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  • El sujeto de la memoria

    El sujeto de la memoria

    Ana María Martínez de la Escalera

     

    No sólo es necesario hacer justicia, sino mostrar públicamente que se hace justicia.

    H. Arendt

    Hay una forma de la memoria de los seres humanos que recoge, preserva y transmite las voces de los victimados a través de las generaciones. Ningún siglo ha explotado esta forma de la memoria como el pasado siglo XX, puesto que nunca como ahora los estados nacionales habían logrado producir en tan corto plazo, tan alto número de víctimas. Esta situación que podemos caracterizar como la de una creciente monopolización y tecnologización de la violencia en manos del estado ha multiplicado y dispersado al mismo tiempo las voces de los excluidos que reclaman el derecho a ser oídos, es decir, demandan un lugar y un tiempo donde contar el relato de las injusticias sufridas a manos de los poderes políticos y tecnológicos. Pero, la dispersión puede ser atronadora: hoy en día y en nombre de la memoria se justifican empresas etnocidas (la guerra de Bosnia es un ejemplo, otro sería la guerra entre el estado de Israel y los palestinos), empresas etnocidas -insisto- de dimensiones violentas preocupantes. Es posible decir, entonces, que la memoria puede llegar a ser excesiva, abusiva. El exceso, aunque no sea imputable exclusivamente al desarrollo tecnológico que acompaña a las sociedades de mercado en las cuales habitamos, es de manera importante un exceso técnico-político: la memoria ha experimentado también, como cada uno de nosotros, los efectos de pantalla de una sociedad del espectáculo y la estetización de la experiencia. La memoria ha llegado a la televisión antes considerada el reducto de la historia oficial. Con todo, las memorias jamás serán prescindibles, son lo único que tenemos o conocemos que puede erigirse en contra de las historias oficiales que son siempre historias de los vencedores (llámese el vencedor liberalismo, leyes del mercado, gobierno nacional, imperio, etc.).

     Con todo, uno sin duda podría decir, mediante una analogía psicológica simple que el «retorno de lo reprimido» es decir el trabajo de la memoria con el fin de recuperar lo que ha sido omitido, olvidado, ignorado o reprimido puede acarrear tanta o más violencia que la que pretende denunciar. Freud anunció desde hace mucho tiempo este potencial explosivo o violento que caracteriza el retorno de lo reprimido, ya sea para el individuo o para la sociedad. Pero ciertamente podemos reparar en que los trabajos de recuperación de la memoria omitida de las víctimas, trabajo propositivo, político y ético no es exactamente el mismo trabajo, patológico si se quiere, que tiene lugar como síntoma cuando la represión de un recuerdo traumático se hace presente como trauma. Puesto que este último, aunque originario, es siempre el efecto del trabajo conflictivo de una individualidad asolada por reglas sociales, pulsiones y destinos manifiestos como la muerte. En el caso de la memoria de las víctimas, transmitida, en busca de alguna forma de justicia, lo que puede aparecer como un ejercicio que provee la distancia crítica necesaria y es la base de acciones responsables y que puede volverse en otra oportunidad la ocasión para nuevas aberraciones, el conflicto no es vivido inconscientemente sino asumido, elaborado y reelaborado cuanta vez sea necesario.

     También puede observarse que la distinción aquí propuesta entre una experiencia vivida (act out-pasaje al acto- del síntoma) y una experiencia elaborada del trauma social y originario puede aún someterse a un examen. Examen con el fin de dejar pensar que en la transmisión de la memoria de las victimas, las fuerzas singulares y circunstanciales que entran en juego para otorgar sentido a la denuncia no son para todos los concernidos autoevidentes. Será preciso un trabajo interpretativa como aquel que se establece entre analista y analizando con rasgos críticos, distanciadores que son materia a su vez de una reflexión política o psicoanalítica, según sea el caso, imprescindible.

     El siglo XX tuvo como mérito propio -sin duda un mérito muy cuestionable- el haber consolidado junto a la monopolización estatal de la violencia, el derecho de vida y muerte que la acompaña, mediante el empleo racionalizado de la tecnología. El papel de las nuevas tecnologías como sugeríamos hace un instante es también un asunto que señala o indica una diferencia decisiva entre procesos sociales o individuales de la memoria. Es conveniente que el papel que desempeñan los medios masivos de información o comunicación en la transmisión de la memoria de los victimados tenga un lugar decisivo en el análisis. Otra cara de la tecnología debe por igual tomarse en cuenta puesto que la nueva industria de la muerte, donde los intereses privados se disuelven en el interés monopólico del estado totalitario o dictatorial, pone en marcha dispositivos tecnológicos de destrucción de mujeres y hombres, jóvenes y viejos -previamente decretados subhumanos por medios burocráticos. La burocracia, tras el papel de las tecnologías contemporáneas reclama un sitio especial en la reflexión. El dispositivo general (industrial, militar y burocrático), matizado por diferencias nacionales e idiosincráticas puesto que lo encontramos en la Alemania nazi (la teoría del estado total), en las dictaduras del Cono Sur y en las guerras contra Vietnam, Guerra del Golfo o la guerra contra Irak, supuso una suerte de economía de la muerte que echó mano de las víctimas para usarlas como victimarios, como en el caso de los comandos especiales o sonderkommandos en la Alemania nazi, pero supuso sobre todo una racionalización instrumental y productivista del tiempo y el espacio mediante el trabajo en cadena y la burocratización de los procesos de exterminio. Como ha enfatizado el historiador Enzo Traverso, el genocidio totalitario nazi sólo llevó hasta sus últimas consecuencias las técnicas militares, económicas y jurídicas inventadas por Europa para hacer posible la colonización del resto del mundo. Sin embargo, en algo fue definitivamente original el pasado siglo: el campo de exterminio sería el primer ejemplo de «crimen sin sujeto» de la historia reciente.

     El tipo moderno de «asesino de escritorio», cuyo paradigma encontramos en Eichmann, es el resultado perfecto del «autocontrol de las pulsiones», rasgo civilizatorio decisivo de la secularización según Freud. Este individuo no siente remordimientos ante sus acusadores sino una especie de melancolía: si sus acusadores no hubieran ganado la guerra «la solución final» (término que los nazis aplicaban al genocidio de gitanos, judíos y soviéticos), no habría sido interpretada como «crimen de guerra» según el derecho internacional, sino como un procedimiento (médico o religioso) legítimo (llámese eutanasia o purificación de la raza). Donde otros ven violencia desmesurada contra la especie humana en general, los nazis sólo vieron eficiencia terminal que reclamaba un profundo autocontrol del miedo, del odio racial, etc., en su búsqueda legítima (según la medicina, la religión y el derecho) de purificación racial.

     El historiador que hay en todos nosotros sin embargo prefiere no dejarse engañar por esta mezcla de teleología y pragmatismo defendida por los acusados nazis en los juicios de Nüremberg; el crimen se lo mire por donde se lo mire tuvo lugar. Lo que quedaría por discutir es si se trató de crímenes contra una etnia o bien de crímenes contra la especie humana en general y un atentado contra el por venir de la misma. Esta cuestión es sumamente importante si lo que la memoria busca no es el recuerdo por el recuerdo, la redención o la sanación del cuerpo social sino la justicia (total o por venir). 

     En este sentido el psicoanalista puede perseguir lo mismo que el historiador. La noción psicoanalítica de «autocontrol de las pulsiones» que da cuenta de un rasgo civilizatorio importante producido en la modernidad explica la vinculación ominosa entre las prácticas burocráticas y el típico «asesino de escritorio» que fue Eichmann. Esta explicación que enfatiza las contradicciones del proceso civilizatorio o de lo que Freud llamó «el proceso de secularización» es interesante pese a los problemas que podamos encontrarle. Brevemente los siguientes:

     1. Por ejemplo, la cuestión de la aplicabilidad del psicoanálisis a fenómenos socio-históricos. Cuestión que se refiere no tanto a la búsqueda de reglas para normar el intercambio interdisciplinario de categorías, sino, sobre todo, cuestión estratégica. Estratégica a condición de que se refiera a los efectos singulares, políticos o éticos, que pueden o deben producirse, según el caso, cuando las categorías psicoanalíticas son usadas para explicar o interpretar otro tipo de fenómenos (como los crímenes de guerra).

     2. En este último sentido, el problema del estatuto del psicoanálisis, de saber si el psicoanálisis es un saber explicativo o un arte interpretativo. Sin olvidar que no es seguro que el psicoanálisis contenga, como decíamos más arriba, algo así como «categorías», o sin olvidar examinar los efectos semánticos que tal terminología corre el riesgo de ocasionar.

     Seguramente a ciertos psicoanalistas podrá parecerles interesante y conveniente la reducción psicoanalítica. Lo problemático aparece al suponer, como lo hiciera Freud en una ocasión, [1]que la interpretación psicoanalítica vendría a ocupar exitosamente el lugar de una explicación mistificadora (religiosa por ejemplo) del fenómeno. El psicoanálisis aparece así (mistificadamente puesto que totaliza la historia de los saberes) como el verdadero saber en oposición a explicaciones ideológicas. Viejo problema que alguna vez se discutió como el de las relaciones entre psicoanálisis e ideología. Pero cuestión aún sugestiva.

     3. Otra causa de problemas o al menos de malos entendidos es la inferencia naturalista de que el psicoanálisis trabaja sobre lo subjetivo y el historiador sobre el fenómeno sociocultural objetivo. No sólo la disyunción metafísica (subjetivo/objetivo) debe revisarse antes de cometer el error de inferir su «naturalidad», sino que debemos recordar que después de Nietzsche, tales distinciones lingüísticas no poseen garantía epistemológica o ética alguna, o bien que no se corresponden con niveles o registros de lo dado o cosas en sí. Tenemos buenas (pragmáticas) razones para creer que lo que llamamos subjetivo es una serie de procesos que no distinguen entre un afuera y un adentro, o entre la apariencia y la realidad, lo corporal y lo mental, etc. «Autocontrol de las pasiones» o el «regreso de lo reprimido» son nociones tan subjetivas o históricas como los efectos singulares y performativos de sus usos así lo señalen.

     Problemas aparte, lo interesante de la propuesta interpretativa freudiana según la cual la violencia individual o colectiva modernas (incluyendo fenómenos de burocratización extrema como el genocidio nazi), deben atribuirse al proceso de secularización de la civilización descansa en la inclusión para el análisis de la relación entre repetición y diferencia, continuidad y discontinuidad, desplazamiento e identidad en la búsqueda de la recuperación histórica del sentido. El ejemplo típico aparece en la noción arriba mencionada de «regreso de lo reprimido» (poco usada sin embargo por el mismo Freud) para dar cuenta del mecanismo (que operando inconscientemente a través de un sintomático acting out -pasaje al acto- de compulsiones de repetición) preside esa secularización. A veces las cosas ocurren como si lo reprimido y la misma repetición regresara en forma velada y distorsionada.

     De acuerdo a esta otra manera de entender el movimiento de la temporalidad, la modernidad habría desplazado lo sacrificial, lo místico-mágico y lo religioso de sus experiencias vividas sin que ninguna autoridad hubiera podido ya dar sentido o significado a una experiencia vivida como inmediata, empírica, sin historia, sin relación con el pasado, el presente y el futuro. Lo así reprimido de la experiencia del individuo o de la colectividad o más bien la misma experiencia represiva no consciente, habrá de regresar, habrá de repetirse violentamente una y otra vez hasta que el individuo o la sociedad pongan fin a esta compulsión de repetición. El proceso de secularización compulsivo y repetitivo implica por ende la violencia, ya no de la repetición sino la violencia explosiva que responde a la violencia de la compulsión. En este sentido, el psicoanálisis ha sido construido como una explicación sabia de la religión que revela la naturaleza de las prácticas o creencias religiosas previas como un asunto de psicología mistificada. Podríamos acotar que después de Freud el psicoanálisis se la pensó mejor y llegó a la siguiente sentencia: que la repetición no es la repetición de lo Mismo sino de la relación entre lo mismo y lo otro. La tarea de dar un significado que ponga fin a la compulsión resulta por esta relación de alteridades, un asunto altamente aporético o indescidible, pero no necesariamente metafísico.

     Con todo, la clásica postura narcisista y metafísica (oposición entre ilusión y revelación) posee la ventaja de plantear la secularización como un conflicto histórico de fuerzas entre las ciencia, formas no rituales de la religión, los modos racionales de productividad económica o burocrática, y las creencias y las prácticas religiosas primitivas. Ello implica suponer la existencia de conflictos entre grupos e instituciones que propagan estas creencias. El conflicto psicológico y la represión quedan así trazados sobre el conflicto y la represión políticos o si se quiere sobredeterminados por estos últimos. Es esta forma de sobreescritura la que reclama atención. Walter Benjamin, en 1918 había escrito algo muy semejante sobre la sobredeterminación de la experiencia en la modernidad y como Freud fue acusado de no ofrecer mediación alguna entre la instancia del individuo (experiencia vivida) y la de la colectividad (experiencia transmitida). Lo cierto es que ninguno de ellos estar seguro de que la colectividad y el individuo sean «instancias», dimensiones, niveles de realidad o cosas semejantes; más bien parecen estar convencidos de que es la tensión entre ambas nociones la que puede ayudar a interpretar, por ejemplo la violencia o el sacrificio de las víctimas (chivos expiatorios) de la solución final, antes que la oposición entre ellas. De la misma manera el «regreso de lo reprimido» (para algunos la violencia sacrificial moderna o genocidio) no es la repetición tal cual en el presente de un acto sacrificial tribal por ejemplo, sino la latencia o diferición de lo reprimido que hace su aparición siempre de otra manera. La importancia está tanto en la latencia que no es otra que la fuerza de lo traumático de revelarse sintomática y violentamente en una duración indeterminable y a la menor provocación, como en el carácter violento, igualmente indeterminable de esa fuerza de aparición inesperada. El trauma, al igual que el espectro derridiano es tan incontrolable, como fuerte la urgencia que los poderes sienten para su dominación.

     En la Psicopatología de la vida cotidiana, en Psicología de las masas y en El malestar en la cultura, Freud más o menos radicalmente atribuye la violencia individual y colectiva al proceso violento de la secularización. Freud pasa sin problemas de lo individual a lo colectivo mediante una analogía: de la misma manera que sucede en el individuo sucede en lo colectivo, pero no es igualmente cierto a la inversa. Sin embargo cabría preguntarse si la ausencia de mediación entre ambas categorías apunta a un Freud interesado, al menos en los tres textos apuntados, en fundar una teoría de la interpretación (lo que resolvería el estatuto incierto del psicoanálisis) antes que en fundar un saber empírico-cientificista, narcisista y ciego a sus propias demandas metafísicas. 

     Como quiera que sea la importancia para el problema de la historia es decisiva o si se prefiere para la idea de transformación, movimiento y cambio en relación con la temporalidad. No podremos pensar la temporalidad hasta que no hayamos asumido su relación con la repetición. La interpretación freudiana como la elaboración de la memoria justa implica un proceso del cual nunca se estará seguro del resultado, y no por otra cosa que porque la idea de cura o de redención que apuntan cada una a una experiencia totalizadora de la historia (que más parece representar el pensamiento de Vico o Hegel que el freudiano), no son una opción admisible. Totalizar la historia planteando un sentido final, incluso como realización histórica de ese sentido, es, además de una solución metafísica, una solución indeseable políticamente. Implica de igual manera una renuncia a la resistencia, y a reflexionar sobre los motivos y la necesidad de resistirse, siempre una vez más, a la imposición de un significado. Comporta también el desconocer que una estabilización semántica no cancela la interpretación puesto que no será esta definitiva sino, por fortuna, contingente. Recordemos entonces que tanto la resolución autoritaria como la simbólica pueden ser, de forma semejante, resistibles.

     Volviendo a otro de los problemas suscitados, la memoria de los oprimidos y la elaboración de los materiales de la memoria individual por parte del individuo que es analizado se distinguen sobre todo en un aspecto sobre el cual debemos reparar: ya sea que la memoria colectiva aspire a conservar o ha registrar, un deber sin medida igualmente importante es la transmisión. Si hablamos de transmisión hablamos de comunicabilidad, es decir de la relación entre la memoria y el lenguaje. Sin esta relación básica la justicia a la que la memoria se consagra tampoco tiene lugar. Hay memoria en la medida en que se hace pública y las maneras en que se hace pública son hoy en día tan importantes como sus contenidos explícitos.

     Hoy por ejemplo conviene distinguir entre formas de la monopolización de la memoria, usos políticos de la misma y contenidos. Esto en la medida en que la memoria es pragmática, es decir su transmisibilidad depende de lo que una comunidad entiende como contenidos claros y comunicativos. En la medida, por otro lado, en que la memoria tiene lugar siempre en un contexto determinado, presentándose como la ocasión para una toma de postura ético-política y una interpretación determinada. Finalmente, conviene distinguir en la experiencia de la memoria las tensiones entre los procesos de monopolización estatal o privada de la misma y la obvia dispersión de la misma a causa de su diversidad y multiplicidad, a causa de ser siempre el producto de perspectivas. Esta performatividad de la experiencia de la memoria no agota el problema que se quiere aquí plantear, por el contrario reorienta la discusión por un camino interesante hecho de preguntas (aún) sin respuesta. Por sólo citar unas pocas: ¿Pertenece la memoria colectiva a la comunidad, a la etnia o a la nación? ¿No es conveniente sin embargo que el tema de la memoria de los oprimidos sea recuperado por un discurso que hable en nombre de las generaciones futuras? ¿Qué resulta hoy más importante la ausencia de metafísica en nuestro discurso sobre la justicia o el valor táctico de su nombre, hoy vacío y flotante? ¿Debe ser la memoria el camino de la justicia más allá del derecho?

    BIBLIOGRAFIA

    Arendt Hannah, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Barcelona, Lumen, 1999.

    Benjamin Walter, Sobre El programa de la filosofía futura y otros ensayos, Caracas, Monte Ávila, 1970.

    Freud Sigmund, Psicología de las masas, Madrid, Alianza Editorial, 1974.

    ——————–, Psicopatología de la vida cotidiana, Barcelona, Amorrortu, texto electrónico.

    ——————–, El malestar en la cultura, Barcelona, Amorrortu, texto electrónico.

    LaCapra Dominick, Representing the Holocaust.History, Theory, Trauma, USA, Cornell University Press, 1994.

    Traverso Enzo, La violencia nazi. Una genealogía europea, México, FCE, 2003.


    [1] En carta a Wilhelm Fliess escribe que: «By the way, what have you to say to the suggestion that the whole of my brand-new theory of the primary origins of hysteria es already familiar and has been published a hundred times over, through several centuries ago? Do you remember my always saying that the medieval theory of possession, that held by ecclesiastical courts, was identical with our theory of a foreign body and the splitting of consciousness?» «The Origins of Psychoanalysis: Letters, Drafts, and Notes to Wilhelm Fliess, 1887-1902», NY, Doubleday,1957.

  • La voz del analista: una de las voces del analizante

    La voz del analista: una de las voces del analizante

     Luis Tamayo Pérez

     

    Ella y él. Él relata a Lacan un hecho a sus ojos totalmente extraordinario: ¡en el curso de una noche su paciente y él tuvieron exactamente el mismo sueño!

    Respuesta [de Lacan]:
    ―Ciertamente, pero es ella la que sueña

    Allouch, J. [1]

    El psicoanálisis no es una corriente psicológica ni psiquiátrica, tampoco una religión y mucho menos una ética. Su modelo epistémico no corresponde al de la psicología o la psiquiatría, corresponde más al de la filosofía cínica o al de la pederastia socrática. El psicoanálisis es, como indica J. Allouch, una erotología o, como prefiero enunciarlo yo, una filosofía en acto.

    Pero no a la manera del autor de Más Platón y menos Prozac [2] donde, desde una filosofía de segunda se abordan los problemas psíquicos, generando una pseudo ética pragmática que, sinceramente, dudo llegue a resolver los casos graves. No es por la vía del saber o de la voluntad por la que se resuelve la locura.

    La filosofía a la que me refiero tampoco es esa que, desde una lectura de Freud carente de la experiencia de la propia locura, es decir, carente de análisis de sí, hace una lectura meramente académica del psicoanálisis. Para esa filosofía académica el psicoanálisis siempre será una incógnita que tarde o temprano desechará, denostará o que, cuando incluso lo puede llegar a alabar, siempre lo hace con los argumentos incorrectos. pues lo desconocen profundamente.

    La filosofía que comparte el modelo epistémico con el psicoanálisis es esa que, en la antigüedad, no dejaba de lado la tarea de «curar» a sus adeptos.

    Al respecto J. Allouch escribe:

    «…la filosofía así definida [como ’una vasta empresa de disipación de ideas locas’] sacudiéndose la cadena universitaria que la sujeta (no sin efectos creadores a veces), reanudaría ese prestigioso pasado destacado hace poco por Pierre Hadot, esos tiempos en los que, realizada en escuelas, permanecía indisociada de la preocupación terapéutica, propiamente hablando, frente a cada uno de sus adeptos». [3]  

    Es con esa filosofía con la que el psicoanálisis hace acuerdo, acuerda, resuena, armoniza. Porque el psicoanálisis no es sino un espacio en el cual el analizante, gracias a sus síntomas, se pregunta por el sentido de su vida, por su ser. En el diván aparecen, «aterrizados», los grandes problemas filosóficos y es ahí donde encuentran solución, en acto, dichos enigmas (si es que realmente merecen esa denominación).

    De entre tantos enigmas que se despliegan en el análisis (la verdad, la muerte, el tiempo, el acto, la locura, etc.) elijo uno para el día de hoy: el problema del sujeto. ¿Quién sueña cuando lo hago? ¿Quién habla cuando emito palabras? En resumen: ¿Cuál es el sujeto del sueño o del habla? La respuesta simple: «yo» no responde la cuestión. No es necesaria demasiada reflexión para darme cuenta de que mis palabras no son mías, que simplemente repito significantes que mis padres, maestros o amigos me enseñaron. Hasta las emociones que logro percibir provienen de aquello por lo que he aprendido a impresionarme.

    En resumen, estoy muchísimo más determinado de lo que mi voluntad consciente quisiera aceptar. «Die Sprache spricht» (el Habla habla) enunció Heidegger en Unterwegs zur Sprache, [4] para recalcar que el Dasein no es sino un mero portavoz del Habla.

     Este simple acto de habla que realizo ahora muestra mi pobre -aunque irrenunciable― control de la cuestión, pues si pienso en quién es el responsable de que me encuentre hablando ahora obviamente pienso en mí, pero no solamente. También ustedes, con su silencio y actitud me obligan a hacerlo, son asimismo responsables los profesores que tantas palabras imprimieron en mí o, incluso, mi analista, de quién aprendí a marcar los silencios, tan importantes en la comunicación.

    «Dime un número al azar y te demostraré el determinismo inconsciente presente ahí», desafiaba Freud a sus interlocutores para obligarlos a reconocer la existencia de eso que denominó die Unbewuβte (el inconsciente, se acostumbra traducir) y cuya substancialización Lacan prefería evitar al traducirlo mediante la transliteración «une bévue» [5] (equivocación, metida de pata). ¿Cómo ocurrió que Freud subvirtiese la subjetividad moderna? ¿Cuales fueron las vicisitudes de tal revolución? Para responderlo hay que recordar el sueño que dio origen al descubrimiento del inconsciente.

    De los orígenes

    Cuando Freud hablaba de los orígenes de su práctica refería un dato preciso: el sueño ocurrido en la noche del 23 al 24 de julio de 1895, ese denominado por la tradición: el sueño de la inyección aplicada a Irma [6] , sueño que Freud mismo pudo leer de manera suficientemente convincente para generalizar la hipótesis, luego desplegada en la Traumdeutung: «el sueño es una realización de deseos». [7]

    En el análisis de sus asociaciones respecto a ese sueño, Freud nos revela la concepción del objetivo terapéutico que tenía en esa época:

    «Por aquél entonces tenía la opinión […] de que mi tarea quedaba concluida al comunicar al enfermo el sentido oculto de sus síntomas; si él aceptaba después o no esa solución de la que dependía el éxito, ya no era responsabilidad mía […]». [8]  

    En esta época, como podemos apreciar, Freud exigía tan sólo el acuerdo racional y consideraba que al obtenerlo se alcanzaría la cura. Ello por no tener aún clara la idea de la existencia del inconsciente y la transferencia, pues si se pudiesen eliminar con la voluntad racional los síntomas ¿para qué postular la existencia del inconsciente? La concepción del sujeto que Freud poseía en esa época lo reducía a un sujeto psicológico, racional y con posibilidad de plenitud. Por ello su concepción de la cura consistía en «completar» racionalmente la historia del soñante mediante el esfuerzo detectivesco que lo caracterizó.

    En aquel entonces, Freud confundía la noción de represión (esfuerzo de desalojo inconsciente) con la de supresión (esfuerzo de desalojo conciente) y por ello pretendía que, al revelar a la razón el sentido de sus síntomas, éstos quedasen atrás. Los fracasos terapéuticos repetidos le mostraron la inexactitud de tal supuesto.

     El método que Freud utilizaba entonces era la asociación libre, en la cual él se dejaba asociar -pues no olvidemos que a quien primero interpretó los sueños fue a sí mismo- hasta encontrar esas palabras clave, ese juego de letras que permitía descifrar el texto de la formación del inconsciente en cuestión.

     Un ejemplo de esto es «El sueño de la inyección aplicada a Irma», gracias al cual Freud pudo apreciar que los sueños poseían un sentido.

     Dicho sueño inicia con una reunión en la cual Freud se acerca a Irma para reprocharle que aún no acepte su «solución» («Lösung»), diciéndole: «si todavía tienes dolores es por tu exclusiva culpa» a lo cual ella responde con una frase que hace dudar a Freud sobre su diagnóstico: «si supieses los dolores que tengo ahora en la garganta [9] , el estómago y el vientre, me siento oprimida». A continuación Freud inspecciona la garganta (Hals) de Irma hallando unas formaciones rugosas semejantes a los cornetes nasales con abundantes escaras blanco grisáceas. Preocupado llama a otros colegas -el doctor M., Leopold, Otto- quienes repiten el examen y finalmente indican: «no hay duda, es una infección, pero no es nada; sobrevendrá todavía una disentería y se eliminará el veneno».

     En ese momento Freud escribe:

    «Inmediatamente nosotros sabemos de dónde viene la infección. No hace mucho mi amigo Otto, en una ocasión en que ella se sentía mal, le dió una inyección con un preparado de propilo, propileno, ácido propiónico, trimetilamina [10] … No se dan esas inyecciones tan a la ligera… Es probable también que la jeringa no estuviera limpia». [11]  

    En su estudio de este sueño Freud señala que lo que buscaba con el mismo era evitar la culpa que sentía por la ausencia de resultados satisfactorios en el tratamiento de Irma, vengándose así de Otto -su excolaborador y pediatra de sus hijos Oscar Rie- el cual, en un encuentro realizado la víspera, había respondido a la pregunta de Freud acerca del estado de Irma: «está mejor, pero no del todo bien», lo cual Freud interpretó como un reproche. Por ello tomó venganza de Rie en el sueño al responsabilizarlo del malestar de Irma por su «descuidada inyección» de trimetilamina una substancia considerada por Freud y Flieβ como fuertemente ligada con el líquido seminal.

    Resumamos, al inicio del sueño, Freud reprochaba a Irma no aceptar su solución (Lösung) y, al final, la causa del malestar de Irma era también una solución (Lösung) de trimetilamina. Freud, por tanto, dado que era el que indicaba la «solución» que la aliviaría de sus malestares ―y que «sus amigos aliviarían gustosos»― seguía siendo el responsable. Como podemos derivar fácilmente (aunque Freud nunca lo reconoce en el texto) el médico se estaba culpando por sus deseos eróticos respecto a su paciente -y amiga― Irma.

     No me extenderé más en la interpretación freudiana de este sueño, la cual ha recibido numerosas relecturas y críticas [12] , tan sólo recordaré lo planteado por Lacan en la sesión del 16 de marzo de 1955 como interpretación final a dicho sueño en la cual hace decir a Freud:  

    «Yo soy ese que quiere ser perdonado por haber osado comenzar a curar tales enfermos, que hasta el presente no se les quería comprender y a quienes se prohibía curar. Yo soy ese que quiere ser perdonado por ello. Yo soy ese que no quiere ser culpable, pues es siempre culpable el que transgrede un límite impuesto, hasta entonces, a la actividad humana. Yo no quiero eso. En mi lugar están todos los demás. Yo no soy ahí sino el representante de este vasto, vago movimiento que está en búsqueda de la verdad y donde yo, me borro. Yo no soy nadie. Mi ambición fue más grande que yo. La jeringa estaba sucia sin duda. Y justamente en la medida en que he deseado demasiado, en que he participado en esa acción donde he querido ser, yo, el creador y no soy el creador. El creador es alguien más grande que yo. Es mi inconsciente, es esta palabra que habla en mí, más allá de mí». [13]  

    Desgraciadamente el Freud racionalista, ese que pretende dominar racionalmente al inconsciente, es el que pasó al discurso universitario.

     Es por eso que el psicoanálisis en la universidad, cuando entra, sale. Ahí pretenden que sea tan sólo una «corriente» psicológica más. El psicoanálisis es intransmisible en la universidad dado que ahí la clínica se escapa. Porque mientras que el análisis implica mirarse a sí ante otro, la universidad es, en el mejor de los casos, dialógica, sofística, un lugar de reunión para interesados en problemas comunes. En la universidad se discute, en el análisis no.

     Recordemos lo revelado por Althusser: la escuela constituye un AIE (Aparato Ideológico del Estado) que busca del alumno la identificación, la repetición o incluso -como indica Freire- el sometimiento.

    Ahora bien, esto es contrario al psicoanálisis, donde priva la ley del deseo, es decir, donde de lo que se intenta, es que surja un sujeto de deseo, alguien capaz de interesarse por la verdad oculta en sus síntomas.

     Freud en la interpretación de los sueños -y en su «autoanálisis» con Flieβ- se investigaba y hallaba verdades, las suyas. Ahí era analizante, y tan sólo eso, pues no hay evidencias claras de que hubiese concluido su análisis. Pues el que concluye su análisis es analista y ser analista implica colocarse como artefacto. No es evidente que Freud, en la época del sueño referido, aceptase ser ubicado en ese lugar.

     Lo que sí estaba claro desde aquél entonces era la peculiar posición epistémica del Freud que descubre el inconsciente.

    El modelo epistémico del psicoanálisis freudiano

    Ubiquémonos en la situación del Freud que se encuentra ante su sueño princeps, ante el asombro de las imágenes y aún bajo el influjo de las emociones concomitantes. Ese Freud no aceptó considerar su sueño, tal y como hacían los neurólogos de la época, como una «actividad errática del cerebro», Freud prefirió considerarlo como un fenómeno cargado de sentido y se abocó a descifrarlo. Acto seguido inició el análisis: divide al sueño en escenas y asocia respecto a los elementos presentes en cada una de ellas, dejándose llevar por su pensamiento y tratando de no omitir detalle alguno. Al final del proceso Freud tenía un texto mucho más amplio que le obligaba a reconocer un deseo reprimido por él mismo, un deseo que sólo a contramano admitía y cuyo rechazo de su parte era una prueba más de su validez.

     Y eso que Freud descubría se lo comunicaba, por vía epistolar, a su amigo berlinés, al otorrinolaringólogo y sexólogo aficionado W. Flieβ, quien algo le contestaba (no sabemos qué, su correspondencia esta perdida), lo necesario y con el tino suficiente para que Freud siguiera escribiéndole.

    En resumen, en esa situación, tenemos a un Freud que se busca y se rebusca a sí mismo [14] ante otro con el fin de encontrar el sentido de sus sueños y demás formaciones del inconsciente. Freud no estudiaba un objeto externo, sino que lidiaba con una parte, oscura y enigmática, de sí mismo, con una parte de su subjetividad reprimida. Freud no era un sujeto que investigaba un objeto sino un sujeto que se miraba a sí ante otro.

     La experiencia fue tan fructífera para Freud que la consideró, durante muchos años, como la clave de la transmisión del análisis, es decir, a quiénes se le acercaban solicitándole la manera de formarse como analistas él les indicaba: «interpreten sus propios sueños». La respuesta freudiana era suficientemente precisa y aún hoy válida: un analista no se forma leyendo libros ni asistiendo a seminarios y conferencias (como ésta) sino tratando su locura, analizando sus sueños, sus síntomas, su locura toda, es decir, haciendo su análisis.

     Como se puede apreciar el modelo epistémico del psicoanálisis no corresponde al que habitualmente orienta a la ciencia, el análisis deja atrás el esquema que las ciencias utilizan para pensar la relación con su objeto:

     S O

    para establecer otro modelo:

     S O (analista)

    En el cual el sujeto se investiga a sí mismo gracias a la pantalla de la transferencia que constituye el objeto (el analista).

    Por esta característica (de no excluír a lo subjetivo), es que el análisis es criticado como meramente singular. Así, aparecen tesis que relativizan sus resultados y que cuestionan su generalidad.

     De tal modo se cuestiona la universalidad del complejo de Edipo y castración y se plantea que el psicoanálisis es una clínica de lo singular, que opera «caso por caso». Y es así, pero no olvidemos que lo singular no es sin relación con lo universal.

     En los albores de la física también se pensaba que cada tormenta era diferente… y lo era, mas ahora sabemos que todas obedecen a los mismos patrones, a las mismas leyes.

     Todas eran diferentes y todas eran iguales.

    Con el carácter subjetivo de los hombres no es distinto, todos somos diferentes y todos somos iguales. Esta verdad -a la que sólo se accede plenamente al fin del análisis- es la que permite al analista realizar su operación. Dicho en otros términos: sólo estudiándome rigurosamente a mí mismo con otro (analizándome) es que puedo ubicar el lugar de mi deseo y, gracias a ello, posibilitar el acceso al mismo de mis analizantes.

     Tarea imposible para la psiquiatría nosológica, la cual sólo estudia entidades meramente ideales (los «cuadros clínicos»). La nosología «psicoanalítica» no es más que una inyección de psiquiatría en el seno del psicoanálisis que en nada ayuda a su operación ni a la transmisión del mismo.

     Resumiendo, en el psicoanálisis no se deja fuera al sujeto, se trata de una investigación del analizante sobre sí mismo ante otro, la cual conduce a modificar la propia vida, a generar una analista. Y analista es aquél -y esto hay que decirlo con claridad- que ha cursado hasta el fin su análisis, descubriendo en tal experiencia la existencia de procesos inconscientes propios, y por ello comunes; analista es aquél que se ha comprometido con su verdad. Es ese compromiso el que entrelaza al psicoanálisis con esa filosofía cínica y epicúrea -y refrendada por Heidegger y Husserl― quién, en sus Meditaciones cartesianas se permitió escribir:

    «[.] todo el que quiera llegar a ser en serio un filósofo tiene que retraerse sobre sí mismo ’una vez en la vida’, y tratar de derrocar en su interior todas las ciencias válidas para él hasta entonces, y de construirlas de nuevo. La filosofía -la sabiduría- es una incumbencia totalmente personal del sujeto filosofante». [15]  

    Podemos añadir, desde una posición analítica, que en el proceso de buscarse a sí mismo con otro se genera un sujeto peculiar, uno que excede a las personas en juego en la operación, uno que sueña y actúa y habla, uno que genera sueños compartidos como el referido en el epígrafe a este ensayo y que nos obliga a reconocer el carácter necesariamente limitado y pequeño de nuestro yo.

    Cuernavaca, 27 de agosto de 2003.

     
     

     

    [1] Hola, ¿Lacan? Claro que no , Epeele, México, 1998, p. 214.

    [2] Marinoff, L., Más Platón y menos Prozac, Punto de lectura, Madrid, 2001.

    [3] Allouch, J., En estos tiempos, Epeele, México, 1993, p. 22.

    [4] Die Sprache (1950) en Unterwegs zur Sprache, Gunther Neske, Pfullingen, 1959 (Hay versión castellana: De camino al habla, Serbal, Madrid, 1987, p. 12).

    [5] Cfr. Pasternac, M. La traducción: Una consistencia en el pasaje de lenguas, en Artefacto 3, México, 1992, p. 50-51.

    [6] Freud, S., «Traum vom 23./24. Juli 1895» en Die Traumdeutung, Fischer , Frankfurt am Main/Hamburg, 1964, pp. 98-109.

    [7] «Der Traum ist eine Wunscherfüllung» en Die Traumdeutung, op. cit, p. 110 ss.

    [8] Freud, S., «Interpretación de los sueños», en Obras completas, Vol. IV, Amorrortu, Bs. As., 1976, p. 128 ss.

    [9] En este punto el vocablo alemán Hals fue traducido por las versiones castellanas como «cuello» opto aquí por vertirlo como «garganta», lo cual me parece más pertinente en este caso. L.T.

    [10] Me permito poner en itálicas este vocablo porque Freud también lo subraya en el original, lo cual no es respetado en las versiones castellanas.

    [11] Grinstein, A., Los sueños de Sigmund Freud, SXXI, México, 1982, p. 19.

    [12] Entre los numerosos estudios escritos al respecto (Anzieu, Grinstein, Schur, Erikson) cabe destacar los brillantes ensayos que Manuel Hernández García ha publicado en me cayó el veinte 4, 5 y 6 (2001 y 2002), los cuales permiten situar, de manera convincente, el deseo inconsciente de Freud presente en dicho sueño: cambiar la vida de una Matilde (su paciente) por la de otra (su hija), así como sus deseos eróticos respecto a su paciente Anna Hammerschlag / Emma Eckstein (desde mi punto de vista la identidad de la Irma del sueño corresponde, al menos, a estas dos pacientes de Freud).

    [13] Lacan, J., Le moi dans la theorie de Freud et dans la technique de la psychanalyse. Sesión del 24 de noviembre de 1954. (Trad. L. T.) Notemos el acuerdo de Lacan con la posición de Heidegger sobre el Habla antes referida.

    [14] No fue otra la manera como Heráclito denominó la actividad que lo hizo filósofo (Fragmento 101). Cfr. Los presocráticos, versión J. D. García Bacca, FCE, México, 1980.

    [15] Husserl, E., Meditaciones cartesianas, FCE, México, 1986, p. 51.

  • Una carta a Elizabeth Roudinesco

    Una carta a Elizabeth Roudinesco

     Modesto Garrido

    Estimada señora:

    Mi amigo y colega, Julio Ortega, director responsable de la revista digital «Carta psicoanalítica» tuvo la ocurrencia, de invitarme a elaborar un comentario sobre la serie de conferencias que usted realizó los pasados días 10, 11 y 12 de octubre del año 2003.

    Las líneas que ahora escribo, a modo de Carta Abierta dirigida a usted, intentan convertirse en la glosa que me fue solicitada para esta revista mexicana.

    Inicio, reseñando que, a lo largo de las doce horas de duración de sus conferencias, la postura de mi escucha se modificó. Puedo reconocer que existió una constante, a todo lo largo de las conferencias me sentí con la dificultad de poder plantearle una pregunta. Dificultad que me fue siendo cada vez más clara a medida que se desenvolvió el seminario. 

    Las razones son múltiples, reconozco que tiene usted, el don de la escritura y la argumentación, cosa que sabía a partir de la lectura de algunos de sus textos, lo que implicaba enfrentarse a un discurso bien articulado, perfectamente estructurado, y hasta fascinante por momentos. Esto no impidió que durante las primeras siete horas, fuese presa -quizá con extremada facilidad- a un mismo tiempo, de cierto tedio. Sabe usted, yo ya había visto la película, los temas de su discurso me eran familiares.

    Insisto, su relato pormenorizado de los avatares de los Atridas y los Labdasidas, tenía -por momentos- verdaderos destellos que me permitiría llamarles literarios, pero la verdad, es que me sentía yo más bien ansioso por escuchar lo que esperaba fuesen algunas proposiciones novedosas. Por lo mismo, no me parecía pertinente cuestionar durante esas primeras siete horas, sus afirmaciones sobre la enseñanza de Freud. Hubo, sin embargo, quienes intervinieron y, cómo bien subrayó usted, la mayoría de los comentarios realizados, planteaban una psicologisación del tema.

    Una intervención vertida por Néstor Braunstein intentó -me parece-, rescentrar un poco la discusión. Acotó operable sostener la lectura general de sus propuestas como cercanas al culturalismo. La verdad es que más allá de ese comentario -sostenible hasta cierto punto-, creo que fue su propio discurso a lo largo del seminario, el que introdujo la posibilidad de plantarse en una lectura psicológica.

    Me refiero, concretamente, a la encrucijada de proponer que si Edipo no tenía complejo de Edipo, tesis -por otro lado- localizable tanto en Freud como en Lacan. Ello era sostenido por Ud. al afirmar, sin problemas, que jamás en la tragedia, el rey Edipo expresa algún deseo por Yocasta. ¡Psicología Madame! Es totalmente cierto o por lo menos puede afirmarse, que muchos teóricos postfreudianos parecieran suponer que el complejo de Edipo implica simple y llanamente el deseo del hijo por tener comercio carnal con la madre y el deseo de matar al padre. Pero también es cierto, que en su mayoría estarían poco de acuerdo con usted, al suponer que el silencio de dicho deseo, o también, la expresión de un rechazo de dicho deseo -en algún momento de su comentario llegó a proponer no sólo rechazo sino claro desinterés de parte de Edipo hacia Yocasta- implique la inexistencia del complejo. Usted sabe cómo somos los psicoanalistas, cuando el paciente tiene la oportunidad de decirnos que no desea a su madre, o que ella no significa nada para él, nos empeñamos aún más en suponerle un complejo de Edipo.

    Si Lacan afirma que Edipo no tiene complejo de Edipo, no es en función de si expresa o no un deseo por su madre, o por el hecho de que el asesinato del padre haya sido producto de un accidente, en algún lado, Lacan comenta «y bueno le di un golpe de nada, es verdad que estoy en muy buena forma física, pero..» O algo por el estilo, pero no es ahí donde sitúa el sostén de su afirmación, el sostén está en otra proposición, también mencionada por usted: tanto Freud como Lacan propondrán a Edipo como el inconsciente. Lo que ya implica un abordaje estructural, Edipo no tiene complejo de Edipo porque de hecho lo realiza, el no desea acostarse con su madre y matar a su padre, huye de un reino del cual se supone heredero precisamente por no desear matar a su padre y compartir el lecho de su madre. ¡No! Es verdad Edipo no desea eso ¡lo realiza! sin que el hecho de que sea conciente de ello (o no), pudiese modificar su postura subjetiva. Cómo ve, se trata de que Edipo no es de ninguna manera un sujeto, es una estructura, la del inconsciente. Por un momento, pensé en hacerle estas precisiones, pero como ya lo mencioné, consideré más interesante seguir escuchándola para ver hacia dónde dirigía su discurso.

    Y bien, después de esas primeras siete horas, finalmente llegó la oportunidad de escuchar lo que me parece era el centro de su exposición. Me refiero al comentario que hizo alrededor de las proposiciones que realiza Lacan sobre Edipo en Colona y fundamentalmente el comentario que es vertido por él, en el seminario VII -el de la Ética- sobre Antigona.

    En otras dos horas, más o menos, el asunto quedó planteado, zanjado en definitiva. Fue entonces, me parece importante subrayarlo, que me pareció verdaderamente complicado intervenir, pues: ¿Cómo hacerlo? Cuestionar o interrogar alguna de sus propuestas me parece que sólo provocaría la oportunidad de quedarse en lo marginal. Después de escucharla, lo que realmente me hubiese satisfecho es, poder expresar mi inconformidad no sólo con algunas de sus lecturas, o de sus proposiciones sino con algo más fundamental, con su postura frente a Lacan, o con lo que me gustaría llamar su trato a Jacques Lacan, y estas líneas tratan de plasmar mis opiniones, veamos.

    Según usted, Lacan habría echo la apología de una cierta Antígona, de una Antígona apasionada por la muerte, no solo intransigente sino verdaderamente fundamentalista, una mártir del exceso, que sometida a los caprichos del deseo materno y tratando de satisfacerlo, llega a su propio exterminio. Una suicida entonces, una mártir fundamentalista y desesperada que, de hecho, usted vinculó con algunos de los recientes y trágicos acontecimientos que han escalado el camino de la violencia contemporánea. Es verdad, tenemos la oportunidad de ser espectadores de un nuevo tipo de terrorismo, uno ciego que plantea como imposible el diálogo con el otro, la única oportunidad de encuentro con el enemigo es su destrucción, aún y cuando el resultado, marche con el corolario de la propia aniquilación.

    Pero: ¿De verdad le parece posible vincular a la Antígona de Lacan con esta forma de terrorismo? ¿Es verdad que la Antígona de Lacan le parece equiparable a uno de los árabes suicidas que atacaron las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001?

    Sí podría preguntarme: ¿Por qué no? Es posible sostener que la postura de Antígona frente a Creonte, es ciega de tal forma que llega a adoptar una postura fundamentalista. Bueno, esto es posible de decir.

    Pero el punto de más trascendencia en el gesto de Antígona, no es -así lo pienso- su postura intransigente frente al nuevo tirano, quede libre a quien desee sostener semejante lectura sobre la tragedia de Sófocles, enfrentarse a posibles reclamos, críticas o diatribas, todas tan plausibles como su misma afirmación.

    Lo que me parece de más importancia, es que en esas poco más de dos horas, Madame Rudinesco, frente a analistas lacanianos, o al menos frente a estudiosos de la obra de Lacan, pareciera haber dicho: «Vean a su héroe haciendo la apología del suicidio, del fundamentalismo, del terrorismo fundamentalista», «Vean a su Lacan, proponiendo a esta figura de Antígona como ligada a su concepción de fin de análisis», una figura que usted calificó alternativamente de excesiva, de perversa, psicótica. Pero todo ello, a expendio del supuesto discurso de Lacan: «Vean a su héroe, tal es la figura que en su propio exceso elogia». Fue muy sorprendente que se haya usted, permitido todo esto frente a un público que se identifica como lacaniano ¿Podría haberse esperado más? Hubo todavía más, los lacanianos que la escucharon entusiasmados, también la aplaudieron.

    Son cosas que lo ponen a uno a pensar. Me pregunto: ¿Debería yo, que me siento lacaniano, rechazar cualquier crítica a Lacan? Estoy lejos de alimentar una intención parecida. Por cierto, Lacan no rehuyó jamás la crítica, quizá en algún momento la despreció, en muchos otros la apreció pero nunca la evitó. Pero: ¿Acaso hubo alguna crítica a Lacan? No me preocupan las diatribas que puedan hacerse a su discurso. Sí me concierne, que usted haya hecho pasar como enunciados de Lacan, proposiciones que no son en absoluto parte de su discurso. La Antígona mártir, fundamentalista y suicida que usted nos presentó tanto como una estructura perversa y psicótica a la vez. Es una lectura que le corresponde a usted Madame Roudinesco, de ninguna manera a Lacan.

    Hay entre ambas posturas importantes diferencias. De entrada, usted nos ofrece una Antígona que apoyada en la ley de los dioses (Aunque: ¡Precisamente ella se desolidariza de viva voz con esa ley!), la ley de los muertos o de la familia es arrojada (más que decidir), a enfrentar a la ley de la ciudad.

    La Antígona de Lacan difiere por completo de su apreciación. Desde el punto de vista psicoanalítico, literario e histórico sus cálculos son del todo diferentes.

    Podríamos, como usted hizo, abordar las flexiones que Freud o Lacan pudieron haber realizado al interpretar las tragedias, pero creo que eso no es lo que nos ocupa en este momento. Lo que me importa ahora mucho más, como siento que debo expresarlo, son las torsiones que Madame Elisabeth Rudinesco realizó, no sobre un mito o sobre un texto literario, sino del discurso de Lacan.

    Voy a precisar más lo que quiero decir. La Antígona de Lacan, se ubica en un registro completamente diferente. Lacan comienza su comentario de Antígona citando algunos estudios hechos sobre la pieza por ensayistas de la talla de Hegel, Goethe, Kant y Rohde, y diferenciándose de manera inmediata de la postura de Hegel. Nos dice:

    « Un problème nouveau se pose à nous, qui même pour Hegel n´était pas clair. Hegel a longuement essayé dans la Phénoménologie de l´esprit d´articuler la tragédie de l´histoire humaine en termes de conflits de discours. Il s´est complu, entre toutes, à la tragédie d´Antigone, pour autant qu´il y voyait s´opposer de la façon la plus claire le discours de la famille à celui de l´État. Mais les choses sont pour nous beaucoup mois claires. [1]  »

    Le Séminaire livre VII. pp. 276.

    Se nos plantea un nuevo problema, que para el mismo Hegel no estaba claro. Hegel ha intentado a lo largo de la Fenomenología del Espíritu  articular la tragedia de la historia humana en términos de conflicto del discurso. Se complacía, entre todas, con la tragedia de Antígona, en tanto que veía en ella, oponerse del modo más claro, el discurso de la familia al discurso del Estado. Pero las cosas son para nosotros mucho menos claras.

    Un poco más adelante se expresa así:

     « Quoi qu´il en sois, il n´est pas assurément de domaine ou Hegel me paraisse plus faible que dans celui de sa poétique, et spécialement ce qu´il articule autour d´Antigone.  [2] »

    Le Séminaire livre VII. pp. 292

     « En cualquier caso, no hay dominio donde Hegel me parezca más débil que en el de su poética, y especialmente en aquello que articula sobre Antígona»

    Y hasta recurre a algunos comentarios críticos que Goethe realiza a Hegel:

    « Goethe rectifie assurément ce dont il s´agit pour Hegel, qui oppose Créon à Antigone comme deux principes de la loi, du discours. Le conflit serait donc lié aux structures. Goethe montre au contraire que Créon, poussé par son désir, sort manifestement de son chemin, et cherche à rompre la barrière, en visant son ennemi Polynice au-delà des limites où il lui est permis. [3]  »

     « Goethe seguramente rectifica aquello de lo que se trata en Hegel, quien opone a Creonte y Antígona como dos principios de la ley, del discurso. El conflicto estaría entonces, ligado a las estructuras. Goethe muestra por el contrario que Creonte, impulsado por su deseo, pierde el piso, y busca a romper la barrera, atacando a su enemigo Polynice más alla de los limites que le son permitidos.»

    Unas líneas después:

    « Il ne s´agit pas d´un droit qui s´oppose à un droit, mais d´un tort qui s´oppose – à quoi ? A autre chose qui est ce que représente Antigone. Je vous le dirai, ce n´est pas simplement de la défense des droits sacrés du mort et de la famille  [4] »

    Le Séminaire livre VII. pp. 297.

    «No se trata de un derecho que se opone a otro derecho, sino de una estupidez que se opone ¿a qué? A esa otra cosa que representa Antígona. Y les diré, que no se trata simplemente de la defensa de los derechos sagrados del muerto y de la familia.»

    Lacan insiste en que es necesario ir más allá de un juicio que realce la confrontación entre dos leyes, aquello en lo que se posicionara la lectura que, nos refiere, hace Hegel.

    Puedo conceder que quizá la lectura de Antígona que usted ha hecho, es fiel a la que hizo Hegel. No hay nada de malo en ello y creo que tiene todo el derecho de hacer una diferente de la de Lacan y discrepar y proponer como insostenible la lectura que éste hace. Lo que no va ni tantito, es sostener que Lacan hace una interpretación en un sentido que, justamente, le importa refutar completamente.

    Es tan capital para Lacan oponerse a esa lectura del conflicto simple entre dos leyes, que ahí mismo va a realizar un comentario crítico de las traducciones a las que él tiene acceso y durante el seminario nos propondrá otra lectura al gesto de Antígona. Leamos:

    « Quand elle s´explique devant Créon sur ce qu´elle a fait, Antigone s´affirme d´un c´est comme ça parce que c´est comme ça, comme la présentification de l´individualité absolue. Au nom de quoi ? Et d´abord, sur quel appui ? Il faut que je vous cite le texte.

    « Elle dit très nettement – Toi, tu as fait des lois. Et là encore on élude le sens. Pour traduire mot a mot – Car nullement Zeus était celui qui a proclamé ces choses à moi. Naturellement, on comprend qu´elle veut dire, et je vous ai toujours dit qu´il est important de ne pas comprendre pour comprendre – Ce n´est pas Zeus qui te donne le droit de dire cela. Mais ce n´est pas ce qu´elle dit. Elle répudie que ce soit Zeus qui lui ait ordonné de faire cela. [5]  »

    Le Séminaire Livre VII. Pp. 323 – 24.

    «Cuando se explica frente a Creonte sobre lo que ha hecho, Antígona se sostiene en un es así por que es así, como la presentificación de la individualidad absoluta. ¿En nombre de qué? Y en primer termino ¿ apoyada en qué? Es necesario que les cite el texto.

    «Ella dice claramente – Tu, tu has hecho leyes. Y aquí nuevamente se elude el sentido. Por traducir palabra por palabra – Pues en modo alguno ha sido Zeus quien me proclamado esto. Naturalmente, se ha comprendido lo que ella quiere decir, y les he dicho siempre que es importante no comprender para comprender – No es Zeus quien te otorga el derecho de decir esto. Pero no es esto lo que ella dice. Ella repudia que sea Zeus quien le haya ordenado hacer eso.»

    Lacan nos propone una Antígona bastante lejana y hasta opuesta, a la que usted nos presentó en sus conferencias. Ni representante de los Dioses (Ella no teme infringir la ley de los hombres ni la de los Dioses) ni representante de la Ley de la familia. Ella no invoca ningún otro derecho que aquel que surge del lenguaje en el carácter inefable de que lo que es: es, y no puede ser de otra forma. Aquí el significante pareciera alcanzar un límite que evoca el principio de identidad. Lacan entonces, nos la presenta caracterizada por una «individualidad absoluta» lo cual evidentemente puede ser un exceso, es verdad. De hecho, Lacan era excesivo, sobrado, macanudo. pero no en la forma de desmesura en la que quiso usted mostrárnoslo y no hay que olvidar que esta hipotética «individualidad absoluta» refiere sólo a una metáfora, un mito, o como a Lacan le gustaba nombrarlo: es un mito estructural.

    Esta «pequeña-gran» diferencia entre la Antígona de Lacan y la que usted le imputa, es fundamental, puesto que es ahí, en ese punto en donde Lacan sostendrá toda su construcción alrededor del mito estructural llamado Antígona. El gesto de Antígona no podría ser leído de la misma forma si lo suponemos como una oportunidad de confrontación entre dos órdenes -la versión que usted nos propone-, que si lo suponemos como un expresión de esta individualidad absoluta. Esto es lo que permite a Lacan proponer a Antígona como ejemplo de una decisión, una elección: «un choix absolu, un choix qu´aucun bien ne motive  [6] ». «una elección absoluta, una elección que no es motivada por ningún bien.»

    Pero usted nos insistió bastante que Antígona esta al servicio de la ley familiar, y fue aún más allá, precisando que su gesto sería la satisfacción del deseo de Yocasta. Es así, al menos, como recuerdo que usted la presentó en sus conferencias, y tomándose la licencia de sostener que su proposición es la lectura que hizo Lacan. Pero: ¿Esto es así? ¿Lacan termina su comentario inculpando a Yocasta? No lo creo, pero eso es precisamente, lo que usted nos afirmó Madame. Y por cierto es también uno de los puntos que Patrick Guyomard [7] acentúa en su libro sobre el seminario VII. Retornemos pues al texto de Lacan, efectivamente al final del comentario sobre Antígona encontramos:

     « Mais Antigone mène jusqu´à la limite l´accomplissement de ce que l´on peut appeler le désir pur, le pur et simple désir de mort comme tel. Ce désir , elle l´incarne.

    « Réfléchissez – y bien – qu´en est-il de son désir ? Ne doit-il pas être le désir de l´Autre, et se brancher sur le désir de la mère ? Le désir de la mère, le texte y fait allusion, est l´origine de tout. Le désir de la mère est a la fois le désir fondateur de toute la structure, celui qui fait venir au jour ces rejetons uniques, Étéocle, Polynice, Antigone, Ismène, mais c´est en même temps un désir criminel. [8] »

    Le Séminaire Livre VII. pp. 329

     «Pero Antígona lleva hasta el limite el cumplimiento de eso que podemos llamar el deseo puro, el puro y simple deseo de muerte como tal. Ese deseo, ella lo encarna.

    «Reflexionen, ¿Qué pasa con su deseo? ¿No debe ser el deseo del Otro, y conectarse con el deseo de la madre? El deseo de la madre, el texto hace alusión, es el origen de todo. El deseo de la madre es a la vez el deseo fundador de toda la estructura, aquel que ha dado a luz a esos retoños unicos, Eteocles, Polynice, Antígona, Ismene, pero es al mismo tiempo un deseo criminal.»

    ¡Vamos Madame! ¿Realmente puede usted sostener la lectura de que Lacan monta todo su aparato de análisis a fin de inculpar a Yocasta? ¡Por favor! No estamos para esos simplismos. Lacan habla del deseo de la madre en tanto deseo del Otro, es decir en tanto Otro estructural. El deseo de la madre no es aquí identificado al deseo de mamá, no se trata de su mamá (un otro chico). Se trata de la madre en tanto figura princeps del Otro para todo sujeto, de tal forma que Lacan la afirma como estando en el origen no sólo de Antígona, sino también de sus tres hermanos. Repito: Se trata del deseo de la madre, en tanto deseo del Otro, es decir de ese Otro que es el sujeto para sí mismo en tanto deseante.

    Si en este punto aparece la pregunta sobre el deseo del otro, es decir casi al final del comentario que Lacan realiza sobre Antígona, no es para señalar a un responsable del acto, del brillo de Antígona. No se trata de que nos planteemos la pregunta: ¿Quién tuvo aquí la culpa? Es más, para Lacan no hay otro responsable del gesto de Antígona que ella misma, de ahí que subraye el que nos sea presentada como αύτόνομος.

    La pregunta que se hace Lacan es más compleja, él está interesado en enfrentar un problema estructural: ¿El deseo del sujeto autónomo, es su deseo? O es, al igual que en cualquier otro caso: ¿El deseo del Otro? La pregunta es trascendente y vale tanto para Antígona, como -digamos- para Eichmann. Intentaré explicitarme más. Sostener al personaje de Antígona como autónomo, como una «individualidad absoluta» ¿Permitiría acaso afirmar al deseo de dicha individualidad como absoluto?

    Me parece claro que tal es la interrogante que Lacan intenta resolver para nosotros en estas líneas, es decir llama nuestra atención y afirma: el deseo de Antígona, no podría ser sino el deseo del Otro. Lo que no quiere decir que Antígona no esté tratando de satisfacer a mamá. Su deseo, como el de cualquier otro sujeto, está atravesado por la relación, estructuralmente fundadora, de un Otro deseante. Pero hay algo más y es lo que hace al brillo de Antígona.

    Pero usted obvia todo esto y nos plantea a una Antígona apasionada por la muerte y suicida, arrollada por el deseo del Otro. Insisto, nada que ver con la figura que Lacan nos propone.

     « Antigone pendue dans son tombeau évoque bien autre chose que l´acte de suicide  [9] »

    Le Séminaire livre VII. pp. 331

     «Antígona colgada en su tumba evoca algo muy diferente que el acto suicida»

    Lo que Lacan ciñe en Antígona no es el suicidio, es el deseo de muerte. Y esto Madame, créame que no es lo mismo. Me falta espacio -de hecho, no es lugar-, para desarrollar estas diferencias, pero quien tiene algunos años ejerciendo la clínica psicoanalítica sabe bien de qué estoy hablando.

    En fin, todo esto para que usted desemboque en proponer a un Lacan que cuestionaría, incluso desacreditaría -tales fueron sus afirmaciones-, a la familia considerándola, de plano, psicotizante. Y quisiera saber dónde es que dice tal cosa. pero aún aceptando esta posibilidad: ¿Es aquí que usted observa una nota de demérito a la familia? Según usted, la afirmación coincide con un Lacan que considera locas a las mujeres ¿De verdad? Porque yo recuerdo a otro Lacan que en el Seminario XX (Encore) afirma que, precisamente: ellas no están locas del todo. Esta afirmación, sí me parece entra en perfecta consonancia con la lectura posible de encontrar en la Antígona de Lacan: una no loca del todo. Alguien que puede en su gesto prescindir de todo otro.

    Al final de sus conferencias, usted abogo por otra vía: la de la conciliación, esa que se llama de la negociación, aquella que incluye acuerdos, pero también desacuerdos ¿Por qué no? Estoy completamente de acuerdo con usted.

    De hecho, me gustaría utilizar el ejemplo que le interesó para ejemplificar esta vía. Me parece haberle entendido que el verdadero riesgo no es el seguir a Lacan, sino el exceso de muchos lacanianos que más que secundar su camino, lo deifican. Estoy nuevamente de acuerdo con usted.

    Tan de buen humor y conciliatoria estaba usted, que llegó a conceder que si bien Lacan tuvo una familia terrible, su lectura de Antígona, lo que usted supone como tal, aunque obedeciendo en parte -no puede reducirse- a su propia historia y problemas familiares. Bueno, sigamos en este espíritu de conciliación ¿Por qué no? ¿Importa eso para comprender su reflexión ética? Incluso esta tesis no es nueva, le recuerdo que en su libro sobre Lacan, precisamente aparece ese juicio que me atrevería a llamar moral. Allí afirma usted que el importante desarrollo teórico lacaniano en relación con la función paterna tiene como fuente el ingente conflicto que tuvo Jacques Lacan con su tremendo padre. Y, permítame decirle, que eso es entrar de lleno a hacer psicología, aquello que a usted le pareció tan fuera de lugar en un momento dado. Habló usted también de su propia familia, no sé con que intención, y creo que nos dijo mucho más de lo que quizá pensaba decir. Dijo que su propia historia familiar no fue, como la de Lacan, una historia terrible. Llegando sin embargo, por alguna razón dejada en suspenso, a afirmar que las relaciones familiares pueden ir más allá de los vínculos sanguíneos, al afirmar que es bien posible para cualquiera el tomarse por hijo, o hija en su caso, de alguna figura importante. ¿A que venía ese comentario?

    Me parece Madame, que todo esto, quiero decir; su conferencia, su libro sobre Lacan, son todas historias de familia, de una familia en dónde usted esta concernida. ¿O acaso no, la historia del psicoanálisis lacaniano es para usted una historia de familia?

    Por último, madame, quizá le haya extrañado que me refiriese a Lacan utilizando la palabra de héroe y me gustaría decirle por qué fue que así lo nombré

    Surgió, en primera instancia, al recordar que uno de los primeros comentarios que escuché a propósito de su libro sobre Lacan fue un simple y llano: «Me han destruido a mi héroe».

    Al escribir estas líneas recuerdo sin embargo un comentario de François Regnault, a quien reconozco como mi maestro, publicado en «Les nouveaux literaires». Él adoptaba una postura completamente opuesta a la declaración desconsolada que le menciono, en pocas palabras, decía: «Quieren golpearlo, de acuerdo golpéenlo, hay y habrá Lacan para rato».

    Pero en el fondo Madame si me referí a Lacan como un héroe, fue por que creo que fue usted misma es quien lo colocó en tal sitio. No se si concientemente o no, pero coincide con la fórmula que Lacan propone en el mismo seminario VII que nos ocupa.

    « Deuxièmement, la définition du héros – c´est celui qui peut impunément être trahi [10]  ».

    Le Séminaire livre VII. pp. 370

    «Segundo, la definición del héroe – es aquel que puede ser impunemente traicionado.»

    Créame, Madame, que tomo su discurso muy en serio y nada me agradaría más que recibir algún comentario sobre estas líneas. Me parece importante, no solo por ofrecerle el derecho de réplica, sino por que desde ya le ofrezco tomar en consideración cualquiera de sus respuestas para una posible modificación de lo que opino y ahora he alcanzado a escribir.


    [1]  Lacan, Jacques. Le Séminaire Livre VII, « L´éthique de la psychanalyse », Éditions du Seuil, Paris France. 1986. pp. 276. (Todas las traducciones son mías. Todas las citas remiten al mismo seminario, y para comodidad del lector mantendré después de cada cita el número de página de la misma y la traducción al español. Agregando en los pies de pagina la paginación de la versión en español.) Esp. P. 283.

    [2] Ídem. P. 292. Esp. pp. 300.

    [3] Ídem. P. 297. Esp. pp. 306.

    [4] Ídem.

    [5] Ídem. Pp. 323-4. Esp. P.333.

    [6] Ídem. P. 281. Esp. pp. 289.

    [7] Guyomard Patrick. El deseo de ética. Ed. Paidós. Argentina 1999. Encontramos en las conclusiones: «En Lacan, la tragedia se convierte en una tragedia del deseo, más que del destino. Pero el héroe trágico no tiene otra escena. No tiene inconsciente. Edipo no padeció complejo de Edipo. Y el deseo no puede liberar la culpa más que identificándose con el destino«. P. 146.

    [8] Lacan, Jacques. Le Séminaire Livre VII. pp. 329. Esp. P. 339.

    [9] Ídem. P. 331. Esp. pp. 341.

    [10] Ídem. P. 370. Esp. pp. 382.

  • Dos preguntas a Elizabeth Roudinesco

    Dos preguntas a Elizabeth Roudinesco

     Araceli Franco A., Miriam Colín G.

    Los días 10, 11 y 12 de octubre, en la Cd. De México, convocados por el Grupo Red Analítica Lacaniana, AC. (Grupo REAL), se llevó a cabo el Seminario ’La familia Rota’, a cargo de la psicoanalista Elisabeth Roudinesco.

    Fue de gran valor para nosotros, escuchar cómo la Dra. Roudinesco a lo largo del seminario, hizo un interesante recorrido de cómo se han venido dando las transformaciones sociales, las de la familia misma y cómo el psicoanálisis ha debido también implementar sus propias mutaciones, poder dar cuenta de ellas y afrontado la necesidad de renovarse hacía dentro de sus propios conceptos.

    En su opinión, el nuevo siglo se despliega ante retos no imaginados. Configuraciones sociales que se han venido implantando, mientras que otras, que vienen de lejos, muestran discontinuidades por demás desconcertantes.

    En la actualidad, encontramos fisuras que plantean nuevas formas de subjetivación, nuevas formas de estructuración familiar, razón por la que se abren nuevas perspectivas.

    La Dra. Roudinesco, ve a la familia contemporánea enfrentando rupturas y en su recomposición aparecen catástrofes tales como niños homicidas, suicidas, niños abusados sexual y físicamente, mujeres violadas y asesinadas, pederastas, delincuencia, vandalismo, etc. Considera que ya no es posible pensar en una estructura de familia tradicional, ahora vemos aparecer otras formas de familia: madres solteras, hermanos que fungen como padres de hermanos menores, parejas homosexuales, hijos engendrados artificialmente, familias en donde el padre aparece como un líder que no está emparentado consanguíneamente, etc.

    Paradójicamente, la familia, -enfatiza la Dra. Roudinesco-, «aparece cada vez menos capaz de transmitir los valores que tradicionalmente venía encarnando». Al tiempo que como nunca, ha sido reivindicada como el lugar por excelencia de desarrollo individual.

    Formas nuevas de estructuración familiar, a las que el psicoanálisis debe también poder dar cuenta y no mantenerse en posiciones dogmáticas e inamovibles.

    «Si el padre no es más el padre, si las mujeres pueden dominar la procreación, si los homosexuales tienen la posibilidad de hacerse un lugar en el proceso de filiación; ¿no estará la familia condenada y con ellas las certezas que antaño fungían como garantes de la verdad?», refiere la Dra. Roudinesco en su último libro publicado (en español de reciente publicación en Argentina, no aún en México), La familia en desorden, texto base de el presente seminario.

    Aprovechando la presencia de la Dra. Elisabeth Roudinesco a nuestro país, para impartir dicho seminario y otras actividades realizadas en nuestro país, intentamos realizar una entrevista para la Revista ’Carta Psicoanalítica’. Aceptó contestar dos preguntas breves y se mostró dispuesta e interesada por ver la entrevista publicada en el Red. Se las ofrecemos a los lectores, tal y cómo éstas sucedieron:

    A: Buenos días Dra. Roudinesco, la entrevista a continuación es para la Revista ’Carta Psicoanalítica’ que circula por la red. Es la más importante revista digital mexicana de psicoanálisis. De antemano le agradecemos su tiempo y su disposición para ella.

    1.- ¿Cuál es el presente del psicoanálisis ante estas propuestas teórico-clínicas que ud. hace, respecto a las transformaciones que actualmente enfrenta la familia?

    Pienso que en el psicoanálisis, estamos en un periodo de herencia. El psicoanálisis, siempre está en riesgo de convertirse en un dogma, en un dogma edípico, en un peritaje de la sociedad, y lo psicoanalistas siempre corren el riesgo de convertirse en peritos de la sociedad, de la familia, es un riesgo que siempre corremos.

    Entonces, en cada cambio de la sociedad, así como el psicoanálisis mismo nació del cambio de la sociedad, en cada cambio, el psicoanálisis tiene que hacer de alguna manera un auto-análisis, y ante cada cambio tiene que pensar el futuro y no replegarse en el pasado.

    Ahora hay varios puntos importantes en la actualidad. Vivimos en una época en que la gente tiene tendencia a tratar sus problemas psíquicos mediante medicamentos. No sirve para nada irse para atrás y decir que ya no es preciso usar la medicación, pero hay que criticar esta ideología medicamentosa que pretende resolver todos los padecimientos de manera mágica mediante la medicina. Hay que criticar los excesos de los medicamentos, para marcar que el ser humano siempre permanece en una condición trágica, que tiene que enfrentarse con el deseo, con la muerte, etc. y que entonces las drogas no son una solución, pero tampoco podemos hacer como si viviéramos en un mundo en donde no existen las drogas.

    Y lo mismo sucede con las transformaciones de la familia. Critico a los psicoanalistas que al ver a las nuevas formas de familia como la homosexual, dijeron que no corresponden al Edipo, pienso que es algo absolutamente ridículo, tenemos que pensar estas transformaciones en función de nuestros conceptos y, por eso hice este trabajo, veremos claramente que todas las formas de familia son posibles con tal de que haya prohibiciones fundamentales: la del incesto, la de trastornar a las generaciones y entonces la re-lectura de los clásico es siempre necesario; volver a pasar por el pasado para entender el presenta y, finalmente ese es el gesto de Lacan. Pero hoy los lacanianos son tan dogmáticos, tan a extremadamente dogmáticos como lo eran antes de Lacan los seguidores de Freud.  Ellos también ironizan, edipianizan y ponen significantes en todos los problemas de la sociedad, entonces quieren hacerla de peritos también, por eso permanentemente hay que estar en la renovación.

    2.- ¿Cuál es para ud. la actualidad del psicoanálisis de niños, a partir de todas estas concepciones que hace respeto a la renovación de la familia?

    El psicoanálisis de niños es solamente fundamental. No sé que tanto hay en México psicoanalistas de niños, si es mucho o no lo que se practica. Porque en Francia en particular, pero también en otros países, es una de las cosas que más resiste el psicoanálisis de niños, porque hoy todavía se duda en Francia, en dar medicina a los niños que tienen problemas. Se que aquí en México, se tiende al uso excesivo de la medicación, quizás por la cercanía con los Estados Unidos de Norteamérica.

    Pienso aquí también, como lo referí en la pregunta anterior que hay un combate por llevar adelante, un gran camino por andar. Sobre todo tratándose de los niños, nuestros futuros adultos.

  • El sujeto kantiano y el sujeto del Inconsciente

    El sujeto kantiano y el sujeto del Inconsciente

    Carmen Nieto

    Introducción [1]

    Desde que Kant escribió la «Crítica de la Razón Pura» en 1781 y hasta la actualidad, los conceptos básicos con los que construye su Crítica, tanto Pura como Práctica, han sido no sólo profundamente modificados por los diferentes descubrimientos científicos, sino también justamente colocados y acotados en la verdad que encierran a través del descubrimiento del Inconsciente, cuya expresión más exacta de esa verdad la encontramos en el artículo de Lacan «Kant con Sade«.

    Al estar estas jornadas ordenadas en torno a las tres preguntas kantianas, he decidido hacer un despliegue paralelo en cada pregunta , entre lo que Kant entendía que era la respuesta que había que darle, y la que se daría, a mi entender, desde una perspectiva psicoanalítica.

    ¿Qué puedo saber?

    Ante las diferencias de criterio que aportaban sobre la razón las distintas corrientes de pensamiento de su época; tales como el Dogmatismo Racionalista que proponía un discurso de la razón al margen de la experiencia, o el Positivismo que reducía el pensamiento a lo dado, o el Irracionalismo que sobrevaloraba y ponía toda la carga de la razón en el subjetivismo, Kant se ve desbordado por la dispersión que hay sobre el tema de la razón y se pregunta: ¿Cómo es posible que nunca hayamos reflexionado sobre los mecanismos objetivos que validan la operatividad de la instancia que consideramos que nos permite acceder al conocimiento, es decir, la razón?. ¿De qué está compuesta la razón?. ¿Cómo funciona?. ¿Por qué decimos que adquirimos el conocimiento a través de ella?. ¿Será verdad que entre causa y efecto no hay ninguna relación y, entonces la capacidad de conocer es completamente imposible?.

    La «Crítica de la Razón Pura» es la obra en que Kant realiza la empresa de ponerle límite a la razón. En la introducción de la obra, Kant plantea el problema de la posibilidad de la Metafísica, de si es posible un conocimiento rigurosamente científico sobre Dios, la libertad y la inmortalidad del alma. Para encontrar una respuesta, se pregunta, ¿Cómo es posible la ciencia? Y la respuesta es que la ciencia es posible bajo ciertas circunstancias y condiciones.

    ¿Cuáles son estas condiciones?: hay que distinguir dos tipos de condiciones, que son las que Kant llama «Condiciones Empíricas» y «Condiciones A priori«. Empíricas en tanto la ciencia aborda los objetos o fenómenos de la naturaleza, de la realidad tangible. A priori en tanto que estos objetos o fenómenos se localizan siempre en un espacio y un tiempo que son previos a la experiencia, es decir, no provienen de la experiencia, no son objetos, sino Intuiciones que condicionan la experiencia, que la hacen posible.

    «Cuando observamos algo lo hacemos por medio de órganos sensibles. Todos nuestro órganos sensibles nos proporcionan, cuando son influidos externamente, impresiones sensibles, pero las condiciones de que haya cualquier impresión sensible no pueden existir ellas mismas como impresiones sensibles«.

    Estas condiciones son las que Kant llama «A Priori», es decir, anteriores a la sensación. Por otro lado, a partir de las sensaciones hacemos juicios en forma de sujeto y predicado, pudiendo ser:

    • Analíticos cuando el predicado no añade información nueva sobre el sujeto.
    • Sintéticos cuando el predicado añade información nueva sobre el sujeto

    y, además, pueden ser

    • A Priori cuando no hace falta recurrir a la experiencia para hacerlos
    • A Posteriori cuando hace falta recurrir a la experiencia para hacerlos.

    Desde esta perspectiva, entonces, habría varios tipos de juicios:

    1) Los que se hacen mediante los sentidos y su valor de verdad depende de la experiencia que serían Sintéticos A Posteriori. «Todos los bosques son verdes».

    2) Los que se caracterizan por su independencia de la observación, que serían Analíticos A Priori. «Todos los solteros no son casados».

    3) Los que se caracterizan por ser Sintéticos y A Priori: son todos los juicios matemáticos.

    Kant se pregunta, ¿Cómo es posible que los juicios matemáticos sean Sintéticos y A Priori?. Para solucionar este asunto, Kant necesita encontrar un principio que constituya las condiciones necesarias y suficientes para hacer tales juicios y esas condiciones son el Espacio y el Tiempo como formas a priori de la Intuición.

    El espacio

    No es un concepto empírico derivado de la experiencia, sino que es una presuposición necesaria para poder observar cualquier cosa:

    «Que toda cosa ha de encontrarse en algún lugar, cualquiera que éste sea, es una verdad universalmente válida y necesaria«.

    Pero el espacio no es ni deja de ser un lugar, es la condición imprescindible para la verdad universalmente válida y necesaria de que las cosas han de encontrarse. Por tanto es una representación necesaria «A Priori» que subyace a todas las intuiciones externas, porque la condición para hacer juicios sobre el espacio que no sean sólo «A Priori» es que el espacio sea no un concepto, sino una forma de Intuición.

    El tiempo

    No es un concepto empírico porque no obtenemos el concepto tiempo por abstracción de la experiencia, pero no podemos experimentar nada sin presuponer el tiempo.

    «Observo que dos cosas ocurren simultáneamente o que una cosa ocurre antes o después que otra, pero no podría hacer tales observaciones, ni podría registrarlas si no tuviera ya la idea de tiempo«

    No puede ser definido porque cualquier concepto que se use en su definición presupondrá el tiempo. Es una idea necesaria, no se puede imaginar un mundo que no esté en el tiempo. Ésta es una proposición lógica y necesariamente verdadera.

    La Razón y el Yo

    Una vez aclaradas las «Intuiciones A Priori», necesarias para, pero previas al conocimiento, Kant va a definir ¿Qué es el conocimiento, el entendimiento o la razón?. Dirá que el entendimiento es la capacidad de emplear Conceptos. Usar un Concepto es hacer un Juicio de los señalados por Kant, por medio de ese concepto. Pero resulta que Kant llama Conceptos a las Categorías, de modo que hacer un juicio sería aplicar diferentes Categorías a un objeto. Las Categorías kantianas, algo diferentes de las aristotélicas, son cuatro: Cantidad, Cualidad, Relación y Modalidad, conteniendo cada una de ellas diferentes tipos de juicios. Entonces un objeto sería abordado científicamente haciendo juicios que le vayan aplicando todas las Categorías que le conciernen hasta ir cercando un conocimiento que nos permita hacernos una idea sobre el mismo que sea reconocida por todos, es decir, que sea universal.

    Esa idea es una síntesis que evitaría la acumulación de categorías sobre un objeto sin haberle atribuido una explicación que lo unifique, que lo totalice, que lo arroje como un bloque compacto de saber y la instancia encargada de hacer esa labor de síntesis es, para Kant, el Yo. El Yo kantiano es lo más verdadero que tiene el sujeto para relacionarse con la verdad y con la realidad. No es una categoría, porque si es el que las sintetiza, no puede ser él mismo una de ellas. El Yo kantiano es, por tanto, transcendente, absoluto y no engaña.

    Respuesta Psicoanalítica

    Frente al Yo kantiano tenemos el Yo freudiano definido como la instancia que más engaña al sujeto y que está afectado por la categoría de Relación con el Super-yo, y el Ello . Lejos de tener la gran capacidad transcendente de síntesis, está sometido, constantemente, a las diferentes servidumbres de las que nos habla Freud en «El yo y el ello». En términos lacanianos, el yo es una instancia imaginaria por producirse en el Estadio del Espejo en relación de alienación con el otro.

    Kant acepta, por otro lado, el concepto de Noúmeno que sería la esencia del objeto y reconoce que es imposible llegar a ella a través de la razón, pero todo lo que no sea intentar llegar a esa esencia sí puede ser elaborado como ciencia y como conocimiento absoluto. Entonces, con respecto al mundo científico se puede decir que, en las Condiciones A Priori, Kant parte de la idea de un Tiempo y Espacio absolutos que en el inconsciente no se dan, y que la Teoría de la Relatividad de Einstein ha puesto en entredicho puesto que, a partir de ella, Espacio y Tiempo van a depender del lugar del observador. Con respecto a las Condiciones Empíricas, el teorema de Gödel muestra que en todo sistema formal siempre habrá proposiciones indecidibles.

    Como consecuencia de todo esto se deduce que en el saber científico hay un agujero que a Kant le costó reconocer y que su Yo difiere notablemente del Yo psicoanalítico. Mientras el Yo kantiano estaría en la cúspide de una pirámide por fuera del mundo del conocimiento y controlándolo, el Yo psicoanalítico estaría totalmente sumergido, afectado y modificado por todas las instancias del conocimiento y de la estructura.

    ¿Qué debo hacer?

    En la «Crítica de la Razón Pura» Kant reconoce la imposibilidad de la metafísica como ciencia. No niega la inmortalidad del alma ni la existencia de Dios, pero reconoce que no son asequibles al conocimiento ya que éste solamente tiene lugar en la aplicación de las categorías a los fenómenos y el alma y Dios no son fenómenos que se den en la experiencia. La «Crítica de la Razón Práctica» da realidad objetiva a aquellas ideas transcendentes que la Razón Teórica reconoce sólo como problemas. El hombre se convierte en sujeto de la vida moral y pasa de ser un fenómeno desde la Razón Pura, a ser una esencia nouménica desde la Razón Práctica. A través de la ley moral, el hombre se libera del determinismo causal al que está sujeto como ente de la naturaleza, y se constituye en un ser autónomo a través del uso de su libertad.

    La moralidad es todo lo que concierne a la acción del hombre, puesto que además de observar la naturaleza, actúa en ella, y este actuar tiene sus leyes particulares. Para Kant, el fundamento del ámbito de lo moral sería la Buena Voluntad. El sujeto que tiene conciencia de que piensa es el sujeto de la Razón Pura, la Voluntad poniéndose la tarea de ser buena abre el ámbito de la Razón Práctica. Todo el problema Kantiano de la vida moral se funda en: la Finitud del hombre y en su Originariedad, en la falta de acuerdo entre Voluntad y Razón, y en la Libertad.

    La Voluntad es una acción que se manifiesta en el querer, un querer que se manifiesta de dos maneras: Querer puro que es Originario y designa lo bueno, y Querer empírico que es Finitud, conciencia de que somos mortales y se manifiesta en las inclinaciones. El Querer puro es objetivo y es en el que nos afirmamos como seres libres. Como el hombre está dividido entre las inclinaciones y el deber, la Voluntad se rige por su propia Ley que es universal y no viene impuesta desde fuera, sino que se encuentra en el interior de la conciencia del hombre. Esta Ley sería el principio objetivo del obrar conforme al deber, que sería el Imperativo Categórico.

    La libertad

    La libertad es el cimiento fundamental de la ética kantiana, sin ella nada de la moral tendría sentido ya que, al no tener el hombre capacidad de decisión, tampoco tendría responsabilidad en sus actos. Desde esa libertad trata de buscar el sentido de su vida. En un principio, se dirige al mundo pidiendo el absoluto y deseando que el mundo se acomode a sus deseos, este sería un concepto negativo de la libertad y un mal encuentro con la Ley. En un segundo momento, se topa con el semejante tan originario como él. La razón acepta que la apertura al todo no puede ser caótica y se exige coherencia, la libertad se autolimita y se regula en forma de ley, convirtiéndose en libertad positiva que se propone realizarse en toda su dimensión de dignidad, obrando de acuerdo con la Proposición Sintética Práctica a Priori del Imperativo Categórico, cuyo enunciado es:

    «Obra de tal manera que puedas querer que tu máxima se torne, al mismo tiempo, universal«.

    La recompensa al Imperativo Categórico es el «contento de sí» y ante el problema de la antinomia de la libertad, Kant lo resuelve diciendo que a la Razón se le impone la libertad como Factum.

    Respuesta psicoanalítica

    Freud, en uno de los apartados de «Lecciones introductorias al Psicoanálisis» dice que el único imperativo que él ha podido verificar, a través de sus pacientes, es el imperativo Superyoico y considera que no es recomendable para nadie. Por otro lado, la libertad que le reconoce al sujeto no le deja tanta capacidad de maniobra y dominio como Kant, ya que ésta está sometida a la elaboración de un deseo y es entendida como ese pequeño margen de maniobra que le queda al sujeto frente al determinismo de la estructura y siempre en relación al deseo. Por eso el deseo es tan importante en la teoría de Freud, porque es el único elemento de la estructura que le permite servir al lenguaje, pero no esclavizarse a él. Sin embargo, no hay que olvidar que el deseo de cada sujeto siempre va a estar muy determinado por los diferentes avatares y accidentes que haya sufrido en la estructura.

    En el texto «Kant con Sade», Lacan coloca al imperativo categórico genialmente en su sitio cuando lo pone en relación con el imperativo sadiano. Citando textualmente a Miller quien, a su vez, cita textualmente a Lacan: «tengo derecho de gozar de tu cuerpo puede decirme quien quiera…» (pág.340) «…y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en ganas saciar en él «. Y Lacan llama a esto (pág. 342, en el tercer párrafo) «la paradoja sadiana«, porque el límite de su capricho en el uso del cuerpo del otro es morir. Es difícil pensar una sociedad con esa ley.

    En el caso de Kant se puede aplicar perfectamente el refrán «Quien hizo la ley hizo la trampa». Trampa que está, entre otras cosas, en el deseo de universalidad, tal como Eric Laurent lo explica en su «comentario de ’Kant con Sade’ «, cuando comenta la idea dada por Lacan de que tanto Kant como Sade anulan la existnecia:

    «La revelación del texto de Lacan es que la máxima moral es exactamente igual a la operación sádica, puesto que el sádico quiere sacrificar todo el mundo al universal de su goce: en este punto los dos se encuentran. Uno quiere sacrificar por su ley a todas las existencias; el otro puede hacer pasar a todo el mundo al papel de víctima en nombre de lo universal de su goce. Pero los dos sacrifican la existencia y ésta es la vertiente sádica de Kant«.

    ¿Qué quiere decir que ambos anulan la existencia?

    Formalmente, el imperativo kantiano responde a un enunciado del tipo «Compromiso existencial» (Brentano, 1874), que consiste básicamente en que un enunciado universal cuyo «universo del discurso» es vacío es un enunciado verdadero, pero no sus enunciados particulares, que siempre serán enunciados falsos. Si Cx es un universo vacío, entonces «Lx(Cx ® Mx)» es verdadero, pero «Vx(Cx Ù Mx)» siempre es falso [2] . El primer predicado dice: «para todo x, si x obra de acuerdo con el imperativo categórico, entonces x es un sujeto moral», el segundo dice: «hay algún x tal que obra de acuerdo con el imperativo categórico y es un sujeto moral» Al no existir referentes empíricos del Imperativo Categórico, el universal será verdadero, pero el particular falso. Al no haber particular, no hay existencia.

    ¿Qué me está permitido esperar?

    Con respecto a esta pregunta, desde Kant habría que decirle que ojalá hubiera tenido un encuentro con el deseo que le hubiera cambiado su tragedia particular de apego al imperativo categórico.

    Desde el psicoanálisis, teniendo en cuenta que el deseo es metonímico, lo que cabe esperar es que un sujeto sea capaz de no guardar su agalma en el bolsillo frente a los avatares que le presente el deseo.

    Bibliografía:

    FREUD, S.: «El yo y el ello«. Alianza Editorial. Madrid. 1994.

    «Lecciones Introductorias al Psocoanálisis» Bibloteca Nueva.Madrid. 1972.

    GARRIDO, M.: «Lógica simbólica«. Editorial Tecnos. Madrid. 1991

    HARTNACK, J.: «La teoría del conocimiento de Kant«. Ediciones Cátedra. Madrid. 1977.

    HUME, D.: «Tratado de la naturaleza humana«. Ediciones Orbis. Barcelona. 1984

    JURANVILLE, A.: «Lacan y la filosofía«. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. 1992.

    KANT, E.: «Crítica de la razón pura«. Alfaguara. Madrid. 1993.

    «Crítica de la razón práctica. Fundamentación de la metafísica de las costumbres«. Editorial Porrúa. México. 1990.

    LACAN, J.: «Kant con Sade». Escritos. Siglo XXI. Buenos Aires. 1975.

    LAURENT, E.: «Comentario de ’Kant con Sade’ «. Modos de entrada en análisis y sus consecuencias. Paidós. Buenos Aires. 1995. Págs. 69-77.

    MILLER, J-A-.: «Elucidación de Lacan. Charlas brasileñas«. Paidós. Buenos Aires. 1998.

    (*) Psicoanalista. Miembro del Champ Lacanien. Miembro de la Escuela de Barcelona de Madrid. Licenciada en Filosofía.

    [1] Ponencia para las Primeras Jornadas de la Escuela de Psicoanálisis de Barcelona.

    [2] Como los vampiros no existen fuera de la ficción, siempre podremos decir «Todo vampiro es aristócrata» (¿quién lo puede desmentir?), pero afirmar que «algún vampiro es aristócrata» no es posible, pues tendríamos que encontrar un vampiro real que efectivamente fuera aristócrata. Garrido 1974.

  • Decir o no decir…

    Decir o no decir…

    Editorial

     Julio Ortega Bobadilla

    Noticia de los hombres-pez

    Más allá del Mar del Sur hay unos hombres, llamados los hombres Joao, que viven en el agua como los peces, pero que no por ello han abandonado el hábito de tejer. Al llorar, a veces, les brotan perlas.

    Cuento chino medieval. Antología de Soushenji.

    Es febrero de 2004 y llegamos al número cuatro de nuestra revista Carta Psicoanalítica.

    Ha sido un año con mucho movimiento, en el que la paz del mundo, se ve más lejos que nunca. Dos muestras como botones: 1) el nefasto muro que Sharon quiere imponer en su frontera, convertiría a Palestina —tierra quebrada— en campo de concentración, reproduciendo en paradoja triste, la lamentable página que vivieron los judíos con el fascismo; 2) la intervención norteamericana contra el terrorismo que después de su victoria, comprobó falsa la coartada moral que le proveía la destrucción de armas masivas en Irak. Se ha “liberado” ese país de la bota de Hussein, sin importar las consecuencias morales, económicas y el número de pérdidas humanas, la opinión y el proceso histórico nacional. “Democracia a cualquier costo” parece ser el lema de las fuerzas de ocupación, y ¡Qué puede haber más democrático que la muerte misma!

    Estas tragedias no son otra cosa, más que la constatación de que los individuos importan cada vez menos y que los intereses económicos son la única razón que priva en las decisiones políticas. La muerte del hombre es un hecho que ha dejado de ser una postura filosófica, es la realidad dura que nos toca vivir en este siglo.

    En nuestro México asistimos a la denigración de la vida política a la calidad de espectáculo de opereta. Los últimos incidentes de este año, alrededor de la divisiones en la cúpula del poder político, nos hacen preguntarnos en qué mal sueño estamos plantados. El presidente del cambio, jura y maldice en un lenguaje desusado, se siente con derecho a acusar de malos mexicanos a quienes no comprenden su manera de gobernar. Nosotros los ciudadanos somos sombras que vemos de lejos lo que acontece, estamos marginados de la acción social y la política no interesa a quienes debiera importar más.

    Los jóvenes están más al pendiente de la continuación de la fantasía posmoderna de Kill Billy, los juegos de roles, las cartas de Magic y los hentai manga o anime que resultan ser más atractivos que la misma carne, que se aja y se pudre. Un programa de transformación de imagen —comunes hoy día— emitido por Sony, tiene sin ningún recato este lema: Las armas no matan a la gente, el mal gusto sí. El imperativo moral y superyoico que regula nuestro espíritu hoy, es: ¡Más imágenes! Lo que debe hacernos repensar el problema del estatuto mismo de la imago que quizá hemos subestimado.

    Asistimos al desarrollo del individualismo más puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales de la Ilustración. La res pública está desvitalizada, las cuestiones filosóficas, políticas o militares despiertan la misma curiosidad que los últimos escándalos de Michael Jackson. Se trata de vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y el futuro. La revolución informática ha exacerbado el materialismo, la ética hedonista, la búsqueda de realización personal y las nuevas religiones.

    La sensibilidad política ha cedido su lugar a la sensibilidad terapéutica: guestalt terapia, bioenergía, rolfing, masajes varios, reiki, jogging, tai – chi, feng shui, Silva Mind control, hipnotismo ericksonniano, neurolingüística, contranálisis, psicoanálisis Zen, sexología y otra gran cantidad de prácticas “psicoanalíticamente orientadas”. Vivimos una época de inflación terapéutica en la que la gente común, sabe poco qué es un psicoanalista y el compromiso que se toma para estar a la altura de ver un paciente.

    Gilles Lipovetsky ha nombrado a nuestra época con el terrorífico título de: “La era del vacío”. Un tiempo en el que privaría la indiferencia, la seducción de los medios, la “despolitización”, la atención dispersa del estudiante, la obsesión por la salud.

    Vivimos una crisis social que se refleja en el psicoanálisis. El pasado 2 de octubre en Francia se ha presentado L’amendement Accoyer con el subtítulo Plan d’action pour le développement de la psychiatrie et la promotion de la santé mentale para su discusión en el senado. Según esta enmienda, habría que legislar sobre la práctica terapéutica, para que su ejercicio recayese únicamente sobre los especialistas en psiquiatría. En nombre de los enfermos mentales y de la salud mental se ha tratado de limitar el ofrecimiento de las psicoterapias en el país en el que —según los franceses— se consumen más formas de psicoterapia, como una respuesta al desarrollo de enfermedades mentales graves. Jacques Alain Miller ha estado muy activo para que se deseche tal iniciativa, que colocaría a muchos analistas fuera de circulación o en situación de clandestinaje. Afortunadamente, se ha desechado, lo que constituye una victoria más para el campo lacaniano (y creo también para el psicoanálisis) compuesto por innumerables filósofos y psicólogos que ejercen la práctica psicoanalítica sin haber hecho una formación médica, haciendo honor a lo que Freud llamó el análisis profano.

    Queda, sin embargo, intacto… el problema de la profusión de las psicoterapias, del que ha salido perdiendo el psicoanálisis. Algunos analistas independientes de este país, con reconocida experiencia, se empiezan a quejar de la falta de pacientes. El descubrimiento del inconsciente y la represión son hechos incontrovertibles que han sido operadores de nuestro cambio subjetivo, pero al parecer, se han vuelto plataforma de despegue del narcisismo con el que nos identificamos. Uno de los productos sociales más importantes de este fenómeno, es la multiplicación de prácticas terapéuticas basadas en el principio catártico, cuyos oficiantes se forman en maestrías que no exceden los dos años de trabajo. Las psicoterapias se han extendido profusamente dejando de atrás a la psiquiatría (aún con su farmacia milagrosa), el psicoanálisis y la psicología. Sus saberes empíricos desafían toda teoría y desechan cualquier discusión seria respecto a los principios que las animan. Atrás han quedado las críticas al psicoanálisis por constituir una práctica empírica, una metafísica precrítica o una experiencia no científica. La discusión teórica no importa para los consumidores de esos productos que lo que desean es un Amo que intervenga como hada madrina en sus vidas. Esta demanda no puede ser cubierta por ningún psicoanalista.

    ¿Vivimos entonces una crisis del psicoanálisis? Parece que sí e importa mucho no ocultarla. Nos toca, sin embargo, a los que estamos metidos en este oficio y causa demostrar que el psicoanálisis no ha perdido su punta filosa y que aún es el mayor instrumento de transformación y revelación que ha concebido el hombre para sí mismo. Darse cuenta y enfrentar el temor a sí mismo sin prisas… de eso se trata el asunto.

    Recientemente asistimos al XLIII Congreso de APM en Veracruz y constatamos que hubo más de 600 personas en el evento. Fue emocionante ver tantos rostros perplejos de jóvenes que se adentran en la discusión de la teoría psicoanalítica. Nos importa que esto suceda, independientemente de la diversa calidad de los trabajos y de que ésta es sólo una muestra —para algunos, no representativa— del interés que puede despertar en ellos, este discurso. No vemos este espectáculo todos los días en nuestro panorama —especialmente en las minas de provincia—, nos impone respeto y esperanza de que haya un mañana inmediato para una profesión que quizá no sobreviva el siglo. Es un invierno frío, de esos que remueven la nostalgia y nublan el horizonte… quizá por eso estoy escribiendo así.

  • La crueldad de lo visible

    La crueldad de lo visible

     Lucía Rangel

    …la inclinación innata del ser humano al “mal”, a la agresión, a la destrucción y, con ellas, también a la crueldad[1]

    Sigmund Freud

    Introducción

    El deslizamiento que efectúa Freud del “mal” hacia la agresión, destrucción y crueldad[2] es una indicación problemática y no del todo evidente, y es en ese sentido que habría que retomar en qué términos el psicoanálisis puede abordar este tema. Otro punto de partida es la ubicación de ese espacio de la agresividad como inherente al ser humano e incluso hasta constitutivo de la condición humana. Y si habría una distinción entre agresividad, odio, destrucción, tendencias mortíferas y sadismo. Esto último resulta indispensable ya que frecuentemente aparecen indistintamente en el discurso todos esos términos, igual para hablar del obsesivo, como del sádico, o bien del paranoico o del violador.

    La intención última de este ensayo es indicar la diferencia entre odio especular, la violencia ligada al erotismo y lo que corresponde a la pulsión de muerte, presente en su Más allá del principio de placer, como punto nodal para trabajar lo que Lacan sostiene en su seminario La Ética del Psicoanálisis (1959-60) en cuanto que “el mal puede estar en la Cosa” en la medida en que estaría en el núcleo del mito de la creación.

    Un acto de violencia sólo puede ser analizado desde su propia singularidad para discriminar si obedece a un odio especular destructivo del prójimo o si se encuentra dentro de un juego de relaciones sado masoquistas, que a través de intensificar la tensión agresiva, se persigue una excitación sexual. ¿Se podrá transitar en las explicaciones de una situación a otra? Parto de la idea que las coordenadas de un acto violento deben interpretarse a partir de la singularidad que impone el caso; no obstante, se puede plantear el lugar del odio, de la agresividad y de la pulsión de muerte como formas estructurales del humano, y es por esta vía que trataré de articular dos posturas respecto a la agresividad.

    La primera corresponde a la enseñanza de Lacan de los años cincuenta, en la cual se vierte su lectura freudiana bajo la óptica del narcisismo, y a partir de la cual se explica el odio y la agresividad, como correlato de la función del principio de placer y de la estructuración del yo y del objeto. La segunda se refiere a lo que Lacan avanza, a partir de su seminario sobre La Ética del Psicoanálisis y muy especialmente en el de La Angustia, respecto al fantasma sadiano, en términos de la Cosa y del objeto parcial y su vínculo estrecho con la pulsión de muerte. Sólo así, podré dar respuesta, en parte, a las preguntas que yo misma me hago respecto al uso indiferenciado entre agresividad, odio, y sadismo.

    ¿El mal tiene cabida en el psicoanálisis?

    En la cita del epígrafe sobresale que el vocablo “mal” esté entrecomillado, me pregunto si ¿será que para Freud no estaba completamente dilucidada la identificación realizada entre mal y agresión y por ello el uso de las comillas? Pero veamos que nos dicen las reglas del uso de las comillas:

    En la reproducción fiel de las palabras escritas o dichas por alguien, es decir en las citas textuales en estilo directo; […] para poner de relieve una palabra, expresión u oración; […] cuando se proporciona el significado o traducción de una palabra o expresión; […] cuando una palabra o expresión está utilizada en un sentido especial (irónico, burlesco, impropio, etc.)… [3].

    Según las reglas antes citadas, se puede deducir que la palabra “mal” “está utilizada en un sentido especial”. Por lo tanto, el mal al lado de la agresión y de la crueldad supone que no está del todo en la misma serie, que con todo tendrá un sentido especial que habrá que interpretar en su contexto global. En De guerra y muerte. Temas de actualidad (1915) Freud reitera el uso de las comillas para el significante “malas” e equipara las pulsiones “malas” con las egoístas. Este texto fue escrito como respuesta al horror de la Primera Guerra Mundial y revela una crítica a lo que socialmente pudiera juzgarse aparentemente como bueno o como malo sin tomar en cuenta el fundamento pulsional. Se deja traslucir una desconfianza al uso de esos términos para calificar los actos humanos, pues suele aparecer una interpretación errónea si uno no aborda las causas de los mismos en otros terrenos que no sean los de las reglas sociales.

    Ambas citas me indican que efectivamente hay algo fuera de lugar para los términos “mal” y “malas” en el discurso analítico. Ello me permite realizar un deslinde, entre lo que pertenece al campo de la acción moral- ética, de las máximas universales, de la dualidad entre el bien y el mal propio de una dimensión pastoral que conduce por el sendero “único y verdadero” para alcanzar un Soberano Bien; y lo que se propone la ética del psicoanálisis, en donde el Soberano Bien, el bien y el mal, y la verdad absoluta son inexistentes. Lacan será muy claro a este respecto “No hay otro bien más que el que puede servir para pagar el precio del acceso al deseo…”[4].

    En psicoanálisis no hay normativización del deseo, no podríamos apegarnos a una máxima universal que dicte deseos que conduzcan al bien y otros al mal, no es un sistema moral el que rige la dirección de un análisis. Sin embargo, tampoco hay que desconocer que en la constitución subjetiva se juega la conciencia de culpa, cuya función es juzgar y recriminar los deseos, pensamientos, actos y hasta fantasías del sujeto. Se trata de la voz que ha sido incorporada como residuo del odio y de la agresividad inicialmente dirigida al padre primordial, el de Tótem y Tabú y que ahora ha dado voz al superyo. Hablamos del padre odiado y temido que es asesinado por los hijos. Aquél, que una vez muerto, ha dado lugar a la Ley más fundamental que prohíbe el deseo incestuoso. No podemos dejar de sorprendernos que en el origen mítico de la cultura, de lo que da lugar a la Ley, Freud haya colocado, nada menos que un crimen. ¿Habría entonces una bestialidad original que debe ser domesticada, un odio, una rivalidad, como punto de partida para que se funde una comunidad de hermanos? Lo inicial es el odio, llevado a su máxima expresión al aniquilar al padre que hace obstáculo para el goce; y sin embargo es la paradoja, pues en lugar de surgir el acceso a ese goce viene su interdicción por la creación de la Ley. ¿Es que la ley logra su propósito de limitar el deseo?

    La Ley establece un límite a los deseos individuales de los hermanos y vela por el bien común determinado por las reglas de convivencia de la cultura que obligan a la represión de las pulsiones y en el mejor de los casos a la sublimación de las mismas. Pero en ningún caso habría una satisfacción plena. Por ello, Freud se interroga en Malestar en la cultura ¿por qué a pesar de todas estas ideas del bien común, el humano se la pasa tan mal? Es decir, toda esta promulgación de las leyes y del amor al prójimo iría muy bien si no apareciera el malestar. El análisis que conduce a la promulgación de los diez mandamientos no es otro que tener que salvaguardar que el deseo incestuoso se realice, impedir que lo “natural” no sea gobernado por las leyes de la cultura, del simbólico. No robarás, no mentirás, no matarás, no codiciarás la mujer de tu prójimo, etc., están inscritos para limitar la tendencia innata a la cual nos inclinaríamos si no hubiera un impedimento simbólico, desde la palabra. Ya que lo que Freud postula es que el goce es un mal y no como los moralistas creen que el placer es un bien, pues en el fondo, en el origen existe un más allá del placer que entraña la destrucción, la nada, el nihil, y parte de que es una condición inevitable “la inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano”[5]. Es decir, no estamos en el Nirvana, en el principio de placer que tiende a la estabilización de la excitación para no perturbar el nivel de tensión, sino que estamos más allá, antes de toda representación posible de lo placentero o displacentero.

    Por tanto esta “inclinación innata al mal” está en el centro mismo del ser y de la constitución del yo, esta hostilidad primaria, percibida como proveniente del exterior tiene dos vías. La primera que se constituye a partir de la pulsión de muerte que analizaremos posteriormente en función del fantasma sadiano y la segunda que corresponde a la que deriva de la constitución del yo y del mundo externo.

    La constitución del objeto es dada a partir de las cualidades o atributos del mismo que serán filtradas al sistema perceptivo en términos de representaciones placenteras o displacenteras. Aquello que del mundo exterior,- los objetos-, sean fuente de hostilidad para el yo, en la medida en que son estímulos que perturban el nivel de excitación causando displacer, serán expulsados fuera del yo. Ahora bien, lo que en el exterior es percibido como placentero nunca quedará como externo al yo, sino que se incorpora. De tal modo que efectivamente lo externo es lo malo, lo expulsado y queda como lo ajeno. Aunque siempre teniendo en cuenta la aportación de Lacan respecto a la banda de Möebius, en donde lo exterior y lo interior no son dos caras, sino que ambas mantiene una sola superficie. Sostener lo anterior implica que lo extranjero, percibido como hostil, no sea más que esa misma superficie del interior; y de ahí proviene esta idea de lo unheimliche como lo familiar pero al mismo tiempo eso oculto que sale a la luz y que se percibe como extraño. La hostilidad no está dirigida más que a eso familiar pero que ha devenido extraño y en ese sentido el prójimo es tan malvado como yo.

    Ahora bien, si seguimos esta inclinación innata en el pensamiento freudiano por el lado del desarrollo libidinal, también encontramos una cuota de agresividad siempre presente en toda dotación pulsional. En la pulsión oral tenemos esa garganta abierta que devora, esa demanda materna capaz de aniquilar al otro; en la anal tenemos todas las pulsiones sádicas destructivas respecto al objeto, y en la genital la función de dominar al objeto sexual. Freud llega incluso a decir respecto al ser humano algo muy cercano a lo que Sade sostiene:

    …el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, […] En consecuencia el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar la fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente, sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, inflingirle dolores, martirizarlo y asesinarlo.[6]

    En suma, el amor al prójimo es bastante endeble y las leyes sociales son insuficientes para normar la convivencia con el semejante, pues en el fondo está la maldad constitutiva del humano que persigue el reencuentro con la muerte. La pulsión de muerte pone en marcha la repetición del evento traumático y con ello una fuerza pulsional que no alcanza nunca su objeto y por ende tampoco su satisfacción. Se llegará a pensar que el goce es masoquista en la medida en que se repite una y otra vez la misma forma insatisfactoria de alcanzar a un objeto inexistente; el eterno retorno de lo igual, que nunca será idéntico. Freud coloca a la pulsión agresiva como un sustituto de la pulsión de muerte que tiende a la destrucción y a la disolución, a diferencia de Eros cuya intención es la fusión.

    En lo que corresponde entonces al desarrollo libidinal tenemos una parte de esta pulsión de muerte que tuerce a su favor la meta erótica y conforma lo que llamamos las pulsiones sádicas presentes en la neurosis obsesiva. Se trata de una tendencia a la destrucción con fuerte liga de erotismo, en donde existe una mezcla de ambas pulsiones: de vida y de muerte. Admite asimismo que los componentes sádicos de la pulsión sexual a lo largo de la organización pregenital se conforman también como una mezcla de ambas pulsiones. Aun no sabe bien qué lugar o qué estatuto se jugaría para las pulsiones de muerte, sin embargo, en Malestar en la Cultura, propone y sostiene que debe de haber otra disposición pulsional originaria que funciona de manera autónoma sin ligarse al erotismo. Esta pulsión originaria vendría a ser un subrogado de la pulsión de muerte sin carga erótica. Entonces quedan delimitados dos campos en torno a la destrucción: el campo de la violencia erótica como una mezcla de pulsiones y otra original, que sólo tendría que ver con la destrucción o aniquilación del objeto como producto de la tendencia a la disolución previa a toda diferenciación del yo.

    Desde la lectura de Lacan también, habrá que distinguir la agresividad y los actos violentos como substrato de la estructuración narcisista del yo; y otra muy diferente, la del sadismo en tanto sería una pulsión no configurada a partir de la imagen narcisista del otro, de la víctima como objeto total, sino con el goce que proporciona la promulgación del derecho a usar el cuerpo del otro, conforme a mi deseo, entrando en juego el objeto parcial. Por tanto, el odio es correlativo del amor en lo que al registro imaginario se refiere, mientras que la pulsión de destrucción con fines eróticos se dirige a un objeto parcial no narcisista por lo mismo el objeto al que se dirige ya no está en el imaginario totalizante del otro, sino que está en relación directa con ese más allá del placer.

    ¿En qué momento la destrucción del otro (el prójimo) deja de estar ligado al registro imaginario del amor/odio para pasar a ser el encuentro con lo real del objeto parcial que Lacan llamó el objeto a y que en Sade podemos encontrar un equivalente cuando él menciona la obtención de “la piel del imbécil”? ¿Qué busca el odio respecto a su objeto y qué papel juega el objeto en las relaciones sádicas?

    En seguida intentaré mostrarles las dificultades que entraña la perspectiva de la agresividad correlativa del narcisismo y lo que la fantasía sadiana revela. Los psiquiatras deformaron y vaciaron de significado lo que verdaderamente representa el horror al que nos enfrenta Sade con la descripción de sus crímenes. Como dice Annie Le Brun en su libro De pronto un bloque de abismo, Sade, el catálogo de perversiones del psiquiatra Halvelock Ellis no logra horrorizarnos como lo hace Sade. Lacan extrae de Sade una ética por donde nos hace transitar para ubicar justamente lo que Freud postula con su pulsión de muerte.

    Primera tesis: Amor / odio: reciprocidad especular

    Si bien es cierto que ya encontramos que el mismo Freud distingue dos orígenes diferentes para la agresividad: una con fines eróticos donde se mezclan las pulsiones de vida y de muerte; y otra que versaría en la aniquilación del objeto, tenemos que regresar a Freud para entender cómo sostiene que “…el odio y no el amor, sería el vínculo primario de sentimiento entre los seres humanos”[7]. En que sentido el odio estaría primero, veamos como lo justifica “…el sentido originario del odiar signifique la relación hacia el mundo exterior hostil, proveedor de estímulos. […] Lo exterior, el objeto, lo odiado, habrían sido idénticos al principio”[8]. Más adelante, reitera esta idea: “El yo odia, aborrece y persigue con fines destructivos a todos los objetos que se constituyen para él en fuente de sensaciones displacenteras…”. Digamos entonces que la forma inicial de diferenciarse respecto al mundo exterior es el principio de placer y desde este momento Freud ubica el odio como primordial y ligado a estímulos provenientes del exterior. “Y aún puede afirmarse que los genuinos modelos de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la lucha del yo por conservarse y afirmarse”[9]. Claramente podemos leer que para Freud el odio es constitutivo de la formación del yo, es a partir de la agresión exterior que da lugar a una primera diferenciación. Freud no podría estar más cerca de Sade, en una carta de noviembre de 1783, se puede leer lo siguiente:

    Con respecto a la crueldad que conduce al asesinato, nos atrevemos a decir con seguridad que es uno de los sentimientos más naturales en el hombre, […] Lo lleva consigo en todas sus acciones, en todos sus propósitos, en todas sus labores; a veces la educación lo disimula, pero no tarda en reaparecer. Se anuncia en toda clase de formas.[10]

    Ahora bien, si recordamos Tótem y Tabú (1913) también tenemos desde otro costado, el mítico, un origen en donde lo central es el odio. Odio que da lugar a la transformación del mismo, en un amor fraterno. ¿Es que no se podría amar sin que mediara el odio?

    Lacan habla del amor y del odio como pasiones cuyos puntos de intersección son diferentes, de acuerdo a su paradigma real, simbólico e imaginario. Del amor dirá que topológicamente está en la arista del agujero de la unión entre el imaginario y el simbólico, y el odio entre el imaginario y el real. El plano compartido sería el imaginario, aquel que da cuenta de la imagen del yo y del otro, pero el odio al colindar con el real, toca en el fondo la nada, que conduce al deseo del aniquilamiento del otro, a diferencia del amor, en donde la falta, la nada, el agujero, lleva a la construcción imaginaria de un objeto ideal que obture el vacío. En cierto sentido, el enamoramiento implicaría borrar la falta, construyendo un objeto perfecto e ideal; y para el odio no hay mejor ejemplo que el que Lacan cita en varios de sus textos, y que se refiere a la frase de San Agustín que revela esta difícil imagen de la convivencia y rivalidad con el otro: “Vi con mis propios ojos y conocí bien a un pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya contemplaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a su hermano de leche”[11]. La mirada envenenada circunscribe el campo imaginario del odio.

    Asimismo en La agresividad en Psicoanálisis (1948), Lacan siguiendo a Freud nos remite a que la noción misma de agresividad es correlativa de la estructura narcisista: relación erótica en que en el humano fija una imagen que lo enajena para rivalizar con el otro, de por vida, por algún bien. Entonces esta idea de la destrucción del rival se debe hasta este momento a una relación especular a partir del cual surge el deseo de poseer aquello que reflejado en el otro, presupongo mío o lo quiero como mío y que sin embargo la imagen del otro me revela que ocupa mi lugar y me priva del objeto de mi deseo. Como consecuencia, entro en una furia, en una rivalidad y en unos celos que incitan a los actos más violentos. Así, la agresividad sería constitutiva de las relaciones con el otro a quien amo y odio al mismo tiempo, en la medida en que ese otro soy yo. Sólo podría hacerle daño a aquél que se constituya en alguna forma de mi reflejo. Freud nos da una clave para esta irremediable rivalidad: “…, incluso en la más ciega furia destructiva, es imposible desconocer que la satisfacción se enlaza con un goce narcisista…”[12]. Desde esta perspectiva no habría odio ni amor fuera de una reciprocidad especular.

    Para la furia destructiva, Lacan agrega que en la experiencia de la agresividad, en el centro del acto más violento, nos es dada una imagen de dislocación corporal:

    …las imágenes de castración, de eviración, de mutilación, de desmembramiento, de dislocación, de destripamiento, de devoración, de reventamiento del cuerpo, en una palabra las imagos que personalmente he agrupado bajo la rúbrica que bien parece estructural de imagos del cuerpo fragmentado.[13]

    Los crímenes en cuyo acto se llevan a cabo la efectuación de estas imágenes del cuerpo fragmentado, como el de las hermanas Papin[14], famoso a través de la novela Las Criadas de Genet, lo que podemos observar de la violencia perpetuada a esos cuerpos destrozados es justamente el trasfondo de un crimen paranoico en el cual el odio es especular y el pasaje al acto no es otro que la pulsión agresiva que se resuelve en el asesinato. Ni Lacan, ni en la construcción del caso que hacen Allouch, Porge y Viltard[15] nos remite a una interpretación del crimen como un acto producto de un deseo sádico. Sus argumentos versan en torno a la agresividad especular que construye un delirio paranoico.

    Hasta 1963, para Lacan la rivalidad con el otro y sobretodo la alienación primordial genera la agresividad más radical: el deseo de la desaparición del otro y de su dislocación corporal. A partir del seminario L´Angoisse (1962-63) con su invención del objeto a como ese pedazo corpóreo de goce, se podrá aclarar más la distinción entre el objeto digno de amor o de odio y un objeto parcial pulsional. Tendrá también repercusiones muy importantes para rechazar la supuesta reversibilidad de la agresividad entre el par de sadismo y masoquismo.

    Segunda tesis: ¿La fantasía sadiana excluye el odio del imaginario?

    En textos como Pulsiones y Destinos de pulsión (1915), Pegan a un niño (1919), Más allá del principio del placer (1920) y Malestar en la cultura (1930), entre otros, vamos a encontrar el testimonio, de que aún para Freud, no estaba del todo resuelta esta tendencia a la destrucción del objeto con la exclusiva referencia al narcisismo. Asimismo, Lacan será muy claro respecto al objeto que será blanco de la agresividad para su destrucción y el objeto parcial o das Ding al que apunta la pulsión de muerte como lugar designado en el más allá de la relación del espejismo especular.

    En Pulsiones y destinos de pulsión, Freud define el sadismo como una acción violenta cuyo fin sería la afirmación de poder dirigida a otra persona como objeto. Lo más sobresaliente de su análisis va a ser esta idea respecto a la cual, la meta sádica de infligir dolores ha encontrado un revés y se trata de que el sádico “goza de manera masoquista en la identificación con el objeto que sufre”[16]. Entonces no es el dolor de la víctima que le hace gozar sino que en el acto mismo, el agente sádico se posiciona en el lugar de objeto que sufre las vejaciones. Si bien es cierto que se revela cierta especularidad en el intento de apoderamiento del objeto, resulta novedoso que en la ejecución de su acto, el sádico se desdoble en verdugo y en víctima. Aclara también que el goce del que se trata no se refiere al dolor mismo, sino a la excitación sexual que acompaña al acto. En ese mismo artículo, Freud sostiene que el odio puede remplazar al amor al señalar que por alguna causa real se regresa a la etapa sádica, previa al amor de objeto, y el odiar cobra así un carácter erótico que logra que el vínculo continúe. Encontramos en esta explicación el argumento al porqué se mantiene una relación a partir de golpes, humillaciones o vejaciones. Sin caer en generalizaciones, se podría sostener que habría un carácter erótico en algún tipo de violencia. Basta remitirse a “Pegan a un niño” Contribución al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales (1919), para entrever el vínculo que se establece entre odio y erotismo.

    Para Lacan, ese acercamiento entre el goce y la destrucción, se va a efectuar a partir de los textos de Sade, especialmente en su seminario La Ética del Psicoanálisis (1959-1960) en el cual va a abordar la pulsión de muerte en relación al campo de das Ding como aquello que en la vida puede preferir la muerte en tanto “…se aproxima así, más que cualquier otro, al problema del mal”[17] y lo va a ligar con la idea sadiana de la voluntad de destrucción como un punto creacionista. La idea de ese campo anterior a la represión original y lugar de das Ding tendrá un desarrollo posterior en el seminario L´Angoisse (1962 – 63) en donde se puede observar con mayor precisión el deslinde del objeto parcial, del campo especular. Estos dos seminarios serán el eje para discutir en qué momento la fantasía sadiana apunta a un objeto que está lejos de ser el prójimo como imagen del yo y cuya voluntad de destrucción apunta a un vacío que los elementos imaginarios pueden llegar a encubrir y a engañar sobre lo esencial en el sadismo. Y justamente sobre esos elementos imaginarios engañosos se inicia el análisis de la fantasía de “Pegan a un niño”. Lacan, en la sesión del 12 de febrero de 1958 de su seminario Las Formaciones del Inconsciente, se detiene en el desglose que hace Freud de dicha fantasía. La primera fórmula reza así: “Mi padre pega a un niño que es el niño a quien odio”. Ésta aparece más o menos vinculada en la historia del sujeto con la introducción de un hermano o de una hermana, de un rival que en algún momento, tanto por su presencia como por los cuidados que recibe, frustra al niño del cariño de sus padres. Se trata aquí muy especialmente de su padre. Esta situación fantasmática tiene la manifiesta complejidad de constar de tres personajes – está el agente del castigo, está el que lo sufre y está el sujeto. El que lo sufre es un niño odiado por el sujeto y quien es despojado de la preferencia paterna. Mi padre, se puede decir, pega a mi hermano o a mi hermana por miedo a que yo crea que el otro es el preferido. El sujeto debe presenciar lo que ocurre, para que esa acción (golpear) le haga saber a él, que se le da algo, es decir que el sujeto recibe de esa acción agresiva, el privilegio de ser el preferido ante el padre. El niño golpeado se hace instrumento, resorte, medio, de comunicación entre el sujeto que observa la escena de la golpiza y el padre. Y es en torno al amor, a su deseo de ser preferido o amado, que entra en juego la golpiza. Lacan mantendrá la idea de que el obsesivo castiga bien porque ama bien; vemos en estos casos que la paliza ha quedado como la marca privilegiada del amor.

    La segunda etapa de esta fantasía representa una reducción: sólo hay dos personajes y la expresión inconsciente es Mi padre me pega. El espectador deviene parte de la acción, ahora es él, el objeto golpeado. Ocurre un desplazamiento del elemento que estaba en juego -la preferencia paterna- que al haberse establecido una conexión entre ser golpeado y ser amado, marca de entrada, un cierto erotismo, que da la posibilidad del intercambio de lugares entre el niño golpeado y el espectador. Y en esta misma dirección se da una mutación también del lado del espectador en la medida en que deviene el objeto golpeado. En esto radica toda la ambigüedad sado masoquista pues se da un desdoblamiento de la víctima: por un lado espectador y por el otro, se presenta como objeto. La interpretación errónea de esta situación ha llegado al extremo de plantear que se trata de una pareja de opuestos reversibles y que para todo sádico tendría que haber un masoquista que se coloque como víctima en vías de una complementariedad. Lacan se opondrá tajantemente a esta postura de los opuestos reversibles; pues de lo que se trata es que el sujeto se ve incluido en la víctima.

    En la tercera y última etapa, la fantasía desemboca en una total desubjetivación de toda la estructura, ya que el sujeto se ve reducido a su punto más extremo, un puro y simple observador: “Pegan a un niño”. El Pegan es impersonal, y sólo vagamente indica una figura paterna, pero en general el padre no es reconocible, sólo se trata de un substituto. Y a menudo no se trata de un niño golpeado, sino que ahora son varios.

    La presencia de ese impersonal es lo que llama la atención en cuanto al lugar del sujeto y del goce. Brighelli sostiene que “El libertino tiene la mirada fría del escritor, y la relación que él instituye no es una relación amorosa sino una relación de amo (o de creador) a criatura”[18]. Blanchot en el mismo sentido, escribe: “Los grandes libertinos han anulado en ellos toda capacidad de placer” más adelante, “…pretenden gozar de su insensibilidad, de esta sensibilidad negada y devienen feroces”.[19] Allouch en Ca de Kant, cas de Sade, erotologie analytique III, sugiere a través de la interpretación de su lectura de Blanchot, que el goce del verdugo sería justamente esa apatía. Blanchot, respecto a la víctima, refiere que es un simple elemento, sustituible al interior de una inmensa ecuación erótica. Vemos así esa desubjetivación de la que habla Lacan, en donde identifica la esencia del sadismo. Brighelli también considera que el erotismo sadiano mantiene al otro a punta de látigo, y lo considera sólo como un objeto fragmentado, incluso dice “el sujeto de la orgía tiende a disolverse. En cuanto al objeto, está esparcido”[20]. Estos autores retratan muy bien lo que Freud describe en su última etapa de la fantasía Pegan a un niño en donde, los personajes ya no son ni el padre, ni el niño odiado; el sujeto está reducido únicamente al estado de espectador, el niño golpeado se ha multiplicado y el amor deja de estar presente como mensaje.

    El sadismo deviene perversión cuando la paliza no es más buscada o dada como signo de amor, sino que es asimilada por el sujeto como la única posibilidad existente de hacer gozar a un falo;…[21].

    Necesariamente surge la pregunta más enigmática ¿Quién goza? La fórmula de la fantasía sadiana indica ya algo: “Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en él”[22]. El “tengo derecho” es la máxima sadiana que se impone como una orden, pero no se trata de gozar con otro sujeto, sino con una parte del cuerpo de éste. En cuanto a la intención del deseo sádico, Lacan, en su seminario de La Angustia, en la sesión del 16 de enero de 1963, menciona que la intención del deseo sádico no es el sufrimiento del otro sino su angustia. Busca introducir en el otro, imponiéndole, hasta un cierto límite, eso que no sería tolerable, que se manifieste el vacío que hay en la víctima, entre su existencia como sujeto [del lenguaje] y lo que puede soportar en tanto cuerpo. “Cuando se avanza en dirección a ese vacío central, […], el acceso al goce se nos presenta de esta forma, el cuerpo del prójimo se fragmenta”[23]. Se trata del más allá de la captura de la imagen, se trata de hacer resurgir un vacío inicial, antes de cualquier estructuración del sujeto. Por lo mismo, no se trata de aniquilar al objeto hecho a mi imagen, como lo que buscaría la agresividad especular, sino llevar al otro a esa nada fuera de los límites del espejo. Incluso, lo que llama la atención en la novelas de Sade, es que las víctimas siempre salen indemnes de los actos más atroces, el objeto sigue intacto, se vislumbra una necesidad de restituir ese objeto inaccesible y de la anulación del sujeto.

    Lacan sostendrá que lo que caracteriza el deseo sádico es, en el cumplimiento de su acto, de su rito, aparecer él mismo (el agente) como puro objeto, instrumento, fetiche negro, como una forma petrificada. Para ser el instrumento de las crueldades, se reduce a no ser más que instrumento de goce. Y he ahí que se nos plantea de nueva cuenta esta cuestión del goce ¿es que el verdugo que ha devenido instrumento para realizar la máxima sadiana, goza? ¿Es que el instrumento goza? ¿Es que la voz que exige el goce, goza? En la sesión del 4 de mayo de 1960 de su seminario sobre La Ética del Psicoanálisis, cuando Lacan aborda la pulsión de muerte, se detiene en esta idea de la pulsión de destrucción como más allá del retorno a lo inanimado que sería el funcionamiento del principio del placer. Si existe algo más allá, sería, dice él, una Voluntad de destrucción, Voluntad de comenzar de nuevo; voluntad de creación a partir de nada. Es el más allá de la cadena significante, es el antes de la formación del yo especular, es la Cosa (das Ding), a la que se apuntaría con esa pulsión de destrucción. A lo que apuntaría sería a esa nada, a ese vacío, a ese objeto que cae en el acto de entrada a la cadena significante y no directamente a destruir al prójimo como imagen rival.

    Si el agente sádico, el verdugo, sólo se reduce a un carácter instrumental, a ese objeto petrificado en una escena, quizás de lo que se trata es de hacer gozar al Otro (la voz que impone) y de obtener “la piel del otro”, reducirlo a ese pedazo de cuerpo que es. Aunque sigue siendo bastante enigmático que la voz pueda gozar. Para Lacan, detrás del deseo de provocar la angustia del Otro, estaría como último término, hacer caer ese pedazo de cuerpo, la piel desprendida y es en ese sentido que los latigazos, las cicatrices devienen importantes.

    Me parece que ahí radica todo el erotismo sadiano, cómo reducir el sujeto a ese trozo corpóreo de goce sin ninguna justificación ideológica de por medio y sin ningún odio o amor entre el verdugo y la víctima.

    Se puede plantear entonces, que no todos los actos de violencia pueden ser leídos desde el sadismo, sino que hay otros que son producto de un odio hacia el objeto que busca su destrucción total.

    [1] Sigmund Freud. El malestar en la cultura. (1930[1929]) Obras Completas, Tomo XXI, 1ed., Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, p. 116. El subrayado es mío.

    [2] Ibídem, Nota 10. “Un efecto particularmente convincente produce la identificación del principio del mal con la pulsión de destrucción en el Mefistófeles de Goethe

    [3] Océano Ortografía. Reglas y dudas, acentuación, puntuación, partición, abreviaturas, siglas, ejercicios y soluciones. Editorial Océano de México, 1996. p. 180-181.

    [4] Jacques Lacan. La Ética del Psicoanálisis, Editorial Paidós, Argentina (1ed 1988), 1990. sesión del 6 de julio 1960. p. 382.

    [5] Sigmund Freud. El malestar en la cultura, op. cit., p. 117.

    [6] Ibíd., p. 108.

    [7] Sigmund Freud. La predisposición a la neurosis obsesiva. Contribución al problema de la elección de neurosis (1913). op. cit. Tomo XII., p. 345.

    [8] Sigmund Freud. Pulsiones y destinos de pulsión (1915). op. cit., Tomo XIV, p. 131.

    [9] Ibíd., p. 132.

    [10] Sade, citado por A. Le Brun. De pronto un bloque de abismo, Sade. Ediciones literales, Córdoba, Argentina 2002. p. 102.

    [11] Jacques Lacan, “La agresividad en psicoanálisis” (mayo 1948), Escritos 1, Ed Paidós, 22 ed, México, 2001. p. 107.

    [12] Sigmund Freud, El malestar en la cultura, op. cit., p. 117.

    [13] Jaques Lacan, La agresividad en psicoanálisis (1948), op. cit., p. 97.

    [14] Jacques Lacan, “Motivos del crimen paranoico: El crimen de las hermanas Papin”, En De la Psicosis Paranoica en sus relaciones con la personalidad, Editorial Siglo XXI, 1ed 1976, México, 1984. Pp. 338-346.

    [15] Jean Allouch, E. Porge, M. Viltard, El doble crimen de las hermanas Papin, Epeele, México, 1999.

    [16] Sigmund Freud, Pulsiones y destinos de pulsión (1915). op. cit., p. 127.

    [17] Jaques Lacan, Seminario La Ética del Psicoanálisis, Editorial Paidós, Argentina, sesión del 20 de enero 1960, p. 128.

    [18] Jean-Paul Brighelli, “Justine, o la relación textual”, Litoral No 32, Epeele, México, D. F., Mayo 2002, p. 44.

    [19] Maurice Blanchot, Lautréamont et Sade, Minuit, Paris, 1963, p. 44.

    [20] Jean-Paul Brighelli, op. cit., p. 34.

    [21] Jaques Lacan, L´Angoisse, sesión del 2 de mayo de 1962, Inédito, la traducción es mía así como los subrayados.

    [22] Jaques Lacan, “Kant con Sade”, Escritos 2, Ed. Paidós, 22 ed., México, 2001, p.340.

    [23] Jaques Lacan, Seminario La Ética del Psicoanálisis (1959–1960), Sesión del 30 de marzo de 1960, Editorial Paidós, Argentina, p. 244.

  • La vecindad del mal. Del otro yo al yo auténtico

    La vecindad del mal. Del otro yo al yo auténtico

     Ernesto Priani Saisó

    Un asesino padece siempre un cierto grado de locura, aunque no por ello ha de ser menos calculador ni más cobarde.

    En el fondo, puede tratarse de alguien exactamente igual que tú y que yo.

    Wallander

    ¿Puede el mal ser objeto de nuestra cotidianidad? Esto es, ¿puede ser materia de trabajo, objeto de atención mediática, rasgo característico de uno mismo, en fin, un trozo de nuestra realidad diaria a la que no escinde, ni realmente atemoriza?

     La respuesta es si. Y se sostiene en una descripción del cambio en la representación del mal en la literatura durante el último siglo, y en el modo como la televisión, ese medio que nos esforzamos en minimizar, nos arroja todos los días una reflexión sobre el mal.

     Pero permítanme, primero, presentarles al inspector Kurt Wallander. El es detective en la zona de Malmo, al sur de Suecia. Como muchos de nosotros es un hombre aquejado por los problemas que acompañan la vida moderna: la soledad tras el divorcio, la incomprensión de la hija adolescente, la indiferencia de los compañeros de trabajo, los problemas de salud, el alcohol…

     A pesar de ello, o tal vez mejor, junto con ellos, tiene como parte de su trabajo que enfrentarse al mal. Sólo que éste ha dejado de ser visto como una entidad substancial, como un algo o un alguien definido. Porque en la serie de novelas protagonizadas por Wallander, escritas por Henning Mankell, el mal merece la misma atención que la fatiga personal, las dudas sobre el futuro, el jefe molesto y los problemas administrativos. En otras palabras, el mal no llega a rebasar la simple cotidianeidad, como uno más de los avatares de la vida diaria.

    Y uno no puede menos que sorprenderse por el contraste que este retrato del mal genera si lo comparamos, aunque sea de manera superficial, con el que nos arrojan la novela policíaca y criminal, desde sus orígenes en el siglo XIX hasta finales de la década de los años ochenta.

     Por ejemplo, pensemos en la cotidianidad de Wallander y comparémosla con las personalidades excepcionales de un Dr. Jekyll, capaz de crear una fórmula que lo convierte en Mr. Hyde, o de un Dorian Gray, que aprovecha las cualidades de un retrato para llevar a cabo una vida desenfrenada, mientras su imagen es la que envejece y se cubre con las llagas del pecado.

     Y qué decir del vínculo del solitario detective al que trastorna la demencia senil de su padre, frente a los agentes del FBI que deben recurrir a Anibal Caníbal para destruir esos portentos del mal que son los asesinos múltiples en El silencio de los inocentes y el Dragón Rojo de Thomas Harris o aquel famoso yupee asesino al que nadie detiene en American Pycho de Bret Easton Ellis.

     Hará falta, por supuesto, una lectura mucho más detallada y profunda de este cambio en la novela criminal y policíaca para darse cuenta, de manera cabal, de cómo con el paso del tiempo los detectives y los criminales van transformándose.

     Porque esa inquietud por el mal, por la mente malvada, por la identidad de lo negativo, incluso por la cualidad de vacuidad del mal en el caso de Easton Ellis, ceden finalmente su lugar a una especie de relato del mal como objeto de lo cotidiano. El mal que se reabsorbe en lo normal, en el día cualquiera y que cualquiera puede encarnar sin asombrarse, o pensar que uno mismo sea “otro”.

     Permítanme ahora introducir a los Soprano. El padre de esta singular familia de los suburbios de New Jersey es Anthony Soprano. Su trabajo, o mejor, su manera de procurarse el sustento es el de capitanear a la mafia en Nueva Jersey. Es despiadado y en ocasiones cruel. Es capaz de matar con sus propias manos y de entregarse a sus apetitos más bajos. Pero es padre de una familia de cuatro miembros, que sufre ataques de pánico que lo llevan al sillón del psicoanalista. Pese a ser temido y poderoso en la calle, tiene problemas con la esposa como los que tendríamos tu o yo. Y qué decir con los hijos adolescentes, uno de los cuales ni siquiera entiende bien a qué se dedica su padre, pero por los que, de una manera u otra se esfuerza. Un personaje pues, que vive la tensión constante que produce su proximidad con el mal y su anhelo de ser un buen padre de familia.

     En este protagónico de una de las series de televisión con mayor éxito en los últimos años, creada por David Chase, encontramos un rasgo más del retrato contemporáneo del mal: el que la parte maldita no constituye, bajo ningún sentido, un otro.

     Tony Soprano choca, por eso con Jekyill y Hyde y con Dorian Gray. También con esa “otredad” del criminal que nos revela ese Virgilio del nuevo infierno llamado Aníbal Caníbal, a un tiempo psicólogo lúcido y loco. En todos estos casos, el mal es una suerte de “otro” dentro del hombre común, una escisión de la persona en dos naturalezas distintas. La que obedece a la lucidez y la que sigue a la oscuridad. En cambio, Soprano, el vecino de los Cusamano, es el mismo cuando cena los domingo con su familia y que cuando rompe el cuello al perverso novio de su hermana. Aquí el mal no escinde nada, no sobrepone personalidades, es sólo un aspecto más de un todo unitario.

     Hay que decir que es sobre todo la televisión, la que se encuentra fascinada con esta identidad de la dicotomía. La que subyace a los Osborne, a Paris Hilton, esta fabulosa heredera de una fortuna incalculable pero que es sin ninguna duda dirty. Y claro, todos los programas de famosos actuando como cerdos, como en el Big Brother VIP. Todos ellos son, precisamente, el bien y el mal, sin ruptura en una singular continuidad.

     Pero, ¿cómo es que el mal pasó a ser objeto de nuestra cotidianidad: materia de trabajo, objeto de atención mediática, rasgo característico de uno mismo que ha dejado de escindir?

     Hace poco más de un siglo Oscar Wilde escribió a Boise, su amante, lo siguiente:

    Un gran amigo que me ha brindado su amistad durante diez años, vino a verme hace tiempo y me dijo que no creía una sola palabra de las acusaciones en mi contra y aseguró que me consideraba inocente y víctima de una siniestra conspiración tramada por tu padre. No pude contener mis lágrimas ante sus palabras y le respondí que, si bien muchos de los cargos que me hizo tu padre son falsos y me los echó encima sólo por indignante alevosía, mi vida no obstante, estuvo llena de placeres perversos y pasiones extrañas. Y a menos que él aceptara y comprendiera enteramente este hecho no podría seguir siendo su amigo ni siquiera volver a estar en su compañía. Le causé una impresión terrible, pero somos amigos y no he obtenido su amistad con base en apariencias fingidas. (Oscar Wilde, In carceres et vinculis, Pp. 175-176)

     En el momento más trágico de su vida, Wilde se reconcilia consigo mismo, se “acepta” y descubre el valor de una honestidad hasta entonces ignorada. Y podríamos tomar esto casi como una suerte de manifiesto para siglo que estaba por comenzar: la de guiar la aproximación hacia la persona, particularmente hacia sus oscuridades, con honestidad, reivindicando la unidad, la reconciliación entre las partes más luminosas y más oscuras.

     Y en efecto, algo de este espíritu puede encontrarse en Nietzsche, y en Freud, incluso en Kirkegaard y en Marx. Y podría ser un norte para explicar por qué a lo largo del siglo XX se camina hacia una proximidad con mal, guiada con un ánimo de honestidad y aceptación, en un movimiento que lleva de sacar primero la sombras a la luz, para después mostrarlas como un rasgo unitario. Algo que hoy, de manera popular, recibe el nombre de ser auténtico, como comúnmente escuchamos en un sinnúmero de anuncios comerciales.

     Pero esto explicaría también porqué, paulatinamente, el detective cede su lugar al psicólogo y finalmente, porqué el mal emerge sin su carácter de “otro” y sin su sustancialidad negativa. Como si a final de cuentas hubiera triunfado una forma auténtica de vivir, como un paso continuo entre la luz y la oscuridad.

     La hasta aquí breve descripción de la transformación en la representación del mal puede resumirse básicamente en tres puntos. Hoy el mar aparece

    · Como parte de una cotidianidad de la que no es una sustancial diferente

    · Como un rasgo característico en una persona, sin constituir una dicotomía o una escisión.

    · Como la cualidad de objeto mediático, materia de trabajo, etcétera.

     Estas, sin embargo, no son realmente conclusiones. Es más, uno debería preguntarse de qué se tratan en realidad. Porque ciertamente no son una teoría sobre el mal como tampoco se trata de prácticas concretas. Si somos sinceros, apenas constituyen unos cuantos contenidos específicos que permiten adivinar algo más allá.

     La aparición de estos personajes en la literatura en el siglo XIX y en al televisión en el siglo XX dan paso a una discusión semejante sobre su significado y sus implicaciones morales. Wilde, por ejemplo, toma una posición definitiva en muchas partes de su obra respecto a la relación entre moral y arte, que sin embargo es más característica cuando aborda la defensa de su Dorian Gray. En uno de los muchos pasajes donde defiende su novela de la acusación de inmoral, una carta abierta al director de la gaceta de San James, escribe:

    … debo reconocer que, sea por temperamento o por gusto, o por ambos a la vez, soy absolutamente incapaz de comprender cómo se puede criticar desde un punto de vista moral una obra de arte. La esfera del arte y la esfera de la ética son absolutamente distintas y separadas… (Oscar Wilde. Obras 3. p. 559)

    En otra carta dirigida al director de The Daily Chronicle enfatiza:

    … La verdadera moral de mi relato es que todo exceso, como toda renunciación lleva consigo su castigo; y esta moraleja está tan artística y deliberadamente escondida que no enuncia por sí misma su ley como un principio general, sino que se realza únicamente en la existencia de los personajes, convirtiéndose así en un simple elemento dramático de una obra dentro de una obra de arte, y no en el objeto de la obra de arte misma. (Oscar Wilde. Obras 3. p. 559)

    La posición de Wilde es muy clara:

    a) La obra de arte no puede ser cuestionada desde el punto de vista moral. Es decir, no dice nada de la moral del artista ni es una conducta objeto de un juicio moral.

    b) La obra representa una moral que solo tiene sentido y valor en el marco de la obra misma, pues se realiza únicamente en la existencia de los personajes y por lo tanto tiene valor dramático.

     Una discusión similar tiene lugar el día de hoy respecto a la televisión y los programas televisivos. Una de las preguntas más frecuentes a los que la crítica filosófica se enfrenta al abordar el tema de la televisión, es el problema de si las personas se identifican con los protagonistas y si esa identificación conduce a la imitación de conductas en la realidad. El tema se presenta cíclicamente y lo ha vuelto a hacer a propósito de Los Soprano.

     Para Noel Carroll, que ha abordado el tema de manera resiente, no podemos identificamos con un sujeto como Tony Soprano, pues si bien podemos compartir algunas cosas, difícilmente podríamos compartirlas todas. Su posición es que en cambio con él establecemos una alianza, pues

    … cuando nosotros vemos la estructura moral del ese mundo ficticio (el de los Soprano) me parece que Tony es el mejor candidato o, finalmente, uno de los mejores candidatos para una alianza… (Noel Carroll, “Sympathy for the Devil”. p. 120)

     En principio, más allá del acuerdo o desacuerdo con la posición de Carroll respecto a si existe o no identificación con Anthony Soprano, me parece interesante la manera en que subraya la misma idea que encontramos ya en Wilde: la presencia de una estructura moral, que constituye parte del argumento dramático de la obra y a partir de la cual los personajes se hacen interesantes o aburridos. La razón es que tal ves lo que hemos descrito hasta aquí no es sólo un cambio en la representación del mal sino, más allá, una modificación de la estructura moral en la construcción de mundos ficticios.

     Así, el problema no parece ser que nuestra idea del mal sea otra distinta de la de hace un siglo, sino que de hecho es toda la estructura de la escenificación de la vida moral la que ha cambiado de manera radical.

     Es interesante observar, en este sentido que ya no escenificamos la vida moral pensando en seres excepcionales. Nuestros criminales y asesinos son hijos, padres, hermanos de una familia. Algunos tienen un empleo, otros simplemente una forma de ganarse la vida. Pero el teatro de nuestra escena moral está ahora lleno de rasgos familiares.

     Esto implica que ya no se representa misma la idea de dilema moral pues ya no es esa lucha entre tendencias opuestas que escinde la naturaleza del hombre, como llegó a pensar alguna vez Schiller y representaron tan bien Stevenson y Wilde. Ahora el drama moral está representado en cómo no se renuncia a una parte de mí mismo, sin importar su carácter luminoso u oscuro.

     Ese es el avatar en que parece encontrarse Soprano, pero también Wallander, para quién renunciar a la policía no es opción. El dilema es cómo no separarse, escindirse, romperse y abandonar una parte de uno mismo. Como un deseo de permanecer íntegro también en aquello que, alguna vez fue considerado contrario a nosotros mismos.

     Las imágenes de este esquema moral son muchas y pueden transportarse fácilmente fuera de la ficción: cómo concilio trabajo con responsabilidades familiares, cómo mantengo ciertas predilecciones sin renunciar a la salud, en fin, como conservo aficiones de adolescente con mi realidad presente como adulto, en este suerte de afirmación de lo que se cree auténtico y que parece buscar ser “simplemente yo” sin adulteraciones ni enmascaramientos.

     Y ahora que he dado ese paso fuera de la ficción, tengo que detenerme porque me confunde la facilidad con que la descripción de esta estructura moral de la ficción contemporánea –al menos de una cierta ficción- puede fácilmente transportarse fuera del ámbito narrativo hacia la vida diaria. Porque me temo que se trata en realidad, de un espejismo. Me explico:

     En Tras la virtud, MacIntyre basa su argumentación en el hecho de que a partir de la modernidad se desdibujó la estructura de la moral clásica aristotélica, de manera que desde entonces nos encontramos, por un lado, con un conjunto de contenidos específicos de la vida moral, actitudes, acciones, deliberaciones, y por otro lado, con las piezas desarticuladas de un mecano que no nos permiten acomodar esos contenidos y otorgarles un significado.

     Y la imagen me parece muy precisa a la hora de querer describir la sensación que produce nuestra realidad moral: podemos aspirar a una claridad, e incluso una certeza cuando hablamos de una cuestión específica: querer a los hijos, preferir esta conducta, enaltecer la concordia. Pero todo eso se diluye a la hora de tratar de trazar un vinculo con cualquier otro acto, juicio o pensamiento moral, ya no contradictorio con los primeros sino simplemente distinto.

     Entonces, se nos hace evidente que carecemos de una estructura que otorgue significado moral a los actos, es decir, que pueda establecer vínculos entre distintas esferas de lo particular, con principios e ideas generales, que otorguen sentido, jerarquía, valor a cada hecho particular.

     En este sentido, los personajes de la literatura y de la televisión tienen una ventaja sobre nosotros: ellos poseen –perdón, la narración de sus historias posee- un orden moral finito, concreto y cerrado, a partir del cual sus actos adquieren valor dramático, a partir de una simple estructura moral que vincula sus actos particulares con ese orden moral.

     Y nosotros, ¿somos capaces de ver un orden moral en algún lado? La respuesta aquí es no. Y por eso nuestra vida no alcanza los tintes dramáticos que si posee cuando se escenifica del modo en el que hoy se hace.

     De alguna manera, esa ética de la no renuncia, de la unidad sin escisión entre el bien y el mal, entre las luces y las sombras, emana de nuestra incapacidad de conciliar nuestra propia realidad. No como una imagen de lo que hacemos, sino como una imagen de lo que no podemos hacer, de la conciliación que nos es imposible, ya no entre elementos contradictorios, sino incluso entre elementos afines. Nosotros no tratamos de trazar un puente entre nuestro lado bueno y lado mal, intentamos trazar puentes, punto.

     Si alguna conclusión puede extraerse de todas estas reflexiones es entender que contra la apariencia de una suerte de indiferencia moral, de una frivolidad moral en nuestros días, hoy la inquietud moral es objeto cotidiano, angustia inmediata no reservada a los grades héroes o las personalidades excepcionales. Ya no es Jekyll, ya no es Dorian Gray, ya no es el Dragón Rojo el que muestra la agitación de las oscuras aguas de la inquietud moral. Si, la lucha ya no es de estos personajes únicos en su maldad, sino el personas corrientes en su día a día, por cierto, débiles, inseguras, incompletas, como Anthony Soprano. También los que investigan el mal, los detectives, han dejado de ser excepcionales. Ya no son el formidable Sherlok Holmes, o los excepcionales detectives de un fabuloso FBI guiados por un loco multiasesino. Ahora son como Wallander, personas preocupadas por su jubilación.

    Bibliografía

    Carroll, Noel, “Sympathy for the Devil” en Richard Greene y Peter Vernezze ed. The Sopranos and Philosophy. Chicago: Open Court. 2004

    Easton Ellis, Bret. American Psycho. Vintage Books, 2000

    Harris, Thomas. Red Dragon. Dell Publishing Company, 1999.

    Mankell, Henning. La pista falsa. Barcelona: Ed. Tusquets, 2001. Traducción: Dea Marie Mansten y Amanda Monjonell Mansten.

    Pisando los talones. México: Ed. Tusquets, 2004. Traducción: Carmen Montes Cano.

    Asesinos sin rostro. México: Ed. Tusquets, 2001. Traducción: Dea Marie Mansten y Amanda Monjonell Mansten.

    El hombre sonriente. México: Ed. Tusquets, 2003. Traducción: Carmen Montes Cano.

    La leona blanca. Barcelona: Ed. Tusquets, 2003. Traducción: Carmen Montes Cano.

    Los perros de Riga. Barcelona: Ed. Tusquets, 2002. Traducción: Dea Marie Mansten y Amanda Monjonell Mansten.

    MacIntyre, Alasdair. After Virtue. Indiana: University of Norte Dame Press, 1984. Segunda edición.

    Stevenson, Robert Louis. Dr Jekyll and Mr Hyde. London: Penguin, 1994.

    The silence of the lambs. St. Martin’s Press, 1991

    Wilde, Oscar. Obras completas (tres tomos). Buenos Aires: El Ateneo. 1952. Traducción Ricardo Baeza. 

     Epistola:In carcere et Vinculis. Barcelona: Seix Barral. Traducción: José Emilio Pacheco.

  • El objeto del duelo

    El objeto del duelo

    Josafat Cuevas S.

    “Huérfano de la muerte soy ahora”

    Cardoza y Aragón

    Para Hiram, mi hermano, muerto.

    Este trabajo se organiza en torno al cuestionamiento de la concepción del objeto que, según Jean Allouch, sería la de Freud en su texto Duelo y melancolía. Me propongo discutir su crítica a la versión “freudiana” del duelo, desde dos perspectivas íntimamente vinculadas, presentes en su argumentación. La primera tiene que ver con consideraciones de orden general, ligadas a una contextualización histórica, que atañe a la dimensión ritual, social del duelo; y la otra, que remite propiamente a su lectura crítica de Freud, desde una doble vertiente: la del objeto y el problema de si es sustituible o no, y la de su representación.

    Antes de desplegar ese cuestionamiento, diré que la manera en que Allouch aborda la cuestión del duelo desde su propia experiencia subjetiva (su pesadilla, Literatura gris I), así como su elaboración a partir de Kenzaburo Oe (Estudio C), me parecen de una pertinencia indiscutible.

    Pero lo que no parece pertinente, es que para arribar a lo anterior sea preciso leer a Freud como lo hace; este trabajo trata de mostrar por qué no es preciso…

    Incluso me parece que el modo en que Allouch cuestiona la “versión freudiana” del duelo, oscurece ciertos puntos de acuerdo entre sus avances y algunas formulaciones de Freud. Cito un solo ejemplo, si bien me parece privilegiado: La fórmula que Allouch propone como central en la efectuación de un duelo S = -(1+a)[1], es decir poder ubicar ese “pequeño trozo de sí” que el muerto se lleva con él, resuena de manera profunda con la frase de Freud, referida al melancólico, “cuando él sabe a quién perdió, pero no lo que perdió en él”[2]. Más adelante volveré a la discusión acerca del tema del artículo de Freud, que para mí no es el duelo sino justamente…la melancolía!

    I

    Vayamos pues al texto de Allouch, quien se apoya en el texto de P. Ariès para hablar del “asalvajamiento” de la muerte en occidente, consecuencia de una pérdida gradual del ritual.

    Me parece que este hecho es de una evidencia incuestionable. Sólo añadiría una pregunta. Si aceptamos que esa pérdida de ritual es correlativa de una muerte del mito, del “exilio de los dioses” verdad que Hölderlin expresa con su locura sagrada, ¿por qué esa pérdida afectaría sólo a los ritos de muerte y no también de vida?

    Es evidente que vivimos una época de “asalvajamiento” no sólo de la muerte, al que contribuye lo terriblemente insoportable de su experiencia, sino de la vida misma. Asistimos a una depauperación, a una degradación de la dimensión mítica y ritual con la que los antiguos enmarcaban los grandes pequeños acontecimientos de la vida humana: nacimientos, bodas, iniciaciones a determinados períodos y estatutos sociales, defunciones, exequias, etc.

    Es muy curiosa la manera en que Allouch plantea algo que a mi juicio es pertinente, en un contexto o ligado con algo que no lo es. Por ejemplo, cuando afirma que hoy lo cómico es más esencial que lo trágico. Por supuesto, dado que ello se sigue de ese exilio de los dioses y la consecuente muerte de la tragedia[3]. El abordaje de lo cómico en el duelo por el sesgo de la cuestión del falo me parece una aportación importante de Allouch; pero lo que me resulta curioso, y este es un ejemplo entre muchos que encuentro en su libro, es que cuando quiere apoyar este registro escribe que “Lo cómico del duelo no está fuera del alcance del análisis fenomenológico. Basta con haber tenido relación un tanto lateralmente con las reacciones del entorno de un muerto para verlo aflorar: vanas palabras entonces proferidas (raras son las ocasiones en que la palabra suena más falsa, en que se piensa tanto en su mallarmeana inanidad), gestos o gesticulaciones observables (emotivos abrazos repentinos entre personas que, salvo en esas circunstancias, se ignoran), mímicas más o menos sinceramente contritas, adultos llorando públicamente como chicos sin preocuparse por el pudor. Tomados al sesgo, esos rasgos parecen ridículos, hasta grotescos”[4].

    Digo que resulta curiosa esta afirmación de Allouch, porque justamente uno de los ejes de su trabajo se apoya en los estudios de Ariès y Gorer, cuando señalan la ausencia moderna del ritual como un determinante de la “muerte salvaje” y de la “pornografía de la muerte”.

    Lo que Allouch no parece percibir, es que esos rasgos que ubica en la categoría de lo cómico, pueden ser vistos justamente como residuos, relictos, si bien tal vez degradados, de los rituales antiguos de duelo. Que las palabras dichas en esas ocasiones sean estereotipadas, indica justamente ese carácter ritual.

    Lo anterior se confirma cuando Allouch, dos líneas más abajo, habla de las “lloronas orientales” en el mismo sentido de lo ridículo, aún cuando señale las “diferencias culturales”. Pero justamente esas diferencias pueden ayudar mejor a enfocar la dimensión ritual del llanto de las plañideras, o del pésame en nuestras sociedades.

    Allouch cuestiona a Freud por no incluir en su estudio la dimensión ritual, pública, del duelo. Lo que yo sostengo es que el abordaje de Freud se inserta completo, y no sólo en este punto preciso, en un momento histórico que acusa recibo de las consecuencias de una declinación, de un desfallecimiento del mito y del rito. Cómo se insertaba un individuo en esas prácticas colectivas, sin duda es un problema fascinante, que ha sido abordado desde diversas ópticas y terrenos. No podemos pecar de ingenuidad y pretender que un individuo en esas condiciones ya perdidas y un sujeto moderno estén estructurados de manera equivalente. El surgimiento del sujeto en el sentido moderno es ubicable históricamente, y no es casual que ese surgimiento se ligue con el declinar del mito y con el advenimiento del sujeto de la ciencia[5].

    Freud constata este hecho: el hombre moderno está, como señalan los autores citados, solo frente a la muerte, solo frente a la vida. Toda esa mitología personal del neurótico, está ahí en el lugar dejado vacío por esa pérdida de la dimensión ritual, colectiva, que antiguamente acompañaba a los hombres.

    La distancia que nos separa de ese momento hace que nos resulte casi imposible precisar la economía de la pérdida y la función colectiva de esos ritos en los individuos que conformaban esas colectividades.

    Me parece un error de método extrapolar la economía y los pobres recursos de un sujeto moderno frente a la muerte y la pérdida, y decir que ese ritual permitiría que se ubicase de otra manera.

    Sería tan erróneo y difícil, como plantear, aunque no es imposible, que tal vez habría, en esas comunidades antiguas, alguien para quien el dolor suscitado por la pérdida de un ser amado no haya sido paliado en lo más mínimo por su participación en un ritual colectivo de duelo. Algo parecido a lo que podría ocurrir con alguien destinado al sacrificio: aunque su creencia en que su sacrificio ayudaría a mantener el orden cósmico se encontrase profundamente instalada en su ser, podía resistirse a ser sacrificado.

    Otro punto importante de la contextualización histórica del problema, que además es uno de los ejes fuertes de su crítica, ya que tiene que ver con la manera en que lee la cuestión del objeto en Freud, que discutiré después, es lo que Allouch llama la versión “romántica” del duelo. En la p. 63 se pregunta si P. Ariès tiene razón en situar la “versión freudiana” del duelo en la perspectiva romántica, pero en la p. 78, n. 45, y después a lo largo del libro, lo da por sentado sin argumentarlo.

    “¿Tiene razón Ariès en situar la versión psicoanalítica del duelo como un avatar de la bella muerte romántica?…ésa es la pregunta precisa que le planteamos a “Duelo y melancolía”[6].

    Quince páginas más adelante, en una nota a pie de página, Allouch concluye sin mayor argumentación que “esta psicología freudiana sirva para reafirmar la promesa de un final apacible de la vida (…), un final que nos aseguran que está al alcance de cada uno, confirma la observación de Ariès según la cual ese duelo freudiano deriva del romanticismo”[7].

    El primer punto que discutiré a J. Allouch es que hablar de “romanticismo” a secas es una enorme imprecisión. ¿a qué romanticismo se refiere? ¿Al romanticismo alemán, inglés, francés, etc.?

    El mismo Albert Béguin, autor citado por Allouch, en las primeras páginas de El alma romántica y el sueño señala la enormidad abusiva que supone hablar de “romanticismo” como si quedasen claros sus límites históricos, poéticos, filosóficos. Es por ello que, dice, “me resigné a la incertidumbre de las clasificaciones y decidí escoger instintivamente mis románticos (…) No era posible definir en cuatro líneas ni en quinientas páginas lo que es el romanticismo”[8].

    Y también encuentra “una semejanza esencial entre la psicología freudiana y el ‘realismo’ del siglo XVIII (…) mientras que los románticos, según veremos, se apoyan en una metafísica idealista o en una experiencia inmediata que concuerde con ella, y llegan a afirmaciones del todo opuestas”[9].

    Para él, un rasgo recurrente de los diversos romanticismos, es que en ellos “el sueño se asimila al tesoro de las reminiscencias atávicas donde el poeta y la imaginación mitológica sacan por igual sus riquezas”[10]. Díficil no percibir aquí la cercanía de Jung. Por si fuera poco, a propósito de un fragmento de Lichtenberg, en el que habla de los sueños de los pueblos primitivos, Béguin escribe que puede percibirse “el principio de una línea que va de Lichtenberg a C. G. Jung mucho más que a Freud: el inconsciente colectivo y el inconsciente personal están estrechamente emparentados”[11].

    Ya Lacan advertía en contra de la tendencia a ligar el inconsciente freudiano con el inconsciente romántico. El 22 de enero de 1964 afirma que “El inconsciente de Freud no es en absoluto el inconsciente romántico de la creación imaginativa (…) el hecho de que Jung, punto de relevo del inconsciente romántico, haya sido repudiado por Freud basta para indicar que el psicoanálisis introduce algo distinto”[12].

    En lo que se refiere a la “sustitución” romántica del objeto, basta citar el caso de Novalis, cumbre del romanticismo alemán[13], para refutar esa idea. Sophie, amada de Novalis, muere casi adolescente. Pocos meses después muere Novalis. Nada más lejos de una “sustitución” romántica del objeto de amor. Incluso Novalis escribe “lo que siento por Sophie es religión, no amor”; y recordemos que Kierkegaard encontró que la auténtica, verdadera repetición, sólo se alcanza justamente en la esfera religiosa de la existencia

    El encuentro en la muerte sí, pero no con un objeto sustituto, sino con ese único, irrepetible objeto de amor en lo que tiene de real. La muerte, y por si hiciese falta la segunda muerte de Antígona está ahí para mostrárnoslo, a riesgo de petrificarnos. Es la concepción trágica, y no la del ramplón romanticismo[14] derivado de la escatología cristiana a la Brontë o Lamartine[15], en la que Freud está anclado, en contra de la pendiente por la que Jung resbala y se desliza como sobre las olas.

    Allouch sostiene repetidamente que Freud se encuentra ubicado del lado de este romanticismo, que se expresa en poemas y testamentos marcados por la escatología cristiana, en la que efectivamente se ofrece un reencuentro con los seres amados en el “más allá” [16]. Volveré después sobre este punto para mostrar que no es precisamente la concepción de Freud.

    Existe una oscilación constante en el texto de Allouch, lo que para mí indica que pisa un terreno muy resbaloso. Por ejemplo, al principio de su libro dice que se ha hecho del duelo un trabajo, aunque el término Trauerarbeit no aparece sino una vez en todo el artículo de Freud[17]; y en una nota al pie de página escribe que “aparece no como un concepto inédito, sino como una palabra compuesta tal como las autoriza la lengua alemana, llegada al correr de la pluma, sin que sea necesario hacer de eso un mundo”[18]. Pero más adelante afirma que ni M. Klein, ni Lacan, ni John Bowlby “se atrevieron por ejemplo a impugnar directamente la noción de ‘trabajo del duelo’, aun cuando sus propios avances implicaban realmente su puesta en duda”[19].

    Se puede estar de acuerdo con Allouch cuando afirma que Freud no da cuenta de la efectuación del duelo, y gran parte de su argumentación se dirige a cuestionar el “trabajo de duelo”, aunque como vimos, él mismo oscila acerca del real estatuto de esta expresión en Freud.

    En lo que sigue, seguiré una vía distinta a la de él, al no interrogar el hecho de que efectivamente la cuestión del duelo está poco desarrollada en el texto de Freud: yo sostengo que el interrogante central en el artículo que nos ocupa no es el duelo, sino precisamente la melancolía.

    De igual modo, tampoco lo central ahí tiene que ver con el objeto, sino con la libido y su destino[20].

    Tendremos entonces que remitirnos a otros escritos de Freud para avanzar en la dilucidación del estatuto del objeto en su doctrina.

    Freud parte efectivamente del duelo para intentar “conquistar” la melancolía, en cuanto afección narcisista, que implicaría la muerte del sujeto tras la pérdida del objeto. Para él el duelo es un afecto “normal”, una reacción comprensible consecuencia de una pérdida. La pregunta que Freud se plantea es ¿cuáles son las condiciones de la elección de objeto que hacen que en determinados casos la muerte o pérdida de alguien suponga una imposibilidad para que el sujeto que la sufre haga algo con eso, subjetive su pérdida?

    En una nota a pie de página añadida en 1915 a los Tres ensayos de teoría sexual, fecha precisamente de la redacción de Duelo y melancolía, dice: “El psicoanálisis enseña que existen dos caminos para el hallazgo de objeto; en primer lugar, el (…) que se realiza por apuntalamiento en los modelos de la temprana infancia, y en segundo lugar, el narcisista, que busca al yo propio y lo reencuentra en otros. Este último tiene particular importancia para los desenlaces patológicos, pero cae fuera del contexto”[21].

    Este contexto será el de Duelo y melancolía, donde afirma, intentando dar cuenta de ésta, que la elección de objeto del melancólico se realizó sobre la base de una elección narcisista, identificatoria, con el objeto. Por eso, al irse éste, no puede desasir de él su libido; o más bien, vuelve a producirse la identificación del objeto con el yo.

    Como dije antes, en este punto se trata menos del objeto en sí mismo, cuanto de la libido y su destino, dado que la elección fue realizada con una base narcisista, de modo que al producirse una pérdida de ese objeto, su representación es incorporada en el yo, identificada con él. Y si el objeto desapareció, el yo puede muy bien seguir ese destino.

    El famoso “trabajo de duelo” hay que leerlo desde esta perspectiva: se trata del destino de la libido, no tanto del de el objeto; o más bien, si esta operación de desplazamiento de la libido no se produce, el yo puede morir con el objeto.

    Es por esto que Freud ubica la melancolía dentro del marco de las afecciones narcisistas, del costado de las psicosis.

    Como dije, es éste el verdadero problema para Freud, mientras que para él el duelo es un “afecto normal”, que no implica mayor cuestionamiento.

    Tal vez Allouch tiene razón cuando dice que Freud lo da por sentado sin interrogarse demasiado, lo que no va de suyo, pero sostengo que la problemática de la “sustitución del objeto” debe ser abordada desde una doble perspectiva: la primera, desde una indagación más profunda del lugar que Freud le otorga al objeto en la economía inconsciente, según la cual todo objeto, como vamos de ver, es un objeto sustituto; y la segunda desde la afirmación de que en la sustitución que Freud propone en relación con el duelo, se trata principalmente, no tanto de la sustitución del objeto perdido por otro, como del destino de la libido que estaba ligada con él.

    Algo que confirma esta última idea lo encontramos en el Manuscrito N., fechado según el matasellos del correo el 7 de enero de 1895, donde Freud le dice a Fliess que “no estaría mal partir de esta idea: La melancolía consistiría en el duelo por la pérdida de libido[22].

    Allouch formula la pregunta en la p. 53 de su texto[23]: “¿cuál es el objeto del duelo?

    Hipótesis: ni en el texto de Freud Duelo y melancolía, ni en la crítica de Allouch se establece una distinción, a mi juicio fundamental, entre el objeto de amor y el objeto de la pulsión. El primero efectivamente es insustituible, mientras que el segundo se define precisamente por ser el componente “más variable en la pulsión”[24].

    Digo que lo central de la crítica de Allouch a la “versión freudiana” del duelo podría replantearse si establecemos esa distinción, ausente en el texto de Freud y en el libro Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca.

    Citando el pasaje de los Tres ensayos de teoría sexual, donde dice Freud “Introduzcamos dos términos: llamamos objeto sexual a la persona de la que parte la atracción sexual y meta sexual a la acción hacia la cual esfuerza la pulsión”, escribe Allouch: “señalemos a pesar de todo que en el texto no es discutido. Ahora bien, hay evidentemente un mundo entre ‘la persona de la que parte la atracción sexual’ (die geschlechtliche Anziehung) y ‘el objeto sexual’ (das Sexualobjekt)” [25]. El mismo señala que el primer sentido de Geschlecht es linaje, familia, generación, descendencia. Totalmente de acuerdo con Allouch en que Freud no despliega esa distinción, a mi juicio capital para lo que nos ocupa, pues ese registro permitiría cernir lo que de singular tiene la persona de la que parte esa atracción, más del costado de un objeto de amor, y no de un objeto pulsional, por definición sustituible. En vez de avanzar en esta diferenciación, la estrategia de Allouch es la de tirar el niño junto con la bañera.

    Me parece que si no se establece más claramente la diferencia entre objeto sexual y objeto de amor, no puede avanzarse de un modo más firme en el problema del duelo planteado por Freud.

    II

    ¿Cuál es el estatuto del objeto en el inconsciente, para Freud?

    Propongo que antes de abordar ese problema respecto de Duelo y melancolía, es preciso primero dilucidar ese estatuto, cuestión vinculada inextricablemente con la de su representación (que abordaré después).

    Escribe Freud: “Cuando la primerísima satisfacción sexual estaba todavía conectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más tarde, quizá justo en la época en que el niño pudo formarse la representación global de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción. Después la pulsión sexual pasa a ser, regularmente, autoerótica, y sólo luego de superado el periodo de latencia se restablece la relación originaria. No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño del pecho de su madre se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor. El hallazgo (encuentro) de objeto es propiamente unreencuentro[26].

    Es de este pasaje de donde se desprende la formulación freudiana de que todos los objetos son objetos sustitutos, respecto de ese primer objeto originario, radicalmente perdido; objeto real.

    Pero el hecho de formular lo anterior respecto del objeto, no le impide, en una nota a pie de página, al cuestionar de pasada a sus coetáneos, decir que “la diferencia más honda entre la vida sexual de los antiguos y la nuestra reside, acaso, en el hecho de que ellos ponían el acento en la pulsión misma, mientras que nosotros lo ponemos sobre su objeto”[27].

    Me parece que es desde aquí que debe ser abordada la cuestión que Freud plantea: cuando habla de que es preciso sustituir al objeto, desasiendo de él su libido para desplazarla a otro, el énfasis hay que ponerlo no en el objeto, que como dije, siempre es un sustituto, sino en la libido misma, que se retrae, primero al yo, para que no muera con el objeto, y después se podrá desplazar a otro objeto.

    Seguramente Freud no da cuenta de lo que podría ser la efectuación del duelo, pero dice que en la base de la melancolía se encuentra una imposibilidad de efectuar ese desplazamiento de libido. De lo contrario, se cumpliría lo que Allouch mismo señala como una característica de la muerte salvaje: “la muerte llama a la muerte”.

    Allouch escribe que “el duelo debe problematizarse no a partir de la sustitución de objeto sino, por el contrario, en función del carácter absolutamente único, irreemplazable de todo objeto”[28].

    ¡De acuerdo!, pero me parece que no puede avanzarse más si no se despeja esa confusión entre el objeto de la pulsión y el objeto de amor, patente en el siguiente pasaje:

    “Un abrigo de piel equivale a otro, un látigo es fácilmente reemplazado, un zapato, una bombachita, un traje de cuero también. ¿Es ésa una razón para proponer que un amigo, que un hombre, que una mujer, que un padre, que una madre, que un hijo también se reemplazan –aún cuando se añada que tal sustitución de objeto exige un determinado trabajo?”[29].

    Esto se conecta con otro problema. Si aceptamos que cada objeto de amor es único e irrepetible, insustituible, con la condición que ya señalé, de distinguirlo del objeto de la pulsión, ¿puede hablarse de un “paradigma” del duelo, de un “paradigma” de la pérdida?

    La afirmación repetida por Allouch varias veces en su libro acerca de que Freud propondría que la muerte del padre es “la pérdida más terrible en la vida de un hombre”, dependería de un “paradigma” de época, me parece absolutamente cuestionable y rebatida suficientemente.

    Freud está hablando de él, de lo que le ocurre a él. Me asombra que Allouch, psicoanalista, descuide este hecho. La Traumdeutung en su conjunto es un testimonio fehaciente del efecto que le produjo a Freud la muerte de su padre: “Es que para mí el libro posee otro significado, subjetivo, que sólo después de terminarlo pude comprender. Advertí que era parte de mi autoanálisis, que era mi reacción frente a la muerte de mi padre, vale decir frente al acontecimiento más significativo y la pérdida más terrible en la vida de un hombre”[30]

    El mismo Allouch propone algo que podría hacerle reconocer esto, pero no extrae de ahí ninguna consecuencia; en la nota 9 de la p. 22 dice que “Podría imaginarse que Freud escribió la intempestiva proposición que hemos subrayado bajo el golpe de ese duelo del padre y que a continuación no mantuvo esa eminencia concedida a la muerte del padre. Veremos que esa conjetura no halla en él su confirmación”.

    No la halla por el simple hecho de que esa “eminencia concedida a la muerte del padre” no es en Freud un asunto de teoría, ni de política teórica, ni de un “paradigma” localizado históricamente, que varía de un tiempo al otro. No; se trata de un hecho fundamentalmente subjetivo. Para Freud efectivamente es la pérdida más terrible. Lo confirma no sólo su propia declaración, sino la escritura misma de la Traumdeutung.

    Sin embargo Allouch desconoce sistemáticamente este hecho. Así, cuando plantea que la “familiarización” del duelo es otro rasgo común a las muertes romántica y freudiana, dice que esto “es patente cuando Freud escribe, en laTraumdeutung, que la muerte más terrible que existe es la de un padre. Adoptaba así una vía abierta hace ya un tiempo”[31].

    En aras de confirmar a toda costa que la posición de Freud es solidaria con el “romanticismo”, Allouch se refiere a otra de las grandes pérdidas sufridas por Freud: la de su hija Sophie en 1920. Allouch cita una carta escrita a Binswanger nueve años después de ese suceso, en respuesta a otra donde éste le anunciaba la muerte de su hijo. Y aunque Freud escribe ahí que “Se sabe que el duelo agudo que causa una pérdida semejante hallará un final, pero que uno permanecerá inconsolable, sin hallar jamás un sustituto[32].

    Allouch no da importancia a dos cosas a mi juicio centrales: la referencia a un final del duelo, aún cuando eso no implique ningún tipo de consuelo, y la afirmación de que ante esas pérdidas no se encuentra nunca un sustituto.

    Contrariamente a Allouch, leo en este pasaje que para Freud su hija es un objeto de amor, único, irremplazable; y Freud lo expresa, a pesar de que en otros lugares haya enunciado la formulación doctrinal de que el objeto siempre es un sustituto.

    Es decir, Freud no está manifestando aquí un hecho de su doctrina, como por ejemplo en Pulsiones y destinos de pulsión o Tres ensayos de teoría sexual, sino que está mostrando que, con respecto de su hija Sophie, muerta hace ya algunos años (9 para ser exactos), se ubica como erastés. Ella es un objeto único e irrepetible de amor[33], aunque en su doctrina de las pulsiones y su objeto, defina a éste precisamente por ser su componente “más variable”, uno u otro, perfectamente intercambiables, sustituibles.

    Veamos que en este punto, la argumentación de Allouch va en sentido opuesto, aunque francamente retorcida, pues, dice: “El problema del sustituto parece aquí zanjado. Decimos ‘parece’, porque el hecho de afirmar que no se lo hallará nunca no impide, ni mucho menos, pensar ese reencuentro como término del duelo. Lo que es más, Freud no se queda ahí en esa correspondencia, y el objeto sustitutivo pronto vuelve a salir a la superficie, marcado simplemente con un signo negativo: la afirmación de que no hay objeto susceptible de ocupar el lugar del objeto perdido no hace más que indicar en hueco el mantenimiento del presupuesto según el cual dicho lugar seguiría siendo ocupable. La continuación inmediata dice esto: ‘Todo lo que tomará ese lugar, aun ocupándolo enteramente, seguirá siendo siempre algo distinto’.

    Luego el resbalón (lo es para nosotros) se agrava enseguida (…) al proseguir Freud representando al viejo sabio, de hecho, cayendo siempre sobre sus pies, los del romanticismo de “Duelo y melancolía”: ‘Y a decir verdad, está bien así. Es el único medio que tenemos de perpetuar una amor al que no queremos renunciar’ (…) En efecto, estas dos últimas frases señalan ambas el amor según el recuerdo, el amor en la muerte, el amor romántico”[34].

    El procedimiento de Allouch es caricaturizar cierto modo de hablar de Freud , que por otro lado era el que usaba a menudo, en vez de reconocer lo que acabo de señalar como siendo su posición subjetiva, y por ello situada al margen de la posibilidad de ser calificada.

    Por un lado calificar esa posición subjetiva de Freud y al mismo tiempo, partiendo de una lectura sesgada de su formulación doctrinal de la esencial “sustituibilidad” del objeto de la pulsión[35], interpretar de manera salvaje, la radical expresión subjetiva de Freud en esa carta y en la Traumdeutung entera.

    Así, como conclusión de todo lo anterior, dice que “La posición manifiesta de Freud con respecto a la muerte de su hija (Sophie) es de las más defectuosas”[36]. Díficil opinar acerca de un deudo, quienquiera que sea, que su posición es “defectuosa”.

    Otra conclusión, también apresurada, y que Allouch desprende de este punto, es la que que expresa al decir que “parece que la disparidad con respecto al duelo entre Freud y Lacan corresponde a la kierkegaardiana de la reminiscencia y de la repetición, por lo tanto a dos formas de amor bien diferenciadas (…) En efecto, no hay objeto sustitutivo por la razón esencial de que el objeto de amor es situado no por el recuerdo sino por la repetición…”[37].

    De acuerdo con estas dos últimas líneas, pero diré que esta es precisamente la lectura de Lacan, que lee a Freud con Kierkegaard, como mostraré de inmediato, pues más que una “disparidad” en este punto, se trata de un encuentro de Freud con Lacan, por su lectura de Kierkegaard.

    Para estudiar esta pretendida “disparidad” entre Lacan y Freud, vayamos entonces a las formulaciones del primero sobre este punto.

    En tres ocasiones por lo menos, en 1955 (sem. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica), en 1957 (sem. La relación de objeto) y en 1964 (sem. Los fundamentos del psicoanálisis), al abordar la cuestión de la pulsión y del objeto en Freud, se remite Lacan a la repetición kierkegaardiana. Veremos de qué modo la sitúa en esta perspectiva, y de ningún modo en la de la reminiscencia platónica.

    El 26 de enero de 1955: “En relación con los estados de deseo, Freud pone en juego la correspondencia entre el objeto que se presenta y las estructuras ya constituidas en el yo. Destaca lo siguiente: o aquello que se presenta es lo esperado, y no tiene ningún interés, o no cae bien, y entonces sí es interesante, pues toda especie de constitución del mundo objetal siempre es un esfuerzo por redescubrir el objeto Wiederzufinden. Freud distingue dos estructuraciones totalmente disímiles de la experiencia humana: la que con Kierkegaard denominé antigua, la de la reminiscencia, que supone un acuerdo, una armonía entre el hombre y el mundo de sus objetos que hace que los reconozca, porque en cierto modo los conoce desde siempre y, por el contrario, la conquista, la estructuración del mundo en un esfuerzo de trabajo, por la vía de la repetición. En la medida en que lo que se le presenta sólo coincide parcialmente con lo que ya le procuró satisfacción, el sujeto se pone a la búsqueda, y la repite indefinidamente hasta volver a encontrar ese objeto. El objeto se encuentra y se estructura en la vía de una repetición: reencontrar el objeto, repetir el objeto. Pero lo que el sujeto encuentra jamás es el mismo objeto. Dicho de otro modo, el sujeto no cesa de engendrar objetos sustitutivos[38].

    Nada que ver entonces con la lectura de Allouch en el sentido de la “disimetría” entre Freud y Lacan en este punto, en cuanto que éste se ubicaría en la perspectiva kierkegaardiana y aquél en la pendiente platónica, “antigua”, de la reminiscencia.

    En la sesión del 2 de marzo, Lacan comenta el Entwurf, y remacha: “Lo que aquí distingue a Freud de todos los autores que escribieron sobre el tema, e incluso del gran Fechner a quien sin cesar se refiere, es la idea de que el objeto de la búsqueda humana nunca es un objeto de reencuentros en el sentido de la reminiscencia. El sujeto no vuelve a hallar los carriles preformados de su relación natural con el mundo exterior. El objeto humano se constituye siempre por la mediación de una primera pérdida. Nada fecundo le sucede al hombre sino por la mediación de una pérdida del objeto”[39].

    Es desde esta perspectiva que podría replantearse el lugar de esa primera pérdida en la constitución subjetiva, y su encadenamiento con las sucesivas pérdidas que un sujeto sufre a lo largo de su vida. Esto es lo que hace Lacan leyendo a Shakespeare y ubicando la función del duelo por Ofelia como un momento fundamental de la subjetivación del deseo en Hamlet, lectura que Allouch avanza, y que no discutiremos ahora.

    Vayamos ahora a la segunda referencia a Kierkegaard, que mencionamos antes. Hablando del Trieb de Freud, que Lacan sitúa en relación con el real, en la sesión del 12 de febrero de 1964 dice: “Lo real hay que buscarlo más allá del sueño –en lo que el sueño ha recubierto, envuelto, escondido, tras la falta de representación, de la cual sólo hay en él lo que hace sus veces, un lugarteniente. Ese real, más que cualquier otro, gobierna nuestras actividades, y nos lo designa el psicoanálisis”[40]. Inmediatamente después de la cita que acabamos de leer, Lacan se refiere al texto de La repetición de Kierkegaard, y a su modo irónico, mozartiano, donjuanesco, “de anular los espejismos del amor”, y dice: “Para Kierkegaard, como para Freud, no se trata de repetición alguna que se asiente en lo natural, de ningún retorno de la necesidad (…) La repetición exige lo nuevo; se vuelve hacia lo lúdico que hace de lo nuevo su dimensión; lo mismo dice Freud en el texto del capítulo cuya referencia les di la vez pasada”[41]. Ese texto al que se refiere es Recuerdo, repetición y reelaboración, y a propósito de lo que ahí escribe Freud, Lacan dice que “en los textos de Freud, repetición no es reproducción. Nunca hay oscilación en este punto: Wiederholen no es Reproduzieren[42].

    Es una de las sutilezas de la lectura de Lacan, que respecto de este texto, encuentra que para Freud el recuerdo implica ubicar, en el análisis, la singularidad del acontecimiento, en su ligazón con otro suceso, igualmente singular, mientras que la repetición (que Lacan distingue de la reproducción, aquí sí platónica), ligada con la transferencia[43], abre a la posibilidad de lo nuevo, de lo diferente, en tanto tiene que ver con la cuenta, con la serie…Es así que Lacan lee a Freud con Kierkegaard.

    Allouch propone en cambio -a mi juicio erróneamente- que, respecto del objeto del duelo, para Freud se trata de reminiscencia. Sabemos que Kierkegaard opone la repetición en acto, de la reminiscencia platónica, que implica una idea eterna, especie de modelo ideal, de la que los sucesivos objetos no son sino copias imperfectas. Hay sin duda una cuestión sumamente problemática en el hecho de que Freud proponga que “todo encuentro con el objeto es un reencuentro”. Esto tiene que ver con ese primer objeto, radicalmente perdido, pero para nada es un objeto ideal, es un objeto real.

    Allouch cuestiona a Freud su “concepción platónica”, reminiscente, del objeto de amor, susceptible de ser reemplazado, sustituido. Creo que esta afirmación es solidaria de la indistinción, de la que ya he hablado, entre el objeto de amor, único, insustituible, y el objeto de la pulsión, que se define precisamente por su variabilidad, por ser cualquiera, siendo uno. No es casual que el texto de Freud al que se refiere Lacan pertenece a la serie de losEscritos técnicos, en los que aquél expone su concepción de la transferencia y de la singularidad de la “persona del médico”. Aquí la lectura de Lacan privilegiará la dimensión de novedad, de diferencia, ligada con cada repetición (opuesta a reproducción) en la transferencia.

    Como conclusión de todo lo anterior, digo que, lejos de haber en Freud una concepción “platónica” del objeto, como pretende Allouch, por el contrario se ubicaría en él lo que Foucault llama inversión del platonismo[44]. No se trata de un objeto ideal, del que todos los demás serían copias, representaciones imperfectas, sino del objeto real, radicalmente perdido. Más que una representación de ese objeto en el inconsciente, se trata para Freud del estatuto alucinatorio que se liga con la vivencia de satisfacción.

    A pesar del intento de Allouch por quitarle a Freud esa ancla en el real del objeto, proponiendo que se trataría del objeto ideal de Platón, toda la consistencia del planteamiento de Freud resiste a ese intento que haría de él la culminación del platonismo. La lectura que Lacan hace de esta cuestión, y no de manera aislada, como he mostrado, sino a lo largo de toda su enseñanza, enfatiza y precisa la lectura que nosotros hacemos de la cuestión del objeto en Freud.

    Como confirmación de lo que he expuesto, me remitiré al artículo titulado Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre, de 1910, que es el primero de tres textos que Freud ubica bajo el rubro de ¡Contribuciones a la psicología del amor!

    Se trata de un “tipo” de elección masculina de objeto. La primera “condición de amor” que debe cumplirse es la del “tercero perjudicado”, la mujer elegida está con otro. Freud dice que si se presenta esta condición, es dable esperar que se presenten otros caracteres que conforman el tipo. La segunda condición es que una mujer casta e irreprochable nunca es elegida como objeto de amor; debe tratarse de una mujer de “fama dudosa”, de cuya fidelidad no puede esperarse mucho. Freud designa esta condición como la del “amor por mujeres fáciles”.

    La primera de esas condiciones da lugar a la satisfacción de mociones hostiles hacia el hombre a quien se arrebata la mujer amada, mientras que la otra , la de la ligereza de la mujer, se relaciona con los celos, al parecer imprescindibles en este tipo de elección de objeto de amor.

    A continuación expone Freud la conducta del amante hacia el objeto de su elección, marcado por su liviandad: lo trata como objeto amoroso de supremo valor, y exalta “la autoexigencia de fidelidad, por más a menudo que en la realidad la infrinjan”[45]. Sin embargo, continúa Freud, de esta fidelidad y fuerte ligazón con tal clase de objeto amoroso no debe inferirse que este tipo de amante llenará su vida con exclusividad una sola vez. Por el contrario, “en la vida de quienes responden a este tipo se repiten varias veces pasiones de esa clase con iguales peculiaridades –cada una, la exacta copia de las anteriores-, y aun, siguiendo vicisitudes exteriores, como los cambios de residencia y de medio, los objetos de amor pueden sustituirse unos a otros tan a menudo que se llegue a la formación de una larga serie[46].

    Otra tendencia llamativa de este tipo de elección, es la de “rescatar” a la amada del descrédito o de las consecuencias negativas de su conducta.

    Freud hace derivar este tipo de elección de objeto de amor de la misma fuente que la elección de personas normales: “brotan de la fijación infantil de la ternura a la madre y constituyen uno de los desenlaces de esa fijación”[47].

    En cuanto a la primera condición, la de que la mujer no sea libre, y por lo mismo haya un “tercero perjudicado”, Freud la remite a la situación del niño con respecto a su madre, que pertenece al padre. Además, escribe, “si en nuestro tipo todos los objetos de amor están destinados a ser principalmente unos subrogados de la madre, se vuelve comprensible, la formación de series, que parece contradecir de manera tan directa la condición de la fidelidad. En efecto, el psicoanálisis nos enseña, también por medio de otros ejemplos, que lo insustituible eficaz dentro de lo inconciente a menudo se anuncia mediante el relevo sucesivo en una serie interminable, y tal, justamente, porque en cada subrogado se echa de menos la satisfacción ansiada”[48].

    Me parece que este planteamiento paradójico de Freud –otro más donde para mí se expresa en él ese real que Lacan define como el imposible- en el que liga la más radical singularidad con la formación de una serie, está estrictamente en la senda del rigor con el que Freud nos enseña el psicoanálisis, y que es la misma que Lacan, en este punto preciso, continúa. El uno singular, en su seriedad, hace serie. Esta es la concepción de repetición como dependiendo del anudamiento del simbólico con el real, que Lacan lee en Freud, y que el mismo Allouch reconoce[49], aunque para concluir lo contrario de lo que aquí sostengo.

    III

    Otra punta muy importante del cuestionamiento de Alouch, que se liga y se desprende de su formulación, y que vengo discutiendo, es la que se refiere al problema del estatuto de la alucinación y el papel de la famosa “prueba de realidad” para Freud.

    Allouch enfatiza que éste establece una analogía entre el proceso regresivo del sueño, regresión de la energía libidinal que llega hasta la carga de las arcaicas representaciones-cosa, lo que explica el carácter alucinatorio de lasatisfacción del deseo, con la amentia de Meynert, o psicosis alucinatoria de deseo. De ahí concluye, a mi juicio erróneamente, que lo fundamental es el carácter imaginario de ambos fenómenos, lo que atañe a la cuestión de la representación.

    Jean Allouch cuestiona a Freud y escribe que, “lógicamente dentro del pensamiento de la representación no distingue entre la alucinación y el onirismo”, y apoya su argumentación en el hecho de que no considera la alucinación verbal, estudiada por Séglas casi contemporáneamente, desarrollo que Freud no conoció.

    En lo que toca a esa no distinción se requirió el énfasis de Lacan en la alucinación verbal para establecer claramente el límite entre ese onirismo y el dominio propio de la alucinación, pero lo que prueba que Freud no se engañaba acerca del lugar del verdadero problema, es una nota a pie de página del Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños, donde dice que “…un ensayo de explicar la alucinación no debería partir de la alucinación positiva, sino más bien de la negativa[50].

    Como resultado de su argumentación, Allouch concluye que “… no habría precisamente prueba de la realidad para quien está de duelo (…) El duelo pone a quien está de duelo entre la espada y la pared de ese estatuto de la realidad” [51], pero lo que no considera, es que ese estatuto de la realidad es un problema en la doctrina freudiana en su conjunto, y no sólo respecto del problema específico del duelo, como veremos enseguida.

    En 1955, en el curso del seminario sobre “El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica”, Lacan propone al “proceso secundario”, no en oposición, en lucha con el “proceso primario”, solidario del principio del placer, rector de todo el funcionamiento del aparato psíquico, sino como una continuación, una prolongación de él; lo que problematiza radicalmente “la realidad” en Freud.

    Leyendo atentamente el Entwurf dice Lacan que “la memoria se concibe aquí como serie de engramas, suma de series de facilitaciones, y esta concepción revela ser enteramente insuficiente si no introducimos en ella la noción de imagen (…) cuando la misma serie es reactivada por una nueva excitación, por una presión, por una necesidad, se reproducirá la misma imagen. Dicho de otro modo, todo estímulo tiende a producir una alucinación. El principio del funcionamiento del aparato es la alucinación. Esto es lo que quiere decir proceso primario.

    El problema está entonces en la relación de la alucinación con la realidad. Freud se ve llevado a restaurar el sistema de la conciencia y su autonomía paradójica desde el punto de vista energético. Si la concatenación de las experiencias produce efectos alucinatorios, es preciso un aparato corrector, un test de realidad. Dicho test de realidad supone una comparación de la alucinación con algo recibido de la experiencia y conservado en la memoria del aparato psíquico. Y desde ese momento, por haber querido eliminar completamente el sistema de la conciencia, Freud se ve obligado a restablecerlo con reforzada autonomía”[52].

    Y esto se liga con otra formulación de Lacan, quien dice, comentando las relaciones entre el proceso primario y el proceso secundario, expresados en el principio de placer y su continuidad en el principio de realidad, que “mientras más satisfactoria es la realidad, menos constituye una ‘prueba de la realidad’…”[53]. Esta es una de las consecuencias radicales del planteamiento de Freud. El primado del funcionamiento del aparato psíquico corresponde al proceso primario y al principio de placer; lo paradójico y complicado en su ubicación no es este principio, sino el proceso secundario y el principio de realidad, ligado con el yo y la conciencia, y con todas las “pruebas de realidad” como se quiera.

    Pero precisamente, no la hay cuando esa realidad colma la satisfacción, y en ese sentido para Freud son equivalentes la satisfacción que procura el objeto real, y la huella de su satisfacción. Es justamente cuando falla esa satisfacción por ausencia del objeto, cuando se impone la paradójico e imposible “prueba” de esa realidad.

    Me parece que este recorrido ubica de otro modo todo el cuestionamiento que Allouch hace de la “prueba de realidad” en Freud. En todo caso, lo que Lacan muestra es que Freud se enfrenta con una verdadera dificultad al plantear las cosas como lo hace, pero esa problemática no concierne solamente al objeto perdido del duelo, sino que atañe al estatuto entero de las relaciones entre el proceso primario del inconsciente y su búsqueda del objeto original perdido, y el lugar del principio de realidad, esencialmente paradójico en tanto ubicado por Freud en continuidad con aquél.

    Encontramos confirmada esta lectura de Lacan en el siguiente pasaje de Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico de Freud: “La sustitución del principio de placer por el principio de realidad no implica el destronamiento del primero, sino su aseguramiento[54].

    Es decir, lo que resulta problemático es la ubicación de la conciencia en sus relaciones con el “principio de realidad”, pero el objeto real está donde está, como tal, perdido. Por eso Allouch tiene razón cuando afirma que el problema de la representación será ubicado por Lacan en el registro imaginario, a nivel de la constitución del yo[55].

    Sin embargo en el mismo Freud se encuentra esta línea de ubicación del problema; en el Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños, al abordar la regresión escribe: “Distinguimos dos de esas regresiones: en el desarrollo del yo y en el de la libido. En el estado del dormir, este último llega hasta la reproducción del narcisismo primitivo, y el primero, hasta la etapa de la satisfacción alucinatoria del deseo[56].

    Es con esta última que se liga el problema de la representación, que Freud ubica primero como una huella mnémica, que también llama representación-cosa, producto de una percepción original del objeto, que después se liga con su “representación-palabra correspondiente”, perteneciente al sistema Pc-c. De aquí que la representación en Freud posea dos polos: uno que se ancla en el objeto real, radicalmente perdido, y el otro que apunta al problema de la conciencia y del yo, y por lo tanto del estatuto –siempre problemático- de la realidad”[57].

    En cambio Allouch intenta, como dije, ubicar la cuestión de la representación exclusivamente desde su costado de imagen. Por eso escribe que la cuestión del objeto se encuentra situada por Freud “entre dos espejos paralelos”, lo que él liga con cierto “punto de mimetismo”, por tanto platónico, reminiscente, que perpetúa la imagen virtual del objeto hasta el infinito, a partir de un modelo que según Allouch sería el objeto original perdido.

    Al margen de lo que ya discutimos, acerca de la enorme distancia que separa la concepción platónica del objeto ideal, sustento de todas las subsecuentes rememoraciones, reminiscencias del objeto, -mientras que para Freud se trata de un objeto real, si bien representado-, Allouch privilegia entonces el costado indudable de imagen presente en la noción freudiana de representación.

    Toda su argumentación se orienta en este punto a demostrar el primado de la imagen en el funcionamiento del inconsciente freudiano, tomando como eje el trabajo del sueño

    Así, escribe que “en la doctrina de la representación-cosa, en efecto…no hay imagen directa de la cosa. La imagen directa está como excluida por el hecho de que la imagen es siempre ‘imagen de imagen’…”[58]. Pero yo pregunto ¿cuál sería esa “imagen directa” de la cosa? ¿Quién es aquí el “platónico”?

    Lo que Freud plantea es que, como resultado de las primeras percepciones del objeto real, se inscriben una serie de huellas mnémicas, registradas primero simultáneamente. Estas huellas, dice Freud, sufren de tanto en tanto una serie de ordenamientos, de retranscripciones (Umschrift) diversas, de acuerdo con varios criterios: analogía, causalidad, etc[59]. Son estas huellas mnémicas sujetas a las condensaciones y desplazamientos de la energía psíquica (que después llamará libidinal), las que a justo título pueden ser llamadas representaciones. La huella mnémica en sí, como mero registro pasivo[60] de una impresión, no es aún una representación en el sentido freudiano; es preciso el concurso de la movilidad de la energía, cargándolas y descargándolas. Es esta noción de carga y contracarga lo que distingue la concepción de representación en Freud, de la tradición clásica que abarca un amplio periodo histórico[61].

    Ligado con esto, encontramos la reiterada formulación de Freud de que en el trabajo del sueño, el inconsciente toma a las palabras como cosas, pero no por su sentido, sino como meros elementos combinatorios de una escritura, a la manera de jeroglíficos.

    Es indudable que se encuentra en este punto, respecto de la representación en Freud, un entrecruzamiento de lo que Lacan distingue como imaginario y simbólico. La misma noción de vorstellungrepräsentanz está ahí para probarlo[62].

    Es por eso que Lacan se propuso distinguir lo que en dicha noción freudiana corresponde al imaginario y lo que corresponde al simbólico, que en Freud no están “suficientemente distinguidos”[63]. Lacan avanza en esa distinción, ubicando como Allouch mismo señala, la cuestión de la representación en el imaginario, ligado con el narcisismo.

    Pero Allouch insiste: “El término de representación tiene el valor –un tanto confuso- de una palabra-valija. (…) Dicho en términos gramatológicos, todo sucedería como si los pasajes de escritura en escritura trasportaran el texto hasta producir al fin una escritura figurativa”[64].

    Figurativa, sí, pero la lectura que vengo haciendo de Freud supone que esta “figuratividad” responde a la lógica de una escritura, que no deja de estar en relación con el real, en tanto no sólo las imágenes, sino también las palabras, son elementos de una combinatoria, al modo de un alfabeto, al grado en que Lacan insistirá mucho tiempo en que los elementos de representación inconsciente en Freud no son otra cosa que lo que él llama “significantes”.

    Resulta muy curioso leer que, después de toda su argumentación para ubicar el trabajo del sueño en el terreno exclusivo de la representación en tanto imagen, Allouch pueda escribir que: “contra el onirismo, toda la Traumdeutung atestigua la experiencia del sueño como hecho de escritura”[65], es decir, que reconozca que precisamente el sueño es un asunto no de figuración, sino de escritura[66].

    El trayecto que hemos recorrido permite plantear que la cuestión del objeto del duelo no puede abordarse al margen de una concepción doctrinal de Freud, que implica necesariamente las nociones de objeto de la pulsión y objeto de amor, aunque como he intentado mostrar, es preciso avanzar en su distinción.

    Otro eje capital incluye la cuestión de la paradójica continuidad principio de placer-principio de realidad, sin la que es imposible ubicar de modo pertinente la “prueba de realidad” en Freud.

    Por último, y ligado íntimamente con lo anterior, el espinoso punto de la representación y su relación con el objeto real.

    Es desde aquí que se debería empezar a problematizar la cuestión del objeto, sustituible o no, del duelo en Freud.

    [1] Allouch, J. Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca. Edelp, Córdoba, 1995, p. 413. En adelante todas las citas de este texto corresponden a esta edición, por lo que sólo consignaré la página.

    [2] Freud, S. Duelo y melancolía. O.C. Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1998, vol. XIV, p. 243. En adelante todas las citas de Freud corresponden a esta edición, por lo que sólo consignaré volúmen y página.

    [3] Steiner, G. La muerte de la tragedia. Monte Avila Ed., Venezuela, 1970.

    [4] Allouch, J. Op. cit., p. 25.

    [5] Cfr. Mi texto De un genio al otro. Lecturas de Descartes. Revista Me cayó el veinte, no. 3, México D.F. primavera de 2001.

    [6] P. 63.

    [7] P. 78, cursivas J.C.

    [8] Béguin, A. El alma romántica y el sueño. México, F.C.E., 1981, p. 17.

    [9] Béguin, A. Op.cit., p. 29.

    [10] Ibidem, p. 20.

    [11] P. 39.

    [12] Lacan, J. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ed. Paidós, Barcelona, 1987, p. 32.

    [13] Cfr. Mi trabajo Novalis, ¿una escritura de real?, inédito, presentado en el Coloquio La Locura, México, abril de 1990.

    [14] El mismo Lacan, a propósito de cierto romanticismo ligado con el romanticismo que historia P. Ariès, -y que Allouch sostiene es el suelo en el que Freud se asienta en su concepción del objeto-, y precisamente en el mismo momento del seminario de la ética en el que está hablando de lo que para él es la “esencia” de la tragedia, Antígona y su acto, dice: “Tenemos (en Francia) ya la desgracia de poseer un romanticismo que no se elevó mucho más allá del nivel de cierta necedad” (Sem. 15 de junio de 1960. Op. cit., p. 340).

    [15] Allouch, J. Op.cit., p. 143.

    [16] Ariès, P. El hombre ante la muerte. Ed. Taurus, Madrid, 1999, pp. 360-371.

    [17] En realidad aparece al menos dos veces, en la misma página. Cfr. “Trauer und Melancholie”, en Psychologie des Unbewusten. S. Fisher Verlag, Frankfurt am Main, 1975, p. 199.

    [18] P. 19, subr. J.C.

    [19] P. 54, subr, J.C.

    [20] En este punto encuentro una situación similar al hecho de que, cuando Lacan aborda la cuestión de la angustia en su seminario de 1962, dice que no es en Inhibición, síntoma y angustia donde se encuentra el núcleo de su formulación por Freud, sino en Das Unheimliche.

    [21] Freud, S. Vol. VII, p. 203, n. 22.

    [22] Freud, S. Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Vol. I, p. 240, subr. Freud.

    [23] Op. Cit, p. 53.

    [24] Freud, S. Pulsiones y destinos de pulsión. Vol. XIV, p. 118.

    [25] Allouch, J. Op. cit., p. 135.

    [26] Freud, S. Tres ensayos de teoría sexual. Op. cit., pp. 202-203, subr. J.C.

    [27] Freud, S. Ibidem, p. 136, n. 14.

    [28] P. 177.

    [29] Ibidem, p. 162.

    [30] Freud, S. La interpretación de los sueños. Vol. IV, p. 20.

    [31] Allouch, J. Op. cit., p. 147.

    [32] Cit. En la p. 168.

    [33] Como Sophie para Novalis, como vimos antes.

    [34] Pp. 168-169.

    [35] Confundida tanto por él como por el propio Freud, como he mostrado.

    [36] P. 170.

    [37] P. 171.

    [38] Seminario “El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica” . Ed. Paidós, Barcelona, 1983, p. 155. Subr. J.C.

    [39] Ibidem, pp. 207-208. Subr. J.C.

    [40] Lacan, J. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ed. Paidós, Barcelona, 1987, p. 68.

    [41] Ibidem, p. P. 69.

    [42] P. 58.

    [43] Aunque situadas en dos planos distintos. Cfr. sem. Los fundamentos del psicoanálisis, 12 de febrero de 1964.

    [44] Foucault, M. Theatrum Philosophicum. Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1981, p. 11. Es en esta perspectiva que Foucault relaciona a Freud con Artaud, uno de cuyos principales designios fue acabar de una vez por todas con la representación: “Freud y Artaud se ignoran y resuenan entre si. La filosofía de la representación, del original, de la primera vez, de la semejanza, de la imitación, de la fidelidad, se disipa”, p.15.

    [45] Freud, S. Vol. XI, p. 161.

    [46] Ibidem. El primer subr. es de J.C. El último es del propio Freud.

    [47] P. 162.

    [48] P. 163. Subr. J.C.

    [49] Allouch, J. Op. cit., pp. 171-172.

    [50] Freud, S. vol XIV, p. 231, n. 30. Itálicas S.F.

    [51] P. 75.

    [52] Lacan, J. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica”. Ed. Paidós, Barcelona, 1983, p. 167. Subr. J.C.

    [53] Lacan, J. Sem. Las formaciones del inconsciente. Ed. Paidós, Barcelona, 1999, p. 225.

    [54] Freud, S. Vol. XII, p. 228, subr. J.C.

    [55] Allouch, J. Op. cit., p. 99.

    [56] Freud, S. Vol. XIV, pp. 221-222.

    [57] Le Gaufey, G. El lazo especular. Edelp, Córdoba, 1998, pp. 218 ss.

    [58] Allouch, J. Op. cit., p. 110.

    [59] Cfr. Freud, S. Carta 52 a Fliess, vol. I.

    [60] La metáfora de la cera de Descartes.

    [61] Cfr. Le Gaufey, G. Op. cit.

    [62] Le Gaufey, G. Op. cit.

    [63] Es también el modo de proceder de Guy le Gaufey en el libro que he citado; a través de un sutil y documentado estudio en torno a la cuestión de la representación, avanza en la elucidación de lo que Freud le debe a una concepción clásica de la imagen, del costado de lo que Allouch cuestiona a Freud, y lo que en la noción freudiana de representación implica algo radicalmente nuevo que reubica toda la cuestión. A manera de síntesis de todo su diferente abordaje, diré que más que afirmar que en Freud se trata de “dos espejos paralelos”, para Le Gaufey la representación freudiana sería más bien “un espejo de dos caras” (p. 249): una que apunta al imaginario, y otra que tiene que ver con el simbólico en su incidencia real (cifrado, escritura).

    [64] Allouch, J. Op. cit., pp. 112-113.

    [65] P. 104.

    [66] Cfr. Lacan, J. La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud. Ahí compara Lacan el sueño con ese juego de salón en el que se trata de hacer adivinar a un espectador un enunciado por medio de una puesta en escena muda, y escribe que ambos “son asunto de escritura y no de pantomima”. En Escritos I, Siglo XXI Ed., México, 1990, p. 492.

  • Desaparecidos, justicia y amnistía

    Desaparecidos, justicia y amnistía

     Edwin Sánchez Ausucua

    Más allá de las fronteras que afectan a las naciones y las sociedades, recuerdo que durante el proceso de extradición de México a España del ex-militar argentino Ricardo Miguel Cavallo, se pudo escuchar de una de las familiares de las víctimas de la actividad represiva del siniestro personaje ahora encarcelado en España, una frase que se presentaba de alguna manera como enigmática: “ahora nuestras víctimas tienen un nombre” se decía.

    ¿Cuál es sentido de esa frase? Uno de sus sentidos posibles, es que mientras no se haga justicia y se hable con la verdad de lo sucedido, mientras no se castigue a los responsables de las desapariciones, el acontecimiento represivo de la desaparición sigue teniendo lugar, de manera inequívoca y persistente entre los familiares y seres queridos que han sobrevivido al “desaparecido”.

    ¿Qué implicaciones tiene entonces el tema de la amnistía en estas condiciones en que el acontecimiento sigue actuante en los sobrevivientes afectados?

    El hecho de que muchos familiares de desaparecidos persistan en la exigencia a los gobiernos de dar una respuesta con respecto a la vida de sus ciudadanos ausentes, tiene que ver con esta realidad de un suceso que se resiste a formar parte del pasado y que supondría, también, el reconocimiento público de los temas esenciales en materia de impartición de justicia. Ningún gobierno puede cercenar la vida humana con la lógica quirúrgico tecnocrática, de extraer el tumor social para que el cuerpo de la “nación” sea salvada de una enfermedad subversiva, “antipatriótica”, sin tener que dar cuenta de ese acto en materia de las leyes que la civilización ha generado trabajosamente para superar la barbarie. El reclamo persistente de justicia -“vivos se los llevaron vivos los queremos”- supone la exigencia de que los gobiernos den la cara, que acepten el suceso de la “desaparición” en tanto asesinato y en consecuencia, reconozcan la dimensión política de su función civilizatoria y entreguen a la justicia a los responsables. El cese a la impunidad posibilita que el tiempo deje de mantenerse detenido, en el suceso de la desaparición que sigue teniendo lugar en el cuerpo y el pensamiento de los afectados, sin un punto fijo de término, prolongando el golpe de manera ilimitada en el transcurso de una vida, alcanzando en su continuidad a las nuevas generaciones a quienes inevitablemente se les transmite aquel acontecimiento.

    Dicho en otras palabras el que se identifique a los responsables y se les castigue conforme a la exigencia de justicia es además un reconocimiento de política psicosocial que permite poner un límite a lo que no se nombra y genera una dificultad mayor a los sobrevivientes para vivir con aquella pérdida sin reconocimiento de la ley. Al juzgar a los responsables, se permite que esas leyes que atañen a lo familiar y al individuo que enfrenta la pérdida, adquiera una dinámica pública distinta y la memoria del nombre de los ciudadanos desaparecidos, puedan mantenerse entre los sobrevivientes de una manera distinta, haciendo posible que se pueda cerrar una parte de esa historia ominosa. El nombre del desaparecido adquiere así un estatuto distinto al ser reconocido social y públicamente como individualidad que ha sufrido una violación de las garantías individuales esenciales. Se trata de ciudadanos que tienen el derecho a no “desaparecer” sin que la marca del reconocimiento y la ley se inscriba en sus nombres y su memoria. A diferencia de lo que ocurre en los desastres “naturales” o los accidentes, -que también dejan “desaparecidos”- en el caso de las desapariciones forzadas de la guerra sucia del régimen político mexicano, los seres queridos y familiares afectados tienen el recurso de la apelación, de la denuncia y la posibilidad de exigir el reconocimiento de los nombres en la impartición de la justicia.

    Esta exigencia es también la de restituir el pacto social y la función del Estado y del gobierno como garante civilizatorio de la legalidad y la regulación normativa que impone límites a una sociedad conformada por individualidades que poseen una historia y una subjetividad, pero también se los impone al poder mismo.

    Enjuiciar a los responsables no suprime ni elimina el daño inflingido a los sobrevivientes pero contribuye a cambiar la naturaleza del acontecimiento para que deje de seguir ocurriendo y haga posible un proceso distinto de la memoria psicosocial y subjetiva de la pérdida íntima en cada uno de los afectados. Tal es el pacto social de los actos que se circunscriben en una delimitación democrática que impone límites al poder ilimitado, que extiende las redes de su duración en la impunidad permanente que la amnistía les otorgaría.