Blog

  • Psicoanálisis y Política

    Psicoanálisis y Política

    Editorial

     Julio Ortega Bobadilla

    Durante la FIL (Feria internacional del libro) que tuvo lugar en Guadalajara el pasado noviembre de 2005, el historiador Enrique Krauze afirmó que México requiere «necesariamente de un psicoanalista» por su obsesión con el pasado, que a menudo limita sus posibilidades de mirar al presente y al futuro.

    No podemos sino darle la razón, más aún cuando en 2006 nos encontramos en esta región del planeta en época electoral y los partidos que nosotros sufragamos con el erario público, se encuentran en campaña.

    Al ver sus promesas – esas viejas palabras – tan iguales ó parecidas en todos ellos, la rabia con que se dicen cosas, la publicidad abusiva y engañosa con que nos atontan, las desdecires de la derecha que ahora se dice de centro, de la izquierda que reniega de ser zurda, y los desplantes del inclasificable PRI que nunca entendimos a qué ideología perteneció, nos sentimos verdaderamente abrumados.

    Todo esto sucede en un país surrealista, en el que hasta hace muy poco tiempo, el mejor noticiero televisivo era protagonizado por un payaso – Monsiváis ya había previsto antes el hecho – que cumplía honrosamente su trabajo. Ahora sin la máscara, tiene más credibilidad, y sorprendentemente, más gracia. Ese asunto de trabajar sin máscara, nos gustaría interesara al enmascarado Marcos que ahora se llama a sí mismo Delegado Zero (otro sobrenombre). ¿No sería mejor que si intenta seguir con su gira turística lo hiciera con menos pantomima y mejor con su nombre propio? Según veo, este país lo que parece necesitar es menos máscaras.

    La política parece más irracional que nunca y el clown extreme de este circus freak es el Dr. Simi, dueño de farmacias que no pudo comprar con su dinero un partido, y ahora se postula como candidato independiente a la presidencia, en medio de las bellas edecanes cuya presencia disfruta mucho. Tanto, como el muñeco que lo representa, los albures a las modelos en sus infomerciales de televisión.

    Algunas perlas electorales: la foto de campaña de López Obrador con Manuel Camacho Solís a su lado, es simétrica a la de Manuel Camacho Solís con el “innombrable” (el expresidente Salinas) hace algunos unos años, todo aparece en la portada del diario Crónica (14/03/06), también llama la atención, esa adopción de última hora y en el mejor estilo gatopardo del secretario de Colosio y después secretario de Fox en sus huestes; la reciente invitación del PAN para Aznar, uno de los políticos españoles más sucios de Europa y que pretendió engañar vilmente (como a chinos, diría nuestro presidente) a su pueblo en los atentados de Madrid, para violentar nuestra constitución declarando sus preferencias electorales (nos preguntamos, por otro lado, qué pensaba el equipo de campaña de Felipe Calderón : ¿A qué traer a un perdedor y mentiroso para apoyar a su candidato?); y las declaraciones del candidato del partido eterno, Roberto Madrazo de que está ganando y ganando más terreno mientras que en su propio partido salen a flote más y más discrepancias y dimisiones que no hablan de fortaleza, sino de debilidad, amén de que las estadísticas no parecen favorecerle. Por cierto, una última, debida a Emilio Chauffet, resulta que el PRI y el PAN, ahora son primos hermanos, y lo peor del caso, es que seguramente tiene razón.

    El asunto es que seguirá siendo indiscutible, que gane quien gane, el Estado continuará siendo apoderado del capital como decía Marx y que esa realidad parece difícil ó imposible de cambiar. Las declaraciones de algunos analistas políticos, van en el sentido de que el margen de acción será acotado para cualquiera.

    Podría ser también, que no queremos ahorcar los hábitos y que estamos muy a gusto siendo tiranizados, paradojas del sadomasoquismo. El poder es un dispositivo muy complejo, lo dijo Foucault y antes Étienne de La Boétie, que necesita de la intervención de muchos actores para que funcione.

    Alain Badiou en una conferencia hecha en Buenos Aires el 24/04/2000 (en red en el site del grupo Acontecimiento) definía al voto como un acto no político, en tanto que el voto no es acto libre, sino emplazado por el Estado y no libre en su contenido. Con cierto pesimismo agregaba:

    Todos sabemos que las cosas van a seguir siendo lo que son. Entonces, el voto es lo mismo, con otras personas. No hay un solo ejemplo en todo el mundo de verdadero cambio político producido por el voto. Y siempre se reemplaza a un esclavo del capital con otro esclavo del capital. Hoy, el esclavo de la izquierda está algo triste y el de derecha está contento. Esa es la gran diferencia. El voto, entonces, no es un acto político. Es un acto importante, pero es un acto estatal”.

    Sus palabras son impresionantes. No sé si verdaderas del todo, pero nos hacen reflexionar sobre el sentido de la política y del acto político. Les sugiero que busquen el texto completo. Quizá el futuro de la política no esté solo dentro de los partidos políticos como hasta ahora se ha pensado, sino en actividades civiles surgidas de la misma gente, sin una coordinación u organización previa, actos políticos que pueden surgir en la escuela y el trabajo sin más. El movimiento de la creación de Blog’s en el Internet es una muestra de esta tendencia inesperada a través de la Red que hace patentes las preocupaciones, obsesiones y perversiones de los creadores de esos espacios al mundo entero, sin prácticamente ninguna discriminación. En un futuro próximo, cada página de Internet será como una estación de TV y radio, ejerciendo desde allí su influencia sobre los millones de millones de usuarios, y ¿Por qué no? Desplazando a los medios electrónicos tal y cómo los conocemos ahora.

    Lo cierto es que los partidos políticos responden cada vez menos al pueblo, por supuesto, no trabajan por la igualdad. El oficio de la política, por otro lado, es una situación fantasmática por excelencia en que la promesa de cumplir con las necesidades de la población es lo menos importante, lo verdadera promesa que está en juego es el cumplir con los deseos de todos y eso, por supuesto, no puede cumplirse.

    Entonces, se produce una urgencia creciente en la sociedad de crear otros espacios de manifestación de inquietudes y hasta defensa. Prueba de ello, es que en Francia la Ley del Primer Trabajo fue aprobada sin más en las cámaras representativas por los adultos maduros que vivieron la rebelión de 1968 y son ahora los jóvenes estudiantes (a los que poco a poco se les sumarán otros grupos), los que han iniciado la justa protesta – que recuerda el mismo Mayo de 68 – ante una de las más absurdas movidas del Estado Francés que está destinada a perjudicar y privar de sus derechos civiles a los jóvenes. Esperamos que una ley así no se produzca en nuestro país, ya tenemos bastante con el intento desplazar el número de años para la jubilación, según dicen, para asegurar el fondo de Pensiones de los trabajadores y el pago de las tenencias automotrices (creado para sufragar las olimpiadas de 68), gravamen que no se paga en ninguna parte del mundo, el endurecimiento consentido en gran parte por el gobierno, de la política de Bush en contra de los mexicanos que emigran al vecino país por necesidad económica. Todos abusos graves a los mexicanos entre los cuales resalta estelarmente la aprobación de la llamada Ley Televisaque aprueba modificaciones a la ley de Radio y Televisión vigente, privilegiando la concentración de las concesiones a favor de los dos grandes consorcios de comunicación Televisa y Tv Azteca; fijando reglas para que discrecionalmente los actuales propietarios extiendan sus servicios a otras áreas de la comunicación; haciendo una distinción entre las normas aplicables a los actuales propietarios y las concesiones o permisos futuros que se sujetarán a subasta al mejor postor; otorgando esas facilidades a los grupos televisivos que no gozan otros sectores de la comunicación, particularmente el radiofónico. Así, se omiten criterios de pluralidad, básicos en este tipo de concesiones y el Estado renuncia a beneficios de carácter económico en las concesiones sentando las bases para hacer casi nula la presencia ciudadana, universitaria, y de sectores educativos y populares, pues no se preservan reglas especiales que debían regir para sectores de la población que no tienen capacidad económica para competir con los grandes grupos económicos.

    Me podrán ustedes decir que he elaborado esta editorial como si fuese parte de un Blog personal en el que transmito mi desánimo y desesperanza hacia todas las opciones políticas. No es así del todo, pongo mis opiniones personales y mi firma para responsabilizarme de mis palabras: voy a votar, pero no por ello lo voy a hacer con optimismo y si más bien con espíritu crítico. Por otro lado, extrañará a algunos que un psicoanalista se ocupe de política en una revista no especialmente dedicada al tema.

    Hacer psicoanálisis en extensión y no solamente en intención quiere decir jugar con todas las posibilidades de nuestra disciplina. Es posible que cometa un error, pero pienso que el psicoanalista no solamente debe ocuparse solamente de la clínica, sino también convertirse en una figura pública que analice y opine, incida con actos también, sobre los problemas que atañen a esta compleja sociedad llena de contradicciones y absurdos.

  • El hombre no es masculino y la mujer no existe

    El hombre no es masculino y la mujer no existe

     Luis Tamayo Pérez

    Hombre y de mujer, no son más que significantes enteramente ligados al uso cursocorriente [coucourant] del lenguaje

    J. Lacan

    Introducción

    Son innumerables los textos que, a lo largo de la historia de la humanidad, se han escrito acerca de la naturaleza femenina y la masculina. Desgraciadamente la enorme mayoría de ellos han sido escritos con una enorme ausencia de rigor, desde una ceguera que en ocasiones resulta asombrosa.

    De entre cientos de volúmenes elijo uno[1]: La inferioridad mental de la mujer[2] publicado en 1900 por el prestigiado neurólogo Paul Julius Möbius (1853-1907), el mismo que describió el síndrome que lleva su nombre e hizo el primer estudio en forma de la locura de F. Nietzsche[3] (y antes estudió la patología de Rousseau, Goethe y Schopenhauer). En su texto, el neurólogo alemán discurre acerca de los elementos que le permitían explicar la debilidad mental propia de las mujeres y que justificaban su apagado rol social. En ese estudio Möbius afirma, siguiendo lo probado por la anatomía comparada, que si la capacidad intelectual de una especie es directamente proporcional a la cantidad de la masa cerebral (materia gris, circunvoluciones), es evidente que las mujeres, cuyo cerebro es, en promedio, significativamente menor que el de los hombres, ellas debían, forzosamente, ser inferiores intelectualmente a ellos. En la actualidad este argumento sólo provoca nuestra risa. En esa época no era así. Estoy seguro de que a muchos no les hizo reír.

    El estudio Möbius es serio, se basa en la observación de cadáveres a quienes diseccionó, pesó, etc. Su método fue científico, riguroso. Su conclusión, sin embargo, sabemos que es absurda. ¿Cómo contradecirlo con el mismo rigor que él presenta? Desde mi punto de vista, Möbius cae en el mismo error en el que tropieza el sentido común y una multitud de estudiosos de la cuestión, los cuales consideran, de entrada, que está perfectamente claro eso que se denomina “hombre” o “mujer”.

    Al comienzo: Freud y Lacan

    En su texto Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina J. Lacan (1966, pp.704-715) señala una larga serie de cuestiones que tendrían que ser consideradas para poder realizar, con el rigor correcto, un congreso sobre dicha temática:

    -esclarecer el sentido del vocablo “femenino”[4]

    – esclarecer los fenómenos ligados al coito y al embarazo.

    -revisar la posibilidad de una organización deseante diferente entre hombres y mujeres.

    -revisar la manera como esos descubrimientos afectan a la tesis de la bisexualidad planteada desde el inicio del psicoanálisis.

    -revisar la tesis freudiana del desconocimiento de la vagina por parte de la niña.

    -estudiar la cuestión de si no será una simple fantasía masculina la tesis del masoquismo femenino.

    -revisar la tesis freudiana de que sólo hay una libido y que ésta es de tinte masculino (Lacan, 1966, p.714).

    La lista, como se apreció, es larga. Sin embargo, no se le hizo mucho caso. El congreso de Ámsterdam sobre la sexualidad femenina de 1960 se desarrolló sin tomar plenamente en cuenta tales cuestionamientos. Pero la crítica lacaniana no era nueva. Freud mismo ya había cuestionado con certeza la falta de rigor con el que se emplean habitualmente los vocablos “masculino y femenino”.

    Actividad vs. pasividad

    En la nota 19, agregada en 1915 a sus Tres ensayos de teoría sexual señala:

    Es indispensable dejar en claro que los conceptos de “masculino” y “femenino”, que tan unívocos parecen a la opinión corriente, en la ciencia se cuentan entre los más confusos y deben descomponerse al menos en tres direcciones. Se los emplea en el sentido de actividad y pasividad, o en el sentido biológico, o en el sociológico (Freud, 1905, p.200).

    Y Freud nos presenta su opinión respecto a tales sentidos:

    El primero de estos tres significados [la tesis de que masculino significa “activo” y femenino “pasivo”] es el esencial, y el que casi siempre se aplica en el psicoanálisis. A eso se debe que en el texto la libido se defina como activa, pues la pulsión lo es siempre, aun en los casos en que se ha puesto una meta pasiva. El segundo significado, el biológico, es el que admite la más clara definición. Aquí, masculino y femenino se caracterizan por la presencia del semen o del óvulo, respectivamente, y por las funciones que de estos derivan. La actividad y sus exteriorizaciones colaterales (mayor desarrollo muscular, agresión, mayor intensidad de la libido) suelen, en general, ir soldados con la virilidad biológica; pero no es un enlace necesario, pues existen especies animales en las que estas propiedades corresponden más bien a la hembra. El tercer significado, el sociológico, cobra contenido por la observación de los individuos masculinos y femeninos existentes en la realidad. Esta observación muestra que en el caso de los seres humanos no hallamos una virilidad o una feminidad puras en sentido psicológico ni en sentido biológico. Más bien, todo individuo exhibe una mezcla de su carácter sexual biológico con rasgos biológicos del otro sexo, así como una unión de actividad y pasividad, tanto en la medida en que estos rasgos de carácter psíquico dependen de los biológicos, cuando en la medida en que son independientes de ellos (Freud, 1905, pp.200-201).

    Permítanme reiterar una de las últimas frases: “en el caso de los seres humanos no hallamos una virilidad o una feminidad puras en sentido psicológico ni en sentido biológico”, por ello Freud opta por la dualidad activo-pasivo para diferenciar a los hombres de las mujeres. Esta tesis, sin embargo, no durará mucho. Algunos años después, en El malestar en la cultura sostiene, luego de exponer la tesis de la bisexualidad humana, que:

    “demasiado apresuradamente hacemos coincidir la actividad con lo masculino y la pasividad con la femenino, cosa que en modo alguno se corrobora sin excepciones en el mundo animal. La doctrina de la bisexualidad sigue siendo todavía muy oscura, y no podemos menos que considerar un serio contratiempo que en el psicoanálisis todavía no haya enlace alguno con la doctrina de las pulsiones. Como quiera que sea, si admitimos como un hecho que el individuo quiere satisfacer en su vida sexual deseos tanto masculinos cuanto femeninos, estaremos preparados para la posibilidad de que esas exigencias no sean cumplidas por el mismo objeto y se perturben entre sí cuando no se logra mantenerlas separadas y guiar cada moción por una vía particular, adecuada a ella (Freud, 1930 [1929], p. 103).

    Permítanme reiterar la frase esencial: “demasiado apresuradamente hacemos coincidir la actividad con lo masculino y la pasividad con la femenino”. Recordemos que en el estudio anterior, Freud había señalado que la clave para diferenciar, en el plano psicológico a los hombres de las mujeres era la actividad para unos y la pasividad para otras. Ahora eso ya tampoco le satisface. Vuelve entonces a la tesis de la bisexualidad, la cual sólo en apariencia resuelve la cuestión pues sigue manteniendo la diferencia pero sin definir los términos: “el individuo quiere satisfacer en su vida sexual deseos tanto masculinos cuanto femeninos”.

    ¿A qué se refiere con eso de “deseos femeninos” en oposición a los “masculinos”? La cuestión no es clara. Y Freud no podrá desembarazarse de esa falta de rigor. Años después hablará del Edipo del niño en oposición al de la niña y afirmará:

    “En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha producido antes su efecto, y consistió en esforzar a la niña a la situación del complejo de Edipo. Por eso este último escapa al destino que le está deparado en el varón; puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la mujer. Uno titubea en decirlo, pero no es posible defenderse de la idea de que el nivel de lo éticamente normal es otro en el caso de la mujer. El superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como lo exigimos en el caso del varón. Rasgos de carácter que la crítica ha enrostrado desde siempre a la mujer —que muestra un sentimiento de justicia menos acendrado que el varón, y menor inclinación a someterse a las grandes necesidades de la vida; que con mayor frecuencia se deja guiar en sus decisiones por sentimientos tiernos u hostiles— estarían ampliamente fundamentados en la modificación de la formación-superyó que inferimos en las líneas anteriores. En tales juicios no nos dejaremos extraviar por las objeciones de las feministas, que quieren imponernos una total igualación e idéntica apreciación de ambos sexos; pero sí concederemos de buen grado que también la mayoría de los varones se quedan muy a la zaga del ideal masculino, y que todos los individuos humanos, a consecuencia de su disposición (constitucional) bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas del contenido incierto (Freud, 1925, p.276).

    Sólo la última frase salva a Freud de una severa crítica a su ideologizada opinión contra las “inmorales” mujeres: que “masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas del contenido incierto”. Afortunadamente otros analistas abordaron la cuestión… y la problematizaron.

    A. Green y su género neutro

    A. Green, el conocido psicoanalista, autor, entre otros estudios, de L’intrapsychique et l’intersubjectif en psychanalyse (1998) y Le temps éclaté (2000), escribió, ya hace casi tres décadas, un estudio que tituló “El género neutro”, en el cual muestra de manera fehaciente que la diferencia biológica hombre-mujer no es clara. Permítanme que les transmita lo que mi imprecisa memoria recuerda de tal artículo.

    En su estudio, Green, narra la visita de una mujer que sufría un síntoma no demasiado raro: no podía tener hijos. La exploración simple ofrecía un dato claro: la presencia de caracteres sexuales femeninos poco marcados, los cuales permitían suponer alguna deficiencia hormonal. Acto seguido indica un estudio de laboratorio y posteriormente radiológico cuidadoso. El resultado fue impactante. La persona si podía llegar a tener hijos… ¡pero como hombre! Tan sólo era necesario hacer descender un pene y unos testículos perfectamente desarrollados que se encontraban al interior de su abdomen, ocultos tras una vagina infantil. Cuando comunicó su peculiar hallazgo a la “mujer” la respuesta fue inmediata: ¡saque eso de allí! Ya no estaba más interesada en la progenie. Le importaba solamente conservar una identidad que poco tenía que ver con hormonas, DNA o “caracteres sexuales secundarios”. El estudio de A. Green sólo muestra algo que Jakobson[5] y luego Lacan[6] ya habían dicho: que el núcleo de la identidad es simbólico.

    Lacan y la inexistencia de la mujer

    En su seminario Encore (1972-1973)[7] Lacan vuelve a la cuestión de la diferencia genérica para establecer una serie de formulaciones precisas: La mujer, esa entidad que se supone ontológicamente opuesta al hombre corresponde simplemente a la fantasía del niño de poseer una madre que lo completa, que lo hace pleno, que erradica su angustia y lo hace feliz. Esa mujer, La mujer con mayúscula, no existe ni existió verdaderamente nunca. Masculino y femenino son presentados en esa obra de Lacan simplemente como posiciones ante el goce que nada tienen que ver con la dotación peneana o vaginal. Lo que Lacan define ahí como el goce femenino en oposición al masculino simplemente implica aquél goce que anula los límites, que posibilita una vivencia de completud, mientras que el goce masculino implica el límite, es momentáneo y supone la castración simbólica.

    Por tal razón no podemos sino cuestionar lo que los diccionarios indican en la entrada macho: (del latín masculus, macho), originariamente: “macho cabrío”, por extensión: pene, “tronco de la cola de una animal” (Corominas, 1976). En otra fuente[8]: “aquél ente dotado de los órganos para fecundar”. Dotación que estaría en la base de su potencia y su capacidad de sucesión.

    La masculinidad representa en la Historia del Derecho la preferencia del varón para suceder, con relación a la hembra. […] En los pueblos arios esa preferencia […] fue el resultado de la creencia, común en las edades primitivas, de que el poder reproductor residía exclusivamente en el varón. Consecuencia inmediata fue la de que el culto doméstico sólo se propagaba de varón a varón.[9]

    Asombrosamente la historia del vocablo es acorde a la definición freudiana que considera a la vagina como un órgano disminuído o, incluso, inexistente. Eso, lo sabemos bien, no tiene mucho sentido. “Hombre” y ”mujer” son sólo significantes ubicados en una red de lenguaje, que variarán según se indique en dicha red y, de ninguna manera atados universalmente a una configuración biológica o sociológica determinada.[10] ¿Qué hay de común entre la actitud de esas juchitecas que a grito pelado “apartaban” a Don Andrés Henestrosa para acostarse con él y las musulmanas que soportan el velo durante todo el día? Pero ambas las nombramos “mujeres”, porque “mujer” es solamente un significante, uno que se opone a “varón” y cuyo genérico es “hombre” o “humano”.

    El problema que se nos presenta cuando aceptamos una afirmación tal es que se hace increíblemente difícil saber cuando tenemos enfrente a un hombre o a una mujer, pues todo depende de lo que se denomine así en la red significante en la que nos encontramos insertos.

    Nos encontramos, entonces ante una situación cartesiana, en la cual no podemos sino dudar de los datos de los sentidos: ¿Cómo podría yo saber si a quien tengo al lado es un hombre o una mujer? ¿Cómo podría yo saber si el esquimal con quién hablo es un hombre o simplemente una mujer ronca?

    El paisaje se confunde. Y en vez de entrar a las cuestionables “convenciones” (afirmar en cónclave que denominaremos “mujer” a aquellos dotados de tales o cuales características o a partir de tal rango de estrógenos y progesterona o luego de análisis del DNA, independientemente de los signos físicos) considero que lo único que se puede hacer es volver a los fundamentos. Y es ahí cuando la filosofía viene en nuestro auxilio.

    El otro comienzo: Heidegger

    M. Heidegger, en su texto Sein und Zeit[11] nos permite establecer las cualidades básicas del ser humano, el Dasein, ese que “somos en todo caso nosotros mismos”[12] con el máximo rigor. Los denomina “existenciarios” y los enumera así:

    El Dasein “se cura”, es decir, se preocupa, se interesa por su ser, por su existencia, por su libertad, por su muerte.

    El Dasein está “abierto”: se pregunta y, por tanto, conoce su mundo.

    El Dasein “se encuentra”, es decir, se angustia, tiene afectos y reacciones.

    El Dasein “comprende”, se relaciona con su mundo comprendiéndolo activamente.

    El Dasein “habla”, es decir, se encuentra ensamblado “en un todo articulado de significación”.

    El Dasein se encuentra “en el mundo” desde el origen.

    El Dasein es “con” otros desde siempre.

    El Dasein “es yecto”, es decir, está arrojado al mundo.

    El Dasein es “ser para la muerte”, “finito y temporal”, el tiempo es el ser mismo del Dasein: “el fundamento ontológico original de la existencialidad del ‘ser ahí’ es la ‘temporalidad’ (Ibidem, p.256).

    Y el Dasein que puede ser “propio” o “impropio”:

    el Dasein propio se encuentra lanzado a su más peculiar poder ser (ser sí mismo);

    su comprender es del “ser deudor”, es decir, sabe que no tiene fundamento, sabe que su vida no tiene un sentido predeterminado;

    su encontrarse es en la angustia, pues ha precursado la muerte;

    su habla es la silenciosidad pues la voz de la conciencia habla callando;

    estos elementos conforman su “estado de resuelto”, aquél donde el sujeto puede decir “yo soy”. Además el “estado de resuelto” es lo único que permite al Dasein “dejar ser” a los otros (Ibidem, p.324).

    Por otro lado:

    el Dasein impropio está en “estado de perdido”;

    se encuentra arrojado en el mundo de la cotidianidad;

    se encuentra envuelto en la avidez de novedades;

    ha olvidado su finitud;

    se halla perdido en un mundo de entes y en las habladurías.

    Para que el Dasein sea sí mismo debe precursar la muerte advenidera, es decir, asumir la finitud, pero sin quedarse en un mero “esperar la muerte” pesimista, sino, con base en la comprensión de su finitud, lanzarse a desarrollar verdaderamente sus posibilidades, proyectándose y ¿De dónde extrae tales posibilidades? Pues de su sido propio, de su historia personal y social, de su “tradición heredada”.

    Dicho de otra manera, el precursar la muerte advenidera hace al Dasein encontrarse con la angustia, angustia producida por esa “posibilidad de la imposibilidad” que es la muerte. El precursar la muerte hace al Dasein retrotraerse al sido, hallando ahí su tradición, su ubicación histórica y sus posibilidades más propias, lo cual le permite ubicarse en su presente, gestarse históricamente, pudiendo ser un Dasein propio, que vive para sí, y que es un hombre de su tiempo.

    Gracias a este análisis, la tesis heideggeriana del hombre como un “ser para la muerte” cobra su real sentido: no es una tesis pesimista sino vital, permite la decisión y la resolución del destino individual, permite el vivir la vida propia inserto en el momento histórico-social.

    En la temporalidad extática, heideggeriana, por tanto, el pasado y el futuro dejan de estar “atrás” o “adelante”, para encontrarse en el presente. El Dasein porta su sido como historia en su presente y también su advenir, el cual determina, bajo la forma de la utopía, su actuar presente. ¿Donde queda, en este análisis ontológico, la cuestión de la masculinidad y la de la feminidad? Simplemente no está contemplada. Desde el punto de vista de la ontología rigurosa, y Heidegger es el mejor ejemplo de ello, no se puede plantear una diferencia hombre-mujer, no hay un deseo masculino opuesto a uno femenino pues la falta es inherente a todo ser humano y es de su fuente de donde abreva el deseo. No hay, ontológicamente hablando, un deseo masculino en oposición a uno femenino.

    Conclusión

    Con este trabajo no estoy negando que haya entes dotados de pene o de vagina, lo que estoy cuestionando es la relevancia de ello para la clínica analítica. No hay un deseo masculino en oposición a uno femenino, como tampoco hay, como podría entonces esperarse, un fin de análisis masculino en oposición a uno femenino.

    Podemos hablar del particular “deseo de hijo” que tienen las madres, pero no todas las que se denominan mujeres son madres y, además, hay algunos hombres que incluso sufren los malestares del embarazo en lugar de sus esposas, tarquinianos los llaman, por la Tarquinia romana donde primero se describió la sintomatología.

    El sujeto no es masculino ni femenino. Es un efecto significante, ubicable en una red significante, cultural e histórico por ende. Ubicarlo de otra manera, como se hace habitualmente, es simplemente una falta de rigor. La mujer no existe, esa madre completante es sólo una fantasía, un objeto perdido que nunca se tuvo. Una fantasía. Y el hombre, ese dechado de potencia y poder, ese dotado de los órganos de la generación, ese padre ideal que puede conducir familias y legiones sin dudar y con eficacia… es sólo una ilusión digna de los hermanos Grimm. Y respecto a los sexos, esos definidos por su objeto de amor, tal como lo plantea Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual, son muchos: heterosexual, homosexual, trasvestista, transexual, voyeur, sádico, masoquista, etc. Ese jardín de las delicias es realmente exuberante. No considero correcto confinarlo en un modelo bipolar.

    Referencias Bibliográficas

    ALLOUCH, J. (1990). Marguerite ou l’Aimée de Lacan. Paris: EPEL

    COROMINAS, J. (1976). Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana. Madrid: Gredos

    DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (1976). Madrid: Espasa, XVIII edición

    ENCICLOPEDIA UNIVERSAL ILUSTRADA (1972). Madrid/Barcelona: Espasa-Calpe, Vol. XXXIII

    FREUD, S. (1905). Tres ensayos de teoría sexual. En Obras Completas, trad. J.L. Etcheverry, Buenos Aires: Amorrortu, 1983, Vol. VII, pp. 109-224

    ——— (1925) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos. En Obras Completas, trad. J.L. Etcheverry, Buenos Aires: Amorrortu, 1979 vol. XIX, pp. 259-276

    ——– (1930[1929]. El malestar en la cultura. En Obras Completas, trad. J.L. Etcheverry, Buenos Aires: Amorrottu, 1979 vol. XXI, pp. 57-152

    FLIESS. W. (1914) « Männlich und Weiblich » (Masculino y femenino), en Littoral 23/24, Paris, 1987

    GREEN, A. (1993) Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Bs. As. : Amorrortu.

    ——- (1998) L’intrapsychique et l’intersubjectif en psychanalyse. Outremont: Lanctột

    ——- (2000) Le temps éclaté. Paris: Minuit

    HEIDEGGER, M. (1927). El ser y el tiempo. Trad. José Gaos, México: Fondo de Cultura Económica, 1983

    JAKOBSON, R. (1985) Ensayos de lingüística general. Barcelona: Planeta de Agostini

    LACAN, J. (1972-1973). Encore (le Séminaire, livre XX), Paris: Seuil, (1975, Aún, [Encore]). Seminario 20, Buenos Aires: Paidós, 1981)

    ————- (1966) Escritos 2. México: Siglo XXI, 1984, pp. 704-715.

    MÖBIUS, P.J. (1900). Über den physiologischen Schwachsinn des Weibes. Halle: Slg. Abh. Nervenkrkh, Vol. 3

    ——- (1902). Über das pathologische bei Nietzsche. Wiesbaden: Grenzfragen Nerv. U Seelenleben, H. 17


    [1] Hubiera sido también interesante elegir otro Männlich und Weiblich (Masculino y femenino) de W. Flieβ. En tal texto a la vez que se indica que los sexos se encuentran mezclados “cada hombre porta algo de femenino, cada mujer de masculino” y ello se manifestaría en el lado izquierdo del cuerpo, se sostiene de manera muy curiosa, una teoría numerológica donde, dado que el 28 es el número de días que en promedio dura el gameto femenino y 23 el masculino, no se encuentran sólo regidos por ellos los días de la menstruación y la fecha del parto sino “todos los procesos vitales, nacimiento, desarrollo, el hecho de enfermar y la muerte” Flieβ 1987, p. 63-69.

    [2] Möbius 1900.

    [3] Möbius , 1902.

    [4] “Interesa al punto mismo sobre el que quisiéramos en esta coyuntura llamar la atención: a saber la parte femenina, si es que este término tiene sentido…”, Op. Cit., p. 704.

    [5] Recordemos lo que respecto al “tren de las 10:30” sostiene en sus Ensayos de lingüística general.

    [6] Seminario L’identification (1961-1962), material inédito.

    [7] Lacan, 1975 Encore (le Séminaire, livre XX).

    [8] Diccionario de la Real Academia Española, 1976.

    [9] Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa-Calpe , 1972, Vol. XXXIII, p. 690.

    [10] Añadamos lo descubierto por el psicoanálisis: Cuando alguien se encuentra declarándose “Yo” (Je) como macho o hembra ocurre algo extraño: “el escamoteo simbólico de una cosa totalmente singular, el órgano de la copulación, es decir, de aquello que, en el real, es el mejor destinado a probar lo propio del macho o de la hembra”. Lacan (1967), Petit discours au psychiatres, material inédito. Citado por Allouch (1990, p. 247).

    [11] En la versión castellana: El ser y el tiempo, 1983.

    [12] “Este ente que somos en cada caso nosotros mismos y que tiene entre otros rasgos la ‘posibilidad de ser’ del preguntar, lo designamos con el término de ‘ser ahí” (Heidegger, 1927, p. 17).

  • «El discipulado en la formación del psicoanalista. Un aporte del psicoanálisis a la pedagogía»

    «El discipulado en la formación del psicoanalista. Un aporte del psicoanálisis a la pedagogía»

    Presentación del libro de Luis Tamayo

    Carmen Tinajero

    Hace poco recordé en mi seminario sobre la locura un libro de Margarita Duras, la escritora francesa que se hizo adulta a los quince años y que me ha ayudado tanto a entender la complicación del amor. En ese momento no vino a mi mente el título del libro (ahora lo recuerdo: Lluvia de verano), pero si la imagen del niño, protagonista del rechazo a la educación tradicional. Ese niño simplemente no podía aprender de la imposición de un conocimiento que se encerraba en textos ajenos a él y decidió abandonar la escuela. Esa es una locura como el psicoanálisis que nos dice, como Kundera, que la vida está en otra parte (parafraseando el título de una de sus novelas que acumula muchas historias). El psicoanálisis convoca, como el niño de Marguerite Duras, a un saber interior. Conviene entonces preguntarnos ¿qué tienen que ver los libros y la educación con esa experiencia?

    Cuando recordamos nuestra estancia en la escuela encontramos invariablemente acontecimientos que nos marcaron, que no olvidamos, pueden ser agradables o no pero se han convertido en piedras sobre las que edificamos otros conocimientos. Esos recuerdos nos darán seguramente la pista mas confiable de la interioridad que circunda la educación que pretende ser objetiva. Yo no se por qué a mi nunca se me ha olvidado la fórmula del vidrio corriente (Na2 Ca Si6 O14), no se por qué, pero junto con la fórmula aparece la cara de mi maestro de química y el recuerdo de la vez que nos habló de que los besos de las películas, no eran inocentes pues cambiaban nuestra química. Tal vez él nunca supo lo que me transmitió, yo le tenía miedo, nunca me dio por la ciencia y el vidrio quedó fijado en mi en su inescrutable transparencia.

    Luis Tamayo nos muestra en su libro la inoperancia del modelo educativo tradicional en la transmisión del afán investigativo. Sin embargo funciona en la transmisión de saber técnico cuya eficiencia es constatable pues está unida a la rapidez y a la productividad; la psicología ha contribuido a mantenerlo en los enfoques conductistas protagonizados, por ejemplo, por Skiner quien propone sustituir al docente por una máquina de enseñar reduciendo también al alumno, o paciente, o víctima, o beneficiario, o ente, o complemento (pero nunca discípulo) a la respuesta del reforzador.

    Esos métodos simplificadores de la enseñanza me hacen recordar una frase de Woody Allen donde en una ocasión cuenta a un amigo del éxito de su aprendizaje obtenido cuando fue a un curso de lectura rápida: “pude leer la Guerra y la Paz en quince minutos… se trataba de Rusia”.

    Discípulo dice Tamayo, es aquel que no sólo “asiste” a una situación de transmisión sino que “asume como propio el enigma transmitido por el docente, sumándose de esa manera, a la tradición que tal representa”[1]. Mas adelante en ese mismo capítulo define la educación como una práctica erótica y es aquí donde hace un llamado al psicoanálisis para entender tal atrevimiento.

    No puedo dejar en este ámbito de referirme a Georges Bataille porque al decir esto se presenta ante mí la cara de Santa Teresa, quien está en la portada de su libro titulado El Erotismo. Bataille dice que el erotismo es lo que en la conciencia del hombre pone en cuestión al ser.[2] Considera que siendo el erotismo la actividad sexual del hombre, ésta difiere radicalmente de la del animal pues el animal no sabe que el desequilibrio que introduce con el sexo amenaza la vida, y no lo sabe porque es incapaz de interrogarse.

    El erotismo es una experiencia interior que está vinculada a elementos objetivos y a la perspectiva histórica en que estos elementos aparecen.

    A mi parecer es a partir de esta consideración que los hilos que encontramos en el libro de Luis Tamayo nos parecerán más claros y podremos seguir pensando en nuestros días de escuela desde la vertiente subjetiva que nos humaniza.

    Si la subjetividad está incluida en la educación ¿cómo articularla al proceso de formación sin caer en la ambigüedad?, ¿cómo establecer la relación entre sujeto y objeto?, Luis Tamayo responde a esto en el Capítulo I mostrándonos cómo el psicoanálisis posibilita que el sujeto se investigue a si mismo gracias a la transferencia que instaura el analista como objeto. Freud se daba cuenta de que en la medicina alopática (como en la antropología, en la psicología, en la sociología) el enfermo es tomado como objeto, y como tal intentó curar a la histeria concebida como enfermedad hereditaria de los nervios mediante la electroterapia que buscaba restablecer el flujo eléctrico de las neuronas. No existía en él en ese entonces la idea de inconsciente, de recuerdos o de represión, se trataba de una enfermedad médica y objetiva a la cual había que aplicarle el saber médico que se constituía en dueño de la voluntad del paciente. Después de la experiencia de la hipnosis su objeto de estudio cambió, ya no curaba a una neurona sino a una psique disfuncional pero no escuchaba al paciente sólo le daba ordenes, su relación con el saber no había cambiado.

    Freud deja entonces de ser objetivo e introduce en su clínica la noción de Deseo. Tamayo hace un recorrido histórico muy interesante para que comprendamos su aparición. Si pensamos de nuevo en nuestros recuerdos de infancia podemos sin ningún problema encontrarnos con ese deseo, tocarlo.

    Pero ¿qué hacer en el ámbito de la educación con el deseo si sabemos que cuando un deseo se convierte en deber se esfuma? Nadie nos puede obligar a desear y por eso es que los deseos se desbordan y nos acompañan a pesar de no ser explícitamente invitados. Así que reconocer su presencia en la educación es ineludible si no queremos hacernos tontos y pensar que el aprender depende sólo de la voluntad.

    El psicoanálisis entra a la universidad por su relación con el saber a través de un sesgo subversivo: la ignorancia, esto está explicado ampliamente en el capítulo tres. El psicoanálisis introduce la ignorancia ahí donde aparentemente sólo hay seguridades.

    Los institutos psicoanalíticos y las universidades con “escuelas de psicología orientadas psicoanalíticamente” no forman psicoanalistas, lo mejor que pueden hacer es poner a pensar juntas a personas interesadas en temáticas similares y esto tiene efectos creativos.

    Luis Tamayo dedica a Lacan los últimos capítulos de su libro porque la invención del paradigma RSI transita por su relación con personajes importantes para su creador. La concepción del mundo desde esta perspectiva abarca su clínica y su formación teórica. Lacan nos muestra que la transmisión y la producción del saber depende de las redes transferenciales, orientadas por su deseo que lo lleva finalmente a ser él.

    En el capítulo cinco me parece fundamental el llamado a la locura en el ámbito de la educación donde ésta es colocada en primer plano y quiero citar un párrafo[3]:

    Al principio está la locura.[4] Una locura insidiosa que muestra su horrible rostro a la primera oportunidad, generando infelicidad y el ferviente deseo de deshacerse de ella . . . o de negar su existencia proyectándola a los otros. La primera opción genera un paciente, la segunda un “psi” (psicólogo, psiquiatra).

    Me detengo en el deseo de deshacerse de la propia locura porque esto implica reconocerla como propia y el deseo es de des-hacerse… de ella. Tamayo asigna a tal reconocimiento y a tal deseo la posibilidad de ser paciente, de ser ignorante, de ser discípulo visualizando consecuencias funestas en la negación de la locura y la apropiación del saber.

    El discipulado es pues un efecto, una producción que implica el reconocimiento de la propia locura y la presencia de otro colocado en el lugar de maestro, – ¿Tiene usted un maestro? Me dijo una vez un analista que me entrevistaba allá por los años ochenta, y yo le respondí con una especie de currículum a lo que él reiteró, ¡no, no!, ¡un maestro, alguien que realmente haya sido su maestro! entonces tuve que nombrar… al que luego fue realmente mi analista.

    En su texto dice Luis Tamayo que el valor de una institución educativa estriba en la tradición que genera, y las tradiciones dependen de la generación de discípulos capaces de asombrarse y de desear saber. El maestro, que a mi parecer llega a serlo por el reconocimiento de su propia locura, no puede sino que propiciar eso, porque lejos de vigilar y castigar, compartirá con sus seguidores aquello que ignora.

    En fin, no termino sin dejar de recomendar la lectura del libro de Tamayo.

    [1] Tamayo, L., El discipulado en la formación del psicoanalista, ICM/CIDHEM, México, 2004, p.16

    [2] Bataille G., El Erotismo, Tusquets, México 1997, p.33.

    [3] Tamayo L., El discipulado en la formación del psicoanalista, Op. cit., p.84.

    [4] El subrayado es mío

  • Reseña del Seminario de Jean Allouch L’amour Lacan

    Reseña del Seminario de Jean Allouch L’amour Lacan

    Ciudad de México. 25-27 de febrero del 2005

     Julio Ortega Bobadilla, Luis Tamayo Pérez

    [Lacan] pensaba que no podía escribir ni hablar de otra manera para decir lo que creía que debía decir.

    John Rajchman[2]

    Lacan: Anthoriste!

    ¿Qué insulto espetarían a Jacques Lacan? Con esta provocativa pregunta inició Jean Allouch su seminario L’amour Lacan, organizado por la Revista Litoral de l’école lacanienne de psychanalyse (elp) en el magnífico marco del Auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología e Historia, el cual alberga una muestra única y excepcional del rico pasado histórico de la mesoamérica precolombina.

    Ante un sorprendido auditorio, el psicoanalista francés, alumno de Lacan y figura mayor de la elp, dijo que no se trataba de que tuviera ganas de insultar a Lacan, pero que la cuestión podría quizá plantearse… ¿por qué no?

    Sugirió entonces al público que anotase en un papel los insultos que ellos podrían decirle. Después de un rato, hizo partícipe al auditorio de la injuria que él mismo elegió: anthoriste. Se hizo un gran silencio, pues nadie –o casi nadie– había oído antes esa palabra y menos como un insulto. La figura retórica a la que aludió es un término técnico extraído de algún diccionario especializado. En realidad, se trata de una figura de estilo, concretamente una figura de pensamiento y táctica de argumentación, que refiere a una réplica que riñe de manera contundente la argumentación o definición de un contendiente.

    Allouch con esa pregunta no intentó generar animosidad contra Lacan ni tampoco estimular una catarsis, simplemente, mostrar un rasgo característico de la obra lacaniana: su tendencia a enunciar dos afirmaciones sucesivas, en la que la segunda refuta y hasta contradice a la primera, produciendo lo que Lacan mismo denominó las “varités”.[3]

    Este rasgo de la obra lacaniana imposibilita que Lacan pueda ser citado de manera dogmática, pues lo único que se podría hacer sin entrar en contradicción, sería citar aquello que dijo Lacan justo antes de morir. Dicha cualidad o falla, hace “no existir” a Lacan (suponiendo que “existir” consista en sostener resueltamente una proposición).

    Así pues, para Allouch, es imposible citar a Lacan sin traicionarlo. No se puede tomar una frase suelta y decir: él piensa esto. Por tal razón Lacan no existe. Dejó a otros la tarea de hacerlo existir. Su posición sólo puede ser dicha por otros (“Lacan es lo que yo digo y lo que ustedes dicen”). Son sus discípulos quienes le han hecho existir, lo cual plantea preguntas: ¿Cuántas existencias de Lacan hay? ¿Quiénes son los que pueden dar existencia a Lacan? No existe «El seminario» sino los seminarios. Para Lacan no había otra opción, sino ser “anthoriste” de sí mismo, contendiente de sí mismo. Ese anthorisme de Lacan impide a sus discípulos evadir su responsabilidad cuando lo citan. De Lacan no puede decirse “él dijo tal cosa y nada tiene que ver conmigo”. Citarlo necesariamente es “Yo digo que Lacan dice…”, es decir, Lacan me obliga a incluirme en su lectura, a responsabilizarme de lo que cito y doy la palabra.

    Con respecto al amor en Lacan nos encontramos con este mismo problema. Por un lado, según Allouch, reconoce que Freud tiene razón cuando habla del carácter narcisista del amor. Sin embargo, posteriormente va a esforzarse por atraer el amor del imaginario al simbólico. Freud jamás dijo que el amor es una función imaginaria… eso lo dijo Lacan. El amor que viene desde lo imaginario produce una subducción que también es una seducción. Eso que está en el origen de una tragedia como la del Tsunami, el amor abre la puerta a lo más ingrato. Lo que ama el Yo en el amor es el amor por uno mismo, con la consecuencia de una anulación del Ideal del Yo (“El amor es una forma de suicidio… en eso todos estamos de acuerdo”). Mejor aún, una perturbación del Ideal del Yo.

    Así, indicó Allouch, el enamoramiento se apoya sobre el Ideal del Yo que es el Otro siempre en tanto parlante. Pero es aquí dónde puede producirse más de una confusión, porque no hay regulación posible del aparato. Cuando uno está enamorado el Ideal del Yo no se inclina sobre el Yo Ideal.

    Es a partir de esta experiencia cuando podemos hablar de un amor con una doble faz, un lado imaginario y otro simbólico: ¿Podrían corresponderse al amor y a la transferencia? En todo caso, están enlazados en un Point de capiton.

    Es un enigma extraordinario el cómo, casi al instante, el paciente cae enamorado del analista. Y esto es muy raro porque el analista no tiene ninguna característica en particular. Parecería que el analista se aprovecha de un “automatismo del fenómeno de hainamoración”.[4]

    Después de señalar que la transferencia amorosa es una novedad que el psicoanálisis presenta, Allouch analizó el amor desde tres puntos de vista: el pacto, el ternario y el don.

    Respecto al primer punto, y contrariamente a lo usualmente afirmado, Allouch sostuvo que el amor no era un asunto de “pactos” pues ello implicaría confundirlo con el matrimonio, el cual, precisamente, puede significar el fin del amor. En el amor no hay un pacto que ofrezca seguridad: “el amor esta lleno de temor inquieto” (Ovidio). Respecto al segundo elemento, el ternario, Allouch refirió que para Lacan el amor era un asunto del orden del ser, una cuestión óntica (y no ontológica) pues, en tales años Lacan ya contaba con el ternario RSI. Para Lacan el ternario Amor/odio/ignorancia constituía la expresión de las “pasiones del ser”. Finalmente, al referirse al “don”, Allouch estableció una discusión con el último libro de J. A. Miller (Los laberintos del amor) donde el director del Champ freudienne afirma que el amor es “deseo, demanda y goce”. Contra tales afirmaciones Allouch señala que, para Lacan, amar no es ni desear, ni pedir ser amado ni gozar del amado. Lacan intentó, quizás, con sus tesis sobre el amor, más bien inventar una nueva perversión sostenida en la transferencia. Y para apoyar sus afirmaciones citó el libro de García Márquez Memorias de mis putas tristes: “el sexo es para consolarnos por el fracaso del amor”.

    Posteriormente Allouch encaminó su seminario a estudiar las tesis sobre el amor presentes en el seminario La relation d’objet, pues “es ahí donde se encuentra el bâti (el esqueleto) de la concepción del amor de Lacan”. Para ubicar la cuestión refirió antes lo afirmado por Lacan en la sesión del 12 de mayo de 1955 (Seminario Le moi dans la théorie de Freud et dans la technique de la psychanalyse), donde el psicoanalista planteó al amor como espejismo: “El amor es un espejismo. Vamos de espejismo en espejismo”. Acto seguido refirió lo planteado por Lacan el 8 de junio de 1955 sobre la fidelidad en el amor y al respecto narró una anécdota: “En una ocasión una mujer me preguntó: ¿qué piensa de la infidelidad? Y le respondí: “la infidelidad no existe”… ¿cómo pude decirle eso?” Allouch sostuvo que pudo responder de tal manera, y contra toda evidencia estadística, porque para que ocurra una infidelidad es necesario que las condiciones requeridas por la fidelidad ya no estén presentes, por tanto es posible y correcto plantear que no existe la infidelidad… ni la fidelidad tampoco: “el perro mas fiel nunca hizo un pacto de fidelidad”, decir “te amaré siempre resulta sospechoso”, “te amaré hagas lo que hagas es insoportable para el hijo y lo convierte en un tirano doméstico”.

    Posteriormente Allouch discurrió sobre “el amor en la psicosis”. Para abordar el tema refirió la frase freudiana: “el psicótico ama a su delirio como a sí mismo”, la cual llevaba al analista vienés a sostener la inexistencia de la posibilidad amorosa en las psicosis. Allouch señaló si bien es cierto que el psicótico sólo puede aprehender al otro como significante (y para ello citó la sesión del 31 de mayo de 1956 del Seminario Las psicosis: “donde la palabra está ausente, ahí se sitúa el eros del psicozado (psychosé)), eso no quiere decir que le esté negada la posibilidad de amar, simplemente lo hace de otra manera.

    Posteriormente revisó el caso de la Joven homosexual, el caso Dora y el texto sobre el fetichismo de Freud para, con su apoyo, resolver la pregunta “¿qué hay más allá del amor?, ¿a qué se apunta más allá del amor? Lo cual resolvió de seis maneras:

    1. Lo que busca el amor es la instauración de la falta. No era otra cosa lo que la joven homosexual pretendía de Leonie von Puttkammer, su dama.

    2. Lo qué esta más allá del amor es el falo: “en el amor más idealizado lo que se busca en la mujer es lo que le falta, lo que está más allá de ella, el falo”.

    3. El amor como Don: “la joven homosexual trata a la dama de manera caballerosa, le sirve sin esperar nada, este servicio tiene el carácter de un don”.

    4. El amor es un don de lo que el amado no tiene: “si la dama es amada es precisamente porque no tiene el falo, pero tiene todo para tenerlo pues es la elegida”.

    5. El amor es dar lo que no se tiene: El Padre de la Dora freudiana es el ejemplo paradigmático de: “sólo puede dar lo que no tiene”. Y posteriormente generaliza: “no hay un mayor signo de amor que dar lo que no se tiene”.

    6. El amor por nada (pour rien). Para estudiar este punto, Allouch refirió el texto freudiano sobre el fetichismo: “si el símbolo es el asesino de la cosa, el don de amor, en tanto simbólico y don de un símbolo, tiene que ser un don de nada”. El fetiche, en tanto velo, es un don de nada.

    El amour pour rien revela el carácter óntico de la experiencia amorosa: el amor apunta al ser, devela nuestro carácter más íntimo: la falta. Cuestión conocida desde siempre por lo poetas: “¿De qué es de lo que hace signo la poesía? De das Ding”.

    Cuernavaca/Xalapa, 2 de julio del 2005


    [1] Hemos tratado de hacer una versión que atienda a lo sucedido. Tratamos de guardamos de nuestras opiniones que pueden diferir de lo que ha expresado el ponente, o los ponentes pues, además de intervenir Allouch en el seminario, presentaron sendas ponencias Pola Mejía Reiss, Jesús Martínez Malo y Manuel Hernández García.

    [2] Lacan Foucault y la cuestión de la ética, Epeele, México, 2001, p. 13.

    [3] “El nombre retórico de las varités es el anthorisme”. En la entrada “varité” de los Comentarios a neologismos de Jacques Lacan, Marcelo y Nora Pasternac escriben: “varité, sustantivo. Neologismo en forma de sustantivo por condensación de variété (variedad) y vérité (verdad)”, Epeele, México, 2003, p. 299.

    [4] Neologismo que conjuga el vocablo “haine” (odio) con el de (s’) enamourer (enamorarse). Cfr. Pasternac, M., Pasternac, N., Comentarios a neologismos de Jacques Lacan, Epeele, México, 2003

  • El fútbol (con) jugado por el psicoanálisis

    El fútbol (con) jugado por el psicoanálisis

     Gibrán Larrauri Olguín

    1. Sobre la popularidad del fútbol.

    El fútbol es sin duda el juego de conjunto más popular en el mundo. Cuando se habla de él nadie es indiferente. Ya sea que se le alabe o se le condene por ser considerado una actividad “animal” destinada a la enajenación de las masas, el fútbol genera la palabra.

     Sin embargo, desde el psicoanálisis muy poco se ha dicho de valía sobre este juego. Lo cual, me parece puede ser debido a diversas razones entre las que se me ocurren principalmente tres: que se opina que se trata de un tema baladí; que se piensa que los conceptos psicoanalíticos son incompatibles con la realidad del juego en cuestión, y así, se le deja de lado bajo la justificación de que su estudio es objeto de otra disciplina como por ejemplo, la sociología; y se me ocurre que tal vez puede ser debido a que la mayoría de psicoanalistas simplemente nunca lo han jugado, o no acostumbran a hacerlo, y eso ha reducido notablemente su interés.

    Pero, si “la producción del juego sigue las leyes del significante”(1), queda claro que el fútbol es propenso a que se le observe con la lupa del discurso psicoanalítico, discurso que pienso puede aportar algunas verdades sobre el por qué de su popularidad, más allá de las explicaciones emanadas de la idea de que todo juego tiene como finalidad producir alegría, y más allá de las explicaciones de corte materialista-histórico que, por ejemplo, mencionan que la difusión del fútbol, y por ende, su celebridad “se halla ligada al surgimiento de la esfera del tiempo libre en una determinada etapa del desarrollo de las fuerzas productivas”(2). Explicaciones que si bien, contienen un grado notable de certeza, no ofrecen una explicación, digamos gnoseológica, del por qué de la especial predilección humana por el fútbol habiendo otros juegos que pueden aportar igual o incluso mayor alegría, y cuyo auge también ha estado ligado a la industrialización de la sociedad.

     A mi juicio, la afinidad que los sujetos tienen por el fútbol descansa primeramente en que todo acto lúdico es un acto sublimatorio que a temprana edad ayuda a constituir la subjetividad, y que posteriormente, convalida esa misma subjetividad en base al mantenimiento del deseo; segundo, que el fútbol pone explícitamente de manifiesto el conflicto que existe en toda subjetividad, y por ende, entre las subjetividades, conflicto que encuentra su fundamento en el goce; y tercero, que la práctica del fútbol cuenta con una particularidad en comparación con otros juegos de conjunto, particularidad que es obvia y que no obstante, frecuentemente ha pasado desapercibida, y es que este juego no se escribe, no se juega con las manos.

    1.1 Jugar: acto sublimatorio.

     Jugar es sublimar. La sublimación es consustancial al deseo. Por su parte, el deseo es la vida misma del humano.

    De acuerdo con Lacan, la sublimación es “la elevación de un objeto a la dignidad de la Cosa” (3). Por lo tanto, se entiende que para que haya sublimación es necesario que haya un sujeto, el cual sólo puede existir una vez que se ha dejado el ser. Es decir, para que el juego tenga lugar es menester que el Bien Supremo, a saber, la Cosa, haya sido prohibida por la función del significante, ya que sin este corte, que dicho sea de paso, sólo puede producirse una vez que la madre, quien con su ir y venir (fort-da) demuestra que un deseo la habita y que no es saturado por el hijo, el nacimiento del sujeto del deseo, del sujeto a secas, se ve imposibilitado ya que no cabe la pregunta por lo que a esa madre le falta. O sea, sin la función metafórica que sustituye el Deseo de la Madre por el Nombre-del-Padre no hay nada que desear. Sin la intromisión del lenguaje, jugar es imposible: no hay di-versión, sólo hay la uni-versión abrumadora del Deseo de la Madre, el objeto a “que causa el deseo y motoriza la pulsión”(4) no aparece, y en su lugar, un manto de angustia asfixia lo que no sé si pueda ser llamado cuerpo dada la ausencia de la Ley.

    Henriot escribe: “Para jugar hay que existir” (5), frase que puede parecer obvia incluso banal, pero que desde el psicoanálisis toma su justa dimensión que es ésta: para jugar, y en general, para devenir un miembro de la comunidad, un civil, es insoslayable estar en falta, haber perdido el goce del ser para así poder comportarse como un poeta, (con) jugar la palabra o lo que es lo mismo, gozar bajo el armazón fálico. En este sentido, si el acto lúdico en la clínica psicoanalítica con niños es concebido como asociación libre es en correspondencia a que comunica y “la comunicación exige un defecto, una <>” (6), digamos nosotros, la comunicación se puede generar sólo en base a un “ya estuvo bueno” a toda pretensión de omnipotencia y simbiosis con la madre. Se sabe que un sujeto angustiado no puede jugar, apalabrar, es apático debido a que se enfrenta a la falta de la falta, a la verdadera satisfacción de la pulsión, horrible encantamiento (7). Siendo así y a manera de breviario cultural, la frase de uso popular al punto de haberse convertido en un cliché que reza “la falta existencial”, es pleonástica, ya que existir es estar en falta.

    Así pues, el acto lúdico pone precisamente en juego la pulsión que se dirige al Otro demandando a, demandando el goce entregado sin quererlo en la castración implantada a su vez por ese Otro. La pulsión tiene como característica la parcialidad y como premisa la insatisfacción, la re-petición, de ahí que sea “lo más opuesto que pueda pensarse a la concepción de la homeostasis psíquica” (8). Su labor es la convalidación de la subjetividad a través del fracaso, a través de la búsqueda fallida por humanidad de recuperación de la Cosa, pues, ese fracaso mantiene vivo al sujeto no así el encuentro definitivo con el objeto que significaría la muerte, el acabamiento. La pulsión no es otra cosa que la energía necesaria y constante para la sublimación, y por consiguiente, para el jugar. La pulsión es el verdadero latir del corazón del sujeto.

     El juego, en este caso el fútbol como fenómeno de particular fama dentro de la “cloaca máxima” (civilización) (9), pone las bases para la convalidación subjetiva, es subsidiado por la a-puesta. En los niños, así como en los pacientes de Pichón-Rivière, el acto lúdico, lejos de significar estar “de vacaciones con respecto a la realidad social y económica” (10), debe de ser apreciado como la constitución de la subjetividad; y en el caso de los adultos (neuróticos particularmente), ese mismo acto creo que debe de ser considerado como la convalidación de esa subjetividad. En suma, mediante el juego el sujeto lejos de abstraerse de la realidad ahí se instaura. No está fuera de la Ley del deseo sino que la encarna. He aquí la razón primordial del imán del juego.

    De esta manera, se puede colegir por qué el hombre posmoderno prefiere presenciar el fútbol o practicarlo que ejercer el trabajo, aun cuando existen grandes similitudes entre ambos quehaceres como lo han señalado autores como Vinnai (11) y Galeano (12). Mientras el fútbol siendo un juego permite, y de hecho, está hecho para fallar, para el equívoco y lo inesperado, y en esa medida mantiene a salvo el deseo; el trabajo por su parte (13), tiende a objetivar al sujeto mediante la no permisión del error, mediante la extirpación del condicional que le da brillo a la vida, en fin, mediante la anulación del deseo a través de la intolerancia por toda poiesis. Es con palabras de Georges Bataille que podemos entender la diferencia radical entre el trabajo y el juego:

    “Una parte de la vida que escapa al trabajo accede a la libertad: es la parte del juego que admite el control de la razón, pero determina, en los límites de la razón, breves posibilidades de salto más allá de esos límites. Este es el juego, que, lo mismo que las catástrofes, es fascinante, que permite vislumbrar, positivamente, la seducción vertiginosa de la suerte.”(14).

    Para terminar con este primer punto, me gustaría mencionar que el juego de pelota practicado por algunas de las civilizaciones prehispánicas de lo que hoy en día es México, civilizaciones como la totonaca y la azteca, era un juego no hipócrita, pues cumplía a raja tabla la promesa de vértigo que esconde toda a-puesta: el sujeto que ganaba el juego era sacrificado, se le devolvía el goce del ser, o sea, su demanda era saturada. En esos juegos de pelota se iba de la sublimación (del semblante) a la Verdad mejor conocida como la muerte.

    1.2 El fútbol como la representación del conflicto entre las subjetividades.

     Desde los inicios del fútbol encontramos que este juego se basa en el conflicto, en la disputa en y por el campo de juego a través del poder de decisión sobre la pelota en vistas a la trasgresión del oponente. Así lo demuestra lafeninda de los griegos, la pila paganica de los romanos, el tlachtli de los aztecas, la soule francesa de la edad media, entre otros juegos de pelota practicados por culturas como la china, la japonesa y la asiria (15). Si bien, todos estos juegos en el fondo tenían un valor cosmológico que consistía en que el ganador o los ganadores, según era el caso, se aseguraba(n) mediante la victoria de obtener los favores divinos que permitían la continuación de la vida, lo que fundamentaba dichos juegos era la lucha. Ya en la actualidad, quien escuche la narración de un partido de fútbol y los cánticos de las barras, no tardará en darse cuenta de que la utilización de la jerga bélica es notable, hecho que deja claro por qué Eduardo Galeano diga que el balompié es “ritual sublimación de la guerra.” (16)

     Y si de la guerra hablamos, sin lugar a dudas, ésta encuentra su máxima expresión, y a la vez, la más desapercibida, en el origen de la constitución de la subjetividad y por ende, en la subjetividad misma. El sujeto se debe a la guerra y está constantemente en ella. Guerra sin fin que es el motor de la civilización así como la amenaza más extrema para su extinción. El fútbol toma gran parte de su poder de convocatoria de la re-presentación de este conflicto a manera de juego.

     Pero, ¿por qué la subjetividad se forma gracias a la guerra?, ¿guerra entre quién y quién?, ¿por qué se trata de una guerra perenne? y ¿cómo es que el fútbol representa este conflicto?

     He dicho que para que el sujeto del discurso pueda constituirse es necesario que el Deseo de la Madre sea reprimido por la Ley del Padre. El goce del ser, absoluto y por eso avasallador, debe de ser sometido a la interdicción para que así, el deseo advenga. En otras palabras, la castración debe de ser aplicada al infans, de no ser de esta manera, la sociedad se perdería de un neurótico, tal vez perverso, y ganaría un psicótico.

    Contrariamente a lo que un pensamiento inocente puede reflexionar con respecto a la castración, sabemos que ésta dista mucho de implicar un mal innecesario para la vida humana sino su posibilidad misma. Empero, este proceso no es dócil, es duro, traumático, pues la Madre y el Padre se enfrentan; el mar de goce se enfrenta con el dique de la Ley y forzosamente uno de los dos tiene que imponerse. Aquí no hay empates ni acuerdos bilaterales en los que ambas partes ganen equitativamente. Hay de dos sopas: o salir de la red del goce materno para entrar en la red del lenguaje y tener entonces la posibilidad de gozar al estilo fálico, o quedar atrapado en esa red materna, sin la interdicción del Padre y así gozar terriblemente. La guerra es inevitable. Lo correcto para ser humano, con perdón de la expresión, es desear. No basta con la envoltura biológica para vivir, hace falta ser tomado por el lenguaje. El dique debe de construirse.

     Sin embargo, aunque una de las partes en disputa se imponga sobre la otra, el conflicto sigue. En el caso de las psicosis en las que el goce no ha sido tachado por el lenguaje, será precisamente el significante del Nombre-del-Padre el que reclame su ausencia en la alucinación. En el caso en el que la Ley se impone sobre el goce, caso al que me referiré de aquí en adelante, también habrá conflicto, ya que el goce no es extinguido sino que es reprimido, lo cual le da carácter de ser a prueba de fuego y de vivir debajo del lodo de significantes desde donde ejerce su re-clamo. El parlêtre se ve jugado por ese goce interdicto. Sus sueños, sus síntomas, en suma, su schuld así lo hace notar. El goce insiste e insiste sin posibilidades de todo apaciguarlo, de todo nombrarlo y ponerlo quieto, pues es antisocial, antipadre, antilenguaje por naturaleza. La marea por siempre estará picada.

    Entre dos tierras se debate toda subjetividad para quien la tranquilidad no es más que una ilusión. Ya lo dice la voz popular: “Nadie está contento con lo que tiene”. No hay acuerdo entre el goce y el lenguaje, lo que hay es asimetría. Malestar. Se está condenado a desear lo prohibido que por prohibido es deseado. En determinación del goce, razón de desvelos y sueños profundos, es que la civilización ha sido posible con su grandeza y su bajeza. El sujeto la construye errando.

    Ahora bien, una vez que el lenguaje ha tachado el goce del ser, éste será imposible de recuperar y en sustitución de él es que el goce fálico aparece en la vida. El goce fálico, goce fugaz que evidentemente es posibilitado por la palabra, laguna de lo que antes era mar, o “gocecito” como lo llamara Néstor Braunstein en oposición al goce del ser (18), sólo puede obtenerse mediante la demanda dirigida al otro, a los otros, que son a fin de cuentas representantes del Otro. Y he aquí donde surge de lleno el conflicto entre las subjetividades, ya que ese otro a quien se dirige la demanda busca exactamente lo mismo, es decir, ese otro también está en falta, busca el goce, por lo que se produce un choque entre las demandas, no obstante que en el fondo sean la misma demanda, pues esto no garantiza la armonía sino la batalla. Hay que extraer el goce del otro, imponer la demanda sobre la del otro o que las demandas coincidan, lo cual es raro, y aun cuando coincidan siempre quedará la insatisfacción. Después de todo, el orgasmo no es más que una muertecita.

    En razón del goce fálico es que en el fondo todos somos unos egoístas o al menos a eso aspiramos. La asertividad no es posible, por más “congruente” y “respetuoso” que sea un sujeto al expresar su parecer, siempre encontrará que sus palabras no coinciden del todo con el parecer y con la voluntad del otro. En razón del goce fálico, es que se puede afirmar que existe la interacción no así la intersubjetividad, si esta última existiera todo sería voire la vie en rose, todos gozaríamos igual y al mismo tiempo. Imposible. No existe la relación sexual. Los amantes se echan en cara su falta, su egoísmo y su incompetencia en relación al goce a que se aspira, el obrero hace lo mismo con el patrón, el alumno con el maestro, el hijo con el padre, el jugador con el árbitro, el patrón con la economía, el maestro con la Secretaría, el padre con el abuelo, el árbitro con la Comisión de arbitraje. El sujeto ante el Otro, y el Otro agujerado está también:

    “Los goces, todo eso a lo que se renuncia al someterse a la Ley del deseo, persisten en reclamar una satisfacción que el Otro no puede dar y al que hay que arrancársela. Pero ese Otro está animado por la misma pulsión.”(18).

    Sí, el conflicto no es más íntimo de lo que pensamos.

    Entonces, tenemos que las guerras de la humanidad, entre ellas las que ocurren en y por el fútbol, no han sido por causa de un territorio y sus riquezas, sino por causa del goce. Tratar de extraer del semejante lo que me falta antes de que él lo extraiga de mí. Negar el vacío del otro, que es mi vacío, sometiéndolo para así, por un momento, sentirme lleno, sentir el sentido de la vida sin Sentido. Gozo del conflicto. Hacerse pegar o pegarle al parecido no tiene otro fin que mantener vivo al deseo posibilitando el goce a la vez que poniéndole un alto:

    “Entre tú y yo circula una sola nada y si te elimino, soy. De esta manera, separo las fuerzas en guerra en mí. La lucha del ser y la nada fue primero la de lo masculino y lo femenino. Pero prefiero decir: `Es la lucha del amo y el esclavo, o también, `Es la lucha de clases`. Así pasó.””(19)

    En el fútbol, cada equipo, cada jugador, cada barra, cada hincha ve en su oponente la materialización del Otro a quien hay que reclamarle; ven ese Otro culpable de la castración a quien se le pide dé el goce que falta y que se cree él tiene; ven ese Otro trasgresor que, en estos tiempos posmodernos determinados por la ciencia, tiende a anular la subjetividad. En el fútbol, se le declara en juego la guerra al Otro en nombre de la falta: por un lado, la queja por la existencia de la falta y por el otro, la lucha por salvarla. Me atrevo a decir que, en el balompié, es común que los protagonistas llegan a creer que el Otro del Otro existe y está parado enfrente.

    Siguiendo esta línea, la violencia que en últimos tiempos ha estado presente en el fútbol, haya su razón de ser en la maximización del conflicto entre el sujeto y la cultura. Hoy por hoy, el Otro además de ser quien en última instancia ejecuta la castración, es un Otro predominantemente dictador, calculador, violador y excluyente en la medida en que se rige por la voracidad de las leyes del mercado, las cuales tienden a disecar las posibilidades de soñar con el goce, de crear las vías para alcanzarlo, y las reducen al poder adquisitivo que promete y en ocasiones otorga un goce instantáneo y a la vista del portador. La violencia en el fútbol, y en el total de la sociedad, es proporcional a los avances de la ciencia, de la tecnología y de la hiper irrigación mediática que por un lado han unificado monetariamente al mundo y por el otro, han dejado al sujeto en el peligro de la descoyuntura, lo han dejado perdido en lo celular. Así pues, el estadio de fútbol es uno de los lugares propensos para llevar a cabo la catarsis que a golpe y porrazo intenta ratificar la subjetividad de manera desesperada y hasta triste.

    Es así, mediante la concepción psicoanalítica de la guerra, como se comprende por qué suele decirse que el fútbol en tan parecido a la vida entera.

    Hasta aquí, mucho de lo que he dicho a propósito sobre las razones de la popularidad del fútbol, en realidad puede aplicarse para todo juego de conjunto y hasta para espectáculos como los toros, las luchas y el box, y también para movimientos masivos como las marchas de protesta. Dicho lo cual, se impone la necesidad de abordar el tercero de los puntos que en un principio establecí, y que a mi entender es el fundamental para explicar la naturaleza de la dichosa popularidad del balompié. Fundamental último punto de este primer apartado que, paradójicamente, es el punto más breve.

    1.3 El fútbol no se escribe con las manos.

     El humano es difícil porque suele regirse por lo difícil. Decir esto no responde a un espíritu pesimista u obsesivo sino a la lógica estructural, pues, qué cosa más difícil que tratar de conciliar al goce con el lenguaje, al agua con el aceite que forman el líquido de la subjetividad. La compulsión a la repetición muestra que el humano no se conduce de acuerdo a lo meramente placentero y fácil de asimilar sino por aquello que escapa a toda aprehensión, o sea, la aprehensión de lo real que es al final del cuento “lo que no cesa de no escribirse” (20). Todo lo que se presente como difícil aun imposible, será la carnada perfecta para atraer al hombre, quien una vez que tome la carnada y salga vivo del intento, siempre buscará el nuevo anzuelo con otra carnada aún más difícil de alcanzar y así sucesivamente.

    El fútbol es uno de los juegos más difíciles de jugar y de ahí su atractivo. La dificultad radica en que en este juego el trato de la esférica, conducto de sustracción de goce, no se ejerce con las manos, con esa parte del cuerpo que nos permite tomar las cosas del mundo así como transformarlas y en última instancia concretarlas, no, en el fútbol se crea con la cabeza, con los hombros, con el pecho, con los muslos, con las rodillas, con la espalda, con las nalgas y evidentemente, con los pies. En el fútbol el cuerpo que, comúnmente es soslayado en cuanto a su capacidad creadora, se vuelve todo poesía, todo escritura. Freud dijo que “todo niño (hombre) que juega se comporta como un poeta” (21) y el fútbol es llamado popularmente “el juego del hombre” (22).

     En este sentido, el fútbol bien puede ser calificado de artístico sobretodo si por arte entendemos toda “obra humana que expresa simbólicamente, mediante diferentes materias, un aspecto de la realidad entendida estéticamente” (23). El fútbol expresa jugando el conflicto subjetivo que genera la sociedad y que le permite a ésta su continuación. El carácter creativo del fútbol, que aun cuando últimamente cada vez se tienda más a mecanizarlo, es comparable a la danza en cualquiera de sus modalidades, a la improvisación dramática y en especial al arte efímero del cual sólo se guarda memoria gracias a su fuerza estética y gracias a la existencia de la video grabación.

    Se ha tratado a través de innumerables justificaciones de vilipendiar la dote poética que regularmente alcanza el fútbol, pues no se soporta la idea de un arte masivo y no condenado a la galería, al coleccionista y al intelectual. Sin embargo, el fútbol insiste. Si por ejemplo, muchos de los “poemas de gol” fueran exhibidos en alguno de los espacios consagrados al arte formal, no faltarían las críticas a favor y en contra, las risas, la incomprensión y la admiración, tal y como ocurre en toda exposición y en la lectura de cualquier poesía.

     Pero, seguramente ustedes se preguntaran por el portero, por aquel participante que puede utilizar las manos y cuya ausencia indudablemente haría del fútbol un juego sin chiste, y así, cuestionaran la no utilización de las manos como el factor definitivo para explicar la popularidad del fútbol. En síntesis, se preguntaran por la poesía que el portero podría hacer. A lo que respondo que el portero, con todo y con lo espectacular o acróbata de su intervención, a fin de cuentas no crea poesía sino que la limita, la destruye incluso de manera heroica. “El goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace.” (24) El portero funciona entonces como barrera a la escritura, a la marca. Su actividad consiste en vaciar sobre la hoja de la poesía el café hirviendo, y si esta posición es codiciada tanto como la del “creativo”, es porque la destrucción es fuente de goce a la par de la fuente de la creación. Pero esto, es materia para otro artículo.

     Hasta este momento, he aludido a las razones que yo pienso determinan la popularidad del fútbol. Ahora me propongo en base a eso, profundizar en algunos de los componentes y personajes de este deporte, lo cual me parece que podría propiciar una reflexión más a fondo sobre el mismo.

    2. Aforismos sobre el fútbol.

    I

    El gol. “El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna” (25) Pero, si de acuerdo a Blas Matamoro (26), para Lacan los orgasmos son éxtasis, la construcción del gol es entonces el éxtasis del fútbol y no el orgasmo, es decir, el gol es algo vivenciado a nivel del cuerpo y no a nivel de órgano, es goce, lectura del poema hasta el final en donde se encontrará el placer como barrera y como la posibilidad de la construcción de otro gol. Por otro lado, es en la posmodernidad cuando el gol es cada vez menos frecuente, pues, en la modernidad, época de auge de sueños en la que el fútbol empezaba su profesionalización, las goleadas estaban a la orden del día.

    II

    El árbitro. “El árbitro es arbitrario por definición” (27). Está encargado de hacer cumplir la reglas del juego, de impartir justicia mediante un juicio exento de errores, empero, nunca ha podido hacerlo y nunca de los nuncas podrá hacerlo ya que su subjetividad se lo impide. El árbitro, como todo sujeto del discurso, es inconsistente, patógeno: empieza encarnando la Ley y termina encarándola y rompiéndola a través de su equívoco que a final de cuentas procede de la osadía que todo sujeto ejerce en miras al goce. El árbitro es un dictador en la medida en que sus señalamientos y sanciones son irrefutables por más a medias que sean, y en la medida en que ahí se halla su goce. Por eso, para ser árbitro hay que servirse de la perversión, hay que negar la falta en el decir para así decir qué es falta y qué no lo es, decir qué es amarillo y qué es rojo. De esta forma, se alcanza a entender un poco el odio que suele generar este personaje indispensable para el desarrollo del juego.

    III

    El 10: Este es el jugador encargado de poner los componentes de la poesía. Lo que lo hará inmortal en la memoria será que recurrentemente él haga toda la poesía, que su caracoleo y su chanfle ericen la corteza de aliados y rivales. La tinta del 10 es la esférica y su hoja la cancha. Si se dedicara a escribir con bolígrafo y papel ganaría el a veces tan nefasto Nóbel de literatura, y sus poemas utilizados serían para despertar el amor de mujeres y de hombres. El verdadero 10, “el que reparte el queso con cincel”, tiene el don de las palabras en las patas.

    IV

    El entrenador: También conocido como Director Técnico, estratega o timonel, el entrenador entiende a regaña dientes que es casi un milagro encontrar lo que se busca. Es una víctima de la contingencia y de la fuerza del inconsciente que lleva en repetidas ocasiones a que sus pupilos traicionen el plan de juego, a que lo inesperado surja ya sea para bien o para mal en relación a la tabla de posiciones. El entrenador es un estoico que intenta por todos los medios la imposición de lo consciente sobre lo inconsciente, del enunciado sobre la enunciación. En suma, el entrenador es alguien que se aferra a pensar que todo puede estar fríamente calculado. Su dicho sería: “Yo propongo, los jugadores disponen, viene el inconsciente y todo lo descompone.”  

    V

    El fanático: Por lo general, la vida del fanático, está llena de impedimentos económicos, llena de exclusión. Para él hasta la posibilidad del encuentro, que como sabemos es siempre fallido, no existe. Se comporta como un odioso porque es un odiante cuyo coraje se dirige a todo aquello y a todo aquel que él identifica como representante del Otro a quien culpa, a veces con merecida razón, de las decepciones que la vida le genera. El fanático busca quien se las pague a toda costa aun cuando no se podría ubicar con exactitud quien se las ha hecho. Por lo general, el pagador resulta ser el fanático de la barra de enfrente quien en el fondo cojea de la misma pierna. Dicho lo cual, el fanático es el paradigma de la frase que da título al apartado XXVIII del seminario V de Lacan que dice “Tú eres aquel a quien odias”. El sufrimiento que le suele producir no poder construir el deseo provoca que el fanático se envista de una sed de venganza y soberbia que espera justificar la falta en una sola brusca y estrafalaria presentación. Para el fanático, los triunfos de su equipo le dan un lugar casi omnipotente y las derrotas le reiteran su existencia y la maldad del Otro.

    VI

    La cancha: Llena de jugadores la cancha es el valle de la batalla, la cama de los amantes de sábanas verdes y vivos blancos. Cuando el partido acaba no quedan más que “las manchas que deja el olvido a través del colchón” (28), célebres huellas de la batalla, traducidas en un césped reventado y unas espinillas moreteadas.

    VII

    Maradonna: Él, antes luchaba por quitarse las faltas dentro de la cancha. Haberlo hecho de manera memorable lo llevó a que ahora, luche por que la falta no le falte, por hacer memoria de otra cosa en su vida, por hacer que la riqueza que aprendió a ganar en la pobreza no le quite la capacidad de amar, la capacidad de gambetear.

    VIII

    México: En la escena del fútbol mundial, la selección de México es el “ya merito” ¿“Ya merito” qué? Ya merito gana el partido “grande”, ya merito logra mantener la ventaja, meter el penalty o concretar el mano a mano contra el portero en las disputas con las llamadas potencias del fútbol que, por lo general, suelen ser las potencias industriales europeas o las naciones con estrecho vínculo racial con aquellas. En diversos partidos definitorios, los jugadores mexicanos han sido actores del discurso oficial que ubica a los nacidos en ese país como los hijos sometidos por el padre occidental a quien se le dan dotes de sabio y fuerte, de perverso ejemplar quien por siempre estará bendecido por la buena fortuna y el conocimiento, y que por eso, será imbatible por sus supuestos hijos naturalmente inferiores en todo aspecto. Las derrotas más dolorosas en el fútbol para el pueblo mexicano, derrotas en contra de la naciones ya mencionadas, han sido efecto no de una insuficiencia física y/o mental como a menudo justifican los que se dicen especialistas, sino que han sido efecto de una eficaz suficiencia histórica sostenida desde el poder y ratificada por el retraso económico que impera en la realidad del país, discurso que implanta impotencia y miedo, y así, logra no ser atravesado. México, ya merito rompe en la cancha con la historia oficial que indica que sus habitantes, en especial los morenos, son perdedores a causa de la traición y violación del destino, un destino divino por siempre irrefutable. Gran mentira que se hace verdad por pura tenacidad.

    IX

    Hugo Sánchez: ¿Por qué es tan querido por los mexicanos? ¿Por qué es tan odiado por los mexicanos? ¿Será por haber perneado el discurso que ordena la sumisión? ¿Será porque su éxito profesional lo lleva a que se proponga como ese padre todopoderoso, redentor de los presuntos vencidos?. . .

    México, D.F. octubre 2004 – enero 2005.

    Referencias.

    (1) Aida Dinerstein, ¿Qué se juega en psicoanálisis de niños?, Buenos Aires, Lugar Editorial, 1987, p. 102

    (2) Gerhard Vinnai, El fútbol como ideología, México, Siglo XXI, 1998, p. 19

    (3) Jacques Lacan, L’éthique de la psychanalyse, Paris, Seuil, 1986, p. 133

    (4) Néstor Braunstein, Goce, México, Siglo XXI, 1999, p. 63

    (5) Jacques Henriot, Le jeu, Paris, Presses Universitaires de France, 1969, p. 94

    (6) Georges Bataille, El culpable, Madrid, Taurus, 1986, p. 39

    (7) Enrique Pichón-Rivière entendía la importancia del juego, y en una de las aportaciones más importantes que hizo al campo psi, en los años cuarenta organizó un equipo de fútbol con los pacientes del hospital psiquiátrico en el que trabajaba, ejerciendo de esta manera una intervención terapéutica innovadora si se toma en cuenta que en ese entonces, y aun ahora, la terapéutica en los hospitales se basa en el uso de drogas, alias medicamentos.

    (8) Daniel Gerber, “Dis-curso del psicoanálisis: un punto de vista antieconómico”, en Néstor Braunstein, El discurso del psicoanálisis, México, Siglo XXI, 1997, p. 111

    (9) Jacques Lacan, “Conférences et entretiens dans des universités nord-américaines”, Scilicet, núm. 6/7, Paris, Seuil, 1976, p. 26

    (10) Eric H. Erikson, Infancia y sociedad, Buenos Aires, Hormé, 1987, p. 191

    (11) Gerhard Vinnai, El fútbol como ideología, op. cit.

    (12) Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, México, Siglo XXI, 1998

    (13) Me refiero sobretodo al trabajo en esta época posmoderna.

    (14) Georges Bataille, El culpable, cit., p. 84

    (15) Raymond Thomas, Jean-Luc Chesneau & Gérard Duret, Le football, Paris, Presses

    Universitaires de France, 1991.

    (16) Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, cit., p. 18

    (17) Néstor Braunstein, Goce, op.cit.

    (18) Néstor Braunstein, Por el camino de Freud, México, Siglo XXI, 2001, p. 40

    (19) Gérard Pommier, Los cuerpos angélicos de la posmodernidad, cit., p. 26

    (20) Jacques Lacan, Seminario XX. Aun, Barcelona, Piados, 1981, p. 114

    (21) Sigmund Freud, “El creador literario y el fantaseo” en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, Tomo IX, p. 127. Paréntesis mío.

    (22) Cuando digo “hombre” no me refiero a lo masculino sino a lo humano en general.

    (23) Ramón García-Pelayo, Diccionario Larousse manual ilustrado. México, Larousse, 1984, p. 69

    (24) Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, cit., p. 4

    (25) Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, cit., p. 9

    (26) Frida Saal “El amor y la sexualidad: de Lacan a Freud”, en Néstor Braunstein, La reflexión de los conceptos de Freud en la obra de Lacan, México, Siglo XXI, 1997.

    (27) Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, cit., p. 10

    (28) Frase del cantautor español Joaquín Sabina de su canción “Eclipse de mar.”

    Bibliografía.

    Bataille, G. (1986) El culpable. Madrid: Taurus.

    Braunstein, N. comp. (1997) El discurso del psicoanálisis. México: Siglo XXI

    Braunstein, N. comp. (1997) La reflexión de los conceptos de Freud en la obra de Lacan. México: Siglo XXI.

    Braunstein, N. (1999) Goce. México: Siglo XXI.

    Braunstein, N. (2001) Por el camino de Freud, México: Siglo XXI

    Dinerstein, A. (1987) ¿Qué se juega en psicoanálisis de niños? Buenos Aires: Lugar editorial.

    Erikson, E. (1987) Infancia y sociedad. Buenos Aires: Hormé.

    Freud, S. (1979) “El creador literario y el fantaseo” en Obras completas. Tomo IX. Buenos Aires: Amorrortu.

    Galeano, E. (1998) El fútbol a sol y sombra. México: Siglo XXI.

    García-Pelayo, R. (1984) Diccionario Larousse manual ilustrado. México: Larousse.

    Henriot, J. (1969) Le jeu. Paris: Presses universitaires de France.

    Lacan, J. (1976) “Conférences et entretiens dans des universités nord-américaines”. Scilicet n. 6/7 Paris: Seuil.

    Lacan, J. (1981) Seminario XX, Aun. Barcelona: Paidós.

    Lacan, J. (1986) L’éthique de la psychanalyse. Paris: Seuil.

    Pommier, G. (2002) Los cuerpos angélicos de la posmodernidad. Buenos Aires: Nueva visión.

    Thomas, R; Chesneau, J. & Duret, G. (1991) Le football. Paris: Presses universitaires de France.

    Vinnai, G. (1998) El fútbol como ideología. México: Siglo XXI.

  • Der Muselmann. Reflexiones psicoanalíticas en torno al Holocausto

    Der Muselmann. Reflexiones psicoanalíticas en torno al Holocausto

    Agustín Palacios López, Alberto Palacios Boix, Jorge Palacios Boix

    De cualquier manera que termine esta guerra, la guerra contra vosotros la hemos ganado, ninguno de vosotros quedará para contarlo, pero incluso si alguno lograra escapar el mundo no lo creería… Aunque alguna prueba llegase a subsistir, y aunque alguno de vosotros llegase a sobrevivir, la gente dirá que los hechos son demasiado monstruosos para ser creídos.

    Advertencia cínica de los SS a los prisioneros.

    Simon Wiesenthal citado por Primo Levi. «Los hundidos y los salvados»

    Deseamos dejar testimonio de gratitud a la Dra. Mireya Zapata Tarragona por su enorme ayuda en la obtencion de material bibliografico y por sus ideas y ecos inteligentes de las nuestras.

    El propósito de este trabajo es contribuir a la elucidación psicoanalítica de lo que ocurrió con los concentracionarios de los Lager alemanes. Este asunto, pese a la extensa bibliografía, ha sido tratado incompletamente y empleando de manera impropia conceptos metapsicológicos. Pero el impulso que animó la escritura fue el de sumar unas modestas voces a las que claman para impedir que se olvide la atrocidad nazi y, al colaborar en el mantenimiento de la memoria de tan descomunal horror, impedir que alguna vez se repita.

    El intento de exterminio de los judíos así como el asesinato de los gitanos, disidentes políticos, prisioneros de guerra y, en un delirante intento de emular a Esparta, a los homosexuales y minusválidos que podrían enturbiar la “pureza de la raza aria”, constituyen un genocidio sin precedente en la historia de la humanidad. Así lo señala Hanna Arendt:

    El punto está en que Hitler no era como un Genghis Khan y no era peor que otros grandes criminales de la historia sino diferente de ellos. Lo que carece de precedente no es el asesinato en si mismo ni el número de víctimas ni siquiera “el número de personas que se unieron para perpetuarlo”. Lo es más bien el sinsentido ideológico que las causó, la mecanización de su ejecución y el cuidadoso y calculado establecimiento de un mundo de muertos en que nada tiene sentido (l987, p. 651).

    En este punto, es preciso salir al paso de quienes intentan paliar la gravedad de lo que los nazis perpetraron trayendo a colación cifras y datos de otras atrocidades que se han cometido a lo largo de la historia de la especie humana. Historia lamentablemente más salpicada con sangre que con eventos que nos otorguen un sentido de orgullo de pertenencia. Conforme pasan los años y los hechos quedan sepultados en el alud de la informática, hay quienes apelan a distorsiones arropadas en verdades acomodaticias. Se niega que el Holocausto haya ocurrido y llega a decirse que es una más de las mentiras de los judíos siempre tan ávidos de notoriedad, de indemnización y de lástima. Por encontrarse advertido de ello, Primo Levi, uno de sus más lúcidos sobrevivientes, escribió

     Ademas, hasta el momento en que escribo y no obstante el horror de Hiroshima y de

     Nagasaki,, la vergüenza de los Gulag, la improductivo y sangrienta campaña de Vietnam, el autogenocidio de Camboya, los desaparecidos en la Argentina, y las muchas guerras atroces y estúpidas a las que hemos venido asistiendo, el sistema de campos de concentración nazi continúa siendo un unicum, en cuanto a magnitud y calidad. Nadie absuelve a los conquistadores españoles de las matanzas perpetradas en America durante todo el siglo XVI. Parece que causaron la muerte de por lo menos sesenta millones de indios; pero actuaban por su cuenta, sin instrucciones de su gobierno ni en contra de ellas; y distribuyeron sus ‘crimenes’, en realidad muy poco planificados, a lo largo de un arco de mas de cien años y colaboraron con ellos las epidemias que involuntariamente llevaron consigo (2001, pags. 18 y 19).

    La informacion de lo ocurrido en los campos de concentración y exterminio alemanes o,

    para emplear una frase de mayor utilidad para el tema que nos ocupa, el universo concentracionario, se ha ido construyendo como si fuera un rompecabezas a lo largo de los años, pero nunca estará completa. Los datos proceden del testimonio escrito o relatado de los pocos sobrevivientes que han trasmitido sus experiencias. Pero debe saberse que tales sobrevivientes lo son porque fueron apresados y confinados al final de la guerra cuando lo escaso de la mano de obra hacia impráctica su muerte, o bien porque pertenecían a los “privilegiados” que, por resultar útiles al sistema, fueron tratados mejor y tuvieron mayor posibilidad de subsistir Además, el concentracionario que vivió el rigor del Lager nunca obtuvo información suficiente para formarse una clara idea de lo que sucedía a su alrededor. “Rodeado por la muerte, el deportado frecuentemente no estaba en condiciones de evaluar la magnitud de la matanza que se desarrollaba frente a él (Levi, op cit, p. 6). La  

    memoria del concentracionario se ha reportado como fragmentaria y, a menudo, sólo recordando hechos intrascendentes o con calidad de recuerdo encubridor. Es así porque las huellas mnémicas quedan obliteradas por el dolor de la revivencia, y porque el aparato psíquico estaba desorganizado en el momento del registro dada la magnitud y cronicidad de los eventos traumaticos.

    El mejor modo de defenderse de la invasión de recuerdos que pesan es impedir su entrada, tender una barrera sanitaria a lo largo de la frontera. Es más fácil impedir la entrada de un recuerdo que librarse de él después de haber sido registrado (Levi, op cit p. 28).

    Es testimonio más oscuro y, seguramente, el más fidedigno es el de los musulmanes, así llamados por adoptar al sentarse una postura similar a la que suelen tomar los miembros del Islam cuando rezan. Estos escuálidos autómatas, “máquinas vegetativas” que parecían haber perdido las funciones superiores del Yo, vagaban en silencio por el Lager y con lentitud agónica cumplían las encomiendas de sus opresores. Obedecían de una manera casi automática y daban la impresión de hallarse ubicados en la frontera de lo humano y lo animal: eran quienes mejor respondieron al infame plan nazi de zoologizar a los prisioneros. Por eso, los relatores los llamaron los no-humanos y, con una afortunada expresión de profundas implicaciones psicodinámicas, “los que han visto a la Gorgona”. Esos fueron der Muselmann en quienes puede aplicarse con mayor propiedad la aporía de no ser propietarios de su propio cuerpo, éste le pertenece al amo, al SS.

    Pero el testimonio que seria mas valioso nunca lo escucharemos. Es el de los millones que perecieron en la tortura, como consecuencia de las golpizas, por inanición, durante los “experimentos” de los médicos nazis, víctimas de la disentería o, casi todos, por inhalar ácido cianhídrico. Usamos deliberadamente la palabra perecer porque en esos infames lugares no se moría sino que se fabricaban cadáveres. Los nazis lograron lo que se antoja imposible: robarle la dignidad a la muerte.

    Conviene en este punto aclarar que casi toda la información de la que disponemos procede de judíos que, justo es decirlo, conformaron la mayoría de los concentracionarios. Cabe suponer que las experiencias de otros grupos fueron similares aunque, en contados casos (casi siempre de alemanes gentiles), el trato fue un poco menos alejado de lo humanitario. Para estar en condiciones de sustentar nuestras conclusiones psicoanalíticas nos vemos obligados a relatar, con cierto detalle, cual fue la suerte del concentracionario promedio. Mucho de lo que sigue procede del magnífico análisis de Alberto Sucasas, que aparece en el libro titulado “La filosofía después del holocausto” editado por Reyes Mate y en el espléndido texto de Giorgo Agamben titulado “Lo que queda de Auschwitz”. El futuro concentracionario era apresado por los nazis o sus esbirros en los paises ocupados o en las márgenes de los territorios sometidos al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Desprovisto de su dignidad, era sujeto a un interrogatorio sobre temas que desconocía y, con frecuencia, era maltratado o atormentado. De allí se le trasladaba al vagón de ferrocarril que lo llevaría a su destino final. Era deportado y, desde ese momento, quedaba segada la vida como tal para esa infortunada persona. . El mundo del Lager anula cuanto hasta entonces constituía su mundo: hogar, país, profesión, objetos personales, familia, amistades, hábitos, lengua materna…aniquilación, por tanto, de la identidad personal, pero también impugnación de la pertenencia a la especie: el trato humillante e indigno del que es objeto el concentracionario materializa la negación práctica de su humanidad. (Sucasas 2000, p.58) . El mismo autor define al Lager como un sistema cuyo rendimiento consiste en arrebatarle al sujeto su identidad. El resultado final es un residuo: el cuerpo sobre el que ejercerá su dominio el poder concentracionario. Si en el pensamiento clásico se consideraba el pensamiento como el sujeto sin cuerpo, el concentracionario, en su expresión mas acabada, el musulmán, podría concebirse como un cuerpo sin sujeto.

    El vagón sellado de ferrocarril adonde era arrojada esa víctima de la insensatez era el debut de la ignominia. Su cupo forzado era de cincuenta a setenta personas, pero llegaron a abarrotarlos hasta con doscientos; ello obligaba a estar de pie todo el trayecto que podía tomar días. No había alimento, cobijas ni letrinas y, como es de imaginar, el aire se enrarecía por el exceso de consumo y por el hedor humano del sudor y sus excrecencias

    A la llegada al Lager el prisionero era aún más desposeído de su dignidad y de lo que le quedaba de identidad. Se le desnudaba y se le rapaba (si era varón, porque el cabello de las mujeres ahogadas en las cámaras de gas se reservaba para procesos industriales como el relleno de colchones). Se le desinfectaba y se le sustraían los objetos personales que llevara consigo, incluyendo las fotografías de sus seres queridos. Una vez cumplida esa tarea de dejarlo sin remanentes del pasado, se le marcaba como ganado, se le imprimía un tatuaje indeleble en el antebrazo izquierdo, una cifra precedida de una letra que diferenciaba a los distintos grupos: judíos, gitanos, etc. Los alemanes, tan meticulosos en sus proyectos, se aseguraban de separar las familias y, de ser posible, a los que procedían del mismo lugar. Con tal método intentaban desarticular todo intento de organización social que podría ser la semilla de una resistencia al empeño de animalizar a quienes no consideraban Mench, es decir, seres humanos. Sin embargo, algunos lograron establecer una red social primaria; el impulso gregario prevaleció en tan extremas condiciones. Quienes lo lograron llegaron a sobrevivir en mayor porcentaje que los que sufrieron la perversa intención de sus captores.

    Después de proporcionarles unos burdos trajes a rayas, que sólo por excepción eran de su talla, y de unos zuecos que dificultaban la marcha, eran destinados a alguna barraca de manera caprichosa. El tiempo cronológico dejaba de perder su habitual vigencia y era suplido por el tiempo biológico.

    Al día siguiente empezaba la rutina de trabajo, entre gritos y golpes proporcionados por los llamados Kapos, jefes de grupo de trabajo o capataces, reclutados previamente por su fortaleza física entre quienes se hallaban mas desorientados y confusos en los andenes de llegada a los campos. Tenían que dirigir las tareas y las marchas ordenadas hacia los comedores, las letrinas, las revisiones periódicas o los baños con una violencia que era observada por los guardias. De no hacerlo, los Kapos pasaban a engrosar las filas de los prisioneros comunes.

    Aquí es necesario hacer un paréntesis para describir, el sistema jerárquico de los campos de trabajo y los de exterminio. En su cúspide se hallaban los SS con sus propios mandos. Por debajo de ellos se encontraban los que se denominaron concentracionarios “privilegiados”: las mujeres destinadas a ser las servidoras sexuales de los guardias, los que transportaban las aguas negras, las excretas, y los que, por sus antecedentes profesionales, eran asignados a tareas especializadas. Seguían los Kapos, los Sonderkommandos,  las llamadas escuadras especiales, que merecen mención aparte. El resto era el grueso de los concentracionarios, la mano de obra esclava, fácilmente reemplazable y fatalmente destinada a su exterminio.

    Tales escuadras especiales son el mas atroz testimonio de la diabólica capacidad organizativa de los nazis: eran los encargados de conducir a los prisioneros designados a las cámaras de gas, a extraer de allí los cadáveres, examinar sus orificios corporales para asegurarse de que no escondían objetos de valor. Eran quienes arrancaban los dientes de oro y cortaban el cabello a los cuerpos sin vida del sexo femenino. Luego tenían la obligación de llevarlos a los hornos crematorios y de vaciar las cenizas. Todas esas macabras tareas eran cumplidas bajo la mirada supervisora de los SS. No fue nada excepcional que algunos de los integrantes de tales comandos tuviesen que cumplir su macabra tarea en el cuerpo sin vida de su esposa, de algún familiar consanguíneo o de alguna amistad de la vida previa a la prisión. Los destinados a tales infaustos grupos perdían la razón al iniciar su labor o su Yo creaba una coraza defensiva de total indiferencia.

    Las escuadras especiales estaban formadas, en su mayor parte, por judíos, En verdad que esto no puede asombrarnos ya que la finalidad principal de los Lager era destruir a los judíos, y que la población de Auschwitz, a partir de 1943, estaba constituida por judíos en un noventa o noventa y cinco por ciento. Pero, por otro lado, uno se queda atónito ante este refinamiento de perfidia y de odio: tenían que ser los judíos quienes metiesen en los hornos a los judíos, tenía que demostrarse que los judíos, esa subraza, esos seres infrahumanos se prestaban a cualquier humillación, hasta la de destruirse a si mismos […].

    Haber concebido y organizado las Escuadras ha sido el delito más demoníaco del nacionalsocialismo Detrás del aspecto pragmático (economizar hombres válidos, imponer a los demás las tareas más atroces) se ocultan otros más sutiles. Mediante esa institución se trataba de descargar en otros, y precisamente en las víctimas, el peso de la culpa, de manera que para su consuelo no les quedase ni siquiera la conciencia de saberse inocentes. (Levi, op. cit., págs. 47 y subs.).

    El trabajo brutal, la incomodidad terrible de los camastros, las golpizas recibidas con el menor de los pretextos, los parásitos corporales y, más que nada, lo escaso de las raciones, pronto empezaban a mostrar su efecto en el prisionero. Las carnes se pegaban a los huesos y no tardaba mucho en aparecer la indiferencia ante los que estaban cerca, fueran cadáveres o no, porque lo que prevalecía era el instinto de sobrevivir, como única herencia filogenética. Los valores morales convencionales propiedad del hombre civilizado se olvidaban.

    Somos sujetos de necesidad, siendo nuestra finitud la de un cuerpo atravesado por la carencia o la falta. Este régimen antropológico derivado de nuestro estatuto corpóreo, forma parte de las evidencias primordiales de la especie, aunque el orden civilizador tienda a relegarlo a un segundo plano. En el Lager ocupa, por el contrario, el primer plano; hasta adueñarse de todo el espacio de la experiencia: desnudez, incluso del cráneo (rasurado), apenas disimulada por el uniforme a rayas (“registro físico” de la realidad somática: harapiento, manchado de sangre –de la propia y de la de los piojos aplastados- y otros fluidos corporales, con restos de comida y suciedad) y unos zuecos que torturan los pies y causan heridas siempre infectadas; suciedad, frío y fetidez; fatiga (estado permanente más que ocasional) y enfermedad (si la distinción sano/enfermo todavía resulta aplicable al cuerpo concentracionario); heces y orina, cuya presencia constante es la irrisión de pudor civilizado, sed (“Que importan los golpes y las torturas imaginables; lo esencial, beber”) y, sobre todo, el hambre, nunca satisfecha por las miserables raciones de un alimento sin apenas poder nutritivo. De hecho, ese inventario de la necesidad tiene en la experiencia del hambre su centro, vivido como vacío del cuerpo (jamás lleno, nunca satisfecho) o nihilismo somático; acaso la imagen mas emblemática del cuerpo sea la de una boca que saliva y mastica, como un reflejo pavloviano, en ausencia de alimento[…].

     En los campos, la necesidad vive en estado de permanente insatisfacción y deviene en absoluto. Hasta el punto de poderse hablar de una experiencia fragmentaria del cuerpo (o de un cuerpo metonímico); en función de la necesidad, en cada momento mas apremiante, del cuerpo no se experimenta tanto su unidad como la zona anatómica afectada (cuerpo-boca o cuerpo-estómago en el hambre, cuerpo-piel o cuerpo-pulmón en el frío…) generalizando así una vivencia que el mundo de “los vivos” sólo conoce en momentos de sufrimiento y enfermedad (Sucasas, op. cit. págs. 63 y 64).

    La anterior descripción no corresponde al concepto psicoanalítico de regresión por mucho que lo forcemos. Otros han enfatizado la omnipresencia del hambre como el fenómeno más invasivo del mundo perceptual del concentracionario. Por ejemplo:

    El Lager es hambre, nosotros mismos somos hambre, hambre viviente. (Levi, 1986, p. 54).

     Siempre temblaremos ante la idea de no ser sino tubos de sopa, algo que se llena de agua y que mea mucho (Antelme,1957, p. 99).

    Otro aspecto importante de la privación general sufrida era la incomunicación. Para la juventud adoctrinada por los nazis, es decir, para casi todos los que formaban las filas de los SS, la cultura superior era la alemana y quien no hablaba su idioma era inferior. Por ello no hacían el menor esfuerzo por comunicar sus órdenes de manera comprensible. Es más, se desarrolló una especie de variante dialectal que se convirtió en el idioma propio de los Lager. Ese lenguaje que Kemperer, filólogo judio alemán, bautizó como La Lingua Tertü Imperü. En ese idioma, como puede suponerse, habían impreso su huella las otras lenguas que allí se escuchaban. Los que hablaban alemán o yidish podían comprenderlo, pero los demás ni lo comprendían ni llegaban a contar con el tiempo suficiente para aprenderlo porque la rotación de presos solía ser rápida. Como se trataba de una versión siniestra de la Torre de Babel, el resultado era que pocos lo entendían. La consecuencia de esa incomunicación se hacía notar en hechos de poca importancia como las expresiones comunes e intrascendentes pero, también al no poder obedecer las órdenes dictadas en esa jerigonza pronunciada de modo imperativo, como si fuera una lengua-látigo.

      Entre los mismos concentracionarios, la comunicación estaba restringida por la apatía, el cansancio, la carencia de temas atractivos, la prohibición de hablar que los guardias imponían a quienes realizaban las monótonas labores, el deterioro psicológico general y la convivencia con personas cuya lengua materna resultaba ajena. Los musulmanes rara vez proferían palabra alguna. Huelga añadir que la incomunicación suele reflejarse en un deterioro de la capacidad mental.

    La muerte allí dejaba de tener el tono amenazante que solemos experimentar “los vivos” Si bien el instinto de conservación seguía ejerciendo tercamente su filogenética influencia y los concentracionarios luchaban por seguir viviendo, convivir a cada instante con ella la hacía un acompañante cotidiano que no inspiraba terror sino indiferencia. La muerte era:

    “[…] tan rutinaria que el espectáculo del moribundo (sumisamente entregado a su destino) o la presencia del cadáver apenas despiertan la atención de una mirada indiferente. Ignorando los fundamentos y leyes de esa sociedad, lo primero que se mostraba era un mundo furiosamente dispuesto contra los vivos, sereno e indiferente ante la muerte. Ya ni siquiera cabe afirmar que la muerte sea la antítesis de la vida, pues parece haberla penetrado en una macabra simbiosis, que difumina la frontera entre el vivo y el cadáver (Sucasas, op. cit. p.70).

     El individuo así degradado, perdida su identidad, incomunicado, sufriente crónico de hambre y de las intolerancias del clima, devenía en un haz de reacciones, en especial el terror, que lo convertía en materia maleable sujeta al capricho de sus captores.

     El SS es, en primer lugar una mirada, escudriñadora y depredadora. Que hace del campo su campo visual [….]. En el mundo no-concentracionario, la mirada humana, en virtud de su poder objetivante, ya es una modalidad del dominio: mirado, me convierto en objeto para el otro, mirándolo, él es objeto para mí. Ese nexo de dominación alcanza el paroxismo en la mirada del SS, pues la reciprocidad está absolutamente excluida (el fiel sabe que la divinidad lo escruta, pero ésta se sustrae, por su trascendencia, a la mirada humana; una mirada invisible, ese es el estatuto del Dios), y la disimetría irreversible entre el que mira y el mirado es infinita. Objetivación sin residuos en la que arraiga la ontología de lo inhumano.

     El SS es, en segundo término, una voz, la voz del amo. Su palabra ostenta el carácter de una exigencia u orden terminante, sin apenas función semántica: el único objetivo es -como ocurre con el animal amaestrado- desencadenar, unívoca e inmediatamente, una respuesta […].

     Esa doble caracterización del SS (mirada invisible y palabra conminatoria) tiene su correlato en una doble actitud del concentracionario, Si ser visto por cualquier mirada genera inquietud y activa el pudor, convertirse en el objeto de la mirada del amo acarrea un sentimiento de vergüenza que se adueña de toda la existencia: asco y odio hacia uno mismo […]. El concentracionario interioriza la mirada del SS, viéndose a si mismo como aquel lo ve (Sucacas, op. cit. págs. 66 y 67).

    Sólo nos queda, para terminar esta descripción, dedicar unos párrafos a ese personaje psicológicamente enigmático, pero bien significativo, que es el musulmán, razón del encabezado de este trabajo.

    Der Muselmann es la expresión con la cual se denominaron en el Lager a quienes habían abandonado toda esperanza y que, muy significativamente, habían sido abandonados por sus camaradas. Parecían no contar ya con una advertencia de su situación ni de su entorno. Eran, como insinuamos antes, una especie de cuerpo sin sujeto, unos muertos-vivos incapaces, al parecer, de distinguir entre el bien y el mal. 

    ¿Cómo se generó este infeliz personaje? Gracias a la destitución de su estatuto de persona; al miedo, el cansancio y, sobre todo, la desnutrición. Cuando ésta es avanzada, cuando se ha perdido más de la tercera parte del peso corporal, empieza a cambiar la expresión del rostro; la mirada se vuelve opaca y la faz adquiere una expresión de indiferencia y de tristeza. Los ojos aparentan estar cubiertos por un velo y las órbitas se hunden. La piel se descama, se decolora y se reseca; la temperatura corporal desciende. El que sufre de ese estado respira con menor frecuencia que la normal, camina y habla con lentitud, si es que tiene fuerzas para proferir palabras, cosa que resulta excepcional. Aparecen edemas en el cuerpo y, lo más dramático (como si lo expresado antes no lo fuera), es que se torna indiferente a cuanto ocurre a su alrededor y se margina de toda relación. Sobra decir que en tales condiciones, la víctima se vuelve muy susceptible a las enfermedades, en especial la disentería, que causó la muerte de muchos de ellos.

    El musulmán no le daba pena a ninguno, ni podía esperar contar con la simpatía de nadie. Los compañeros de prisión, que temían continuamente por su vida, ni siquiera le dedicaban una mirada. Para los detenidos que colaboraban los musulmanes eran fuente de rabia y preocupación, para las SS sólo inútil inmundicia. Unos y otros no pensaban más que en eliminarlos, cada uno a su manera ((Ryn y Klodzinsky, citado por Agamben, 2002, págs. 42, 43 y 44).

    Lo que causa asombro por su aparente incongruencia es la indiferencia de los otros prisioneros y que, en los testimonios de los SS, no se les mencionara, como si nunca hubieran existido. Ninguno parecía querer ver al musulmán.

    La actitud de encierro en sí mismo, mutismo e indiferencia al entorno llevó a Bruno Bettelheim (1943) a equipararlos con los niños autistas. Tal analogía, ingeniosa y aceptable en el plano descriptivo, es errónea porque se trata de fenómenos semiológicamente diferentes y cuya psicogénesis tiene fuentes bien distintas.

    El musulmán, muerto-vivo, zombie que respira y aterroriza, no sólo es un límite entre la vida y la muerte, sino entre el umbral entre lo humano y lo animal. Para los guardias es una monstruosa máquina biológica, privada de sensibilidad, de conciencia moral y de respuesta a los estímulos nerviosos más distintivos de la especie. Era, como resulta obvio, el seleccionado más frecuente para ir a las cámaras de gas porque no tardaba en dejar de tener utilidad. Existe el relato de un musulmán que, en su automático deambular, cayó encima de un SS; éste, con expresión de repugnancia (y seguramente temor), lo golpeó con su fuete provocando una emisión de heces negruzcas de disentérico; el asco se tornó en rabia incontrolable y empezó a darle de puntapiés hasta matarlo. Tal escena resulta elocuente testimonio del juego de emociones que se daban en los Lager.

    Visto desde otra perspectiva, y parafraseando a Levi, el musulmán es la consecuencia de un experimento en que la humanidad misma se pone en duda. Es la figura extrema de una categoría en la que no sólo pierden todo sentido conceptos como la dignidad y el respeto, sino incluso todo límite ético.

    El psicoanalista que intenta comprender lo que pudo haber ocurrido en el mundo intrapsíquico del concentracionario se encuentra en un dilema ya que sus conceptos, supuestamente de aplicación universal, parecen quedar cortos frente a la magnitud de los hechos. No es aconsejable caer en un pantano de analogías si se quiere preservar cierto rigor científico. No obstante, al carecer de la capacidad para inventar una nueva y más apropiada terminología y pese a tal autocrítica, no queda más remedio que apelar a los conceptos familiares intentando, eso sí, darles su justa aplicación y aclarando sus límites epistemológicos.

    Quienes intentaron acomodar en el lecho de Procusto de la nosología consagrada por la tradición lo que observaron en los entrevistados que salieron de los Lager, tuvieron que renunciar y crear una denominación nueva: el síndrome del sobreviviente. Los síntomas son ahora consensualmente aceptados: depresión reactiva crónica, apatía general que alterna con estallidos de rabia, sensación de vulnerabilidad, inseguridad, intensos e insidiosos sentimientos de culpa y graves consecuencias a largo plazo tales como masoquismo y trastornos psicosomáticos, pesadillas y síntomas de apariencia psicótica o verdaderas psicosis (Niederland, 1968). Los suicidios no son raros. Quizás los psicoanalistas deberíamos emularlos metafóricamente y crear términos que mejor se adapten a tan terrible e inédita experiencia.

    Para empezar a intentar corregir algunos reduccionismos conviene citar a Ornstein (1985) quien censura las “interpretaciones” que califican a los concentracionarios como inermes y pasivos, reducidos por los nazis a criaturas infantiles sometidas a intensas necesidades anaclíticas. Escribe el autor:

    Los sobrevivientes fueron pasivos e inermes sólo ante quienes los juzgaron en su conducta manifiesta y desde “cierta distancia”, es decir, desde la perspectiva del observador. Para poder sobrevivir físicamente, los prisioneros tenían que cumplir las órdenes sin protestar ni ofrecer resistencia; tal comportamiento tenía que ser pasivo en relación con los SS y sus supervisores judíos. Pero sobrevivir no es dable en un estado mental de pasividad. Sobrevivir exige una gran actividad y resistencia en todos los aspectos de la vida en el campo; no quedarse dormido mientras se permanece en linea y de pie durante horas, no sentarse cuando se está totalmente exhausto, no comerse un trozo de pan que ha de durar para todo el día. Todo eso requirió de un gran nivel de energía (p. 106).

     Aquel que se rendía era, casi invariablemente, exterminado.

     Freud mismo nos legó una explicación aplicable a tan extremas circunstancias cuando señaló que un organismo que vive en concordancia con el principio del placer debe de contar con recursos que le permitan alejarse de los estímulos nocivos externos a semejanza de lo que hace la represión con los estímulos internos displacenteros (Freud, 1911, p. 220)). El repudio de una realidad en extremo amenazante (como la visión de un espejismo por quien está a punto de morir de sed en el desierto) no puede considerarse como psicosis, como se han calificado equivocadamente aspectos del comportamiento de los concentracionarios. Es una reacción también extrema de adaptación del Yo reclamado por tan penosas circunstancias a recurrir a defensas que sólo empleamos excepcionalmente en condiciones normales. Casi sería dable imaginar que el Yo se contrae para preservar su integridad funcional ante la severidad de la situación que enfrenta.

    Por otra parte no debe desestimarse en hecho de que el concentracionario estaba sujeto a lo que, apropiadamente, se ha llamado una “situación extrema”cuya consecuencia era la desorganización del aparato psíquico.

    Lo anterior está vinculado con la memoria de los hechos, uno de los aspectos que más ha despertado interés en quienes han entrevistado a sobrevivientes. La situación traumática que vivieron no es, en modo alguno, equiparable a lo que sufre en condiciones habituales un ser humano. Tampoco se compara con el estrés postraumático que se observa en los combatientes en épocas de guerra o en los desastres naturales. El trauma es acumulativo y puede causar cambios permanentes en el aparato psíquico. La amenaza de aniquilamiento narcisista no sólo se debió a la carencia crónica de reforzamiento externo sino también a las alteraciones del Superyo producto del ataque masivo a la autoestima del preso en el Lager. Estos cambios determinaron la aparición de formas adaptativas de comportamiento que recuerdan, aunque no son lo mismo, manifestaciones regresivas o formas arcaicas de funcionamiento del Superyo y, en ocasiones, a graves perversiones del Yo Ideal. La autoimagen devaluada, promovida por los perseguidores, afectó notablemente a los concentracionarios y tendió a convertirse en una insidiosa constante de merma en la autoestima. Como ya se propuso antes, resulta irónico que tal comportamiento se debiera a una especie de identificación con el agresor. Es verdad que las terribles circunstancias forzaron al Yo a recurrir a formas de funcionamiento muy arcaicas. Si el bebé, en la concepción lacaniana, es el objeto del deseo de la madre y para devenir sujeto debe renunciar a tan primaria gratificación narcisista, en la sujeción extrema del concentracionario parecería que se invirtió el proceso, pero de manera perversa. Al perder su estatuto de sujeto, el preso se convierte en el objeto del deseo maligno del SS.

    De igual manera, como pudo comprobarse en las observaciones clínicas con algunos sobrevivientes, las alteraciones en el Yo muchas veces fueron irreversibles. Esto se demuestra, por ejemplo, en la incapacidad de recordar y relatar sus experiencias durante el confinamiento. Como se dijo antes, muchos sólo recordaban hechos intrascendentes o su descripción tenía una franca similitud a los recuerdos encubridores.

    La tendencia de la situación extrema de afectar la estructura psíquica permanentemente es resultado de la traumatización masiva y acumulativa. Por ello, las terribles circunstancias vividas en los campos de concentración, no son susceptibles de contarse de forma coherente y lógica sino que surgen como el relato fragmentario de una pesadilla y, a menudo, carecen del dramatismo que se esperaría que lo connotara. Lo que se ha observado recuerda más el estado en que la libido se retrotrae más al tipo de pensamiento primario que al secundario. Es decir, el proceso de elaboración resultó obliterado (Jucovy, 1992).

    El dolor psíquico intolerable puede definirse como la imposibilidad de representar y procesar afectos así como la dificultad y, en ocasiones, la imposibilidad de memorizar y mentalizar. Cuando el psiquismo tiene que contender con pérdidas de escala tan inmensa y catastrófica, la capacidad de simbolizar la pérdida deja de existir (Lebe, 2000). La Dra. Zapata (2005) ha insistido en que esto denota la no representación de la experiencia concentracionaria.

    Debemos precisar que entendemos como presentación al impacto perceptual y la advertencia del mundo material por los órganos de los sentidos. Los traumas masivos, sobre todo, si son persistentes, suelen preservarse como presentaciones y no dejan la impresión de ser procesados como realidad psíquica. Para devenir representación es precisa la ausencia, como ocurre en las huellas mnémicas y en la formación de símbolos. En la presentación no hay ausencia sino presencia de objetos Los recuerdos que son apabullantes por traumáticos permanecen en la mente como presentaciones no procesadas, carentes de significado o conexión con la historia individual del sujeto (Scharff, 1998).

    El sobreviviente es incapaz de elaborar su experiencia y, por ende, no la integra como proceso secundario. En su lugar se crea un “agujero negro” (que se trasmite a los hijos). En el núcleo de tal vacío se halla la destrucción de una madre simbólica que es la responsable de la incapacidad de representar el trauma masivo (Auerhahn, 1998). A semejanza del duelo patológico, en el cual la libido se retrotrae, el gigantesco trauma permanece en el interior del Yo como si fuera un cuerpo extraño que vincula a la libido y, en consecuencia, ésta no queda disponible para que el sobreviviente pueda vincularse empáticamente con las experiencias vitales de su progenie.

    Durante la situación traumática se da una escisión en el Yo para evitar su completa fragmentación, y si bien una parte registra lo que está ocurriendo, otra permanece aislada en un esfuerzo por preservar la conexión con la vida; no raramente ésta se vincula con recuerdos e ideologías en un desesperado intento del Yo de obtener alguna significación. Por ello, al colectar relatos de sobrevivientes, sus recuerdos surgen teñidos de experiencias personales previas, a veces idealizadas, que delatan el intento de retornar a tal pantalla protectora. (Auerhahn, op. cit., 361).

    Quienes han escrito sobre sus experiencias en los Lager confirman lo anterior en términos no psicoanalíticos. Por ejemplo

    Trato de examinar aquí los recuerdos de experiencias límite, de ultrajes sufridos o infligidos. En este caso entran en acción todos o casi todos los factores que pueden obliterar o deformar las huellas mnémicas: el recuerdo de un trauma, padecido o infligido, es en sí mismo traumático porque recordarlo duele o, al menos molesta; quien ha sido herido tiende a rechazar el recuerdo para no renovar el dolor (Levi, 2001, p. 22)

    La explicación que encontramos reduccionista en extremo y conceptualmente inapropiada es la que se refiere a la conducta casi vegetativa de los concentracionarios. Varios autores han apelado al término regresión. Concordaríamos si no se refiriera al recorrido en reversa de la libido hacia las zonas del desarrollo descritas por Freud. En cambio, resulta más aclaratorio, si nos referimos a la constitución del estatuto de sujeto. El empleo habitual del término regresión, sea transitoria o duradera, como parte de una neurosis o de una psicosis, implica la acción de un proceso defensivo para atrincherar la libido en un estadío anterior mas seguro y placentero. El concentracionario que sufre de hambre crónica no ha regresado oralmente sino que sufre el displacer invasivo de una necesidad imperativa. Los infelices presos que vivían en un ámbito de suciedad y de excrementos, o que estaban afectados por la disentería, no experimentaban tal situación como una fuente de gratificación regresiva anal (Bluhm, 1948). En realidad tan repugnante ambiente era sufrido por los concentracionarios como un tipo de violencia humillante y casi intolerable.

    Si queremos darle una explicación psicoanalítica a la sed y al hambre crónicas e intensas que sufrieron los concentracionarios hemos de apelar a otros elementos de la teoría. En un inicio, como nos enseñó Freud, el Yo es el corporal; al ir apareciendo otras funciones, en especial las más diferenciadas (como el pensamiento abstracto y todas las que son resultado de la sublimación), el Yo tiene que retirar la investidura de catexia del cuerpo, al menos parcialmente. Cuando sufrimos del displacer del hambre, de sed o algún dolor corporal la catexia vuelve a su investidura original, también temporalmente. Este retiro, en su manifestación mas evidente, la perceptual, afecta nada mas a los elementos conscientes porque, para lo inconsciente, los órganos y los revestimientos corporales siempre se hallan presentes. En una síntesis exagerada de este proceso podríamos decir que, para ser sujetos, debemos de dejar de ser cuerpos.

    En el caso del concentracionario que vive en carencia crónica e invasiva, a semejanza de lo que le ocurre a quien experimenta un dolor intenso (como un cólico vesicular o una obstrucción intestinal), el órgano afectado queda sobreinvestido de catexia a expensas de las otras funciones del Yo: en el caso del concentracionario de manera duradera, en el del que tiene dolor, solamente temporal. Empleando la exagerada metáfora anterior podríamos decir que dejan de ser sujeto para volver a ser cuerpo.

    Podemos inferir, a partir del relato de Jorge Semprun que, a pesar del esfuerzo del sobreviviente por integrarse a la vida normal, después de haber pasado por experiencias a tal punto extremas, el impulso tanático se ha arraigado en la misma identidad del Yo. De allí, probablemente, la angustiante sensación, a modo de certeza, de que la vida en el campo de concentración, constantemente acompañada por la muerte, fuera más verdadera que el “sueño” de la vida después del campo. Joseph Bialot (2000) parece confirmarlo al hacer notar que, por debajo de la semblanza de normalidad en la vida diaria, el sobreviviente es como un muerto, tal como un “diente muerto”que se parece superficialmente a los otros pero que ha cambiado fundamentalmente por dentro.

    Un tema que tenemos que someter a un escrutinio fuente de controversia es el sentimiento de culpabilidad al que se han referido casi todos cuantos han estudiado a sobrevivientes del Holocausto. En su acepción psicoanalítica más estricta, tal sentimiento tiene su origen en representaciones inconscientes que el Superyo rechaza. Cierto es que algunos, los miembros de los sonderkommandos por ejemplo, tenían motivos más que suficientes para sentirlo; aunque, en verdad, estaban obligados a cumplir tal función a riesgo de su propia vida. Muchos se culpaban de no haberse rebelado (cosa casi imposible) o de no haber huido a tiempo. Pero debe saberse que abandonar la Patria, el lugar donde se había nacido y donde se hallaban sepultados los ancestros, no era opción fácil de considerar. Para hacerlo se necesitaba dinero y contactos-puente en el lugar elegido, cosa que pocos tenían y las visas eran escasas. Loa judios alemanes estaban muy integrados al país y creyeron que el antisemitismo sería pasajero a pesar de la desposesión de su cuidadanía, algunas agresiones y encarcelamientos y a la presagiante Kristallnicht. . Los judíos polacos, casi tres millones, fueron casi totalmente exterminados porque, si bien la larga experiencias con los pogromos debe haberlos advertido del peligro, la rapidez de la ocupación militar los dejó confinados a sus fronteras. Los demás, los habitantes de otros países ocupados por los alemanes, como Francia y Holanda, fueron casi todos deportados a los Lager muy lejos de sus hogares.

    Pero la culpa estaba adormecida porque el imperativo de sobrevivir prevalecía sobre cualquier consideración moral.

    Habíamos estado viviendo durante meses y años de aquella manera animal, no por propia voluntad, ni por indolencia ni por nuestra culpa; nuestros días habían estado llenos, de la mañana a la noche, por el hambre, el cansancio, el miedo y el frío, y el espacio de reflexión, de raciocinio y de sentimientos, había sido anulado. Habíamos soportado la suciedad, la promiscuidad y la desposesión sufriendo mucho menos de lo que habríamos sufrido en una situación normal, porque nuestro parámetro moral había cambiado. Además, todos habíamos robado en las cocinas, en el campo, en la fábrica, en resumidas cuentas a “los otros”, a la parte contraria, pero habíamos hurtado; algunos (pocos) habían llegado incluso a robarle el pan a su propio amigo. Nos habíamos olvidado no sólo de nuestro país y de nuestra cultura sino también de nuestra propia familia, del pasado, del futuro que habíamos esperado, porque, como los animales, estábamos reducidos al momento presente (Levi, op cit págs. 71 y 72).

     Quizá la frase que lo resume todo y que exonera del sentimiento de culpa, fue la proferida por una médica que, en realidad, resultó muy generosa:

    ¿Como he podido sobrevivir en Auschwitz? Mi norma es que en primer lugar, en segundo y en tercero estoy yo. Y luego nadie más. Luego otra vez yo, y luego todos los demás (Ibid, p. 73).

    Muchos sobrevivientes han negado sentir culpa. Porque aseguran que no tenían alternativa y que todo valor ético quedó opacado por la necesidad. En cambio, muchos confiesan sentir vergüenza de haber sido apresados y recuerdan sentirla agudamente en el momento de su liberación. Levi rememora la llegada de las avanzadas rusas que fueron los primeros en contemplar aquel amontonamiento de cadáveres y moribundos que eran los restos del Lager abandonado a toda prisa por los alemanes (pese a la intención de borrar toda huella de la atrocidad, el avance impetuoso de los aliados impidió que se eliminara la totalidad):

    No nos saludaban, no sonreían, parecían oprimidos, más que por la compasión, por una timidez confusa que les sellaba la boca y les clavaba la mirada sobre aquel espectáculo funesto. Era la misma vergüenza que conocíamos tan bien, la que nos invadía después de las selecciones, y cada vez que teníamos que asistir o soportar un ultraje (op cit p. 67).

    El sentimiento de culpabilidad y el de vergüenza suelen emplearse como sinónimos. Pero no son lo mismo. Si hemos de ser rigoristas debemos reservar el primero a una experiencia intrapsíquica, tanto más intensa cuanto más punitivo sea el Superyo con las representaciones inconscientes que lo causan. Cuanto más evolucionado culturalmente sea el individuo, mayor propensión tendrá para sufrir sentimientos de culpa porque habrá introyectado más rigurosamente las normas éticas que privan en su medio. El sentimiento de culpa corroe en la soledad.

    La vergüenza, en cambio, se experimenta frente a los otros y, si bien en su génesis es tan intrapsíquica como la culpa, cumple una función interrelacional. Tiende a observarse más en personas que viven en comunidades menos desarrolladas, donde la dependencia de la familia extendida prevalece y donde la sobrevivencia está más ligada a la pertenencia a un ambiente social mas inmediato. Uno se enrojece cuanto es sorprendido en una falta, cuando se siente desnudado frente a otros. La vergüenza, en contraposición a la culpa, se experimenta en compañía. Está vinculada al temor de perder la aprobación de los demás y, en consecuencia, siendo intrapsíquica, pareceria serlo en menor medida que la solitaria culpa. La vergüenza demanda alejarse de los semejantes que puedan ser testigos de la falta como lo demostraron algunos sobrevivientes.

    Tal vez, para ser justos y dejar zanjada tal diferendo, debemos conceder que ambos sentimientos hicieron presa de los concentracionarios.

    En el trasfondo de la psicogénesis del sentimiento de culpa yace el terror de perder la protección materna, fuente original e indispensable de la vida. Apelaremos adelante a este concepto que, como debería ser obvio, es el instrumento fundamental que se usa en la enseñanza de lo humano, el cincel que permite hacer sujetos. Los otros modeladores del comportamiento son sucedáneos de la madre cualesquiera que sea su ropaje.

    Sólo resta volver al musulmán e intentar darle explicación al temor que infunde y que forzó a que negaran su existencia sus captores y evitaran verlo sus camaradas de desgracia.

    ¿Por qué esta urgencia de hacerlo invisible cuando su presencia debe haber sido tan conspicua? Como sinónimo para designarlo se le llama “el que ha visto a la Gorgona”. Pero, psicoanalíticamente, ¿qué significa esto? La Gorgona era una de tres hermanas mitológicas (seguramente se referían a la Medusa), con serpientes en lugar de cabello, que convierte en piedra, es decir, en no-vivo, a quien la mira. Ya hemos dicho lo obvio al referirnos al sentimiento de culpa: la madre es la fuente primigenia y protectora de la vida. Entonces la Gorgona debe ser la anti-madre o, tal vez más apropiadamente, la madre maligna, la que mata. Es bien posible que, en la incapacidad de representarnos la propia muerte, lo que más se le asemeje sea la pérdida de la madre en su aspecto mas primordial y más profundo, su representación introyectada (y no sólo en lo simbólico como pretender algunos sino en lo afectivo mucho más ligado a la filo y ontogénesis). Ya mencionamos que el sentimiento de culpa tiene allí su origen. El musulmán, ese semimuerto, ha sido maldecido, su madre interna ha sido en parte delegada al SS; éste ocupa ahora el lugar todopoderoso que, por urgencias biológicas, le perteneció a la madre.al debutar la vida. La mirada de la madre va esculpiendo la imagen del bebé, dada la inermidad y casi total dependencia de éste. En el Lager la posición del sometido es, también, de una dependencia extrema. Por eso allí, como en el principio del desarrollo humano, la mirada del todopoderoso SS también tiene la capacidad de ir deformando la autoimagen del infeliz preso. Este ya no es el objeto del deseo amoroso que otorga el placer más básico y esencial para la vida, sino el objeto de un deseo maligno, perverso, que exige la muerte. El musulmán testimonia el proceso de cumplimiento de ese deseo. Por eso se le intenta ignorar, pues amenaza con invocar el polo maligno de la imagen ambivalente de la madre que todos llevamos dentro. Verlo supone el peligro de contagiarse de la maldición. Por eso resultaba tan urgente eliminarlo, en la realidad o en el campo perceptual.

    En el documento cinematográfico que recabaron los británicos para dar testimonio del Holocausto, de lo que los judíos llamaron la Shoá y que muchos hemos podido ver, aparece, en primer plano, el cúmulo de cadáveres casi desposeídos totalmente de masa muscular pero, otra vez, los pocos musulmanes sobrevivientes apenas son objeto de una toma fugaz. También a esos soldados, endurecidos quizá por la guerra, les fue imperativo verlos, con el ojo de la cámara, lo menos posible.

    Por las razones éticas más fundamentales que sirven de argamasa a la urdimbre social, no debemos permitir que tales imágenes se borren ni que llegue a olvidarse lo que sabemos del Holocausto. Los humanos tenemos el deber de mantener un permanente estado de alerta y cobrar conciencia del disgusto, casi ontológico, que produce el advertir que, en condiciones apropiadas, la mayor parte de nosotros somos potencialmente capaces de tan inconmensurable atrocidad.

    Referencias

    Agamben, G. (2002) Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III. Pre-Textos, Valencia.

    Antelme, R. (2001) La especie humana. Arena Libros, Madrid.

    Arendt, H. (1987) Los orígenes del totalitarismo. Alianza, Madrid.

    Auerhahn, N.C. y Lave, D. (1998) The primal scene of atrocity. Psychoanal. Psychol., 15: 360-377.

     Bettelheim, B. (1943) Individual and mass behavior in extreme situations. J. Abnormal & Social Psychol., 38: 417-452

     Bialot, J. (2000) C’est en hauver que les jours rallogent. Seuil, París.

     Bluhm, H. O. (1948) How did they survive?. Amer. J. Psychother., 2: 3-32.

    Freud, S. (1911) Formulations on the two principles of mental functioning. S. E., l2: 218-226.

    Grubrich-Simitis, I. (1981) Extreme traumatization as cumulative trauma. Psychoanal. Study Child., 36: 415-450.

    Jucovy, M.E. (1992) Psychoanalytic contributions to Holocaust studies. Int. J. Psycho-Anal., 73: 267-282.

    Lebe, D:M: rep. (2000) Holocaust: affect and memory.Int. J. Psycho-Anal., 81: 145-148.

     Levi, P. (1986) If this is a man. Remembering Auschwitz. Summit Books, Nueva York.

    ______ (2001) Los hundidos y los salvados. Muchnik, Barcelona.

    Niederland, H. (1968) The problem of the survivor. En: Massive Psychic Trauma. Ed. H. Krystal, Int. Univ. Press, Nueva York.

    Ornstein, A. (1985) Survival and recovery.Psychoanal. Inq., 5: 99-130.

    Reyes Mate, ed. (2000) La filosofía después del Holocausto. Riopiedras, Barcelona.

    Scharff, D. F. Rep. (1998) The Holocaust.Int. J. Psycho-Anal., 79: 376-379

     Semprun, J. (2002) La escritura o la vida. TusQueto, Barcelona.

     Zapata T., M. (2005) Comunicación personal.

  • Sade: un individuo sin identidad perfecta

    Sade: un individuo sin identidad perfecta

     Julio Ortega Bobadilla

    La primera ley que encuentro escrita en el fondo de mi alma no es amar, mucho menos socorrer a los pretendidos hermanos sino hacerlos servir a mis pasiones.

    Marqués de Sade

    Cuenta uno de sus biógrafos[2] que el día 14 de julio de 1789, durante la toma de la Bastilla, el divino marqués agarró un largo tubo de hojalata terminado en embudo que usaba para tirarse agua en su celda y lo utilizó como amplificador de sonido para dirigirse a la multitud sublevada en nombre de los principios de la libertad, fraternidad e igualdad, desde su cautiverio profería insultos al gobernador y voces a favor de la rebelión.

    La imagen, real o imaginaria, no es una excentricidad imposible de concebir. Había pasado largo tiempo en cautiverio en diferentes cárceles a causa de los escándalos producidos por sus excesos y deseaba salir a cualquier costo, aún abjurando de su moral aristócrata que le situaba por encima del populacho. Es difícil imaginarse a Sade como un revolucionario, su juventud no preludia para nada este papel y no puede considerarse que fue ninguna clase de rebelde sino un hombre que aprovechó al máximo sus privilegios asegurados por “su rango y la fortuna de su mujer”[3].

    En esa escena y las que siguieron a su liberación, se posesionó del papel de revolucionario y el resultado fue que llegó a ocupar durante ese período el cargo de jefe de sección, juez y presidente de tribunal, convirtiéndose en ese momento, aunque por breve tiempo, en el ciudadano Donatien Sade. Sin embargo, para la república, su identidad constituyó un enigma desde el estatuto mismo de su situación legal, pues su partida de nacimiento, su certificado de residencia, sus papeles como ciudadano y finalmente los vales o solicitudes firmadas por él, nunca ostentaron el mismo nombre. Esto obligó a que la Oficina de Revisión creada por el Directorio dictara un informe en el que observaba: “tan grande disparidad no puede aclararse demasiado, y da lugar a que el individuo no tenga identidad perfecta y que se resuelva la supresión del nombre de un individuo en actas justificativas libradas a otro”.

    Y es precisamente, esta identidad no clara –más que indelineada, disfrazada– la que nos aparece en su obra, y que desconcierta al lector ingenuo, por la fuerza de las escenas eróticas y la violencia descarnada de sus letras. Al hombre “normal” asustarán mucho los cadáveres sangrientos, las copas tintas de vino combinado con sangre, las torturas inauditas. El lector con prejuicios siempre lo verá como un monstruo que propone una sociedad sin ataduras morales. Pero todo esto, es parte de una maqueta que revela un pensamiento puro como lo han revelado los brillantes estudios de Maurice Blanchot[4] y Bataille.

    Esta confusión deliberada a la que inducen sus letras, dará lugar a cantidad de lecturas encontradas y juicios disímiles: precursor de Freud (afirmación estúpida a decir de Lacan), poeta revolucionario, primer catalogador de perversiones sexuales, ateo irredento, terrorista provocador, humorista sardónico, moralista extremo, etc.

    Con el divino marqués, nos encontramos en una situación parecida a la de Nietzsche, su obra es difícil de inventariar y de interpretar, dando lugar a más de una confusión. Un agravante de la obra de Sade que hace más compleja su interpretación, lo constituye el hecho de que es un autor construido a posteriori, su obra no fue publicada en su tiempo como correspondía, fue escasamente conocida e incluso estuvo prohibida hasta entrado el siglo XX, la publicación de su obra completa promovida por J. J. Pauvert, no apareció sino hasta principios de los años 60’s (1960 – 1962) e incluso su biografía realmente detallada realizada por su mismo editor es bastante tardía: 1986.

    Así, su obra permaneció casi inexplorada para algunos de los grandes especialistas como Havelock Ellis y Freud que utilizaron el término sadismo acuñado por el Diccionario Universal de Boiste, publicado en 1834, como sinónimo de una expresión instintiva patológica. Durante mucho tiempo se reconoció la perversión más que prestar atención al literato o filósofo Sade, conocimos al hombre mucho después de la herida que infringió en la moral de su tiempo. De hecho, no sé de ninguna Facultad de Filosofía que ofrezca un curso sobre su pensamiento riguroso, quizá porque se sigue corriendo el equívoco de una identidad entre sus escritos y sus prácticas perversas.

    Los surrealistas primero y luego los existencialistas, redescubrieron sus escritos para crearle la fama de autor que ahora tiene, antes de eso, sus letras nos fueron más que rollos de papel sin destinatario, “sobre los que al infinito durante sus jornadas de prisión desarrollaba sus fantasmas” (Foucault[5] dix it). No sabemos si deseó ser un escritor exitoso, lo más probable es que no, sino que sus trabajos fueron una forma de escapar a la locura del encierro, un juego imaginario que le permitió fugarse a otros mundos y jugar a ser Dios, víctima y verdugo en el pequeño espacio de su celda. Al confeccionar sus escritos, tuvo incluso que afrontar problemas tan básicos como obtener papel. Para escribir las 120 jornadas de Sodoma y Gomorra, el marqués pegó hojas de doce centímetros de ancho, unas a otras, para confeccionar un rollo y cubrió una de las caras con microscópica escritura con veinte veladas que se extendían desde las siete a las diez en su cuarto de la Bastilla con una regularidad perfecta; luego hizo lo mismo con la otra cara y terminó con todo el 28 de noviembre de 1785[6].

    Es de importancia recalcar el hecho, de que, la mayor parte de las escenas consignadas en las obras de Sade son fruto del prodigio de la imaginación. Sus excesos –los hay en su vida, pero los verdaderos crímenes por los que va dar a Vincennes y luego a la Bastilla, son el haber huido con su cuñada y el elegir muy mal a su suegra– en su existencia son muy menores, a comparación de las orgías y actos violentos que imaginó. Barthes ha dicho de este contemporáneo de Mozart, que puso en su vida un poco de su obra y no lo contrario. Un hecho que soporta esta afirmación y refuta la concepción absurda de quienes le ven como la encarnación misma de la maldad, es que fue nuevamente encarcelado en el período revolucionario, esta vez, acusado de moderado. Sade se opuso a la carnicería de la guillotina y su discrepancia no fue tolerada por jacobinos más radicales.

    ¿Cuál es el mérito de Sade? y ¿Qué es lo que caracteriza su obra?

    La fascinación que causa la sexualidad desbordada en sus escritos es un laberinto sin fondo, una fortaleza como las de Piranesi, en las que uno puede perderse por caminos imaginarios sin retorno. Lo sexual en el marqués, impacta y engaña. Sade no inventó el libertinaje sexual y el tema de la vida erótica había sido tratado de diferentes maneras por la ciencia y la literatura.

    El redescubrimiento del cuerpo en el Renacimiento fue producto de los estudios anatomofisiológicos que habían permanecido prohibidos durante la Edad Media, y cuya consecuencia rara, fue la conservación del prejuicio de una equivalencia anatómica y funcional entre los sexos. Entonces, el hombre volvió a mirarse a sí mismo y a su cuerpo desnudo, y esta visión reaparece en el arte mitológico, naturalista y hasta religioso, trayendo consigo una disminución general de la culpa sexual y la abolición del principio de intangibilidad del cuerpo humano.

    Este desplazamiento trajo consigo cambios subjetivos importantes que son notables en el siglo XVII y sobretodo en el XVIII. La sexualidad en estos siglos toma un vuelo en la conciencia general. Tirso de Molina publica en 1630, El burlador de Sevilla en el que el tema de la hipersexualidad del protagonista es central y que ha tenido como modelo a un personaje real, un rico burgués de Sevilla de nombre Miguel de Mañara[7]. También en este siglo vemos aparecer las Memorias de Casanova[8], que muestran a un hombre consagrado a la sensualidad y a la seducción de las mujeres, no sin guardar las buenas maneras del hombre educado y el caballero.

    Rousseau[9] predicó el amor libre más allá del matrimonio, puesto que dicho contrato no corresponde a ninguna ley moral y el derecho social hace entrar por esa vía al dinero que destruye al amor. Aunque, él mismo abandona a sus cinco hijos en hospicios como era la costumbre de la época, sin importarle el futuro de sus vástagos.

    En Francia, durante el siglo XVI, Enrique III no disimulaba su homosexualidad, cosía y bordaba, además de disfrazarse como mujer y reclutar a sus amantes en bailes, en un afán identificatorio con su ex – esposa María de Clèves. Para el siglo XVII, la prostitución y las perversiones son por demás comunes. En Londres había unas 50,000 prostitutas y 13,000 en París y se cultivaba el gusto especial por encontrar a muchachas vírgenes.

    No faltan conductas libertinas en el período de la Ilustración y cualquiera podría estar tentado a jugarse por la hipótesis de no represión sexual que Foucault nos propone en sus estudios sobre la sexualidad.

    El marqués de Sade, dedica su genio a plasmar con la libertad de su imaginación no presa como su cuerpo, sus fantasías, haciendo un recuento riguroso, consistente, y hasta mecánico de las contingencias sexuales. Sontag[10] ha dicho que la bravura de Sade estriba en ilustrar –más que el libertinaje sexual– la crueldad del corazón. Pero, su obra es más que literaria, en sentido estricto, filosófica y así lo puede demostrar una sola obra, el Diálogo entre el sacerdote y el moribundo. Plantea problemas del orden de sopesar los límites entre la fe y la razón, intenta subvertir la ética cristiana, pero la verdadera importancia de sus conceptos radica en que constituyen una crítica intransigente a la razón práctica kantiana. No en balde, primero Adorno y Horkheimer en su Dialéctica del Iluminismo[11] (“Sade erigió un precoz monumento a la planificación del orden monopólico”), y veinte años después Lacan (quien con cierto descaro se adjudica la primacía en el descubrimiento de una continuidad entre Kant y Sade. Uno se pregunta: ¿Se equivoca, miente o no parecía conocer el escrito de los filósofos alemanes?), han visto en su literatura una continuación de los planteos de la Ilustración que pondrán en el lugar de la verdad al discurso científico, hay una continuidad no evidente, pero el rigor moral de Kant está ligado a la voluntad de goce en Sade, como si la ilustración misma llevara a una época de sadismo, aunque quizá esto no sea lo más importante. Según Lacan[12], lo que denuncian los hechos “inmorales” de las obras de Sade, es que el mal radica en la pureza de la ley (hay una equivalencia, en este sentido, entre ley y crimen), que aparece como impuesta desde un más allá de apariencia neutral, pero que en su esencia ejerce una violencia contra el placer y la comodidad del sujeto. Juliette por su parte, practica una autodisciplina del delincuente en acuerdo con los principios más severos sobre la virtud, que Kant nos refiere en sus exposiciones sobre la metafísica de la costumbres. Las riendas de sus proyectos están gobernadas por el dominio de sí, sus inclinaciones y sentimientos (el asesino debe tener una máxima tranquilidad), se trata de alcanzar un objetivo simple reconocer al otro sólo como materia maleable, no cómo prójimo. Juliette tiene a la ciencia por credo, le repugna toda racionalidad que no pueda ser probada. En este sentido, predica la soledad absoluta en la que lo único que cuenta es la obtención del propio placer. La voluptuosidad de Sade implica también –Bataille[13] lo ha entrevisto lúcidamente– una política del exceso (parecería la única política en nuestro México de hoy) en que la desventura del otro, la traición y el asesinato son una forma de erotismo que desemboca en el aislamiento moral. Quien admite el valor del prójimo se limita moralmente, la solidaridad con el hombre impide tener una actitud soberana, y la mayor soberanía es la embriaguez que conduce a un dolor sin medida que puede destruir todo, hasta el verdugo mismo.

    Simón de Beauvior[14] ha hecho notar, cómo Sade pone en escena a sus personajes con un cuidado estético que agota las posibilidades anatómicas del cuerpo humano. Sin embargo, las orgías parecieran atemporales, como sucediendo en ningún espacio y poniendo en juego más a maniquís que a personas vivientes. En ese escenario, lo que se pierde es humanidad y las figuras aparecen como consecuencia de actos previos y reducidos al papel de marionetas en un teatro que parece un dispositivo mecánico:

    Las víctimas parecen inmovilizadas en su abyección lacrimosa, los verdugos en su frenesí. Sade se sueña complacientemente en sus personajes sin infundirles su humana densidad. No conocen el arrepentimiento y apenas la saciedad; ignoran la repugnancia, matan con indiferencia, se constituyen en encarnaciones abstractas del mal. Pero el erotismo pierde su carácter impar cuando no se eleva sobre un cimiento humano, social o familiar. Deja de ser conflicto, revelación y experiencia privilegiada[15].

    Su literatura es un experimento que intenta suscitar la excitación y la repulsión del lector. Juliette aconseja a su compañera de desenfreno Clairwill, la cual quiere cometer un crimen que perdure más allá de su propia vida: “Entonces prueba con el crimen intelectual y ¡escribe!” El acto más terrible cometido por Sade es la erección de sus letras, ellas son el crimen espantoso que le ha hecho pervivir a través del tiempo y le ha otorgado el enojo de las buenas conciencias.

    La voluntad de goce de Sade se concentra en mancillar símbolos sagrados, aquellos que tienen que ver con la nobleza, la religión y la justicia. La trasgresión de los límites del erotismo y de todos aquellos que impone la vida misma, parecen ser el objetivo de sus letras. Pero el gran tema de la obra de Sade es la soledad, el hombre y su orfandad ante la vida, el pavoroso desamparo que nos persigue contra las apariencias de la vida social y que sólo puede percibirse físicamente con luminosidad, contemplando el cielo estrellado en una noche clara de invierno. Constante[16] ha hecho notar cómo, a los momentos más apasionados del encuentro amoroso entre los personajes sadianos, a la confusión de sus identidades y al arrastre de un cuerpo hacia otro, sigue el abismo de la extrañeza recíproca. En lo más profundo del cuerpo, en el punto dónde la carne desfallece, no hay espejo que tienda con precisión su reflejo a uno y otro de los miembros de la pareja, las emociones se confunden pero en el espacio de los dos espejos encontrados lo que aparece es el vacío al infinito, la falta de complementariedad que evocaba Platón en el mito del Andrógino. La desnudez no acerca al otro, consagra la separación, la discontinuidad de la existencia es inevitable, la emoción del sexo es una abertura a lo desconocido de nosotros mismos.

    En este contexto, llama poderosamente esa suerte de desafío obstinado, que hace que Dios esté presente en casi todas sus obras, como si fuese un padre al que hay que desafiar para que exprese un mínimo sentimiento de amor (hacia las víctimas) o de odio (hacia los verdugos), pero éste permanece mudo dejando en abandonados a su suerte a los actores de la profanación.

    Es difícil encontrar una obra en la que se concentre tanto deleite en el sacrilegio, pero también tanto deseo y resentimiento hacia Dios, como Cristo (es Buñuel quien los acercó en L’Age d’Or, 1930), Sade se lamenta amargamente: “¡Padre! ¿Por qué me has abandonado?”

    Sabemos que leyó a Spinoza meticulosamente y conocía sus tesis, lo suficiente para saber que Dios no tendría que responder pues ha despachado al hombre a su libre albedrío. Sin embargo, a pesar de que reniega una y otra vez, se carcajea y caga sobre ese juez supremo, insiste con desesperación en llamarlo, cómo si no le admitiese mudo o no le creyese ausente. Sade, en este sentido, es un religioso negativo en espera de una mínima señal, de un guiño que le diga que no está solo. En las letras del marqués hay más coraje que desesperanza, la rabia se mantiene cuando todavía hay ilusión.

    ¿Hay cercanía entre Sade, Burroughs y Bukowski? Entre el marqués y estos escritores[17], están las dos guerras mundiales y horrores inimaginables que niegan enfáticamente la existencia de un Dios (al menos, de bondad). Él adelantó un pequeño esbozo de los tiempos que estaba por vivir el hombre, y en ese sentido, es nuestro contemporáneo, aunque no pudo prever del todo, que la realidad política y social ha resultado más brutal que cualquiera de sus invenciones.

    El cine lo ha tratado con negligencia y desgano. Excepto por una magnífica película de Peter Brook (1966) adaptación de la obra de Peter Weiss: “La persecución y el asesinato de Marat, representados por los locos del manicomio de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade”, nada más parece valer la pena. Inclusive, Klaus Kinski naufraga al tratar de personificar al marqués, en una adaptación fallida de Justine. Hay que evitar, expresamente, la película que Philip Kaufman filmó con un Geoffrey Rush histérico y completamente fuera de papel (Quills, 2000).

    Puede llamar la atención su última voluntad, en el momento de su muerte, el marqués de Sade manifestó su aspiración de ser enterrado en una tumba sin nombre que fuese borrada por el follaje del bosque, para escapar de la memoria de los hombres. Creo que este gesto poético es coherente con su obra, siempre odió las instituciones, quiso disolverse, no pensó jamás ser un escritor de culto, un ídolo para los estudiantes de letras –el “santo” Rimbaud y también Kafka intentaron borrarse– o un atractivo turístico en el cementerio. No lo logró, por eso lo recordamos, celebramos su nacimiento y su muerte en el calendario con la misma devoción que otras fechas conmemorativas como el día del maestro, del psicólogo y del bombero.

    [1] Sade Marqués de. Historia de Julieta. Juan Pablos Editor. México 1980. P. 162.

    [2] Lenning Walter. El marqués de Sade. Plaza y Janés Editores. Barcelona 1989. P. 101.

    [3] De Beauvior Simone. El marqués de Sade. Ed. Leviatán. Buenos Aires 1985. P 15.

    [4] Blanchot M. Lautreamont et Sade. Ed. Minuit. París 1949.

    [5] Foucault Michel. ¿Qué es un autor? Obras esenciales Vol. I. Ed. Paidós. Barcelona 1999.P. 334.

    [6] Jean, Raymond. Un retrato del marqués de Sade. Gedisa. España 1990.

    [7] Morali-Daninos, André. Historia de las relaciones sexuales. Publicaciones Cruz. 1992. P. 37

    [8] Casanova, Giaccomo. Memoires. http://promo.net/cgi-promo/pg/cat.cgi

    [9] Morali-Daninos, André. Historia de las relaciones sexuales. Op. Cit. P. 38.

    [10] Sontag Susan. Marat/Sade/Artaud. En: Contra la interpretación. Ed. Seix Barral. Barcelona 1969. P. 202.

    [11] Horkheimer Max y Adorno Theodor. Excursus II: Juliette o iluminismo y moral. En: Dialéctica del Iluminismo. Editorial Sudamericana. México 1977.

    [12]Lacan Jacques. « Kant con Sade ». Escritos 2. Ed. Siglo XXI. México 1988. (“Aquí Sade es el paso inaugural de una subversión de la cual por picante que la cosa parezca ante la consideración de la frialdad del hombre, Kant es el punto de viraje, y nunca detectado, que sepamos, como tal”. P. 744)

    [13] Bataille Georges. «El hombre soberano de Sade». En: Estudios sobre el erotismo. Ed. Tusquets. Barcelona 1988.

    [14] Beauvior, Simone de. El marqués de Sade

    [15] Ibíd. P. 71.

    [16] Constante Alberto. Sade, el cuerpo obturado. En: Un funesto deseo de luz. Ed. Nueva Imagen. México 2000. P.

    [17] Que sí buscaron desesperadamente ser autores.

  • La metafísica de los sexos o porqué te soy apasionadamente infiel

    La metafísica de los sexos o porqué te soy apasionadamente infiel

     Alberto Constante

    Nunca nos hallamos menos protegidos contra el dolor que cuando amamos, nunca somos más desvalidamente desgraciados que cuando
    hemos perdido el objeto amado o su amor.

    S. Freud

    Adulterio es la fatiga de uno provocada por el trato de dos y concluida con la regla de tres

    Enrique Jardiel Poncela

    Poner al otro en claro es el imperativo alojado en el corazón del que ama. Una disyunción separa al objeto amado del resto. Te amo a ti y no al otro. Te amo a ti y no a los demás, la multitud innumerable, potencial o afectiva, en un acto de exclusividad. ¿Qué es el amor si no esta geografía pasional, este destino de los avatares de esa oposición inaugural, que en el momento que le consagro decepciona mi deseo de apropiación? ¿Qué es el amor si no la ficción en la que finco mi ambición de exclusividad? El amor es esencialmente la pretensión de ser amado, es la fantasía de fusión, es la ilusión de creer que podemos llenar el vacío de la falta. Es la posibilidad que tiene el ser humano de crear, de crecer en un vínculo que combine la genitalidad y la ternura, es la proyección del amado de su “yo ideal”, lo perfecto, lo que uno quisiera ver en la mirada del otro.

    En la misma medida en que la fórmula “te amo” instaura explícitamente la pareja en contra de la poligamia, la pareja parece poder desarrollarse como síntoma polígamo: “Tú eres todo para mí” se le dice al objeto amado para explicarle que los demás no cuentan para uno, mientras que lo que subyace es el reclamo “sé mis fantasmas y mis sueños insatisfechos, sé la diversidad a la que renuncio”, las aventuras que sacrifico, los seres que no conoceré, en suma, sé todo, salvo tu irreductibilidad a mi deseo. Pero el cumplimiento debe entenderse también como una orden; en este homenaje total existe una presión totalitaria, la protesta de los abandonados o de los excluidos. Al darme por entero al Otro, exijo de él que satisfaga el conjunto de las fantasías y de las pulsiones con que me solicita el mundo. El exterior aparece en el marco conyugal, pero bajo la forma de intimación; se confía a la persona elegida la misión de cubrir la gama de las criaturas excluidas. Avatar conyugal de la poligamia, este despotismo culmina en la aspereza, es decir, el reproche dirigido al objeto único por no ser varios. Se trata de que nos devuelva lo que se le inmoló, yo pretendo romper las múltiples pasiones que me unen al mundo, en realidad, las proyecto sobre un ser único encargado de realizarlas. “Yo te elijo a ti”, eso quiere decir: “te delego para reabsorber el corte operado por mi elección”.

     Si dejo de investir a la humanidad es para aplastarte a ti, amor mío, bajo esta investidura suprema: totalizar a la humanidad. ¿Agonía de la pareja? Más aún, ¿cómo podría constituir la pareja un islote armónico en medio de una sociedad agresiva y neurótica? Al parecer estas preguntas que envuelven al menos uno de los componentes de su destrucción como lo es la infidelidad, parecen querer exclamar, en otras palabras, que los cónyuges volcarían al interior de la célula conyugal cuanto odio, fatiga, miedo o indiferencia almacenan fuera de ella; de hecho en la relación de pareja no sólo se efectúa la reactualización del triángulo edípico, sino toda la hiperindividualización y hedonismo que aqueja hoy a la sociedad contemporánea.

     La pareja, sin duda, es un fiel espejo en el que se refleja la angustia y la atrofia de las relaciones interpersonales, la discontinuidad de las relaciones de toda clase posible, la desventura de los móviles del ser humano y, en general, de la descomposición social. Pero, ¿no podría decirse también que es la imposibilidad, en que nos sitúa la sociedad, de difundirnos en ella lo que mantiene, contra sus propias desilusiones, la ciudadela amorosa?

     Siendo así, la pareja es entonces la posibilidad de satisfacer dos necesidades básicas del individuo: el desamparo originario y la incompletud narcisista. Ella es un vínculo de simetría y reciprocidad entre lo que uno espera y lo que está dispuesto a dar, es la posibilidad de crear un espacio intersubjetivo, un encuentro en donde el otro es reconocido como sujeto. Esto es lo que la dificulta, pues no se trata sólo de la relación con el otro sino de la relación simultánea con las distintas partes de nuestra mente que se ponen en juego en el vínculo amoroso. Es la parte infantil de la mente cuyo deseo omnipotente es que el otro cumpla con todas las expectativas propias y que poco puede pensar al otro como sujeto. Pero también es la parte adulta que pugna por convertir el juego egocéntrico y omnipotente en un trabajo compartido y nutricio. Es, a fin de cuentas, nuestra parte perversa que requiere ser identificada y comprendida para no dañar a nuestro cónyuge.

     Sólo en un mundo desdichado puede ser tan obstinado el deseo de ser feliz, y la felicidad debe tomar indefectiblemente la forma de la quietud acolchada, de la intimidad celular; quiero la pareja para que exista un exterior y un interior, para pasar por la calle sin sufrir por el anonimato (ya que yo tengo nuestra casa), para escapar a la inseguridad seductora, para aislarme, de la paranoia social. La pareja no es tanto una renunciación como una huida, sigue siendo la institución más accesible a todos aquellos a quienes atormenta, si no el gran ideal de la pasión, sí al menos la necesidad de seguridad y el deseo de desconexión. El “nosotros” se concibe fundamentalmente para defenderse “de ellos”. Cuanto más hostil es la sociedad, más necesaria es la pareja para los individuos, cuanto más aquejada de hiperindividualismo más se pide la pareja, como si fuera una fórmula social que requiere de equilibrios para seguir siendo; muy lejos de disgregarse, refuerza la dureza de las relaciones. Lo que especifica al Otro como cónyuge, es que no regatea mi existencia, me espera, está ahí, al alcance de la mano, emana de él la duración, en suma, ella es para mí y yo soy para ella un valor adquirido. Cuando “ellos” atraviesan y llegan al “nosotros” la pareja se ve atormentada por la necesidad de recuperación de ese “nosotros”, aunque no necesariamente sea ella, sino otra.

     Es sabido que el matrimonio por amor es una conquista reciente; hace poco que las parejas se eligen libremente y, desterrando cualquier consideración que no sea la sentimental, se casan a partir del deseo de encontrar una persona que tenga cualidades, ideales y objetivos parecidos a los propios. Apenas nos damos cuenta de que el proceso amoroso es también el proceso del desamor. Por ello es que afirmamos que en este hermoso ideal, que existía en la base de la monogamia al fin realizada, como decía Engels, lo que se venía a reconciliar era la institución terrestre del matrimonio con la vocación metafísica del amor, es decir, la colaboración de dos seres en la formación de una totalidad en la que cada uno es un ser cabal, completo. Algo similar a lo que “lord canciller del reino, Francis Bacon, Barón de Verulam” decía del hombre moderno al convertirlo en el amo y señor de la naturaleza. ¿Qué ocurre cuando han desaparecido los obstáculos exteriores a la realización del contrato amoroso, y la pasión, de base turbulenta y agitada, de desazón e inquietud, pasa a ser base de asociación? El amor liberado no soporta la asfixia de la civilidad.

    No hay amor posible entre los esposos, afirmaba, desde entonces, la cortesía medieval. La vida a dos es la manera como expían su confesión inicial, el castigo que se infligen y sufren por haberse dicho “te amo”. En la infidelidad, el ideal de la monogamia es desterrado. El engaño no puede ser imputado a la maldad de uno de los miembros de la pareja o a la injusticia del orden social; los infieles no tienen otro enemigo que ellos mismos, que la terrible verdad de un juramento. Hay quienes piensan que esto se debe a que las uniones más armoniosas no resisten la erosión que la vida cotidiana imprime al sentimiento apasionado. De ahí la idea nueva de la necesidad de abandonar, en un mismo impulso, el orden doméstico y el romanticismo que, después de haberlo durante mucho tiempo desafiado, le sirve hoy de fundamento a la infidelidad.

    El orden conyugal es el que ilusamente se esfuerza en capturar todas las potencialidades afectivas en las redes del amour fou, segrega el ideal de la pasión única e invita a las pasiones reales a reconocerse y medirse con él. De este modo el combate comunitario quiere liberar simultáneamente a la pareja y a esa forma de amor de la que es destino ineluctable: la posesión. La encrucijada conyugal, actualmente manifiesta, no engendra la deserción general ni siquiera necesariamente un deseo de comunidad. Lo que tampoco significa que no ocurra nada. El acontecimiento no siempre adopta la forma triunfal de la alternativa, ni siquiera la infidelidad es el caso de ello. La descomposición del modelo conyugal no es el final de la pareja ni su sustitución por una institución mejor, es la aparición de una multiplicidad de formas intermedias en las que los amantes hacen trampas con su propio contrato. Se unen en nombre del amor, pero se niegan cada vez más asiduamente a vivir esta unión en el horizonte de la totalidad. No quieren formar bloque, perderse el uno en el otro, ni conocer el largo éxtasis fijado del amour fou. O si lo intentan siempre es en función de la posibilidad abierta de otro, de un tercero que asista y dé aire fresco a la pareja. Dicen y aplican el “te amo”, al tiempo que inventan mil métodos para contrariar sus efectos. Vivimos la era de los enamorados incrédulos que ni siquiera prestan confianza al deseo que les dicta la pasión.

    Proliferación de las parejas, resistencias de los cónyuges a pasar de la situación de concubinos al estatuto de esposos revelan que el ideal amoroso inspira temor por el compromiso que supone amar de manera adulta: procurando al otro su bienestar. Es posible que el rechazo al matrimonio, incluso que la infidelidad, no sean más que un cambio microscópico, un puro rito conjuratorio, lo que demuestra al menos el escepticismo de los amantes hacia su propio “te amo”. Es cierto, que la infidelidad es, al menos, una forma de burlar la tendencia conyugal al autismo, pero también es una forma artificial de fragilizar un vínculo amenazado de excesivas consistencias. A veces se piensa que en la elección de pareja la expectativa podría ser curar lesiones o frustraciones de la primera infancia, así como a que el vínculo contribuya a superar temores y culpabilidades de entonces. Fantasías nunca expresadas que se conjugan en el vínculo amoroso en espera de ser recompensadas y satisfechas; si esto no ocurre, la desilusión puede sobrevenir, junto con la rabia y el odio. La experiencia de pareja es la repetición del comportamiento de la infancia, elaborar esto supone un arduo trabajo.

    La infidelidad amenaza el vínculo amoroso de ser dos y la promesa de llegar a ser uno, éste es el deseo que el amor deserta cuando uno de los miembros de la pareja se aventura fuera del modelo conyugal o fuera de la pareja misma. Como si la palabra amorosa “te amo” ya no fuera la última. Como si la pasión, incomprensible para sí misma, ignorara a partir de ahora cuál debía ser su última palabra. Es cierto, en el amor no existe nunca la última palabra, porque siempre estamos en la primera, estamos creando el vínculo que nos hace ser el uno del otro. La infidelidad aterra porque destruye sin más la promesa, el símbolo de una expectativa, el deseo sometido no al deseo expresado en la propia pareja sino el deseo siempre oculto hacia un otro que no es el término de la pareja; por ello, a la infidelidad se le acusa de ser la denegación de la persona, su anulación la cosificación de su propia subjetividad y, por si fuera poco, de la pérdida de esa mirada en donde mi propio ser se ha hecho con el otro.

     En nuestra cultura occidental la infidelidad, su sola mención, está cargada de prohibición. Ella es considerada como una ruptura a la lealtad y al compromiso que ambos miembros de la relación se deben el uno al otro; la infidelidad en la pareja es, en esencia, una situación fallidamente oculta, que esconde en el pensamiento del hombre occidental los rasgos ancestrales del tabú.

     La vida en pareja ha sido objeto de un sinnúmero de estudios pero el desarrollo que ha llevado a las grandes transformaciones ha puesto de relieve la lenta ascensión del sentimiento y la exigencia afectiva y sexual que han transformado a la pareja moderna y que se opone y muchas veces de manera conflictiva, a las estrategias propias de la familia. Vale la pena señalar aquí que la fuerza normativa de la pareja como tal tiende a absorber todas las funciones, no sólo la alianza sino también el sexo. Recordemos lo que dijo Foucault al respecto: “En la familia se interpretan la sexualidad y la alianza: la familia transporta la ley y la dimensión de lo jurídico a la disposición de la sexualidad; y transporta la economía del placer y la intensidad de las sensaciones al régimen de la alianza”.

     Ahora bien, si aceptamos que la fidelidad en la pareja es una manifestación cultural y que como tal ha ido evolucionando al ritmo del mundo moderno, su contraparte: la infidelidad, también lo ha hecho. La infidelidad es la inclusión de un tercero en la diáda que se encuentra unida bajo un contrato legal o verbal y que estipula entre sus cláusulas la exclusión de cualquier tipo de intercambio sexual con una persona ajena a la pareja, cuyos integrantes, animados por el amor recíproco se encuentran en un tiempo y momento determinado juntos.

     Podríamos decir que la fidelidad está íntimamente relacionada con el deseo de correspondencia y compromiso de mantenerse así mientras el amor, la intimidad y el deseo prevalezcan. La infidelidad, en cambio, es una situación que se ha dado en todas las épocas y que de igual forma ha sido vista con la óptica de la doble moral que ya señalaba el propio Freud: una, la que se muestra de cara al interior del seno familiar y del medio social y la otra desde el entendimiento de que no siempre se ponen de acuerdo la alianza y el deseo. El drama de las familias, las tragedias de las parejas cuando uno de los miembros rompe con esa promesa explícita o implícita son, a nuestro modo de ver, la representación de los conflictos que surgen entre la alianza y el deseo. Ese deseo que quiere todo para irlo perdiendo mejor todo, salvo el inaquietable corazón que quiere y quiere.

     Mientras más estrictas son las estrategias de pareja para asegurar la unión, con mayor frecuencia ahogan el deseo. Muchas relaciones de pareja no obstante, han sobrevivido a una relación extramarital o extraconyugal. No importan las razones de por qué en unos casos sí y en otros no, éste no es el problema. Lo que sí evidencia la infidelidad es que el hecho en sí mismo es solamente un síntoma de los tantos conflictos que atañen a la pareja.

     En nuestra cultura occidental, la forma convencional de las relaciones de pareja es la monogamia. No obstante, los ejemplos de infidelidad, tanto en la literatura como en el arte en general, son apabullantes. En estos ámbitos del saber humano no sólo se evidencian los síntomas de todo aquello que ha movido al engaño, sino y con mucho, lo que sucede en la relación y en la persona que ha sido engañada: la ruptura, el desvalimiento de aquello que nos hacía vivir o confiar en el otro, el dolor, el sufrimiento, la soledad, el odio, la envidia, la pérdida, el deterioro de sí mismo, entre otros sentimientos. La literatura y el arte han sido fuente de conocimiento de otras épocas así como de sus usos y costumbres, es ahí donde podemos leer, como en un laberinto de pasiones las múltiples formas, los diversos rostros que tiene la infidelidad. Como quiera que sea, ella ha ocupado un sinnúmero de páginas como fenómeno que ha acompañado a eso que llamamos matrimonio, pareja, relación.

     Es absolutamente cierto que la infidelidad ocurre mucho más de lo que nosotros creemos y sabemos. El principal motivo de infidelidad es compaginar el cariño con la sexualidad, teniendo mayor valor por el sufrimiento causado y por la herida narcisista que provoca en el engañado. La infidelidad sexual, en muchos casos, puede ser tolerada, pero la infidelidad que parece insoportable es la afectiva: el resquebrajamiento de todo aquello que sostenía nuestro suelo parece ser algo que resulta irreparable. En nuestras sociedades, el hogar, la familia y el matrimonio instituido es un sitio “natural” del hombre. El hogar ha sido considerado tradicionalmente como “lo mejor” para el hombre. En este marco, la infidelidad —y la clandestinidad— es un asunto que permanece cerrado, sin posibilidad de salir a la luz abiertamente, pues de ser así se pondría en conflicto la situación entera. ¿Cuáles son esas distintas fisonomías que nos muestra la infidelidad? ¿Cuáles son los meandros, la urdimbre donde se realiza la pareja? ¿Cuáles sus prácticas, sus métodos y su destino? La conducta infiel debe de tratar de comprenderse a partir de la persona, de sus deseos inconscientes, desde su historia personal y familiar, desde la sexualidad infantil, así como de sus fantasías y sueños. ¿Qué es lo que lo motivó a trastocar las promesas de amor, la geografía pasional que escribió la pareja, el pasado que hizo posible la relación misma, el peso de la tradición?

     No lo sabemos, quizá sólo advertimos el síntoma del cambio, su transformación a través de la evolución de un memento moris de la pareja y, por ello, lo significativo de la infidelidad: la ruptura, el duelo, la ausencia de compromiso, el índice demoníaco (en el sentido griego del término, entendido éste como separación), de la situación inédita que ahora vivimos. No existe otra relación humana que exija tal dosis de identidad, estabilidad, autonomía y madurez como la relación de pareja, pero ahí mismo abreva el miedo del autismo que sofoca a la pareja.

     La única realidad relevante y accesible para alcanzar la empatía y la introspección es la realidad subjetiva que esta creada por el campo psicológico del interjuego entre dos, entre un yo y un tú. Esto crea una verdad subjetiva y lo que es puesto en juego es la naturaleza de la fantasía de ambos. Es así como entramos en relación con el tú con un marco de referencia subjetivo formado por las experiencias propias que se unen con el marco subjetivo del otro y sus experiencias. Este campo intersubjetivo de resonancia empática, de mutuo interjuego, de significado y origen propios crean el dialogo entre dos universos personales. Es una realidad articulada, ni descubierta ni creada, existía mucho antes de que el yo y el tú se encontraran pero también es nueva, en cuanto a su entrada a su diálogo empático (Stolorow et al, 1995)

     Esto supone siempre que el otro desee que yo desee (Emilce Dio Bleichmar, 1998), esto ocurre en la interpretación recíproca, en la traducción que el yo hace del tú como integradores de un vínculo, cuyas intenciones, deseos y acciones de cada uno forman parte de una transacción íntima de ganancias y pérdidas ontológicas y psíquicas. La relación con el otro se pone en juego en el desarrollo de la intimidad, que va de lo físico a lo psíquico y al revés. Es compartir deliberadamente experiencias sobre los acontecimientos, es compartir deseos o intenciones, es compartir estados afectivos. Pero ¿y si alguien de los dos llegara a decir: Yo no quiero…?

  • Figuras de la sexualidad. Expresiones de vida y muerte

    Figuras de la sexualidad. Expresiones de vida y muerte

    Guadalupe Rocha

    El erotismo es una de las cualidades específicas que el ser humano le imprime a la sexualidad, sabemos que el cuerpo es el escenario donde múltiples representaciones se despliegan y deviene espacio sobre el cual, el abismo que nos separa del otro fugazmente deja de ser tan profundo. Pero cabe preguntarse ¿la sexualidad es siempre erótica? Con Freud hemos aprendido a reconocer la patente perversa que distingue la sexualidad humana del instinto y también, que a partir del encuentro con un Otro serán inaugurados los senderos libidinales que harán erógeno el cuerpo del recién nacido. Hitos que marcan la inauguración de la psique a partir del nacimiento del infans en el encuentro con su propio cuerpo a través de otro humano; con el cuerpo, la psique, la sexualidad de ese Otro, trastocando el orden biológico e imponiendo el deseo y no solo la satisfacción de necesidades como motor y alimento vital para este nuevo ser.

    El erotismo hace raíz en una sexualidad nacida de lo pulsional, del placer-displacer y del deseo, sexualidad infantil perverso polimorfa en la que advertimos la marca indeleble que le imprimen las fuerzas pulsionales que imperan en el psiquismo ya sea desde la óptica del primer dualismo en el que se enfrentan pulsiones sexuales versus pulsiones de autoconservación, o bien, desde la perspectiva del segundo dualismo encarnado en las llamadas pulsiones de vida o Eros versus pulsiones de muerte, y que darán lugar a una concepción de sujeto constituido a partir del conflicto.

    Eros como sabemos, remite al amor en su significación, sin embargo, conviene recordar que en su texto sobre los destinos de pulsión, Freud ha planteado que tanto el amor como el odio están reservados a la relación del yo total con sus objetos destacando que los objetos que sirven para la conservación del yo pertenecen al orden de la necesidad, no se los ama. La tendencia de la pulsión sexual, que no es otra que la satisfacción en la descarga mediante un objeto, no implica la salvaguarda de éste, antes bien, su destrucción tendría que ser lo más cercano a la realización de la meta. El odio por otra parte, proviene de la lucha del yo por conservarse y afirmarse, brota de la repulsa primordial que el yo narcisita opone al mundo exterior prodigador de estímulos.

    En el segundo dualismo, Eros será la entidad teórica que englobe a todas las pulsiones antes descritas que no pertenecen a las pulsiones de destrucción comprendidas como inmanentes a la puslión de muerte. Su atribución fundamental es la ligazón, la unificación, la conservación. Se estaría imprimiendo entonces una distinción entre la pulsión sexual, misma que implica a lo erógeno y la concepción de pulsión de vida que estaría más del lado de lo erótico. Con esta diferencia entre lo erógeno y lo erótico, apunto también, al hecho de que lo erótico correspondería ya a una significación marcada por el lenguaje, al amor como su cualificación y como principio y en esta dirección, a la relación del Yo con sus objetos y no a lo meramente sensorial o fantasmatico que especifica lo erógeno. Eros ocupará una presencia entre sexualidad, amor y vínculo; supone el mantenimiento de una libido en busca de placer, y si se la concibe como búsqueda de objeto, es en la medida en que la función de éste será asegurar la unión entre el placer y el amor así como lo que permite representarse la pulsión sexual que se encarna en las figuras donde se revela y se disfraza a la vez. Pero son estas mismas figuras las que en ocasiones nos fuerzan a reconocer la presencia en su interior de una parte de odio que habita desde dentro de la excitación sexual.

    Definida ya en su carácter de pulsión de muerte, Freud planteará su fuerza como una tendencia a lo inorgánico, Su función se manifestará en la todopoderosa desligazón. Desligazón que podríamos concebir más que anárquica, como tendiente a la indiferencia, como una profunda aspiración a la eliminación absoluta del deseo. Por lo tanto, a partir de estas consideraciones, es posible concebir al objeto como el enemigo princeps de esta pulsión, ya sea entendido como provocador de estímulos, ya sea porque convocaría al deseo, lo cual constituye la tendencia opuesta a su meta. El Yo obtendrá la categoría de instancia, no ya en oposición a lo sexual sino bajo los efectos de vida y muerte que imperan en una suerte ebullición y mezcla desde el Ello. Por efecto de esta mezcla pulsional, la sexualidad estará por lo tanto igualmente constreñida por las fuerzas y la lucha entre Vida y muerte.

    Ahora bien, sin perder de vista los diferentes registros teóricos que atraviesan las elucidaciones acerca de las representaciones singulares y las representaciones colectivas y sin caer en reduccionismos que lleven a considerar uno como efecto del otro, es decir, ni lo social como efecto de lo singular ni viceversa, tampoco podemos negar la existencia de puntos de juntura y disyunción que dan lugar a esta especie de bisagra en que se apoyan mutuamente. Esto significa que así como seguimos los planteamientos teóricos del psicoanálisis para la comprensión de la sexualidad erógena apuntalada en un cuerpo somático, de igual forma nos vemos llevados a suponer la representación colectiva apuntalada en la representación singular, aunque no de manera lineal pues esa misma representación singular ha sido conformada abrevando de la cultura en la que el ser humano es ubicado incluso aún antes de su nacimiento. Como mencionamos arriba, el deseo, el cuerpo erógeno y la sexualidad infantil surgen a través de y en el encuentro con un otro, pero se trata de un otro inmerso en una cultura, en un contexto social determinado y con una sexualidad infantil ya reprimida. Esto último es muy importante de resaltar para el tema que nos ocupa ya que se trata de una sexualidad resignificada, convertida en ternura y que por lo mismo posibilita al agente materno dar el pecho, asear, besar, acariciar, etc.. con sentimientos no erotizados, ya metabolizados por lo secundario[1] que sin embargo serán incorporados por el bebé a partir de lo primario, erogenizando su cuerpo e implantando la sexualidad infantil.

    Conservando como telón de fondo estas consideraciones, será a través de la sexualidad figurada por la seducción y la pornografía que me propongo ir siguiendo los rastros y los estragos que dejan vida y muerte, así como la relación que existe entre lo subjetivo y lo social haciendo vértice, alimentándose mutuamente e incidiendo en la constitución de nuevas subjetividades. Toca precisar que una de mis fuentes de inspiración ha sido el pensamiento de Jean Baudrillard, si bien tomo una dirección diferente a sus postulados para centrarme en el tema que me interesa. Su concepción de intercambio simbólico, así como las ideas vertidas en su libro “De la seducción” han sido esenciales para mis reflexiones.

    Jean Baudrillard realiza una crítica política de la sociedad contraponiendo el intercambio simbólico al del intercambio mercantil. Como nos explica el autor, mientras el valor posee siempre un sentido unidireccional, que pasa de un punto a otro de acuerdo con un sistema de equivalencia, en el intercambio simbólico existe una reversibilidad de los términos. Se trata pues de un intercambio simbólico, de un lazo y no de un contrato en el que funciona un determinado tipo de circulación de los bienes exonerado de la idea de valor, como en el potlatch, que incluye la prodigalidad y la disipación de las cosas, pero que jamás debe detenerse. Siguiendo a Marcel Mauss plantea, que si no se da, si no se recibe o si se recibe y no se devuelve – es decir, conservando un permanente movimiento reversible de intercambio -, hay guerra o muerte. “El proceso simbólico primitivo no conoce la gratuidad del don, no conoce más que el desafío y la reversión de los intercambios. Cuándo esta se rompe, precisamente por la posibilidad de dar unilateralmente (que supone acumular valor y transferirlo en un solo sentido), la relación propiamente simbólica muere y aparece el poder: después se desplegará en el dispositivo económico del contrato”. (Baudrillard, Jean: 1993;49) Esta es la concepción de intercambio simbólico que retoma el autor para mostrar que el don es la fuente y la esencia misma del poder y que sólo el contra-don puede suprimirlo. A diferencia de esto, nuestro sistema de valores según Baudrillard carece de reversibilidad; se basa en la ley estructural del valor, por lo tanto en la indeterminación y se rige por la lógica del simulacro del tercer orden[2] en el que lo real es absorbido por la hiperrealidad del código. Esto significa que en el intercambio de las mercancías los dos aspectos del valor, valor de uso y valor de cambio están desarticulados, el valor referencial ha sido aniquilado y prevalece solo el otro estadio del valor, el de la relatividad total, de la conmutación general y combinatoria. La era de la simulación queda así abierta en todas partes por la conmutabilidad de los términos antiguamente contradictorios o dialécticamente opuestos. … Todo se vuelve indecidible, es el efecto característico de la dominación del código; que en todas partes reposa sobre el principio de la neutralización y la indiferencia. Esto es el burdel generalizado del capital, no un burdel de prostitución sino burdel de substitución y de conmutación. (Baudrillard, Jean: 1993; 14) Lo simbólico es pues el ciclo mismo de los intercambios, un orden que nace de la propia reversibilidad.

    Es en este orden de ideas que Baudrillard introducirá la seducción como una figura reversible que se encuentra en el orden del artificio, del signo y del ritual. La seducción como forma irónica y alternativa, que rompe la referencia del sexo, espacio de juego y de desafío en un intercambio ininterrumpido e inscribiéndose radicalmente en contra del orden de la producción. Representa por tanto el dominio del universo simbólico y es un desafío en el que se pone en juego el deseo, que no excluye en absoluto el placer, pero que no tiene como principio el goce físico. La ley de la seducción es, ante todo, la de un intercambio ritual ininterrumpido, la de un envite donde la suerte nunca está echada, la del que seduce y la del que es seducido, – en razón de que la línea divisoria que definiría la victoria de uno, la derrota del otro, es ilegible – y de que este desafío al otro a ser aún más seducido, o a amar más de lo que yo le amo no tiene otro límite que el de la muerte. (Baudrillard J.:1997;28) En la seducción como lo señala el autor, hay una escena, existe mirada, distancia, juego y alteridad pero asimismo, hace hincapié en que precisamente para que exista una escena hace falta una ilusión y un movimiento imaginario de desafío a lo real. Es entonces en la ilusión y el artificio de la seducción donde nos sugiere se encuentra la intensidad máxima, en la que cada uno de los sexos es portador de una alteridad radical. En este sentido es que la seducción otorgaría una dimensión metafórica a la sexualidad.

    A diferencia de esto, Baudrillard encuentra que en la pornografía, los cuerpos, los órganos sexuales ya no son puestos en escena, sino ofrecidos de forma inmediata a la vista. El sexo así, es tomado en su propia exhibición, fijado en su excrescencia orgánica. Al añadirse una dimensión al sexo que lo hace más real que lo real, en un zoom que borra al sujeto en la alucinación del detalle, los fantasmas quedan eliminados por el exceso de <>. Es por lo tanto el fin del espacio perspectivo, que también es el de lo imaginario y el del fantasma; fin de la escena y fin de la ilusión. En esta exacerbación de lo sexual, operada por la pornografía, el cuerpo pierde incluso su dignidad de erógeno apareciendo el órgano, desvaneciendo así la sexualidad en este límite paradójico en el que ya ni siquiera se trata de lo real sino de lo hiperreal. La rrealidad moderna no es del orden de lo imaginario, es del orden máximo de referencia, del máximo de verdad, del máximo de exactitud – consiste en hacerlo pasar todo por la evidencia absoluta de lo real. Como en los cuadros hiperrealistas, donde se distingue el grano en la piel de una cara, microscopio inhabitual, y que ni siquiera tiene el encanto de la inquietante extrañeza. El hiperrealismo no es el surrealismo, es una visión que acosa a la seducción a fuerza de visibilidad. Le <>. Así es respecto al color en el cine o en la televisión: le ofrecen tanto, el color, el relieve, el sexo en alta fidelidad, con los graves y los agudos (la vida, ¡vaya!) que usted no tiene nada que añadir, es decir, que dar a cambio. ¡Desconfíe de lo que es tan bien <> sin que usted nunca lo haya dado! (Baudrillard, 1997:34) Es como nos dice Baudrillard, lo obsceno en todo sentido, lo más verdadero que lo verdadero, la forma pura y vacía, tautológica de la sexualidad. No es la copulación de los cuerpos lo que es obsceno, es la redundancia mental del sexo, es la escalada de verdad que conduce al vértigo frío de la pornografía. Visto muy de cerca, se ve lo que no se había visto nunca. Todo es demasiado real, demasiado cercano par ser verdad. Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad de la cosa.

    La seducción por lo tanto esta en el ámbito del intercambio simbólico, la pornografía en el de la hiperrealidad, en el terreno de la conmutabilidad y la indeterminación de las “mercancías-sexuales”, del sexo y el cuerpo como pura mercancía de cambio pero no de intercambio. No hay nada que <>, es el paradigma de sujeto sin objeto, del sujeto sin otro. En la seducción como metáfora de la sexualidad, en donde como hemos visto siguiendo a Baudrillard se pone en juego el deseo y la alteridad, hay una relación con un otro al cual se convoca, y al cual se ofrece algo que esta del lado del deseo y el erotismo. No es el cuerpo el que se entrega, es con el cuerpo que se realiza un encuentro y la ilusión de ser uno con el otro. Se trata también de un desafío pues como decía al principio, se borra fugazmente la distancia con el partenaire y aparecen expresiones de vida y muerte dominando el campo, ya que la apuesta es también a una fusión de y con el objeto. Pero prevalece la vida y prevalece el objeto, es decir el otro como soporte de ese otro objeto, el del deseo inconsciente. Por lo tanto, se trata de una paradoja en que la pasión esta presente y lo que seduce es el enigma, lo que atrae es algo muy cercano a lo siniestro, lo más familiar y lo más extraño, eso también es de lo más excitante y erótico. Y aunque el erotismo puede rayar en lo obsceno, he intentado distinguir esa obscenidad del cuerpo desnudo, pero que no pierde su dimensión de escenario para el placer y el deseo, de aquella que remite al sexo descarnado, degradado en órganos, del cuerpo segmentado en zonas por las que emana una excitación mortífera fragmentando a ese cuerpo “dominado” por la hiperrealidad del sexo, lo que me lleva de vuelta a la articulación que propongo con lo que ahí se expresa de vida y muerte ya desde el registro del psicoanálisis.

    En la pornografía hay excitación, pero no hay encuentro, no requiere de un destinatario como soporte del deseo, se trata más del placer autoerótico a nivel de lo erógeno. Es una figura netamente sexual en la que el otro, si lo hay, no importa para el Yo, sino que opera como mero objeto parcial, mismo que evoca en todo caso, su destrucción como lo más cercano a la realización de la meta; ese odio emanado del yo narcisista en esa repulsa primordial, de autoafirmación o incluso esa tendencia mortífera hacia la indiferencia, a costa por supuesto de la destrucción del objeto al que ya recordábamos con Freud, no se lo ama, pertenece al orden de la necesidad. No hay demanda de amor, sino de objetos necesarios para la satisfacción de una supuesta descarga sexual que sugiere resonancias de la compulsión de repetición. La pornografía se vende o se compra. No implica vínculo, más aún, lo evade. Es quizá la máxima carnada que se ofrece a la pulsión de muerte al suprimir el deseo. Tampoco hay enigma, no queda nada oculto y la fascinación que provoca es del orden del horror.

    Con estas reflexiones también nace la inquietud acerca del surgimiento de nuevas formas de subjetividad y a interrogarnos ¿Qué es lo que seduce ahora?, al parecer cada vez resulta más difícil encontrar la seducción y el erotismo en los vínculos (o tal vez sería mejor decir contratos) que se establecen entre los sujetos. Parecería que la apuesta se encuentra más bien del lado de la satisfacción en el orgasmo virtual y autoerótico; de evadir el deseo y arriesgarse al máximo, apasionados por la adrenalina y el frenesí de un ejercicio sexual ilimitado. Resolución del sexo en sus miembros sueltos y en sus objetos parciales; la lógica del consumo en aras de una autosatisfacción que no parece tener límites en su máxima expresión es lo que aparece en este escenario. Niños que matan y violan a otros niños, que se prostituyen por unas monedas, que se han convertido también en mercancías. El raiting de los reality shows, el desprecio por la intimidad. En los videos que circulan en el llamado “mercado negro” no hay actuación, por supuesto que no se trata entonces de una escena en el sentido que le dimos párrafos atrás, es la filmación de actos de violación, de pedofilía e incluso de asesinatos. Todo eso es obsceno y pornográfico. Presentar un cuerpo desnudo, descarnado, desollado, esquelético, así como las imágenes de los bombardeos en Irak, o el degollamiento de un reportero secuestrado, transmitidas “en el momento mismo en que están ocurriendo”, la muerte convertida en mercancía y haciendo de señuelo o “incentivo” para competir por el raiting; eso es brutalmente obsceno y lo que sobrepasa la noción de realidad; es hiperreal.

    En esta era en que impera la globalización, supuestamente postmoderna, el sexo también convertido en mercancía, en una tendencia a regularse por el intercambio mercantil y fuera de la regulación simbólica de las formas sociales, provoca la anulación de la alteridad radical e impide el encuentro con los otros.[3] Para que haya alteridad es necesaria cierta reversibilidad, no una oposición de términos separados como yo y el otro, sino el hecho de que ambos estén implicados, que tengan el mismo destino. Tienen una doble vida inseparable por el hecho de que uno es la huella del otro, y uno es el que borra al otro. La alteridad, en el sentido fatal del término, implica que el riesgo es igual para ambos; la reversibilidad es total, incluso si hay uno que es la sombra y otro que es el ser; esto no tiene importancia, es reversible. (Baudrillard, Guillaume: 2000;103) En aras de nuestra supuesta “liberación” de la sexualidad y de los capitales, hay que decirlo, los sujetos son menos diferentes de lo que se cree. Tienen más bien tendencia a confundirse, por no decir a intercambiarse. Lo que se ha “liberado” no es precisamente su singularidad, sino su confusión relativa y su indiferencia respectiva. ¿Cómo hablar de pasión en tal caso? Sería más bien de compasión sexual.

    La negación y el rechazo de lo Otro en el otro pero también en nosotros mismos significa también emprender una deriva hacia la homogeneización a través de la diferenciación insignificante, de una búsqueda de identidad con y en nosotros mismos, a través de los otros como espejo, entregados a nuestra propia imagen, convertidos en nuestro propio objeto de atenciones, de deseo y de sufrimiento y a favor de una reproducción clonada, asexuada, en aras de una supuesta y “postmoderna” neoliberalización. Cierro estas reflexiones con una cita de Jean Baudrillard. En contra de la verdad de lo verdadero, en contra de lo más verdadero que lo verdadero (que se convierte inmediatamente en pornográfico), en contra de la obscenidad de la evidencia, en contra de esa promiscuidad inmunda consigo mismo que se llama el parecido, hay que recomponer la ilusión, recuperar la ilusión, esta fuerza a la vez inmoral y maléfica de arrebatar lo mismo a lo mismo que se llama la seducción. La seducción en contra del terror: he aquí la apuesta, no hay otra. (Baudrillard Jean: 1993, 52-53)

    NOTAS

    [1] Es decir, bajo el dominio del principio de realidad.

    [2] “Tres órdenes de simulacros, paralelemanete a las mutaciones de la ley del valor, se han sucedido desde el Renacimiento:

    – La falsificación es el esquema dominante de la época clásica del Renacimiento a la revolución industrial.

    – La producción es el esquema dominante de la era industrial.

    – La simulación es el esquema dominante de la fase actual regida por el código.

    El simulacro de primer orden juega con la ley natural del valor, el del segundo orden don la ley mercantil del valor, el de tercer orden con la ley estructural del valor. (…) Y aquí se trata de un vuelco de origen y de finalidad, porque todas las formas cambian a partir de su propia reproductibilidad, difracción a partir de un núcleo generador llamado modelo. Aquí estamos en los simulacros de tercer orden. Ya no hay falsificación de original como en el primer orden, pero tampoco serie pura como en el segundo: hay modelos de donde proceden todas las formas según las modulaciones de diferencias. Sólo la afiliación al modelo da sentido, y nada procede ya según su fin, sino que procede del modelo, <> que es como una finalidad anterior, y la única verosimilitud. (Baudrillard Jean: 1992;59)

    [3] En todo otro existe el prójimo – ese que no es yo, ése que es diferente de mí, pero al que, sin embargo, puedo comprender, ver y asimilar – y también una alteridad radical, inasimilable, incomprensible e incluso impensable. (Baudrillard j. Guilaume M. : 2000)

    BIBLIOGRAFÍA:

    Baudrillard, Jean “El intercambio simbólico y la muerte”, Monte Ávila, Caracas 1993

    Baudrillard, Jean “De la Seducción”, rei, México, 1997.

    Baudrillard, Jean, Giullaume Marc, “Figuras de la alteridad”, taurus, México, 2000.

  • El erotismo en nuestros tiempos posmodernos y neoliberales

    El erotismo en nuestros tiempos posmodernos y neoliberales

     Enrique Guinsberg

    Tal como puede verse en el programa de este Simposio, el contenido de esta participación será muy distinto al de las otras, al menos según el título de las mismas ([1]), en coherencia con lo que es la preocupación y eje de mi postura y práctica psicoanalítica: la central y estructurante relación entre sujeto y cultura, por lo que no es casual el título de la revista que codirijo, Subjetividad y Cultura.

    En términos muy generales esto significa considerar al ser humano como un ser social, y por tanto todo lo suyo está marcado y atravesado por la cultura, que incide de manera muy amplia en su psico(pato)logía, y en la satisfacción, represión, canalización, etc. de sus deseos. Por supuesto esto de manera alguna significa la caída en una deformación sociologista sino una determinada lectura de la postura psicoanalítica que no es el caso de exponer en esta ponencia y que puede verse en diferentes textos anteriores ([2]).

    Teóricamente es de suponer que nadie del hoy muy vasto campo psicoanalítico negará lo señalado, pero desde el mismo nacimiento de este marco teórico las formas de encarar tal relación y el énfasis que se le otorga plantean diferencias importantes e incluso antagónicas en las compresiones y lecturas de los psicoanálisis ([3]). Esto ya fue planteado desde la publicación de mi primer libro ([4]) al señalar las entendidas como desviaciones organicistas, psicologistas y sociologistas que pueden verse y encontrarse en múltiples posturas y escuelas de todo tipo: la primera dificilmente se encuentra en el psicoanálisis, pero sí la segunda o su variante de ver sólo aspectos microsociales como hacen quienes, por ejemplo, ven a la familia como eje único o casi único de todo lo que incide sobre el sujeto, en no pocos casos sobreestimando la importancia del complejo de Edipo en su negativa a ver la importancia de factores culturales que luego se indicarán.

    Por supuesto que en el presente planteo de manera alguna se niega la importancia de la familia, el Edipo ([5]), etc. -lo que implicaría caer en un sociologismo, desviación inversa que también debe ser criticada-, sino entender su valor sin dejar de ver la importancia de los señalados valores culturales, hoy con cada vez mayor peso en los actuales marcos históricos. Pero, y esto es fundamental, ver la incidencia de la realidad concreta de cada momento concreto sobre la indicada psico(pato)logía, o sea no sólo el pasado sino de la realidad presente, que en estos momentos están marcados por el modelo económico neoliberal y una cultura por algunos denominada posmoderna, concepto de por sí confuso y polivalente ([6]).
    No es éste el lugar para ver los vínculos y relaciones entre la institución familiar y las estructuras sociales, como tampoco mostrar lo indicado a través de la historia. Sólo a modos de ejemplos recuérdese que la histeria era el cuadro dominante en la época de Freud, y lo es la depresión como también lo fue a fines del primer milenio de la era cristiana. Y es de imaginar que nadie pensará que tales cambios responden a causas genéticas, de la configuración familiar, etc.([7]).

    Tampoco hace falta decir nada sobre cómo el erotismo, el tema de este Simposio, no sólo no es una excepción sino, al contrario, marcadamente afectado siempre por las formas culturales de cada momento histórico. No es entonces casual que un autor clásico sobre el tema como George Bataille lo analice a través de las mismas ([8]), lo que siempre debe hacerse con todo para así aterrizar en las señaladas situaciones concretas.

    Es de imaginar que los asistentes a este Simposio conocen por lo menos algo de la/s teorías psicoanalítica/s, por lo que no se requiere reiterar lo ampliamente sabido de que el aparato psíquico se constituye con base en el paso del principio de placer al de realidad, formándose el Yo y Superyo con base en esta última, que a su vez formula planteos en torno al “destino de las pulsiones” (según título de la importante obra de Freud ([9]), promueve fantasías, indica “caminos” para su satisfacción, etc. Pero por tal amplio conocimiento sorprende -aunque no debería ser así para quienes no ignoren los caminos del campo psicoanalítico, sobre todo del definido como domesticado- que nada de ello se vea en la mayoría de los textos psicoanalíticos (sobre todo los actuales), que prefieren estudiar los árboles sin ver el bosque que los contiene, o “rumiar” de manera incesante sobre pequeños detalles que puedan impactar con frases altisonantes y supuestamente profundas, pero que en realidad vuelan por las galaxias y poco o nada dicen por desconocimiento y/o negación del contexto cultural en el que nos movemos ([10]).

    Si por mucho tiempo, incluso siglos, los cambios culturales fueron muy lentos, luego han tenido una mayor rapidez que actualmente es vertiginosa, algo notorio para todos. Por razones de tiempo no es posible hacer una enumeración de ellos, pero sí es importante destacar la emergencia y peso de nuevas instituciones sociales -así como de importancia (sin perderla) de otras, entre ellas las religiosas y la misma familia-, sobre todo el de los medios masivos de difusión que hoy tienen un rol hegemónico incluso con un aporte sustantivo al proceso de constitución del mismo sujeto psicosocial, y que produce cambios muy importantes en toda la dialéctica social. Aunque sea como una breve información, es pertinente señalar que hace ya mucho tiempo uno de los proyectos de investigación que desarrollo es precisamente Medios masivos de difusión y formación psicosocial, que con marco teórico psicoanalítico -en la perspectiva aquí enunciada- busca conocer, con una visión transdiciplinaria, el aporte de ellos en la conformación del sujeto, problemática nada o muy poco abordada desde nuestra especificidad profesional y teórica ([11]) ([12]).

    Sin tampoco poder desarrollar ahora los grandes cambios políticos, económicos, sociales, culturales y tecnológicos ocurridos en los últimos tiempos -sobre todo en las últimas décadas ([13])-, veamos algunas de ellos para ver sus consecuencias y efectos en los sujetos de nuestro tiempo, con la aclaración de que ellos se vienen produciendo desde tiempo atrás pero con un fuerte acrecentamiento actual.

    En primer lugar observamos, modificaciones sustanciales en las dinámicas y estructuras de familias, parejas y relaciones afectivas de todo tipo (amistosas, amorosas, etc.); lo mismo en lo que se refiere a la sexualidad, tanto en la visión de la misma como en su práctica, algo que se ha acelerado notoriamente en pocas décadas desde la conocida como “revolución sexual” de los 50-60, con la llegada de una nueva y más permisiva “cultura” al respecto; algo muy importante es el reconocido incremento de lo que algunos sociólogos y analistas de las culturas definen como cultura del narcisismo (entre ellos, por sólo citar algunos, Lasch ([14]) y Lipovetsky ([15]).

    Todo ello, y muchos otros aspectos, ha producido un notorio y conocido cambio en todo, y por tanto también en la sexualidad y el erotismo de nuestro tiempo. En forma muy rápida se produjo un alto grado de liberación y permisividad al respecto -por supuesto más respecto a la primera que sobre el segundo, de acuerdo a las conocidas diferencias y conceptualizaciones de ambos-, e inmensa si se lo compara con la represión de la época victoriana y décadas posteriores que nuestro respetado don Segismundo desarrolla en su obra, donde es de no olvidar que postula que una menor represión sexual disminuiría las neurosis. A modo de comparación respecto a esta afirmación es interesante recordar una pregunta planteada en un reciente artículo ([16]) en torno a si el actual avance científico y tecnológico permite que la gente viva más “feliz” y con una mejor “salud mental” (palabras confusas y polivalentes pero gráficas para lo indicado), lo que produjo fuertes y categóricas respuestas negativas.

    Con similar sentido: ¿la liberación sexual -o desrepresión si se quiere- posibilita un más alto grado de erotismo y de satisfacción sexual, y menor de psico(pato)logía de acuerdo con los parámetros freudianos? Son de imaginar las respuestas, además de que la clínica y una amplia bibliografía son claras al respecto.

    Y esto porque no puede pensarse sólo en la incidencia de la sexualidad -aunque la idea analítica de ésta es muy amplia- en la psico(pato)logía, al clásico estilo de los analistas esquemáticos, sino de múltiples otros factores, sobre todo socio-culturales, que hacen que la vida actual sea mucho más compleja y neurotizante (por decir lo menos, aunque también puede ser psicotizante).

    El tiempo asignado en este Simposio a cada participación es muy poco para desarrollar una temática tan vasta, por lo que en vez de hacer afirmaciones categóricas al respecto es preferible plantear algunas observaciones que pueden servir para estudios e investigaciones psicoanalíticas mayores, que por lo indicado sólo pueden hacerse desde una perspectiva del psicoanálisis como la aquí planteada, o sea comprendiendo la vasta gama de factores culturales intervinientes.

    Algunos de ellos, de los que no puede prescindir ningún estudio, son:

    1) Hoy el mundo está lleno de erotismo, presunto o real, que puede verse en múltiples lados, pero sobre todo en unos medios masivos de difusión que se han convertido en las instituciones sociales hegemónicas del presente, y que están llenos de programaciones con estas características, hoy las más de las veces explícitas, sin olvidar los sitios de Internet que tienen un muy vasto público. Si bien en una amplia mayoría de los casos están más cercanos a la pornografía o se limitan a contenidos sólo sexuales -como en tantos otros casos es muy difícil establecer qué es cada uno y los límites entre ellos-, ello produce una notoria confusión en la mayoría de la gente. Máxime cuando la absoluta mayoría de esos contenidos están muy lejos de lo que puede entenderse como expresiones artísticas eróticas. De por sí es muy significativa la existencia y búsqueda de estos contenidos, que pueden verse como respuestas a necesidades no satisfechas, es decir que existirían en mucho menor cantidad si realmente hubiese una real liberación sexual y erótica ([17]).

    2) Pero ¿existe una liberación sexual, se trata en realidad de una liberalización, y cuáles son sus sentidos y límites? Como una aproximación a la búsqueda de respuestas a esas preguntas, hasta el final de este segundo punto se transcriben partes de un artículo publicado hace unos años ([18]).

    No es necesario decir mucho para algo suficientemente conocido, donde de distintos grados de represión de la sexualidad (con ejemplos extremos en la citada moral victoriana en la época freudiana, o de distintas religiones en el pasado y de hoy como los casos del catolicismo o protestantismo en occidente y de las posturas fundamentalistas islámicas en Oriente), a veces se pasa al extremo opuesto donde las palabras liberación y liberalización sólo difieren en cuatro letras pero con enormes significaciones.

    Ya hace varias décadas Marcuse, uno de los más lúcidos y destacados estudiosos de la realidad contemporánea -y profundo conocedor del psicoanálisis-, describe este proceso en una obra fundamental que debería ser recuperada:

    El «principio de placer» absorbe el «principio de realidad», la sexualidad es liberada (o, más bien liberalizada) dentro de las formas sociales constructivas. Esta noción implica que hay modos represivos de desublimación, junto a los cuales los impulsos y objetivos sublimados contienen más desviación, más libertad y más negación para conservar los tabúes sociales […] Se ha dicho a menudo que la civilización industrial avanzada opera con un mayor grado de libertad sexual; «opera» en el sentido que ésta llega a ser un valor de mercado y un elemento de las costumbres sociales. Sin dejar de ser un instrumento de trabajo, se le permite al cuerpo exhibir sus caracteres sexuales en el mundo de todos los días y en las relaciones de trabajo. Este es uno de los logros únicos de la sociedad industrial, hecho posible por la reducción del trabajo físico, sucio y pesado; por la disponibilidad de ropa barata y atractiva, la cultura física y la higiene; por las exigencias de la industria de la publicidad, etc. Las atractivas secretarias y vendedoras, el ejecutivo joven y el encargado de ventas guapo y viril, son mercancías con un alto valor de mercado, y la posesión de amantes adecuadas -que fuera una vez la prerrogativa de reyes, príncipes y señores- facilita la carrera de incluso los empleados más bajos en la comunidad de los negocios […] El sexo se integra al trabajo y las relaciones públicas y de este modo se hace más susceptible a la satisfacción (controlada) […] El grado de satisfacción socialmente permisible y deseable se amplía grandemente, pero mediante esta satisfacción el principio de placer es reducido al privársele de las exigencias que son irreconciliables con la sociedad establecida. El placer, adaptado de este modo, genera sumisión ([19]).

    Se trata, en definitiva y de acuerdo a las premisas de Marcuse, de un fundamental cambio, pero que él adecuadamente ubica en su lugar sin creer que tal liberación, en un terreno específico aunque importante, implique una liberación en un sentido general. Tal como lo fundamenta en un trabajo posterior

    Los intereses creados desarrollan y modelan las necesidades y los modos de satisfacción de la sociedad para que puedan servir a la reproducción de dichos intereses. Más allá del nivel animal y de la satisfacción de aquellas necesidades vitales que son comunes a todos y que deben satisfacerse en cualquier sociedad, las necesidades humanas se desarrollan y modelan sistemáticamente. Las necesidades así controladas y dirigidas se satisfacen, y de este modo la satisfacción y la libertad establecida militan en contra del cambio social porque ahora la gente es libre de satisfacer mayor número de necesidades en mayor proporción que antes, no sólo en el nivel biológico sino en el cultural, y disfruta de la satisfacción de las mismas, lo cual puede hacer porque la forma represiva en que se desarrollada es introyectada por los individuos de tal modo que ellos quieren y desean «espontáneamente» lo que se pretende que quieran y deseen, todo en beneficio del sistema establecido […] En otras palabras, tanto las nuevas necesidades y satisfacciones como las nuevas libertades que ofrece la sociedad tecnológica, operan contra la auténtica liberación del hombre; son las que vuelven contra el hombre sus facultades físicas y mentales y aun su energía instintiva[20].

    Por supuesto que esta fundamental aclaración no limita el valor ni la importancia de la “liberación” sexual, pero no debe hacer creer, como ocurre demasiado, que tal liberación es la liberación humana en un sentido amplio, ni tampoco que siempre lo es en el mismo sentido sexual y/o erótico. Máxime cuando, como también ocurre demasiado y específicamente en el caso de la sexualidad contemporánea, hasta se llega a situaciones como la mencionada entre liberación y liberalización. Efectivamente, hoy no es ninguna exageración decir que todo, o al menos una parte muy importante de las actuales formas de vida están sexualizadas, lo que fácilmente puede verse en la publicidad, series y programaciones televisivas, películas, vida cotidiana, etc., donde no sólo aparecen imágenes inimaginables hace pocas décadas, sino incluso expresiones de sexualidad abierta en canales porno o sistemas telefónicos supuestamente limitados.

    Pero no se trata únicamente de mostración sino de concreción en la vida diaria, donde hoy los vínculos sexuales son comunes desde una edad mucho más temprana que antes. Que quede claro: no se trata de una crítica moralista como las de múltiples marcos religiosos o entidades muy conocidas que pretenden volver a la sexualidad reprimida, a la castidad femenina hasta el momento del matrimonio, a la búsqueda de la pareja única hasta la muerte, al retorno a la sexualidad sólo al servicio de la reproducción y no del placer, etc. Sino sólo resaltar que en múltiples casos -fomentados por la cultura actual en general y de los medios de difusión en particular-, la sexualidad se ha convertido desde una expresión del «hedonismo epidérmico» de nuestra época («vivir el momento») donde se disocia de todo vínculo emocional significativo, hasta una simple mercancía en el mercado de los intereses personales de todo tipo (laborales, políticos, etc.).

    De esta manera con este uso de la sexualidad puede caerse -por supuesto de ninguna manera debe pensarse que siempre es así- en una verdadera alienación a esta expresión, con las consecuencias también conocidas, a más de la señalada confusión de lo que puede entenderse como liberación. Es por esto que la autora del libro «El enigma sexual de la violación» expresa en un reportaje que «ojalá el sexo volviera a formar parte de las cosas que nos son sagradas»[21], no en el sentido místico ni represivo del término sino en el de fuertes e importantes significaciones, hoy en importante medida perdido por lo que se ha convertido su uso, en múltiples casos abaratado por todo lo señalado. Como ocurre en todos los casos también aquí habría que distinguir entre «libertad» sexual y «libertinaje» -aunque aquí también es evidente la dificultad en señalar sus límites-, con las consecuencias que este último puede producir en la propia persona y sus vínculos afectivos.

    También debe quedar claro que la liberación sexual, en el sentido de una mayor apertura a su ejercicio, tiene actualmente importantes limitaciones que no pueden olvidarse. Entre ellas que no es general en todas las sociedades: la gran apertura que tiene sobre todo en los países desarrollados occidentales se limita bastante no sólo en sociedades con diferentes características tradicionales y/o fundamentalistas (casos extremos de la iraní o de los afganos talibaneses), sino también en la múltiples sectores de países del Tercer Mundo donde sigue primando fuertemente la postura machista, dependencia aceptada de la mujer, etc.

    Otra limitación tiene que ver con la realidad en que se viven las prácticas sexuales, dónde no siempre la aceptación de su realización implica una satifacción sino se limita al cumplimiento de un «deber», de las normas y/o modas imperantes, al «hay que hacerlo porque todos lo hacen», o se practica dentro de los clásicos cánones del rol femenino tradicional dependiente. Los casos son mucho mayores a los imaginables, lo que claramente se observa en la práctica clínica psicoterapéutica, psicoanalítica, etc., e incluso se habla ampliamente en conversaciones cotidianas, se plantea en «consultorios sentimentales» (ahora también «sexológicos») de revistas o programas tipo «reality shows», etc.

    Y una tercera limitación es que la -supuesta o real- liberación muchas veces se restringe al plano de la genitalidad, es decir sin la inclusión de las etapas sexuales previas constitutivas de la sexualidad total. Más allá de las posturas en gran medida utópicas que formula Marcuse en otra obra[22], ya previamente Freud había señalado que, incluso en un desarrollo normal sin fijaciones previas, las tendencias pregenitales nunca desaparecen sino que se mantienen, aunque supeditadas a la primacía genital pero sin dejar de tener un peso. Y en 1931 escribió que una tipología psicoanalítica debía basarse en aspectos libidinales, presentando los tipos erótico (cuyo interés primordial se vuelca hacia la vida amorosa), compulsivo (con predominio del superyó) y narcisista («No hay en él ninguna tensión entre el yo y el superyó […] ningún hiperpoder de las necesidades eróticas; el interés principal se dirige a la autoconservación”). Pero luego de comprender que los casos mixtos (erótico-compulsivo, erótico-narcisista, narcisista-compulsivo) son más frecuentes que los puros culmina su planteo:

    Alguien podría creer que haría una broma preguntando por qué no se menciona aquí otro tipo mixto teóricamente posible a saber, el erótico-compulsivo-narcisista. Pero la respuesta a esa broma es seria: porque semejante tipo ya no sería tal, sino que significaría la norma absoluta, la armonía ideal. Aquí uno se percata de que el fenómeno del tipo se engendra justamente porque de las tres principales aplicaciones de la libido dentro de la economía anímica se favoreció a una o dos a expensas de las restantes[23] (Freud, 1976; 220-21).

    Esto por supuesto puede vincularse con todo lo polémico de la diversidad sexual, pero aun sin ello es evidente que gran parte de la sexualidad actual se restringe a la conocida como «normal», es decir a la genital, y sólo excepcional y minoritariamente a otras de zonas libidinales diferentes.

    3) Lo mismo que en muchos otros aspectos, los medios muestran modelos ideales o fantaseosos muy alejados de la realidad y/o posibilidades reales, con la consiguiente frustración o niveles de depresión cuando no se alcanza lo mostrado o se compara con lo que se tiene. Esto se presenta tanto respecto a aventuras, bienes materiales y mujeres o galanes de gran belleza pero distantes de lo que son la mayoría de las personas, y ya ni hablar de lo que se muestra en torno a relaciones de pareja, romances y acciones sexuales y eróticas. Aquí es de recordar que dos investigadores de nuestro campo comprobaron que el aumento de nada menos que el 100% en niveles de depresión en mujeres campesinas morelenses era causado por ver en televisión mujeres de otro tipo, muy diferentes a ellas, y a creer que no podían salir de su situación[24]. Esto puede también vincularse con los aspectos sexuales y eróticos.

    4) Las tendencias narcisistas predominantes en nuestra época -no en el sentido estricto psicoanalítico del término, sino más bien como posturas individualistas, egocéntricas, etc-, dificultan o impiden un verdadero vínculo erótico.

    5) Es sabido que lo que puede ser visto o entendido como valioso o progresivo de algo, puede no serlo en otro: caso, por ejemplo, de muchos de los actuales vínculos familiares y de pareja, ya no pensados “para toda la vida” sino mientras se mantenga un importante nivel afectivo, pero que, como contraparte, no otorgan a sus integrantes (sobre todo hijos) la seguridad que ofrecen las anteriores que, por supuesto, no han desaparecido.

    Respecto a nuestro tema pasa algo no igual pero parecido: la actual permisividad sexual facilita el vínculo -a veces sin niguna dificultad, o sea con escaso o nulo esfuerzo, sea por ser usado como camino de ascensos, prenda de “cambios” o simple satisfación corporal mometánea-, pero pagando el precio de que la relación carece o tiene pocas significaciones emocionales, con todo lo que esto implica. Situaciones que una sexóloga argentina resume diciendo que “ya no se coge como antes”, y que el citado Lasch expresa en diferentes partes de La cultura del narcismo de manera clara y contundente:

    • Hombres y mujeres buscan ahora el placer sexual como un fin en sí mismo, no mediatizado por los adornos del enamoramiento (p. 233).
    • El sexo validado en sí mismo pierde toda referencia al futuro y no conlleva esperanza de vínculo permanente (p. 234).
    • Promiscuidad relajada como patrón de las relaciones sexuales normales (p. p. 234).
    • Para controlar emociones se cultiva una superficialidad y cínico desapego, que se convierte en habitual (p. 237).
    • Relaciones actuales más riesgosas no representan garantía de permanencia. Afloran formas de desapego emocional (p. 242).
    • Aumento de gente que vive sola refleja la la preferencia por la autonomía individual, pero también una rebelión contra nexos emocionales (p. 248).

    En esta misma perspectiva no puede dejar de señalarse como la vida actual está cada vez más penetrada y atravesada por múltiples herramientas tecnológicas de todo tipo, y el erotismo y/o sexualidad no escapa a ello: no sólo instrumentos que permiten o acrecientan determinados grados de “satisfacción” individual, sino ahora cada vez más fármacos o medicamentos que permitan a cada vez más personas “superar”, al menos físicamente, algunos problemas (caso de estimulantes sexuales, Viagra y otros para la disfunción erectil, otro producto en desarrollo para aumentar el tiempo en la eyaculación precoz…). En torno a su uso, con ellos pasa algo similar a lo que ocurre con los psicofármacos, terreno incuestionablemente polémico: pocos dudan de su efectividad en muchos casos (no en todos), pero la discusión no es sobre ello sino respecto a que esos productos van al aspecto físico-biológico y no a las razones psíquicas y emocionales, cuando las hay, que inhiben, en estos casos, la realización sexual y/o erótica, actuando por tanto como “calmantes” de una situación, es decir con sus “ventajas” para quienes pueden así sobrellevar una realidad nada grata, pero sin cuestionar causas profundas a las que de cualquier manera difícilmente serían accesibles (análisis, psicoterapias, etc.) para las grandes mayorías que las sufren. Es por tanto una nueva problemática que no pueden desconocer quienes pretendan estudiar la sexualidad y el erotismo de nuestra época concreta.

    6) El señalamiento anterior a los calmantes inevitablemente remite a lo planteado por Freud[25], un aspecto central para la comprensión de la dialéctica del sujeto en todo marco social, y más en los actuales donde existe una gran oferta de ellos prácticamente para todo. Desde este punto de vista no puede dejar de verse como también la sexualidad y el erotismo son unos productos más del circuito comercial en múltiples facetas, pero también es desplazado hacia infinidad de objetos y aspectos: automóviles[26], tecnologías, rapidez para todo, religiones (viejas y nuevas), etc. En este sentido es de reconocer la capacidad del modelo económico-social -algo por otra parte nada nuevo pero reforzado por una vasta gama de conocimientos teóricos y empíricos- para ofrecerlos con base en la comprensión de las “necesidades” de la gente, “necesidades” a su vez en gran medida creadas tanto por razones de producción como para tal consumo de “calmantes”.

    7) Tampoco debe olvidarse una importante paradoja. Durante muchos siglos el erotismo estuvo limitado porque la vasta mayoría de la población del mundo colocaba la mayor parte o toda su energía en el trabajo como forma de subsistencia -salvo, claro, sectores minoritarios como las realezas y elites-, y el sustantivo cambio que se produjo al respecto fue cuando comenzó a existir una producción suficiente o incluso excedente en general; ello significó la reducción del tiempo de trabajo, el aumento del tiempo libre o de ocio, y por tanto también un desarrollo del erotismo impensable en tiempos anteriores (sin olvidar lo antes indicado del peso de las nuevas tecnologías y los medios que posibilitan su actual difusión masiva).

    Pero en los últimos tiempos el abandono del conocido como Estado de Bienestar y su reemplazo por el modelo neoliberal ha producido las conocidas situaciones de la necesidad de intensificación de los niveles de rendimiento y de producción como requisitos de una feroz competencia -neodarwiniana según algunos-, y la reducción de niveles de ingresos en la mayor parte de la población (sobre todo sectores populares y medios). Por estas razones, así como la necesidad de mayor dinero para poder acceder al actual consumo de productos nuevos -a veces sofisticados-, su constante recambio, modas, etc., obligan a un importante cambio, o sea a la intensificación de los niveles de trabajo, sea para simple y elemental subsistencia, o para incesante búsqueda de ascenso en la prámide laboral y social.

    El trabajo arduo se ha convertido nuevamente en el centro de la vida -con todo lo que esto significa para el erotismo-, e incluso objeto erótico en sí mismo, al menos para muchas personas y sectores (ejecutivos, etc.). Un claro signo de esta importancia trabajo, y la subordinación de lo emocional, lo indica nuevamente Lasch: “En los 50 era importante una mujer atractiva para la carrera; hoy se advierte a los ejecutivos del conflicto serio entre el matrimonio y una carrera ejecutiva” (p. 87). Por supuesto que respecto a esto pueden hacerse diferentes comentarios -que matrimonio y erotismo pueden ser cosas distintas, el ver a una “mujer atractiva” como adorno, etc.-, pero más allá de todo esto está el nuevo papel que cumple el trabajo, que llega a significar desde el práctico abandono del tiempo libre[27] hasta una gran limitación y postergación de los vínculos afectivos por la a veces excesiva entrega a las actividades laborales[28].

    8) Como último punto de este incompleta enumeración hay también que recordar que muy conocidos problemas de nuestro tiempo son el marcado incremento de la soledad, la incomunicación y la depresión. Queda a cargo del lector de estas páginas y de estudiosos de esta problemática, las relaciones que pueden establecerse con las características y niveles del erotismo de nuestra época, los altos grados de búsqueda de sexualidad y pornografía, etc.

    Todo lo aquí expuesto debe verse como un conjunto de aspectos centrales, y seguramente polémicos, para el estudio e investigación del tema que nos reúne, presentados de una manera más coloquial que organizada de acuerdo a los parámetros académicos formales. Para terminar es importante señalar que de manera alguna es una visión completa de la problemática abordada, que por tanto seguramente faltan otros aspectos, y que por las conocidas limitaciones de los tiempos asignados a cada ponente lo abordado ha sido en términos muy generales, que requieren de seguimiento y profundización.

    Notas

    [1] Esto posteriormente se confirmó, aunque algo se planteó en términos muy genéricos como contexto en una de las intervenciones de la primer mesa.

    [2] Entre ellos: Normalidad, conflicto psíquico, control social, Plaza y Valdés/UAM-X, México, 1ª ed. 1990, 2ª ed. 1996; “La relación hombre-cultura: eje del psicoanálisis”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 1, 1991 (y reproducido en la 2ª ed. del libro anterior); La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valdés, México, 1ª ed. 2001, 2ª eed. 2004; etc. Una recopilación de artículos con esta perspectiva está planeada para la publicación por “Carta Psicoanalítica” del libro digital Ensayos desde un psicoanálisis no domesticado (título provisorio).

    [3] El subrayado de los es para reforzar lo indicado de que desde hace mucho tiempo, y continúa hoy, con el psicoanálisis pasa algo similar a lo que siempre con todo tipo de conocimientos y posturas de todo tipo, sobre todo los más o menos exitosos: el surgimiento de escuelas, tendencias, etc. que incluso pueden llegar a ser muy diferentes entre sí aunque tengan ejes similares.

    [4] Sociedad, salud y enfermedad mental, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1973, con ediciones posteriores -que incluyen diferentes Apéndices- en la Universidad Autonoma de Puebla (1976) y Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco (1981). En el ya citado Normalidad, conflicto psíquico, control social es sólo el primer capítulo de un texto con varios más

    [5] Sobre esto recuérdese lo planteado por Deleuze y Guattari en El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, Barral, Barcelona, 1973 (ediciones posteriores en Paidós).

    [6] Algunas relaciones entre ambos -neoliberalismo y posmodernidad- pueden verse en el libro La salud mental e el neoliberalismo, ob. cit.

    [7] El peso de la depresión a fines del primer milenio fue por la idea dominante de que la llegada del siguiente implicaba el fin del mundo, y hoy es por razones muy diferentes de las que algo, muy poco, se verá más adelante. Sobre todo esto es interesante ver el acucioso texto de Rosen, George, Locura y sociedad. Sociología histórica de la enfermedad mental, Alianza Editorial, Madrid, 1974, e importantes textos de Foucault, entre ellos Historia de la locura en la época clásica, dos tomos, Fondo de Cultura Económica, México, 4ª reimp., 1986.

    [8] Bataille, G., Breve historia del erotismo, Caldén, Montevideo, 1970.

    [9] “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, tomo XIV, que en la versión española de Biblioteca Nueva aparece como “Los instintos y sus destinos”.

    [10] Es muy interesante e importante ver como posturas de este tipo hoy son predominantes en los discursos de las llamadas “ciencias” sociales, como siempre lo fueron en el psicoanálitico pero en este último hoy adoptando nuevas formas acordes a los tiempos posmodernos y neoliberales. Al respecto véase un desarrollo más amplio en mi ensayo “Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 14, 2000, reproducido en el libro La salud mental en el neoliberalismo, ob. cit. Respecto al campo de la comunicación, “Los estudios e investigaciones en comunicación en nuestros tiempos neoliberales y posmodernos”, en Solís Leree (ed), Anuario de Investigación de la Comunicación VII, Coneicc/UAM-X, México, 2001. Las marcadas diferencias entre los intereses académico-intelectuales actuales con los imperantes décadas atrás, en “Proyectos, subjetividades e imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamérica”, revista Argumentos, UAM-X, México, Nº 32-33, 1999.

    [11] Resultado de esta investigación han sido numerosos escritos y presentaciones en eventos psicoanalíticos y comunicológicos. El más completo es el libro Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formación psicosocial, 1ª ed. Nuevomar, México, 1984; 2ª ed. Pangea/Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, 1988; 3ª ed. (ampliada) Plaza y Valdés, México, 2005. Respecto a la relación medios- familia y sus vínculos, pesos y dinámicas, véanse “Familia y tele en la estructuración del Sujeto y su realidad”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 5, 1995; y “Televisión y familia en la formación del sujeto”, en Lozano, José Carlos, y Benassini, Claudia (ed.), Anuario de Investigación de la Comunicación V, Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación (Coneicc)/Universidad Iberoamericana, México, 1999.

    [12] Aunque sólo parezca algo anecdótico, pero en realidad muy representativo de los escasos vínculos entre disciplinas distintas pero muy relacionadas, es interesante señalar que muchas veces se me ha visto y ve como comunicólogo en reuniones psicoanalíticas, y a la inversa en las de comunicación, llegándose a presentarme en una de éstas últimas, aunque haya sido en broma, como un “psicoanalista infiltrado en la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC)”.

    [13] Una clara idea acerca de la rapidez de los cambios que se producen en algunos ámbitos, es que hace no mucho tiempo se calculaba que cada diez años se duplica el conocimiento que se tenía desde el comienzo de la historia, algo que ahora se reduce a cada cinco años. Aunque puede pensarse que ello ocurre de manera central en los campos de las ciencias duras y de la tecnología, y no en las sociales y humanísticas.

    [14] Lasch, Christopher, La cultura del narcisismo, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1999.

    [15] Lipovetzky, Gilles, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama, Barcelona, 3ª ed., 1988.

    [16] Galeano, Jorge; Guinsberg, E. y Matrajt, Miguel, “¿El progreso nos hace más felices? Adelantos tecnológicos, salud mental y calidad de vida”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 17, 2001.

    [17] Producto de esto y los planteos siguientes, en el debate posterior correspondiente a esta Mesa se consideró que hubo una propuesta de censura a los contenidos pornográficos, algo que nunca fue planteado. Al contrario, se respondió que un claro ejemplo al respecto fue el “destape” producido en España luego de la caída del franquismo, que tuvo un extremo del que luego del mismo se volvió a los cauces “normales” (más allá de lo que se entienda por esto). De cualquier manera es de reiterar que el alto consumo de contenidos de tal naturaleza -pornos y sexuales- debe verse como un síntoma o analizador de las condiciones reales de los sujetos en particular, y de la población en general, respecto al grado de liberación o frustración de sus deseos y aspiraciones sexuales.

    [18] Guinsberg, E., “Fantasías (tal vez delirantes) acerca de lo que hoy diría Freud sobre sexualidad”, en Jáidar, Isabel (comp), Sexualidad: símbolos, imágenes y discursos, Area Subjetividad y Cultura, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, 2001.

    [19] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Origen-Planeta, México, 1985, p. 102, 104 y 105, cursivas mías.

    [20] Marcuse, H., Eros y civilización, Joaquín Mortiz, México, 1986, p. 54, cursivas mías.

    [21] Hercovich, I., en revista Campo Grupal, Buenos Aires, Nº 20, 2001, p. 3.

    [22] Marcuse, H., Eros y civilización, ob. cit.

    [23] Freud, S., “Tipos libidinales”, en Obras completas, ob.cit., tomo XXI, p. 220-221.

    [24] Matrajt, Miguel, y Reynaud, Cécile, “Salud mental ocupacional en el campesino”, revista Tlacayeliztli, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Cuernavaca, Nº 1, 1987.

    [25] “La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla no podemos prescindir de calmantes. Los hay, quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras, que nos vuelvan insensibles a ellas. Algo de este tipo es indispensable”. Freud, S., El malestar en la cultura, tomo XXI, p. 75, subrayado final mío.

    [26] Véase mi breve trabajo “Apuntes sobre psicopatología de nuestra vida cotidiana/2. Adicción y fetichismo al automóvil”, revista Subjetividad y Cultura, México, Nº 9, 1997.

    [27] En un artículo publicado hace no muchos años (“Memorias de la abundancia”, revista Nexos, México, Nº 232, 1997, p. 43) Hans Magnus Enzersberger considera que a lo largo de toda la historia se consideró como lujos la posesión de bienes materiales (palacios, grandes casas, joyas, etc.), pero para importantes sectores actuales, incluyendo los de de riqueza y poder, lo es el tiempo libre.

    [28] En este contexto hay que reinterpretar el sentido de las actividades sexuales que ofrecen algunas empresas (y subsidian) a sus empleados de alto nivel, la facilidad de acceso a esos “bienes de consumo”, etc., y seguramente hay que ver cuánto tienen de simple sexualidad y cuanto de erotismo.