consistencia compartida por otros campos, en este caso, la cuna de la filosofía en Occidente:

    Bienvenido seas, joven a quien acompañan las aurigas inmortales, y a quien este carro trae hasta mi morada. Porque no es una suerte funesta la que te hizo tomar este camino tan alejado de los caminos frecuentados por los mortales, sino el amor a la justicia y a la verdad. Es necesario que aprendas a conocerlo todo, tanto el inconmovible corazón de la bien redondeada verdad, como las opiniones de los hombres. A éstas no hay que concederles ninguna convicción verdadera. No obstante, es necesario que las conozcas también, a fin de saber por medio de una información que lo abarque todo, qué juicio debes formarte sobre la realidad de estas opiniones.)

    El método del sueño de Sigmund Freud

    Veamos como procede la lectura onírica:

    Primero, algunos ejemplos de modos de figuración onírica particularmente curiosos o inhabituales. Una dama sueña: Una mucama está sobre una escalera como para limpiar una ventana y tiene junto a sí a un chimpancé y a un gato gorila Gorillakatze (después corrige: gato de Ailgora Angorakatze ). Echa los animales encima de la soñante; el chimpancé se estrecha contra ella, y eso es muy asqueroso. Este sueño ha alcanzado su fin por un medio en extremo sencillo; en efecto, ha tomado al pie de la letra un giro idiomático, figurándolo según suenan sus palabras. «Mono», y los nombres de animales en general, son palabras insultantes Schimpfwörter; Schimpanse: chimpancé, y la situación onírica no quiere decir sino «cubrir de insultos» «cubrir de chimpancés». Dentro de la misma serie vendrán enseguida otros ejemplos de este simple artificio usado por el trabajo onírico [15] .

    Freud extrae de ello una consecuencia:

    A los fines de la figuración en el sueño la ortografía ceda con mucho a la pronunciación no ha de asombrarnos, pues la rima, por ejemplo, se toma libertades semejantes. (S. Freud, op.cit., p.408)

    Y ahora encontramos algo que está en línea directa con nuestro tema:

    En otros casos el lenguaje facilita mucho al sueño la figuración de sus pensamientos, pues dispone de toda una serie de palabras que originariamente se entendieron de manera figural y concreta y hoy se usan en sentido desvaído y abstracto. El sueño no tiene más que devolverles su pleno significado primitivo, o descender un peldaño en la evolución de su significado. Por ejemplo, alguien sueña que su hermano está dentro de una caja Kasten; en el trabajo de interpretación la caja se sustituye por un «armario» «Schrank»; en sentido abstracto, también «barrera» o «restricción»; ahora bien, el pensamiento onírico es que ese hermano -y no el soñante- debe «restringirse» «sich einschränken». [1909]… Requeriría un trabajo especial reunir esos modos de figuración y ordenarlos de acuerdo con los principios que los presiden. [1909]. Muchas de estas figuraciones han de llamarse casi retruécanos. Se tiene la impresión de que nunca se habría acertado con ellas de no haber sabido comunicarlas el soñante [1911]. (S. Freud, op.cit., 408/409)

    Sólo subrayo un hecho: un soñante tiene un sueño que dice algo respecto de otro, en este caso su hermano ,quien debe «restringirse» ¿Cómo es posible que el inconsciente del soñante adivinará algo que afectaba a otro? Razones de orden de la verosimilitud ante el público, en particular, el público científico, llevan a Freud, a disimular, le atribuye a otro – la superstición- aquello que él soñante le comunica a él. Y va de suyo que existe una estrecha cercanía entre profecía y adivinación, ambas anticipan un hecho del futuro. Freud extrae , sin embargo, una conclusión que no proviene de los materiales oníricos que él analiza:

    Si cotejamos estos ejemplos y otros parecidos (como los que después expondremos estamos autorizados a decir: El trabajo onírico no hace cuentas ningunas, ni correctas ni erróneas; se limita a componer en la forma de un cálculo unos números que aparecen en los pensamientos oníricos y pueden servir como alusiones a un material no figurable [de otra manera]. Trata entonces a los números como material para la expresión de sus propósitos; es exactamente lo mismo que hace con todas las otras representaciones, aun con los nombres y los dichos reconocibles en calidad de representaciones-palabra. Es que el trabajo onírico tampoco puede crear un dicho. Por más dichos y réplicas que aparezcan en los sueños, y que en sí pueden tener sentido o ser irracionales, el análisis muestra en todos los casos que el sueño no ha hecho sino tomar de los pensamientos oníricos fragmentos de dichos realmente pronunciados u oídos, procediendo con ellos de manera en extremo arbitraria. No sólo los arrancó de su contexto y los fragmentó, acogió unos fragmentos y desestimó otros, sino que con harta frecuencia los compuso de nuevo, de tal suerte que los dichos oníricos que parecen coherentes se descomponen en el análisis en tres o cuatro trozos. En este uso nuevo, a menudo deja de lado el sentido que las palabras tenían en los pensamientos oníricos y presta a su literalidad un sentido por completo novedoso. (ver nota) (S. Freud, op.cit., p.419)

    Lo único que ahora estamos en condiciones de afirmar es que esa explicación deja de lado el sueño donde un hermano sueña sobre la «restricciones» de otro hermano. El soñante aquí «adivino» aquello de lo cual su hermano no lograba darse cuenta, su hermano no se daba color respecto de sus restricciones.

    Si nos guiamos por la forma en que están editados los escritos de Freud, veremos que después de su obra princeps, La interpretación de los sueños, se encuentra una breve resumen de la misma Sobre el sueño(1901) y pegada temporalmente a éste, se abre ante nosotros Psicopatología de la vida cotidiana . Allí se encuentran expresadas ciertas hipótesis de alto contenido teórico que pese a su corrección, quizás a su exactitud, no dejan lugar para acontecimientos que requieren de otro tipo de explicación. Se trata del determinismo psíquico:

    Si a ciertas insuficiencias de nuestras operaciones psíquicas -cuyo carácter común precisaremos enseguida- y a ciertos desempeños que parecen desprovistos de propósito se les aplica el procedimiento de la indagación psicoanalítica, demuestran estar bien motivados y determinados por unos motivos no consabidos a la conciencia… Cuando desdeñamos una parte de nuestras operaciones psíquicas por considerar que es imposible esclarecerlas mediante representaciones-meta, estamos desconociendo el alcance del determinismo en la vida anímica. En este ámbito, como en otros, tiene más alcance del que sospechamos. En un artículo del historiador de la literatura R. M. Meyer, publicado en 1900 en Die Zeit, hallé expuesta e ilustrada con ejemplos la tesis de que no se puede componer deliberadamente y mediante el libre albedrío un absurdo [16] .

    No hay azar, toda está determinado, en principio esto responde a un axioma de la ciencia: todo tiene una causa, y en efecto, en la vida psíquica se pueden encontrar una larga serie de acontecimientos de los cuales su causa está determinada. Sin embargo, es necesario hacer una precisión sobre este determinismo propuesto por Freud. En esa misma obra páginas más adelante escribe:

    Deprisa, todavía, una contribución a la psicopatología de la vida cotidiana. Hallas en la carta el número 2467 como estimación libre y traviesa de los errores que contendrá el libro de los sueños… Ahora bien, no hay en lo psíquico nada que sea producto de un libre albedrío, que no obedezca a un determinismo… Entonces puedo decirme con derecho que ni siquiera este número 2467, que yo arrojé al azar, carece de su determinación desde lo inconsciente[17] .

    El determinismo de Freud está circunscripto por un inconsciente «individual» del sonante o de quien tiene la ocurrencia de un número o de quien comete un error al hablar, al escribir, o pierde objeto. Se trataría de un determinismo que conlleva la propiedad: el soñante sería propietario de su sueño, quien sería el propietario de su errores al hablar o al escribir y sería también el propietario del anillo de casamiento que pierde o de las llaves que deja olvidadas…. Aquí el determinismo le atribuye sólo a uno la propiedad de aquello que se produce en relación con otro u con otros. Freud combate el libre albedrío o la libertad del espíritu oponiéndole , en forma de espejo, el determinismo, así deja fuera al azar, por ejemplo, el caos determinado por el azar, una de las figuras más exquisitas de las mujeres por el caos picante que introducen en el mundo hetero, homo y tutti quanti.

    Veamos algunas consecuencias que afectan el trato dado a las elaboraciones de la paranoia:

    Un rasgo llamativo y universalmente señalado en la conducta de los paranoicos es que otorgan la máxima significación a los pequeños detalles, en que ordinariamente no reparamos, del comportamiento de los demás; de ellos extraen interpretaciones y las convierten en base de unos extensos razonamientos. Por ejemplo, el último paranoico que examiné infería que todos cuantos lo rodeaban se habían puesto de acuerdo, pues en la estación, cuando él partía de viaje, habían hecho cierto movimiento con la mano. Otro tomaba nota de la manera de andar la gente por la calle, cómo manejaban el bastón, etc.

    Y luego concluye:

    Vale decir que el paranoico desestima, en su aplicación a las exteriorizaciones psíquicas de los demás, la categoría de lo contingente, de lo que no exige motivación, que el hombre normal considera una parte de sus propias operaciones psíquicas y actos fallidos. Todo cuanto nota en los otros es significativo, todo es interpretable. ¿Cómo llega a esto? Probablemente -aquí como en tantísimos casos parecidos- proyectando a la vida anímica de los demás lo que inconscientemente está presente en la suya propia… Entonces, en cierto sentido el paranoico tiene razón en esto; discierne algo que al normal se le escapa, su visión es más aguda que la capacidad de pensar normal, pero el desplazamiento sobre los otros del estado de cosas así discernido quita validez a su discernimiento. Por eso, no se espere de mí que justifique las diversas interpretaciones paranoicas… Sin embargo, la parte de justificación que concedemos a la paranoia con esta concepción nuestra de las acciones casuales nos facilitará el entendimiento psicológico del sentimiento de convicción que, en el paranoico, se anuda a todas estas interpretaciones. Es que hay algo verdadero en ello. (Op. cit., pp. 247-248)

    El paranoico no reconoce lo contingente, mientras que el normal sí, claro a condición de recordar que si Freud se encontraba con un neurótico, paradigma de lo norma en su época, no le permitía atribuir a lo contingente equivocarse de día en la sesión o de horario o de darle el los honorarios en billetes arrugados. Pese a ello, con intrépida audacia, Freud reúne la paranoia con algo del orden de la verdad.. Sostenemos, en consecuencia que el determinismo , tal como él lo propone requiere de adecuaciones para cuenta de esa relación entre la verdad de la paranoia y la paranoia de la verdad. Un camino que proponemos como puente que modifica ese determinismo al permitir la introducción del azar es el campo de la adivinación.

    El arte adivinatorio, un arte estructurado en forma de lenguaje

    Dios están en los detalles.

    1. Warburg

    Un objeto que habla de la pérdida , de la destrucción, de la desaparición de objetos. No habla de sí. Habla de otros. ¿Los abarcará también?

    1. Johns

    Raymond Bloch, en un conocido ensayo estableció un dato:

    A la adivinación se le denomina en Grecia mantiké techné o sea el arte de la profecía, en tanto que mantis, nombre del adivino, del profeta, de toda persona que predice el porvenir, proviene de la raíz mainomai, ser presa del delirio y en particular estar fuera de si por influjo de la divinidad [18]

    El arte de la adivinación está estructurado en forma de un lenguaje, así lo índica Freud, en su artículo Tratamiento psíquico (Tratamiento del alma)[1890]:

    Por ejemplo, la llamada «adivinación del pensamiento» Gedankenerraten del «médium» cuando se practica un experimento como el de hacerse guiar por él para descubrir un objeto escondido, se explica por sus imperceptibles e involuntarios movimientos musculares. Todo el fenómeno merece más bien el nombre de «revelación del pensamiento» Gedankenverraten.

    Ante un caso famoso del psicoanálisis, el llamado caso Schreber, donde están presentes los elementos centrales de la interpretación paranoica y de la persecución paranoica sufridas por el abogado Schreber , Lacan no duda en afirmar lo siguiente:

    Sin duda la adivinación del inconsciente ha advertido muy pronto al sujeto de que, a falta de poder ser el falo que falta a la madre, le queda la solución de ser la mujer que falta a los hombres [19]

    Dejemos de lado la indicación respecto al tema de la transexualidad en sus diferencias con el hecho paranoico o el carácter paranoico que el acto quirúrgico transexual suele desatar en quienes ofrecen sus cuerpos a su voluntad de ¡elegir su sexo¡ . Nos interesa constatar junto con Lacan que el inconsciente adivina, e incluso adivina cuestiones donde se juegan apuestas seria para el sujeto. Recorramos ahora algunos textos clásicos sobre la adivinación. Subrayo el hecho de que para un psicoanalista no es el saber esotérico de la adivinación, el que le interesa. La adivinación recibe ya grandes apoyos debidos a los despliegues de la ciencia en nuestra sociedad. Al psicoanálisis la adivinación le interesa para estudiar su estructura de un hecho singular: la subjetividad real y no la subjetividad simbólica:

    Cuando se habla de lo subjetivo, e incluso cuando aquí lo cuestionamos, siempre permanece en la mente el espejismo de que lo subjetivo se opone a lo objetivo, que esta del lado del que habla, y que por lo mismo esta del lado de las ilusiones: o porque deforma o porque contiene a lo objetivo. La dimensión hasta ahora eludida de la comprensión del freudismo, es que lo subjetivo no esta del lado del que habla. Lo subjetivo es algo que encontramos en el real. (J. Lacan, seminario oral 1955/1956, el subrayado es mío)

    La adivinación a su manera y con sus diversos estilos es una efectuación , como un sueño efectúa un deseo, de la subjetividad real.

    Cicerón subraya un hecho, ella existe entre los hombres , de acuerdo a cierto consenso, la mantike, esto es presentimiento y conocimiento de las cosas futuras. Entre los griegos era una tradición distinguir entre la adivinación divina , divi, y otra, citada por ejemplo en el Fedro, el delirio profético. Los romanos, Cicerón lo era, constataron que no existía sociedad docta ni bárbara que dejará de lado esa práctica de ubicar la posibilidad de conocer las cosa futuras mediante su revelación por medio de signos y que estos a su vez pueden ser leídos y por ende, entoncespredichos, por algunos. De la misma que el arte poético es una potencialidad disponible para cada humano, sólo se realiza como potencia en algunos y no en todos.

    Las prácticas de la adivinación entre los asirios se organizaban a partir de observar en el cielo abierto las travesías y los movimientos de los astros. La astronomía es el lugar por excelencia de la manifestación del hecho real: los planetas siempre están en su lugar; ellos registraban están trayectorias y transmitían a la posteridad lo que ellas significaban [20] . Los calderos constituyeron la cultura de la astrología por excelencia, de su práctica astrológica nos interesa su organización a partir del registro detallado y la descripción de las diversas constelaciones. Luego, mediante un sistema de articulaciones entre miembros de conjuntos diversos: por un lado las constelaciones y por el otro las fechas de nacimiento de X o Y, establecían bajo que hado y cuál era el futuro que le esperaba a X o Y.

    En la actual región de Asia Menor la práctica de la adivinación se producía por los signos certísimos detectados en el vuelo y en el canto de las aves. Por último Cicerón se pregunta con malévola retórica:

    Por cierto ¿ qué colonia envió Grecia a Eolia, a Jonia, a Asia, a Sicilia, a Italia, sin haber consultado el oráculo pitio o el dodoneo o el de Hamón? ¿ O que guerra fue emprendida por ella sin el consejo de los dioses?

    Es sabido que esa práctica, la de consultar a los adivinos y recurrir a la adivinación no ha sido abandonada, por ejemplo, en el terreno del ejercicio del poder, baste con recordar las prácticas espiritas de Francisco I. Madero, las prácticas esotéricas de Plutarco Elías Calles hasta las andanzas de la Paca en uno de los recientes intentos por despejar un crimen de estado, incluyendo la adivina personal que acompañaba al presidente francés Francois Mitterand, sin dejar de hablar del lugar singular que estos personajes tenían en la nomenclatura de lo que fue el régimen soviético. En América del Sur fueron famosas las trágicas influencias ejercidas por un adivino, apodado «El Brujo», principal consejero del Presidente. Gral. Juan Domingo Perón a partir de 1974. Dejemos de lado la curiosidad que esas prácticas desataban en Freud acompañado, en ese momento, por un curioso personaje que trataba como su hijo. Carl Gustav Jung.

    Incluso, hoy, asistimos a la eclosión de un basto fenómeno masivo desplegadas en las pantallas de la iglesia moderna, la televisión, misma que genera una masas de beneficios económicos que están en disparidad geométrica con sus aciertos: la adivinación no está arraigada en su eficacia, si así fuese ninguna creencia podría soportar su refutabilidad, sde trata de una posición singular ante el saber que no genera un sujeto sino alguien sometido a la servidumbre voluntaria de una figura del Otro: el adivino.

    Cicerón recuerda la gran aceptación dada por los sabios y filósofos de la antigüedad a la adivinación: Jenófanes de Colofón , fundador de la escuela eleática; Zenón, fundador de la escuela estoica; Pitágoras, Demócrito el fundador de la escuela atomista. Debemos a Dicearco la eliminación de diversos géneros de adivinación y quien dejo en pies sólo dos: la adivinación onírica y la adivinación que provenía del delirio profético. En una perspectiva histórica, quizás un poco lejana, se logra ubicar una relación de parentesco tal que la adivinación y el delirio profético son una y la misma cosa. Cicerón aporta una precisión:

    Las cosas futuras pueden ser reveladas por la naturaleza por medio de signos sin la intervención de un dios (Cicerón, De la adivinación, Biblioteca Graecorum et Riomanorum de la UNAM, México, DF, 1988, pp. 2-6)

    Con este recorrido arribo a un momento de conclusión: la adivinación y su practica es una práctica de la lectura y sólo se puede leer aquello que está, de forma mínima y necesaria, en forma de un lenguaje. Así lo revela la práctica del arte cinegético. Una fábula oriental es muy esclarecedora de aquello que pretendo formular:

    Tres hermanos se encuentran con un hombre que ha perdido un camello. Sin vacilar, lo describen: es blanco, tuerto, lleva dos odres en la grupa, uno lleno de vino y el otro de aceite. ¿Quiere decir que lo han visto? No, no lo vieron. Se los acusa de robo y son juzgados; pero los tres hermanos se imponen, pues demuestran al instante que, por medio de indicios mínimos, han podido reconstruir el aspecto de un animal que nunca han visto. (Carlo Ginzburg en Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia, Gedisa Editorial, Barcelona, 1989, p.144)

    En la cacería el cazador debe perseguir a su presa, no estamos lejos de la experiencia paranoica de la persecución pues, a veces, él perseguido por la presa es él [21] . Para cazar aprendió a reconstruir las formas y los movimientos de las presas por medio de huellas en el barro, ramas quebradas, estiércol, mechones de pelo, plumas, concentraciones de olores: olfatear, registrar, clasificar, leer e interpretar constituyen los elementos del método cinegético, de tal forma que el cazador puede ver aquello que no se ve, mejor dicho, para decirlo en el lenguaje de P. Sérieux y J. Capgras: ellos ven aquello que los otros dejan de lado, los cazadores no están del lado de la doxa, sino que apuntan a la verdad que otros no ven. Lo que caracteriza a este saber es la posibilidad de remontarse de datos experimentales en apariencia secundarios, insignificantes a una realidad más compleja, la cual no se experimenta en forma directa.

    Corresponde hacer aquí una observación cuyo alcance no es preciso. En el arte cinegético y en la historia de las diversas formas de la caza aparece un antes y un después singular, se aprende a leer antes de escribir, lo cual reproduce la experiencia del cachorro alfabetizado -¿alfabestializado?-: primero habla, luego lee y por último escribe. Solo subrayo una consecuencia cuando se lee sin saber escribir es porque se lee el mundo de los signos, de las imágenes y de los hechos en forma de un lenguaje, mismo que no alcanzó aun su tiempo de escritura.

    Acabamos de describir una experiencia de lectura que no alcanza su punto de acto, por ejemplo, el acto de poner un punto final. Esto es un rasgo que atraviesa cada una de las XX observaciones de Las locuras razonantes. El delirio de interpretación , base del texto de Sérieux y Capgras.

    El método cinegético es un método de lectura, basado, por ejemplo en las metáforas más o menos audaces de «leer» o «descifrar» las huellas de los animales, este proceso ocurrido a lo largo de un prolongado período histórico desembocó o dio causa al origen de la escritura. Así en China se puede encontrar un mito atiológico donde se atribuye el origen de la escritura a lo siguiente: un alto funcionario había observado las huellas impresas por un ave sobre la ribera arenosa de un río. Constatamos un vértice donde convergen la práctica de la cacería y su método de lectura con el origen de la escritura más la coincidencia de ambas con otra práctica, la adivinación.

    Las fuentes documentales de los textos adivinatorios mesopotámicos más aquello que el aporte de Cicerón subrayan un hecho: adivinar era practicar la lectura de los detalles, recopilar la información más ínfima, leer en las gotas de aceite esparcidas en el agua, astros, movimientos involuntarios del cuerpo, vísceras de animales. Compartir no borra las diferencias: el arte de la cacería se dirige al pasado reciente, resumido en la frase «un animal pasó por aquí», la adivinación se dirige al futuro. Añadimos otros elementos que los diferencia, el contexto social. La adivinación se desarrolló en el contexto social de la escritura mediadora entre la divinidad y sus súbditos. La mediación eran los mensajes «escritos», en los astros, en los cuerpos humanos o en cualquier otra parte. Esta práctica se organizaba alrededor de una escritura, como la cuneiforme caracterizada por el hecho de escribir cosas mediante cosas. En los tratados de esa culturas mesopotámicos se encuentra la contaminación de la lengua adivinatoria con elementos de orden jurídico más la presencia de pasajes donde destaca la fisonomía y de sintomatomatología médica. La adivinación y la práctica médica era formas de dar cuenta del presente y del futuro: aspecto diagnóstico y pronóstico del arte médico.

    Con esta presentación, breve y lagunar del arte de la cacería, de las prácticas de la adivinación avanzo ahora a su posibles relaciones con la suposición paranoica. Sérieux y Capgras escriben:

    Por lo común, las interpretaciones son precisas: un hecho observado conlleva una conclusión vigorosa. En algunos casos, al contrario, a pesar de su abundancia, la afirmación categórica falta; el enfermo permanece incierto, sin saber ante cuál detenerse, de ahí una sistematización imperfecta. Es un verdadero delirio de suposición, de interrogación, constituido, no por convicciones, sino por dudas delirantes (Tanzi). (Op.cit. p 168)

    La consigna de estos interpretadores es la siguiente:

    Yo cuestiono, dice él, emito hipótesis, nada más que hipótesis.(op.cit. p169)-

    Podemos afirmar entonces que el interpretador razonante, una clase de paranoicos razonables, son la realización de un efecto singular: ellos se constituyen sin saberlo, en agentes integrados, eslabones, soportes, anillos de un mismo círculo de discurso, [ añadimos: gracias al cual] los sujetos ven surgir al mismo tiempo tal acto sintomático, o revelarse tal recuerdo. (Lacan, 19/01/1955). Es decir son sujetos flotantes a los cuales les falta el amarre yoico, ¿cuál amarre? Aquel muy singular, un amarre que cada otro de los normales debe realizar vez por vez: quedar concernido por el efecto invertido de las palabras, las imágenes y los hechos reales de los cuales él forma parte.

    En la paranoia el inconsciente se encuentra a flor de piel para todos menos para aquel que está envuelto por esa piel y no se da cuenta del color de la piel que es su vestimenta. Si Lacan en su juventud definió al delirio de interpretación como un delirio de pasillo, de la calle, del foro, se trata entonces de un deliro abierto al gran otro de lo publico. En él, la torsión insignificante que separa lo público de lo privado está ausente, esa torsión que corresponde a una propiedad particular de una clase de Ego, aquella que surge en el transcurso y luego de una análisis. Cuya consistencia es una existencia parpadeante, aparece y desaparece, a intervalos, no es permanente. No es casual, entonces, que en formas culturales no urbanas o en los márgenes de la cultura urbana el paranoico sea un personaje reconocido por su medio ambiente, digamos un chaman que adivina aquello que ocurre en su entorno.

    Aquí al proseguir el sistema y la estructura de la adivinación encontramos sus trazos de familiaridad con la actividad del interpretador razonante, él lee lo que los otros requieren de ignorar para seguir viviendo su experiencia de vida. A su vez, el interpretador, a diferencia del analista, con parte con los otros normales, el carácter desfalleciente, parpadeante de la condición de sujeto -sometido a…- a las palabras, los actos y las imágenes que lo constituyen en su «misma» adivinación.

    Alberto Sladogna

    Psicoanalista,

    Tlalpan, México, D. F., 11 de junio del 2002,

    sladogna@mail.internet.com.mx

    [1] El título en francés deja aparecer una homofonía: Le desir et son interpretation, misma que Lacan no deja de señalar el 2/02/1966, 21/06/1967 y un texto, escrito, quizás, en 1968: Reseña de enseñanza. Reseña con interpolaciones en el seminario La ética.

    [2] Sigmund Freud, «Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia Paranoides) descrito autobiográficamente», Obras completas, Amorrortu Editores, volumen XII, Buenos Aires, 1980, pp.36-37.

    [3] En el terreno de la psiquiatría en particular en Francia y en Alemania se discute el diagnóstico de paranoia respecto de Schreber. Freud no duda en escribir en su título, entre paréntesis: dementia paranoides.

    [4] Alberto Carvajal realizó la traducción de los textos del Dr. Flechsig, mismos que en fecha próxima esperamos sean publicados.

    [5] Sería interesante constatar en la legislación estatal si esa ley fue derogada o simplemente está en stand-by.

    [6] En 1998, Luis Feder , psicoanalista, fundador de varias instituciones analíticas en México, propone la ejecución de estudios «analíticos» prematrimoniales para impedir la constitución de parejas que darían nacimiento a hijos con caracteres violentos o psicopáticos.

    [7] Anne-Marie Vindras, Ernest Wagner ¡Ecce animal! Pastor, maestro, masacrador, dramaturgo. Colección de libros de artefacto, México, D.F., y Edelp, Buenos Aires, abril 2002, p.580. Ibídem, Ernst Wagner denominado por Lacan «pastor Wagner», en su tesis; el caso constituye en la actualidad uno de los paradigmas de la paranoia para bastos sectores de la psiquiatría.

    [8] Paul Sérieux y Joseph Capgras, Las locuras razonantes. El delirio de interpretación, Colección libros de artefacto, México, D.F., abril-mayo, 2002, pp.42-43. Este texto fue el eje organizador del Coloquio: Las razones del delirio de interpretación, efectuado por Intersecciones clínicas junto con la Escuela lacaniana de psicoanálisis, en el Hospital Fray Bernardino Álvarez, el sábado 25 de mayo del 2002.

    [9] S. Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933 [1932]) XXX Conferencia: Sueño y ocultismo, Amorrortu Editores, volumen 22, Buenos Aires, 1979, p.37

    [10] Se define en lógica al axioma como un sistema deductivo formado por un grupo de enunciados llamados axiomas que, debidamente formalizados y definidos, permiten deducir, mediante reglas de inferencia precisas, el conjunto de enunciados, llamados teoremas, que pertenecen al sistema. . Los axiomas, en una teoría axiomatizada, no son más que símbolos; carecen de todo contenido y en sí no son ni verdaderos ni falsos; son sólo esquemas de enunciados. Pueden, no obstante, recibir una interpretación, refiriéndolos a un universo de objetos, y entonces pasan a ser enunciados verdaderos o falsos.

    [11] Lacan, en 1975-1976 llamaba la atención a partir de una presentación de enfermos sobre el carácter impuesto de la palabra.

    [12] Lacan definía a la perversión, a la neurosis y a la psicosis como las tres formas de la normalidad seminario oral, 1961-1962, L’identification.

    [13] Paul Sérieux y Joseph Capgras, Las locuras razonantes. El delirio de interpretación, Colección libros de artefacto, México, D.F., abril-mayo, 2002, pp. 20-22.

    [14] Ver: Henri Legrand Du Saulle, Délire de persecutions, Editions G.R.E.C., Paris, 1980.-

    [15] Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, capítulo VI, apartado F. Cuentas y dichos en el sueño, Amorrortu Editores, Tomo V, Buenos Aires, 1979, p.407

    [16] Sigmund Freud, «Psicopatología de la vida cotidiana», Obras completas, tomo VI, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1980, pp. 233-34.

    [17] Sigmund Freud, op. cit., pp.235-237. Freud se atenía a un hecho clínico: un error era una forma de decir algo, entonces se ponía a asociar, dejaba de lado, para otros, por ejemplo el maestro o el amo, la tarea de corregir los «errores».

    [18] Raymond Bloch, La adivinación en la antigüedad, Breviarios, 391, FCE, México, 1985, p. 13

    [19] . J. Lacan, Escritos 1, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», capítulo IV. Por el lado de Schreber, Siglo XXI Editores, México, 1984.

    [20] Los cambios en la astronomía fue uno de los lugares a los que Lacan recurrió como fuente para forjar e introducir en el psicoanálisis el real. Ver: Alexandre Koyré: Estudios de historia del pensamiento, Siglo XXI Editores, 4ed., México, 1982 [edición original 1977] en particular: «Galileo y la revolución científica del Siglo XVII», es una conferencia del 7 de mayo de 1955 efectuada en el Palais de la Decouverte.

    [21] En el psicoanálisis, Jean Allouch empleo el paradigma del indicio desplegado por Carlo Ginzburg, en su propuesta de la micro historia, para dar cuenta de la paranoización. Aquí nos permitimos enfocar con el paradigma de Ginzburg otros registros de la experiencia analítica y de la doctrina.

  • Freud y la homosexualidad

    Freud y la homosexualidad

    Patricia Garrido Elizalde

    «La lógica de un pensamiento (pensée) es el conjunto de crisis por las que atraviesa…» Gilles Deleuze [1]

    «A mi juicio no debe dejarse al lector otra salida que la de su entrada, la cual yo prefiero difícil» Jacques Lacan [2]

    La vida sexual contemporánea se ve atravesada por dos asuntos capitales: la inocultable e indiscutible diversidad de sexualidades, esto es, aquellos comportamientos que están en la frontera de la sexualidad según las definiciones de los discursos dominantes; comportamientos que ponen en juego la intrínseca heterogeneidad del deseo. Y, por otra parte, el asunto de la Elección

    Estos dos ejes -la diversidad y la elección-, a veces como fantasmas, han estado en el centro de los debates sexuales por muchos años y generaciones, y han moldeado de ciertas maneras los diversos discursos en torno a lo sexual.

    Quizá, lo más nuevo es que el caparazón de la certidumbre moral y presumiblemente científica, que controlaba la diversidad y delimitaba las elecciones están ahora resquebrajadas, de modo tal vez irreparable. Un discurso de la elección es un poderoso disolvente de certidumbres; socava la solidez de las narrativas tradicionales y trastoca las relaciones de dominio y subordinación.

    En efecto, el significado de la sexualidad ha cambiado. Durante largo tiempo encerrado en la historia de la reproducción ahora flota en gran medida fuera de ella. De una manera compleja, sus significados se han ampliado.

    Para una mayoría se ha vuelto polimorfa y plástica. Al menos en principio, las artes eróticas están abiertas para todos nosotros, ya sea por los miles de libros sobre los goces del sexo, por el floreciente crecimiento de las representaciones sexuales, o por una renovación del discurso en torno al cuerpo y sus placeres.

    La sexualidad, entonces, con la multiplicación de sus íconos públicos y el debate abierto de sus prácticas privadas, así como, con las controversias sostenidas sobre la identidad y la fragilidad de los roles sexuales pautados de antemano, ha comenzado a desactivar tabúes culturales que han impedido conocerla y reconocerla.

    Hechos, todos ellos, a los que en la historia de la sexualidad el psicoanálisis no es ajeno, ya sea porque se considere en una versión extendida que es él quien ha liberado a la sexualidad occidental, luego de que siglos de cristianismo le impusieran la represión [pensamos que en algo ha contribuido. ¿Cómo no ver, en principio, la tolerancia, luego las nuevas libertades que se han visto beneficiadas del bemol puesto por Freud sobre el concepto de «normalidad»?].

    O bien, porque en esa misma historia -y desde otra perspectiva- el psicoanálisis para ciertos pensamientos ha servido de contrapunto, y éste es el caso de Michel Foucault quien en los años 70’s – y en sus últimos escritos- toma una posición distinta con respecto al psicoanálisis de aquella que habría establecido en su texto «Las Palabras y las Cosas« [3] .

    Para 1978, en su conferencia en Japón titulada «Sexualidad y Poder» [4] se explica sobre aquello que lo impulsó a emprender una historia de la sexualidad, y retoma, lo que ya había escrito en «La Voluntad del Saber» (1976). Donde de manera muy clara enuncia: hay dos grandes procedimientos para producir la verdad del sexo. Y es de lado de uno de estos dos procedimientos donde coloca al psicoanálisis.

    «Por un lado, las sociedades – fueron numerosas: china, Japón, India, Roma, las sociedades árabes musulmanas- que se dotaron de un ars erótica. En el arte erótico la verdad es extraída del placer mismo, tomado como práctica y recogido como experiencia; el placer no es tomado en cuenta en relación con una ley absoluta de lo permitido y lo prohibido ni con un criterio de utilidad sino que, primero y ante todo en relación consigo mismo, debe ser conocido como placer, por lo tanto, según su intensidad, su calidad específica, su duración, sus reverberaciones en el alma y en el cuerpo. Más aún; ese saber debe ser revertido sobre la práctica sexual para trabajarla desde el interior y amplificar sus efectos»

    «Así se constituye un saber tenido por secreto… Es pues, fundamental la relación con el maestro poseedor de los secretos, él, únicamente, puede trasmitirlos de manera esotérica y al término de una iniciación durante la cual guía, con un saber y una severidad sin fallas el avance de su discípulo. Los efectos de ese arte, deben transfigurar al que ahí se ejerce: dominio absoluto del cuerpo, goce único, olvido del tiempo y de los límites, elixir de larga vida, exilio de la muerte y de sus amenazas» [5]

    Esta es una de las maneras de engendrar la verdad del sexo. El otro procedimiento de producción de la verdad del sexo es aquella de la confesión.

    «Nuestra civilización -señala- a primera vista al menos, no posee ninguna ars erótica. Como desquite, es sin duda la única en practicar una scientia sexualis. O mejor, es haber desarrollado durante siglos, para decir la verdad del sexo, procedimientos que en lo esencial corresponden a una forma de saber rigurosamente opuesta al arte de las iniciaciones y el secreto magistral: se trata de la confesión» [6]

    Scientia sexualis contra ars erótica, sin duda. En el arte erótico el maestro enseña, el discípulo se encuentra a la espera; en la ciencia, el maestro toma nota el discípulo se explaya. Respecto al placer, en el arte, resulta de una práctica con efectos predominantemente corporales-sexuales y en la ciencia de una práctica con efectos predominantemente discursivos-sexuales.

    En el análisis de Foucault son múltiples las maneras en las que Freud es convocado; una de ellas es que frente a esta idea de que el fundador del psicoanálisis ha liberado la sexualidad occidental, Foucault toma distancia. Y aunque sus críticas al psicoanálisis nunca fueron frontales como en «La voluntad del Saber» éste, el psicoanálisis, no dejó de estar en el horizonte explícito de las mismas.

    Pero no sólo Freud es convocado. Rajchman, a diferencia de Didier Eribon [7] , considera que parte del espectacular efecto y la dificultad de los últimos libros de Foucault se desprenden de la singular importancia que el psicoanálisis había adquirido, en gran medida gracias a Jacques Lacan, en la filosofía contemporánea.

    Sin duda, dos generaciones separadas por cerca de veinte años, formaron a Lacan y a Foucault, sin embargo, el pensamiento del primero no era ajeno a éste último, estas fueron algunas de sus opiniones:

    Decía que las personas que se acercaban a Lacan lo hacían por el simple placer de leer o escuchar un discurso desprovisto de respaldo institucional aparente, y que si lo que escuchaban o leían resultaba difícil, lo era por un efecto voluntario, con la finalidad de que se «desarrollaran» y parece, que lo que llegó a admirar en Lacan fue esa dificultad que había encontrado en su propia búsqueda de un estilo nuevo. A su muerte, rindió homenaje con las siguientes palabras:

    «Me parece que lo que constituye todo el interés y la fuerza de los análisis de Lacan es precisamente esto: Lacan fue el primero desde Freud en querer volver a centrar la cuestión del psicoanálisis en el problema de las relaciones entre el sujeto y la verdad… intentó plantear una cuestión que desde el punto de vista histórico es propiamente «espiritual»: La del precio que el sujeto debe pagar por decir la verdad, y la del efecto que tiene en el sujeto la posibilidad de decir la verdad sobre sí mismo» [8]

    No obstante, en la conferencia dada en Japón, Freud es abordado por una especie de rodeo o por una inversión y por esa vía Foucault termina refutando una de las pretensiones fundamentales de un cierto psicoanálisis.

    En principio, es preciso entender que para estos tiempos (1978) y en sus últimos escritos, la sexualidad sólo le interesaba a Foucault en la medida que le permitían elaborar el estudio de los procesos de subjetivación, es decir, la sexualidad como dimensión de la experiencia en la estructuración ética de un sujeto y que el sujeto ético del que trata, es anterior al Homo psicologicus, ya sea en su versión cristiana de sujeto de exégesis que debe examinar el origen de sus representaciones para distinguir en ellas las huellas de deseos sospechosos; Ya sea en su versión moderna de objeto de las ciencias humanas.

    Para Foucault si la sexualidad se constituyó como un dominio susceptible de conocimiento es a partir de relaciones de poder que a ésta se le instituyó como objeto posible… La sexualidad será pues «el nombre que se le puede dar a un dispositivo histórico: no la realidad sobre la cual uno ejercería aprehensiones difíciles, sino una gran superficie en rosario donde la estimulación de los cuerpos, la intensificaciones de placeres, la incitación al discurso, la formación de conocimientos, el reforzamientos de controles y resistencias, se encadenan unas con las otras, según grandes estrategias de saber y de poder» Desde hace ya algunos siglos una cierta inclinación nos ha conducido a platear en el sexo la cuestión de lo que somos. Esto quiere decir, que Foucault plantea que la creación de la sexualidad y el sexo no es más que la estrategia puesta en obra del esfuerzo más fundamental por controlar la definición del hombre mismo. De ahí que en la obra de Foucault hay una tendencia a generalizar la historia de la sexualidad para hacer con ello una «genealogía del sujeto en las sociedades occidentales«.

    Ahora bien, en esta conferencia ¿qué es lo que le reprocha decididamente al psicoanálisis? Le reprocha el que continúe postulándose como trabajo de conocimiento; conocimiento cuyo tema privilegiado es lo sexual. Pero la sexualidad -nos dice- nunca interviene (ni en las artes de vivir ni en las técnicas de sí) como una superficie de objetivación de la que se puede deducir conocimientos sólidos sobre el sujeto. La sexualidad no es necesariamente una clave científica de acceso al sujeto, o mejor dicho, lo es efectivamente, pero sólo debido a una síntesis histórica precaria, reciente.

    «Freud, dice, parte del hecho de que la histeria es caracterizada como un fenómeno de olvido, de desconocimiento masivo de sí mismo por el sujeto» prosigue » Freud ha mostrado que el sujeto no se desconoce a sí mismo en su generalidad de sujeto [lo que con Lacan podemos leer que el sujeto no queda excluido, es decir, representado por un significante, con lo cual queda anulado uno de los puntales básicos del psicoanálisis lacaniano, aquel que dice: un significante es lo que representa al sujeto para otro significante] sino más localmente en su deseo, en su sexualidad»[9]

    Es aquí donde el psicoanálisis queda refutado, pues al partir Foucault, de «un fenómeno que es casi inverso» [10] , al partir de un súper – saber, de un exceso del saber, que es lo que caracteriza a occidente en su scientia sexualis sólo basta con aislar «esa gran economía de la superproducción del saber crítico en cuanto a la sexualidad» para que se plantee la cuestión de saber si el psicoanálisis no forma parte de ella. Pues según Foucault, su estatuto científico, o su reivindicación o su propensión a ser científico no lo pone a cubierto de su observación localizadora puesto que es desde el comienzo mismo de ese súper – saber con respecto a lo sexual que se reivindica su carácter científico. (No es el caso aquí, pero con Freud y con Lacan se podría abrir una discusión sobre «la cientificidad» y en particular la del psicoanálisis. Por otro lado, también se podría abrir una discusión sobre si el psicoanálisis pertenece al rubro de las «sexologías» ¿de cuál psicoanálisis, entonces, se está hablando?)

    Por otra parte, al establecer Foucault una rigurosa continuidad entre «la codificación jurídico moral» del cristianismo y el psicoanálisis como estadio último del «poder de la verdad» ejercido sobre los cuerpos y los placeres, al que llama poder pastoral, nuestro autor además de destapar una feroz crítica al psicoanálisis (sin duda en su versión más estrecha y gracias a una cierta supresión de Freud en la historia del movimiento psicoanalítico ) hace de él una práctica pastoral-confesional.

    La confesión -nos dice Foucault- fue y sigue siendo hoy «la matriz general que rige la producción del discurso verídico sobre el sexo», cito:

    «La pastoral cristiana trajo consigo toda una serie de técnicas y de procedimientos que conciernen a la verdad y a la producción de la verdad […] El pastor cristiano […] debe saber, por supuesto, todo lo que hacen sus «ovejas». Pero también debe conocer desde el interior lo que pasa en el alma, en el corazón, en lo más profundo de los secretos del individuo» [11] .

    Con Pascal Quignard (en «El Sexo y el Espanto« [12] ) sabemos ahora que la represión de la sexualidad no es debida al cristianismo. Era algo dado en el momento en que Roma se vuelve cristiana. Lo que trae de nuevo el cristianismo, es la pastoral. Y eso es lo que nos muestra Foucault. El cristianismo lo toma de la sociedad hebraica: David, primer rey de Israel, recibe de manos de Dios la tarea de convertirse en el pastor de su pueblo. [13]

    Jean Allouch [14] , nos dice que actualmente hay indicios que ponen de relieve la insistencia de algo así como el psicoanalista buen pastor. Y añade, que Lacan ya había advertido ese deslizamiento que debió terminar diciendo que el psicoanalista «descarita» (neologismo que juega con la palabra chariter: ejercer la caridad»). Seguir la indicación de esa «descarita» -manifiesta- es situarse en un lugar distinto a aquél en el cual Foucault sujetó al psicoanálisis.

    ¿Qué es seguir la indicación de esa descarita? Sino una curiosa dificultad ética. El psicoanálisis -y más claramente Lacan quien como Freud tuvo una gran preocupación por los asuntos de la ética- el psicoanálisis, decía, no se funda en la concepción idealizadora del amor o de la amistad, tal como se ha entendido tradicionalmente. La novedad o lo distintivo es que la pasión (transferencia) que une al analista con el analizante en el difícil trabajo del análisis, difiere de la de los philoi [15] , los amigos de la edad antigua, y también del amor cristiano por el prójimo [16] . El análisis no es ni Eros ni ágape; No es cuestión de sabiduría ni de altruismo, el analista «no es un buen samaritano».

    Y el psicoanálisis ¿habría liberado a las ovejas? ¿0 con nuevos procedimiento ha prolongado la sujeción? En numerosos textos Jean Allouch nos advierte y acordamos con él, que hay un psicoanálisis que ha contribuido al discurso de la bio -norma; hay un psicoanálisis adaptativo cuya versión más reducida duramente criticó Lacan, y al que se resistió sin tregua.

    Y el mismo Allouch nos señala que habrá sido necesario que ese psicoanálisis adaptativo hiciera su contribución al discurso de la bio -norma hasta un punto suficientemente extremo para que el deseo de liberación, para que la «resistencia» tuviera a partir de allí su lugar en otra parte, en otro campo que en el campo freudiano. Y este es el lugar que destacó para los gay and lesbian studies.

    * * *

    ¿La homosexualidad? He aquí un asunto que corresponde efectivamente a las interrogaciones de nuestra época. Interrogante de actualidad, pero detrás del enorme interés suscitado por la entrada en escena de las «minorías sexuales» y a pesar de una abundante literatura política, histórica, sociológica es preciso observar la relativa indigencia de publicaciones psicoanalíticas en la materia.

    Con frecuencia nos encontramos citados los textos canónicos de Freud: La joven homosexual, un recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci, los tres ensayos sobre una teoría sexual o aquel, de Lacan, sobre la Juventud de Gide.

    Se han publicado un pequeño número de artículos de calidad aunque la mayor parte de ellos son exegéticos. Y a pesar de lo palpitante del tema, el estudio de los resortes de la identidad sexual y de la elección de objeto es limitada. Y qué decir del montón de analistas -entre los contemporáneos- que aún reducen la homosexualidad a una vertiente perversa, obscureciendo más que dando luces con ideas nuevas sobre un asunto viejo. Aún queda mucho trabajo por hacer.

    Para abrir problemáticas a manera de conclusión, quiero reproducir una carta de Freud publicada en 1951, en el American Journal of Psychiatry [17] , que puede darnos una idea de su posición frente a la homosexualidad.

    Esta es una carta que dirige, en 1935, a una madre americana angustiada y perturbada por la homosexualidad del hijo. Lo que la carta dice es que en realidad ella no tiene motivos para perturbarse. Y, menos aún, de lo que piensa para sentirse angustiada:

    «Deduzco dice Freud que su hijo es homosexual. Me impresiona mucho el hecho de que usted no menciona esta palabra en su información sobre él. ¿Puedo preguntarle por qué evita el uso de ese término? La homosexualidad no es una ventaja, pero tampoco es algo de lo que uno deba avergonzarse, un vicio o una degradación; ni puede clasificarse como una enfermedad. Nosotros lo consideramos una variante de la función sexual, producto de una detención en el desarrollo sexual.»

    Y continúa:

    «Muchos individuos altamente respetables, de tiempos antiguos y modernos, entre ellos varios de los mayores. (Platón, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci.) fueron homosexuales. Es una gran injusticia perseguir la homosexualidad como un crimen y es también una crueldad. Si usted no me cree a mí lea los libros de Havelock Ellis. Usted me pregunta si puedo ayudarle, debo suponer que lo que usted me pregunta es si puedo abolir la homosexualidad y hacer ocupar su lugar por la heterosexualidad. La respuesta en términos generales es que no podemos prometer semejante éxito. En cierto número de casos conseguimos desarrollar los marchitos gérmenes de heterosexualidad presente siempre en todo homosexual, pero en la mayor parte de los casos eso ya no es posible. Ello depende de la cualidad y de la edad de los individuos. No es posible predecir cuál será el resultado del tratamiento.

    Lo que el psicoanálisis puede hacer por su hijo ya es cosa diferente. Si es desdichado, neurótico, si vive desgarrado por sus conflictos, inhibiciones en su vida social, el análisis puede traerle armonía, tranquilidad mental, completa eficiencia, ya sea que siga siendo homosexual o cambie. Si usted se decide a ello, ¡él podrá analizarse conmigo! ¡no creo que usted lo haga! Tendría que venir a Viena. No tengo intención alguna de salir de aquí. No deje, sin embargo, de contestarme al respecto.

    Sinceramente suyo y con los mejores deseos.

    1. Freud.

    Todo lo que dice en la carta sobre la homosexualidad habría sido objeto de su convicción por cerca de 30 años. En sus intervenciones públicas (la entrevista al periódico de Viena, DIET SEIT, 1903) como privadas (en las reuniones de la Asociación Psicoanalítica Internacional), en síntesis dice lo mismo, en estas últimas sostenía «que no había buenas razones para que a los homosexuales se les rechazara la solicitud como aspirantes a psicoanalistas»

    Resumiendo: La homosexualidad no es una ventaja. Tampoco es una enfermedad. No debería ser perseguida como un crimen ni considerada como una desgracia. Ningún homosexual necesita ser tratado psicoanalíticamente, a no ser que también y de manera absolutamente incidental, sea un neurótico.

    Lo que no quiere decir, por supuesto, que este punto de vista fuera compartido por sus compañeros analistas, aunque ninguno en vida de Freud y hasta donde se sabe, lo haya rechazado o confesado explícitamente.

    Sin embargo, se sabe también que fue en América el lugar mismo donde floreció ese adaptativo psicoanálisis del yo -que terminara por reducir el psicoanálisis a casi nada en los lugares mismos donde se pretendía ejercerlo- donde la posición de Freud fue menos aceptada o quizá más resistida. Ya desde el comienzo del trasplante del psicoanálisis a estas costas, los analistas americanos tendieron a considerar la homosexualidad con desaprobación y en realidad quisieron desembarazarse de ella para siempre, el concepto creado de «minorías sexuales» que aparece en estas tierras, que aunque viniendo del campo de la sociología o de la política ¿no es en sí mismo un señuelo?

    Allouch marca que justo ahí mismo donde desaparecía el psicoanálisis -y con cierta simultaneidad – apareció ese nuevo campo llamado de los gay and lesbian studies. Mientras un campo casi deja el escenario, el otro hace su entrada.

    Ya en 1916, un analista neoyorquino, fundador de Psychoanalytic Review, declaró [18] que «instrucción individual» y «educación» deberían controlar la tendencia «homogénica» y dirigirla a una «normal» y «bien adaptada vida sexual» para que así no exista la homosexualidad…

    La declaración típicamente americana, ha dominado el pensamiento psicoanalítico desde entonces en ese país. Posición que Freud conocía, despreciaba y se oponía; bástenos una muestra con lo que aparece en esa nutrida correspondencia que tuvo con el psicoanalista americano, James Jackson Putman de Harvard [19] , en la que existía por parte de Freud un esfuerzo prolongado por conseguir que depusiera el moralismo y por parte de Putman un prolongado rechazo.

    Freud burlándose de la retórica cristiana que yacía bajo la superficie de la carta de Putman, le dice:

    «Parece que usted hace aparecer el psicoanálisis más noble y más hermoso; en sus ropas domingueras escasamente reconozco a la empelada que se desempeña en los quehaceres domésticos de mi casa»

    Y en una de sus últimas cartas, en la que Freud encara de manera más directa el moralismo de Putman le dice:

    «La moral sexual tal como la define la sociedad – y como caso extremo la sociedad americana – me parece muy despreciable. Me identifico con una vida sexual mucho más libre»

    Esta es pues, la posición de Freud. Sin duda, con este testimonio de la correspondencia así como, con la carta enviada a la madre americana, podemos dar cuenta de lo lejos que Freud estaba de este pensamiento que compartían la mayoría de los analistas en América en esa época.

    En esa carta uno puede leer una intención de Freud .que no se reduce a una actitud «bondadosa» dirigida a una madre angustiada, es una carta dirigida a los americanos, contra el moralismo y el abuso que hacían del psicoanálisis.

    ¿Abuso? Sí, Putman y Jeliffe habrían dado prueba suficiente de ello, Uno pensaba que «debía –Subrayoinfundir a sus pacientes su propia visión ética», de la que consideraba que Freud carecía. Jeliffe por su parte, pensaba «que el sentimiento homosexual se debería – subrayo- controlar a través de la instrucción y de la educación y reformarlo en pro de una sexualidad normal y bien adaptada»

    Por otra parte, Freud no era ajeno al movimiento de emancipación de los homosexuales generado en Alemania, a finales del siglo XIX. No, no solamente no era ajeno, podríamos decir que hasta llevaba la punta, la delantera en su controversia con ellos.

    El movimiento se fundó básicamente en Alemania. Su creador fue un abogado de Hannover llamado Karl Heinrich Ulrichs cuyo pensamiento sobre los homosexuales versaba sobre las ideas de que, los homosexuales constituían un «tercer sexo» y que se trataba de un «cuerpo masculino» poseído por un «alma femenina».

    El primer gran líder del movimiento y sucesor de Ulrichs , fue Magnus Hirschfeld (1868-1935) , médico judío de Berlín miembro de un grupo de presión e investigador clínico, que como publicista y como organizador había trabajado durante mucho tiempo y sin descanso en favor de la derogación de las leyes que penalizan la homosexualidad y por el reconocimiento de su extensa incidencia.

    Hirschfeld como Ulrichs, también pensó a los homosexuales como un grupo biológica y psíquicamente distintos y los llamó «intermedios sexuales» .

    Se sabe que Freud no tuvo ningún desagrado en respaldar los objetivos de reforma de la ley por parte del movimiento. Pero decididamente rechazaba sus propuestas teóricas para explicarse la homosexualidad. Discrepó de la teoría del «tercer sexo» y de la idea de los «intermedios sexuales».

    Tanto «En tres ensayos de teoría sexual. (1905) así como, en el texto de Leonardo da Vinci (1910), se refiere a la línea del movimiento, en el primero, crítica directamente a Ulrichs y descarta de tajo la noción de un «cerebro femenino en un cuerpo masculino» le llamó a éste «el portavoz de los varones invertidos».

    En el segundo, en el texto sobre Leonardo, nos dice

    Los varones homosexuales que en nuestros días han emprendido una enérgica acción contra la limitación legal de sus prácticas gustan de presentarse, por la boca de sus portavoces teóricos , como una variedad sexual distinta desde el comienzo, como un grado sexual intermedio, «un tercer sexo».

    Y para la edición de 1919 de ese mismo texto añadió con una fuerte crítica que .»… los representantes de los homosexuales en la ciencia no atinen a aprender nada de las certificadas averiguaciones del psicoanálisis» lo que repite casi con las mismas palabras en 1917 en sus «Lecciones de Introducción al Psicoanálisis«.

    El pensamiento de Freud mostraba que todo el mundo era capaz de «hacer una elección de objeto homosexual» y que todos «de hecho hacían una en su inconsciente y que además .. voy as citar de los «tres ensayos de teoría sexual»

    «Los sentimientos libidinosos en vinculación con personas del mismo sexo, no desempeñan escaso papel como factores de la vida sexual, y ese papel es mayor que el de los dirigidos al sexo opuesto en cuanto motores de contracción de neurosis»

    Con estos planteamientos, Freud, difícilmente podría aceptar que los homosexuales fueran «una especie sexual diferente » o una «variedad especial de la especie humana» . Por el contrario, sostenía que toda la gente era psicológicamente como los llamados homosexuales.

    Como verán en los años de turbulencias generados por el inicio de los movimientos de .emancipación homosexual, los pronunciamientos de Freud no estaban en acuerdo con las posiciones de sus colegas en América, pero tampoco, acordaba con los teóricos del movimiento a quienes la discusión de Freud no les interesaba, ellos libraban una campaña política.

    Quiero destacar aquí, el hecho de que términos tales como «tercer sexo» o «intermedios sexuales» hacen cierta consonancia con términos que actualmente se sostienen, al referirse a la homosexualidad como «Minorías sexuales» como se dice de los negros, judíos, mexicanos etc., reforzando una posición dogmática de los grupos homosexuales, pero también reforzando la pertenencia a un grupo, sin pensarse raro y vulnerable, y probablemente orgulloso. Volveré a este asunto.

    En los años 40s, recuerden que Freud muere en el 39, Sandor Rado otro psicoanalista neoyorkino, publicó en una serie de artículos – leamos esta piezas de antigüedad

    «que la pareja hombre-mujer era saludable, que era sobre todo el «modelo standard» y que la homosexualidad era una enfermedad basada en el miedo a la mujer, y que muy a menudo podía curarse por la vía de psicoanálisis.»

    Hubo más radicales, en 1962, Bieber, publicó, que en tanto su propósito era establecer la homosexualidad como una enfermedad, le interesaba, entonces, llegar a comprender la etiología de la misma, y así, argumentó que ésta, derivaba de cierta clase de mala situación familiar: Una madre dominante y un padre frío.

    El extremo quizá. Lo representa Charles Socarides, quien en una serie de artículos en los años sesentas, publicó que la homosexualidad no sólo era una enfermedad, sino una severa enfermedad acompañada frecuentemente de manifestaciones psicóticas o de oscilaciones maníaco depresivas. Mientras la pareja heterosexual podía conducir hacía «la cooperación, el consuelo, la estimulación, el enriquecimiento, la competencia sana y logros» la pareja homosexual, sólo podría brindar «destrucción, rechazo mutuo, explotación del compañero y de sí mismo, incorporación oral-sádica, ataques agresivos, esfuerzos para aliviar la ansiedad y una seudo solución a las urgencias agresivas libidinales que dominan y atormentan al individuo», Planteaba que también era posible la cura.

    Es hasta 1973 que la American Psychiatric Association, saca a la homosexualidad de la listas de enfermedades donde la habría colocado desde 1952. No sin jugarse, de manera intensa, una controversia entre psicoanalistas —los que estaban a favor y los que estaban en contra—, así como la fortificación y expansión del movimiento de liberación gay que luchó para conseguir su anulación.

    Al anunciar esta anulación, el presidente de la Association exclamó que «esperaba que el resultado fuera un clima más satisfactorio de opinión para la minoría homosexual en nuestro país«,

    Observemos, nuevamente, el término de minoría, puesto que, de cara al psicoanálisis se vuelve a colocar el asunto donde había comenzado. Y donde Freud, ya había discutido.

    El mismo movimiento de liberación Gay se reivindicaba como: una minoría, «un grupo de una naturaleza especial».

    Pero no sólo ellos , los psicoanalistas que estaban a favor de esta anulación, también lo compartían, entre los más influyentes se encuentran Judd Marmor y Robert Stoller .

    ¿Qué decían, estos autores?

    Que la homosexualidad no era una enfermedad, y la describían a su vez como la orientación sexual de una minoría , y aunque con tacto, rechazaban la idea de Freud, que insistió en decir que los homosexuales no eran «excepciones» y que el psicoanálisis se oponía decididamente a separarlos «del resto de la humanidad como un grupo de carácter especial» «de ser así, habría que rechazar y reprimir la teoría psicoanalítica de la sexualidad», rechazaban también, ese punto teórico crucial, la idea de que la sexualidad de todos era en gran parte homosexual.

    Destaco aquí el decir de Stoller, por la trascendencia de sus estudios, años después sobre la temática «Sex and gender» [20] :

    «Al adherirnos a la idea de Freud,dice- nunca podíamos tener claros los fundamentos para decir de cualquiera que no era homosexual y eso sería problemático» Y proponía volver a una definición menos complicada de la homosexualidad y pensarla como del dominio exclusivo de los homosexuales, «como el estado en el cual las prácticas sexuales son realizadas preferentemente, en la fantasía consciente o en la realidad, con una persona del mismo sexo»

    Es decir, sostenían a la homosexualidad como asunto de una minoría, pero al igual que otras minorías tenían el derecho de verse libres de estigmas de los cuales la psiquiatría oficial los había ubicado injustamente, no eran enfermos.

    Así Freud, y su pensamiento, salían de la Jugada. Una supresión de Freud en la que contribuyó ampliamente la teoría psicoanalítica tal como ha sido elaborado en los Estados Unidos .

    Retomo entonces, el decir que, en América donde el psicoanálisis desaparece, los Gays and lesbians studies, hacen su entrada.

    Leo Bersani, uno de los representantes teóricos de este campo de estudio, nos dice:

    «El psicoanálisis, no era un lugar al que Foucault se hubiera dirigido para encontrar nuevos modos de relación…..a pesar de todo, ese pensamiento sigue siendo indispensable, no sólo porque nos recuerda, los peligros anexos a la pastoralización de cualquier forma de relación sexual, sino porque también apunta -con titubeos y hasta de mala gana- a una sociabilidad que ya no está regida por la inevitable agresividad que acompaña a lo que Lacan ha analizado como la demanda imposible e intratable del sujeto de una relación sexual.

    En Freud hay una cierta reflexión sobre lo sexual que abre el camino a una disolución de lo sexual en esa relación imposible y de este modo alienta reconfiguraciones de lo social mucho más radicales que esos intentos contemporáneos queers de presentar como revolucionarias, como gravemente amenazantes para el orden social dominantes «innovaciones», inocuas y familiares como el matrimonio gay, el sexo público o instituciones de caridad que han surgido en respuesta a la epidemia de sida. Nada de lo que hemos imaginado hasta ahora, traiciona suficientemente las normas relacionales por las que gran parte de la humanidad sigue siendo oprimida. Si bien el psicoanálisis ha estado sin duda al servicio de esas normas con su insistencia en la sexualidad normativa, desde sus comienzos ha sido subversivo de los dogmas , gracias a lo cual se convirtió, en una institución social respetable».

    BIBLIOGRAFÍA

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    Foucault, M.;»La voluntad de saber». Historia de la sexualidad N° 1. Ed. Siglo XXI. México, 1977

    _________[; Las palabras y las Cosas. ED. Siglo XXI, México, 1966

    ________; «Sexualité et Pouvoir » (Sei to Kenryoku), en Dits et Écrits, T.III, editions Gallimard, París, 1994. p. 502-570.

    Hale, Nathan; Freud and the Americans: The beginning of psychoanalysis in the United States 1876-1971, New York, University Press, 1971, p. 339

    _____________; James Jackson Putman and Psychoanalysis. Cambridge, Mass., Harvard.

    University Press, 1971, pp. 91, 130

    Lagrange, Jacques; «Versions de la psychanalyse dans le texte de Foucault». Psychanalyse a la Université, París 1987, p.

    Quignard, Pascal; Le sex et le effroi. Edition Folio, Gallimard, París, 1994

    Rajchman, John; Lacan, Foucault y la cuestión de la Ética. Ed. Epeele. México, 2001.

    Notas

    * Psicoanalista. Miembro de la École Lacanienne de Psychanalyse. Una versión recortada de este texto fue presentado en la jornada con Leo Bersani «La sociabilidad y el ligue», Psicoanálisis y sexualidad Gay. Abril 2001.

    1. Gilles Deleuze; en Conversaciones. Pre-textos, Valencia, 1999, p. 136-137
    2. Jacques Lacan; Escritos, Ed. Siglo XXI, T. I, México, 1971, p. 473
    3. Michel Foucault, Siglo XXI, editores. México, 1966
    4. M. Foucault, Dits et Ecrits, París, Gallimard T. III,1994, p. 552-570
    5. M. Foucault, Historia de la Sexualidad, 1° La voluntad del Saber; ED. Siglo XXI, 1977, p.72
    6. Ibíd. P.73

    1. Entrevista que realizó el periódico Reforma y que apareció en el suplemento el «El ángel». A propósito de la reciente aparición en español de su libro «Reflexiones sobre la cuestión Gay», México el 8 de julio de 2001.
    2. Citado por Jacques Lagrange; «Versions de la psychanalyse dans le texte de Foucault», Psychanalyse a la Université, París, abril 1987, p. 279.
    3. M. Foucault, dits et Ecrits, op. cit. 553
    4. J, Allouch, «Pour introduire le sexe du maître», L’a opacité sexulle. Le sexe du

    maître. Rev. L’unebévue, N° 11, París, E.P.E.L., otoño, 1998. p. 76

    1. M. Foucault, «Sexualidad y Poder», Dits et Ecrits, tomo III; pág. 560
    2. P. Quignard; Le sex et le effroi, París, Gallimard Folio, 1994.
    3. M. Foucault, op.cit. p.560

    14 J, Allouch, «Pour introduire le sexe du maître», L’a opacité sexulle. Le sexe du

    maître. Rev. L’unebévue, N° 11, París, E.P.E.L., otoño, 1998. p. 77

    1. 15. El analista jamás supone lo que es bueno para el otro. Se distinguirá de la philias y de la caritas. Pues la philia es el amor que une a los hombres en el saber sobre el bien común que todos tenemos y la caritas implica el saber sobre la salvación y la gracia. El psicoanálisis no tiene como fundamentos estas partes ideales de nosotros mismos gracias a las cuales podemos dominar nuestro destino o alcanzar nuestra salvación. Para la philias, cf Aristóteles, en la Ética nicomaquea, Ed. Porrúa, México. 19

     16 Lacan señala que Freud rehuía con horror el mandamiento «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Freud, también decía que no era lo suficientemente sádico para basar su tratamiento en la compasión por el sufrimiento de su paciente. Cf. Sigmund Freud, en «El malestar en la Cultura». Obras completas, Amorrortu T. XXI, B. A.1976

    1. American Journal of psychiatry, abril de 1951. p.786
    2. Citado por Nathan Hale, Freud and the Americans: The beginning of psychoanalysis in the United States 1876-1971, New York , University Press, 1971, p. 339
    3. James Jackson Putman and Psychoanalysis. N. Hale, editor. Cambridge , Mass. , Harvard.

    University Press, 1971, pp. 91, 130

    20 . Stoller, R.J.; en «Sex and Gender», Vol. 1, Hogarth Press USA . 1968. P. 142-144

  • Editorial

    Editorial

    Salvador Rocha Pineda

    ¿Contra quién, rosa, has adoptado esas espinas?
    ¿Tu gozo demasiado fino te habrá forzado a convertirte en esta cosa armada?

    Rilke, Les Roses

    Lo que pasa en el curso del tiempo

    Una pregunta guía esta carta: ¿Qué hay en la repetición?

    Desearía una conversión, una metamorfosis, un suicidio…
    Pero el camino de Damasco está lejos, Praga es una ciudad extraña en un sueño de Kafka y los pájaros se van en el invierno.
    Quisiera ser otro; pero no puedo hablar por mí mismo. Miento; miento por falta de palabras en la contrariedad experimentada por un yo que no soy. Un tejido que se deshilvana en los intersticios contradictorios de la vida. Apenas y reconozco los trazos de la historia, aquellos mis fragmentos de otro.
    El recurso nietzscheano de la salvación, presente en el «cómo he llegado a ser el que soy, y por qué sufro por ser como soy» se condensa en una sola demanda: Quisiera ser otro.

    El carácter discontinuo, del psicoanálisis, (del vivir), encuentra su unidad en las fracturas. Una narración escrita de muertes y abandonos. Imaginación radical que le confiere a la existencia una ilusoria continuidad. Frente al consenso de verdad y unicidad de las ciencias y las psicoterapias, el psicoanálisis obliga a pensar desde múltiples temporalidares. De acuerdo con Heidegger: «a no caer sobre las cosas apresuradamente con concepciones improbadas, sino, más bien, ir cavilando tras ellas cuidadosamente».

    Quizás lo único que haya en la repetición sea: el envío. Espesa memoria que después de arder deja gotas de ceniza en la mirada.

    Contra la técnica

    «…pero donde hay peligro, crece también lo salvador»
    Hölderlin

    Puesto que, al menos en teoría, psicoterapias hay mejores y peores, no es el lugar del psicoanalista competir en la dictadura imperial del mercado. Más allá del dogmatismo, el psicoanálisis necesita, para sobrevivir, resistir a la simplificación vulgarizante de los manuales y los «escritos técnicos».

    A más de cien años del descubrimiento del inconsciente, parecería innecesario discutir acerca del objeto de estudio del psicoanálisis. La sorpresa es mayúscula. Si bien prolifera la literatura psicoanalítica, abruma el «descafeinado sabor freudiano» de la mayoría de los textos.
    Digámoslo de una sola vez, frente a la «técnica planetaria» para la cual el hombre es «mano de obra», «cerebro de obra»; en síntesis: material humano, el psicoanálisis concibe al individuo como un sujeto trágico que subsume una relación directa entre sus acciones y la responsabilidad por estas: El homme sans Dieu, de Pascal, se pregunta ¿por qué estoy aquí y no allí?

    Durante una de las sesiones de los miércoles (30 octubre 1907), Freud afirmaba: «La técnica analítica ha cambiado hasta tal punto que el psicoanalista ya no trata de extraer el material que le interesa sino que permite al paciente seguir el curso natural y espontáneo de su pensamiento».

    El psicoanalista es una figura equívoca en abierta oposición con la del especialista. Ante la aparición de nuevas enfermedades y la certeza arrogante del experto, y el correlato estadístico de los nuevos tratamientos, el psicoanalista: duda, anda atientas y vuelve a preguntar: ¿cómo se mide el dolor, el amor, la nostalgia, eso que acontece en la conciencia del sujeto y lo confronta y cuestiona acerca del sentido último de su existir? Veamos lo que escribe Althusser en su autobiografía:

    «Después, confiné deliberadamente a mi psicoanalista en su papel de analista, sin pedirle ya los servicios de un psiquiatra ni siquiera los de un médico. Luego he vuelto, poco a poco, a encargarme de todos mis asuntos, mis amigos, mis afectos. Además, creo haber aprendido qué es amar: ser capaz no de tomar iniciativas desmesuradas y exageradas sobre uno mismo, sino de estar atento al otro, respetar sus deseos y sus ritmos, no pedir nada pero aprender a recibir y recibir cada don como una sorpresa de la vida, y ser capaz, sin ninguna pretensión tanto del mismo don como de la misma sorpresa para el otro, sin violentarlo en lo más mínimo. En suma la simple libertad. ¿Por qué Cézanne ha pintado la montaña Sainte-Victoire a cada instante? Porque la luz de cada instante es un don.
    Entonces, a pesar de sus dramas, la vida puede aun, ser bella. Tengo sesenta y siete años, pero al fin, yo que no tuve juventud porque no fui querido por mí mismo, me siento más joven que nunca, incluso si todo debiera ahora terminar. Sí, el porvenir es largo».
    Oui, L’avenir dure longtemps.

    Kaddisch

    El hombre, nacido de mujer, corto de días y harto de inquietud,
    brota y se marchita como una flor y huye como sombra sin pararse.
    ( …) Sólo por sí mismo se angustiará su carne,
    y nada más que por él se lamentará su alma.

    Job 14, 1-22

    La carta psicoanalítica representa el lugar del envío, entrecruzamiento de líneas de divergencia. El lugar de la palabra perdida: «Ante múltiples dioses perdí una palabra que me buscaba: Kaddisch», dice el poema de Celan.

    La carta ocupa el lugar de una marca, una circuncisión, un schibboleth cibernético: punto de fuga entre la opacidad de un mundo lleno de «certezas «, donde el fantasma de un nuevo feudalismo recorre el planeta con recetas específicas y prescripciones conductuales contra la angustia y la soledad. Ante la avidez de novedades, el desvalimiento originario freudiano es sustituido, por un «mecanismo naranja de condicionamiento».

    A pesar de esto, el ser de palabra se enfrenta con el dolor de recordar, con la libertad de elegir, con la necesidad de comenzar. Frente al silencio de Dios, los oídos sordos de los hombres.

    When I remember what to say
    You will know me again

    You do not seem to be listening
    The high tide is taking everything
    And you forget to answer
    (Nico)

    El ser de palabra continua escribiendo después de Auschwitz, porque el futuro prefijado de horrorosos balances estadísticos ignora, que el género humano se niega a renunciar a sí mismo, en su carta opone:

    A las mentiras insulsas de la vida; el sabor de la cebolla.
    Al silencio de la muerte; la certeza del amor.
    Al olvido; los pies desnudos sobre las hojas del otoño.
    Al horror; las alas de un niño.
    A la estupidez; el ladrido de un perro.
    A la ignorancia; la gentileza del amanecer.
    Al Fort; el Da.


    These fragments I have shored against my ruins…
    Datta, Dayadhvam. Damyata.
    Shantih shantih sahntih.

    (T.S.Eliot, Wasteland)

    San Angel, México D.F. febrero 2003

  • El fantasma incestuoso: deseo del hijo

    El fantasma incestuoso: deseo del hijo

    María Isabel Ortigoza Capetillo

    Devenir madre, desde luego no es llevar a cabo su «naturaleza»,
    sino confrontarse de golpe con el «lote» de sus conflictos.

    Assoun

    Freud emplea el término «fantasma» para referirse a una escena que se presenta a la imaginación, se opone a la realidad, dramatiza un deseo inconsciente y evita una consecuencia traumática. El sujeto invariablemente desempeña un papel en esta escena. Dentro de la explicación acerca de cómo se constituye el sujeto femenino, el concepto de fantasma aparece ligado a diferentes escenas fantasmatizadas como puntos cruciales que velan la castración y a partir de las cuales la niña hallará el camino hacia el objetivo : ser mujer.

    Así, el fantasma de seducción, de flagelación y el del tener un hijo del padre se hallan en el momento del complejo Edipo para la sujeto femenino tal como lo concibió Freud. En el caso del fantasma Edípico, que habla del deseo de la niña de tener un hijo del padre ¿que papel vital desempeña en la constitución del sujeto femenino? ¿cómo se constituye? ¿a que deseo inconsciente remite? ¿a qué lugar viene el deseo del hijo para el sujeto femenino? Estas son algunas cuestiones que se trabajarán en este texto.

    Según Freud el deseo de la niña de tener un hijo del padre tiene sus bases en la envidia fálica. Es la culminación de un largo recorrido que va desde la fase preedípica incluyendo el estadio oral, anal, la actividad masturbatoria a la fase Edípica y la nueva elección de objeto. Es también la misma vía que conduce a la feminidad «normal» como Freud le llamó. Vía cuyo tránsito incluye el paso por la identificación masculina, el deseo del órgano primero al deseo de hombre después, como sustituto del órgano posibilitándose mediante el deseo del hijo del padre. Vía además que constituye una transición desde el amor de sí mismo, narcisista a la elección de objeto.

    En l925 Freud hace un descubrimiento que será una postulado fundamental en la teoría y en el estudio de la sexualidad femenina: la explicación de la disimetría entre los sexos a partir de cómo cada sexo vive la angustia de castración. Dirá: Mientras que el complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por éste último 1. El niño sale de la situación edípica por la angustia de castración, su equivalente en la niña la envidia fálica la introduce a ella.

    Con este hallazgo se vislumbra para la niña un desarrollo distinto; los avatares de que está hecho el camino de la niña hacia la feminidad, transitaran por parajes desolados que mantendrán a la niña mirando espejismos mientras busca manantiales: así, irá de una supuesta fase masculina a una femenina y de un cambio de objeto de amor a otro. Situación que el sujeto masculino no necesita hacer.

    Esto es, en la teoría psicoanalítica freudiana un punto de explicación de la constitución de la sujetos a partir de la concepción de una sola libido, la masculina para ambos sexos. Sólo hay una libido, la otra , la femenina no tiene representación. En el plano simbólico no hay el símbolo que represente a la mujer. Dependiendo de cómo los sujetos se inscriban en relación al significante fálico será su asunción como ser sexuado. A pesar de los esfuerzos que Freud hace de 1925 a 1932 cuando intenta obtener las consecuencias de las diferencias entre los sexos hay en su visión un traslado al «otro sexo» de los elementos sacados del análisis del sujeto masculino. Lo que esto prueba es la dificultad para concebir al «otro sexo»; En Freud, la feminidad se conceptualiza como un «otro sexo».

    Freud concibe la forma femenina del complejo de castración como un punto crucial del destino de la feminidad, un momento de encuentro con lo real de la privación, un conocimiento con lo que el sujeto femenino se ve enfrentado a una elección: renunciar al goce fálico, rebelarse contra la privación del falo adoptando una actitud de desafío o consentir, tomando al padre como objeto y hallar el camino hacia la feminidad, sumergiéndose y fantaseando en la forma femenina del complejo de Edipo. Tres caminos ante los cuales la verdadera mujer no se perderá. Ella «sabe».

    Es la función imaginaria del falo, el pivote del proceso simbólico que lleva a la niña a preguntarse sobre su sexo mediante el complejo de castración. A la vista de los genitales femeninos el niño reacciona con horror frente a imagen incompleta y angustia ante la supuesta consumada amenaza de castración. La niña En el acto se forma su juicio y toma su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo. Con esta expresión pareciera que Freud hablara de la naturaleza de un acto evidentemente femenino como inicio del camino que llevará a la niña a convertirse en mujer. ¿Qué es lo que la niña ve, comprende y concluye?. Hay una intrusión de lo real en el triángulo preedípíco imaginario que desestabiliza a la niña y la divide en su deseo provocándole angustia. Ella no tiene el órgano real, es diferente; La madre tampoco; La niña asume la castración como un hecho consumado lo que no quiere decir que se ahorra la angustia. Su genital se configura en el arquetipo de incompleto, vacío e imperfecto que es también la diferencia en relación al otro. Ella es diferente, distinta, otra, sin símbolo que la represente, sin acto que la defina; ser mujer aún implica un largo camino por recorrer no tan desconocido para ella.

    En el plano simbólico, ella se asume en una ausencia. La diferencia de los sexos en la teoría freudiana se constituye desde un principio alrededor de la noción de falta. Lo único que diferencia al órgano genital femenino del masculino es que le falta algo en el orden de los imaginario. Lo que postula la existencia de un objeto faltante en sí mismo imaginario que es el falo. Este objeto imaginario sostienen en su totalidad la fantasía alimentada por el niño cuando persiste en concebir como faltante algo que él imagina debía estar allí.

    La niña comprende que no tiene el órgano, se siente privada de algo tan valioso, sabe lo que quiere y como obtenerlo para compensar esa falta. Pareciera que para la niña se juega en un momento todo, como un acto en que ella se figura ante la imagen de la falta como siendo ella, niña a partir de percibirse en esa imagen del otro, la madre en falta, identificándose a ella, y desafiando sin colocarse en ese lugar.

    No es el órgano que falta sino lo que esto simboliza dentro de la triangulación edípica primordial, el falo que falta a la madre y que no puede aceptar no más ser ella. El falo está faltante es a buscar del lado del padre. Él lo va a dar en forma de regalo: un hijo: Ser el falo o tener el falo como identificación con el significante del deseo.

    La niña se forma un juicio acerca de sí misma como siendo diferente y desafiando al otro. Toma su decisión, no lo tiene pero quiere tenerlo ¿quiere tener que? No el órgano real sino lo que éste representa como significante. Tenerlo para Freud equivale no a tenerlo como órgano genital masculino en su realidad biológica sino a tenerlo en el papel que éste órgano representa en el fantasma. Es decir en su dimensión imaginaria y simbólica denominándose falo. El órgano real y el hijo sustituto corren gravemente el riego, tanto el uno como el otro de resultar insuficientes para significarlo. Un hijo es importante en el deseo de la mujer, más no todo el deseo de la mujer es el hijo: se trata de un anhelo fálico, que para algunas mujeres se sintetiza en el deseo de tener un hijo, y para otras como tal, anhelo fálico, no es transparente, se escamotea fácilmente y puede referirse a un objeto indefinido.

    La niña sabe que es diferente, más se rehúsa a aceptar el hecho de su castración, se afirma y acaricia la convicción de que empero posee un pene, y se ve compelida a comportarse en lo sucesivo como si fuera varón. 2En este lugar sobreviene la envidia fálica y con ella las consecuencias:

    La herida narcisista: Ella admitirá la falta con la consecuente herida narcisista, portará la cicatriz siempre sangrante de un sentimiento de inferioridad, se explicará la falta de pene como castigo personal efectuado sin advertencia a la masturbación y al hecho de que una parte del cuerpo se pierde como se perdió el pecho y las heces; Algo se pierde, pero ella mantendrá la esperanza de recobrarlo algún día y se consolará con el hijo. Mientras tanto empezará a compartir» con el varón el menosprecio de sí misma por ser dotada de un sexo mutilado, acaso también la vergüenza por ello mismo la acompañe en su vida.

    La envidia fálica: Manifestada en forma de celos, tristeza y pesar por el bien ajeno, le deja el camino de emular la acción del otro o bien de limitarle procurando igualarle o excederle. El niño a quien pegan en la fantasía de flagelación es ese niño rival que debe ser castigado por ceder a su deseo cosa que ella también quiere pero al no tener, no se asume con derecho o bien dice Freud, la fantasía merece otra interpretación, el niño golpeado-acariciado en ella no puede ser otro que el clítoris mismo. El niño que ella es en la fase masculina cuando se considera dotada de un genital. No es que la niña fantasee ser aún «más castigada» sino que si ese niño es su clítoris mismo, es a su vez fuente de excitación sexual o sea, es miedo-deseo como secuela del desear.

    También ese niño es el niño preferido de la madre que ella no puede ser dada su «falta»y él si puede ser el falo, eso que la madre desea, busca y le completará. Si ella no tiene es a no representar su deseo, ya que el niño si puede desear y ella no, por lo que ella rechazará su actividad onanista y se prohibirá ese goce; la castración para ella designa también el deseo sexual exclusivo para el varón.

    Al prohibirse ese goce, como perteneciendo al varón o envidiándolo ella se abre la posibilidad de un espacio de goce más allá; goce en la prohibición en la privación y en la envidia que será sustituido por otro; por un goce más allá del goce fálico.

    Desligamiento de los vínculos tiernos con la madre: La intrusión de lo real en el triángulo preedípico lo transforma, de algo placentero a la angustia. Ella vivía «enamorada» en la creencia de ser el objeto de su deseo ; al comparar su genital con el masculino se siente menospreciada y culpa a la madre de ello. Dentro del triángulo edípico ser madre ocupa un lugar del poder, ella es omnipotente, es todo lo que el niño quiere, hasta que la madre misma posibilita la entrada del Nombre del padre. Si ella culpa a la madre de no haberla dotado de un genital es entonces que cobra significancia además los lazos preedípicos incluyendo a la madre amada como habiéndola privado del órgano real.

    Ella supone que la madre prefiere al niño y al padre lo que la lleva a identificarse al falo para serlo por la vía primero de obtenerlo. Ese primer amor, apasionado se hecha a perder no sin consecuencias en la vida de la mujer: Esa pasión primitiva intensa, la deja marcada de por vida, como «un mal de amor» que en su origen tiene ese final y es incurable, acaso resignificado cuando ella sea madre a su vez.

    La niña buscará al padre esperando de él muchas cosas: que su amor le cure el desencanto; que con su mirada ella se vea mujer; que sea su refugio, ese puerto donde ella arribará después de la tempestad de la que debió librarse en las aguas turbulentas del amor materno. Ella reprocha a la madre o bien la considera responsable de su falta y también la rechaza con hostilidad, odio y rivalidad cuando sabe que es niña y no mujer ante el padre, más querrá serlo para ser amada por el padre.

    Sobre todo esto subyace la mirada de la niña hacia la madre; ante la imagen castrada de la madre amada, más que la desilusión, el horror ante la falta percibida en el cuerpo del otro que remite a la propia falta. Forma de salvarse a sí misma es rechazar en el otro lo que no puede aceptarse en sí misma. La madre no posee el falo y ella no puede ser el falo para la madre. La niña renuncia a ese goce, no puede ser objeto de deseo de la madre, goce del que no se recuperará y al que debe rechazar para alcanzarlo en el lugar que le corresponde siendo mujer cuyo deseo estará marcado por la ley que coloca al sujeto femenino del lado de ser mujer.

    La niña se desligará de la madre como un amor sin promesa ni esperanza de ser sustituido por un objeto semejante como en el caso del niño. Ella deberá perderla para llegar a ser mujer. Y la madre ¿qué hace ante esto? ¿cuál es la demanda en la relación de la niña con el Otro materno?. Ella posibilita la entrada de Nombre del padre, llama al padre serlo para la niña que se hace mujer.

    La entrada al complejo de Edipo: Freud la sintetiza de la siguiente manera: ahora la libido de la niña se desliza – sólo cabe decir: a lo largo de la ecuación simbólica prefigurada pene= hijo a una nueva posición. Resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo del hijo, y subraya Freud, con este propósito toma al padre como objeto de amor. 3 Constituye este paso el camino para la elección de objeto. Según Freud, el deseo del niño viene al lugar de un sustituto simbólico del pene que le ha sido negado. Quiere decir Freud que la niña va al padre por el deseo del hijo. Que la niña va al hombre mediante el deseo de hijo, que la niña deja a la madre también porque ella no puede darle el hijo, que la niña quiere el hijo como sustituto del pene y como representante simbólico de la feminidad. Es el camino también para hacerse falo , objeto de deseo. Además señala Freud, este proceso comprobado en la situación analítica, puede tener sensaciones corporales que han de apreciarse como un prematuro despertar del aparato genital femenino. 4 La niña en la fase fálica, fase de organización genital infantil, se anticipa a la organización genital unificando las pulsiones parciales a la primacía de los órganos genitales. Punto que a de verse también como la manera en que debido a este conflicto la unificación como en el caso del varón es distinta, marcando ya un «más allá» en lo genital.

    Ahora en el triángulo amoroso ella mira a otro lado, ya no a la madre, que pasa a ser rival –ella si es mujer para el padre, en lo imaginario siendo privada, en lo simbólico representando la falta y en lo real siendo el objeto de deseo de padre. ¿qué tiene la niña para competir? Ahora mira al padre para hacerse mujer, para ser amada por lo que es, para refugiarse de su desesperación y sobre todo para permitirse desear. El hijo, será el consuelo. El deseo de un hijo del padre es lo que le va permitir a la niña sostener su deseo y sostenerse a sí misma en el nivel de su deseo que desaparece.

    El deseo infantil de tener un hijo, dice Freud en Un sueño como testimonio es la expresión infantil para el deseo de las relaciones sexuales. Así deseo del hijo, está vinculado con el deseo del placer sexual.

    La diferencia entre el niño y la niña en cuanto a esta fase del desarrollo en la teoría freudiana, es una consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada a ella, lo que corresponde al distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración. El niño con la amenaza de castración de parte del padre, sale del Edipo y la niña ante el hecho consumado intenta negarlo o bien mantener la esperanza de resarcirse a través del hijo, así entra a Edipo. La pregunta por el ser mujer, pasa por el deseo de tener un hijo.

    En l9315, Freud señalará los efectos del complejo de castración en la mujer, Ella reconoce el hecho de su castración y, así la superioridad del varón y su propia inferioridad, pero también se revuelve contra esta situación desagradable. Quiere decir Freud que ella después de esa primera mirada de la imagen en falta del otro, aunque ella comprendía ya, hubo el tiempo para concluir y re- conocer, de tal manera que «admite» el hecho de su castración. A ella no le falta nada, más está castrada simbólicamente. No es que el hecho de considerar consumado no le provoque angustia. Ella la vive como un fantasma de mutilación de su cuerpo, castigo, vergüenza por el genital otro extraño, oculto, misterioso, y «menospreciado» de pérdida real de una parte del cuerpo , de ser menospreciada o mirada inferior por lo que es. Lo vive como una cambio en la percepción sobre la sexualidad, ante la idea de que todos los seres tienen pene, reemplazando por las mujeres no, están castradas y colocándose dentro del otro lugar relativo a ellas. Se trata de la castración, que implica unas elección, enfrentar no aceptar o negarla.

    Para la mujer, la realización de su sexo se logra mediante un rodeo adicional que va de la madre al padre pero surgido a partir del camino de la castración misma que resignifica la relación predípica con la madre.

    UN HIJO ES UN REGALO:

    Por qué falta un mito analítico en lo que se refiere al interdicto del incesto entre el padre y la hija.
    Lacan.

    En l924, en El sepultamiento del complejo de Edipo, Freud dice El complejo de Edipo de la niñita es mucho más unívoco que el del pequeño portador del pene(…) es raro que vaya más allá de la sustitución de la madre y de la actitud femenina hacia el padre. La renuncia al pene no se soportará sin un intento de resarcimiento. La muchacha se desliza –a lo largo de la ecuación simbólica diríamos- del pene al hijo. Su complejo de Edipo culmina en el deseo, alimentado por mucho tiempo, de recibir como regalo un hijo del padre, parirle un hijo. 6Deseo, dirá más adelante Freud, no se cumple nunca, permanecen en lo inconsciente y conservan una fuerte investidura y contribuyen a preparar al ser femenino para su posterior papel sexual.

    La niña pasa con el fantasma de posesión de un pene a la fase propiamente femenina y pasiva que le corresponde en la que antes de esperar algo del padre, ha tenido que reconocer su propia falta. Falta que debía descubrir en primer lugar en la comparación desfavorable para ellos de sus órganos genitales con los del alter ego masculino

    La niña fantasea recibir de regalo del padre un hijo como una muestra de amor , consideración o de reconocimiento a su ser diferente. Es también un obsequio que el padre le da como una ofrenda para complacerla, lo da con amor para gratificarla, le dona algo de él que es especial para ella. Como prueba de amor, como deseo del padre y como reconocimiento y homenaje a su ser mujer.

    En éste sentido, el niño aparece como símbolo del amor al Otro, como prueba del amor del padre y del deseo del Otro.

    Si ella lo que quiere es dar un regalo al padre es para satisfacer la demanda, deseo del padre que ella devenga mujer. El fantasma incestuoso de tener un hijo del padre viene a marcar con su presencia la respuesta del sujeto a la demanda o sea la significación de su necesidad. Significación que proviene del Otro en la medida en que de él depende que la demanda sea colmada. Demanda del padre que llega hasta los límites del ser haciendo interrogar al sujeto femenino sobre la falta y su deseo.

    ¿Porqué la niña pide al padre un hijo?: La niña va al padre en el momento que declina su gran amor; el padre viene en sustitución de la madre, el objeto padre sustituye al objeto madre, por propia elección o alternativa a la salida de la castración. Va a él como a un puerto dice Freud, hay una pasión vacante, después de la decepción amorosa. Lo hace su preferido es su única alternativa dentro del triángulo amoroso y esperanza de ser. ¿qué quiere ella? Un antídoto contra el propio dolor de la pérdida de la madre, resignar su amor, un nuevo amor sobre los destrozos del otro, ser amada como es; quiere el amor y el hijo se impone a toda mujer como la prueba de la verdad de ese amor, de ese lazo simbólico y del acceso del hombre como una realización del deseo fálico.

    La niña quiere desear, después de la madre. Un deseo que le garantice el sacrificio del amor materno, quiere una prohibición además, para asegurar su deseo. Quiere su mirada, la necesita como promesa de esa imagen de mujer reflejada en sus ojos. Ella necesita al padre como hombre fálico para idealizarlo, para hacerse amar de él y sostener su deseo. El deseo del hombre mediante el penisneid. El deseo del hombre para obtener el amor, la angustia de castración la vive como angustia a la pérdida de amor.

    La angustia de castración, no es, desde luego, el único motivo de la represión; ya no tiene sitio alguno en las mujeres, que por cierto poseen un complejo de castración, pero no pueden tener angustia ninguna de castración. En su reemplazo aparece en las de su sexo la angustia a la pérdida de amor, que puede dilucidarse como una continuación de la angustia del lactante cuando echa de menos a la madre. 7 Si bien, Freud esta estableciendo una relación entre la angustia de castración como resignificantes de las pérdidas anteriores, angustia de castración, separación de la madre, para la mujer está jugado de manera distinta ya que ante el hecho de la «supuesta castración» ella se desliga de la madre o bien la pierde, manifestándose como angustia a la pérdida del amor y protección de la madre. Angustia que subyace en la mujer adulta dependiente de los lazos maternos impidiéndole hacer los sustitutos consecuentes a la pérdida, como es el deseo sexual, el deseo por el hombre etc., impidiéndose así el paso de niña a mujer.

    Así Freud dice: Son muchos los seres humanos que no pueden superar la angustia ante la pérdida de amor, nunca logran suficiente independencia del amor de otros y en ese punto continúan su conducta infantil(…) Es evidente que las personas que llamamos neuróticas permanecen infantiles en su conducta hacia el peligro y no han superado condiciones de angustias anticuadas. 8

    ¿Cuál es la explicación teórica que da el psicoanálisis freudiano a la sustitución simbólica de un deseo por otro?: En l917, Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal, Freud dice que en las ocurrencias, fantasías y síntomas, los conceptos de caca ( dinero, regalo) hijo y pene se distinguen con dificultad y fácilmente son permutados entre sí; En la mujer hacen referencia al deseo reprimido de poseer un pene; sino es así es que su lugar está ocupado por el deseo del hijo como sustituto de lo otro que la naturaleza se vio precisada a negarle. Afirma además que el destino de ese deseo infantil será el sustituirse por el deseo del varón, así el varón es aceptado como un sustituto de ese deseo. De este modo se posibilita a esas mujeres una vida amorosa según el tipo masculino de amor de objeto, que puede afirmarse junto al genuinamente femenino, derivado del narcisismo.

    Así en la teoría freudiana la fantasía incestuosa de la niña se halla explicada dentro de la lógica del significante fálico y relación a los nexos que en lo inconsciente se establecen con otros: caca- dinero- regalo- hijo- pene, donde se tratan como equivalentes y subrogados mediante símbolos comunes. Y también como sustitutos simbólicos de la pérdida de amor. Freud explica: (…) ese antiguo interés por la caca se traspone en el aprecio por el oro (Gold) y el dinero (Geld), pero también hace su contribución a la investidura afectiva del hijo y del pene. 9(93) Los nexos hacen referencia a los cuerpos sólidos que al penetrar o salir excitan un tubo de la mucosa en el recto y la vagina; a algo a lo que se renuncia o se intercambia como son los dones de amor; a objetos separables o partes del mismo cuerpo y a objetos de intercambio en la relación con el otro que investidos afectivamente corresponden a la pregunta por el deseo sexual, a la moción pulsional, la relación con el otro, como forma de relación donde la pérdida, el amor, el deseo sexual y el goce se concatenan estructurando al sujeto.

    En Freud todas equiparaciones simbólicas corresponden a una lógica implícitas en sus formulaciones que de acuerdo a Lacan no hacen referencia al órgano en si sino a la representación que este desempeña en el fantasma. Para el sujeto femenino el hijo apaciguará la envidia del pene, será además la prueba del amor, y la vía para asumirse en la feminidad.

    EL HIJO: DESEO FEMENINO POR EXCELENCIA.

    El deseo del hijo, es en Freud el deseo femenino por excelencia, lo que equivale a señalar que será a través de ese deseo, la niña se ubica del lado de los sujetos femeninos estrictamente hablando como lo postula dentro de lo que llamó la feminidad normal. Dijo Freud: el deseo con que la niña va hacia el padre es sin duda originariamente el deseo del pene que la madre le ha denegado y ahora espera del padre. Sin embargo, la situación femenina sólo se establece cuando el deseo del pene se sustituye por el deseo del hijo, y entonces, siguiendo una antigua equivalencia simbólica, el hijo aparece en el lugar del pene. 10 Si bien, ese deseo es femenino, procede de otro anterior de carácter masculino que a su vez, por intervención del padre, se trasmudará en deseo del hombre como portador del órgano y dador del hijo.

    Es la más intensa meta de deseo femenino. Es grande la dicha cuando ese deseo del hijo halla más tarde su cumplimento en la realidad y muy especialmente cuando el hijo es varón Más adelante dirá, Sólo la relación con el hijo varón brinda a la madre una satisfacción irrestricta; es en general la más perfecta, la más exenta de ambivalencia de todas las relaciones humanas. La madre puede trasmitir sobre el varón la ambición que debió sofocar en ella misma, esperar de él la satisfacción de todo aquello que le quedó de su complejo de masculinidad. El matrimonio mismo no está asegurado hasta que la mujer haya conseguido hacer de su marido también su hijo, y actuar …la madre respecto de él. 11

    Para la mujer colocarse en el lugar de la madre y adoptar una posición maternal, es un lugar de poder y saber que le confiere además una imagen de feminidad. El hijo es el consuelo que la naturaleza le prodiga ante el desafío. Ella, incluso elige como actividades profesionales aquellas que se relacionan con la función de ser madre, en las que sublimiza la envidia, el desafío por la ternura y cuidado y atención que puede prodigar a los otros que ubica en el lugar de hijos.

    En Las formaciones del inconsciente de l957, Lacan aborda de manera directa la función del significante en el inconsciente y al respecto del deseo femenino dice: La envidia del pene tiene varios sentidos: uno de ellos es la fantasía de tener u hijo del padre, o sea el pene en su forma simbólica. En donde se encuentran intrincados la frustración, la privación y la castración.

    En Freud, la niña es llevada a una posición más normativa por la experiencia de la decepción. La dimensión del deseo y de la demanda prevalece aquí, y así se puede comprender la función del falo como significante de la carencia, de esa distancia entre la demanda del sujeto y su deseo

    Para la niña, el complejo de castración se presenta primero como un reproche, un rencor hacia la madre, a lo que vienen agregarse todas las frustraciones anteriores. Aquí el padre llega en posición de reemplazo; el pene real de padre es el sustituto simbólico de aquello que la chiquilla vio como frustrada. Ella pasa entonces al nivel de la privación con las crisis que esto provoca: o renunciar al objeto – el padre- o renunciar a los instintos identificándose con el padre. Se ve el dilema de la mujer: Para encontrar la satisfacción instintiva de la maternidad, debe pasar por las vías de la línea sustitutiva –pene, hijo-; pero en la línea de su deseo se ve hasta cierto punto en la necesidad de ser ese falo en tanto es el signo mismo de lo deseado. Este es el origen de la profunda Verwerfung de la mujer, de su rechazo como ser, el «extrañamiento» de su ser en aquello que debe parecer. Pues en tanto se exhibe y se propone como objeto de deseo, se encuentra identificada de una manera latente con el falo, ese significante del deseo del otro. 12

    Tanto Freud como Lacan, en ciertos momentos donde la escritura no alcanza para definir a la mujer, de pasada hablan de un instinto maternal en la mujer como algo que de cualquier manera subyace en ese deseo de tener un hijo. El hecho de que ella posea un cuerpo con caracteres biológicos femeninos preparados para su función propia de la especie, si no lo determina como dispuesta y deseante para tener un hijo si la marca como un sentido de ser mujer. Acaso Eva poseía una conciencia primordial de fecundidad, ya que la mujer estaba hecha para eso, para crear y engendrar vida, lo que equivale a existir para el movimiento, para el cambio de un estado a otro lo que de alguna manera explica su espíritu transgresor.

    EL HIJO, UNA ELECCIÓN NARCISITA.

    La elección del objeto narcisista de ciertas mujeres será según Freud otra consecuencia del penisneid. En la Introducción al narcisismo (1918) Freud define como narcisista la forma característica de la elección de objeto de la mujer. En la niña con el desarrollo puberal por la conformación de los órganos sexuales femeninos parece sobrevenirle un acrecentamiento del narcisismo originario. Tal mujer solo se ama a sí misma, su necesidad no se sacia amando sino siendo amada y se prenda del hombre que le colma esa necesidad.

    Según el tipo narcisista se ama entre otras razones, a la persona que fue una parte del sí-mismo propio. ¿Cómo ama una mujer una parte de sí misma, independiente de cómo fue concebida? El hijo para la mujer es amado por ser una parte del cuerpo propio que deviene un objeto extraño al que por eso puede brindarse amor desde el narcisismo el pleno amor de objeto. Pareciera tan sencilla esta explicación, sin embargo la mujer necesariamente amará al hijo desde el tipo de amor narcisista cuando se trata de amar una parte de sí mismo, de un cuerpo extraño al que le da vida en su vientre y siente crecer durante meses. «Dar a luz», desgarrar las entrañas, parir lo concebido, producir vida, formar seres, dar vida y trascender a través de ella como siendo y teniendo el falo .

    EL HIJO EN EL LUGAR DEL FANTASMA:

    El niño viene a ocupar un lugar para la madre: el de renacimiento y reproducción del narcisismo propio. De ahí la sobreestimación del hijo que constituye una marca inequívoca que se aprecia como estigma narcisista y en el caso de la elección de objeto está presente para los padres en sus vínculos afectivos.

    Así el niño viene a desempeñar para los padres el lugar del «niño perfecto» , lo que encubre y olvida todos los defectos propios. Punto que mantiene relación con la desmentida de la sexualidad infantil. 13

    El niño también renueva los deseos a los que renunció. Viene al lugar de los deseos inconsciente infantiles que debieron reprimirse. Para ella, el deseo infantil de tener un hijo del padre, y con ello los conflictos de amor y sexualidad a que debió renunciar o que constituyen el fantasma incestuoso. El niño debe tener mejor suerte que sus padres, no debe estar sometido a las necesidades objetivas cuyo imperio en la vida hubo de reconocerse. Enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad propia no han de tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza y la sociedad han de cesar ante él, y realmente debe ser de nuevo el centro y el núcleo de la creación(…) Debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de los padres; el varón será un gran hombre y un héroe en lugar del padre, y la niña se casará con un príncipe como tardía recompensa para la madre. 14

    Termina señalando Freud : El punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmoralidad del yo que la fuerza de la realidad asedia duramente ha ganado su seguridad refugiándose en el niño. El conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres, que en su trasmutación al amor de objeto revela inequívocamente sus prístina naturaleza.

    En un breve texto de Lacan, denominado Dos notas sobre el niño (1963) la cuestión acerca del niño esta conceptualizada como un síntoma que habla de una verdad de lo que hay como sintomático en la estructura familiar. La articulación se reduce mucho cuando el síntoma que llega a dominar compete a la subjetividad de la madre 15. Aquí el niño esta colocado directamente como correlativo de un fantasma, sobre todo cuando no hay o falla la intervención de la función del padre, el niño queda expuesto a todas las capturas fantasmáticas. Se convierte en el «objeto de la madre»y su única función es entonces revelar la verdad de este objeto. 16

    El niño viene al lugar entonces de objeto a en el fantasma, que habla del deseo de la madre, de su verdad en cuanto su estructura neurótica, perversa o psicótica; El síntoma del niño da cuerpo a su verdad, a lo que le falta, concretizándolo en algo real que constituye el objeto mismo de su existencia: Como respuesta al deseo enigmático del Otro (che voui) lo que se quiere, se exige y se espera de ella como sujeto femenino; Para sostener su deseo sexual siendo madre como la función más representativo del sujeto femenino; Y para sostenerse a sí misma en el nivel de su deseo que desaparece ante el hecho consumado de la castración.

    El hijo ocupa un lugar como fantasma en la estructura simbólica; la estructura es una imagen puesta a trabajar en una estructura significante. El falo como significante sin significado del deseo, que en el plano imaginario refiere a lo que ella desea incluso «más allá» del hijo, objeto al que el niño se identifica. Mirándolo desde el plano simbólico, y en lo que refiere a la asunción de la mujer a su sexo cómo significante fálico.

    Notas

    1 Freud: Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos. p 272.

    2 Ibíd., p.272.

    3 Ibíd., p. 274.

    4 Ibíd., p. 274.

    5 Freud : Sobre la sexualidad femenina

    6 Freud: El sepultamiento del complejo de Edipo, p. 186.

    7Freud: 32ª conferencia: Angustia y vida pasional, p.80.

    8 Ibíd., Freud, p 82.

    9 Ibíd., Freud, p. 93.

    10 Freud, S: 33ª. Conferencia, La feminidad, p.118.

    11 Ibíd., Freud, p. 124.

    12Lacan, J: Las formaciones del inconsciente, p. 113.

    13 Freud, Introducción al narcisismo, p. 87-88.

    14 Ibíd., Freud, p- 88.

    15 Lacan, Intervenciones y textos 2, p.55.

    16 Ibíd., Lacan, p.56.

    BIBLIOGRAFÍA:

    Freud, Sigmund: Obras completas, Amorrotu Editores, Buenos Aires, 1990.

    • «Introducción al narcisismo» (1914)
    • «El sepultamiento del complejo de Edipo (1924)
    • «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos»(1925)
    • «Sobre la sexualidad femenina»(1931)
    • 30ª. Conferencia: «Angustia y vida pasional».
    • 33ª. Conferencia: «La feminidad» (1933).

    Lacan, Jacques: «Dos notas sobre el niño», en Intervenciones y textos, Ed. Manantial, Argentina, 1993.

    ——–«Las formaciones del inconsciente», Selección de Oscar Massota, Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires 1979

  • Transferencia y acción específica

    Transferencia y acción específica

    Alfredo Valencia Mejía

    Tra un fiore e l’altro donato
    L’inesprimible nula

    (Entre una flor tomada y otra ofrecida
    la inexpresable nada)

    Giuseppe Ungaretti

    Con la transferencia sucede algo que no debería resultarnos extraño: en ella se juega todo el psicoanálisis. Que se decanten ciertos conceptos que se le subordinen, sean éstos calificados de técnicos, teóricos ideológicos, etc., no es lo fundamental; aún más, no es dando importancia a la adscripción escolar del psicoanalista, si así se puede decir, dónde encontraríamos un supuesto centro que permitiría comprenderla. La transferencia siempre sale al paso cuando se habla o se escribe el psicoanálisis; no digamos ya lo que ella tiene de fundamento, si se tiene fortuna, durante el proceso de una cura. Mucha tinta ha corrido en relación al tema, y sin embargo y a pesar de todo, lo dicho y lo escrito no hacen sino evidenciar la importancia del asunto, el cual no deja de escurrirse a la hora de intentar transmitirlo: la transferencia no se deja atrapar del todo. Tal vez ahí esté el enigma del trabajo psicoanalítico en tanto aventura que consiste en seguir pensando al sujeto en su dimensión trágica, dimensión que tiene en la tercia psicopatológica su escenificación existencial.

    Podemos poner a discusión un elemento que deriva de la intuición originaria de la transferencia tanto como de la configuración del aparato psíquico conjeturado por Freud. Se trata de un elemento que podemos plantear como soporte del problema que supone vincular la pulsión al objeto, problema que condiciona la posición del psicoanalista, es decir, a ser o no ser otro que un mero artificio especular. A este elemento Freud lo llama Acción específica (1).

    Muy pronto en la historia del psicoanálisis, la transferencia llegó a ser tomada como un referente ligado a todo aquello que quedaba establecido como relación de objeto, entendiéndose ésta como un proceso identificatorio puro donde la proyección y la introyección conformaban en sí un esquema especular simple donde la parte era tomada por el todo. Así la repetición en relación con la transferencia quedaba formalizada como un cliché que otorgaba al psicoanalista una posición ilusoriamente clara y específica: la de ser reflejo identificatorio (2). La investigación sobre el Yo tomaba así, en manos de algunos importantes postfreudianos, su vertiente más complicada y riesgosa para el psicoanálisis. Tendría que llegar Lacan y su » retorno a Freud» para ejercer una crítica sobre este punto (3).

    Por ejemplo, los participantes fundamentales de la historia de Anna O, tanto como los de Dora, estaban comprometidos en una suerte de serie vincular que tenía a la identificación como el primordial elemento de comprensión teórica. La repetición quedaba circunscrita a un modelo de equivalencia analógica entre el pasado y el presente, que hacía del amor y la amistad algo fácilmente ajustable a la disposición inteligente de un mero mecanismo de reflejo especular. El deseo inconsciente, aquello fundamental en la hipótesis freudiana, era confinado, al igual que su referente pulsional, a pieza de museo.

    Es Ferenczi quien hace referencia a la univocidad del proceso identificatorio; aún hoy, como si los cambios, dudas y rectificaciones de Freud no se hubiesen dado, esta univocidad es ejercitada para dar cuenta del amor de transferencia, haciendo evidente la incomprensión que se tiene de la temporalidad que se juega en el psicoanálisis. En este modelo de equivalencia analógica de objetos encontramos una apreciación de lo inconsciente que queda reducida al simple desconocimiento que el presente tiene del pasado, asegurando al olvido una posición que desplaza a la represión, donde entonces la resistencia estaría anclada en el mero negativismo para penetrar un pasado displacentero que se plantearía como tal por el simple hecho de ser «temprano»; como si efectivamente pasado y presente fuesen dos comportamientos de un «tiempo total». Este modelo justifica una posición harto cómoda para el psicoanalista, pues es de suponer que cree que él ya no está viviendo en ese primitivismo del pasado, de lo temprano, del antes. ¡Menuda ilusión!

    El esquema Transferencia — Repetición — Resistencia engarzado a la figuración del analista como puro reflejo especular depende, para su elucidación de una concepción del objeto lo suficientemente estable como para que sea capaz de deslizar una lógica que haga posible lo imposible: hacer concordantes la realidad y la construcción; homologar lo real y la historia, es decir, hacer de dos órdenes uno solo. El modelo remeda cierta historiografía alemana del siglo XIX donde el pasado era considerado como una totalidad acabada, cuyo estudio serviría para predecir, mediante su objetiva valoración, un presente — futuro susceptible de rectificación y ávido por recibir los efectos de técnicas ortopédicas.

    Para que todo esto sea posible es necesario plantear la superioridad de un tipo específico de objeto, el de la identificación, aún a expensas del desconocimiento de aquello que lo posibilita: la pulsión; quedando ésta sometida a una pura cualidad conductual que se valora exactamente. Es el legado de Fairbairn: pensar la pulsión da trabajo.

    Es claro que Freud tuvo sus dificultades para abordar la transferencia ¿Quién no? Hizo indecidible y problemática, en su texto, la referencia al enclave entre el objeto y la pulsión, es decir, entre la cosa y el concepto. Para Freud la pulsión se presenta a sí como el límite de la presentación de sí, donde la percepción, la fuerza, hace su juego en la construcción de un objeto. Así, la percepción en tanto razón se fundamenta en la facultad de representar (se) para poder pensarse ¿Cómo representarse la pulsión si no es en su representatividad objetivante? Más no por eso la pulsión y el objeto, el de la identificación, son concordantes; en el medio cabe, y Freud lo enfatizó, el fantasma: ni lo uno ni lo otro.

    Es con esa problemática que Freud se enfrentó al problema de la sugestión en relación con la transferencia. Si podemos aceptar que la pulsión se engrana al acto de representar sin referencia directa a la realidad valorativa para la conciencia, se hace entonces difícil construir una teoría que lleve la marca de una técnica, pues esta sólo tiene que pertinencia para la conciencia que valora. Por el contrario, si anticipamos un valor al objeto, valor supuestamente derivado de una «intención» pulsional, haremos la ilusoria clasificación de objetos en virtud de un funcionamiento determinado anticipadamente; sólo entonces la técnica sería posible.

    Los modelos que privilegian el campo del objeto identificatorio dan preferencia a lo que sella el registro imaginario; las consecuencias de este privilegio hacen que la transferencia sea una pura herramienta, un simple herraje a usar que da la ilusoria garantía de que el psicoanalista sabrá manejar con destreza los enclaves donde el pasado y el presente se acoplan, para entonces poder presentar «ante la conciencia» las inadecuaciones de las conductas. Nada garantiza, sin embargo, que el analista maneje la herramienta sin que se le cuelen sus fantasmas: el deseo inconsciente, tarde o temprano, escenificará su fuerza.

    Desde la Dinámica de la transferencia, Freud planteó el papel de soporte que tiene la pulsión en este fenómeno; sin embargo, su forma de señalar la repetición en referencia al objeto de las series parentales y filiales, hizo que algunos importantes psicoanalistas postfreudianos privilegiaran la historia, el principio de realidad y el pensamiento como acción, olvidando o desconociendo que dichos elementos tienen como basamento a la descarga. Y es que no es lo mismo el acto que la descarga (4); su diferencia consiste en los efectos de un retardo, de tal suerte que se confundían el origen con lo relativo al origen, con lo originario, y se tomaba entonces a los procesos de identificación como si fuesen originales, y no la consecuencia de un retardo. Véanse si no lo que sobre la transferencia dice recientemente Daniel Stern (5). La teoría del objeto que privilegia con exclusividad la percepción conciencia, el registro imaginario y la analogía de identificación, ha permitido la fuga del psicoanálisis hacia una psicología vincular; se trata de un retorno al antes de Freud que no puede ser llamada son resistencia del psicoanalista al psicoanálisis.

    Así pues, Transferencia — Repetición — Resistencia, referidos únicamente al soporte identificatorio, es decir, al Yo en su dimensión de sujeto de la conciencia, lleva la consecuencia de tener que reformular el inconsciente freudiano y figurarlo como un mero desconocimiento cognoscitivo.

    Lo que algunos discípulos de Freud no estuvieron dispuestos a hacer para salvar el escollo que supone diferenciar entre sugestión y transferencia, entre repetición y reproducción de la experiencia, él lo intenta en Más allá del principio de placer (6), ahí, él desliza tres fenómenos que sustentarían la experiencia de donde surge su concepto de pulsión de muerte: el juego del carrete, los sueños traumáticos y la transferencia. Esta última, vinculada hasta entonces a Eros y a la autoconservación, y desde ahí, figurando su ligazón identificatoria con la resistencia y la repetición, queda ahora sujetada al deseo, al recuerdo y a la descarga, en un más acá a la construcción del objeto imaginario. Funda Freud la posibilidad de que la transferencia, en tanto descarga, sea algo siempre aún por comprender y por teorizar. Es ahí dónde la posición del psicoanalista encuentra su principal motivo de malestar, pues se hace obligatorio no comprender ni teorizar del todo. En un reciente libro se dice: «La propuesta de Freud en el Proyecto es la siguiente: si el método de exhausión no lo agota (al pensamiento, al sueño, al aparato psíquico) es porque no hay objeto correspondiente sino más bien solamente sustracción. Y si no hay objeto no tiene por qué haber necesariamente método. Y menos una teoría» (7) La transferencia en tanto repetición queda absorbida en el antes del objeto de la identificación, es decir, en un antes que es pura fuerza, descarga, trazo, escritura, exactamente en donde Freud marca la especificidad del deseo como lo ligado a una huella específica: la huella de la vivencia de satisfacción (8). Apenas ahí donde el objeto no llega aún a serlo, ahí donde la marca deja un resto restado, ahí es donde la transferencia encuentra sus raíces.

    La transferencia y su interpretación se juegan, cuando más, en el fantasma y el anclaje en el cuerpo; cuerpo que no es otra cosa que escritura devenida en palabra: metáfora. Lugar desde donde la voz y el símbolo se hacen posibles. Si la transferencia tiene su fundamento en la pulsión de muerte, la repetición será repetición sin cualidad y no repetición de la experiencia. El asunto no es fácil, lo dicho ahí parece condensar la pregunta que Derrida se hace cuando lee el Proyecto: ¿Cómo la fuerza deviene en sentido? (9) Dicho de otra manera: ¿Cómo, de nada, algo se presenta como representación? Es con esta pregunta con la que tenemos que ir armados cuando intentemos entender el concepto de Acción Específica según Freud la plantea en el Proyecto. Se trata de un entidad conceptual que se presta al equívoco; tiene un lado de aparente simpleza que nos hace figurárnosla como la acción intencional específica de un objeto respondiendo a la acción comunicativa de otro objeto, por ejemplo, el llanto como acción comunicativa dirigida a otro que comprende y presta un auxilio específico.

    Si esto fuese así, desde el principio estaríamos hablando de una acción que por necesidad hace referencia al proceso secundario. Mas sabemos que, en el origen, lo que figura el modelo es la descarga, no la acción, ya que ésta última implica ya intención; por eso es fundamental, para esquivar la simplificación, criticar el asunto e intentar pensar que lo que Freud llama «acción específica» tiene por característica la descarga sobre un «individuo» que sólo de manera temporal resuelve la tensión. No soluciona el desamparo originario, sino únicamente la acumulación de tensión, de ahí que se llame «objeto». Es decir que la idea de objeto está ligada a una acción que en última instancia, es fallida; una acción del Yo para huir del dolor y el desamparo, que está condenado a repetir (10) ¿No será acaso esta repetición la que configura la transferencia? Es posible que la posición del analista encuentre su especificidad en el acto de soportar, en tanto objeto contingente, esa acción del Yo repetitiva, que no es otra cosa que el intento de huída del displacer. Se trata de una posición que tiene la función de soportar y que hace presencia de una falla desde donde el objeto se construye. Esta posición negativa, en tanto presencia tan sólo intuitiva del objeto, no debe confundirse con una concepción trasnochada del nihilismo; sólo lo podría ver así quien privilegie la disciplina psicoanalítica, con su estatuto de «identidad» profesional instituida, antes que al proceso psicoanalítico como basamento de la cura.

    La transferencia comprendida desde la pulsión de muerte y anclada a la repetición que ofrece la acción específica, permite, desde el complejo del semejante y la indefensión originaria, develar el nivel básico del objeto fuente de la pulsión, siendo éste un cuerpo escritura del que el Yo huye, para desde ahí vislumbrar el correlato fantasmático que anticipa y conforma a todo objeto identificatorio. La posición del analista es la del hueco, la del vacío que construye mundos.

    Dice José Ángel Valente: «Quizá el supremo, el solo ejercicio radical del arte sea un ejercicio de retracción. Crear no es un acto de poder (poder y creación se niegan); es un acto de aceptación o reconocimiento. Crear lleva el signo de la feminidad. No es un acto de penetración en la materia sino pasión de ser penetrado por ella. Crear es generar un estado de disponibilidad en el que la primera cosa creada es el vacío, y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo pueda en él ser creado), la creación de nada es el principio absoluto de toda creación.