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  • La otra memoria como objeto del psicoanálisis.

    La otra memoria como objeto del psicoanálisis.

     Griselda Sánchez Zago

    (…) por razones de método y en forma esquemática, podemos agrupar todos los síntomas en dos clases: corporales y mentales (…). Tales enfermos son generalmente de carácter hosco, de aspecto tétrico y poco agradable, a causa de sus temores, pesares, torpeza y lasitud. Demuestran ineptitud en la realización de cualquier tarea o en el ejercicio de alguna profesión. Sin embargo, su memoria es buena por lo común; suelen tener agudo ingenio y gran perspicacia. La naturaleza cálida y seca de su cerebro explica que el sueño sea anormal y pasen muchas noches en vela, a veces durante un mes y no raramente todo el año (…)
    Anatomía de la Melancolía. Robert Burton.

    El tema para el coloquio que hoy nos convoca el festejo del  10º. Aniversario de nuestra revista electrónica es un tema rico en perspectivas, tan vasto como el hecho de que los que conformamos el comité editorial provenimos de diversas escuelas, ámbitos y formas de pensamiento; con eso y la tenacidad de Julio Ortega para seguirnos reuniendo y proseguir la tarea de difundir el psicoanálisis, nos ha permitido sostener este espacio virtual que hoy día nos permite estar presencialmente con ustedes.

    Me ha parecido que el tema, compete a la dialéctica entre el hacer y el decir. Cómo pensamos el objeto del psicoanálisis? Cómo hace de efecto en nuestro quehacer cotidiano? Estas y muchas otras preguntas surgen, he escogido como referente para nuestro tópico trabajar el Proyecto de Una Psicología para Neurólogos, escrito en 1895. Porqué el Proyecto… en los albores del siglo XXI? me parece que plantea, vislumbra y constata lo que más tarde será la columna vertebral de la teoría y la clínica psicoanalítica. Es un texto fundamental que hoy día reaparece después de haber sido olvidado, no solo por Freud, sino por los teóricos que le siguieron después de haber encontrado el texto entre papeles. Pero lo olvidado retorna, y retorna incluso de una manera diferente, con un futuro anterior con lecturas y experiencias clínicas mediante a lo largo del discurrir del tiempo. Los principales conceptos que desarrolla a lo largo de su generosa obra están esbozados en este texto, escrito en dos semanas, comenzado en el tren, de regreso de ver a Fliess, aunque poco después lo vio con escepticismo “Ya no acierto a comprender mi propio estado de ánimo cuando me hallaba dedicado a incubar la psicología”, y así, vio la luz pública en 1950. Regresar a los orígenes es regresar a leer a Freud.
    Cuando Freud escuchaba a sus pacientes descubrió algo que llamó la segunda conciencia, a lo que después le denominó inconsciente. La dimensión de lo inconsciente es difundido y sostenido por todo psicoanalista, retomo a Leclaire al hablar del objeto del psicoanálisis como lo irracional en el sentido de que ninguna media es igual pero, cuál es la naturaleza del este objeto del psicoanálisis? El objeto del psicoanálisis es la otra memoria?
    Porqué regresar a esa pregunta hoy día? Se parece a la pregunta qué hacen los niños a los papás: de dónde vienen los niños? Encontraremos muchas respuestas, que muchos definen como “inocentes” cualquier cosa que se quiera entender por eso, desde la cigüeña, la semillita, o la del amor, por mencionar algunas. Pero la respuesta que casi no encontramos es la del deseo: “porque deseábamos tener un hijo, porque deseábamos tenerte”, así, así es como ha nacido el psicoanálisis, con el deseo de descubrir, de develar, de dar cuenta, y en este deseo también me ubico yo.
    Freud, en su búsqueda de cómo hacer consciente lo inconsciente, encontramos dos momentos: El de la primera tópica donde se intenta que un proceso psíquico restablezca conexiones, comunicación entre los elementos reprimidos encontrados en el inconsciente, y el sistema preconsciente/consciente (Pcc/Cc), y en la segunda tópica donde se puede resumir en un aforismo” donde eso era debo yo advenir”, me parece que uno no puede acceder a la segunda tópica si antes no privilegiamos la primera, la cual no solo da cuenta del contenido de lo reprimido, sino que podemos reconocerlo como los cimientos del deseo, de ahí la importancia de leer y releer el Proyecto de una psicología para neurólogos de 1895, primer intento de construcción de una teoría del aparato psíquico, se trata de la significación estructural del aparato psíquico.
    Freud plantea el consciente como una escisión del inconsciente, con características diferentes una de la otra. “1)implica a las nociones de defensa y de represión tal como operan en el síntoma: es decir, lo inadmisible de toda experiencia sexual primera es un hecho de estructura, y 2) en la operación de defensa resultante, la representación es separada del afecto, por tanto, da posibilidad de que la representación pueda inscribirse como huella mnémica y ser reprimida, en tanto que el afecto no puede ser reprimido y al estar libre se va a vincular con otras representaciones o huellas mnémicas y va a producir efectos erráticos de carácter sintomático” (Leclaire).
    Haciendo un breve recorrido: Freud nos introduce en su propuesta de teoría del aparato psíquico comenzando por los fundamentos fisiológicos de la inhibición, las neuronas, que más tarde las convertirá en representaciones y son aspecto fundamental.
    Distingue dos sistemas de neuronas: El sistema fi corresponde a un sistema de recepción de estímulos externos y el sistema psi, a un sistema que registra el paso de los estímulos internos. El sistema psi se encuentra protegido del exterior por el sistema fi y es quien constantemente recibe estímulos endógenos del “interior”. Como organismos, hay una tendencia natural a la descarga de cualquier cantidad acumulada (Q), a esto Freud le denominó función primaria, la necesaria descarga bajo el principio de inercia, y así podría quedarse hasta que llegara la muerte.
    Para que esto no suceda –cuando menos de manera inmediata- El núcleo de psi recibe su carga desde estos estímulos internos y mantiene un nivel constante de manera tal que permite controlar la descarga precipitada inhibiendo, o retardando el flujo de Q, este núcleo, el yo, desempeña su característica principal inhibidora modificando el valor relativo de las facilitaciones o resistencias de las paredes (barreras-contacto) y evitando que Q se desvíe hacia las neuronas motoras, que llevarían a la acción inmediata.El aparato psíquico podemos decir que sirve para huir de aquello de lo cual no se puede huir, es decir, del dolor interno.
    Estos estímulos internos (precursores de lo que después se llamarán pulsiones) solo pueden cesar su presión a través de una acción denominada “específica”, se necesita una operación que haga acopio de una cantidad de Q que no se descargue completamente y que se mantenga constante, esto que Freud denominó como apremio a la vida o ananké, detiene o inhibe la tendencia al nivel cero del principio de la inercia, esto es lo que se denomina función secundaria.
    De la división que hace Freud, aparece un sistema que corresponde a la memoria, es decir, queda el registro del paso de Q, es decir, al pasar de fi a psi, éstas cambian su valor y si aparece un estado interior de necesidad, una acción específica permitirá la descarga y dará lugar a facilitaciones entre la representación catectizada y las percepciones que acompañan a esta primera vivencia de satisfacción. Bueno, vamos un poco más despacio:
    Así Freud, diferencia las células de percepción y las de recuerdo, las primeras corresponden a lo que posteriormente llamará sistema cc y a las segundas Icc, entendiendo recuerdo como aquello que aparece en los síntomas o formaciones del inconsciente, lo reprimido, es decir, en palabras de Freud: la memoria sería el poder de una vivencia para producir efectos, memoria que está constituida por las facilitaciones o huellas existentes entre las representaciones, señala el camino.
    Pag 347. Nos dice Freud que “el sistema fi es aquel grupo de representaciones al que llegan los estímulos externos, y el psi, es aquel que recibe las excitaciones endógenas, entonces no habríamos inventado a fi o a psi, sino que los habríamos encontrado, resta identificarlos como consabido”. Me parece que podríamos leer que Freud aquí habla de que los objetos son encontrados. Y precisar lo que viene de afuera, excita, y lo que viene de adentro es lo que da placer o displacer.
    Así, el sistema psi no tiene conexión con el mundo exterior, solo recibe estímulos del sistema perceptual y de las pulsiones.
    Así tenemos que en un primer acto la facilitación producida es una representación de huella, y el quitarle la carga, la tensión, o lo displacentero, es la actividad de representar.
    La estructura que Freud plantea es que se da a partir de una diferencia y que la función sería el de representar.
    El fracaso de este dispositivo es el dolor, y deja huellas, facilitaciones, que hacen que se cancelen las barreras y pasan de manera automática para como funcionamiento primario, sin resistencia alguna para la descarga, no puede alejarse del estímulo doloroso y esta vía queda facilitada.
    Cuando a Freud la explicación neurológica no le permitía explicar más allá de los fenómenos conscientes, enfatiza el principio de placer/realidad en lugar de los principios de constancia y de inercia, dice que lo natural solo percibe cantidades y la conciencia cualidades; la cualidad permite alejarse de la cantidad, en otras palabras, aquello que resulta displacentero, que es aquello que se percibe, va a permitir el movimiento de apartamiento, veamos cómo lo vincula: las percepciones comienzan a diferenciar el recuerdo del movimiento, la diferencia comienza a aparecer.
    Nos dice que hay noticias de las cuales no nos enteramos o si nos enteramos es de manera distorsionada, aquellos fenómenos los denominó inconscientes. La conciencia es la que nos permite dar cuenta de las sensaciones, del movimiento, ya que de otra manera no podríamos diferenciar la percepción, del recuerdo; la conciencia aparece como una necesidad de no descarga. Y nos dice que “es el lado subjetivo de todo acontecer psíquico”. Es inseparable de la percepción, así, el sistema perceptual consciente es para afuera y para adentro, si me permiten decirlo así, ya que en el decurso de la energía, que más tarde será la pulsión, le da una naturaleza de tiempo temporal al cual denominó periodo, algo que permite la inhibición el detener el decurso de las excitaciones, una especie de filtros para poder dar cuenta de las posibilidades de disminuir las sensaciones de displacer. Así entonces, el contenido de la conciencia son las cualidades sensibles, las sensaciones de placer y displacer.
    Para la percepción de los estímulos Freud le da importancia a la periodicidad, esta debería ser discontinua, ya que la continuidad no ofrece una diferencia, un umbral que permita reconocer lo no otro y provocar, por tanto el movimiento que ejercerá su acción de desprendimiento o desligazón.
    El núcleo de Psi, lo icc, está en conexión con las sensaciones internas, ya vimos que son las placer/displacer, pero deberá haber un camino directo que lleve desde las excitaciones del cuerpo hasta las neuronas psi, sin que haya barrera, a esto Freud le denominó resorte pulsional, veamos que lo pulsional, anclado en el organismo los estímulos endógenos son intercelulares, continuos y a veces devienen psíquicos, hay efecto psíquico si las cantidades llevadas tropiezan con una resistencia y, por tanto, la cantidad aumenta, esta acumulación actúa ya como si fuera continua, hay un proceso de sumación, tras la descarga, psi recobra su resistencia y así dejan huella.
    Para dar cuenta de todo este proceso, Freud hace acopio de su experiencia y da el ejemplo de el recién nacido, para hablar de que la experiencia de la vivencia de satisfacción es a través del otro, hemos visto la única posibilidad de huir de los estímulos internos es a través del auxilio ajeno, hay una acción específica que consiste en que un otro se acerca en virtud del re-conocimiento del desvalimiento del que llora, se acerca y produce una alteración interior -la llamamos memoria-. Así, entre el cuerpo de la necesidad (por ejemplo, el hambre), y la vivencia de satisfacción hay memoria del movimiento corporal, si bien sabemos que le fenómeno perceptual no es psíquico, lo que sí lo es, es lo que está en lo visual. Recordemos que la percepción no tiene memoria. El todo- continúa Freud- es lo que constituye la vivencia de satisfacción, el bebé en tanto cancela el hambre con el acto de mamar y la madre que se acerca a proporcionarle el alimento, el cuerpo en cuestión ahora erogeneizado pasa a tener una huella a través del recuerdo de esta vivencia motora. Así, las percepciones acompañantes que llegan a psi a través de fin, -la imagen visual del pecho y los movimientos musculares que intervienen en el acto de mamar- pasan de fi a psi y crean facilitaciones entre las neuronas de la necesidad –del hambre- y las de las percepciones. Cuando vuelve a surgir la necesidad, Q fluye entonces de la “neurona de hambre” a la imagen del pecho y a la imagen motora de mamar y se descarga en fi, esto será en psi, el recuerdo imagen-movimiento, pero la repetición de la experiencia no lleva a una satisfacción, real, el hambre no se quita y se siguen acumulando estímulos endógenos, desde el interior, Aumenta el displacer en el aparato psíquico y entonces, al recuerdo de esta imagen movimiento se produce la expresión de las emociones –entre ellas el grito- para descargar la Q acumulada a través de las vías motoras. Esta experiencia de satisfacción elude al sujeto a menos que alguien sea atraído por estas descargas motoras y le brinde la ayuda específica. Así, el grito sienta las bases para todo entendimiento de lo común entre los seres humanos y la impotencia del bebé sienta las bases de toda moralidad. Bueno, ya en este segundo momento están sentadas las bases, la aparición de la pulsión de la cual solo tenemos conocimiento a través del afecto. La acumulación de Q hace que reaviva el deseo o el estado de esfuerzo, la investidura traspasa los dos recuerdos y los anima. Esta imagen recuerdo, es la percepción perdida que vale cuyo deseo alucinatorio queda asociada con la huella mnémica que dejó la excitación.
    A pesar de la fortuita accidental de la experiencia de satisfacción, no podemos impedir que siga existiendo displacer, lo que ahora se necesita es un medio para mantenerlo al mínimo de tal manera que la descarga pueda llevarse a cabo en la realidad, , en el campo de la percepción, no de la alucinación, es el dolor el que sostiene al individuo y al objeto cuando no se encuentra, el dolor es sentido como displacer, si displacer es un acrecentamiento de Q, en la reproducción de la vivencia es decir, del afecto, solo sobreviene la Q que inviste al recuerdo. Aquí, ya hay representación, y esta es la que lo hace soportable. En el parágrafo sobre la vivencia de dolor, Freud dice que los restos de estas dos vivencias (de dolor y de satisfacción) son los afectos y los estados de deseo, la tendencia a investir la vivencia de satisfacción, aquí aún no le da el nombre, pero nosotros podemos ya pronunciarlo: deseo.
    Merced a la vivencia de dolor, la imagen-recuerdo del objeto hostil ha conservado una facilitación privilegiada con una amplitud exponencial.
    A las vivencias primarias de dolor hay una defensa reflectoria, y los afectos se desplazan de una representación a otra. De estado de deseo hay una atracción y de la vivencia de dolor, una repulsión, son estas: la atracción de deseo primaria y la defensa primaria, o represión. Cito: La emergencia de otro objeto en lugar del hostil fue la señal de que la vivencia de dolor había terminado y el sistema psi intenta –instruido biológicamente-, reproducir en psi el estado que definió el cese de dolor. Estos dos procesos, atracción de deseo y represión dan lugar al yo, el cual alcanza su primer objetivo, inhibiendo cualquier afluencia de grandes cantidades de excitación, y hasta que recibe “instrucciones “ de la realidad, que e suponen que la imagen recuerdo deseado, coinciden con las percepciones recibidas del exterior. Cuando se ha alcanzado una “identidad perceptual” es que el yo refleja su cualidad inhibitoria y no solo obtiene la satisfacción de la necesidad, sino que la experiencia de satisfacción se repite en realidad. Esta inhibición la consideramos como la defensa primaria, el yo repite las vivencias por el camino de la inhibición, podemos decir que todos los procesos psíquicos son posibles si hay un yo inhibitorio, se pospone para obtener placer, para buscar la identidad perpetua a través de las facilitaciones que produjeron las acciones, esta inhibición, esta búsqueda de la identidad es un proceso de pensamiento, una vez conducido este proceso de pensamiento,, que da lugar a la identidad de pensamiento, el yo libera las vías que ha encontrado para llevar al recuerdo la experiencia de satisfacción:; se realiza un conjunto de acciones, qué es lo que hace que el yo pueda diferenciar el recuerdo de las percepciones? las señales que da la realidad. El yo sufre desvalimiento y prejuicio porque en el estado de deseo, el objeto no tendrá presencia real solo representación-fantasía (prolegómeno del fantasma?), cómo lo distinguirá? Por un signo: la representación, el movimiento de representar; la pulsión. Porque se investirán otras que están al lado o que se parecen, entonces, la satisfacción no devendrá, pero Freud introduce el subsistema que permitirá darle atención al pensamiento y menciona que éstas son las asociaciones del habla. Un yo investido, permite pensar. Denomina procesos psíquicos primarios a la investidura deseo hasta la alucinación, el desarrollo total de displacer, que conlleva el gasto toral de defensa, y procesos psíquicos secundarios, a aquellos que son posibilitados solamente por una investidura del yo y que constituyen un retardo de los primeros, la condición de los segundos es una valorización correcta de los signos de realidad objetiva, solo posible por la inhibición del yo. Intentar igual lo percibido de lo recordado, es el acto de pensar. Forrester habla de asociaciones del habla, las cuales proporcionan un sistema circunscrito a lo visto y oído, es decir, a la percepción y al movimiento, algunos recuerdos, entonces pueden catectizarce por semejanza o cercanía, y entonces las asociaciones del habla constituyen una rama afluente con indicación de cualidad, de modo que ahora la atención puede dirigirse hacia el pensamiento, pero el habla no solo hace posible la cognición, también permite registrar el pensamiento, tratarlo como si fuera experiencia.
    El pensamiento, entonces, son pequeñas afluencias de Q hacia psi, dirigidas por el yo. Si la búsqueda de identidad realizada por el yo es exitosa, entonces, sobreviene la descarga, pero si la percepción no armoniza con la investidura-deseo, este complejo se descompondrá, por comparación con otros complejos de percepción a través del lenguaje, es decir, a través del NO, “el juicio y desentrañará la semejanza que existe entre el núcleo del yo y el ingrediente constante de percepción, la neurona a será llamada Ding (cosa del mundo) y la neurona b, su predicado (actividad o propiedad)”. El juzgar es, por tanto, un proceso psi posible solamente después de la inhibisión del yo, y es provocado por la desemejanza(NO) entre la investidura-deseo de un recuerdo y una investidura-percepción semejante a ella, La discordancia, permite el envión hacia el trabajo de pensar, que a su vez, finaliza con la concordancia, es decir, con la negación., Pero adónde nos lleva todo este rodeo? Me parecía oportuno situar el Proyecto en la base de todo, pero principalmente dar cuenta de la teorización freudiana del aparato psíquico que da cuenta del inconsciente, y de la pregunta que hice al principio ¿cómo puede hacerse conciente una representación icc? Ya vimnos los fundamentos de las huellas reprimidas, pero y el afecto?
    Leclaire nos dice que El estado afectivo es la forma en la que podemos dar cuenta de la pulsión. Freud, en Lo Icc nos dice que si una pulsión no estuviese ligada a una representación, si no se tradujera por un estado afectivo, permanecería totalmente ignorada por nosotros. El estado afectivo es otra forma de presencia de la pulsión.
    Freud planteaba dos hipótesis para poder dar cuenta de cómo una representación podía pasar de un sistema a otro, es decir, cómo pasar del sistema Icc al sistema Pc-cc, cómo es que se comunican y de cómo se podía levantar la represión:
    La primera de las dos posibilidades es que la fase cc de la representación corresponde a una nueva inscripción de la misma representación en otro lugar. La segunda posibilidad es la de un cambio meramente funcional, aquí Freud describe su clínica: supongamos que adivinamos la representación reprimida, es decir, si uno comunica al paciente la representación reprimida, esta comunicación obtiene como resultado un nuevo rechazo de la representación bajo dos formas en dos espacios distintos de su aparato psíquico.
    La represión solo se levanta cuando la representación consciente ha podido ponerse en relación, una vez superadas las resistencias, con las huellas mnémicas Icc. Aquí el problema viene dado en relación con la identidad de lo comunicado por el paciente y su recuerdo reprimido que es tan solo aparente. Recordemos el asunto de los recuerdos encubridores.
    “el haber oído y vivido son cosas de naturaleza psicológica diferente, aún cuando su contenido es idéntico”
    La cuestión de todo es si cuando una representación se transforma y pasa de sistema Icc al Pc debemos admitir que lleva enlazada ¿una nueva inscripción de dicha representación? O se pensará más bien que la transferencia es un cambio de estado realizado con la ayuda del mismo material y en una misma localidad?
    En el campo de la primera tópica, una misma representación existe en el aparato psíquico bajo dos formas diferentes. en otras palabras:” la represión constituye, por la escisión que instaura, a la vez una similitud entre dos iguales (una misma representación) y a la vez una diferencia entre dos no iguales (dos estados distintos). Leclaire da un ejemplo: a través de la representacipon icc de una moción pulsional de tipo agresivo oral, “krop” huella mnémica icc, cosecha de una impresión acústica como la marca de aquellas cosas oídas que constituirán el núcleo del fantasma y todos los desplazamientos que la onomatopeya puede hacer surgir. Esta tentativa de descripción el estado icc de una representación se inscribe en un registro de comentario de los términos freudianos “recuerdo reprimido” y “haber vivido”.
    Así, el objeto del psicoanálisis se caracteriza por un igual-no igual, lo cual lleva al aparato psíquico a pedir de favor la etiqueta de identidad. Freud encuentra esto mismo desde el punto de vista económico en el concepto de pulsión, siempre apuntando a la problemática del placer.
    Toda actividad psíquica tiene por meta procurarnos placer y evitarnos displacer, evitar displacer lleva irremediablemente a hablar, en el lenguaje de la segunda tópica, al ejercicio soberano de las pulsiones de muerte para llevar todo a cero. Sabemos que la madre, como ausente, produce la pulsión de muerte, porque le dice al bebé que él no es su objeto de deseo: introduce al tercero a través de su ausencia: un NO.
    Podremos decir, entonces, que el aparato psíquico, ya sea en su dimensión tópica, dinámica, económica o estructural, nos permite dar un rodeo, esquivar, aunque sea un rato, a la muerte.
     
    Tlalpan, mayo 2011
  • Acerca del objeto del psicoanálisis.

    Acerca del objeto del psicoanálisis.

     Felipe Flores Morelos

    “Ni tanto, ni tan poquito”. Pensamientos en torno a la epistemología del psicoanálisis o “De dilemas, oposiciones y construcción de representaciones compartidas”.

     En este texto se desea abordar un tema difícil no solamente por su naturaleza intrínseca, sino también debido a que se sitúa en el centro de la problemática epistemológica contemporánea de las ciencias y del psicoanálisis en particular; además, lo que aquí voy a decir se aparta de las posturas de moda, tanto las defendidas en el continente europeo (las posmodernas), como las que se solían defender en la isla británica (las analíticas). En verdad se trata de rescatar ciertas posturas cognoscitivas y epistemológicas que en mi opinión se abandonaron en la historia de la filosofía irreflexivamente, y que ahora resurgen en la literatura.

     
    El contexto.
    Nos movemos hoy en un universo conceptual complejo, polisémico y fecundo en malos entendidos. Atravesados por la presencia de múltiples tradiciones de pensamiento nuestros términos son con frecuencia fuente de equívocos. La significación de nuestras palabras cambia de un autor a otro, de un texto al otro, de un párrafo al otro, de una línea a otra, de un contexto a otro, sin que, no obstante esto, explicitemos los constantes cambios de sentido en los que nos movemos. Tendríamos que estar estableciendo constantemente la definición de las palabras que usamos y el modo como las usamos. Las palabras se desgastan y envejecen, cada una está habitada por los siglos.
     Tendríamos que situar también, agrupar en familias, en la diacronía de su constitución, las semejanzas y las diferencias entre las diversas racionalidades y ejes de oposición en que nos situamos de manera, con frecuencia, impensada e irreflexiva.
    De la misma manera, necesitaríamos dar cuenta de las múltiples herencias intelectuales, ideológicas y de intereses que nos transmiten tomas de posición, conflictos y restricciones de perspectiva que no hemos asumido conscientemente. Así, sin pensarlo, suponemos fundamentos y rechazamos puntos de vista simplemente porque “así se hace desde hace tiempo” o se acostumbra en el espacio de alguna “moda intelectual”.
    Tendríamos que poder cuestionarlo todo, no dar nada por supuesto, y volver a empezar, cosa imposible, con joven y fresco entusiasmo de pensar de nuevo.
    Pero entre nuestro deseo de saber, la esperanza de lograrlo, y la presión institucional, académica, política, y el medio conceptual en el que estamos inmersos existe una relación de malestar. Entre la complejidad del discurso en que estamos atrapados y nuestro deseo de saber hay un conflicto: el malestar de nuestra cultura psicoanalítica.
    Empirismo/idealismo, sentidos/razón, cuerpo/mente, empirismo/racionalismo, sujeto/objeto, univocismo/equivocismo, omnipotencia/escepticismo, positivismo univocista/escepticismo equivocista, cientificismo/sociologismo, génesis/estructura, sincronía/diacronía, ciencia/hermenéutica, naturaleza/cultura, physis/techné, uno/múltiple, singular/general, continuismo/discontinuismo, verdad/ilusión… ¡Cuantos dilemas y oposiciones! ¿Habrá que elegir forzosamente? ¿Cada uno de estos ejes de oposición implica necesariamente la elección/exclusión?
    Juguemos un poco: ¿Todo empirismo se opone al idealismo? ¿No colocan los marxistas al empirismo entre los idealismos? ¿No es equivalente empirismo y materialismo? ¿No es el materialista necesariamente un realista y por ello contrario a un idealismo solipsista? ¿pero, se oponen la experiencia y las ideas? ¿se excluyen necesariamente la experiencia de los sentidos y la razón raciocinante? ¿Son Platón y Aristóteles inconciliables? ¿Lo son Hume y Spinoza? ¿No había intentado conciliarlos Kant? ¿No hay algo intermedio entre lo unívoco y lo equívoco? ¿no son todos ellos, racionalistas y empiristas, idealistas como aseguran los marxistas, que por materialismo entienden un cierto realismo?¿Tendremos que decidir entre todo o nada en cuanto a la posibilidad de saber, de saber que sé? ¿Sólo la ciencia, entendida estrechamente como en el positivismo lógico de Reichenbach o Carnap, produce conocimiento confiable? ¿El psicoanálisis, si no es ciencia es necesariamente hermenéutica o es solamente delirio compartido? ¿Son realmente excluyentes entre sí Verstehen y Erklären? ¿Son ciencias las ciencias sociales o solamente las naturales? ¿Es metafísico cualquier realismo? ¿Son mutuamente excluyentes naturaleza y cultura? ¿Qué cultiva la cultura?
    Ante la pregunta sobre el objeto del psicoanálisis, o mejor, sobre la objetividad del conocimiento del psicoanálisis, sobre la posibilidad de tener un conocimiento objetivo de la subjetividad, se plantean las mismas cuestiones que acerca de la posibilidad del conocimiento en general: hay posturas realistas, objetivistas, subjetivistas, empiristas, escépticas, etc.
    La epistemología vs las epistemologías… ¿será lo que aquí pienso y propongo una más?
    Para contestar a la pregunta ¿miramos primero a la realidad o al sujeto que la mira? Si decimos que primero a la realidad porque la realidad determina el modo como la conocemos y como nos acercamos a ella, habrá quien sostenga exactamente lo contrario, que el pensamiento determina al objeto que podemos captar y conocer.
    En estas posturas se exasperan los extremos, como si el objeto frente al sujeto no ejerciera ninguna acción y toda la actividad fuera la del intelecto (racionalistas) o como si el intelecto fuera frente a los datos sensibles totalmente pasivo (empirismo). Sin embargo, ambas posturas coinciden en ponerlo todo del lado del sujeto, negando la posibilidad de un conocimiento transubjetivo del objeto, ya sea perceptual o inferencial, inductivo, abductivo, abstractivo, y de esta manera se oponen ya sea al realismo extremo e ingenuo, ya a cualquier otra clase de realismo por más crítico o moderado que sea.
    Ante los extremos empirista o racionalista, optimista y pesimista, escéptico y agnóstico o positivista, etc. Se nos antoja decir: “Ni tanto ni tan poquito”. No hay verdad absoluta y perfecta, sino juicios parciales, pero no todo es relativo ni obscuro. Hay juicios más verdaderos que otros, conceptos razonables y probables. No todo es dicho en el equívoco de la metáfora, ni la teoría se adecua del todo a la realidad. Ni el juicio se adecua del todo a la realidad, ni la realidad se nos devela completa ante los ojos.
    Voy a tratar de hablar de la Verdad (sí, así, con mayúsculas), de la búsqueda de la Verdad y del conocimiento. Es decir, me preguntaré si el psicoanálisis es una actividad que lleva a conocer la verdad de algo, y diré que sí ¡imagínense ustedes el escándalo! El asunto tiene que ver con aquello que se dice, con el hablar de algo, con las maneras de referirse a algo o afirmar alguna cosa de cualquier otra. Pues bien, sostengo que el psicoanalista puede decir algo de ciertas realidades, puede saber algo de ellas y referirse a las mismas afirmando o negando algo de ellas, y que esto lo puede hacer válidamente, aunque con modestia, sabiendo que se puede equivocar. Es decir, el psicoanalista juzga de ciertas cosas porque cree conocerlas por lo menos un poco. Por esto el tema del saber tiene que ver con el asunto del hablar. Uno habla de lo que cree saber. Si no, mejor es no hablar. Pero así como hay muchas maneras de hablar de algo, hay muchas maneras de saber; bueno, por lo menos algunas.
    Y es que el saber se dice de muchas maneras, igual que el hablar se dice de varias maneras. A lo mejor esto tiene algo que ver con aquello de lo que se habla; quizá eso de lo que se habla tiene algo que hace que podamos referirnos a ello de maneras múltiples y variadas, como si las cosas de que hablamos fueran también de muchas maneras. De hecho decía Aristóteles que el Ser se dice de múltiples maneras.
    Analógico es porque el sujeto cognoscente está atravesado por el deseo, la fantasía, la represión, etc. Y porque no puede captar todo de nada, sino solo una parte, un aspecto, un momento, y porque captar algo no es lo mismo que captar nada, porque hay una prueba de realidad, y porque aunque no puede conocer todo totalmente, conoce algo parcial y realmente. Esto es lo analógico: que lo que digo del Inconsciente o de la Pulsión, por ejemplo, no la agota, no la esclarece totalmente: hay una distancia entre la realidad y la teoría, pero esa teoría conoce realmente algo de la realidad que trata de explicar.
    Se ponen en juego los problemas de los límites del conocimiento psicoanalítico, de su valor e importancia, del criterio y del origen de este conocimiento.
    En lo que llevamos hasta aquí dicho, como pensando en voz alta, hemos supuesto mucho. Hemos supuesto, por ejemplo, que puedo decirles a ustedes de algo y que ustedes me escuchan atenta y muy amablemente, soportando con buen ánimo las cosas que quiero decir. Suponemos, pues, un lenguaje cuyo sentido es captado lo suficientemente como para que nos entendamos. Si no fuera así ni ustedes no estarían oyendo este desaguisado. También suponemos que en las frases que enuncio hay cierta coherencia, cierta inteligibilidad, cierto orden que las hace por lo menos discutibles. Lo incoherente y sin lógica es definitivamente indiscutible. Otra suposición es que estoy hablando de algo y no de nada. Esto recorta varios temas de interés que podríamos llamar: a) el problema lógico o de la comunicación, b) el problema ontológico o de la realidad, y c) el problema epistemológico o del conocimiento.
    Estoy convencido de que estos tres problemas están entre sí entrelazados; sin embargo trataré de referirme a ellos separadamente. Trataré de poner más interés y atención en el asunto del decir, y en el asunto del saber.
    En otras palabras, y para ponerlo en una frase, este trabajo se plantea una pregunta: ¿SE PUEDE DECIR LA VERDAD EN PSICOANÁLISIS?
    Hay que decir, desde luego, que se dice de una afirmación o de una negación que es verdadera, de múltiples maneras. Y es que en esto de la verdad casi no existen proposiciones que sean totalmente verdaderas. Cuando un juicio es verdadero casi siempre lo es parcialmente. Decimos verdad cuando negamos lo que no es o cuando afirmamos lo que es. Pero nunca lo que afirmamos o negamos agota la realidad a que nos referimos. Las verdades que alcanzamos, siempre con gran dificultad, son parciales.
    Todo conocimiento es parcial pero no inexistente, incompleto pero probable, a veces cierto. El conocimiento es la mayoría de las veces, no siempre, solamente analógico, pero no metafórico. No todo es relativo. Ni todo ni nada: algo. No todo se reduce al problema de la demostración, validación, o verificación. Los métodos son para cada objeto material y formal. Cada objeto tiene su propia manera de conocerse. Ninguna teoría agota la realidad, todas la recortan, la presentan desde un punto de vista particular.
    A veces afirmamos lo que no es y negamos lo que sí es; a estos juicios los llamamos falsos. Yo pienso que con frecuencia afirmamos o negamos falsamente. A veces, sin embargo, afirmamos o negamos con verdad. Es muy difícil saber cuándo algo es verdad, pero tampoco hay que irse a los extremos y pensar que podemos hablar siempre con verdad o que lo que decimos dice todo de eso de que hablamos; ni tampoco hay que descorazonarse y pensar que la verdad no solamente es difícil de alcanzar sino imposible y que no es ni siquiera probable que podamos conocer algo verdaderamente y tener la certeza de ello. Ni el optimismo absoluto y estulto, ni el pesimismo cognoscitivo y depresivo. Para algunos se trata de referirse a las cosas de manera absoluta y perfecta, como si las operaciones que hacemos con los conceptos tuviesen que adecuarse sin sobra y sin falta a los objetos de nuestro interés. Para otros no hay verdad posible y nosotros nos comunicamos más bien de milagro, o más bien la comunicación es una ilusión y todo es una ilusión (no queda muy claro si esta afirmación de que todo es una ilusión o que nada se puede saber es un juicio ilusorio o si se sabe que nada se puede saber). Yo diría que: “Ni tanto ni tan poquito”. Me parece, en efecto, que los extremos fallan.
     Ne-utrum: ni todo a la inteligencia, ni todo a la percepción; ni todo al objeto, ni todo al sujeto: el conocimiento es un encuentro: asimilación y acomodación diría Piaget. Ni todo al método, ni todo al objeto.
    En otras palabras, ni el objeto es inerte, sino que actúa sobre el sujeto, y no toda la actividad viene del sujeto; ni el sujeto es pasivo frente al objeto. El conocimiento es un encuentro en el objeto y sujeto se determinan recíprocamente. Por eso no estamos hablando del objeto material, sino del objeto formal, en cuanto pensado o aprehendido (manifestado, revelado, acogido) y del acto de pensar lo pensado (sujeto cognoscente, objeto formal por el cual, camino o methodos).
    Tenemos cuatro posibilidades en principio: las llamaremos «absolutismo absoluto», «absolutismo relativo», «relativismo absoluto» y «relativismo relativo». El relativismo absoluto es contradictorio. Decir que absolutamente todo es relativo ¿deja fuera de todo o incluye la afirmación que hace? Si se puede afirmar algo entonces se puede afirmar algo y el relativismo no es absoluto. Habrá que preguntarse sobre las condiciones que hacen posible el poder afirmar algo. El absolutismo absoluto supone que no nos preguntamos nada y lo sabemos todo, que en ningún juicio hay algo que falla. Si no fallara y tuviéramos que pretender la verdad absoluta estaríamos ocupando el lugar de la inteligencia que causa lo que sabe: el lugar del Intelecto puro. El absolutismo absoluto no es posible. Queda el absolutismo relativo aparentemente, pero esta formulación es contradictoria, hay repugnancia entre los términos de la denominación. Esta es una casilla vacía. Finalmente sólo es accesible el relativismo relativo. Nada, pues, de absolutos en este asunto. Sólo cosas y afirmaciones relativas. Pero un relativismo relativo implica que no todo es relativo y que hay posibilidad de algo absoluto: que hay posibilidad de conocer verdaderamente algo. Estamos abandonando la dialéctica del todo o nada en el conocimiento. Algo, algo, siempre algo, y nada más algo se conoce. Pero algo es algo. No es lo mismo algo que nada ¡y esta es la gran diferencia que funda el optimismo moderado de la postura que aquí adopto!
     Ni objetivismo absoluto, ni subjetivismo absoluto. Ni verdad absoluta, ni ignorancia absoluta. Ni un agotar la realidad en la representación que nos hacemos de ella, ni una pura representación vacía. La posibilidad de conocer algo nos mueve y funda la actividad de toda ciencia: todo hombre desea por naturaleza conocer, decía Aristóteles. El que sigamos desconociendo cosas hace que esta actividad no se detenga. Unión es esta del desconocimiento con el conocimiento.
     Parecería que estamos únicamente diciendo perogrulladas. Pero sucede justamente que estas perogrulladas se han perdido en el pensamiento contemporáneo que se mueve en los extremos del univocismo y del equivocismo; en los extremos de la identidad absoluta de significado, por una parte, y la absolutamente ilusoria apariencia de semejanza; entre la identidad y la incomparabilidad. Sólo lo semejante es comparable: porque no es ni idéntico ni tampoco impertinente. En parte igual y en parte diferente: esto es lo único que podemos sostener.
    Del univocismo al equivocismo hay una medianía donde queremos sostenernos. Ni la cerrazón positivista, ni la crisis postmoderna.
    Esto que aquí decimos ha sido y es motivo de disputas y elevadas reflexiones por parte de teóricos del lenguaje, filósofos del significado, semiólogos, semióticos, lingüistas, etc .
    La cuestión se nos ha complicado: ¿qué es la verdad? ¿cómo se la encuentra? ¿cómo se sabe que se la encontró? Si la verdad es algo que se dice de una proposición ¿algo tendrá que ver con el lenguaje? ¿con el significado? ¿con la relación de referencia? ¿de qué hablamos cuando hablamos? Con las palabras… ¿significamos pensamientos, cosas o solamente palabras? ¿Nos referimos a algo que es extralingüístico? Por otra parte, una palabra (las proposiciones se hacen con palabras) ¿significa una cosa o varias? ¿Y qué relación hay entre las cosas que significamos con la misma palabra? ¿qué relación entre las palabras diversas que significan una misma cosa? ¿qué relación entre las palabras? ¿son iguales las palabras con las que hablamos de palabras que las palabras con que hablamos de las cosas? ¿son las cosas palabras? ¿las ideas son palabras? ¿todo son palabras y no hay más que palabras? ¿Podremos salir de esta prisión de nuestro lenguaje? (problema epistemológico); ¿hay ALGO de qué hablar? (problema ontológico); ¿de cuántos modos hablamos de ese ALGO que creemos CONOCER? (problema lógico).
    Entre la búsqueda del significado cero, enteramente transmisible, formal y unívoco, y la caída en la polisemia inacabable de la contextualidad y del oyente interpretante, parece que nos movemos como los griegos en el problema de lo uno y de lo múltiple, entre la unicidad parmenídea y la multiplicidad heracliteana.
    Frente a la caída de la búsqueda ideal de un saber unívoco y perfecto, uno e idéntico a sí mismo, normativo y ejemplar, se alza ahora el equívoco de la multiplicación de las miradas, las escuchas, las lecturas, las interpretaciones, las verdades de cada quién, la proliferación de las metáforas, de las metáforas de las metáforas, etcétera, de la metonimia inagotable del sentido, del vaciamiento del sentido. La filosofía analítica, univocista y fisicalista, ha dado paso en su caída a las hermenéuticas equivocistas y semiologistas. ¿La verdad será unívoca y una? ¿O será múltiple y equívoca? ¿Hemos de renunciar al conocer en la multiplicación de los saberes? ¿hay un sólo modo de conocer frente a cuyo fracaso sólo queda la multiplicidad equívoca de las interpretaciones?
    ¿Y qué contiene la interpretación? ¿Está toda del lado del sujeto o hay algo del objeto en ella? ¿Se puede hablar de interpretación verdadera y de interpretación falsa, o sólo de las infinitamente múltiples y diversas interpretaciones de cada quién? ¿Qué le pone coto a la polisemia de las interpretaciones? Si hay algo que limite, condicione, establezca condiciones de validez y de invalidez de la actividad interpretativa entonces ese algo ¿está fuera del ámbito de la interpretación? Nos encontramos de lleno en la paradoja postmoderna (ni tanto) del relativismo absoluto.
    Ni la filosofía analítica, pues, ni la hermenéutica equivocista resuelven las contradicciones y los imposibles.
    La verdad no está en el significado, ni en la palabra. La verdad está en la proposición con que se juzga si algo es o no es lo que en realidad es o no es. Pero la verdad se dice de muchas maneras, y cada una de estas maneras ni es unívoca e idéntica a la otra, ni es equívoca e incomparable con la otra; cada una de estas varias maneras es en parte igual y en parte diferente de cada una de las otras. Entre estas maneras de decir el concepto de verdad hay una relación de tal manera que se suponen o se siguen o son una principal respecto de las otras. En otras palabras, no todas las proposiciones son verdaderas de la misma manera, sino en parte igual y en parte diferente. De las diversas proposiciones se dice la verdad no unívoca, ni equívoca, sino analógicamente.
    La conciencia ética de nuestro tiempo ha rechazado el univocismo cognoscitivo como fuente de dogmatismos y autoritarismos. En su lugar, y en nombre de la ética libertaria se ha negado toda verdad para que nadie la tenga o diga poseerla: ¡la verdad no existe! Por lo tanto cada quién puede decir lo que quiera. Frente al «sólo vale lo que YO digo» se alza ahora el libertario «todo se vale». Se puede decir cualquier cosa y cada afirmación es inconmensurable con la otra; pues, ¿con qué regla se mediría?
    Si se vale decirlo todo, cualquier cosa, no hay nada que permita fundar una ética del discurso. Cualquiera podría decir la muerte y nadie podría sostener nada frente a tal decir ¡pues se vale cualquier decir! Y si se vale decir cualquier cosa, ¿se valdrá, como pregunta Apel, hacer cualquier cosa? El equivocismo es tan fascista como el univocismo. Si todo es verdad nada es mentira. El fascismo, el rumor, la demagogia, la ocultación…¡nada es mentira! Y sin embargo no es deseable que todo sea verdad.
    Una ética del discurso sólo se puede fundar en un concepto analógico de verdad.
    Entre la identidad y la inconmensurabilidad está la diferencia. La ética sólo puede serlo sobre la diferencia. La analogía funda la ética. La diferencia no se sustenta en el relativismo, en la relatividad del equivocismo; lo equívoco no funda la diferencia sino la incomparabilidad. La diferencia implica la comparabilidad. El univocismo, desde luego, también niega la diferencia que implica cierta relatividad. Por lo tanto queda solamente anular el todo y el nada. Ni del todo idéntico ni tampoco inconmensurable: más bien en parte igual y en parte diferente. Podemos, pues, decir la diferencia en la medida en que está fundada analógicamente.
    Decir que lo analógico es en parte igual y en parte diferente plantea el problema famoso del «¿Qué tanto es tantito?», es decir, el problema de la proporcionalidad. Pues un enunciado puede ser más diferente y en algo semejante al referente, o puede ser más semejante y en algo diferente. ¿Cuál es la regla que permite situarse en este continuo? ¿Cómo y dónde situar los límites? La incertidumbre no ha de confundirse con la imposibilidad de conocer, pero desde luego quedan claras nuestras limitaciones. Decir esto equivale a decir, quizá, que el conocimiento al que podemos aspirar es analógico y está fundado en la diferencia y en la proporcionalidad.
    No quisiera ser mal interpretado. Yo no creo que todos los enunciados posibles sean enunciados analógicos. Creo que hay afirmaciones unívocas, y también las hay equívocas; pero creo que la mayoría de las cosas que conocemos las decimos analógicamente.
     También quisiera subrayar el hecho de que no toda analogía es una metáfora. Existen dos tipos de analogía: la intrínseca y la extrínseca o metafórica. Entre lo primero se da una relación que deriva de lo substancial, de la cosa; entre lo segundo la relación es accidental, la relación deriva de los atributos. Bien se ve lo difícil que es no hallar una relación con la ontología. Y es que ya dijimos que hay una relación entre la lógica y la realidad.
     
    Existen tres definiciones o tipos de verdad: la verdad semántica, que corresponde a la definición clásica de adaecuatio intellectus ad rem,  o también llamada verdad especular. Está también la verdad sintáctica o coherencial, que es la verdad del orden de las proposiciones entre sí. Y finalmente la verdadpragmática o de la praxis, la de los frutos y la transformación de la realidad, la de la tecnología, la cura, la política.
     
     
    Estos tipos de verdad se significan uno al otro y son todos ellos parciales, provisorios y tendenciales. La verdad de nuestros enunciados es siempre perfectible y utópica, relativa e incompleta, de difícil acceso; pero al fin y al cabo es verdad y con esto alcanza para ponerse a trabajar en el conocimiento y en la vida cotidiana, y en la mayoría de nuestras acciones y decisiones. La verdad de la acción es como un signo de la verdad de correspondencia; de la misma manera, cuando enunciados de diverso origen y tiempo resultan coherentes entre sí, sugieren un orden correspondiente al orden y regularidad del objeto conocido. Por lo tanto la verdad semántica es la verdad por antonomasia y a ella suponen y buscan las otras. Aunque es la más ambiciosa y difícil. Todas estas verdades son relativas con un relativismo no absoluto.
     Se puede afirmar algo de las cosas, o negarlo, y este enunciado puede ser
     a) falso
     b) verdadero
     i) unívocamente
     ii) analógicamente
     a) por analogía intrínseca o propiamente dicha
      b) por analogía extrínseca o metafóricamente.
    Dejemos ahora los enunciados falsos. De los enunciados verdaderos unívocamente diremos que son poquísimos, casi siempre de tipo formal o tautológico (no fácticos). De los enunciados verdaderos metafóricamente diremos que lo son extrínsecamente y accidentalmente. Que son entre sí total y substancialmente diferentes pero en algo superficial y extrínseco se parecen. El posmodernismo piensa que la mayoría de los enunciados son de este tipo; y el agnosticismo piensa también que todos los enunciados son de este tipo. Hoy en día cuando se habla de analogía se entiende en general que son metáforas. En la postura que sostengo las metáforas son solamente un tipo de analogía, pero no todo el conjunto de los enunciados por analogía. Los enunciados unívocos se mueven en el ámbito de la identidad. Los equívocos se mueven en el ámbito no de la diversidad, sino de la inconmensurabilidad. Sólo los análogos y los metafóricos se mueven en el ámbito de la diferencia y la diversidad, es decir de la conmensurabilidad y comparabilidad de la semejanza. Sólo que esta semejanza es diferente en el enunciado metafórico (donde es extrínseca y accidental), y en el analógico propiamente dicho (donde es intrínseca y substancial).
    Con lo dicho pareciera que los enunciados analógicos están más cerca de la semejanza y los metafóricos más cerca de la diferencia; esto es así. Pero también hay que decir que los enunciados analógicos en su conjunto (con analogía intrínseca y con analogía extrínseca o metafórica) están todos ellos más cerca de la equivocidad que de la univocidad. Se dice que son analógicos enunciados en parte diferentes, en parte semejantes; es decir enunciados que son otros, fundamentalmente otros, pero en algo los mismos; primariamente diferentes, secundariamente semejantes, podríamos decir; o si se prefiere, primariamente equívocos, secundariamente (intrínsecamente o extrínsecamente) unívocos. Predomina, pues, la diversidad.
    La verdad se nos ha hecho más chiquita, pero no ha dejado de existir. Nos movemos entre la dogmática univocista y el pragmatismo equivocista: sostenemos la igualdad, la multiplicidad y la diversidad. Ni sólo lo uno, ni sólo lo múltiple; sino la universalidad en la multiplicidad y la variedad en la semejanza.
    No opto, pues, por la filosofía analítica o positivista, pero le reconozco aportaciones importantes. No opto por la hermenéutica tampoco, pero le reconozco aportaciones importantes. OPTO POR UNA EPISTEMOLOGIA QUE PIENSE DESDE LA ANALOGIA. Opto por un optimismo moderado en el conocimiento. Opto por un realismo moderado en la ontología. Opto por la lógica de la verdad en la predicación por analogía. La verdad no está en la palabra, ni en el concepto, ni en la percepción (no está como diría el Aristóteles, en la simple aprehensión). La verdad está en las afirmaciones o negaciones, en las proposiciones o enunciados, la verdad se dice o predica analógicamente de los juicios y solamente de ellos.
    Debo aclarar que solamente puedo hablar del psicoanálisis como una ciencia híbrida (o mestiza), en la medida en que trato de forzar los diferentes aspectos de la actividad psicoanalítica en alguno de los cajones extremos y contradictorios del pensamiento del positivismo lógico o de la hermenéutica como un todo. Creo que tanto el querer caracterizar al psicoanálisis como una ciencia a la manera del positivismo (incluyendo al mismo Popper) o como una hermenéutica (a la manera de Ricoeur) son intentos fallidos y estériles. El psicoanálisis construye, pues, un conocimiento analógico que no es ni el del univocismo positivista, ni el equivocista de las hermenéuticas posmodernas. La explicación en teoría psicoanalítica no se reduce a la causa eficiente de los positivistas, ni a la causa formal o ejemplar de los estructuralistas, ni al sentido de los hermeneutas.
    El problema de la analogía y del conocimiento tiene que ver con el problema del significado y el sentido, pero se sitúa predominantemente en el problema de la verdad de la proposición. Cuando se dice que la verdad es la adecuación del intelecto a la realidad, no se habla del intelecto intuitivo, ni de la abstracción, ni de la representación, ni de la percepción, ni del concepto, ni de la palabra, ni de la memoria, etcétera. Se habla del intelecto que junta o separa, que compone o descompone, del intelecto que juzga afirmando o negando, del intelecto que predica algo de algo, del juicio tal como se formula en la proposición.
    No estoy hablando de la verdad del hablante unívoca o pragmática, ni de la verdad del oyente equívoca o hermenéutica; estoy hablando de la verdad de lo hablado, o de su falsedad. No me sitúo en la filosofía analítica, ni en la filosofía pragmática, ni en la hermenéutica; no me muevo en el plano del deconstruccionismo, ni del análisis del discurso, ni del subjetivismo; me sitúo en el plano de la analogía.
    No estoy en el plano univocista del pensamiento cartesiano, ni fenomenológico, ni realista absoluto, ni positivista lógico. No estoy en el plano, tampoco, equivocista del nominalismo antiguo o moderno, Wittgensteiniano o no, ni postmodernista, ni hermenéutico, ni agnóstico.
    Estoy moviéndome en el plano de la analogía y de la teoría del conocimiento tal como la entienden algunos desarrollos contemporáneos.
    En esta perspectiva sostengo un punto de vista según el cual el lenguaje no remite solamente al lenguaje, sino por medio de él a otra cosa que es su referente. El concepto de referencia me parece fundamental en la medida en que nos permite salir del solipsismo lingüístico. Ligado a este concepto de referencia considero importante el uso del concepto de intencionalidad tal como se presenta en Aristóteles, Franz Brentano y algunos otros desarrollos contemporáneos.
    Este punto de vista implica la discusión sobre las relaciones entre la lingüística, la lógica, la epistemología, la psicología (léase el psicoanálisis)[1] y la ontología. En el problema que nos ocupa estas ciencias, sin perder cada una su especificidad, están relacionadas como lo están en la realidad los diversos aspectos de que ellas se ocupan.
     
    Singularidad del psicoanálisis
    El psicoanálisis no es una ciencia en el sentido popperiano, carnapiano, etc., lo cual no significa que no lo sea, sino que el criterio positivista es reducido y estrecho. El psicoanálisis no es solamente una hermenéutica, aunque haya importantes aspectos hermenéuticos en su ejercicio, ni se ocupa solamente del problema del sentido. Buscamos explicar el texto por sus causas, no solo en su estructura significante. El psicoanálisis se ocupa del sentido (Bedeutung) y de las causas, en el sentido de las determinaciones múltiples. Toda ciencia tiene su propio objeto, que determina su su propio método, su estructura teórica, su lenguaje, su propósito. El psicoanálisis es una ciencia teórico-práctica que participa también del arte. La verdad puede ser semántica, sintáctica, pragmática, y en el psicoanálisis se `ponen en ejercicio las tres. No se excluye saber de lo particular y singular junto con el saber de lo general. El psicoanálisis construye una teoría, un saber, discutible, transmisible, contrastable, constatable. El psicoanalista abduce, induce, infiere, deduce, predice, supone, relaciona, media (inter-preta), muestra, señala, provoca. ¿Es una ciencia stricto sensu? Articulación/subalternación: por el objeto, por el sujeto, por el fin. La ciencia de la physis abarca al hombre El psicoanálisis no es una “ciencia social”, por más que sus implicaciones sociales sean importantísimas, es decir, no es una sociología. Pero sí se articula con la ética y con las ciencias sociales. Tampoco es una ciencia biológica. Conocimiento transmisible que orienta/dirige la práctica. Conocimiento práctico transmisible. Tiene un objeto propio y un camino (methodos) propio, ad hoc, para llegar a conocer este objeto propio. Tiene su propio nivel de abstracción, su propio lenguaje, su propio carácter argumentativo. No todo lo que hacen los psicoanalistas es psicoanálisis. El psicoanálisis no es una hermenéutica, sino que usa la hermenéutica, o más bien, la interpretación, no como un fin, sino como medio para extraer sus construcciones teóricas y para proponer al paciente el esclarecimiento de su inconsciente: construcción teórica e intervención terapéutica: investigación, teorización y transformación. La función de crítica social de la teoría psicoanalítica no lo convierte en una psicología social ni en una ciencia social. No es ni una ciencia social, ni una ciencia natural, pero sí una ciencia empírico-especulativa-práctica. Ciencia en el sentido amplio del termino.
    Citemos a Melanie Klein[2]: «…desearía destacar una vez más algo que considero clave en toda discusión científica seria: el trabajo laborioso y paciente que supone desmenuzar nuestras experiencias clínicas y comparar nuestras anotaciones. Su importancia radica en que es la única manera en que podremos comprobar nuevas hipótesis y ampliar nuestro conocimiento teórico. Cada paso que demos en ese sentido nos aproximará más a la verdad y nos beneficiará a todos en nuestro trabajo… De otro lado, al ir desmenuzando y comprobando, debemos estar en capacidad de formular nuevas generalizaciones a partir de la experiencia acumulada gracias a nuestro trabajo ya que sin ello nuestro conocimiento teórico no podrá enriquecerse. Todos estamos de acuerdo en reconocer que cualquier aporte a nuestro insight clínico necesariamente influirá sobre nuestros puntos de vista teóricos… Por lo tanto, si bien debemos ser cautelosos y escépticos en relación a nuevas generalizaciones, estaremos apartándonos de nuestros propios fines si, por el contrario, pecamos de timidez al extraer las conclusiones teóricas que se hacen evidentes a partir de nuestra experiencia clínica…»[3].
    Esta cita es sumamente interesante, aparte de manifestar a las claras una concepción según la cual el psicoanálisis es un quehacer científico según una cierta concepción de la ciencia que también se pone en evidencia en la cita, se alude a una relación entre la clínica y la teoría bajo la luz un poco ingenua del concepto de generalización. Se habla también de una verdad a la que se podría ir uno aproximando cada vez más a medida que el psicoanalista va desmenuzando y comprobando. No desdeña tampoco la discusión teórica como razón del progreso científico y del trabajo del clínico. Aparece una concepción acumulativa del conocimiento pero pone en relación con el crecimiento teórico algo más específicamente analítico: el insight. Ciencia peculiar esta en la que el quehacer clínico se amalgama con la discusión teórica al tiempo que se sitúa al interior de una particular visión filosófica de la ciencia. Es interesante señalar que el texto citado se ubica al interior de una acalorada discusión con Anna Freud, que defendía otra visión de la teoría y la práctica psicoanalíticas, en una apología del cambio y del progreso en la teoría y en la defensa de las diferencias al interior del pensamiento psicoanalítico, todo esto en relación con el aproximarse a la verdad cada vez más. ¿Habremos de decir entonces que el pscoanálisis se dice de múltiples maneras y que las relaciónes que se dan entre los diversos desarrollos teóricos que lo conforman no son necesariamente unívocas? ¿Habrá que señalar que según la vieja Klein más allá de la diversidad de los marcos de referencia en la teoría hay un gradual aproximarse a una verdad, de tal manera que la relación de estos diversos campos de la teoría con ese horizonte cognoscitivo de alguna manera les confiere cierta unidad en la diversidad, es decir, les pone en cierta relación de analogía? Por otra parte no parece que más allá del desmenuzamiento del clínico se renuncie a la verdad como meta a la que tiende el quehacer psicoanalítico como actividad científica.
    Es decir, que si se pueden poner a discutir los miembros de la Sociedad Británica de Psicoanálisis es porque hay una posibilidad de que los discursos se entrecrucen y los argumentos se encuentren en algún lugar; porque en algo se coincide a pesar de las diferencias.
    Las tres posibilidades de referencia que hemos considerado arriba: equivocismo, univocismo, analogía se presentan en las Polémicas citadas.
    Después de Freud, las discusiones entre la Klein y Anna Freud inauguraron una multiplicación de los campos de teorización en psicoanálisis que siguió al interior mismo de la Sociedad Británica, incluso en la posteridad de Klein, y después de ello entre los más diversos psicoanalistas que se reclaman de Sigmund Freud. La multiplicación de los psicoanálisis contemporáneos, kohutianos, kernberguianos, hartmanianos, laplanchanos, aulagnerianos, lacanianos, etc, etc., suscita la pregunta acerca de su relación con el campo freudiano y entre sí; con el ámbito clínico y con el conocimiento; con su insuficiencia y sus aportaciones; suscita pues el problema de su unidad y su diversidad. ¿En qué medida son todos ellos psicoanálisis? ¿Qué permite llamarlos así? ¿Es el término psicoanálisis un término equívoco que al aplicarse a estas figuras teóricas muestra una falsa unidad? ¿Son todos estos desarrollos teóricos equivalentes y sus diferencias meramente discursivas? ¿alguien sostendría semejante ingenuidad? Diremos que son psicoanálisis en la medida en que se aproximan a la verdad que el psicoanálisis pretende conocer; es decir que todos lo son parcialmente.
    ¿Es idéntico el concepto de fantasma, por decir un ejemplo, en todos ellos? ¿La Phantasie de Freud es equivalente del phantasme de la escuela francesa o de la phantasy de los ingleses? ¿Es lo mismo huella mnémica que significante o inscripción? Más aún ¿Phantasie significa siempre lo mismo en todos los textos de Freud?
    De pronto la unidad de los conceptos se fragmenta y el texto estalla ante nosotros: los contextos, las lecturas, las maneras diferentes de recortarse la realidad ante nosotros, los múltiples planos, las lenguas, las terminologías, las múltiples influencias, todo se multiplica ante nosotros; se multiplican los objetos y las categorías, se multiplican los discursos y las preguntas; todo parece incomunicado en esta enorme Babel del pensamiento psicoanalítico contemporáneo, todo parece equívoco y anárquico: «Le malheur c’est la réponse», diría Blanchot. No aspiraremos a ninguna unidad, imposible pretenderlo. Pero tampoco arrojaremos a la Gehenna del fuego eterno todo intento por parte de los psicoanalistas de construir algún conocimiento.
    Nadie podrá aspirar a la suficiencia de su teoría. No hay hoy un desarrollo teórico en psicoanálisis que pretenda agotar aquello de lo que se ocupa. No se puede decir tampoco que todos son igualmente válidos epistemológicamente; que todos son verdad; que todos se valen. Pero tampoco se puede decir que ninguno sirva para saber algo. Ni todos, ni ninguno. Pero algunos algo dirán de verdad. Con que alguno de los desarrollos pueda aportar algo de la verdad queda salvada la posibilidad de conocer. Las condiciones de posibilidad de que algún desarrollo diga algo seguramente tendrán que ver con que las cosas se dicen de manera en parte diversa y en parte igual: con la analogía.
    La realidad desborda siempre toda teoría. Entre el sujeto y el objeto de conocimiento hay un acercamiento cada vez mayor, a la manera de una asíntota cuyas líneas no llegan jamás a tocarse, so pena de negar el conocimiento. Nunca la teoría coincidirá con la realidad que pretende explicar, pero alguna relación habrá entre ellas, y ese «alguna», así de vago, describe la naturaleza de nuestro conocimiento.
    Ya en la época en que publicó La interpretación de los sueños(1900), Freud decía: » Aun en el sueño más concienzudamente interpretado, suele haber un pasaje que tendrá que dejarse en la obscuridad; esto ocurre porque, en la labor interpretativa, nos damos cuenta de que en ese punto existe una maraña entre sueño y pensamiento que no puede desentrañarse y que, de otro lado, en nada aporta a un mejor conocimiento del contenido del sueño. Este es el cordón umbilical del sueño, el punto en que desciende hacia lo desconocido». Pues bien, la realidad tiene también un cordón umbilical.
    En todos sus escritos Freud llama permanentemente a la prudencia, a la modestia, y al mismo tiempo al coraje intelectual cuando se aborda lo desconocido y sus inevitables riesgos.
    Es indudable que el desarrollo del psicoanálisis reviste un carácter altamente especulativo; y esto a pesar de Freud, que desconfiaba de la especulación. Si llamamos a la actividad teórica actividad especulativa habrá que indicar que la actividad en cuestión es en psicoanálisis una especulación «armada»; es decir, que generalmente hay un cuerpo teórico previo desde el cual se hace teoría, Con frecuencia este cuerpo teórico es ajeno al psicoanálisis o le preexiste: es el caso de Freud que hace teoría psicoanalítica desde la ciencia y la filosofía del S.XIX, y que recoge por tanto los puntos de vista de los fundadores de la psicología (Herbart, Helmholtz, Wundt, Fechner, Ebbinghaus, etc.) y del pensamiento de su tiempo (Darwin, Herder, Humboldt, etc.). Igualmente los psicoanalistas que hoy hacen teoría lo hacen desde otras teorías: Lacan (Hegel, Wittgenstein, Jackobson, Lévi-Strauss); Piera Aulagnier (Lacan, Cassirer), etc. Este tema va más allá de las influencias. Va más allá también del problema de la diversidad y el destino de las fuentes o del eclecticismo y la síntesis, pues es notable que lo que en psicoanálisis se podría considerar como cambio de paradigma tiene que ver casi siempre con la incorporación al campo de teorizaciones con supuestos filosóficos, epistemológicos, o simplemente teóricos, diferentes.
    La respuesta de Brierley al pedido de la Comisión de Enseñanza de la Sociedad Psicoanalítica Británica se centró en el tema de lo que, según ella, debía constituir el análisis. Afirma que el objetivo y la tarea del análisis son eclécticos y flexibles y prosigue diciendo: «Como es natural, cuando me aproximo a un paciente lo hago con un contingente de ideas preconcebidas teóricas y técnicas más implícitas que explícitas… Sin embargo, prefiero modificar mis nociones preconcebidas a fin de que se adapten al nuevo modelo del paciente antes que recortar el modelo a fin que se adapte a mis nociones. El esfuerzo por entender con la finalidad de ayudar es también un continuo aprender del paciente».
    Y más adelante, hablando de M. Klein: «Me parece que no es asunto de importancia si aceptamos o no aceptamos su punto de vista, siempre y cuando estudiemos nuestro propio material clínico con miras a determinar en qué medida nuestra óptica se ve confirmada o desmentida. Desde el punto de vista de la práctica y la formación, lo que hay que evaluar es la validez de los hallazgos clínicos y la mejor manera de hacerlo es a través de la comparación con otros hallazgos clínicos»[4].
    Veamos aquí una descripción que ella hace de la ciencia: «La ciencia, al igual que todo lo demás, puede ser idealizada, pero la ciencia en sí es únicamente conocimiento sistematizado. Los procedimientos científicos no son consejos imposibles de seguir, sino tan sólo evoluciones de la comprobación de la realidad, diseñados para establecer la probabilidad máxima y el mínimo error»[5]. La referencia a una realidad, a la comprobación, a la probabilidad y al error son muy interesantes en esta cita; igualmente lo es el tema de la sistematización. En estas temáticas se hacen presentes los problemas ontológico (de la realidad), lógico (de la coherencia de los enunciados) y del conocimiento de la verdad (probabilidad y error). Está presente también en esta autora el tema de la verdad pragmática tal como se manifiesta en la práctica clínica de los psicoanalistas.
     El tema de la idealización de la ciencia es un tema psicoanalítico de interés. «…no podemos permitirnos el enseñarles a los candidatos a que ofrezcan soluciones poco realistas ante sus propios conflictos ambivalentes o ante los de sus pacientes. En segundo lugar-dice la misma autora[6]-, si los analistas formados por Klein culminaron su formación identificando a sus analistas con objetos <>, tenderán inevitablemente a identificarse totalmente con quienes los formaron y tendrían que convertirse en sus imitadores. Se verían así en la necesidad psíquica de engullir la formación de golpe sin hincar jamás el diente en las enseñanzas recibidas. En tales circunstancias pose podría albergar esperanzas de avance continuo, sólo la eventualidad de una revolución. Sin embargo, mientras el analista formado siguiese siendo la réplica de quien lo formó, el resultado tanto en la teoría como en la práctica no podría superar una repetición estéril».
    En el marco de las mismas Polémicas, Strachey[7] aporta una importante precisión: «El rigor con que se aplica una creencia no constituye prueba alguna de que la creencia así aplicada sea verdadera». En efecto, la certeza no es lo mismo que la verdad. Se puede estar cierto de algo falso y se puede dudar de algo verdadero. La certeza es un evento mental, la adhesión intelectual a una afirmación; «la certeza, diría Sto. Tomás, es un estado de ánimo». La verdad es otra cosa, como se dijo en la primera parte de este artículo.
    En el mismo lugar[8] añade Strachey: «Hay que enfrentar los problemas científicos con una lógica inflexible y una coherencia bien definida: no existe término medio entre la verdad y la falsedad». Y un poco después: «La adaptabilidad política no es, en última instancia, compatible con un enfoque riguroso de la verdad científica». Estas frases recuerdan a Aristóteles: «Parece, en efecto, que toda afirmación deba ser o verdadera o falsa; por otra parte, ninguno de los términos que se dicen sin alguna conexión, como por ejemplo hombre, blanco, corre, vence, es verdadero ni tampoco falso»[9]. Y más adelante, en la misma obra: «La expresión discursiva se dice, en efecto, ya sea verdadera, ya falsa, según que el objeto subsiste o no subsiste, y no porque se la haya constituido para acoger los contrarios»[10].
    En el marco de las Polémicas que vengo mencionando, los kleinianos intentaron corroborar sus ideas remitiéndose o adoptando las ideas de otros psicoanalistas. Se remitieron, por ejemplo, a Sharpe, y a la tradición empírica británica remontándose hasta Locke. Se hizo mención a la obra de pensadores como Grindon, James, Ward, Stout, Middlemore y Spearman, muchos de los cuales no son psicoanalistas. Esto muestra, una vez más, el modo de desarrollarse la teoría en el psicoanálisis por referencia hacia afuera o mediante la importación de conceptos o supuestos filosóficos diversos. Esto muestra igualmente una concepción determinada de las relaciones entre el psicoanálisis y otras ciencias. Por sobre todo fue el tratamiento que dieron los kleinianos a los escritos de Freud lo que suscitó la mayoría de las críticas. Más de un polemista sostuvo en más de una ocasión que se estaba citando a Freud fuera de contexto y que, por lo tanto, estaba siendo mal interpretado. Algunos señalaron explícitamente la necesidad de adherirse a las «categorías elaboradas por Freud». Así algunos sostenían con Hoffer que: «El avance de la ciencia se basa en la libertad de la que gozan quienes trabajan en el campo para profundizar sus propios pensamientos. La presentación de sus hallazgos y la verificación de su experiencia particular con la de sus colegas determinan a largo plazo la validez de los hallazgos recientes. No hay necesidad de apresurarse para obtener tal prueba concluyente, pero difícilmente se podría favorecer la ciencia si se reacomodan teorías aceptadas con anterioridad con el fin de que se apliquen a teorías de aparición posterior»[11]. A lo que Isaacs respondió lo siguiente: «No puedo evitar tener la impresión de que en algunas de las contribuciones a esta discusión se insinúa que jamás se avanzará en el desarrollo del trabajo y las conclusiones de Freud y que nadie ha de formular teorías que Freud mismo no hubiese concebido o desarrollado totalmente. Sin embargo, nada podría ser más antifreudiano que semejante actitud, una que ciertamente habría horrorizado al propio Freud»[12].
     El asunto tiene que ver también con el de la reformulación de las teorías, con el de la inclusión o exclusión de sus aportaciones en un campo explicativo diverso, con lo que los psicoanalistas llaman «resignificación», etc.
    ¿Qué ciencia es esta en la que la autoría de su fundador es tan central y tan presente como si se tratase de algo que pasa por la persona? ¿Qué tiene que ver la transferencia con la transmisión de la teoría?
    El debate psicoanalítico es intrincado, en él entran en juego no sólo factores teóricos, sino también los personales, los aparentemente técnicos, tensiones culturales, políticas institucionales, y la inevitable competencia clientelar entre escuelas psicoanalíticas diversas.
    En su última carta a Jones sobre el tema de la controversia entre su hija y M. Klein, Freud insiste en que Londres y Viena deben mantenerse unidas, puesto que los otros grupos europeos de la Sociedad Internacional Psicoanalítica tienen poco peso y poca fuerza, por lo que surgen tendencias centrífugas pronunciadas que la unidad de estos dos centros ayudaría a contrarrestar. El problema en el movimiento psicoanalítico es la mezcla de la discusión teórica con el poder político.
    «Resulta evidente -escribe Freud a Putnam[13]– la unidad dentro del movimiento psicoanalítico es mucho más difícil de lograr que en otros campos de la ciencia, debido a que el elemento personal juega un papel de tanta importancia (13.3.1913)». Dos años más tarde le escribe a la misma persona: «La falta de valía de los seres humanos, incluidos los analistas, me impresionó siempre profundamente, pero ¿por qué habrían de ser mejores en realidad los hombres y mujeres que habían sido analizados? El análisis contribuye a la integración pero en sí mismo no contribuye a la bondad»[14].
     
     
     
    OBRAS CONSULTADAS.
     
     
    ANSCOMBRE, E.A. Intention, Oxford University Press.
    APPEL.K.O. Teorías de la Verdad y ética del discurso. Barcelona, Paidós – UAB, 1991
    ARISTOTELE. Organon. Introduzione, traduzione e commento di Giorgio Colli. Tre Volumi. Editori Laterza, 1970. [Abarca las siguientes obras: Categorie, Dell’espressione, Primi Analitici, Secondi Analitici, Topici, Confutazioni sofistiche].
     ASSOUN, P-L. El freudismo. S. XXI. México, 2003.
    BEUCHOT, M. Tópicos de filosofía y lenguaje. México, UNAM, 1987
    EPSTEIN, R. Carlos Rosensztroch. “El Malestar en la Cultura del Psicoanálisis” . XXXI Simposio anual, el analista frente al malestar : vicisitudes de la clínica y de lo social e institucional / dirigido por Horacio Barredo. – 1a ed. – Buenos Aires : – Asoc. Psicoanalítica de Buenos Aires, 2009. P. 97ss.
    FERRARIS, M. Historia de la hermenéutica. México, S.XXI. 2002
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    FEYERABEND.P.K. ¿Por qué no Platón? Madrid, Tecnos, 1985.
    GREDT, J. Elementa philosophiae aristotelico-thomisticae. Vol. II. Metaphysica. Theologia naturalis. Ethica. Barcinone. Herder. 1961.
    GREEN, A. “Desconocimiento del Inconsciente (ciencia y psicoanálisis)”, en DOREY, R. , y otros. El Inconsciente y la ciencia. Amorrortu, Bs. As. 1993.
    GREEN, A. La causalidad psíquica. Entre naturaleza y cultura. Amorrortu. Bs. As. 2005.
    GREEN, A. Propédeutique. La métapsychologie revisitée. France, Champ Vallon (“L’Or d’Atalante”), 1995.
    HAACK, S. Filosofía de las lógicas. Cátedra. Madrid. 1975.
    LAPLANCHE, J. Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. Amorrortu, Bs. As. 2001
    MAQUART, F.X. Elementa philosophiae seu Brevis philosophiae speculativae synthesis ad Studium theologiae manuducens. Tomus I. Introductio ad totam philosophiam.Philosophia instrumentalis seu Logica. Parisiis. Andreas Blot, Editor. 1937.
    MARCOS, A. Ciencia y acción. Una filosofía práctica de la ciencia. Mexico, FCE. Breviarios 567. 2010
    RAMIREZ JACOBUS M. Opera Omnia. Tomus II. De Analogia. Editio praeparata a Victorino Rodríguez, O.P. Madrid, 1970. Instituto de Filosofía «Luis Vives». Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 4 volúmenes. Probablemente la obra más importante que sobre la analogía podría yo citar.
    RICOEUR, P. Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido. México. S.XXI. UIA. 2003.
    ROSS, J.F. Inquiries in the medieval philosophy. Wesport, Greenwood, 1971.
     
    STEINER, Riccardo. «Reflexiones en torno a la tradición y el cambio a partir de un examen de las polémicas de la Sociedad Psicoanalítica Británica (1943-1944)». Publicado en Int.Rev.Psycho-Anal (1985), 12, 27.
     
     
    TAPPAN MERINO, J. E. Introducción epistemológica al psicoanálisis. Una mirada a la construcción de su conocimiento. México, ELP (Gradiva), 2008.
    TUBERT-OKLANDER, J., y BEUCHOT, M. Ciencia mestiza. Hermenéutica analógica y psicoanálisis. México, Editorial Torres y asociados, 2008.
    WAHL. J. Introducción a la filosofía. México.FCE. Breviarios 34. 1999

     


    [1] ¿No somos los psicoanalistas, justamente, y como dice André Green, los que investigamos, con nuestros propios métodos analíticos, el deseo de saber y el deseo de no saber? ¿no somos los psicoanalistas los que nos ocupamos del estudio de la subjetividad del cognoscente y de sus descubrimientos y sus resistencias?
    [2] Int.Rev.Psycho-Anal (1985) 12, 27
    [3] De la intervención de Melanie Klein durante las Polémicas. Actas inéditas de la Discusión Científica en la reunión realizada el 3 de mayo de 1944 en la Sociedad Psicoanalítica Británica.
    [4] STEINER.R.Op.cit.p.20
    [5] Ibid.
    [6] Ibid, p.21
    [7] Ibid.
    [8] Ibid.
    [9] ARISTOTELE. Organon. Torino, Laterza, 1970,Vol.1. Categorie.p.7, 4.7.
    [10] p.15, 4b.8.
    [11] STEINER, R.Op. cit. p.26.
    [12] Ibid. p.27
    [13] Ibid.p.31
    [14] STEINER, R.Op.cit. p.31
  • El objeto del psicoanálisis o lo que acontece en el cuerpo

    El objeto del psicoanálisis o lo que acontece en el cuerpo

     Alfredo Valencia Mejía

     André Green, en una conferencia pronunciada en el seminario de Lacan, el 21 de diciembre de 1965, señalaba lo siguiente: Un problema surge de inmediato cuando se pretende hablar del objeto del psicoanálisis. En primer lugar hay que saber si uno se va a ocupar del objeto del psicoanálisis en el sentido en que se habla de objeto de una ciencia –a lo que apunta la marcha de la ciencia en su progresión-, o si se hablará del objeto tal como lo concibe el psicoanálisis. Aquí la sorpresa consistirá en que estos dos sentidos se encuentran estrechamente ligados y que son interdependientes.[1]

    Coincidiendo con esa fórmula, plantemos de entrada lo que intentamos transmitir en este texto: en primer lugar y de manera general la idea de que el objeto del psicoanálisis es aquello que se produce en el acto de analizar. Intentando mostrar, en segundo lugar, que el objeto en psicoanálisis funciona como objeto teórico al mismo tiempo que como objeto práctico, ciertamente indiferenciables. En tercero, que ese objeto tiene su fundamento en el cuerpo y que resulta del encuentro con el otro. Para poder lograr nuestro objetivo trabajaremos algunos elementos conceptuales: el encuadre como escenario del aparato psíquico, la pulsión como causa de la representación, el representante como fundamento del fantasma. Ya veremos si podemos llegar a buen puerto. Partimos de una larga cita de Freud en la que se condensan la mayor parte de los elementos conceptuales necesarios para lograr nuestra tarea.
    Empecemos con la larga cita. En el capítulo VI de su texto “Más allá del principio del placer”, escrito en 1919 y publicado en 1920, Freud señala: Ahora bien, llamó la atención de la observación psicoanalítica, en su cuidadoso avance, la regularidad con que la libido era quitada del objeto y dirigida al yo (introversión); y, estudiando el desarrollo libidinal del niño en sus fases más tempranas, llegó a la conclusión de que el yo era el reservorio genuino y originario de la libido, la cual sólo desde ahí se extendía al objeto. El yo pasó a formar parte de los objetos sexuales, y enseguida se discernió en él al más encumbrado de ellos. La libido fue llamada narcisista cuando así permanecía dentro del yo. Desde luego, esta libido narcisista era también una exteriorización de fuerzas de pulsiones sexuales en sentido analítico, pero era preciso identificarla con las pulsiones de autoconservación admitidas desde el comienzo mismo. De este modo, la oposición originaria entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales se volvía insuficiente. Una parte de las pulsiones yoicas fue reconocida como libidinosa; en el interior del yo actuaban –junto a otras, probablemente- también pulsiones sexuales. Y a pesar de ello, se está autorizado a decir que la vieja fórmula según la cual la psiconeurosis consiste en un conflicto entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales no contiene nada que hoy deba desestimarse. Sencillamente, la diferencia entre ambas variedades de pulsiones, que en el origen se había entendido con alguna inflexión cualitativa, ahora debía definirse de otro modo, a saber, tópico. Le neurosis de transferencia, en particular, el genuino objeto de estudio del psicoanálisis, seguía siendo un conflicto entre el yo y la investidura libidinosa de objeto.[2]
    Démonos cuenta de la cantidad de conceptos metapsicológicos en juego: pulsión, libido, yo, investidura, conservación, sexualidad; lo importante es subrayar lo que dice de la neurosis de transferencia, es ella el genuino objeto del psicoanálisis. Es claro que las dudas y transformaciones en la metapsicología freudiana son consecuencia de su experiencia en la cura, así debería de ser para nosotros, así ha sido para lo que han venido después de él.
    Pongamos la cita en contexto. Entre 1910 y 1913 Freud se compromete en la elaboración de sus escritos técnicos. Estos tienen la tarea de esclarecer lo que es el trabajo del analista con el yo del paciente. Los escribe para así poder dar cuenta de lo que será abordar el inconsciente. Sus conjeturas acerca del cómo y qué hacer en determinada situación (el método) y cómo ir resolviendo los problemas que se le van presentando, lo llevan a elaborar un vasto fantaseo teórico que desembocará en ese rico, difícil y confuso texto que es Introducción al narcisismo, verdadero punto de quiebre metapsicológico.
    Cuando Freud plantea que el objeto genuino del psicoanálisis es la neurosis de transferencia tenemos que diferenciar lo que en este concepto hay, en primer lugar, de idea psicopatológica, es decir clasificatoria, y, en segundo lugar, lo que hay en él de fenómeno en la experiencia de la cura. En sus inicios, la neurosis de transferencia, aparece vinculada a un programa de clasificación basado en la teoría de las psiconeurosis de defensa (diferenciándolas de las neurosis actuales). Freud las fragmenta en transferenciales y narcisistas, partición que encuentra su fundamento en la disposición para libidinizar a objetos del mundo y a objetos fantasía (neurosis de transferencia) o a ese extrañísimo objeto que es el yo (neurosis narcisistas). Esta clasificación implica, para Freud, la posibilidad de un supuesto “saber hacer” (otra vez, la instauración de un método) que se registra como saber técnico, registro que garantiza, no lo olvidemos, cierta especificidad psicoanalítica.
    A partir de 1913, en el trabajo “Recordar, repetir y reelaborar” (recordemos que este texto es un pasaje entre “Sobre la dinámica de la transferencia”  de 1912 y “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” de 1914) la neurosis de transferencia adviene al lugar de la experiencia misma de la cura, al grado de que sus vicisitudes serán la causa de todo posible teorizar el aparato. Desde entonces, neurosis de transferencia, cura y psicoanálisis nos aparecen como voces sinónimas. Este cambio es resultado del escollo que supone la teoría del narcisismo, la cual echó los cimientos, hasta Freud impensados, para comprender, de una manera inédita, toda posible relación humana de lo humano. A toda relación humana, decimos, pues no hay relaciones más que humanas, hasta las que tenemos con los dioses o ellos con nosotros, ahí está para demostrarlo el cadáver hecho añicos del presidente Schreber, a quien tanto debemos en este asunto del narcisismo.
    Podemos decir que el genuino objeto del psicoanálisis es la transferencia. Esta es un proceso que resulta, desde la perspectiva fenomenológica o manifiesta, de la relación entre dos, pero entre más, lo sabemos, si asumimos que los yoes implicados en esa relación están configurados por y desde los otros; los otros del psicoanálisis. La transferencia es la puesta en juego de esos otros. Surge entonces la tesis de que el objeto del psicoanálisis (en singular) es los objetos del psicoanálisis (en plural), pues los otros son los objetos.
    Si seguimos la cita de Freud nos damos cuenta que, en ese momento de su teorizar, la libido, en tanto que pulsión sexual, subyace a toda forma de relación, la cual debemos entender como ambivalente ante el objeto, pues el yo siempre es ambivalente, de tal suerte que el amor y el odio presentarán sus flores o su lanzas según hayan sido para él sus experiencias, esto no dejará de repetírnoslo. Acordémonos que Freud, en el momento final de ese periodo, conjuga las pulsiones sexuales con las de autoconservación. Más adelante hablaremos del asunto de la libido tomándola por su lado pulsional. Por el momento digamos que hay que ser prudentes para no pensar como equivalentes amor y transferencia. Esta, como bien lo dice Freud, tiene en la pulsión su razón de ser y ella es siempre dual. ¿No es así como encadenamos las referencias, un tanto equívocas, de transferencia positiva y negativa? ¿No es así como fantaseamos teóricamente con el objeto de la pulsión haciéndolo diferente del objeto de amor?
    Para un psicoanalista el telón de fondo de todo su quehacer es la transferencia, esa misteriosa forma de encontrarse. Pero encuentros hay en todos lados, qué duda cabe que de eso está hecha la vida. ¿Qué hace que el psicoanálisis se sostenga en una experiencia que es indudablemente general y que sin embargo él apunta e insiste en singularizarla por la transferencia?
    Lo artificial es lo que apunta a lo singular de la transferencia en psicoanálisis. La transferencia en psicoanálisis es un artificio. Es ficción, arte, lugar privilegiado en el que la verdad abona sus quehaceres. Artificio que es construcción esforzada, como todo arte; trabajo de cesura, acotamiento, límite. La artificialidad viene dada por la construcción de un escenario que tiene su definición en la historia misma del psicoanálisis, ella va de la hipnosis a la presión de la frente y culmina en el libre asociar en un espacio acotado. Ya sea que le llamemos encuadre, setting, dispositivo, escenario, o como le queramos decir, se trata de un cuadro, el cual es, de preferencia un cuarto, una experiencia a puertas cerradas, como las tapas de un libro. Algo habrá de suceder ahí dentro. El dispositivo es un espacio de libidinización, de reconcentramiento pulsional.
    Se trata de un dispositivo que, bien mirado, es a fin de cuentas la puesta en escena del aparato conjeturado por Freud; se trata de la fantasmagoría teórica psicoanalítica llevada a escena. El encuadre no es una arbitrariedad, se trata del correlato espacio-temporal del aparato; es, si queremos llamarlo así, un performativo. Desde él podemos entrever lo que es el escenario del sueño, o los modelos escópicos diseñados por Freud, o la carta 52 en su especificidad cinematográfica, etcétera. Esto nos lo ha enseñado Laplanche[3].
    El encuadre es nada sin reglas que establezcan su función, no se trata de reglas como las reglas de mesa ni nada parecido, son las peculiares reglas del proceso primario, lo cual implica que para poder seguirlas habrá que hacer un esfuerzo; son trabajo reglado que coincide con aquella construcción esforzada que habíamos dicho que era la artificialidad del encuadre. Ahí es donde la transferencia encuentra su singularidad. Hemos dicho construcción esforzada, se trata de un esfuerzo, de un trabajo, y en esto hay visos de lo que Freud nos legó como moción pulsional, Drang, y en tanto tal deseo, Wunsch. No hay, por tanto, dispositivo reglado, ficción procuradora de verdades, sin deseo, sin trabajo pulsional, y es por eso que se hace fundamental el análisis del analista, pero eso lo dejaremos para otra ocasión. La neurosis de transferencia sólo es posible, en la segunda acepción freudiana, si hay escenario para el deseo, fingimiento desde el que se habrá de dar caza a la verdad.
    Pero ¿qué ira a ponerse en escena ahí? Habíamos dicho que el encuadre tiene en Freud el modelo de su aparato psíquico, si es así, efectivamente, en el habrá producción de algo que revele sus productos: imágenes, palabras, ideas, tropiezos, fantasías, sueños, es decir aquello que el yo produce sin saberlo.
    Abramos un paréntesis: ¿el encuadre o, nuestros encuadres, el dispositivo, sigue siendo funcional a nuestro propósito de analistas? Las vidas se juegan ahí, qué duda cabe, y sin embargo, en un libro reciente de Judith Butler, “Marcos de guerra. Vidas lloradas”, leemos: …intento llamar la atención sobre el problema epistemológico que plantea el verbo enmarcar, a saber, que los marcos mediante los cuales aprehendemos o no conseguimos aprehender, las vidas de los demás como perdidas o dañadas (susceptibles de perderse o de dañarse) están políticamente saturados. Son ambas de por sí, operaciones de poder. No deciden unilateralmente las condiciones de aparición, pero su propósito es, claramente, delimitar la esfera de la aparición como tal.[4]  Pero en fin, dejemos esta cita ahí para seguir trabajando nuestro asunto.
    Decíamos que en el encuadre algo se pone en escena, para nosotros se trata de las producciones del inconsciente o, dicho de otra manera, de la pulsión en acto. Si, en términos muy generales, de la transferencia tenemos la noción de que es un proceso en el cual los deseos inconscientes se actualizan en un objeto del presente, y esto por efecto de la repetición de mociones sexuales infantiles, tenemos que hacer trabajar una serie de conceptos, emparentados en el terreno de la metapsicología, para poder, lo más justamente posible, controlar aquello que damos en llamar la dirección de la cura. Repetición, recuerdo, huella, historia, representación, objeto, palabra y en todos ellos juega la pulsión de una manera radical.
    Llegamos pues al asunto de la pulsión. Empecemos por el principio. Se trata de un pequeño recuento general, un modelo, si se quiere, del origen, o mejor, de lo originario. Al principio sólo masas en movimiento, es decir una X, lo que Freud decía que es el estímulo, el Reiz. Nada nos impide pensar y señalar que gracias a esa X, es decir a quién sabe qué, pero que entendemos, o creemos comprender, como energía, todo empieza; algo entonces por ella se mueve. A ese estímulo le hemos llamado instinto y es del orden de la naturaleza, o, dicho de otra manera, del orden de lo Uno, aquello de lo cual Hesiodo narra, fingiendo su certeza en el mito.
    Eso que produce movimiento puede sin embargo cesar, o transformarse, como se dice, sobre todo si está en la esfera de lo humano; y es que no todo movimiento se juega en devenir humano. El movimiento, en el sentido estrictamente humano, cesa en la medida que no se cuenta con el otro, es el objeto de la acción específica de Freud: la madre, ni más ni menos. Subrayemos esto: lo específicamente humano aparece en el encuentro (antes habíamos hablado del encuentro como lo que es suscitado por la libido). Es por ese momento de encuentro que Freud muda el concepto de estímulo, en el concepto, más restrictivo y específico, de pulsión, Trieb, el motor de lo humano. La cenestesia (el estímulo) se transforma en imagen, dirá Freud, o, la fuerza deviene en sentido, dirá Derrida en su lectura del “Proyecto de una psicología”. Pero ¿Qué es la pulsión? En su acepción más general, es un concepto límite que señala el borde entre lo psíquico y lo somático, entre el estímulo, puramente somático, y la representación (ya psíquica). Esta definición, en verdad, no nos dice mucho o, tal vez, nos dice demasiado, en fin, puede servir de poco, o de mucho.
    Qué pasa si, como Freud nos invitó a pensar, decimos que de ella, de la pulsión, no sabemos nada si no es por medio de lo que la representa. Entramos en los quebraderos de cabeza, pues si bien se trata de una moción, de una fuerza que impulsa el movimiento, es ella, a fin de cuentas, algo que quedará para nosotros registrado en el orden psíquico fijado en su representante: es un acto de representancia. Todos conocemos la importancia del concepto freudiano de representante representación (de la pulsión), importancia que se revela en las diferentes guerras conceptuales sobre la pertinencia de su traducción, (Vorstellungsreprâsentanz). La pulsión, en tanto no se diferencia de su representante, es indudablemente un asunto psíquico, y es así como comprendemos que Freud haya virado del concepto de estímulo al de pulsión. Formulémoslo así: la pulsión es aquello que ejerce funciones de representancia; no otra cosa es la pulsión, ni energía, ni estímulo puro, ni representación, es acto en sí de representar y en tanto tal representante.
    Si el estímulo no cesa, es en la medida que adviene pulsión (pues el estímulo puede cesar y eso es morirse, y la pulsión, al insistir en su trabajo de representancia, es la vida) y esto porque hay, en el origen, encuentro. Es ella índice de lo humano, lo humano en tanto que encuentro. El estímulo deviene pulsión en el encuentro con lo otro: la pulsión no es natural, es un extravío de la naturaleza; puerta y llave hacia las múltiples formas del encuentro, acontecer que inaugura la ambivalencia, el amor y el odio, admonición de todo encuentro posible.
    La función de representancia de la pulsión se puede enunciar de diferentes formas: escritura, huella, traza, marca. Es el fundamento del yo en tanto que cuerpo, pues, en qué otro escenario se da el encuentro sino en el de la carne que habrá de hacerse un cuerpo. El representante de la pulsión es causa de que seamos seres encarnados. Lo humano empieza ahí, en el yo cuerpo, placer puro para Freud. Para el psicoanalista el cuerpo siempre es psíquico, pulsión pura, herida, Eros.
    Agreguemos lo central: la función de representar que es la pulsión se instituye por la falta; algo está ausente, algo se ha perdido, de tal suerte que se hace necesario presentarlo, re-presentarlo. Así, podemos pensar que todo encuentro original inaugura una falta que la pulsión contrarrestará mediante el representante: es lo que llamamos fantasma original. Creación o construcción de lo que Freud conjeturó como producto de la represión originaria o primera, la cual actúa ahí donde el cuerpo padece la pérdida para instaurar lo que llamamos zonas erógenas, basamento para el concepto de objeto parcial. El cuerpo, lugar originario del encuentro, zona de arraigo de la pérdida. Freud nos dirá que la pulsión es persistente, ¿podemos afiliarnos a la tesis de que la insistencia de la pulsión es un automatismo que insiste en representar lo ausente? Si la pulsión tiene una fuente es precisamente porque el cuerpo es el lugar de la presencia-ausencia que marca e inaugura un erotismo donado por el cuerpo erotizado del otro en el encuentro. Si la pulsión se vehiculiza por el objeto (parcial, decimos) es en la medida que este representa lo ausente, pues lo representado está constituido desde y por lo perdido, de tal suerte que el objeto no puede ser sino indiferente ya que no corresponde con aquello de origen que perdimos.
    Hemos tocado tres rasgos de la pulsión: su insistencia, su fuente y su objeto. Nuestro problema aparece cuando Freud dice que el fin de la pulsión es la descarga. Estamos acostumbrados a pensar la descarga como acto motor, pero, ¿no es acaso representar ya una descarga? El acto se da en el cuerpo. Pensémoslo de esta manera: si el aparato psíquico conjeturado por Freud tiene como tarea postular y hacerse cargo de lo que sucede entre la satisfacción obtenida en el hoy y la satisfacción buscada del ayer, todo esto por vía de un objeto, entonces podemos plantear que la meta de la pulsión, en su vertiente de vida, sería mantener esa diferencia, pues la concordancia entre el placer obtenido y el buscado sería la muerte. La pulsión, por vía de su representante, es aquello que mantiene la diferencia entre lo buscado y lo obtenido, tal como lo propuso Serge Leclaire[5].
    A esta diferencia le llamamos deseo, El representante de la pulsión, en tanto presencia de lo ausente, debe ser asumido conceptualmente como lo que inaugura y sostiene el deseo y, aún más, como su causa, pues en él pivotea la diferencia.
    Es cierto, la cosa no termina ahí, pues también sabemos que no debemos confundir el fantasma originario (aquello que está anclado en el cuerpo) con las fantasías. De aquel a estas hay todo un trabajo psíquico que corresponde al yo en una vertiente diferente a la del origen. No debemos confundir fantasma original con fantasías, como tampoco el representante y sus representaciones; esto es simplemente asumir la diferencia entre las asociaciones de objeto (o de cosa) y las representaciones de palabra. Esta diferencia es posible, nos lo dice Freud, por la represión secundaria. Entre el representante o la huella, o la escritura, y las representaciones, o las palabras, acontece lo que Freud definió como la represión propiamente dicha, o segundo tiempo de la represión; fenómeno de encubrimiento total de la falta, ahí donde la palabra apronta sus desatinos en relación a la verdad. Es el visto y oído pero sólo después comprendido de Freud. Es cuando el mito edípico queda constituido.
    Este fantaseo teórico lo podemos enunciar así: la huella del encuentro con el otro hace que yo devenga un fantasma erógeno que queda instituido como trauma, pues consiste fundamentalmente en una pérdida, trauma original que no es el del nacimiento, sino el del encontrarse indefenso ante el otro, que, digámoslo de esta manera, me marca; Luego, yo (por que la marca es lo que da origen al yo), se somete al empalabramiento del otro de acuerdo con la dimensión de ley que este otro transmite. Este proceso, subrayémoslo, se da siempre en el futuro anterior.
    Para un psicoanalista, el dispositivo y sus reglas, la artificialidad de la que hablábamos, implican un diseño que facilita que lo construido por las experiencias vividas se deconstruyan. Se trabaja con y en las fantasías con el fin de re-encontrarse con aquella falta que dejo el primer encuentro (con lo real, podríamos decir). Es finalmente un trabajo con y en la diferencia. Señalemos, a partir de nuestra noción de meta de la pulsión, que la diferencia son las mociones sexuales infantiles (fantasías), erotismo escriturado por el cuerpo del otro no empalabrado. La diferencia es aquello que se instituye por la palabra. Se trata de la dimensión estética de nuestro quehacer como analistas. El psicoanalista trabaja con el discurso del paciente (el yo que habla), pero ahí, en esa falsa certeza de lo dicho, se atraviesa un sujeto (el fantasma originario y sus productos), la alteridad constituyente, la diferencia que arraiga en la zona erógena. La sexualidad freudiana, el sujeto freudiano, o el sujeto del inconsciente, si lo queremos decir así, es lo que resulta de poder advenir a la palabra.
    Es en la experiencia de la cura donde adquiere relevancia práctica ese insumo del psicoanálisis que se llama fantasía. Lo que se produce de haber visto y oído, es decir, sentido en el cuerpo y sólo después comprendido, sólo después empalabrado. Sensación suturada en la palabra. Toda fantasía, diremos entonces, se construye como la liga entre una sensación corporal (corporal en tanto se juega en una zona erógena) y una sonoridad que quedará fijada en la posterioridad de la palabra. Fantasía: cuerpo y significante. ¿Objeto de la pulsión? ¿Objeto a minúscula? Otra vez Leclaire.[6]
    La fantasía, enunciada en y por el encuadre, supone no perder de vista que el analista hace las veces de resto diurno. El analista está implicado en la relación y desde ahí asumimos lo artificial de la transferencia, el analista es causa, y en tanto tal, la transferencia empieza en él. Reconocer lo dicho en tanto que fantasía, he ahí el centro de nuestro quehacer, asumiendo que el analista es causa. El habla del analizante, la asociación libre, es un género literario alentado por la posición y la función del psicoanalista.
    En la sesión del 1 de marzo de 1961, en su seminario sobre la transferencia, Lacan decía: Un elemento circunstancial (del habla) puede adquirir el valor representativo de lo que es la enunciación subjetiva, del objeto hacia el cual el objeto se dirige, o también de la propia acción del sujeto. Ahora bien, en la misma medida en que se presenta algo que revaloriza esa especie de deslizamiento infinito, el elemento disolutivo que aporta por sí misma en el sujeto la fragmentación significante, eso toma valor de objeto privilegiado, que detiene ese deslizamiento infinito. Un objeto puede adquirir así respecto al sujeto el valor esencial que constituye el fantasma fundamental. El propio sujeto se reconoce allí como detenido, o, para recordarles una noción más familiar, fijado. En esta función privilegiada, lo llamamos a minúscula. Y en la medida en que el sujeto se identifica con el fantasma fundamental, el deseo en cuanto tal adquiere consistencia, y puede ser designado –el deseo en juego para nosotros está también arraigado, por su posición misma, en la Horigkeit, es decir, en nuestra terminología, se plantea en el sujeto como deseo del Otro, A mayúscula. A mayúscula es definido por nosotros como el lugar de la palabra, ese lugar siempre evocado en cuanto hay palabra, ese lugar tercero que existe siempre en las relaciones con el otro, a minúscula, en cuanto hay articulación significante.[7]
    La fantasía, en tanto lo que surge en análisis bajo la modalidad de la demanda, implica la ligadura entre el fantasma del origen, producto de la huella dejada por el otro en el cuerpo y la palabra que habrá de significar, por identificación, su coagulación en el sentido, siempre equívoco, por impropio, pues proviene de un tercero. ¿No es en esto donde se juega la problemática entre el yo ideal y el ideal del yo?
    El psicoanálisis es una práctica que cuenta con un escenario (dispositivo, encuadre, reglas) en el que habrá de escenificarse una demanda equivoca por inactual. A eso hacemos referencia cuando decimos que la transferencia es la puesta en escena de mociones pulsionales infantiles. Demanda que enuncia un deseo también equívoco en tanto que se articula por medio de la palabra, artífico que oculta la indefensión original. Pero el analista cuenta, para no perderse, con su fantaseo teórico acerca del objeto, fantaseo que surge del encuentro, de la experiencia del encuentro. Experiencia clínica en su especificidad psicoanalítica.
    Este encuentro está siempre por suceder y sin embargo es ya desde siempre lo acontecido, diferencia que teorizamos como el tiempo del representante y el tiempo de la representación, o también, y seguramente más puntual, entre el deseo y su causa. Correlato incomprensible si no es desde la dimensión temporal del futuro anterior. Por eso habíamos señalado que la pulsión no tiene como fin la descarga, sino la diferencia que inaugura el tiempo de lo humano, aquello que surge entre la satisfacción buscada y la satisfacción obtenida. Por eso la transferencia, sin ser únicamente amor, señala sus vicisitudes.
    Dos acontecimientos sujetan lo humano a su condición relacional: en un primer tiempo, el encuentro con el cuerpo de la madre, siempre perturbador, siempre enigmático, encuentro que fija, que en­-huella; y, en un segundo tiempo, el encuentro con la palabra del otro, encuentro que clausura y sutura el sentido de lo estético. Todo esto con tal de ocultar la ausencia de lo perdido en el origen, la indefensión original, el abismo anterior a toda configuración posible del yo. Decía Nabokov al principio de su autobiografía que no éramos sino el instante entre dos abismos silenciosos.
    El encuadre es la construcción esforzada donde la transferencia habrá de producir lo que fue por vez primera (un después que es ahora primera ocasión del pasado); producción de lo mismo en el momento preciso en que se da la diferencia, el deseo: diferencia entre lo obtenido y lo buscado. Libido y deseo emparentados. La transferencia no puede ser sólo reconstrucción de la historia, o repetición de ella, sino más bien producción historizante a partir de la repetición del acontecimiento fundante de la diferencia. Si hay repetición lo es del fantasma del origen y no de sus vicisitudes en tanto narración significada. Para trabajar, el analista cuenta con sus objetos, a sabiendas que siempre son los del otro, de los otros.
    Espero que hayamos podido transmitir algo de lo que está en juego cuando, como psicoanalistas, pensamos los asuntos de nuestro quehacer. La cosa no es fácil, menos aun cuando nos limita el tiempo, pero ¿no sucede así en la vida? Habrá que seguir trabajando el asunto, si es que no queremos que el psicoanálisis se vuelva artefacto de museo. Pensemos que los objetos del psicoanálisis son el objeto humano, y en ese sentido lo que se juega no es poco.
     
    Alfredo Valencia M
    México, D.F., en San Jerónimo Lídice
    10 de mayo del 2011, ¡día de las madres!

     


    [1] André Green, “El objeto (a) de J. Lacan y la teoría freudiana”, en Objeto castración y fantasía en el psicoanálisis, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 1972, pág. 11.
    [2] Sigmund Freud, Más allá del principio del placer, en Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu editores (AE), 24 vols., 1978-85, vol. XVIII, 1979, pág.51.
    [3] Jean Laplanche, Problemáticas V. La cubeta. trascendencia de la transferencia, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1987, págs. 209-221.
    [4] Judith Butler, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2010, pág. 14.
    [5] Serge Leclaire, Escritos para el psicoanálisis I. Moradas de otra parte (1954-1993), Buenos Aires, Amorrortu editores, 2000, págs. 112-125.
    [6] Ibid., págs. 153-158.
    [7] Jacques Lacan, Seminario 8. La transferencia 1960-1961, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2003, pág. 198.
  • El GNOTHI SEAUTON después de Freud.

    El GNOTHI SEAUTON después de Freud.

    Julio Ortega Bobadilla

    Los orígenes de la filosofía son nebulosos. Habría surgido quizá con Tales y Anaximandro, pero su comienzo es incierto. Quizá porque la búsqueda de todo origen esté destinada al fracaso, ya sea en el caso histórico social o en la búsqueda del trauma.
    Pero me arriesgaré a decir que, la filosofía no nació en la contemplación de la Naturaleza. Tampoco en la vida pública, en el arte del buen gobierno o en la administración de los bienes familiares.
    La filosofía nació más allá de la acción pura, la excelencia en la competencia, la dignidad y el orgullo, tampoco el saber conduce al éxito en la manada, a la verificación de una aptitud ante los otros. El hombre que va en búsqueda del saber, está destinado a apartarse de los otros, y seguir su propio camino aún cuando esto suponga la adversidad, es el camino de Giordano Bruno, Copérnico y Nietzsche, también de Cantor. En cierto modo de Freud y hasta de Lacan.
    La filosofía no nace con Sócrates, pero en su máxima se resume la característica principal de eso que podríamos llamar una actitud filosófica: GNOTHI SEAUTON (Conócete a ti mismo). Antes de eso lo que tenemos es la tragedia y, en todo caso, la comedia.
    Edipo no se conoce a sí, sólo se rige por la acción y los presentimientos, por los avisos confusos del oráculo, la ambición, y la presión social. Yocasta a pesar de conocer los vaticinios que ladran que se casará con su hijo, decide ignorar al destino y tomar por esposo a un joven al que le dobla la edad. El destino se cumple implacablemente ante la inopia de ambos que parecen querer sumirse en el goce sin contriciones y hace a los protagonistas náufragos en el mar de la desgracia.
    Hamlet es una infortunada víctima del destino más, que simplemente se deja arrastrar por los designios del fantasma del padre sin cuestionar sus palabras de odio. Uno se preguntaría cómo es que le concede tanta credibilidad a un espectro y por qué el padre no puede dejar en paz al hijo y dejarlo hacer su propia vida con Ofelia. El príncipe, conocido por obsesivo en sus dudas, no vacila en el caso de aceptar la palabra del Rey Hamlet muerto, siente que ha tocado la verdad, una verdad que coincide con sus prejuicios. Llama también la atención que en la versión cinematográfica de Laurence Olivier en un momento dado hay más tenso erotismo entre él y su madre que con Ofelia. Hamlet es otro Edipo dispuesto a sacrificarse por el anatema paterno y la conservación de la prístina blancura materna. Ofelia es despreciada por nuestro héroe y se precipita en la locura y la muerte, justo después de la muerte del padre por el novio.
    En Las Nubes de Aristófanes, Estrepsíades quiere volverse culto y abandonar su condición de campesino a costa de entrar en la escuela de Sócrates dónde supone que el maestro cambiará sus ideas acerca del mundo, ese resultado no se puede obtener y termina expulsado. No contento con eso, lleva a su hijo Fidípides para que lo eduque y también cambie el maestro sofista, lleno de cualidades desagradables: charlatán, viejo sórdido y sucio que juega con las palabras y como director de su escuela, se aprovecha de sus discípulos. El resultado, es que su hijo se pervierte y pierde su rumbo tratando, como el padre, de ser quien no es, en nombre de un saber aciago. También aquí hay un final trágico, en este caso, resultado de ignorar la propia esencia.
    Sganarelle es convertido por el decir de su mujer Martina y los golpes de Valerio y Lucas en clínico milagroso en El médico a palos de Mòliere. No por ello deja de diagnosticar y hasta curar a los enfermos que le acercan, especialmente a Lucinda que se muere de amor por Leandro. Su condición de leñador es ascendida a la de galeno gracias a que él cede sin mucha batalla a los deseos de otros, olvidando su propia posición. Ese olvido de sí mismo le acerca a la muerte, sin que pueda darse cuenta del todo cómo llegó a ese enredo. Es clave, sin embargo, para su ejercicio la fe de sus pacientes, que le eleva de rango y le hace un curandero eficiente.
    En el Nacimiento de la tragedia, Nietzsche hace antitéticos a Dionisios y Apolo. Del lado del primero, la embriaguez, la oscuridad, del lado del segundo la luz, la claridad y la armonía. Pero esta división parece más un invento filosófico que una realidad fidedigna. En el fondo no son dioses tan opuestos y hay un fondo délfico en Apolo y el mismo Platón nos habla en Fedro sobre el asunto, relacionando manía y locura con el dios Apolo. Apolo no está del lado de la mesura sino de la exaltación y la manía. Entonces, la locura (tanto poética como erótica), concluye Giorgio Colli, es la matriz de toda sabiduría. Antes de esa sabiduría, lo que existe para vincular con la verdad es: El Mito.
    Aún así, Dionisios despunta siempre sobre Apolo y así lo demuestra el libro X de la Metamorfosis de Ovidio. Orfeo, quejándose de la crueldad de los dioses, se retira conservando sólo su culto al sol, a quien llama Apolo. Una mañana temprano, asciende al monte Pangeo (donde había un oráculo de Dioniso) para saludar a su dios y es despedazado por las ménades tracias por no honrar a su anterior patrón, Dioniso.
    Por otro lado, la verdad como tal aparece desnuda en la locura y
    conduce al infierno. Esta paradoja de que evitar la verdad, enferma y encontrarla desnuda enloquece, es una aporía irresoluble que se verifica en la clínica psicoanalítica todos los días. El trabajo del analista es dosificar también no sólo preguntas, sino dosis de verdad, encontrando el modo y el timing apropiado, para que se realicen cambios estructurarles en el paciente. No puede, por otro lado, actuar como sujeto sino posicionarse en función de Otro con mayúscula, para realizar una actividad en forma, que puede definirse según palabras de Bion: sin memoria y sin deseo.
    Ejercicios analítico terapéuticos, como la que se lleva a cabo en la psicosis, plantean preguntas y cuestionan los esquemas. Recuerdo muy bien a un maestro mío, lacaniano, que decía con una seguridad mística: Sólo se debe intervenir frente al paciente en forma de dicho, preguntando sobre su decir, en ecolalia y de vez en vez: interpretando. Una práctica reducida a estas hormas, es más bien una broma de mal gusto, producto de una rigidez acartonada y una nula comprensión de la situación analítica.
    El loco se ve arrastrado por una corriente que le sobrepasa en la que deja de ser él mismo para sufrir la intromisión de un otro que le arrolla, esto es muy claro tanto en las antípodas que representan la paranoia y la esquizofrenia, también por cierto, el enamoramiento: esa monomanía pasajera que todos sufrimos a lo largo de nuestra vida. La locura no es un destino a elegir entre otros, como el caso de una ideología o una religión. Puede mezclarse con éstas pero ante todo es una estructura y no un síntoma ni un producto vital.
    En el esquema R propuesto por Lacan en la Comunicación preliminar para todo tratamiento posible para la psicosis queda claro que lo Real queda seccionado entre los bordes de lo imaginario sin que lo simbólico tenga lugar y pueda hacer coto al desborde del mundo fantasmático. Lo que priva es el abismo de la identificación especular, una forma de desconocimiento de sí, sustituido por una serie de fantasías desbordadas que substituyen a la realidad.
    Freud terminará por renunciar a la posibilidad de tratar las psicosis.
    El paranoico, por lo general, no tiene conciencia de estar enfermo, y no va generalmente al análisis – es también el mismo caso de muchos perversos –, a menos que sea a rastras, porque no se cuestiona su síntoma ni sufre culpa por sus acciones. Su forma de dislate es una malinterpretación del mundo en la cual su percepción de sí, es un caso en particular en el que no puede hacerse cargo de sí mismo sino a costa de la tergiversación de su situación en el mundo. El reto para el analista, es reintroducirle al mundo simbólico, a fuerza de una práctica que no puede ser simple y que muchas veces está apoyada en el uso de medicamentos, acompañamiento terapéutico, etc.
    Estos ejemplos nos acercan a nuestro tema, planteándonos la pregunta de qué hay de diferente en el acercamiento trágico a la verdad, la convicción delirante tomada como verdad, y la caricia del hallazgo del núcleo patógeno que conduce a la cura psicoanalítica. Un filósofo contemporáneo podría decir que todas son simples interpretaciones hermenéuticas.
    En la noción griega de epimeleia heautou (inquietud de sí) que tanto interesa a Foucault en su curso del Collège de France de 1981 – 1982, queda involucrada una reflexión sobre el sí mismo y su vinculación con los otros, con el mundo. Se trata de una atención, una mirada que va del exterior al interior y de ahí al exterior nuevamente. A través de la palabra, la meditación y la razón, el sí mismo se purifica, se transfigura y se transforma.
    La inquietud de sí implica una reflexión sobre lo que se piensa y lo que sucede en el pensamiento. Es un ejercicio que va en una dirección opuesta a la meditación oriental que supone un abandono del sí mismo. No hay relación entre zen y psicoanálisis, porque la atención flotante y la asociación libre no suponen un abandono sino una introyección del sí mismo a las razones del yo profundo, a la posibilidad de escucha del uno mismo, de mirarse a uno mismo como objeto, desde otra perspectiva.
    La epimeleia de los griegos, era también una práctica o serie de prácticas dirigidas a una toma de conciencia y que incluía técnicas de memorización del pasado, examen de conciencia, verificación de representaciones, etc.
    Se resaltaba en esta práctica, siete modos principales de performatividad:
     
    1) Cuidar de sí
    2) Retirarse de sí mismo (Anakoresis)
    3) Ser amigo de sí mismo
    4) Permanecer en compañía de sí mismo
    5) Retrotraerse en sí mismo
    6) Ocuparse de sí mismo
    7) Estar en sí mismo como en una fortaleza
     
     
    Este es el arranque de un camino de conocimiento (del sí mismo, respecto de otros) que sin embargo, tratará de invertir el platonismo. Recordemos que con Platón el conocimiento al que se puede acceder es en realidad rememoración. Se trata de alcanzar lo auténtico, distinguir lo esencial de lo accesorio. Nada hay nuevo, en esta perspectiva, y cabría preguntarse si en este punto coincide con el psicoanálisis, porque me parece que precisamente lo que se produce es un conocimiento nuevo que transforma, en tanto que mueve las capas tectónicas más profundas del sujeto y cambia la estructura que sostienen.
    El sumergimiento en la intimidad griego, tenía como finalidad alcanzar un producto que podríamos llamar conciencia, que es externo y es un prolegómeno para el gobierno de la cosa pública.
    Este intento pasará por la gnosis individual adquirida por medio de la confesión. La confesión católica, no es – aunque algunos sacerdotes, así lo entiendan – un dispositivo exclusivo de recepción de faltas e imposición de tareas y castigos, sino un vínculo multiplicador de la conciencia en su relación con Dios en la que la lucidez de uno mismo y los actos realizados, es un elemento positivo para el clínico confesor.
    Foucault en el tomo I de la Historia de la sexualidad nos expone que el psicoanálisis es un dispositivo cuyo antecedente no es otro que el confesionario. Lo que ha sido habitualmente interpretado como una crítica al psicoanálisis (yo mismo hice una primera lectura equívoca en este sentido), pero no tendría que serlo, simplemente sería la verificación de un hecho histórico. La multiplicación de los modos de intentar acceder a esos contenidos escondidos, desembocaría en Freud y su invento, aunque la solución misma modificará la relación del sujeto con ese saber oculto. Lo nuevo no es el psicoanálisis, sino Freud, diría Arthur Schnitzler, al igual que lo nuevo no era América sino Cristobal Colón.
    La relación consigo mismo, tiene sin embargo, una conexión estrecha con el otro. El otro es indispensable para que la práctica del conocimiento de uno mismo alcance su objetivo último que es el Yo. El ejercicio del ejemplo, de la transmisión de saberes, y de la mayéutica son imprescindibles para alcanzar cierto saber y la figura del maestro indispensable. En la mayéutica (cuya etimología remite a maieutike u obtetricia que se ocupa del parto) a que se basa en la dialéctica, y presupone la idea de que la verdad está oculta el interrogado, se sondea al interlocutor acerca de algo (un problema, por ejemplo) y luego se procede a debatir la respuesta dada por medio del establecimiento de conceptos generales. El debate lleva al interlocutor a un concepto nuevo desarrollado a partir del anterior.
    La estulticia en todas sus formas es precisamente lo opuesto a la epimeleia, si algo la caracteriza es la acción, el desinterés, el prejuicio, la conveniencia, la ceguera, la testarudez, la subyugación al poder. Quien sufre de estulticia se dispersa en el tiempo, se ocupa de nada, su energía no se dirige hacia ningún fin y su existencia transcurre sin memoria ni voluntad.
    Salir de la stulticia es algo que no puede lograrse sin la ayuda del otro. Entre el individuo stultus y el sapiens que se quiere a sí mismo y ha adquirido una parcela de dominio sobre sí, hace falta la mediación del otro. Ese otro, es el otro de la filosofía como conjunto de principios y prácticas que dirigen adecuadamente al cuidado de uno mismo.
    La obtención de un conocimiento de sí mismo, supone aplicar el épistrofè lo cual implica: alejarse de las apariencias, volver sobre sí y comprobar la propia ignorancia, realizar actos de reminiscencia y retornar a las esencias: la verdad y el ser. Se trata de liberación de aquello de lo que se depende, aquello que no controlamos.
    Este interés de Foucault en la epimeleia heautou y la epimeleia sui (cura) debe leerse también como un movimiento hacia poner en primer plano la cuestión ética del sujeto, en este sentido el Gnothi seauton como derivado de la epimeleia heautou no es el amor a una comprensión en general o al conocimiento de sí como ejercicio de la curiosidad simple que conduce a un saber vacío. Se trata de saber hacer, y de lidiar con los obstáculos que se presentan a este quehacer. La ética no es así solamente un conjunto de saberes o comparación de prácticas, sino una reflexión sobre el ejercicio de la moral y sus consecuencias, incluso más allá de la necesidad.
    Foucault no estuvo presente en el ´68, ni sus ideas dieron pie al movimiento estudiantil en París, pero más tarde durante los 70’s protagonizó un movimiento a favor del mejoramiento de las condiciones de los reclusos en prisión que le acercó a los movimientos de izquierda. No en balde su última etapa de reflexión, se caracterizó por un análisis de las relaciones de poder, y de saber – poder. Se le ha desacreditado por su crítica al humanismo y al antropologismo, pero me parece que su intención ha sido cuestionar la libertad absoluta, la autoafirmación del sujeto burgués… e incluso la determinación liberatoria marxista que paradójicamente, cómo ha demostrado la historia, condujo a nuevas cadenas y frenos a la libertad social.
    Su estudio sobre las prisiones Vigilar y castigar, no sólo muestra la evolución de la justicia desde una punición mortificante, una violencia pública y dolorosa hasta la desaparición de los suplicios y la institución de prácticas penales más humanitarias que no se basan en el teatro del castigo público. El tema de fondo, es el dominio sobre el cuerpo y las almas de los ciudadanos, por parte de un Estado que aplica tácticas y dispositivos más sofisticados para el dominio de sus tiranizados. La represión directa del cuerpo se sigue utilizando, pero ha cedido su lugar en gran manera a una economía política, a una tecnología de administración del alma en que los instrumentos de mortificación y coerción se centuplican más allá de las ballestas y las tanquetas. Hoy, la escuela y el registro electoral, la regulación democrática y sindical, los medios de comunicación, son parte de un dispositivo de control de población que es más efectivo y que produce saberes, relaciones de fuerzas, prácticas sociales, en una malla social que deja cada vez menos espacio a la libertad. Sí, me parece que hay coincidencia y se trata retomar desde una perspectiva de discurso y genealógica, esos órganos y objetos, que alguna vez Althusser nombró aparatos ideológicos de Estado. La sociedad controlada del Big Brother que imaginó Orwell en su novela 1984, no es un invento del comunismo cómo él lo había imaginado, sino una eficiente realidad capitalista cristalizada por la ley antiterrorista “patriotic act” de Bush, que hoy se nos intenta imponer a través de modificaciones a La Ley de seguridad Nacional.
    Esa monumental e inacabada Historia de la sexualidad, que se propuso escribir, ha tenido que ser reescrita después del primer tomo, queda sin concluirse cuando enderezaba el rumbo y deja pendiente para algunos su intención final. Para mí, se trata de interrogar a las ideologías y la tradición heredada acerca del sexo, preguntarse que queda después de Freud de las prácticas sexuales, y cuestionar la polimorfia sexual que hoy vivimos y la supuesta libertad adquirida después de su aparente emancipación. En esta crítica al humanismo, le faltó tiempo para aguijonear a la teoría del género, cuyos estudios parecen en ocasiones, intentos por borrar el campo de lo corporal, que ningún psicoanalista puede o debiese ignorar. Un problema más, asociado a múltiples estudios temáticos, es reconocer y afirmar la formación de la identidad sexual a partir de un acto de conciencia ó libre determinación, se ignoran cándidamente de esta forma, los aspectos inconscientes implicados en ella y la inserción de ciertos procesos fundamentales de comprensión de la tesitura sexual, sólo a partir del fenómeno de après-coup.
    Pero volviendo sobre nuestro tema… la autoconciencia, el reconocimiento de sí, la autoafirmación consecuente ¿Puede ser alcanzado más allá del círculo tautológico Yo = Yo? ¿Más allá del ejercicio de autoconciencia? ¿El repliegue sobre sí mismo que remite al cogito cartesiano basta para dar cuenta del fondo de sí mismo?
    El pensamiento lleva por el camino de la razón a la persona a examinarse como frente a un espejo. El pensamiento crítico se aplica sobre las ideas que una persona o personas producen.
    Curiosamente, el término persona en el antiguo latín refería a una máscara usada en el teatro y precisamente debemos interrogarnos el cómo pasó a ser el denominativo de un sujeto racional y conciente, de una identidad asumida más allá del embozo. La superficie pasó a ser lo esencial en una operación sin mayor trámite.
    Para Lacan el sujeto autónomo, independiente, trascendente del cogito cartesiano no es más que una ilusión que fue cuestionada por Freud. Su formulación “pienso dónde no soy, soy dónde no pienso” remite al sujeto del inconsciente que más allá del pensamiento existe y que consiste dónde no es posible pensar: fantasías, pasajes al acto, ideales, y todo aquello relacionado con el inconsciente.
    La persona, el YO, es apariencia que se olvida del cuerpo y sus necesidades, que no comprende el mundo más que a través de la razón y los argumentos, que se diferencia del sujeto de la enunciación, de la existencia, que rebasa las afirmaciones que están implícitas en el razonamiento de Descartes:
     
    YO SOY LO QUE PIENSO, EL QUE PIENSA SOY YO, EXISTO Y CONSISTO.
     
    Yo no soy lo que pienso o no totalmente al menos, soy más que eso. Soy la suma de mis prejuicios, de la imagen falsa y narcisística de mí mismo, mis pasiones, de las sentencias y prohibiciones morales. Yo no pienso, sino en mí, por mí piensan otras personas de las que de alguna forma soy su títere.
    Mi YO, mi discurso conciente, es una vasija dónde se mezclan las historias de generaciones atrás y que aparece como una unidad, engañando al ojo como lo hacen los anamorfismos de pintores como Archimboldo o Salvador Dalí.
    La película “Being John Malcovich” de Spike Jonze muestra de manera tragicómica la posibilidad de que nuestra identidad no sea sino una fachada, un árbol hueco, que es habitado por uno o más personajes provenientes del presente pero sobretodo del pasado, esta imagen ya había sido propuesta por el arte de Jeronimus Bosch en un fragmento del “Jardín de las delicias”.
    En este sentido, nuestra identidad no está fijada por alguna naturaleza divina o humana, no obedece a algún principio superior u orden moral trascendente. Pero también no es un fenómeno de superficie que pueda revelarse ante el espejo, la meditación conciente o la revisión de los actos en función de un código moral. La palabra sujeto tiene aquí su pertinencia porque nos hace saber que estamos prendidos a una red social de tramas que se objetivizan en el lenguaje y derivan en nuestros actos y síntomas.
    El mérito de Freud y Lacan está en haber puesto de manifiesto que ese sujeto no es sino el sujeto del inconsciente y sujeto del deseo. En este sentido el sujeto no está ahí, fijado en un inconsciente constituido por un cúmulo de contenidos reprimidos o un inconsciente colectivo. El inconsciente no está ni como condición del lenguaje ni como una verdad platónica colocada de antemano a rememorar, sino que se construye en un ir y venir externo e interno en relación al Otro, el inconsciente no es una entelequia en el sentido aristotélico del término. Me parece que es así como debe entenderse la frase de Lacan: “el inconsciente es el discurso del Otro”. El inconsciente es un producto sólo posible a partir del lenguaje teniendo en cuenta de que el lenguaje no puede dar cuenta de la realidad puntualmente y que éste es sólo una manera de regenerar el circuito del deseo.
    En este sentido, el psicoanálisis no es sólo una manera de encontrar una cura a través del lenguaje y un acceso a la felicidad o al conocimiento profundo de sí, porque la ambigüedad misma del lenguaje impide que así sea. Hablar de uno mismo en términos de aserciones y conclusiones, adquirir una serie de afirmaciones sobre uno mismo, no es la meta de un análisis. Tampoco un análisis es la aplicación de un sistema que conduce a construcciones dirigidas a proveer significados elaborados según una metapsicología, no es una explicación del síntoma. Un efecto secundario de un análisis es el olvido de las conclusiones profundas a las que se arriba e incluso la instauración de nuevos cuentos e invenciones.
    El analista con su escucha posibilita que el paciente se escuche a sí mismo, a sus mentiras y contradicciones, a su crueldad disimulada tras las buenas intenciones. El psicoanalista no castiga ni amenaza, sobretodo no absuelve. La meta del análisis va más allá de una psicología del sentido, y apunta más bien a intentar conseguir una cierta metodología para preguntarse sobre sí mismo a medida que se da un paso y otro en el mundo. Esas preguntas sitúan al sujeto en el mundo de una manera diferente y le hacen verse a sí mismo en relación a los otros. A Cesare Musatti le gustaba recordar que en su larga carrera de psicoanalista sólo había curado, como mucho, a cuatro o cinco personas, contentándose de un modo muy freudiano con una terapia que hacía pasar a los individuos de una «infelicidad patológica» a una «infelicidad normal».
    Esta técnica no supone al Otro de la filosofía, porque el conocimiento del sí mismo, sólo se alcanza en una praxis que supone la interacción de dos personas, porque el encuentro tête a tête, es el único que puede movilizar la dinámica pulsional que es la base de todo pensamiento o acción. El cuerpo para el psicoanálisis, se rige por la vida pulsional, por las pulsiones parciales que hacen del cuerpo no una unidad sino una serie de partes, pedazos, zonas que tienen la cualidad de ser orificios o bordes. Estas zonas definen espacios de relación con el Otro, o sea con los otros y con el mundo de las cosas.
    Por esto, el psicoanálisis es la base para cuestionar la tradición del ghnoti seauton misma, de la que proviene. No puede llegarse al fondo de sí mismo a través del quehacer filosófico porque la razón simple no es el instrumento para abordar el problema.
    La aportación de Freud va más allá de poner al descubierto la importancia de la sexualidad, el poder de la confesión, la importancia del sueño como revelador de verdades, etc. Se puede considerar al psicoanálisis es no solamente como una teoría, una práctica clínica y un método de investigación; también puede calificarse de un punto de vista filosófico, pese a que, Freud no era filósofo ni tenía intención alguna de serlo, pero sobre todo es una praxis, en todo el sentido que ello implica.
    No podría ser considerada una explicación última de todas las motivaciones del ser humano; los ejercicios de análisis aplicado que explican la conducta inhumana y aberrante de Hitler o la paciencia y santidad de Ghandi sobre la base de sus historias infantiles son en extremo peligrosos. El mismo Freud cedió a la tentación cuando aceptó escribir con Bullit la biografía de Wilson bajo esta perspectiva.  El método de introspección derivado del psicoanálisis es también una vía que toma el paciente para preguntarse sobre el ser y su devenir. Es significativa la afirmación de Foucault en su entrevista con los japoneses Shimizu y Watanabe (1970), tras de calificar al aporte freudiano como una elección original a la par de Parménides, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant y Hegel, nos dice:
     
    Pensándolo bien, una elección como la llevada a cabo por Freud es bastante más importante para nuestra cultura que las elecciones filosóficas de sus contemporáneos, como Bergson y Husserl.
     
    Palabras de reconocimiento que han sido expresadas en una fecha tardía y que aún considerando que después hubiese realizado críticas muy agudas al psicoanálisis, suponen cierto respeto y hasta admiración hacia Freud, finalmente el hombre sobre el que está parada gran parte de la filosofía del siglo XX.
     
  • El psicoanálisis: una “ciencia conjetural”

    El psicoanálisis: una “ciencia conjetural”

     Mario Alberto Domínguez Alquicira

     

    Para poder entender la epistemología del psicoanálisis en su especificidad será necesario abordar los intentos —todos ellos infructuosos— hechos por ciertos autores para validar el psicoanálisis como ciencia desde los criterios de cientificidad provenientes del empirismo lógico. Ahora bien, acercarse al problema de la supuesta cientificidad del psicoanálisis implica fijar nuestra propia postura, misma que se sitúa más del lado de la epistemología crítica (cuya búsqueda se centra en las condiciones de emergencia de un nuevo saber) que de la epistemología policiaca (que le exige al saber psicoanalítico determinar si cumple o no con todos los criterios de cientificidad). Lo que debe pensarse es, pues, la forma de cientificidad específica del psicoanálisis como disciplina, esto es, su especificidad epistemológica.

    No entendemos de ningún modo por epistemología la rama de la filosofía que estudia la investigación científica y el conocimiento científico[1]

     

     


    Lo que está en juego aquí no es una epistemología relativa al método científico ni a la teoría del conocimiento. Para nosotros la epistemología es más bien la investigación acerca de las condiciones de posibilidad sobre las cuales se gesta y configura un saber. Conlleva, por tanto, la posibilidad de subvertir el dogmatismo, así como de mostrar los deslizamientos, las rupturas, los quiebres, los virajes, las discontinuidades. En resumen: es el modo en que se construye o se deconstruye un saber o una práctica.La tarea propia de una epistemología como esta es, en palabras de Assoun, la de “llevar a cabo un trabajo preciso de localización histórica que nos lleva a través de transiciones y rupturas, hasta la frontera en que la conformidad de los lenguajes desemboca en lo inédito del objeto”.[2]

    Así pues, en tanto discurso desafiante vinculado con la crítica, el psicoanálisis adquiere una dimensión trágica que remite directamente a una problemática de la verdad, lo que además implica la producción inédita de un saber.El psicoanálisis emerge como un nuevo discurso que incluye otra concepción de la verdad. Verdad que reconoce en la locura una de sus presentaciones privilegiadas. Se trata aquí, en efecto, de una verdad que escapa a la conciencia, de una que arremete y molesta, y que por eso produce la imperiosa necesidad de deshacerse de ella. Verdad excluida, verdad maniatada, verdad extirpada, verdad acallada.

    En la locura, como en el arte, la verdad irrumpe de manera explosiva. En ambos la verdad se revela, se abre abruptamente a aquellos que están dispuestos a enfrentarla. Pero, ¿en qué radica la verdad de la locura?

    La experiencia de la locura no es sino otra de las manifestaciones de dicha verdad irruptiva, explosiva, horrorosa. Horrorosa para aquella humanidad que no está dispuesta a descifrar sus rasgos, a leer la razón de su sinrazón. Porque la locura constituye una escritura de aquellos elementos que la humanidad aún no entiende de sí misma, es un texto en busca de lector.

    La verdad de la locura se puede leer desde dos puntos de vista. Desde el punto de vista general, la locura espeta a la humanidad todas sus verdades. Desde el particular, la locura cifra una verdad subjetiva.[3]
    A dichos intentos de delimitación epistemológica del psicoanálisis desde los criterios de cientificidad del empirismo lógico (para los cuales el psicoanálisis no es ni será una ciencia) habrá que oponer entonces una posición como la nuestra, lo que implica por fuerza tener que responder negativamente a la pregunta acerca de si el psicoanálisis debe ser considerado una ciencia (pese a que en muchos casos mantenga su pretensión de llegar a ser ciencia). Así, salvando el prejuicio “cientificista” y positivista consistente en tratar de restringir la epistemología (también llamada “teoría del conocimiento”) al estudio de los conceptos científicos —por ver a la ciencia como la forma paradigmática de conocimiento—, nos adherimos al pensamiento de quienes afirman que no por ser la ciencia la más segura de las formas de conocimiento deba ser la única. Lo que equivale a decir que los conceptos epistémicos no se reducen al campo de la ciencia como tampoco la teoría del conocimiento puede limitarse a ella. Significa entonces que hay otras formas de generar conocimiento que no sea siguiendo más que los “mandamientos” del positivismo; más allá del blindaje científico hay otras formas de pensar, problematizar, interpretar, reflexionar, disertar que no son precisamente las que arrastran la herencia positivista.

    No obstante, esa tendencia a colocar hipótesis científicas que avalen lo que en apariencia pudieran parecer simples explicaciones especulativas subsiste hasta nuestros días en el campo psicoanalítico mismo. Tales pretensiones cientificistas, cuyas intenciones son las de hacer ver las explicaciones psicodinámicas como hechos de observación establecidos y explicaciones causales, son de larga data. En su afán por legitimar y validar al psicoanálisis, hubo quienes se esforzaron por mostrar la existencia de un fundamento científico firme y se preocuparon por deslindar con precisión aquellos conocimientos que pueden ser considerados bien establecidos por el dominio científico de los que no lo son. Fue así como tuvo lugar un ciclo de conferencias organizado por el Instituto Tecnológico de California con el fin de contribuir en el esclarecimiento de la controversia sobre el estatuto científico del psicoanálisis para disminuir con ello la “hostilidad” de la que era víctima. El libro que recoge el texto de dichas conferencias, publicado originalmente en inglés en 1952, fue escogido por el doctor Ramón Parres y el Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos de la UNAM (cuya colección era dirigida por Samuel Ramos y Eli de Gortari) para presentar el carácter científico del psicoanálisis en México y los otros países de habla hispana. La traducción al español (hecha por el propio Parres) fue publicada por la UNAM en 1960, llevando por título El psicoanálisis como ciencia.

    En esta defensa de la Ciencia Psicoanalítica, los miembros de la Asociación Psicoanalítica Mexicana tuvieron una influencia decisiva. Para ellos, el psicoanálisis como un ángulo de la ciencia se vio amenazado o socavado por la intromisión de la ideología irracionalista encarnada por Erich Fromm, quien —desde la óptica del psicoanálisis científico— se opone intransigentemente a la evolución psicoanalítica, torciendo así el curso de sus investigaciones. A su entender, “los ‘psicólogos culturalistas’ pretenden refutar o ‘ampliar’ a Freud a nombre de una concepción desorbitada de la ‘cultura’ en la que la psicología queda completamente ahogada e irremediablemente perdida. En consecuencia, el Psicoanálisis sólo representa un aspecto, un ángulo, o, como Freud decía, ‘un trozo de ciencia’, justamente la que tiene en cuenta el desarrollo psicológico del hombre”.[4] En suma, para los ortodoxos, Fromm y sus epígonos “encuentran en el Psicoanálisis deformado un cómodo terreno para su gimnasia de tergiversaciones, consistente en tirar por la borda de la moral, la religión, el subjetivismo desorbitado y la mística, cuanto ha sido y es el mejor esfuerzo de la civilización que progresa”.[5]

    En el seno de la misma Asociación, empero, quienes no aspiraban a ser “científicos” ni “metodológicos” —particularmente en el terreno de la técnica— eran tildados de “místicos” y “herejes”. En opinión de uno de los acusados de “misticismo”, por llevar a la palestra de la Asociación ideas no ortodoxas, en esta actitud influía la herencia de Freud mismo, en su necesidad de validar el psicoanálisis como ciencia. Para él, este era “un ejemplo más dentro de una corriente de pensamiento en que el psicoanálisis habría caído o estaría cayendo: el predominio de lo obsesivo sobre lo total, del medio sobre la finalidad. Como todo desarrollo obsesivo en la cultura, empezarían a notarse en él claras señales de intolerancia intelectual: lo que importa no es ya la mejor comprensión del ser humano, sino la adhesión a un sistema de pensamiento llámese positivismo u ortodoxia, lo que importa es la congruencia con la autoridad representada por tal o cual autor, o tal o cual doctrina”.[6] Este racionalismo positivista, que en Freud obedecía también al espíritu de su época, invade y paraliza parcialmente —según el disidente de la legión freudiana ortodoxa— al psicoanálisis mismo.

    Pero no solamente afecta a los psicoanalistas; ciertos psiquiatras siguen manteniendo esta postura hasta nuestros días: “Que hace 100 años unas personas tuvieran explicaciones míticas, sobre las enfermedades mentales, se puede, con reservas, dispensar. Que esto siga siendo el equivalente a una actividad científica y más concretamente, que se siga comparando al psiquiatra o psicólogos, como sinónimo de psicoanalistas es hoy en día una aberración y un insulto. Se puede seguir siendo psicoanalista, si se pondera esta actividad, a un estado de técnica de conversación, equivalente al masaje, a la logoterapia, a formas de conversación ritualizadas, confesiones religiosas y ¡nada más por fortuna!”.[7]

    Otro de los intentos por demostrar que el psicoanálisis sí es una ciencia y que no merece aparecer al lado de las pseudociencias fue el de Miguel Kolteniuk, quien para lograrlo se valió del filósofo de la ciencia Mario Bunge, por considerar que su método “establece con más rigor los requisitos que una disciplina debe cumplir para ser considerada científica”.[8] De igual modo, se apoya principalmente en David Rapaport (dejando prácticamente de lado el pensamiento de Freud), prominente figura de la Ego Psychology, para llevar adelante su investigación, con lo cual define claramente su postura: la de identificar y homologar al psicoanálisis con la corriente de la Ego Psychology (considerada como la línea ortodoxa del pensamiento freudiano). Ahora bien, dicha corriente del freudismo norteamericano no se mantuvo exenta de serios cuestionamientos, sobre todo en lo tocante al “punto de vista adaptativo”. Incluso Fromm señaló lo siguiente: “Ciertamente, hay en la teorización de los psicólogos del ego una gran cantidad de pensamientos sutiles y brillantes, pero no hacen mucho más que dar a la teoría psicoanalítica una nueva respetabilidad, especialmente a los ojos de la psicología académica y desde el punto de vista de los descubrimientos neurofisiológicos”.[9]

    En el extremo, Rogelio Díaz-Guerrero (quien además de psiquiatra y neurólogo era doctor en filosofía y psicología) realizó denodados esfuerzos por reducir a términos operantes y científicos los criterios dinámicos fundamentales de Sigmund Freud.[10] Su interés estuvo centrado en demostrar la existencia de tales fenómenos a través de enfoques distintos al clínico tradicional, para lo cual diseñó una metodología para estudiarlos experimentalmente. Este anhelo de extraer conclusiones de la situación analítica para que sean verdaderas en el contexto de la psicología evolutiva o experimental obedece, según José Cueli, a una serie “de malentendidos acerca de lo que es el psicoanálisis, acerca de su ubicación dentro de las diferentes formas del conocimiento humano, acerca de sus criterios de validación y de la necesidad de definir sus metas y valores. Este problema espistemológico del psicoanálisis es el ejemplo de la mayor confusión posible”.[11] Tales equívocos sobre el psicoanálisis podrían despejarse si se tuviera claro que éste no es una parte de la psicología experimental o psicología objetiva. Al decir de este autor, “este curioso fenómeno nos introduce a uno de los mayores equívocos existentes en el pensamiento analítico, el de que los criterios analíticos de validación, que se quieren utilizar para un conocimiento, dependen de métodos utilizados en otras ciencias, excepto en psicoanálisis (experimentos de laboratorio, estadística, observación externa, etc.). Muchos analistas, en busca de rigor, utilizan el concepto de variable, como si la situación analítica fuera susceptible de una descripción en estos términos. Lo que obtienen con este tipo de descripción no es más que un fantasma de variables, porque el concepto mismo de variable fundamental en estadística es ajeno a la situación analítica”.[12] Se confunde así rigor metodológico con rigidez metodológica.

    Síntoma de esta rigidez en el proceso de investigación es también la tendencia general y dominante —parecida más al análisis estadístico que al estudio de la psique— de seguir los criterios de la American Psychological Association (APA), por considerar que entre más cerca esté de los formalismos, un texto adquiere un carácter más “científico” y menos “literario”, por llamarlo de algún modo. Es así que un autor como Klimovsky arriba a la conclusión de que es posible considerar al psicoanálisis como una disciplina científica a partir de su adaptación a los pasos canónicos estipulados por el método científico.[13] Según este criterio, una guía de cientificidad debe posibilitar a los analistas la real construcción del conocimiento, evitando así la transformación del psicoanálisis en una aventura filosófica o literaria. Se olvida con facilidad que a Freud le fue concedido el “Premio Goethe” en 1930 y que entre sus máximas influencias se encontraban, además del poeta alemán, Shakespeare y Sófocles.

    Este mismo debate (en torno a la cientificidad de una disciplina) se ha dado también en otros sistemas del pensamiento, de los cuales la psicología no ha sido la excepción. A los presupuestos que guían la construcción de su conocimiento, a saber: que todo comportamiento se puede predecir o inferir a partir de un conjunto de premisas, y que todo comportamiento es susceptible de ser interpretado, se han impuesto cuestionamientos que ponen en tela de juicio su presunta precisión y veracidad. Así, por ejemplo, hay quien establece que “la psicología, al igual que muchas otras disciplinas, es una ciencia de lo fragmentario en tanto que sus hallazgos sólo van configurando pedazos de verdad que duran sólo por un tiempo y luego se desvanecen”.[14] Una de esas disciplinas —o ciencias de lo fragmentario— sería precisamente el psicoanálisis, que “nunca va a dejar de ser una ciencia sui generis, posiblemente una ‘ciencia conjetural’, que sólo puede apoyarse en hipótesis despositivizadas, sobre ‘ficciones’ en cierto sentido.[15] Por eso es que todo intento de pensar el psicoanálisis “desde los criterios epistemológicos válidos para las ciencias de observación, […] conducirán inevitablemente a los mismos resultados, que no constituyen más que un punto muerto”.[16] Ante esto, lo que puede afirmarse es que “desde los criterios de cientificidad del empirismo lógico el psicoanálisis no es ni puede ser una ciencia”.[17]

    Un hecho indiscutible fue el carácter escandaloso y revolucionario del psicoanálisis en la época de Freud en tanto cuestionaba el orden imperante, ponía de manifiesto las hipocresías y buscaba el esclarecimiento y la verdad en cuanto desenmascaramiento. Efectivamente, en el psicoanálisis hay algo esencialmente escandaloso, revolucionario, acientífico, si por ciencia se entiende la anquilosada ciencia positiva. En dicha ciencia, denominada natural, “los científicos se dicen neutros, objetivos, toda vez que indican que no se ‘relacionan con’ su objeto de estudio”.[18] El psicoanálisis nunca podrá ser considerado una ciencia —y mucho menos una ciencia natural— por la llamada “racionalidad científica» en la medida en que su objeto no es “objetivo” sino subjetivo. Esto es así aún a pesar de que ciertos divulgadores del psicoanálisis traten de mantener el equívoco de que el sujeto del análisis es un ser biológico, instintivo, que irá madurando y evolucionando progresivamente hasta alcanzar la plenitud genital. Del mismo modo que el psicoanálisis no es una ciencia natural, tampoco entraría en el terreno de las llamadas psicologías evolutivas. Se trata, pues, de una teoría no objetivista de la subjetividad.

     


    [1]Cfr.Bunge, Mario, Epistemología. Curso de actualización, México, Siglo XXI, 2004; La ciencia, su método y su filosofía, Siglo XXI, Buenos Aires, 1969. Nos adherimos a una postura como la de Michel Foucault, que contrasta totalmente con la de un filósofo de la ciencia como lo es Bunge, por considerar más afín a nuestra línea de investigación su propuesta de delimitar “umbrales” en la historia de las formaciones discursivas. No es casual entonces que Foucault no sea ubicado en el campo de la epistemología ni de la filosofía de la ciencia sino en ese ambiguo lugar de la “arqueología del saber”.

    [2]Assoun, Paul-Laurent, Introducción a la epistemología freudiana, México, Siglo XXI, p. 13 y 14.

    [3]Tamayo, Luis, Del síntoma al acto. Reflexiones sobre los fundamentos del psicoanálisis, México, Universidad Autónoma de Querétaro, p. 67.

    [4]Torres, Mauro, El irracionalismo en Erich Fromm. La posición científica del psicoanálisis, Pax, México, 1960, p. 18.

    [5]Ibid., p. 12.

    [6]Cardeña, Jaime, “¿Técnica o poesía en el psicoanálisis?”, en Palacios, Agustín, Ramírez, Santiago, Valner, Gregorio (coords.) Psicoanálisis. La técnica, Pax, México, 1963, p. 223.

    [7]Salín-Pascual, Rafael J., La impostura perfecta: Sigmund Freud y la pseudo-ciencia llamada psicoanálisis, EDAMEX, México, 2007,p. 11. Thomas Szasz, uno de los más eminentes psiquiatras y filósofos de la psiquiatría contemporánea, dice algo muy parecido: “Psicoanálisis es el nombre comercial de un cierto tipo de conversación, tal como Coca Cola y Kentucky Fried Chicken son los nombres comerciales de un cierto tipo de refresco de cola y de pollo frito. Psicoanálisis es también el nombre de una colección de especulaciones acerca de la vida y las relaciones humanas expuestas por el inventor de ese nombre comercial”. (Cf. Herejías, p. 106).

    [8]Kolteniuk Krauze, Miguel, En torno al carácter científico del psicoanálisis, Fondo de Cultura Económica, México, 1981, p. 11.

    [9]Fromm, Erich, “La crisis actual en el psicoanálisis”, en Revista de Psicoanálisis, Psicoanálisis y Psicología, núm. 7, septiembre-diciembre de 1967, Fondo de Cultura Económica, México, p. 12.

    [10]Cfr. Díaz-Guerrero, Rogelio, “Metodología para el estudio experimental de la represión”, en Estudios de psicología dinámica, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México / Dirección General de Publicaciones, México, 1963, p. 164-197.

    [11]Cueli, José, “El psicoanálisis hoy”, en Cueli, José y Lucy Reidl (editores) Corrientes psicológicas en México, Diógenes, México, 1983, p. 15.

    [12]Ibid., p. 16.

    [13]Klimovsky, G., “Acerca del carácter científico del psicoanálisis”, en Rev. de Psicoanálisis, 44(4), 1987, pp. 887-895.

    [14]Soto Ramírez, Juan (5 de julio de 1999), “Psicología de lo borroso”, en La Jornada (Lunes en la Ciencia), p. II.

    [15]Perrés, José, El nacimiento del psicoanálisis. Apuntes críticos para una delimitación epistemológica, UAM-Xochimilco / Plaza y Valdés, México, 1988, p. 71.

    [16]Ibid., p. 72.

    [17]Ibidem.

    [18]Mendoza García, Jorge, “Epistemologías del corazón en la música de arrabal”, en Juan Soto Ramírez (Ed.), Psicologías inútiles, UAM-Iztapalapa / Miguel Ángel Porrúa, México, 2009, p. 73.

  • La especifidad del dispositivo analítico.

    La especifidad del dispositivo analítico.

     Modesto Garrido

     Pourquoi, de ce que votre fille soit muette, Freud a-t-il su rendre compte ? C’est de la complicité que nous venons de dire, celle de l’hystérie à la science. Au reste la question n’est pas de la découverte de l’inconscient, qui dans le symbolique a sa matière préformée, mais de la création du dispositif dont le réel touche au réel, soit ce que j’ai articulé comme le discours analytique

     
    Jacques Lacan[ii]
    .
     
     
     
    En el fragmento que hemos utilizado como epígrafe, el Dr. Jacques Lacan parece insistir en una postura que es localizable en otros momentos de su enseñanza, la oportunidad de proponer que la verdadera genialidad del Dr. Freud no consistiría en la oportunidad del descubrimiento del inconsciente, sino en la invención del dispositivo analítico.
     
    Frente a lo cual me parece pertinente preguntarnos: ¿En qué consiste la especificidad de dicho dispositivo?
    Creemos que la cuestión sobre el dispositivo ha sido dejada de lado, no hay muchos autores que parecieran haberse sentido concernidos por la oportunidad de interrogar su especificidad, si es que la hay, de dicho dispositivo.
    En autores vinculados a la internacional, el asunto parece resolverse más bien en términos de encuadre o de contrato, lo que nos parece no podría de forma alguna ser tomado como oportunidad de resolver la pregunta, en todo caso sería un abordaje que evade, quizá de manera no propositiva, por completo el punto.
    Del lado de los autores lacanianos, son escasas las oportunidades de toparnos con referencias al asunto.
    Una que nos gustaría mencionar es un texto en español de Jacques Alain Miller, publicado en el numero 7 de la revista «Virtualia» con el titulo de «El genio del psicoanálisis»[iii].
    .
    En dicho texto, se propone que el dispositivo estaría implícitamente constituido a partir de los siguientes 4 conceptos:
     
    1. La asociación libre, la invitación a decir todo lo que se quiera sin obedecer a otra regla más que ésa.
    2. La interpretación, del lado del analista.
    3. La transferencia.
    4. La respuesta peculiar del analista a ese fenómeno, su neutralidad.
     
     
    Por nuestra parte, consideramos que los cuatro puntos en cuestión, planteados tal cual, no logran cernir la especificidad del dispositivo analítico, contentándonos en señalar que ninguno de ellos podrían ser presentado como exclusivo de la experiencia clínica psicoanalítica. Y que sería necesario abordar a cada uno de ellos tratando de cernir su especificidad en la experiencia analítica.
    Pero en todo caso nos parece que es posible abordar e interrogar aquello que constituye el dispositivo de una forma más primaria, planteando que nos parece localizable en la forma en que se establece en la experiencia misma la relación entre la palabra y la escucha puestas en juego. Inclusive, afirmamos que a partir de ello sería posible arrojar alguna luz sobre los cuatro conceptos antes mencionados.
    Permitámonos hacer notar al menos, que a contrapelo de lo que quizá en una lectura apresurada podría suponerse frente a los cuatro conceptos mencionados, la función primordial de un analista no es interpretar, como pudiese quizá ser posible suponer frente al segundo punto planteado por Jacques Alain Miller, sino escuchar.
    Es eso lo que el Dr. Jacques Lacan menciona desde los primeros párrafos de su «Función y Campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis», al afirmar que toda palabra obtiene una respuesta, a condición de que haya una escucha.
    A nuestros ojos, insistimos, es precisamente a través de la función de la escucha y de la palabra que podremos interrogar la especificidad del dispositivo analítico.
     
    LACAN, LOS PRIMEROS AÑOS.
     
    No parece para nada osado el plantear, que bien valdría la pena retornar a la lectura del Dr. Jacques Lacan, y ello desde sus primeros textos, inclusive aquellos que pudieran ser considerados de primera instancia no propiamente psicoanalíticos. Pensamos por el momento en tres de ellos:
    «El problema del estilo y la concepción psiquiátrica de las formas paranoicas de la experiencia», publicado en 1933.
    «Más allá del principio de realidad» de 1936.
    Y «Acerca de la causalidad psíquica» de 1946.
    Los tres textos fueron escritos y publicados en un período de poco más de 10 años y pueden ser considerados expresión de la forma en cómo Lacan, entonces un joven psiquiatra, se introduce en el campo psicoanalítico e intenta introducir dicho discurso frente a sus compañeros psiquiatras.
    Es precisamente por ello que la forma en como interroga, e intenta presentar a su lector la especificidad del discurso analítico puede sernos muy útil.
    Ya que no la interroga de la misma forma en los años por venir, entonces la interrogará desde el interior mismo del corpus teórico psicoanalítico, a través de un trabajo permanente sobre los conceptos del psicoanálisis, lo interesante en esos primeros textos, es que interroga a la experiencia clínica psicoanalítica subrayando aquello que hay de específico en la forma en cómo en psicoanálisis es abordada la palabra del paciente.
    La concibe implicando un dispositivo simple pero con consecuencias.
    En la cita al inicio de este texto, Lacan afirma que el dispositivo creado por Freud implica que lo real toque a lo real.
    Afirmación que no podemos perder de vista en este texto pues de hecho es nuestra intención tratar de dar cuenta de sus implicaciones.
     
    Regresemos a los textos mencionados, en ellos podemos encontrar un claro interés del Dr. Lacan respecto a la función que tiene la palabra del paciente en la experiencia analítica, algo que podemos claramente encontrar en el texto que generalmente se sitúa como fundador de la enseñanza lacaniana, nos referimos claro esta a «Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis». Es evidente que la función de la palabra se encuentra en el centro de su interés, pero no menos central es la función de la escucha.
    Pero que se diga que la escucha tiene una función central en la experiencia analítica puede perfectamente ser tomado como un lugar común que no plantee ninguna interrogante, ningún interés. Creemos posible afirmar que para Lacan la función de la escucha, la especificidad de esa función en psicoanálisis no podría ser concebida siquiera, si no se interroga la función de la palabra.
    De eso se trata en dichos textos, de un joven psiquiatra llamando la atención a sus colegas sobre lo absurdo que resulta el abordar a la locura, sin prestar atención a la palabra del paciente. Sin perder de vista que prestar atención a la palabra del paciente, insistimos, no implica solo oírlo, implica atender a las formas en que el paciente mismo enfrenta su palabra, a como él se vincula con ella, que dice él sobre ella, cómo y qué el paciente mismo lee en su palabra, aún cuando como en la psicosis no la reconoce como propia.
    Es verdad que en esos textos el Dr. Lacan se refiere generalmente a textos producidos por paranoicos, pero es evidente que su referencia a los textos producidos por la paranoia no puede acotarse solo a los textos puestos en blanco y negro, es a la textualidad, implicada no solo en los textos, sino también en la palabra del paciente referida a lo que en ese momento Lacan llama «experiencia vivida», en donde es necesario localizar un ejercicio de lectura de parte del paciente.
     
     
    La importancia de la palabra del paciente.
     
    Planteemos de entrada y de forma sucinta, que es de ésto de lo que se trata, de prestar atención a la relación entre el paciente y su palabra, ojo, no hemos dicho la relación del analista con la palabra del paciente, sino la relación del paciente con su palabra, así, en: «el problema del estilo y la concepción psiquiátrica de las formas paranoicas de la experiencia» leemos:
     
    «Se puede concebir a la experiencia vivida paranoica y a la concepción del mundo que ella engendra, como una sintaxis original»[iv]
    .
     
    Esta sintaxis original, esta vinculada a una significación personal:
     
    «en efecto, el campo de la percepción esta marcado en estos sujetos de un carácter inmanente e inminente de «significación personal»»[v]
    .
     
    Ambas proposiciones implican la relación del paranoico a la lectura, aquello de lo cual se trata es de la lectura de sus propias producciones simbólicas, es esta relación de lectura, de interpretación de dichas producciones simbólicas en donde podemos suponer implicadas tanto la propuesta de sintaxis original, como la significación personal, y esto último, más allá de que el paranoico no reconozca a dichas producciones simbólicas como propias. Es esta significación personal lo que le interesa profundamente a Lacan, por completo a contrapelo respecto de la postura oficial de la psiquiatría, para la cual aquello que el psicótico pudiese decir sobre sí mismo, sobre la vivencia misma de la psicosis es, lo menos que podríamos decir, irrelevante.
     
     
     
    «En última instancia nos preguntamos ¿en que se funda el ostracismo de principio con el cual el medico golpea el testimonio del enfermo, si no es en la reticencia a reconocer por vulgares sus propios prejuicios.»[vi]
     
     
     
    Es aquí en donde el Dr. Lacan localiza la radical modificación que implica el dispositivo analítico, en el incuestionable valor que Freud otorga a aquello que el paciente mismo dice sobre sus síntomas, es decir a su palabra.
    Así, en «Más allá del «Principio de realidad»», (Texto de más añeja publicación de entre todos aquellos que aparecen en los «Escritos», contemporáneo de la presentación en Marieban del «Estadio del espejo» que no fue publicado sino al año siguiente en 1937.)
    En 1936, Lacan escribe:
     
     
     
     «El primer signo de esta actitud de sumisión a lo real en Freud, fue el reconocer que en tanto que la mayoría de los fenómenos psíquicos en el hombre están aparentemente vinculados a una función de relación social, no es posible excluir la vía que por ese hecho abre de ello el acceso más común: a saber el testimonio del sujeto mismo sobre estos fenómenos».[vii]
     
     
     
    La sumisión de Freud a lo real esta planteada como sumisión al testimonio del sujeto mismo, sumisión a la palabra del paciente. Esta sumisión no podría ser entendida como aceptación incondicional de la veracidad de dicha palabra, no se trata de suponer en el paciente la imposibilidad de mentir.
    No, se trata de reconocer en dicha palabra, inclusive si fuese mentirosa, la piedra basal del campo psicoanalítico mismo, tanto a nivel teórico como clínico.
     
    La ocasión es quizá de traer a colación por ejemplo el texto del Dr. Freud llamado: «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina», y que Lacan llama comúnmente «caso de la joven homosexual», para recordar que en dicho caso, Freud enfrentándose a la oportunidad de escuchar de la paciente el relato de sueños de contenido heterosexual, ni siquiera parece concebir la oportunidad de resolver el asunto proponiéndonos que la paciente miente, que ella ha inventado, mintiendo propositivamente, dichos sueños.
    Relean el texto para descubrir que bien por el contrario, el relato de esos sueños lleva a Freud a cuestionar si es posible pensar en que el inconsciente puede mentir, es decir que en todo caso es la oportunidad de que Freud cuestione algún punto de sus proposiciones teóricas, pero en ningún momento aparece para él la oportunidad de resolverlo proponiéndonos que la paciente mienta.
    Más nos valdría saber como analistas, que la oportunidad de que un paciente nos mienta propositivamente, no es menos la oportunidad de que algo en el campo de la verdad (la verdad, no la veracidad) sea denunciado, y por ahí denuncia al mismo tiempo de algo real que atañe a la estructura.
    Tal es la forma en como concebimos la sumisión de Freud a lo real que Lacan nos propone. Y es en ello en donde situamos, ya lo hemos dicho, la piedra basal de eso que Lacan llama el dispositivo.
     
     
    La relación entre el paciente y su palabra.
     
    De tal forma que el dispositivo implicaría de entrada que en la experiencia analítica el paciente es colocado frente a su palabra. Y sin entrar en las sutilezas que implicaría el interrogarnos sobre la forma en que aquel que esta ahí, a guisa de analista, interviene en el asunto a través de la transferencia, afirmamos que en tanto que su función es hacer surgir el campo de la escucha, es a partir de ese escuchar que el analista llama la atención del paciente sobre su propia palabra, es decir convoca al paciente a que a su vez él mismo escuche lo que dice.
     
    Podríamos proponer por ahora, que al hacer esto el analista coloca al paciente como sujeto cognoscente frente a un objeto cognoscible en particular, su propia palabra.
     
    Y una vez planteado el asunto en estos términos, parece surgir la oportunidad de proponer que hemos cernido algo más del dispositivo analítico, lo que podría implicar que en tanto el paciente tomase a su propia palabra como objeto cognoscible, el análisis podría ser planteado como oportunidad de que el asunto pudiese ser resuelto a partir de una producción de saber, que llevase al paciente a un conocimiento de sí mismo. Pero nos resulta evidente de manera inmediata que el dispositivo no puede ser planteado en estos términos.
     
    Es en relación a este punto que nos parece posible afirmar que el hecho de que el Dr. Lacan haya llegado al psicoanálisis partiendo de la psiquiatría, a través de la paranoia, fue la oportunidad de que se confrontara de manera contundente con la radicalidad misma del dispositivo analítico.
    Pues si hemos subrayado a través de algunas citas la relevancia capital, que Lacan reconoce otorga a la palabra del paciente, la clínica freudiana, quizá el haber entrado a ella por la vía de la palabra del paranoico, le haya permitido no perder de vista que la importancia capital de la palabra del paciente no podría ser entendida como oportunidad de captura del sentido de dicha palabra ya que el objetivo de la clínica psicoanalítica no puede ser entendido como captura o generación de saber o de conocimiento.
    Por el contrario, eso que confronta la psiquiatría como fenómeno del discurso paranoico, la oportunidad de que el paciente mismo se desconozca en sus producciones simbólicas, el Dr. Lacan lo reconoce como teniendo gran relevancia en la experiencia clínica psicoanalítica.
     
    El que el paranoico no se reconozca en algunas de sus propias producciones simbólicas, llevo a Lacan a proponer a la psiquiatría la importancia de interesarse en la relación que el paranoico podía establecer con dichas producciones, tal y como lo plantea en «Acerca de la causalidad psíquica»:
     
     
     
     «¿Pero lo relevante no es más bien lo que hay ahí para que él (el paciente) conozca? ¿Y el asunto, el de saber aquello que él conoce ahí de él sin reconocerse?»[viii]
     
     
     
    Pero si Lacan invitaba a los psiquiatras a interesarse en la relación entre el paranoico y su palabra, no menos intento insistentemente en llamar la atención de los analistas respecto a que en esta relación entre el paciente y su palabra en la clínica psicoanalítica, lo relevante no eran los momentos de «comprensión», sino los momentos en dónde el paciente se enfrentaba a su propia palabra sin ser capaz de capturarla inmediatamente en una hipotética comprensión. Ahí está desde 1953 su propuesta de palabra plena, la cual no podría ser entendida como momento de comprensión o captura de sentido, sino como momento de sorpresa y desconcierto, más adecuada a la fractura de la certidumbre que a la implantación de cualquier certeza del paciente.
    Entendida en este sentido, la clínica psicoanalítica convoca a que el paciente enfrente a su propia palabra como oportunidad de fractura de su campo de saber, esto que Freud planteaba ya desde 1938 – 40, en «Compendio de psicoanálisis»:
     
     
     «Nuestro pacto lo concertamos, pues, con los neuróticos: plena sinceridad contra estricta discreción. Este trato impresiona como si sólo quisiéramos oficiar de confesores laicos; pero la diferencia es muy grande, pues no deseamos averiguar solamente lo que el enfermo sabe y oculta ante los demás, sino que también ha de contarnos lo que él mismo no sabe.»[ix]
     
     
     
    Proposición que inmediatamente podríamos considerar excesiva: ¿Cómo podría un paciente decirnos aquello que él mismo no sabe?
    Tal es la proposición de lo inconsciente, un saber articulado en cadenas de significantes, que en tanto formación del inconsciente: sueños, lapsus, actos fallidos, etc. articulan un saber sobre el cual el paciente no solo expresa no saber nada, sino que inclusive llega a no reconocerlo como propio. «Mi mamá no, Doctor» responde el paciente al cual el Dr. Freud le pregunta sobre la posible identidad de la figura femenina que aparece en su sueño.
    Oportunidad de preguntarnos: ¿Quien sabe entonces que dicha figura femenina podría ser realmente la madre del soñante? ¿Freud? Habría que tener claro que no podría tratarse simplemente de la certeza que Freud pudiese haber tenido al respecto. ¿Cómo no ver en ello que es la palabra del paciente, esa que niega algo como parte de su saber: «Mi mamá no, doctor» la que de hecho implica ya una supuesta subjetividad a dicho saber?
     
    Planteemos que si el dispositivo analítico implica la confrontación del paciente con su palabra, exacerba al mismo tiempo la distancia entre ellos, y demanda al paciente que sobre esa palabra que no puede ser capturada por completo en términos de sentido, saber o comprensión, hable, diga, es decir produzca nuevamente otra palabra.
    Pero cuidado, la intención del dispositivo no es buscar que esta segunda palabra explique la primera. Inclusive si el análisis invita al paciente al juego fálico de las interpretaciones, este juego no puede ser entendido como búsqueda de un saber último que pudiese venir a explicar todo, sino por el contrario, como la oportunidad de que el paciente confronte el limite del campo del saber. Es decir que el dispositivo no busca la adecuación entre aquello que hemos llamado primera y segunda palabra, sino que como hemos dicho exacerba la fisura entre ellas.
    Creando así un campo para el sujeto. Haciendo surgir ese campo que el Dr. Lacan llama «entre saber y verdad».
     
    El sujeto.
     
    Ahora sí, el sujeto, no el paciente.
    El sujeto ahí sujetado entre esas dos palabras.
    Entre el saber y la verdad dirá el Dr. Jacques Lacan. Es ahí a donde el dispositivo analítico, al exacerbar la distancia entre el paciente y su palabra (eso que hemos también presentado como entre dos palabras) convoca al sujeto.
    Entre el saber y la verdad dice Lacan, ¿Por qué no apresurarnos a proponer que de lo que se trata es de convocar al sujeto al campo entre lo simbólico y lo imaginario? Lo real entonces. Pero al hacer esto, en un gesto de esquematismo absurdo, habríamos pasado por alto quizá lo más importante de la proposición lacaniana. Saber y verdad no pueden ser identificados respectivamente a simbólico e imaginario. Ambos son formas de anclaje, líneas de pesca o de captura, pero también de sostén del sujeto. Saber y verdad son los puntos de sujeción en lo simbólico y lo imaginario del sujeto.
     
    Regresemos nuevamente al paciente frente a sus dos palabras, decíamos que el dispositivo coloca al paciente frente a su palabra y lo convoca a, sobre esta palabra, producir una segunda. ¿Podría resultar pertinente entre estas dos palabras realizar la partición entre saber y verdad? Es decir: ¿sería acaso posible reconocer a alguna de esas dos palabras como perteneciente al campo del saber y la otra a la verdad?
    Dicha oportunidad implicaría que una de esas dos palabras fuese capaz de dar cuenta de la otra, es decir que fuese capaz de la captura del sentido total de la primera, lo que en el fondo sería resolver el asunto en términos de saber.
    No, el campo de la verdad no podría ser identificado a alguna de las dos palabras, más bien surge, se hace presente en tanto que el saber implícito en cada una de las dos palabras que hemos supuesto, o la suma del saber de ambas, no alcanza para la captura total de su sentido. Mostrando así al saber en falta. Es en tanto que el juego interpretativo, juego fálico al que la clínica psicoanalítica convoca al paciente lo confronta con la imposible resolución en el campo del saber, que el sujeto enfrenta la ocasión de reconocer que sus enunciados jamás serán suficientes ni capaces de capturar su enunciación. Es así, frente al saber fracturado que el campo de la verdad se hace presente.
    Creer que es posible cernir la enunciación en la captura del sentido, matiz o explicación que pudiese surgir a partir del dicho sobre el dicho, es no haberse percatado que el dispositivo no apunta a la captura del saber sino que intenta su fractura, es decir que intentar producir para el sujeto (nos referimos al dispositivo) la oportunidad de que al no poder resolverse en ninguno de sus dichos, confronte la contingencia de reconocerse en la enunciación.
    Y entendámonos, hemos dicho «reconocerse en la enunciación» lo que no implica ninguna captura de saber o de sentido.
    No se trata de despreciar aquí el campo del saber, haber hablado del análisis como juego fálico no es la oportunidad de devaluarlo, no negamos la importancia capital del significante en la experiencia clínica psicoanalítica, es sólo para el ser que habla, sólo para ese ser que esta atrapado por las redes del significante que el campo de la verdad puede surgir.
    Sin la cadena de significantes ninguna verdad, lo que no quiere decir que la verdad sea capturable en cadenas de significantes, sino que la verdad tiene que ver con su fractura, con la inconsistencia del gran Otro.
     
    La verdad y el saber.
     
    «La verdad es aquello que falta al saber» nos enseña el Dr. Lacan El dispositivo al confrontar al sujeto a la imposibilidad de dar razón de sus enunciados a través de un nuevo enunciado, lo enfrenta a la verdad. Es decir que lo enfrenta a la inconsistencia del gran Otro.
    Aparece así para el sujeto la contingencia de enfrentamiento a lo real de la estructura, es decir a la falla. Eso que Lacan escribe en la parte superior izquierda de su grafo: gran S de A barrada: S(A).
    Es precisamente este espacio entre S(A) y s(A), el espacio en el cual el dispositivo convoca al sujeto. Oportunidad de que aparezca para él la contingencia, hemos dicho, de que su fantasma no se resuelva más en una hipotética localización del objeto en tanto satisfactor, sino que lo confronte como pura pérdida. La verdad aparece ahí no en su estatuto imaginario. Es decir como supuesta captura de alguna consistencia, sino como efecto de verdad, es decir como efecto de la detención, de la fractura de la cadena de significantes, es decir como la inconsistencia misma del gran Otro.
    Es en ese sentido que remite a lo Real. Es en este sentido que el dispositivo vehiculiza el que el sujeto toque lo real.
    Pero si la proposición del Dr. Jacques Lacan era que en el dispositivo lo real tocaba lo real, y lo que hemos intentado proponer hasta aquí es la oportunidad de que el sujeto confronte lo real, en tanto fractura del saber, haría falta aún tratar de abordar al sujeto mismo al interior del dispositivo en tanto presentificación de lo real. Lo cual podría de entrada parecer implicar una concepción del sujeto que nada tendría que ver con la enseñanza de Lacan. Pero es él mismo quien nos permite plantear a sujeto en esos términos, pues es tal cual nos lo presenta el Dr. Jacques Lacan en su texto “L’etourdit” (comúnmente traducido al Español como “El atolondradicho”) al afirmar que:
     
     
    “aquello que concierne al discurso analítico, es el sujeto, que, como efecto de significación, es respuesta de lo real.”[x]
     
     
    Y en el fondo, todo el recorrido que hemos presentado respecto a la concepción del Dr. Jacques Lacan de aquello que está en juego en la clínica psicoanalítica. Inclusive en la convocatoria a la psiquiatría a no desdeñar el testimonio del paciente, es a nuestros ojos acorde con una cierta forma de concebir eso que llamamos el dispositivo analítico.
    Concepción que implica por un lado la confrontación con el gran otro en tanto barrado S(A), lo real en tanto fractura del saber, pero que implica también eso que Lacan intentaba cernir prácticamente desde los primeros momentos de su entrada al campo psicoanalítico en proposiciones como: “sintaxis original” o “significación personal”, pues creemos que aquello a lo cual apuntaban dichas proposiciones es precisamente a señalar la oportunidad de abordar al sujeto, en tanto efecto de significación, como respuesta de lo real.
    Es necesario hacer el recorrido a lo largo de su enseñanza, de las diferentes formas y transformaciones del concepto de sujeto de la enunciación, para sostener que esta concepción del sujeto como respuesta de lo real del Dr. Jacques Lacan es construida y sostenida a lo largo de dicha enseñanza.
    Así, si en los primeros años pareciera que Lacan se adecua a la lingüística o a los lingüistas al remitir al sujeto de la enunciación a la proposición de “shifter”, resulta claro el largo desarrollo que lo llevará a problematizar esta concepción de sujeto de enunciación, hasta las proposiciones que realizará sobre la “ética del bien decir”.
    Ética que no podría ser entendida como oportunidad de proponernos un “buen objeto”, más bien tendríamos que abordarla como oportunidad de cernir el “decir” como el único bien, a entender quizá como pertenencia o atributo, del sujeto.
    Pues es tal la forma en como el Dr. Jacques Lacan nos presenta al decir en su “atolondradicho” como oportunidad de decir NO al dicho, como oportunidad de fractura del deslizamiento de la cadena de significantes. Es con respecto a este decir entendido como oportunidad de un no a los dichos, que Lacan nos recuerda que desde 1956, había planteado al sujeto como respuesta de lo real.
    Es decir que si el dispositivo es entendido como ocasión de confrontar al sujeto con la inconsistencia del gran Otro, la única respuesta tendría que surgir de lo imposible, de lo real.
    Respuesta que, insistiremos, no implica la localización de una solución, de un saber que pudiese dar razón de aquello que el sujeto confronta de lo imposible, no, respuesta como la oportunidad de reconocerse responsable – en este sentido respuesta – de ese imposible.
    El sujeto, respuesta de lo real. El sujeto ahí, confrontado a lo real, frente a la castración del otro, frente a lo real, él, respuesta de lo real.
     
     
     
    Modesto Garrido Peña.
    México D.F. diciembre 2011.

     


    [i]¿Por qué Freud supo dar cuenta de que vuestra hija fuera muda? Se trata de la complicidad que acabamos de plantear, la de la histeria en la ciencia. Por lo demás, la cuestión no es el descubrimiento del inconsciente, que tiene en lo simbólico su materia formada con anterioridad, sino la creación del dispositivo cuyo real toca a lo real, o sea, lo que articulé como el discurso analítico.
    [ii]Lacan, Jacques. “… ou pire” compte rendu du séminaire 1971 -1972, pp. 548. en “Autres écrits” Éditions du seuil, Paris, France 2001.
     
    [iv]«On peut concevoir l’expérience vécue paranoïaque et la conception du monde qu’elle engendre, comme une syntaxe originale»
    “Le problème du style et la conception psychiatrique des formes paranoïaques de l’expérience” Publicado en el número 1 de la revista “Minotaure” Éditions Albert Skira, Paris, 1933. Localizable en el archivo “Pas-tout Lacan”, de la Escuela lacaniana de psicoanálsis. http://www.ecole-lacanienne.net/bibliotheque.php?id=10
     
    [v]«en effet, le champ de la perception est empreint chez ces sujets d’un caractère immanent et imminent de « signification personnelle »».
    Ibidem.
     
    [vi]«On se demande au reste sur quoi le médecin d’alors fonde l’ostracisme de principe dont le témoignage du malade est pour lui frappé, si ce n’est sur l’agacement d’y reconnaître pour vulgaires ses propres préjugés.»
    Lacan, Jacques, “Au-delà du “Principe de réalité” en “Écrits” pp. 81, Éditions de seuil, Paris, 1966.
     
    [vii]«Le premier signe de cette attitude de soumission au réel chez Freud fut de reconnaître qu’étant donné que le plus grand nombre des phénomènes psychiques chez l’homme se rapporte apparemment à une fonction de relation sociale, il n’y a pas lieu d’exclure la voie qui de ce fait y ouvre l’accès le plus commun : à savoir le témoignage du sujet même de ces phénomènes.»
    Ibidem. pp. 81.
    [viii]«Mais le remarquable n’est-il pas plutôt qu’il ait à en connaître ? et la question, de savoir ce qu’il connaît là de lui sans s’y reconnaître ?»
    Lacan, Jacques, “Propos sur la causalité psychique” pp. 165 en Écrits. op cit.
    [ix]Freud, Sigmund, “Compendio de psicoanálisis” Capítulo VI “La técnica psicoanalítica” pp. 3397, en “Obras completas” Editorial “Biblioteca Nueva” Madrid, España, 1973.
    [x]“…ce que le discours analytique concerne, c’est le sujet, qui, comme effet de signification, est réponse du réel.”
    Lacan, Jacques. “L’Étourdit” en “Autres Écrits” pp. 459, op cit.
  • El objeto de la praxis psicoanalítica.

    El objeto de la praxis psicoanalítica.

     José Eduardo Tappan Merino

    El objeto del psicoanálisis puede ser abordado en tres direcciones: la primera de corte epistemológico, podría resolverse al plantear que el objeto de estudio del psicoanálisis es: lo inconsciente, como su más esencial especificidad; la otra forma de tratarlo sería a partir de su singularidad, respondiendo a la cuestión de qué es lo que hace del psicoanálisis un psicoanálisis, o por qué debe existir el psicoanálisis, es una discusión en la que se tendría que comparar con las más de mil diferentes ofertas “psi” y mostrar las características de cada una, contrastándolas y comparándolas con el psicoanálisis; quizá encontrando que el síntoma para el psicoanálisis es una formación de compromiso en relación con un problema psíquico y no se trata de un problema en si mismo que busque ser borrado, reparado o solucionado; la tercera sería abordar el objeto del psicoanálisis desde la perspectiva clínica, es decir preguntando sobre cuál es el objeto de hacer un psicoanálisis, entendido como praxis, ¿qué se puede esperar de él?, ¿hacia donde se dirige un analizante a partir de su análisis?. En esta ponencia trabajaré someramente la tercera posibilidad.
     Existen diferentes clases de profesionales “psi” que entienden a los síntomas como las expresiones manifiestas de fenómenos latentes u ocultos, en general de origen orgánico o ambiental. La primera propuesta descansa en la idea: “de la misma forma en que el hígado segrega bilis, el cerebro genera pensamientos de manera espontánea y natural”, por lo tanto los pensamientos “malos”, “insanos” o “enfermos” son efecto necesariamente de un problema orgánico, relativo al inadecuado funcionamiento cerebral, por lo que si deseamos resolver los problemas o enfermedades mentales debemos actuar directamente sobre la base orgánica. Esta perspectiva medicalizada es considerada por el filósofo alemán Peter Sloterdijk como una catástrofe cultural, por la manera en que es entendido el sufrimiento, el dolor y en general cualquier clase de malestar, como una enfermedad, sin considerar el sufrimiento, que tiene un papel importante en la vida de los hombres, muchas veces uno de los problemas es la manera en que no colocamos frente a éstos.
     Los psicoterapeutas buscan soluciones o curas (entendido como sanación) a los síntomas comprendidos como malestares, efecto del ambiente, por lo que promueve formas de adaptación del “sí mismo” en su relación con los otros. Los antipsiquiatras y los freudomarxistas buscaban como principal responsabilidad de los problemas mentales a la sociedad y el propósito terapéutico en la posibilidad de la subversión o tener acceso al crecimiento personal. Luchaban ambas perspectivas contra la alienación de la sociedad que desorientaba y sacaba a las personas de la ruta “natural”. Groso modo esos son los objetivos que persiguen. Sin embargo el asunto es más complejo.
     Generalmente el malestar del sufriente desde las disciplinas psi es visto como algo gratuito, no agregan demasiado a ese enfoque, un fenómeno sorprendente en la vida asalta y no deja de torturarlo, algo que debemos enfrentar como si se tratara de una enfermedad que no merecemos, buscamos que no tenga una conexión directa con nuestra existencia, con nuestra responsabilidad en vivir la vida que estamos viviendo “suponemos que somos las víctimas y no los victimarios de nosotros mismos”. Como si no tuviera que ver con que buscamos estar en el mundo sin mayor cuestionamiento, sin mayor detenimiento en los problemas que tenemos. Aprendemos a “ser almas bellas seres emocionales, más o menos planos y acartonados, normados y dirigidos por los consensos y los estereotipos construidos por la sociedad de consumo. Depredadores del ecosistema y cada día más lejos de las formas comunitarias de vida, apostando a un individuo masa, anónimo. El psicoanálisis debe remar contra corriente y se convierte en una perspectiva crítica y por lo tanto incomoda, por su carácter cuestionador y en ocasiones confrontador de todo conformismo y automatismo.
     Para comprender este concepto debemos iniciar con Freud, aunque no coincidamos con su trabajo de 1937 Psicoanálisis terminable e interminable, en el que plantea con claridad lo que era para él la principal encomienda del proceso psicoanalítico, se trata de un texto, en el que revela que aún en esos años, permanecían vigentes muchas de sus expectativas terapéuticas más tempranas, es lo que sucede a cualquier pensador, que tiene una obra continua por más de cincuenta años, sus puntos de vista cambian y como en este caso regresa a lo que parecía superado.
     No existen consensos sobre lo que es el objeto del psicoanálisis, los objetivos de su praxis varían aún entre los psicoanalistas que se sienten freudianamente inspirados, ¿cuál de todas la propuestas freudianas sobre el objetivo del psicoanálisis es la más freudiana?, ¿de los diferentes periodos de su vida cuál es el que podríamos considerar el más maduro, fecundo o importante para el psicoanálisis?.
    La experiencia nos ha enseñado que la terapéutica psicoanalítica -la liberación de alguno de los síntomas neuróticos, inhibiciones y anormalidades del carácter- es un asunto que consume mucho tiempo (Freud S. 1937)
     Con esta cita Freud dice que el psicoanálisis tiene entre sus principales metas la liberación de algunos de los síntomas neuróticos y son considerados anormalidades del carácter, podemos inferir entonces que existe una normalidad supuesta a la que puede aspirar el analizante de un tratamiento psicoanalítico, donde buscará aliviar los sufrimientos, las inhibiciones y síntomas “inoportunos”.
    En el curso de unos años fue posible devolverle una gran parte de su independencia, despertar su interés por la vida y ajustar sus relaciones con las personas que más le interesaban. Pero entonces la mejoría se detuvo. No pudimos ir más lejos en el esclarecimiento de su neurosis de la infancia, en la cual se había basado su enfermedad posterior, y resultaba claro que el paciente se encontraba muy cómoda su actual posición y no sentía ningún deseo de adelantar un paso más que le acercara al fin de su tratamiento. Era un caso en el que el tratamiento se inhibía a sí mismo; se encontraba al borde del fracaso como resultado de su éxito -parcial-.” (Freud. S. 1937:)
     En este párrafo sobre su experiencia en el análisis con un paciente, Freud destaca lo que para él eran algunos de los asuntos que debían restablecerse: “principalmente su interés por la vida”, y “las relaciones con personas queridas”, quizá con una perspectiva distinta, sin embargo el analizante no quiso ó no pudo ir más allá, el psicoanálisis debe ser entendido entonces como un tratamiento que busca condiciones que le permitan a la persona estar más cómodo en el mundo. El psicoanálisis para el padre del mismo es un tratamiento de enfermedades psíquicas y somáticas con el recurso afectivo, empleando para ello a las palabras, ya que las palabras son el elemento esencial del tratamiento analítico, lo plantea de ésta manera desde 1890, en su trabajo: Tratamiento psíquico, tratamiento del alma. Al parecer continúa con esta línea prácticamente hasta terminar su vida.
    ¿Existe algo que pueda llamarse terminación natural de un análisis? ¿Existe alguna posibilidad de llevar un análisis hasta este final? Si se juzga por el lenguaje corriente de los psicoanalistas, parecería que debe ser así, porque con frecuencia les oímos decir, cuando deploran o excusan las reconocidas imperfecciones de algún mortal: «Su análisis no estaba terminado», o «Nunca llegó a ser analizado hasta el final»
    […] Desde un punto de vista práctico es fácil contestar. Un análisis ha terminado cuando el psicoanalista y el analizante dejan de reunirse para las sesiones de análisis. Esto sucede cuando se han cumplido más o menos por completo dos condiciones: primera, que el paciente no sufra ya de sus síntomas y haya superado su angustia y sus inhibiciones; segunda, que el analista juzgue que se ha hecho consciente tanto material reprimido, que se han explicado tantas cosas que eran ininteligibles y se han conquistado tantas resistencias internas, que no hay que temer una repetición de los procesos patológicos en cuestión. Si dificultades externas impiden la consecución de esta meta, es mejor hablar de un análisis incompleto que de un análisis inacabado. El otro significado de «terminación» de un análisis es mucho más ambicioso. En este otro sentido lo que preguntamos es si el analista ha tenido una influencia tal sobre el paciente que no podrían esperarse mayores cambios en él aunque se continuara el análisis. (Freud S. 1937)
     Un trabajo analítico desde esta perspectiva, se finaliza, se interrumpe o se abandona, eso depende, nos plantea Freud, de aquello que lleva al analizante a alejarse de su tratamiento; si son dificultades externas las que impiden la consecución de las metas terapéuticas, en realidad se trata de un análisis incompleto más que inacabado, por otro lado, si se han superado algunos síntomas, angustias e inhibiciones; si es posible que haya hecho consiente una buena cantidad de material inconsciente, y se puede constatar que el analista ha tenido suficiente influencia en su analizante como para no poder esperar recaídas importantes, claro está; si es el analista el que considera que el analizante de continuar con su análisis no habría mayores cambios o mejoras en su calidad de vida, entenderíamos que ha llegado, de alguna manera, a un fin de su tratamiento psicoanalítico.
     Es difícil concordar con Freud en este trabajo como lo dice Lacan en 1953 ya que: Freud como Moisés nos llevó a la tierra prometida pero fue impedido de entrar en ella. Lo que nos muestra un Freud especialmente terapéutico, que si bien es un propósito que debe ser considerado, no es todo lo que podemos esperar de un espacio analítico. De hecho podríamos decir que la dimensión del alivio de los síntomas o las inhibiciones, es un efecto colateral en el mismo proceso analítico, no por ello poco importante. Esta dimensión terapéutica es uno de varios planos que toca el proceso analítico, pero son varios, cada uno de los planos tienen una interacción continua y simultánea con los demás. Lacan se mantiene crítico de los alcances freudianos
    “Durante toda su vida Freud continuó por las vías que había abierto en el curso de esta experiencia, alcanzando finalmente algo que se podía llamar una tierra prometida. Pero no puede afirmarse que haya penetrado en ella. Baste leer lo que se puede considerar su testamento, Análisis terminable e interminable, para ver que si de algo tenía conciencia, era, justamente, de no haber penetrado en la tierra prometida” (Lacan: 1985. p.31)
     Es mucho lo que podríamos objetar del trabajo anteriormente citado: la imposibilidad de hacer consiente lo inconsciente; el hecho de que el “yo” no sea dueño de su propia casa, hace que sea absurdo dirigirle la clínica; además la realidad psíquica es lo que compete a un espacio analítico no la realidad que es supuesta por historia construida por eventos empíricos, por lo que los traumas y la historia de las personas no pueden ser rellenadas con las construcciones o huellas mnémicas faltantes, además de que el que se analiza es realmente el analizante y la asociación libre le permitirá hacer sus asociaciones y que el analista debe permitir o coadyuvar en la tarea de que analice el analizante. De manera que regresamos a la pregunta original ¿cuáles son los alcances y los objetivos de un proceso analítico?
     Sabemos que la condición de posibilidad de un análisis es sin lugar a dudas la transferencia, que se traduce entre otras cosas por poder conferirle a un otro el saber y que ese otro también sea su soporte, se trata de una relación asimétrica, en la que se coloca al psicoanalista en un lugar afectivo importante ya que se considera que el saber que se le supone podrá ayudar al sufriente a resolver aquello que es su motivo de consulta. El concepto de la transferencia tiene que ver con los movimientos bancarios, en los que los depósitos a una cuenta pueden ser transferidos a otra cuenta. Se le deposita al analista una serie de montos que lo distinguen, que lo hacen especial. Lacan se da cuenta que esta operación de “dulciniar aldonzas”, “de convertir ranas en príncipes” es exactamente la del amor, que es “dar lo que no se tiene a quien no es”, por lo que la transferencia es esencialmente un acto amoroso. El analista ocupa un lugar de ser un “sujeto al que se le supone un saber” sobre el malestar de quien hace la demanda de análisis; sin embargo, del deseo del analizante no sabe. En un espacio analítico hay dos personas, pero únicamente un Sujeto, la situación es simple: el analizante es aquél que analiza, el analista lo que debe hacer, es: permitir que analice el analizante, por lo que el analista debe ocupar “el lugar del muerto” (Lacan Seminario 8) lo que no quiere decir que sea el muerto, no se trata de una impostura, tampoco se trata de ser mudo o amordazado, puede creer que no se debe hablar, además es posible que no tenga nada que decir en la sesión, ¡no tienen más que guardar silencio¡ dicen los manuales, en realidad quienes obran de esta manera artificial “se hacen los muertos”; no entienden que no se trata de “ser el muerto” o “hacerse el muerto”, sino de “ocupar el lugar del muerto”. Lacan hace referencia al lugar del muerto, “al muerto que tiene que ver con un lugar, tiene el nombre del muerto en el juego de cartas llamado Bridge” es decir, un lugar en el juego, al que se le reparten cartas como al resto de los jugadores, pero las mantiene abiertas, ninguna persona juega en esa posición, el lugar del muerto tiene las cartas abiertas a la vista de todos y es la posibilidad para que cada jugador haga su juego tomando unas cartas y dejando otras. Eso es lo que debe hacer una analista, mostrar las cartas para que el analizante arme su juego, pero sin incidir en él y sin que lo determine. Se trata que el analizante vea las posibilidades que tiene en sus elecciones y la responsabilidad de no haber visto las cartas que le hubieran ayudado. Cada elección en la vida tiene consecuencias y no es efecto de condiciones arbitrarias, ni producto del azar o el destino, no hay casualidad sino una causalidad psíquica. Debe analizar por qué tenía posibilidades de levantar un mejor juego, pero no lo vio, y por qué se contento con lo que hizo con su mano.
     El analista que vio muchas películas americanas, sobre todo de los sesentas, y quiere hacer lo que cree es su trabajo, supone que debe entonces analizar, extraer el contenido latente de los sueños, de los lapsus, etc. o bien, cuando analiza lo que considera las fantasías inconscientes de su paciente, no hace en realidad más que proyectarse a partir de una línea argumental, que supone de corte psicoanalítico repleta de símbolos y construcciones pre establecidas: falos, vaginas, edipos, envidias de penes, complejos de Yocasta, etc. En esa perspectiva, imaginarizada y proyectada “como si fuera psicoanalítica”, el analizante piensa que descubre esas proyecciones puestas en él, las hace suyas aunque se trata en realidad de una construcción insertada por su psicoanalista, del tipo: “es obsesivo ya que fue abandonado por su madre durante el periodo del desarrollo psicosexual anal”, él ha sido víctima pasiva de ese abandono o de la excesiva presencia de alguna (o de ambas) de las figuras parentales, y esa es la razón de sus conflictos obsesivos, ahora le toca superarlos o repararlos”. Esta clase de analistas supone que debe tener conocimientos de hermenéutica, es decir, deben tener el oficio del interpretación y el análisis de los que considera materiales inconscientes de su paciente, como José el soñador, que interpreta lo sueños del Faraón para hacerlos comprensibles. Uno de los objetivos que puede ser localizados en la tarea analítica emprendida por Freud, es desentrañar la trama inconsciente, el registro de lo latente y hacerlo manifiesto. Buscan el imposible “hacer consciente el inconsciente”, sin embargo esa clase de análisis no es una encomienda del analista como lo sostiene Lacan en forma de categórica.
     Algo en lo que coinciden la mayoría de las diferentes posiciones teóricas que se llaman a sí mismas psicoanalíticas es que un psicoanálisis no tiene como objeto dar consejos, no es una consejería, ya que desde muy temprano Freud descubrió lo profundamente inútil de ese asunto.
    “Además, puedo asegurarles que están mal informados si suponen que consejo y guía en los asuntos de la vida sería una parte integrante de la influencia analítica. Al contrario, evitamos dentro de lo posible semejante papel de mentores; lo que más ansiamos es que el enfermo adopte sus decisiones de manera autónoma”. (Freud, 1917, 393)
     Mientras que si es el analizante el que analiza, es indispensable que éste busque saber más de que lo que no quiere saber, para lo que no se requiere de conocimientos de hermenéutica, ni estudios especiales. Lo que digan los analistas puede estar de más, si no tiene que ver con la trama del decir del paciente, podemos proponer, entonces, que el analizante es el que tiene la dimensión activa, es el que analiza, a partir de sus propios relatos, de sus sufrimientos, de sus inhibiciones, de sus síntomas, de sus aciertos y desaciertos, busca la responsabilidad que tiene en el hilo de la trama que constituye su vida. Salimos de un laberinto de espejos con el hilo de Ariadna, que no es otro que: descubrir la verdad del deseo. Busca saber de esa verdad íntima y extima, interior y exterior, no se trata de un saber que apela a la conciencia, a lo intelectual, tiene que ver con discernir, advertir, considerar que no son reductibles a la tarea de pensar y menos de intelectualizar, un saber al que no podía acceder por estar atrapado en una forma de vida llena de certezas, automatismos, llena de metas supletorias, con una vida banalizada, acartonada y unidimensional. Sin embargo y simplificando las cosas de manera preliminar, podemos atrevernos a decir que el analizar no es el fin del proceso analítico, no es el último objetivo, ni el propósito esencial, analizar es el medio en un contexto que tiene una orientación, que es la que llamamos: la dirección de la cura (Lacan. Escritos Vol. II), analizar por analizar banaliza la tarea analítica, lleva a lo que los exégetas y hermeneutas llaman el círculo hermenéutico, que es un análisis estéril, intelectual y vacuo, en el que cada análisis puede remitir a otro análisis y ser analizado hasta el infinito, ya que debe evitarse nos advierte Freud el furor analizandis que no conduce substancialmente más que a perpetuarse en el malestar y regodearse en el sufrimiento[i], y sentir que está resolviendo problemas que en realidad no está resolviendo. La hermenéutica en el estudio de un discurso sea documental u oral, es sin lugar a dudas una metodología fecunda, pero ese no es el caso en la clínica psicoanalítica.
      El análisis en muchas ocasiones de manera “casi mágica” abandonar hábitos, conductas, síntomas o incluso formas de estar en el mundo repletas de malestar, sin embargo y considerando que si bien el análisis que realiza el analizante es una condición necesaria no es suficiente. Es fundamental encontrar el sistema de causalidades que conducen del malestar (que quizá sea el motivo de la consulta) a lo que se hizo o se dejó de hacer para causarlo, eso se llama un síntoma analítico, en tanto establece una causalidad entre su malestar y algo que hizo o dejó de hacer para causarlo. Lo que daña al análisis es el engaño, por eso el analista debe presentarlo, mostrarlo para permitir al analizante desengañarse. Lo falso o la mentira para el psicoanálisis son formas de la verdad, no engaños, ya que saber que algo es falso o que se trata de una mentira, dan claridad, “sé que es verdad que eso es falso”, “sé que es verdad que eso es una mentira”, en el engaño actuamos desde él, en la turbiedad sin advertirlo, nos impide darnos cuenta de la verdad y lo que se busca es la complicidad, no el desvelamiento de esa verdad. El engaño conduce a una viscosa enrarecida manera de estar en el mundo, en la que el yo es el protagonista, enajenado del deseo y sin atisbar aquello que llamamos lo inconsciente y menos la responsabilidad que tenemos en nuestro padecer, en nuestros síntomas.
     El asunto es que todo está dispuesto para que analizar no sea una tarea fácil, se busca impedirlo de diferentes formas: defensas, resistencias y complicidades. Socialmente en una sociedad estupidizada por las leyes del consumo, la familia y amigos que temen a los cambios que experimenta el analizante y por lo tanto boicotean su análisis, hasta la estructura misma de la instancia psíquica que llamamos yo, cuya encomienda esencial es pacificar, encontrar sentido y proveer de mecanismos de defensa para mantener los viejos problemas, más vale los males conocidos que los bienes por conocer, males entrañables, familiares repletos de ganancias secundarias y de argumentos que buscan la preservación del sufrimiento gracias a los imperativo de goce (ese malestar que insistimos en procurarnos).
     La cura analítica se encuentra alejada de cualquier perspectiva salubrista, médica, o que implique una curación, no tiene que ver con el registro de la salud, de la medicina o la psicología. Se dice cura analítica, por ejemplo, de la misma manera que se habla de la cura en la curaduría de una exposición de pintura, la cura entendida como la organización de una exposición a partir de criterios que cada curador establecerá, una cura es entonces una reorganización, un cambio en los lugares y el orden de los elementos, de los contextos, de las iluminaciones, alturas: lo que constituye una exposición. Toda reorganización de los elementos conlleva un cambio en los sistemas y en la relación de los mismos. Recordando que el “todo” no se obtiene por la suma de sus partes, sino por las relaciones que se establecen entre ellas. La curaduría de una exposición, lo que debe destacar es la obra que se expone no la persona que realiza la curaduría, ni en el psicoanálisis el “yo” del analizando, lo que constituye el plano del Sujeto que se encuentra sujeto, sujetado al lenguaje, sujetado al deseo, sujeto de lo inconsciente. El papel del analista no es la de ser curador, ese es el papel del analizante. Lo que sostiene esta tarea analítica del analizante en la dirección de la cura es el deseo del analista, el deseo de que el analizante analice y reorganice los diferentes elementos que constituyen su subjetividad, aprende sobre su deseo y desaprende en términos de lo que consideraba era su obligación, su deber, no es una psicopedagogía. Su propósito no es agregar, sino quitar las capas de prejuicios, en autoengaños para poder analizar, el analista entonces debe evitar el protagonismo, no es el que agrega información, como decíamos. Lévi-Strauss afirma que una estructura es el efecto de las relaciones que se establecen entre los elementos que constituyen un conjunto. Por lo que cambiar el orden entre ellos, tiene implicaciones exponenciales en las relaciones entre las mismos modificando con ello la estructura.
     “En verdad, entre la técnica sugestiva y la analítica hay la máxima oposición posible: aquella que el gran Leonardo da Vinci, resumió con relación a las artes, en las fórmulas, per via di porre y por via di levare. La pintura, dice Leonardo, trabaja per via di porre; en efecto sobre la tela en blanco deposita acumulaciones de colores donde antes no estaban; en cambio, la escultura procede per via di levare, pues quita de la piedra todo lo que recubre las formas de la escultura contenida en ella. De manera en un todo semejante señores la técnica sugestiva busca operar per via di porre; no hace caso del origen, la fuerza y la significación de los síntomas patológicos sino que deposita algo, la sugestión […] La terapia psicoanalítica, en cambio, no quiere agregar ni introducir nada nuevo, sino restar, retirar, y con ese fin se preocupa por la génesis de los síntomas patológicos y la trama psíquica de la idea patógena”. (Freud, 1905 a, 250)
     El psicoanalista no agrega, permite quitar, pero … ¿eso es todo? -Sí- podríamos contestar en un sentido, pero tendríamos que decir que no en otro. Sí, en cuanto propósito del análisis, pero no, en cuanto a que el sufriente logre un cambio en su vida. Si recordamos lo que Lacan enfatiza en los tres tiempos lógicos comprendidos en un espacio analítico: un tiempo para ver, otro para analizar y otro para actuar. Cabe la pregunta; ¿cuáles son los propósitos, fines, metas, u objetivos del psicoanálisis? La respuesta sería que lleven al analizante a moverse y actuar, para no quedarse en un supuesto conocimiento de sí mismo.
     Ahora bien, que objeto tiene el pasaje por un psicoanálisis, además de la resolución de síntomas, inhibiciones, trastornos, etc. Lo que se llama una cura analítica, también tiene que ver con lo que Lacan llamó, la “ética del psicoanálisis” (Lacan Seminario 7), que sería consecuencia de la cura analítica, que se resume entre otras cosas en “la ética del bien decir”, esto desde luego no se refiere a la ética entendida como las reglas morales o los acuerdos que un profesionista debe seguir o las reglas que no puede violar ya sean morales y profesionales.
     La ética en psicoanálisis toca al sujeto en análisis, es decir, al analizante. Se trata de una posibilidad de poder decirlo “todo”, o por lo menos intentarlo. Por vergonzoso, inapropiado o absurdo que le parezca, debe hablar venciendo la autocensura, el pudor, los prejuicios y los parámetros morales; hablar de lo que no hablaría en ningún otro lugar, sincerarse como quizá no lo había hecho antes en su vida. Decir y darse cuenta de que se está diciendo, tratar de ir más allá de las palabras, apropiarse de la vida a partir de lo vivido, de lo que decimos, sentimos, ocultamos y de nuestras inhibiciones y de nuestras compulsiones, de nuestros aciertos y tropiezos, de nuestras altas y bajas pasiones, para intentar escucharnos a nosotros mismos, sorprendernos de ese saber que no sabíamos de manera conscientemente que teníamos, exponer y tomar distancia de lo que dice y de lo que callaba. Se trata de poder acceder a la responsabilidad que tiene de su propia vida, que vea el conjunto de determinaciones que lo han llevado hasta donde se encuentra, para poder comprender su responsabilidad subjetiva en el camino que ha seguido, lo que hizo y lo que dejó de hacer. Se trata de que conozca los resortes últimos que determinan y constituyen su propio sistema de causalidades. No para su etificación, sino para que se haga cargo de su responsabilidad frente a su vida, cuya consecuencia implica un replanteamiento ético de la existencia, con referencia al deseo, pero más allá de los juicios, del bien o del mal en sentido moral. Se trata de descubrir que la vida que vivimos, tiene valor, y que cada cosa pequeña tiene importancia, aún los descuidos, los lapsus, los errores etc.
     Sin embargo, para que sea posible advenir a esta ética, es imprescindible que la escucha analítica se encuentre muy lejos de cualquier situación confesional, de cualquier tipo de juicio, de la reparación; el analista debe ser para el analizante alguien lo suficientemente abierto, como para poder suponer como Terencio que al analista “nada humano le sea ajeno”, por lo que no se va a sorprender, ni extrañar de lo dicho en la sesión. Se trata de una posición extra-moral, lo opuesto al juicio, a la confesión. Esto `posibilita el intento de “decirlo todo”. En analizarlo.
     La ética del psicoanálisis es del orden de la deontología en tanto da cuenta del fundamento de los elementos sobre los que giran nuestras determinaciones, nuestros valores, nuestros problemas, malestares y síntomas, pero principalmente de las operaciones y los resortes que tienen un papel determinante en nuestra vida, en la que no podemos escapar de la responsabilidad. La deontología plantea el asunto de la libertad del hombre, en este caso, acotada, delimitada y sujetada al deseo, ya que no escapa a la responsabilidad que tiene todo Sujeto. Es decir, está en juego una paradójica libertad en tanto limitada por su deseo, ¿se puede ir más allá del deseo? sí pero ello conlleva la traición a lo más íntimo y a la propia existencia. Aquello de lo que no puede escapar Antígona, no puede evitar enterrar a su hermano, aunque ese acto le cueste la vida, ya que vivir sin haberlo enterrado sabiendo que será un alma en pena para la eternidad, no es una opción viable para ella, no podría dejar de reprocharse su cobardía todos los días de su vida, su existencia sería miserable, prefiere morir a vivir con esa pena. El concepto básico es que obrar «de acuerdo a la ética de la verdad sobre el deseo» implica la única opción ética. Una actitud o un comportamiento no-ético, por lo tanto es hacerse aliado del goce, del malestar, de no aceptar que el malestar es efecto de un estar en el mundo sin mayor conflictividad existencial, traicionándonos a nosotros mismos, ser en términos freudianos unas almas bellas.
     Esta ética busca que se produzca una anagnórisis, un auténtico descubrimiento de la verdad que nos funda, un saber de esa verdad para actuar en consecuencia, con lo que se logra tener una distancia subjetiva sobre la vida que ha sido vivida, la responsabilidad sobre lo que se ha hecho, lo que se ha dejado de hacer, sobre los problemas, con la finalidad de poder analizarlos y dejar de ser actuados por ellos. Es a partir de esta distancia subjetiva que se obtiene en el proceso analítico que encontramos un hilo conductor de todos esos eventos aparentemente desarticulados de nuestra vida, eso es lo que concierne a la ética en términos de lo que estamos hablando. Un saber que se transforme en un (savoi faire) saber hacer, por ejemplo, frente al síntoma, al dolor, a la angustia; convertirlos en materia prima para otra clase de apuestas en la vida: diluyéndolos, eliminándolos, transformándolos, encausándolos, corrigiéndolos, etc. Un saber hacer (Lacan seminarios VI), frente a lo que podríamos considerar, de alguna manera, obstáculos. Lo que conduce a una ética que debe responsabilizarse de las facultades y de las condiciones mismas de nuestra sensibilidad, percepción, clasificación, representación y actuación. Aún de aquellas que llamamos formas a priori (espacio y tiempo). Somos responsables de lo que sentimos y pensamos, de lo que nos permitimos o nos impedimos hacer con nuestras vidas. Sin embargo, para pensar la ética, la responsabilidad y la libertad es necesario considerar las formas en que el psiquismo se impone a todo aquello que pueda ser conocido, de tal suerte que para que un fenómeno u objeto pueda ser percibido debe dar cuenta de ese sometimiento a las condiciones formales que impone la subjetividad, sus ejes en el tiempo y el espacio a partir del significante.
     Para el psicoanálisis la responsabilidad subjetiva no puede ser separada del acto mismo de conocer, no se encuentra exento de las repercusiones de su forma de conocer ni de lo que hace con ello. No existe para el Sujeto un lugar de ignorancia que lo exima o quite responsabilidad. Es responsable incluso de lo inconsciente, de lo inefable, de lo indecible, de la manera en que lleva su vida y la manera en encara su muerte, saber que moriremos es esencial para llamar a la vida, la muerte es importante en tanto finitud, es importante en tanto nos permite llamar la atención sobre lo sustantivoque es lo que se está viviendo, siempre sabiendo que en cualquier momento irrumpe la muerte.
     No se trata desde luego de pensamientos, juicios o algo semejante, sino de una ética a la que le concierne por igual lo que se dice como lo que no se dice, lo que se piensa como lo que no se piensa, lo que se siente como lo que no se siente y lo que se hace como lo que no se hace. Es una obligación de esta ética buscar vivir de mejor manera, cierta eudaimonia es quizá una condición para el trabajo analítico, se trata de darle una cierta densidad e importancia a nuestra existencia, una dimensión erótica que se desprende de la trama analítica. Como lo sugería el teólogo/poeta catalán del siglo XIII Ramón Llull “transformar nuestra vida en una obre de arte”. Evitando así caer en el conformismo, en el automatismo, en el anonimato frente a nuestra propia existencia. Desde luego hablamos de una ética que va más allá del bien y del mal, de una ética extra moral, o que transita por fuera o al margen del moral. Se trata de una nueva comarca en la que los sentimientos, las pasiones, y los malestares dibujan las ideas de falso y verdadero, muestran lo que es deseo y la manera de separarlo de lo que es goce (ese imperativo y amable llamado a la autodestrucción). En este sentido lo falso no es más que una forma de la verdad, como aletheia, como descubrimiento. Saber qué es lo falso, y que esto es tan importante y poderoso como saber qué es aquello que es verdad. El saber que nos mentimos, descubrir las trampas que nos hacemos, nos ilumina en el camino analítico que busca una verdad del deseo (Lacan Seminario 18. 1971), y que se sigue en la dirección de la cura. Como decíamos, lo que se opone a la verdad son los engaños cuando no son descubiertos.
     Decimos que se trata de una cierta eudaimonía pero alejada del sentido que tenía para Aristóteles quien lo llevó a determinar que es una manera de buscar la bien vivir (felicidad) que nos da el descubrimiento de la verdad sobre nuestro deseo, como si se tratara de un bien por sí mismo, pero no de la felicidad como es comprendido en la Ética Nicómaco en la que se hace mención a formas de vida que se orientan para encontrar la felicidad: a través de la riqueza, de los honores y de la fama o por medio del placer. No estamos hablando de esa felicidad, estaríamos diciendo en este caso que sería el placer que se produce de descubrimiento de la verdad (alétheia) sobre el deseo, que puede ser doloroso, incómodo o molesto, pero que es un descubrimiento del que nos orientarnos (anagnórisis). Ese sería el norte de la brújula de nuestra existencia, una ética diferente no moralizada. Es revisando analíticamente lo que constituye nuestra eudaimonía y nuestro sistema axiológico que podemos apropiarnos de los parámetros que van determinando los caminos que hemos tomado en nuestras vidas, y los que tomaremos al caminar, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, dijo Antonio Machado, frente a nosotros para responsabilizarnos de nuestra existencia, en ese ente que es siendo transitivamente hacia la muerte. Un psicoanálisis no es un periodo de detenimiento, sino algo que alienta el andar, andando (algo así como un homo viator). Un encuentro más que una búsqueda, encontrar algo que incluso se ignoraba de su existencia. No se trata de huir de todo malestar sino de poder habitarlo de manera diferente.
     Para el analizante es la posibilidad de transformar su vida en un bien, el psicoanálisis puede convertirse en algo importante en tanto le permite encontrar ese bien, analizar se convierte en una condición que le permite salir de algunos de los goces, de los engaños y autoengaños, de las imposturas narcisistas. Para emprender una travesía por su fantasma/fantasía, ya que no puede ser atravesado, pero si desplegado y surcado. No existe forma de estar frente al objeto “a” ni estar frente a la “cosa”, siempre el fantasma/fantasía cubrirá con un manto todo aquello con lo que nos relacionemos y lo transformamos en lo que Freud llamó “nuestra realidad psíquica”, todo está cubierto con ese manto: ideas, objetos, sentimientos, personas, etc. Entre el Sujeto y el objeto siempre se encontrará un mundo. Un mundo que invita a ser conocido, caminado, inferido, adivinado, a partir de una lógica repleta de epifanías y anagnórisis. Hay quien habla de atravesar el fantasma, lo que quizá sea posible para quien considera que el analizante es la bala humana de cañón, de un circo que es su consultorio, y que saldrá proyectado contra su propia integridad subjetiva, de esta manera una vez desubjetivado, fuera de los parámetros de la metáfora, no podrá analizar, ni preguntarse nada. El horror constituirá su vida, es la estupidez del que se dice analista, no todo aquél que se permite ser analista está autorizado para serlo. El analista es otro producto del análisis y no de las instituciones o de las escuelas, aunque desde luego estas ayudan, estudiar música, pintura o letras no transforma al estudiante en músico, pintor, crítico o escritor, lo mismo sucede con el psicoanalista, requiere lo que en la música flamenca llaman “el duende”, que es otra forma del saber hacer (savoi faire) (Lacan seminario 17) entendido como una especie de “don” que en realidad es un “contra don” en términos de Marcel Mauss que se obtiene como efecto de un trabajo (analítico), pero que no se puede aprender o enseñar, quizá algo pueda ser trasmitido, como lo hace un maestro zen con sus discípulos, o los artistas.
     Dicho lo anterior. Quizá ahora podamos comprender lo que sucede en un espacio analítico, pero primero es necesario apartarnos de la tradición empírica que nos hace equivaler al setting con el espacio analítico, concibiéndolo como un topos localizable en el domicilio que es el consultorio del analista. Bajo éste mismo principio el lugar del analista, es el sillón que se encuentra frente al paciente o atrás del diván. Siguiendo ésta perspectiva la duración de una sesión tiene que ser de entre 45 a 50 minutos, la tarifa será determinada por el mercado de los servicios, por lo que la tarifa y duración son cuestiones estándar, establecidas al principio en “el establecimiento del contrato analítico” que se realiza entre el psicoanalista y el que paciente. Lacan propone que el analista, ocupar ese lugar a partir de la transferencia ¡no es analista! Ocupa ese lugar en el espacio analítico, que no pertenece al topos empírico del consultorio, sino a un espacio lógico constituido por el Sujeto que se encuentra en análisis, el tiempo o la duración del la sesión por lo tanto no es cronológico sino lógico, y el analista realiza su función a partir y dentro de la estructura lógica constituida por el espacio analítico. Lo mismo sucede con el pago y duración de la sesión de análisis, que se rige bajo criterios lógicos, no depende de la relación entre personas. Será el valor lo que determine el preció, la escansión lo que constituirá el límite temporal de cada sesión. Por lo que el análisis será posible una vez establecida la transferencia en un plano que rebase la dimensión imaginaria, y permita la circulación de la pregunta, sin que sea el analista el que de las respuestas.
     Todo esto tal vez suene ridículo o inimaginable para algunos de los que se dicen psicoanalistas que repiten procedimientos sin comprenderlos, sin saber lo que subyace en los mismos.
     Las teorías psicoanalíticas sostenidas a partir de criterios empiristas, naturalistas, humanistas, psicologistas y medicalistas han lastimado profundamente la manera de concebir lo que es el espacio analítico, acartonándolo, tergiversando lo que son las condiciones mismas de posibilidad de que se realice un psicoanálisis y por supuesto sin comprender lo que son sus objetivos.
     El objeto del psicoanálisis es por todo lo anterior complejo, rico y rebasa con mucho los propósitos terapéuticos, busca a partir del análisis un cambio en la manera en que el analizante está y concibe el mundo. Como efecto de ello, propone dar a su vida dignidad, sabiendo que tiene una responsabilidad plena sobre su existencia, con todo lo que eso implica. Saber del doloroso y breve paso por el mundo, entendiendo las diferentes servidumbres que lo atrapan, comprender que la vida es un recurso perecedero, irrenobable, la vida tiene importancia porque moriremos. El espíritu que guía cada una de la las sesiones de análisis se resume en esa ya gastada pero no por ello menos elocuente frase, que se pintara en los muros de París en 1968: “seamos realistas busquemos lo imposible”.
     
     
    Bibliografía citada.
     
    Etcheverry José Luís. Sobre la versión castellana. En Obras completas. Amorrortu Editores 1981.
    Ey Henri. Tratado de psiquiatría. Ed. Masson. 8ª. Edición México. 1980
    Freud, Sigmund. Sobre psicoterapia (1905 a [1904]). Tomo VII. En Obras completas. Amorrortu Editores. 1981
    Freud, Sigmund. Conferencias de introducción al psicoanálisis (continuación), Parte III. Doctrina general de las neurosis (1917 [1916-17]) 27ª conferencia: La transferencia.Tomo XVI. En Obras completas. Amorrortu Editores. 1981
    Freud Sigmund. Psicoanálisis terminable e interminable. 1937.). Tomo XXIII. En Obras completas. Amorrortu Editores. 1981
    Lacan Jaques. Escritos. Dos Volúmenes. Ed. XXI. México
    Lacan Jaques. Los escritos técnicos de Freud. Seminario I. Ed. Paidos. 3ª reimpresión Barcelona. 1985
    Lacan Jaques. Un discurso que no fuera del semblante. Seminario XVIII. Ed. Paidos. Barcelona. 2009
    Lacan Jaques. La transferencia. Seminario VIII. Ed. Paidos. 2003
    Lacan Jaques. La ética del psicoanálisis. Seminario VII. Ed. Paidos. Barcelona. 1988
    Lacan Jaques. El deseo y su interpretación. Seminario VI. Ed. Disco. Folio Views.
    Lacan Jaques. El reverso del psicoanálisis. Seminario XVII. Ed. Paidos. Barcelona. 1992
    Savater Fernando. Ética como amor propio. Capítulo. ¿Enfermedad mental o enfermedad moral? pp274-286. Ed. Mondadori. Madrid 1988.
     

     


    [i] Este fue el problemas que Otto Rank Y Sandor Ferencsi detectaron y que los llevo a innovar y crear lo que llamaron “técnica activa”, hoy con la perspectiva que nos da el tiempo y gracias al juicio de la historia, podemos ver el gigantesco problema que eso significó y lo equivocada de su propuesta. Sin embargo no por ello, los problemas que detectaron dejan de ser significativos y dignos de consideraciones por parte de psicoanalistas en la actualidad.

  • LOS DESLIZAMIENTOS EN (DE) LA CURA.

    LOS DESLIZAMIENTOS EN (DE) LA CURA.

    UNA MIRADA RETROSPECTIVA.

     Susana Rodríguez Márquez

     
     En esta ocasión esbozaré algunas cuestiones que están ligadas al lugar de la terapéutica como especificidad de la clínica en Psicoanálisis. Me he propuesto trazar un eje transversal histórico que permita en diferentes momentos del saber freudiano, problematizar en torno al sentido de la cura, a la construcción del método clínico y al lugar de la transferencia como fundante del dispositivo original del psicoanálisis.
     
    Para ello es necesario saber : ¿cuál ha sido la respuesta de los grupos psicoanalíticos, cuando se han realizado modificaciones en la teoría o en el método? Intento seguir un trazo en el que la tolerancia institucional ha sido mayor cuando se realizan modificaciones a nivel de la teoría, a diferencia de lo que ha sucedido ante la posición de quienes se han atrevido a cuestionar al método terapéutico y la técnica, precipitándose en rupturas y disensiones en el movimiento. Este es el caso de diferentes personajes del campo freudiano como Sandor Ferenczi, W. Reich, M. Klein, F. Dolto y por supuesto, el mismo Lacan, sólo por señalar algunos. Entonces pareciera que la transmisión del poder en el saber freudiano, está ligado a la preservación del método y a la técnica. Pero finalmente, quien es el analista? Aquél que interpreta aprovechando la transferencia? O es el que la analiza como resistencia? O el que impone su idea de realidad? Aunque también podríamos preguntarnos quién habla? Y quizá seria menos difícil intentar encontrar una respuesta.
    Me parece que retomar estas consideraciones implican numerosas consecuencias clínicas, teóricas e institucionales, por lo cual resultará esclarecedor recurrir a este análisis histórico.
     
    A lo largo de la historia del freudismo, hablar de la cura ha despertado las más de las veces, inquietud, incomodidad, rupturas y hasta escisiones en el movimiento psicoanalítico. La intención que me mueve el día de hoy a reflexionar sobre este tema, lejos de pretender caldear los ánimos, es tratar de analizar las diversas posturas teóricas existentes en un proceso por el cual, las contradicciones se evidencien de tal forma que se dé la posibilidad del cuestionamiento, no con el ánimo de aferrarse a sus propias ideas, sino para que el conflicto aparezca en la construcción de un proceso discursivo que posibilite elaboraciones cada vez más profundas. Incluso, la intención apuntaría a señalar cómo se juegan los lugares del narcisismo de las pequeñas diferencias en el cual las diversas escuelas se escudan para ocultar, tal vez, detrás de la barrera de su soberbia, su propia fragilidad.
     
    En contraposición a la cacofonía de las escuelas que se erigen una sobre otra, enfrentándose a un diálogo de sordos, el ejercicio de la confrontación y contraste permite construir referentes comunes para ordenar de otra forma la reinscripción del discurso en un encuentro realmente productivo. No se trata ni de un eclecticismo total, producto de las alianzas por el poder político, nunca científicas, de las diversas escuelas, ni de un dogmatismo que termina en la esterilidad y en el enfrentamiento, vacíos.
     
    El problema de los puntos comunes o de las diferencias al interior del Freudismo no se reserva solo a nuestro país. Nació al mismo tiempo que el psicoanálisis, encontrándose ya en lo designado por el propio Freud en 1904, como “la psicoterapia de Freud”.
    [1] Será con el refinamiento de la técnica, de la que dan prueba las condiciones establecidas a partir del tratamiento del «Hombre de las ratas», cuando el concepto de “cura psicoanalítica” se organizó y diferenció, pero la necesidad de no separar completamente los tipos de prácticas fue expresada muchas veces por Freud en la dirección del Congreso de Budapest en 1918, marcando las nuevas vías del psicoanálisis.[2]
     
    Se repite desde este tiempo la necesidad de combinar a veces el cobre de la sugestión al oro puro de la palabra analítica, se sabe cómo las condiciones freudianas inmediatamente fueron acatadas, en efecto: la creación en Berlín a partir de 1920 de una Policlínica para tratar gratuitamente a los enfermos; la organización de un Instituto de formación cuyos modelo seguimos aún hoy en día; la búsqueda de los medios de simplificar y acortar las curas, de lo que dan prueba Sándor Ferenczi y Otto Rank que tienen obra común sobre el tema, “Teoría y Técnica del Psicoanálisis,” (1924),[3] a pesar de las reservas de Freud, que verá entonces alejarse de sus dos alumnos preferidos.
     
    Con la guerra y la emigración vinculada a las persecuciones nazis, es en América que el problema tomará toda su amplitud y basta citar los nombres de los que tienen una gran contribución al propagarlo: Felix Deutsch, o Eduard Bibring,[4] entre tanto otros. En especial Theodor Reik y Franz Alexander que llevan el debate del análisis practicado por los no médicos.
    El periodo del Psicoanálisis del yo, entre 1950 a 1960 es cuando el psicoanálisis se define como un método de adaptación del yo a la realidad por Heinz Hartmann quien será la cabeza de este movimiento dando la identidad al Psicoanálisis Norteamericano.[5]
     
    La colonización de nuestro imaginario por Occidente y especialmente por Estados Unidos después de la revolución mexicana institucionalizada, genera que a partir de los años cincuenta en la Facultad de Medicina y con el Instituto Mexicano de Psicoanálisis la influencia del pensamiento Frommiano sea imperante, es una de las vías de implantación del Psicoanálisis en México, es la vía sobre la Psiquiatría,[6] por ello los psiquiatras se apoderan de algunos procedimientos provenientes del Psicoanálisis, a menudo basados en los “Estudios sobre la histeria”, para perfeccionar los exámenes que hacen sobrellevar a sus enfermos en el tratamiento, con lo cual llamaban a hacer la diferencia entre “los médicos concienzudos, más o menos aprendices de Freud”[7] y los sectores no médicos del freudismo, filósofos, literatos, Pastores, profesores, profesoras, estudiantes no médicos, enfermeras, jóvenes en búsqueda de empleo, etc… quiénes fueron atraídos por el freudismo por motivos múltiples, y que pueden extraer resultados adecuados a la opinión literaria, filosófica o social, pero que a veces también sirven como vehículo a las ideas eróticas, como un medio fácil de éxito.[8]
     
    En otra parte analicé ya la influencia que pensaban hacer los jóvenes psiquiatras con el psicoanálisis para desarrollar la aplicación “a la mexicana” de la práctica psiquiátrica y su traducción, con la creación de la Sociedad Psicoanalítica Mexicana y del Instituto Mexicano de Psicoanálisis.[9] Las exposiciones que dictaban Raúl González Enríquez, Guillermo Dávila y Alfonso Millán, en 1934 en la Facultad de Medicina de la UNAM desarrollará claramente este aspecto,[10] como la impresión de milagro terapéutico[11] que se ha dado durante este período con la aplicación de métodos ya inspirados de los principios psicoanalíticos.
     
    ¿Ahora bien oro o cobre?
     
    Con la desaparición de Freud en septiembre de 1939, las vicisitudes en torno a la terapéutica y el sentido de la cura no cambiarán, aunque se había asumido que Freud era el único que podía ejercer el derecho a delimitar la dosificación, aun si parecía dar el poder a la Asociación Psicoanalítica Internacional a través de su Comité.
    Después de la Segunda Guerra Mundial se va a plantear en todos los términos la cuestión de las relaciones entre la transmisión del poder en el saber freudiano, el método terapéutico y la técnica. En la postguerra, fueron aún psiquiatras los que pensaron encontrar en el psicoanálisis una salida al encerramiento en el asilo, pero sin medios terapéuticos, ya que no contaban con ellos.[12]
    Pero un nuevo elemento no iba a tardar en transformar el naciente paisaje psicoanalítico en nuestro país: la creación en 1950 de la licenciatura de psicología en la Facultad de Filosofía de la UNAM,[13] lo que aumentó entonces considerablemente la demanda de análisis, antes de lanzar a un gran número de expertos potenciales en el mercado, caracterizados por el hecho de que iban a ser psicoanalistas laicos, que ocuparán a menudo puestos institucionales donde se practicaban psicoterapias y a incluir una proporción creciente de mujeres, todos estos factores y sus consecuencias aún están siendo desarrollados.
     
    Mientras tanto en París la emergencia de una nueva aproximación con modificaciones en la teoría o en el método apunta al cuestionamiento de la transmisión del poder en el saber freudiano, en respuesta,[14] nuevos autores que tienen por objetivo político desacreditar las prácticas de Jacques Lacan no se hacen esperar y con ello también una suerte de regresión que intenta fijar claramente, o incluso un poco dogmáticamente, las indicaciones, el marco y el desarrollo ideales de una cura psicoanalítica dirigida por las indicaciones técnicas decretadas por Freud.
     
    Este objetivo de “ortodoxia” tenía también por misión el precisar las modalidades del ejercicio de la única Sociedad Psicoanalítica de París, reconocida por la API. La insistencia por otra parte se ponía sobre el papel del Yo, entonces puesto en boga por los Anglosajones, subrayando la necesidad de apreciar la “fuerza” o la “debilidad”, por sobre el objetivo de la cura, lo que era reforzarlo ante los impulsos y a las exigencias del super yo. Con el fin de poner a su servicio las “energías instintivas” y contribuir a hacer conscientes los procesos inconscientes, Maurice Bouvet designaba como “Condiciones necesarias para un psicoanálisis eficaz:
    1° Colocar al sujeto en condiciones operatorias constantes.
    2° Favorecer la relajación de las actitudes de control, que el paciente utiliza comúnmente.
    3° Dejarle al mismo tiempo sus capacidades de observación habituales.
    4° No permitirle encontrar incluso en el transcurso de la cura, y sin que se dé cuenta, el alimento necesario que tiene sus necesidades bajo su forma actual. ”[15]
     
    Este trabajo estaba en concordancia de las “indicaciones y contraindicaciones” que habían expuesto en otra parte autores como Sacha Nacht y Serge Lebovici,[16] cercanos en eso del Freud de los años 1904-1906 en donde marcaba: la exclusión de las estructuras consideradas psicóticas, la de los pacientes demasiado viejos, la de los toxicómanos y de los perversos.
     
    Al respecto, Jacques Lacan se opone muy rápidamente en esta misma Enciclopedia, con una contraparte titulada “Alternativas de la cura-tipo”[17] en la cual se levantaba contra las ilusiones de esta ideología del Yo y contra los preceptos de una “identificación con el psicoanalista” como criterio de una feliz terminación de la cura. También se oponía al objetivo de adaptación a la realidad exterior que preconizaban algunos, y sobre todo a la imposición de “normas, de standars” cuyas investigaciones, como la de Edward Glover en Inglaterra en 1953,[18] que habían puesto de manifiesto la no correspondencia en ningún consenso verdadero.
     
    Entre las numerosas reflexiones que se encuentran sobre el ejercicio del psicoanálisis y la formación de los psicoanalistas, sobresale una que precisa que “ en un psicoanálisis, tipo o no”, es la cura lo que se espera de un psicoanalista” y la fórmula que a menudo debía así ser retomada por su connotación antiterapeútica: “Si (Freud) admite pues la curación como beneficio por añadidura de la cura psicoanalítica, se evita además todo abuso del deseo de curar”.
    Jacques Lacan no expondrá, sin embargo, lo que hacía en la singularidad de su propia práctica, y esto debía valerle su exclusión definitiva de la Asociación Psicoanalítica Internacional: por el uso del “scansion”, esta decisión sobre la duración de las sesiones por el propio psicoanalista, al apoyarse en las nociones de “palabra plena” o de “palabra vacía”, conducirá al acortamiento de la duración de las sesiones, algunas de ellas no excederán una decena de minutos. El movimiento lacaniano va por otra parte a privilegiar en las décadas siguientes estas alternativas principales del método psicoanalítico, con el predominio casi exclusivo otorgado por Lacan al lenguaje, es decir, a la búsqueda de “significantes” claves cuya presencia o ausencia serán los motores de las interpretaciones.
    Las sociedades psicoanalíticas dichas “oficiales”, como la Sociedad Psicoanalítica de París y la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, posteriormente en 1964 la Asociación Psicoanalítica de Francia que la sustituyó, vivieron una evolución más conforme a las normas internacionales y a los movimientos que el psicoanálisis conoció de manera general.
     
    Es aquí que podemos señalar brevemente algunas de las modificaciones de la “cura-tipo”, esta misma y las distintas adaptaciones que se propusieron de su práctica en función de la difusión de sus aplicaciones. La duración de las sesiones se acortó poco después del final de la Segunda Guerra Mundial a 45 minutos, esencialmente bajo la influencia de Sacha Nacht que mantuvo bajo esta forma el análisis didáctico de varios analistas franceses de primer plan en los años sesenta-setenta. Se redujo el ritmo de cinco a cuatro sesiones por semana hasta los años sesenta y luego a tres, ciertamente a causa del aumento del número de los que venían a pedir una cura psicoanalítica, y también debido a las obligaciones de su vida profesional, así como de sus horarios cada vez más rigurosos, modificaciones socioeconómicas entre las cuales es necesario destacar la proporción creciente de pacientes que vienen de medios relativamente modestos y de mujeres que ocupan un empleo de tiempo completo además de sus obligaciones familiares, contrastando la clientela de antes más ociosa y financieramente estable.
     
    Esta situación en nuestro país no fue ajena al desarrollo internacional, en México durante varias décadas, los únicos lugares de formación se situaban en la Ciudad de México, donde se encontraban también instalados la mayoría de los psicoanalistas didácticos, fue necesario establecer modalidades adaptadas a los viajes que debían efectuar los candidatos que permanecían en otras regiones de nuestro país, como es el caso de Monterrey y Guadalajara, de ahí la concentración de dos sesiones en un primer día, seguido de una sesión el día siguiente, que tuvieron algunos analistas por ejemplo. En México durante mucho tiempo permeó la penetración de las teorías y prácticas interpretativas de Erick Fromm y de sus discípulos, pero muy pronto se concedió una gran importancia y se toma en consideración a los jóvenes Kleinianos que recién se habían formado con didactas de la APA en Buenos Aires, de aquí la importancia a los estudios del material prégénital, en el marco estricto del análisis del complejo de Edipo. Es por ello que los escritos de Santiago Ramirez fueron determinantes en este sentido.
     
    Son la fama de las ideas de Freud en la sociedad mexicana, su utilización en el tratamiento de los enfermos mentales y en consecuencia el fuerte aumento de las demandas de análisis lo que implicaron las modificaciones y las adaptaciones más importantes de la cura psicoanalítica.
     
    Con este instrumental se consolidarán en México dos movimientos psicoanalíticos, el freudiano y el frommiano, que han Institucionalizado su saber, diferenciándose por el método terapéutico y la técnica, así como por la transmisión del poder en la difusión del saber. Tenemos que ambos movimientos se integran a través de sus instituciones, por un lado la Asociación Psicoanalítica Mexicana APM, la Sociedad Psicoanalítica Mexicana SPM, la Asociación Mexicana de Psicoterapia Psicoanalítica (AMPP) y el Circulo Psicoanalítico Mexicano (CMP) entre las formadas en esta primer época.
    Desde el lado del movimiento frommiano, tenemos a: la Sociedad Mexicana de Psicoanálisis (SMP) y a su Instituto Mexicano de Psicoanálisis IMP, estableciendo un nexo fundamental con la Universidad Autónoma de México (UNAM), en la Facultad de Medicina, constituyéndose como un espacio de difusión para las ideas freudianas desde la posición del humanismo promovido por Erich Fromm.[19]
     
    La necesidad de asumir las patologías “no néuroticas” o “border line” condujo a un cuestionamiento de sus objetivos y medios de alcanzarlos.
     
    En estos años Francisco del Villar regresa de Paris tras un breve análisis con Lacan con la intención de formar la Escuela Freudiana de México a semejanza de la Francesa, al mismo tiempo Armando Suárez publica los primeros Escritos de Lacan a través de la creación de una Colección importante en la Editorial Siglo XXI. En 1976, con la llegada del exilio de los psicoanalistas del Cono Sur se reforzaron las prácticas sobre “las psicoterapias de inspiración psicoanalítica freudiana” lo que les iba a dar ese estatuto de método serio que en general se rechazaba en los medios psicoanalíticos mexicanos que temían sus descontroles desviacionistas.
     
    ¿Habrá que cuestionar si los psicoanalistas de la época no tenían por objetivo principal el “de curar a” sus pacientes, contrariamente a lo qué Lacan había tanto insistido? ¿No serán responsables tantas indicaciones de una cura tipo las que habrían alejado a tantas personas en sufrimiento de la ayuda para aportarles una escucha psicoanalítica?
     
    En esta época, la terapéutica freudiana empieza a vislumbrar su uso en casos de neurosis de menor importancia, ciertas neurosis de carácter, personas demasiado viejas y enfermos que necesitan ayuda para resolver conflictos esencialmente presentes. También se observan por primera vez patologías a considerar, pero con grandes reservas como en el caso de algunos perversos o adictos, o incluso menores, enfermedades psicosomáticas o trastornos psicóticos, trastornos ansiosos o depresivos. Se trata en última instancia, de usar la palabra para la cura, puntualizando con base en el concepto de ponderar las fortalezas clínicas del yo.
     
    La implantación del psicoanálisis se dará entonces también en los hospitales psiquiátricos y los Centros Médico Pedagógicos con lo que multiplicó las iniciativas destinadas a tratar analíticamente a los enfermos psicóticos más graves. La creación de la clínica San Rafael en 1954 se da en este contexto.[20] La clínica San Rafael en el marco de la apertura al pensamiento freudiano, iba a instaurar una política psiquiátrica pluridisciplinar donde el psicoanálisis debía tener un lugar preponderante. Se acompañaba del Hospital Floresta, experiencias a partir de las cuales, entre otras cosas, se da una convivencia del freudismo con la práctica psiquiatrica, así como el que por vez primera se permita la intervención y formación de estudiantes no médicos. Desde otro punto de vista terapéutico, se creó la comunidad terapéutica de Michoacán en dónde Armando Barriguete trabajó durante cinco años.[21]
     
    La “cura psicoanalítica”, ha cambiado en el sentido habitual, pues vio proliferar las adaptaciones técnicas en función de la extensión de sus indicaciones, como en otros países, mientras que se condujo a nuevas iniciativas: psicoterapias familiares y de padres que desarrollaron, la psicoterapia grupal en AMPAG.
     
    Todas estas experiencias ampliaron el ámbito de aplicación de la comprensión psicoanalítica del psiquismo y sus graves perturbaciones, pero en México como en otros países la repercusión fue la ramificación relativamente abundante de las “curas psicoanalíticas” en el sentido clásico del término. Entre 1970 y 2000, la proliferación del “psicoanálisis” llevado por los muy numerosos lectores y seguidores de Jacques Lacan pudo hacer la ilusión de un verdadero Boom. Se pudo pensar que una gran parte de la población educada mexicana estaba interesada o conocía el “análisis”, pero las apariencias cayeron después de la muerte del Amo y resultó que muchas de estas prácticas no tenían de psicoanalítico más que el nombre. Con todo, la negación del diván se convirtió en una frecuente exigencia, expresada a partir de la primer sesión, y es cierto que las adaptaciones y las transiciones deberán emprenderse para volver a dar a la condición de la cura psicoanalítica su valor perdido.
     
    A manera de hipótesis-Conclusión
     
    En la actualidad, la situación en México es confusa, tanto entre las distintas escuelas como en cada una de entre ellas. A menudo he hecho hincapié en la necesidad de que habría que diferenciar el “método psicoanalítico” y, al menos en cada sociedad los “métodos” cambiantes, por los cuales las prácticas psicoanalíticas ponen de manifiesto que se adaptan a su entorno sociocultural y económico, a la orientación teórica de cada grupo como a la filiación psicoanalítica y a la personalidad de cada experto.
     
    Si no se atiende la propuesta de Jacques Lacan de considerar el psicoanálisis didáctico como sólo “cura” se volverá a esto que suena casi predicción: sólo los futuros psicoanalistas y raros aficionados más o menos ociosos y afortunados, aceptarán plegarse a las dificultades de inversión de tiempo, energía y dinero de una cura clásica.
     
    Seguramente se podría reflexionar sobre el concepto de “escucha psicoanalítica” (es decir, la actitud que tiene en cuenta el doble-sentido, el fantasma, el conflicto y el análisis de la transferencia) así como la específica manera de pensar que se deriva de ello.
     
    Existen condiciones para que esto suceda, con el encuentro de algunos temas que permiten que lo ocurrido se pueda describir como un “proceso analítico”, lo que convendría precisar mejor. Se admite que las condiciones de la cura clásica favorecen su desarrollo, pero no se puede sostener ya, respecto a las vicisitudes mundiales observadas en estos últimos cincuenta años, conservar una actitud demasiado rígida. Algunos procedimientos “no ortodoxos” permitieron que esto ocurra, el ejemplo de los pioneros por otra parte lo ha probado de sobra, y las psicoterapias psicoanalíticas practicadas por expertos con experiencia a la “escucha analítica” pueden ser a veces más formativas y enriquecedoras que como sucedía en años anteriores sobre un diván en una repetición mortífera.
     
    Los distintos parámetros de los encuadres cuya delimitación es necesaria responden a condiciones teóricas que no deben decidirse aleatoriamente: la elección del diván o del frente a frente está vinculada a la valoración de las capacidades de regresión y la expresión discursiva; la frecuencia de las sesiones responde a la aplicación de la cura y en consecuencia a su objetivo, la curación sintomática o la exploración; su duración responde a la importancia concedida a la referencia y al análisis de la transferencia, como por otra parte a la posible implicación de un tercero que paga.
     
    Es necesario que la comunidad psicoanalítica reflexione sobre las nuevas prácticas que existen en la realidad de nuestro medio socioeconómico y cultural, así como con sus consecuencias sobre la formación y la obtención de una etiqueta de “psicoanalista”.

     


    [1] F. R. Wittels, FREUD, Editorial Paix, Santiago de Chile, 1936, p. 101.
    [2] La cura psicoanalítica o cura-type Freudiana todavía mantiene una especie de hegemonía teórica en todas las esferas de la psicoterapia. Más precisamente, podemos decir que la psicoterapia define su identidad en función de este estándar de cura, sea en términos de tiempo, de condiciones materiales, de normas técnicas y de procedimientos. El ámbito terapéutico es amplio, desde la Clásica Cure-Type (que varía de una corriente o de una escuela a otra), en el sofá a un ritmo de varias veces por semana o en una intervención larga, en un bien estructurado Diván, en la Psicoterapia Analítica, cara a cara, o a través de todos los enfoques inspirados en el modelo clásico: Apoyo, Psicoanálisis, relajación, terapia de pareja y familiares, Psicoanálisis y Psicoterapia del adolescente y el niño, así como aquellas que también utilizan el juego y el dibujo, siguiendo el trabajo de Anna Freud, Melanie Klein e incluso la practica de Dolto en la radio.
    Freud desarrolla en sus trabajos, una propuesta de La cura psicoanalítica o cura-type, en especial en sus textos: Cinco conferencias sobre psicoanálisis, Introducción al psicoanálisis, La metapsicología, Tres ensayos sobre teoría sexual, y Ensayos sobre psicoanálisis. Véase: Freud S. Cinq leçons sur la psychanalyse (1905), P.U.F, 1954., La Technique Psychanalytique, P.U.F, 1981 p.50. en español los textos se encuentran en la edición de Amorrortu.
    Para una exposición sobre La cura psicoanalítica o cura-type Freudiana y su critica véase tambien : Laplanche J. et Pontalis J.B. Vocabulaire de la Psychanalyse P.U.F, 1973. Green A, Unité et diversité des pratiques du psychanalyste : Colloque de la Société Psychanalytique de Paris (14-15 janvier 2006), PUF, 2006. Guattary F, Psychanalyse et transversalité : essai d’analyse institutionnelle, La Découverte, 2003.
    [3] Ferenczi/Rank (1924). Metas para el desarrollo del psicoanálisis. Ferenczi y Rank. EPEELE, 2005. Véase también: Ferenczi. Teoría y Técnica del Psicoanálisis. Sandor, Ferenczi. Editorial Lumen. 2001.
    [4] Edward Bibring (1895-1959). Nacido en Austria, tuvo la distinción de formar parte del pequeño grupo de colaboradores que se reunieron en torno a Freud después de la Primera Guerra Mundial. Durante más de diez años dirigió la clínica externa de psicoanálisis del instituto de Viena y se implicó en la edición de publicaciones periódicas. En 1938 deja Viena con Freud para viajar en primer lugar a Londres antes de proseguir su itinerario hacia Boston tres años más tarde. Bibring, que fue Presidente de la Sociedad Psicoanalítico de Boston, produjo una obra variada. Le corresponde haber publicado una de los primeros estudios críticos de la obra de Melanie Klein sin caer en el sectarismo ciego.
    [5] Heinz Hartmann (1894-1970) es uno de los que marcaron más al psicoanálisis moderno, tanto por sus elaboraciones teóricas como por el poder que pudo adquirir en la IPA. Expulsado de Europa por la subida del nazismo, Hartmann tuvo una influencia decisiva sobre el lugar que ocupó el psicoanálisis en los Estados Unidos. Con Ernst Kris y Rudolf Loewenstein, Hartmann trabajó en la elaboración de una verdadera psicología psicoanalítica que intentó tener en cuenta el conjunto del ser humano. Por esta razón, su teorización se centra en el yo y sus funciones, prestando una atención especial al desarrollo de la persona y a su adaptación. Uno de los conceptos más criticados es indudablemente el de un yo autónomo que se situaría fuera del conflicto psíquico, lo que, para varios constituye una clase de negación del psicoanálisis. Esta teoría, bautizada la Psicología del yo, dominó completamente el psicoanálisis americano hasta el punto que se a intentando a veces confundirlos. En realidad, Hartmann propuso una visión muy modificada de la teoría freudiana, limitando la importancia de la sexualidad y prestando mucha atención a la realidad y a los factores observables. Hay que observar que en la historia del psicoanálisis, los desviacionistas todos elaboraron teorías que tendían a poner la sexualidad al margen.
    [6] La practica de la Psiquiatría en México se remonta al Porfiriato, para los años veinte es una disciplina no sólo aceptada sino poderosa. El primer Director de La Castañeda es uno de los primeros en enseñar a Freud en México. En 1910, cuando asume la dirección del hospital José Meza Gutiérrez pertenece a la tercera generación de psiquiatras mexicanos, véase : Calderón, G. (1996), La psiquiatría en México. Principios del siglo XX (1900-1950), Archivos. Neurociencias México 01 (1), 27-34, p. 33.
    [7] Los primeros ejercicios en México en este sentido se dan con las tesis de licenciatura en Medicina que, con el título: «Psicoanálisis», presenta Manuel Guevara Oropeza en 1923 para obtener su grado de médico cirujano y obstetra y la de José Quevedo Jr. presentada en 1929 con el título: «Isaena. Un caso de tratamiento psicoanalítico». Véase: Guevara, M. (1923), Psicoanálisis, tesis que presenta para su examen general de Medicina, México, Biblioteca de la Antigua Escuela Nacional de Medicina. Y la tesis de Quevedo, J. (1929), Isaena. Un caso de tratamiento psicoanalítico, tesis que presenta para su examen general de Medicina, México, Biblioteca de la Antigua Escuela Nacional de Medicina.
    [8] En México, la literatura erótica no es un subgénero más, como podría serlo en otros países; tiene una larga tradición que se remonta a las culturas prehispánicas. Una buena parte de la obra reciente incluye pasajes eróticos o piezas completas ubicables dentro del género con alguna influencia psicoanalítica. Éste es el caso de Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Agustín Monsreal, José Agustín, Ignacio Trejo Fuentes y Eusebio Ruvalcaba, entre los mayores, y Enrique Serna, Eduardo Antonio Parra, Juan Antonio Rosado, Guillermo Fadanelli y Volpi entre los más jóvenes. El erotismo comienza a aparecer en la narrativa mexicana con la Generación del Medio Siglo, que de acuerdo con Jiménez Moreno incluiría a los escritores nacidos entre 1920 y 1935: Salvador Elizondo y Juan García Ponce, ya mencionados arriba, y, entre las escritoras, Rosario Castellanos, Elena Poniatowska, Inés Arredondo y Amparo Dávila, por mencionar sólo a quienes se ocuparon en algún momento del hecho erótico. Después del Medio Siglo, curiosamente, protagonizará la exploración del tema un grupo de narradoras con una característica en común: ser de ascendencia judía. Me refiero a Esther Seligson, Margo Glantz, Sara Sefchovich, Ethel Krauze, Rosa Nisán y Sara Levi Calderón. Respecto de esta última, hay que hacer notar que es la autora de la primera novela de amor lésbico que circuló en México con relativo éxito (antes de ella, Rosa María Roffiel había publicado Amora, sobre el mismo tema, pero no circuló mucho). Se trata de la novela Dos mujeres (México, Diana, 1990), una historia entre rosa y roja en donde dos damas burguesas deciden irse juntas a la cama y viven una interminable luna de miel por los pueblos de la provincia mexicana.
    [9] Véase: Rodríguez Márquez S. “EL TIEMPO DE MAESTROS. Historia del Psicoanálisis en México y America Latina, siglo XX” Facultad de Psicología, UAQ 2010. Millán, A. (1965), El desarrollo de la Sociedad Psicoanalítica Mexicana y del Instituto Mexicano de Psicoanálisis, Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, 1, 5-9, p. 5.
    [10] ROCHA, G. (2001), Las instituciones psicoanalíticas en México (Un análisis sobre la formación de analistas y sus mecanismos de regulación), capítulo I, Acheronta, No. 14, http://www.acheronta.org/
    [11] SACRISTÁN, C. (2002), Entre curar y contener: la psiquiatría mexicana ante el desamparo jurídico, 1870-1944. Frenia, 2(2), Madrid.
    [12] loc. cit. Millán, A. 1965
    [13] Inicialmente se impartió como una asignatura en la Escuela Nacional Preparatoria (1896) para después pasar a ser un programa de doctorado (1924), luego se incluyó el nivel de maestría (1930) y por último la Licenciatura en Psicología (1950). La Psicología fue reconocida como una profesión regulada por la Dirección General de Profesiones en 1973. La currícula de psicología ha tenido muchos cambios a lo largo del tiempo, siendo los más importantes los establecidos en 1960, 1967 y 1971. El currículum de 1960 se inició junto con la profesionalización de la carrera y no difería de la orientación clínica y especulativa que tenía los planes anteriores; en 1967 se implantó el plan de estudios de la Universidad Veracruzana, donde por primera vez en México se impartió la enseñanza de la psicología con una orientación netamente experimental, en el cual se enfatizaron aspectos metodológicos, con el propósito de hacer a la psicología una ciencia más formal, pero lamentablemente no contó con las condiciones necesarias para aplicarlo exitosamente, por lo que hubo la necesidad de cambiarlo debido a las protestas estudiantiles y fue en 1971 cuando se estableció el currículum que hasta el momento sigue vigente, aunque ya renovado. Véase : Rodriguez Marquez, S. Historia de la Psicologia en Mexico. Tesis de Maestria UAQ, 1991. Díaz Guerrero, R. Hacia una psicología social del tercer mundo. Cuadernos de Humanidades. (1976), No. 5. UNAM. Difusión Cultural. Díaz Guerrero, R. Momentos culminantes en la historia de la psicología en México. Enseñanza e Investigación en Psicología. (1980), Vol. VI, No. 2, 278-290.
    [14] En 1955, Maurice Bouvet publica en la “Enciclopedia medicoquirúrgica” un trabajo nombrado “la cura-tipo” que tenía en cierta medida dogmática, las indicaciones, el marco y el desarrollo ideales de una cura psicoanalítica dirigida por las indicaciones técnicas decretadas por Freud en 1906. [14] « La cure-type », in : Bouvet Maurice (1968), Oeuvres psychanalytiques, Résistances, transfert, vol. II, Paris, Payot.
    [15] « La cure-type », in : Bouvet Maurice (1968), Oeuvres psychanalytiques, Résistances, transfert, vol. II, Paris, Payot.
    [16] Nacht Sacha, Lebovici Serge (1958), «Indications et contre-indications de la psychanalyse chez l’adulte», S. Nacht, Psychanalyse d’aujourd’hui, Paris, P.U.F.
    [17] in : Lacan Jacques (1966), Écrits, Paris, Le Seuil, 924 p.
    [18] Edward Glover (1888-1972) es un médico escocés y psicoanalista. Comenzó su formación analítica y enseñanza siguiendo el consejo de su hermano, James Glover, en Berlín en 1920, con Karl Abraham hasta la muerte de este en 1925. Fue primer Secretario del Comité de Formacion de la API; miembro de la Sociedad Psicoanalítica Británica (BPS), E. Glover se rebeló contra la institución. Criticó a Carl Gustav Jung («Freud ou Jung ?» PUF, 1954) y sobre todo Melanie Klein después de haber recibido algunos de sus trabajos en especial por ser el analista de su hija (quinta), Melitta Schmideberg. Esta última se había convertido en una feroz oponente de su madre. Participó activamente en «Grandes Controverses», rechazando las teorías del grupo kleiniano cuya mayoría estuvo sin embargo, dentro de la la Sociedad Psicoanalítica Británica BPS. La guerra estallo en 1942, en tres grupos de la BPS y es solo a partir de 1944 que se permitió la disminución de las tensiones para evitar una división. Vease : Glover, Edward. Technique de la Psychanalyse», Ed: Les Introuvables, 2001; «La naissance du moi», Ed: Privat, 1979, coll.: Rhadamanthe.
    [19] Estas prácticas institucionales han generado una amplia producción y estudios, publicados en numerosos libros y dos revistas importantes: «Cuadernos de Psicoanálisis» (desde 1967), órgano de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, de orientación freudiana, y la «Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología» (desde 1965), órgano de la Sociedad Psicoanalítica Mexicana y del Instituto Mexicano de Psicoanálisis, de orientación frommiana. También existen la revista «Aletheia» (desde 1980) ha sido un vocero importante del psicoanálisis.
    [20] La clínica San Rafael fue inaugurada el 7 de noviembre de 1954. Desde sus comienzos fue un centro abierto permanente a los adelantos de la psiquiatría, desgraciadamente 57 años después, en el 2011 cierra sus puertas por resultar incosteable.

    [21] 1982 Fundación de la Comunidad Terapéutica del Estado de Michoacán, (Fundada por egresados del Instituto Mexicano de Psicoterapia Psicoanalítica de la Adolescencia: Rafael Lonngi, Javier Gavito, Rogelio de León, Enrique Mora, Rosa María Pérez, Gloria Champion, Jesús Alveano y Armando Barriguete). Se disuelve en 1987. Véase su trabajo: Barriguete Castellón, Armando. Las adicciones son curables : un enfoque terapéutico actual. México. Diana. 2005. 175 p.

  • Coloquio a los 10 años

    Coloquio a los 10 años

     
     
    Un lugar histórico como la Casa Museo León Trotsky sirvió como marco para que se efectuara el 2º Coloquio de la Revista Carta Psicoanalítica el 14 de mayo de 2011. La idea de los organizadores, fue celebrar el 10 aniversario de la revista electrónica a través de un encuentro de trabajos escritos por los miembros del comité editorial de la revista.
    El evento fue un éxito en todos los sentidos, y hasta podría decirse que un acto analítico. Psicoanalistas de diferentes formaciones e historias, algunos pertenecientes a una institución y otros no, se reunieron por una apuesta no común: diálogo, heterocidad y respeto.
    Se inició el evento con una presentación por parte del director Julio Ortega B. y después de sus palabras que apuntaron a los problemas de la academización para la investigación, la importancia de los medios electrónicos, la independencia de la revista, y la necesidad de colocar al psicoanálisis en un lugar más trascendente en nuestra sociedad mexicana, tuvo lugar a cabo, la exposición de los trabajos a través de tres mesas de trabajo. Había gente de Querétaro, Toluca, Pachuca, Monterrey, Michoacán, etc. mucha gente joven.
    La primera mesa tuvo como protagonistas a tres analistas didácticos de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, miembros del comité editorial que fueron presentados sólo por sus nombres como el resto de los ponentes. Un comentario de uno de ellos posterior al acto, apuntaba a que era grato que no se hiciera una introducción con todos los títulos nobiliarios, sino sólo por el nombre propio que sería finalmente respaldado por el trabajo y no a la inversa.
    Esta mesa tuvo trabajos muy serios, profundos. El primero de ellos lo lanzó Griselda Sánchez que hizo una exposición detallada (para apuntar todo) del proceso de memoria, olvido, represión, conciencia e inconsciente en el modelo freudiano. Siguió un trabajo de Julio Casillas, que expuso las dificultades de tratar y comprender la anorexia y la bulimia en un contexto analítico, fue muy inspirada la frase: “es difícil comer con hambre y con asco a la vez”. Siguió un trabajo de corte metapsicológico de Alfredo Valencia que ahondó sobre temas difíciles e hizo una inmersión profunda en la teoría psicoanalítica.
    La segunda mesa la formaron Modesto Garrido, Julio Ortega B., y Luis Tamayo. El primero hizo una exposición detenida de lo que podría considerarse un análisis en el sentido lacaniano, y revisó buena parte de las posiciones del maestro francés, con la agudeza y humor que caracteriza al expositor. El segundo, desarrolló un texto más bien literario que tenía como referencias principales a Freud, Lacan y Foucault, se excedió un poco en el tiempo (aunque hubo suspiros masoquistas que pedían siguiera leyendo). El tercero hizo una exposición brillante, con referencia a Heidegger («el hombre es el único animal de la tierra que desea ser otro») y al budismo zen, haciendo hincapié en las relaciones entre psicoanálisis y filosofía.
    La tercera mesa por la tarde, fue inaugurada por Susana Rodríguez que habló extensamente sobre la historia del psicoanálisis en nuestro país, justo en el lugar en que tendrá a cabo un encuentro histórico en septiembre de los protagonistas de esta aventura. Siguió Mario Domínguez Alquicira con un trabajo sobre la epistemología del psicoanálisis que recalcó que no sólo el modelo positivista de la ciencia es el que debía ser considerado un camino al saber. José Tappan Merino, habló sobre la especificidad del psicoanálisis en una sociedad que ha entronizado la banalidad, el vacío y la falta de crítica personal («Por qué el éxito de tanta terapia light?»). Terminó Felipe Flores con un trabajo altamente reflexivo, no sólo psicoanalítico sino filosófico… agudo en sus proposiciones y lleno de referentes clásicos («¿En realidad Aristóteles y Platón son antagónicos?», «No hay nada absoluto, es una frase profundamente contradictoria»).
    Los autores de los trabajos dialogaron después de cada mesa con los asistentes que llenaron de bote en bote, el pequeño auditorio. Discutieron al final entre ellos, respondieron a todas las preguntas que se les hicieron y estuvieron abiertos a los cuestionamientos.
    El evento fue un acto analítico en más de un sentido, pero una muestra de que no sólo la discordia es posible entre psicoanalistas.
    Éste es el principio de un segundo aire para la revista que va por sus siguientes diez años. Los trabajos serán publicados en un libro posteriormente y se realizó un documental que será luego ofrecido al público.
    ¡Enhorabuena Carta Psicoanalítica!
  • Editorial

    Editorial

    Las universidades en nuestro país siguen el paso de los criterios internacionales, mayormente concebidos en la imitación de las universidades norteamericanas. Es así como la productividad científica y de investigaciónsocial ha sido mayormente taylorisada y se obliga a los investigadores a seguir parámetros un poco absurdos que los convierten en obreros a sueldo (muchas veces fabricantes de hoax’s) tratando de ganar puntos – que se traducen en beneficios económicos – en una escala que no siempre tiene muy claros los criterios (dónde uno puede encontrar términos extraños: ciencias de la educación, ciencias de la salud, ciencias jurídicas, que elongan el término ciencia más allá de lo imaginable).

    Lo primero absurdo de éstos parámetros es la investigación que debe seguir cuantificaciones basadas en estudios estadísticos, encuestas, olvidando la importancia de los estudios cualitativos y de la formulación de teorías que no están basadas en la simple observación.
    Con estos criterios, se privilegia la publicación en el extranjero en revistas “indexadas” (no está mal que haya revistas así, pero no son las únicas, de hecho en el futuro trataremos de estar en todos los index posibles) y uno de los criterios estandarizados llega a implicar arbitraje por votos de jueces anónimos, también la firma de trabajos en grupo y no de manera individual, suponiendo que el trabajo en equipo es siempre mejor que el trabajo solitario.
    Copérnico, Galileo y Einstein son nombres que nada significan para esas políticas simplistas que no se cuestionan en absoluto sus prejuicios y dogmas a los que todos debemos someternos. Die FackelRegeneración, Cahiers du cinémaRevista de Occidente, El viejo Topo, en nuestro país Imago de Rodolfo Álvarez del Castillo, La Nave de los locos de Rosario Herrera, etc. son indeseables formas “históricas” de criterio liberto que no deben ser imitadas, malos ejemplos que no debieran seguirse.
    Los criterios e indicadores que se utilizan para evaluar la actividad de los investigadores (en la UNAM y el SNI, por citar dos ejemplos) se basan, en general, en la idea del impacto que esta actividad produce. Pero el único impacto que se mide es la publicación de dichos artículos en revistas indexadas de circulación internacional (junto con sus citas en iguales revistas), y una etérea comunidad académica global, cuyas caras y nombres sólo son accesibles a los iniciados.
    El proceso de “academización” y de búsqueda de “luminiscencia pública” del investigador en las universidades occidentales y el empuje a la búsqueda de grados, reconocimiento y especialidades, alcanza su máximo absurdo en el caso de los hermanos Bogdanov. Dos físicos rusos, nacionalizados franceses, que obtuvieron su grado de doctores en física, a través de la publicación de 5 artículos en revistas internacionales que después fueron cuestionados en sus contenidos hasta el punto de que se les ha llegado a calificar de absurdos y destinados a aprovecharse de las carencias de algunos de sus pares en el campo científico[i]. Por supuesto, en todo este laberinto, resalta también el empuje de las universidades hacia sus académicos para obtener el grado de doctor, sin importar el precio o calidad de sus estudios. La imagen parece ser el signo de nuestros tiempos.
    Igor y Grichka han sido más famosos en Francia como presentadores televisivos durante muchos años. Sus programas, como Temps X y posteriormente Rayons Xversan acerca de divulgación científica y ciencia ficción y cuentan con una gran audiencia. Llegaron a publicar un libro que se intitulaba Dios y la Ciencia, elaborado a partir de entrevistas con el filósofo Jacques Guitton que fue impugnado por plagio por el profesor Xuan Thuan (de la Universidad de Virginia) quien los acusó de copiar su libro: The Secret Melody: And Man Created the Universe. Al parecer la espiritualidad de los contendientes se zanjó mediante un arreglo económico que paró la situación ante los tribunales.
    Ciertas problemáticas altamente relevantes en nuestro medio no son publicables, ya que no concitan el interés de las agendas de investigación globales. Las modas, guste o no, también juegan un papel en la definición de qué se publica y cita. De esa manera, la estabilidad y el éxito de los académicos, está en manos de grupos que en muchos casos no tienen una idea siquiera aproximada de los problemas de nuestra realidad.
    Resalta también que, excepto el objetivo primero mencionado, no se toma en cuenta el trabajo en otros medios, sin considerar que el trabajo del científico no se dirige sólo a grupos especializados, sino que también requiere de la atención del gran público. El papel de la Wikipedia en los medios escolares no puede ser menospreciado y cerca de 400 millones de usuarios respaldan esta afirmación, amén de que es hoy el 5º sitio más visitado del mundo en la red de Internet.
    El psicoanálisis en nuestro México, posee una historia que está llena de fracturas, alejamientos, amores y desamores entre los que nos dedicamos a este oficio. Lo hemos dicho y lo repetimos hoy aquí, no podría afirmarse que todas esas desaventuras sean la única causa que le han colocado en nuestra cultura de manera marginal. Podríamos mencionar también, la hegemonía en nuestro país, de un punto de vista cientificista que se dedica al estudio de los fenómenos humanos centrándose en el laboratorio y en la obtención de una supuesta objetividad de acuerdo a la lógica cuantitativa de las llamadas ciencias de la naturaleza, a las cuales escapa la particularidad de los hechos socio-culturales. Se quiere olvidar la cuestión del sujeto desde una perspectiva empirista que desconoce al hombre finalmente, porque, si algo caracteriza a ese objeto de estudio, es justamente la subjetividad.
    Una publicación como Carta Psicoanalítica aparece para estos criterios universitarios y académicos, como extraña por no encajar ni en las prácticas reconocidas como científicas, ni en los estudios estadigráficos, tampoco propiamente en las ciencias sociales, o en la robótica ascesis social promovida por la castidad científica. No tenemos una fundación que nos sostenga, una asociación, ninguna universidad nos ha dado el ramalazo para poder seguir caminando. Les agradecemos su presencia, rivalizamos en este fin de semana con otros eventos importantes como el concierto de U2.
    Nuestro interés es la investigación en psicoanálisis, la cultura y el arte. Nada más que eso, respetando siempre y cuando estén respaldadas por una investigaciónseria, las diversas opiniones de los autores. Seguimos en el aire y cumplimos 10 años, tenemos una presencia en la red, y finalmente en el campo del psicoanálisis en México y en el mundo. Recuerdo todavía la reunión de amigos que tuvo lugar en el XX congreso nacional de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, dónde propuse como ir a tomar una copa juntos, la conjunción de esfuerzos para hacer una revista plural, no monotemática, no de escuela, heterogénea en sus contenidos y sin atender a políticas de exclusión de grupos. Hemos vivido más aventuras juntos a lo largo de estos años de las que puedo contarles aquí en este arranque del festejo, una sola les digo, nos hizo llegar al hospital a mi mujer Irma y a mí, tras un accidente automovilístico camino de una reunión del comité editorial al DF que representó pérdida total del vehículo.
    Me siento orgulloso del éxito obtenido y quiero agradecer aquí a Rodolfo Álvarez del Castillo, Julio Casillas Ledesma, Jorge de la Parra, Mario Domínguez Alquicira, Felipe Flores, Modesto Garrido, Griselda Sánchez, Luis Tamayo, José Tappan Merino, Susana Rodríguez Márquez, el seguir en este viaje en trasatlántico. Desde luego quiero hacer una mención especial de mi amigo y colega psicólogo Mauricio Ayala quien ha puesto todo su empeño y esfuerzo en que lleguemos a dónde ahora estamos, en la pequeña ciudad de Xalapa (dónde vivo) ha sido roca de apoyo y compañero de hombro para este proyecto. En el camino han quedado otros nombres que me excusaré de mencionar, igual les agradezco a todos, el haber participado con un poco de su tiempo o esfuerzo durante nuestra ruta hacia delante.
    Pese a quien le pese, y gracias a la plasticidad del medio virtual, el poderoso no puede matar al mensajero esta vez. Nos mantendremos independientes y seleccionaremos siempre los artículos de acuerdo a criterios emanados de la discusión fecunda de los contenidos en el seno del comité editorial, formado por personas de diferentes grupos, historias y tendencias analíticas. No nos hemos peleado como ha sucedido en la historia del psicoanálisis mexicano entre muchos de los colegas, y eso es extraño, nuestra amista más bien tiende a crecer y se nos antoja hacer más cosas juntos. Quizá porque no tenemos nada que arañar o jalar, pero más bien porque lo que nos llevo en principio a juntarnos fue el Eros que ha metido baza entre nosotros y una convicción de que el psicoanálisis debe cambiar sus modos de dirigirse al público en México si quiere ser la primera opción terapéutica para el tratamiento de enfermedades mentales.
    Entre nosotros ha crecido la amistad y la pasión. Estamos dispuestos a continuar nuestra aventura, haremos más eventos en el futuro y queremos invitarlos a que nos acompañen. Los retrasos de la revista se deben exclusivamente a su director que se disculpa ante ustedes, pero trataré de estar más atento a lo que haya que hacer para que no volvamos a retrasarnos. Muchas gracias.