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  • El Inconsciente, el Ello, lo otro psíquico. La réplica al racionalisno

    El Inconsciente, el Ello, lo otro psíquico. La réplica al racionalisno

     Rebeca Maldonado Rodriguera

    No soy ya la bicicleta de mis sentidos,
    la piedra de afilar recuerdos y encuentros.

    Louis Aragon

    Introducción

    El inconsciente y el psicoanálisis son frutos de un acontecer de sentido. La formulación del inconsciente a cabalidad por Freud obedece a un largo viaje del pensamiento que atinó a pensar que la fragua de nuestras vidas o lo más importante de ellas es irreductible a la razón. Las grietas de la roca dura de la razón se fueron formando de manera lenta en el pensamiento de Kant, en el romanticismo literario y filosófico, posteriormente en Schelling, Nietzsche, Schopenhauer, Kierkegaard, hasta llegar Freud a la formulación de lo otro psíquico: al inconsciente propiamente dicho: «Un in-dividuo -dice Freud- es ahora para nosotros un ello psíquico, no conocido e inconsciente, sobre el cual, como una superficie, se asienta el yo» [1] Esta formulación del inconsciente es un acontecimiento del pensamiento, responde a plenitud a la más importante vena del pensamiento filosófico del siglo XIX, viene a ser cristalización de algo que se esforzó por salir a la luz en el mismo momento en que el tribunal supremo de la razón e instancia de fundamentación última, comienza a dar cuenta de los límites de su posibilidad para dar razón. Esta historia del debilitamiento del imperio de la razón es una historia olvidada, ignorada y ninguneada, y mientras tanto la razón adquiere nuevos rasgos. Sus nuevas notas son la eficiencia, la funcionalidad, el rendimiento, productividad, orden. Y su criterio de universalidad y de progreso, se transforma en un libre e ilimitado intercambio de mercancías que avanza cada día en su tentativa de dar al mundo un solo rostro. Pero también es verdad que la vida del signo es incontrolable y su carácter incalculable para extenderse e imprimirse en la vida espiritual de una comunidad, a pesar de esta homologación de modos de vidas y de culturas, lo hace seguir siendo expresión de lo inconsciente. Desutilizar la vida, hacer mentís de eso que se nos impone como realidad, es la tentación de nuestro inconsciente. Pienso en Michel Tournier que en Viernes y los limbos del Pacífico dice el personaje Robinson: «El tiempo quedó fijado en el mismo momento en que la clepsidra voló por los aires en mil pedazos. Desde ese mismo momento, ¿acaso no estamos viernes y yo instalados en la eternidad?» [2] Pienso en esa película francesa Amelié, en que la realidad en tropel sigue las imágenes, las visiones, lo sueños de la muchacha, imprimiéndole otro orden, siempre y cuando se piense, claro está, que lo más importante en este mundo no sea ganar dinero, gastar y consumir -como piensa Castoriadis que es el deber ser de la época- sino darse a lo que se sueña, irrumpe en imágenes, palabras, seguir sus rastros en las cosas, en los rostros, en los gestos, ver a la cara al vecino, al tendero y al de a lado, imaginarse que le va de algún modo, seguir los signos de los otros, sus imágenes, sus sueños y sus deseos, confundir las cosas, revolverlas, confiar en su ilogicidad y hacerle jugadas al afán de funcionalidad de la vida. Pero llegar a tener el higo rezumando almíbar literalmente en la boca, después de haberlo soñado, deseado, nombrado e invocado, y aprender a vivir día a día en un mundo creador y en devenir, significa haber abandonado a la razón como guía y a su cortejo de conceptos como instrumentos. Dice Pascal: «Porque la razón ha sido obligada a ceder, y la más cuerda adopta como principio suyos aquellos que la imaginación de los hombres ha introducido temerariamente en su lugar» [3] , por eso, y justo por eso, «la imaginación -dice de nuevo Pascal- dispone de todo, hace la belleza, la justicia y la felicidad que es el todo del mundo». [4] Pascal a eso que nosotros llamamos inconsciente lo llama imaginación y, para él «la imaginación apea frecuentemente y por completo a la razón de su sitio» [5] La denuncia pascaliana del carácter subrogado de la razón, es más que nada una incomodidad ante el racionalismo imperante, pero ¿cómo la razón va moviéndose de ese sitio rector, va viniendo a menos, se va desplazando, hasta ser efecto, algo superficial y finalmente, como piensa Freud, sujeto a varias servidumbres a la del ello y a la del superyó? ¿La razón de la modernidad es un modo histórico de ser de la razón? Éstas son algunas de las preguntas de este trabajo. En este recorrido, aparecerá una razón ahincada en pulsiones, fuerzas, impulsos, que como suelo de representaciones, sueños, imágenes, hacen imposible pensar en una razón pura, dueña de sí misma, autónoma, independiente y demás.

    Del racionalismo al irracionalismo

    El proyecto del racionalismo llega a un momento culminante en el Siglo de las Luces. Si existe un periodo del pensamiento y de la vida cultural caracterizado por la confianza, el optimismo, el entusiasmo y la creencia en un futuro cada vez más esperanzador en todos los ámbitos de la vida humana (en el ámbito del conocimiento, de las instituciones y de la convivencia) no es otro que el Siglo de las Luces. El fundamento de esa esperanza son la razón y los resultados obtenidos en el campo de la ciencia de la naturaleza. En un texto de D’Alambert citado por Cassirer, leemos: «La ciencia de la naturaleza adquiere día a día nuevas riquezas; la geometría ensancha sus fronteras […] La ciencia de la naturaleza amplía su visión desde la Tierra a Saturno, desde la historia de los cielos hasta la de los insectos […] Pero el descubrimiento y el uso de un nuevo método de filosofar despierta […] un incremento general de las ideas […] Esta efervescencia, que se extiende por todas partes, ataca con violencia a todo lo que se pone por delante, como una corriente que rompe sus diques». [6] El entusiasmo manifiesto en este texto de D´Alambert obedece a una fe en el progressus in indefinitum. Pero si existe el progreso, si existe la creencia en el perfeccionamiento humano es porque la razón es también ámbito de perfeccionamiento: Y «cuando el siglo XVIII quiere designar esta fuerza, cuando pretende condensar su esencia en una sola palabra, apela al sustantivo razón«.[7] Por lo tanto, a los poderes deductivos y lógicos de la razón, a su pretensión de sistema, a su afán de ofrecer un sistema de leyes que expliquen el movimiento desde la Tierra hasta Plutón, a su capacidad de formulación de hipótesis se agrega uno nuevo: el de ser motor de progreso infinito. Desde la fundación de la modernidad filosófica hasta el Siglo de las Luces la razón fue un ámbito de más y mayores iluminaciones. El criterio de la verdad como queda consignado en las Meditaciones metafísicas y en el Discurso del Método es la claridad y la distinción.

    Kant además de haber descubierto los fundamentos de la ciencia, abrió la caja de Pandora del irracionalismo. La razón no puede penetrar en la esencia de las cosas. Sensibilidad y entendimiento juntos constituyen los límites del territorio de la verdad y su instrumento son los principios del entendimiento incluido en ellos el principio de causalidad. Pero lo que las cosas sean en sí mismas permanece intocado. Además, los principios del conocimiento no pueden satisfacer la aspiración sin término del hombre por lo absoluto e incondicionado psíquico, cosmológico y divino, esto es, Dios, la libertad y la inmortalidad. Desde entonces dos actitudes correrán paralelas en el espíritu del hombre: su aspiración por lo incondicionado, pero por otro, el espíritu científico que sólo puede captar causas y efectos y anclarse a lo condicionado. La refutación kantiana a la razón moderna se inicia como conciencia de que los principios del entendimiento no pueden dar cuenta de lo que verdaderamente nos importa. Kant forma parte de la réplica al racionalismo, de esto ya nos había advertido Nietzsche al escribir que «la valentía y sabiduría enormes de Kant y Schopenhauer consiguieron la victoria más difícil, la victoria sobre el optimismo que se esconde sobre la esencia de la lógica, y que es a su vez el sustrato de nuestra cultura». [8] Y añade:

    Si luego recordamos como Kant y Schopenhauer dieron al espíritu de la filosofía alemana, [.], la posibilidad de aniquilar el satisfecho placer de existir del socratismo científico, al demostrar los límites de éste, cómo con esta demostración se inicio un modo infinitamente más profundo y serio de considerar los problemas éticos y el arte, modo que podemos calificar realmente de sabiduría dionisíaca. [9]

    Kant da inicio a un acontecer de sentido al inaugurar dentro del hombre un territorio que es mucho más amplio, complejo y enigmático que el ámbito del conocimiento científico o fundamentado. En un pasaje fundamental de la Crítica de la razón pura hacia el final de la Analítica Trascendental leemos lo siguiente:

    No sólo hemos recorrido el territorio del entendimiento puro y examinado cuidadosamente cada parte del mismo, sino que, además, hemos comprobado su extensión y señalado la posición de cada cosa. Ese territorio es una isla que ha sido encerrada por la naturaleza entre límites invariables (unveränderliche Grenzen). Es el territorio de la verdad (Land der Wahrheit) -un nombre atractivo- y está rodeado por un océano ancho y borrascoso (umgeben von einemweiten und stürmischen Ozeane), verdadera patria de la ilusión (Sitze des Scheins), donde algunas nieblas y algunos hielos que se deshacen [.] producen prontamente la apariencia de nuevas tierras y engañan una y otra vez con vanas esperanzas al navegante ansioso de descubrimientos, llevándolo a aventuras que nunca es capaz de abandonar, pero que tampoco puede concluir jamás. [10]

    El filósofo debe convertirse en el agrimensor de de ese insondable mundo interior, debe dar cuenta de lo que podemos saber, pero también de aquello que no cae dentro de los límites del conocimiento verificable, que curiosamente ese ámbito representado en la metáfora de Kant por el mar ancho y borrascoso, es justamente lo que deseamos saber y forzando un poco más la interpretación: lo que deseamos. Y para Kant eso que deseamos, anhelamos y apetecemos saber es lo que más profundamente nos constituye, a las claras dice Kant: «no nos parece suficiente limitarnos a exponer lo que es verdad, sino que quisiéramos examinar también lo que deseamos saber».[11] Es sorprendente que en la terminología kantiana la razón sea justamente la facultad de desear. Y esa facultad de desear es un mar sin orillas, ni término visible, tal y como el inconsciente de Freud. El deseo humano es para Kant el deseo de lo absoluto. Esta aspiración es irrealizable. Kant abre pues la herida de la razón. En contraposición a a un pensamiento que había convertido a la razón en un fetiche capaz de determinar toda índole de objetos y conducir a estados progresivos de iluminación, Kant nos enfrenta a un sujeto que es fundamentalmente a causa de su deseo de absoluto, desgarradura, escisión e incoincidencia consigo mismo. Este sujeto tiene que aprender a enfrentar la suma de sus posibilidades e imposibilidades. Pero también tiene que aprender a vivir con sus imposibilidades, con «esas sombras que al cortarse con la espada vuelven a juntarse inmediatamente» [12] . Pues la ilusión de la razón no es una que «conocida desaparece al instante, -dice Kant- sino una ilusión natural e inevitable. Incluso cuando esta ilusión ha dejado de engañarnos sigue pareciendo lo que no es, aunque ya no nos confunda. Podemos pues contrarrestar su efecto, pero nunca borrarla». [13] Kant fue capaz de ver las necesarias tinieblas de la razón. El criterio de claridad y distinción se vuelve insuficiente al enfrentarse con el deseo humano.

    La omnipotencia de la razón de la modernidad va cediendo lugar a un territorio problemático, a las sombras, dentro del ser del hombre. La razón desesperada, la razón desgarrada entre sus preguntas y la imposibilidad de respuestas, abre las zonas de lo infundado. Aquel mar ancho y borrascoso de Kant, inaugura un insospechado acontecer de sentido, se convierte en Schopenhauer en Voluntad (Wille), en esa voluntad que no tiene ni causa ni razón ni explicación ni fin. Cuando el camino a lo incondicionado queda vedado, Schopenhauer constatará siguiendo a Kant, que la voluntad cae fuera del principio de razón porque no es representación, que el principio de razón suficiente se aplica a las representaciones, pero la voluntad no puede caer dentro de la causalidad:

    la voluntad misma, la cosa en sí, carece de causa por estar situada fuera del dominio del principio de razón. [.] si se le pregunta por qué quiere en general o por qué quiere existir, no sabría qué contestar y hasta juzgaría absurda la pregunta [.] En efecto, la esencia de la voluntad en sí implica la ausencia de todo fin, de todo límite, porque es una aspiración sin término. [14]

    Schopenhauer al definir la voluntad como aspiración sin término, hace del deseo fuerza irreductible al principio de razón o del principio que dice que siempre hay una razón para lo que es. Pero a la par hace de la voluntad, algo más fundamental que la razón, por ser fuerza creadora.

    Todo cuerpo es objetivación de una voluntad que no tiene razón en sí, que es incausada. Absolutamente todos los movimientos del cuerpo son expresión de la voluntad, como el hambre y el sexo. Es a través de todos esos movimientos fisiológicos que la voluntad se hace visible. Bajo la consideración del irracionalismo existen fuerzas originarias irreductibles a causas y a efecto, pues dichas fuerzas son creadoras. No tenemos hambre porque tenemos esófago y estómago, el esófago y el estómago son creaciones de la voluntad, así sucede con las corrientes de agua o con el movimiento de una aguja magnética hacia el norte. [15] No quiero entrar en la discusión de la veracidad de esta afirmación, pero en la consideración schopenhaueriana del mundo la voluntad es una fuerza ciega, sin meta, aspiración sin término y sin embargo creadora del mundo de la apariencia, del devenir, de las generaciones. No es posible perder de vista a eso ciego, vivo, plural, bullente, en el fondo de la vida, que en Schopenhauer sobrepasa a la razón y es más fundamental que la razón y que llama voluntad. Desde esta consideración la razón no puede dejar de contar con algo irreductible al principio de razón y que además la condiciona. El irracionalismo es la conciencia de que el principio de razón, esto es, el principio de causalidad, es incapaz de penetrar en la esencia de las cosas, y de que la razón es completamente algo derivado. [16]

    La razón y su instrumento el principio de causalidad dejaron de ser centro y fundamento desde el romanticismo. El pensamiento desde entonces se fue internando en las fuerzas oscuras, en el sueño, aprendió a escuchar a lo otro y a expresarlo. Y en este sentido hay que escuchar íntegro el trabajo de Albert Béguin sobre el romanticismo y al romanticismo mismo. [17] La visión optimista de la naturaleza y de la razón tiende a apagarse, va perdiendo intensidad. Fue el romanticismo quien enseñó al pensamiento a atender al sueño, al mito, a la poesía y, en general, a todas las afloraciones del lenguaje que el racionalismo había considerado ficciones o una burda y desfigurada representación de las cosas y, en suma, irracionales. [18] Fue el romanticismo quien se atrevió a nombrar a los cuatro vientos las limitaciones de la pobre razón. Recordemos a Jean Paul que escribe «Un silogismo no desvía el río de sangre de nuestros deseos» [19] o a Hölderlin que más tarde, en su Hiperión, resalta el ser mendicante de la razón: «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona». [20] Dentro del romanticismo filosófico, Schelling en 1809, en franca oposición al hegelianismo, expresa en Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana algunas de las ideas que hemos tratado de exponer: la razón es algo derivado, tiene un fundamento oscuro y que además ese fundamento es creador:

    Sin esta oscuridad preliminar -dice Schelling- no hay realidad alguna para la creatura; las tinieblas son su necesario patrimonio.La vanidad del hombre se opone a la idea de ese origen a partir del fundamento, e incluso busca razones morales en contra de ella. Con todo, no sabríamos de nada que pudiera estimular al hombre a aspirar con todas sus fuerzas hacia la luz, que la conciencia de la noche oscura, de la que surgió elevándose desde allí a la existencia.[21]

    Y páginas más adelante agrega Schelling:

    En todo lugar en el que hay deseo y apetito, existe ya en sí una suerte de libertad, y nadie podrá creer que los apetitos, que constituyen el fundamento de toda vida particular de la naturaleza, ni la tendencia a la conservación.hayan sido añadidos a la criatura ya creada, sino antes bien, que fueron ellos mismos lo creador.[22]

    Efectivamente, en Schopenhauer la voluntad es creadora del mundo, también en Schelling. Ambos pensadores trataron de pensar a la conciencia en relación con lo oscuro, con los apetitos, las pasiones, como algo que emergía de esa oscuridad inicial y a ésta como lo creador mismo. Pero la transformación de esas fuerzas en fuerzas simbolizadoras y creadoras es obra de Nietzsche con su Nacimiento de la tragedia. Para Nietzsche de esas fuerzas surge el sueño, el arte y el mundo de la forma y el símbolo, en suma, el lenguaje. Más tarde, las fuerzas serán creadoras de morales, valores, instituciones, pensamiento y del conjunto de la cultura, como sucederá en Más allá del bien y del mal y Genealogía de la moral. Pero en el inicio de su pensamiento Nietzsche unió a las fuerzas y al lenguaje. Y descubrió a la metáfora y al sueño como las creaciones más prominentes de aquellas fuerzas.

    «El creador del lenguaje -dice Nietzsche- se limita a denominar las relaciones de las cosas para con los hombres y para expresarlas acude a las metáforas más audaces. Primero trasponer una excitación nerviosa a una imagen: primera metáfora. Nueva transformación de la imagen en un sonido articulado: segunda metáfora» [23] .

    Hay una excitación, una imagen, luego un sonido articulado, pero la cosa en sí es absolutamente inaccesible. Esto instaura la movilidad del signo, de los significados, su fluidez. Pues pregunta Nietzsche «¿qué es la verdad? Una multitud en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos». [24] La movilidad del significado será lo más característico de la verdad instalada en el lenguaje: «La forma es fluida, pero el sentido lo es todavía más.»[25] , declara Nietzsche en La genealogía. Todo el problema del hombre está planteado por el devenir del signo. Por otro lado, el aparecer del lenguaje como la creación de fuerzas y excitaciones nerviosas, deja al intelecto disuelto en los poderes metaforizadores del lenguaje. «Este instinto que impulsa a la formación de metáforas [.] del que en ningún momento se puede prescindir, porque en tal caso se habría prescindido del mismo hombre». [26] Y para Nietzsche esa razón sabedora de su origen metafórico no puede ver más a la realidad como un sustrato o como esencia o como fundamento. No existe una esencia o fundamento allende al lenguaje, creamos metáforas y metonimias para poder vivir, ése es el contenido o sentido del apelativo ’extramoral’. Vivimos en la medida que metaforizamos, hablamos, interpretamos. Nietzsche crea una razón ahincada en las condiciones de la vida.

    Con su concepción del lenguaje como condición de vida, el filósofo se acercó a un concepto ampliado de razón. Pues, así como el lenguaje, todo pensamiento es el efecto de un movimiento de pulsiones, fuerzas e instintos. Por eso, cuando Nietzsche habla del cuerpo y su gran razón en Así habló Zaratustra está hablando de una razón ampliada, de sus fundamentos pulsionales. Sus fundamentos y sus propósitos son mucho más profundos de lo que la razón del racionalismo puede pensar. «Pero esa cosa más grande aún, en la que tu no quieres creer, – tu cuerpo y su gran razón; ésa no dice yo, pero hace yo». [27]  No hay un solo pensamiento que se produzca sin vida instintiva del sujeto. Toda argumentación proviene y es manifestación de un instinto. Y quien piensa no es ningún sujeto de razón sino de los instintos. Por eso escribe en Más allá del bien y del mal: «tenemos que contar entre las actividades instintivas la parte más grande del pensar consciente». [28] El sujeto consciente es efecto de una actividad pulsional «incluso el pensar filosófico». Lejos de la antítesis instinto-razón es necesario comprender a la razón como hija del instinto, pues «de ningún modo es la conciencia antitética de lo instintivo». [29] Nietzsche trata de terminar con los contrarios razón-instinto, razón-sinrazón. El pensamiento se juega mucho más allá de lo que la razón logocéntrica piensa, con su yo pienso, sus conceptos de causa y efecto, identidad, su criterio de claridad y distinción y su afán de logicidad.

    Freud y la réplica al racionalismo.

    Un hilo conductor fundamental en esta historia es la pérdida de lugar del principio de causalidad o principio de razón que dice que siempre hay una razón para lo que es o existe. Para Freud, es necesario hacer violencia a ese principio de razón en nosotros para prestar oídos y dar crédito a una serie de fenómenos como las operaciones fallidas, los lapsus del lenguaje, las ocurrencias, los olvidos, los sueños, que desmienten el imperio de la razón en la vida humana. Freud viene a alimentar el descrédito a la razón. Él pensará que todos aquellos fenómenos obligan a pensar en la necesidad de no confundir la razón con la totalidad de lo anímico, así como Kant no confundió nuestra subjetividad con las cosas en sí. Para el psicoanálisis, «es imposible tomar como supuesto la identidad entre lo inconsciente y lo anímico» [30] Pero aún más, el psicoanálisis obliga a admitir que la razón además no es la depositaria única del saber o centro del saber, que razón y saber no mantienen identidad pues, dice Freud «es muy posible, y aun muy probable, que el soñante a pesar de todo sepa lo que su sueño significa, sólo que no sabe que lo sabe y por eso cree que no lo sabe» [31] Más adelante afirma: «Existe un saber del que empero el hombre nada sabe» [32] Existe pues un saber no sabiendo. Freud sabe cuánto hay que subvertir a la racionalidad para hacer estos pronunciamientos, sabe que aquel que sólo quiere certidumbres, no puede transitar por el camino del psicoanálisis. Tiene que habituarse a la existencia de algo que mientras vivimos es imposible de adquirir, asir, determinar, rodear, como la razón quisiera, pues dice Freud «es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad.nos aproximamos al ello con comparaciones, lo llamamos un caos, una caldera llena de excitaciones borboteantes.» [33]

    En las descripciones que Freud hace del inconsciente son innumerables las veces en que señala que se encuentra sometido al principio del placer, que en el ello o inconsciente no rige el principio de no contradicción o el principio de identidad o la negación o el tiempo y el espacio, representaciones del bien y del mal, sino el principio de placer. Lo único que permanece inamovible es el deseo reprimido o imágenes reprimidas que sólo pueden restársele poder al volverlos conscientes por medio del trabajo analítico y quién sabe. La conciencia o yo desplaza el principio del placer que gobierna al ello, por el principio de realidad. El nuevo principio (el de realidad) se representa lo que es real aunque sea desagradable. De este establecimiento del principio de realidad dice Freud «resultó una paso grávido de consecuencias» [34] . El sujeto aprendió a captar las cualidades sensoriales, trata de explorar el mundo exterior antes de que surja una necesidad interior inaplazable, surge un sistema de registro que conserva los resultados constantes de esa exploración de la realidad. En lugar de borrar las representaciones causantes de displacer, surge el fallo que decide si una representación es verdadera o falsa es decir «si estaba o no en consonancia con la realidad; y lo hacía por comparación con las huellas mnémicas de la realidad» [35] Surgió la capacidad de alterar la realidad de acuerdo a fines, es decir, la acción. Éste es el yo. Del surgimiento de la conciencia sobre la Tierra nos dice Nietzsche: «de un golpe todos sus instintos quedaron desvalorizados y en suspenso [.] ¡estaban reducidos, estos infelices, a pensar, a razonar, a calcular, a combinar causas y efectos, a su <> a su órgano más miserable y más expuesto a equivocarse!. Yo creo que no ha habido nunca sobre la Tierra, tal plúmbeo malestar»[36] Para Nietzsche del surgimiento de la conciencia pende todo el malestar del hombre; por muchas otras razones, Freud considerará que «todos los empeños terapéuticos del psicoanálisis» se resumen en un único propósito: «fortalecer al yo» [37] . Agrega: «hacerlo más independiente del superyó, ensanchar su campo de percepción y ampliar su organización de manera que pueda apropiarse de nuevos fragmentos del ello.» [38]

    La postura del hombre en la realidad es una cuestión fundamental, o negarla porque es dolorosa, postura del ello, o reconocerla aunque sea dolorosa, postura del yo, pero se abre una tercera posibilidad, transfigurarla. Es decir, engrosar los vasos comunicantes entre la razón y la sin razón, reconciliar el principio de realidad y el principio del placer, haciendo uso de aquel reducto de la fantasía protegido de la dureza del principio de la realidad, la cual Pascal llama imaginación. Freud también piensa que «el arte logra por un camino peculiar una reconcialiación de los dos principios» [39] Dice Freud: «Al establecerse el principio de realidad, una clase de actividad del pensar se escindió; ella mantuvo apartada el examen de realidad y permaneció sometida únicamente al principio de placer. Es el fantasear, que empieza ya con el juego de los niños y más tarde, proseguido como sueños diurnos, abandona el apuntalamiento en objetos reales.» [40] Para Nietzsche también hay algo más que no está sometido al principio de razón o principio de realidad: el impulso metaforizador. Y ése impulso no es privativo del artista, sino del hombre. Dice el filósofo en Verdad y mentira:

    Este instinto que impulsa a la formación de metáforas, este instinto fundamental del hombre, del que en ningún momento se puede prescindir, porque en tal caso se habría prescindido del mismo hombre, en realidad no ha sido sometido ni prácticamente dominado por habérsele construido un mundo nuevo, regular y rígido como una fortaleza con sus productos volatizados, los conceptos. Busca un nuevo ámbito de acción y un nuevo cauce y los encuentra en el mito y sobre todo en el arte. Al establecer nuevas trasposiciones, metáforas, metonimias, confunde constantemente las rúbricas y las celdas de los conceptos; muestra ininterrumpidamente el deseo de configurar el mundo real del hombre vigilante [.]con el encanto y con la perenne novedad del mundo del sueño. [41]

    La metáfora lejos del principio de realidad reúne géneros y especies distantes, como las perlas y los dientes, confunde la lengua con una ola inmensa, dice que las piedras lloran, o que el inconsciente es un mar sin orillas. Me parece pues, que llegamos a una conclusión interesante. El ser humano con su impulso metafórico busca incesantemente configurar el mundo a imagen y semejanza del mundo del sueño. «Nunca jamás es más exuberante, más rico, más orgulloso, más hábil, ni más temerario; con placer creador lanza metáforas [.] y desplaza los mojones de las abstracciones. En este momento ha arrojado de sí el signo de su servidumbre». [42] Nietzsche lejos de un reforzamiento del imperio de la razón, cuyo cálculo siempre es dominio, nos deja en el pórtico de la otra razón, de una razón que reaprende a vivir soñando, pues el ser escindido, es más bien un ser separado de sus metáforas-guía, de sus sueños. La alianza entre principio de realidad y principio de placer se puede formular del siguiente modo: Soñar sabiendo que se sueña. «De pronto desperté en medio de este sueño, pero sólo a la conciencia de que precisamente soñaba y de que tenía que continuar soñando, para no perecer: así como el sonámbulo tiene que continuar soñando para no despeñarse» [43]

    He tratado de ampliar los vasos comunicantes entre la razón y la sin razón, ir más allá de una razón conflictiva, problemática, paradójica, desgarrada, consciente de sus límites, y propiciar una razón más zigzagueante, serpeante, titilante que siempre está entendiendo y no entendiendo, que aspira a un saber no sabiendo, y ya rayando en la utopía, es decir, lejos de la medianía del puro vivir, procurar una relación con el mundo que traspapele realidad y fantasía y, por lo mismo, más íntima, creadora y secreta, que nos impulse a ver que los seres humanos pueden tender los puentes entre la realidad y la fantasía asistidos por sus sueños, sus metáforas, sus ocurrencias: por el lenguaje de su deseo. En realidad he querido transitar hasta aquí. Transitar desde la formación del sujeto del inconsciente desde la perspectiva de la historia de la filosofía, su reconocimiento, hasta un diálogo con el estatuto del principio de realidad en psicoanálisis a partir de una propuesta sobre el lenguaje: el lenguaje tiene como posibilidad esencial hacernos transitar más allá de los límites de la experiencia y de la realidad. Habría un tercer principio independiente del principio de realidad y del principio del placer: el principio transfigurador de la realidad.

    [1] Sigmund Freud, El yo y el ello, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, T. XIX, 1986, p.26.

    [2] M. Tournier, Viernes o los limbos del Pacífico, México, Consejo Nacional para la cultura y las artes-Alfaguara, 1992, p.229

    [3] Blaise, Pascal, Pensamientos, Madrid, Valdemar, 2001, p.75

    [4] Blaise Pascal, Op. Cit.p.77

    [5] Ibid. p.75

    [6] Citado por Ernst Cassirer en Filosofía de la ilustración, México, FCE, 1984, p.18.

    [7]  Ernst Cassirer, Op. Cit. p.20.

    [8] Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, Madrid, Alianza Editorial, 1989, p.148.

    [9] Friedrich Nietzsche, El nacimiento., p.150 Ahora bien, dicha sabiduría es aquella que «sin las seducciones de las ciencias, se vuelve con mirada quieta hacia la imagen total del mundo e intenta aprehender en ella, con un sentimiento simpático de amor, el sufrimiento eterno como sufrimiento propio»(Ibid, p.148)

    [10]  I. Kant, Crítica de la razón pura, Madrid, Alfaguara, 1978, p.259 A236

    [11] I. Kant, Crítica de la razón., p.323

    [12] Ibíd., p.600 A756.

    [13] Ibíd., p.392 A422.

    [14] Arturo Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, México, Editorial Porrúa, 1992, p.137.

    [15]  Pues dice Schopenhauer «(.) el cuerpo mismo todo entero [.] no es otra cosa que la manifestación de la voluntad, el hacerse visible la objetivación de la voluntad [.] las partes del cuerpo responden a los apetitos fundamentales por los cuales la voluntad se manifiesta y deben ser la expresión visible de los mismos: dientes, esófago y canal intestinal» (A. Schopenhauer, Op. cit, p.97)

    [16]  «La ley de causalidad sólo tiene sentido en relación con el tiempo y el espacio y con la materia, que es la síntesis de ambos, [.] y precisamente por esto nunca puede conducirnos a la esencia interior de la naturaleza»(Ibid, p.116)

    [17] Cfr: Albert Béguin, El alma romántica y el sueño, México, FCE, 1996.

    [18] Cfr: M. Frank, El dios venidero, Lecciones sobre la nueva mitología, Madrid, Del Serbal, 1994.

    [19] Citado por Albert Béguin, Creación y destino, México, FCE, Vol. 1, 1997, p.29.

    [20] F. Hölderlin Hiperión, Madrid, Hiperión, 1998, p.26.

    [21] F.W.J, Schelling, Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana, Barcelona, Anthropos, 1989, p. 169.

    [22]  F.W.J. Schelling, Op. Cit. p.207

    [23]  F. Nietzsche, «Introducción teorética sobre la vedad y la mentira en el sentido extramoral», en El libro del filósofo. Retórica y lenguaje, Madrid, Taurus, p. 89

    [24]  F. Nietzsche, «Introducción teorética.», p. 91

    [25] F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Madrid, Alianza Editorial, 1981, p.89

    [26] F. Nietzsche, «Introducción teorética.», p.98

    [27]  F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Madrid, Alianza Editorial, 1985, p.60.

    [28] F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 23

    [29] F. Nietzsche, Más allá del., p.24

    [30] S. Freud, Conferencias de introducción al psicoanálisis, Obras completas,  Buenos Aires, Amorrortu editores, TXV, p.19.

    [31] S. Freud, Conferencias de., p.92

    [32] Ibíd. p.93

    [33] S. Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, T. XXII, 1986, p. 68.

    [34] S. Freud, Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu ediciones, T. XII, 1986, p.225.

    [35] S. Freud, Formulaciones sobre., p.226.

    [36] F. Nietzsche, La genealogía de la., p.96

    [37] S. Freud, Nuevas conferencias de ., p.74

    [38]  Ibidem.

    [39] S. Freud, Formulaciones sobre los dos principios., p.229

    [40] Ibídem. O en otro lugar, nos dice Freud «.en la neurosis tampoco faltan intentos de sustituir la realidad indeseada por otra más acorde al deseo. La posibilidad de ello la da la existencia de un mundo de la fantasía, un ámbito que en su momento fue segregado del mundo exterior real por la instauración del principio de realidad (S. Freud, La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, Obras completas, T. XIX, 1986, p. 197)

    [41] F. Nietzsche, «Introducción teorética.», p.98

    [42] Ibíd. p.99

    [43] F. Nietzsche, La ciencia jovial, Caracas, Monte Ávila Editores, 1992, p.63.

  • Foucault frente a Freud

    Foucault frente a Freud

     Julio Ortega Bobadilla

    Agradezco a la dirección de la Facultad y al coordinador del evento, la deferencia por concederme este lugar en el presente simposio, que inaugura un diálogo largamente esperado y necesario entre filósofos y psicoanalistas en nuestro país. Espero sinceramente que éste sea el inicio de una discusión amplia en la que los dos campos de estudio encuentren razones para seguir cosidos y alimento mutuo para sus preocupaciones particulares. No sé por qué los organizadores escogieron este 11 de septiembre para mi ponencia, y si la fecha cabalística me predisponga a chocar con las torres de la filosofía, sinceramente espero que no.

    Me coloco del lado del psicoanálisis, es ésta finalmente mi identidad y les pido a los filósofos que tengan paciencia al oír mis planteos. El desarrollo del pensamiento en psicoanálisis involucra siempre al sujeto que enuncia el discurso y las ideas tienen un sello personal que las marca como propias, aún en la duda y la equivocación. La enseñanza de Freud es que a través de la palabra uno se desnuda y se desanuda y que la asociación libre es una de las herramientas principales en el juego del pensar.

    Michel Foucault es hoy, para muchas voces, el más importante filósofo de finales de ese siglo XX al que no acabamos de decir adiós. Todo parece llevar su nombre, y su obra ha impuesto su sello a casi cualquier reflexión contemporánea sobre el tiempo, la historia y la sociedad. Se multiplican los libros y las tesis sobre la filosofía de este autor que ha llegado a ser nombrado por Maurice Clavel como el «Nuevo Kant».

    El impulso crítico parecía haberse agotado con el fracaso de las utopías y el desengaño que produjo las inconsistencias del pensamiento de izquierda y la práctica del socialismo real. Esta época reciente pero cuyas páginas se han puesto rápidamente amarillas; en nombre de la verdad, la ciencia y el cambio, tejió nuestro desencanto hacia todo y todos. Los jóvenes de hace 25 años compartimos una fe ciega en la eficacia real de de las intenciones políticas de la fe marxista, pero la acción nos demostró que los medios están íntimamente ligados a los fines.

    La caída del muro de Berlín acabó por desplomar muchos de nuestros sueños y de pronto, topamos de frente con una nueva generación denominada «X» en la que los videojuegos y los juegos de roles ocupan el lugar de la acción; el interés por la zaga de «El señor de los anillos», la atención centrada antes en la marcha de la revolución mundial; y la Internet, el sitio del oráculo de Delfos.

    Con el pensamiento de Foucault asistimos a un renacimiento de la crítica desde una perspectiva que rechaza el desarrollo lineal, la verticalidad de los procesos, el evolucionismo y la teleología: ¡Enhorabuena!

    En una glosa a la obra de Klossowski [1] escrita por Foucault  con el sugestivo nombre de La prosa de Acteón encontramos que  hace notar proximidades entre su escritura y la de Klossowski.  Este hecho revelador, nos habla del carácter gozoso de su trabajo, del simulacro implicado en sus análisis en dónde su única apuesta definitiva es la de jugar a la exploración de los intersticios de bloques de pensamiento monolíticos. Quizá así, entendamos mejor la molestia de algunos de sus lectores que se desilusionan al no encontrar muchas veces, alternativas teóricas o propuestas políticas acabadas, sino el desarrollo de una experiencia literaria y retozona de textos, que parecieran estar construidos por el instante de la inspiración. Sus palabras son siempre poéticas, concediendo a su tono expresivo un valor menos de revelación de la verdad, que de develación de lo falso o ilegítimo de la postura de ciertos discursos.

    Foucault  parece haberse iniciado como hegeliano, pero su lectura apasionada de Nietzsche  transformó completamente su pensamiento. La suya, es una filosofía que se encuentra más allá del estructuralismo  pero influida por él. Concibe al mundo como un todo ligado a una red de signos que se relacionan entre sí en una cuadrícula que obedece a una lógica no fundamental, pero sí, administrada por una configuración de sentido. Así el pasaje de la visión renacentista encañonada en la búsqueda de semejanzas (convivencia, emulación, analogía, simpatía), será desplazado no por una cosmovisión azarosa, sino por otra llamada Clásica que emerge de las fisuras de la anterior y que se centrará en la búsqueda de la identidad y la diferencia, la semejanza y la desemejanza.

    Este tejido es conformado, en última instancia, según vaivenes estéticos que configuran epistemes siempre en precario equilibrio y no estructuras esenciales. No hay en él un intento de leer en los signos de esos ciclos y sus detalles, mensajes que permitan construir un código de sucesiones, una nueva ideología de verdad.

    Cuando sucedió en el cargo a su antiguo maestro Jean  Hyppolitte, en el prestigioso Collège de France, el profesor Foucault  se vio obligado a resumir en el año de 1970 [2] , el derrotero de sus investigaciones, este texto corto y singular tiene el mérito de hacer las veces de una valiosa introducción a las complicaciones de su filosofía. En este trabajo insiste en que su tarea es hacer «análisis de discursos» sin entrar en la oposición verdadero y falso, pues considera estas separaciones como arbitrarias y artificiales, sometidas a contingencias históricas.

    La vida social está compuesta de discursos que dan lugar a disciplinas como la moral, el derecho, la ciencia, la filosofía y la religión. Estas formas, surgen como conciencia en el sujeto , convicciones frágiles que dan lugar a prohibiciones y tabúes, regulaciones y formas de saber  que norman la vida común, estas certidumbres falsas son esenciales y determinantes para el individuo, pero extrañas al dominio del sujeto, aunque, una vez asumidas como propias, esas cadenas se convierten en la extensión misma de su cuerpo. A través de la develación del papel determinante de estas regulaciones, surge la fragilidad de categorías filosóficas como: sujeto  y conciencia. Incluso, se pone en tela de juicio la consistencia del concepto de historia mismo, a favor de lo que podría denominarse: genealogía . La verdadera historia no es una historia de la verdad, sino la del recuento sucesivo de visiones estéticas inasimilables, que no pueden sostenerse en términos de «legitimidad» o «naturalidad», más allá de su propio horizonte.

    No será sino hasta la Arqueología del saber [3] que precisará con más acuciosidad la naturaleza de su proyecto ante el público que lo etiquetará -buscando su confort- como postestructuralismo. El prólogo resume algunas de las consecuencias de su trabajo arqueológico referido al estudio de documentos y monumentos:

    • La historia se caracteriza más por rupturas que por continuidad.
    • Hay que revalorar la condición de discontinuidad de las disciplinas históricas.
    • La historia global debe ceder su paso a una más modesta historia general.
    • Los problemas metodológicos son una prioridad a abordar: constitución de corpus de documentos, elección de ellos; definición de niveles de análisis, etcétera.

    Los últimos años Foucault  se dedican al problema del sujeto  y la ética. Cierto es, que nunca escribió un tratado de ética, pero como precedente vago de este interés, encontramos una mención en Las palabras y las cosas, cuando se refiere a la necesidad de una ética de la modernidad derivada de una concepción crítica del conocimiento.

    Su ética puede ser descrita como un nuevo intento de relación con el Ser, no contenida en ningún código de purificación y que rehuiría el tradicional estilo pedagógico de los manuales.

    Los fragmentos en su obra de lo que pudiese denominarse «autobiografía» son escasos.  La carta póstuma hallada en su departamento es en extremo lacónica [4] para proceder de la pluma del autor de Las palabras y las cosas: «Dejo mi apartamento y todo lo que contiene a Daniel Defert. No quiero publicaciones póstumas«. El lector escrupuloso, no puede sino recordar el deseo por abolir de la historia su paso por la existencia, que expresó en el momento de su muerte el marqués de Sade . Hay un parentesco entre ese gesto y el autor de «¿Qué es un autor?«. Estos dos hombres extraordinarios deseaban con fervor, borrar su rostro y reducir su presencia a murmullos en el largo y oscuro túnel de la historia.

    El texto La pasión de Michel Foucault [5] , y otras tantas biografías recientemente aparecidas, intentan explicar la obra del autor a partir de sus experiencias de vida. Vida y obra de un filósofo no se corresponden siempre, estamos lejos de la ética rigurosa de los griegos. Un autor difícilmente puede ser explicado a través de su biografía o a partir de su obra, sin caer en grandes pecados, sin cometer generalizaciones abusivas y presumir más cosas de las que son posibles de probar. Freud se hundió, un par de veces, en el pantano de las suposiciones. No quisiéramos pisar sus mismos errores, pero queremos contextualizar nuestro personaje.

    Poitiers fue hasta el año de 1945, el escenario de su vida. A partir de ese año, se desplaza a la ciudad Luz y se inscribe en la Escuela Normal Superior. A Foucault  le apodaban Fouk’s que significa zorro, apodo ganado por su perspicacia. Su agregación en filosofía la llevó a cabo bajo la supervisión de Louis Althusser , quien fue su más cercano maestro en esa institución educativa de alto prestigio. De hecho entablaron una relación de profunda amistad [6] y la relación entre ellos derivó en una breve militancia política en la izquierda de Foucault . Louis Althusser  (1918-1990) es una figura cardinal para él , una especie de mentor juvenil cuya vida desembocará en tragedia. Las fuentes de su maestro fueron: Bachelard, Maquiavelo, Pascal, Rousseau , Spinoza y, sobre todo, Marx. Militó en el PC desde 1948 y dirigió un seminario sobre El Capital que resultó un completo éxito en el período de 1964 a 1965.

    De la noche del sábado 15 al domingo 16 de noviembre de 1980, Althusser  asesinó a su mujer estrangulándola. Este hecho golpeó a la sociedad francesa y al mundo. Fue encerrado en un hospital y por orden jurídica le prohibieron hablar públicamente del homicidio, amén de que perdió gran parte de sus derechos ciudadanos. Foucault  lo visitó en dos ocasiones en prisión y quizá pudo ver en ese espejo fracturado algo de su propio demonio.

    Todas estas imágenes están ligadas de manera íntima al entorno del «Zorro» y forman una mezcla fantasmagórica de momentos de lucidez y locura en una época difícil. Escenas de esplendor y miseria. Momentos que marcan no sólo la filosofía francesa, sino toda la historia contemporánea.

    La cultura francesa nos provee de una lista innumerable de personajes heroicos que le sirvieron como interlocutores, ejemplo y antagonistas: Sartre , Albert Camus, André Malraux, Georges Dúmezil, Maurice Blanchot, Georges Bataille, Maurice Merleau Ponty, Jacques Lacan , etcétera.

    Es lo más probable que Althusser , apasionado lector y defensor del psicoanálisis , le haya inducido a leer a Freud . Su estudio, lo derivará a la psicología, con miras, inicialmente, a formarse como analista. Sabemos que su paso por el análisis fue breve y quizá esa relación fallida, lo alejará definitivamente de la práctica analítica.

    Sin embargo, su interés por el psicoanálisis  fue manifiesto desde temprana edad y uno de sus primeros escritos [7], no por azar, se ocupa de un trabajo del filósofo – psicoanalista Ludwig Binswanger , dedicado a la clínica del análisis de los sueños. La relación que conservará con ese amigo de Freud , Jung y estudioso de Heidegger, desempeñó un papel importante en su vida. El texto en cuestión, revela una erudición enorme al rastrear los antecedentes prefreudianos del Inconsciente , arribando a una primera posición crítica al punto de vista psicoanalítico, desde el cual, reprocha a Freud  anclar en el sentido lingüístico la riqueza de las imágenes oníricas. Esta objeción temprana al psicoanálisis tendrá su importancia pues mucho más adelante, ya cerca de su ocaso, volverá a refutar lo que llamará un imperialismo de la palabra, justo en la frontera de la posmodernidad  que suministrará al icono y los lenguajes visuales, márgenes de despliegue inimaginados.

    ¿Por qué Foucault  no se interesó en el psicoanálisis  hasta el punto de considerarlo una alternativa personal? ¿Acaso su decisión por la filosofía implica una cierta desilusión de los planteamientos freudianos? ¿Una refutación de sus posibilidades? ¿Quizá una negación de su propia locura? Todas estas preguntas merecen trazarse, su contestación requiere cautela. Su rechazo juvenil a la «naturalidad» de los usos y costumbres morales de su familia y de la sociedad francesa recién salida del período de Petain puede entenderse como una respuesta casi espontánea a un ambiente opresivo y dictatorial regido por las buenas formas de una sociedad burguesa despeñada a vivir en la hipocresía y la humillación después de la 2ª guerra mundial. No es improbable que su ánimo y el rechazo social a su homosexualidad, le hayan arrastrado a preguntarse personalmente: «¿Qué es estar o sentirse loco?» que evolucionó, después, hacia una pregunta más general y filosófica: «¿Qué es la locura?»

    Deleuze [8] ha realizado un estudio sobre Foucault  dónde analiza al detalle las características de su discurso. Lo cataloga como un nuevo tipo de archivista que desdeña la jerarquía de las proposiciones y las frases para dedicarse a la realidad de los enunciados de diferentes niveles. Recalca la diferencia entre una frase y un enunciado: una frase puede tener uno de sus miembros en un sistema y otro en otro sistema, en función de variables exteriores; el enunciado es inseparable de una variación inherente gracias a la cual nunca estamos en un sistema, sino que constantemente pasamos de un sistema a otro. El enunciado no es ni lateral, ni vertical, es trasversal, y sus reglas los hacen próximos unos a otros de tal forma que las variaciones se hacen infinitas. Sujeto, Objeto y Concepto sólo son funciones derivadas de la enunciación y el análisis de las formaciones no discursivas (instituciones, acontecimientos políticos, prácticas y procesos económicos) sólo puede hacerse a través de los enunciados que éstas producen: discursos, contratos, cartas, inscripciones y registros que remitirán a emplazamientos (posiciones determinadas de sus actores en los sistemas que les contienen). No hay paralelismo vertical o causalidad horizontal entre ambos registros que determinarían una dirección de procedencia de los elementos.

    El primer libro de Foucault  Enfermedad mental y personalidad (1954), intenta: «Mostrar de qué postulados debe liberarse la medicina mental para convertirse en rigurosamente científica» [9] . Las preguntas que animan ese texto de juventud son: «¿En qué condiciones se puede hablar de enfermedad mental en el dominio psicológico?» Y: «¿Qué relaciones pueden definirse entre los datos de la patología mental y los de la patología orgánica? [10] «

    Afirma en esta obra, que corresponde a Freud  revelar la dimensión propiamente histórica del psiquismo. De hecho, el capítulo en cuestión, es una exposición del método freudiano como una psicología del sentido que introduce la dimensión de la intersubjetividad como esencial a la comprensión de la psicopatología. El mérito del psicoanálisis ¾según el texto¾ reside en referir a la historia para interrogarse acerca del pasado vivido y favorecer, de esa manera, el desciframiento del presente. La inautenticidad, el engaño, aparece como la causa espontánea de la enfermedad mental. Pero, frente a la elección final de la terapia que buscaría dar una salida a la neurosis, no duda en privilegiar una salida práctica. Se muestra reacio a aceptar la largísima terapia del psicoanálisis.

    Más adelante, deseará borrar completamente este texto. A pesar de su negativa a revisarlo y de su condena al desván, el libro no carece de importancia, sobretodo porque en esa relación ambivalente con el psicoanálisis  es que se da lugar a la invención de un término fundamental para el estudio de su obra. Mucho se discute hoy día sobre la influencia que habría, o no, tenido el psicoanálisis en su pensamiento, pocos han caído en cuenta, que precisamente en relación a éste, nace el término arqueología , concepto fundamental que será reacomodado, más tarde, para su propio uso. El lector atento puede ahí encontrar: «En resumen, todo estadio libidinal es una virtual estructura psicológica. La neurosis es una arqueología  espontánea de la libido» [11] .

    Existe una relación secuencial entre esta obra y La Historia de la Locura. El interés histórico del primer libro está presente, pero su intención, tono y modo, serán diferentes. Puede considerarse este trabajo como el primero en el que su estilo empieza a desplegar sus alas. El encuentro del público con esa obra fue un verdadero acontecimiento. Su escritura era densa, barroca, pletórica de datos históricos olvidados y ordenados de una manera que a muchos pareció caprichosa.

    Conviene hacer una pregunta que nos ayude a precisar las diferencias en el estilo de escritura de Foucault : ¿Acaso su interés por la locura era el mismo del psicólogo que escribió Enfermedad mental y personalidad?

    Demos una respuesta simple: No. El filósofo había desplazado al psicólogo. La locura es una muestra de la extrema intolerancia de la sociedad ante lo desconocido, el azar y el caos. El loco es un marginal que sufre la exclusión junto a otros apestados: el leproso, el criminal, la prostituta, el homosexual, el pobre, el delincuente. Todas estas figuras vulneran el orden establecido y configuran el registro de lo Anormal, categoría necesaria para cualquier sociedad basada en la estratificación y la marginación.

    Foucault  decidió plantearse en esta obra las siguientes preguntas: ¿El loco es un profeta emparentado con la verdad?, ¿Cuál es la base de distinción entre el loco y el sano? ¿Es la locura un proceso de degradación interna o un proceso social? ¿La razón da cuenta de la locura o simplemente la reduce a sus prejuicios?

    La locura no es una realidad biológica independiente, sino un producto de la relación social, un hecho cultural, no ajeno a la ética de un determinado tiempo. Establecer los límites entre cordura y locura es un intento destinado al fracaso, puesto que el loco y el cuerdo nunca terminan por separarse. La locura forma parte del mundo moderno y consiste un núcleo irreducible del corazón humano.

    Según Foucault , su interés por la locura procede no de una inquietud personal sino de que de que es, un ejemplo paradójico. Su intención era proyectar un campo de experiencia entre varios posibles, un fenómeno cuya interpretación generaba estrategias de cercamiento entre los actores involucrados, que ante lo incomprensible aplican el veredicto de sus certezas estéticas, que deriva en acciones concretas dirigidas a establecer un control férreo sobre lo desconocido.

    Volvió después los ojos a la medicina, el giro de su mirada no carecía de cierto humor: primero el paciente y luego el médico. ¿Quién de los dos vive con los pies más asentados en el castillo de la Sin Razón? El Nacimiento de la Clínica [12] (1963) escudriñó la historia de la práctica médica con énfasis en el siglo dieciocho y principios del diecinueve.

    Las tesis del texto son, sumamente importantes y, en nuestra opinión, completamente ligadas al proyecto esbozado por su maestro Canguilhem  en su notable y brillantísima obra: Lo normal y lo patológico [13] que conserva su filo después de los años ¾independientemente de los recientes descubrimientos anatomofisiológicos¾ ya que explora con agudeza un campo empírico tradicionalmente adscrito al discurso científico de la medicina, mostrando las dificultades insalvables para establecer un margen definido entre salud – enfermedad, sin atender a consideraciones de orden filosófico y social.

    El nacimiento de la clínica, no pasó indiferente a Lacan,  quien se refiere muy extensamente a él durante una de las sesiones de su seminario e invitará a Foucault a cenar varias veces a su casa [14] tratando de buscar su amistad. La admiración del analista por el filósofo fue del mismo tipo que aquella que había desarrollado antes por Heidegger y marcó seguramente, los mismos desarrollos lacanianos.

    La ambivalencia hacia el psicoanálisis es manifiesta en estos dos trabajos, si bien cita a Freud con prudencia y hasta cierta discreción en el primer texto, confiere a Freud  en el segundo, un papel muy modesto en la historia de la medicina .

    En 1965 aparece el pequeño libro: Nietzsche , Freud  y Marx [15] un texto que ha sido leído como un antecedente contiguo al modelo de su posterior proyecto. Este libro es de importancia pues, está dedicado a rastrear, a través de un estudio pormenorizado, la génesis de las técnicas de interpretación modernas que, fundaran el suelo de nuestro tiempo. En esta obra, considera a estos pensadores importantes, por buscar trascender las apariencias y llegar a lo esencial. Esta conciencia no es espontánea, sino que requiere de un aparato conceptual determinado que es adquirido con esfuerzo. De acuerdo a los juicios de este texto: Marx habría roto con el empirismo de la economía; Nietzsche  con el subjetivismo de la filosofía y la moral; Freud  con el conciencialismo psicológico.

    Las Palabras y las Cosas [16] , es la obra que marca el ritmo definitivo al carácter de su escritura. Uno de los temas de este complejo, es el examen e investigación de las llamadas epistemes (epistêmê), que pueden definirse como estrategias de juicio producto de las preocupaciones de una época, tienen una coherencia interna que hace posibles campos de conocimiento que obedecen y se conforman a contrapelo de cualquier voluntad y estrictamente en base a determinantes históricas. Hay que recalcar, sin embargo, que el objetivo principal del libro es el análisis de las «ciencias humanas» y la fragilidad temporal de sus concepciones. 

    Dos disciplinas son analizadas en particular: el psicoanálisis  y la etnología. Encontramos aquí, los máximos cumplidos al psicoanálisis en toda su producción. Es celebrado por intentar resolver las dificultades inherentes a la relación Sujeto – Objeto en el estudio del hombre. Las ciencias sociales vueltas sobre la reflexión conciente no han querido saber nada del vacío inaccesible de la no representación, la oposición y la finitud, también del deseo a pesar de su permanencia entre las interrogantes no respondidas. La virtud del psicoanálisis es que está completamente dedicado al discurso del Inconsciente , designando a la Muerte, al Deseo y la Ley como: «condiciones de posibilidad de todo saber  sobre el hombre» [17] . Pero su mérito indiscutible será, el no quedarse en un saber especulativo sin compromiso con una práctica y desarrollar un invento que involucra completamente al hombre en una escucha del lenguaje del otro. ¡Cuánto elogio a Lacan más que a Freud!

    La etnología se interesa por los pueblos cuya historia es más o menos inaccesible y busca las invariantes de estructura, para encontrar, tras las representaciones, normas, reglas y sistemas.

    Una disciplina y otra, simétricas en sus preocupaciones, no se refieren directamente al hombre, y por ello deberían ser consideradas más que ciencias humanas, ciencias de lo Inconsciente, pues: «No sólo pueden prescindir del concepto del hombre, sino que no pueden pasar por él, ya que se dirigen siempre a lo que constituye sus límites exteriores. De ambas puede decirse lo que Lévi – Strauss dijo de la etnología: que disuelven al hombre» [18] .

    La siguiente metamorfosis de la temática de su obra, se produce alrededor de principios de los años 70´s y la conferencia «El orden del discurso« [19] , es un texto de transición en el que se acomoda a la categoría de verdad tradicional y a la concepción habitual del poder  como un mecanismo esencialmente jurídico de establecimiento de la ley, en el cual la disciplina juega un papel de policía represiva de los discursos. Sus concepciones posteriores excluyen al poder  como un imperio negativo, para sostener la trascendencia de su dominio en referencia a la positividad que se establece a nivel de deseo y de saber . El poder lejos de estorbar al saber y a la verdad, produce y reproduce ambos. Esta forma de pensamiento es transparentemente nietzscheana y se puede rastrear sin problemas en La Voluntad de Poder.

    Desde esta nueva codificación , se comprende que el orden disciplinario no es sólo un arma de la burguesía en contra del proletariado y que el poder es el engranaje de una máquina que comprende tanto a los opresores como a los oprimidos. Así, la exclusión de los locos, el encierro de los delincuentes y la represión de la sexualidad  no responden, necesariamente, a una voluntad de dominio de clase y pueden tolerarse o reprimirse perfectamente formaciones alternas. Aunque la prisión, la escuela, la familia y el hospital se hayan revelado como dispositivos de vigilancia su papel más importante es su función productiva.

    Vigilar y Castigar [20] se inscribe en esta intención de disección del poder , tratando de no centrarse en el estudio de los efectos represivos de las instituciones correccionales. Esta obra magistral tiene como antecedente e influencia, el Anti-edipo [21] publicado en 1972 por Deleuze  y Guattari  que levantó gran interés del público por su crítica frontal a Freud  y al psicoanálisis  lacaniano. De acuerdo a sus ideas, la teoría del complejo de Edipo conduce a una normativización del deseo en una estructura paternalista y capitalista. El deseo no debería ser distinguible como una esencia fuera de los correlatos sociales. Con base a una interpretación esencialista, el psicoanálisis operaría como un reductor de esta fuerza conectando la máquina del cuerpo a otras máquinas que tienen un empuje de sujeción a la tiranía de la estructura capitalista.

    Deleuze y Guattari piensan que no hay que hacer énfasis en la negatividad que suponen implícita en el psicoanálisis, sino en la afirmatividad que define las leyes sociales y la política de las comunidades, el movimiento es un proceso continuo y efectivo que autogenera nuevas reglas y múltiples dimensiones de desarrollo a cada momento, a diferencia de cierta visión vertical psicoanalítica de resabios metafísicos.

    Esta crítica ideologizada al psicoanálisis fue sellada por un extraño silencio de Lacan. Sus «evidencias» son bien cuestionables y su mismo espíritu crítico vale aplicarlo a sus propias tesis. Su ataque desde al capitalismo, crea un nuevo espejismo cebado por su deseo: un paisaje alternativo dónde un hombre nuevo, liberado de la ideología capitalista, se hallaría emancipado del tecnobiopoder y cualquier género de opresión. Todas estas ilusiones que Freud entrevió en El Malestar en la cultura [22] , se han demostrado vanas, sin que por ello tengamos que entristecernos, alegrarnos o conformarnos. Habría que cuestionar, también, la negatividad atribuida por Deleuze, Guattari y Foucault  a la represión en psicoanálisis, no es la misma lectura que hizo Marcusse en su Eros y Civilización dónde advierte la positividad implícita en este mecanismo y entreve en su telaraña, coerciones sociales y el ejercicio del poder, de una manera cercana a Foucault : a todo empuje corresponde una resistencia, la resistencia se convierte en empuje, etc. La represión coincide así con las heterotopías supuestas al poder. Entonces: ¿Hay relación entre poder y represión? Sus mecanismos y dialéctica armonizan y combinan, hasta confundirse y apuntan a una unidad en las intenciones de ambas, a pesar de la negativa de Foucault  a responder cuál es la naturaleza del poder y su opinión de que: «Probablemente Marx y Freud  no nos ayudan suficientemente a conocer esta cosa tan enigmática, a la vez visible e invisible, presente y oculta, inmersa en todas partes, que se llama poder» [23] .

    La consecuencia práctica de la educación colectiva y de la vigilancia es la de homogeneizar las relaciones que mantiene el hombre con su mundo circundante, en un afán de controlar y simplificar la vida social, estos estudios críticos a la sociedad son el preámbulo a lo que después denominará: genealogía de la ética.

    El Estado se entromete en los asuntos personales de sus súbditos sosteniendo como coartada la búsqueda del bienestar común; no ejerce su poder  de manera independiente a los sujetos de su dominio, éstos sujetos son objetos y sujetos también del poder, protagonistas de una escena en la que son actores, espectadores y hasta guionistas de una trama que no deja de ser curiosa pues los incrusta en una sujeción, en una esclavitud que no deja de ser gozosa e instrumentada por dispositivos de control generados por disciplinas como la sociología, la psicología, la psicopatología, la criminología, el psicoanálisis [24] .

    Llama la atención que a partir de La verdad y las Formas jurídicas el psicoanálisis ocupe un lugar junto a las otras disciplinas generadoras de control. Hay aquí, evidentemente, un desplazamiento en su ubicación, ahora es concebido como una forma de «examen» relacionado con el poder disciplinario, aquel que encauza líneas correctas de acción para lograr una explotación más efectiva de la población.

    Nuestra sociedad adquiere a través de estos procedimientos, una forma similar a la del panóptico, que imaginó Jeremy Bentham con el corolario de que este dispositivo: «es una manera de hacer funcionar unas relaciones de poder en una función, y una función por esas relaciones de poder. [25] «

    En la escuela, el trabajo, las universidades y las calles la vigilancia juega el papel de un gran ojo que registra a los conejos a fin de ampliar la capacidad de control del Poder. Vivimos en una jaula transparente y circular que elimina la vida privada y reduce cualquier posibilidad de iniciativa personal espontánea. No es difícil unir estas reflexiones a la obra de Lacenaire [26] ¾y el mismo Foucault  tanteó esa posibilidad¾, el resultado consistiría en la revelación de la sociedad como una gigantesca cárcel al estilo de los diseños de Piranesi, que opera como una ciclópea universidad del crimen.

    Textos como: «Yo Pierre Riviére  habiendo degollado a mi madre, a mi hermano y a mi hermana…» [27] , y «Mis recuerdos. Herculine Barbin  llamada Alexina» [28] , son cruciales para entender que los últimos avances de la filosofía de Foucault  se dirigen en realidad en la dirección del estudio de la subjetividad.

    Foucault, intenta hacer suya la actitud de los griegos que desechaban toda forma de humanismo. Para éstos, la condición primera del hombre, era la de estar sujeto  a fuerzas por encima de su voluntad: llámese dioses, poder  o deseo. Se puede repensar la insistencia de los griegos para hablar de los dioses y cantar sus metamorfosis, como una forma de establecer una distancia entre la voluntad restringida del hombre y los sucesos de la vida. Los dioses, son por sí mismos el comienzo de todo y lo que dimensiona al hombre en su estatuto trágico de sujeción a leyes que están por encima de su condición mortal. Estas leyes se ubican en el reino de la Otredad, de la Fuerza, aquello que permanece fuera del acceso de los mortales. La condición trágica del hombre consiste en que siempre está preso en su circunstancia. Edipo es un ejemplo paradójico de este aserto, cuánto más trata de huir de las enigmáticas profecías del oráculo, más se adelanta al final antepuesto por la fuerza del destino.

    Esta fascinación por la tradición grecolatina puede ser malinterpretada fácilmente por el lector como la búsqueda en ese pasado de una moral de recambio que substituiría a la contemporánea [29] . Pero la ética sexual de los griegos no es una alternativa a la ética cristiana. No hay problemas análogos a través de los siglos, ni de naturaleza, ni de razón; el eterno retorno es también una eterna partida y no existen más que sucesivas valorizaciones. El tiempo no corre más que en la dirección de hacia delante. La afinidad entre Foucault  y la moral antigua se reduce a la reaparición moderna de una sola carta al interior de lo dado totalmente diferente; se trata del trabajo sobre uno mismo: ephimeléia sui. Para nuestro asombro, cualquier interés por la sexualidad  como parte de este conocimiento de uno mismo, es prácticamente desechado y esta temática tendrá interés sólo como uno entre varios dominios de problematización moral («… el sexo es aburrido…» [30] ).

    Forrester [31] se preguntó cuál sería con precisión la relación de su discurso con el psicoanálisis  y tomó el camino más directo a resolver sus dudas, acudiendo en persona a ver a Foucault . Cuenta que ese recurso no fue de gran ayuda para encontrar la respuesta a su pregunta, pues el filósofo francés se mostró evasivo y tras la larga conversación llegó a conocerlo mejor, pero no a disipar sus interrogantes sobre la relación del psicoanálisis, la arqueología  y la genealogía .

    Nuestra respuesta es, que en puntos fundamentales de su trabajo, toma prestada la estructura de la teoría psicoanalítica para fabricar un instrumento de análisis histórico que revela las contradicciones de los diferentes discursos sociales: el antihumanismo de su proyecto es análogo al desprecio por la conciencia en Freud ; la crítica a la noción de verdad, es similar, a la crítica del psicoanálisis hacia el contenido manifiesto; el análisis de las condiciones de emergencia de las relaciones de poder  se asemeja a la exploración de las constantes emotivas dentro de un universo familiar.  El examen de los diferentes entornos epistemológicos y saberes establecidos como pasibles de reconstrucción, coincide con la mirada analítica al síntoma, formación de compromiso que está habitada por el conflicto y que no ocupa un lugar de verdad o mentira sino de proposición compleja a desentrañar en su (s) sentido (s).

    También, la suspensión del juicio, la escucha y mirada atenta al discurso, la imposibilidad última de retraducción del objeto  de estudio a otros parámetros distintos a los que su forma impone, son muestra de las coincidencias de estas vocaciones semejantes y hasta consonantes.

    A pesar de todo ello, el último Foucault  supone que los medios de producción social no actúan al modo del Inconsciente  freudiano y se desplaza a la opinión que no hay un centro que sirva de eje al análisis, como para el psicoanálisis sería el deseo. Sin embargo, la genealogía  al igual que el psicoanálisis , verifica el agotamiento del Cogito cartesiano [32] .

    Es poco lo que podemos reunir de los pedazos de su proyecto inacabado. Podemos especular, que su descripción de los regímenes de aphrodisia (imbricación del deseo con los actos y los placeres que se procuraban los antiguos), es la base para intentar un análisis crítico de nuestras obsesiones sexuales contemporáneas.

    La intención de esos estudios, fue quizás, demostrar que el erotismo no era un campo nebuloso o de conflicto per sey que el deseo como centro trágico no ha jugado siempre un papel determinante en los juegos de verdad.

    El cristianismo, según Foucault , ha traído como consecuencia la internalización de una relación conflictiva con el Eros. La cultura judeo – cristiana sería la responsable de iniciar una codificación difícil entre el sujeto  y sus deseos. Los pecados de la carne, la iconografía explícitamente erótica, o la bestialidad sexual, no fueron objeto  de fascinación y horror para los griegos. El cristianismo y su propuesta de corrupción de la carne por la sexualidad , serán definitorios en nuestra codificación del sexo.

    Para el psicoanálisis  hoy, el estudio de la subjetividad no precisa de proyectarse hacia atrás o hacia delante, nos importa el presente y la cuestión sexual es central y a la vez colateral. La acusación de esencialismo no debiera inquietarnos, el vicio metafísico del psicoanálisis es el deseo. Lo que llama a una reflexión de fondo: ¿Es posible eliminar del todo la metafísica?  Para Freud  la sexualidad no era el único principio que animaba la psique humana y siempre conservó una posición dualista y de conflicto en su visión, ya sea oponiendo el Yo al Ello, o las pulsiones sexuales contra las de autoconservación, y finalmente, la pulsión de vida con la de muerte.

    No es completamente transparente lo que entendía Foucault  como sexualidad aunque pareciera haber muestras de que en Las Palabras y las cosas, hizo una lectura detenida de los Tres ensayos. En Freud , puede entenderse ¾ un esquema general con reparos¾, como una búsqueda de placer basada en las necesidades del cuerpo, que a medida que el sujeto  humano se desarrolla, se desplaza hacia una estética social. Por estas razones, el psicoanálisis  es una No-Sexología, en tanto que los sexólogos son aquellos que se proponen como quienes saben del sexo de manera universal y reducen al intercambio sexual la motivación humana. La sexualidad en el hombre se separa el nivel estrictamente fisiológico y se integra al nivel del deseo y la Demanda.

    Al genealogista le parecerían sospechosas todas éstas afirmaciones. Nos diría quizá: «No hay diferencia entre Platón  y Freud . Se trata de la misma metafísica del Eros complicada con un quejoso fatalismo». Foucault , aún antes de escribir su historia de la sexualidad , remataba con una loza el análisis freudiano: «Si hay algo parecido a un complejo de Edipo, éste no se da a nivel individual sino al nivel colectivo; no a propósito del deseo y el Inconsciente , sino a propósito de poder  y saber» [33] . Seremos mal intencionados: ¿Hay en Freud algo que pudiera llamarse individual y alejado de lo social? No, pues precisamente inventa la categoría de lo transindividual. ¿Poder y saber son dominios divorciados de la dimensión del deseo o el Inconsciente? Tampoco lo consideramos así, más bien, existe una juntura inextricable de estos términos.

    A pesar de su vacilación, la intervención de Foucault  fue decisiva para la instalación del psicoanálisis en la Sorbona. En julio de 1968, Serge Leclaire , entonces estrecho colaborador de Lacan , inició conversaciones con él, sobre la posibilidad de la creación de un departamento en Vincennes . El asunto era complicado porque la tradición psicológica universitaria francesa se hallaba bastante más ligada a Janet que a Freud . Se estableció, entonces, un consejo consultivo que incluyó a Cixous, Derrida , Canguilhem  y Foucault . Gracias a su apoyo, se logró que en la universidad francesa se enseñara psicoanálisis fuera de una Facultad de medicina o psicología.

    En Microfísica del Poder [34] , promete ocuparse de hacer una genealogía del psicoanálisis:

    Cómo pudo formarse el psicoanálisis en la fecha que ha aparecido, intentaré verlo en volúmenes posteriores. Temo simplemente que respecto al psicoanálisis suceda lo mismo que sucedió con la psiquiatría cuando intenté hacer la «Historia de la locura»; había intentado contar lo que había pasado hasta comienzos del siglo XIX; pero los psiquiatras han entendido mi análisis como un ataque a la psiquiatría. No sé qué pasará con los psicoanalistas, pero temo que entiendan como «antipsicoanálisis» algo que no será más que una «genealogía»

    El proyecto tomará la forma de La Voluntad de Saber, dónde sostiene la percepción de que el psicoanálisis  sería heredero de los discursos confesionales del cristianismo. Cierto es que en ambos aparece una codificación de ese «hacer hablar», de una cierta noción de búsqueda en la que se trata de llevar algo a superficie, sin embargo, la práctica del análisis es radicalmente distinta de la confesión en dos puntos: no hay un otro que garantice perdón, y la asociación libre supone una escucha no focalizada.

    La Voluntad de Saber, no puede considerarse una arqueología  del psicoanálisis  ¾la promesa de Foucault no fue cumplida¾, sí una crítica que intenta desechar algunas ideas psicoanalíticas. Sin embargo, sus opiniones sobre el tema, son formuladas de prisa y se encuentran mejor expuestas en otros lugares antes y después de la escritura de esta monografía. Allí dónde se esperaría un cuidadoso análisis que descuartizara y plastinara todas y cada una de las afirmaciones de Freud , encontramos una embestida que es sólo provocativa, no sin sentido del humor y hasta picardía, lo que hace pensar en un juego de escarceo sexual. Ya en el curso sobre Los anormales [35] en el Collège de France de 1974 – 1975 había llegado a acercar el psicoanálisis a otras prácticas constitutivas de una fisiología moral de la carne y apuntaba con desprecio la aceptación de sus enunciados por la moral burguesa debido a lo que llamará: la culpabilidad del deseo centrada en los hijos. Todas estas elaboraciones nos parecen equívocas.

    Lo cierto es que Freud  deja de ser aquel héroe que se atrevió a entablar un diálogo con la locura para volverse una figura pasajera más de nuestra historia cultural. El psicoanálisis es un artefacto más que genera relaciones de saber y poder , una nueva religión que evangeliza a los sujetos en dirección a principios pansexualistas. Según Foucault , no ha habido en ningún momento represión sexual como parecería decir Freud , sino incitación a hablar, hacer y escribir en relación al sexo.

    Aunque, uno de los párrafos sea una cita y un homenaje a Lacan, insiste en atribuir a los psicoanalistas sostener una concepción negativa en la llamada hipótesis freudiana de la represión :

    Hace un buen tiempo que ciertos psicoanalistas lo dijeron. Recusaron la pequeña maquinaria simple que gustosamente uno imagina cuando se habla de represión; la idea de una energía rebelde les pareció inadecuada para descifrar de qué manera se articulan poder  y deseo; los suponen ligados de una manera más compleja y originaria que el juego entre una energía salvaje, natural y viviente, que sin cesar asciende desde lo bajo, un orden de lo alto que busca obstaculizarla; no habría que imaginar que el deseo está reprimido, por la buena razón de que la ley es constitutiva del deseo y de la carencia que lo instaura [36] .

    Hay, evidentemente, un desplazamiento de su misma concepción de la represión sexual pues seis años atrás declaraba en una entrevista: «La sociedad en que vivimos limita considerablemente la libertad sexual, directa o indirectamente. Por supuesto, en Europa, desde 1726, ya no se ejecuta a los homosexuales, pero el tabú sobre la homosexualidad no es por ello menos tenaz» [37] .

    Después de las polémicas afirmaciones de La voluntad de saber , Foucault  volverá sobre sus pasos y recuperará un seguimiento cronológico simple en la distribución de su obra, a partir de la experiencia griega, especialmente del estudio de la «filia» como un concepto central que se habría perdido en el tiempo.

    El segundo volumen (El uso de los placeres [38] ) que en realidad sería el primero en este nuevo recuento, se encuentra consagrado a la forma en que la actividad sexual habría sido interrogada y puntualizada por los filósofos y médicos en la cultura helénica clásica.

    El tercer volumen (La inquietud de sí [39] ) se dedica a examinar cómo sería concebida la temática en los dos primeros siglos de nuestra era; finalmente el ciclo se cerraría con un volumen dedicado a la doctrina pastoral de la carne (Los testimonios de la carne) que nunca apareció. 

    El primer y segundo proyecto, muestran huecos en el análisis y una preferencia marcada por ciertos períodos históricos. Sin formular ninguna construcción al estilo «Tótem y Tabú» y estrictamente reseñando ciertos restos históricos, una genealogía  de la sexualidad  diferente, podría haberse iniciado en los migajas arqueológicas dejadas por los primeros hombres, ligadas a la aparición de las diosas madres y al misterio de la fertilidad femenina coligada a la producción agrícola. A Foucault , todo esto parece importarle poco. Le interesa el uso de los placeres a partir de la época griega, pero nuestra cultura está ligada a la historia de la humanidad, mucho antes de la estructura patriarcal de la sociedad o las glorias helénicas.

    Curiosamente en La verdad y sus formas jurídicas [40] , expresa un dictamen de que el psicoanálisis ha constituido la forma más importante de cuestionamiento del sujeto  desde Descartes, lo que parece molestarle en ese momento, no es el del todo el psicoanálisis o su práctica, sino el enlace entre los términos deseo y Ley.

    En el mismo texto, encontramos una serie de opiniones referentes al trabajo de Deleuze y las consecuencias de sus tesis que hablan no sólo de admiración a su trabajo, sino total acuerdo con sus tesis:

    A partir de Freud , la historia de Edipo, era considerada como la historia que narraba la fábula más antigua de nuestro deseo y de nuestro Inconsciente . Ahora bien, después de la publicación, el año pasado, del libro de Deleuze y Guattari  L’Anti – Oedipe, la referencia a Edipo juega un papel completamente diferente.

    (…) Edipo no sería pues tanto una verdad de la naturaleza, cuanto un instrumento de limitación y de coacción de los psicoanalistas, a partir de Freud , utilizan para contener el deseo y hacerlo entrar en una estructura familiar definida por nuestra sociedad en un momento dado. En otros términos, Edipo, según Deleuze  y Guattari , no es el contenido secreto de nuestro Inconsciente , sino la forma de coacción que el psicoanálisis  intenta imponer a nuestro deseo y a nuestro Inconsciente en la cura psicoanalítica. Edipo es un instrumento de poder , es un modo específico del poder médico y psicoanalítico que se ejerce sobre el deseo y el Inconsciente [41] .

    La visión del deseo deleuziana y la afirmatividad de los procesos generados por las máquinas sociales, es completamente acorde con los planteamientos de Foucault  en torno a cómo los mecanismos de poder  engendran saber  y las formas de verdad conocidas por el hombre. Coinciden, también bastante, sus desarrollos en torno a la estética de la existencia, y el esquizoanálisis , ambos apuntan a la búsqueda de un sujeto sin amarras, libre para ser libre, en el que nada puede acabar mal porque no hay forma de ubicar un origen o meta. Ambos discursos, en nombre de una recia cólera personal, buscarían un yo liberado de los prejuicios morales y la sociedad.

    Resulta válido preguntarse cuál -a fin de cuentas- ha sido y será a futuro, la relación entre el psicoanálisis  y la filosofía foucaultiana. Las preguntas han sido contestadas, a modo, por personajes ilustres como Jacques Derrida y el psicoanalista Jean Allouch.

    El primero [42] llega a formular que Foucault no ha sido justo con el psicoanálisis. El segundo [43] asevera que el psicoanálisis debe buscar como base filosófica la genealogía o disponerse a no sobrevivir. Conviene adoptar una actitud de cautela ante ambas respuestas.

    La afirmación de Allouch puede interpretarse como un señalamiento de que el psicoanálisis debe tomar en cuenta la crítica foucaultiana al esencialismo, pero la frase no deja de ser ambigua. No sería la primera, ni la última vez que un intelectual busca hacer sólido el psicoanálisis  sobre cierta base filosófica. Ya antes, lo han intentado otros, recurriendo a Heidegger , al marxismo, a la fenomenología, incluso la lógica formal para justificar y reforzar su práctica. Pero quizá, el psicoanálisis no necesite una filosofía de fondo que apoye sus tesis, en sí, constituye un punto de vista filosófico que es crítico a todo el resto de la filosofía.

    Foucault  pretendió construir una nueva teoría del sujeto  y el psicoanálisis  no parece haberle acomodado para su proyecto. Hay, sin duda, un reconocimiento de lo Inconsciente , pero su concepción de esta dimensión no se acomoda al Inconsciente freudiano tal y cómo él lo leyó en sus últimos escritos: lingüístico, completamente sexual, atravesado por la Ley y bajo la égida de la represión. Independientemente de si el Inconsciente  tiene o no estas características, lo cierto es que él así lo concebía y ese modelo, no se ajustaba a su propósito de construcción de una nueva teoría del sujeto.

    Imaginemos un inconsciente  vinculado a lo que podría llamarse una Psicología Nietzscheana. El hombre, en esa Psicología sería un conjunto de relaciones de fuerza pugnando por prevalecer unas sobre otras. La voluntad de poder  no es conciencia y no definitivamente buena voluntad. Este modelo de fuerzas en conflicto se asemejaría a los descubrimientos de la mecánica cuántica sobre el mundo subatómico.

    Nietzsche [44] es radical en sus planteamientos. La conciencia aparece como aquello que Nietzsche  denomina la pequeña razón, enfrentada a la gran razón. En esta última, juegan –y quizá sería preferible hablar de danzan o saltan– las relaciones de fuerza que podrían atribuírsele a la potencia instintiva, al cuerpo.

    La conciencia es, entonces, una mera emanación: un macroefecto. Derivada de otras fuerzas, no es el asiento de ningún tipo de libre elección. Una cambiante constelación de fuerzas pugna entre sí para asegurarse una cierta dominación . Cada eje particular de esa voluntad heterotópica posee su propia perspectiva, e interpreta y valora el mundo de acuerdo a sus particulares intereses. El análisis que se puede hacer es fundamentalmente gravitacional. No hay aquí, entre esa psicología y la metapsicología freudiana, ningún desacuerdo de fondo.

    Pero en Nietzsche,  esa voluntad de poder  es una fuerza contra la que no hay resistencia posible. Lo que mejor se puede hacer, es, abandonarse a su empuje sin restricciones. ¿A esto apunta la estética de la existencia en Foucault?  No sería seguro. En una entrevista [45] con O´higgins, hace una diferenciación sobre la libertad de elección sexual y la libertad de actos sexuales que es pertinente a la aclaración de esta pregunta. Allí afirma, que actos sexuales como la violación no deben permitirse pues no puede tolerarse una libertad absoluta de acción.

    La opción de transformación en Foucault  atiende principalmente a un trabajo individual: la ética del cuidado de uno mismo es una práctica de libertad. Después de la lectura de sus análisis sobre el poder , sorprende que se juegue por una salida optimista centrada en la intuición del bien por el sujeto. En esta propuesta hay ingenuidad política y psicológica : todo trabajo sobre uno mismo que oblitere el inconsciente deriva, para nosotros, en una técnica de autosuperación.

    Nietzsche y Freud , en este sentido, son completamente deterministas, casi fatalistas: El peor enemigo siempre somos nosotros mismos y el fondo de este abismo no es asequible a la conciencia, ni siquiera a la filosófica.

    Punto y aparte merecerían las menciones de Foucault a Lacan, la relación entre ambos discursos. Morales [46] se ha ocupado en uno de sus textos de transcribir un buen número de citas de Foucault en referencia a Lacan. Señala, que encuentra una «convergencia fundamental» en ambos, con relación al Sujeto. Opinamos, con más prudencia, que ambos se interesan por construir una teoría del sujeto, pero las direcciones que toman las investigaciones de ambos, difieren en método, consecuencias y objetivos. No hay isomorfismo en sus proyectos, la historia política del sujeto, no es equivalente al sujeto del inconsciente en Lacan, sino a fuerza de desconocer lo más esencial: al último Foucault, el inconsciente psicoanalítico, le parece un vicio del que hay que desembarazarse. Hay coincidencias porque la genealogía de la ética toma, sin percatarse demasiado, como musa al psicoanálisis.  

    La parte terminal del recorrido de Foucault  está marcado por un gusto pronunciado por una búsqueda de «experiencias límite«. Nos preguntamos si Foucault  podría haber dado cuenta desde su filosofía, de las razones de su práctica sexual y la fascinación por la muerte. Sabemos que su búsqueda de una nueva ética del uso de los placeres le condujo a rutinas de riesgo, desembarazado de cualquier escrúpulo de conciencia.

    Resultaría bien inútil juzgar ética o moralmente la conducta de Foucault , pero la descripción de sus experiencias sexuales como una búsqueda en laboratorio de novedades, que se alejaría a través de la homosexualidad y el sadomasoquismo, del aburrimiento implícito del coito tradicional, nos resulta una explicación ingenua y un pretexto para justificar actividades más bien regidas por la pasión y gobernadas por procesos a nivel inconsciente. Cualquier intención conciente de explicitar el por qué de nuestra elección o prácticas sexuales, sin importar el color, deriva en buscar una solución en la razón, a un problema que obviamente excede sus límites.

    ¿Necesitó un psicoanálisis  el filósofo? Difícil saberlo, sobre todo, porque esta decisión siempre implica esperanza y crédito, tanto en el método como al analista. Dos prendas que Foucault  no podía conceder a partir de cierto punto. Desde el anonimato de unas entrevistas realizadas en 1976 y recogidas por Macey [47]  nos llega su voz al referirse a los poppers y otras drogas:

    «.liberan de la anatomía la localización sexual del placer (.). Besar en la boca con un placer absoluto y fantástico (.), el placer es desplazado en el tiempo y el espacio porque es desplazado en relación con su localización sexual y es desplazado en relación al orgasmo, lo que me hace preguntarme si no hay algo muy constrictivo en el reichianismo, la idea del orgasmo (.). La apología del orgasmo que hacen los reichianos me sigue pareciendo un modo de localizar las posibilidades del placer en lo sexual, mientras que cosas tales como las píldoras amarillas o la cocaína nos permiten estallarlo y difundirlo por todo el cuerpo, el cuerpo se convierte en el lugar completo de un placer completo, hasta tal punto que hemos de desembarazarnos de la sexualidad.»

    Resulta difícil leer estas frases e imaginarse a Foucault  ¾forense implacable del cadáver de las ciencias humanas¾ henchido de ebriedad dionisíaca, abandonándose a sí mismo, hasta perder todo lazo con la realidad y volverse una masa de cuerpo gozoso y sufriente. Esa imagen de Foucault  hundiéndose en el remolino de los sentidos y hablando de completud y de desembarazo sexual con tanto júbilo es extravagante. No concuerda del todo con sus planteamientos del imperativo socrático definido por él mismo como: «.ocúpate de ti mismo, es decir, fundaméntate en libertad mediante el dominio de ti mismo» [48] .

    El zorro parecía tener la capacidad de abandonar la filosofía para probar la vida sin la necesidad de un aparato crítico. Quizá una lección más que debamos recoger los filósofos universitarios que nos dedicamos más a los juegos de poder y a la enseñanza de la filosofía, que a practicar la filosofía. Su muerte se adelantó en sus pasos a la de su compañero de viaje y cronista incidental Deleuze,  quien se arrojó al abismo por decisión personal; también a Michel Pêcheux, que se trabó en cadenas y se suicidó en las aguas del Sena. Todas éstas, son imágenes de trágica congoja, mórbidamente alucinantes. Nos asustan y fascinan por su fuerza impía.

    [1] Foucault , Michel. «La prosa de Acteón». En: Obras esenciales de Michel Foucault . Entre literatura y filosofía. Tomo I. Ed. Paidós. Barcelona 1999. P. 213.

    [2] Foucault , Michel. El orden del discurso. Tusquets Editores. Barcelona 1979.

    [3] Foucault,  Michel. Arqueología del saber . Ed. Siglo XXI. Tercera edición. México 1976.

    [4] Macey,  David. Las vidas de Michel Foucault . Op. cit. P. 32.

    [5] Miller  James. La pasión de Michel Foucault . Editorial Andrés Bello. Chile 1995.

    [6] Eribon Didier. Michel Foucault . Ed. Anagrama Barcelona 1992. P. 59.

    [7] Foucault  Michel. «Introducción» al libro de Binswanger : «Sobre el sueño». Obras esenciales. Vol. 1. Entre filosofía y literatura. Ed. Paidós. Barcelona 1999.

    [8] Deleuze,  Gilles. Foucault . Ed. Paidós. México 1987.

    [9] Foucault  Michel. Enfermedad mental y personalidad. Barcelona. Paidós 1991. P. 9.

    [10] Ídem.

    [11] Foucault,  Michel. Enfermedad mental y personalidad. P. 36.

    [12] Foucault,  Michel. El nacimiento de la Clínica. Ed. Siglo XXI. Novena edición. México 1983.

    [13] Canguilhem,  Georges. Lo normal y lo patológico. Ed. Siglo XXI. México 1983.

    [14] Eribon , Didier. Michel Foucault . P. 209.

    [15] Foucault,  Michel. Nietzsche , Freud , Marx. Cuadernos Anagrama. Segunda Edición. México 1981.

    [16] Foucault  Michel. Las palabras y las cosas. Ed. Siglo XXI. Decimosexta Edición. México 1985.

    [17] Ídem. P. 364.

    [18] Ídem. P. 368.

    [19] Foucault,  Michel. El orden del discurso. Ed. Tusquets. España 1999.

    [20] Foucault,  Michel. Vigilar y castigar. Siglo XXI editores. Novena edición. México 1989.

    [21] Deleuze,  G. y Guattari, F.  El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Ediciones Paidós. Barcelona 1985.

    [22] Freud Sigmund. El malestar en la cultura (1929) Obras completas. Tomo XXI. Amorrortu editores. Argentina 1976.

    [23] Foucault,  Michel. «Los intelectuales y el Poder». En: Obras esenciales. Tomo II. Estrategias de Poder. Ed. Paidós. España 1999. P. 111.

    [24] Foucault,  Michel. La verdad y sus formas jurídicas. En: Obras esenciales. Volumen 2. Estrategias de Poder. P. 173.

    [25] Ídem. P. 210.

    [26] Autor de la frase: «La cárcel es la universidad del crimen».http://www.ucm.es/info/museoafc/loscriminales/criminales/paginas/lacenaire.html

    [27] Riviére,  Pierre. Yo Pierre Riviére  habiendo degollado a mi madre, a mi hermano y a mi hermana… Un caso de parricidio del siglo XIX presentado por Michel Foucault . Tusquets Editores. Barcelona 1983.

    [28] Barbine, Herculine. Mis recuerdos. Ed. Revolución. Madrid 1985.

    [29] Veyne,  quien conoció al autor de manera muy cercana, expresa claramente que dicha suposición es del todo inexacta. Veyne,  Paul. «El último Foucault  y su moral». En: Estudios. Publicación trimestral del Departamento Académico de estudios generales del Instituto Tecnológico Autónomo de México. No. 9. Verano de 1987.

    [30] Dreyfus,  Hubert L. y Rabinow, Paul . «Sobre la generalización de la ética». Entrevista a Michel Foucault . En: Foucault  y la ética. Editorial Biblos. Argentina 1988.

    [31] Forrester  John. Seducciones del psicoanálisis P. 345.

    [32] Canguilhem  Georges. «¿Muerte del hombre o agotamiento del cogito?». En: Análisis de Michel Foucault .

    [33] Foucault  Michel. La verdad y las formas jurídicas. Ed. Gedisa. P. 39.

    [34] Foucault, Michel. Microfísica del poder. Ed. La Piqueta. Madrid, 1978. P. 161

    [35] Foucault,  Michel. Los anormales. Curso en el Collège de France. Ed. F.C.E. Argentina 2000.

    [36] Foucault,  Michel. La Voluntad de Saber.  P. 99.

    [37] Foucault Michel . Entrevista con los japoneses Shimizu y Watanabe. Publicada originalmente el 12 de diciembre de 1970. Obras esenciales. Tomo I. Entre filosofía y literatura. Ed. Paidós. Barcelona 1999.

    [38] Foucault  Michel. Historia de la sexualidad  2. El uso de los placeres. Ed Siglo XXI. Primera edición. España 1986.

    [39] Foucault  Michel. Historia de la sexualidad  3. La inquietud de sí. Ed Siglo XXI. Primera edición. España 1987.

    [40] Foucault  Michel. La verdad y las formas jurídicas. Ed. Gedisa. España 1988. P. 16 -17.

    [41] Foucault  Michel. La verdad y sus formas jurídicas. En: Obras esenciales. Volumen 2. Estrategias de Poder. Ed. Paidós. España 1999. P. 185.

    [42] Derrida Jacques. » La historia de la locura en la edad del psicoanálisis«. En: Pensar la locura. Ensayos sobre Michel Foucault . Ed. Paidós. Argentina 1996.

    [43] Allouch, J., La psychanalyse: une érotologie de passage. EPEL. Paris 1998 P. 179.

    [44] : «¡Este mundo es la voluntad de poder , nada más! ¡Y también vosotros mismos sois esta voluntad de poder, nada más!». Nietzsche  Friederich. La voluntad de poder . Obras Completas. Prestigio, Buenos Aires, vol. IV, p. 801-802.

    [45] Foucault Michel. «Entrevista con James O´Higgins».

    [46] Morales Helí. Sujeto y estructura. Ediciones de la noche. UAG. S/F. P. 23 – 39.

    [47] Op. Cit. Macey  David. Vidas y leyendas de Michel Foucault . P. 454.

    [48] Foucault  Michel. Hermenéutica del sujeto . P. 142.

  • El atizador de Wittgenstein y el Agalma de Sócrates a Lacan

    El atizador de Wittgenstein y el Agalma de Sócrates a Lacan

     Néstor Braunstein

    Me propongo comparar dos reuniones de filósofos.

    La primera es de conocimiento universal y su relato es, quizás, el más bello de los textos filosóficos. No podría hablar, por lo tanto, de la reunión de los filósofos sino tan sólo del informe de esa reunión, del compte-rendu, del acta, de algo que, por lo que se ha escrito, sucedió en Atenas en un lugar que se puede fijar con precisión, la casa de Agatón. La fecha de la memorable reunión no deja lugar a dudas porque esa noche se celebraba el triunfo de Agatón en un certamen poético: estamos en 416, a. C[1]. El informe filosófico es el diálogo El Simposio de Platón, escrito en el año 384 a.C., conocido generalmente en español como El banquete o Del amor. Platón dice limitarse a transcribir los discursos; actúa, según su inveterada costumbre, como un cronista o como un periodista pretendidamente «objetivo» que se borra como sujeto del enunciado y deja a los personajes el cuidado de expresar sus ideas y los acontecimientos que tuvieron lugar, en este caso, cuando los participantes hubieron terminado de pronunciar sus discursos y llegó intempestivamente el heroico borracho que era Alcibíades.

    La segunda asamblea filosófica, objeto hoy en día de un múltiple y quizás pasajero interés, tuvo lugar en la fría noche del 25 de octubre de 1946 en la británica Universidad de Cambridge y fue relatada por uno de sus protagonistas, Sir Karl Popper, en su autobiografía Unended Quest[2] (Búsqueda inconclusa) publicada en 1974. No sólo la fecha sino también el lugar de esta segunda reunión son inequívocos. Fue en el salón H 3 del King’s College de la Universidad. En esa noche se reunieron, por única vez en su vida, tres de los más influyentes filósofos del siglo XX. El mencionado (después Sir) Karl Popper, otro filósofo que también sería luego ennoblecido (Sir), Bertrand Russell, y un noble que renunció a su título de «von» que traía de Austria: Ludwig Wittgenstein. De esta segunda reunión de filósofos no queda tan solo el único testimonio de Popper (como sucede con el Simposio de Platón) sino una curiosa y animada serie de relatos que pueden consultarse en un ágil libro debido a la pluma de dos periodistas ingleses de la BBC, David Edmonds y John Eidinow: Wittgenstein’s Poker. The Story of a Ten-minute Argument Between Two Great Philosophers[3]. (en adelante, E&E)

    Nunca podremos saber el número exacto de los asistentes a ninguna de esas dos reuniones ni tendremos una lista completa de los participantes. Alrededor de treinta estuvieron en Cambridge y podríamos arriesgar, sin argumentos, por puro afán de simetría, una cifra parecida para el cónclave de Atenas.

    La historia del Simposio y de lo que en él se dijo y pasó es conocida con extraordinario detalle, cosa sorprendente pues quien nos la transcribe (Platón) no fue un testigo presencial del famoso debate sobre el amor. La estructura de este diálogo es asombrosa desde un punto de vista literario y es una demostración de su carácter ficticio, camuflado bajo una vasta acumulación de detalles verosímiles. Un «amigo» (¿el propio Platón, el escritor, el autor de la crónica del Simposio?) le pide a Apolodoro de Falero que le cuente de la reunión que tuvieron Agatón, Sócrates, Alcibíades y otros más. Apolodoro replica que precisamente el día anterior había sido interrogado sobre el mismo asunto por un tal Glaucón (muy posiblemente un hermano de Platón que, según se sabe, llevaba ese nombre) y que tenía fresca la respuesta que había dado, si bien Apolodoro mismo, en persona, no hubiera podido estar en el Simposio pues, al igual que Glaucón, era un niño en los días en que Agatón recibió sus laureles como poeta trágico y ofició el ritual sacrificio de la victoria. El dramaturgo invitó para el día siguiente a sus amigos a esa reunión en la que, según costumbre, se comió y luego se bebió mientras se dialogaba en una suerte de torneo de ingenios. ¿Cómo podía Apolodoro saber y relatar (a Glaucón primero, a Platón después) lo que sucedió aquel día? Por haber él oído a su vez el relato que de aquellos lejanos discursos le hizo Aristodemo quien había participado del banquete sin haber sido invitado por Agatón sino haciéndose presente como acompañante de Sócrates.

    Relatos y relatos de relatos, en una mise en abîme que parece no tener fin. Más aún cuando sabemos que en el centro de los discursos filosóficos está el momento en que le toca hablar a Sócrates mismo y éste, en lugar de pronunciar el encomio del amor que le piden, relata un diálogo que tuvo en Mantinea con una sabia mujer del lugar, Diotima, su maestra en las cosas del amor «y cuyo discurso voy a intentar repetíroslo». (201b[4], itálicas agregadas) Nos queda entonces la secuencia: Diotima – Sócrates – Aristodemo – Apolodoro – el «amigo» – Platón – los lectores. Podríamos decir que, si en un relato interviene la memoria, ese relato es seguramente una ficción. En esa ficción es esencial tomar en cuenta «la escena» de la narración (aquella en la que otros participan como destinatarios) para entender «la escena» que es narrada. La «historia» del año 416 a. C. fue escrita, después de pasar por muchos intermediarios, cada uno agregando sus propias lagunas y sus propios rellenos, según las necesidades de la nueva escena de la narración, treinta y dos años después. ¿Qué prima en nuestro conocimiento de ella? Es evidente que la magia de la escritura de Platón, relatando con todo detalle la situación, el ambiente, los argumentos que se intercambiaron y, muy especialmente, los hechos que se sucedieron a partir de la llegada de Alcibíades ebrio hasta el final en que todos quedaron dormidos excepto Sócrates que se dispuso a vivir la jornada siguiente sin haber conciliado el sueño, como uno más en los días de su vida, hasta que cayó la tarde. ¿El Simposio? Una rara combinación de filosofía, novela y teatro protagonizada por personajes inmortalizados por la pluma ligera de un filósofo riguroso.

    Apolodoro es quien lleva la palabra que el «amigo» escucha y esa palabra de Apolodoro está permanentemente puntuada por la aclaración «me dijo Aristodemo», «prosiguió Aristodemo», etc. ¿Fue eso que cuenta Aristodemo lo que sucedió y lo que se dijo? Nunca podremos saberlo; a lo sumo se nos dice que Sócrates, todavía vivo, no hacía objeciones a ese relato. Pero la reconstrucción de Platón tiene lugar unos quince años después de la muerte de Sócrates y más de treinta años después de lo supuestamente dialogado en el simposio. El mantel de esa mesa está desgarrado y Derrida mostró sus hoyos, su estructura lacunar en «La tarjeta postal»[5] cuando compara el texto de Platón con la referencia mucho más lacunar aún que hace Freud al aislar el discurso de Aristófanes como único punto de referencia que toma del Simposio para decir lo que a él le interesa decir en Más allá del principio del placer. Nueva puesta en abismo: Derrida comenta, de manera lacunar, lo que Freud comentó en forma lacunar de lo que Platón escribió en forma lacunar. ¿Qué podremos agregar nosotros si no es un suplemento de lagunas que, a fuerza de horadaciones y trepanaciones, configuran nuestro propio texto?

    Hay un momento en el diálogo (esto es, en lo que Platón escribió) donde aparece de modo inequívoco la marca de la duda. Apolodoro le habría dicho al «amigo»: «Cierto es que Aristodemo no se acordaba de todo lo que dijo cada uno, ni, a mi vez, yo tampoco recuerdo todo lo que éste me contó. Diré, empero, las cosas que me parecieron más dignas de recuerdo y el discurso de cada uno de los oradores que estimé más dignos de mención». (178ª)[6] Derrida comenta: «Cada uno se hace cartero de un relato que transmite conservando lo ’esencial’: subrayado, recortado, traducido, comentado, editado, enseñado, repuesto en una perspectiva escogida»[7]. ¿La verdad? ¡Tiene estructura de ficción! ¿La ficción? Ella es el «cartero de la verdad».

    Hemos de dar fe al relato platónico pero, conociendo el contexto y conociendo al autor, no podemos dejar de pensar que estamos ante una maravillosa construcción que inventa un episodio cuya «verdad histórica» es mínima y que, por eso mismo, es más verdadero, es el crisol en el que nos venimos modelando todos, durante siglos sin cuenta, a través de nuestras concepciones sobre el amor, imbricadas todas ellas en el calidoscopio de los discursos que se habrían proferido esa noche. Como de costumbre, no es a Sócrates a quien escuchamos sino a Platón a quien leemos. La palabra escrita corre tras la palabra hablada tratando de captarla en el momento mismo de su surgimiento. Y, como Aquiles con la tortuga, nunca la alcanza. La crónica escrita por Platón no será jamás lo dicho en el banquete ofrecido por Agatón; estará necesariamente marcada por excesos y deficiencias. Platón no cuenta lo que pasó: lo fabrica. Donde la memoria del cronista diría «laguna», el lector encuentra un suplemento que es «montaña». La tela faltante es sustituida por zurcidos. Así sucede, también, con las trascripciones de los seminarios de Lacan. Todo registro es infiel, deficitario, semblante de un objeto perdido. Lacan comentó el Simposio en el seminario VIII[8] dedicado a la transferencia. Es menester conocer las desventuras de ese seminario, las infinitas correcciones que hubo que hacer a quien pretendió ser el cronista (Jacques-Alain Miller en 1991) de lo que se dijo en 1960-61 (¡igual que con el Simposio, más de treinta años después!) para ver la repetición del empeño imposible por rescatar en su integridad la palabra hablada. Los modernos aparatos de registro que pretenden reducir el ancho de las lagunas muestran con lupa magnificadora la imposibilidad del empeño. Imposible transmitir, de un discurso, la verdad. Como no se la transmite, se la fabrica.

    Más sorprendente es, quizás, la manera en que llegamos a conocer el segundo episodio, el de Cambridge. Partiendo del relato del ya para entonces fenecido Sir Karl Popper, que había merecido objeciones de otros testigos, Edmonds y Eidinow, ya citados, consiguieron en 1999 los recuerdos de nueve sobrevivientes de la disputa entre Wittgenstein y Popper. Los periodistas británicos nos cuentan, también ellos, una escena que sucedió cuando eran niños, en tiempos en los que no hubieran podido asistir al acontecimiento. Saben de él por escritos de alguien que ya murió (Popper) y por testimonios de algunos ancianos (Toulmin, Braithwaite, etc.) que recuerdan aún lo sucedido. Todos ellos, ya muy entrados en años, en sus setenta y en sus ochenta, recordaban muy bien lo que pasó… pero no había dos que tuviesen la misma memoria de lo que podían evocar con tanta claridad. Ninguno de los sobrevivientes había olvidado la disputa entre esos dos pensadores venidos de Viena. La pasión del momento, lo encendido, lo atizado del debate entre los filósofos había quedado en todos como una de esas flashbulb memories («memorias de fogonazo») que se registran indeleblemente en los que viven el episodio traumático y no pueden luego dejar de recordar y contar esas situaciones excepcionales. Todos ellos son y eran filósofos, profesionales de la verdad, epistemólogos, especialistas en la crítica del lenguaje, dueños de impresionantes curricula académicos. Sin embargo, no podrían, no sabrían, producir un relato único y coherente de lo que pasó aquella noche entre Wittgenstein y Popper ante la mirada de Russell.

    Es así como, investigando sobre la memoria y sobre sus determinantes inconscientes y sobre la intervención del fantasma en la tramitación de los recuerdos, llego caer en estas dos asambleas filosóficas y a interesarme en compararlas.

    La escena de Cambridge merece un sucinto relato cuyos datos tomo de las dos fuentes disponibles y ya mencionadas: la autobiografía de Popper y la investigación de E&E. A poco tiempo de terminar la guerra, en el otoño de 1946, se reúne el Moral Science Club, que tendrá una más de sus habituales sesiones semanales en las que participan maestros y alumnos de filosofía. El coordinador de tales reuniones es Ludwig Wittgenstein y el invitado para ese día es Karl Popper, que había pasado los años de la guerra como un oscuro profesor de filosofía en Nueva Zelanda mientras escribía los dos volúmenes de un libro que finalmente fue publicado en Londres en 1945: La Sociedad Abierta y sus Enemigos. El libro le ganó un éxito de ventas y la rápida adhesión de selectos admiradores tales como el propio Bertrand Russell, Ernst Gombrich y A. J. Ayer y también bastantes objetores por los despiadados ataques que dirigía contra Platón y contra Marx. Con la aureola de esa fama reciente y con su flamante designación como profesor en la Escuela Londinense de Economía se presentó aquella noche Popper y se dispuso a dictar una conferencia titulada «¿Hay problemas filosóficos?». El título podría parecer inocente e inocuo pero no para quien conociese que era una alusión directa y un ataque solapado a la propuesta wittgensteiniana de que en filosofía no hay propiamente problemas sino, a lo sumo, meros enigmas.

    Popper había sido invitado, precisamente, para hablar sobre algún «enigma [puzzle] filosófico» en una misiva que le enviara el Secretario del Club, Wasfi Hijab. Para Popper era claro que se trataba de una formulación de Wittgenstein, a quien él consideraba su rival y su enemigo sin que el otro, desde su soberbia, contemplase a Popper de la misma manera, sin que le otorgase la jerarquía de alguien que pudiera estar a su nivel como filósofo. Simplemente, no le importaba. La invitación del club de Cambridge era para Popper una oportunidad de manifestar su animadversión hacia la filosofía crítica del lenguaje, la del Círculo de Viena, en la que él no había sido ni admitido ni invitado y contra el cual luchaba. El reconoce que la expresión «enigma filosófico» constituía una de sus «aversiones íntimas» (la expresión en español es ligera en comparación con la de Popper: a pet aversion) y de allí el título escogido para su exposición «¿Hay problemas filosóficos?» Cuando tuvo Popper el uso de la palabra comenzó expresando su sorpresa porque el Secretario lo había invitado a hablar de «enigmas»: «Ni tengo que decir que mis palabras implicaban un desafío (challenging)», confiesa. A esto «saltó Wittgenstein» (en las palabras de Popper) y dijo que el Secretario había cumplido con las instrucciones recibidas de él mismo. Popper sostiene que él no se inmutó y siguió hablando pero sí se alarmaron algunos admiradores de Wittgenstein que estaban escuchando y pretende que sus palabras habían intentado ser una «broma» (joke). El lector del incidente, tal cual lo cuenta Popper, tiene todo el derecho a quedar perplejo: ¿»desafío» o «broma»? Siguió Popper diciendo que la única razón que él tenía para ser filósofo era el interés por resolver «problemas» y que si sólo se tratase de «enigmas» se dedicaría a otra cosa. A lo cual nuevamente habría «saltado» Wittgenstein, interrumpiéndolo, hasta que, en un cierto punto, el autor del Tractatus, que jugaba nerviosamente con un atizador, lo desafió «¡Déme un ejemplo de una regla moral!» y Popper habría respondido: «No amenazar a los profesores visitantes con un atizador», después de lo cual «Wittgenstein, furioso, arrojó el atizador y salió tempestuosamente del salón azotando la puerta detrás de él»[9].

    Nadie puede decir a ciencia cierta qué pasó porque todos los testimonios son divergentes, pero hay acuerdo en que Wittgenstein interrumpió a Popper poco después de que éste comenzase su disertación, que la discusión subió rápidamente de tono, que Wittgenstein esgrimía o tenía en sus manos un atizador del hogar que estaba encendido para caldear el salón H 3 y que en un determinado momento abandonó el recinto y dejó el atizador. Tras la muerte de Popper, en 1994, estalló una agria disputa entre los participantes de la reunión que sobrevivían, algunos diciendo que Popper había embellecido los hechos para hacerlos favorables a su imagen, otros que el relato era fidedigno y otros más afirmando, lisa y llanamente, que Popper había mentido y había hecho una narración falsa de principio a fin.

    Los puntos de discrepancia entre los relatos son prácticamente todos: «la secuencia de los eventos, la atmósfera, el comportamiento de los antagonistas…, el que el atizador estuviera al rojo vivo o frío, el uso del atizador por parte de Wittgenstein como una batuta o como un apuntador usado por un maestro, si lo sacudía de modo amenazante o si jugaba con él, si se fue del salón antes o después de que Popper enunciase su pretendida regla moral del atizador, si sale tranquilamente o de manera abrupta, azotando la puerta, si cuando Russell habló lo hizo en tono alto o de manera rugiente». (E&E, 20) Nadie se extrañará al saber que el único discípulo vivo de Popper tiende a avalar su recuerdo del incidente, mientras que los de Wittgenstein consideran que el informe de Popper es exagerado y mentiroso. La memoria es una función del sujeto memorioso. Como en Rashomon, ese clásico del cine japonés.

    Así como la fama de Sócrates era la de un ser atemperado del que se conocen pocos episodios coléricos[10], impasible y desapasionado incluso en el momento de su propia muerte, la de Wittgenstein es precisamente la contraria. Todos lo recuerdan como si hubiese estado afectado por una especie de locura mística, intolerante ante las opiniones que estimaba divergentes de las suyas, capaz de atacar a otros, incluso a niños, incluso a sí mismo en los muchos momentos en que calibró la conveniencia o no de suicidarse. Quienes lo trataron coinciden en señalar una característica del personaje: inspiraba miedo, más aún, era aterrador. El famoso principio o regla moral de Popper con relación a los conferencistas visitantes puede haber sido enunciado, como él pretende, antes de que Wittgenstein saliese enfurecido o después de la salida tranquila pero intempestiva del analista del lenguaje. En todo caso, lo que resulta evidente, es que Popper se sintió amenazado por el uso wittgensteiniano del atizador. Sus razones tendría.

    ¿Y la fama de Popper? La de un polemista, un provocador, siempre dispuesto a tomar la discusión de ideas como una batalla en la debía haber un triunfador y ese triunfador debía ser, siempre, Karl Popper. Había planteado el sano principio de que las proposiciones deben ser sometidas a la prueba de la «falsificación», de la demostración de su eventual falsedad, pero nadie recuerda que haya accedido a clasificar como «falsa» a una de sus tesis después de una discusión. Antes bien, atacaba perrunamente y sin tregua a cualquiera que hablando o por escrito se opusiese a opiniones de las que estaba convencido. Alguien dijo que su obra de filosofía política La sociedad abierta y sus enemigos debiera haberse llamado La sociedad abierta por uno de sus enemigos. Tal era la fama de intolerancia que se desprende de su escritura y de las anécdotas conocidas de su vida. Gilbert Ryle hablaba, al reseñar ese libro, de su carácter «vehemente y hasta ponzoñoso (venimous[11].

    Estos son los dos personajes que tuvieron ese breve y acalorado encuentro, el único momento compartido en sus vidas. La explicación que da Popper del incidente puede figurar en una antología de la racionalización y la argumentación del «alma bella»: «Yo realmente me sentía muy triste. Admito que había ido a Cambridge esperando provocar a Wittgenstein a que defendiese su posición de que no había genuinos problemas filosóficos y a combatir con él sobre este punto. Pero no pretendía de ningún modo irritarlo y me sorprendió ver que no era capaz de entender una broma. Sólo más tarde caí en cuenta de que tal vez él sí vio que se trataba de una broma y fue precisamente eso lo que le ofendió… Puede que el incidente fuese, en parte, atribuible a mi costumbre de que, cada vez que soy invitado a hablar en algún sitio, desarrollo mis opiniones hasta el punto en que espero que se hagan inaceptables para esa audiencia en particular. Me parece que hay una sola excusa para una conferencia: la del desafío. Es ese el único modo en que un discurso puede ser mejor que un artículo impreso. Por eso escogí mi tema como lo hice»[12].

    Hasta aquí tenemos la presentación de la situación en lo que podríamos llamar, por analogía con un sueño, el contenido manifiesto. Tenemos el esqueleto de la verdad y ha llegado el momento de vestirlo y comprender los fundamentos pasionales involucrados. Vale la pena que recordemos el final del Simposio. Alcibíades pronuncia su encendido discurso en el que ensalza las virtudes amatorias de Sócrates y cuenta hasta el impudor todo lo que hizo para ganarse el amor del maestro. Sócrates escucha y deshace el engaño: Alcibíades se presenta como un éroménos, alguien que quiere ser el objeto amado por Sócrates, pero lo hace ocultando su motivo fundamental y es que desea que Agatón, viendo esa entrega amorosa, aspire a ser el amado de él, de Alcibíades. Es una táctica para seducir y conquistar al poeta vencedor, al dueño de casa. Sócrates interpreta la maniobra del joven guerrero y se dirige a su pareja: «¡Ea, querido Agatón!, que no triunfe en su intento y toma tus precauciones para que nadie nos enemiste a los dos»[13].

    El contenido latente  del Simposio es develado en ese final nocturno del que faltan las conclusiones porque el relator, Aristodemo «no se acordaba, pues no había asistido a ella desde el principio y estaba somnoliento, pero lo capital fue que Sócrates los obligó a reconocer que era propio del mismo hombre saber componer comedia y tragedia y que el que con arte es poeta trágico, también lo es cómico». (223d)[14] Es una nueva puesta en abismo: ante las lagunas del recuerdo y del relato «([Aristodemo] no se acordaba)» pero el texto todo del Simposio es esa combinación de la tragedia y la comedia de la escena final. Q. E. D.

    Cuando volvemos a Cambridge y a la reconstrucción de la historia del atizador ¿no encontraremos también el elemento de comedia? ¿No estará también el motor del drama en un elemento erótico desatendido por los protagonistas y por los testigos que creyeron ver un drama cuando se estaba desarrollando una comedia? Así lo sugieren E&E cuando hablan de una trama latente, un subplot que ilustra toda la acción y que pasa por la intervención de la dritte Person, la tercera persona. Se rompe así la idea del drama imaginario del enfrentamiento entre dos austriacos vieneses de origen judío, noble el uno, de clase media y arribista el otro, en una torre de marfil inglesa. Como en todo duelo que se respete el objeto es el tercero, la Dama. La apuesta, con ella presente, entra en el terreno de lo simbólico.

    El objeto codiciado por Popper y al que esperaba ganar a través de los ataques a Wittgenstein no era otro que el allí presente Bertrand Russell. Con este «tercer hombre» en acción es que la tragedia se transforma en comedia. Repongamos en la memoria las fechas y edades de los tres protagonistas: B. R. (1872 -1970, 74 años en 1946), L. W. (1889 – 1951, 57 años) y K. P. (1902 – 1994, 44 años).

    Russell enseñaba en Cambridge y allí llegó, en 1911, el primaveral Wittgenstein, que buscaba un mentor en lógica y en filosofía, por recomendación del eminente lógico Gottlob Frege a quien había visitado y pedido consejo sobre el particular en Jena. En un principio la relación entre ellos fue de cautivación recíproca. Wittgenstein era extremadamente tímido y tartamudeaba ante su maestro. Russell pudo haber dudado cuando lo conoció («Al principio me preguntaba si tenía por delante a un genio o a un tarado, pero muy pronto adopté la primera de las hipótesis»)[15] . A poco andar, el célebre filósofo liberal que ronda por ese entonces los cuarenta años, personificación de Sócrates, desesperando ya de la posibilidad de tener descendencia física, encuentra que este maravilloso Wunderkind de 22 podría ser su sucesor a la manera de un hijo. Experimenta fuertes sentimientos de protección y ternura y una clara idea de continuidad: «Siento que él hará la obra que yo debería cumplir y que lo hará mejor» (carta a su amante, Lady Ottoline Morrell, 1º de junio de 1912)[16]. Uno podría aventurarse a decir que, si Russell hubiera tenido que tomar cicuta poco después, Wittgenstein hubiese llegado a ser su Platón. Pero los duendes del destino quisieron las cosas de modo distinto y Russell fue quien llegó a nonagenario mientras que el joven discípulo tuvo una muerte temprana. Además, Wittgenstein pronto se decepcionó y nunca llegó a sentir una admiración desmedida por Russell mientras que era el viejo quien estaba seducido por el joven. En el obituario que escribió para Mind, Russell anotó: «haber conocido a Wittgenstein fue una de las aventuras más excitantes de mi vida»[17]. A medida que Russell envejecía Wittgenstein se iba desencantando de él y, para los tiempos del incidente del atizador, ya no quedaban carbones ardientes que atizar en el seno de su relación. Para decirlo francamente, Wittgenstein había llegado a sentir desprecio por su maestro, por sus supuestas debilidades éticas, por sus ambigüedades en la relación con los demás, por la tendencia a la superficialidad de los temas y de las obras que le valían un éxito mundano a costa del rigor que Wittgenstein siempre esperaba de sí mismo y de los demás. Para 1946 las relaciones entre ambos eran un montón de cenizas inertes. Esto no significa mucho en lo particular: nadie, ningún contemporáneo, pudo decir que gozó sostenidamente de la estima intelectual de Wittgenstein.

    Muy distinta es la situación de quien se planteó como duelista desafiante en 1946 y se encontró con un atizador en vez de una espada. Popper era treinta años menor que Russell, un anciano ya, con quien el inverecundo politólogo y epistemólogo no podía sentir celos ni rivalidad. Por el contrario, representaba una figura de autoridad para todos los demás y era «importante», para un recién llegado al difícil panorama de la institución filosófica inglesa, tenerlo de su lado. Russell, que había sido tan sensible al genio de Wittgenstein, era indiferente ante las acrobacias que Popper podía realizar para impresionarlo, incluyendo la descarada imitación de su estilo como prosista en su nueva lengua, el inglés. E&E comentan que, pese a todas sus expectativas, Popper nunca llegó a conseguir un lugar cerca de Russell. El ataque a Wittgenstein en el salón H 3 no lo hizo un héroe, según él hubiera querido, ante los ojos del viejo filósofo. La suya fue una maniobra fallida, un intento de seducción que tropezó con la irónica indiferencia socrática en la aguileña nariz de Russell. Wittggenstein había sido aceptado por Russell como hijo putativo y renunció a esa posición. Popper quería ganarla, treinta y cuatro años después y no lo conseguía. Wittgenstein estaba harto de Cambridge, Popper quería impresionar a todos allí y dejar una impronta. Popper iba a desafiar, a combatir y a derrotar a Wittgenstein. A éste no le interesaba el choque y no tenía nada que ganar. Si hemos de creer a E&E[18], lo que interesaba al filósofo de los juegos del lenguaje era un joven estudiante de medicina, totalmente alejado del Moral Science Club, Ben Richards, de quien se había enamorado, según se puede leer en sus cuadernos personales. Sufría, no sabía si la relación podía durar y tampoco si podría soportar tanto dolor. Curiosamente aparece en ese cuaderno, en relación con Richards, la referencia al daimon del que Diotima habló a Sócrates, el amor como un intermediario entre los dioses y los hombres. Son esos «demons» -escribe -los que han entretejido los lazos y los que los guardan en sus manos. Son ellos los que pueden romperlos o permitirles continuar anudados. Al día siguiente de la reunión que culminó con el incidente del atizador, Wittgenstein, permitiéndonos vislumbrar lo que le interesaba por entonces, escribió:

    «El amor es LA perla de gran valor que sostienes junto a tu corazón y que nunca cambiarás por otra cosa y que reconocerás como el objeto más valioso. Además nos muestra si uno la posee y qué gran valor es (sic) Llegas a saber lo que significa y a reconocer su valor. Entiendes entonces lo que significa extraer piedras preciosas»[19]. En otras palabras, Wittgenstein habla de la esencia del amor y compara a éste con un objeto valioso e invisible, perla, pìedra preciosa, que se guarda fuera de todo comercio o trueque. Extrañamente resuenan estas palabras para todo conocedor del Simposio. A Wittgenstein es un cierto agalma el que lo mueve. Sólo que el agalma está lejos del banquete de los filósofos; está guardado en un mancebo que no pertenece a la corporación.

    Popper, a sus 44 años, se plantea seducir espiritualmente a un viejo maestro, Russell. Wittgenstein, no muy lejos de los 60, sufre por no poder atraer a un joven estudiante. El modo popperiano de agradar es, de acuerdo a su inveterada compulsión de repetición, el de atacar con ferocidad a quien tiene por delante y al que ha elegido como blanco. «Es por ti, maestro, por quien lucho y por quien rompo armas». ¿Qué puede haber entendido Wittgenstein de la maniobra de su aspirante a rival? Es posible que nada y que, llamado por otros intereses, haya resuelto que no tenía interés en la discusión como se venía planteando y, por eso, dejase el atizador, con violencia o sin ella, y se fuese del salón. Que Wittgenstein fuese inconsciente del significado de lo que sucedía no desmerece el hecho de que su respuesta, desde una perspectiva ética, hubiese sido la justa. Es lo que veremos.

    En el Simposio, Sócrates interpreta la maniobra de seducción de Alcibíades que, tomando como blanco al propio Sócrates, apunta en realidad a Agatón. Wittgenstein, por su parte, no interpreta a Popper ni espera que Russell lo haga; él actúa y se va del salón, arrojando el atizador al piso, cual diciendo: «arréglense entre ustedes». Tal es esa respuesta que trataremos de analizar.

    Popper siente que ha ganado la batalla puesto que su enemigo ha desertado el campo, pero ¿qué victoria es esa? ¿Filosófica? No; Wittgenstein no ha cedido sobre el punto de los enigmas filosóficos ni sobre la utilidad del estudio del habla cotidiana. ¿Política? No; los participantes de la reunión, en su mayoría adeptos de Wittgenstein, siguen pensando lo mismo que antes. ¿Amorosa? Tampoco; Russell, el objeto de sus anhelos, sigue tan lejano como siempre. Mas le queda una compensación: la elaboración de un recuerdo mítico del incidente en donde sería una frase punzante y magistral (a punchline) dicha por él la que habría puesto a su adversario en fuga. El saldo de la operación es el relato que se puede leer, escrito justo treinta años después en la autobiografía. Es el único punto en que condesciende a narrar in extenso un episodio de su vida. Popper vive la anécdota y la cuenta como si se tratase de un combate trascendental en donde él, el héroe, habría derrotado, en la persona de Wittgenstgein, a la filosofía del lenguaje. Podía jugar a ser a un tiempo Odiseo y Homero, el héroe y el rapsoda.

    Treinta años pasaron hasta que Popper redactó sus memorias y veinte más hasta que se murió. Los periodistas apresurados para redactar la nota cronológica recurrieron a ese sabroso relato y los testigos sobrevivientes intervinieron para decir que no había sido de tal manera, que Popper había embellecido los acontecimientos en su favor y que había mentido de cabo a rabo. Sólo uno de los nueve ancianos da un relato que se aproxima al de Popper, aunque dice que Wittgenstein no dio ningún portazo. ¿Qué acceso tenemos los lectores del Simposio a los discursos en la casa de Agatón? Ninguno; excepto el que nos brinda el lenguaje plagado de confesas lagunas del texto de Platón. ¿Qué acceso tenemos a la fogosa discusión de Cambridge? Sólo la que nos brindan discutibles testimonios usando y abusando del lenguaje, constructor de ficciones.

    Nos sentimos en este punto convocados a interpretar lo que sucedió para extraer las consecuencias de la anécdota trascendiendo lo anecdótico. Allí, con algunas cartas más, rescatadas por E&E, se abren nuevas posibilidades. Al día siguiente de la caída del atizador, Popper escribe una carta a Russell en la que recuerda lo sucedido la víspera: «He gozado de la tarde que pasamos juntos y de la oportunidad que tuve, en la noche, de cooperar con usted en la batalla contra Wittgenstein…» y más adelante agrega «… Es por eso que tuve que escoger (y por eso es que, aconsejado por usted, finalmente acabé por escogiendo este tema». Quienes nos cuentan la historia, E&E[20], señalan las ambigüedades y buscan las contradicciones que aflorarían en el texto de esta carta y se fundan especialmente en que no es esta secuencia la que se deriva de la lectura de La búsqueda inconclusa. En efecto, en la autobiografía Popper señala claramente que él escogió el tema y el título y lo hizo como un desafío. Pero, ¿por qué conceder más autenticidad a la narración de los setenta, como lo hacen E&E, que a la carta escrita al día siguiente y que ellos mismos nos dan a conocer? Nos enteramos, además, que un día después Russell[21]contestó a esa carta ratificando su complicidad con Popper: «Yo estuve totalmente de su lado pero no tomé una parte mayor en la discusión por ser usted tan plenamente competente para luchar en su propia batalla». Popper admite que al principio había titulado a su exposición «Métodos en filosofía» pero que acabó por escoger «¿Hay problemas filosóficos?». ¿Lo habría hecho inducido por Russell?

    Todo indica, a nuestro parecer, que hubo una pequeña conspiración entre Popper y Russell para atacar a Wittgenstein y que ambos se pusieron de acuerdo en la tarde, a la hora del té. Cuando Popper planteó sus argumentos para la noche, recibió el respaldo de Russell y «en su ansiedad para robustecer la relación con su héroe, queriendo quizás adularlo, exageró la importancia de la conversación vespertina. Con su mezcla de argumentación meticulosa y ansiedad por agradar, la carta de Popper apuntaba indudablemente a construir una relación duradera con ese hombre de quien había dicho que el nombre debía mencionarse en el mismo golpe de aliento que los de Hume y Kant. Pero entonces, y siempre en lo sucesivo, Popper habría de decepcionarse por la falta de reciprocidad de Russell y por el carácter desigual de la relación entre ambos»[22].

    Personalmente creo que es muy factible que Russell se hubiese servido del ímpetu del joven venido de Nueva Zelanda para atacar a ese hijo desleal que había decidido seguir por sus propios caminos y que ostentaba una actitud de desprecio hacia su antiguo mentor. Nunca sabremos qué hablaron mientras tomaban su té (five o’clock) Russell y Popper antes de la hora de la reunión. Tenemos todos los datos para sospechar que lo sucedido en la noche estuvo influido por esa conversación informal.

    ¿Qué hay detrás de un diálogo filosófico? Una erótica, un desplazamiento de investiduras libidinales, tradicionalmente homosexuales, que constituyen la trama recóndita de las escenas que registran las crónicas. El choque de los «dos grandes filósofos» sólo tiene sentido a partir de la comprensión del lugar del tercero, Russell. El objeto precioso escondido en el dios, en la caja del sileno, desconocido para él mismo, fue Wittgenstein para Russell en 1911, año de su primer encuentro («¿habrá algo valioso en este «alemán» de quien no sé si no es un idiota?»). El encuentro fue completamente espiritual tal vez porque en las pascuas de ese año Russell había iniciado su relación amatoria con Lady Ottoline. Nadie puede decir qué hubiera pasado si el caso hubiese sido diverso y también nosotros nos libraremos del pecado de especular. No obstante cabe recordar que Russell consideraba a su discípulo como «un tesoro«[23] y que puede dar lugar a esa especulación que hemos querido evitar estas frases de una carta de Russell a Lady Ottoline (1º de junio de 1912): «Creo que él está apasionadamente prendado de mí. Sufre enormemente por cualquier malentendido entre nuestras maneras de ver. Yo estoy apasionado por él, pero como ciertamente mi mente está absorbida por ti, mis sentimientos hacia él tienen para mí menos importancia de lo que los suyos (hacia mí) la tienen para él». El biógrafo agrega en un comentario: «Estas dos relaciones (de Russell con Lady O. y con L. W.) fueron las más intensas que él había conocido y constantemente comparaba a la una con la otra»[24]. Como dijimos, no especularemos acerca de lo que hubiera pasado sin la presencia de Lady Ottoline.

    Para Russell, en 1911 y 1912, el joven vienés de 30 años es un «tesoro», las cartas que le escribe son «adorables», es «un artista de la inteligencia», etc. Lo dicho, Sócrates creyó haber encontrado a su Platón. Pero…

    … la fascinación de Wittgenstein por el lord inglés duró lo que un suspiro. Brian McGuinness, el biógrafo al que venimos siguiendo, cita esta frase del filósofo incipiente: «Russell era en ese entonces asombrosamente brillante«, pero a poco andar Ludwig notó que ya había perdido toda su inventividad y que había una diferencia ética entre ambos que era irreductible. Ya a comienzos de 1914 le escribe: «He llegado finalmente a la conclusión de que no estamos hechos para entendernos… una verdadera relación de amistad es imposible entre nosotros. Te estaré reconocido mientras viva, pero nunca volveré a escribirte y ya nunca me verás» (subrayado de LW). Por cierto que volvieron a verse muchas veces pero ya nunca hubo de parte del vienés una valoración positiva del anciano Bertrand.[25] Desde allí en adelante fue creciendo el desdén. Cuando, después de la Primera Guerra, Wittgenstein quiso publicar su Tractatus recibió del editor la condición de que sólo sería posible si Russell escribía la Introducción; éste la redactó pero cuando Ludwig vio lo que había escrito se encolerizó porque opinaba que todo lo que Russell decía estaba equivocado. Finalmente, Russell acabó por escribir otro prefacio.

    «Tesoro», «adorable», «brillante»… ¿cómo no introducir en esta apasionada relación la cuestión de los agálmata y sus relaciones con la transferencia entendida en sentido analítico? ¿Cómo no advertir la destitución por el éroménos, por el amado (Wittgenstein), del érastés, del amante (Russell), que había sido puesto fugazmente en el lugar del sujeto supuesto saber? Téngase en cuenta que este drama y comedia amorosa tiene lugar 34 años antes de la representación teatral que conocemos como el incidente del atizador (los 34 años que van de 1912 a 1946).

    Para Karl Popper, desconocedor de esta prehistoria erótica de los otros protagonistas, Russell no era un objeto de amor aunque sí de una admiración hiperbólica no exenta de envidia. Popper no pretendía alcanzar un objeto maravilloso y oculto. Su aspiración no tendía al agalma que Russell podría haber tenido en su interior sino a algo mucho más prosaico, a algo que está en el terreno de los bienes y del cálculo; del placer y no del goce. Quería ser reconocido por el influyente filósofo porque eso sería bueno para su carrera. Podríamos decir que así se colocaba en una posición de demandante de signos del deseo del otro idealizado. Para decirlo en otros términos, «hacía semblante» de poseer él un objeto valioso, su inteligencia y su posición contraria a toda filosofía del lenguaje, para despertar la atención y conseguir el amor de Russell. Quería seducirlo, ser amado, ser el éroménos de Russell, poder ostentar la posesión de agálmata extraídos del hirsuto sileno quien, por su parte, asistió impasible al enfrentamiento de los dos vieneses «porque -tal como le dijo a Popper – tú solo podías llevar muy bien la batalla contra Wittgenstein».

    Por su parte, en 1946, Wittgenstein estaba harto por igual de Russell y de Cambridge (meses después dejó su puesto de profesor y se mudó, of all places, a Irlanda), mientras que Popper esperaba que tanto el célebre filósofo como la prestigiada universidad lo ayudasen a consolidar su carrera. Mas no lo consiguió. Como bien lo señalan E&E, en los libros de Popper pululan las referencias a Russell mientras que éste, en su autobiografía, no hace ninguna mención de Sir Karl Popper (y sí las hay, abundantes, a Wittgenstein). Sócrates Russell no hacía caso del impetuoso Alcibíades Popper que se presentaba como su paladín, aunque quizás, por qué no, pudiese utilizarlo contra su ingrato éroménos, contra ese discípulo díscolo, Agatón Wittgenstein. que tan pronto lo había destituido del lugar de sujeto supuesto saber.

    Al igual que en el discurso de Lacan, tampoco a nosotros nos interesan los aspectos psicológicos del enfrentamiento del 26 de octubre de 1946 (¿quién sentía qué hacia quien?) sino ubicar los puntos de reparo estructural, lo que está en juego en un debate que gira aparentemente en torno a las ideas filosóficas. La comparación entre las dos escenas dista de ser una asimilación. Es, muy por el contrario, el señalamiento de las diferencias entre el teatro del Simposio y el teatro del atizador y eso nos lleva ahora a ver de cerca el lugar y la posición adoptada por Wittgenstein. Como ya hemos dicho, el noble Ludwig despreciaba a los otros dos, a Russell y a Popper, por igual.

    Lacan dice varias veces en su seminario[26] que Sócrates, porque sabe qué es el amor (es de lo único que sabe), se deja engañar, es decir, se hace dupe, pues no alcanza a reconocer la función esencial del objeto al que se apunta y que es el agalma. Sócrates sigue cogido en el juego entre los érastés y los éroménos y se sostiene en el lugar de érastés de Agatón, denunciando las intenciones de Alcibíades para desplazarlo. El discurso de Alcibíades no llega a iluminarlo sobre lo que está sucediendo, sobre la función del objeto parcial, y su legendaria impasibilidad no se sostiene en el momento en que pide seguir siendo el amante, el érastés del dueño de casa. Diríamos que Sócrates sigue enredado en la lógica del discurso, en el goce fálico ligado al encadenamiento de los significantes, en el blablablá.

    Russell, a diferencia de Sócrates, no presta atención a los homenajes amorosos que le ofrenda Popper, ansioso por hacerse amar, y asiste impávido a la escena que protagoniza Wittgenstein con su atizador. Russell verdaderamente no se engaña; simplemente se coloca al margen de la situación. Y tampoco se engaña Wittgenstein que guarda su perla en lo más íntimo de su corazón y sufre, sí, pero por su adhesión al ausente, al reticente estudiante de medicina. Wittgenstein advierte que está siendo provocado por un advenedizo y se retira de la escena dejando un objeto, el famoso atizador, como signo de su desdén. Ante la arrogancia fálica, de gallo de riña, de Popper que hace, en verdad, una exhibición femenina cuyo efecto es mostrar el deseo de ser amado por Russell, Wittgenstein comienza por esgrimir ese objeto también cargado, fuertemente cargado. de resonancias fálicas, como si estuviera puntuando que él también tiene con qué responder. Al acentuarse la provocación, sale de la escena y les deja un signo, no de su amor sino de su desprecio, que afecta y deroga a todos los equivalentes y a todas las metáforas del falo. Si Sócrates seguía siendo dupe, Wittgenstein cierra la puerta detrás de sí y se manifiesta como el non-dupe. Puede que en eso yerre, pero esa es la característica de su vida entera, un desprecio absoluto por lo que se ubica en el campo de los bienes y por los objetos del deseo del Otro, así como una acción completamente imprevisible en el campo del amor.

    Tal fue Wittgenstein a lo largo de su vida; un ser desapegado de los objetos de la codicia por los que se enajenan sus semejantes y un sujeto indiferente a todo lo que se presentase con revestimiento fálico. Un denunciante por omisión de todas las locuras que se consideran normales. Los datos son conocidos: nunca tuvo una relación estable con nadie, sus amoríos son más objetos de especulación de los historiadores que hechos fehacientemente documentados, renunció a la ingente fortuna familiar, jamás apreció de manera duradera a ningún pensador viviente, no tenía objetos personales que quisiese conservar, lo dejó todo para ser estudiante de filosofía, se hizo soldado raso voluntario en la Primera Guerra, renunció a cualquier posible privilegio cuando fue hecho prisionero, se ausentó para profundizar en su pensamiento en los fiordos de Noruega, trabajó como maestro de primaria en una escuela tirolesa, se negó a publicar sus investigaciones, hizo un misterioso viaje a la Unión Soviética para ver si la vida en el stalinismo podía aportarle algo, trabajó como ordenanza, enfermero y asistente de laboratorio en la Segunda Guerra, dejó su puesto de profesor en Cambridge para irse a Irlanda y cuando supo que tenía un cáncer de próstata no hizo nada para detener el avance de la enfermedad y se dejó morir sin proferir ninguna queja ni reclamación. Es de ese hombre de quien hemos de pensar el gesto de arrojar el atizador y relacionar ese gesto con lo que llegamos a saber sobre los agálmata.

    Para ello debemos seguir el ejemplo de Lacan y comprender filológica y semánticamente qué son estos agálmata, más allá de la versión corriente que los define como «ornamentos». Lacan aisla y destaca la raíz gal, ligada a lo brillante, a lo que deslumbra, a lo que puede atraer la atención de los dioses. El seminario entero del 1º de febrero de 1971 está dedicado a ese estudio filológico y es un modelo de investigación que nos habrá de permitir una comprensión más amplia de la idea y, finalmente, una interpretación nueva de la escena de Cambridge.

    Lacan[27] recurre a su primer recuerdo de tropiezo con la palabra griega agalma y aclara que ello no sucedió en la lectura del Simposio sino en el momento de estudiar la Hécuba de Eurípides. ¿Adónde iría a parar la derrotada reina de Troya, la infortunada madre de Héctor y Paris? Se dice que a Delos, la pequeña isla donde nació Apolo, y entonces alude a un objeto célebre, a la palmera datilera bajo la cual, con dolor, Leto dio a luz al dios después de un parto que duró nueve días. La palmera es, para Eurípides, ódinos agalma días, el agalma del dolor de la divina. De inmediato Lacan relaciona este «tronco, árbol, objeto mágico erecto y conservado a través de los tiempos» con la función del falo tal como se desprende del lugar esencial que toma en la doctrina de Freud. La siguiente referencia evocada por Lacan[28] corresponde también a Hécuba de Eurípides y es cuando Polixena ofrece su propio pecho como agalma, hecho que lleva a Lacan a relacionar los agálmata con los exvotos. Pasa luego en su revisión de los clásicos a Homero y encuentra que nada menos que el caballo de Troya es llevado dentro del recinto de la ciudad y tratado por los troyanos como un mega agalma[29]. Llega entonces a la conclusión de que el agalma, sin dejar de ser el objeto precioso y brillante evocado por Alcibíades en su discurso es, fundamentalmente, el oscuro objeto del deseo, el objeto parcial descubierto por la experiencia psicoanalítica (pecho, heces, falo), el objeto que es eje, centro y clave del deseo humano, un objeto recóndito y misterioso alrededor del cual gira el sujeto en el fantasma. Lacan recuerda (y dice que podría dar mil ejemplos), que para los antiguos el agalma es, también, cualquier cosa con la cual se puede atrapar la mirada de los dioses, un truco que pueden usar los mortales para que los habitantes del Olimpo caigan en sus trampas[30]. Este objeto de las mil caras, infinitamente variable, que es el agalma significa, pues, no sólo el sileno (Sócrates), no sólo la estatuilla dorada de los dioses que él contiene, no sólo la maravilla de sus virtudes, sino también lo que puede despertar la cólera, los celos, la envidia. Lacan relaciona agalma conagaiomai, que significa «estar indignado»[31]. En última instancia ese agalma encuentra su encarnación en las películas de Hitchcock, tal como lo ha demostrado S. Zizek, allí donde el mago del suspenso hace intervenir un objeto cualquiera, no necesariamente valioso, el «macguffin«, y organiza una trama donde todos los personajes empiezan a girar y a danzar en torno a él, temiéndolo, queriendo apoderarse y dominarlo, encontrándolo y perdiéndolo, etc. Es el himen en la película de Buñuel, el pañuelo en el drama de Otelo, el anillo en la tetralogía wagneriana. Y, ¿por qué no? el atizador en la escena del salón H 3 de Cambridge.

    Wittgenstein desaparece, el atizador yace en el piso, la puerta se cierra tras él. ¿Qué ha hecho con su salida de la escena, con su «no va más», con su escansión? Ha mostrado (en lugar de decir), ha callado acerca de lo que no se podía hablar, ha exhibido la vanidad de las arrogancias fálicas de ese provocador que llegó animado por el designio de combatir y ganar una batalla, haciéndose de paso amar por el profesor a quien él antes admiraba y que ahora es, para él, un adorno irrisorio. ¿Era el falo lo que estaba en juego y lo que había que exhibir? ¿Serviría ese hierro para reavivar los calores de un antiguo amor? La respuesta de Wittgenstein es derogatoria del falo tomado como supremo bien: «Ahí lo tienen, a mí no me interesa; hagan con él lo que mejor les parezca. Yo me reduzco a ’nada’ (rien); soy la ausencia que queda en la estela de mi desprecio, soy la sonrisa de un gato que se va. ¿Se sienten amenazados por un atizador? Mucho más terrible es mi ausencia; mucho más aterrador es mi silencio que mi canto. ¡Arréglense con él!». Arrojar el atizador en medio del cónclave de los profesores es poner en acto la filosofía de Wittgenstein y mostrar esos límites del lenguaje que ya no son los límites del mundo como había sostenido en un principio. Hay un más allá del lenguaje que se alcanza en el silencio y en la acción, un punto de contacto con lo real indecible. De ahí la elocuencia del atizador que cae más allá de toda interpretación.

    Una vez que conocemos el contexto erótico y los antecedentes y una vez que sabemos la pequeña intriga tramada entre Popper y Russell y que oímos la confesión de Popper de que fue a Cambridge para desafiar y provocar a Wittgenstein, con esos elementos en la mano, podemos comprender la naturaleza ética del acto de Wittgenstein y la función del atizador. ¿Tenía sentido quedarse a discutir, a argumentar, a interpretar? Definitivamente, no. Se imponía un acto, algo equivalente a un cierre de la sesión, una escansión analítica. Lacan[32] lo notaba en la posición filosófica de Wittgenstein y nosotros lo vemos reflejado en este episodio que trasciende el marco de lo anecdótico: «Lo que el autor tiene de próximo con la posición del analista es que él se elimina completamente de su discurso».

    «El atizador de Wittgenstein» es un título muy inteligente. Está preñado por las resonancias del genitivo. El atizador es lo que enciende a Wittgenstein y es lo que Wittgenstein usa para encender a los demás. Es el indicador material de su perseverancia en afirmar una trayectoria en el campo de la lógica que está más allá de los espejismos del Yo y del falo. Por eso Lacan pudo hablar de una subordinación de Wittgenstein a la búsqueda de la verdad que lo coloca en una actitud de «ferocidad psicótica»[33]. El diagnóstico es preciso: quien puede llegar a ese punto de des-ser, de desubjetivación, de renuncia al mundo compartido de la competencia por los bienes, quien hace de la filosofía un terreno a desbrozar de toda maleza y hasta de toda hierba para dejar la prístina pureza de una escritura lógica y precisa, quien se propone hacer una terapia del lenguaje mandando a las palabras a limpiarse en la tintorería y por eso se considera un discípulo de Freud, quien vive el amor más allá de los espejismos del objeto, es alguien que ha renunciado al falo y a su representante, el yo. Por eso es que Wittgenstein, más allá del principio de realidad, es, en su vida y en su obra, un psicótico, el huésped de una locura que denuncia la alienación de todos los demás, un extraterrestre, un incapaz para dialogar civilizadamente con los eminentes futuros caballeros del Rey que asisten esa noche a la discusión en el Club de Ciencias Morales. El atizador en el suelo expresa ese «¡Al diablo con todos vosotros! ¡Quitaos las máscaras! ¡O seguid usándolas! Yo estoy en otra parte, no con vosotros.»

    El agalma, proponía Lacan en sus incursiones por el griego, podía relacionarse con agaiomai , que significaba «estar indignado», a lo que se llegaba pasando por agasho «soportar con pena»). El agalma  no es necesariamente un adorno; es el objeto que puede atraer la atención de los dioses pero esa atención no es por fuerza ni una bendición ni una mirada deslumbrada. Para Wittgenstein este objeto fálico, el atizador, es la concreción de su desprecio, de su sufrimiento en la sociedad de los hombres, de su indignación, de su rechazo a los valores que ensombrecen la búsqueda de la verdad y que cambian, como le señala Sócrates a Alcibíades, el oro por cobre. El agalma de Wittgenstein, por eso, es muy posiblemente platónico, no pertenece a este mundo sino al topos uranos. Es un objeto parcial sin imagen especular, el objeto a de Lacan, objeto causa del deseo, objeto plus de goce, objeto al que todo rostro traiciona y por eso, mejor que dando la cara, se le muestra obstruyendo su vista con una puerta cerrada. El atizador es el semblante de ese objeto, lo que queda sobre el piso como residuo y desecho y cuyo nombre más propio es «nada», le rien, el nada.

    E&E acaban su fascinante investigación del incidente con estas palabras perspicaces[34]: «¿Y qué fue del sine qua non de esta historia? Lo sucedido en el H 3 puede estar ahora más claro, pero el destino del atizador sigue siendo un misterio total. Muchos lo han buscado en vano. De acuerdo a cierto informe, Richard Braithwaite lo hizo desaparecer para poner término a la codicia de los académicos y de los periodistas».

    Que me sea permitido decir que están todos equivocados. Les diré lo que pasó con el atizador. Hay una isla, cuyas coordenadas y mapas precisos yo tengo, donde funciona un curioso museo de la filosofía. El museo está ubicado en el fondo de una caverna donde la única fuente de luz es una fogata que está siempre encendida. Cuando las cenizas amenazan con cubrir a las brasas viene alguien, yo sé quién, que se acerca a la hoguera y usa el atizador de Wittgenstein para reavivar el fuego y evitar que se extinga. Eso viene pasando desde hace cincuenta años.

    1º de septiembre de 2003

     El autor deja expreso reconocimiento de gratitud a Tamara Francés, Ricardo O. Moscone y Daniel Koren lectores perspicaces y autores de útiles objeciones a la primera versión de este texto. 

    [1] Ricardo O. Moscone: Sócrates: Sólo sé de amor. Biblioteca Nueva, Madrid, 2002. Este libro es de lectura esencial para quienquiera que aspire a documentarse sobre la persona y los tiempos de Sócrates. El autor, psicoanalista argentino, trasciende la mera historiografía y se adentra en una investigación de las complejas relaciones del filósofo con su familia y con los personajes de los diálogos de Platón.

    [2] Karl Popper:  Unended Quest. An Intellectual Autobiography. Open Court, La Salle y Londres, 1974, Fourth Impression, with corrections, 1978. El relato del incidente con Wittgenstein, pp. 122-125.

    [3] David Edmonds y John Eidinow. Wittgenstein’s Poker. Ecco (Harper – Collins), Nueva York, 2001.

    [4] Platón. Obras Completas. La numeración es la correspondiente a la paginación internacional estándar. (Traducción de Luis Gil), Aguilar, Madrid, 1979, p. 583.

    [5] Jacques Derrida: La tarjeta postal. De Sócrates a Freud y más allá. (traducción de Patricia Reyes Baca) Siglo 21, México, 1ª ed., 1986, 2ª ed. en español, aumentada, 2001, p. 352.

    [6] Platón. Op. Cit., p. 567

    [7] Jacques Derrida, Op. Cit., p. 352..

    [8] Jacques Lacan. Le Séminaire. Livre VIII. Le transfert. París, Seuil, 1991(Texte établi par Jacques-Alain Miller. La edición está plagada de errores al punto que es inutilizable. Jacques-Alain Miller, ante el escándalo suscitado por esa publicación, retiró del mercado los ejemplares que quedaban y luego dio a conocer otra versión. La paginación aquí indicada corresponde a esa primera versión de 1991. Referirse a Le transfert dans tous ses errata. EPEL, Paris, 1991.

    [9] Karl Popper, Op. cit., p. 123.

    [10] Al respecto, cf. nuevamente Sócrates: sólo sé de amor de Ricardo O. Moscone (cit., pp. 260-63)

    [11] Citado en E&E, p. 262.

    [12] Karl Popper, Op. cit., p. 124.

    [13] Platón, Op. Cit., p. 597.

    [14] Ibíd.., p. 597.

    [15] Brian McGuinness, Wittgenstein. I – Les Années de Jeunesse (1889-1921), París, Seuil, 1991, p. 120. Cita y traducción de ese autor.

    [16] Ibíd.., p. 135.

    [17] Citado en E&E, p. 52.

    [18] E&E., Op. Cit., p. 264-265.

    [19] Ibid., p. 265.

    [20] E&E, Op. Cit., p. 282.

    [21] Ibid., p. 283.

    [22] Ibid., p. 285.

    [23] Brian McGuinness, Op. cit., p. 134.

    [24] Ibid.

    [25] Ibid., p. 239.

    [26] Jacques Lacan, Le Séminaire. Livre VIII., cit., p. 190 y p. 194.

    [27] Jacques Lacan, Op. cit., p. 168.

    [28] Ibid., p. 172.

    [29] Ibid., p. 171.

    [30] Ibid.

    [31] Ibid., p. 170.

    [32] Jacques Lacan, Le Séminaire. Livre XVIII. L’Envers de la psychanalyse, Seuil, París, 1991, p.71.

    [33] Jacques Lacan, Ibid.,  p. 69.

    [34] E&E, Op. Cit., p. 294.

  • Cuando Lacan llegó a ser Lacan

    Cuando Lacan llegó a ser Lacan

    Luis Tamayo Pérez

    «Síganme, que yo los llevaré al fin del mundo»

    1. Lacan, 8 de julio de 1953 [2]

    En el año 2001, en el que se cumplieron 100 del nacimiento y 20 de la muerte de Jacques Lacan, mucho se escribió en la prensa mundial ―y especialmente en la francesa― acerca de la vida y la obra del psicoanalista galo. [3] Los adjetivos no han faltado: de charLacan a «terapeuta genial»; de «fundador» a «destructor de instituciones»; de «comediante» a «renovador de la práctica analítica»; de «autor incomprensible meramente de moda» a «Góngora del psicoanálisis».

    Reflexionemos acerca de su legado.

    Werde was du bist!

    No considero ocioso discurrir acerca del momento en el cual Lacan llegó a ser Lacan, el momento en el cual cumplió el imperativo pindárico retomado por Nietzsche y Heidegger, y dicho de la manera más impactante por Mefistófeles en el Fausto de Goethe: «Werde was du bist!» (¡llega a ser lo que eres!). El momento en el cual Lacan dejó de ser el psiquiatra brillante y didacta de la IPA, para convertirse en Lacan, el psicoanalista que revolucionó al freudismo, el hereje (pues obligó a volver a las fuentes del freudismo) que posibilitó que el psicoanálisis no se convirtiese en una «Ego psychology«.

    Intentaremos, por tanto, esclarecer el momento y las influencias que posibilitaron que Lacan llegase a ser Lacan.

    Resulta obvio que en la frase «cuando Lacan llegó a ser Lacan» ambos «Lacan» no remiten a la misma cuestión, pues el segundo «Lacan», por el sentido de la frase, contiene al menos un elemento extra, desapercibido pero esencial, ausente en el primer «Lacan». Por ello, para entender la frase, es necesario, previamente, comprender el campo semántico al cual remite ese segundo «Lacan».

    Desde mi punto de vista, ello ya ha sido aclarado por J. Allouch en su Freud desplazado:

    «Lacaniano tiene sin embargo aquí, en labios de Lacan [se refiere a la ocasión en la cual Lacan, en su «conferencia caraqueña, dijo a su auditorio: «ser lacanianos es asunto de ustedes, si quieren. En cuanto a mí, yo soy freudiano»], una significación precisa. El término no remite a la persona de Lacan sino a RSI, a ese singular tres que está todavía a la espera de ser reconocido en su estatuto de paradigma para el psicoanálisis.» [4]

    Si «lacaniano» remite al ternario RSI, entonces Lacan llega a ser Lacan al poseer dicho ternario, al tener la «certidumbre anticipada» [5] del mismo, lo cual desplaza nuestra pregunta hacia las influencias que condujeron a Lacan a la posesión de dicho paradigma.

    La polifonía que originó RSI

    El problema del origen del paradigma RSI ha sido ya profusamente estudiado. J.-P. Dreyfuss en su «SIR, une ouverture que rien ne laissait prévoir?» [6] refiere ocho «líneas melódicas» que confluyeron en el establecimiento del ternario, de esos «tres registros de la realidad humana», como los define Lacan. [7]

    La primera línea melódica la denomina Aimée, es decir, considera básico, en la construcción del paradigma RSI, el encuentro de Lacan con Marguerite Anzieu, esa mujer enloquecida que atrajo hacia sí los reflectores cuando intentó asesinar a la, en esos años, famosa actriz Huguette exDuflós.

    Lacan estudia las razones de Marguerite durante más de un año y publica su tesis De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad con base en su caso. Algunos historiadores han sostenido que la influencia de Marguerite es aún mayor. Para E. Roudinesco, por ejemplo, Aimée fue quien realmente fungió como analista de Lacan. [8] Desde mi punto de vista esa afirmación es exagerada, así como otra de la misma autora en la cual enuncia que Lacan nunca se dio cuenta del rol que había jugado Marguerite:

    «Fue en su seminario, añade [Lacan], que tuvo la impresión de hacer un análisis. Nunca se dio cuenta del rol fundamental que jugó Marguerite en ese asunto.» [9]

    Afirmar que Marguerite fue la analista de Lacan implica no haber entendido gran cosa de aquello que Lacan exige de la posición del analista, destitución subjetiva incluida. Aunque tal claridad no podemos exigírsela a una historiadora. Por otra parte, tampoco considero válida la afirmación de que Lacan no haya reconocido el rol que Marguerite jugó. El hecho mismo de que la nominase Aimée (Amada) en su tesis implica, como ha resaltado J. Allouch, una inversión de la transferencia, lo cual será clave en la concepción lacaniana de la posición del analista ante la transferencia psicótica. [10]

    La segunda línea melódica es Freud. J.-P. Dreyfuss indica que la importancia que cobró la obra de Freud para Lacan lo llevó a traducir el ensayo: «De algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad». Además, en esos años (1932), y ésta es la tercera línea melódica, Lacan inicia un análisis con R. Löwenstein el cual si bien «no le enseñó gran cosa respecto a lo que había que hacer [en el análisis], ciertamente le enseñó mucho respecto a lo que no había que hacer, como lo atestiguan los permanentes ataques de Lacan contra la psicología del yo [la Ego psychology de Hartmann, Kris y Löwenstein].» [11]

    Años después de concluido tal análisis, Löwenstein dirá que Lacan era «inanalizable» (¿por qué diría eso? ¿para dejar constancia de su incapacidad como analista? ¿para mostrar que Lacan no circuló por la senda que él pretendía?) Parece que Lacan no se equivocó en el comentario hecho a C. Millot:

    «según él [Lacan], Löwenstein no fue suficientemente inteligente para analizarlo» [12] .

    En todo caso, el análisis con Löwenstein prefiguró eso que Lacan afirmará claramente después: que el analista debe saber que, al final de los análisis que conduzca, caerá como objeto a.

    Sin embargo, la pregunta ¿con quién hizo su análisis Lacan? sigue abierta. La solución que propone Roudinesco, que fue Aimée la analista de Lacan, pese a poseer cierta lógica ―Lacan, al nombrarla «Aimée», nombre propio que en tanto nombre común significa «amada», estaría indicando una dirección muy precisa de la transferencia: la de Lacan hacia ella, por lo cual, no sería demasiado aventurado sostener que ella fue la analista de Lacan. salvo si recordamos que hay dos tipos de transferencia, la neurótica, donde el flujo transferencial corre del analizante al analista, y la psicótica, donde es a la inversa, es decir, tal y como se presentó entre Lacan y Aimée. [13] La solución de Roudinesco no resuelve, por tanto, la cuestión.

    Quizás debamos, más bien, hacer caso de lo referido por el propio Lacan: «quien tuvo la impresión de hacer su análisis en su seminario». Eso permitiría entender el estilo tan peculiar desarrollado por Lacan en sus seminarios y nos posibilitaría, también, entender las razones que nos llevan a tomar la palabra en espacios de tal naturaleza. Como indicó P. Julien al inicio de su seminario del año 1984: «Cuando hablo estoy en posición de analizante». [14]

    La cuarta línea melódica la constituye el vínculo de Lacan con A. Kojève (Kojevnikov). Entre 1933 y 1936 Lacan asiste al seminario de Kojève sobre la Fenomenología del espíritu de G. W. F. Hegel en l’Ecole Pratique des Hautes Etudes. La influencia de tal seminario en el paradigma se deja ver con claridad en la parte final de la conferencia del 8 de julio de 1953, en la cual Lacan plantea, de una manera dialéctica, el desarrollo de un análisis: desde rS hasta rS.

    Pero el encuentro de Lacan con el hegelianismo no se sostendrá: el artículo «Hegel et Freud: essai d’une confrontation interprétative» nunca se publicará [15] y, en los años 50, Lacan renunciará a toda vinculación de su pensamiento con el de Hegel al afirmar «no soy hegeliano». El vínculo con Kojève, sin embargo permitirá a Lacan un acercamiento a los más importantes filósofos de su tiempo: Heidegger, Sartre, Merlau-Ponty.

    La quinta línea melódica la constituye Wallon. Sabemos que Lacan mantuvo un vínculo cercano con H. Wallon entre 1928 y 1932. El libro Los orígenes del carácter en el niño, publicado por Wallon en 1934, presenta, por lo menos en la terminología, una gran cercanía con la conferencia SIR. Sin embargo, no referían a la misma cuestión. Los vocablos: Simbólico, Imaginario y Real, mencionados por el psicólogo, no son definidos a la manera lacaniana sino como meras «funciones psico-fisiológicas». [16]

    La sexta línea melódica es Heidegger. Al respecto afirma Dreyfuss:

    «Ciertamente el préstamo [conceptual] tomado por Lacan a Heidegger es masivo: desde el punto de vista temático, desde el punto de vista del manejo de la lengua, desde el punto de vista del arte de lectura y del comentario del texto, desde el punto de vista de la función atribuía a la palabra, etc.» [17]

    Dreyfuss en su estudio refiere, incluso, el comentario de H. Lang quien no duda en afirmar que Lacan se inspiró en Heidegger para inventar SIR:

    «[.] el imaginario podría remitir a eso que Heidegger, en Sein und Zeit denomina das uneigentliche Dasein [el ser-ahí impropio][…] el simbólico podría remitir a lo que Heidegger dice, en la misma época, de la palabra (die Sprache) como eso que pone al hombre en relación (Beziehung) con su ser. En cuanto a este ser, Heidegger lo tematiza entonces bajo una forma que recuerda al real lacaniano de 1953.» [18]

    A pesar de citar este comentario, Dreyfuss no hará acuerdo, acertadamente, me parece, con las afirmaciones de Lang. Reconoce que Lacan tenía un gran interés en Heidegger al grado de ocuparse en la traducción de su Logos de 1951-1953, pero eso no quiere decir que hubiese derivado de su lectura el paradigma RSI. Por mi parte puedo añadir que la propuesta de Lang para vincular RSI con los conceptos heideggerianos es en buena parte incorrecta. Si coloca en el lugar del Imaginario al Dasein impropio… ¿Dónde queda el Dasein propio? ¿En el Simbólico o en el Real? Por otra parte, es cierto que lo que Heidegger afirma respecto a die Sprache [el habla] está vinculado a lo que Lacan afirma sobre el Simbólico pero esto no quiere decir que Lacan lo hubiese derivado de Heidegger. Quizás el Simbólico de Lacan tenga mucho más que ver con les estructuras descubiertas por Levi-Strauss. Por último, afirmar que el Real es tematizado como el Sein [Ser] heideggeriano quizás no es incorrecto aunque el Ser, al interior de la obra del filósofo alemán, no establece un vínculo en el mismo nivel ni con el Dasein impropio ni con el habla.

    En resumen, considero que Lang hace equivaler tres nociones claramente articuladas en el paradigma lacaniano con tres nociones desvinculadas, y pertenecientes a ámbitos divergentes, de la concepción heideggeriana, lo cual es inaceptable.

    La séptima línea melódica Dreyfuss la denomina: Levi-Strauss. Desde su punto de vista su obra Las estructuras elementales del parentesco de 1947 y su artículo La eficacia simbólica de 1949, constituyeron también una influencia clave para la comprensión del simbólico, uno de los elementos del paradigma RSI.

    Por último, Dreyfuss coloca dos autores en la octava línea melódica: F. de Saussure y A. Koyré. Las referencias en el primer caso son claras: el Curso de lingüística general del primero permitirá a Lacan afinar varias de las cualidades del Simbólico. Respecto a Koyré la cuestión es menos clara dado que Lacan comienza a citarlo sólo hasta el Discurso de Roma [19] (1953). Su influencia quizás determinó, afirma Dreyfuss, «la explicación del real por lo imposible». [20]

    Otra línea melódica de esta polifonía, no mencionada por Dreyfuss, pero resaltada hace algunos años por R. Léthier, podría denominarse: la intervención de los surrealistas. Si Lacan afirmó que «la paranoia crítica de Dalí soy yo quién la inventó» a lo cual replicó el artista: «la tesis de Lacan, soy yo quien la escribió», [21] es posible que el vínculo entre ellos haya sido mucho más que una simple amistad. Parece que se influenciaron mutuamente. Y debemos recordar que la problematización de lo que se entiende por «realidad» fue la cuestión central del movimiento surrealista.

    Una última línea melódica nos la ofrece Dufour en su texto Lacan et le miroir sofranique de Boehme [22] , donde nos muestra un sostén insospechado del estadio del espejo de Lacan: [23] el pensamiento del Teólogo J. Böhme (1575-1624), el cual sostenía que Dios se reflejaba en su espejo, de lo cual Dufour deriva una cierta divinización del hombre, en el pensamiento de Lacan, por el hecho de subjetivarlo también ante el espejo.

    Recapitulemos. La manera precisa en la cual esta polifonía obró para constituir el aserto anticipado denominado paradigma RSI, siempre presentará un costado enigmático. Sin embargo podemos apreciar que Lacan, en la ocasión de la conferencia del 8 de julio de 1953, se encontraba iluminado por esa claridad.

    Al afirmar esto no estoy haciendo equivalente a Lacan con aquellos que son denominados por la tradición como «iluminados»: santones, fundadores de religiones o, incluso, filósofos [24] .

    Si podemos hablar de alguna «iluminación» en Lacan es la de la ausencia de toda iluminación, pues la caída del Sujeto supuesto Saber, característica de la posición del analista no permite el mantenimiento de entidades ontoteológicas que pudiesen enunciar lo verdadero de lo verdadero.

    Cuando arribó RSI, Lacan fue deslumbrado por la claridad de dicho paradigma y ello lo lanzó a reconstruir el campo analítico convirtiéndose, en el mismo movimiento, en el Lacan que recordamos.

    La psicosis lacaniana

    El 24 de noviembre de 1975 Lacan intervino al interior del Kanzer Seminar de la Universidad de Yale. En tal ocasión Lacan discurrió acerca de las razones que lo condujeron a tomar la senda del psicoanálisis. Y, en tal contexto, afirmó lo siguiente:

    «La psicosis es un ensayo de rigor. En ese sentido yo diría que soy psicótico. Yo soy psicótico por la sola razón de que siempre traté de ser riguroso.» [25]

    Y, tal y como narra F. Roustang, esa «psicosis» Lacan la contagiaba a sus discípulos:

    «Más allá del efecto que provocaba su personalidad poco común […] sus hallazgos de lenguaje […] o su inmensa cultura […] sus oyentes quedaban presos de admiración al escuchar su discurso totalizador, mezcla original de filosofía, matemáticas, lingüística, etnología, teología, etc. […] En realidad, más que un discurso totalizador, era un discurso absorbente […] La estrategia de Lacan […] no consistía en mostrar explícitamente los lazos existentes entre las diferentes disciplinas […] con la finalidad de construir una totalidad […] sino de hacer creer que él poseía la clave de esta síntesis y de suscitar en su auditorio el deseo de trabajar de tiempo completo para descubrir esa clave». [26]

    Lacan, para decirlo en términos de Allouch, «paranoizaba» [27] a su auditorio, generaba sujetos «mordidos» [28] por el psicoanálisis. Lacan se colocaba en una posición tal que generaba ser colocado por sus discípulos en Sujeto supuesto Saber, es decir, posibilitaba la transferencia.

    Pero volvamos a la frase de Lacan. ¿Cómo entender la frase: «soy psicótico porque soy riguroso»? ¿Se trató de una simple provocación a su auditorio, una que los despertase de su sueño académico y los obligase, al menos, a reflexionar acerca de a quién habían invitado ―quizás para no invitarlo nunca más? Desde mi punto de vista la frase dice mucho más que eso. No se trata tampoco, simplemente, de una confesión clínica y, por tanto solicitud de terapia (hasta donde tengo entendido, nadie de su «entrenado» auditorio se ofreció para curarlo de su entonces reconocida patología). Quizás estamos mas cerca de la comprensión de la frase si la tomamos como una muestra del conocimiento que poseía Lacan, gracias a la práctica del psicoanálisis, de la experiencia de la locura. Una locura que se revelaba, como indica la frase, «rigurosa».

    Ahora bien, ¿a qué campo semántico remite el vocablo «riguroso»? Según el Diccionario de la Real academia española (que en este punto no difiere de lo que el Robert refiere de los sentidos del término en la lengua gala), «riguroso» significa: áspero y acre; muy severo, cruel; estrecho, austero, rígido; extremo, duro de soportar. El sentido del vocablo «rigor» no está muy alejado: escrupulosa severidad; dureza en el trato; último término al cual pueden llegar las cosas; intensión, vehemencia; propiedad y precisión; rigidez.

    ¿A qué sentido de «rigurosidad» se refería Lacan? ¿A la cuadratura y rigidez que impiden el pensar o a la escrupulosidad que es el fundamento de un pensar preciso? Quizás ambos sentidos no están separados por un abismo. Pero no quiero detenerme en esa cercanía sino en uno de los sentidos que presenta el vocablo: rigor es «el último término al cual pueden llegar las cosas». El rigor mortis de los latinos no se refería solamente a la rigidez física de aquél transportado al Eliseo, sino al punto final de una existencia terrenal. Experiencia en la cual la rigidez ya no permitía el actuar. El rigor que Lacan se atribuye, así como el rigor mortis, remiten, desde mi punto de vista, a la posición del analista, ese al cual Lacan no cesó, a lo largo de su enseñanza, de reducir la participación. El analista, para Lacan, pasó de ser «artefacto» [29] , y «muerto en el Bridge» [30] , a aquél que «no pone en juego sus significantes» e incluso «no cede en relación a su deseo» y por ende «se calla en lugar de responder». [31]

    La posición del analista es la del muerto en función de su rigor, es una consecuencia y un efecto de su paso por el análisis, es decir, «de haber llevado las cosas al último término». El analista está en el lugar del muerto pues sabe muy bien del efecto terrible de la obra, eso que Lacan nos recuerda en la sesión del 27 de enero de 1960 del seminario La Ética del psicoanálisis:

    «Toda obra es por sí misma nociva y sólo engendra las consecuencias que ella misma entraña». Idea que «se expresa formalmente en el Taoísmo […] hasta el punto en que apenas está permitido servirse del vaso bajo la forma de una cuchara -la introducción de una cuchara en el mundo es ya fuente de todo un flujo de contradicciones dialécticas».

    El analista, y eso es lo que de la enseñanza de Lacan quiero resaltar, está en el lugar del muerto para que la obra, el pecado, es decir, aquello que puede constituirse en la pasión del otro, no deje de ser un patrimonio del analizante.

    Por ello el analista habla a la manera que Heidegger atribuye a la voz de la conciencia, con ese silencio que posibilita la escucha de la voz ensordecedora que nos espeta al rostro la inhospitalidad del mundo, voz que posibilita, también, como señala Heidegger y realizó Lacan, llegar a ser lo que se es. [32]

    En resumen, considero que el paradigma RSI y la rigurosidad correspondiente constituyen el legado mayor de Lacan al psicoanálisis. Es tal paradigma el que permitió a Lacan restaurar los elementos ominosos del análisis, esos que posibilitan que cada nueva experiencia analítica reitere de nuevo la de Freud. Sólo cuando se obra de esa manera, es decir, reiterando la experiencia de Freud, es que podemos considerar que se ha llevado a cabo una operación de transmisión del psicoanálisis. Sólo «llegando a ser Lacan» pudo Lacan hacerse psicoanalista.

    [1] Una primera versión de este ensayo apareció en me cayó el veinte 4, Revista de l’école lacanienne de psychanalyse, México, 2001.

    [2] Citado por: Anzieu, D., Une peau pour les pensées, Clancier-Guénaud, Paris, 1986, p. 49.

    [3] Entre un alud de ensayos cabe mencionar el Dossier presentado por Lire en mayo de este año: «Etait-il un charLacan?» O el presentado en Liberation el 13 de abril del 2001 (con la participación, entre otros, de J.-B. Pontalis, A. Skolnikoff, P. Fédida y J. Sedat) así como el aparecido en Des Livres del mismo 13 de abril (con la participación de E. Roudinesco, P. Sollers y C. Millot). En nuestro país tampoco faltaron las notas periodísticas: En Reforma o La Jornada fueron entrevistados M. Pasternac y N. Braunstein y en el Proceso del 20 de mayo apareció el ensayo «Jacques Lacan a los ojos de Guiseppe Amara» firmado por R. Ponce.

    [4] Allouch, J., «Freud desplazado» en Lacan-Freud ¿Qué relación?, Villicaña, México, 1987, p. 18.

    [5] El carácter de «certidumbre anticipada» del ternario de la conferencia SIR del 8 de julio de 1953 queda probado en la confusa y claramente insuficiente respuesta que ofrece Lacan a S. Leclaire respecto a la naturaleza del tercer registro tematizado: el Real.

    [6] En Littoral 22, Avril 1987, Erès, Paris, pp. 11-23.

    [7] Dreyfuss, por cierto, acota el sentido de RSI al definirlos como «marco o coordenadas de la experiencia psicoanalítica», Ibidem, p. 12.

    [8] Roudinesco, E., Lacan, Fayard, Paris, 1993, p. 102

    [9] Ibidem, p. 108.

    [10] Allouch, J., «Vous êtes au courant, il y a une transfert psychotique», en Littoral 21, Erès, Paris, Octobre 1986, pp. 89-110.

    [11] J.-P. Dreyfuss, op. cit., p. 16.

    [12] Roudinesco, E., op.cit.,p. 108.

    [13] Cfr. Allouch. J., «Du transfert psychotique», en Marguerite ou l’Aimée de Lacan, EPEL, Paris, 1990, cap. 14.

    [14] Seminario «Transmisión en psicoanálisis y transmisión del texto freudiano», CIESS, México, 1984.

    [15] Ibidem, p. 148.

    [16] J.-P. Dreyfuss, op. cit. p. 16.

    [17] Ibidem, p. 18.

    [18] Ibidem, p. 18-19.

    [19] Lacan, J., «Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis», en Escritos 1, SXXI, México, 1984.

    [20] Ibidem, p. 20.

    [21] Léthier, R., «la intervención de los surrealistas, un momento fecundo para la locura. La introducción de una disimetría entre Freud y Lacan», en Artefacto 4, école lacanienne de psychanalyse, México, septiembre de 1993, p. 100.

    [22] Dufour, D.-R., Lacan et le miroir sofranique de Boehme, Cahiers de l’Unebévue, EPEL, Paris, 1998.

    [23] Texto con el cual Lacan asegura su entrada en la historia del psicoanálisis al mostrar la función subjetivante de la imagen. Cfr. Lacan, J. Escritos 1, Op. Cit.

    [24] D.-R. Dufour nos recuerda que la «iluminación» no es ajena a los filósofos: Pascal, Nietzsche y él mismo, fueron afectados por un estado tal. Cfr. Les mystères de la trinité, Gallimard, Paris, 1990, p. 15.

    [25] Lacan, J., «Conférences et entretiens dans des universités nord-américaines» en Scilicet 6/7, Seuil, Paris, 1976, p. 9.

    [26] Roustang, F., «L’illusion lacanienne» en Critique 456 (1985), citado por F. M. González, La guerra de las memorias, Plaza y Valdés/UNAM/UIA, México, 1998, p. 226. Como puede apreciarse F. Roustang, » el desencantado de Lacan», realiza, a pesar de/gracias a su Hainamoration (amordio) respecto a Lacan, una apreciación correcta de la actividad transmisora del psicoanalista.

    [27] Allouch, J., Paranoización, Ediciones psicoanalíticas de la letra, México, 1988.

    [28] Allouch, J., «Perturbation dans Pernépsy» en Littoral 26, Érès, Toulouse, 1988, p. 81.

    [29] Sosa, M. F., «Presentación» en Artefacto 1, México, marzo de 1990, p. V.

    [30] Lacan, J., «Dirección de la cura» en Escritos 2, México, 1984, p. 569.

    [31] Lacan, J., «Variantes de la cura tipo» en Escritos 1, México, 1984, p. 337.

    [32] Según Heidegger sólo se puede llegar a ser lo que se es (werde was du bist!) cuando el Dasein se ha lanzado a su más peculiar «poder ser»: «ser sí mismo». Heidegger, M., El ser y el tiempo, FCE, México, 1984, parágrafos 54-58.

  • Nietzsche-Shopenhauer, ante el devenir de una transferencia

    Nietzsche-Shopenhauer, ante el devenir de una transferencia

     María Isabel Ortigoza Capetillo

    «Cuando encontré a Shopenhauer; tuve el presentimiento de haber hallado en él al educador y al filósofo que buscaba desde hacia tiempo. Ciertamente sólo en forma de libro, y esto era una gran carencia»

    Nietzsche

    INTRODUCCIÓN

    En su libro Shopenhauer como educador Nietzsche le otorga a Shopenhauer, el filósofo de la voluntad, el lugar de su educador. Resulta interesante y acertado desde la pregunta ¿qué es ser maestro?, analizar cómo se dio esta relación transferencial de tan notables consecuencias en la formación de Nietzsche.

    Esta obra escrita en 1874, es parte de sus trabajos reunidos bajo el título de Las consideraciones intempestivas; se trata de un texto que marca la posición de Nietzsche ante la vida, la cultura, la sociedad y educación de su tiempo. En palabras del mismo autor nos dice: Con estos escritos (…) trataba de expresar por primera vez un extraordinario problema educativo, un nuevo concepto de autodisciplina, de autodefensa hasta la dureza, una vía hacia la grandeza y hacia misiones que afectan la historia universal. [1]

    Es evidente que bajo la filosofía de Nietzsche, subyace una preocupación pedagógica, la educación del hombre. De ese hombre que ya veía caer como consecuencia de la modernidad. Dice, la imagen del hombre se pierde ¿quién la erigirá? ¿quién dedicará su servicio de centinela y caballero a la humanidad? Indudablemente que Nietzsche se propone como ese educador. Su obra es un corpus donde su método se dispersa por todos sus libros integrando a retazos su máxima creación: el superhombre. Una de estas partes, la que se refiere fundamentalmente a la cuestión educativa será tomada en este trabajo, mirándola principalmente desde el psicoanálisis. Es en Shopenhauer como educador donde puede consultarse acerca de los motivos, las personas y los ideales de formación le acompañaron en su camino para llegar a ser lo que fue y es en la historia del pensamiento filosófico.

    Para los fines de este trabajo interesan dos puntos fundamentalmente, la relación Nietzsche – Shopenhauer como una relación transferencial maestro-alumno determinante en la vida del filósofo y las consideraciones educativas y filosóficas que hace el filósofo al respecto de la formación del ser humano.

    El primer contacto de Nietzsche con el maestro fue a través de la lectura; el encuentro se efectúa siendo estudiante en Leipzig en l865. Es un encuentro que va a cambiar la vida del joven, quien en esos momentos deseaba construirse una vida, dice él, que se adaptase a su naturaleza por lo que requería desesperadamente de una guía espiritual que lo ayudase en la tarea. Nietzsche lee Shopenhauer y queda impresionado: Ahí en cada línea, clamaba la renuncia, la negación; ahí veía yo un espejo en el que, con terrible magnificencia contemplaba a la vez el mundo, la vida y mi propia intimidad. Desde aquellas páginas me miraba el ojo solar del arte con su completo desinterés; ahí veía yo la enfermedad y la salud, el exilio y el refugio, el infierno y el paraíso, me asaltó un deseo violento de conocerme, de socavarme a mí mismo. [2]

    Shopenhauer, a diferencia de otros grandes maestros de la humanidad cuya enseñanza es fundamentalmente oral, escribe. El libro es más que escritura, es la palabra del maestro elegido más interpretarla es un arte. El arte de leer bien dice Nietzsche al igual que aprender y hablar no pueden adquirirse sin una cuidadosa disciplina previa y muchos años de esmerado aprendizaje. El arte de leer por ejemplo, a Nietzsche implica comprender e interpretar; nadie puede hacerlo más allá de lo que ya sabe, de su experiencia, de lo que busca y del lugar en que se halla en relación a su propia búsqueda existencial. Para Nietzsche, leer a Shopenhauer constituyó un ir más allá en su individualidad. ¿Cómo fue esto posible?

    Nietzsche ha colocado a Shopenhauer en la posición de maestro, lo ha reconocido como un educador y su filósofo guía. Además le ha dado también el lugar de Maestro de la humanidad al considerar su imagen como la del hombre ideal. Con él, Nietzsche se descubre a sí mismo.

    Así escribe Nietzsche en l874: Pertenezco a esos lectores de Schopenhauer que, tras haber leído una primera página suya, saben con certeza que leerán todas las demás y que escucharán cada de las palabras que haya dicho. Mi confianza en él fue inmediata y en la actualidad sigue siendo la misma que hace nueve años. [3]

    ¿Por qué Shopenhauer y no otro? ¿Qué fue lo que hizo tan atractiva su filosofía para Nietzsche? ¿Qué esperaba él de un educador? ¿Cómo fue posible que Shopenhauer halla venido al lugar de maestro para Nietzsche. Son estas algunas preguntas que se atraviesan al revisar la relación transferencial Nietzstche – Shopenhauer. Relación que surge al contacto de Nietzsche con el texto de Shopenhauer, donde se establece un encuentro con otro, y se instaura una relación distinta a las cotidianas, misma que de inicio consiste en una situación no convenida entre dos personas, pero si elegida por uno que se coloca como discípulo -lector y tal relación no podía desarrollarse más que al precio del reconocimiento del maestro- autor del texto como un educador que sabe. Y por supuesto también desde el lector, en el momento de la mirada como uno de los tiempos lógicos señalados por Lacan dentro del proceso y tiempo para el sujeto que se ordena a la acción del otro y llegue a la certidumbre. Como el instante de ver lo que acontece en la vida propia y de aprender lo que se requiere. Nietzsche confía en la palabra del filósofo independientemente de la presencia real del maestro ya que supone él puede responder a su demanda formación.

    1.- LA RELACIÓN TRANSFERENCIAL MAESTRO- ALUMNO.

    «Cada vez que un hombre habla a otro de modo auténtico y pleno, hay en el sentido propio, transferencia, transferencia simbólica»: algo sucede que cambia la naturaleza de los dos seres que están presentes». [4] Jacques Lacan.

    Como en el proceso psicoanalítico, en la situación educativa el dispositivo para producir el saber es la transferencia. Aspecto que el campo pedagógico se ha percibido como éros pedagógico. La relación maestro – alumno se constituye dentro de un vínculo afectivo que se instaura dentro del proceso de enseñanza. No se trata de una relación como cualquier otra, como la habida entre una pareja, un padre e hijo o entre familiares y amigos que son relaciones afectivas, heredadas o políticas cuyas metas son el amor, las relaciones sociales, de trabajo o el sexo. La relación maestro-alumno, es una » otra relación» que guarda semejanza a la que se establece entre un analista y su paciente y, se caracteriza por ser otra-no relación y emergida en situaciones no habituales.

    De hecho, en la relación analista – analizante no puede hablarse de una relación propiamente dicha. Si participan dos en el proceso es por el dispositivo analítico y el fin de curación, más no hay intersubjetividad, hay solamente la emergencia de una subjetividad que es la del paciente. Un solo sujeto y dos participantes. En ese sentido, en la relación analista-analizante debe hablarse de una no-relación. Lo mismo sería para la relación maestro alumno una no- relación como cualquier otra. No es que no halla afecto en esta relación, es justamente lo que si hay, más la meta de dicha relación no es la cristalización del afecto en algún tipo de relación sino en el saber.

    En toda relación humana entre uno y otro hay transferencia. Algo que se desplaza, sombra de amor que se ha tenido o no o bien se desea. Se transfieren antiguos sentimientos a otro al que se le imagina posee eso maravilloso que nos falta. Como en el amor, de quién se enamora uno es de alguien a quien se le adjudica ser la persona ideal o que nos atrae por algo que no sabemos o se cree posee lo que se desea. Señal al que se enlaza el sentimiento y remite a lo arcaico en la historia del sujeto. Es la transferencia la repetición de una demanda dirigida al otro y desde el lugar del Otro. Demanda que retorna en las formaciones del inconsciente .

    En la situación analítica participan dos seres que se las ingenian para no ser más que dos, dice Freud, la situación analítica no soporta terceros. Más, dentro de esta relación surge el fenómeno de la transferencia. ¿Cómo es posible?

    A Freud lo tomó por sorpresa:

    Si seguimos ocupándonos de nuestros histéricos y neurótico obsesivos, pronto nos sale al paso un segundo hecho para el cual no estábamos de ninguna manera preparados. Pasado el tiempo en efecto, no podemos dejar de notar que los enfermos se comportan hacia nosotros de una manera muy particular(…) todo lo que tiene que ver con esta persona le parece mucho más importante, y lo distrae de su condición de enfermo(…). Freud es bastante claro cuando dice: Esperemos que el médico sea lo bastante modesto como para atribuir este aprecio de su personalidad por parte del paciente a las esperanzas que él puede darle y a la ampliación de su horizonte intelectual gracias a las sorprendentes y liberadoras revelaciones que la cura trae consigo (…) el paciente a transferido sobre el médico intensos sentimientos de ternura(…) Más adelante definirá: Llamamos transferencia a este nuevo hecho que tan a regañadientes admitimos, Creemos que se trata de una transferencia de sentimientos sobre la persona del médico(…)toda esa proclividad del afecto viene de otra parte, estaba ya preparada en la enferma y como oportunidad del tratamiento analítico se trasfirió sobre la persona del médico. [5]

    En Freud, el concepto de transferencia [6] hace referencia al desplazamiento de afectos que se establecen en la situación analítica. Nombra esa relación peculiar intensa de afectividad entre el paciente y el médico que aparece a medida que se desarrolla la cura; es un fenómeno que se desencadena por la situación de dispositivo analítico donde se confronta la historia del analizante en la inmediatez de la relación presente con el analista.

    Freud dice, cuando el analizante se relaciona con el analista, inevitablemente repite relaciones anteriores con otras figuras, sus progenitores. Los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, antiguas relaciones se reeditan en la imagen fantasmática que el paciente imagina del analista. Se repiten prototipos infantiles, formas de relación con el otro, de demandar y de dar y relaciones de amor y de odio también. Estas relaciones y sentimientos se actualizan y se dirigen a la persona del analista. Algo arcaico, del pasado, del amor que constituyó al sujeto se reimprime, las mociones pulsionales se reproducen junto con los fantasmas y fantasías con que se han construido. Esas mociones, se develan de esta manera para el paciente y se hacen conscientes a medida que progresa el análisis. El médico es insertado en esos fantasmas e imagos que tiene el sujeto, en esas series psíquicas que el paciente ya tiene formadas.

    La transferencia se manifiesta en forma de afectos, amor -odio; suele manifestarse con la apariencia del amor primero. Freud señaló que no hay ninguna distinción esencial, entre la transferencia y lo que en la vida denominamos amor. Lacan a su vez consideró que La estructura de ese fenómeno artificial que es la transferencia y la del fenómeno que llamamos amor y, muy precisamente, amor-pasión son el plano psíquico equivalentes [7] .

    La relación que se establece entre educando y educador guarda algunas similitudes con la estructura de la sesión analítica. En el acto educativo, el maestro ocupa el lugar del ideal del yo ante su alumno, lo que le otorga una influencia y un poder, del cual va a depender el éxito de sus funciones. Se trata de transferencia. Dentro de los vínculos que se establecen entre el maestro y el alumno están presentes los lazos transferenciales de los que depende ese reconocimiento de parte del alumno hacia el otro, y este fenómeno es el que le otorga al maestro la posibilidad de educar.

    En el acto educativo implícitamente hay una pregunta por el saber dentro de un proceso dialéctico. Si bien, distinto al trabajo analítico, hay una relación de un sujeto con otro, y una demanda de saber. Ambos sujetos ocupan lugares diferenciados y cumplen funciones distintas mismas que se sostienen al reconocimiento del otro. El educando admite el lugar del maestro y lo coloca en la posición de «Sujeto supuesto que sabe»; es un lugar que emana autoridad y poder. Es en l964 cuando Lacan articula el concepto de transferencia con el del sujeto supuesto saber.

    En su seminario sobre La transferencia Lacan comenta ampliamente la relación transferencial maestro-alumno entre Alcibíades y Sócrates. En El banquete, Alcibíades confiesa su amor a Sócrates y espera la afirmación del mismo por parte de Sócrates, quien elude cualquier comentario relativo a la declaración. Alcibíades compara a Sócrates con una caja sin adornos que encierra un objeto valioso, mágico, un tesoro, un objeto totalmente precioso hasta el punto de decirle: que él -el hombre al que ningún otro se asemeja- tiene lo que desea. Sócrates oculta la maravilla de las maravillas, el agalma.

    Es con la introducción de la noción de agalma que Lacan hace una apreciación más específica sobre la transferencia. La refiere a cierto brillo del objeto, capaz de atraer la atención de los dioses, no a una «cualidad del objeto» sino un objeto de un nuevo tipo. «Objeto sin equivalencia con otros» dirá en la sesión del 1° de febrero de l961. De lo que se trata dice, Eso hay que decirlo, de lo que nosotros analistas, hemos descubierto la función bajo el nombre de objeto parcial.

    Sócrates trata de hacer entender a Alcibíades que ese deseo, es un deseo que se dirige de hecho a Agatón. Que es a Agatón a quien en verdad desea tan ardientemente. Una sustitución de alguna cosa por otra dice Lacan, -pero no es la belleza, ni la ascesis, ni la identificación a Dios lo que desea Alcibíades sino este objeto único, este algo que vio en Sócrates y del que Sócrates lo desvía, porque Sócrates sabe que él no lo tiene. Pero Alcibíades, el siempre desea lo mismo y lo que Alcibíades busca en Agatón, no lo duden, es este mismo punto supremo, en el cual el sujeto se anula en el fantasma, estos agálmata. Aquí Sócrates, sustituyendo lo que yo llamaría el señuelo de los dioses por su señuelo -lo hace con toda autenticidad, en la medida en que precisamente sabe lo que es el amor, a saber, a desconocer la función esencial del objeto en cuestión constituido por el agalma [8] . Se trata de un movimiento dentro del cual se devela el objeto de deseo. Sócrates sabiendo del amor, se corre de ese lugar en que amor del Alcibíades lo coloca y señala que el deseado no es él sino Agatón. Se reconoce aquí un acercamiento a lo que sería una intervención interpretativa que el proceso analítico apunta al deseo de sujeto.

    Esta palabra agalma es importante para nuestra comprensión de la transferencia, Lacan la liga al objeto parcial y al objeto «a», objeto de deseo. Agalma es una palabra griega que significa gloria, ornamento, objeto de los dioses, etc., En la relación Sócrates -Alcibíades, es el sitio secreto de los agamalta que se adjudican al maestro y hablan del amor de Alcibíades por su maestro.

    Sócrates señala que no es él, el que constituye su deseo sino otro. Se trata de un saber sobre el deseo y éste esta en otro lugar no en la persona del maestro. Justamente el manejo de la transferencia para el analista equivaldría a volver obvia esta localización enmascarada durante mucho tiempo, desplazando de este modo la mira del movimiento afectivo cualquiera fuera su tonalidad. Es decir, el objeto de deseo de Alcibíades no es Sócrates; en la sesión clínica, no es el analista y en la situación educativa no es el maestro, no son amados «por ellos » mismos, sino por lo que constituye el objeto de deseo del sujeto. Y sin embargo, hay amor, son amados.

     2) SHOPENHAUER , EL MAESTRO.

     «Cuando encontré a Shopenhauer; tuve el presentimiento de haber hallado en él al educador y al filósofo que buscaba desde hacía tiempo». Nietzsche.

    A Nietzsche, la lectura de Shopenhauer, lo apasionaba. Encontraba en él la referencia inmediata de lo que debía ser un filósofo, un amante ante todo de la verdad. Lo relevante en dicha actitud no era que propugnara directamente una verdad, sino la transmisión del anhelo de verdad, la exhortación a no perder el deseo de la verdad y que alentara el tesón necesario para partir en su búsqueda.

    Nietzsche considera que Shopenhauer reúne las cualidades para ser un buen educador; dice que su imagen como ser humano corresponde a la del hombre ideal. Se trata de la colocación del maestro en el lugar del «Sujeto supuesto saber» y en el del ideal del yo.

    El Sujeto supuesto saber es un término que surge en Lacan en su seminario La identificación (1961) y que retoma en l964 para definir la transferencia. Dice: En cuanto el sujeto que se supone que sabe existe en algún lado, hay transferencia. Esta idea subraya que es la suposición del analizante del analista como un sujeto- supuesto- saber, lo que inicia el proceso de análisis hasta que llega el momento en que el analista llega a encarnar ese lugar ya establecida la transferencia. Se trata de ocupar una posición de alguien a quien el analizante supone saber, sin dejarse engañar de que realmente posee ese saber que se le adjudica.

    A partir de que hay en algún lado Sujeto supuesto saber, hay transferencia. Se trata de la cuestión acerca del saber que esta jugado dentro de dicha relación. Del no saber absoluto por supuesto por parte del analista pero si de un saber que el paciente supone tiene el otro. El paciente atribuye un saber de que es claro el otro no sabe, es un saber no sabido por el paciente, es un saber a obtener mas como estrategia equivaldría a que el analista se colocara en ese lugar. En la situación educativa, el alumno asigna al maestro ese lugar de Sujeto-supuesto-saber al reconocerlo como su maestro y otorgarle el poder que emana de esto mismo y del dispositivo educativo. Lo que quiere decir que le confiere: Saber la materia, saber trasmitir e incluso saber ser.

     Nietzsche escribe refiriéndose a su maestro: Que Shopenhauer pueda ser un modelo es indudable, a pesar de todas sus cicatrices y de todos sus defectos. Y hasta podría decirse que eso que había en su ser de más imperfecto y demasiado humano es justo lo que a nosotros nos hace, en sentido humano, mucho más próximos a él, porque lo vemos como a un ser sufriente y compañero de infortunios, y no sólo aureolado e inmerso en esa desdeñosa majestad del genio. [9]

    Nietzsche ve en Shopenhauer, al ideal del yo del ser «demasiado humano» y al maestro modelo al que aspira en su deseo. Nos dice, Shopenhauer sabe expresar lo profundo con sencillez, lo conmovedor sin retórica, lo específicamente científico, sin pedantería(…) Un filósofo tiene que ser muy honesto para no servirse de recursos poéticos y retóricos. [10]

     Identifica sus cualidades: Shopenhauer tiene en común con Montaigne una segunda cualidad aparte de esa otra de su honradez: una genuina serenidad que nos sosiega(…) El verdadero pensador sosiega y alienta siempre, ya se exprese con seriedad o bromee, ya lo haga con penetración humana o con indulgencia divina; sin gestos huraños, manos temblorosas ni ojos húmedos, sino con seguridad y sencillez, con coraje y vigor, tal vez un tanto caballeresco y severo, pero en cualquier caso como un vencedor; y es esto es justo lo que más profundamente sosiega y alienta: poder ver al Dios vencedor junto a los monstruos que ha combatido (…)esos grandes vencedores(…) Éstos hablan de verdad, no balbucean, ni se limitan a imitar como papanatas; se mueven y viven realmente y no con esa manera siniestra de enmascararse tal y como suelen hacerlo los demás hombres; por eso nos sentimos en su presencia al fin humanos y naturales(…) [11]

     Yo no describo más que la primera impresión casi fisiológica que Shopenhauer provocó en mí, aquel mágico fluir de la fuerza íntima de una criatura natural en otra que sobreviene ya al primer y más leve contacto; y si analizo retrospectivamente aquella impresión encuentro que se compone de tres elementos: de la honestidad de Shopenhauer, de su serenidad y de su constancia. Es honesto porque habla y escribe para sí y para sí mismo; sereno, porque con el pensamiento venció a lo más difícil, y constante porque así es como tiene que ser(…) cuando encontré a Shopenhauer; tuve el presentimiento de haber hallado en él al educador y al filósofo que buscaba desde hacía tiempo. [12]

    Nietzsche parece fascinado por Shopenhauer como lo estaba Alcibíades de Sócrates. Lo que hace atractiva su filosofía según el mismo escribe es su filosofía práctica, para la vida y la imagen que como escritor y hombre se formó a través de la lectura de su obra. No tuvo contacto con él, Shopenhauer había muerto cinco años antes. Nietzsche lo describe como un educador y severo maestro del que sentía orgulloso. Esta cualidad observada y requerida en el maestro hace referencia a una requisito fundamental para aprender, la severidad de parte del maestro exige el alumno exactitud y puntualidad en la observancia de lo que se trasmite. Exige gravedad, seriedad y mesura que aunados al esfuerzo constituyen las condiciones imprescindibles para aprender, diríamos voluntad para aprender y esfuerzo que implica actividad, energía, empeño justamente algo contrario a lo que Nietzsche llama pereza como la inclinación más común en los seres humanos. A propósito con este último comentario inicia su libro Shopenhauer como educador.

    Para Nietzsche, el ser lector de Shopenhauer requería exigencia y severidad como requisitos necesarias para llegar a ser eso que proponía el maestro. Encontró en él al verdadero educador, amante de la verdad y modelo a imitar. ¿Qué le trasmite? No el contenido de una filosofía de vida sino un deseo de saber, sobre sí mismo, le despierta el anhelo de una búsqueda sobre la formación del ser, para llegar a ser lo que se es.

    Un estilo de ser y de trasmitir. Su escritura era libre, reducía al mínimo las expresiones técnicas y las oscuridades terminológicas para expresarse en un lenguaje claro y accesible, sin neologismos vacíos. En el ámbito universitario Nietzsche, percibía que la educación moderna dejaba de lado el desarrollo de las virtudes personales que interesaban a los griegos, tampoco nadie pretendía educarse para comprender la vida y ser más feliz conociendo sus propios impulsos.

    Despierta, también, su vocación de pedagogo que lo hace ser docente y rebelarse contra la enseñanza meramente informativa a cambio de trasmitir lo útil para la vida existencial y espiritual.

    Nietzsche propone como tarea del educador, la formación del genio, del hombre de talento, del superhombre, particularmente en Así hablaba Zaratustra. Estaba interesado en formar a los jóvenes en su singularidad, fomentando en cada uno la gestación del verdadero filósofo, artista y santo, fomentando en ellos lo creativo y no preparando al hombre para «el rebaño.»

    La educación afirma Nietzsche, debería preocuparse ante todo de liberar en cada individuo las energías que posibilitasen el desarrollo de su propia perfección, de su genio; para ello dice los educadores debían ser sobre todo «liberadores»; Los filósofos en cuanto educadores tendrán que ser además, los mayores amigos de la vida, no sus despreciadores, sino sus afirmadores.

    En este sentido debía hablarse de una teoría nietzcheana de la educación en donde el ideal educativo Shopenhueriano sería educar para que llegue a ser «lo que es», una subjetividad. Con ello propone hacer que el discípulo piense por sí mismo, con las consecuencias que esto implica al optar por lo pensado y sentido independientemente de lo recibido o exigido. Se trata de una educación que sea acorde con la naturaleza humana que a diferencia del la propuesta rousseauniana haga un corte con la tradición, una educación que devele el genio del hombre e imponga su visión libre y profunda de la existencia independientemente de las instituciones. En pocas palabras, educar al hombre para que llegue a ser hombre y no una máscara.

    Un hombre así no es más que envoltura exterior carente de contenido, una vestidura ajada, pintarrajeada, hinchada, un espectro aureolado [13] . En su época, dice, no rigen hombre vivos sino apariencias humanas con opinión pública. No quedará nada en pie dentro de un siglo .

    El hombre para ser realmente tendrá que desasirse de sus envolturas, empresa tortuosa y arriesgada que implica excavar en sí mismo (…) y descender violentamente por el camino más inmediato en el pozo del propio ser(…) [14] .

    Los verdaderos educadores serán aquellos que revelen el auténtico sentido originario y la materia fundamental del ser, algo que en modo alguno no puede ser educado ni formado.

    Toda relación con otro es de alguna manera de «aprendizaje», es en el otro donde se busca un saber; es del otro, del maestro donde se inquiere que puede enseñarnos a ser, a vivir, a pensar, a aprender. Así el maestro es mirado como modelo. La cuestión de la imagen importa; se relaciona con lo que el alumno imagina y fantasea al ver al maestro, la imagen juega un papel importante, de la vista nace el amor dice un adagio popular y también el odio. De la imagen depende que se establezcan o no relaciones. ¿Qué es lo que cada maestro quiere decir con la imagen que muestra?

    .

    La imagen es como una vestimenta, un revestimiento, un tesoro que se esconde en ese persona que nos cautiva. Es una imagen que promete algo, bellezas escondidas, sabiduría, perfección. La moda tiene que ver con esto. Ronald Barthes, en su libro Systéme de la Mode, analiza el lenguaje utilizado por los editores de moda y dice que la ropa se usa para hacer una declaración acerca de uno mismo y de sus preferencias. Dice, lo que vestimos conlleva un mensaje a la sociedad como un todo. Los tabúes sobre los estilos de vestir no son una limitación de nuestra libertad, son una advertencia acerca de que ciertas ropas crean una imagen de nosotros a los ojos de los demás.

    El sujeto humano se constituye mediante identificaciones, primero a imágenes paternas, y luego a otras personas constituidas en objetos de amor. El alumno ante la imagen del maestro, se fascina, se identifica con ella viendo en el otro la completud, la perfección que se quiere para sí mismo y obturar las carencias propias. Mismas que de pronto no se ven en esa imagen libidinizada, pero que tarde o temprano se harán evidentes.

    El sujeto se transforma cuando asume una imagen, dice Lacan, se reconoce en ella y se apropia de la imagen como si fuera uno mismo. El alumno se identifica con el maestro admirado, puede ser un rasgo unario que se introyecta para producir el ideal del yo. Desde Freud diríamos, que el sujeto adopta como suyos uno o más atributos de otro sujeto.

    El maestro, colocado en el lugar del ideal del yo, contribuye a la formación y desarrollo de un ideal. También posee una función regularizadora de la conducta, somete al alumno a reglas y normas morales.

    El ideal del yo viene de fuera, del orden de lo simbólico, de los signos sociales y metas deseables y se enclava en la estructura psíquica de los sujetos; dirige el juego de las relaciones de las que depende toda relación con otro(…) es el otro en tanto hablante, el otro en tanto tiene conmigo una relación simbólica, sublimada(…) puede llegar a situarse en el mundo de los objetos, a nivel del ideal-ich, o sea en el nivel donde puede producirse esa captación narcisística[15] ; Es el significante que opera como ideal, un plan internalizado de la ley, la guía que gobierna la posición del sujeto en el orden simbólico, y por lo tanto anticipa la identificación secundaria, o bien es un producto de esa identificación. [16]

     El maestro presta, su imagen, su cuerpo y su ser como un modelo haciendo que se cumplan las normas, y también reprimiendo, impidiendo satisfacciones pulsionales. Se apoyará en el narcisismo del sujeto, quien renunciará gustoso a su satisfacción pulsional en virtud de una promesa de gratificación mayor en el futuro, cuando logre cumplir las metas que se le imponen como ideal.

    Si el maestro se presta como modelo, es justamente que se coloca en ese lugar del ideal del yo para el alumno, prestándose a un juego para que el otro, desee: ser, saber y educarse. Pero no como respuesta o alternativa a la pregunta sobre cómo ser ni modelo a imponer; si es así esto no sería educar. Además, es posible atravesar el plano de la identificación, condición necesaria del verdadero psicoanálisis, que adviene cuando se destituye al otro, al ser cuestionadas las identificaciones de modo que no son posible mantenerlas como antes y el sujeto asume su propia identidad. Nietzsche propone, después de seguir al maestro, «destituirlo y no tomarlo como un Dios».

     3.- LA CREACIÓN DEL HOMBRE.

     Oh gozo, te oigo. Mi abismo habla. He vuelto hacia la luz, mi última profundidad. Nietzsche.

    En este apartado se hará una referencia a lo que constituye la aportación educativa de Nietzsche. De Nietzsche, el maestro, el educador, el filósofo, el lector de Shopenhauer que deviene como tal al asumirse y, de filosofar a martillazos para develar a los ídolos venerados por la humanidad.

     Así hablaba Zaratustra, es una magnífica obra pedagógica bastante singular. No se trata de un manual básico que ofrezca lecciones para lograr la autenticidad como ser. Se trata de un libro diferente, no para todos dice Nietzsche, para los que están dispuestos, para aquellos que tienen la mirada puesta en el camino que los llevará más allá de sí mismos; es un libro que requiere ser leído de cierta manera, demanda un lector atento y no apurado; es un libro que tiene intención de enseñar, cuya manera de trasmitir un saber no es algo que pueda enseñarse, asimilarse sino señal que debe ser experimentado a leerse desde la propia subjetividad. Su lectura tiene como fin que reaccionemos de alguna manera.

    El personaje de Zaratustra puede ser considerado como una auto transformación de Nietzsche, un reflejo de su plenitud interior, y una edificación del espíritu alcanzado y como tal. Es palabra de Nietzsche apropiada en el acto, su génesis es análoga al modo en que lo humano da nacimiento de lo sobrehumano. Zaratustra representa al superhombre. Nietzsche, sujeto de deseo, se asume en el lugar de filósofo y maestro.

    Zaratustra quiere devolver al hombre el sentido de la tierra, exaltar la vida en la plenitud de sus manifestaciones y prevenirnos contra los que denigran la vida y desprecian el cuerpo poniendo sus esperanzas en una existencia ultraterrena.

     Así hablaba Zaratustra trata de la creación del superhombre, cómo puede un educador trasmitir el conocimiento, cómo puede ser algo «demasiado humano». Es un texto existencialista, que revalida el sentido del vivir; propone vivir de tal modo que se desee volver a vivir; y quiere enseñar al hombre a vivir, rechazando las creencias arraigadas, rechazando su miserable protección y develando sus apariencias.

    Si todo en la vida deviene o se desgasta, se pregunta ¿cuál es el sentido de la existencia? Existimos para que la vida la vivamos de tal manera que se pueda repetir. Si se vuelve a repetir tiene sentido vivir; nadie querrá repetir una vida aburrida, tediosa o dolorosa. El pensar que es posible repetir nuestra vida impone la consigna de vivirla con excelencia. La concepción de vida cronológica y lineal, evolutiva o cíclica que parece destinada no tiene ese sentido; cada instante de vida vale a un tiempo posterior. Si es lineal es relativa, carece de sentido en sí mismo.

    La idea del eterno retorno implicaría en Nietzsche que el hombre cree para la eternidad, que viva su vida no de manera gris. Que lejos de concebir su existencia fugaz y vana debido a la repetición y al tiempo finito, transforme en «momentos» eternos esos instantes furtivos. Que escape a la monotonía, a la vida mecánica, a la vida mediana, al sufrimiento y encuentre en esta concepción un principio existencial: Vive todo instante de suerte que quieras siempre revivirlo. El cambio es elegir esa vida de lo que se repite, lo que se quiera vivir. Los débiles que soportan el destino no verán más que el lado terrorífico del retorno, porque no llegarán a su conocimiento por medio de la expansión del querer y del desear; no verán en él más que la justificación de su renuncia a ser y de su autodestrucción, así el hombre peligra de desaparecer. Punto que implica también la creación del superhombre al superar su decadencia y liberarse de las armaduras ideológicas que lo segregan.

    El hombre, nos dice, es débil, decadente, enfermo, utiliza la armadura para defenderse. Creamos partidos, religión, ideologías, ciencia, etc., para asegurarnos, para envolvernos en ellos. Todo esto ha hecho decadente la salud de los instintos del ser humano. Quiere que los hombres no se encuentren contaminados por el gregarismo reinante, del gran rebaño: sistema de vida de la contemporaneidad.

    Nietzsche se ocupa del problema de la supra humanidad de ese ser humano más allá del rebaño; en su individualidad y en la posibilidad de su auto creación estética. De hombre soberano, de espíritu libre con derecho a vivir su vida individual sin sentimientos trágicos de no haberla vivido. Es una llamada al hombre soberano como imperativo original que guíe su existencia.

    Para Nietzsche su mas grande desafío es el de alcanzar la autenticidad. «Convertirse en lo que se es», alcanzar su subjetividad, su individualidad y para esto el sujeto tiene que destruir todos los valores, mantenerse separado de la clase, «matar a Dios», integrar su inteligencia a su energía vital, liberar su gozo y sin perder la conciencia volver a ser real.

    Zaratustra después de diez años en la montaña baja y quiere enseñar a superar al hombre, el hombre es algo que hay que superar dice, es el superhombre. El superhombre es el sentido de la tierra (…) él es el mar(…) Hace falta ser un mar para poder recoger un río sucio sin ensuciarse a la vez. [17]

    Es Nietzsche, el educador, no un nuevo Dios del que debamos aprender y nos conduzca; su lenguaje no es el del superhombre sino del maestro que es escuchado y del trasmisor de un conocimiento sobre lo humano en un libro bastante extraño, difícil de leerlo objetivamente. Es una escritura desacatada, inoportuna y extemporánea que intenta destruir una cultura europea que ha sido importante. Zaratustra tiene que destruir antes de crear, tiene que quitar las máscaras a la supuesta humanidad, liberarnos de las instituciones monárquicas, de las ataduras intelectuales de la ciencias, de las falsas creencias. Esa máscara cubre el caos, el decaimiento y descenso del hombre en su afirmación como humano.

    Son tres las transformaciones del espíritu: la del espíritu en camello, la del camello en león y la del león en niño.

    El primer paso es la transformación en camello. Es el espíritu sufrido que como camello carga lo más pesado, se arrodilla ante los demás y debe aceptar la autoridad de sus padres, de sus maestros y de la sociedad. Es el hombre que trata de demostrar su fuerza cumpliendo pesados y rigurosos mandamientos, cargando a cuestas – insolado y sediento- su sufrimiento, dolor e ignorancia de no ser mas que bestia de carga.

    Es el momento en que el hombre se pone de rodillas a lo más alto, se somete a un mando; es también el momento de hacerse hombre de lenguaje, de advenir al mundo simbólico y de la ley necesaria para constituirse como ser. Mirándolo desde la educación sería además el momento necesario de preparación e instrumentación. La meta final será superar esa condición de «animal del rebaño». De no cargar lo pesado hasta quedar sin fuerzas, de no hacer padecer vuestro orgullo, no hacer brillar la locura al burlarnos de nuestra sensatez, ni padecer hambre de saber ni de verdad, de no trabar amistad con sordos, amar a los que nos desprecian, zambullirse en agua sucia, arrastrar las tradiciones, ni cargar el deber, vivir una vida ajena, olvidar de nuestro deseo y de no aplastar nuestra voluntad de vivir.

    El camello asimila eso y llega al desierto donde se produce la segunda transformación: la del espíritu en león ansioso de conquistar su libertad, como si fuera una presa, y ser dueño y señor de su propio desierto. Va en busca de su amo decidido a enfrentarse con él, y de su último dios, ansioso de luchar con ese gran dragón y de vencerle.[18]

    El león no se limita a liberarse fieramente de cualquier peso que se les imponga, representa una nueva posición, el dominio sobre el yo, sobre el si mismo. El espíritu se ha transformado y quiere ser soberano, para lo cual destruye, crítica, lucha, «mata» lo necesario y así pueda ser amo de sí mismo. Antes de eso tendrá que derribar al dragón, figura representativa de fuerza de la sociedad, la historia social, las costumbres etc. Ese gran dragón dice Nietzsche es: ¡Debes!, (…) pero el espíritu del león grita: «!Quiero! ¡Debes! le obstaculiza el paso, brillando como el oro; es un animal cubierto de escamas, en cada una de las cuales brilla el «¡Debes!» Con reflejos dorados. En esas escamas refulgen valores milenarios. [19]

    El dragón es la autoridad que guarda la salida de la caverna; la metáfora que crea Platón para enseñarnos sobre la condición humana. Un antro subterráneo donde los hombres están prisioneros, encadenados desde su infancia, de suerte que no pueden moverse debido a las cadenas que sujetan sus pies y cuello pudiendo mirar solo lo que tiene delante, lo visible del mundo iluminado por el fuego. Las ideas, están fuera de la caverna, el cautivo que sube a la región superior y las contempla a la luz del sol, es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible; la verdad, la inteligencia como fines donde hay que poner los ojos si queremos conducirnos cuerdamente en la vida, dice Platón. En el camino hacia la propia subjetividad llega el momento de «matar» dragón y convertirse en niño.

    El león no es capaz de crear nuevos valores, pero si puede conquistar la libertad requerida para esa nueva creación. Conquistar la libertad y una santa negativa incluso frente al deber: para eso hace falta el león [20] .

    El niño es inocencia, olvido, un nuevo principio, un juego, una rueda que se pone en movimiento por sí misma, un echar a andar inicial, un santo decir «sí». Para el juego, del crear, hermanos, se requiere un santo decir «sí»: el espíritu quiere hacer ahora su propia voluntad; al retirarse del mundo, conquista ahora su propio mundo. [21]

    El hombre, al morir Dios, recupera su inocencia perdida, se convierte en niño con la posibilidad de crear valores nuevos. Un hombre nuevo que gira y se mueve a partir de su propio centro eje cuyo centro lleva la fuerza de voluntad de poder. Un hombre singular que no está más debajo de una rueda girada por la fuerza de la fortuna, del saber, la moral y de falsas verdades cuyo destino dice Nietzsche es: Este tipo de caracteres extraños comienzan primero por doblegarse, luego se tornan melancólicos, más adelante enferman y, finalmente mueren(…) [22] . No se trata de una transfiguración física o un estado psicológico de retorno a momentos míticos, ni a un estado psíquico de control, de éxtasis o de eliminación del deseo sino a la transfiguración del hombre en niño cuya inocencia, espontaneidad, curiosidad y alegría hace devenir la creación para la condición de ser y del vivir en el ahora eterno. Aquí y ahora donde se da la posibilidad de voluntad creativa de la vida. Hombre -niño que cree valores nuevos, de espíritu libre y del legislador de su propia vida. Hombre-niño que no va donde la corriente del río lo lleve sino cuya fuerza de saber y voluntad de poder le permita construir ese puente para atravesarlo. El espíritu quiere ahora su voluntad, el que ha perdido el mundo quiere ganarse su mundo. [23]

    Nietzsche, el maestro, el filósofo, el hombre se pregunta en éste texto ¿cuál es el valor de la existencia? Nuestra existencia es única y la dejamos pasar a lo largo de la vida escondiéndonos en la conformidad social, como el rebaño. Más, El hombre que no quiera pertenecer a la masa únicamente necesita dejar de mostrarse acomodaticio consigo mismo; seguir su propia conciencia que le grita: «¡Sé tu mismo! Tú no eres eso que ahora haces, piensas, deseas» [24] . Hay que preguntarse: ¿qué es lo que verdaderamente se ha amado, llevado tu alma al cielo? ¿Qué es lo que a atraído a tu espíritu? ¿qué te ha llenado de dicha? Despliega ante tu mirada la serie de objetos venerados y, tal vez, de su esencia y sucesión, todos te revelen una ley, la ley fundamental de tu ser más íntimo(…) todos forman una escalera por la que tú mismo has estado ascendiendo para llegar hasta lo que ahora eres(…) [25].

     Estas respuestas te guiarán hacia lo que constituye la ley fundamental de tu vida. A este lugar viene el educador a revelar el auténtico sentido originario y la materia fundamental del ser, a ayudar a dar luz, a liberar y no a prestar miembros artificiales, narices de cera, ojos de cristal o bien a enseñarnos a usar máscaras. Ésta, dice Nietzsche, no sería sino una liberación, limpieza de la mala hierba, de las inmundicias; (…) es torrente de luz y calor, dulce caída de lluvia nocturna; es imitación y adoración de la Naturaleza (…) [26] He aquí el secreto de toda formación según Nietzsche.

     Bibliografía:

    Evans, Dylan: Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1997.

    Freud, S: Obras completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires 1989.

    27a. Conferencia. «La transferencia»

    Nietzsche, F: Shopenhauer como educador, Ed. Valdemar, España 1999.

    Así hablaba Zaratustra, Ed. M. A. Editores, S. L. España 1995.

    Ecce Homo, Ed. M. A. Editores, S. L. España l995.

    Lacan, J: Seminario, Ed. Paidós, Buenos Aires, l995.

    [1] Nietzsche, F: Ecce Homo, p 109.

      [2] Nietzsche, F: Shopenhauer como educador, p 11.

      [3] Ibid, p.49.

      [4] Lacan, J : Clase del 17 de marzo de 1954, en Seminario 1, p l80

    [5] Freud, S: 27ª Conferencia. La transferencia», pp 399-402.

    [6] Ibíd., Dylan Evans, p. 191.

      [7] Lacan, J: Clase del 10 de marzo de 1954, en Seminario 1, p. 142

      [8] Lacan, J: Clase 11 del 8 de febrero de 1901.

      [9] Ibíd., pp. 70-71.

      [10] Ibíd., p.51

      [11] Ibíd., pp. 53-54.

      [12] Ibíd., pp. 54-55

      [13] Ibíd, p. 37.

      [14] Ibíd., p.40

      [15] Lacan, J: «Ideal del yo y yo ideal» en Seminario 1, p, 2l4-2l5.

      [16] Dylan Evans: p.107.

      [17] Ibíd., p.

      [18] Ibíd., p.55.

      [19] Ibíd., p. 55-56.

      [20] Ibíd., p. 56.

      [21] Ibíd., p. 56.

      [22] Ibíd.. p 59.

    [23] Ibíd., p 36

    [24] Ibíd., p 36.

    [25] Ibíd., p. 56.

    [26] Ibíd., p. 40.

  • «Verdades…»

    «Verdades…»

     Margarita Gasque

    «Verdades». parece un título inconcluso; si intentara continuarlo propondría éste: «Verdades a la luz de la verdad».

    Dice Mefistófeles a Fausto en la obra de Goethe:

    «Dígote modestamente la verdad…yo soy una parte de aquella parte que al principio era todo; una parte de las Tinieblas, de las cuales nació la Luz, la orgullosa Luz que ahora disputa su antiguo lugar, el espacio a su madre la Noche.» [1]

    Antes de que Mefistófeles se le apareciera, Fausto estaba sediento de una revelación; había ido a buscarla al Nuevo Testamento y lo que encontró fue la frase de San Juan:

    «En el principio era el Logos»

    Su deseo de traducir con fiel sentido, el original sagrado a su amada lengua alemana, le llevó a hacer varios intentos.

    Fausto traduce la palabra griega Logos, primeramente por la de verbo Wort, que es también palabra, después, al sentirse iluminado, la cambia por la de sentido Sinn, luego por la de fuerza Kraft, y finalmente por la de acción Tat.

    La palabra Logos, ha sido ocasión de intensa reflexión para diversos pensadores.

    Freud hace mención al Logos en dos ocasiones.

    En «El problema económico del masoquismo» (1924) [2] , habla del «oscuro poder del destino» y se refiere a uno de sus autores favoritos, el escritor holandés Multatuli, pseudónimo de Eduard Dekker, para decir, que es poco lo que puede objetarse al literato, cuando sustituye la Moira, que es, Destino para los griegos, por la pareja divina Logos y Ananké.

    La otra alusión, la hace en «El porvenir de una ilusión» [3] y es para decir una verdad: «…nuestro Dios Logos quizá no sea muy omnipotente…»

    Heidegger escribe tres artículos que titula respectivamente: Logos, Moira y Aletheia. [4]

    En el trabajo que lleva por título Moira, Heidegger intenta dilucidar la relación entre pensar y ser, y lo hace a partir de una sentencia en la que Parménides, nombra esta relación diciendo:

    «Pues es lo mismo pensar que ser.»

    Su artículo Logos, fué traducido por Lacan y publicado en el primer número de la revista La Psychanalyse.

    Aletheia es el término que en lengua griega, ha sido traducido como verdad.

    Logos y Aletheia, son dos palabras clave, dos palabras llave, con las que Heidegger se adentra en el pensamiento griego; y de manera muy particular en las ideas del filósofo Heráclito.

    A Heráclito de Éfeso, se lo ubica en la historia, aproximadamente, quinientos años antes de Cristo.

    Es curioso, que el discípulo predilecto de Jesucristo, el apóstol San Juan, el evangelista, haya estado también, buena parte de su vida, en Éfeso; lugar donde murió.

    Heráclito de Éfeso, sería el verdadero Heráclito, ya que los filólogos reconocen a un pseudo- Heráclito, a quien llaman Heráclito el Rétor.

    De Heráclito de Éfeso se dice que recibió influencias de Pitágoras y de Jenófanes.

    Su pensamiento era sólo para los «pocos», su estilo, el de un oráculo y se había ganado el epíteto de El Oscuro.

    Dice Heidegger:»…a Heráclito se le llama el oscuro; sin embargo es el luminoso; porque dice lo que ilumina. A su acto alumbrador, lo llamamos claridad.» [5]

    Lo que tenemos de Heráclito, son sólo fragmentos y a veces incompletos. Texto en pedazos, trozos de un discurso, cachos de un decir…

    A decir verdad, hay fragmentos reconocidos como los auténticos, pero hay también los fragmentos dudosos, los falsos y hasta los falsificados.

    Heidegger se refiere a varios de los fragmentos de Heráclito, pero se detiene de manera especial en dos; en el Fragmento 50 para reflexionar sobre la noción de Logos y en el Fragmento 16 para hacer una elaboración sobre Aletheia.

    El Fragmento 50 dice:

    «Si no me habéis oído a mí sino al Logos,
    entonces es sabio decir homólogamente:
    Uno es Todo.» [6]

    La traducción con la que Heidegger comienza su desarrollo, vierte el término Logos, del mismo modo que lo hizo Fausto en su segundo intento; es decir, como sentido.

    Leemos entonces:

    «Si no me habéis oído a mí sino al sentido,
    entonces es sabio decir en el mismo sentido:
    Uno es Todo.» [7]

    Para Heidegger, lo mas cuestionable, es lo mas evidente; de manera que hace necesario iluminar aquello que significa Logos.

    Dice: «Lo que es logos lo encontramos en légein.» [8]

    Légein significa decir y hablar, pero también contar. Equivale al verbo latino legere, que significa leer, pero incluye además el sentido de ir a buscar y juntar.

    Heidegger se pregunta sobre lo que Heráclito dice al término del Fragmento: «Uno es todo», ¿será una conclusión?, ¿se tratará de un final?, o bien, si abre por primera vez lo por decir.

    En «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud» [9] , Lacan cita en griego a Heráclito para referirse al «Uno es Todo» del lenguaje.

    El Fragmento 16 de Heráclito dice:

    «¿Cómo alguien puede esconderse delante de lo
    que jamás se oculta?» [10] Heidegger señala que la sentencia es una pregunta, en la que la última palabra nombra el punto de partida de la interrogante.

    La cuestión clave entonces, es la relativa al ocultamiento.

    La palabra empleada en griego es latoi, que viene de lantano, ocultarse y que se relaciona con lete, olvido.

    Estas acepciones están contenidas en la palabra Aletheia, cuya a privativa, la despoja del sentido de lo oculto, para significar entonces, lo descubierto, lo develado.

    Habíamos dicho ya que la palabra Aletheia, se traduce literalmente como verdad.

    Pero pensar la verdad como develada, implicaría suponer que hay una esencia de la verdad que estaría cubierta por el velo de la apariencia y que al develarla, se mostraría en todo su esplendor.

    Heidegger va un poco mas lejos en su lectura, para recordarnos que el hombre moderno ha olvidado el ser del olvido, de manera que el olvido mismo cae en ocultación.

    Dice Heidegger:

    «Este permanecer oculto a sí mismo, no designa un modo cualquiera del comportamiento humano, sino que nombra el rasgo fundamental de todo comportamiento, frente a las cosas presentes y ausentes. Es más; es el rasgo fundamental de la presencia y de la ausencia mismas.» [11]

    No podemos dejar de pensar aquí en la función de desconocimiento que guarda el sujeto, en su relación consigo mismo. Pero tampoco podemos dejar de preguntarnos: ¿no será por virtud del inconsciente, que aquello que ha sido olvidado, no deja de aparecer, porque siempre ha estado allí?

    Heidegger señala que la sentencia de Heráclito cuestiona al sujeto de un permanecer oculto; pero pone en duda tan claramente la posibilidad de una ocultación, que la pregunta equivale a una respuesta.

    Dice: «Bajo la forma puramente retórica de una interrogación, lo que habla es la sentencia afirmativa:elante de lo que jamás se oculta, nadie puede permanecer escondido» [12] .

    Lo que no desaparece jamás, es lo que no cesa de emerger. A esto responde un término fundamental del pensamiento griego: Físis.

    Físis se traduce como naturaleza; pero en un sentido mas amplio, es la fuerza creadora y productora; es también universo. Recordemos que fuerza es asimismo la palabra elegida por Fausto en su tercer intento, para traducir Logos.

    La Físis es lo que sin cesar emerge; es lo que se devela sin cesar.

    Heráclito piensa la emergencia perpetua, como ella en sí misma, y no como alguna cosa a la que la emergencia se aplica como cualidad.

    Heidegger sugiere traducir Físis como Entstehung que en castellano equivale a: nacimiento, origen, o surgimiento, en el sentido de producción.

    Para pensar la emergencia perpetua, Heráclito se vale de la idea del fuego. El fuego es la fuerza que aclara; que esclarece, que ilumina. El fuego es también lo que medita; lo que busca; lo sigue una vía de pensamiento…

    Lo que sorprende, como la verdad sorprende, es que Heidegger diga que el Fuego, es Logos [13] . Y también dice que el Logos es en sí mismo, a la vez desocultar y ocultar: es la Aletheia, ésta y el Logos son lo mismo.

    ¿Cómo entender entonces, todos estos conceptos, que sin ser lo mismo, son lo mismo?

    ¿Dónde está la verdad?

    ¿Cómo llegar a una conclusión, cuando la verdad se presenta como aquello que al emerger da sentido, pero que además no cesa de emerger?

    ¿Cómo acceder al modo de representar de los griegos, desde nuestro modo actual de pensamiento?

    ¿No será que Heidegger en su propia búsqueda produce una verdad, que de alguna manera es distinta, a la verdad de los textos de Parménides o de Heráclito?

    Si la verdad es ese movimiento de emergencia, que es siempre actividad de producción; de creación que no concluye, entonces la verdad sería siempre, verdad inconclusa

    En l821, Shubert había comenzado a componer su séptima sinfonía, pero no la concluyó. Escribió la partitura del primer movimiento hasta el comienzo del segundo tema y, a partir de allí, bosquejó la obra hasta el final, indicando simplemente la melodía, sólo con algunos…fragmentos…

    Esta sinfonía inconclusa, no es en verdad, La Sinfonía Inconclusa. En 1822, Shubert escribe su octava sinfonía, mejor conocida como La Inconclusa, que es así llamada porque Shubert orquestó solamente los dos primeros movimientos; siendo que la forma tradicional de la sinfonía, constaba de cuatro partes.

    Existe toda una discusión en torno a esto. Hay quienes sostienen que la verdadera sinfonía inconclusa es la séptima, porque Shubert no la concluyó y que en cambio, la octava sinfonía está escrita en dos movimientos que sí fueron terminados…

    Quizás lo importante no sea establecer una verdad definitiva, sino la búsqueda a la que la discusión ha dado origen.

    Quizás, de esto se trata el psicoanálisis.

    Donde la verdad, es verdad que como La Verdad, no existe; verdad, que como La Mujer es no-toda, verdad que como verdad, es siempre inconclusa.

    En lugar debuscar la verdad, como «verdad definitiva», proponemos pensarla y producirla como «Verdad Infinitiva.»

    Definitivo, es lo decisivo que determina y resuelve. Definire significa limitar, circunscribir… y concluír.

    Infinitivo sugiere por un lado, lo infinito, lo no finito, lo inconcluso en el sentido de que no tiene fin.

    Infinitivo es también la voz con la que el verbo recibe su nombre.

    Con el infinitivo el verbo es nombrado en forma impersonal.

    El infinitivo es además, nombre de acción.

    Y con acción llegamos al cuarto término que Fausto elige cuando al ver claro, puede finalmente traducir el Logos, que en el principio era…

    [1] Goethe, Johann W. Fausto. Editora Nacional, México. 1977. pp. 59-60.

    [2] Freud, Sigmund. «El problema económico del masoquismo», en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, vol. 19. p. 161.

    [3] Freud, Sigmund. «El porvenir de una ilusión», en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, vol. 21. p.1.

    [4] Heidegger, Martin. Essais et conférences, Paris.1958.

    [5] Heidegger, Martin. op. cit. p. 312.

    [6] Para las citas de Heráclito, cf:

    Eggers, Conrado. Los filósofos presocráticos. Ed. Gredos, Madrid, 1978.

    Brun, Jean. Heráclito Biblioteca Edaf, Madrid, 1976.

    Mondolfo, Rodolfo. Heráclito. Textos y problemas de su interpretación, Siglo XXI editores, México, 1989.

    García Bacca. Juan Los presocráticos, Fondo de cultura económica, México, 1991.

    [7] Heidegger, Martin. op. cit. p.249.

    [8] Ibid. pp.250-251.

    [9] Lacan, Jacques. «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud» en Escritos, Siglo XXI editores, México, 1984, p.484.

    [10] Heráclito. op. cit.

    [11] Heidegger, Martin. op. cit. pp.320-321.

    [12] Ibid, p.323.

    [13] Ibid. p.333.

  • Entre la vida y la muerte: la pasión

    Entre la vida y la muerte: la pasión

     Griselda Sánchez Zago

    Incluso en los tiempos más sombríos
    Tenemos derecho a esperar cierta luz
    Esta puede proceder no tanto de teorías
    Y conceptos como de la llama vacilante,
    Incierta y frecuentemente débil
    Que algunos hombres y mujeres,
    En sus vidas y en sus obras,
    Encenderán casi bajo cualquier circunstancia,
    Proyectándose durante todo el tiempo
    Que les fue dado vivir en la tierra

    Hannah Arendt

    El nombre de Hannah Arendt apareció en mi seminario con Luis Tamayo sobre Martín Heidegger. Tiempo pasó y en un vuelo camino a la tierra de Chagall, en aras de un congreso internacional, una amiga y colega tuvo a bien regalarme un libro prometido: sobre Hannah Arendt, «la amante de Martín Heidegger» [1] , durante los días del congreso era imposible un rato para leer, así que decidí postergar la delicia que me esperaba ya que sabía que tendría varias horas entre trenes después del congreso, en un de ellos, camino a Venecia -tierra de mis ancestros maternos-, el libro fue literalmente devorado.

    Mientras leía recordaba los paisajes recorridos camino a Heidelberg, los pasillos de esa Universidad, altos, obscuros, sobrios; tan llenos de historia, un lugar realmente exquisito; uno podía imaginarse que si tocaba una de las paredes o entraba a uno de los salones toda la historia podía llegar a ser apropiada como por arte de magia. Me imaginaba a la joven estudiante de filosofía de los años 40 con sus libros bajo el brazo, yendo a clase, entre sus maestros: Martin Bultman, Martín Heidegger, Karl Jaspers. Este último, aparte de ser su director de tesis doctoral fue gran amigo suyo, lo certifica su correspondencia de 1926 a 1969 [2] .

    A los 24 años, Hannah ya había conocido y amado a Heidegger. Martín y Hannah, profesor y discípula respectivamente, fueron flechados y comenzó un amor, a pesar de que el profesor era casado y con dos hijos en su haber. Muy amiga del filósofo Walter Benjamín; conoció a gente como el teólogo Paul Tillich, el novelista Hermann Broch, Jean Paul Sarte, amiga de Koyré, Kojeve, Rilke.

    Me preguntaba ¿cómo se entrecruzan los caminos del amor con la razón? ¿Por qué siempre a la sombra de su profesor-amante? ¿qué le permitió tolerar el sufrimiento de un amor imposible? ¿Algo, algo de esto habrá tenido que ver el título de su tesis doctoral: El Concepto de Amor en San Agustín?. Su obra siempre estaba dirigida a la vida: ¿qué fue lo que se entrecruzó en el amor para que Hannah tuviera la visión de escapar a los nazis antes de que toda la historia aconteciera? ¿qué leyó Hannah en la obra de Heidegger?

    En agosto de 1933 tuvo que abandonar Alemania, refugiándose en París, y su fin, lo vio la ciudad donde vivió más de 25 años: Nueva York. Los artistas e intelectuales de aquella época hacían notar su talento, enriqueciendo la cultura del país al que llegaban. La mayor parte de los estudios históricos de la Alemania nazi, comenzaron a escribirse 15 años después de terminada la segunda guerra mundial, hijos y nietos han tenido la tarea de contar esta historia.

    Los orígenes del totalitarismo fue la obra de Hannah, filósofa perteneciente a un grupo reducido de refugiados, este libro tuvo una cálida recepción y sus críticos la concibieron como «una obra maestra», «la autora es comparable a Marx», a este libro le siguieron muchos otros libros y ensayos que le dieron fama internacional y un lugar prominente dentro de los teóricos de su generación [3] .

    Fina Birulés [4] menciona que sus reflexiones parten del supuesto de que el pensamiento nace de los acontecimientos de la experiencia viva y de que a ellos debe mantenerse vinculado como únicos indicadores para poder orientarse.

    Hannah escribió sobre política, sin embargo, no estaba preparada para la acción política o para la vida pública, pero Kristeva [5]  nos dice que su particularidad femenina le impide aislarse en los palacios obsesivos del pensamiento puro, razón que la lleva a echar en la práctica de los cuerpos y en los lazos con los otros, postura coincidente con Serge Leclaire [6] en el sentido de que lo femenino tiende hacia lo real, el objeto, privilegiándolo sobre el sistema de representaciones.

    Así que tampoco había sido solo espectadora de los acontecimientos de su época: trabajó para la Organización sionista alemana, secretaria ejecutiva de una organización sionista que ayudaba a jóvenes a prepararse para vivir en Palestina: escribió una columna política para el periódico judío-alemán de Nueva York Aufbau; en 1948 se había adherido activamente a la campaña de Judah Magnes en pro de un Estado binacional en Palestina. Su segundo esposo, Heinrich Blücher fue su colaborador intelectual, antiguo espartaquista y comunista berlinés, la apoyó en sus trabajos. No le gustaba el público pero sí gustaba de ser escuchada por grupos escogidos.

    Impresiona la amistad que prodigaba y que sus amigos hacían resaltar como una característica de ella a pesar de ser temperamental; la lealtad, el amor y la amistad son puntos nodales en su vida.

    Por ejemplo, Salvador Ginet [7] uno de sus alumnos habla de ella en estos términos: Me ha quedado, por encima de todo, un recuerdo: su melancólica seriedad. Su completa seguridad de que la vida del espíritu vale la pena. Y no me cuesta escuchar su voz, en el absoluto silencio del aula precaviéndonos contra la tragedia de la modernidad que a pesar de todo, sentía intensa y plenamente suya. [8]

    O Hans Jonas, amigo suyo desde la universidad hasta su muerte: Era intensamente femenina, y por eso, no feminista, le encantaba que uno la tratara con modales de caballero. Pero en conjunto consideraba a los hombres como el sexo más débil: alejados del sentido intuitivo por la realidad, más susceptibles a los engaños del concepto, más propensos a las ilusiones y, por eso, menos dispuestos a ver los múltiples significados y las sombras que se suman a la ecuación humana. [9]

    Las características de la vida americana le permitieron sentirse en libertad, le quitó su condición de apátrida y le proporcionó una forma de gobierno que ella admiraba. Nunca dejó su lengua materna por el inglés; no pagó el precio de la asimilación.

    A pesar de que no era afecta a las biografías, no ocultó ninguno de sus documentos, como cartas, poemas, pasaportes, actas de nacimiento; hasta su poesía de la adolescencia que nadie conocía; todos los heredó a su gran amiga Mary McCarthy [10] . Rechazaba lo que denominaba introspección: para el análisis psicológico tuvo palabras ásperas, sin embargo, su vida se encontraba dotada de esta cualidad.

    Sin pretensiones de hacer una interpretación de su vida ni un análisis de su obra o cómo se entrecruzarían, mucho menos de desenmascarar secretos ajenos, me he permitido retomar momentos de su biografía para poner sobre la mesa estas preguntas y tomar el riesgo de la aventura, este escrito aparece como el final de un camino recorrido en la lectura que hice de Hannah Arendt, en realidad apenas es el inicio, algo estaba ahí que me capturó.

    No puedo escribir desde otro lugar más que desde quien que escribe; arrancando los pedazos de la carne de Hannah, destruyéndolos y reconstruyéndolos, haciendo otra historia; mis preguntas van hacia allá.

    Heidegger diría que si la historicidad misma ha de ser explicada por la temporalidad, pero la temporalidad propia, entonces está implícita en la esencia de esta tarea el que solo se deje llevar a cabo por el camino de una construcción fenomenológica. La investigación se procura ante todo, y por medio de una caracterización de los conceptos vulgares de historia, una orientación sobre los factores que pasan comúnmente por esenciales para la historia. [11]

    Una pérdida de saber permite producir algo, así como Schiller supone que una muerte de lo viviente es necesaria para el nacimiento del poema, en esta historia ¿quién es el poema? ¿Quién el muerto?

    Pero mejor empecemos por el principio: Su biógrafa, Elizabeth Young- Bruehl [12] nos dice que la principal fuente de información que se tiene de la infancia de Hannah están en el diario que cuidadosamente escribió su madre Martha Cohn Arendt y comienza así: «Johanna Arendt nació al anochecer de un domingo, a las nueve y cuarto, el día 14 de octubre de 1906. El parto duró 22 horas y discurrió normalmente. La niña pesó 3.695 kilos en el momento de su nacimiento« [13]

    Los abuelos maternos y paternos provenían de la provincia de Könisberg, capital de la Prusia Oriental, centro de la Ilustración judía-alemana. A la cual Immanuel Kant -nativo de Könisberg y profesor de su Universidad: La Albertina-, describió de esta manera: «una ciudad grande como Könisberg, a orillas del Pregel, centro de un distrito, con dependencias gubernamentales y una universidad, bien ubicada para el comercio ultramarino y para el tráfico con países próximos o remotos, de diferentes idiomas y costumbres; tal ciudad es el lugar adecuado para llegar a saber más del hombre y del mundo, incluso sin viajar a otras partes«. El intelectual más importante de los judíos cultos era Moses Mendelsohn, que para los judíos germanos no tradicionalistas fue el mayor exponente de la emancipación social y cultural, eso fue para el abuelo paterno de Hannah, Max Arendt.

    Könisberg sobrevive a la primera guerra mundial, no así a la segunda, donde el núcleo de la población judía y luego la población alemana, desaparecieron ¿esta desaparición atraviesa la vida de Hannah? ¿Situaciones de destrucción de falta, añoranza y melancolía la han traspasado? ¿cómo se anuda con la muerte temprana del padre?

    El abuelo materno Jacob Cohn, nace en 1838 huye de la guerra de Crimea y establece un pequeño negocio de importación de té y convierte la empresa familiar en la firma más importante de importación de té ruso a Könisberg, que hasta entonces consumía el té inglés: J. N. Cohn y Compañía.

    Jacob Cohn tuvo tres hijos de su primera esposa y cuatro más de la segunda. Entre los Cohn había muchas viudas «generosas y sensibles» como la abuela Fanny Spiero-Cohn, segunda esposa de Jacob, que era afecta a los vestidos eslavos y hablaba alemán con acento ruso. Jacob Cohn muere en 1906 y su mujer, sus 7 hijos y los hijos de éstos heredan el negocio familiar y una gran suma de dinero.

    Hannah siempre recordaría con placer cómo, en sus correrías infantiles por los almacenes de los Cohn, podía percibir en el ambiente la Rusia de los antepasados de su madre; y cómo era obsequiada con un delicioso producto añadido al catálogo exportador de la empresa: el mazapán. [14]

    Mendelssohn muere en 1786, antes de que reconocieran como ciudadanos a los judíos prusianos. Muchos habitantes de Könisberg, se convierten al cristianismo, y la entrada de Napoleón a Berlín marcó el principio del fin de la más ilustre institución social de la generación de Friedländer, el salón. Judías como Rahel Varnhagen (Hannah escribió su biografía), mantuvieron salones en sus casas.

    Las profundas divisiones entre judíos ortodoxos y no ortodoxos, perduraron todavía durante la niñez de Hannah. Sus abuelos maternos y paternos eran judíos del ala reformista. Kurt Blumenfeld, presidente de la Organización Sionista Alemana conoció a Max Arendt, abuelo de Hannah y a pesar de que tenía diferencias en la «cuestión judía», fueron grandes amigos.

    El padre de Hannah, Paul, era el único hijo de Max Arendt con su primera esposa, Johanna. Ni Max ni su hermana mantuvieron buenas relaciones con la segunda esposa, hermana de su madre. Paul y Martha eran personas más cultas, habían viajado más y políticamente más inclinados hacia la izquierda que sus padres. Paul era ingeniero de la Universidad de Könisberg, aficionado a las humanidades. Su biblioteca estaba plena de clásicos griegos y latinos que luego su hija leería. Martha, como la mayor parte de las mujeres de su clase y generación había recibido educación en casa y luego enviada al extranjero, estuvo en París estudiando música y francés. Ninguno de los dos era religioso pero mandaron a Hannah a la sinagoga y tuvieron muy buenas relaciones con el rabino Vogelstein quien le daba instrucción religiosa a la niña. La catequesis cristiana era obligatoria en el kinder, Hannah aprendió el cristianismo de la escuela y de la sirvienta de la casa familiar.

    El antisemitismo no se hacía muy evidente para los judíos asimilados de Könisberg durante la niñez de Hannah, quien gozaba de las comodidades de la clase media, pero esto no impedía que estuviera expuesta a ocasionales observaciones perturbadoras que la hacían consciente de su diferencia. La madre de Hannah la había enseñado a defenderse de las actitudes y comentarios antisemitas «uno debe defenderse«, le decía, uno no debe humillarse. No había conflicto, había normas de conducta para defenderse.

    Podemos observar a través de la historia, la acentuación en los judíos de la cuestión de la discriminación; como si asuntos de envidia estuvieran implicados en el desarrollo de esta cultura, Hannah es atrapada en un vínculo amoroso por lo que parece -aún en la duda- por aquello que pudiera excluirla al mismo tiempo que diferenciarla ¿Heidegger la excluye, su obra la diferencia? ¿Podemos hacer esta fórmula?

    La señora Arendt – nos dice Young-Bruehl- quería que su hija tuviera un desarrollo normal, pensamiento más alemán que judío, y tenía su origen en la lectura obligatoria de todos los alemanes cultos: Goethe, en cuanto a la formación y modelación consciente de cuerpo mente y espíritu. Autodisciplina, encauzamiento constructivo de las pasiones, renuncia y sentido de la responsabilidad hacia los demás, tales eran las consignas de Goethe. Todo niño conocía la consignas del maestro: ¿cuál es tu deber?: Las exigencias del día, era la respuesta. [15]

    Martha Arendt escribía minuciosa y detalladamente todo lo que recordaba del desarrollo de su hija, menú, rutinas diarias, enfermedades, desarrollo físico, logros intelectuales, rasgos de su personalidad. Cuando nació Hannah, sus padres vivían en Linden, un suburbio de Hannover al centro de Alemania.

    El señor Arendt trabajaba en una compañía eléctrica, su sueldo le permitió comprar una casa y mantener a Ada, una niñera cristiana, los dos primeros veranos de la vida de Hannah pasaron vacaciones y viajaron a Könisberg.

    Cuando Hannah tiene 2 años y medio, Paul Arendt enferma y abandona el trabajo, se trasladan a Könisberg, después del otoño de 1910, el estado del enfermo hizo imposible invitar a casa a otros niños, afortunadamente entró al kinder y según su madre «le proporcionó muchas sugerencias estimulantes para jugar en casa» característicamente, «ella es siempre la maestra», se convirtió en una imitadora de papeles de adultos.

    Paul Arendt había contraído sífilis en su juventud, después de haberse sometido a un tratamiento se pensó que estaba curado, la mamá de Hannah tenía noticia de esto cuando se casaron en 1902. En 1911, la enfermedad alcanzó la tercera fase en donde se producen lesiones, ataxia y paresia. Arendt fue internado en el hospital psiquiátrico de Königsberg durante el verano de ese año. La agonía de la enfermedad duró dos años, fueron años muy difíciles, donde Hannah iba a visitar a su padre regularmente, hasta que él la dejó de reconocer ya no la llevaron más. Mientras tanto, la señora Arendt trataba de que la vida en casa fuera lo más cercana posible a la normalidad, comenzó a enseñarle piano a su hija y la alentó para que hiciera vistas a sus parientes.

    En la escuela era sorprendente su inteligencia, en esa época leía y escribía sin dificultad a la edad de 5 años, su maestra estaba impresionada, su madre nos dice: «asiste a la escuela de Frau Jander, que la tiene deslumbrada. Aprende muy bien, va un año delante de su grupo de edad. Asiste a la catequesis dominical, que es obligatoria, y también allí aprende con gran entusiasmo [16] .

    El abuelo Max Arendt, muere en marzo de 1913 y su hijo -el padre de Hannah, Paul- en octubre del mismo año, Martha Arendt se encuentra desconcertada ante las reacciones de su hija. Se enferma de paperas pero no pierde su entusiasmo, juega y apenas habla del abuelo a quien tanto amó.

    A la muerte de su padre, Martha dice» …ella recibe el acontecimiento como una cosa triste para mí. A ella misma no le afecta. Para consolarme dice: recuerda mamá, que eso le ocurre a muchas mujeres. Asiste al funeral y llora (según me explica) «a causa de la belleza de los cánticos»… probablemente obtiene algo parecido a la satisfacción de las atenciones que tanta gente le prodiga. En otras circunstancias, es una niña luminosa y alegre« [17]

    A la madre le perturbaba el hecho de que estas dos grandes pérdidas no hicieran mella en la niña de 7 años ni tampoco que a ella misma la extrañara cuando Hannah hizo un viaje de 10 semanas con sus abuelas; se sorprendía de la niña alegre, pero esta alegría duró solo un año.

    En 1914, Martha y Hannah estaba en la costa báltica en una de las casas de descanso de los Cohn y estalla la primera guerra mundial; regresaron a Könisberg en un estado próximo al pánico, el 23 de agosto temían que la ciudad cayera en manos del ejército ruso y ambas huyen a Berlín, donde vivía la hermana menor de Martha con sus tres hijos.

    En septiembre del mismo año tuvo lugar la batalla que contuvo el avance ruso. El ambiente era muy tenso, lleno de historias de tragedias; las Arendt marcharon de Könisberg, como otros cientos de ciudadanos, sin saber si algún día regresarían.

    Ese mismo año -1914- Hannah entró al Liceo, una escuela femenina en el suburbio berlinés de Charlottenburg, sus notas fueron buenas a pesar de que su grupo era más avanzado que en el que había estado en Könisberg; sin embargo la invade la nostalgia de su casa.

    Cuando Martha Arendt pudo regresar a Könisberg diez semanas después de que habían huido, la provincia estaba en estado de calma. La calma y tranquilidad de Könisberg, contrastaban con la intraquilidad de Martha quien asustada veía que su hija sufría mucho -tenía los dientes chuecos-, en 1915 cae enferma, con fiebre y tos; dos días antes de ir de vacaciones a Berlín, vuelve a tener paperas y ahora se complica con sarampión y una infección en ambos oídos, que el doctor Boluminsky cura perforándole los tímpanos bajo anestesia; se recupera y en las vacaciones ya se encuentra alegre, la madre dice que debido a tantos mimos durante su enfermedad se volvió desobediente y brusca.

    Optando por pasar por alto cosas a ver si pasaba esta temporada, dice: » Aumenta su nerviosismo en la escuela y estoy seriamente preocupada. Posee una sensibilidad psicológica excepcional y casi toda persona con la que tiene que tratar le causa sufrimiento: Veo en ella repetida mi juventud y eso me entristece. En lo que respecta a lo demás, seguirá el sendero de lágrimas que yo he recorrido…..Si pudiera ser ella como su padre! [18]

    Las enfermedades de Hannah siguieron durante 1916, su vigor intelectual le permitieron ser una de las mejores alumnas de su escuela pese a sus frecuentes ausencias; en 1917 le da difteria, tiene que quedarse en cuarentena, mientras tanto, aprende latín de su libro de texto, y al regresar a la escuela hace el mejor examen de su generación. Aún con esto, Martha -su madre- hablaba de su carácter difícil, de ser opaca e incomprensible. Con esta nota termina de escribir el diario sobre su hija.

    Hannah se enfermaba antes de los viajes y vacaciones, excepto cuando viajaban ella y su madre a la playa cercana a la casa. Había conocido a mucha gente que después de ausentarse nunca regresó, gente que murió alejada del hogar, su padre falleció en el hospital; su tío materno en el frente de batalla poco tiempo después que hubiera pasado una semana con él en la playa.

    La madre nunca asoció las enfermedades con sus experiencias previas ¿qué cambios ocurrieron en ella al paso de tantas enfermedades? ¿experimentó la cercanía de la muerte? ¿qué relación puede haber entre la enfermedad, la muerte, la creatividad y la introspección? ¿tendrá algo que ver con su pensamiento en términos de que a la mortalidad debe unírsele la natalidad como categoría decisiva de la existencia humana?

    Tuvieron que transcurrir algunos años antes de que pudiera exhibir un temperamento más fuerte «como el de su padre», lo que siempre había esperado Martha, así, conforme iba creciendo se convirtió en compañera de su madre y aceptada como tal. Pero durante su adolescencia y primera juventud mostró una mezcla de madurez precoz e infantilismo. Solo afirmó su independencia respecto de su madre hasta después de su segundo matrimonio, con Heinrich Blücher.

    Mientras fue joven, Hannah continuó siendo una hija sumisa, leal a su madre y al gran amor que ésta sentía por su difunto marido. El efecto de la muerte de su padre, lo manifiesta en un escrito autobiográfico «Las Sombras» donde expuso su resentimiento por su juventud huérfana de padre, por su vacío, por el hueco que dejó y prefirió actualizarlo en la figura de Heidegger.

    A medida que fue haciendo amistades en la escuela, su infelicidad fue disminuyendo. Su madre escribió que Hannah tenía muchas citas con amigos y predilección por la lectura, el teatro, el guiñol y las comedias antiguas «su gran pasión». Pero sus sentimientos profundos de traición y de pérdida se instalan en la memoria y perduran hasta mucho después de que el tiempo haya curado lo que puede curar.

    Martha y Hannah vivieron durante los años de la primera guerra mundial en su casa de la Tiergartenstrasse. Si bien la fortuna de Jacob Cohn hizo que pudieran los hijos sobrevivir el hambre y el frío, no por eso dejaron de verse afectados por la escasez de alimentos. Martha Arendt, decide rentar una habitación de su casa para complementar ingresos y estar más acompañadas. La inquilina era una estudiante judía llamada Käthe Fischer, tenía unos 17 años; cinco años más que Hannah y era una muchacha despierta y desafiante, reñían acaloradamente con frecuencia y gozaban de sus reconciliaciones. Esta compañía ayudó a Hannah a salir de su ensimismamiento y a Martha a ocuparse menos de los problemas familiares y centrarse más en la vida política de Alemania.

    Su casa se convirtió en lugar de encuentro de socialdemócratas durante los dos últimos años de la guerra (1918-1919) al año siguiente de la revolución fracasada, Martha decide casarse y Käthe abandona la casa y se cambian a dos manzanas de distancia de donde vivían, a la casa de Martin Beerwald, donde esperaba hallar seguridad económica y compañía para su hija Hannah, entonces de 14 años.

    La esposa de Martín Beerwald había muerto de diabetes dejando al marido viudo de 47 años y dos hijas: Clara de 20 y Eva de 19. Beerwald era hijo de un prestamista ruso y había nacido y crecido en Könisberg, era hombre de negocios, tranquilo y reservado moderadamente rico. Martha conocía a los Beerwald desde hacía algunos años, se había mostrado amable con las niñas cuando su madre falleció.

    Hannah las conoció cuando las tres trabajaban en proyectos escolares dedicados a entretener a las tropas alemanas de guarnición de Könisberg, pero no se habían hecho amigas, aparte de tener 5 años menos, su temperamento era completamente diferente, lo cual también trajo a casa algunos problemas de convivencia, Hannah alegre, despierta, inteligente, testaruda y demasiado independiente, las hermanastras tranquilas, reservadas y domésticas.

    Clara, la mayor poseía dotes musicales pero carecía de atractivo físico y era sumamente infeliz, Martha la consolaba después de cada fracaso amoroso; hasta que se suicidó ingiriendo veneno a los 30 años. Al inicio de las relaciones Hannah y Clara se habían mantenido a distancia, pero cuando Hannah entró a la universidad, se hicieron amigas íntimas, Martha y Hannah la mantuvieron muchos años alejada del suicidio. Eva, menos intelectual que Clara nunca se casó ni tuvo hijos, se mudó a Londres.

    La casa tranquila de los Beerwald se vio invadida de visitantes y de pronto s encontró rodeada de socialdemócratas, amigos de Martha y de jóvenes compañeros de Hannah, quien era el centro de atención de un grupo de bien dotados hijos e hijas de familias judías profesionales. Muchos de sus amigos iban a estudiar a Alemania del Oeste y regresaban contando referencias acerca de sus profesores, por ejemplo, Ernst Grumach, asistió a las primeras clases impartidas por Martín Heidegger, cuando fue nombrado profesor de Marburgo (1922), Hannah ya había escuchado hablar de su gran intelecto, durante una estancia en Berlín.

    Los jóvenes quedaban impresionados por el vigor intelectual de Hannah, como Anne Mendelsohn recordaría: «lo había leído todo», este todo abarcaba, poesía -Goethe en particular-, filosofía, muchísimas novelas románticas, alemanas y francesas y las novelas modernas: Thomas Mann por ejemplo, consideradas inapropiadas para la juventud por las autoridades académicas.

    A pesar de su situación familiar más sólida y de su círculo de amigos, Hannah no dejó de sufrir los problemas de su temperamento, impresionaba a sus compañeros de escuela por el modo en que se ocupaba de encontrar su propio camino. Mientras ellos charlaban, ella paseaba de arriba abajo por el patio de la escuela, las manos cruzadas a su espalda, dejando caer sus trenzas, absorta en pensamientos solitarios. En su casa su terquedad no conocía tregua.

    Martha siempre respaldó a su hija en sus deseos, cuando había problemas siempre la apoyaba. Como cuando en el colegio tuvo un problema con un profesor famoso por su desconsideración con los alumnos, éste ofendió a Hannah de 15 años, y en respuesta, Hannah organizó un boicot estudiantil en la clase de este maestro y la expulsaron. La intercesión de la madre no tuvo frutos en esta ocasión.

    Ante el hecho consumado Hannah se fue a estudiar algunos semestres a la Universidad de Berlín, donde, además de latín y griego asistió a un seminario de teología cristiana impartida por Romano Guardini, uno de los miembros más prominentes e influyentes de la escuela de existencialistas cristianos que comenzaba a florecer en Alemania.

    Las autoridades de su antigua escuela cedieron ante la petición de Hannah de que le hicieran el examen final de habilitación –Abitur– como estudiante libre. La aceptaron, consiguió a un profesor, y su tía Frieda Arendt la apoyó y su marido le aportó su apoyo moral y económico para que hiciera sus estudios universitarios. En el año que se preparó, adelantó a sus compañeros de la escuela un año y fue la mejor calificación de la escuela. Anne Mendelsohn se había ido a Allestein y su novio , Ernst Grumach, se convirtió en el novio de Hannah.

    En las clases con Guardini tomó contacto con la obra del filósofo y teólogo Kierkegaard, tan impresionada quedó que decidió que estudiaría teología en la universidad. Leyó la Crítica de la Razón Pura y La Religión dentro de los límites de la mera Razón de Kant a los 16 años, y después se introdujo a la tendencia crítica naciente, de la cual los máximos exponentes eran Martin Heidegger y Karl Jaspers.

    Los años de estudio libre e independiente dejaron atrás los años difíciles y tristes de su niñez pero aún seguía insegura y tímida. Los poemas de sus 17 años nos hablan de su mundo interior:

    Flotan mis pies en gloria solemne.

    Y yo, estoy

    También danzando.

    Libre de carga,

    Que me arrastraba a la noche, al vacío.

    Cuartos llenos de tiempos pasados,

    Espacios recorridos

    Y soledades perdidas empiezan a danzar, a danzar.

     

    Y yo, estoy

    También danzando.

    Irónica impetuosidad

    No la he olvidado.

    Conozco el vacío conozco la carga.

    Pero danzo y danzo

    En irónica gloria.

    El periodo de la Universidad (1924-1929) es el período de mayor estabilidad de la República de Weimar, el brote inflacionista quedaba temporalmente controlado en el verano de 1924 por el Plan Dawes que a la larga resultó desastroso a pesar de haber controlado la inflación. Las exportaciones no cubrían las importaciones, la tasa de desempleo era alta y las grandes industrias se fusionaron y las pequeñas se fueron a bancarrota, su padrastro se vio afectado con la pérdida de su empleo. Las hermanastras trabajaron para sostener la casa y Hannah iba a la universidad.

    A mediados de la década de los veinte, la población universitaria era el doble de lo que había sido antes de la guerra, la composición del alumnado cambió considerablemente, ya no provenían de las clases altas, sino de clase media vulnerable y muchos de estos estudiantes tuvieron que compaginar estudio y trabajo; a finales de los 20 la situación mejoraría, pero alumnos como Hannah, dependían de la beca para seguir estudiando.

    En las universidades imperaba un conservadurismo impresionante que con tantos movimientos sociales se consideraban amenazados por las propuestas con relación al nombramiento de profesores socialistas, no tradicionales, democratización de las estructuras jerárquicas del profesorado, etc. etc.

    Para Hannah todas las cuestiones políticas que estaban sucediendo, carecían de importancia, más tarde se avergonzaría de ello por su ingenuidad y mundanidad. Pero en Marburgo, en el otoño de 1924 se encontró en medio de una apasionada revolución apolítica que la moldeó en su desarrollo personal e intelectual: El joven líder de 35 años de esta revolución que daría al traste con uno de los antiguos regímenes de la filosofía era muy conocido por los estudiantes sin haber tenido aún escrita ninguna obra importante. Los herejes filosóficos no se encontraban oficialmente censurados pero no les era fácil acceder a posiciones académicas, Karl Jaspers lo sufrió en carne propia a quien se le consideraba como un extraño cuando obtuvo su cátedra de filosofía en 1913. Jaspers llegó la filosofía vía la psiquiatría, Heidegger, por la forma convencional, pero ambos tuvieron que sortear fuerzas de la tradición.

    Imperaba en el ambiente dos escuelas filosóficas: por un lado el cientificismo, con todos sus ismos (materialismo, empirismo, psicologismo, positivismo) y, por otro los formalismos o neokantismos. En ambos arraigaba una nostalgia de los valores absolutos, se requería de recuperar la metafísica (Hegel). Surgió una tercera facción, a la que Hannah perteneció, recorrió el camino de los rebeldes que dudaban de la identidad tradicional de la filosofía.

    Como la mayoría de los estudiantes alemanes de la época Hannah se dispuso a realizar sus estudios en varias universidades, escogiendo asignaturas y profesores, hasta encontrar la combinación adecuada que le permitiera escribir su tesis. En Marburgo encontró la tendencia filosófica más moderna e interesante, es decir, la fenomenología de Husserl, y al profesor perfecto, Martin Heidegger. Mucho después de que Hannah fuera tan célebre como su profesor, ella refería su primer encuentro con la filosofía en Marburgo, como la época de «su primer amor». La filosofía fue, en efecto, su primer amor, pero la filosofía encarnada en la persona de Martín Heidegger.

    Heidegger fue nombrado profesor de Marburgo en 1922, época en la que se mudó a ese lugar en compañía de su esposa, Elfriede con quien se casó en 1917, y con sus dos hijos pequeños, Görg y Herman.

    Hannah llega a Marburgo en 1924; a finales de 1923 y principios de 1924, Heidegger había realizado importantes avances en la redacción de lo que sería más tarde su obra El Ser y el Tiempo; la obra comenzó a tener forma en los seminarios y clases a los que asistía Hannah Arendt.

    Elizabeth Young-Bruehl nos dice que cuando se conocieron, para Hannah Arendt, Martin Heidegger era una figura de novela, genialmente dotado, poético, distante tanto de los pensadores profesionales como de los estudiantes aduladores, austeramente apuesto, sencillamente vestido con ropa de campesino; y un esquiador entusiasta, que gozaba dando clases de esquí. Hannah Arendt, ante esta figura, que reunía en sí la vitalidad y el pensamiento, quedó mucho más cautivada de lo que su relato retrospectivo revela [19]

    La reserva de Heidegger respecto de su relación con Hannah era extrema, de los años 1923 a 1928,cuando estaba escribiendo El Ser y el Tiempo [20] y Kant y el problema de la metafísica, dijo públicamente tan sólo que ésta había sido su «época más estimulante, serena y memorable«, veamos lo sereno de la época con extractos de algunas de las primeras de las cartas que se encuentran reunidas en su Correspondencia [21] :

    Febrero 10 de 1925.

    Querida señorita Arendt:

     Aún debo ir a verla esta noche y hablarle al corazón.

    Todo debe ser llano y claro y puro entre nosotros. Solo entonces seremos dignos de encontrarnos. El hecho de que usted llegara a ser alumna mía y yo su maestro, es sólo el origen de lo que nos ocurrió….

    El camino que seguirá su joven vida está oculto, Inclinémonos ante él. Y mi fidelidad a usted sólo deberá ayudarle a mantenerse fiel a sí misma…

    El hecho de que haya usted perdido la significa que ha encontrado lo más íntimo de su pura esencia juvenil…

    Y sólo si se alegra, será usted la mujer que puede dar alegría y alrededor de la cual todo es alegría, recogimiento, descanso, adoración y gratitud a la vida….. [22]

    O en la del 21 de febrero del mismo año:

    Querida Hannah:

    ¿Por qué es el amor tan rico superando todas las dimensiones de las otra posibilidades humanas, y por qué supone una carga dulce para aquellos a quienes afecta? Porque nos convertimos en aquello que amamos y, no obstante, seguimos siendo nosotros mismos. Querríamos dar entonces gracias al amado y no encontrarnos nada que satisfaga este deseo…

    Si me hubieras encontrado a tus trece años, si esto sólo hubiera sucedido al cabo de un decenio -son vanas las conjeturas. No, ocurrió ahora que tu vida dispone quedamente a ser la de una mujer que debes trasladar de manera imperdible tu intuición, tu nostalgia, tu florecer, tu risa -tu época juvenil- a tu vida en cuanto fuente de bondad, de fe, de belleza de femenino siempre-sólo-regalar…..

    ¿y qué puedo yo en este momento?

    Tener cura de que nada en ti se rompa; que se purifique lo que de pesado y doloroso haya en tu pasado; que lo ajeno y aportado desde fuera se aleje…. [23]

    O la nostalgia de los encuentros:

    Vivo en un arrebato de trabajo y en la alegría por tu pronta llegada…

    Espero el semestre con gran ilusión, ¿dónde te alojarás? ¿cuándo vienes? [24]

    Arendt trató de poner su primer amor en palabras, decía que «todas las penas pueden ser soportadas si las conviertes en una narración o narras una historia de las mismas» -escribió la biografía de Rahel Varnhagen [25] -, al mismo tiempo que escribía su tesis doctoral. Pero el exorcismo no tuvo éxito, en su relato autobiográfico «Las sombras» de abril de 1925 vemos su desesperación, su drama; extraemos la parte final de éste:

    Es posible que su juventud se sustraiga al encantamiento y que su alma conozca bajo otro cielo las posibilidades inherentes al hecho de sincerarse y de resolver y supere así la enfermedad y la desorientación, aprenda la paciencia y la sencillez y la libertad del crecimiento orgánico -más probable es, sin embargo, que siga viviendo penosamente entre experimentos inconsistentes y una curiosidad sin fondo ni derecho hasta que por último la sorprenda el final larga y fervientemente esperado y ponga un objetivo arbitrario al engranaje inútil. [26]

    Esta prosa escrita para Heidegger obtiene esta respuesta:

    ….Desde que he leído tu diario, ya no puedo decir . Tú lo intuyes, tú -y acompañas. Sólo hay donde brilla el sol.. Y ese es el fondo de tu alma. Desde el centro mismo de tu existencia te has convertido en alguien próximo a mí y en una fuerza que actúa para siempre en mi vida. El desgarro y la desesperación jamás podrán generar algo parecido a tu amor servicial en mi trabajo….. [27]

    Young-Bruehl nos menciona que aunque el manuscrito no lo exprese tácitamente, es probable que haya estado pensando en la muerte de su padre y en los años de infelicidad que siguieron a esta pérdida y que se estuviera preguntando -como en aquel entonces- cuán oculto había estado su dolor…, fue en este momento en que «reinos de realidad se habían abierto en sus sueños, gozosos se hallaban repletos de una constante alegría de vivir».

    ¿El temor a la realidad la abrumó? ese temor vacío, sin sentido, sin razón ante cuya mirada ciega todo se convierte en nada, lo que significa locura, desastre, aniquilación. Este temor lo llamó al estilo de Heidegger: «ansiedad ante el fenómeno de la existencia en general«; en este momento resignificó el infantil amor de su vida, se había permitido tener anhelo y deseo, pero ¿a qué es a lo que realmente le tuvo miedo?, ¿a la desintegración, a la angustia impensable?, ¿la desbordaba la locura?, ¿pudo hacer de sus fantasías su pensamiento filosófico?

    Freud dice que solamente en la actividad creadora sucede que alguien que es devorado por sus deseos procede a crear algo semejante a la satisfacción de esos deseos, y que ese jugar provoque unos afectos como si fuera algo real y objetivo [28] ¿su creación es su manera de vivir con y para Heidegger? Hannah ¿ha logrado velar la Cosa? Lacan [29] nos dice que por s naturaleza, la Cosa está representada, por otra cosa. Así, lo que es buscado es encontrado, pero buscado en las vías del significante, que además, está más allá del principio del placer. La sublimación encuentra su lugar en la inhibición de su función primaria, el yo entra en acción protegiendo de la angustia; la dirección es siempre hacia la Cosa, el Otro primordial, resulta en la sublimación como interior excluido. Lo más importante de la sublimación, que eleva un objeto a la dignidad de la Cosa.

    En este momento comenzó a sopesar su realidad futura, a ver si podía sacudirse de este «hechizo», se dio cuenta que su amor hacia el hombre extraordinario y mágico sólo podía ser en «Las sombras», la luz traía el temor del vacío, la hacía sabedora de su finitud; la única manera de prolongar este amor, esta sensación, esta pasión, era en la obscuridad.

    Cuando Hannah, a punto de cumplir los 18 años conoció a Heidegger, sintió por él lo que llamó una «indeclinable devoción de un solo ser». Heidegger, de 35 años, le prodigó su propia devoción a través de cartas y poemas, pero no permitió que el curso de su vida cambiara. Hannah se dio cuenta de esto en el verano del 25; ella se sentía atrapada en el dilema de un amor ilícito e imposible, un amor así nunca podría haberse reducido a «las manos del cura», pero estaba decidida a mantener el goce que le había traído. Sufrió toda su vida, es cierto, sus cartas nos lo dicen, a causa de este amor, pero es este mismo amor el que la rescata y la hace vivir.

    Hannah tiene un pensamiento introspectivo, reflexivo a esta temprana edad, pero lo rechaza, se protege; decía que la introspección puede colmar una vida cuando el mundo la acción o el amor han sido rechazados porque amenazan con revelar la vergüenza de la identidad de uno; puede salvar de la desesperación a alguien que todavía no ha aprendido a convertir el anhelo de la felicidad personal en pasión por la verdad. «Consuma dos hazañas: aniquila la situación existente disolviéndola en estado de ánimo y al mismo tiempo presta a todo aquello que es subjetivo una aura de objetividad, de publicidad, de extremo interés.

    En la introspección se hacen borrosas las fronteras entre los íntimo y lo público; las intimidades salen a la luz del día y los asuntos públicos pueden ser sólo experimentados y expresados en el reino de los íntimo, en última instancia, en el murmullo« [30] .

    Esta crítica puede ser aplicada a su propio relato autobiográfico «Las sombras», ella cual fue parte fundamental de su forma de entender a las personas. Pero su biógrafa nos dice que la crítica a la introspección es una crítica política, que lo que a ella le preocupaba era mantener la distinción entre los asuntos públicos y los privados y mostrar cómo la introspección puede impedir la comprensión de lo político ¿a quién habría que proteger?

    Los amigos de Hannah, como Anne Mendelssohn, conocían el amor que tenía por Heiddeger, la entendían y también trataron de justificar a Heidegger de entender su decisión de no separarse de su mujer y su familia.

    Cuando Hannah escribía sobre Rahel Varnhagen, decía de ella que era «mi amiga más íntima, aunque hacía unos cien años que había muerto« [31] : a través de la historia de Rahel, Hannah descubrió una sensibilidad y una vulnerabilidad similares a la suya. El conde von Finckenstein -el amor de Rahel- abandonó su salón a cambo de la seguridad de su familia. A través de la experiencia de un amor imposible, sufrida en carne propia, Hannah llegó a la conclusión de que el sufrimiento es el sentido de todas las cosas y su recompensa ¿como pago a una deuda, a una culpa, a qué?

    En el otoño de 1925 se va a Marburgo para estudiar con el profesor de Heidegger: Edmund Husserl. Durante este año, Hannah había estado aislada a causa de su amor por Heidegger.

    Con todo continuó con sus amistades de Könisberg, y conoció a Hans Jonas, -amigo hasta el final de su vida-, quien también asistía a los seminarios de Heidegger. Jonas fue compañero de Günther Stern en las clases de Husserl en Friburgo, éste sería el primer esposo de Hannah, a quien conoció en la primavera de 1925; ella vivía sola en un cuarto cercano a la universidad, procuraba no dar pauta a habladurías ni propiciar los celos de Elfride, la esposa de Heidegger.

    Hannah ya no regresó a Marburgo, Heidegger la envió a Heidelberg, para que su amigo, Karl Jaspers , catedrático de filosofía, le dirigiera su tesis doctoral.

    En 1927 Hannah tiene un breve romance con Lowenson – escritor y ensayista del expresionismo-, seguido de una amistad que duró hasta la muerte de él, en 1963, luego tuvo otro romance con Benno von Wiese, aristócrata universitario, hijo de un filósofo social, la pareja se disolvió antes de dos años y Hannah renovó su relación con Günter Stern. Estos dos amores compartían su amor a la literatura, a la cultura alemana, sin embargo, para Hannah el representante de la cultura alemana seguía siendo Heidegger.

    Con un mucho de atrevimiento, puedo suponer que el tema de sus tesis doctoral «El concepto de amor según San Agustín» si bien se encuentra influenciada por los seminarios de Heidegger sobre la filosofía agustiniana, me parece que en lo personal-amoroso también habría elementos de elección de tema, a saber, Heidegger, el 13 de mayo de 1925, envía a Hannah una apasionada carta de amor, le dice….te doy las gracias por tus cartas -por haberme acogido en tu amor- queridísima….sólo todo aquí significa: estar en el amor= estar empujado a la existencia más propia. Amo significa volo, ut sis, dice San Agustín en un momento: te amo -quiero que seas lo que eres. [32] Esta cita acompañó a Hannah durante toda su vida.

    Cuando Hannah terminó su tesis en 1929, se fue a Berlín; dejaba todo, amigos, trabajo, cuando Heiddeger la llamaba para estar juntos, para acudir a sus citas de amor. Todo transcurrió así hasta principios de la década de los treinta, cuando los acontecimientos sociales y políticos se interpusieron definitivamente entre ellos. Cuando Heidegger se identificó con los valores nacional-socialistas de ese momento, Hannah podía entender las lealtades que movían a Heidegger, pero rompió su relación cuando él se afilió al partido nazi.

    Arendt discutió esto con Glenn Gray en 1967, diciendo que para él, «el nacionalsocialismo era el encuentro entre la tecnología global y el hombre moderno, durante diecisiete años no mantuvo comunicación con él, sin embargo, cuando se reencontraron, a raíz de un viaje profesional, después de la guerra, ella le perdonó «Como siempre, me hizo percibir indirectamente el idioma alemán, excepcionalmente hermoso. Poesía, en realidad. Man tut was man kann, cada cual hace lo que puede» [33]

    Hannah comenzaba a percatarse de la realidad de la amenaza del nacional-socialismo, no así Jaspers, pero fue Burt Blumenfeld -amigo de su abuelo-, el mentor político de Hannah, quien tuvo una gran influencia en «la cuestión judía», principalmente sobre el sionismo, el cual para Blumenfeld, era la única respuesta.

    Hannah aceptó sin dificultad sus líneas principales respecto a las dimensiones psicológicas y sociológicas de la reacción judía frente al antisemitismo, y algo que le impresionó fueron los modos y tipos de prejuicios que los judíos alemanes podrían repetirse en el seno de las filas judías de no ser superadas las actitudes asimilatorias.

    Antes de 1933 Hannah cuestionó cómo la cuestión judía podía, ya no ser contestada, pero sí soportada, sin necesidad de emigrar, a través de considerar el concepto agustiniano de «amor al prójimo» como su principal preocupación por la vita socialis, amor que, podríamos denotar con el concepto freudiano de meta inhibida, tipo de amor ante el cual las fraternidades se forman y alcanzan importancia cultural, pues escapa al carácter exclusivo del amor genital. Pero el amor se contrapone a los intereses de la cultura, y la cultura amenaza al amor con importantes limitaciones, diría Freud, y escuchemos su advertencia: «justamente porque el prójimo no es digno de amor, sino tu enemigo, debes amarlo como a ti mismo«. [34] ¿era esto lo que Hannah buscaba? ¿por eso amaba tanto? ¿quién podría ser su enemigo?

    El matrimonio Stern se consolidó en 1929 por cuestiones prácticas y de convencionalismo, las costumbres intelectuales de Berlín no estaban orientadas en la dirección del matrimonio, pero tenían muchas cosas en común, trabajaron juntos, escribieron muchos artículos y solventaron los obstáculos en la carrera académica de él.

    Mientras que la obra de Heidegger se decanta hacia una experiencia futura de la muerte, la de Arendt descansa sobre el esquema del tiempo de Heidegger, equilibra ese futuro con la obsesión del nacimiento, a mi parecer esta lectura es la que la salva en 1933.

    Entre 1931 y 1932 el pensamiento de Hannah fue adquiriendo tientes cada vez más políticos e históricos. Pasaba mucho tiempo con Blumenfeld y sus amigos sionistas, compartió inicialmente las ideas de Herder, y culminó con las de Hegel. Luego a Marx y a alejarse de la postura académica de la época. Fue una importante crítica al movimiento feminista y lo apoyaba desde el ámbito político, esperando que la mujer tomar acción el ámbito político.

    Durante este año de 1932, seguía compartiendo intereses intelectuales con su marido pero la crítica sionista de la asimilación estaba produciendo grandes cambios en las actitudes de Hannah que repercutieron en su matrimonio. Hannah se volvió inquieta, ya comenzaba a pensar en la posibilidad de emigrar. Pocos compartían su visión, y a medida que su adhesión al sionismo se hacía mayor, se volvía más intolerante con aquellos intelectuales que no veían cómo se obscurecía la situación política. En todo esto, ella no dejaba de leer -ni de ver- a Heidegger.

    La mayor parte de las amistades de Günter eran miembros o simpatizantes comunistas y si bien las diferencias intelectuales no eran tan profundas, los círculos de amistades eran muy diferentes y se fueron separando. En aquella época no existía mucho respecto mutuo entre los comunistas y los sionistas, a pesar de que el comunismo y el sionismo fueron con frecuencia asociados. Los sionistas consideraron frecuentemente a los comunistas como «asimilacionistas rojos», mientras que los comunistas, veían en el sionismo una especie de fascismo.

    Debido a la situación política y del matrimonio, Hannah comunica a su madre de su decisión de no tener hijos ¿qué significa esta decisión?, ¿a qué renuncia? ¿es muerte? ¿es vida?; la posibilidad de emigrar parecía cada vez más inminente.

    Günter Stern huye a París el 27 de febrero de 1932, después del incendio de Reichstag adjudicado a los comunistas, el pretexto para las detenciones estaba puesto en charola, Hannah decidió quedarse para no ser una simple espectadora, así, se involucró más con los sionistas, cuyas actividades se volvieron más apremiantes a raíz de las medidas antijudías de la primavera de 1933; es en este año donde quiero detenerme:

    Hannah prestó su apartamento como refugio de los perseguidos por los nazis, los cuales eran comunistas, esta actividad le representaba la satisfacción de su necesidad de actuar, de resistir. Durante el mes de enero que Hitler asumió la presidencia, Hannah ya veía la necesidad de migrar. El primer ataque de Hitler fue contra la burguesía ¿todos los comunistas burgueses son judíos para Hitler? En junio desaparece el partido nacionalista, considerado como enemigo del estado, en julio se firma el pacto de las 4 potencias para garantizar la paz en Europa, y Hannah no se la cree.

    Blumenfel recurrió a Hannah para que reuniera documentación de la Biblioteca Estatal Prusiana, material que serviría la causa sionista, la arrestan junto con su madre, en un golpe de suerte se escapa. Hannah y su madre huyen de Alemania sin documentos de viaje, fueron llevadas en dirección a Praga, que se había convertido en la capital de los exiliados de la Alemania nazi, de ahí fueron a Ginebra donde estuvieron varios meses, pero ella quería irse a París a unirse con los exiliados sionistas.

    Martín Heidegger se hizo cargo del rectorado de la Universidad de Friburgo en la primavera de 1933, en sustitución de un rector socialdemócrata que se había negado a poner en marcha la notificación de prohibir el dar clases a los judíos. Es aquí cuando transforma su problema personal en un problema político. Esto la seguirá toda su vida.

    Heidegger es elegido por democracia con 53 votos de 56, por esto no podemos decir que fuera nacionalsocialista, Hannah lo sabía, pero no toleraba su postura. En 1936, Heidegger comienza a dictar su Nietzche, seminario en el cual habla muy fuerte contra el régimen nacional-socialista, un espía de la gestapo estuvo ahí. Pagó su cuota al partido hasta 1945, pues si no, lo mataban. Recordemos que la consigna nazi era una consigna judía: sangre y suelo. La idea de Heidegger era asumir el puesto con el fin de continuar con la tradición griega de dirigir al Fürher, no al partido, quería ser el Den Fürhrer führen [35] .  En 1934 Hitler diría que prefiere no tener intelectuales «es mejor tener un pueblo sin cerebros, que cerebros sin el pueblo«.

    En los meses previos a su fuga de Alemania la conciencia de Hannah con respecto lo que tendría que estar haciendo había oscilado radicalmente, había llegado a la conclusión de que la deformación profesional de los intelectuales y su sociedad, los había hecho colaborar con los nazis, ser adaptados.

    ¿Cómo tuvo la claridad para huir de Alemania en 1933, en tanto que Freud lo hizo en el 38?, al final de la obra de El Ser y el Tiempo y siendo gran y buena lectora de Heidegger, Hannah pudo leer en la cuestión de la historicidad, de la temporalidad, y de la finitud; y ante la experiencia y la comprensión de la lectura ella puede escapar. De este dejo de amor permite la pasión por la vida, apoyándose en la imposibilidad de su relación y proyectando su pasión por Heidegger en su obra y trabajo político. ¿Su lectura le proporciona la conciencia de la cercanía con la muerte? ¿muerte sentida con antelación? Se permite dar cuenta de cómo ciertas cosas están encaminadas a un lugar, deduce que para Heidegger tenía que haber sido de esa manera, solo había que saber leerlo. Reproduzco algunas líneas:

    El «destino individual»,tomado como una superpotencia del silencioso; presto a la angustia que se prepara para las adversidades pide como condición ontológica la temporalidad. Sólo cuando en el ser de un ente moran juntas la muerte, la deuda, la conciencia moral, la libertad y la finitud, puede ese ente existir en el modo del «destino individual», es decir, ser histórico en la raíz de su existencia [36] .

    ¿Habría identificación con el texto? ¿quién se ha identificado?, Freud, en Introducción al Narcisismo, nos dice que la idealización hace intervenir la identificación del sujeto con su objeto, y que la indefensión es el motivo de cualquier motivo identificatorio, la construcción del objeto es un defenderse frente a la indefensión, sería el pago para salir del dolor de la falta.

    Este proceso lo realiza el yo, en su apartado tres -continúa Freud-, dice que el yo se quiere a sí mismo y se fundamenta en las pulsiones de autoconservación. Para poderse dar la descarga tiene que haber un objeto, realiza su búsqueda, ésta no es volitiva, depende de un trabajo de relación. Hannah habría podido leer la muerte, esa muerte cercana que le fue dada en otro tiempo, una huella resignificada en la propia muerte del padre y actualizada en la figura de Heidegger, que ella misma descubre entre líneas y que la lleva a representarla en una huída. Esa muerte que de cualquier manera es la única posibilidad de que haya vida y esto, ¿esto sucedió en Hannah? ¿por esto Hannah se salvó?

    Su yo, diría Freud en El Proyecto, ha investido huellas a través de objetos que han dejado esa huella, toda elección de objeto se encuentra indiscutiblemente en el lugar de la falta. Es necesaria la descarga, y el movimiento la permite, la escritura, la lectura, todo esto se convierte en erótico en tanto que el objeto se conforma a partir de la vivencia de satisfacción obtenida, veríamos la fórmula: necesidad satisfecha-deseo incumplido.

    En todo esto, Hannah debió olvidarse de sí misma, para poder dar lugar a Heidegger y su ocurrencia, su misiva; se tomó como destinataria.

    Para ella vivir, quería decir amar a Heidegger. Piera Aulagnier definió la pasión a partir de la función del falo como una restitución de poder a partir del resentimiento vuelto a poner en un cuerpo, o en una entidad, pero, además, preservado por una ley transgredida, pero que sitúa las distancias, en vecindad [37] . Esta trasgresión, esta pasión es desde donde quisiera situarla en el ámbito analítico a partir de la escritura, de lo que Hannah leyó, y esto le salvó la vida, le permitió seguir amándolo hasta el final de su vida, llegando al ridículo de dejarnos el poder decir que murió del corazón -portador simbólico corporal del amor-, de la lucha, de la pasión, del que mejor maneja el rodeo hacia la muerte. Amor y muerte, indisolublemente ligados.

    Quiero detenerme y citar a Hannah cuando escribía sobre Rahel: todo lo que la novela nos dice del héroe tiene un carácter tan general que sólo puede reflejar un estado de ánimo, no narrar los hechos reales. Cada situación es arrancada de su contexto, pasada por el tamiz de la reflexión y adornarla hasta convertirla en un suceso especialmente interesante.

    Es así como yo he hecho de esta historia, una historia de vida, de muerte… y de pasión.  

    BIBLIOGRAFÍA

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    • Heidegger, M. (1927/1997). El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica. México.
    • Correspondencia 1925-1975(1998/2000). Versión castellana de Adan Kovacsis. Ed Herder, Barcelona.

    [1] Elzbieta, E. (1995/1996). Hannah Arendt y Martin Heidegger. Ed. Tusquets.

    [2] Hannah Arendt (1998/2000). Correspondencia 1925-1975. Versión castellana de Adan Kovacsis.Ed Herder, Barcelona

    [3] Young-Bruehl, E. (1982/1993). Hannah Arendt. For Love of the World. Yale University Press, New Haven y London(Traducción al español de Manuel Lloris Valdés: Hannah Arendt. Biografía. Edicions Alfons El Magnánim. Generalitat Valenciana. Diputació Provincial de Valencia.

    [4] Birulés, F. (2000). Hannh Arendt. El orgullo de pensar. Ed. Gedisa, Barcelona

    [5] Kristeva, J. (1999/2000). El Genio Femenino. La vida, la locura, las palabras. 1. Hannah Arendt.Ed. Paidós, Argentina

    [6] Leclaire, S. (1998/2000). Escritos para el psicoanálisis I. Moradas de otra parte. Amorrortu editores. Buenos Aires.

    [7] En Birulés (op. cit.)

    [8] Pág. 22

    [9] En Birulés, op. cit. p.p. 22 y 23

    [10] Mc Carthy, M. Entre amigas

    [11] Heidegger, M. (1927/1997). El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica. México. Pág. 406

    [12] Op. Cit.

    [13] b. pág. 18

    [14] Young-Bruehl, pág. 36

    [15] pág. 43

    [16] Young-Bruhel, pág. 51

    [17] Young-Bruhel, pág, 52

    [18] Young-Bruehl, pág. 54

    [19] op. cit. pág. 84

    [20] Heidegger, M. (19). Ser y Tiempo. Fondo de Cultura Económica. México

    [21] Correspondencia 1925-1975 (1998/2000). Versión castellana de Adan Kovacsis. Ed Herder, Barcelona.

    [22] pág. 13

    [23] op. cit. Pp. 14-15

    [24] op.cit. pág. 21

    [25] Arendt, H.

    [26] op. cit. pág. 26

    [27] op. cit. pág. 27

    [28] Freud (1913). Tótem y tabú. Pág. 95

    [29] Lacan, J (1964/1988). La ética del psicoanálisis. El seminario 7. Piadós. Argentina

    [30] Rahel…pág. 43

    [31] Arendt a Blücher el 7 de Julio de 1936

    [32] pág. 31

    [33]  Arendt a Blumenfeld, 1 de abril de 1951, Marbach citado en Young-Bruhel, pág. 107

    [34]  Freud, S. (1929/1979). El malestar en la cultura. Amorrortu, ed. Buenos Aires.

    [35] El que conduce al dirigente

    [36] pág. 415

    [37] pág. 111

  • Psicoanálisis y Filosofía, vecinos distantes

    Psicoanálisis y Filosofía, vecinos distantes

     Alberto Constante

    (….) alcanzar… mi objetivo primero, la filosofía. Porque ésta constituyó mi primera finalidad, cuando aún no sabía para qué estaba en el mundo.

    Sigmund Freud

    En algún lugar ha escrito el excepcional Maurice Blanchot[1] que cuando pensamos en Freud pareciera que hemos tenido con él una suerte de reencarnación tardía, la última quizá, del viejo Sócrates. Su cercanía al  pensador griego está fundado en esa admiración sin trabas a esa enorme fe en la razón. Y también, si recordamos a Sócrates en el ágora: esa demostración absoluta en el poder liberador de la palabra. Como lo ha señalado Blanchot, no sería inequívoco asombrarnos de cuánta virtud ha concedido Freud a la relación más desnuda y primaria que puede haber: “un hombre que habla y un hombre que escucha”. Y en ese acto tan elemental, resulta que no sólo se curan las almas, sino también los cuerpos. Aquello es admirable, aquello entonces rebasa la razón. Para evitar cualquier burda y mágica interpretación de ese fenómeno maravilloso, Freud tuvo que hacer un pertinaz esfuerzo de aclaración, en tanto que tanto su método tenía un origen no científico para un neurólogo habituado a la ciencia, sobre todo porque había empezado muy cerca del magnetismo, la hipnosis y la sugestión. Charcot nos lo recuerda siempre.

    La pregunta es ¿no es por cierto que esas mínimas relaciones que se crean en el análisis reducidas a una mera relación de lenguaje, entre el analista y el analizante, no serían siempre como una convocatoria a un ritual mágico? Siempre habrá algo de esa rancia y misteriosa analogía renacentista entre los actos y los resultados de esos mismos actos. Todo esto es tan arcaicamente mineral, ctónico, que nos hace pensar que de pronto se pudieran despertar esos viejos símbolos, en toda su fuerza y estrategia, para volver a operar en un mundo que no es el suyo. Y, desde luego, la magia no siempre pretende ceremonias y rituales. Ya está ahí, presente, en el envés y en el revés, donde un hombre está al lado de otro.

                Dice Blanchot que cuando Freud descubrió el fenómeno de la “transferencia” dentro del mecanismo de formación de los sueños, pudo advertir con enorme asombro cómo es que la transferencia analítica en virtud del mismo mecanismo, ejercía un desplazamiento de cargas hacia el analista, o más bien a la representación a la cual el analista estaba dando soporte existencial, vital. Con ello, el analista pasaba a formar parte del encadenamiento de representaciones psíquicas del paciente. Inevitablemente se constituiría en otro privilegiado para el analizante a quien dirigirle la pregunta acerca de su padecimiento. Fue ahí, justo donde Freud tuvo que volver a encontrar el equivalente de las relaciones de fascinación que él mismo encontró y que eran propias de la hipnosis. Freud pudo, a qué dudarlo, buscar en ese extraordinario suceso la prueba de que la “transferencia” acontecía, se daba entre las dos personas reunidas y ahí mismo, por ese acto, lo que se  ponía en juego era una suerte de fuerzas oscuras, telúricas, subterráneas, todas ellas del lado de lo no meramente racional. Es decir, se podrían racionalizar, como en el sueño, pero el suceso mismo no era algo dable a la razón sino más bien casi aplicable a esas relaciones de influencia que siempre se les atribuyó a la magia de las pasiones. El suceso es extraordinario en sí mismo, y por ello Freud tiene el presentimiento de que el médico, el analista para ser más preciso, ejerce un papel que tiene que descifrar.

    Freud, lo sabemos era un científico, y creía que la ciencia debería de reinar por sobre todo. Por ello mismo añade Blanchot, “Nulo quizás, y por eso, muy positivo, el papel del médico, de una presencia-ausencia en la que llega a recuperar forma y expresión, verdad y actualidad, algún drama antiguo, algún acontecimiento real o imaginario, profundamente olvidado.”[2] Ese papel es mismo al que Lacan le asigna el nombre del “muerto” para poder llevar a cabo el proceso de análisis:

    No se podría razonar a partir de lo que el analizado hace soportar de sus fantasías a la persona del analista, como a partir de lo que un jugador ideal suputa de las intenciones de su adversario. Sin duda hay también estrategia, pero que nadie se engañe con la metáfora del espejo en virtud de que conviene a la superficie lisa que presenta al paciente el analista. Rostro cerrado y labios cosidos, no tienen aquí la misma finalidad que en el bridge. Mas bien con esto el analista se adjudica la ayuda de lo que en ese juego se llama el muerto, pero es para hacer surgir al cuarto que va a ser aquí la pareja del analizado, y cuyo juego el analista va a esforzarse, por medio de sus bazas, en hacerle adivinar la mano: tal es el vínculo, digamos de abnegación, que impone al analista la prenda de la partida en el análisis.

    Se podría proseguir la metáfora deduciendo de esto su juego según que se coloque «a la derecha» o «a la izquierda» del paciente, es decir en postura de jugar antes o después del cuarto, es decir de jugar antes o después de éste con el muerto.[3]

    El juego al que está sometido el analista consiste “no en estar ahí en sí, sino en lugar de otro, él es otro y lo otro antes de llegar a ser el otro”[4]. Esto tiene que ver, como sabemos, con la construcción de las llamadas resistencias, sin duda, Freud lo supo cuando se dio cuenta de que la transferencia era una forma específica, particular de la misma resistencia. No era magia, ni ciencia, sino la forma insólita en las que se dan las relaciones entre alguien que está yaciente y alguien que está sentado, quizá a un lado, quizá a la derecha o a la izquierda pero sabiendo que se está siendo “escuchado”, “visto”, “juzgado”, todo por un “muerto”.

    “En todo caso, nos hace ver Blanchot, si lo supo, lo desechó rápidamente, lo que puede lamentarse, pero también puede pensarse que fue una suerte, ya que Freud, en vez de utilizar un vocabulario filosófico establecido y de nociones precisas y ya elaboradas, fue llevado a un extraordinario esfuerzo de descubrimiento e invención de lenguaje que permitió exponer, de un modo evocador y persuasivo, el movimiento de la experiencia humana, sus nudos, sus momentos en que, a un estadio cada vez más elevado, un conflicto –el mismo conflicto-, insoluble y sin embargo que debe resolverse, lleva más lejos al individuo que se educa, se altera y se deshace en él”.[5] Lo más sorprendente aún fue que, como dice Ricoeur, Freud con el psicoanálisis llevó a cabo una “interpretación de la cultura”. Interpretación que produjo hasta nuestros días una revolución copernicana, un vuelco decisivo no sólo en la interpretación tradicional del hombre, sino en otros ámbitos del pensamiento por lo que, como dice Juliana González, “es imposible que la teoría filosófica pueda soslayarla, ya que compromete no sólo los mores del hombre contemporáneo sino las condiciones de posibilidad de la moral en general –como las hubiera llamado Kant”.[6] Pero no sólo.

    Es cierto, a estas alturas del pensamiento, parece un despropósito de la filosofía el no haber acertado a tender puentes de comunicación entre el psicoanálisis y su quehacer mismo, fundamentalmente en áreas como la ontología, la antropología filosófica, el análisis del lenguaje, la moral práctica o las teorías de la filosofía moral e incluso en el terreno de la ética[7] y de la estética. Es cierto que el psicoanálisis, en la actualidad, no queda reducido simplemente a Freud, pero por lo mismo, no es posible pasar por alto la enorme influencia del pensamiento del médico vienés y de todos aquellos que le han seguido, particularmente Jacques Lacan. La filosofía, de modo rijoso ha tocado al psicoanálisis, si es que así le podemos llamar. Si pensamos por un momento en aquello que Deleuze dijo del quehacer propio de la filosofía, es decir, de la creación de conceptos, justo eso es lo que está construyendo el psicoanálisis en todo momento, independientemente de las escuelas y de las direcciones que siguen. Nadie podría decir que Donald Winnicott no hizo aportes extraordinarios a partir de los descubrimientos de Freud, sobre todo en el área del desarrollo temprano. O la de Melanie Kleine con su aporte sobre la posición esquizo-paranoide y la posición depresiva en la formación del infante. En todos los casos el lenguaje ha sido una de las formas en las que se acierta a tender puentes de relación entre el psicoanálisis y la filosofía. Es cierto, estoy persuadido de que existen interdependencias y conexiones que podrían ayudar al conocimiento del hombre, pero también estoy convencido que en el conocimiento de este ámbito del pensamiento siempre existen tentaciones al reductivismo, a confundir los planos, a tergiversar los alcances y a esquivar las responsabilidades y los fines. Este es un peligro, pero quizá fuera un beneficioso peligro.

    La filosofía, desde sus inicios siempre ha tenido que bregar con estos riesgos. ¿Dónde empieza un conocimiento y empieza el otro? ¿Cuáles son las áreas específicas en las que le está vedado al filósofo penetrar o al psicoanalista comparecer? Tenemos una construcción de conceptos o la resignificación de los mismos para decir “casi” las mismas cosas pero enfocadas de manera diferente. Tal es el caso, por ejemplo, de la interpretación, de la reinterpretación, de la sobreinterpretación, de la hermenéutica, de la subjetividad, del objeto y del sujeto, y un largo, larguísimo etcétera. Pareciera que los ámbitos no son muy claros. Los espacios de intersección a veces pareciera que se unen u otras veces se separan de tal manera que podemos definir ese campo de acción de cada uno de los dos saberes. Lo que resulta de todo esto es que ni la filosofía invalida al psicoanálisis como el psicoanálisis tampoco puede descalificar a la filosofía. Es cierto, cuando el tema es el hombre, el sujeto, la subjetividad, la interioridad, entre otros conceptos, es evidente de que estamos en un terreno común pero que no es lo mismo. Podemos dialogar, podemos recibir auxilio y conocimiento de cada uno de estos saberes.

    Por ejemplo, en el caso de la ética, como apunta Juliana González,

    […] toda la problemática teórica de la Ética resulta, por así decirlo, movida de su lugar, desplazada, desenfocada, cuestionada y en suspenso ante los nuevos problemas planteados por ese mundo ‘oculto’ de los impulsos y deseos inconscientes avizorado por la ‘psicología profunda’ que inaugura Freud. En esta medida, toda reflexión ética necesita, de un modo u otro, incorporar la temática del psicoanálisis, tanto como éste requiere asumir sus implicaciones éticas.[8]

    ¿No puede aceptarse estas frases de Juliana González como vía de acceso a otros saberes en la filosofía? Digamos que ante la antropología filosófica, o en la epistemología o teoría del conocimiento. Descreo de los saberes absolutos, si algo ha traído el mundo posmoderno es dejarnos ahítos de mestizaje, de intercambio de saberes. Creo que la filosofía no pretende ya más ese absolutismo en el pensar. Sólo recordemos a Heidegger quien afirmó que toda la filosofía de Occidente no era otra cosa que metafísica, y ésta había llegado a su fin. Habría que achicar las distancias, acortar a fuerza de comunicar los saberes y, sobre todo, de tender puentes para el logro de la comprensión del ese otro que pretende siempre ser justo “otro”.

    Habría que recordar esa suerte de pasión por origen que animó a Freud –la que experimenta también, primero, en su forma invertida: repulsión por el origen.[9] Y así, invita a buscar a cada uno, detrás de sí, para encontrar la fuente de toda alteración, un “acontecimiento” primero, individual, propio de cada historia, una escena, algo importante y sobrecogedora, pero algo que no puede dominar ni determinar aquel que lo experimenta y con lo que tiene relaciones esenciales de insuficiencia.

    Por una parte, se trata de escalar hasta el Prinzip y el Anfang. “Ese comienzo tuvo que ser un hecho. Ese hecho tuvo que ser singular, vivido como único y, en este sentido, inefable e intraducible. Pero, al mismo tiempo, ese hecho no es único. Es el centro de un conjunto inestable y fijo de relaciones de oposición e identificación. No es un comienzo. Cada escena está siempre a punto de abrirse a una escena anterior, y cada conflicto no sólo es él mismo, sino el recomienzo de un conflicto más antiguo, al que reanima y cuyo nivel tiende a restablecer. Ahora bien, esta experiencia siempre ha sido la de una insuficiencia fundamental. Cada uno hace la experiencia de sí como insuficiente”.[10] ¿No es esta experiencia el ejercicio mismo de la mostración de la insuficiencia una práctica fundante del saber del hombre?

    El concepto de insuficiencia es esencialmente ontológico y, como bien sabemos, está íntimamente emparentado (en lenguaje heideggeriano) con los existenciarios de la caída, la culpa, la autenticidad y la finitud. Existenciarios que son estructuras del Dasein que “en cada caso soy yo mismo”.[11]

    Todo hombre nace prematuramente y justo debe su fuerza a esa insuficiencia constitutiva, como en el mito del andrógino de Platón en el Banquete, fuerza que es fuerza activa porque aparentemente nace de la debilidad, pero que en realidad es, como decía Nietzsche, un santo decir sí, un sí afirmativo a la vida, al sentido de la tierra. Pero esa insuficiencia ontológica no es en rigor una falta original, como si fuera algo que no está ahí, sino que la insuficiencia se presenta como lo que es: posibilidad, entonces estamos cercanos a Nietzsche, estamos en la apertura y, como diría Heidegger, somos un Da del sein. Hay pues una carencia experimentada como una culpa, las prohibiciones que preservan la falta y nos impide colmarla, esas vicisitudes que llenan la historia de nuestra cultura son, ante todo, la expresión de nuestra propia experiencia, como diría igualmente Heidegger. Extraña experiencia.

    “Por muy puramente que creamos pensar, siempre será posible escuchar  en este pensamiento puro el retumbar de los incidentes de esa pequeña biografía original del pensador, comprenderlo a partir de las peripecias oscuras del origen. Por lo menos tenemos esto, esta certeza acerca de nosotros mismos, y si ya no tenemos el puro pensamiento, en cambio tenemos y conocemos la espina que permanece en la carne”.[12] La pregunta es si podríamos regresar hacia aquellos momentos en los que, como dice Blanchot, “quedó fijado algo de nosotros y donde nos hemos perdido sin quererlo”. Un punto en la niebla de nuestro ser, un silencio que requiere de palabras para representarse, para decirse, para hacerlo presente, como en la filosofía: des-velar: alétheia decían los griegos. Oscuro principio…

    ¿Qué es lo que devela el psicoanálisis? ¿Un principio? ¿Una situación originaria? Un punto cero desde el cual partir para ir descubriendo el auténtico ser que yace detrás de las palabras que han construido su propia subjetividad? Blanchot, con la fuerza poética de sus palabras ha dicho que

    […] la fuerza del análisis es disolver todo lo que parece ser primero en una anterioridad indefinida: todo complejo disimula siempre otro, y todo conflicto primordial lo hemos vivido como si siempre lo hubiéramos vivido, vivido como otro y como vivido por otro, en cuyo caso no lo vivimos nunca, sino que lo revivimos y no podemos vivirlo, y precisamente es esta separación, esta  inextricable distancia, este redoblamiento y desdoblamiento indefinido, el que, cada vez, constituye la sustancia del episodio, su triste fatalidad, como su poder formador, y lo hace inasible como hecho y fascinante como recuerdo. ¿Y acaso tuvo realmente lugar alguna vez? No importa, pues lo que cuenta es que, bajo la interrogación apremiante del silencio del psicoanalista, poco a poco lleguemos a ser capaces de hablar de él, de relatarlo, de hacer de este relato un lenguaje que recuerda y de este lenguaje la verdad animada del acontecimiento inasible –inasible porque siempre está perdido, porque siempre falta en relación consigo. [13]

    La analítica que Freud descubrió y elaboró, posee tal fuerza que nos habla siempre de un pasado remoto que nunca es, sino que está siendo. Hay una temporalidad inextricable en los recuerdos, en su suceder que se convoca a cada momento, o son convocados inadmisiblemente por ese otro que no soy yo sino otro. Sabemos que su revolución consiste en el descubrimiento del inconsciente, y de su “superioridad” sobre ese territorio de lo consciente pero “el inconsciente es para Freud lo originario y primordial (mientras que) la conciencia, (es) secundaria y tardía; aquél es necesario, fundamental, determinante y verdaderamente real; ésta es contingente, fundada, determinada y, en gran medida, ilusoria y fantasmal”.[14]

    Y qué decir del lenguaje, del “habla”, como dice Heidegger, de esa “habla” primordial que más que decir, desnuda el habla del habla, “el habla (que) ‘permite ver’ àpò…, partiendo de aquello mismo de que se habla”.[15] ¿De qué habla el hablante en la sesión de análisis? Sabemos que el analista no habla, su atención es “flotante”, que en realidad no juzga, ni hace evaluaciones, sino que está ahí, como el muerto que es. Y que la escena se desarrolla de manera misteriosa porque el analizante habla y en su habla convoca el habla misma, no su habla, no es su discurso, sino ese diálogo supuesto, descarnado,  a veces forzado, a veces doloroso, la “novela familiar”, como le llamó Freud, que se desarrolla inquietantemente en una serie de supuestos, de encadenamientos discursivos, significantes que se unen sin dirección pero que son de pronto atajados, puntuados, o escanciados, todo por el habla del habla, esa habla primigenia que se convoca y transita para iluminar a confundirse con el poder de hablar y el poder de escuchar.

    Hay  una enorme libertad que llega a ser, en esto mismo, la relación más oscura, más abierta y más cerrada. Hay alguien que no debe dejar de hablar, incluso cuando lo hace sigue hablando, es él quien abre la posibilidad de la expresión a lo incesante, no sólo como decía Rilke, aludiendo a “Lo Abierto”, exponiendo aquello que apenas queda en el decir, sino hablando sumamente despacio, como en un murmullo, a partir de la imposibilidad de hablar. Se alude entonces a ese inconveniente que está inscrito ya en las palabras, a la cosa siempre ya dicha, callada por las palabras mismas que la dicen y en ellas se hace evidente. Pareciera que podríamos acertar con aquella afirmación dicha como de lado de que “todo siempre está dicho”, me parece que también fue Blanchot.

    El analizante tiene la posibilidad de ser casi un hombre sin rostro, apenas alguien, sólo unos recuerdos, sus recuerdos, desde el ángulo maldito de su propio dolor, desde ese punto en el que los recuerdos se acrecientan, se hacen pequeños, duelen, se pierden, se recrean ¿o es el analista? En esa espesura de palabras que se silencian el habla aparece, y aparece justo en lo dicho, ahí se ejercita entonces la tachadura, la rectificación el pero, el sin embargo, la excusa, el pretexto, el lapsus que crea una tensión sin contemplaciones, donde lo que se abre es la lengua que habla. ¿Es un monólogo? Desde luego que un diálogo no, no es el caso, no se trata de un juego hermenéutico, no es una suerte de filosofía de clínica, sino casi siempre un monólogo con intercambios. Lacan ya lo decía: “El lenguaje sirve tanto para fundarnos en el Otro como para impedirnos radicalmente comprenderlo. Y de esto precisamente se trata en la experiencia analítica. El sujeto no sabe lo que dice, y por las mejores razones, porque no sabe lo que es”.[16]

    Cuando se ve el escándalo que Jacques Lacan provocó en algunos medios del psicoanálisis al identificar –identidad de diferencia- la búsqueda, el saber, la técnica psicoanalítica con relaciones esenciales de lenguaje, ello puede parecer sorprendente –sin sorpresa pese a todo-, por lo evidente que parece ser el hecho de que el principal mérito de Freud es el de haber enriquecido la “cultura humana” con una forma sorprendente de diálogo, donde –quizá- llegaría a vislumbrarse algo que nos ilumine a nosotros mismos a través del otro cuando hablamos.[17]

    ¿Hay un diálogo? Blanchot dice que hay un diálogo y que éste es extraño, “extrañamente ambiguo debido a la situación sin verdad de ambos interlocutores. Cada uno engaña al otro y se engaña sobre el otro. Uno está siempre dispuesto a creer que la verdad sobre su caso ya está presente, formada y formulada en aquel que escucha y que sólo demuestra mala voluntad al no revelarla”.[18] Jacques Lacan había escrito que

    Para decirlo todo, en ninguna parte aparece más claramente que el deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, no tanto porque el otro detenta las llaves del objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser reconocido por el otro. ¿Quién de entre nosotros, por lo demás, no sabe por experiencia que en cuanto el análisis se adentra en la vía de la transferencia -y este es para nosotros el indicio de que lo es en efecto-, cada sueño del paciente se interpreta como provocación, confesión larvada o diversión, por su relación con el discurso analítico, y que a medida que progresa el análisis se reducen cada vez mas a la función de elementos del diálogo que se realiza en él?[19]

    Esta es la posición del llamado “sujeto supuesto saber”, es decir, hay un otro que pronuncia su propia palabra como si siempre estuviera ese otro (el analista) dispuesto a escuchar todo como él que está dispuesto a decirlo todo, y sin saberlo. Aquí la confianza, el llamado sujeto supuesto saber es el que encarna el saber mismo y al que se le está dispuesto a confiar en su palabra, en lo que dice, en lo que otorga, en el don de sí que se ofrece en la palabra. El analista para el analizante siempre es aquel que dispone de un vocabulario y un marco supuestamente científicos donde la verdad sólo tiene que integrarse. Es el fenómeno del Chaman, del que está como tocado por los dioses y sabe de sus designios. “Es a ese Otro más allá del otro al que el analista deja lugar por medio de la neutralidad con la cual se hace no ser ne-uter, ni el uno ni el otro de los dos que están allí, y si se calla, es para dejarle la palabra”.[20] Él “sabe” escuchar, pero su escucha es en todo momento, una escucha que sabe de su posición de fuerza, pues no es simplemente un puro oído, sino que tiene el semblante del que “sabe”. El que “sabe” sabe siempre, desde siempre, encarna el saber mismo que da autoría, poder, situación, posicionamiento, es en realidad un “semblante” que como analizantes deseamos ver y apoderarnos de ese saber del que sabe, porque lo que sabe es lenguaje de la ciencia, esa misma que nos ha modelado y nos ha hecho creer en su poder efectivo pues con ese saber el analista descifra un otro lenguaje: el de los sueños. Hay una etiología, un enmarcar en una suerte de dispositivo que conquista en su totalidad al analizante, y con el cual entra en comunicación, para que por medio de esa habla y ese semblante el que habla pueda convocar con su habla ese punto cero desde el cual se devele una posición tardía que es la descripción de su sufrimiento.

    Blanchot escribió que:

    El esfuerzo de Jacques Lacan consiste precisamente en tratar de situarnos de nuevo ante esa esencia del “diálogo” psicoanalítico que él entiende como la forma de una relación dialéctica, la cual, sin embargo, recusa (desune) la dialéctica misma. Emplea fórmulas de este tipo: El sujeto empieza el análisis hablado de sí sin hablarle a usted –o hablándole a usted sin hablar de sí. Cuando pueda hablarle de sí, el análisis habrá terminado. Enseña que lo esencial del psicoanálisis es la relación con el otro, en las formas que hace posible el desarrollo del lenguaje. Libera el psicoanálisis de todo lo que lo convierte ya sea en un saber objetivo, ya sea en una suerte de acción mágica; denuncia el prejuicio que conduce al analista a buscar más allá de las palabras una realidad que se esforzaría en alcanzar: No hay nada que pueda extraviar más al psicoanalista como la pretensión de guiarse por un supuesto contacto que experimente con la realidad del sujeto…[21]

    En una entrevista que se le hiciera a Jacques Lacan en 1957 sobre el psicoanálisis, él mismo pudo decir que:

    El psicoanálisis, en el orden del hombre, tiene en efecto todos los caracteres de subversión y de escándalo que pudo tener, en el orden cósmico, el descubrimiento copernicano del mundo: ¡la tierra, lugar de habitación del hombre, no es más el centro del mundo! ¡Y bien! El psicoanálisis le anuncia que usted no es más el centro de usted mismo, ya que había allí un otro sujeto, el inconsciente. Es una novedad que no ha sido de entrada bien aceptada. ¡Ese supuesto irracionalismo del cual se ha pretendido disfrazar a Freud! Pero es exactamente lo contrario: no solamente Freud racionalizó lo que hasta entonces había resistido a la racionalización, sino que incluso él mostró en acción una razón razonante como tal, quiero decir en acto de razonar y de funcionar como lógica, sin que el sujeto lo sepa; esto en el campo mismo clásicamente reservado a la sin-razón, digamos el campo de la pasión. Es esto lo que no se le perdonó. Se habría admitido aún que introdujera la noción de fuerzas sexuales que se apoderan bruscamente del sujeto sin prevenir y fuera de toda lógica; pero que la sexualidad sea el lugar de una palabra, que la neurosis sea una enfermedad que hable, he aquí una cosa bizarra y hasta algunos discípulos prefieren que se hable de otra cosa. No hay que ver en el analista un «ingeniero de las almas»; no es un físico, no procede estableciendo relaciones de causa a efecto: su ciencia es una lectura, una lectura del sentido. Sin duda es por ello que, sin saber bien lo que se oculta detrás de las puertas de su consultorio, se tiene la tendencia a tomarlo por un brujo, y aún un poco más grande que los otros.[22]

                Tenemos que decirlo, el psicoanálisis es tanto una práctica como un saber. ¿La filosofía lo es? Pretendemos decir que en esto difieren ambos saberes, uno contiene necesariamente una práctica con las palabras en las que se hace patente el inconsciente. Es un discurso que se entremete con la palabra para formar acuerdos entre dos, el que escucha y el que habla. La filosofía habla del diálogo, de la referencia al otro, de la deuda insalvable que se tiene con el otro. Ambos saberes son una práctica con las palabras con diferentes propósitos. En uno el analizante habla de sus síntomas, de su dolor; en el otro los dos dilucidan qué es y cómo es la cosa. Pero no hablan de sus dolores, sino quizá del dolor, de lo que hace el dolor, de lo que aqueja, de lo que segrega. Pero cada quien se despersonaliza, son ambos como el muerto lacaniano pero hablando de lo que no les compete como sujetos sino como objetos de estudio.

                Desde luego, hemos aquí destacado algunas ideas de Lacan y de Freud. En el fondo está la filosofía, esa vieja aspiración de Freud, esa esperanza “de alcanzar… mi objetivo primero, la filosofía. Porque ésta constituyó mi primera finalidad, cuando aún no sabía para qué estaba en el mundo”. Sí, filosofía y psicoanálisis quizá sigan siendo vecinos distantes.

     


    [1] Maurice Blanchot, El habla analítica, en http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/60/300/El-habla-analitica, visto por última vez el 3 abril de 2013.

    [2] Maurice Blanchot, El habla analítica, en http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/60/300/El-habla-analitica, visto por última vez el 3 abril de 2013.

    [3] Jacques Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 2, trad. Tomás Segovia, Ed., Siglo XXI, México, 2001, p. 569.

    [4] Maurice Blanchot, El habla analítica, en http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/60/300/El-habla-analitica, visto por última vez el 3 abril de 2013.

    [5] En la correspondencia que Freud mantuvo con W. Fliess de 1887 a 1902, correspondencia hasta hace poco inédita y no hace mucho traducida al francés (La naissance de la Psychanlayse), se sigue ese tanteo, los desvíos y vanos intentos, se notan las renuncias, los silencios, la necesidad de saber que se constituyen precipitadamente en pensamientos y definiciones. Hay palabras conmovedoras: en 1893, cuando todavía está lejos de lo que será el psicoanálisis, Freud le escribe a su amigo: “Soy demasiado viejo, perezoso y acaparado por un montón de obligaciones para poder aprender algo nuevo”. Pero en 1897: “No fracasaremos. En vez del paso que buscamos, tal vez descubramos océanos cuya exploración deberán llevar más lejos nuestros sucesores. Sin embargo, si no zozobramos prematuramente y si nuestra constitución lo soporta, triunfaremos. Llegaremos”. En Maurice Blanchot, El habla analítica, en http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/60/300/El-habla-analitica, visto por última vez el 3 abril de 2013.

    [6] González, Juliana, El malestar en la moral. Freud y la crisis de la ética, Ed., Porrúa-Facultad de Filosofía y Letra, UNAM, México, 1997, p. 10.

    [7] En este punto cabe destacar los grandes aportes hechos por Juliana González en el estudio de Freud y las relaciones con la ética. Vid, op.cit.

    [8] González, Juliana, op.cit., pp. 12-13.

    [9] La correspondencia con Fliess confirma lo que se sabía: sólo el autoanálisis, después de la muerte de su padre, le permitió a Freud dejar de buscar la fuente de la neurosis en una escena de seducción real –cosa rara, todas sus pacientes tenían a un padre, a un tío o a un hermano que las habían seducido durante su infancia-, para llegar a la idea del complejo, en particular del complejo de Edipo, cuya configuración le disimulaba la rara estructura de su propia familia. “Mi autoanálisis, por el momento, es realmente lo más esencial y promete tener para mí la mayor importancia si logro terminarlo…”. “Algo que vino de las profundidades abismales de mi propia neurosis se opuso a que adelantara más en la comprensión de la neurosis”. “Este análisis es más dificultoso que cualquier otro y también paraliza mi poder de exponer y comunicar las nociones ya adquiridas”. ¿Pero el autoanálisis acaso es posible? “Un verdadero autoanálisis es realmente imposible, y de lo contrario no habría más enfermedad “. Bien parece estar en relación con el método de análisis el hecho de que Freud siempre necesite de un amigo a quien poder enseñar sus pensamientos mientras van descubriéndose: amigo que se convierte a menudo y rápidamente en un enemigo. También se nota en Freud un apasionante vaivén de pensamiento que explica en parte que, siendo tan firme respecto del principio de su método, pueda renunciar tan libre y fácilmente a ciertos esquemas de explicaciones que sus discípulos tenderían a convertir en dogmas: “A veces zumban pensamientos en mi mente y espero que me permitan explicarlo todo… Después esas ideas huyen de nuevo sin que haga esfuerzos para retenerlas, puesto que yo sé que su aparición en el consciente y luego su desaparición, no dan ninguna información verdadera sobre su destino”. Tomado de Maurice Blanchot, El habla analítica, en http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/60/300/El-habla-analitica, visto por última vez el 3 abril de 2013.

    [10] Maurice Blanchot, El habla analítica, en http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/60/300/El-habla-analitica, visto por última vez el 3 abril de 2013.

    [11] Heidegger, M., El ser y el tiempo, Ed., FCE, passim.

    [12] Maurice Blanchot, El habla analítica, en http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/60/300/El-habla-analitica, visto por última vez el 3 abril de 2013.

    [13] Ídem.

    [14] González, Juliana, op.cit., p. 31.

    [15] Heidegger, El ser y el tiempo, ed. cit., p. 43.

    [16] Lacan, Jacques: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Seminario 2, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1991, pp. 266-67.

    [17] Maurice Blanchot, El habla analítica, en http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/60/300/El-habla-analitica, visto por última vez el 3 abril de 2013

    [18] Ídem.

    [19] Jacques Lacan, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos 1, Ed., Siglo XXI, México, 2013, p. 22.

    [20] Jacques Lacan, “El psicoanálisis y su enseñanza”, en Escritos 1, Ed., Siglo XXI, México, 2013, p. 421.

    [21] Maurice Blanchot, El habla analítica, en http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/60/300/El-habla-analitica, visto por última vez el 3 abril de 2013

    [22] Claves para el psicoanálisis, entrevista a Jacques Lacan por Madeleine Chapsal, http://www.carmennieto.com/claves57.htm visto por última vez el 5 de abril de 2013.

  • ¿Qué es un muerto?

    ¿Qué es un muerto?

     Pola Mejía Reiss

    Para Patricia Wydler

    Según creencias muy difundidas, el muerto es un espanto aparecido, un alma del Purgatorio, o ambas cosas. En otras creencias un poco más singulares, el muerto es polvo cósmico, nube o hálito; especie entre los ángeles de la guarda o partículas de sonido. Para los antiguos nahuas sus muertos gloriosos, cuatro años después de la muerte, se volvían colibríes y mariposas, pequeños seres coloridos y anónimos de los que siempre hay alguno volando cerca.

    Los muertos también son el tiempo detenido, la calidad de «nunca más» de las fotografías. ¿Será quizá por eso que las fotografías actúan como imanes?

    Tomemos, por ejemplo, las de un bailarín: Vaslav Nijinsky. Ríe en La siesta de un fauno, coreografía de su creación. ¡Dichosos quienes lo vieron bailar! Muchas veces posaba, y en su Diario, iniciado el día en que bailó por última vez, escribió: «Preferiría que mi letra manuscrita fuera fotografiada y no impresa porque la letra impresa acaba con la manuscrita. La letra manuscrita es una cosa bella y por eso debe ser preservada. Yo quiero que mi letra sea fotografiada para así explicar mi mano, porque mi mano es la de Dios». [1]

    El dios de la danza, como lo llamaban, sabía de las bondades de la fotografía. Quiso dejarnos a guisa de explicación una herencia de movimientos y gestos detenidos. De eso mismo dio a saber años antes el fotógrafo Edward James Muybridge: consiguió financiamiento para juntar 43 cámaras fotográficas, las puso en sintonía y fotografió un caballo al galope desde varios ángulos para explicar el movimiento. Desde entonces los pintores ya saben cómo pintar las patas de un caballo al galope.

    Las fotografías, la escritura de la coreografía que también dejara Nijinksy, las memorias de algunas bailarinas que estuvieron en el estreno del Fauno en París el 29 de mayo de 1912, llevaron a otro bailarín, Rudolf Nureyev, a recrear en una película, homenaje a su antecesor, el poema coreográfico según lo hiciera Nijinsky en el escenario y con el vestuario que para esa ocasión creara Leon Bakst. Los muertos dejan huellas que se van entrelazando en lo que los vivos vamos rastreando ausencias.

    Las huellas vueltas misterio, hacen del muerto objeto de culto. Si se vuelven enigma, el muerto queda como presencia de la ausencia. ¿Acaso existe algún Otro más allá del tiempo, no tocado por la mortalidad, que hace que las cosas permanezcan? La presencia de la ausencia de Nijinsky lo pone en duda: en las huellas que dejó, hace evidente que él sabía de la mortalidad de su arte.

    Los muertos dejan la impresión de siempre haber sabido que nada permanece y los vivos nos sabemos convocados.

    Entonces, ¿qué es un muerto? Digamos que es presencia de la ausencia, y como tal, va adquiriendo una calidad de lugar. El muerto designa un lugar más que habitarlo.

    Hace poco menos de cien años, en un ensayo que se llama: Guerra y muerte. Temas de actualidad, Freud concluía diciendo:

    Recordamos el viejo apotegma: Si vis pacem, para bellum. Si quieres conservar la paz, ármate para la guerra.

    Sería tiempo de modificarlo: Si vis vitam, para mortem. Si quieres soportar  la vida, prepárate para la muerte. [2]

    Se dice que Freud era un pesimista cuando decía estas cosas. Pero para reconocer su agudeza, baste nuestra experiencia de televidentes -sin palabras para quien estuvo in situ– ante la imagen de bombas vivas de gente estrellándose contra edificios blancos vivos de gente.

    No que Freud fuera profeta; su modificación de un viejo apotegma venía aparejada a la profundas modificaciones que sufrían sus tiempos por la Primera Guerra del siglo XX. Sin embargo, el nuevo apotegma de Freud es un consuelo porque es una vía dentro del caos. La vida adquiere situación a partir de la consideración de la muerte.

    Estamos en el orden de los lugares, y ya que de muerte se trata, uno busca referencia sobre el duelo en Duelo y melancolía, texto de Freud cercano en el tiempo al anterior. Ocurre algo sorprendente: el muerto no está. Brilla por su ausencia y esa falta de su presencia, hace que el libro más bien hable de otra cosa que del duelo, sobre todo cuando Freud llega a una insólita afirmación: dice que el «objeto perdido» es sustituible. Se le olvidó el muerto; estaba pensando en el novio que perdió la novia o viceversa. Nunca, en ese libro, usa la palabra der Tote, literalmente, el muerto. Habla una sola vez del Verstorbene, que podría traducirse por difunto.

    Duelo y melancolía ha tenido repercusiones no muy alentadoras en tanto semilla de una vasta literatura del «cómo hacerle», especie de didácticas del duelo que vienen a querer tomar el lugar de una ritualidad muy empobrecida en nuestros tiempos. En el campo del psicoanálisis las cosas llegaron al punto de querer enterarse acerca de cómo estuvo la hechura, desentrañar qué se dice en Duelo y melancolía, y en 1995 apareció un libro titulado: Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca. Es de otro psicoanalista, el lacaniano Jean Allouch, quien, para decirlo rápido, lee con Lacan como nosotros ahora; es decir, a partir de RSI, Real, Simbólico, Imaginario anudados de ciertas maneras para funcionar como paradigma del psicoanálisis. En su lectura, Allouch bien que incluye al muerto. Lo cito: » por su muerte, el muerto adviene como eromenós, detentador del agalma […]; quien está de duelo se halla pues, brutalmente, salvajemente y públicamente puesto en posición de erastés, de deseante». [3]

    Estas palabras griegas: eromenós, erastés, agalma, las tomó Lacan de Platón para sus seminarios, entre ellos el que trata de la transferencia. Son palabras que se ponen en relación para referirse al fenómeno del amor, del que la transferencia participa. Demarcan las posiciones entre en el amado y el amante, cuyos lugares no son simétricos sino son dispares: su fusión es imposible, como lo es, a pesar del romanticismo, la fusión entre el vivo y el muerto.

    El muerto, entonces, pasa a ocupar el lugar de eromenós, el amado, el que tiene el agalma; para Platón el objeto bello, o como dice Allouch, «el pequeño trozo de sí inestimable». En consecuencia el vivo adviene en el lugar deerastés, el amante, el deseante. El duelo resulta un drama en el sentido de conflicto de la vida humana, drama que no es entre dos, sino por lo menos entre tres: el muerto, el vivo, el «pequeño trozo de sí», a partir de lo que aconteció: la muerte. La muerte provoca este orden de lugares.

    Plantear la situación del duelo en estos términos, llevó a que Allouch diera con una manera de escribir aquel «objeto perdido» que en Duelo y melancolía no viene siendo propiamente el muerto: escribe (1+a) y dice que el que pone de duelo, el muerto, en este caso eromenós, no es un individuo sino un objeto compuesto; al perder un 1, se pierde a, «el pequeño trozo de sí«. Ahí donde queda confuso si el «de sí» se refiere al muerto, al vivo, a ambos, se pone en juego el drama del duelo de cada uno.

    Si para despejar de esta manera la situación de duelo Allouch recurrió a la lectura que Lacan hiciera de esas palabras griegas -entre otros- en el seminario acerca de la transferencia, ¿qué tiene que ver la muerte con la transferencia?

    La situación analítica es un acontecimiento del que participan dos cuerpos presentes, sin que por eso se trate de un diálogo. El olvido de que no es un diálogo, dio lugar a una confusión que ha dado en llamarse two body psychology , así, en inglés. Esta nominación que entraña la idea de diálogo, hace evidente un problema: ¿qué hacer con los sentimientos del psicoanalista? ¿ Suprimirlos, dominarlos mediante un yo fuerte? ¿Ponerlos en una balanza con los del analizante? Así planteadas las preguntas, el problema se escurre como agua entre las manos. Sin embargo, sigue siendo cierto que analista y analizante experimentan la transferencia, el dispositivo de la situación analítica, lo que se establece entre analista y analizante, y la experimentan con sorpresa, la sorpresa referida a algo que tiene que ver con el inconsciente ¿de quién?

    Esta confusión evoca la que provocaba el «trozo de sí» en la situación de duelo. Sigamos entonces la pista que nos daba el duelo: en su apariencia de que se trata de dos: el vivo y su muerto, lo que aparece es que en verdad se ponen en juego tres: el muerto, el vivo y el agalma o «trozo de sí», esto debido a la muerte, el factor desencadenante del drama. Durante el seminario acerca de la transferencia, el 8 de marzo de 1961 llega un momento en que Lacan designa un lugar: «[el analizante], sépalo o no, virtualmente está constituido como erastés«. [4] Así, en la situación desencadenada por la transferencia, al analista le toca el lugar de eromenós, el amado, el que detenta el agalma, el muerto en la situación de duelo.

    Ya antes de su citado seminario, Lacan había hablado en un texto que conocemos como La dirección de la cura, de los sentimientos del analista: su único lugar posible, es el del muerto. [5] Para situarlos ahí, recurrió a una ilustración: el juego del bridge. Dos parejas se reparten las cartas. La pareja del jugador que tiene la mano, pone sus cartas abiertas sobre la mesa: ocupa el lugar del muerto. No puede ni chistar en lo que su pareja hace el juego de ellos contra los otros dos. El bridge deja claro que el muerto tiene un lugar en el juego, lugar sin el cual simplemente no hay juego. Establecida esta condición, Lacan pone a jugar el lugar del muerto para referirse a la situación analítica.

    De lo que decía en su seminario, queda la huella en una transcripción estenográfica traducida del francés al español que circula en fotocopias o en CD. Ahí dice:

    » La paradoja de la partida de bridge analítica, es esta abnegación que hace que, contrariamente a lo que ocurre en una partida de bridge normal, el analista debe ayudar al sujeto a encontrar lo que hay en el juego de su partenaire. Y es por eso que se dice que el i(a) del analista [i(a), en la escritura lacaniana, se refiere a la identificación imaginaria con el otro] debe comportarse como un muerto. Quiere decir que el analista debe saber siempre lo que hay en la mano». «Debe haber algo capaz de jugar el muerto en este pequeño otro que está en él»; este pequeño otro, lo que antes llamamos «los sentimientos» del analista.

    En el duelo pudimos ver que el muerto es un objeto compuesto que se puede escribir: (1+a). El analista también es un objeto compuesto, un (1+a): igualito que el muerto cuando es cadáver, el analista está de cuerpo presente. Algunos han confundido este particular estado del muerto con la ya proverbial actitud del analista lacaniano: su abstención. La cuestión está en aclarar de qué se abstiene el analista como para ser cuerpo presente, pero vivo.

    Jean Allouch dio lugar a que se problematizaran esas categorías que demarcan las tres palabras griegas, y eso permite ahora plantear unas reglas de juego tales, que a nuestra pregunta: ¿qué es un muerto?, podamos dar por respuesta: un analista.

    El punto de partida es el espejismo del amor. Hace creer a eromenós que él posee el agalma, aquello que su erastés busca en él. La clave está en que para erastés el aglama ya existía desde antes que se encontrara con eromenós. El agalma existía como perdido, como belleza que alguna vez fuera experiencia divina – diría Platón-. La ilusión para erastés reside en creer que vuelve a encontrar el agalma en su amado eromenós. [6]

    En términos de amor de transferencia, el analista en calidad de eromenós sabe dos cosas: no posee el agalma en juego en la situación analítica, puesto que ya desde antes de que se suscitara la transferencia, ese agalma estaba en el analizante, que está en calidad de virtual erastés. También sabe que si busca su propio agalma en el analizante, se acabó el psicoanálisis. Simplemente, no hay juego y además, se producen, como dijera Lacan, «efectos tan singularmente espantosos».En términos del bridge, «el analista debe saber siempre lo que hay en la mano».

    ¿Acaso lo que sabe lo pone a funcionar como aquellos libros donde dice «cómo hacerle»? Más bien, habría que preguntar, ¿cómo sabe? Es que hizo lo que se dice la talacha: pasó por un análisis y eso hizo de su inconsciente un inconsciente ya no bruto, en palabras de Lacan, sino «suavizado; un inconsciente más la experiencia de este inconsciente».

    Que el analizante encuentre al analista no como persona, sino en su función de Otro, lugar del código, es una manera de decir que el analista está en el lugar del muerto.

    [1] Vaslav Nijinsky, The Diary of Vaslav Nijinsky, unexpurgated edition, edited by Joan Acocella, translated from de Russian by Kyril Fitzlyon, Farrar, Straus and Giroux, New York, 1999, p. 41.

    [2] Sigmund Freud, » Guerra y muerte. Temas de actualidad», Obras completas, tomo XIV, Amorrortu Editores, Bs.As., 1985, p.301.

    [3] Jean Allouch, Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, traducción de Silvio Mattoni, Edelp, Buenos Aires, 1996, p.31. Las cursivas para eromenós y erastés son mías.

    [4] Jacques Lacan, Le transfert dans sa disparité subjective, sa prétendue situation, ses excursions techniques, seminario de 1960-1961, sesion del del 8 de marzo de 1961, inédito. Todas las citas de este seminario comenzando por esta, están tomadas de la misma sesión.

    [5] Jacques Lacan, «La dirección de la cura», Escritos 1, traducción de Tomás Segovia, Siglo XXI editores, 5ªed., México, 1977, p. 221.

    [6] Jean Allouch, El sexo del amo, El erotismo desde Lacan, traducción de Silvio Mattoni, Ediciones literales, école lananienne de psychanalyse, Córdoba – Argentina, 2001.

  • Adicción a Internet: ¿nueva enfermedad?

    Adicción a Internet: ¿nueva enfermedad?

    Ramón Clériga Arguello

    Dr., vengo a verlo porque…, aunque veo que a muchísima gente nos pasa algo parecido, yo me siento muy mal. Mi mujer se quiere divorciar, estoy sacado de onda, desde hace años he perdido interés por la intimidad y en la gente, platicar me parece aburridísimo, duermo poco, muchas noches espero que todos duerman para irme la computadora y… navegar. Otras veces me levanto para ir al baño, de paso veo mi e-mail y si no tengo mensajes me invade una sensación de vacío, con la vista clavada del monitor y vuelvo a checar y checar.

    Un amigo dice, entre broma y broma – aunque dicen, así la verdad se asoma – que comprará una lap top para poder conectarse mientras está en el baño. El otro día, en una comida presentó su esposa que por cierto esta muy guapa y le entiende a las computadoras, como Miss América ,alguien completó… on line y dijeron que era su proveedora de acceso al mundo de la realidad; después, tuvo un lapsus y llamó su mujer Eudora como el viejo programa.., mezcló los nombres de sus primas: Eugenia y Dora. Luego siguieron las bromas y cuando me presentaron a alguien y dije muy formalmente, su servidor me dijeron que si daba servicio de banda ancha y por tiempo ilimitado. Como conté que iba a venir con usted me apodaron el hombre de los ratones aludieron al «El hombre de las ratas» que publicó Freud.

    Ya no tengo sueños eróticos, solo veo en grandes letras que rítmicamente se repiten como una porra: ¿infernet…,clic… clic… infernet..!, veo muchos signos de html y despierto angustiado con la imagen de un larguísimo teclado saliendo de mi cabeza, envuelto en un globo como si fuera un condón. Antes platicaba con mis amigos de autos, ahora ya casi no los veo, como tampoco a mis vecinos con quienes jugaba dominó, pero chateo, con otros, de programas, accesorios, agendas electrónicas funciones y capacidades y nos burlamos de quienes tienen máquinas de hace 4 meses y lentas. Pienso frecuentemente con terror, en que me puedo contagiar de sida , ántrax o algún virus nuevo ,en darme tiempo para mejorar mi página web y me atormentan las dudas entre si le regalo a mi mujer un vestido nuevo o contrato otra línea del teléfono, porque mis hijos están clavados en lo mismo , entre sí escalo el hardware computadora, otro escáner, una nueva palm para pasar – por rayos infrarrojos – de una a otra cualquier cosa…, el palmasutra o los últimos juegos y ahorrarme hasta la impresión de mis tarjetas de presentación que pronto van a desaparecer y una cámara digital o de plano ya ni ahorro usted sabe, por esto de que los bancos ya no dan casi nada de interés. A veces no importa comer y desde hace mucho no me molesta tomar el café frío; algunas veces no voy a trabajar y le avisó mi jefe por mail. Me da pena decir la verdad sobre cuantas horas estoy conectado a Internet casi siempre digo menos de las que son, aunque a veces amanezco. Dejé de leer libros, ni tengo la suscripción al periódico que leía al desayunar, ni las revistas que compraba. Mi perro, la muchacha y mi mujer me ven como un extraño y yo a veces también: el otro día unos clientes preguntaron mi teléfono y yo automáticamente dije mi dirección electrónica. Un amigo me dijo que con su sicoanalista encontró que cuando los hijos crecen, ya no pelan a los papás, que entramos a la crisis del nido vacío y es difícil reencontrarse con la esposa…, su hijo anda peor que yo, dice que es retraído y que su novia es una verdadera lata top con conexión inalámbrica; su hermano le contó a su papá que ya no habla como antes. Por ejemplo lo dice ir al baño, sino down load, que cuando habla de quemar, confunde porque antes fumaba mota, pero se refiere a copiar CDs, que casi no habla con la gente, con sus pocos cuates presume de muchas citas con muchachas, pero no dice que son para chatear y que un día lo vió besando en el monitor, la página del Play Boy…, hace algún tiempo mi mujer me dijo, casi como bromeando, qué en cual canal me podía encontrar.

    La semana pasada, después de que olvidé el aniversario de mi matrimonio, su abogado, de quien ahora estoy celoso,- como mi hijo mayor cuando tenía tres años y nació su hermanita -, me mandó una demanda de divorcio ¿y sabe cómo me llegó? : Por hot digo…, por e- mail.