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  • El síntoma en la política o según Válery: ‘lo real siempre está en la oposición’

    El síntoma en la política o según Válery: ‘lo real siempre está en la oposición’

    Gibrán Larrauri Olguín

    El presente artículo pretende reflexionar a propósito de la noción de síntoma que propone el discurso psicoanalítico, para de allí, asentar algunas ideas en torno a la concepción que Žižek guarda de la ideología política, en especial en su obra titulada El sublime objeto de la ideología (1992), obra que de acuerdo a Ian Parker (2004) es la más notable de la producción del pensador esloveno[1]. Se hará énfasis, pues, en el síntoma en tanto emparentado con el registro lacaniano de lo real y con el goce, para de allí, señalar los impases que de manera irremediable se forjan alrededor de toda ideología política.

     
    De lo fecundo del síntoma
    Tradicionalmente, al menos desde el abordaje médico, psicológico y psiquiátrico, el síntoma es apreciado como aquello que representa algo así como la materialización del mal, la posesión dionisiaca sea de la mente, sea del cuerpo, y que en su insistencia perturbadora tiende a destruir la supuesta estabilidad apolínea psicosomática. El síntoma ha sido visto, pues, desde esas concepciones, como lo que en su insistencia impide el devenir funcional, siempre deseable, para los cuerpos dentro de ese otro supuesto cuerpo que es el de la Cultura. Es ya sea en torno a la prevención del síntoma, como a la búsqueda de su erradicación, sobre lo que recae aquello que Foucault llamó “poder disciplinar”[2] y que hoy en día se despliega de manera brutal sobre la población global, poder en cuya cabeza encontramos el poder clínico en su conjunto.
     
    Así pues, a través de la hegemonía de dicho poder disciplinar que impera en nuestros días, signados éstos por la búsqueda de una felicidad a través de la estabilidad de la salud, el síntoma, lejos de ser considerado como una formación que responde a una causa estructural –visión psicoanalítica– es más bien apreciado como un motivo al que se le culpa enteramente por corromper una subjetividad o sociedad dada, sin notar que la subjetividad y la Cultura toda se debe y subsiste precisamente a que en su núcleo existe algo del orden de lo real que en su insistencia, la cual, escapa a la completa dominación simbólica, gesta precisamente la reproducción de los organismos en cuerpos. En otras palabras, el síntoma al ser apreciado como aquello sobre lo que hay que incidir para reestablecer la armonía, sea con consejería y/o fármacos, es supuesto como aquello que hay que desmontar por la vía del interrogatorio o por la vía de la intervención sobre el mediador orgánico que produce una serie de efectos patológicos en el cuerpo, lo cual conlleva la reducción del mismo cuerpo a la categoría de la máquina (y no precisamente deseante.)[3] Este hecho acarrea también que se pierda de vista que el síntoma, si bien es fuente de sufrimiento, de incomodidad, también es vía de creación y sobretodo, de sustento de una subjetividad.
     
    En este sentido, para el psicoanálisis en su lectura lacaniana el síntoma es más bien, y no sólo, una formación significante sino “lo real que permite anudar el sujeto a su falta” (Assoun, 2008: 137), de lo que se colige por qué para el Lacan de la década de los setenta el síntoma haya sido concebido como la estructura misma. Siendo más preciso: el síntoma para la perspectiva lacaniana es aquello que permite a un sujeto sustentarse dentro del malestar en la Cultura, es decir, en la Cultura a secas, ya que difícil sería proponer una Cultura del bienestar, a tal punto que, recordando una conversación con Daniel Gerber, podríamos decir que sin malestar no habría Cultura.
     
    Quienes nos inscribimos en el psicoanálisis, sabemos o al menos deberíamos saber, que un sujeto demanda entrar en análisis no a partir de su sufrimiento, “de sus síntomas” se diría, pues todos sufrimos eventualmente (el sólo hecho de hablar nos hace propensos a ello, nos hace sintomáticos), y en tal sentido, todo mundo querría consultar un psicoanalista o a quienes se ubican con un aire de familia con tal posición una vez que el malestar palpita. Más bien, lo que hay en la entrada en análisis de un sujeto es la constatación de que precisamente su síntoma se le ha roto, en otras palabras: la manera en la que se posiciona ante su falta no le funciona más. Siendo así, un sujeto no entra a análisis debido a que sus síntomas lo hacen disfuncional sino porque sus síntomas no le son más funcionales (por paradójico que sea atribuir el adjetivo “funcional” a algo que ante todo se contrapone a toda noción de funcionalidad sin falla.)
     
    En síntesis, y para ir dándole la palabra al autor pretexto de este texto, la dimensión del síntoma que retomaré como aquello que coordina mi discusión, es la siguiente: el “síntoma es el modo en que nosotros –los sujetos– “evitamos la locura”, el modo en que “escogemos algo (la formación del síntoma) en vez de nada (autismo radical, la destrucción del universo simbólico).” (Žižek, 1992: 110-111)
     
    Lejos de que esto que trasmito sea apreciado como una apología del síntoma, o sea, una “defensa” del sufrimiento, lo que pretendo es subrayar el carácter fecundo del síntoma, de aquello que las más de las veces es promovido como aquello que no hace más que restar y desviar de un cierto telos bonhómico. Y es que desde mi perspectiva, mucho le debemos a eso que por un lado motiva, y por el otro, impide un desarrollo armónico de cualquier proyecto individual o grupal.
    Puedo entonces entablar mis ideas centrales sobre lo real del síntoma y su relación con la ideología que nutre a toda palabra política.
     
    El síntoma como lo real imposible de simbolizar
     
    La definición más difundida de lo real psicoanalítico es aquella que encontramos en el seminario XX de Lacan mejor conocido como Aún… (1972-1973). Tal definición reza que lo real es aquello que “no cesa de no escribirse” (1975). En otros términos, lo real es allí para Lacan aquello que se resiste a ser domado mediante el influjo simbólico, así como aquello que lo percepción de cualquier imaginario no muestra. En tal sentido, lo real bien puede ser apreciado como un goce absoluto, un radical más allá del principio del placer, también llamado en ocasiones por otros pensadores como goce del ser dado que escapa a la consciencia y a la existencia, y en tanto este goce del ser en su erupción suprimiría a esta última tanto como desbordaría toda percepción.
     
    Por lo tanto, si el goce del ser es aquél estado de placer absoluto que de tan absorbente confina con el dolor y con la satisfacción plena[4], borra la dimensión reguladora de la realidad y el deseo, podemos colegir que lo real del ser, o ese talante de lo real llamado por Žižek “presimbólico”, es aquello que precisamente es reprimido originariamente por la ley de la Cultura, ley simbólica o en pocas palabras: lenguaje. Es decir, es sobre el goce del ser que opera la red del lenguaje que hace que un organismo pleno devenga cuerpo subjetivado. Sin embargo, lejos de que lo real sea entonces apreciado como lo más periférico a la realidad, como aquello que rodea a lo simbólico y a lo imaginario (componentes de la llamada “realidad”) sería más bien su núcleo, en tanto dicha realidad está siempre sustentada por el que Lacan llama “fantasma”. De acuerdo a Pommier: “el fantasma hace pantalla y trabaja lo real: lo manipula, lo pone en torsión a su manera a fin de realizarse.” (2005: 61) En otros términos, lo real “no es la modalidad de lo que correspondería considerar como lo más periférico en la experiencia, sino más exactamente aquello que viene a centrarla.” (Pommier, 2005: 72, cursivas mías) Más sencillo: para que el sujeto tenga lógica cabida y vida en la realidad es menester que algo en él sea reprimido, eso reprimido que se volverá lo imposible y por ello lo real, es el goce del ser, el núcleo alrededor del cual se edifica la realidad así como el fanasma (noción ésta a la que ya regresaremos).[5] Siendo así, podemos sentar que a ese fenómeno que ubica una Ley humana (lenguaje) que se dirige a reprimir la Ley salvaje (goce) se le conoce como castración.
     
    De esta forma, siguiendo con Žižek, el “gran tema” sobre el que versa lo que Lacan llama “simbolizar lo real” –condición fundamental para el nacimiento en la Cultura del sujeto– está en que tal proceso efectuado por la Ley simbólica es “un proceso que mortifica, drena, vacía, cincela la plenitud de lo real del cuerpo vivo”, entiéndase: la Ley simbólica que constituye la subjetividad deseante tiene como efecto poner diques a un goce corporal que, por estar en su principio fuera del lazo social, se ubica en relación directa con lo real.
     
    Pero, tal vez lo más trascendente para la ideas que pretendo transmitir sea que tal proceso de subjetivación no es sin falla, es decir, la simbolización del goce del ser en tanto está basada en reprimirlo, no puede impedir, incluso provocar, el origen en el sujeto de la persistencia de un afán de recuperación de ese goce. Esto será lo que en el fondo le da toda legalidad anímica a la pulsión misma. A ese afán de satisfacción del que toma toda su energía la pulsión manifestante del deseo sin posibilidades de completarse, es a lo que se le llama propiamente lo real que no deja de no escribirse.
     
    De tal forma, como el mismo Žižek lo indica, lo real, además de ser sobre lo que recae la castración, real en su talante mítico o presimbólico, es también “el producto, el remanente, el resto, las migajas de este proceso de simbolización.” (1992: 221) Será pues, ese real que persiste en no poder ser simbolizado aquello que otorgará la consistencia al síntoma del que todo organismo cívico será portador, de hecho, puede decirse que la subjetividad es la respuesta sintomática que se produce entre el organismo gocero y su confrontación con la Ley simbólica.[6]
     
    Es así que Žižek cincela que el síntoma para la perspectiva lacaniana es “un elemento que causa mucho trastorno, pero su ausencia significa aún más trastorno: la catástrofe total.” (1992: 115-116) Pues el síntoma es aquella forma patológica con la que el sujeto obtura la posibilidad del goce total, su ausencia sería la catástrofe total en relación a que sería una puerta abierta para el flujo de lo real sin traba por lo simbólico, y así, representaría la anulación del deseo y el lazo social. No hay forma subjetiva de posicionarse en el mundo social humano para el sujeto que no implique un dejo de malestar irreductible. Si algo señala el síntoma es que para el sujeto no hay bienestar sino lucha constante: lucha entre una satisfacción a la que tiende de la mano de su deseo sin objeto idóneo dentro de los marcos de la Cultura, y una Ley que le impide esa satisfacción so pena de desaparecer como sujeto. En tanto lo real no es viable de ser plenamente simbolizado es que el sujeto se vuelve sintomático: habitado por un deseo de regreso a la indiferencia, vive sus días siempre en trastabillado, esforzándose con el símbolo por recuperar su bienestar, sin embargo, ese bienestar es su salida del circuito social como ente deseante. Por lo tanto, para el psicoanálisis “El tiempo subjetivo se desgarra de este modo entre aquello de lo que huye y lo que persigue.” (Pommier, 2005: 42)
     
    Será de esta división, entre deseo y goce, que el sujeto se verá arrimado a buscarse una respuesta a lo que representaría dentro del orden de la Cultura su alivio ante el dolor de existir, el cual puede ser definido como aquello que nace de “la excentricidad del deseo en relación con toda satisfacción” (Lacan en Nasio, 2007:135) . Es por esto que, potencialmente, se verá siempre atraído hacia aquellos lugares que estipulan, de manera más o menos encubierta o abierta, que se cuenta con el objeto o significante que en su adquisición calmaría tal dolor de existir. De entre esos lugares, sobresale el del discurso de la política que irremediablemente se ve forzado a crearse a partir de elevar a la dignidad de lo que le falta al sujeto los significantes mediante los cuales costura su lógico despliegue. Será también a partir de esa insistencia de lo real o, en otras palabras, de la renuencia del deseo por colmarse con cualquier influjo simbólico, que el discurso político hallará un impasse infranqueable que lo llevará a repetirse en su estructura, es decir, en su fracaso.
     
    El discurso político (y con este trazo incluyo tanto a quienes “hacen” de facto la política, en otros términos los llamados “políticos”, tanto como a quienes teorizan la “mejor” forma de pensar los fenómenos políticos y a quienes ponen en tal lugar sus esperanzas más altas), eventualmente, termina por hacer brotar la pesadez de un real que en su inmutabilidad corrompe el diseño del flujo de todo río singnificante político. Para el psicoanálisis, en tanto la política se ejerce por y para las subjetividades, y en tanto tales construcciones están divididas, el lazo político no deja de ser el escenario, tal vez el predilecto, en que lo real señala el surgimiento de un imposible de todo avance progresivo y armónico, sea bajo la bandera de la derecha, siempre cargada de connotaciones poco amables, sea bajo el estandarte de la izquierda, por su parte siempre imán de las buenas voluntades.
     
    Síntoma, real y fantasma en la disquisición de Žižek: hacia los impases de la ideología política. 
     
    De acuerdo a lo recién planteado a propósito de la verdad que el psicoanálisis le señala al lazo político en su conjunto, uno no puede más que, al lado de Jacques-Alain Miller, afirmar lo siguiente:
     
    Vayamos a lo más simple. ¿Qué rescataría un lector que hojeara los escritos y dichos de Lacan intentando caracterizar la relación de Lacan con la política? Pienso que el rasgo más sobresaliente que encontraría sería la desconfianza hacia los ideales, sistemas y utopías de los que está sembrado el campo político. (Miller, en Zarka, 2004: 126)
     
    Cosa evidente. Lo que no resulta tan claro para quienes no alcanzan a observar de dónde le viene tanta renuencia en suponer a la política como algo progresista no sólo a Lacan sino al mismo Freud quien, cuando se le preguntó de qué color “político” era no respondió más que “color carne”, es que por decirlo de una manera un tanto desenfadada y soberbia, el psicoanálisis, o mejor dicho, aquello que hace las veces de su objeto de estudio, no puede más que hacer constar que el discurso político[7] no es más que semblante, esto quiere decir: el discurso político basa su desarrollo en base a reprimir la verdad y hacer pasar sus cadenas significantes (armazones de semblante) como la verdad misma. En una palabra, el discurso político borra la verdad del deseo que habita a quienes en su tálamo se desenvuelven; borra, pues, que no hay esperanzas para los sujetos de rehacerse de su goce interdicto. El problema es que si el sujeto se ve atraído hacia los significantes que le proporciona la política no lo es tanto por una consciencia social cualquiera sino por una inconsciencia de su falta en ser en la que ancla precisamente toda ideología política.
     
    El discurso político recurrentemente supone componer, comprender y aprehender la realidad, sustenta en sus representaciones su éxito pero desconoce muy a menudo que hay un desacuerdo estructural –y no contingente–[8] en la subjetividad que lo hace tropezar: lo real[9]. Como lo diría Lacan: “Lo real no es el mundo. No hay la menor esperanza de alcanzar lo real por la representación.” (1988: 82) Ese desacuerdo que como he señalado constituye los castillos en los que se sostiene todo sujeto, es el factor de gestación de los síntomas que hacen que la ideología política se repita, no es cualquier cosa, sino en su fracaso como ya lo señalaba. De aquí que el mismo Lacan en su conferencia “La troisième” declare: “Llamo síntoma a lo que viene de lo real.” (1988: 84)
     
    En este sentido es que la ideología política no puede más que construirse mediante el fantasma, lo que por Žižek es llamado sistemáticamente “fantasía”. Se impone entonces una pregunta: ¿qué es, en estricto sentido, para el esloveno, la fantasía? Según palabras de Žižek:
     
    La fantasía es básicamente un argumento que llena el espacio vacío de una imposibilidad fundamental, una pantalla que disimula un vacío. “No hay relación sexual”, y esta imposibilidad se llena con el fascinante argumento de la fantasía –por eso la fantasía es siempre, en último término, una fantasía de la relación sexual, una puesta en escena de ella”. (1992: 172-173)
     
    En tanto la fantasía funciona como una escenificación en la que se encubre la castración, es que:
     
    La apuesta de la fantasía ideológica es construir una imagen de la sociedad que existía, una sociedad que no esté escindida por una división antagónica, una sociedad en la que la relación entre sus partes sea orgánica, complementaria. El caso más claro es, por su puesto, la perspectiva corporativista de la Sociedad como un Todo orgánico. (Žižek, 1992: 173)
     
    Es por ello que el psicoanálisis señala que el discurso del amo del que se nutre forzosamente toda palabra política es del orden de lo inconsciente, pues se constituye por un saber que no se sabe. Dicho saber no es otro más que el saber de la verdad del deseo, verdad que implica que el deseo es deseo de deseo, en otros términos, que la verdad es siempre verdad a medias o no-toda. Siendo así, toda demanda política “está atrapada en una dialéctica en la que apunta a algo diferente a su contenido literal.” (Žižek, 1992: 155) Esa demanda de algo más allá de la literalidad con la que se ve afrontado toda ideología política, es lo que en su radicalidad nadie tiene, es decir, el goce que vendría a suturar la falta en ser que comanda la vida deseante. Por lo tanto, ese plus de toda demanda, plus de goce, es lo que en Laclau podríamos interpretar bajo el término de “excedente metafórico”. A su vez, es este goce, puesto que es lo que se demanda, el anuncio de la derrota del simbolismo político pues no puede otorgarlo so pena de caer en barbarismos. En otras palabras, la subjetivación tan alabada y provocada por el discurso político encubre, por curioso y contradictorio que parezca, al sujeto mismo: Por esto “el sujeto es por lo tanto estrictamente opuesto al efecto de subjetivación: lo que la subjetivación encubre no es un proceso pre o transubjetivo de escritura sino una falta en la estructura, una falta que está en el sujeto.” (Žižek, 1992: 227-228)
     
    Así pues, toda identidad política, tanto como toda identidad, cojea en un espacio que desconoce, y que no obstante, cimienta su supuesta cordura. Hay algo fuera de sentido en toda ideología política que no sólo se propone como el límite interno para su discurso sino como aquello sin lo cual no puede existir. Pues si se piensa, y se ven las cosas con calma y un espíritu alejado de la doxa, se constará que la lucha política, sea de izquierda o de derecha, “izquierdosa” o “derechista” (totalitarismos), se confecciona sólo en base a tomar como estandartes de apego no otra cosa que significantes, significantes que como el psicoanálisis señala, no son más que elementos de diferenciación que permiten captar “nada” y por lo tanto están despojados de un significado universal. Tenemos pues, que el discurso de la política es del semblante dado que hace “como si” los significantes que hacen su fuerza significaran algo per se. Será entonces que tarde o temprano que quienes se identifican con esos significantes, terminen por constatar que luchan por algo, por un deseo que más bien refuta sin nombre. De allí a la irrupción que no engaña de lo real no hay mucho trecho.
     
    Es por todo esto que reitero junto con Žižek “El proceso de interpelación-subjetivación es precisamente un intento de eludir, de evadir este núcleo traumático mediante la identificación: al asumir un mandato simbólico, al reconocerse en la interpelación, el sujeto elude la dimensión de la Cosa”. (1992: 235)
     
    También, es de esta forma, que podemos entonces advertir que toda fantasía/ ideología política está acechada (para parafrasear otra obra del esloveno) por reacciones que irán del desencanto y la melancolía hasta la violencia, pues: “La aspiración de abolir el antagonismo pulsional es la fuente de la tentación totalitaria” (Žižek, 1992: 28), es decir, cuando la ideología se topa con su límite estructural es común que le adjudique ese límite a la imperfección de todo aquel no adepto a identificarse con ella. En suma, la ideología política fundamenta su poder en presentarse despojada de todo influjo de ficción, pero será precisamente la verdad de su estructura, o sea, su tejido fantasmagórico que reprime y/o forcluye la constancia de lo real, lo que retornará para dar lugar a manifestaciones del deseo inconsciente poniéndola en jaque.
     
    Quisiera pues, señalar que sin embargo y más allá del pesimismo con el que este recorrido se posiciona ante el lazo político, no por ello supone la idea melancólica de darse por vencido en toda lucha política de antemano ni supone rebajar la misma a la categoría de una lucha ignorante, pues puede creerse que se está afirmando que no hay distinción en cuanto a la validez de las diferentes luchas políticas con lo que se dejaría la puerta abierta a todo laissez-faire, lo que casi siempre recae en la irresponsabilidad. Nada de eso, simplemente quiero poner en claro que cuando se habla teóricamente de la existencia de una imposibilidad o dislocación en el nacimiento de las gestas políticas no se debe de suponer que dicha existencia es de orden ideológico o efecto de un defecto corregible con las palabras y las herramientas adecuadas, sino que tal imposible es de orden estructural, lo que infatigablemente nos fuerza a siempre estar renovando nuestras respuestas a nivel individual y grupal. Es decir, ante lo real no hay respuesta adecuada sino puras de tipo más bien provisional.
     
    Siendo así, para resumir en una frase que inyecta la idea fundamental de este escrito, recurro a la palabra de la poesía. Sólo un poeta puede aquí ayudarme a poner un punto final: dice Paul Valéry: “Política de la vida. Lo real siempre está en la oposición”.
     
    Referencias
    Assoun, Paul-Laurent. (2008) Lacan. Paidós, Buenos Aires.
    Braunstein, Nestor. (1990) Goce. Siglo XXI, México.
    Evans, Dylan. (2007) Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano. Paidós, Buenos Aires
    Foucault, Michael. (2005) Naissance de la clinique. Presses Universitaires de France, Paris.
    ______________. (2006) Surveiller et punir. Gallimard, Paris.
    Lacan, Jacques. (1975) Encore. Le Séminaire livre XX (1972-1973). Seuil, Paris.
    _____________. (1988) Intervenciones y textos 2. Manantial, Buenos Aires.
    Nasio, Juan David. (2007) El dolor de amar. Gedisa, Barcelona.
    Parker, Ian. (2004) Slavoj Žižek. A critical introduction. Pluto Press, London.
    Pommier, Gerard. (2005) ¿Qué es lo “real”? Ensayo psicoanalítico. Nueva Visión, Buenos Aires.
    Rancière, Jacques. (1996) El desacuerdo. Política y filosofía. Nueva Visión, Buenos Aires.
    Zarka, Yves Charles. (dir.) (2004). Jacques Lacan. Psicoanálisis y política. Nueva Visión, Buenos Aires.

    Žižek, Slavoj. (1992) El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI, México.

     


    [1] Ver Parker, I. (2004) Slavoj Žižek. A critical introduction. Pluto Press, London.
    [2] Para profundizar en la conceptualización de Foucault sobre lo que llama “poder disciplinar” se pueden consultar sus obras “Surveiller et punir” y “Naissance de la clinique”.
    [3] Evidentemente la alusión a “la máquina deseante” proviene de las conceptualizaciones de Gilles Deleuze y Felix Guattari, quienes caracterizaban a tal máquina como aquello que en su fluir se sobrepone a todo tipo de sedimentación y opresión.
    [4] En su libro Goce (1990), Néstor Braunstein nos explica que el goce del ser es aquello que de lo real queda excluido y padece por el significante, una zona central que constituye el núcleo del ser.
    [5] Recurro a unas citas de Žižek que puede ayudar a esclarecer por qué ubico al goce del ser en relación con lo real presimbólico: “Éste es el gran tema lacaniano de la simbolización como un proceso que mortifica, drena, vacía, cincela la plenitud de lo real del cuerpo vivo. Pero lo real es al mismo tiempo el producto, el remanente, el resto, las migajas de este proceso de simbolización.” Por lo tanto, podemos decir que: “En términos hegelianos, lo real está a la vez presupuesto y propuesto por lo simbólico.”  (1992: 221, cursivas mías)  
    [6] En palabras de Žižek: “El sujeto no es sino el punto fallido del proceso de su representación simbólica, el punto fallido de simbolización plena de lo real mismo.” (1992: 225)
     
    [7] Cabe señalar aquí que cuando me refiero al discurso político me refiero ante todo a aquel que, a pesar de concebir un punto de imposibilidad en relación al establecimiento de una armonía en el campo social, persiste en buscar la armonía.
    [8] Para ahondar en la noción de desacuerdo y el campo político es fundamental remitirse a: Rancière, J. (1996) El desacuerdo. Política y filosofía. Nueva Visión, Buenos Aires.
    [9] Es palpable que existen algunas propuestas desde la filosofía y la ciencia política que toman en cuenta ese real como ocurre con el particular caso de Laclau y de Badiou. Empero, me parece que hay al menos una connotación de lo real que sigue quedando un tanto al margen de esas elaboraciones y es aquella que nos remite a lo real como “objeto de la angustia” (Evans, 2007: 164).
  • Operaciones para subvertir al Objeto, del Buen Maltrato a Kant.

    Operaciones para subvertir al Objeto, del Buen Maltrato a Kant.

     Alfredo Huerta

    OPERACIONES PARA SUBVERTIR AL OBJETO; DEL BUEN MALTRATO A KANT.
     
    Hacer de Kant un erotólogo, como hace Lacan, un exponente del amor puro como lo hace Jacques Le Brun, un ontólogo y no un teórico del conocimiento, como le hace Heidegger, invita a leer su obra desde el peligro que se asocia con la certeza de que los discursos no se quedan quietos, de que no hay que darlos por muertos ni por establecidos.
     
    En La crítica de la razón pura, en la parte denominada Estética trascendental se encuentra ese ejercicio que Jacques Lacan denomina “hurtamiento del objeto” (Kant con Sade) y que hace, según él, a la obra crítica de Kant una obra erotológica (cabe mencionar que Lacan sitúa, como otros autores, ese ocultamiento del objeto en La crítica de la razón práctica; se muestra aquí, que el primer intento de ese ejercicio puede situarse ya en la primera de las críticas). En la Estética trascendental, Kant pide al lector seguirlo en una operación que llamaremos ascética, con toda la intención de llevar a Kant a un terreno desconocido para sus lectores habituales, al solicitar que haga aparecer la imagen de un objeto y que progresivamente vaya borrando sus rasgos: su densidad, su color, su peso específico, etc. Solicita nuevamente a sus lectores que se abstraiga de la representación de un cuerpo todo aquello que pudiéramos llamar sus rasgos. Kant opera ante los ojos de su lector el artificio de la desaparición del objeto en el plano de la representación (como si anunciara el límite del reinado del mundo de la representación) y, acto seguido, declara: “réstame siempre algo de esta intuición empírica, a saber: extensión y figura”; la desaparición del objeto es seguida del encuentro de una ley; si abstraemos las cualidades del objeto encontramos un espacio y un lugar propicios para representar un objeto, la ausencia del objeto indica bajo la forma de una ley a la pareja tiempo-espacio. He aquí la intuición pura, una facultad que no necesita de objeto y que al hurtarlo en esa ascesis kantiana se encuentra de frente con la ley. La Estética trascendental se convierte, con este hurtamiento, en la ciencia que explica a la intuición pura, en la medida en que engloba toda la situación referida a la desaparición misma del objeto y al develamiento de la ley de un tiempo y un espacio que no necesitan del objeto para ser indicados bajo la forma de una ley. Kant, por su parte, es capaz de desmontar a la sensación con todo su valor empírico sin contaminarla con ninguna intuición, pensamiento o concepto, y por otra parte separa a la intuición pura sin que en ella intervenga ningún material empírico. Una vez realizada esta operación digna del alquimista, bajo el artificio explicado, escribe Kant que restan como “formas de la intuición sensible” (a priori): el espacio y el tiempo.
    El espacio, explica Kant, no es un concepto derivado de la experiencia; para que algo sea representado fuera del cuerpo propio, en un <<allá>> y para que eso representado, dígase un objeto, en una relación con otros objetos los cuales, a su vez, ocupan un lugar o varios lugares en una serie de espacios, para que esto sea posible, la intuición del espacio debe ser efectivamente a priori, “debe existir ya en principio la representación del espacio”. No es que el fenómeno de la experiencia proporcione una representación tal; al contrario, explica Kant, es ésta representación la que hace posible aquellas representaciones de los fenómenos. El espacio es considerado como “la condición de posibilidad de los fenómenos y no como una determinación dependiente de ellos”.[1] Aparecen aquí dos caracteres del espacio, el primero, como se ha visto, es ésta característica del espacio como un concepto no derivado; el segundo carácter es el que se acaba de explicar, el espacio posibilita los fenómenos.
     
    Un tercer carácter del espacio es aquel según el cual el espacio es uno, “omnicomprensivo”; no hay más que un espacio y si se habla de varios espacios, como por lo demás se ha hecho arriba, siempre nos referiremos a este plural como una serie de espacios comprendidos en uno, será ésta la tercera demostración. Hay una cuarta, que tiene la peculiaridad de mostrar cómo la razón es en efecto una facultad que se rebasa a sí misma, porque, tal es el argumento de esta demostración: qué es el infinito, la idea del infinito en el espacio, sino la posibilidad de la intuición, usando los términos de Kant, de trascender el espacio encontrado en la experiencia, encontrado como de rebote en ella.
     
    No debe por lo tanto parecer extraño que no fuera un astrónomo, sino un filósofo como Giordano Bruno el que diera con la conjetura moderna del infinito; a propósito de esto Alexandre Koyré ha explicado no sin humor: “El fracaso de Kepler se explica, sin duda, por el hecho de que, dominado por la idea de un mundo bien ordenado, no puede admitir la de un universo infinito. Y nada es más característico por lo que respecta a esto que la crítica que opone a las intuiciones de Giordano Bruno. Bruno no es seguramente un sabio; es un matemático execrable –cuando hace un cálculo, podemos estar seguros de que será falso- que quiere reformar la geometría introduciendo en ella la concepción atómica de los <<mínimos>> y, sin embargo, comprende mejor que nadie –sin duda porque es filósofo- que la reforma astronómica realizada por Copérnico implica el abandono total y definitivo de la idea de un universo estructurado y jerárquicamente ordenado. Por ello proclama como una osadía sin parangón la idea de un universo infinito”[2]
     
    Para Kant, es necesario decirlo nuevamente, es el pensamiento el que está al servicio de la intuición, el ejemplo aquí citado acerca de Bruno debe ser paradigmático de esta jerarquía; podrían ser utilizados otros ejemplos como aquella carta que Einstein escribe a su amigo Michele Besso. En esa carta del 12 de febrero de 1915 Einstein comunica a su amigo la emoción de ver comprobadas sus fórmulas físicas en un laboratorio, se muestra ahí que los objetos de la ciencia moderna son primero fabricaciones mentales (parafraseando a Lacan) antes que hechos de la experiencia, aún producidos en un laboratorio; la carta termina: “Y ¡cuán pérfida es la naturaleza cundo se pretende escrutarla mediante experiencias! La admiración por la experimentación me devuelve a mis viejos días.”[3]
     
    El tiempo y el significante.
    Es a partir del establecimiento del espacio como una intuición de la razón pura a priori cuando Kant comienza a problematizar la distinción entre el fenómeno y la cosa en sí. El problema de la distinción prepara a su vez la introducción de la exposición metafísica del tiempo; como el espacio, el tiempo no puede derivarse como concepto de la experiencia; ni lo que está puesto en una simultaneidad temporal, así como tampoco lo sucesivo, en orden de sucesión, nada de esto podría ser percibido “si la representación a priori del tiempo no le sirviera de fundamento”, sólo esta representación, en tanto fundamental puede suponer la sucesión y la simultaneidad. El tiempo es para Kant la base necesaria (es decir que se trata del argumento de necesidad del tiempo como intuición a priori) de todo el conjunto posible de las intuiciones: “Estas pueden desaparecer; pero el tiempo mismo (como condición general de su posibilidad) no puede ser suprimido”.[4]
     
    Entonces el tiempo no es derivable de la experiencia; es además necesario en tanto sirve al ordenamiento de la experiencia; en un tercer punto de la exposición metafísica el tiempo es explicado como condición de posibilidad de “de los juicios apodícticos”: solo un tiempo, no simultaneo, explica Kant, sino sucesivo; solo un espacio, no sucesivo, sino simultaneo.
    Ahora bien existe un cuarto argumento de esta exposición del tiempo que por los enigmas que suscita y porque estos enigmas son de alguna manera retomados por algunas cuestiones propias de esta investigación es necesario puntualizar aquí. Este argumento de presentación, cuarto, explica que el tiempo no es un objeto discursivo, “sino una forma pura de la intuición sensible”[5] Conviene entender por forma pura, precisamente una forma no figurativa, no imaginaria, sino algo que podemos identificar con una falta. Para Kant “El tiempo determina la relación de nuestros estados internos”; es que la intuición interna del tiempo no tiene figura alguna, siendo esta falta la que se suple en un momento posterior por una figura que Kant denomina…<>. La consecuencia primera, para la obra de la crítica, arroja una primacía del tiempo sobre el espacio en ese sistema de jerarquías que es la Crítica de la razón pura. En cuanto al problema en sí, el tiempo como intuición inmediata, se distancia, entonces del resto de las representaciones parciales y hace surgir esa distancia una pregunta sobre la determinación. ¿Por qué, de qué forma, el tiempo determina “nuestras relaciones internas”? y… ¿estas relaciones tendrán el carácter que le imprime esa determinación? Estas cuestiones develan aún otra que subyace a ellas, nuevamente se vuelve necesario preguntar sobre la formación de esa estructura previa de las formas puras; sobre cuál es el objeto de esa estructura, o sobre si hay un objeto previo al del fenómeno que moviliza de manera inicial esa estructura.
    Para Kant conceptos tales como “mudanza, movimiento”, que se han mencionado como representaciones parciales, es decir, de cambio de lugar sólo pueden ser posibles en la representación del tiempo y por la representación del tiempo; hay aquí un enlace entre estas representaciones parciales (mudanza, movimiento) con el tiempo como intuición interna a priori. Sin este enlace, fundamental en tanto que precisamente mudanza y movimiento hacen posible toda <<unión de predicados>>, no podría hablarse de algo, por ejemplo: de una cosa que esté y no esté; una sucesión solo es posible, pues, en el tiempo y esto da todo su sentido a la exposición kantiana del tiempo: “Explica, pues, nuestro concepto de tiempo, la posibilidad de tantos conocimientos sintéticos a priori como expone la ciencia general del movimiento, que no es poco fecunda”[6] La sucesión de una cadena de hechos digamos significantes, palpable por lo demás en los juicios sintéticos en tanto unidades de elementos heterogéneos, solo suceden en el tiempo. Las consecuencias de estas consideraciones sobre el tiempo hacen aparecer, primero, que “el tiempo no subsiste por sí mismo”, pero tampoco está en las cosas, no pertenece a ellas y esto queda demostrado por la abstracción subjetiva de los rasgos de la cosa como fenómeno; esta abstracción debe ser nuevamente destacada aquí debido a que implica un germen de la idea que más tarde aparecerá en la Crítica de la razón práctica y que Lacan no dejará de advertir tal abstracción como un rasgo que hace de la segunda crítica kantiana una obra erotológica.[7] Esta abstracción de los rasgos del objeto es justamente aquello por lo que encontramos la intuición del tiempo, es decir que el ocultamiento del objeto, en la Crítica de la razón pura, conduce en dirección del encuentro de la forma pura; entonces, para cerrar correctamente esta idea debe decirse que: sin el objeto y sin el ejercicio de esa abstracción-ocultamiento no sería posible saber nada del tiempo, lo cual es bastante claro para Kant; otra consecuencia de ese ocultamiento es que permite definir al deseo en tanto que facultad pura de desear como aquella en la que justamente se trata de un objeto oculto del deseo… detrás del deseo o bien que la desaparición del objeto abre la posibilidad de un erotismo ya no sujeto al deseo en tanto que falta de un objeto sino al deseo como efecto de la desaparición del objeto a partir de un ejercicio que llamamos aquí ascesis y que conduce a todo aquello que se define en Kant bajo el término de <>. La forma pura implica “algo real”, aún sin un “objeto real”. Al respecto Kant indica: “En el primer caso, el tiempo, sin objeto real, sería sin embargo algo real; en el segundo, siendo una determinación de las cosas mismas o un orden establecido, no podría preceder a los objetos como su condición, ni ser conocido ni percibido a priori por proposiciones sintéticas. Pero esto último tiene lugar si el tiempo no es más que la condición subjetiva bajo la cual son posibles en nosotros las intuiciones; porque entonces esta forma de representación interna puede ser representada antes que los objetos y, por consiguiente, a priori.”[8] Con esta explicación, el tiempo se define como condición subjetiva y como representación a priori a los objetos; una conclusión secundaria entonces sería: “el tiempo es la forma del sentido interno”, tenemos la forma del tiempo y es esta la que determina las relaciones “de las representaciones en nuestros estados internos”.
    Al haber liberado al tiempo y al espacio de los objetos de la naturaleza Kant habría innovado una época nueva, habría establecido rigurosamente la posibilidad del infinito. Si el tiempo no depende de la naturaleza entonces siempre habría estado ahí. La liberación del deseo es también central en lo que ocupa a esta tesis; el deseo puede liberarse de lo objetos de la naturaleza, de las tradiciones, de los códigos morales, de los valores… pero la condición es la ascesis a la que Kant invita ya desde su primer crítica.
    La ascesis aquí argumentada ¿es un ejercicio filosófico? ¿O es que hay una feliz contaminación o resurgimiento de la inquietud de sí, tal como la trabajó Michel Foucault a principios de los años ochentas, en el modernísimo sistema kantiano?
     
     
     

     


    [1]Kant, I Crítica de la razón Pura. p.200 Ed. Losada.
    [2] Koyré, A., Estructura del Pensamiento Científico, Ed. S.XXI, p. 48 El argumento de Bruno efectivamente obedece a una intuición y a la conjetura de que el acto de un Dios infinito ha de ser también infinito. Ver, además, el texto de Bruno Sobre el Infinito. En la introducción al texto se lee: “En el Infinito advertimos que no fueron comprobaciones experimentales las que indujeron a Bruno a atribuir la infinitud al universo, sino su concepto de la divinidad y de la naturaleza en la que la Mente –divina y humana- se proyecta. Para Bruno la infinitud del universo es asunto de la razón, no del sentido, pues no vemos al universo, no lo sentimos, sino solamente los fragmentos en los que se nos aparece.” Giordano Bruno. Mundo, Magia y Memoria. Ed. Biblioteca nueva.
    [3] Einstein/ Besso. Correspondencia. p.113 Tusquets Editores.
    [4] Kant op. cit. C.R.P. p. 207
    [5] Las cursivas son mías.
    [6] I. Kant, op. cit. C.R.P. p. 209
    [7] Jean Allouch, cf. Faltar a la cita “Kant con Sade” de Jacques Lacan, Ed. Literales, habla de una vinculación de la razón kantiana con Eros, en los términos siguientes:<Crítica de la razón práctica vincula esa razón kantiana con Eros, convierte pues a dicho texto en un texto erotológico: Acordemos en que a lo largo de toda la Crítica ese objeto [el objeto fenoménico de la experiencia de la ley moral] se oculta. Pero se adivina por las huellas que deja el implacable orden que aporta Kant para demostrar su ocultamiento y cuya labor retira ese erotismo, sin duda inocente pero perceptible, cuyo carácter bien fundado vamos a mostrar por la naturaleza de dicho objeto.” (cf. Kant con Sade Escritos, colección “Points”, p. 246; Critique, p. 294, [S. XXI, p. 747]. Se advertirá que el rasgo identificatorio del erotismo según Lacan, el ocultamiento [dérobement] (no: la escapatoria [dérobade] ) del objeto, tenía el mismo valor en Pierre Klossowski.>> Fue necesario transcribir aquí toda la cita debido a que la traducción realizada del libro de Allouch por Silvio Mattoni hace aparecer una diferencia sustancial con la de S.XXI: mientras que en SXXI se habla de un “hurtamiento”, en la cita presente se traduce “ocultamiento”; se dirá entonces que ni escapatoria ni hurtamiento, se trata más bien de un objeto que se oculta, acción que define el erotismo “según Lacan” en el texto de Kant.  
    [8] Kant op. cit. C.R.P., p.209
  • La sublimación.

    La sublimación.

     José Eduardo Tappan Merino

    Pocos conceptos que haya creado el psicoanálisis han tenido tanta importancia para el estudio del arte, como el de sublimación, de hecho cuando se intenta explicar una de las características esenciales en la creación artística, se habla de sublimación hoy sin referencia directa a la raíz psicoanalítica del concepto. Se entiende comúnmente a la sublimación como si se tratara de una fuerza catártica a partir de la cual es que los artistas son llevados a producir obras de arte. También ha sido trivializado, por ejemplo, las imágenes que nos ha ofrecido el cine cuando intenta relatar la vida de algún artista nos muestra sus extravagancias, como si la creación de la obra de arte implicara una especie de júbilo abreactivo que es la sublimación.

    La acepción de sublimación más usada comúnmente implica transformar, conducir y desviar, sin embargo se agrega que esa desviación busca algo socialmente considerado de meta más enaltecida, cuando se trata de del trabajo del artista. Sin embargo la sublimación se refiere a una operación psíquica que involucra un conjunto de mecanismos que se interrelacionan entre si, son de distinto orden y tienen un peso y cualidad diferenciables dentro de lo que es el aparato psíquico, desde que Freud trabajó sobre esta idea, han aparecido propuestas que no necesariamente se oponen a la del padre del psicoanálisis, sino que se suman, mostrando que la sublimación es un proceso complejo al que debemos aproximarnos desde un igualmente complejo procedimiento. Con lo que debemos diferenciar entonces tres fuentes y destinos de la sublimación: la del artista, la del que se somete a la experiencia artística y la del propio objeto artístico, a los que iremos tocando a lo largo del ensayo.

    Freud propone que la sublimación es esencialmente de un mecanismo de defensa del yo que consistente en una clase de desvío pulsional, que bajo la presión de la sociedad y de la cultura no puede llegar a su objeto, por lo que la pulsión sexual se desvía de sus objetivos convencionales y va más allá del plano de la reproducción y la lucha por la sobrevivencia. De esta manera, para Freud las obras de arte, las normas morales, las actividades relacionadas con el estudio, la investigación, son fruto de éste proceso de sustitución de la meta y/o del objeto de la satisfacción en un objeto de naturaleza no sexual, localizando un objeto socialmente reconocido, considerado más elevado, sin embargo, para intentar compensar ésta renuncia de la pulsión de meta desviada, por satisfacciones supletorias o secundarias pero aceptadas y valoradas socialmente, se trata de actividades y objetos que obtienen un enorme reconocimientos social.

    Freud relaciona de una manera clara en sus elaboraciones teóricas a los destinos de la pulsión, éstos pueden variar y de alguna manera también cambia la meta, es decir, se busca el obtener diferentes clases de satisfacción. Más tarde se dará cuenta que el placer es sólo un elemento, que junto con otros crean un complejo sistema que va más allá del principio del placer, y hace aparecer una relación dialéctica con la pulsión de muerte, entendida como destrucción, y atendiendo a nuestra incesante proclividad por el malestar.

    Me gustaría recordar antes de seguir adelante, que Freud emplea a la pulsión como un concepto que opone al de instinto, y que es límite entre lo psíquico y lo somático, de tal suerte que refiere a una naturaleza más flexible que la del instinto en cuanto su objeto y meta, esa flexibilidad de la pulsión frente a la rigidez del instinto, es lo que caracterizará a la pulsión. La pulsión se compone de esfuerzo (Drang, el factor motor, la medida de exigencia de trabajo), fuente (Quelle, de donde surge), meta (Ziel, el afecto o sentimiento que causa, la satisfacción) y objeto (Objekt, el recipiente depositario, lo más variable en la pulsión).

    La fuente está relacionada con la zona erógena, pero también puede usarse para para hacer una diferenciación entre las pulsiones del “ello” y las que provienen del “yo”, la meta en el primer momento de su desarrollo teórico es el placer, parecido al que se tiene en la cópula, y el objeto es a dónde se dirige la pulsión para obtener placer (o para pacificar su empuje), que puede ser la cópula. Posteriormente es que considera que las pulsiones aparecen de forma parcial, con lo que deja de ser correcto pensar en LA PULSIÓN, para ahora proponer pulsiones parciales, que no son además puras, sino mezclas y desmezclas pulsionales: pulsión escópica, pulsión de conocimiento, auditiva, táctil, olfativa, la de la curiosidad, etc. Además de las pulsiones con meta directa y de meta inhibida, con las que pretende explicar Freud el desarrollo de la sociabilidad, las primeras tendrían que ver con la pulsión directamente encargada de la reproducción y posteriormente las de meta inhibida son las que encontraríamos en las relaciones fraternales, como las que se encuentran entre los miembros de una comunidad, como señala en su trabajo: El malestar en la cultura, que hará que esta meta inhibida se transforme de “ama a tus semejantes como a ti mismo”, que es una forma en que la pulsión encuentra una meta y un objeto útil para la sociedad.

    Pero con todo frente a la fuerza de la pulsión sexual, la pregunta para Freud es simple: qué lleva a los seres humanos a hacer obras de arte y a no estar copulando o comiendo todo el tiempo, qué tiene lo otro que nos lleva más allá de éstas satisfacciones inmediatas. La pulsión es aquello que le permite a Freud comprender la economía de nuestros anhelos, de nuestras obsesiones, de nuestras búsquedas y de nuestros encuentros.

    En un texto aparecido en la revista electrónica Acheronta[1], Daniel Gerber nos recuerda citando a Freud: “La pulsión sexual […] pone a disposición del trabajo cultural unos volúmenes de fuerza enormemente grandes, y esto sin ninguna duda se debe a la peculiaridad, que ella presenta con particular relieve, de poder desplazar su meta sin sufrir un menoscabo esencial en cuánto intensidad. A esta facultad de permutar la meta sexual originaria por otra, ya no sexual, pero psíquicamente emparentada con ella, se le llama la facultad para la sublimación.[2]

    De esta manera se destaca la importancia de la actitud y de la fuerza que lleva a producir y trasformar lo espontáneamente dado por la naturaleza y transformarlo en cultura, con lo que en palabras de Freud cultura es “todo aquello en lo cual la vida humana se ha elevado por encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal”[3] Con lo que podríamos ver que esencialmente la cultura, es un efecto de la operación de la sublimación.

    “De esta manera, Freud recurre al concepto de sublimación para explicar diferentes actividades que estarían motivadas por un deseo que no apunta de modo manifiesto a una meta sexual: la creación artística, la investigación intelectual y, en general, todo aquello a lo que la sociedad concede un alto valor.”[4] Sin embargo, Gerber se pregunta sobre ese alto valor, y con otra cita de Freud se responde: “Distinguimos con el nombre de sublimación cierta clase de modificaciones de la meta y cambio de vía del objeto en la que interviene nuestra valoración social”[5]. Es entonces la sociedad la que determina aquello que será de un alto valor y la manera en que por la alienación ese valor se ha incluido en cada persona.

    Como todos los conceptos, el de sublimación, Sublimierung varía en cuanto a su uso a lo largo de la teoría de Freud, en la medida que se trata de un concepto en constante elaboración. Aparece una mención en las cartas a Fliess, en las que, al referirse a la histeria, considera al fantasma como “la sublimación de un recuerdo”, hasta los textos posteriores, Tres ensayos de teoría sexual, Pulsiones y sus destinos, El yo y el ello, principalmente.

    Freud liga a la sublimación con lo sublime, en tanto valoración social, pero él la entiende más bien como en la química que transforma una materia en otra como por ejemplo que se emplea para explicar la transformación de un gas en un líquido. Hay dos aspectos fundamentales en la teoría freudiana de la sublimación: a) la sublimación puede ser una defensa contra los excesos de la pulsión y b) la sublimación es un destino de la pulsión, basada en la capacidad de desplazamiento de los fines, es decir orientada hacia fines no vinculados con lo sexual aunque emparentados.

    “La sublimación es un proceso que atañe a la libido de objeto y consiste en que la pulsión se lanza a otra meta, distante de la satisfacción sexual; el acento recae entonces en la desviación respecto de lo sexual. La idealización es un proceso que envuelve al objeto; sin variar de naturaleza, este es engrandecido y realzado psíquicamente. La idealización es posible tanto en el campo de la libido yoica cuanto en el de la libido de objeto. Por ejemplo, la sobrestimación sexual del objeto es una idealización de este. Y entonces, puesto que la sublimación describe algo que sucede con la pulsión, y la idealización algo que sucede con el objeto, es preciso distinguirlas en el plano conceptual. La formación de un ideal del yo se confunde a menudo, en detrimento de la comprensión, con la sublimación de la pulsión. Que alguien haya trocado su narcisismo por la veneración de un elevado ideal del yo no implica que haya alcanzado la sublimación de sus pulsiones libidinosas. El ideal del yo reclama por cierto esa sublimación, pero no puede forzarla; la sublimación sigue siendo un proceso especial cuya iniciación puede ser incitada por el ideal, pero cuya ejecución es por entero independiente de tal incitación. En los neuróticos, precisamente, encontramos las máximas diferencias de tensión entre la constitución del ideal del yo y la medida en que sublimaron sus pulsiones libidinosas primitivas, y en general los idealistas son mucho más reacios que los hombres de modestas miras a convencerse del inadecuado paradero de su libido. Además, la formación de ideal y la sublimación contribuyen en proporciones por entero diversas a la causación de la neurosis. Según tenemos averiguado, la formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión”.[6]

    La sublimación freudiana se nos muestra como una operación que busca resolver un conjunto de problemas: 1) Debemos entender que se trata del mecanismo que busca sublimar la pulsión sexual, de las pulsiones libidinosas; 2) Que logre escapar a la represión, y cómo sabemos la energía no se crea ni se destruye sólo se transforma, una vez reprimida irá aumentando su intensidad, hasta que aparecerá incluso pasando sobre la persona; 3) Que pueda negociar con el yo, para que no “se encuentre en el inadecuado paradero de la libido” y localice metas y objetos considerados más adecuados conforme a la exigencias de sus ideales; 4) Que la libido de objeto pueda encontrar otro objeto con la misma o mayor fuerza de atracción frente a lo sexual; 5) La pulsión debe encontrar una conciliación entre los ideales del yo y la satisfacción pulsional, ya que si bien el yo “reclama a la pulsión, no puede forzarla”, no puede dirigirla desde la conciencia, no pertenece al orden de lo volitivo, la persona tiene que hacer suyos auténticamente esos ideales, para que los objetos investidos o revestidos por los ideales, puedan auténticamente transformarse en una opción válida y real para que la pulsión pueda dirigirse a ellos, lo mismo sucede con las metas; 6) el grado de tensión entre las pulsiones y los ideales tiene que ver con la condición primitiva de las primeras y la falta de conciliaciones con “las fuerzas y mecanismos opositores”.

    Posteriormente es que Freud ve la necesidad de dar cuenta de la pulsión de muerte, En El yo y el ello, propone que la pulsión de vida tendría que ver con la algarabía de la vida, mientras que la muerte con los silencios, que podría comprenderse como en la música, en donde el sonido y el silencio tienen la misma importancia, un sonido ininterrumpido se transformará en ruido, y en la vida sería algo así como la compulsión, por lo que puede pensarse que la existencia se despliega en una dialéctica pulsional, un lucha de opuestos necesaria, el silencio es lo que interrumpe y ordena, pero finalmente es lo que aniquila al sonido, lo que le da un propósito a la música en su conjunto, un peso a cada sonido, a cada nota, a cada compás. La vida acotada por dos espacios de muerte, en una dialéctica de silencio y ruido, buscando el imposible justo medio aristotélico, en eso se nos va nuestra existencia.

    “La trasposición así cumplida de libido de objeto en libido narcisista conlleva, manifiestamente, una resignación de las metas sexuales, una desexualización y, por tanto, una suerte de sublimación. Más aún; aquí se plantea una cuestión que merece ser tratada a fondo: ¿No es este el camino universal hacia la sublimación? ¿No se cumplirá toda sublimación por la mediación del yo, que primero muda la libido de objeto en libido narcisista, para después, acaso, ponerle ksetzen otra meta?. Más adelante hemos de ocuparnos de averiguar si esta mudanza no puede tener como consecuencia otros destinos de pulsión: producir, por ejemplo, una desmezcla de las diferentes pulsiones fusionadas entre sí”[7].

    Freud encuentra en el cambio de la libido dirigida al objeto ahora al yo, entendido el yo como otro objeto, conlleva una necesaria muda de las metas, aunque el yo por la vía del autoerotismo se constituye así en el narcicismo. Esta permuta de objeto y su consecuente cambio de metas por la intervención del yo, aparece por lo menos incipientemente para Freud como el mecanismo mismo de la sublimación. El yo es entonces una instancia con el poder suficiente para lograra tales cometidos, sin embargo, continuando con el espíritu freudiano que aparece en el ensayo El yo y el ello, podemos saber que el yo no cuenta con ese poder, aunque se mienta a sí mismo para suponerlo.

    Consideramos que Freud abre esta perspectiva teórica intentando comprender la razón por la que los humanos no quedamos atrapados en el circuito de alimentarnos y reproducirnos, vamos más allá de los instintos, ¿por qué hacemos obras de arte? Ya que se trata de algo innecesario desde la perspectiva de la reproducción y la sobrevivencia. ¿De dónde toma el hombre la energía necesaria para comprometerse en esas tareas artísticas?. La respuesta es profundamente crítica a la manera de entender el asunto con anterioridad, ya que el arte suponía acceder a los niveles más complejos de las producciones culturales. Freud propone que se trata de un asunto que debe ser localizado bajo las coordenadas de la sexualidad, surge la respuesta desde su teoría de la economía psíquica, y nos dice que se trata del desvía de la energía sexual de su meta original a otra meta, en este caso artística.

    «A causa de esta subversión fundamental provocada por Freud, la concepción del problema sexual ha cambiado completamente de golpe. Hasta entonces, la psicología, que ignoraba la facultad de transformación que tienen las energías psíquicas, confundían groseramente lo sexual con el papel de los órganos sexuales […] Al separar la idea de sexualidad del acto sexual, Freud la arranca simultáneamente de su estrechez y de su descrédito; la frase de Nietzsche: «el grado y la naturaleza de la sexualidad de un hombre se manifiesta hasta en las cúspides más elevadas de su espíritu», aparece gracias a Freud como una verdad […]» [8]

    Lo plantea el escritor Stefan Zweig uno de los gigantes del siglo XX, da cuenta de la sublimación dese la sublimación misma. La sexualidad no es lo que cambia por la vía de la sublimación, lo que si cambia es su dimensión genital, de cópula, de orgasmo, por una vía en la que esas realizaciones alcanzan planos no menos intensos en términos de satisfacción. Freud mostraba además que se trataba es un asunto que representaba una condición de acceso a la condición humana, la sublimación como una condición necesaria que nos permite transformar el apareamiento en hacer el amor, el alimento en manjares, el cubrirnos en modas y techos. Es decir, toda creación cultural es necesariamente efecto de la operación de la sublimación. Pero también la trasformación del organismo en un cuerpo erógeno implica un proceso de sublimación. Sin embargo un ejemplo más depurado de la sublimación lo encontramos en las creaciones artísticas, el paso de una cualidad a otra, diríamos de lo prosaico a lo sublime, el efecto se muestra de manera más clara, manteniendo, para decirlo así, la materia prima de la pulsión sexual en todos aquellos objetos que consideramos sublimes y alejados de la sexualidad.

    La perspectiva freudiana da un vuelco a las concepciones del arte decimonónicas en las que el arte era considerado la más alta, espiritual, excelsa y desexualizada producción del alma humana. Lo que muestra Freud es que el arte rinde tributos a las fuerzas humanas más hondas y socialmente consideradas salvajes, carnales, sexuales, violentas y terrenas fuerzas que gobiernan la humano. Quizá el artista está cerca de sus paciones “mundanas” y las acepta, mientras que el resto se llena de temores, culpas y contradicciones, temiendo la intensidad de las fuerzas internas que en realidad lo gobiernan.

    Es decir la sublimación como una condición que requiere la operación de la cultura en prácticamente todas sus partes constitutivas. Desviar el cauce sexual a otros rumbos y con otros propósitos.

    “En algún pasaje de Tres ensayos de teoría sexual, a propósito de la sublimación, Freud dice que es una «idealización» (idealisierung) de la pulsión; y el «ideal» del yo es una de las categorías estructurales de la psique. Las nociones de real e ideal son nucleares en el pensamiento de Fichte y de Schelling.”.[9]

    La sublimación por lo menos para el encargado de la traducción castellana de la obra completa de Freud editada por Amorrortu, tiene que ver con una difícil operación en la que la filosofía alemana post hegeliana, argumentaba alrededor de lo que constituía y formaba al “yo”, esa unidad que para existir requería de un opuesto el no-yo, se trata de resolver lo que para Parménides resultaba el ejemplo claro de que la dialéctica no operaba en todo el registro de la lógica, ya que no podemos hablar del no-ente, del no ser, de la no existencia, se trata de un impensable. Sin embrago no se trataba de una substancia que se oponía a una anti sustancia, sino que la negación no es simétrica ni complementaria, no comparten substancia, no la requieren, por lo que se equivocaba Parménides. Ese no yo es el ideal: el que quisiera ser y no es, el que una vez siendo busca mejorar, se trata de buscar no en lo que soy sino en lo que podré ser, así como de las nociones de yo ideal e ideal del yo, repito, en tanto lo que no soy pero debería o tendría que ser. Este deber que ha sido el fecundo caldero de las propuestas éticas y de la mayoría de las consideraciones de la tradición filosófica humanista y que se alejan del psicoanálisis.

    De tal suerte que el recorrido de la pulsión encuentra un cauce que le permite resolver los compromisos entre su deseo y la represión, por lo que el yo encuentra en ese arroyo la posibilidad de dirigir estas tensiones conflictivas por la dirección de los ideales socialmente aceptados, en el caso de que la vertiente no sea lo suficientemente profunda y por esto se vea amenazado el yo, la creación (poiesis) encontrará el desvío adecuado y la substitución de meta y/o objeto, y con ello logra tramitar los “excesos pulsionales”. Esa es una de las características de la sublimación, no sólo resistir a las fuerzas que amenazan al yo, sino lograr prolongarse y perpetuarse en los objetos que crea. Ser más allá de los límites del cuerpo en una trascendencia o prolongación en esas producciones, que además se concilia con sus ideales. Por ello la obra resultante de esa formación de compromiso entre fuerzas antagónicas, las que buscan salir y las que buscan reprimir, sabiendo que en la sublimación para la mirada de Freud es una operación que busca eludir el mecanismo de la represión, por ello en las obras de arte encontramos esa fuerza creativa que no es otra que la misma fuerza sexual desviada a la producción de esos objetos.

    Sin embargo esta sería la usual manera de esclarecimiento sobre lo que es la sublimación, Daniel Gerber, Muestra en los mismos impases de la teoría freudiana, que tendría que apuntara a algo más allá.

    “La sublimación no sería entonces un simple cambio de objeto o meta de la pulsión sexual, porque lo que define a ésta es precisamente la ausencia de tal objeto o meta connaturales con la consiguiente insatisfacción que esto implica al sujeto. Es más bien un modo de existencia de la sexualidad en el ser humano, más allá de su dimensión puramente biológica, en tanto es sexualidad sometida al lenguaje y al orden simbólico lo que hace de ella erotismo, tal como lo señala Ocativio Paz [en la llama doble]: “ el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia, representación. El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora”[10]

    Por otro lado sobre el mismo tema Modesto Garrido en un texto publicado en Carta psicoanalítica No 1, propone que de hecho al hablar o al escribir, al manifestarnos de alguna manera necesariamente algo de la misma dimensión de la sublimación aparece, propone que la existencia misma del significantes sería una forma de mostración de esa sublimación, e introduce lo que Lacan tiene que decir al respecto.

    “Afirmar, como lo hace Lacan, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, tiene implicaciones a todo lo largo y ancho del campo psicoanalítico, tanto en el terreno de la clínica como en aquello que concierne a la concepción teórica de sus conceptos mayores. No debería entonces sorprendernos que la concepción que Lacan nos transmite del concepto de sublimación sea afectada por dicha definición del inconsciente”.[11]

    En la exégesis que realiza de la obra lacaniana Garrido no dice que ya desde su más tempranos trabajos en el seminario del hombre de los lobos, Lacan se encuentra ocupado en la sublimación nos dice, a) «Lo que se llama la sublimación es la socialización de los instintos», b) «En el lenguaje de Freud, la sublimación tiene un sentido diferente de la imagen vulgar que uno se hace de ella, es decir, el pasaje de un instinto a un registro más sublime. Para Freud, es la iniciación de un sujeto en un símbolo más o menos socializado y objeto de creencia universal». pero al preguntarse el psicoanalista mexicano por que significa socialización, termina diciendo: “Así pues, no se trata de cualquier forma de «socialización», sino de una cierta socialización que de alguna manera supondría, en el centro del mecanismo, la introducción de algo, símbolo lo llama Lacan en este momento, de orden simbólico” Nos dice Garrido. Sin embargo me parece importante que mantengamos el sentido de de la pulsión como un gozne entre lo público y lo privado, entre lo psíquico y lo social, entre lo natural y lo simbólico, entre el instinto y la pulsión, entre lo psíquico y lo somático asunto al que regresaré más tarde.

    “Así, en el seminario XI, Lacan tomando como ejemplo a la pulsión oral, interroga cual sería su objeto satisfactor, para afirmar que ningún alimento, y menos aún ninguna cantidad de alimento basta para satisfacer a la pulsión oral. […] La pulsión se satisface con significantes, de ahí que Lacan afirme en dicho seminario, que su insistencia en hablar, en continuar hablando en su seminario, puede ser concebida, ni más ni menos, como pulsión oral. Lo mismo puede afirmarse de cualquier otra pulsión, se satisface por y en virtud del significante”.[12]

    De esta manera la pregunta que se han hecho generaciones de filósofos de la naturaleza e incluso etólogos sobre el estado de naturaleza de la condición humana, se muestra como imposible sin intermediación del campo de lo simbólico, todo aquello que llamamos humano no es el efecto espontáneo de la naturaleza, de hecho podríamos decir que lo humano es el negativo a ese orden natural, lo humano es entonces efecto del proceso de desnaturalización, y entre los diversos mecanismos que confluyen en éste proceso encontramos a la sublimación. En donde la necesidad ha sido suplantada por el deseo.

    Subrayemos simplemente que el Dr. Lacan, algunos años después, en su seminario VI, planteará claramente la relación entre la sublimación y el significante, pues al comentar que el deseo es al mismo tiempo articulado en la demanda pero inarticulable, nos dice: «es en la reconversión del impasse del deseo en esta materialidad significante que debemos situar, y esto si queremos darle un sentido conveniente al termino, el proceso de la sublimación como tal.»[13] O como afirma el 1 de julio de 1959: «la noción misma de pulsión, lejos de confundirse con la substancia de la relación sexual, es esta forma en que ella es juego del significante.» Se trata bien claro ahora, en lo que respecta a todos los destinos pulsionales, del significante.[14]

    El deseo como producto de la desnaturalización de la necesidad, el deseo como efecto de la inscripción al lenguaje, el deseo en su condición de falta, el deseo como imposible, e incolmable, y siempre insatisfecho, pone en operación necesariamente el orden simbólico, el deseo en tanto producto y productor, pero en cualquier cosa motor de motores y como condición necesaria, en el mas lato sentido tomista.

    Pero Lacan va más allá de sus anteriores consideraciones de hacer una lectura rigurosa de la ogra de Freud, y de transferirle cierto esqueleto epistemológico, por lo que ahora se permite proponer algo que tiene inteligibilidad al interior de sus propias consideraciones, ya no sólo con la obra de Freud.

    “en su seminario VII, sigamos su recorrido, de entrada planteará a la sublimación como un mecanismo de sobre – valoración del objeto: «….sobre valoración del objeto, es lo que llamaré desde ahora en adelante y en más, sublimación del objeto.»[15] Para finalmente ofrecernos su conocida propuesta: «La fórmula más general que les doy de la sublimación es ésta: que eleva un objeto – y no me negaré aquí a la resonancia del retruécano que pueda haber en el uso de un término que es el que les voy a traer – a la dignidad de la cosa.»[16]

    La sublimación como la operación que permite elevar al objeto a la dignidad de la cosa, esta frase requiere de un pequeño desvío en antecedentes, la cosa (Das Ding) entendida kantianamente, nos conduce a ir más allá de los filósofos latinos llamaban rex cogitans, Se trata de la substancia antes de las palabras, antes del tiempo, antes de cualquier ubicación espacial, antes de cualquier inscripción simbólica, antes de lo que llamamos experiencia sensible. Es precisamente lo simbólico lo que teje un manto que colocamos sobre el mundo para hacerlo inelegible, para asirnos de él, para apropiarnos y entrañarlo. La cosa (Das Ding) se refiere a un antes remoto imposible de representar y de imaginar, pero que no por ello debemos confundir en el registro lacaniano de lo Real, eso sería profundamente ingenuo. Cualquier referencia a la cosa (Das Ding), conserva necesariamente un carácter ontológico, fantástico, mítico; como substancia primera, por ello, esencial y necesaria. Las cosas del mundo no son como los objetos: contingentes, efectos o accidentes. La dignidad del objeto de ir más allá de sí mismo, de sus referencias y contextos, de sus condiciones de factura, para hacerlo insigne, es necesario elevarlo de la dignidad de la cosa (Das Ding), no es realizarlo la cosa (Das Ding), eso es imposible, sencillamente: dotarlo de esa dignidad.

    Pensar la sublimación de esta manera tiene muchas implicaciones, ya que hace del objeto y de la meta algo diferente a la expectativa freudiana, dotar al objeto con la dignidad de la cosa (Das Ding) no es algo en lo que pueda operar el yo, no es una operación que implique un trabajo, un esfuerzo, es simplemente una condición de la metáfora de la acción del orden simbólico, que permite comprender que los hombres estén dispuestos a dar la vida por un trozo de tela, más si lleva el nombre de bandera, y se le hace suponer representante de una nación. Como la sonrisa o la mirada de la Mona Lisa, todo lo que le atribuimos, pero donde es imposible dejar de hacerlo.

    Por otro lado, la perspectiva abierta por Lacan se yergue sin una referencia a Freud, y directamente sumergida en su propio campo semántico, epistémico y clínico. Lacan subraya el importante papel que tiene comprender a la sublimación desde la otra orilla de la pulsión de vida que es la de la pulsión de muerte, recordemos que la idea de un reino de Thánatos no se encuentra en la perspectiva freudiana, él habla de la pulsión de muerte en tanto destrucción. Con Lacan pensaríamos que la vida consistiría de esos espacios que podamos robarle a la muerte, esas discontinuidades de una tendencia que nos lleva inexorablemente a la finitud.

    En una plática en la que coincidimos, el psicoanalista Helí Morles planteaba que la sublimación es necesariamente de la pulsión de muerte. Me parece que capta una parte importante del espíritu de la sublimación. En la sublimación el artista es alguien que realiza su trabajo para escapar de la muerte, para no dejarse destruir por sí mismo, para no morir, para huir de la destrucción en todos los sentidos que lo aquejan. El artista no realiza su labor por que desee elevarse en el cielo de ágora pública, lo hace porque no puede hacer otra cosa, su creación es como una condena, una necesidad para exorcizar a esos demonios que lo devoran. Para salir del infierno de la su vida, de la destructiva cotidianeidad. Evitar transformar la existencia en un permanente agonizar, que es una existencia vacía. Busca sublimar esa destrucción en poemas, música, cuadros, esculturas, danza, novelas etc. Dirigir la destrucción en otra dirección transformándola en otro asunto, hacer del dolor, la locura, el sufrimiento y la destrucción las materias primas de la obra, su creación.

    Busca salvarse del vértigo atrayente de la destrucción, esa es la fuerza que tiene la creación artística, la de darle al artista un poco de aire. En este sentido, el artista no es efecto de una decisión vocacional, simplemente buscará sublimar la pulsión de muerte como acto de sobrevivencia. El artista no es un individuo libre, se encuentra preso como todos pero él lo sabe. Althusser aclara aún más este sentido de paradójica libertad, al mostrar que el sujeto se encuentra atajado a una serie de condiciones que lo determinan, sin embargo, existe la posibilidad de determinar las reglas de su determinación, y por así decir, la libertad estriba en la posibilidad de someterse a su propio deseo «…el individuo es interpelado en tanto que sujeto (libre) para que se someta libremente a las órdenes del Sujeto [Con Lacan será el Otro], para que acepte (libremente) por tanto, su sujeción; por tanto – cumpla por sí mismo – los actos y los gestos de su sujeción. Sólo hay sujetos para y por su sujeción. Por esto, “caminan por sí mismos»[17] . La libertad estriba entonces en elegir dentro de los estrechos marcos posibles la sujeción, buscar ser fieles a nuestro propio pathos, a nuestra pasión, a nuestro deseo, en resumen podríamos decir a que se trata de hacerse cargo de la verdad sobre su propio deseo, quizá sea por este plano de honestidad frente a su tragedia. Por su imposibilidad de cambiar su destino, de huir de sí mismos, es que el artista logra cautivarnos, convocarnos a esos elementos esenciales que nos permiten identificarnos con esos monstruos que lo habitan y que nos habitan, pero con los que él puede convivir, mientras que nosotros queremos ocultarlos, hacer como si no existieran.

    Someterse a su propio deseo, ser el esclavo de su pasión, hacerse cargo de la existencia, quienes han podido elegir hacer otra cosa lo han hecho, sin embargo los artistas no pudieron hacerlo, porque su pasión les mostraba que la única manera para sentirse vivos y no matarse, era hacer lo que tenían que hacer, sublimar su destrucción.

    Para finalizar podemos regresar a la pregunta de la que partimos ¿Qué es sublimación? Como hemos podido ver, la respuesta no es simple y es múltiple.

    La sublimación de la pulsión de muerte nos dirige en un sentido, sin embargo nos hace falta considerar la meta y el objeto, los cuales están necesariamente erotizados, concernidos desde la pulsión sexual, con lo que podemos decir con Freud, que cuando nos referimos a la pulsión debemos hacerlo como pulsiones entrelazadas, en las que se trata de pulsiones parciales mezcladas y desmezcladas. En la que los reinos de Eros y Tánatos se unen en una danza macabra y profundamente erótica, en un juego cuya dialéctica puede ser sublimada, conducida no sin tropiezos buscando otros propósitos y objetos que los que las propias pulsiones tomaron de la historia y la neurosis de cada persona, buscan ir más allá ¿A dónde? a lo humano de la vida. Es la tarea de la poiesis, de la creación prácticamente ex nihlo, ya que es el fruto o la consecuencia de seguir obedientemente la verdad de su deseo que pulsa, que palpita. Aceptar el vasallaje que se tiene del deseo.

    Pero la sublimación no es una operación que sólo atañe al artista, las obras que produce, necesariamente entran en un mundo en el que se buscan esas empatías con el artista por parte de los no artistas, y que permiten se sea tocado y sacudido hondamente por las diferentes producciones artísticas. En ese caso, la obra de arte, es ese objeto, pero no cualquier objeto que se encuentra preñado con esa dignidad que nos hace percibir como si acercara a la cosa (Das Ding). El espectador, sublima los que presencia, somos tañidos por las obras de arte.

    El objeto del arte es entonces un objeto que nos toca íntimamente, apela directamente a nosotros, a nuestros sentimientos, a nuestra vida, a nuestra historia. El objeto de arte es entraña pura, por eso resuena en nuestro interior, ya que es íntimo y simultáneamente éxtimo, propio y ajeno. Pero nos concierne directamente y sin intermediación de la conciencia. Es la poesía en su forma más pura, una creación inédita, y sin embargo, que sabemos nuestra desde tiempos inmemoriales. Nos encontramos de maneras sorprendentes en las producciones artísticas, por eso podemos ser simplemente tocados o fuertemente sacudidos, lo que conduce a cambiar nuestras formas y ataduras, nuestras relaciones con otros objetos, nuestras metas pulsiones, y los objetivos de nuestra vida, es decir, cambiar nuestra existencia. El arte tiene ese poder, cambiar nuestra vida por la vía de la sublimación, vida entendida con la densidad que merece la levedad de la existencia, es decir como una obra de arte.

    Bibliografía citada.

    Althuser Louis. La filosofía como arma de la revolución Ed. XXI México

     

    Etcheverry, José Luís. Sobre la version castellana Ed. Amorrortu Buenos Aires

    Freud S. La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna. Tomo IX, Buenos Aires.

    Freud S. Notas sobre la pizarra mágica  (1925) Tomo XIX. Ed. Amorrortu. Buenos Aires

    Freud S. Lo ominoso 1919. Tomo XVII Ed. Amorrortu. Buenos Aires

     

    Freud S. El porvenir de una ilusión. Tomo XXI Ed. Amorrortu. Buenos Aires

    Freud S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Tomo XXII Ed. Amorrortu Buenos Aires

    Garrido Modesto. Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto de cambio. Carta psicoanalítica No 1. Junió 2002

    Gerber Daniel. Creación y sublimación. Acheronta. 14 de diciembre de 2001

    Lacan J. Seminario 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Ed. Paidós, Barcelona. 1984.

    Lacan J. Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ed. Paidos. Barcelona.

    Lacan J. Seminario 7 La ética del psicoanálisis. Ed. Paidós. Barcelona.

    Lacan J. Escritos 1 “Acerca de la causalidad psíquica”. Ed. Siglo XXI. México, 1984

    Lacan J. Escritos I. El psicoanálisis y su enseñanza”

    Zweig Stefan. Sigmund Freud. Ed. Diana. 6ª edición México 1963.

    NOTAS

     

    [1] Daniel Gerber Creación y sublimación. En Revista Acheronta www.acheronta.org No. 14. Diciembre 2001.

    [2] Freud S. La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna. En Obras completas, Tomo IX. Amororrtu. Buenos Aires. p. 168

    [3] Freud S. El porvenir de una ilusión. En Obras completas, Tomo XXI. Amororrtu. Buenos Aires. p. 6

    [4] Daniel Gerber Creación y sublimación. En Revista Acheronta www.acheronta.org No. 14. Diciembre 2001

    [5] Freud S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. En Obras completas, Tomo XXII. Amororrtu. Buenos Aires. p. 89

    [6] Freud S. Obras completas Vol 14. Introducción al narcisismo (1914). Punto no. 3

    [7] Freud S. Vol. 19 El yo y el ello (1923). El yo y el superyó

    [8] Zweig Stefan. Sigmund Freud. Ed. Diana. 6ª edición México 1963. p. 139. 1986.p 206

    [9] Sobre la versión castellana. De las obras completas Ed Amorortú

    [10] Daniel Gerber Creación y sublimación. En Revista Achorenta www.acheronta.org No. 14. Diciembre 2001

    [11] Garrido Modesto. Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto de cambio. Carta psicoanalítica. www.cartapasi.org No 1. Junió 2002

    [12] Garrido Modesto. Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto de cambio. Carta psicoanalítica. www.cartapasi.org No 1. Junió 2002

    [13] Lacan, J. «Le séminaire» livre VI Clase No. 22 del día 24 de junio de 1959. Editions du Seuil, Paris, France.

    [14] Garrido Modesto. Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto de cambio. Carta psicoanalítica www.cartapasi.org No 1. Junió 2002

    [15] Lacan J. «Le séminaire» livre VII «L´éthique de la psychanalyse»Clase del día 20 de enero de 1960. Éditions du Seuil, Paris, France 1986.

    [16] Lacan J. «Le séminaire» livre VII «L´éthique de la psychanalyse»Clase del día 20 de enero de 1960. Éditions du Seuil, Paris, France 1986.

    [17] Althuser Louis. La filosofía como arma de la revolución Ed. Siglo XXI México.p.148.

  • El psicoanálisis en el siglo XXI.

    El psicoanálisis en el siglo XXI.

    Conferencia Facultad de Psicología UNAM. 17 de septiembre de 2010.

    Julio Ortega Bobadilla

    El hombre tigre mueve su cola animatrónica repetidas veces esperando que se vea natural y no falle, finalmente se la prueba, ajustándosela al cinturón con los controles que le permitirán utilizarla, a continuación muestra sus dientes afilados como púas ante la cámara que registra sin pausa todos sus movimientos en el día. Él está orgulloso porque su site en Internet ha recibido cerca de mil visitas diarias en los últimos días, gracias al video que puso en YouTube promocionando su web. Cuando se le ocurrió la puntada de empezar a transformar su cuerpo, nunca pensó que podría ganar dinero con esto, y ahora está haciendo de sus travesuras, una forma de vida que le permite pagar la hipoteca de la casa y las colegiaturas de sus hijos, cosa que apenas podía hacer antes.
    La mujer en algún punto de su proyecto lo dejó y se fue hasta con el perro. Había aceptado hasta su cambio de color de piel, que se volvió amarilla merced a la tinta que le fueron metiendo, pero no pudo tolerar que se pusiera en los genitales unos anexos plásticos para resaltarlos. Eso él no lo comprendió del todo, y no lo lamenta en absoluto, porque su nuevo look le ha traído muchas admiradoras a través de la red. Por ahora, tiene suficiente dinero para disfrutar de los canales de alta definición satelital y todos los canales porno a través de su nueva TV en tercera dimensión, contratar una que otra prostituta, cierto es que no todas toleran estar con él y eso a él no le gusta nada, porque su dinero es tan bueno como el de cualquier otro.
    Su círculo de amigos en Facebook creció aceleradamente y se fue convirtiendo en la clase de persona que siempre quiso ser, alguien que cuenta frente a los demás, sorprende y asusta a algunos: no permanece para nada en la indiferencia. Tampoco se explica por qué alguien lo reportó como un caso de abuso de la red social y ha sido censurado. Le parece más inadecuado que haya personajes televisivos que tengan un perfil Facebook, siendo que ni siquiera son individuos reales y sólo sirven para propósitos publicitarios o entretener el ocio de la gente.
    A la gente le gusta meterse en las cosas de los demás, en lo que no le importa. Regular lo que no tendría por qué ser reglamentado, como el fumar la marihuana o la cocaína, cuando en realidad se vende libremente alcohol. Él no ha hecho mal a nadie. Son culpables de crímenes, los políticos que promovieron la guerra de Irak o los agentes que se dedican a matar profesionalmente sin hacer preguntas, similares al Jason de la Supremacía Bourne que renunció a su memoria para ser asesino, y el Agente 007 que viste impecablemente de smoking siempre que le mete un tiro a cualquiera por encargo o por venganza.
    Atrás quedó su infancia difícil, su padre violento, su madre alcohólica y sus hermanos que tuvo que mantener durante su niñez y parte de su juventud, ese infierno que no le llevó a ninguna parte. Todo pudo borrarse merced al Dr. Tikoshi que le gusta experimentar y que no teme a la ley, porque lo único que hace es: darle gusto a sus pacientes. Él es feliz, si sus pacientes son felices, y gana considerables sumas de dinero con eso.
    Detesta los recuerdos del trabajo en el supermercado, que iniciaban todas las mañanas con reuniones estúpidas de motivación. Le sorprende que a muchos les parezca chiflado que haya modificado su cuerpo y no les parezca locas esa sesiones matinales que tenía en el almacén, dónde él junto a otros asociados hacían círculo, se saludaban a coro, se decían que ellos eran los primeros y que llegarían a vencer la meta de venta del día de ayer. Eso sí era demente: decirse que son dueños de algo que no les pertenece en absoluto. Le da asco el recuerdo de las caminatas como idiota a lo largo del almacén cuidando que la gente no se robe cosas, sin que el tiempo corriera con suficiente rapidez. Esas espantosas jornadas de 10 ó 12 horas, amenizadas por uno que otro sujeto cogido en el hurto, arrastrado luego al cuartito de interrogatorio, y forzado a pagar de alguna manera la mercancía que se había embolsado, o referido a la policía para penar una condena que puede variar de 3 a 5 años.
    Él se da cuenta de que ese trabajo era la cosa más necia del mundo, porque a fin de cuentas la empresa jamás pierde, aún y cuando no cobrase esos robos.
    Por nada del mundo volvería a ser esclavo, ahora ha encontrado su libertad con este nuevo look y por primera vez se siente único en el mundo. Nadie se le compara y él lo sabe. Es cierto que está por ahí también, el hombre – leopardo, la dama – ilustrada, el hombre – calavera, pero pues, son amigos que tienen otros gustos, igualmente respetables y en cierto modo fascinantes. Hay personas que no encuentran la belleza en todas las cosas, los convencionalismos están extendidos por todas partes, pero el mundo está cambiando y es diverso, heteróclito, cada vez con menos fronteras.
    Estas letras son más que un cuento inverosímil, una fábula posible sobre alguno de esos seres modificados que empiezan a poblar el Internet, siguiendo la tradición de un arte que viene desde los tiempos de las cavernas y atraviesa las culturas egipcia, euroasiática, polinesia y africana, hasta la japonesa. El tatuaje y el arte de la implantación de piercings se combinaron con la cirugía plástica para dar lugar a las body modifications que fascinan sobre todo a públicos jóvenes y repugnan a los adultos del mundo judeocristiano civilizado e industrial.
    Estos personajes que el siglo XIX y XX habría clasificado como locos o bárbaros, miembros de mafias; juzgado y hasta encerrado de por vida, parecen hoy hasta héroes sociales que se creería que desafían al orden capitalista burgués y su mundo de valores económico – político, que no ha sido movido antes por las ideas sociales o los proyectos políticos revolucionarios de las generaciones previas al dos – milenio.
    Algunos no han ido a la universidad. No poseen mayor cultura que la tele y han crecido con Los Simpsons en lugar de Homero, Andersen, o Conan Doyle. No pretenden ningún cambio social porque no les importa la sociedad injusta que sufrimos, además de que transformar a la civilización es más difícil que al propio cuerpo. Sus modificaciones físicas sorprenden porque se trata de cirugías que no se habían realizado antes. Lo más curioso de todo es que podrían impulsar una moda o una tendencia. Si uno piensa en las pelucas del siglo XVII y los talqueados que usaban los lores para parecer elegantes, o los peinados en alto permanente que usaban las señoras bien en los años 60’s, no parece tan increíble que pudiera imponerse ese estilo que ahora se nos hace loco.
    Un cuentito de Jeremy Robert Johnson, autor de la literatura de ficción bizarra llamado La liga de los ceros destaca cómo esas modificaciones tienen no sólo un público sino un núcleo social creciente que apunta a volverse dominante una vez que se hayan superado las barreras estéticas actuales, allí se habla de operaciones que van más allá de lo hoy posible: remoción de labios para mostrar siempre una sonrisa, división en tres puntas de la lengua, ojos a los que se les ha removido el iris y finalmente exposición del cerebro sin cráneo.
    Me parece que todos ustedes se estarán preguntando: ¿Cómo podría todo esto relacionarse con el tema de nuestra conferencia de hoy?
    Bueno, en realidad es muy simple. Se trata de una serie de actitudes sociales, fenómenos culturales que empiezan a afectar nuestra cotidianidad sin que hasta ahora hayan sido tratados por la psicología académica y que han ido sucediendo sin explicación de ningún tipo, como no sea el ocio, o la locura sin más. Y fuera de hechos extraordinarios y aislados, empiezan a imponerse como generalidades y no como hechos de excepción.
    Veremos a medida que pase el tiempo, más jóvenes que se modifican el cuerpo en la búsqueda de una identidad especial, un significarse diferente frente al prójimo y no parecerse a nadie más, porque el carácter de nuestros tiempos es ser único, y pensar sólo en tratar de sostenerse en ese lugar.
    Conviene pensar cómo es que hemos llegado a este punto.
    El psicoanálisis es un invento del borde entre el siglo XIX y XX, que surgió a partir de una época de represión y rechazo a la sexualidad que devino en el padecimiento de la histeria y sus diferentes variantes. Siendo la última la fóbica o histeria de angustia que ponía al fantasma o la fantasía sobre el hecho traumático como pivote para el abordaje de cualquier discurso del paciente.
    Más tarde, estas divisiones serán substituidas en el horizonte lacaniano para dar lugar a una clasificación más simple que desembocará en: neurosis, psicosis y perversión, algunos autores hablan del autismo también como estructura. Cada una de éstas, con su propio mecanismo de formación (represión, forclusión o denegación) que marcaría una regulación subjetiva individual de cada persona con el mundo. Esta forma de contacto sería independiente de aquello que podría llamarse salud mental, dado que el psicoanálisis estaría en otra relación con la enfermedad psíquica que la psiquiatría, fuera de la catalogación, marginación social, y la vigilancia normativa que impondría un cerco que toma como base una denominación dictada por un sello biológico inamovible que ignora la historia personal de cada paciente, sin embargo, no tendría por qué no tener un punto de vista sobre la realidad social que vivimos.
    Freud planteó en El Malestar en la cultura (1929) que las principales fuentes de las que proviene nuestro pesar, son tres: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad (el otro, podríamos decir también).
    Son años en que se avecina la segunda guerra mundial, el último de los grandes conflictos armados capitalistas entre potencias que dará lugar a un nuevo equilibrio mundial y a un desarrollo científico técnico que establecerá un lugar diferente para el hombre en relación con la Naturaleza.
    Hasta ese momento, la habíamos alterado sin llegar a transformar completamente su esencia y manteniéndonos fuera del desarrollo de capacidades que nos igualaran a la potencia de los dioses. Merced al desarrollo científico en sus derivaciones como la creación y aplicación de una tecnología nuclear, empezamos a incrementar nuestra capacidad de cambiar nuestro planeta.
    Adquirimos la cura de enfermedades que eran mortales, prevenimos otras que constituyeron pestes y mejoramos nuestra capacidad de producción agrícola e industrial. Sin embargo, hay todavía más pobres, hambrientos y enfermos por falta de cuidados mínimos que antes.
    Aparejadas a éstas transformaciones, se operaron cambios en los relatos sociales y los discursos políticos. Entramos en una nueva época que Lyotard denominó Posmodernidad y que se caracteriza por el agotamiento de los grandes relatos de emancipación. Pocos años atrás y culminando con la caída del muro de Berlín, el marxismo aparecía como una promesa social que daría lugar a reglas diferentes que el mercado capitalista y su racionalidad encaminada a la irracionalidad del goce. Esa visión del mundo constituyó la más importante religión atea del siglo XX y sus espejismos aún no acaban de evaporarse del todo.
    El desarrollo de nuestra sociedad evolucionó según Bordieu, a la destrucción de las estructuras colectivas y la aceptación de nuevos ideales que promocionan al individuo sobre la masa en una lógica de aislamiento que supone que no hay más salvación para el sujeto basada en Dios, el proletariado o la emancipación racial. De hecho, este cambio de actitud llevó al franqueamiento de todo límite social y la construcción de una sociedad neoliberal que explota al individuo a gran escala sin pensar en su bienestar.
    Es cierto, aparejados a este fenómeno se producen intentos de grupos sociales, desesperados por escapar a este horizonte pesimista, que buscan respuestas en la creación de nuevas religiones o el reavivamiento de los cultos tradicionales, para negar la famosa muerte de Dios, pero sobre todo, para oponerse a las reglas salvajes del mercado.
    El liberalismo llevado a sus últimas consecuencias y que despegó en la era reaganiana supuso la desregulación de la economía y la búsqueda de beneficio sin ningún escrúpulo, por parte de los monopolios capitalistas, desechando cualquier beneficio social o medianamente colectivo. Nos empujó a una economía sin sentido, que hace que los países y las personas gasten más de lo que ganan y vivan endeudadas, sin poder salir de sus compromisos y adquiriendo nuevas deudas para pagar las anteriores.
    Cómo ha señalado Dany Robert – Dufour en nuestra época, la de las democracias liberales, todo descansa en un presupuesto a fin de cuentas, el del sujeto, y su autonomía económica, jurídica, política y simbólica. Pero, al lado de las expresiones más pretenciosas de alcanzar el ideal de uno mismo, se encuentra la mayor dificultad de poder lograrlo y el esfuerzo inútil de alcanzar esa meta predicada. Las formas de la destitución subjetiva que invaden nuestras sociedades se revelan a través de múltiples síntomas: la aparición de fallas psíquicas, la eclosión de un malestar en la cultura, la multiplicación de actos de violencia y la emergencia de formas de explotación a gran escala. Todos esos elementos se convierten en vectores de nuevas formas de alienación y de desigualdad que no son consideradas ya extraordinarias, enfermas o atípicas.
    Son por otro lado, fenómenos fundamentalmente ligados a la transformación de la condición del sujeto que se verifica ante nuestros ojos en las democracias de mercado. «Ser alguien», es supuestamente: «ser uno mismo» y «ser con los otros» parece un obstáculo para lograrlo. La fantasía de que todo lo que uno se proponga se puede alcanzar propiciada por los comerciales de televisión, es el canon de sueños que topan con una realidad diferente y muy distinta. No se consigue ser libre tomando Coca Cola, no se deja de ser el amigo para convertirse en el seductor usando desodorante Axis, la cocina no se limpia sola con la fuerza fría de Salvo.
    Quizá, cómo Sloterdijk lo ha señalado, el humanismo de nuestras naciones modernas y el fantasma de comunidad que les subyace, fue siempre una especie de delirio sobre la base de una amistad cultural literaria de patrones burgueses.
    Hoy la búsqueda de alcanzar el ideal de goce es la norma. Los límites de la castración social edípica que caracterizaron las generaciones anteriores, se han ido rompiendo para producir un sujeto que ha dejado de ser regulado por el imperativo categórico kantiano y los ideales de la modernidad. Cómo había señalado hace más de 150 años Alexis de Tockeville, los ideales de la democracia al estilo norteamericano (nuevo imperio social que se asemeja en algunos puntos al romano), suponen la igualdad de todos, pero también el triunfo de las apariencias y el hambre de obtener siempre un status de vida más alto que el del vecino, eso genera envidia y a su vez competencia, descontento social sin límite.
    Vivimos una nueva época que podría decirse ha rebasado la del sujeto freudiano y, no en balde, Foucault hablaba de una nueva época de muerte del sujeto.
    ¿Y qué es el sujeto freudiano? Es un sujeto que quiere pero no puede hacer todo lo que se le antoja, y sobretodo no puede hacer una cosa, cumplir su ideal edípico. Entonces se ve obligado a renunciar (está marcado por la castración), vive de acuerdo con una substracción de goce, que se traducirá en beneficio de lo colectivo. Esto es lo que Freud llama la civilización.
    Sin embargo, el nuevo sujeto, diría Dufour, es uno que ya no está marcado por la necesidad de esta substracción; es un sujeto que cree que puede obtener todo lo que quiere, en función de lo que Adam Smith llamó la maximización de las ganancias. A partir de entonces es un sujeto que se presenta con una nueva característica, la de ser alguien que busca romper los límites, y por lo tanto entra en otra economía psíquica distinta a la del ser humano de la modernidad que se veía obligado a renunciar a una parte de sus aspiraciones para que lo demás funcionase. Por eso el ideal no es ya el soldado anónimo que puede arrojarse sobre la granada para que sobrevivan sus compañeros de pelotón sino Ironman, el narciso millonario, patán y omnipotente gracias a su tecnología y a sus dólares.
    Por supuesto, el que eso se convierta en norma, da lugar a un colapso social porque ese ideal es inalcanzable. Claro, todo mundo quiere su propio beneficio sobre el del vecino y no importa los medios que deba usar para conseguir su objetivo. Así sucede que el narco – delincuente pueda convertirse, por ejemplo, en un héroe social por encima del ciudadano corriente que cumple las normas de civilidad (lo notamos en el cambio en los gustos populares musicales: los acordes norteños que antes era de nacos, se escuchan como éxitos en la radio). Que en una sociedad como la nuestra, y en ciertas ciudades como la de México, nadie respete las normas de vialidad y tránsito, porque manejar un auto se convierte no sólo en un medio de transporte más cómodo, sino en un signo de status social, en una experiencia hedonista salvaje y una demostración de poder ante los pobres peatones o el resto de los automovilistas.
    El lugar de Dios fue ocupado por el mercado capitalista. Nuestras esperanzas de una vida mejor han sido puestas en el seguimiento de las reglas que él impone. Pero justamente esas reglas nada tienen que ver con el beneficio del hombre. El mercado es nada más una simple red de intercambios, un ámbito donde se puede comprar y vender todo, todo es mercancía en el mundo; entonces nuestras leyes e instituciones sociales se convierten en fácilmente prostituibles.
    La verdad es que uno puede comprar con dinero una mujer bella, con ese mismo dinero ejercer la oportunidad de explotar sin freno la naturaleza y contaminar, conseguir también órganos, derechos, votos, hasta la posibilidad de cambiar de sexo, clonarse, modificar la estética del cuerpo y muy pronto: embarazarse siendo hombre.
    Por otro lado, la ciencia ocupó el lugar de la verdad y se constituyó como único saber válido para el estudio de la naturaleza o del hombre. La distinción cartesiana entre sujeto y objeto, pareció razonable y obvia, hasta necesaria. Único camino para constituir una epistemología que a final de cuentas resulta ingenua pues nuestro conocimiento de la realidad siempre estará basado en ciertos prejuicios y en criterios pragmáticos. El azar y la arbitrariedad se nos hicieron inadmisibles en un mundo reglado por la razón y la búsqueda de significados. Sin embargo, esa fe en la racionalidad y el orden nos llevó a los ideales de la modernidad y éstos desembocaron en una sociedad que no se rige por la sensatez o la justicia.
    Hemos sobreexplotado la naturaleza hasta producir una crisis ambiental que ha provocado un cambio climático que amenaza con destruir nuestro mundo conocido. Se calcula que en unos quince años no habrá más petróleo y la noticia no sería alarmante, si no supiésemos que nuestra civilización – Roberto Bermejo y Luis Tamayo lo han señalado – se basa en el mismo petróleo: el combustible, los derivados plásticos, la ingeniería moderna, y buena parte de los insumos domésticos. Por otro lado, siendo un país petrolero que basa gran parte de su economía en la explotación de hidrocarburos, la perspectiva del futuro es aterradora.
    Se nos ha vendido la idea de que en nuestras sociedades hemos abolido la esclavitud y las formas más feroces de explotación que caracterizaron antes al hombre. Que nuestra sociedad democrática occidental es la única base firme para el beneficio social y que la elección de nuestros políticos dará lugar a una representación de nuestros intereses en los ámbitos de decisión social.
    Pero, al menos en nuestro país, la clase política se ha divorciado desde hace tiempo del pueblo y sus intereses, promoviendo además el abandono de la participación social por parte de los jóvenes, a menos que sea en dirección de buscar el poder. Hemos infantilizado a las nuevas generaciones con la televisión, el X – Box y la voluptuosidad como norma social, les hemos vendido la fantasía como una realidad más real que el miserable universo cotidiano.
    El festejo del Bicentenario es la más reciente prueba de ello, resulta que el ‘Coloso’ anónimo diseñado por Canfield, estatua monumental eregida a un coste inimaginable por un día, en el Zócalo capitalino el 15 de septiembre, sí tenía identidad… la del sanguinario huertista Benjamín Argumedo enemigo de Francisco Villa y que el escultor se inspiró ¡En las estatuas magnificentes del Stalin! La Secretaría de Educación Pública (SEP) rechaza ahora, aún después de las declaraciones hechas por el autor del proyecto, a periódicos y noticieros, de su cambio en su página de Flickr dónde lo había intitulado originalmente “Coloso Benjamín Argumedo”, represente a algún personaje en particular y pidió no politizar la creación artística de esa figura. No tenían por qué hacerlo, podrían haber adjudicado el error al escultor o decir que se desconocía que la base para fabricar la estatua era dicho personaje histórico. Pero han elegido decir que no representa a nadie. Y el problema es que sí lo representa, y no a cualquiera, sino a un oportunista, contrarrevolucionario y genocida de la comunidad china. Esta denegación significa que refrendan el acto fallido – cómo psicoanalista lo señalo – y que no piensan que importe que esta figura nos represente como mexicanos, dicen que es anónima, pero pudieron haber elegido otra no anónima: Hidalgo, Morelos, Zapata… una figura que sí nos simbolice, no lo hicieron… los traicionó el inconsciente y nombraron a un traidor.
    La denegación aquí es producto de la culpa, y para colmo, en el desfile patrio de carros alegóricos al estilo Disney participaron Chespirito y el Subcomandante Marcos, figuras de lo que piensan ellos es el folklore mexicano, y no la histórica anticlerical de Benito Juárez. El Benemérito de las Américas es el gran ausente en éstas celebraciones y el toque de remate que prueba el conservadurismo, la estupidez de este gobierno.
    Los espectaculares juegos pirotécnicos y de luces de este teatro, fueron remedados de las Olimpiadas y más para la tele – se insistió una y otra vez que no se fuera al Zócalo y que ver el evento por la televisión era lo mismo –, que para el espectador de la calle. Lo que sí importó en este montaje de pan y circo para el pueblo en otros escenarios, es demostrar que el gobierno sabe cómo organizar rave parties.
    El gobierno panista, manifestó desconocer la historia de México, saber qué es gobernar, cómo conmemorar el nacimiento de una nación y celebrar con justeza el aniversario de nuestra independencia y revolución. Los ritos son para Mircea Eliade una repetición que consagra un mito, aquella imagen o relato que da cohesión a una comunidad. No es una fantasía multicolor sino la repetición de una historia verdadera. El mito no es falso, sino ejemplar, certero, asegura una identidad, un arquetipo determinado, destinado a hacernos sentir, no sólo múltiples sino una unidad.
    Para ellos el asunto fue más cómo organizar un buen reventón… hasta el desfile y los festejos en el Zócalo que siempre fueron populares y abiertos, hoy resultaron selectos, para cierto público restringido, en nombre de la seguridad. Cuando debió transmitirse confianza al ciudadano, lo que se transmite es un panorama de incertidumbre y un discurso de poder irresistible ante el Estado. Éste, es nuestro México hoy.
    Volvamos al panorama global. Sigue una época diferente. Ha cambiado, por supuesto, el sujeto psíquico. Y el psicoanálisis contribuyó a ese cambio sin duda, denunciando la represión sexual victoriana, replanteando los principios pedagógicos autoritarios (y por tanto: acelerando la declinación de la autoridad paterna), dando espacio a la voz de la mujer para la creación de una disciplina que le ha puesto en primerísimo lugar en nuestra sociedad.
    Quedan restos de la vida cómo la experimentaron las generaciones anteriores. El cambio interior se produce a distinto ritmo que los cambios exteriores, todavía se viven prejuicios victorianos en nuestro siglo. Nuestra sociedad es muchas humanidades a la vez. La pornografía, por ejemplo, está a punto de alcanzar la categoría de arte y ser socialmente aceptable. El mundo de Second Life es ahora una realidad alterna en la que mucha gente pasa turnos completos que exceden las ocho horas. Las formas alternas de realidad son un remedio contra la desventura vital.
    El Internet es la muestra de estos cambios subjetivos, porque en su virtualidad y práctica desregulación, se comporta de acuerdo a las reglas del inconsciente. De hecho, es el inconsciente colectivo, no como lo imaginaba Jung obedeciendo a símbolos universales, sino de acuerdo a la lógica de la palabra y la imagen a la manera de Freud y también a la lógica del significante lacaniana. En algún momento, Rank llegó a decir que el cine se asemejaba más que ningún otro producto estético al sueño, bueno, el internet es hoy una formación del inconsciente más, no tengo duda.
    ¿Dónde encaja el psicoanálisis en todo esto?
    Básicamente en dos razones que quisiera compartir con ustedes.
    En primer lugar, vendrán una serie de “patologías” que no tienen como único o siquiera principal resorte a la represión. Vamos a encontrarnos cada día más seguido pacientes con modificaciones corporales y organizaciones familiares atípicas, que no desean ser Ken o Barbie. No son discursos que vayan a poder ser tratados con la lógica de adaptación que caracteriza buena parte de las terapias psicológicas y que rehúsa por principio el psicoanálisis.
    Personas como el hombre – gato, el hombre – calavera y la mujer – leopardo, así como sexualidades antes consideradas perversas, van a llegar al diván pronto, si no es que algunos ya están en eso. ¿Qué vamos a hacer? ¿Mandarlos con el psiquiatra para que los medique? ¿Rechazarlos como pacientes de diván? Son personas que rehúyen los caminos tradicionales de la sociedad y que curiosamente empujan a ella en la dirección particular de sus impulsos. No quieren ser adaptadas y más bien transformarán a la sociedad. Por supuesto, sufren como todos y quizá un poco más que los demás aunque les cueste trabajo admitirlo.
    Pero en general, esa y la demás gente, va a necesitar más que nunca ser escuchada y decir lo que le pasa, en una sociedad que ha dejado de dar lugar al otro. Quienes no encuentren una respuesta en la religión, la encontrarán con dificultad en la ideología, la tendrán que encontrar en gran parte en sí mismos y el psicoanálisis puede ayudar a muchos a recorrer ese camino. No digo que sea el único y no pretendo que se ofrezca como una alternativa a la religión, una filosofía luminosa o un radiante discurso de resurrección. Si es un camino para resistir a la destitución del sujeto y poder enfrentar el dolor de ser una persona que a pesar de sus intentos de romper con el límite social, cae en él sin remedio.
    En segundo lugar, ante esta realidad, no es el único método posible pero si uno indispensable (podrán agregarse otros saberes, desde luego) para entender lo que está sucediendo actualmente la violencia que atraviesa nuestra sociedad mexicana. Conceptos como pulsión, deseo, inconsciente, repetición, síntoma, lógica del significante, concepción moebiana lacaniana de exterioridad – interioridad como un continuo, pulsión de muerte, irracionalidad, y sexualidad freudiana nos son necesarios para entender la marcha actual de nuestro tiempo. Quizá no para imponer nuevas reglas o planear nuevas formas de intervención social. El psicoanálisis no es un substituto de la política, sería iluso y erróneo pensar así las cosas. Sí, un instrumento para entender un poco… sólo un poco… esta locura que hoy vivimos y la que vendrá después.
  • La Intolerancia De Žižek.

    La Intolerancia De Žižek.

     Eduardo García Silva.

    Introducción. Psicoanálisis y política, Slavoj Žižek

    Desde las propuestas de Žižekubicamos que entre el psicoanálisis y la política se teje un nudo que atraviesa la ética, la ley, el deseo, la sexualidad y la forma de gozar. Las nuevas formas de goce en la sexualidad, las adicciones y las trans-formaciones en el trabajo y la familia cuestionan al psicoanálisis en su actualidad y convocan a una escucha en la medida en que eso algo nos dice. Los discursos postmodernos sobre los derechos humanos con todos los apellidos posibles (de los niños, los adultos mayores, las mujeres, etc.) son un síntoma de lo que se le escapa al sujeto siempre: de su falta. La misma posición ante la falta ha dado o está dando un viraje actualmente y la subjetividad está quedando afectada de una manera muy particular a partir de este viraje. La función simbólica se tambalea y lo imaginario avanza cada vez más en el terreno de esa subjetividad que ya no logra a veces ni distinguir al otro en la medida en que galopa a toda velocidad hacia una utópica totalidad y satisfacción donde el otro no haría falta, donde se prescindiría de ese otro, donde se desecharía a ese otro, ya sea por la vertiente amorosa de reconocerse en el otro (pasión amorosa tan terrible como insostenible – recordar el mito de Hermafrodito y Sálmacis), o por la vertiente del odio excluyente (“o yo o el otro”). Así, tanto la exaltación de un peculiar humanismo que no discrimina a nadie (“ama al prójimo como a ti mismo”, “ser uno con el universo”, “integrarse con la naturaleza” etc.), como las racistas reivindicaciones nacionalistas xenófobas que aparecen ya sea en la ultra derecha o en la izquierda más radical, son maneras en que la imposible democracia se hace posible en el discurso del capitalista que pone en juego una identificación a la Cosa igualmente imposible, donde el sujeto se desvanece al alcanzar el objeto causa de su deseo, pues el objeto ya no es tanto objeto como objetivo, ya no se trata de llegar al objeto sino de realizar el movimiento hacia a él. Esa es la diferencia entre Freud y Lacan en su manera de concebir a la pulsión, misma que para Freud proveniente de una fuente y apunta con cierto empuje a un objeto y que para Lacan se realiza en su propio movimiento hasta que se devuelve a su lugar de origen para re-lanzarse nuevamente en un continuum perpetuo, hasta podríamos hablar de que el sujeto freudiano ha sido sustituido por el sujeto lacaniano. ¿Cómo leer estos fenómenos desde el psicoanálisis? ¿Ofrece el psicoanálisis alguna posibilidad ante estas contingencias actuales? ¿Tiene el psicoanálisis algo que decir ante los avances de la ley que excluyen cada vez más al deseo? ¿Es posible discriminar al otro desde el Otro para evitar la segregación? Avanzaremos en esa dirección reflexionando críticamente a partir de la propuesta de Žižek sobre la defensa de la intolerancia y con la puntualización de una satisfacción imposible en el sentido en que Freud la señala en tanto Befriedigung, esa que acerca al sujeto a lo real.
     
    La intolerancia de Žižek
     Para abordar lo que sería la posibilidad de un encuentro entre el psicoanálisis y la política tenemos primero que ubicar en qué consisten estas prácticas para poder entonces avanzar sobre alguna relación entre ambas, o bien planteemos las preguntas: ¿existe una relación entre el psicoanálisis y la política? ¿su práctica apunta al mismo objeto? ¿Puede en verdad el psicoanálisis ofrecer una lectura de las precipitaciones políticas y sin precedentes que se manifiestan hoy en día?
    Vamos a puntuar algunas de las reflexiones que Žižek hace en su texto “En defensa de la intolerancia[i] donde critica al liberalismo tolerante y multicultural tanto como a la economía despolitizada pues para él el multiculturalismo despolitizado, esto es, el discurso de la tolerancia étnica, religiosa y sexista que se opone a los fundamentalismos es “precisamente la ideología del capitalismo global”.
    Para Žižek la verdadera lucha política no radica en una discusión racional entre intereses múltiples sino en la lucha por hacer oír la propia voz, ser tratados como iguales y tener el reconocimiento del otro como interlocutor legítimo. Es ahí donde el capitalismo ofrece a cada grupo (hispanos, negros, mujeres, gays, homosexuales, lesbianas, madres lesbianas, blancos, etc.) la posibilidad de satisfacer sus demandas específicas (turismo gay, música hispana, antros lésbicos, etc.), el capitalismo se nutre de ese intento de identidad de grupos específicos que al mismo tiempo van siendo borrados como tales, al final todos son consumidores de lo que creen les da identidad. Se ha pasado así de la identificación sostenida por la función simbólica, a la identidad de grupo sostenida por la función imaginaria donde la única posibilidad de ser uno con el grupo es la exclusión del otro, del diferente, del no-yo, es la aniquilación de la que dio cuenta Lacan con su estadio del espejo.
    La primera de ellas, la identificación sostenida por la función simbólica, se produce con la metáfora paterna donde el niño podrá ubicar algo gracias al Nombre del Padre que dé cuenta del inefable deseo de la madre, lugar que hasta ese momento ocupaba el niño como siendo su falo para pasar a anhelar algo de ese Otro paterno, el Falo (simbólico) que permite entonces una metáfora: sustituir la incógnita del deseo de la madre para dejar de ser eso sin nombre, sombra de objeto y pasar a la posibilidad de poseer el Falo, el resultado es la posición neurótica que anhela siempre lo que le falta por no alcanzarlo. Asistimos así al surgimiento del sujeto en tanto deseante y regulado por una Ley que no solamente priva sino que nombra, da sentido al sin sentido[ii].
    La segunda posición, la de la identidad imaginaria, es aquella en la que el sujeto no tiene posibilidad de ser nombrado por el Otro porque la metáfora paterna no se realiza, la única solución ante esa imposibilidad de recibir un significante del Otro que diga quién es el sujeto es alienarse en una imagen que aglutina a cierto número de sujetos que comparten un rasgo, pero no un significante universal, es una serie de imágenes en los espejos de la casa de los espejos, todos esos yoes que tanto se parecen a mi, por lo que gran cantidad de otros grupos quedan excluidos al no compartir dicho rasgo. La identificación es propia al sujeto mientras que la identidad es propia al grupo. La identificación tiene el límite de la mismidad que no existe: “a” no es igual a “a”, yo no es otro, el otro no es yo, por más que el yo se sostenga en ese otro en cuanto a su formación imaginaria.
    Entonces, en la economía despolitizada, o sea, en la política actual, no hay un significante universal que represente al conjunto, aspecto esencial para el acuerdo, sino que hay grupos que a falta de dicho significante se encapsulan en el reflejo de todos los iguales en el rasgo VS los otros (diferentes), los de rasgos diferentes (negros, orientales, hispanos, blancos, güeritos, etc.), y ese aglutinamiento es lo que se repite para cada grupo diferente que pretende sostener su identidad, eso es la globalización, por lo que en la globalización no hay universal.
    Por eso esa reivindicación de las diferencias del multiculturalismo –“cada cual su grupo (étnico, religioso, sexual)”- es al mismo tiempo la anulación de las diferencias pues todos los diferentes deben ser tratados igual, mismos derechos, así se borran las diferencias. Ese borramiento de las diferencias comparte la disolución de la función simbólica sostenido por el universal, por el Falo que permite ponerse a cada quien en su lugar en la sexuación y la subjetividad, y genera la exclusión de los otros al igual que el discurso capitalista. La paradoja es pues, que esa reivindicación de las diferencias que son imaginarias, deja fuera a la diferencia simbólica. La prueba de ello, con la gravedad que eso implica, es la misma participación que algunos psicoanalistas tuvieron, como Carl Jung, con el régimen nazi en el intento de demostrar que existía un inconsciente ario y uno judío y que ambos se distinguen por características bien identificables. Inconscientes colectivos: inconsciente judío, ario, mexicano … y de ahí ya no hay nada que nos detenga para pasar al inconsciente gay, lésbico, negro, blanco, indígena, puma, ibero… inconcientes de grupo, delirio puro. Esa es la posición de la derecha fascista que reivindica las raíces y la pureza étnica y nacionalista que es muchas veces compartida por la izquierda más radical.
     
    ¿Y qué del psicoanálisis ante la política?
    Es un hecho que la política afecta a los sujetos en su singularidad, afecta su vida pulsional, sus afectos. El hecho de que este evento, en el que hoy nos encontramos y nos reunimos, haya tenido que librar las contingencias causadas por la política mexicana es ya una constancia de ello. Ustedes saben que originalmente nos reuniríamos en la Universidad del Claustro de Sor Juana, pero debido a una mega marcha de cientos de miles de sujetos que quieren ser tomados en cuenta como iguales en una discusión esas puertas se cerraron y ahora henos aquí en la Universidad Iberoamericana, ¡vaya movimientos!
    Ahora bien, existe una articulación entre la definición que Lacan propone del psicoanálisis como una práctica de lo imposible y de que esta práctica, según Freud, comparte en primera instancia esa imposibilidad con la política en la medida en que esta última es otra profesión imposible cuando de gobernar se trata. Si queremos entonces educar, analizar o gobernar deberemos estar advertidos de que nos enfrentamos a un objeto de educación, de análisis y de gobierno que no hay. Lo que hay es la posibilidad de ese objeto en la medida en que lo que está es un espacio vacío e incolmable que anuncia su presencia sin que ese objeto acabe de llegar. Anuncio de una posibilidad de satisfacción, para decirlo ya. Por eso no hay político que no prometa, promete satisfacción pues la promesa (Versprechen) anuncia al objeto faltante apalabrándolo, es decir haciendo una representación y sólo eso, de lo que no hay en tanto satisfactor definitivo: “seré el presidente del empleo” “suspenderé el impuesto de la tenencia”. Tampoco importa mucho si un presidente genera empleos y suspende un impuesto, eso no alcanza para la satisfacción de una estructura neurótica, ni mucho menos lleva a la felicidad. La neurosis es ya el resultado del encuentro imposible con ese objeto in-existente.
    En la carta 52 Freud formaliza por primera vez la estructuración del aparato psíquico[iii], misma que retomará con algunas modificaciones en el capítulo siete de la Traumdeutung[iv], y ahí aparece ese objeto que alguna vez habría estimulado al organismo que lo percibió y en el que dejó huellas mnémicas, signos de percepción, representaciones-cosa que constituirán lo inconsciente hasta que se anuden a representaciones-palabra para devenir en preconscientes, y de ahí a la conciencia hay ya sólo un paso. Freud señala que el objeto está perdido y que habrá entonces que reencontrarlo primero para poder encontrarlo . A diferencia de él, Lacan ubica un objeto que no ha existido nunca, esencia evanescente, lo innombrable, lo real.
    Si el capitalismo promete (verspricht) el satisfactor de acuerdo a la necesidad de cada comunidad, de cada grupo, falla al menos dos veces. La primera es cuando esa promesa (Versprechen), cuando verspricht (promete) también verspricht (se equivoca al hablar). Cuando Freud en su Psicopatología de la vida cotidiana[v] escribe sobre los lapsus al hablar, de los equívocos que sorprenden a un sujeto cuando intenta decir algo y en lugar de eso dice otra cosa muy distinta o incluso acaba diciendo lo contrario de lo que quería, emplea el término alemán de Versprechen que en mexicano se traduce tanto por prometer o promesa, como equivocarse al hablar, “regarla”. Entonces esa primera falla del discurso capitalista consiste en que cuando promete, cuando da su palabra falla al darla, la da mal; algo cae. La segunda falla consiste en que el supuesto satisfactor que promete, y promete mal como hemos visto, no es en realidad un satisfactor, o si lo es, es mortífero y amenaza a la vida misma del sujeto. No exagero al plantearlo así, todos saben de los terribles riesgos en los que el discurso capitalista pone a las personas y al mismo planeta: suicidios por quiebras económicas, canceres supuestamente fomentados por el empleo de sustancias químicas para la belleza, una bella figura o la ingesta de alimentos contaminados, tratados o producidos artificialmente tanto en animales como en plantas: lo transgénico. El satisfactor que ofrece el capitalismo es mortífero, pero esto no es lo más importante para el psicoanálisis, sino la otra cara de lo mortífero que podemos ubicar en la satisfacción de la que nos habla Freud, por algo el Yo se rehúsa a alcanzarla sin ponerse límites. Veamos.
    El término que Freud emplea para “satisfacción” en el texto de las Pulsiones y sus destinos y en Más allá del principio del placer (1920), cuando nos anoticia de los componentes de la pulsión, es Befriedigung. “La meta (Ziel) de una pulsión es en todos los casos la satisfacción[vi]. El texto en alemán dice: “Das Ziel eines Triebes ist allemal die Befriedigung[vii].
    Este detalle reviste toda su importancia cuando tomamos en cuenta que existe una palabra en alemán muy cercana a “satisfacción” y que es “Satisfaktion”; sin embargo, Freud no dice en ningún momento en toda su obra cuando se refiere a la satisfacción de la pulsión “Satisfaktion”, sino que dice siempre “Befriedigung”. Cosa notable sobre todo cuando en alemán existen alrededor de doce términos que se pueden emplear para decir satisfacción según el caso (Abfindung, Befriedigung, Bezahlung, Ehreneklärung, Erfüllung, Freude, Genugtuung, Satisfaktion, Spaß, Vergnügen, Wohlgefallen, Zufriedenheit).
    Befriedigung comparte etimología con der Friede que se traduce como paz. La paz coincide aquí con esa lectura freudiana de la satisfacción en tanto que “sólo puede alcanzarse cancelando el estado de estimulación en la fuente de la pulsión[viii] cuando esa cancelación, a partir del texto del Más allá… es la supresión misma de la vida que devuelve a lo orgánico al estado inorgánico del que partió alguna vez cuando una contingencia –el estímulo- lo puso en movimiento… para librarse del invasor y molesto estímulo.
    La satisfacción de la que habla Freud en las pulsiones es la paz de los sepulcros. En ese sentido podemos leerlo como pacificación del sujeto, muerte del sujeto; se entiende entonces que Lacan llegue a decir que el único acto logrado es el suicidio, ese sí se consuma en el mismo acto que realiza sin que vuelva a acumularse tensión alguna que genere displacer.
    Por esto resulta imposible el encuentro del sujeto con la satisfacción que le produciría la realización de su deseo, pues este está sostenido por lo que falta para ser todo, para tenerlo todo, para que nada haga falta, para que nada disturbe ya, la satisfacción para el psicoanálisis es mortal.
    Para concluir retomemos la aseveración de Žižek que citamos al inicio: “La verdadera lucha política, como explica Rancière contrastando a Habermas, no consiste en una discusión racional entre intereses múltiples sino que es la lucha paralela por conseguir hacer oír la propia voz y que sea reconocida como la voz de un interlocutor legítimo. Cuando los “excluidos”, ya sean demos griego u obreros polacos, protestan contra la elite dominante (aristocracia o nomenklatura), la verdadera apuesta no está en las reivindicaciones explícitas (aumento salariales, mejores condiciones de trabajo…) sino en el derecho fundamental a ser escuchados y reconocidos como iguales en la discusión[ix] .
    Al respecto cabe recordar la advertencia de Lacan en el seminario uno para distinguir el deseo de reconocimiento del reconocimiento del deseo. La posición de los excluidos, del demos griego, la clase media y en suma de los ciudadanos que plantea Žižek es la del deseo de reconocimiento, la verdadera lucha política para este autor es la posición neurótica de esperar que el Otro nos reconozca, que el padre reconozca a sus hijos como iguales, tal es el deseo del neurótico, deseo de ocupar un lugar en el deseo del Otro. Pero lo que el psicoanálisis enseña es que su curso consiste en que un sujeto que llega esperando el reconocimiento desde el deseo del Otro logré reconocer su deseo sobre el del Otro y sobre todo sobre el del otro, ubicar que lo que el otro desea no es necesariamente su deseo (del sujeto). Planteo ahora que la lucha política no sería entonces la búsqueda del reconocimiento por el otro sino el ejercicio de la asunción del propio deseo advertido y reconocido que nos permita ubicar nuestros límites y nuestras posibilidades ante el otro puesto que no podemos imponer nuestro deseo al otro, caso del perverso, como tampoco podemos ofrecernos para obturar la falta del Otro que lo hace deseante, caso del obsesivo, y como tampoco podemos ponernos como el objeto de deseo del otro porque ese objeto no existe, caso de la histeria.
    El psicoanálisis tiene entonces mucho que decir ante la política, la práctica misma del psicoanálisis se está viendo afectada por la política, en primer lugar, la práctica del psicoanálisis comienza a ser regulada en algunos países como en Alemania o en Francia por el Estado, o sea que los políticos pretenden hacer lo que correspondería a cada analista: dirigir el análisis; en segundo lugar, las modificaciones en los códigos civiles y penales en México y en el mundo pretenden ordenar la subjetividad con mandatos tan absurdos como imposibles de cumplir, tales como la iniciativa de penalizar la eyaculación innecesaria ¡![x] ¿y las poluciones nocturnas de los adolescentes? ¿quién va a demandar y cómo harán para saber? O con mandatos que excluyen al deseo, tales como la penalización del aborto, toda mujer deberá acceder a la función simbólica de ser madre sin pasar por el deseo, ¿entonces qué va a transmitir a su hijo? ¿Cómo se articulará la dialéctica de la demanda y del deseo que dan origen a un sujeto en el mundo simbólico? o por otro lado, la ley que establece que después de vivir cinco años con una pareja el Estado impone derechos y obligaciones iguales a los del contrato del matrimonio, o sea, que ahora ya ni les preguntarán si aceptan a fulano o fulana como esposo(a), para el Estado lo serán sin importar lo que desee la pareja; o las nuevas reglamentaciones sobre el acoso sexual que ya no deja lugar al deseo que ahora podrá ser denunciado no sólo por una mirada sino por una acta jurídica.
    Todos esos discursos sobre derechos humanos se vuelven contra sus propios principios y se convierten en armas de persecución jurídica y policial. La necedad de abolir diferencias basándose en una igualdad de los diferentes grupos bajo el manto de la tolerancia -¿represión?- atiza el fuego de los radicalismos reivindicantes. Se hace necesario discriminar.
    Antes que nada habrá que recuperar esa palabra del sentido peyorativo que se le ha dado como si fuera cosa mala. Discriminemos para ver la diferencia, afortunadamente los hombres y las mujeres no somos iguales. De lo contrario lo que se produce es la segregación y por eso hay que distinguir a la segregación de la discriminación.
    La no discriminación segrega. Si los sujetos se proponen asumirse todos como iguales, y ese es el discurso multicultural que reclama los derechos de grupos especiales para quedar como iguales con los otros grupos -¡la tolerancia!-, entonces se produce una exacerbación de esos rasgos que distinguen a cada grupo para que desde ahí pueda demandar sus derechos, es decir, se excluye al otro de la demanda particular de un grupo (un chat lésbico con su consigna: “bugas absténganse”, o es el caso del ciclotón que excluye a los automovilistas en lugar de promover la convivencia entre ambos sistemas de transporte, etc.).
    El multiculturalismo va de la mano en muchas ocasiones con un discurso patético que pretende reivindicar esas diferencias para ¡igualar a los grupos! Y que se inicia desde la nominación del grupo con tintes dignificantes; a saber, “personas con capacidades diferentes”, “adultos mayores”, “sexoservidora(e)s”, etc.; en lugar de “inválidos”, “viejos”, “prostitutas”, etc. Sería tiempo de rescatar también a esos términos del lugar peyorativo en que se les ha puesto, pues de lo contrario nos movemos en el absurdo pues todos y cada uno de nosotros somos personas con capacidades diferentes, algunos son muy buenos para hacer algo y muy malos para hacer otra cosa, así es. La figura del viejo implicaba un respeto y un honor como sucedía con los prehispánicos y hasta hace algunas décadas, y bueno, sería importante para todo sujeto que sirva para el sexo, si no… ¿quién no quiere servirse del sexo, servir para el sexo?, así se esperaría que todo sujeto tuviera la fortuna de ser sexosevidor(a); la prostituta y el prostituto no necesariamente son sexoservidores(as).
    Concluyo agregando que sería todavía necesario no quedarse en la intolerancia a que nos invita Žižek sino que habría que realizar aún un acto. México es un país que se convulsiona desde hace ya muchos años y que el día de hoy (literalmente el día de hoy, en las calles de toda la ciudad), está a punto de un quiebre de consecuencias que no podemos preveer del todo con claridad. En estas circunstancias darle un lugar a la falta, sabernos en falta para asumir un deseo sin esperar a que venga el otro a decirnos qué es lo que debemos de desear puede hacer toda la diferencia. Reconocer esta falta es saberla también en el otro, es ubicar el significante que está fuera del conjunto porque no lo posee nadie y que por eso mismo hace de garantía –porque realmente no hay garantía, la hay simbólicamente- de lo contario cada grupo erigirá sus semblantes ideales como posibles y como lo que todos deben de desear, posición perversa.
    El acto pues, es necesario para que surja un sujeto advertido del deseo que lo habita. El 15 de mayo del 68, Lacan comparte una anécdota con el auditorio de su seminario en lo que fue la última sesión del mismo; a saber, un día antes, cuando miembros de lo que Lacan llama la insurrección, del movimiento estudiantil de las trincheras de París, dialogaron con él y con otros analistas, alguien habría preguntado a ese estudiante “Diga, querido amigo, en el lugar donde ustedes están, ¿qué podrían esperar del psicoanálisis? ¡Lo que verdaderamente es una forma loca de plantear una pregunta! –dirá Lacan-. Me canso de decir que los psicoanalistas deberían esperar algo de la insurrección, y están los que retruecan: ¿Qué querría esperar de nosotros la insurrección? La insurrección les respondió: ¡Por ahora lo que esperamos de ustedes es que nos ayuden a tirar ladrillos! Para aligerar un poco la atmósfera yo señalé en ese momento que al nivel del diálogo el ladrillo cumple exactamente una función prevista, la que llamé el objeto a. El ladrillo es un objeto a que responde a otro verdaderamente capital para toda la ideología futura del diálogo cuando parte de un cierto nivel: ¡es lo que llaman la bomba lacrimógena!
     
    Y concluye Lacan advirtiendo:
     
    aun si los psicoanalistas no quieren estar, a ningún precio, a la altura de lo que tienen a su cargo, no por eso lo que tienen a su cargo existe menos ni dejará de hacer sentir sus efectos y será necesario que haya gente que trate de estar a la altura de cierto tipo de efectos que son los que de algún modo estaban ahí ofrecidos y predestinados ser tratados en cierto marco; si no son aquellos serán forzosamente otros, porque cuando los efectos se hacen un poco insistentes, hay que darse cuenta, a pesar de todo, de que están ahí, y tratar de operar en su campo[xi].
     
    La intolerancia no es sin acto.
     
    Referencias
    Lacan, Jacques. Seminario 5 de Lacan, Las formaciones del inconsciente. Editorial Paidós. Buenos Aires, Argentina. 1958
    ____________. Seminario 15, El acto psicoanalítico. Inédito.
    Freud, Sigmund. Fragmentos de la correspondencia con Fliess, en Tomo I, Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina, 1896
    _____________. La interpretación de los sueños, Tomo V, Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina, 1900
    _____________. Psicopatología de la vida cotidiana, Tomo VI, Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina, 1901
    _____________. Pulsiones y destinos de pulsión. Tomo XIV, Obras completas, Amorrortu editores. Bs. As. Argentina,1915
    _____________. Triebe und Triebschicksale. Bd.III Studienausgabe. Fischer Verlag. Frankfurt, Deutschland, 1915
    Žižek, Slavoj. En defensa de la intolerancia. Editorial Sequitur. Buenos Aires, Ciudad de México, Madrid, 2008.
     
     

     


    *Maestro en Teoría Psicoanalítica por la Fundación Mexicana de Psicoanálisis. Docente en el Colegio de Psicoanálisis Lacaniano. Secretario académico del Colegio de Psicoanálisis Lacaniano. Actualmente desarrolla la línea de investigación: Los mitos prehispánicos en su relación con la lengua mexicana y sus contribuciones a la función del padre. Es autor de varios artículos en la revista Desformaciones y en la revista Psiquis.
     
    [i]Žižek, Slavoj (2008) En defensa de la intolerancia. Editorial Sequitur. Buenos Aires, Ciudad de México, Madrid
    [ii] En El seminario 5 de Lacan, Las formaciones del inconsciente. Editorial Paidós. Buenos Aires, Argentina. Específicamente en las sesiones del 15, 22 y 29 de enero de 1958, (sesiones IX, X y XI)
    [iii] Freud, Sigmund (1896) Fragmentos de la correspondencia con Fliess, en Tomo I, Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina. p.274.
    [iv] Freud, Sigmund (1900) La interpretación de los sueños, Tomo V, Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina. p.p. 527-542.
    [v] Freud, Sigmund (1901) Psicopatología de la vida cotidiana, Tomo VI, Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, Agentita.
    [vi] Sigmund Freud. (1915) Pulsiones y destinos de pulsión. Tomo XIV, Obras completas, Amorrortu editores. Bs. As. Argentina. p. 118.
    [vii] Sigmund Freud. (1915) Triebe und Triebschicksale. Bd.III Studienausgabe. Fischer Verlag. Frankfurt, Deutschland. S. 86.
    [viii] Freud, Sigmund (1915) Pulsiones y destinos de pulsión. Tomo XIV, Obras completas, Amorrortu editores. Buenos Aires, Argentina. p.118
    [ix] Slavoj Žižek (2008) En defensa de la intolerancia. Sequitur. Madrid, España. p.p. 26-27.
    [x] El Universal. 1º de octubre de 2009. México, D.F.
    [xi] Jacques Lacan. Sesión del 15 de mayo de 1968 del seminario 15, El acto psicoanalítico. Inédito.
  • Psicoanálisis y cultura.

    Psicoanálisis y cultura.

    El psicoanálisis y el sujeto en el nuevo siglo.

     María del Carmen Franco Chávez

    Es un lugar común decir que los sujetos son hijos de su tiempo, es una verdad de Perogrullo; sin embargo, es importante hacer evidentes las características de “esos tiempos” y más importante aún, desentrañar por qué son así. Esas son las dos preguntas que guiarán este trabajo: ¿Cuál es el distintivo de la subjetividad del sujeto a principios del siglo XXI?, ¿Cuál es el papel del mercado en la constitución de ese sujeto? En ese sentido, en una primera parte se mencionarán y analizarán las características particulares de los nuevos tiempos, para en un segundo momento, analizar el fetichismo de las mercancías, el mercado y su relación con la constitución de la subjetividad, finalmente se propondrán algunos puntos a reflexionar.

    En principio debe aclararse el porqué no se habla de postmodernidad sino de “los nuevos tiempos” aunque para muchos no haya distinción alguna. La postmodernidad en sí misma impide una definición porque no se sabe dónde empieza y dónde termina, no tiene estructura, ni sistema, ni coherencia teórica.
    Aunque al parecer, la definición que parece más adecuada de postmodernidad para esta charla, es aquella que postula que lo posmoderno es la paradoja del futuro (post) anterior (modo) porque remite directamente al psicoanálisis en términos del tiempo del Inconsciente, aquello que sólo puede ser comprendido en retrospectiva; por eso se entiende que la obra, el texto, el discurso posmoderno tengan las propiedades de un acontecimiento y que lleguen tarde al autor mismo.
     En este caso se elige hablar de los nuevos tiempos porque de esa forma analizaremos esas características sin ponerles adjetivos, la elección de los escuchas determinará si son o no postmodernas.
     
    Algunas de esas características son las siguientes:
     
    v La desesperanza extrema de los sujetos, que ya no creen en nada ni en nadie, ya que la experiencia les ha demostrado que cualquiera que sea su elección, siempre será errónea porque siempre será irrealizable.
    v La imagen está por encima de las propuestas y de las convicciones ideológicas, la imagen se convierte en una mercancía vendible.
    v Los medios de comunicación se erigen como sustentantes de la verdad sin que hagan mayores cuestionamientos.
    v La insistencia en el aquí y ahora, el presente, lo inmediato sin importar lo demás, como si el presente no dependiera de las elecciones pasadas y el futuro de las que se tomen en el presente.
    v La pérdida de la fe en las instituciones, la creación de nueva formas de creencias, incluyendo las religiosas.
    v La pérdida de la fe en la razón y en la ciencia, que han terminado por generar más preguntas que respuestas.
    v El culto al cuerpo incluso como mercancía, por la sobrevaloración de la juventud.
    v Lo esotérico como respuesta a las preguntas sin respuestas de los sujetos.
    v La depredación de los recursos renovables y no renovables del planeta, al mismo tiempo, la toma de conciencia de ello.
    v La transgresión cínica de la ley, casi todo puede hacerse, siempre y cuando existan los medios para “comprar” al aparato judicial.
    v El tránsito de la economía capitalista hacia su forma de mayor sofisticación: economía de mercado.
    v Los mensajes de cualquier tipo, pierden importancia en el contenido y lo ganan en la forma.
    v Utilización y sobrevaloración de la tecnología.
    v El surgimiento de una multiplicidad de personajes que tienen impacto en zonas geográficas pequeñas, líderes populares de impacto localista que ya no detentan, en su mayoría, el punto de vista de la humanidad.
     
     
     
    Estas son algunas de las características de los nuevos tiempos, sólo para abundar en algunas de ellas podemos decir qué lo que era impensable antaño es posible ahora y lo qué es impensable hoy, puede ser posible mañana. Tan sólo la perspectiva científica ha variado su propio concepto. Una característica importante de los últimos tiempos, es que la ciencia, la tecnología, las tecnociencias, han variado la calidad de la vida de una manera impresionante. La manera, incluso, de cómo se constituyen las ciencias se ha visto alterada. Las posiciones filosóficas y epistemológicas han cambiado. Lo importante no es el hecho mismo, sino el cuestionamiento sobre lo que es un hecho. Lo importante ya no es el hecho sino su interpretación. Los derivados de la ciencia, los avances tecnológicos, que han transformado o hecho más cómoda (cosa que estaría en cuestionamiento) la vida en el planeta han llegado al extremo hasta ahora, de colocar en un mismo medio, en la red, la compra de un aparato, acceso a la pornografía, a la vida y obra de los filósofos, de los rockeros o los avances científicos de cualquier especialidad, así como a las nuevas teorías y a lo que se pueda imaginar. Incluso queda de manifiesto la contradicción de un sujeto que está conectado a la red teniendo charlas electrónicas con varios sujetos tal vez de otros países pero que al mismo tiempo se siente solo.
     
    Los puntos a cuestionar aquí son las preguntas de investigación que llevan y siguen generando los descubrimientos y sobre todo a sus aplicaciones. Parece que la respuesta que priva es siempre la ganancia: ¿cómo obtener más ganancia de cualquier actividad? ¿Cómo convertir esa actividad en mercancía? ¿Cómo ese descubrimiento científico puede ser aplicado y vender? Vender, que no necesariamente servir. Esa es desde su origen la lógica del capitalismo, la competencia por la posesión de determinadas mercancías y la obtención de ganancias a toda costa, no importa que se deprede la naturaleza y que se ponga en riesgo la existencia del ser humano. La ilusión que propician las mercancías en el sujeto que cree que mientras las posea, una tras otra, solventará la razón de su existencia, y, si para ello hay que matarse entre sí y extenuar a su proveedora de materia prima, (la naturaleza) pues que se haga. Sin embargo, a diferencia del pasado, de principios del siglo XX, hoy existe la conciencia, por lo menos de una parte de la humanidad de que la vida mercantil y de ganancia conducen al suicidio humano, sin embargo los dueños del gran capital no están dispuestos a perder ninguna ganancia.
     
    Otra característica de estos tiempos es la producción de mercancías, objetos de todo tipo, productos útiles que facilitan la vida en el planeta, que se convierten en objetos de deseo, permanente e inevitablemente insatisfecho, para luego pasar a ser objetos de desecho y no sólo eso, sino objetos inútiles, productos que se colocan en el mercado, que no satisfacen ninguna necesidad, sino que por el contrario, perjudican incluso la salud de los sujetos.[1]
     
    ¿Todo esto cuestiona, en el ámbito laboral, el trabajo realizado por cualquier sujeto que dedica de 8 a 16 horas para vivir? La respuesta evidente es si, cuestiona esa mercancía vendible que es la fuerza de trabajo, aunque el sujeto responda por su vida, el asunto de fondo es en que posición está situado con respecto a su propia subjetividad, por la que tendrá que responder, como ser independiente; lo que tiene en común con los demás es otra cosa. ¿Qué cosa? ¿en qué consiste ese cuestionamiento? Parece que en los nuevos tiempos el sujeto no sólo vende su fuerza de trabajo, sino algo más, lo que paga el empleador no consiste en el tiempo que el individuo pueda trabajar, además del plusvalor de la mercancía, también está pagando fidelidad, creatividad, entusiasmo, en fin, casi una entrega total, una serie de valores que rayan en el servilismo y hacen dudar de la libertad de elección de trabajo. Ya que el empresario tiene a disposición muchísimos sujetos más de los cuales puede elegir si un sujeto particular no se adecua. Está aquel que se adapte a las necesidades del gran capital. Sea aquél que promueve un artículo de ninguna necesidad, aquél que planifica una estrategia del publicidad diseñando espacios, letras, etc, aquél que pasa 10 horas en la fábrica o bien aquél que da clases 60 horas a la semana para mantener su ritmo de vida, incluso aquél que plantea estrategias para incorporar su mercancía a mercados internacionales o el que diseña estrategias para países en vías de desarrollo y hace recomendaciones.
     
    Entre otras particularidades de estos tiempos se encuentra la sobrepoblación en países de bajo ingreso, la persistencia de la hambruna en países pobres. Esta situación también es un motivo de lucro, de lucrar políticamente con la vida de otros. Hoy por hoy, existen los recursos necesarios para enfrentar la hambruna y las catástrofes propias de la tierra, sin embargo, la ganancia no está dispuesta a invertir en ello[2]. Es más, al gran capital no le importa que haya “daños colaterales” que de suyo no son imputables a nadie, es decir, creación de más y más pobres, la degradación hasta la muerte, con tal de conserva y llevar al límite “la estabilidad del mercado”.
     
    La publicidad es engañosa, esa forma de comunicación donde lo importante no es el contenido, sino la forma de presentación, lo que quiere finalmente es vender, a través del posicionamiento de un artículo en el mercado, a pesar de su inutilidad para la vida, para la salud. Es más en contra de la salud y de la vida. Lo que importa no es la salud de las personas ni su bienestar, eso ya se sabe, el discurso publicitario es así: cínico, diría Sloterdijk, lo que recuerda la posición de la perversión frente a la falta: Ya lo sé, pero aún así.
     
    Se concibe con pesadumbre y desesperanza en estos tiempos, que el ser humano está llegando a las últimas etapas de su existencia no sólo por la devastación del planeta, sino por la guerra, negocio millonario, la hambruna, el odio y demás crisis derivadas de la no resolución de la esencial, la escisión del sujeto. Ese fin de la humanidad es perfectamente posible. Sin embargo, no está demás decir que no sólo ahora es cuando la humanidad está en crisis. La crisis nació con ella. Con la cultura, con el sujeto. Si, el hombre está escindido, partido en dos, entre la inmediatez y el porvenir, dice Fullat, es decir está partido pero no desde hoy sino desde siempre. Ese es una de las consecuencias del descubrimiento freudiano: el inconsciente. La posmodernidad no hace, sino enfatizar la incertidumbre, desde la científica hasta la ética.
     
    En fin, la mayoría de estas particularidades confluyen en el mercado, casi todo ha devenido en mercancía, casi todo se puede comprar. Esa peculiaridad nos remite al siguiente apartado, ya que no se trata de mencionar sólo el aspecto fenoménico de esos rasgos de los nuevos tiempos sino tratar de analizar el porqué de esas singularidades.
     
     
     
    LAS MERCANCÍAS Y EL MERCADO
     
    De acuerdo con lo anterior, el análisis estaría incompleto si no tomamos en cuenta cómo se ha desarrollado el capital en los nuevos tiempos, para lo que necesariamente habría que recurrir de nuevo a Marx, pero en boca de Armando Bartra:
     
    “El capital ha penetrado hasta los últimos rincones y lo impregna todo, Amo y señor, el gran dinero devora el planeta asimilando cuanto le sirve y evacuando el resto. Y lo que excreta incluye a gran parte de la humanidad que en la lógica del lucro sale sobrando”
     
    En pocas palabras lo que no le sirve son desechos. Otro de los problemas fundamentales es que el gran capital deposita la responsabilidad en el individuo, por tanto mueren quienes no pueden competir. Pero en realidad lo que habría que decir es que se les deja morir, y eso, a todas luces es genocidio quizá lento y silencioso como señala Bartra, pero genocidio al fin. Pero también a decir de Bartra, se señala la paradoja del “entre”. Entre participar y no hacerlo, entre servir a los intereses del gran capital, entre dejarse llevar o luchar contra él. Se vive dentro y fuera, el gran capital “no mata, nomás taranta” (Bartra, 2008), pero al final mata, lento pero seguro. Esto es así porque en la economía de mercado, del mercado libre, aquél que se supone debía autorregularse[3], la libertad estriba en la obtención de ganancias, aunque tenga como consecuencias lo que se ha denominado “daños colaterales” como la pérdida de los empleos, el daño irreparable a la naturaleza, la pérdida de vidas, de cualquier cosa tangible o intangible en nombre de la ganancia.
     
    Los “daños colaterales” no son atribuibles a alguien específicamente, se provocan porque hay movimientos, así ese movimiento, elude lo que necesariamente provoca. Los “daños colaterales” están desperdigados en todos los ámbitos de las sociedades. El aumento de número de pobres es un ejemplo de “daño colateral”, esa nueva categoría de población antes ausente: la infraclase que para el mercado no sólo es absolutamente inútil, sino por lo mismo, indeseable.
     
    Así que los pobres son el daño colateral del mercado, han devenido en una molestia ya que no tienen nada que ofrecer a cambio de los desembolsos de los contribuyentes. Eso dice Bauman, quizá habría que matizar que sólo están ahí para el voto, para preservar la pobreza, el dinero que se les asigna a través de programas contra la pobreza es una mala inversión que nunca se recuperará, mucho menos redituará en ganancia económica. La pobreza es considerada, en términos económicos, como un agujero negro que succiona todo lo que se le acerca, que no devuelve nada, sin embargo la pobreza también puede ser un capital político, del que ya se sabe con antelación que no se superará, pero aún así se invierte en ella para su continuidad.
     
    Si esto es así, la visión globalizada de: “sin ellos estaríamos mejor”, resulta totalmente falsa, porque son necesarios para preservar esa situación. Sin embargo, en la fantasía, se trata de la exclusión del otro competidor, aquél que no puede. Así los niños y los ancianos principales beneficiarios de estos programas que no tienen nada que aportar, porque no tienen capacidad competencia, menos de consumo, son desechos, los orilleros a la manera de Bartra, los sobrantes a la manera de Forrester y lo que hay que hacer con los desechos es desaparecerlos.
     
    El mercado es inmoral dice Bartra, amparado en el libre mercado que no es más que una cortina de humo para intervenir cuando convenga a los intereses del gran dinero. No es la discusión en este caso determinar ni calificar si el mercado es inmoral, sin embargo si hay que preguntarse, analizar ¿cómo se genera? En primera instancia podríamos pensar en que escondidas en las mercancías se encuentra, el plusvalor, el lucro, la ganancia, más que el servicio, más que el valor de uso y abundando en ello, podríamos pensar que en realidad los generadores de productos no venden mercancías, venden otras cosas, cosas inasibles que se escapan al tratar de encontrarlas en los artículos, en las que existe siempre una distancia, una hiancia entre la mercancía que se vende y el producto que se compra, por ejemplo, el deseo de juventud, hombría, ternura, poder, seguridad, etc. eso lo sabe cualquier publicista. El mal según Bartra está en la perversión que ha sufrido el propio valor de uso, donde el objeto se vuelve contra el sujeto, las cosas contra los hombres. Las armas de cualquier tipo, por ejemplo, estos artefactos que están orientados contra la vida misma de los seres humanos, son el testimonio más incisivo de esa maligna voltereta, así la mercancía que sirve para desaparecer a esos otros, se cotiza muy alto y es un negocio altamente rentable que está por encima de las vidas humanas, que se convierten literalmente en desechos.
     
    La irracionalidad del gran dinero no es necesariamente cuando priva la cantidad por la calidad, o que el valor de cambio prive sobre el valor de uso, sino la peor irracionalidad es el lucro sobre todas las cosas, mercancías, modos de vida, sistemas de pensamientos e incluso la vida misma.
     
    Marx pensaba a propósito del fetichismo de las mercancías que:
     
     «El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores».
     
    Bartra le da otra vuelta al fetichismo de la mercancía, porque en el capitalismo las mercancías se asumen valiosas intrínsecamente en tanto que “encarnan espectralmente” el valor. Pero, si es insensato atribuirle valor a algo por el hecho de que tiene código de barras, es doblemente insensato negárselo a un bien porque no tiene ese mismo código.
     
    También habría que agregar aquí el punto de vista de Žižek que habla de dos tipos de fetichismo, con sus respectivas consecuencias: el de las mercancías que se instala en la época capitalista y que propone la relación desfetichizada entre los sujetos, puesto que dos sujetos siguen su propio interés con el respaldo de la ley al buscar y encontrar un trabajo. Por otra parte el fetichismo de las relaciones entre los hombres, el fetichismo precapitalista, “las relaciones de dominio y servidumbre” de señores y siervos. Como si las desfechitización de las “relaciones entre los hombres” se pagara con el fetichismo de la mercancía. Así con el surgimiento del capitalismo, las relaciones de dominio se encuentran reprimidas y aparecen a través del síntoma que se presenta como igualdad, libertad y todos los valores de la “democracia”, es decir en lugar de aparecer manifiestamente, las relaciones existentes entre las personas, aparecen disfrazadas de relaciones sociales. Por eso dice Žižek que Marx inventó el síntoma.
     
    Si esto es así, se entienden como síntomas lo que plantean los tecnócratas neoliberales: tratar de vender la ilusión de la modernidad, siguiendo los pasos de otras naciones “avanzadas” esto tendría costos que había que soportar: los daños colaterales y el ajuste estructural, que serían ampliamente subsanados por el crecimiento de la economía y los desocupados resultantes del forzoso redimensionamiento de la agricultura seguramente encontrarían acomodo en la impetuosa expansión de la industria y los servicios. La realidad resultante es que no son requeridos ni como ejército de reserva. Los sujetos entonces, devienen también en mercancías se intercambian por otros valores y no sólo eso les deja el gran capital, sino que ahora tratan de serlo a toda costa, una mercancía útil para la empresa, tratando de ser ese sujeto que la empresa busca para explotarlo, para que reduzca los costos de fabricación. Mercancías al fin y al cabo cuyo fin será siempre el mismo: un objeto de desecho. Es así como el goce se expresa a través del síntoma, ya que a través de su satisfacción, paradójicamente se genera sufrimiento y, hay que aclararlo, no es ningún daño colateral, sino estructural.
     
    Si entendemos así los síntomas, podemos abundar en las características de los nuevos tiempos, como nuevas formas mercantiles sintomáticas. Casi todo se puede comprar, llegando al deplorable extremo de convertir a los sujetos mismos en mercancías, no sólo como fuerza de trabajo[4] o más allá de eso, sino mercancías que se compran para la diversión de los poderosos, baste mencionar los casos de pederastia, prostitución y pornografía infantil. De ahí en adelante, casi cualquier cosa, cuerpos esculpidos al gusto por un lado, títulos, calificaciones, ideas, convicciones, votos en las cámaras por una ley determinada[5], artefactos que no tienen demanda alguna y que la gente se desvive por tenerlos[6] lo que recuerda la propuesta brausteniana del discurso del mercado, sorpresivamente con la misma estructura del discurso del analista. Sujetos atrapados por el mercado. Ya no es identificable el dueño del capital, aquél enemigo tangible. El mercado tiene muchas caras, todas las grandes organizaciones financieras en las que no se identifica a nadie en particular como poseedor, ya no de los medios de producción, sino de acciones con las que se especula y se hace ganar o perder miles de empleos a favor de las ganancias. El sujeto del mercado.
     
       a  → $
         S₂  S₁
     
    Donde el agente, el artefacto, la mercancía, no pide ni demanda, está ahí para que el otro, el sujeto tachado lo convierta en objeto causa de deseo, que se produzca un significante amo, algo inaugural al mismo tiempo y en el lugar de la verdad, el saber inconsciente. Un objeto causa de deseo que no demanda cosa alguna, si se sabe usar, bien, si no es así, tampoco pasa nada. Esto generará algún movimiento que producirá un saber inconsciente. Pero también de ser objeto causa de deseo, esa mercancía, ese artefacto, pasará a ser objeto de desecho, porque existirá un nuevo objeto causa de deseo, algo que tenga más memoria, más utilidades, esté más bonito, produzca más lo que sea. Sin embargo no se satisfará ninguna necesidad menos aún alguna pulsión, siempre quedará ese resto y es ahí donde aparecerán las nuevas presentaciones del psiquismo en el terreno individual, entiéndase por ello, los trastornos clínicos que estarán o no incluidos en el DSM V.
     
    PUNTOS SOBRE LOS QUE HABRÁ QUE ABUNDAR
     
    · Slamonur Mrozek escritor polaco, compara al mundo en que vivimos “con un puesto de mercado lleno de vestidos de moda y rodeados de una multitud e “yoes” a la búsqueda (…) Uno puede cambiar de vestido las veces que quiera, así que los buscadores gozan de una fabulosa libertad (…) sigamos buscando nuestro yo real y es pura diversión, a condición de que nunca lo encontremos, porque si lo encontráramos, la diversión terminaría. Lo anterior da pie para pensar en esa búsqueda insaciable por esa cualidad, que no tienen las mercancías. Se ofrece cualquier objeto de consumo que podría completar al sujeto, pero entre eso y lo que el sujeto desea, existe una gran distancia. Por lo que siempre viene otra mercancía a sustituir a la anterior, cualquier objeto. Así, la metáfora sería la del coleccionista obsesivo, aquél al que cuando se le pregunta cuál es su pieza más valiosa, él contesta: la siguiente. Esa búsqueda continua, constante que permite no satisfacerse y seguir hacia adelante.
     
    · El Estado dice Bauman, entre otras funciones, convierte a los ciudadanos en actores y accionistas. Protectores y protegidos del sistema de “bienestar social” individuos con enorme interés por el bien común. Con la finalidad de convertir a la sociedad misma en un bien común, cuya posesión corresponde a todos gracias a la defensa contra los horrores de la miseria y la indignidad. Eso debería ser el Estado. Pretensión ilusoria sobre la función del Estado, porque a pesar de que regula, no puede con el poder del mercado. La ley que distingue al Estado, no tiene influencia sobre el poder del mercado, ya que una vez que la ley opera, se pone de manifiesto su hendidura y por ahí se genera la evasión misma de su cumplimiento. Los poderosos se ríen de las pretensiones de tal o cual partido y, están de acuerdo siempre y cuando puedan favorecerse con la obtención de mayor ganancia.[7]
     
    · Así que el principio del Estado social en la sociedad de consumidores de mercancías, de defender a la comunidad del “daño colateral” ha funcionado al margen de la atención pública, con pretensiones reparadoras ha servido, para movilizar el poder del mercado, los intentos por contenerlo son cada vez más vanos y menores.
     
    · El discurso de los poderosos, que devela su ilusión fantaseosa, ha sido que a los pobres hay que aislarlos del mundo. Como si se estuviera mejor sin ellos. Colocándolos en el lugar de enemigos tangibles, que atentan contra la forma propia de vivir. Eso se consigue adjudicándoles características individuales que los hacen indeseables, flojos, inútiles, vagos, incultos para que en el imaginario se entienda la maravilla que sería la vida sin ellos. Hay otras aproximaciones psicoanalíticas que sostienen que esa amenaza que representan los pobres, son proyecciones de la propia ambivalencia interna de la sociedad y de la angustia nacida de esa ambivalencia, los enemigos que asedian las murallas son sus propios demonios internos. De cualquier forma, esta interpretación analítica también denuncia la ilusión imaginaria de una sociedad sin falla, sin falta, donde se localizan esos otros indeseables para identificarlos como enemigos de la sociedad.
     
    · No está por demás mencionar que no estamos hablando de sujetos concretos, sino del conjunto de sujetos que podrían representar al sujeto de principios del siglo XXI y por lo tanto de la imposibilidad de cubrir el objetivo de hablar sobre el sujeto del nuevo siglo, ya que por lo menos existen 7 mil millones de sujetos en el planeta. De cualquier forma, parece que no es inútil para el análisis de los tiempos, que no de los sujetos concretos, que por supuesto escapan a cualquier intento de agrupamiento o significación común.
     
    · El siglo XX se conoce como el siglo posmoderno. Poco importa si el sujeto producto de ese siglo, y el de este, es moderno o posmoderno, el sujeto está atravesado desde su origen, son las condiciones las que cambian, las que dan esas características particulares a los sujetos, pero la condición de incompletos está presente desde la aparición del lenguaje, es decir desde la prehistoria, en ese origen perdido. La existencia del sujeto como tal reside en el lenguaje, ya que existir proviene de sistere, “colocar”, “hacer venir”, “consolidad”, “erigir”, y de ex, “desde”, “a causa”, “después de” y es que la ex(sistencia) del sujeto radica en aquello que lo hace venir. Eso es el lenguaje, aquello que hace venir al sujeto. En esta línea de pensamiento es el lenguaje lo que constituye la subjetividad del sujeto. Para el tema que nos ocupa, el lenguaje de los nuevos tiempos, oculta y exhibe al mismo tiempo. Esa red de significantes que hace imposible aprehender el objeto o la mercancía misma, por eso, menciona Žižek es inútil buscar las características positivas, físicas, de ese objeto o mercancía, porque no implica eso desconocido que hace de él la encarnación de ser más rico o más feliz, es, por lo tanto, la contingencia radical de la nominación, el hecho de que nombrar es necesario, pero lo es, por así decirlo, necesariamente después, es decir, retroactivamente.
     
    · En este siglo, el sujeto que no esté en condiciones de competir, es desecho, sin embargo, esos desechos, los orilleros, los migrantes, los otros no se resignan a desaparecer se convierten en movimientos coloniales, guerras campesinas, movimientos feministas, movimientos migratorios étnicos y por supuesto los jacqueries urbanos, dice Bartra es decir que la dialéctica, si se quiere llamar así, del mercado, conlleva en sí misma su falta y su manifestación sintomática. Es imposible saber el curso que tendrá la humanidad, puede ser cualquier cosa, eso nos lo ha dicho la historia misma. Aun así, estos movimientos tratan de reivindicar al sujeto, que se niega a ser eliminado, porque a pesar de todo y por la falta misma, el sujeto desea.
     
    · El impacto que los fenómenos de los nuevos tiempos ha tenido en la ética, es también contundente. Porque lo que prevalece es la ambivalencia, la imposibilidad de totalidades sobre la moral, ya que cualquier intento de totalización es altamente peligroso, la moralidad como una aporía. Claramente es una aporía ya que lo que es bueno para unos no lo es para todos. Sin embargo no se está por “todo se vale”. El sujeto aun cuando quiera deshacerse de su responsabilidad, no puede. Ésta aparece, se devela a través de los síntomas, con un superyó hiperintenso, diría Freud. La responsabilidad del sujeto es intransferible, no es intercambiable, responsabilidad inagotable porque no podemos estar bien con todos diría Lévinas, hay que asumir, hay que pagar a pesar de los pesares para que se desanude en la medida de lo posible el goce.
     
     
    · El fantasma de completud, de totalidad, la fantasía de construir una sociedad que si existió en “algún momento” siempre es algo que moviliza los deseos. Lo que importa aquí es la creencia que sustenta ese fantasma, porque la creencia está basada necesariamente en la transferencia, la creencia de que el mercado, regulará los bienes o la creencia de que el Estado regulará al mercado, que está por el bien de los sujetos, de que vela por ellos. La fantasía de que en algún momento esos movimientos innovadores o contestatarios llevarán al sujeto a un estado mejor.
     
     
    · Finalmente, cualquiera que sea la presentación de la cultura, no será más que otro signo de su malestar y lo que provoca en el sujeto.

     


    [1] Productos como los refrescos, las papas fritas y otros productos del mismo tipo, que no sólo no benefician la salud, sino que la perjudican, claro, todo recae en la decisión de los sujetos, pero si no tienen otra alternativa para comer, pues eso será lo que comerán, que mermará la salud, sin prisa pero sin pausa. Una población con obesidad pero desnutrida como la nuestra.
    [2] Cuando se habla de la ganancia se habla de ese gran Otro, del conjunto oligopólico que maneja los enormes capitales y decide el curso de países e individuos incluidos.
    [3] Falaz pretensión, siempre se está por más y más ganancia. Ese objeto, ese agalma para los poderosos es la ganancia, siempre insatisfecha.
    [4] Aunque se esconda un esclavismo galopante en esta venta de fuerza de trabajo
    [5] Ya lo decía Obregón: “Nadie resiste un cañonazo de 20 mil pesos”, no importan los tiempos, el principio es el mismo. Se pueden comprar conciencias.
    [6] Sólo hay que mencionar que en julio de 2008 entró al mercado mexicano el iphone y el primer día se vendieron cerca de un millón de aparatos.
    [7] Este trabajo se realizó antes de que se declarara la crisis financiera de los mercados y el auxilio del Estado. Ya que de no ser así, las consecuencias se manifestarían más crudamente en los desposeídos, así que el Estado protege a quien más tiene
  • La imposible conciliación entre la mística femenina y el Fantasma masculino.

    La imposible conciliación entre la mística femenina y el Fantasma masculino.

    Lilia Pérez Amador

    «…la mujer para el hombre es un síntoma, el hombre para la mujer un estrago». Lacan.

    Antes de entrar en la trama de las diferencias entre hombres y mujeres con relación a sus fantasmas y goces, me parece importante definir estos conceptos lacanianos para una mejor comprensión del tema, añadiendo también otros contenidos significativos como son los conceptos freudianos de síntoma y el de “sinthome”, tesis lacaniana que se agrega al nominativo de síntoma.

    Me parece preponderante también señalar que si bien el síntoma es lo que a un sujeto le genera sufrimiento y lo que lo lleva a buscar a un analista, el fantasma es aquello que lo consuela, le da placer no obstante también le avergüenza e incluso le asusta, dado que suele estar en contradicción con los valores morales en tanto que es una condición que transgrede es decir, tiene tintes de perversión. Dicho de otra manera el fantasma viene a ser una producción imaginaria que despliega o se pone en marcha en ciertas situaciones que confrontan al sujeto y como decíamos es disarmònico en tanto
    puede llevarlo a responder con acciones perversas sin que sea lícitamente un perverso el sujeto, como por ejemplo en el “masoquismo femenino” denominado por Freud, para significar la postura pasiva de entrega incondicional al otro, de las mujeres de su época, actitud que trasciende en nuestra modernidad en muchas madres o padres de familia.

    En su texto de 1919 «Pegan a un niño “Freud hace una lectura del fantasma de hostigamiento es decir el fantasma de ser azotado o golpeado, que surge en el sujeto ante el espectáculo de ver golpear al semejante, mostrando la relación entre dicho fantasma y la satisfacción masturbatoria, fantasma común a hombres y mujeres, que pude posicionarlos como proclives a sufrir humillaciones y vejaciones con la fantasía de redención o expiación de culpas.

    Con relación al goce, podemos decir que tiene varias definiciones: es la unificación de la libido (pulsiones sexuales) y la pulsión de muerte. Es una condición y al mismo tiempo, una contradicción interna e inherente a la subjetividad de cada uno es decir, su causa no viene de afuera sino de adentro de la subjetividad de cada uno, armado con sus propios significados y significantes. Es un nudo, un núcleo de insatisfacción y dolor y obviamente no tiene nada que ver con placer o con el gozo por el contrario, es una incomodidad o un malestar superlativo, en tanto va más allá del principio de placer, (Freud, 1920) o como lo define Lacan en el Seminario XX: «el goce es lo que no sirve para nada» y es dable añadir , pero detiene, estanca al sujeto en una postura por demás incomoda y sufriente pero conveniente, en el sentido de no enfrentarse al vacío, a la imposibilidad de sus deseos.

    Freud fue el primero que se cuestiono acerca del significado de los síntomas de sus pacientes histéricas, antes de eso no se sabía, y aún ahora existen corrientes “psi” que no lo quieren saber o si lo saben lo niegan, de que el síntoma quería decir algo, que es un mensaje cifrado, que no se sabe, que no se conoce, “un saber que no se sabe” ( Mannoni,1984) pero que maniobra como formación del inconsciente es decir, que el síntoma es el significante de un significado reprimido en la conciencia y esto lo vemos cuando el sujeto viene en busca de ayuda, se sabe triste, incomodo, desorientado, sabe que lo que le pasa tiene una significación, pero no sabe cuál, por lo que va en busca de un “Sujeto supuesto saber” como lo denomina Lacan, es decir se dirige a aquel que cree que sabe lo que le pasa, que le dará un sentido a su sufrimiento. Es importante señalar aquí que en psicoanálisis, no se trata de mostrar lo reprimido o como lo dicen algunos pos- freudianos hacer consciente lo inconsciente, esto no basta no se trata de enseñar a vivir a las personas porque nadie tiene esa verdad en las manos, sino de enfrentar al sujeto con su vivir, responsabilizarlo de su goce y llevarlo a que tome una postura ante su fantasma, dejando de culpar a los otros por su padecer.

    Ahora bien, si el síntoma es una formación del inconsciente, algo que tiene sentido y conlleva una significación, el “sinthome” en cambio, aparece como desabonado, desabrochado del inconsciente (como en la psicosis) como una estructuración lógica intrincada en sí misma y esto lo observamos en la clínica actual, en aquellos pacientes neuróticos donde no opera la pregunta por lo que les sucede, por lo que les pasa, no hay la implicación de sí mismos en su padecer. Y en este sentido la modalidad con la que se presentan es más bien del orden de un paciente orgánico con un síntoma orgánico es decir, piden que se les quite el síntoma que molesta, el cual conciben como algo ajeno a ellos, algo que viene de fuera de sí mismos, como un ente que irrumpe en su ser y del que no quieren saber nada, ni por qué se ha producido, ni cuál es la significación inconsciente del mismo, y mucho menos la parte que a cada cual le toca es decir, su responsabilidad en el malestar que padecen, por lo que se encuentran en una posición de indiferencia y de imposibilidad para subjetivar su propio conflicto y desde esta coyuntura su demanda es: “Quíteme esto que me estorba (depresión, angustia, miedos), que no es mío, que me llegó de fuera, ( como los virus) esto en lo que yo no tengo nada que ver”

    Estos son los pacientes que justamente no se quedan, abandonan el tratamiento o como se dice, se curan en salud, dado que en tanto son escuchados establecen la transferencia necesaria para sentirse aliviados en tanto expusieron sus síntomas y esto les basta, el haber evidenciado su posición de victimas ante el Otro de la transferencia.

    Volviendo al tema que nos convoca, respecto de las diferencias en los impases del goce y el fantasma de hombres y mujeres, vamos primeramente a desplegar lo que tiene que decir el psicoanálisis de la sexualidad y lo que de ello se infiltra en la feminidad y la masculinidad de unos y otros.

    No es ajeno al desarrollo del tema que aquí nos convoca, empezar por las damas y decir que la sexualidad femenina se formuló tardíamente en el psicoanálisis con Freud, quien desde sus primeros esbozos teóricos no tenía otra manera de pensar a las mujeres sino como histéricas sin embargo fue justamente esta condición que Freud le atribuyó a las mujeres, por lo que a través de sus pacientes femeninas descubrió el método de la asociación libre, los sueños y los actos fallidos y con ello, el nacimiento del psicoanálisis. Cuando quiso teorizar la sexualidad humana, Inicialmente estableció un paralelismo entre los procesos vividos por el niño, y la niña sin embargo, mas tarde sustentó la diferencia existente en dicho desarrollo para cada uno de los sexos, reconociendo el carácter inacabado de estas teorías y argumentando que la vida amorosa en el hombre era más asequible a la investigación, en tanto que la vida amorosa de la mujer era oscura y todavía impenetrable por lo que más tarde en su artículo “Tres Ensayos para una teoría sexual “ argumenta dos causas, una sería: “La atrofia cultural y la otra, la reserva y la insinceridad convencionales de la mujer” (Freud, 1905; 137) Dicho en otras palabras, Freud nos dice que las mujeres de su tiempo mentían modosamente para no evidenciar sus deseos o fantasías en este ámbito tabú de la sexualidad o bien su escasa cultura no les permitía tocar temas tan profundos, por lo que se le dificultó al autor conocer los vericuetos de la sexualidad femenina, sin embargo llegó a algunas conjeturas.

    Una de estas conjeturas freudianas es que para las mujeres la asunción de su feminidad, es ciertamente problemática ya que exige un cambio de objeto de amor es decir, virar de la madre al padre y luego regresar a la madre con el fundamento de un reclamo que condicionará un elemento de conflicto en las relaciones madre-hija. A este respecto (Freud,1920), en su artículo “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” sustenta que la madre es quien inhibe la sexualidad de la hija, en tanto ella como madre tiene a su vez inhibiciones inconscientes con relación a su propia sexualidad, hecho que no solo se acepta socialmente sino que se avala en la comunidad de tal suerte, que es trasmitido a través de las generaciones de mujeres, quienes en lo particular tendrán que superar esta consigna generacional y tomar una postura frente a la vivencia de su sexualidad, ya sea permitiéndose vivenciar el goce sexual o denegándolo.

    Durante la etapa fálica en que tiene lugar la masturbación clitoridea, la niña fantasea una seducción de su madre o bien de la niñera, quienes ejercen la prohibición de este acto generando en la niña un resentimiento ante esta frustración que va a tener influencia en su desprendimiento con la madre. Ahora bien, en el caso de que la niñera (en tanto representación materna) llegue a satisfacer su conducta masturbatoria con tocamientos de índole sexual, puede darse una ligazón fantasmática con el objeto sexual femenino, al grado de que en la vida adulta se cuestionen angustiantemente, algunas mujeres, el por qué la fantasía recurrente de probar su sexualidad con otra mujer.

    En el caso de que opere la prohibición del goce sexual auto erótico producido por la masturbación en la mujer, se van a desarrollar, de acuerdo con Freud, las siguientes líneas con relación a su sexualidad:

     El alejamiento de la masturbación clitoridea; dicha renuncia se debe a que la masturbación le recordará la castración. Así, el paso hacia el objeto padre se dará con el apoyo de las aspiraciones pasivas.

     El registro de una herida narcisista que como cicatriz puede derivar en un sentimiento de inferioridad, asumiendo la postura masculina (en lo imaginario) y compartiendo con el varón el menosprecio por el sexo en falta.

     Justamente una mayor propensión a los celos cuya fuente supone la envidia del pene, con relación a los privilegios que el varoncito tiene de acuerdo con la educación parental, lo que genera en la niña un sentimiento de inferioridad por la falta de ese cachito extra de carne que marca tan diferente educación y privilegios, y justamente esta falta este no tener ese cachito extra que tiene el otro, el varón, es lo que da origen a toda una serie de reacciones característicamente femeninas relacionadas con esto es decir, con esta ausencia o privación de órgano

    Freud encontró que este apego de los niños de ambos sexos hacia su madre en la fase pre-edípica, adquiere mucha importancia para la niña, a diferencia del varoncito, en ella dice Freud, la estadía es más intensa y larga lo que puede condicionar que la niña quede detenida sin lograr una reorientación hacia el padre, que sería lo que abriría el camino a relaciones heterosexuales.

    Como podemos ver entonces, esta primera relación estrecha y primordial de los niños y niñas con la madre, será el fundamento de sus vidas psíquicas posteriores y la base de una postura perjudicial o no en las relaciones amorosas, cuyas repercusiones evidenciamos a menudo en la clínica con parejas, toda vez que encontramos vinculaciones asentadas en esta fase pre-edípica, en ocasiones del lado de uno de los cónyuges o incluso, en ambos. Son parejas en las que nos percatamos que no permiten que nada demerite la intensidad del vínculo y de ahí que cualquier objeto real o fantaseado como por ejemplo, los intereses individuales de cada uno, el trabajo, el estudio, la familia de origen, etc. se percibe como un tercero que rompe la diada, constituyendo una verdadera amenaza para este tipo de vínculo tan exclusivo y por otra parte, imposible de sostenerse pues alude justamente a la postura del bebe en brazos maternos, condición que como sabemos tiene caducidad no obstante, parece ser la relación idílica de los amantes que sin embargo no puede re-hacerse.

    En su artículo “Sobre la sexualidad femenina” (Freud, 1931) estructura las posibles rutas en el desarrollo de la feminidad, postulando que la niña puede optar por dos vías fundamentales ante el descubrimiento de la diferencia sexual anatómica y con relación al complejo de castración:

    1.- Renuncia a la actividad fálica, a la sexualidad en general, llevando una vida ascética (inclinaciones espirituales) y por otra parte, declinación de conductas masculinas, adoptando las femeninas.

    2.- Puede establecer un complejo de masculinidad que deslinde en una elección de tipo homosexual como una vuelta a la madre identificándose con el padre y como en ella no opera el complejo de castración ya que no teme perder lo que no tiene, pues… imaginemos el arrojo femenino. (Las itálicas son mías)

    En el primer caso, de asumir la niña la feminidad, se toma al padre como objeto de amor, instaurándose en el complejo de Edipo, el cual se resuelve como habíamos dicho de forma incompleta, en el sentido de que no rompe el lazo amoroso hacia este progenitor como vía de realización del deseo de hijo, que oficiaría como sustituto peniano vía la compensación, y así la madre pasa a ser objeto de los celos, lo cual ayuda a que se separe de ella, en tanto rival, y de esta manera la niña deviene en mujer.

    Ahora bien, este cambio de objeto amoroso y de pasaje a la feminidad no es tan sencillo, ya que si esta nueva ligazón fracasa o sufre contratiempos puede darse el segundo caso, el de tornar en una identificación masculina y volver a la madre como objeto amoroso, en franca rivalidad con el padre por esta mujer (madre) lo que la orientaría hacia el camino de la homosexualidad femenina.

    Como podemos ver entonces esta primera vinculación materna de la niña, con su madre, deja huellas con relación a los destinos de la feminidad y de ahí que Freud nos dice que muchas mujeres eligen a sus maridos de acuerdo con el modelo del padre o lo colocan en el lugar de éste, pero en el vínculo repiten con la pareja su exclusiva relación con la madre es decir, que la impronta de la imago materna primordial determina que en la niña el complejo de Edipo sea una formación secundaria, dado que tiene lugar posterior al complejo de castración porque, mientras que en el niño la resolución del Edipo ocurre gracias al complejo de castración y su correspondiente amenaza de pérdida, en la niña este complejo de castración, esta amenaza de pérdida no resuelve el Edipo sino que constituye la base para éste es decir, que el vivenciar esta pérdida ya realizada, introduce a la niña en el Edipo el cual, como hemos venido diciendo será resuelto en forma incompleta ya que aceptar o negar esta falta es decir, la manera en que vivencia cada niña esta afrenta, redundará en resultados específicos que tienen que ver en el cómo se relacionan las mujeres con esta insignia de falta que a la postre, conlleva a diversas posturas subjetivas del lado de las mujeres.

    De aceptar la falta, remarcamos, quedaría enlazada al amor paterno esperando la compensación simbólica sustitutiva a través del hijo, el apellido, el amor, en forma pasiva. De saberse castrada pero no aceptarlo quedaría siempre reclamando el cachito de carne que le faltó y quizás se ubicaría en el lugar de la victima esperando todos los privilegios o dones o incluso las no limitaciones o bien, como habíamos apuntado anteriormente, de acuerdo con Freud, otro derrotero, de negar la falta es decir no sentirse castrada sería un complejo de virilidad que la ubique del lado masculino con relación al deseo y los impases del goce sexual y la producción del amor del lado hombre.

    En su texto de 1933, en la 33° conferencia sobre la feminidad, Freud, esboza que la evolución de la feminidad supone dos tareas; a) cambio de objeto amoroso y b) cambio de zona libidinal, agregando que “el enigma de la mujer” se deriva de esa manifestación de la bisexualidad en la vida femenina, en tanto ella cuenta con dos órganos sexuales: el clítoris, análogo al pene o falo y en este sentido un pene deficiente o inacabado, y la vagina, órgano propiamente femenino que remite a la castración.

    En este mismo texto menciona que la feminidad se caracteriza por la preferencia de fines pasivos, lo que no alude precisamente a pasividad, ya que puede ser necesaria, de acuerdo con Freud, una gran actividad para conseguir un fin pasivo, lo que el autor relaciona con la agresividad escondida, detenida o controlada que se adjudica a las mujeres, que va favorecer el desarrollo de impulsos masoquistas, pues las tendencias destructoras se vuelcan hacia su interior, dado el impedimento condicionado por la cultura que conlleva a las mujeres a posturas y fines pasivos o como es común llamarlos modositas.

    Posteriormente, Freud, plantea que esta contención femenina de impulsos agresivos, puede deberse en parte a condicionamientos sociales pero una mayor medida corresponde a su lugar en la asignación sexual es decir, que en la espera de la compensación paterna, la mujer asume una postura pasiva, por la vía de la seducción más que de la demanda, lo que origina, de acuerdo al autor algunas peculiaridades de la feminidad como son:

    ♦Un elevado monto de narcisismo que se ostenta en orgullo, soberbia, arrogancia y jactancia de una belleza impasible que pregona como escudo ante la necesidad de ser amada antes que de amar. Este atractivo de mujer, esta belleza casi “natural” atribuida a las niñas suele ser altamente estimado por ellas mismas, nos dice Freud, en tanto supone una compensación posterior de su inferioridad sexual original

    ♦ Extremada denotación de pudor, cuya intención primaria es cubrir la defectuosidad, la falta de la presencia expuesta (como en el caso del varón) de los genitales.

    ♦ Por lo general a la mujer se le atribuye poca participación en estudios y descubrimientos científicos a lo largo de la historia de la civilización, pero se le aduce la técnica de tejer e hilar. (Como las arañas) Aquí nos cuestionamos si verdaderamente es así por naturaleza o porque en distintos momentos de la historia de la humanidad se ha vetado la creatividad y el ingenio femenino de muchas formas.

    ♦ Imputación de un escaso sentido de justicia, relacionado con un superyó más laxo que en el caso del varón; esto relacionado con el predominio de la envidia fálica, como también con el arrojo y determinación de ir más allá de lo establecido ya que no tenemos nada que perder que no hayamos perdido ya.

    ♦ Adjudicación de una menor capacidad con relación a la sublimación de los instintos (Pulsiones) es más impulsiva, más arrojada, no se mide con palabras, acaso las expulsa en cascada vertiginosa y de esto se quejan la mayoría de los hombres.

    ♦ Elección del objeto amoroso conforme al ideal narcisista, y relacionado con el inquebrantable lazo amoroso al padre. Aquí nos cuestionamos si esto puede ser uno de los factores de la imposibilidad de la relación entre los sexos desde el momento en que la mujer escoge a un hombre que se parezca al padre y le recuerde a la madre y el hombre una que se parezca a la madre pero que no se la recuerde.

    En su retorno a las estructuras Freudianas, como base de sus teorizaciones Lacan, añadió a la observación freudiana sobre lo impenetrable y oscuro de la sexualidad femenina en que se cuestionaba “que quiere la mujer” la pregunta ¿De qué modo gozan las mujeres? (Lacan, 1973) por lo que más tarde dirá que el goce de las mujeres no se restringe al falo sino que involucra un más allá es decir, un plus, un algo más en este goce femenino, que denominó: “la Otra Satisfacción” lo que constituye la satisfacción de la palabra ”Hay un goce de ella, de ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma a no ser que lo siente; eso si lo sabe. Lo sabe, desde luego, cuando ocurre. No les ocurre a todas” (Lacan, J. 1973; 90)

    En este mismo seminario XX, ratifica que hombre es, quien se ubica totalmente en la función fálica y mujer, la que no está del todo ubicada en ella. Que quien se coloca del lado hombre, podrá acotar su goce a un tiempo y un lugar mientras que quien se coloca del lado mujer, no localiza en sí misma un lugar del deseo del otro sino que la abarca totalmente, por lo que lo femenino es o se ubica en el lugar en donde la simbolización se vuelve imposible, por lo que más adelante dirá que “…las mujeres son locas, aunque no del todo “(Lacan, 1973:95)

    Para hablar de la disimetría hombre-mujer Lacan expone las siguientes fórmulas en las que ejemplifica como se posicionan de un lado o del otro con respecto al falo y la diferencia sexual:

    Significado de las nomenclaturas:
    Φ (Fi) Significa una función: Tener o no tener el falo
    X= Lugar Hombre o mujer
    ΦX= Aduce que cualquier x tiene el falo o, no lo tiene lo que referiría negación de la función fálica (castración)
    ∀x Φx= Todo sujeto es fálico (o todos están bajo el rubro de la castración)
    ∃x Φx= Existe al menos un x que no tiene el falo. Existe al menos uno que no está castrado: el padre imaginarizado en la histeria (padre mítico de la horda primitiva), o la madre fálica

    Como podemos ver las fórmulas de la sexuación se abren en Lacan dos nuevas vías para pensar la diferencia sexual a partir del goce: la lógica del todo y del no- todo, en donde el falo aparece como significante del goce que regula los lugares en que cada sexo va a ubicarse, y así vemos que del lado izquierdo se encuentra el x, lado hombre o posición masculina, en la cual aparece el sujeto dividido y el falo Φ que indica la lógica del todo y la excepción es decir, que en un primer momento, el niño está convencido de la primacía fálica. Para él, tanto hombres como mujeres están provistos del falo, lo que en el matema lacaniano se expresaría así: ∀xΦx. Todo hombre se inscribe en la función fálica.

    Retroactivamente el niño se percata de que existe al menos una persona que hace excepción a la regla, para poder hacer la formulación de lo universal. Esto es lo esencial para asumir su propia castración: ∃x Φx, existe al menos uno x para quien la función fálica es negativa, es decir está castrado, no tiene el falo.

    Ahora bien, del lado derecho de las fórmulas de la sexuación se encuentra la parte mujer, o la posición femenina. El x que se ubica en la posición femenina esté o no provisto de los atributos de la masculinidad y que puede elegir estar o no en Φx, impidiendo toda universalidad o el no todo es decir, que habrá hombres que estén ubicados en este lado y cuyos atributos masculinos no les estorben ni signifique, que se sientan o vivan como mujeres.

    Del lado femenino, en tanto mujer, una parte de sí misma está fuera es decir, no está toda del lado de la función fálica y de su goce, por lo que según Lacan se expresaría como ∃xΦx es decir, no existe ninguna mujer que no esté en la función fálica y por otra parte, ∀xΦx que significa; no toda mujer está en la función fálica, no-todo en la mujer pasa por la castración. La mujer en tanto madre, como sabemos, es el objeto originario y causa de deseo para los dos sexos, y por otra parte, es el Otro para el sujeto y en tanto Otro (A), no existe, dado que no hay Otro del Otro y ese Otro, solo existe en tanto tachado, dividido.

    A diferencia de Freud, Lacan no relaciona la feminidad en correspondencia biunívoca con la castración, ya que en la parte de sí misma como mujer, es ahí donde no opera la función fálica, no opera la prohibición que ejerce con su ley el Nombre del Padre, lo que llevó a Lacan a hacer una conexión entre feminidad y psicosis, como lo mencionamos más arriba.

    Ahora bien con relación al hombre, (Lacan, 1958) devela la castración del padre; si el padre está siempre en falta, se abre la posibilidad de develar también el semblante masculino del que deben apropiarse los hombres, perfil de potencia, de virilidad, de fortaleza, en una palabra: poder; semblante que al aceptar su falla los desvaloriza ante sí mismos y ante los otros. Para Lacan la posición del varón es difícil, en tanto tiene que cargar con el correspondiente real del significante falo, denotando su potencia (erección) tanto de manera simbólica (presencia, inteligencia, carácter) como imaginaria (fuerza física, riqueza, poder, política, etc.) por lo que en este sentido, establece una articulación entre las preguntas por el padre, la mujer, y el goce, aduciendo que tanto el hombre como la mujer están castrados, y paradójicamente es la castración paterna la que abre dicha posibilidad.

    Lo femenino o el lado mujer como posición femenina, existe porque es una parte de la mujer o del hombre, no atravesada por la Función-del-Nombre-del-Padre y de ahí que Lacan diga que del lado de la mujer hay algo que escapa al significante fálico es decir, a lo simbólico, y es esto lo que determina su goce como del orden del más allá de la castración, más allá del falo. Ahora bien del lado hombre este, no todo dentro de la función fálica, de acuerdo con Lacan, estaríamos hablando de un místico, aquel hombre que va más allá de su falo, como el autor nos dice, “… ser macho no obliga a colocarse del lado ∀xΦx (falo). Uno puede colocarse también del lado del no-todo. A pesar, no diré de su falo, sino de lo que a guisa de falo les estorba, sienten, vislumbran la idea de que debe de haber un goce que esté más allá. Eso se llama un místico” ( Lacan, 1973:92)

    Es importante señalar que la lógica del no-todo planteada por Lacan permite situar a la mujer de manera diferente de cómo Freud la ubicó, con relación a la pregunta “Qué quiere la mujer”, cuestionamiento que Freud situó en el deseo de hijo es decir, un hijo del padre como sustituto del pene que no le otorgo como al hijo varón. Para Lacan en cambio lo que quiere una mujer va más allá de eso, más allá del hijo y más allá del falo. De acuerdo con Lacan entonces, la verdadera feminidad tiene una dimensión de coartada, un algo de extravió, aludiendo con ello a la mascarada de la feminidad donde la mujer va a pretender ubicarse como el significante del deseo del otro siendo lo que no es, o haciendo semblante de falo, efecto de potencia o semblante de, propiciando de esta manera ser deseada al mismo tiempo que amada. En este punto es importante mencionar la asociación de la mujer entre deseo y amor que no es lo mismo para el hombre, aspecto que desarrollaremos más adelante.

    En «La Significación del Falo» (Lacan, 1966), reubica la cuestión de la diferencia de los sexos en términos de «ser o tener el falo». La cuestión de lo femenino toma entonces el rumbo del desvío, como habíamos señalado en el párrafo anterior, en donde los caminos para la posición femenina, estarán dados en el orden de tener o ser el falo. En ”El atolondradicho” (Lacan, 1972) dirá “Llamamos heterosexual por definición, a lo que gusta de las mujeres, cualquiera sea su propio sexo” (Lacan, J. 1972;37) Como podemos notar ya en este texto dice las mujeres y no la mujer, por lo que más tarde dirá que “La” mujer, en cuanto castrada no está toda en la función fálica, y por tanto no hay constitución de un todo del que la mujer formaría parte, y es por esta lógica que en este mismo seminario Aún, Lacan dirá, como habíamos señalado, que “ La mujer no existe”

    Es importante aclarar que a lo que Lacan apunta no es a que no existieran las mujeres sino que lo que no existe es “La” mujer es decir, aquel significante universal que las unificara como en el caso del hombre cuyo significante fálico es lo que los universaliza como “El hombre” , siendo que en el caso de las mujeres lo que pudiera unificarlas seria la falta, lo que no hay, y en ese sentido, sería la inexistencia; de modo que para no borrarlas, apuntó Lacan, lo mejor sería tomarlas de una por una en la diversidad de lo que no hay, de lo que falta, y de ahí que más tarde declarará por otra parte y yendo aún más allá del espanto de muchos : “No hay relación sexual”, poniendo de manifiesto en este punto que no se refiere a que no existe el coito sino a lo que hace alusión es al goce erótico, al goce del cuerpo y al goce del ser, goce que atañe a cada uno y en donde uno no es responsable del goce del otro porque, incluso si se diera un orgasmo en el coito al unísono, no por ello estaría significando que uno produce el goce del otro o en el otro.

    Con relación a la asunción fálica denominada por Lacan como ”no toda” , en el caso de las mujeres, En su texto Posiciones femeninas del ser, (Laurent, E. 1999) nos dice que el goce de la privación, es el goce particular que puede tener una mujer al despojarse del registro del tener, y esto nos hace pensar en ese amor particularmente atribuido a una mujer-madre que “Se quita el pan de la boca para darlo a su hijo” argumentando que las posiciones femeninas del ser, tomadas a partir de la lógica de la sexuación están en referencia a diferentes formas de goce en que se posicionan las mujeres:

    En la Psicosis El goce sería: ser La mujer que falta a todos los hombres.- Aquí estaríamos hablando de un imposible, de una ficción de mujer que solo es posible en el fantasma masculino y si una mujer se lo cree, si cree encarnar a La Mujer, esto estaría del lado del delirio psicótico o acaso locura histérica, como aquellas mujeres que se levantan media hora antes que el marido para maquillarse y que al despertar el señor lo primero que encuentre sea su rostro de muñeca perfectamente maquillada y perfumada, de nariz operada delicadamente respingada. Por supuesto que tampoco permiten las vea envejecer o arrugarse en una sonrisa mas allá de mostrar unos dientes perfectos tras cirugía de implantes. ¡Algunas llegan a tal delirio!, desde luego apoyadas por ellos y un buen cirujano

    En el masoquismo: sería la fantasía de ser todo para un hombre, toda para él, darle todo, darse toda también. Postura usual que ocupan muchas mujeres aún hoy día, en su idea de lo que es un verdadero amor, concepto transmitido a través de generaciones de mujeres como el ideal de una buena madre-esposa pero sobre todo, madre y de ahí que muchas terminan convirtiendo a su marido en un hijo es decir “hacen al hombre”

    El Superyó femenino dirigido a los hombres: sé todo para mí, sé el Otro del Otro, o como dice Laurent: “Canto de las sirenas” Aquí encontramos a las mujeres castradoras en más de un sentido con el hombre, aquellas que creen merecerlo todo y embaucan a un hombre que les rinda pleitesías toda la vida y no solo por su real belleza- Ahora, ¿existen hombres en esta postura de servilismo ante una mujer? ¡Por supuesto que sí!, por lo que en este tipo de vínculos encontramos la doña que se impone sobre el “varón domado”

    La verdadera posición femenina “Ser el Otro sexo, el que no se define como Lo Uno, representante de la alteridad radical. Se trata de ser el Otro para un hombre, que no se define por tener un objeto sino por ser el Otro sexo, alteridad que abre las vías de un goce no fálico, que interroga al hombre y divide a una mujer” (Laurent. 1999; 85)

    De acuerdo con el autor, en esta posición están hombres y mujeres y en el caso de la mujer, “el hombre sirve de relevo para que una mujer se convierta en otra de sí misma, como lo es para él” ( Laurent, 1999; 86) por lo que en “La disparidad en el amor” (Laurent, 2006) plantea que del lado femenino viene el goce de la palabra pero que esto no significa hablar para no decir nada sino que es necesario que eso, el amor, hable para gozar porque para ella, la palabra de amor, le posibilitará en el mismo punto donde la palabra desfallece, alcanzar su propio goce enlazado al amor, por lo que advierte que del lado del hombre, se encuentra la amenaza, la angustia de castración, y del lado de las mujeres, “…la certidumbre de saber lo que se quiere, simplemente con una amenaza muy particular, que a la mujer le es necesario el amor del otro, aquél de quien va a extraer lo que le falta…” (Laurent, E. 2006; 15), y en consecuencia el lado femenino está fijado a un objeto y a la presencia de la angustia y de ahí la vulnerabilidad de los sentimientos en el discurso femenino, evidenciado por el llanto fácil que avergüenza a muchas mujeres y que algunos hombres interpretan como chantaje o manipulación, hecho que sin estar del todo equivocados tampoco constituye por supuesto una regla.

    Siguiendo a este autor, decimos que define el falo como el significante del deseo, significante de la falta, con lo cual ser el falo sería encarnar, personificar aquello que al otro le falta, aquello que puede despertar su deseo. Esta posición en la mujer, como sabemos, está marcada por la “mascarada femenina” , dónde como habíamos señalado con anterioridad, la mujer hace de su cuerpo el falo y se ofrece al otro como objeto de deseo. «El peinado, las joyas, el vestido, el perfume son los ropajes esenciales que bordean este agujero. Envoltorio de una vacuidad, la vestimenta de lo femenino trata indefinidamente si no de dar una respuesta, al menos de hacer mascarada a una cuestión insoluble…” (Pommier, G. 1995; 35).

    Ahora bien, ubicarse en este lugar de ser el falo, la causa del deseo para el otro, no es sin consecuencias, ya que las mujeres que se ubican totalmente o solamente en esta postura, corren el riesgo de cierta fragilidad con relación a la vivencia de fragmentación corporal es decir, están más proclives a la pérdida de control, a la falta de identidad o incluso, a la pérdida de límites, lo que nos remite a un deslizamiento entre feminidad y locura, como habíamos apuntado anteriormente con Lacan, siendo evidente muchas veces los estados de “locura histérica”(Maleval, 2003) en que algunas mujeres caen cuando la pareja las abandona o las traiciona, o como cuando se emparentan con un hombre obsesivo al que no logran satisfacer en su deseo, aun colocándose en este lugar, por lo que sufren atrozmente, gozando en el lugar de lo imposible o de la erotomanía (Laurent, 2006).

    Yendo un poco más a fondo en esta conjetura, podemos remarcar con
    (Lacan , 1973) que hay hombre que pueden ubicarse en este lugar también, de la erotomanía o de ser todo para el otro, sin menoscabo de su identificación como hombres masculinos es decir, hombres en toda la extensión de loa palabra que van más allá del falo posicionándose como no todos en la relación fálica, y dándose todo a una mujer, lamentablemente estos hombres al parecer suelen relacionarse con mujeres que asumen el lugar de tener el falo y son ellas quienes dictan las normas y reglas de una relación en la dialéctica de amo y el esclavo en el despliegue de la relación amorosa.

    El tener el falo, como decíamos se asume como característico de la posición masculina, en tanto que el varón debe subjetivar su órgano en un «tener”. Freud argumentó a lo largo de su teoría de la sexualidad, como ya habíamos mencionado, que el varón va a estar siempre traumatizado por esta falta que lo deja expuesto a la posibilidad de perder lo que tiene, fantasma de castración que (Laurent, E. 2006) denomina en su artículo “la disparidad en el amor” tanto como en el de el Fantasma y la mística: fantasma de pérdida en hombre y mística de ser todo para el otro, en la mujer.

    Con relacion a la diferencia de tener el falo (pene) del lado masculino, en el sentido de poder o privilegio, de acuerdo con (J.A Miller, 2008) esto tambien correlaciona con tener o no tener derecho a, y en este sentido nos dice: “De la misma forma que hay en torno al falo el brillo del privilegio, hay también la cuestión de la falta de derecho del lado femenino. Eso no quiere decir que el hombre este tan privilegiado por su privilegio. Como decía lacan este privilegio es sobre todo un peso. No tenerlo parece conferir a las cosas de la vida y al propio deseo una perspectiva más adecuada. El hombre queda un poco “embarazado” por su privilegio. Las mujeres pueden “embarazarse” pero el hombre ya está “embarazado” (Miller J.A 2008; 36) Y aquí añadimos nosotros, de por vida, es más, nace embarazado.

    De acuerdo con lo que nos dice Miller, podemos comprender entonces esta «angustia de castración», este fantasma de pérdida (imaginaria), ya sea de bienes, dinero, posesiones, mujeres, etc., que siempre acompañará, a quienes se ubiquen en la posición masculina, llevándolos a experimentar cautela, recelo y desconfianza por lo que tienen o han conseguido y no quieren perder y en otros casos, verdadera angustia de perder , llámese: patrimonio, dinero, logros, mujeres, salud, trabajo, etc. Como sabemos, esto parece ser una de las condiciones de la conducta posesiva y control que ejercen algunos hombres sobre quien o quienes consideran suyo: hijos, esposa, auto, posesiones, etc. Es decir, el control y posesión absoluto de todo aquello que este situado en el orden de los objetos fálicos u objetos que conformen el falo (imaginario) en otras palabras, su poder.

    En este mismo orden de la angustia de perder, nos cuestionamos si es lo que se presentifica también en las situaciones de enfermedad crónica o de pérdida de empleo, que llevan a algunos hombres a resentirse y celar excesivamente a su mujer cuando ella sale a trabajar para sostenerlo en su padecimiento o problema de desempleo, imaginándose castrados en tanto débiles y postrados y por tanto con la certeza obsesiva y comúnmente infundada, de que su mujer va a buscar otro portador de falo que se erija bien firme en posesiones y logros y en este orden del tener, tendrían también a su mujer.

    Ahora bien, de acuerdo con Laurent E., es importante señalar que también con relación al goce de la palabra se marca la disimetría entre hombres y mujeres, evidenciándose en la clínica las quejas de unos y otros en este sentido con el ya conocido rasgo social de que las mujeres hablan mucho y los hombres no quieren hablar ,por lo que ellas se lamentan que: “él no me habla” o, “No me habla lo suficiente”, “Yo hablo, y hablo y él, sólo calla” Y del lado de ellos: “Ya cállate”, “Eso ya me lo dijiste” , “¿Por qué siempre sales con eso?”, “¡Ay, otra vez con lo mismo!” ¿Ya vas a empezar? “Te pones “histórica”, histérica, etc.»

    Podemos ver aquí la no concordancia, la no relación entre los sexos, en tanto uno es hombre, la otra mujer y sus goces, deseos y expectativas son diferentes. Del lado mujer el goce de la palabra, intentando rastrear en el partener su deseo y si en éste ella está contenida es decir, indagando su deseo cree adivinar qué lugar tiene ella en este; si te afecta, te duele, entonces te importo, me amas; si no dices nada no me contienes no me escuchas, “no te importo”

    Del lado de los varones, la clínica con parejas nos muestra que los sujetos ubicados del lado hombre, necesitan silencio para pensar y meditar, por lo que las palabras de quien se ubique del lado mujer, y la presión por que hablen les genera confusión y desconcierto, experimentando al mismo tiempo una urgencia, una demanda de ella porque le resuelva algo en ese momento, lo que no es así y sin embargo esta idea de que se les pide lo que no pueden dar, los repliega y los lleva a la confusión y algunas veces a la culpa, lo que genera a su vez, coraje o desesperación.

    Menudo problema entonces, que matiza los singulares des-encuentros al interior de la vida conyugal donde mentes ingenuas dicen que lo que les falta es “mayor comunicación” Y aquí nos cuestionamos ¿Acaso no es suficiente comunicación el que ella hable y él se calle? Claro que si, pues el mensaje aparente para ella es como decíamos: “No me importa lo que dices” ante lo cual muchas mujeres responden con un enojo mayúsculo agravando aún más el problema, dado que por lo común un hombre no aguanta la agresividad femenina, el “bla, bla” de los reclamos, el “ahora no me toques “de la irritación o el enojo. Menudo problema de las posiciones en ser de uno y otro, “que hacen las delicias de la vida conyugal” (Braunstein, 1999; 17)

    Ahora bien, siguiendo con la diferencia, tenemos que Laurent, en concordancia con Lacan, nos dice que esta disimetría entre los sexos, marca también distintos estilos de relación amorosa denominando una categoría fetichista para el hombre y una condición erotomaníaca para la mujer, argumentando que el fetichismo masculino permite elegir al hombre ropajes con precisión y en este punto refiere que si la mujer denota fetichismo con las telas no es por la tela en sí, sino por lo que esta representa al envolver su cuerpo que se ofrece como objeto causa de deseo ante la mirada masculina, planteando aquí la necesidad de la palabra de amor para las mujeres, por lo que nos dice que ”La erotomanía es, en un gran porcentaje, femenina (…) El estilo Erotomaníaco, es, que no solamente es él quien me ama, sino que es él quien me habla” ( Laurent, E. 2006; 20)

    De esta manera pudiéramos decir que la erotomanía lleva a una mujer a enamorarse de un hombre inaccesible del que espera o bien, está convencida de que éste también la ama, de modo que cualquier señal, el menor signo o rasgo de simpatía, un atisbo de mirada de éste, lo va a interpretar como señal de amor. A fin de cuentas una postura delirante y sin embargo, de acuerdo a diversos autores que siguiendo a Lacan han abordado este tema, tampoco podríamos considerarlo una perversión o psicosis, del lado de las mujeres o de algunos hombres quienes en esta postura más allá del falo, con relación al amor y el goce, entran también en este cuadro Erotomaníaco.

    Retomando entonces las posturas del deseo, los fantasmas y fantasías eróticas en los hombres y las mujeres, basados en el fetichismo de ellos y la erotomanía de ellas, nos vamos a encontrar con que del lado hombre eso, goza en silencio Laurent (2006) es decir, que el fantasma opera en silencio y aquí podemos encontrar, de acuerdo con el autor, toda una patología en la masculinidad. “Para decirlo claro: el hombre que no debe ser perturbado por el ruido o por la palabra que, no anda, mientras él está en sus asuntos… si hay palabras, éstas tendrían que formar parte del vocabulario en juego en la sexualidad” (Laurent. 2006; 21), es decir, todo aquel lenguaje que hable de su instrumento, sí, sí, más, qué grande lo tienes ( las itálicas son nuestras) como objeto de goce exclusivo que hace gozar a su partener, y ninguna otra. A fin de cuentas, pudiéramos entonces decir que existe una frágil sensibilidad del lado masculino, y necesariamente también del lado femenino, desde el momento en que “…es que el ser amado hable: háblame. La mujer no puede consentir a la sexualidad sino después de una larga preparación que consiste esencialmente en ser envuelta con palabras” (Laurent, E. 2006; 21) definitivamente como podemos observar, no existe la relación entre los sexos (Lacan, 1973)

    En este sentido, (Verhaeghe, 2001) nos dice que en lo que respecta al hombre, si hay un producto típicamente masculino, esto es la pornografía, donde aparece siempre el mismo tipo de mujer, aunque ataviada de personajes ordinarios, la maestra, la enfermera la doméstica, etc., invariablemente con vestimenta reveladora y con senos generosos ordinariamente de silicona; por otra parte, terriblemente seductora y exageradamente deseosa de experimentar el sexo en múltiples formas es decir, la mujer ideal para todo hombre, subordinada, y lujuriosamente ávida del goce sexual que él le pueda proporcionar “En otros términos ella es la perfecta proyección del deseo del hombre ya que como nos corrobora el autor y nos devela la clínica ( ) La sexualidad masculina es visual, está centrada en sus genitales y tiene como finalidad el orgasmo. Después de eso, el hombre guarda su material y se da media vuelta” (Verhaeghe, P. 2001; 26).
    Del lado femenino, el autor, asevera que su sexualidad es menos evidente y que no existe una pornografía femenina, aunque si un deleite por las historias rosas, revistas del corazón y otras fotonovelas y series del tipo “Ana y el rey de Siam” “La novicia rebelde” etc., donde el protagonista masculino tiene múltiples formas sin embargo, algunas constantes se desprenden: es un hombre especial no por bello pero si en cuanto a posición, no están comprometidos amorosamente y desde hace tiempo, llevan una vida bastante retirada de lo social y son ciertamente tímidos por lo que desean ser conquistados; por otra parte el autor conviene, que aunque el sexo tiene un lugar en la historia, nunca será un papel preponderante. “De la misma manera que la mujer lujuriosa es la proyección perfecta del deseo masculino, un hombre semejante a ella misma, es la proyección perfecta del deseo de una mujer. Tampoco los fantasmas mutuos son intercambiables. Una mujer no llega a comprender lo que puede atraer a su marido de la pornografía ¡Es siempre lo mismo! Y el hombre no puede comprender lo que ella encuentra en esas historias rosas ¡Es siempre lo mismo! (Verhaeghe.2001;28) Concluyamos entonces, parafraseando nuevamente a Lacan ( Lacan, 1973): «No hay relación posible entre los sexos” y de acuerdo con Laurent tampoco la concordancia entre el fantasma masculino y la mística femenina sin embargo, nos dice Lacan está el amor como el único puente que posibilita los encuentros y el sostenimiento aunque no perenne de los partenaires pero eso, es otra historia que a cada cual le tocará escribir una, dos, o acaso muchas más veces o, ninguna.

    Bibliografía
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    • Freud,(1991)Tipos libidinales (1931) En Obras Completas Vol XXI. Amorrourtu.
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    • Lacan, (1989) Aún. (1973). Seminario XX. Buenos Aires: Paidós.
    • Lacan, (2008) De un Otro al otro (1968-69) Seminario XVI. Buenos Aires: Paidós.
    • Lacan, (1990) El atolondrado o las vueltas dichas (1972-73) Versión mimeografiada: Centro de Investigaciones y estudios psicoanalíticos CIEP- México.
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    • Laurent. (2000). Posiciones femeninas del Ser. Tres haches.
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    • Miller, J.-A. (1994). De mujeres y semblantes. Bs As.: Araoz (cuadernos del pasador).
    • Miller, J.-A. (2008). El Partenaire- Síntoma. Bs. As.: Paidós.

  • Lulú en el puente

    Lulú en el puente

    Julio Ortega Bobadilla

    LULÚ EN EL PUENTE (1998). Producción: Redeemable Features, Capitol Films, Greg Johnson, Amy J. Kaufman, Peter Newman. Dirección: Paul Auster. Guión: Paul Auster. Fotografía en color: Alik Sakharov. Música: Tim Squyres. Intérpretes: Harvey Keitel (Izzy Maurer), Mira Sorvino (Celia Burns), Willem Dafoe (doctor Van Horn), Vanessa Redgrave (Catherine Moore), Gina Gershon (Hannah), Mandy Patinkin (Philip Kleinman). Duración: 103 minutos.

    Lulú en el puente es un trabajo cinematográfico de Paul Auster, con razón afamando escritor neoyorkino enamorado del cine, que antes realizó algunas películas como Smoke (1995) que parece ser muy buena, Blue in the face (filmada en el mismo set de Smoke en tres días, al estilo de los filmes de Roger Corman), y después The Inner Life of Martin Frost (2007) que fue maltratada por la crítica neoyorkina.

    De su pluma también han sido los guiones de otros filmes: The music of chance (1993), The center of the World (2003), Fluxus (2004) y Le carnet rouge (2004). La historia personal de Auster atraviesa todas sus novelas salpicadas de razgos autobiográficos, sus padres son emigrantes originarios de Europa Central. Él empieza a escribir a los 12 años, y es la mejor manera de saber que escribir no es ni un oficio, ni una destreza que se pueda aprender como la equitación, sino una vocación. Los talleres de escritura son una farsa, simplemente un antídoto contra el miedo que asola a los creadores tímidos.

    Entre 1965 y 1967, estudia en Nueva York, en la Universidad de Columbia, literatura francesa, italiana e inglesa. Empieza a traducir a autores franceses como Dupin y Du Bouchet y viaja a París. Volverá en 1967 a París, para evitar ir a la Guerra de Vietnam, tratará de trabajar en el cine, aunque no pasará el examen de ingreso al IDHEC.

    Durante los diez años siguientes, su trabajo será duro. Escribe artículos para revistas, trabaja en un petrolero, vuelve a Francia donde vivirá unos tres años. Hará una importante entrevista al poeta judío Edmond Jabès. También escribe poesías y obras de teatro de un acto.

    En 1976 escribe su primera novela, bajo el pseudónimo de Paul Benjamin, una suerte de novela negra al estilo clásico de Raymond Chandler y Dashiell Hammett con la que obtuvo escaso éxito editorial. Poco tiempo después de divorciarse, la muerte de su padre le proporciona una pequeña herencia que le saca de apuros y le inspira para escribir La invención de la soledad. Después publica su libro en prosa Espacios blancos. Conoce a la novelista Siri Hustvedt, con la que se casará en 1981. Publica en 1982 El arte del hambre y desde entonces no ha dejado de escribir y publicar.

    Lulú en el puente fue propuesta a Wim Wenders, sin que fuese tomada para su realización y ha recibido muy malas críticas y si uno recorre la red buscando referencias, encontrará opiniones muy distintas. Algunos dicen que Auster nunca debió rebasar el límite entre la literatura y el cine, otros califican la trama de absurda, unos pocos más afirman que es una película triste y bella. Yo la encuentro simplemente perfecta por los enigmas que plantea, no es una historia de amor común sino una interrogación sobre los motivos del amor, la importancia del azar y la relatividad de las causas que motivan al hombre. Una historia surrealista que no responde a la lógica del principio de identidad, de no contradicción, del tercero excluido, ni el principio de razón suficiente, porque las almas humanas en su faz más interior y los sentimientos no responden a esos principios.

    Nada es nuevo del todo y el arte es, muchas veces, como una serpiente que se muerde la cola. Un bloggero hace notar que la espiga de esta historia parece estar en un cuento de Jorge Luis Borges intitulado El milagro secreto que cuenta la historia de Hladik, un escritor judío que es detenido por los nazis, encarcelado y llevado frente al pelotón de ejecución para ser fusilado. En el medio de cada etapa, él sueña e imagina, pide a Dios le conceda un año para terminar una de sus obras. Entre el trayecto de las balas y su cuerpo, el tiempo se elonga y se hace relativo para concederle el año de vida que a él le hace falta, reescribe su obra, la corrige, para luego encontrar las balas que le darán muerte.
    En el caso de Izzy (Harvey Keitel), él recibe en una noche de jazz y alcohol, un disparo que parece truncar su vida, tal y cómo la del futbolista Salvador Cabañas en una noche aciaga en la que nunca se sabrá bien qué sucedió. Incapaz de seguir con su vida, vaga por la existencia sobreviviendo sin meta o propósito, hasta que topa con lo que puede calificarse de un milagro. Primero encuentra una piedra misteriosa que no es otra cosa sino un objeto @, un objeto causa del deseo y objeto plus de goce, cómo se dice en la teoría lacaniana. Es decir, un objeto absurdo que concentra y causa nuestro deseo sin lógica, haciéndonos concientes de nuestra incompletud como seres y de la relatividad del tiempo que nos toca vivir. Luego encuentra a la mujer de su vida, esa con la que todos los hombres sueñan y que pocos encuentran en su camino, una mujer que completa sus sueños y da significación a su vida.

    No es posible hablar de esta película en términos comunes, hay que recurrir a Heidegger y a Lacan. Porque, ésta película es filosofía en fondo y forma, pero también movimiento de la imaginación, que no puede ser comprendido sin hacer alusión a los tres registros.

    Izzy llega en un punto del filme a hacerse preguntas filosóficas sobre el Ser y el Ente, sobre su existencia y su mundo, sin convencerse del todo de la respuesta descartiana y entrando en la materia de los planteos Heideggerianos ¿Por qué es en general el ente y no más bien la nada? Es una interrogación que se yergue a partir de la posibilidad de su muerte, una pregunta que no se hubiese planteado antes y que muchos no se plantean en absoluto, hasta algunos profesores de filosofía opinan que la filosofía es adecuarse a las necesidades de mercado de la sociedad, cuando el papel del filósofo desde Sócrates ha sido cuestionar su realidad. La pregunta misma sobre el Ser había sido olvidada, desechada, antes de Heidegger, y también la formulación de una diferencia entre ese Ser y el Ente. El Ente es algo específico, el Ser está del lado de la universalidad y del lado de la filosofía en su carácter más profundo, hasta aquí empuja a Izzy el enfrentamiento con la muerte, con el cero y la nada. Él se pregunta después de haber perdido a su amor, justo antes del despertar: ¿Existo? ¿Soy un árbol o una piedra? ¿Un perro o un pájaro? ¿Una buena o una mala persona?

    Ese objeto @, éste Macguffin que encuentra uno de los protagonistas de nuestra historia y que buscan desesperadamente los buenos sin importar el costo, es lo que cada quien pueda desear o lo que sea. Simplemente un semblante de sentido y un Santo Grial imposible de conservar o de alcanzar. No es un objeto total sino parcial, aquello que hace vínculo en dos personajes solos, eso que une y hace posible la experiencia del amor, la plenitud y la negación de la castración, que en su forma más determinante se manifiesta en la violencia de la hora suprema.
    Entre este hombre y esta mujer, está el cariño improbable del amor eterno, un mirada mediada por un objeto @ que es algo a mantener por ambos, algo que une y convoca. Un signo de amor y una razón para mantenerse juntos. Aquello que en una pareja suele llamarse: nuestro amor, nuestra razón de ser, y que es tan fuerte como frágil a un mismo tiempo. Mientras más sólido más resquebrajadizo, mientras más fantasmático más real. Un engaño necesario que se inscribe del otro lado de la falta del ser. Una vía que se abre al más allá del principio del placer a partir de un símbolo precioso: una piedra que hace gozar. Algo que se puede mirar y colocar, ocultar y volver objeto de deseo para otros, una cosa que va más allá del significante, que se vuelve objeto escópico situado fuera del registro simbólico y se estaciona en lo imaginario, quizás para siempre.

    Los buenos aquí son desalmados y siniestros, esto hace que nos preguntemos cómo podrían ser los malos y de qué podrían ser capaces. Los buenos del lado de la ciencia que aquí se llama Dr. Van Horn (Willem Dafoe) pero que también podría llamarse Dr. Menguele o Dr. Skinner, quieren dominar, clasificar y medir, poseer la piedra, ese misterio de luz y sombras, de energía y poder. Por ello, son capaces de torturar y matar. Es un error que esté del lado de unos amantes ingenuos, para ellos ese poder irrefrenable manifestado en una piedra de amor, es peligroso y debe estar a guarda, utilizable para sus propósitos superiores.
    Entre estos dos seres que todo parecería separar en lo Real, se encuentra la unión a través del amor: tropezones, sexo, música, momentos, fraternidad y pasión. No coinciden sus edades, quizá tampoco sus intereses, y sin embargo, están hechos uno para el otro para darse luz y calor. La piedra que une sus vidas cambia sus destinos, a ella le haría encaminarse al éxito, a él a la felicidad, sin embargo, esa misma fuerza les arrastrará a la tragedia. Freud decía en la Traumdeutung que todos los personajes del sueño representan al soñante, si la historia es un sueño, es el infierno mismo de Dante, atiborrado de círculos con pecadores de distintas clases.

    Él es un roble añoso y enfermo, ella una rosa en flor algo herida, pero ambos se complementan en aquello que puede llamarse Gloria, Paraíso o tal vez, Abismo. Se reconocen enseguida, se convierten en almas gemelas merced al secreto de la Piedra, esa que flota siempre entre los amantes verdaderos, así como también les da comezón la pregunta: ¿Es el azar o el destino lo que los ha unido? La respuesta aquí no importa, nadie la tiene, lo que interesa es el fuego de la llama del deseo. La Piedra es una caja china, también una caja de Pandora.

    Izzy ya perdió un pulmón en la balacera, pero está dispuesto a ceder la vida con tal de proteger a su amada, primero la niega, luego la menosprecia, se trata de no mostrar sus sentimientos, de conservarla a salvo, de dejarla fuera de la crueldad de los buenos. Ellos quieren la piedra sobre los seres humanos, sin saber que la piedra misma es producida por los seres humanos, es producto de su decisión y su fuerza, del encuentro de sus miradas y de la fuerza de su imaginación. La piedra es efectiva y real, pero también es virtual… una realidad virtual, del lado del fantasma y negando la grieta de la realidad y diciendo no a la muerte, a la separación de los cuerpos, a la soledad. Es un recurso a la vida, fincado en el instante y en la luz del relámpago del disparo. Celia se sacrifica por Izzy, su cariño está sobre su bienestar, sobre su tranquilidad y su vida. Podría entregar la piedra, pero prefiere hundirse en el río. Su sacrificio es la máxima ofrenda de amor que puede realizar. Lulú perece en el puente, quizá el puente entre la vida y la muerte, entre el amor y el desamor. El secreto está a salvo, un verdadero amor no puede ser disecado y va más allá de lo material, su fuerza consiste en lo inefable. Ovidio, Kierkegaard y Kinsey se equivocan, el amor no se agota en la didáctica, la seducción o la medición.

    Izzy ha imaginado que la vida le sonríe en el momento exacto de su muerte, y en ese camino, no ha podido sostener la dicha de su Blancanieves, de su Encantada, porque la felicidad puede vencer a la envidia y el odio, pero no puede perdurar frente a la pulsión de muerte.
    El final horrendo se resuelve en un desenlace verdadero menos pavoroso (al menos, así parece, aunque la vida sin amor no es menos espantosa), todo ha sido un sueño y el sueño no es más una pesadilla, no es real. Cómo dice la canción: Lo que no fue no será, todo fue una fantasía, los pecados de Izzy pueden ser perdonados, el infierno tampoco existe… Sólo la muerte es real, gracias a Dios.

  • Vigencia del psicoanálisis en el siglo XXI

    Vigencia del psicoanálisis en el siglo XXI

     Ramiro Ortega Pérez

    No es infrecuente escuchar, tanto de sectores que provienen de la disciplina “psi” como de otros en los que se presupondría un cierto nivel o determinados alcances culturales, la opinión de que la obra de Sigmund Freud se encuentra, en muchos sentidos, obsoleta o pasada de moda.

    No nos detendremos en la observación de que, las más de las veces, las opiniones se encuentran formadas más por elementos superficiales que por verdaderas lecturas críticas o por razonamientos textuales de peso. Predominan las repeticiones de ideas extraídas de manuales, de autores que no explicitan sus propios criterios epistemológicos, o simplemente se reproducen sentencias de voces a las que se considera autorizadas.

    De hecho, este fenómeno no atañe exclusivamente a la obra freudiana, más bien, implica la plena consolidación de una tendencia señalada a finales del siglo pasado por autores como Dora Laino, quien señala: “… El fenómeno de banalización de los conocimientos, que caracteriza este fin de siglo, se expresa a través de diferentes vías. Una de ellas es la que consiste en basarse en autores recientes que, más allá de no contar aún con una propuesta suficientemente validada y consistente, en muchos casos buscan referenciarse denostando a grandes pensadores, lo que los lleva –muchas veces- a sustentarse en desarrollos que ignoran monumentales trabajos teóricos y ‘redescubrir’, con limitaciones, hechos largamente estudiados. Esta trivialización, congruente con posturas post-modernas que celebran los que se ha dado en llamar ‘la caída de los grandes relatos’, es observable en infinidad de publicaciones que no sólo inundan las librerías, sino también los espacios universitarios …” [1]

    Con todo, vale la pena señalar que el psicoanálisis ha sido capaz de renovarse no sólo en sus criterios clínicos referentes a la terapia, la formación de analistas e incluso la transmisión; sino también, de insertarse sólidamente en el tejido social e imbricarse en la Cultura. En este último sentido, el cine, la pintura, la música, o la literatura, dan testimonio de los alcances profundos de su legado.

    ¿Qué es el psicoanálisis?:

    En definitiva, vale la pena comenzar por la caracterización que ofrece Jacques Lacan, en el contexto del Seminario XI [2]. Ahí señala la necesidad de partir, para la ubicación del psicoanálisis, como una praxis, como una forma de acción cuyos fundamentos teóricos, permiten otorgarle una pertinencia particular. Práctica de la singularidad, donde se rompe el diálogo convencional y el analista funciona como el soporte de la producción de una persona que, de paciente, deviene analizante de sus propias producciones psíquicas.

    A diferencia de las terapéuticas basadas en “curar”, mediante técnicas, consejos y/o propuestas de solución; el psicoanálisis hace de la palabra del analizante el recurso principal para insertar lo inédito: la dinámica del deseo. No se trata de una apetencia o de un “querer algo”, más bien, de la construcción de un modo único de estar en el mundo, de una solución propia que otorga sentido particular y que funciona como límite a los malestares subjetivos.

    Se trata de hacer posible, mediante la emergencia de lo que sólo encuentra su real valor por y para el propio sujeto, una suerte de modificación que sólo puede gestarse desde la legalidad de construcción del propio psiquismo y siguiendo su lógica. No se trata de estandarizar ni mediante dispositivos exteriores ni mediante criterios aceptados por todos, más bien, de producir una forma propia de estar en el mundo. Llegándose, de este modo, a una cura por lo singular.

    Así, y en palabras de Osvaldo Delgado, puede decirse que “… Efecto terapéutico, efecto analítico, no refieren a un mismo campo epistémico. El primero tiene como partenaire a la medicina o más ampliamente al campo “psi”; el segundo, a la ética …” [3]

    Ética ligada a una lógica, la del acontecer psíquico, de sus leyes, de sus mecanismos de conformación y funcionamiento. Por ello, sólo lo que es gestado desde el propio funcionamiento psíquico puede hacerse perdurable y no momentáneo o simplemente desplazado. La intervención, la propiamente analítica, apuesta, entonces, por construir modificaciones desde la puesta en escena de lo psíquico y no desde una solución proveniente de un experto. No se trata, pues, tanto de eficacia técnica sino de pertinencia del dispositivo.

    ¿Qué es más pertinente que la producción de un tipo de saber que no se pierde en las generalidades del dominio técnico?.

    Lo que se produce como saber, para el analizante tiene el estatuto de lo verdadero y para el analista representa un saber de lo peculiar que tiene reglas peculiares en su pasaje a lo público. Por un lado, se trata de transmitir algo del orden de lo singular, y por otro, de establecer la dignidad de un discurso que no se pierde ni en la metafísica ni en la simplicidad.

    Así pues, en su estatuto teórico, el psicoanálisis muestra una doble consistencia: por una parte, una teoría renovada que cuenta con los aportes de la Antropología Estructural, de la Lingüística, de las Lógicas no clásicas, de la teoría de conjuntos y de la topología; por otro lado, con una producción teórica que ha resaltado el valor de la palabra, tanto como fundamento que hace innecesario cualquier tipo de metalenguaje, [4] como también, como la vía para producir de manera incesante una lógica conceptual siempre abierta, imposible de cancelarse, en tanto que, la experiencia apunta hacia un real ineliminable del psiquismo.

    Retrocesos:

    Vale pues, entonces, señalar que de una teoría de la que se desconoce el status y más aún, su contexto de validación, como diría Popper, resulta por demás, poco fecundo realizar “críticas”, que a lo sumo, alcanzan el estatuto de creencias. Del mismo modo, su transmisión no es algo que se encuentre exento de reglas, ni de la necesidad de un rigor categorial que sólo alejándose de generalidades nocionales puede alcanzar el estatuto de verdaderos conceptos. [5]

    Puede incluso señalarse, que en concordancia con las elaboraciones de Slavoj Zizek, [6] en muchas ocasiones el abandono de la reflexión de los fundamentos psicoanalíticos ha llevado a retrocesos conceptuales de peso.

    Entre estos podemos situar las ideas modernas sobre el trauma, sobre el papel de la familia en la determinación subjetiva o inclusive el papel mismo del duelo en la economía psíquica humana.

    Ya desde 1894 [7], Freud había establecido dos elementos para pensar el trauma: el primero implica que la suma de excitación desborda las posibilidades de representación psíquica, pero ello, porque el propio psiquismo se estructura en una singularidad que da, ¡siempre!, una validación propia a cualquier evento exterior; el segundo elemento implica una temporalidad a-posteriori y no de carácter lineal, es decir, que se requiere de un segundo momento en el que se da significado al primero, para que el evento devenga traumático.¡Qué diferencia con los modernos enfoques sobre el estrés, los traumas psicológicos o los eventos “terribles”, en los que parece que el peso del evento depende de su magnitud externa!.

    Asimismo, asistimos a una especie de Psicología del teatro guiñol, en la cual los sujetos son relevados sistemáticamente de su responsabilidad subjetiva, adjudicando a los eventos del exterior el peso causal de sus padecimientos. Con regularidad se plantea, que si una persona sufre es porque: “tiene problemas familiares, el padre es alcohólico, sus padres se están divorciando, sufrió mucho de pequeño (a), etc.”. Lo que no aparece, prácticamente nunca, es que de ese exterior material, y que evidentemente tiene efectos, ¡el sujeto también es responsable!. ¿De qué?, de sus decisiones, de sus complicidades, de sus formas soterradas de participación en la construcción y determinación de los eventos. Pero, sobre todo, de elegir en la reconstrucción histórico vivencial los acontecimientos que lo precipitan a una dinámica masoquista o los eventos que le llevan a construir una forma propia, independiente, de funcionar. En este sentido, el psicoanálisis permite diferenciar entre la dinámica de la satisfacción y la dinámica del deseo.

    Un tercer aspecto en que pueden señalarse los retrocesos se encuentra en la dinámica misma de los procesos de duelo humano. Se acepta que la reacción de duelo es inherente a pérdidas amorosas, de seres queridos, como impactos a cambios radicales de vida o incluso de hábitat. Sin embargo, las modernas concepciones desarrollistas y descriptivas, apuntan o a suponer una reacción estándar ante un evento exterior o a suponer un conjunto de fases por las que tiene que atravesarse para decir que el trabajo de duelo se efectuó. En principio, la clínica analítica descubre que lo que a de ser una pérdida lo decide cada sujeto, es decir, lo que para uno puede ser un gran dolor, para otro puede representar un inmenso alivio e incluso un motivo de culpa, pero, sólo por experimentar una satisfacción tan grande ante la pérdida. El tiempo del duelo es personal, enteramente subjetivo, no hay ninguna “normatividad” para ello; sin embargo, lo que sí puede señalarse es que lo que a veces impide el trabajo de duelo se impide por las representaciones inconscientes asociadas a la pérdida. Aún más, puede señalarse que una distinción sencilla, pero que requiere de cierta fineza para establecerse, es que, no sólo tristeza y depresión no son idénticas, sino que, a menudo, la primera salvaguarda de la segunda.

    ¡Todo vale!:

    Lo cierto es que los retrocesos conceptuales se deben, básicamente, a dos razones: por una parte a la insuficiencia de los razonamientos sobre el fenómeno psicológico, por parte de los profesionales de la disciplina o de los legos, para desprenderse de los estrechos criterios otorgados por lo que Cornelius Castoriadis [8] denomina como la ontología heredada; la otra razón la encontramos, en que la opinión, como planteamiento del orden de lo intuitivo, se inserta en un clima intelectual basado en el predominio de un sistema nocional que apunta a validar todo tipo de prácticas como equivalentes e intercambiables.

    ¡Todo vale! parecen señalar los modernos próceres del cinismo. ¡Seamos buenos, tomémonos de las manos, lloremos juntos y restauremos, por ejemplo, al “niño interior”!. Ofertas del tipo Big-brother, para que otros, sin pudor alguno e impulsados por afanes exhibicionistas expongan sus frustraciones, sus miserias y quebrantos. Pasajes al público, donde cada uno puede exhibirse en una intimidad, que, a final de cuentas es silenciada al hacerla pasar como “paradigma” de lo que a todos acontece.

    Los profesionales de lo “psi”, concientes o no, intervienen en esta promoción, llevando las discusiones a terrenos eminentemente técnicos. Todo es igual, una técnica u otra, ¿qué es más rápido?, o aún más, ¿qué es más eficaz?. Prescinden de que si se conoce el fenómeno psíquico, sus reglas, sus formas de manifestarse y también, de manera radical, sus posibles aperturas, y por ende, las posibilidades reales de incidir sobre él; entonces, sólo entonces, podrá ejercerse algún tipo de modificación que apunte a lo perdurable.

    Sin embargo, en el reino del ¡todo vale! se encubren, con falsos pluralismos, las adhesiones acríticas a lo peor del cinismo, de la complicidad, de la promoción de ofertas perversas. ¿No es frecuente escuchar a “docentes-decentes” decir a sus alumnos: no te cases con ninguna postura, escucha y forma tu propio criterio?. En el fondo dicen: no me identifiques, porque si me cuestionas mi respuesta, plural, por supuesto, no pasaría del sentido común. ¡Todos somos iguales!, ¿sí?, ¿entonces, porqué ante fenómenos como las psicosis, el suicidio, la depresión o ante las incapacidades de movilizar o modificar comportamientos, los “plurales” reculan y le adjudican todo el peso de los fracasos a los otros y no a la pobreza de su comprensión de los fenómenos?.

    Perspectivas:

    Ciertamente, el contexto y los referentes a partir de los cuales S. Freud construyó el psicoanálisis se han transformado. Del capitalismo consolidado de finales del Siglo XIX y principios del XX, a su estado salvaje actual, se han modificado no solo las formas mundiales y nacionales, sino también, ello supone impactos en los referentes simbólicos. Las imago paternas declinan y no es posible pensar que los ideales, las representaciones de autoridad o los códigos que regían, como el honor, la lealtad o simplemente el amor, han quedado intactos. [9]

    Del mismo modo, el psicoanálisis que fue capaz de impactar a la cultura en el siglo XX y cuyos efectos permanecen saludables en la pintura, la creación literaria, la filosofía e incluso en la música, ha debido modificar sus formas prácticas no sólo ante los nuevos modos de enfermar y padecer, sino también, ante contextos en que se observa un ascenso constante de la desesperanza, de la depresión, de la angustia y de la insignificancia.

    En este sentido, la figura clásica del analista de gabinete persiste y se valida a partir de sus resultados, de los efectos que es capaz de realizar en la subjetividad de los analizantes; sin embargo, el psicoanálisis, aún en su relación contradictoria con otros discursos, hasta el siglo pasado parecía contar con territorios y antagonismos bien definidos. En la actualidad, existen muchos aspectos polémicos e incluso múltiples prácticas que se dicen analíticas o al menos influidas por su discurso. No existe, pues, hacia el gran público, un criterio que de garantía de la seriedad del tipo de práctica de que se trata. Y no se trata, como hemos visto, sólo de cuestiones de carácter teórico sino también de implicaciones prácticas específicas. Como bien lo dice E. Laurent: “… La psicoterapia se extiende en igual medida que la concepción mecanicista del yo, que la idea arraigada de que no existe la causalidad psíquica. En ello reside el gran secreto de la psicoterapia generalizada …” [10]

    Jacques Alain Miller, dirigente de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, plantea que en la actualidad es menester volver a hacer existir el psicoanálisis en lo social, con toda su fuerza, con toda la virulencia de que es capaz. No se trata, como puede verse, de una lucha de carácter gremial, se trata de que no desaparezca lo más fuerte que existe en los sujetos humanos, se trata de re-situar, el fundamento mismo de la subjetividad: el deseo inconsciente. Se trata, también, de oponer una forma consistente de resistencia a la multiplicación del cinismo contemporáneo, al avance de las formas masificantes que en la educación y en las empresas proliferan como intentos de borrar la diferencia, como intentos de silenciar la singularidad y por ende, de anular el fundamento psíquico de la creatividad humana.

    Notas

    [1Dora Laino. Aspectos psicosociales del aprendizaje. Homo Sapiens Ediciones, Buenos Aires, 2000. p. 36.

    [2Jacques Lacan. Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ed. Paidós, Barcelona, 1997.

    [3Osvaldo Delgado. “Efectos terapéuticos – efectos analíticos: un debate ético”. En: Varios Autores. La práctica analítica. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2003.

    [4Esto a diferencia de los enfoques, de raigambre decididamente positivista, que pretenden eliminar la ambigüedad del lenguaje mediante la garantía de una teorización de orden superior que les proporcione las reglas de la comprensión unívoca.

    [5Resulta de particular interés el reportaje realizado a Cecilia Draghi, del Centro de Divulgación Científica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, aparecido en el Periódico digital “La Nación” http://www.lanacion.com.ar/04/05/18/sl_602149.asp. En él se enuncia un problema fuerte ligado a los docentes de Ciencias Naturales, pero extensible a otros campos y contextos: aún siendo buenos especialistas en un tema, el bagaje conceptual se encuentra impregnado de nociones y creencias que impiden formas de razonar de carácter científico. Para Draghi, con frecuencia, las ideas enseñadas en las universidades tienen poca “potencia” o profundidad y se agregan a concepciones previas, produciendo más efectos cosméticos que formativos.

    [6Slavoj Zizek. Porque no saben lo que hacen. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2001.

    [7Particularmente interesante resulta remitirse a los trabajos de 1894 y 1896, sobre las “Neuropsicosis de defensa” y las “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”.

    [8Existen varios textos de la obra de Cornelius Castoriadis donde expone las características de la ontología heredada, pero, baste señalar que la crítica a las nociones de ser, de lógica, de identidad y de explicación, que se desprenden de las epistemologías tradiciones, se encuentra expuesto con claridad en obras como: Hecho y por Hacer. Ed. EUDEBA, Buenos Aires, 2002.

    [9Ver. Jacques Lacan. La familia. Ed. Homo Sapiens, Buenos Aires,1986. En este texto expone el modo como se inscriben en lo social determinadas representaciones psíquicas, llamadas imago, cuya función es la contener, como referente externo, los propios límites existentes en lo psíquico.

    [10Eric Laurent, citado en el texto de Anna Aromi. “ La formación analítica y lo actual: un nombre de lo real”. En: Revista Freudiana, No. 35, junio-septiembre de 2002, Ed. Paidós.

  • De la inconsistencia racionalista al inconsciente freudiano Lunes 29 de marzo de 2010

    De la inconsistencia racionalista al inconsciente freudiano

     Jesús Manuel Ramírez Escobar

    Si la razón hace al hombre, el sentimiento lo conduce

    Jean Jacques Rousseau

    A pesar de que a la luz del siglo XX las críticas dirigidas a la teoría freudiana e inclusive a Freud mismo se hicieran allegar por parte de propios (Jung, Adler) y extraños, el psicoanálisis es un producto de la historia occidental, de un zeitgeist donde se refleja su creador, tal premisa adoptada por Lancelot Law Whyte ronda por todo su texto “El inconsciente antes de Freud” donde afronta a través de una revisión histórica, las nociones que dieron origen a la filosofía desde el siglo XVII hasta nuestras fechas, la creatividad en su carácter de descubrimiento encuentra mella en la confrontación con el pasado y las grandes ideas pierden su denominación de monopolio, es así como las concepciones sobre los procesos mentales inconscientes son analizados desde la perspectiva entrecomillada de una historia terapéutica (como la llama Law Whyte). La preparación de las ideas que posteriormente fundamentarían el descubrimiento del inconsciente devienen de la filosofía pero esto no se menciona para reducir el constructo teórico de esa postura llamada psicoanálisis a un producto de la “moda intelectual”, sino para dar realce a una serie de significaciones que han permeado el entendimiento humano desde las primeras época, Law Whyte lo afirma en su primer capítulo al mencionar que “el entendimiento humano es nuevo” (p. 13) lo que llevaría a imaginar a una serie de hombres tratando de conocerse y reconocerse en sus sensaciones transitorias para que con el paso del tiempo se construyera la noción de la conciencia plena, de un autoconocimiento; hecho que remite a la génesis de esta noción de lo conciente, de aquello de lo que se está seguro, de lo que es ineluctable, de lo que no se duda, de la misma concepción creada del hombre para sí mismo, la razón como premisa unívoca de lo existente bajo el precepto cartesiano cogito ergo sum, ofreciendo principal testimonio de dicha noción.

    Descartes elucida así a lo conciente por vía de la res cogitans (cosa pensante), el yo, en contraste con la res extensa, pero cuyo resultado que comienza con la negación de las sensaciones y el cuerpo mismo, en la duda metódica termina siendo una sustancialización del sujeto pensante y da paso a la exaltación de la conciencia en oposición a todo fenómeno que se alejara de este discurso, realiza una autoafirmación del Yo, aunque como dijera Law Whyte: “…mientras más brillante es la luz que ilumina dos reinos vecinos, más profunda es la oscuridad en que caen sus interacciones” (p.67), así la constitución de una categoría como lo es el inconsciente queda de primera mano, válgase la expresión, “descartada” en medida que se deja al olvido a los procesos mentales inconscientes, englobados en la concepción de mentalidad, por la fundamentación de un dualismo imperante ante los vagos designios de corrientes monistas contradictorias como el idealismo y el materialismo.
    Para Descartes la identidad se afirma en el pensamiento. Puedo no ser más que mero pensamiento, y que toda la esencia se reduzca a él; pero aún así se es, la existencia y el ser tienen su garantía en el propio pensamiento.

    Mencionado lo anterior las adjetivaciones de consciente / inconsciente se construyen en diversos periodos de la existencia del hombre, aunque no todos de la mano de la razón, pero sí es desde Descartes que no existe una autonomía totalitaria del conciente gracias a la vía de la experiencia de la que se infería lo inconsciente, nominativo que tomaría cause por la tradición que regía la vida en Europa en el siglo XVIII a pesar de los criterios provenientes de los filósofos cartesianos quienes adoptando sólo al inconsciente como principal factor actuante en la memoria, las ideas y la percepción, atribuidas a la indefinible mente.
    A partir de la pregunta por lo dudoso del cuerpo, el Yo del “yo pienso” se sostiene independientemente de esa corporalidad. Se construye así para Occidente, en estas apretadas líneas, en esos cuestionamientos u objeciones, y en las respuestas que a ellas da Descartes; un sujeto que piensa. Un sujeto que es conciencia; un sujeto que es un Yo. Este Sujeto/Yo deviene así en ese espacio de la interioridad desde el cual se reconstruirá la exterioridad del mundo y desde donde se ordenarán las cosas y los seres. El Sujeto permite escindir el mundo en una interioridad de los pensamientos y las sensaciones y una exterioridad de las cosas del mundo. De algún modo, el siglo XVII inventó una nueva construcción epistemológica a la cual Rorty ha llamado la esencia de vidrio y el ojo de la mente. El Sujeto/conciencia se ha convertido así, para el siglo XVII y la época clásica, en ese garante que el pensamiento antiguo ubicaba en Dios o en la Idea en tanto universal. El sujeto es así la vara con la cual se mide el mundo. Pensamiento, conciencia, Voluntad y Sujeto/Yo se desplegarán así y desde este momento, en una unidad que, apenas hoy trescientos años después- empieza a resquebrajarse.

    El pensamiento es todo aquello que ocurre en nosotros, de modo que somos conscientes de ello. Pensar y ser consciente de que se piensa no es sino una y la misma cosa. La conciencia es la base del ser pensante. Por ello para Descartes toda sensación, todo pensamiento y emoción, toda actividad de la “res cogitans”, es decir su modo de ser es necesariamente la conciencia. Con esta visión del mundo cortado en dos niveles, una interioridad que será la Mente (res cogitans) y una exterioridad o mundo físico (res extensa), surgirá una nueva manera de definir el campo de los saberes.

    Sin embargo para hablar de una cultura en específico que haya retomado la noción de inconsciente sin reservas ni atrasos se puede citar a la cultura alemana donde la veneración por la creación humana sobrepasa los límites del autoconocimiento racionalista, es aquí donde se empieza a teorizar sobre las funciones de ésta palabra hasta llegar al principio que uniría a lo individual con lo universal, donde, residirían las fuentes del conocimiento humano con la naturaleza o lo orgánico, siendo ahora el inconsciente el principio que rige toda mecánica de creación. Pero ésta no siempre se orientaba a las cuestiones de la razón, sino que la desafiaba en el terreno oscuro de la intuición y el instinto, la animalidad se enfrenta a la cultura del hombre con autoconocimiento, el espíritu se escapa de la luz corpórea de las ideas para internarse en las tinieblas de la sensualidad, en el reino de la violencia. Es a partir de este momento donde el inconsciente aborda la iniciativa del centro primordial de lo simbólico: el lenguaje en su función de forma de orden creador que al encontrarse con un discurso científico tiende a dar unidad a factores fisiológicos inexplicables por la tecnología de ese tiempo, pero también permite, en los monistas, la novedad en el pensamiento y en la acción hasta arribar a la principal desembocadura de todo este devenir de las ideas, en el inconsciente freudiano, que para nociones de este trabajo serán abordadas en la concepción de inconciencia, pero ¿por qué reducir así el término de Freud?, la respuesta podría pensarse desde los filósofos, quienes han utilizado un punto de vista en común para afrontar el eje central de la teoría freudiana, éste sólo se vislumbra, en oposición a un concepto de orden racionalista como lo es la conciencia de sí, en medida en que se realiza este estudio se pueden comprobar críticas que parten desde las ideas introspectivas de los místicos hasta la propia fenomenología husserliana.

    El inconsciente freudiano va más allá de una simple estructuración del pasado filosófico (se ha hablado mucho del rechazo a la filosofía que se despertaba en Freud) pero aún así no podemos descartar completamente al zeitgeist propio de la Viena que vio nacer al psicoanálisis y por ende a la noción de inconsciente. Es por eso que al evocar a la noción de inconciencia freudiana se busca el utilizar un lenguaje que unifique los discursos teóricos que aparentan discordar en su funcionalidad pero que han sido influidos mutuamente, la filosofía evoluciona a partir de la aceptación de un cierto criterio mental del inconsciente propio de la actividad de un psiquismo que en antaño era desdeñable por la autoridad médica de finales del siglo XIX, pero que daría pie a debates a varios preceptos que ocuparían vulgarmente el mote de psicologistas; así como el psicoanálisis retoma ideas de las diversas filosofías de las que se aún se hablaba como evolución del idealismo alemán del que se piensa se vio influido, como también de ciertas corrientes literarias.

    La inconciencia es un concepto que se origina en contraparte a las filosofías cuyo soporte es únicamente la razón, y siendo éstas tribunales del verdadero conocimiento (hablando rigurosamente del ambiente científico), bajo la apuesta a lo futuro por la eliminación de lo imaginario, de la implantación de una objetividad de la conciencia, operando desde la erradicación de lo que no debe estar presente en un proceso de pensamiento viable al razonamiento de una fuerza que actúa en las profundidades de cada ser y que sólo desvía el proceso de avance, certeza y fundamentación de los hechos que caracterizan al hombre autoconsciente moderno. Pero es en este momento donde se manifiesta la inconciencia, aquella que no pudo ser pasada por alto en los griegos, que se diviniza en los místicos, que tiene facultades extrañas en los físicos antiguos y que interesa a todo romántico; se rompe la antinomia de la conciencia frente a lo inconsciente, se da la complementariedad en la ausencia explicativa de los fenómenos que se apartan de toda elucidación racional y exenta de dudas, la duda es per se inconsciente, el conocimiento evocado de la constante racionalista nace de un efecto que no puede explicar y que por esa cualidad caerá en el otro extremo, en el terreno de la amplitud desconocida de la realidad de aquello que podría denominarse sin razón, de un impensado que ahora se creerá génesis de toda conciencia, los papeles ahora renovados de la inconciencia darán fundamentación a la tesis de la construcción de la conciencia, el mismo Freud en el Malestar en la Cultura (1930) propone que el proceso de formación de la principal entidad relacionada con la percepción conciente en la segunda tópica, el Yo, éste, según Freud es construido a partir del contacto represor del ello (puramente inconsciente) con las características de la naturaleza social del hombre, se pone en duda la existencia de un mundo exterior al Yo. En el juego del Fort Da, mencionado en Más allá del Principio del Placer (1920), Freud recalca esta noción de conciencia exterior creada desde la matriz de la inconciencia, postula que lo exterior sólo existe en la expulsión de los factores negativos que se desprendan de ésta entidad, con lo que se constituye una concepción delirante de la realidad en medida en que lo externo se maneja en función del deseo del propio niño, se olvida la objetividad del Yo, de la conciencia.

    Dicho lo anterior podemos pensar en las similitudes de estas ideas con las propuestas por Schopenhauer en su libro El mundo como Voluntad y Representación dónde las nociones que dan base a la crítica contra el modelo racional radican en la Voluntad, que escapa de la razón para hacerse casi instintiva, para erigirse como formadora del mundo, de la realidad, lo que da paso al concepto de realidad psíquica que es otra de los fundamentos de la teoría freudiana, en la medida en que se propone una creación de una realidad propia del individuo a partir de las percepciones inconscientes, la inconciencia da origen al mecanismo que posteriormente discernirá entre lo que ocurre en el consciente.
    La naturalidad de los efectos estudiados por Freud y que tienen su origen en la oscuridad de la conciencia, son fenómenos que escaparon por mucho tiempo a la rigurosidad de la ciencia de finales del siglo XIX. Factores de error (por así llamarlos) abren la puerta a esa potencia formadora y creadora llamada inconsciente, misma que se manifiesta en lapsus, sueños, chistes, olvidos, actos fallidos y finalmente en la terapéutica del síntoma.

    Aquello que no es visto como razonablemente justificable para los estudiosos de la personalidad es abordado hasta el cansancio por un Freud que intenta dar estructura a los procesos inconscientes del hombre en su propio tiempo; busca sistematizar más no legislar sobre la mente indefinida de los seres humanos. Hinca el diente en la llaga de los racionalistas que fueron incapaces de esclarecer los fenómenos inalcanzables a la comprobación de procesos que ni siquiera terminaban de aceptar como existentes.

    En el caso del psicoanálisis freudiano, encontraremos en palabras de su autor, una distinción entre el término Inconsciente (Umbewusst) y la inconciencia emanada de las filosofías. Freud en Nota sobre el concepto de lo inconciente en psicoanálisis (1912) menciona una presencia latente del contenido de la representación inconsciente lo que provee de una ruptura epistemológica del psicoanálisis con los sistemas filosóficos ya mencionados, pues será en la medida en que la oposición consciente – inconsciente sea granjeada por una unión entre realidad externa y realidad psíquica, que el psicoanálisis dará el nombre de inconsciente descriptivo.

    Posteriormente, Freud hablara de una distinción del inconsciente como dinámico en tanto se experimenta en conflicto psíquico entre el sistema de percepción – conciencia y el contenido latente de corte inconsciente que pulsa por su contacto con el exterior y cuyo contenido comporta un problema para el primer sistema pues a pesar de trabajo, estos pensamientos se mantienen alejados de la conciencia. Será en esta definición del inconsciente dinámico cuando Freud aclare que el inconsciente en psicoanálisis se aleja de la historia de las ideas de inconciencia pues ésta refiere a una conciencia inconsciente, que puede volverse a encontrar, a esto Freud lo llamará preconsciente al que le antepondrá una barrera que será la represión ante los fenómenos inconscientes.

    Finalmente, Freud propondrá la idea de Inconsciente como sistema que se da a conocer por el signo distintivo de ser inconcientes los procesos singulares que lo componen, esto es una definición que permitirá al psicoanálisis constituirse como una disciplina fuera de toda filosofía, de toda concepción del mundo (weltanschauung) en tanto clínica del inconsciente individual. Mas en este momento no se podrá ocultar, como menciona Assoun (2006), que en Freud siempre se deja observar una ambición de constituir una “ciencia del inconsciente” que ostente una forma de sistematización de un conocimiento que arroje mediante un nuevo método, un saber acerca de un nuevo régimen psíquico a la par de un conflicto originado en este dentro de una dimensión económica; ante esta exposición sui generis surgirá la propuesta de una nueva tesis que será la metapsicología que Freud desarrollara en 1915 para aproximarse más a un discurso científico casi imposible que dé cuenta de una sistematización de un proceso lógico diferente como es el inconsciente. En palabras de Freud en Pulsiones y destinos de pulsión de 1915:

    “Muchas veces hemos oído sostener el reclamo de que una ciencia debe construirse sobre conceptos básicos claros y definidos con precisión. En realidad, ninguna, ni aun la más exacta, empieza con tales definiciones. El comienzo correcto de la actividad científica consiste más bien en describir fenómenos que luego son agrupados, ordenados e insertados en conexiones. Ya para la descripción misma es inevitable aplicar al material ciertas ideas abstractas que se recogieron de alguna otra parte, no de la sola experiencia nueva. Y más insoslayables todavía son esas ideas -los posteriores conceptos básicos de la ciencia- en el ulterior tratamiento del material. Al principio deben comportar cierto grado de indeterminación; no puede pensarse en ceñir con claridad su contenido”. (Freud, 1915/2005 p.113)”

    Vemos ahí un punto de choque detectado por Assoun (1982) y repasado por Law- Whyte (1967) pues después de enfrentarse en una crítica fuerte con los filósofos racionalistas, el psicoanálisis desde su creación tomará basada esta lógica que tachaba de adversa para poder dar cuenta de otra que le es totalmente ajena. Antes esto sólo podemos dejar el paso al debate aunque psicoanalistas como Jacques Lacan hayan dado una nueva alternativa a este caso que es la ubicación del sujeto en psicoanálisis como el anverso del sujeto de la ciencia en tanto emana de él, desde su racionalidad es que podrá elucidarse su diferencia.
    Es por esto mismo que al hablar del inconsciente freudiano no podemos dejar de lado la inconsistencia racionalista tan necesaria para el surgimiento de la disciplina psicoanalítica como su síntoma, como aquello que toma al discurso de la ciencia desde su falta, mostrándose así como poseedora de una verdad no abordable en el discurso racional pero enunciada en el fondo desde aquello que llamaremos la alteridad del inconsciente.

    Es en conclusión que una vez realizado este recorrido, se puede entrever un principio de relación entre el racionalismo que orienta a la conciencia y su posterior inconsistencia en la formulación de argumentos dando paso a las primeras vagas concepciones de la inconciencia como proceso negativo a la primera, como un mundo oscuro al que es imposible entrar sin ser seducido por la sin razón, un mundo regido por las pasiones creadoras de dudas, de fundamentos que obligan a dar vida a una gama de actividades que ahora en la cultura damos por sentadas pero que sin embargo no han encontrado eco al preguntarse por sus inicios, este rasgo que da originalidad a la teoría freudiana es de considerarse a pesar de revisiones históricas que si bien dan un indicio del surgimiento de sistemas de pensamiento que pudieron haber servido de influencia para el psicoanálisis hoy por hoy no han sido causantes de que al formular esta teoría se haya tomado el toro por los cuernos al relegar a la conciencia a ser un producto de las formaciones de una base inconsciente, de dar un paso a la estructuración de una posibilidad dentro del pensamiento occidental como parte velada de un saber que no hubiera surgido mas que del error (lapsus) de una postura filosófica tan importante en la actualidad de las ciencias como es el racionalismo cartesiano, que a falta de dar cuenta de sí misma, muestra sus formaciones del inconsciente en un periodo histórico dando paso a síntoma psicoanalítico.

    BIBLIOGRAFÍA:

    • Assoun, P. L. (1982) Introducción a la Epistemología Freudiana. Siglo XXI Editores, México D.F.
    • Freud, S. (1912) Nota sobre el concepto de lo inconciente en psicoanálisis en Obras Completas Biblioteca t. XII Buenos Aires: Amorrortu, 2005.
    • Freud, S. (1915) Pulsiones y Destinos de Pulsión en Obras Completas Biblioteca t. XIV Buenos Aires: Amorrortu, 2005.
    • Freud, S. (1920) Más allá del Principio del Placer en Obras Completas Biblioteca t. XVIII Buenos Aires: Amorrortu, 2005.
    • Freud, S. (1930) El Malestar en la Cultura en Obras Completas Biblioteca t. XXI Buenos Aires: Amorrortu, 2005.
    • Law Whyte, L. (1967) El inconsciente antes de Freud Editorial Joaquín Mortiz México D.F.
    • Schopenhauer, A. (2000) El Mundo como Voluntad y Representación Editorial Porrúa Colección Sepan Cuantos… # 419 México D.F.