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  • Acerca del objeto del psicoanálisis.

    “Ni tanto, ni tan poquito”. Pensamientos en torno a la epistemología del psicoanálisis o “De dilemas, oposiciones y construcción de representaciones compartidas”[1].

    Acerca del objeto del psicoanálisis.

    Felipe Flores.

    Carta psicoanalítica.

    En este texto se desea abordar un tema difícil no solamente por su naturaleza intrínseca, sino también debido a que se sitúa en el centro de la problemática epistemológica contemporánea de las ciencias y del psicoanálisis en particular; además, lo que aquí voy a decir se aparta de las posturas de moda, tanto las defendidas en el continente europeo (las posmodernas), como las que se solían defender en la isla británica (las analíticas). En verdad se trata de rescatar ciertas posturas cognoscitivas y epistemológicas que en mi opinión se abandonaron en la historia de la filosofía irreflexivamente, y que ahora resurgen en la literatura.

    El contexto.

    Nos movemos hoy en un universo conceptual complejo, polisémico y fecundo en malos entendidos. Atravesados por la presencia de múltiples tradiciones de pensamiento nuestros términos son con frecuencia fuente de equívocos. La significación de nuestras palabras cambia de un autor a otro, de un texto al otro, de un párrafo al otro, de una línea a otra, de un contexto a otro, sin que, no obstante esto, explicitemos los constantes cambios de sentido en los que nos movemos. Tendríamos que estar estableciendo constantemente la definición de las palabras que usamos y el modo como las usamos. Las palabras se desgastan y envejecen, cada una está habitada por los siglos.

    Tendríamos que situar también, agrupar en familias, en la diacronía de su constitución, las semejanzas y las diferencias entre las diversas racionalidades y ejes de oposición en que nos situamos de manera, con frecuencia, impensada e irreflexiva.

    De la misma manera, necesitaríamos dar cuenta de las múltiples herencias intelectuales, ideológicas y de intereses que nos transmiten tomas de posición, conflictos y restricciones de perspectiva que no hemos asumido conscientemente. Así, sin pensarlo, suponemos fundamentos y rechazamos puntos de vista simplemente porque “así se hace desde hace tiempo” o se acostumbra en el espacio de alguna “moda intelectual”.

    Tendríamos que poder cuestionarlo todo, no dar nada por supuesto, y volver a empezar, cosa imposible, con joven y fresco entusiasmo de pensar de nuevo.

    Pero entre nuestro deseo de saber, la esperanza de lograrlo, y la presión institucional, académica, política, y el medio conceptual en el que estamos inmersos existe una relación de malestar. Entre la complejidad del discurso en que estamos atrapados y nuestro deseo de saber hay un conflicto: el malestar de nuestra cultura psicoanalítica.

    Empirismo/idealismo, sentidos/razón, cuerpo/mente, empirismo/racionalismo, sujeto/objeto, univocismo/equivocismo, omnipotencia/escepticismo, positivismo univocista/escepticismo equivocista, cientificismo/sociologismo, génesis/estructura, sincronía/diacronía, ciencia/hermenéutica, naturaleza/cultura, physis/techné, uno/múltiple, singular/general, continuismo/discontinuismo, verdad/ilusión… ¡Cuantos dilemas y oposiciones! ¿Habrá que elegir forzosamente? ¿Cada uno de estos ejes de oposición implica necesariamente la elección/exclusión?

    Juguemos un poco: ¿Todo empirismo se opone al idealismo? ¿No colocan los marxistas al empirismo entre los idealismos? ¿No es equivalente empirismo y materialismo? ¿No es el materialista necesariamente un realista y por ello contrario a un idealismo solipsista? ¿pero, se oponen la experiencia y las ideas? ¿se excluyen necesariamente la experiencia de los sentidos y la razón raciocinante? ¿Son Platón y Aristóteles inconciliables? ¿Lo son Hume y Spinoza? ¿No había intentado conciliarlos Kant? ¿No hay algo intermedio entre lo unívoco y lo equívoco? ¿no son todos ellos, racionalistas y empiristas, idealistas como aseguran los marxistas, que por materialismo entienden un cierto realismo?¿Tendremos que decidir entre todo o nada en cuanto a la posibilidad de saber, de saber que sé? ¿Sólo la ciencia, entendida estrechamente como en el positivismo lógico de Reichenbach o Carnap, produce conocimiento confiable? ¿El psicoanálisis, si no es ciencia es necesariamente hermenéutica o es solamente delirio compartido? ¿Son realmente excluyentes entre sí Verstehen y Erklären? ¿Son ciencias las ciencias sociales o solamente las naturales? ¿Es metafísico cualquier realismo? ¿Son mutuamente excluyentes naturaleza y cultura? ¿Qué cultiva la cultura?

    Ante la pregunta sobre el objeto del psicoanálisis, o mejor, sobre la objetividad del conocimiento del psicoanálisis, sobre la posibilidad de tener un conocimiento objetivo de la subjetividad, se plantean las mismas cuestiones que acerca de la posibilidad del conocimiento en general: hay posturas realistas, objetivistas, subjetivistas, empiristas, escépticas, etc.

    La epistemología vs las epistemologías… ¿será lo que aquí pienso y propongo una más?

    Para contestar a la pregunta ¿miramos primero a la realidad o al sujeto que la mira? Si decimos que primero a la realidad porque la realidad determina el modo como la conocemos y como nos acercamos a ella, habrá quien sostenga exactamente lo contrario, que el pensamiento determina al objeto que podemos captar y conocer.

    En estas posturas se exasperan los extremos, como si el objeto frente al sujeto no ejerciera ninguna acción y toda la actividad fuera la del intelecto (racionalistas) o como si el intelecto fuera frente a los datos sensibles totalmente pasivo (empirismo). Sin embargo, ambas posturas coinciden en ponerlo todo del lado del sujeto, negando la posibilidad de un conocimiento transubjetivo del objeto, ya sea perceptual o inferencial, inductivo, abductivo, abstractivo, y de esta manera se oponen ya sea al realismo extremo e ingenuo, ya a cualquier otra clase de realismo por más crítico o moderado que sea.

    Ante los extremos empirista o racionalista, optimista y pesimista, escéptico y agnóstico o positivista, etc. Se nos antoja decir: “Ni tanto ni tan poquito”. No hay verdad absoluta y perfecta, sino juicios parciales, pero no todo es relativo ni obscuro. Hay juicios más verdaderos que otros, conceptos razonables y probables. No todo es dicho en el equívoco de la metáfora, ni la teoría se adecua del todo a la realidad. Ni el juicio se adecua del todo a la realidad, ni la realidad se nos devela completa ante los ojos.

    Voy a tratar de hablar de la Verdad (sí, así, con mayúsculas), de la búsqueda de la Verdad y del conocimiento. Es decir, me preguntaré si el psicoanálisis es una actividad que lleva a conocer la verdad de algo, y diré que sí ¡imagínense ustedes el escándalo! El asunto tiene que ver con aquello que se dice, con el hablar de algo, con las maneras de referirse a algo o afirmar alguna cosa de cualquier otra. Pues bien, sostengo que el psicoanalista puede decir algo de ciertas realidades, puede saber algo de ellas y referirse a las mismas afirmando o negando algo de ellas, y que esto lo puede hacer válidamente, aunque con modestia, sabiendo que se puede equivocar. Es decir, el psicoanalista juzga de ciertas cosas porque cree conocerlas por lo menos un poco. Por esto el tema del saber tiene que ver con el asunto del hablar. Uno habla de lo que cree saber. Si no, mejor es no hablar. Pero así como hay muchas maneras de hablar de algo, hay muchas maneras de saber; bueno, por lo menos algunas.

    Y es que el saber se dice de muchas maneras, igual que el hablar se dice de varias maneras. A lo mejor esto tiene algo que ver con aquello de lo que se habla; quizá eso de lo que se habla tiene algo que hace que podamos referirnos a ello de maneras múltiples y variadas, como si las cosas de que hablamos fueran también de muchas maneras. De hecho decía Aristóteles que el Ser se dice de múltiples maneras.

    Analógico es porque el sujeto cognoscente está atravesado por el deseo, la fantasía, la represión, etc. Y porque no puede captar todo de nada, sino solo una parte, un aspecto, un momento, y porque captar algo no es lo mismo que captar nada, porque hay una prueba de realidad, y porque aunque no puede conocer todo totalmente, conoce algo parcial y realmente. Esto es lo analógico: que lo que digo del Inconsciente o de la Pulsión, por ejemplo, no la agota, no la esclarece totalmente: hay una distancia entre la realidad y la teoría, pero esa teoría conoce realmente algo de la realidad que trata de explicar.

    Se ponen en juego los problemas de los límites del conocimiento psicoanalítico, de su valor e importancia, del criterio y del origen de este conocimiento.

    En lo que llevamos hasta aquí dicho, como pensando en voz alta, hemos supuesto mucho. Hemos supuesto, por ejemplo, que puedo decirles a ustedes de algo y que ustedes me escuchan atenta y muy amablemente, soportando con buen ánimo las cosas que quiero decir. Suponemos, pues, un lenguaje cuyo sentido es captado lo suficientemente como para que nos entendamos. Si no fuera así ni ustedes no estarían oyendo este desaguisado. También suponemos que en las frases que enuncio hay cierta coherencia, cierta inteligibilidad, cierto orden que las hace por lo menos discutibles. Lo incoherente y sin lógica es definitivamente indiscutible. Otra suposición es que estoy hablando de algo y no de nada. Esto recorta varios temas de interés que podríamos llamar: a) el problema lógico o de la comunicación, b) el problema ontológico o de la realidad, y c) el problema epistemológico o del conocimiento.

    Estoy convencido de que estos tres problemas están entre sí entrelazados; sin embargo trataré de referirme a ellos separadamente. Trataré de poner más interés y atención en el asunto del decir, y en el asunto del saber.

    En otras palabras, y para ponerlo en una frase, este trabajo se plantea una pregunta: ¿SE PUEDE DECIR LA VERDAD EN PSICOANÁLISIS?

    Hay que decir, desde luego, que se dice de una afirmación o de una negación que es verdadera, de múltiples maneras. Y es que en esto de la verdad casi no existen proposiciones que sean totalmente verdaderas. Cuando un juicio es verdadero casi siempre lo es parcialmente. Decimos verdad cuando negamos lo que no es o cuando afirmamos lo que es. Pero nunca lo que afirmamos o negamos agota la realidad a que nos referimos.   Las verdades que alcanzamos, siempre con gran dificultad, son parciales.

    Todo conocimiento es parcial pero no inexistente, incompleto pero probable, a veces cierto. El conocimiento es la mayoría de las veces, no siempre, solamente analógico, pero no metafórico. No todo es relativo. Ni todo ni nada: algo. No todo se reduce al problema de la demostración, validación, o verificación. Los métodos son para cada objeto material y formal. Cada objeto tiene su propia manera de conocerse. Ninguna teoría agota la realidad, todas la recortan, la presentan desde un punto de vista particular.

    A veces afirmamos lo que no es y negamos lo que sí es; a estos juicios los llamamos falsos. Yo pienso que con frecuencia afirmamos o negamos falsamente. A veces, sin embargo, afirmamos o negamos con verdad. Es muy difícil saber cuándo algo es verdad, pero tampoco hay que irse a los extremos y pensar que podemos hablar siempre con verdad o que lo que decimos dice todo de eso de que hablamos; ni tampoco hay que descorazonarse y pensar que la verdad no solamente es difícil de alcanzar sino imposible y que no es ni siquiera probable que podamos conocer algo verdaderamente y tener la certeza de ello. Ni el optimismo absoluto y estulto, ni el pesimismo cognoscitivo y depresivo. Para algunos se trata de referirse a las cosas de manera absoluta y perfecta, como si las operaciones que hacemos con los conceptos tuviesen que adecuarse sin sobra y sin falta a los objetos de nuestro interés. Para otros no hay verdad posible y nosotros nos comunicamos más bien de milagro, o más bien la comunicación es una ilusión y todo es una ilusión (no queda muy claro si esta afirmación de que todo es una ilusión o que nada se puede saber es un juicio ilusorio o si se sabe que nada se puede saber). Yo diría que: “Ni tanto ni tan poquito”. Me parece, en efecto, que los extremos fallan.

    Ne-utrum: ni todo a la inteligencia, ni todo a la percepción; ni todo al objeto, ni todo al sujeto: el conocimiento es un encuentro: asimilación y acomodación diría Piaget. Ni todo al método, ni todo al objeto.

    En otras palabras, ni el objeto es inerte, sino que actúa sobre el sujeto, y no toda la actividad viene del sujeto; ni el sujeto es pasivo frente al objeto. El conocimiento es un encuentro en el objeto y sujeto se determinan recíprocamente. Por eso no estamos hablando del objeto material, sino del objeto formal, en cuanto pensado o aprehendido (manifestado, revelado, acogido) y del acto de pensar lo pensado (sujeto cognoscente, objeto formal por el cual, camino o methodos).

    Tenemos cuatro posibilidades en principio: las llamaremos «absolutismo absoluto», «absolutismo relativo», «relativismo absoluto» y «relativismo relativo». El relativismo absoluto es contradictorio. Decir que absolutamente todo es relativo ¿deja fuera de todo o incluye la afirmación que hace? Si se puede afirmar algo entonces se puede afirmar algo y el relativismo no es absoluto. Habrá que preguntarse sobre las condiciones que hacen posible el poder afirmar algo. El absolutismo absoluto supone que no nos preguntamos nada y lo sabemos todo, que en ningún juicio hay algo que falla. Si no fallara y tuviéramos que pretender la verdad absoluta estaríamos ocupando el lugar de la inteligencia que causa lo que sabe: el lugar del Intelecto puro. El absolutismo absoluto no es posible. Queda el absolutismo relativo aparentemente, pero esta formulación es contradictoria, hay repugnancia entre los términos de la denominación. Esta es una casilla vacía. Finalmente sólo es accesible el relativismo relativo. Nada, pues, de absolutos en este asunto. Sólo cosas y afirmaciones relativas. Pero un relativismo relativo implica que no todo es relativo y que hay posibilidad de algo absoluto: que hay posibilidad de conocer verdaderamente algo. Estamos abandonando la dialéctica del todo o nada en el conocimiento. Algo, algo, siempre algo, y nada más algo se conoce. Pero algo es algo. No es lo mismo algo que nada ¡y esta es la gran diferencia que funda el optimismo moderado de la postura que aquí adopto!

    Ni objetivismo absoluto, ni subjetivismo absoluto. Ni verdad absoluta, ni ignorancia absoluta. Ni un agotar la realidad en la representación que nos hacemos de ella, ni una pura representación vacía. La posibilidad de conocer algo nos mueve y funda la actividad de toda ciencia: todo hombre desea por naturaleza conocer, decía Aristóteles. El que sigamos desconociendo cosas hace que esta actividad no se detenga. Unión es esta del desconocimiento con el conocimiento.

    Parecería que estamos únicamente diciendo perogrulladas. Pero sucede justamente que estas perogrulladas se han perdido en el pensamiento contemporáneo que se mueve en los extremos del univocismo y del equivocismo; en los extremos de la identidad absoluta de significado, por una parte, y la absolutamente ilusoria apariencia de semejanza; entre la identidad y la incomparabilidad. Sólo lo semejante es comparable: porque no es ni idéntico ni tampoco impertinente. En parte igual y en parte diferente: esto es lo único que podemos sostener.

    Del univocismo al equivocismo hay una medianía donde queremos sostenernos. Ni la cerrazón positivista, ni la crisis postmoderna.

    Esto que aquí decimos ha sido y es motivo de disputas y elevadas reflexiones por parte de teóricos del lenguaje, filósofos del significado, semiólogos, semióticos, lingüistas, etc .

    La cuestión se nos ha complicado: ¿qué es la verdad? ¿cómo se la encuentra? ¿cómo se sabe que se la encontró? Si la verdad es algo que se dice de una proposición ¿algo tendrá que ver con el lenguaje? ¿con el significado? ¿con la relación de referencia? ¿de qué hablamos cuando hablamos? Con las palabras… ¿significamos pensamientos, cosas o solamente palabras? ¿Nos referimos a algo que es extralingüístico? Por otra parte, una palabra (las proposiciones se hacen con palabras) ¿significa una cosa o varias? ¿Y qué relación hay entre las cosas que significamos con la misma palabra? ¿qué relación entre las palabras diversas que significan una misma cosa? ¿qué relación entre las palabras? ¿son iguales las palabras con las que hablamos de palabras que las palabras con que hablamos de las cosas? ¿son las cosas palabras? ¿las ideas son palabras? ¿todo son palabras y no hay más que palabras? ¿Podremos salir de esta prisión de nuestro lenguaje? (problema epistemológico); ¿hay ALGO de qué hablar? (problema ontológico); ¿de cuántos modos hablamos de ese ALGO que creemos CONOCER? (problema lógico).

    Entre la búsqueda del significado cero, enteramente transmisible, formal y unívoco, y la caída en la polisemia inacabable de la contextualidad y del oyente interpretante, parece que nos movemos como los griegos en el problema de lo uno y de lo múltiple, entre la unicidad parmenídea y la multiplicidad heracliteana.

    Frente a la caída de la búsqueda ideal de un saber unívoco y perfecto, uno e idéntico a sí mismo, normativo y ejemplar, se alza ahora el equívoco de la multiplicación de las miradas, las escuchas, las lecturas, las interpretaciones, las verdades de cada quién, la proliferación de las metáforas, de las metáforas de las metáforas, etcétera, de la metonimia inagotable del sentido, del vaciamiento del sentido. La filosofía analítica, univocista y fisicalista, ha dado paso en su caída a las hermenéuticas equivocistas y semiologistas. ¿La verdad será unívoca y una? ¿O será múltiple y equívoca? ¿Hemos de renunciar al conocer en la multiplicación de los saberes? ¿hay un sólo modo de conocer frente a cuyo fracaso sólo queda la multiplicidad equívoca de las interpretaciones?

    ¿Y qué contiene la interpretación? ¿Está toda del lado del sujeto o hay algo del objeto en ella? ¿Se puede hablar de interpretación verdadera y de interpretación falsa, o sólo de las infinitamente múltiples y diversas interpretaciones de cada quién? ¿Qué le pone coto a la polisemia de las interpretaciones? Si hay algo que limite, condicione, establezca condiciones de validez y de invalidez de la actividad interpretativa entonces ese algo ¿está fuera del ámbito de la interpretación? Nos encontramos de lleno en la paradoja postmoderna (ni tanto) del relativismo absoluto.

    Ni la filosofía analítica, pues, ni la hermenéutica equivocista resuelven las contradicciones y los imposibles.

    La verdad no está en el significado, ni en la palabra. La verdad está en la proposición con que se juzga si algo es o no es lo que en realidad es o no es. Pero la verdad se dice de muchas maneras, y cada una de estas maneras ni es unívoca e idéntica a la otra, ni es equívoca e incomparable con la otra; cada una de estas varias maneras es en parte igual y en parte diferente de cada una de las otras. Entre estas maneras de decir el concepto de verdad hay una relación de tal manera que se suponen o se siguen o son una principal respecto de las otras. En otras palabras, no todas las proposiciones son verdaderas de la misma manera, sino en parte igual y en parte diferente. De las diversas proposiciones se dice la verdad no unívoca, ni equívoca, sino analógicamente.

    La conciencia ética de nuestro tiempo ha rechazado el univocismo cognoscitivo como fuente de dogmatismos y autoritarismos. En su lugar, y en nombre de la ética libertaria se ha negado toda verdad para que nadie la tenga o diga poseerla: ¡la verdad no existe! Por lo tanto cada quién puede decir lo que quiera. Frente al «sólo vale lo que YO digo» se alza ahora el libertario «todo se vale». Se puede decir cualquier cosa y cada afirmación es inconmensurable con la otra; pues, ¿con qué regla se mediría?

    Si se vale decirlo todo, cualquier cosa, no hay nada que permita fundar una ética del discurso. Cualquiera podría decir la muerte y nadie podría sostener nada frente a tal decir ¡pues se vale cualquier decir! Y si se vale decir cualquier cosa, ¿se valdrá, como pregunta Apel, hacer cualquier cosa? El equivocismo es tan fascista como el univocismo. Si todo es verdad nada es mentira. El fascismo, el rumor, la demagogia, la ocultación…¡nada es mentira! Y sin embargo no es deseable que todo sea verdad.

    Una ética del discurso sólo se puede fundar en un concepto analógico de verdad.

    Entre la identidad y la inconmensurabilidad está la diferencia. La ética sólo puede serlo sobre la diferencia. La analogía funda la ética. La diferencia no se sustenta en el relativismo, en la relatividad del equivocismo; lo equívoco no funda la diferencia sino la incomparabilidad. La diferencia implica la comparabilidad. El univocismo, desde luego, también niega la diferencia que implica cierta relatividad. Por lo tanto queda solamente anular el todo y el nada. Ni del todo idéntico ni tampoco inconmensurable: más bien en parte igual y en parte diferente. Podemos, pues, decir la diferencia en la medida en que está fundada analógicamente.

    Decir que lo analógico es en parte igual y en parte diferente plantea el problema famoso del «¿Qué tanto es tantito?», es decir, el problema de la proporcionalidad. Pues un enunciado puede ser más diferente y en algo semejante al referente, o puede ser más semejante y en algo diferente. ¿Cuál es la regla que permite situarse en este continuo? ¿Cómo y dónde situar los límites? La incertidumbre no ha de confundirse con la imposibilidad de conocer, pero desde luego quedan claras nuestras limitaciones. Decir esto equivale a decir, quizá, que el conocimiento al que podemos aspirar es analógico y está fundado en la diferencia y en la proporcionalidad.

    No quisiera ser mal interpretado. Yo no creo que todos los enunciados posibles sean enunciados analógicos. Creo que hay afirmaciones unívocas, y también las hay equívocas; pero creo que la mayoría de las cosas que conocemos las decimos analógicamente.

    También quisiera subrayar el hecho de que no toda analogía es una metáfora. Existen dos tipos de analogía: la intrínseca y la extrínseca o metafórica. Entre lo primero se da una relación que deriva de lo substancial, de la cosa; entre lo segundo la relación es accidental, la relación deriva de los atributos. Bien se ve lo difícil que es no hallar una relación con la ontología. Y es que ya dijimos que hay una relación entre la lógica y la realidad.

    Existen tres definiciones o tipos de verdad: la verdad semántica, que corresponde a la definición clásica de adaecuatio intellectus ad rem, o también llamada verdad especular. Está también la verdad sintáctica o coherencial, que es la verdad del orden de las proposiciones entre sí. Y finalmente la verdad pragmática o de la praxis, la de los frutos y la transformación de la realidad, la de la tecnología, la cura, la política.

    Estos tipos de verdad se significan uno al otro y son todos ellos parciales, provisorios y tendenciales. La verdad de nuestros enunciados es siempre perfectible y utópica, relativa e incompleta, de difícil acceso; pero al fin y al cabo es verdad y con esto alcanza para ponerse a trabajar en el conocimiento y en la vida cotidiana, y en la mayoría de nuestras acciones y decisiones. La verdad de la acción es como un signo de la verdad de correspondencia; de la misma manera, cuando enunciados de diverso origen y tiempo resultan coherentes entre sí, sugieren un orden correspondiente al orden y regularidad del objeto conocido. Por lo tanto la verdad semántica es la verdad por antonomasia y a ella suponen y buscan las otras. Aunque es la más ambiciosa y difícil. Todas estas verdades son relativas con un relativismo no absoluto.

    Se puede afirmar algo de las cosas, o negarlo, y este enunciado puede ser

    1. a) falso
    2. b) verdadero
    3. i) unívocamente
    4. ii) analógicamente
    5. a) por analogía intrínseca o propiamente dicha
    6. b) por analogía extrínseca o metafóricamente.

    Dejemos ahora los enunciados falsos. De los enunciados verdaderos unívocamente diremos que son poquísimos, casi siempre de tipo formal o tautológico (no fácticos). De los enunciados verdaderos metafóricamente diremos que lo son extrínsecamente y accidentalmente. Que son entre sí total y substancialmente diferentes pero en algo superficial y extrínseco se parecen. El posmodernismo piensa que la mayoría de los enunciados son de este tipo; y el agnosticismo piensa también que todos los enunciados son de este tipo. Hoy en día cuando se habla de analogía se entiende en general que son metáforas. En la postura que sostengo las metáforas son solamente un tipo de analogía, pero no todo el conjunto de los enunciados por analogía. Los enunciados unívocos se mueven en el ámbito de la identidad. Los equívocos se mueven en el ámbito no de la diversidad, sino de la inconmensurabilidad. Sólo los análogos y los metafóricos se mueven en el ámbito de la diferencia y la diversidad, es decir de la conmensurabilidad y comparabilidad de la semejanza. Sólo que esta semejanza es diferente en el enunciado metafórico (donde es extrínseca y accidental), y en el analógico propiamente dicho (donde es intrínseca y substancial).

    Con lo dicho pareciera que los enunciados analógicos están más cerca de la semejanza y los metafóricos más cerca de la diferencia; esto es así. Pero también hay que decir que los enunciados analógicos en su conjunto (con analogía intrínseca y con analogía extrínseca o metafórica) están todos ellos más cerca de la equivocidad que de la univocidad. Se dice que son analógicos enunciados en parte diferentes, en parte semejantes; es decir enunciados que son otros, fundamentalmente otros, pero en algo los mismos; primariamente diferentes, secundariamente semejantes, podríamos decir; o si se prefiere, primariamente equívocos, secundariamente (intrínsecamente o extrínsecamente) unívocos. Predomina, pues, la diversidad.

    La verdad se nos ha hecho más chiquita, pero no ha dejado de existir. Nos movemos entre la dogmática univocista y el pragmatismo equivocista: sostenemos la igualdad, la multiplicidad y la diversidad. Ni sólo lo uno, ni sólo lo múltiple; sino la universalidad en la multiplicidad y la variedad en la semejanza.

    No opto, pues, por la filosofía analítica o positivista, pero le reconozco aportaciones importantes. No opto por la hermenéutica tampoco, pero le reconozco aportaciones importantes. OPTO POR UNA EPISTEMOLOGIA QUE PIENSE DESDE LA ANALOGIA. Opto por un optimismo moderado en el conocimiento. Opto por un realismo moderado en la ontología. Opto por la lógica de la verdad en la predicación por analogía. La verdad no está en la palabra, ni en el concepto, ni en la percepción (no está como diría el Aristóteles, en la simple aprehensión). La verdad está en las afirmaciones o negaciones, en las proposiciones o enunciados, la verdad se dice o predica analógicamente de los juicios y solamente de ellos.

    Debo aclarar que solamente puedo hablar del psicoanálisis como una ciencia híbrida (o mestiza), en la medida en que trato de forzar los diferentes aspectos de la actividad psicoanalítica en alguno de los cajones extremos y contradictorios del pensamiento del positivismo lógico o de la hermenéutica como un todo. Creo que tanto el querer caracterizar al psicoanálisis como una ciencia a la manera del positivismo (incluyendo al mismo Popper) o como una hermenéutica (a la manera de Ricoeur) son intentos fallidos y estériles. El psicoanálisis construye, pues, un conocimiento analógico que no es ni el del univocismo positivista, ni el equivocista de las hermenéuticas posmodernas. La explicación en teoría psicoanalítica no se reduce a la causa eficiente de los positivistas, ni a la causa formal o ejemplar de los estructuralistas, ni al sentido de los hermeneutas.

    El problema de la analogía y del conocimiento tiene que ver con el problema del significado y el sentido, pero se sitúa predominantemente en el problema de la verdad de la proposición. Cuando se dice que la verdad es la adecuación del intelecto a la realidad, no se habla del intelecto intuitivo, ni de la abstracción, ni de la representación, ni de la percepción, ni del concepto, ni de la palabra, ni de la memoria, etcétera. Se habla del intelecto que junta o separa, que compone o descompone, del intelecto que juzga afirmando o negando, del intelecto que predica algo de algo, del juicio tal como se formula en la proposición.

    No estoy hablando de la verdad del hablante unívoca o pragmática, ni de la verdad del oyente equívoca o hermenéutica; estoy hablando de la verdad de lo hablado, o de su falsedad. No me sitúo en la filosofía analítica, ni en la filosofía pragmática, ni en la hermenéutica; no me muevo en el plano del deconstruccionismo, ni del análisis del discurso, ni del subjetivismo; me sitúo en el plano de la analogía.

    No estoy en el plano univocista del pensamiento cartesiano, ni fenomenológico, ni realista absoluto, ni positivista lógico. No estoy en el plano, tampoco, equivocista del nominalismo antiguo o moderno, Wittgensteiniano o no, ni postmodernista, ni hermenéutico, ni agnóstico.

    Estoy moviéndome en el plano de la analogía y de la teoría del conocimiento tal como la entienden algunos desarrollos contemporáneos.

    En esta perspectiva sostengo un punto de vista según el cual el lenguaje no remite solamente al lenguaje, sino por medio de él a otra cosa que es su referente. El concepto de referencia me parece fundamental en la medida en que nos permite salir del solipsismo lingüístico. Ligado a este concepto de referencia considero importante el uso del concepto de intencionalidad tal como se presenta en Aristóteles, Franz Brentano y algunos otros desarrollos contemporáneos.

    Este punto de vista implica la discusión sobre las relaciones entre la lingüística, la lógica, la epistemología, la psicología (léase el psicoanálisis)[2] y la ontología. En el problema que nos ocupa estas ciencias, sin perder cada una su especificidad, están relacionadas como lo están en la realidad los diversos aspectos de que ellas se ocupan.

    Singularidad del psicoanálisis

    El psicoanálisis no es una ciencia en el sentido popperiano, carnapiano, etc., lo cual no significa que no lo sea, sino que el criterio positivista es reducido y estrecho. El psicoanálisis no es solamente una hermenéutica, aunque haya importantes aspectos hermenéuticos en su ejercicio, ni se ocupa solamente del problema del sentido. Buscamos explicar el texto por sus causas, no solo en su estructura significante. El psicoanálisis se ocupa del sentido (Bedeutung) y de las causas, en el sentido de las determinaciones múltiples. Toda ciencia tiene su propio objeto, que determina su su propio método, su estructura teórica, su lenguaje, su propósito. El psicoanálisis es una ciencia teórico-práctica que participa también del arte. La verdad puede ser semántica, sintáctica, pragmática, y en el psicoanálisis se `ponen en ejercicio las tres. No se excluye saber de lo particular y singular junto con el saber de lo general. El psicoanálisis construye una teoría, un saber, discutible, transmisible, contrastable, constatable. El psicoanalista abduce, induce, infiere, deduce, predice, supone, relaciona, media (inter-preta), muestra, señala, provoca. ¿Es una ciencia stricto sensu? Articulación/subalternación: por el objeto, por el sujeto, por el fin. La ciencia de la physis abarca al hombre El psicoanálisis no es una “ciencia social”, por más que sus implicaciones sociales sean importantísimas, es decir, no es una sociología. Pero sí se articula con la ética y con las ciencias sociales. Tampoco es una ciencia biológica. Conocimiento transmisible que orienta/dirige la práctica. Conocimiento práctico transmisible. Tiene un objeto propio y un camino (methodos) propio, ad hoc, para llegar a conocer este objeto propio. Tiene su propio nivel de abstracción, su propio lenguaje, su propio carácter argumentativo. No todo lo que hacen los psicoanalistas es psicoanálisis. El psicoanálisis no es una hermenéutica, sino que usa la hermenéutica, o más bien, la interpretación, no como un fin, sino como medio para extraer sus construcciones teóricas y para proponer al paciente el esclarecimiento de su inconsciente: construcción teórica e intervención terapéutica: investigación, teorización y transformación. La función de crítica social de la teoría psicoanalítica no lo convierte en una psicología social ni en una ciencia social. No es ni una ciencia social, ni una ciencia natural, pero sí una ciencia empírico-especulativa-práctica. Ciencia en el sentido amplio del termino.

    Citemos a Melanie Klein[3]: «…desearía destacar una vez más algo que considero clave en toda discusión científica seria: el trabajo laborioso y paciente que supone desmenuzar nuestras experiencias clínicas y comparar nuestras anotaciones. Su importancia radica en que es la única manera en que podremos comprobar nuevas hipótesis y ampliar nuestro conocimiento teórico. Cada paso que demos en ese sentido nos aproximará más a la verdad y nos beneficiará a todos en nuestro trabajo… De otro lado, al ir desmenuzando y comprobando, debemos estar en capacidad de formular nuevas generalizaciones a partir de la experiencia acumulada gracias a nuestro trabajo ya que sin ello nuestro conocimiento teórico no podrá enriquecerse. Todos estamos de acuerdo en reconocer que cualquier aporte a nuestro insight clínico necesariamente influirá sobre nuestros puntos de vista teóricos… Por lo tanto, si bien debemos ser cautelosos y escépticos en relación a nuevas generalizaciones, estaremos apartándonos de nuestros propios fines si, por el contrario, pecamos de timidez al extraer las conclusiones teóricas que se hacen evidentes a partir de nuestra experiencia clínica…»[4].

    Esta cita es sumamente interesante, aparte de manifestar a las claras una concepción según la cual el psicoanálisis es un quehacer científico según una cierta concepción de la ciencia que también se pone en evidencia en la cita, se alude a una relación entre la clínica y la teoría bajo la luz un poco ingenua del concepto de generalización. Se habla también de una verdad a la que se podría ir uno aproximando cada vez más a medida que el psicoanalista va desmenuzando y comprobando. No desdeña tampoco la discusión teórica como razón del progreso científico y del trabajo del clínico. Aparece una concepción acumulativa del conocimiento pero pone en relación con el crecimiento teórico algo más específicamente analítico: el insight. Ciencia peculiar esta en la que el quehacer clínico se amalgama con la discusión teórica al tiempo que se sitúa al interior de una particular visión filosófica de la ciencia. Es interesante señalar que el texto citado se ubica al interior de una acalorada discusión con Anna Freud, que defendía otra visión de la teoría y la práctica psicoanalíticas, en una apología del cambio y del progreso en la teoría y en la defensa de las diferencias al interior del pensamiento psicoanalítico, todo esto en relación con el aproximarse a la verdad cada vez más. ¿Habremos de decir entonces que el pscoanálisis se dice de múltiples maneras y que las relaciónes que se dan entre los diversos desarrollos teóricos que lo conforman no son necesariamente unívocas? ¿Habrá que señalar que según la vieja Klein más allá de la diversidad de los marcos de referencia en la teoría hay un gradual aproximarse a una verdad, de tal manera que la relación de estos diversos campos de la teoría con ese horizonte cognoscitivo de alguna manera les confiere cierta unidad en la diversidad, es decir, les pone en cierta relación de analogía? Por otra parte no parece que más allá del desmenuzamiento del clínico se renuncie a la verdad como meta a la que tiende el quehacer psicoanalítico como actividad científica.

    Es decir, que si se pueden poner a discutir los miembros de la Sociedad Británica de Psicoanálisis es porque hay una posibilidad de que los discursos se entrecrucen y los argumentos se encuentren en algún lugar; porque en algo se coincide a pesar de las diferencias.

    Las tres posibilidades de referencia que hemos considerado arriba: equivocismo, univocismo, analogía se presentan en las Polémicas citadas.

    Después de Freud, las discusiones entre la Klein y Anna Freud inauguraron una multiplicación de los campos de teorización en psicoanálisis que siguió al interior mismo de la Sociedad Británica, incluso en la posteridad de Klein, y después de ello entre los más diversos psicoanalistas que se reclaman de Sigmund Freud. La multiplicación de los psicoanálisis contemporáneos, kohutianos, kernberguianos, hartmanianos, laplanchanos, aulagnerianos, lacanianos, etc, etc., suscita la pregunta acerca de su relación con el campo freudiano y entre sí; con el ámbito clínico y con el conocimiento; con su insuficiencia y sus aportaciones; suscita pues el problema de su unidad y su diversidad. ¿En qué medida son todos ellos psicoanálisis? ¿Qué permite llamarlos así? ¿Es el término psicoanálisis un término equívoco que al aplicarse a estas figuras teóricas muestra una falsa unidad? ¿Son todos estos desarrollos teóricos equivalentes y sus diferencias meramente discursivas? ¿alguien sostendría semejante ingenuidad? Diremos que son psicoanálisis en la medida en que se aproximan a la verdad que el psicoanálisis pretende conocer; es decir que todos lo son parcialmente.

    ¿Es idéntico el concepto de fantasma, por decir un ejemplo, en todos ellos? ¿La Phantasie de Freud es equivalente del phantasme de la escuela francesa o de la phantasy de los ingleses? ¿Es lo mismo huella mnémica que significante o inscripción? Más aún ¿Phantasie significa siempre lo mismo en todos los textos de Freud?

    De pronto la unidad de los conceptos se fragmenta y el texto estalla ante nosotros: los contextos, las lecturas, las maneras diferentes de recortarse la realidad ante nosotros, los múltiples planos, las lenguas, las terminologías, las múltiples influencias, todo se multiplica ante nosotros; se multiplican los objetos y las categorías, se multiplican los discursos y las preguntas; todo parece incomunicado en esta enorme Babel del pensamiento psicoanalítico contemporáneo, todo parece equívoco y anárquico: «Le malheur c’est la réponse», diría Blanchot. No aspiraremos a ninguna unidad, imposible pretenderlo. Pero tampoco arrojaremos a la Gehenna del fuego eterno todo intento por parte de los psicoanalistas de construir algún conocimiento.

    Nadie podrá aspirar a la suficiencia de su teoría. No hay hoy un desarrollo teórico en psicoanálisis que pretenda agotar aquello de lo que se ocupa. No se puede decir tampoco que todos son igualmente válidos epistemológicamente; que todos son verdad; que todos se valen. Pero tampoco se puede decir que ninguno sirva para saber algo. Ni todos, ni ninguno. Pero algunos algo dirán de verdad. Con que alguno de los desarrollos pueda aportar algo de la verdad queda salvada la posibilidad de conocer. Las condiciones de posibilidad de que algún desarrollo diga algo seguramente tendrán que ver con que las cosas se dicen de manera en parte diversa y en parte igual: con la analogía.

    La realidad desborda siempre toda teoría. Entre el sujeto y el objeto de conocimiento hay un acercamiento cada vez mayor, a la manera de una asíntota cuyas líneas no llegan jamás a tocarse, so pena de negar el conocimiento. Nunca la teoría coincidirá con la realidad que pretende explicar, pero alguna relación habrá entre ellas, y ese «alguna», así de vago, describe la naturaleza de nuestro conocimiento.

    Ya en la época en que publicó La interpretación de los sueños(1900), Freud decía: » Aun en el sueño más concienzudamente interpretado, suele haber un pasaje que tendrá que dejarse en la obscuridad; esto ocurre porque, en la labor interpretativa, nos damos cuenta de que en ese punto existe una maraña entre sueño y pensamiento que no puede desentrañarse y que, de otro lado, en nada aporta a un mejor conocimiento del contenido del sueño. Este es el cordón umbilical del sueño, el punto en que desciende hacia lo desconocido». Pues bien, la realidad tiene también un cordón umbilical.

    En todos sus escritos Freud llama permanentemente a la prudencia, a la modestia, y al mismo tiempo al coraje intelectual cuando se aborda lo desconocido y sus inevitables riesgos.

    Es indudable que el desarrollo del psicoanálisis reviste un carácter altamente especulativo; y esto a pesar de Freud, que desconfiaba de la especulación. Si llamamos a la actividad teórica actividad especulativa habrá que indicar que la actividad en cuestión es en psicoanálisis una especulación «armada»; es decir, que generalmente hay un cuerpo teórico previo desde el cual se hace teoría, Con frecuencia este cuerpo teórico es ajeno al psicoanálisis o le preexiste: es el caso de Freud que hace teoría psicoanalítica desde la ciencia y la filosofía del S.XIX, y que recoge por tanto los puntos de vista de los fundadores de la psicología (Herbart, Helmholtz, Wundt, Fechner, Ebbinghaus, etc.) y del pensamiento de su tiempo (Darwin, Herder, Humboldt, etc.). Igualmente los psicoanalistas que hoy hacen teoría lo hacen desde otras teorías: Lacan (Hegel, Wittgenstein, Jackobson, Lévi-Strauss); Piera Aulagnier (Lacan, Cassirer), etc. Este tema va más allá de las influencias. Va más allá también del problema de la diversidad y el destino de las fuentes o del eclecticismo y la síntesis, pues es notable que lo que en psicoanálisis se podría considerar como cambio de paradigma tiene que ver casi siempre con la incorporación al campo de teorizaciones con supuestos filosóficos, epistemológicos, o simplemente teóricos, diferentes.

    La respuesta de Brierley al pedido de la Comisión de Enseñanza de la Sociedad Psicoanalítica Británica se centró en el tema de lo que, según ella, debía constituir el análisis. Afirma que el objetivo y la tarea del análisis son eclécticos y flexibles y prosigue diciendo: «Como es natural, cuando me aproximo a un paciente lo hago con un contingente de ideas preconcebidas teóricas y técnicas más implícitas que explícitas… Sin embargo, prefiero modificar mis nociones preconcebidas a fin de que se adapten al nuevo modelo del paciente antes que recortar el modelo a fin que se adapte a mis nociones. El esfuerzo por entender con la finalidad de ayudar es también un continuo aprender del paciente».

    Y más adelante, hablando de M. Klein: «Me parece que no es asunto de importancia si aceptamos o no aceptamos su punto de vista, siempre y cuando estudiemos nuestro propio material clínico con miras a determinar en qué medida nuestra óptica se ve confirmada o desmentida. Desde el punto de vista de la práctica y la formación, lo que hay que evaluar es la validez de los hallazgos clínicos y la mejor manera de hacerlo es a través de la comparación con otros hallazgos clínicos»[5].

    Veamos aquí una descripción que ella hace de la ciencia: «La ciencia, al igual que todo lo demás, puede ser idealizada, pero la ciencia en sí es únicamente conocimiento sistematizado. Los procedimientos científicos no son consejos imposibles de seguir, sino tan sólo evoluciones de la comprobación de la realidad, diseñados para establecer la probabilidad máxima y el mínimo error»[6]. La referencia a una realidad, a la comprobación, a la probabilidad y al error son muy interesantes en esta cita; igualmente lo es el tema de la sistematización. En estas temáticas se hacen presentes los problemas ontológico (de la realidad), lógico (de la coherencia de los enunciados) y del conocimiento de la verdad (probabilidad y error). Está presente también en esta autora el tema de la verdad pragmática tal como se manifiesta en la práctica clínica de los psicoanalistas.

    El tema de la idealización de la ciencia es un tema psicoanalítico de interés. «…no podemos permitirnos el enseñarles a los candidatos a que ofrezcan soluciones poco realistas ante sus propios conflictos ambivalentes o ante los de sus pacientes. En segundo lugar-dice la misma autora[7]-, si los analistas formados por Klein culminaron su formación identificando a sus analistas con objetos <>, tenderán inevitablemente a identificarse totalmente con quienes los formaron y tendrían que convertirse en sus imitadores. Se verían así en la necesidad psíquica de engullir la formación de golpe sin hincar jamás el diente en las enseñanzas recibidas. En tales circunstancias pose podría albergar esperanzas de avance continuo, sólo la eventualidad de una revolución. Sin embargo, mientras el analista formado siguiese siendo la réplica de quien lo formó, el resultado tanto en la teoría como en la práctica no podría superar una repetición estéril».

    En el marco de las mismas Polémicas, Strachey[8] aporta una importante precisión: «El rigor con que se aplica una creencia no constituye prueba alguna de que la creencia así aplicada sea verdadera». En efecto, la certeza no es lo mismo que la verdad. Se puede estar cierto de algo falso y se puede dudar de algo verdadero. La certeza es un evento mental, la adhesión intelectual a una afirmación; «la certeza, diría Sto. Tomás, es un estado de ánimo». La verdad es otra cosa, como se dijo en la primera parte de este artículo.

    En el mismo lugar[9] añade Strachey: «Hay que enfrentar los problemas científicos con una lógica inflexible y una coherencia bien definida: no existe término medio entre la verdad y la falsedad». Y un poco después: «La adaptabilidad política no es, en última instancia, compatible con un enfoque riguroso de la verdad científica». Estas frases recuerdan a Aristóteles: «Parece, en efecto, que toda afirmación deba ser o verdadera o falsa; por otra parte, ninguno de los términos que se dicen sin alguna conexión, como por ejemplo hombre, blanco, corre, vence, es verdadero ni tampoco falso»[10]. Y más adelante, en la misma obra: «La expresión discursiva se dice, en efecto, ya sea verdadera, ya falsa, según que el objeto subsiste o no subsiste, y no porque se la haya constituido para acoger los contrarios»[11].

    En el marco de las Polémicas que vengo mencionando, los kleinianos intentaron corroborar sus ideas remitiéndose o adoptando las ideas de otros psicoanalistas. Se remitieron, por ejemplo, a Sharpe, y a la tradición empírica británica remontándose hasta Locke. Se hizo mención a la obra de pensadores como Grindon, James, Ward, Stout, Middlemore y Spearman, muchos de los cuales no son psicoanalistas. Esto muestra, una vez más, el modo de desarrollarse la teoría en el psicoanálisis por referencia hacia afuera o mediante la importación de conceptos o supuestos filosóficos diversos. Esto muestra igualmente una concepción determinada de las relaciones entre el psicoanálisis y otras ciencias. Por sobre todo fue el tratamiento que dieron los kleinianos a los escritos de Freud lo que suscitó la mayoría de las críticas. Más de un polemista sostuvo en más de una ocasión que se estaba citando a Freud fuera de contexto y que, por lo tanto, estaba siendo mal interpretado. Algunos señalaron explícitamente la necesidad de adherirse a las «categorías elaboradas por Freud». Así algunos sostenían con Hoffer que: «El avance de la ciencia se basa en la libertad de la que gozan quienes trabajan en el campo para profundizar sus propios pensamientos. La presentación de sus hallazgos y la verificación de su experiencia particular con la de sus colegas determinan a largo plazo la validez de los hallazgos recientes. No hay necesidad de apresurarse para obtener tal prueba concluyente, pero difícilmente se podría favorecer la ciencia si se reacomodan teorías aceptadas con anterioridad con el fin de que se apliquen a teorías de aparición posterior»[12]. A lo que Isaacs respondió lo siguiente: «No puedo evitar tener la impresión de que en algunas de las contribuciones a esta discusión se insinúa que jamás se avanzará en el desarrollo del trabajo y las conclusiones de Freud y que nadie ha de formular teorías que Freud mismo no hubiese concebido o desarrollado totalmente. Sin embargo, nada podría ser más antifreudiano que semejante actitud, una que ciertamente habría horrorizado al propio Freud»[13].

    El asunto tiene que ver también con el de la reformulación de las teorías, con el de la inclusión o exclusión de sus aportaciones en un campo explicativo diverso, con lo que los psicoanalistas llaman «resignificación», etc.

    ¿Qué ciencia es esta en la que la autoría de su fundador es tan central y tan presente como si se tratase de algo que pasa por la persona? ¿Qué tiene que ver la transferencia con la transmisión de la teoría?

    El debate psicoanalítico es intrincado, en él entran en juego no sólo factores teóricos, sino también los personales, los aparentemente técnicos, tensiones culturales, políticas institucionales, y la inevitable competencia clientelar entre escuelas psicoanalíticas diversas.

    En su última carta a Jones sobre el tema de la controversia entre su hija y M. Klein, Freud insiste en que Londres y Viena deben mantenerse unidas, puesto que los otros grupos europeos de la Sociedad Internacional Psicoanalítica tienen poco peso y poca fuerza, por lo que surgen tendencias centrífugas pronunciadas que la unidad de estos dos centros ayudaría a contrarrestar. El problema en el movimiento psicoanalítico es la mezcla de la discusión teórica con el poder político.

    «Resulta evidente -escribe Freud a Putnam[14]– la unidad dentro del movimiento psicoanalítico es mucho más difícil de lograr que en otros campos de la ciencia, debido a que el elemento personal juega un papel de tanta importancia (13.3.1913)». Dos años más tarde le escribe a la misma persona: «La falta de valía de los seres humanos, incluidos los analistas, me impresionó siempre profundamente, pero ¿por qué habrían de ser mejores en realidad los hombres y mujeres que habían sido analizados? El análisis contribuye a la integración pero en sí mismo no contribuye a la bondad»[15].


    OBRAS CONSULTADAS.

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    WAHL. J. Introducción a la filosofía. México.FCE. Breviarios 34. 1999

    [1] Este texto retoma, con modificaciones, el artículo, del mismo autor, “Entre la identidad y la inconmensurabilidad, la diferencia. Aristóteles y Freud: el caso de la analogía”, publicado en Analogía Filosófica, Año 9, julio-diciembre de 1995, no. 2, págs.. 3 y sigs.

    [2] ¿No somos los psicoanalistas, justamente, y como dice André Green, los que investigamos, con nuestros propios métodos analíticos, el deseo de saber y el deseo de no saber? ¿no somos los psicoanalistas los que nos ocupamos del estudio de la subjetividad del cognoscente y de sus descubrimientos y sus resistencias?

    [3] Int.Rev.Psycho-Anal (1985) 12, 27

    [4] De la intervención de Melanie Klein durante las Polémicas. Actas inéditas de la Discusión Científica en la reunión realizada el 3 de mayo de 1944 en la Sociedad Psicoanalítica Británica.

    [5] STEINER.R.Op.cit.p.20

    [6] Ibid.

    [7] Ibid, p.21

    [8] Ibid.

    [9] Ibid.

    [10] ARISTOTELE. Organon. Torino, Laterza, 1970,Vol.1. Categorie.p.7, 4.7.

    [11] p.15, 4b.8.

    [12] STEINER, R.Op. cit. p.26.

    [13] Ibid. p.27

    [14] Ibid.p.31

    [15] STEINER, R.Op.cit. p.31

  • Lo inconsciente hoy.

    Lo inconsciente hoy.

    José Eduardo Tappan M.

    Intentaré una aproximación metapsicológica a lo Inconsciente, tomando como base el texto con el mismo nombre de 1915 de Sigmund Freud, a 100 años de haber sido escrito.

    Antecedentes:

    El inconsciente es un concepto presente en la historia del pensamiento humano, encontramos referencias directas o indirectas en diferentes pensadores: Geleno, Plotino, San Agustín, Santo Tomás, Paracelso, Descartes, entre muchos otros. La manera en que Freud emplea lo inconsciente, permite ligarlo a los principios de la operación subjetiva, y encontrar que lo consciente es apenas los que logra emerger del iceberg cuya mayor materia se encuentra sumergida, eso ocultado es lo que explica la cusalidad, lo que obtenemos en la vida no es casual, sino efecto de una cadena de determinaciones que parte de los mecanismos inconscientes, mismos que son los principios patológicos de la vida anímica.

    1.- Sobre la formación de lo/el inconsciente.

    Freud propone que la constitución del inconsciente es por efecto de la Verdrängung, que fue traducido por la represión propiamente dicha. Que se trata de una fuerza de desalojo de la conciencia de aquello que la perturba. El problema de este planteamiento es que supone de origen una conciencia que desaloja lo perturbador para constituir el inconsciente. La propuesta lacaniana consideraría que la conciencia es efecto de lo inconsciente no viceversa.

    La Verdrängung freudiana se ha traducido como represión, sin embargo la palabra alemana tiene un sentido distinto al que se le dio en español, en realidad debería ser traducido por: empujar a un lado, desalojar, alejar, sin destruir, sin desaparecer. Se usa para dar cuenta del desplazamiento de masas de aire o agua, como haría un avión o un barco, desplazamiento que paradójicamente es lo que los sostiene en el aire o flotando en el agua. Ninguno de estos sentidos lo tiene la palabra castellana reprimir, en alemán Verdrängung no es Repression. Reprimir implica: impedir a otro algo, oprimir con violencia, acallar, censurar, sentidos que no corresponden a la palabra alemana.

    Los mecanismos en la constitución de la neurosis y del inconsciente tienen que ver con desplazamientos, no con represiones. Se trata de fuerzas que desalojan pero que continúan presentes, no significa que hayan sido aniquiladas o reprimidas. Está Verdrängung (desplazamiento) es la fuerza y el mecanismo constituyente de lo inconsciente. Por eso podemos entender que para Freud lo inconsciente es algo vivo y que actúa determinando la vida consciente, las desiciones que tomamos o evitamos, por lo tanto nada más alejado de la idea freudiana que un inconsciente constituido por lo reprimido, es ese mecanismo, fuerza y representaciones que constituyen en desplazamiento y lo desplazado, es el mismo soporte actuante y viviente de nuestro psiquismo.

    Ahora bien: ¿Cuál es el origen de lo Inconsciente? La propuesta implica una discontinuidad del estado natural, para inscribir un malestar, se trata de perturbar ese estado de bienestar natural en el que los animales se encuentran atrapados al estímulo. No se aprende a ser humano se desaprende a ser una bestia atrapada a las leyes de la naturaleza. Por ello, el psicoanálisis, no piensa lo humano como algo espontáneo, aprendido o efecto de la maduración. Lo piensa como el efecto de la incorporación de una operación simbólica, que es la matriz de los diferentes mecanismos y leyes que gobiernan la actividad simbólica. Esa operación tiene la encomienda de inscribir la différance derridasiana, es decir la operación que ofrece la posibilidad de diferir y diferenciar, se trata de principios o las bases esenciales para la constitución de la lógica simbólica, que es posible gracias a la inscripción de lo que Lacan llamó Significante-nombre-del-padre, cabe aclarar que lo que Lacan llama significante no es como para Saussure lo relativo a la imagen acústica, en Lacan tiene un peso estructurante y una función, en tanto condición de posibilidad para la subjetividad. El Significante-nombre-del-padre es entonces la matriz de la que se servirán otros significantes para construirse y operar, es en resumidas cuentas la différance en su forma más pura, creando como efecto el espacio y el tiempo.

    Todo ese paquete de matrices que contienen: planos, leyes, instrucciones, operaciones, mecanismos que constituyen y norman la acción simbólica, son esencialmente lo que constituye al inconsciente. Su escritura podría ser semejante a la de la armadura en una partitura; determina el tempo, la clave que crea una tonalidad expecífica, las alteraciones (sostenidos y bemoles) que actúan sobre las frases musicales, y sobre todos los compases, se trata de un conjunto de instrucciones que determinan la lectura y por lo tanto la ejecución del instrumento, y determinan lógicamente la intervención cronológica.

    2.- El principio estructural.

    El principio estructural debe ser entendido en dos vertientes, la primera tiene que ver con los planos de determinación subjetiva, y la manera en que los comandos o principios actúan de manera inconsciente y la segunda con la relación y comercio entre sistemas, es decir con la forma en que las representaciones y afectos son desplazados, sofocados o transformados.

    El psicoanálisis nace como una propuesta confrontada con el irracionalismo del tipo jungiano y reichiano, por ello busca lo racional en lo irracional, las condiciones que permiten advertir que el caos es sólo aparente, que se encuentra gobernado por principios y leyes que pueden ser develados. En esta dirección es que se buscan los planos maestros sobre los que se levantó el edificio extraordinario de la condición humana.

    Sobre esos planos originales se edifican los principios que pueden ser entendidos como la gramática necesaria para hacer posibles el lenguaje, y con éste a los idiomas. También puede ser comprendido como las operaciones elementales y esenciales que constituyen el aparato psíquico y sobre las que descansa el gobierno de la subjetividad.

    Jacques Alain Miller propuso que Lacan consideraba que el inconsciente Freudiano se encuentra estructurado como el lenguaje Saussuriano, Lacan llega a mencionar en su famosa conferencia de 1953, que “los síntomas están estructurados como un lenguaje”. ¿De qué se trata esto?, que el inconsciente se encuentra estructurado COMO un lenguaje, pero que no se trata de un lenguaje, es decir que no se trata de develar desde el lenguaje consciente el lenguaje inconsciente, Lacan se desmarca de la propuesta freudiana elaborada en la interpretaciones de los sueños, de que el trabajo analítico sea una suerte de hermenéutica, no hay para el psicoanalísta francés un lenguaje latente y otro manifiesto, no hay un más allá del lenguaje, ni un más acá, no hay metalenguaje. El lenguaje para Lacan es entendido como el soporte y condición del habla, por eso los principios estructurales que norman y sobre los que se edifican los distintos idiomas, pueden ser esencialmente tres: psicótico, neurótico o perverso. Son tres formas posibles en que el significante de la diferencia puede ser organizado y delegado. Tres destinos y funciones posibles del Significante-nombre-del-padre desde la perspectiva de la operación de la lógica simbólica.

    Lacan reconoce entonces que sólo se puede ser como efecto de la manera en que se encuentra sujetado al lenguaje, a la manera en que opera la falta y como consecuencia a su sujeción al deseo. En el plano estructural, los comandos de la subjetividad deben ser rastreados hasta este nivel del Ser, entendido ese Ser más allá de acercamiento ontológicos, no como algo detenido, ni substancializado, sino en un sentido transitivo: siendo en y por el lenguaje.

    En la segunda vertiente, que proponíamos anteriormente, es decir en la de comercio entre sistemas. Nos conduce a romper con la idea de que la consciencia se encuentre ligada a la experiencia directa del mundo, y que por lo tanto sea este sistema el encargado de la percepción del mundo. El alcance de la concepción moebiana también rompe con la perspectiva de un sistema preconsciente  (Prcc), o si se quiere muestra que no todo lo inconsciente es susceptible de conciencia, ni todo lo inconsciente es insuceptible de conciencia, quizá el tema se traslada a la dinámica misma moebiana en la que algo puede ser según sus relaciones y planos de determinación consciente y eso mismo en otro despliegue o movimiento será inocente.

    Lo cierto es que toda actividad consciente se soporta en funciones inconscientes de las que no tiene noticia, algunas podrán ser develadas y otras no. Lo mismo que nuestra idea y percepción del mundo y de sus reglas. Estamos sujetos y nuestra libertad en realidad se encuentra acotada, estamos determinados y sometidos a reglas y principios que dirigen nuestra existencia, no guiamos nuestra vida, somos guiados y dirigidos. Cómo el ejemplo que pone Freud del Ello como un caballo que va a donde le da la gana, y lo único que puede hacer el jinete (Yo) es inventar que deseaba ir a donde el caballo lo conduce. Eso sí somos libres de someternos a nuestro propio deseo o a huir de el.

    3.- El principio económico.

    Sabemos que Freud inventó la idea de un conjunto de energías, necesarias para dar cuenta del aparato psíquico, en un primer momento en su texto no destinado a la publicación llamado  Proyecto de una psicología para neurólogos (1895), presenta la idea de montos de afectos, que crean cauces a nivel de las neuronas, por lo que éstas se van transformando en pasaderas o impasaderas, lo interesante es que se trata de una energía pura que no se encuentra asociada a sentimientos, el aumento produce dolor y la disminución satisfacción. Sin embargo, en el mismo demiurgo, la existencia de ese dolor juega como marca de discontinuidad hacia la homeostasis. Así,  el estado de bienestar de la criatura anónima, como consecuencia de ese dolor derivará en un arcaico sentido de existencia, de identidad; dolor que se constituirá por ello en una inscripción de esa vida marcada por lo que más tarde llamó: masoquismo original. Ese dolor es un rasgo de condición y posibilidad de salir del anonimato a partir del malestar, con un sufrimiento que no será del todo consciente pero que se mantendrá a lo largo de la vida de manera constante como inconsciente.

    Esa condición liminal de la criatura empleará después los mismos montos de afecto posteriormente concebidos como libido, para construirse a sí mismo y a su mundo, proceso que Freud llamó de catexis, en que la criatura dota a los objetos del mundo de esa energía. Hace depósitos y retiros con lo que los objetos se transforman en relevantes a partir de esos montos e irrelevantes conforme le retira libido. Con lo que este principio energético me parece auxiliar en la lógica simbólica, que permite comprender por qué varía de peso e importancia un mismo fenómeno, situación u objeto, dentro de nuestros sistemas de clasificación y jerarquía. Se trata de un mundo y de una experiencia con ese mundo enteramente del orden psíquico, no habría más realidad que la realidad psíquica, y esta es dinámica y cambiante, entre otras causas por los procesos de asignación y retiro de libido. Lo interesante es que este procedimiento que hace depósitos y retiros es de carácter inconsciente, por lo que la persona vive en un mundo que supone independiente de si mismo, autónomo, como si el no tuviera ninguna responsabilidad en que el mundo sea como es. «cada cabeza es un mundo» nada es más cierto que eso.

    La propuesta económica y dinámica freudiana hace más compleja y rica la lógica simbólica, ya que lo que plantea es que la catexis es lo que le da un lugar a los objetos en un espacio y en un tiempo lógico. Sin embargo ese espacio-tiempo es colocado en lo que llamamos mundo, trastocando el mismo principio de identidad lógica:

    Ya que puede ser que x = b, ya que el valor de cada letra en el álgebra está determinado por su relación con el conjunto y su posición en la ecuación. Por ejemplo, si una madre sale a trabajar dejando a su hijo enfermo, para éste ese hecho puede ser catastrófico y vivirlo como abandono; pero si la mamá se va a trabajar y el se encuentra sano, puede ser que disfrute su ausencia. El evento es el mismo y lo que representan es lo opuesto, dependiendo de la carga que se le ponga, lo que hace variar su significado. Esta manera de asignar y quitar cargas son operaciones construidas a partir de las relaciones que se tejen entre los significantes, operación esencialmente inconsciente, pero no por ello ilógica, irracional o inexplicable, existen claves para poder seguir los distintos planos de determinación que explican la administración de la libido.

    En ese sentido, la libido es como un boomerang, regresa a quien lo lanzó, sólo que sin saber que el mismo lo había lanzado de manera inconsciente. La persona se estrella y es confrontada por ese mundo previamente investido, es desde luego un proceso también de naturaleza inconsciente lo que se hace con esas representaciones investidas de afecto. “Nos está permitido sustituir “Investiduras” por “libido”, pues, como sabemos se trata de destinos de pulsiones sexuales” (Freud. 2001. p. 179)

    Freud propone que la operación del desplazamiento (Verdrängung) puede ocuparse de las representaciones pero los afectos reciben otro tratamientos, los destinos de los afectos pueden ser tres: a) persistir ya sea en todo o en parte, b) mudado en otro afecto ó c) sofocado (Freud 2001. p. 174) Tratamiento que se realiza de manera inconsciente.

    El principio económico debe ser atraído a la lógica simbólica, le permite agregar densidad explicativa, de lo contrario pierde poco a poco fuerza, se queda en un registro imaginario.

     

    4.- Principio dinámico,

    Schopehauer proponía en su trabajo sobre El mundo como voluntad y representación, que existía  una fuerza y una dinámica que se transformaba en la voluntad que llevaba a los seres del mundo a ser lo que son, la fuerza que existe en la pequeña semilla de secuoya que la lleva a ser de los árboles más grandes del mundo, esa voluntad de ser la encontramos en la semilla. Esa misma voluntad de ser que encontrábamos en la condición humana. Empuje o voluntad que son del todo desconocidas y que actuaba de manera inconsciente, se trataba de una voluntad inalcanzable a cualquier interés de voluntad consciente.

    La perspectiva dinámica se encuentra centrada en la pulsión, Freud propone que es un concepto que hace límite entre lo psíquico y lo somático. Lo contrastado con el instinto, en tanto no se trata de un empuje más que de una atracción, que conduce a la satisfacción sobre objetos no determinados, existe una flexibilidad sobre cuales serán esos objetos y sobre las características de las metas. En el instinto hay un atrapamiento con el objeto y con un meta definida (alimentase, copular, migrar, defenderse, agredir etc). Por eso podemos pensar a la pulsión como la desnaturalización del instinto en tanto los objetos varían y las metas también (es una propuesta preliminar ya que los estudios de etología reciente, muestran que el instinto es algo mucho más complejo).

    Ahora bien hay para Freud dos dinámicas esenciales en nuestra existencia que se pueden contraponer dialécticamente, la que nos empuja a la vida y la que nos empuja a la muerte. La muerte no es un accidente, es una consecuencia largamente buscada, lo mismo que la vida. Nos vamos muriendo todos los días, por eso la vida tiene que ver con esas interrupciones de la muerte. La vida tiene que ver con los sonidos y la muerte con los silencios, sonidos y silencios hacen la música, sin el silencio sería un ruido constante, como con el obstinato que es una consecuencia del barroco al horror vacui, como ese horror la vacío, al silencio, a la muerte. Tánatos no existe en la mirada freudiana, la muerte se encuentra caracterizada por la destrucción, esencialmente de los objetos de los que se sirve esa pulsión. La agresión es un mecanismo de defensa del yo, por lo que no debe ser confundida con la pulsión de muerte, no es lo mismo la agresión que la destrucción.

    La pulsión es ese empuje esencial que nos conduce de manera ciega para la conciencia a encontrar la satisfacción en diferentes objetos, por eso las pulsiones se descomponen en pulsiones parciales con objetos parciales. Lo humano de la vida que nos hace no estar atrapados al estímulo, a construir el objeto a partir de un conjunto de representaciones inconscientes, que llevan por ejemplo al fetichista a encontrar su objeto en el pie, por ejemplo la fuente de todo placer posible y de control a la incertidumbre.

    La pulsión impregna todos los espacios de la vida de la hombres, por eso no es algo natural o espontáneo, se trata del principio esencial que da dirección a la existencia, lo que lo empuja a tener una clase de vida u otra. Las pulsiones tienen fuente (de donde surge), objeto (a lo que se dirigen, lo que tiñen) y una meta (satisfacción), las fuentes pueden ser dos: el Ello y el Yo.

    Lo interesante es la doble naturaleza del Yo, en tanto es un objeto de las pulsiones del Ello, y a su vez es fuente de las pulsaciones. Es por los objetos y por las metas que podemos inferir los contenidos inconscientes, recordando que de lo inconsciente tenemos notica por sus manifestaciones. Los síntomas son el mayor ejemplo de esos desplazamientos económicos y dinámicos, que convierten el malestar en un cómplice para la existencia, en una posibilidad y consecuencia de todas las decisiones subjetivas que hemos tomado, por eso tenemos una responsabilidad directa aún de nuestras operaciones inconscientes.

    Las dinámicas de la subjetividad se nos muestran en las llamadas formaciones de compromiso, en los sueños, en los síntomas, en los lapsus, etc. Sabemos que de principio se trata de una dinámica esencialmente conflictiva y dialéctica, los principios dinámicos constituyen y caracterizan la subjetividad, mientras que en lo inconsciente encontramos las instrucciones y herramientas para operar esas dinámicas a partir del plano simbólico.

    5.- El principio tópico/topológico.

    Freud concibe al aparato psíquico como un comercio entre planos o sistemas, el inconsciente (Icc), el Preconociste  (Prcc) y el Consciente (Cc). Desde luego, a 100 años podemos agregar un conjunto de consideraciones que no se encuentran lejos del espíritu de su propuesta. La idea muy difundida y equivocada de la relación entre estos sistemas como si se tratara de Matrioskas en la que se encuentra una dentro de la otra, la que contiene a todas las demás es Cc, no es una idea adecuada. Ya que debemos recordar que lo inconsciente no es algo sepultado sino algo que se encuentra participando en todo momento, es algo activo y vivo. De hecho podríamos decir que el ente que se encuentra sujeto al lenguaje, es en su sujetamiento, en su sujeción al Significante-nombre-del-padre, entendido como la diferencia en su forma más pura, que inaugura en ese mismo momento lógico el orden de lo inconsciente, que es la condición necesaria para que exista consciencia.

    Ahora bien cabe una pregunta que aparece en la traducción castellana de la obra de Freud: antes de 1915 se proponía EL inconsciente y después en 1915 en la Metapsicología propone LO inconsciente. ¿Eso tiene algún peso?, ¿es una decisión arbitraria del traductor?. No lo es, nos permite advertir una diferencia entre el uso de EL inconsciente, cómo algo localizable, como algo que es en su cualidad, con algo del orden del fondo; mientras que con LO inconsciente como una condición, como un efecto, con algo del orden de la forma. Por ejemplo: el inconsciente se encuentra estructurado como un lenguaje, lo inconsciente de los síntomas resiste a ser descubierto.

    Los principio tópicos y topológicos, pueden ser comprendidos a partir de El inconsciente que fundamenta la incognoscibilidad del ser, además del que nos muestra “un otro lugar y un otro tiempo”. Hemos imaginado el aparato psíquico usando nuestras coordenadas tridimensionales. Pero el inconsciente es ubicuo, su lugar no se inscribe en el espacio que llamamos físico, no se apuntala en ninguna actividad o zona del cerebro, es el centro en el que gravita la subjetividad, es decir que tiene una densidad específica que constituye un campo. Hemos advertido suficiente de las dinámicas y operaciones de lo inconsciente que tenemos herramientas para usarlo y manipular la conducta por: el condicionamiento, la información subliminal, la sugerente, etc.

    Existe desde luego la posibilidad de advertir ese conjunto de determinaciones concatenadas de carácter inconsciente en prácticamente cualquiera de los actos de nuestra vida consciente, siguiendo el rastro de la cadena de determinaciones que nos atan a los procesos inconscientes. De ésta manera frente a toda escena tenemos otra escena, de manera simultánea compartimos diferentes espacios y momentos de otros tiempos y lugares, incluso las fantasías tienen un papel tan importante como lo vivido. En el espacio de la subjetividad es tan importante lo que sucedió, como lo que quisiéramos hubiera sucedido. Freud nos advierte  que lo inconsciente no acepta ni principio de contradicción, ni idea de muerte, ni género, ni edad o nacionalidad, ya que lo anterior opera en plano imaginario y empírico, el inconsciente opera en un espacio o dimensión esencialmente pertinente a la lógica simbólica. Los fenómenos empíricos sirven como soporte, como piezas de esos despliegues de las operaciones de la lógica simbólica. Todo lo que captamos por nuestros sentidos, todo nuestro mundo es en realidad otra cosa, el soporte de una historia, de un fantasma, de fantasías etc. Los fenómenos que se revisten por lo inconsciente se despliegan en diferentes espacios y tiempos, lógicos, cronológicos y materiales, en un lugar concreto, en un espacio de posibilidades, en uno imaginado o fantaseado y en espacios topológicos construidos por las relaciones estructurales entre diferentes elementos que constituyen nuestra psiquis, no podemos modificar uno sin tener un efecto multiplicador sobre el resto.

    En lo que Lacan denomina discurso, propone que tiene que ver con posicionamientos subjetivos, en los que el sujeto busca sostenerse o producirse, en un lazo social específico, por ejemplo en el discurso del Amo, en el que la dialéctica de ese posicionamiento lo conduce a buscar un amo, sometiéndose o a ser empujado a la posición de ser un amo, en cualquier caso, es un discurso determinado por la situación, por los lugares en donde se encuentre el saber, la verdad, el deseo etc. sin importar las palabras.

    Somos entonces, resultado de un despliegue de diferentes planos relacionados, en dónde lo Inconsciente, tomando por metáfora la imagen de iceberg sumergido, resulta mucho más rico y complejo que lo consciente. En eso sumergido, como decíamos, estarían el conjunto de los planos, las instrucciones, operaciones y mecanismos que operan el orden simbólico. Por otro lado se encontraría lo desplazado por la consciencia, aquello perturbador, incómodo, que servirán de soportes en nuestro andar por el mundo, constituyendo síntomas e inhibiciones, se trata de la conformación de un lugar, que constituye un otro saber que produce un extrañamiento y desconocimiento de nosotros mismos por aquello, desplazado, pero paradójicamente al hacernos cargo de ese saber nos damos cuenta que no estaba del todo ignorado.

    Bibliografía:

    Akoun André, Gatien etal. El inconsciente. Pro y contra. Ed. Mensajero. Bilbao. 1984.

    Freud Sigmund. Lo inconsciente. En la metapsicología de 1915. pp. 153-213. Vol. XIV. Obras completas. Ed. Amorrortu. Buenos Aires 2001.

  • LA PRÁCTICA EDUCATIVA SOCRATICA (LA PEDERASTIA)

    LA PRÁCTICA EDUCATIVA SOCRATICA (LA PEDERASTIA)

     

    Sánchez Gutiérrez Armando

    Resumen.

    La educación ha sido una ocupación profunda y esencialmente humana. El objetivo de este reporte de investigación es comprender la relación de la transferencia emocional con la Práctica educativa al interior del aula, para posteriormente, revisar la labor de Sócrates como un paradigma de Eros pedagógico.

    El enfoque metodológico que se utilizó es descriptivo, e interpretativo-fenomenológico. Y desde una perspectiva psicoanalítica ortodoxa se busca establecer una relación con los resultados académicos. Mediante una investigación etnográfica se analizó la labor de aquellos docentes participantes. La muestra del estudio es intencional, se observó en total a 80 docentes (informantes claves) en el nivel Medio Superior. Los instrumentos que se utilizaron fueron: la ficha técnica, la encuesta y la guía para la observación de la práctica docente y la técnica fue observación participante.

    La investigación concluye que teniendo como referencia la transferencia emocional, se puede decir que en la pederastia, Sócrates logra darle vida a la práctica educativa de una manera seductora, no fácilmente emulable en nuestra época.

    Como resultado, en esta tesis se observa, que formar un estudiante implica permitirle conservar sus enigmas, es decir, aquello que anima su “Pathos”, su pasión de saber, y eso sólo lo puede hacer otro que también lo posee.

    Este conocimiento es importante para entender primero, las relaciones de apego maestro-alumno y posteriormente, con ello, mejorar la práctica docente.

    Palabras claves: Pederastia, práctica educativa, transferencia, Eros y aprendizaje.

    The Socratic educational practice (The pederasty)

     

    Abstract.

    Education has been a deep and essentially human occupation. This research aims to understand the relationship of emotional transfer with educational practice to the classroom inside, then, reviewing the work of Socrates as a paradigm of pedagogical Eros. The methodological approach used is descriptive, and interpretative-phenomenological. And from an interpretation psychoanalytic Orthodox seeks is to establish a relationship with academic results. The work of those teaching participants were analyzed through ethnographic research. The study sample is intentional, observed in total 80 teachers (key informants) in the upper middle level. The instruments used were: Datasheet, the survey and the guidelines for the observation of teaching practice and technique was participant observation.

    The research concludes that you taking as a reference the emotional transfer, is that in child abuse, Socrates can give life to educational practice in a seductive, not easily emulable way in our time. As a result, is observed: that form a student means to allow you to retain its enigmas, that which animates his «Pathos», his passion for knowledge, and that other which also possesses it can only do so. This knowledge is important to first understand the relationships of attachment teacher and later, thereby improving teaching practice.

    Key words: child abuse, educational practice, transfer, Eros and learning.

    .

    **Correspondencia: Cidhem. Av. Morelos Sur Esq. Amates Col. Palmas.           Cuernavaca. Morelos. México

    01(755)1040705 Mail: saga_40880@yahoo.com

    La Práctica educativa Pederastica

    “Solo es útil el conocimiento

    que nos hace mejores”.

    Sócrates

    La educación ha sido una ocupación profunda y esencialmente humana. El filósofo griego Platón, autor de la Republica, Fedon, Fedro entre otros, nos muestra en su obra “El banquete” a la práctica pederastica como un modelo didáctico que se establecía entre Sócrates y sus alumnos. Y especificaba: “(El maestro) debe tener por más valiosa la belleza de las almas que la de los cuerpos, de tal modo que si alguien es discreto de alma, aunque tenga poca lozanía, baste ello para amarle, mostrarse solicito, engendrar y buscar palabras tales que puedan hacer mejores a los jóvenes” (2009, p. 498).

    Y aquí vale señalar que, en nuestro contexto, el concepto “práctica pederastica” no tiene una buena aceptación, a pesar de que históricamente vaya unida a una actividad como la pedagogía. Al respecto Luis Tamayo puntualiza: “En nuestra época, no es políticamente correcto hablar bien de la pederastia” (2010, p. 11). Hoy se asocia a la pederastia con prácticas homosexuales y carentes de un sentido pedagógico, a pesar de que Vrissimtzis sostenía que la pederastia tenía una connotación pedagógica: “Era una institución instructora (…): un adulto educado estaba encargado de transmitir su conocimiento y experiencia a un adolescente y ayudarlo a convertirse en un ciudadano responsable”. (Vrissimitzis, 1990, p. 73, cit. por Peinado, 2010, p. 38)

    Por ello es pertinente “contextualizar” el concepto, ubicando el momento de su práctica en la Grecia clásica. Al respecto indica Robert Flacelière: “Se denomina pederastia pedagógica al afecto entre un maestro viejo o tutor y un discípulo joven o pupilo” (1973, p. 62, cit. por Peinado, 2010, p. 37). Y la Dra. Verónica Peinado añade: “Con el paso del tiempo esta práctica erótica se reveló como un medio excelente para conseguir adeptos en el terreno político y militar, y es en ese momento cuando toma valor como forma educativa”. (2010, p. 37). Y eso se muestra claramente en el diálogo socrático denominado El banquete. Pero antes abordemos la parte metodológica de la investigación.

         Metodología.

    En este trabajo se utilizó un paradigma tanto cuantitativa como cualitativa, con el objeto de no perder de vista que la realidad no es algo acabado e inmutable, sino un fenómeno social en proceso, en constante cambio y desarrollo.

    La presente es, además, una investigación de corte descriptiva al presentar las características que condicionan la práctica docente, y naturalista: “ya que estudia a los objetos y seres vivos en su contextos o ambientes naturales y cotidianidad”, tal como considera Sampieri (2006, p. 10), e interpretativo-fenomenológico, ya que pretende entender los fenómenos sociales, la forma de percibir la realidad, y las fuerzas inconscientes que lo mueven, en función de los significados que los participantes (población) le otorguen.

    Población

    Los docentes participantes en la investigación como “informantes claves”, laboran en el nivel Medio Superior de la Secretaria de Educación Pública de Guerrero, para efecto de hacer operativa la investigación, se trabajó con un grupo representativo.

    Muestra

    De acuerdo a la definición de Sampieri (2006, p. 562), se considera que es: “un grupo de personas, eventos, sucesos, comunidades, etc., sobre el cual se habrán de recolectar los datos, sin que necesariamente sea representativo del universo o población que se estudia”.

    En este trabajo se observó en total a 80 docentes (informantes claves) en sus diversas asignaturas, seleccionando la información de ocho de ellos para su presentación en este estudio por manifestar las conductas y actitudes más representativas.

    El perfil laboral se estableció según los siguientes criterios: a). Edad. b). Información académica, c). Información laboral, d). Antigüedad en la institución, e). Actualización docente.

    De acuerdo a la metodología del trabajo se continuó con el diseño de la investigación:

    El proceso investigativo

    Como antes se indicó, el enfoque del proceso investigativo fue mixto. Se diseñaron instrumentos que permitieron delimitar el objeto de estudio, pero también fue posible tomar en cuenta las construcciones personales de los participantes. En el estudio se asumió un esquema flexible, el cual Mendizábal considera:

    “a aquel que alude a la estructura subyacente de los elementos que gobiernan el funcionamiento del estudio; se refiere a la articulación interactiva y sutil de los elementos que presagian la posibilidad de cambio para captar los aspectos relevantes de la realidad analizada… el concepto de flexibilidad alude a la posibilidad de advertir durante el proceso de investigación situaciones nuevas e inesperadas vinculadas con el tema de estudio, que pueden implicar cambios en las preguntas de investigación y los propósitos… este proceso se desarrolla en forma circular” (2006, p. 67).

    Pero, ¿qué es la pederastia pedagógica?, adentrémonos en lo que nos comparte Platón:

        

         La pederastia en El banquete

    El diálogo socrático El banquete o del amor, nos presenta a un grupo de filósofos, en la tertulia que organiza el poeta Agatón, debatiendo sobre el amor. Luego de presentar las opiniones que expresaron varios de los comensales (Erixímaco y Aristófanes, entre ellos), Sócrates sostiene que las ideas sobre el tema que expondrá las recibió de Diotima de Mantinea e indica: “Eros, no es un dios, ni un hombre; es un gran demonio, un “Daimon” que vive entre dioses y demonios. Y tiene como función la de ser interprete e intermediario entre los dioses y los hombres”. (Platón, 2009, p. 491). Eros, indica Sócrates, es hijo de la pobreza (Penia) y de la abundancia (Poros) y al estar constituido por dos elementos contrarios, es una instancia intermedia entre la sabiduría y la ignorancia, lo cual lo hace ser amante y anhelante de la sabiduría:

    Sólo se desea, por definición, lo que no se tiene, lo que está ausente; los objetos del deseo y del amor son lo que no se tiene, lo que no sé es, lo que nos falta, nunca se tiene entonces lo que se desea (apenas se tiene, ya no se desea), esto es desear y amar” (Platón, 2009, p. 488). “(La sabiduría) es una de las cosas más bellas del mundo, es preciso concluir que Eros es amante de la sabiduría, es decir filósofo, y como tal se halla en un medio entre el sabio y el ignorante” (Platón, 2009, p. 492).

    Acto seguido, en el diálogo se plantea la existencia de dos tipos de amor: el físico y el espiritual. El primero es un medio para preservar a la persona y alcanzar la inmortalidad a través de la descendencia. El amor espiritual da a luz a las ideas y pensamientos, las cuales son la esencia de la inmortalidad. La inmortalidad es, indica Sócrates, el objeto de la filosofía. Aquel que logra poseer esta clase de belleza, accede a lo más alto que puede vivirse y disfrutarse. Y eso es lo que ocurre en el vínculo del pederasta con el adolescente. Al respecto afirma Verónica Peinado: “El que ama, el erastés, es el único capaz de llevar a otro por el camino que se desea. (…) Pero esta preocupación no surge por sí sola en el adolescente, se requiere de la presencia y de los actos de otro para acceder esa necesidad. Sócrates representaba esa presencia para los jóvenes atenienses. (2010, p. 50).

    El objeto de la pederastia era crear “seres de la filosofía”: “La relación entre el Eros y la filosofía rebasa la teoría expuesta en los diversos diálogos, y Sócrates muestra, con sus actos, un camino de seducción para conducir a los jóvenes atenienses hacia el cuidado del alma, fundamento de la filosofía que Sócrates representa, la filosofía moral”. (Peinado, 2010, p. 47).

    El discípulo se interesa por el maestro gracias a fenómenos designados por el psicoanálisis como “transferenciales”, ahora estudiemos esto con cuidado:

    La transferencia emocional en la educación

    La psicología en la educación, estudia tanto el proceso de aprendizaje como los métodos de enseñanza, desde los diferentes enfoques que existen dentro de la misma (conductismo, psicoanálisis, gestalt, etc.) Y lo hace para buscar las causas de los problemas y desajustes emocionales derivados de las deficiencias educativas.

    El psicoanálisis ortodoxo, base teórica de nuestro análisis, se ocupa de descubrir los acontecimientos del desarrollo histórico de las personas y las consecuencias que tienen en su vida. En la génesis de esta especialidad psicológica, Sigmund Freud juega un papel primordial.

    Así, Freud, el médico creador del psicoanálisis, nace en mayo de 1856 en lo que hoy es la Republica Checa. A pesar de su formación inicial, sus investigaciones no se centran en la medicina, sino, que su reconocimiento histórico se debe a la elaboración de un método para tratar las enfermedades mentales y que, posteriormente, incorporó al estudio de otras áreas del conocimiento humano, como son: la cultura, el arte, la educación, etc.

    En esta línea de pensamiento aplicaremos el método histórico-reflexivo delineado por el Dr. Luis Tamayo como propio de la práctica psicoanalítica. Dicho método es definido de la siguiente manera:

    “Freud no estudiaba un objeto externo (como pretende la ciencia), sino que lidiaba con una parte, oscura y enigmática, de sí mismo, con una parte de su subjetividad reprimida. Freud no era un sujeto que investigaba un objeto sino un sujeto que se miraba a sí ante otro. Como se puede apreciar en el modelo epistémico del psicoanálisis se deja atrás el esquema que las ciencias utilizan para pensar la relación con su objeto: (2011, p. 69).

     

    SO

    Y también se deja atrás el modelo introspectivo:

    S/O

    Para establecer otro modelo:

    S/O                  Otro (analista)

    En dicho método el sujeto (el analizante) se investiga a sí mismo gracias a la pantalla de la transferencia que constituye el analista. En el psicoanálisis no se deja fuera al sujeto (como en la ciencia, que al eludirlo pretende restarle importancia), tampoco parte de la unidad con el otro y el mundo (como en la filosofía), sino que se trata de una investigación del analizante sobre sí mismo ante otro, la cual lo conduce a modificar la propia vida y, al final, a generar un analista. Y analista es aquél —y esto hay que decirlo con claridad— que ha cursado hasta el fin su análisis, descubriendo en tal experiencia la existencia de procesos inconscientes   propios y por ello comunes; analista es aquél que ha establecido un compromiso con la verdad, con su verdad, y que se aboca a su libertad, entendida no como el liberum arbitrium o “capacidad electora” sino como lo que Heidegger define en el § 74 de Ser y el tiempo como la “asunción de la tradición heredada”. En el psicoanálisis, lo reitero, el analista no opera como un sujeto que estudia a un objeto “exterior” —el paciente―, ni tampoco haciendo mera introspección (el, tan criticado por Freud, “autoanálisis”) sino propiciando un espacio donde el impaciente analizante se estudia a sí mismo, en tanto “sujetobjeto”, ante ese Otro denominado “analista”. El psicoanálisis es un espacio en el cual el analizante se pregunta por el sentido de su vida, por su ser. En el diván aparecen, “aterrizados”, los grandes problemas filosóficos y es ahí donde encuentran solución, en acto, dichos enigmas” (2011, p. 69).

    Es pertinente hacer mención, que el psicoanálisis nos señala que cada sujeto es impar y su saber inconsciente esta codificado de un modo también singular. Lo que imposibilita aplicar con un paciente lo que le resultó con el anterior, al análisis lo caracteriza lo singular; son casos únicos. Tal como se ha señalado, el analista aprende su “saber hacer” en el marco de su propio análisis y en algún momento de ese proceso se auto promueve a la función de analizante, esto, por qué en el psicoanálisis el Saber está del lado del sujeto, la función del analista es a la manera de un partero Socrático del Saber.

    En consecuencia, realizar un análisis es no esperar respuestas desde fuera, siendo que estas van a surgir en la medida que se acompañe al analizante; esto, sin señalar, estigmatizar, ni sugerir, se le ayuda en su autoconocimiento, como resultado: los cambios serán desde el interior, desde sí mismos.

    Extrapolando dicho fenómeno a la educación, revisemos por tanto, con este método histórico-reflexivo, la relación entre el alumno y el maestro, donde ocurre eso que el psicoanálisis freudiano denomina “Transferencia”, es decir, ese fenómeno donde el paciente transfiere en la figura del médico o analista situaciones del pasado, “imagos” parentales de la infancia, y que el mismo Freud define como: “La acción conjunta de la disposición congénita y las influencias experimentadas durante los años infantiles determina, en cada individuo, la modalidad especial de su vida erótica, fijando los fines de la misma, las condiciones que el sujeto habrá de exigir en ella y los instintos que en ella habrá de satisfacer” (1988, p.1648).

    La transferencia, es además, clave en la práctica psicoanalítica, nos lo recuerda Freud: “Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y el instinto, entre el conocimiento y la acción, se desarrolla casi por entero en el terreno de los fenómenos de la transferencia” (1988, p. 1653).

    A ello sumamos, que esta sensación no es diferente al fenómeno del amor, el cual es también propio del acto educativo, consideración que hace Verónica Peinado, quien contempla: “El proceso educativo fructífero por el cual pasa una persona es el mismo por el cual alguien se enamora” (2010, p.60).

    En consecuencia, los fenómenos transferenciales también ocurren en el aula, tal y como plantea Freud en su conferencia, La psicología del colegial dictada en 1914:

    “Los cortejábamos o nos apartábamos de ellos; imaginábamos su probablemente inexistente simpatía o antipatía; estudiábamos su caracteres y formábamos o deformábamos los nuestros, tomándolos como modelos. Despertaban nuestras más potentes rebeliones y nos obligaban a un sometimiento completo; atisbábamos sus más pequeñas debilidades y estábamos orgullosos de sus virtudes, de su sapiencia, de su justicia. En el fondo, los amábamos entrañablemente cuando nos daban el menor motivo para ello; más no sé si todos nuestros maestros lo advirtieron. Pero no es posible negar que teníamos una particularísima animosidad contra ellos, que bien puede haber sido incómoda para los afectados. Desde un principio tendíamos por igual al amor y al odio, a la crítica, y a la veneración” (1988, p.1892).

    Y este mismo fenómeno no sólo ocurre en los alumnos, también le pasa al docente, dándose un fenómeno contratransferencial, tal y como sostiene Ada Abraham en su libro: El enseñante es también una persona:

    “La actividad docente tiene la facultad terapéutica de permitirle al maestro canalizar sus deseos insatisfechos, de manera inconsciente, ya que proyecta en el alumno lo que él quiso ser, con lo cual, la labor docente se convierte en determinados momentos en un acto compensatorio de las carencias emocionales del docente, la “Anamnesis pedagógica”, determina así la aparición de zonas de luz y sombra o reaviva viejas cicatrices (1986, p. 34).

    De igual manera lo señala Iván Ilich, al considerar que el aprendizaje rebasa la esfera intelectual, al estar condicionado por factores emocionales que surgen del apego maestro-alumno:

    “La relación entre maestro y discípulo no se limita a la disciplina intelectual. Tiene su equivalente en las artes, en física, en religión, en psicoanálisis y en pedagogía. Encaja en el montañismo, en la platería y en política, en ebanistería y en administración de personal. Lo que es común en todas las verdaderas relaciones maestro-discípulo es el hecho de que ambos tienen conciencia de que su mutua relación es literalmente inapreciable y de maneras muy diferentes constituye un privilegio para ambos”. (1985, p. 56)

    A todo lo anteriormente mencionado, podemos sumar que, en el acto educativo se pueden generar diversas actitudes, incluso patológicas, por ejemplo: cuando el docente señala las normas que regirán el trabajo, buscando a través de las expresiones verbales y corporales, que el alumno lo acepte a él y su ideal de trabajo. Esto es así, porque el docente se encuentra en una situación de búsqueda de aceptación:

    A la vez, el temor de no ser aceptado, genera que de manera frecuente se emprendan demasiadas cosas (actividades extraescolares, tiempos extras, etc.) y ese temor genera tendencias histéricas. El docente siente que es aceptado por su capacidad de lograr llamar la atención, de centrar su atención en él. (Abraham, 1986, p. 32).

    Esa búsqueda de ser aceptado genera en algunos profesores, por ende, una actitud que los presenta como tolerantes, cariñosos y receptivos a los estados de ánimo de la clase. Esa actitud refuerza su narcisismo, dando paso a mecanismos de autocomplacencia y la fantasía de haber logrado su propósito de atraer la atención del alumno y así compensar sus carencias emocionales.

    Pero, cuando los resultados que surgen de esa relación docente no son los esperados, el docente experimenta un sentimiento de frustración, su autoestima recibe un golpe fuerte y no se considera eficaz en su labor, apareciendo una actitud depresiva, que se manifiesta con expresiones como: no me gusta la escuela, no me entienden, estoy cansado, etc. o una posición agresiva frente a su auditorio (los alumnos son flojos, no les gusta estudiar, son groseros, etc.) y hace señalamientos ofensivos a la institución y a sus compañeros.

    Otro caso patológico es el de los docentes que no son capaces de atraer de manera genuina la atención de sus alumnos. En tal situación, los estudiantes se encuentran frente a una persona que no los retroalimenta o no llena las expectativas de conocimiento esperado y reaccionan negativamente. El docente, entonces, sufre la acción y busca influir con su personalidad: seduce o aburre con su saber, alimenta o deja insatisfechos a los estudiantes con sus conocimientos, dosifica o entrega todo de golpe, pacta o domina sádicamente a su víctima. Ama y odia con todo el poder de su función, y vive un conflicto entre el “Súper yo” impuesto de manera institucional y los sentimientos que se crean de manera natural en los participantes del acto educativo.

    Tal fenómeno es presentado magistralmente en el estudio, El lazo educativo, contra-luz psicoanalítico de Mireille Cifali. Ella considera el espacio escolar como un campo de estrategias donde la palabra, la mirada y los saberes del docente toman parte en el juego a tal grado que el control seductor se convierte en un elemento de su poder sobre el estudiante, generándose un intercambio de transferencias y contratransferencias al interior del aula y nos advierte: «Detrás de la seducción hay una destrucción… Un adulto esconde a un niño por el recurso de la seducción, de la violencia contenida en su relación” (1992, p. 297).

    En consecuencia, los alumnos reaccionan al deseo de control de ese tipo de maestros, que perciben como autoridades violentas y la relación pedagógica se convierte en abiertamente conflictiva: “El otro nos frustra o nos satisface, nos provoca amor o incita nuestro odio, nos reconoce y autoriza como docentes o nos elimina con su rechazo o con su indiferencia. Se somete o se rebela, acata o violenta las normas, devora o enriquece”. (Cifali, 1992, p. 299).

    Es por tales fenómenos y patologías por lo que Freud recomienda a los docentes apoyarse en las enseñanzas del psicoanálisis:

    “Cuando los educadores se hayan familiarizado con los resultados del psicoanálisis, les será más fácil reconciliarse con determinadas fases de la evolución infantil, y entre otras cosas, no correrán el peligro de exagerar la importancia de los impulsos instintivos perversos o asociales que el niño muestre. Por el contrario, se guardaran de toda tentativa de yugular violentamente tales impulsos al saber que tal procedimiento de influjo puede producir resultados tan indeseables como la pasividad ante la perversión infantil, tan temida por los pedagogos” (1988, p. 1866).

    No es imposible educar transmitiendo los propios enigmas, la propia carencia, el deseo que nos anima y nos hace humanos. Esa experiencia es la que, cuando somos vocados a ello, nos humaniza y humaniza a nuestros discípulos. Tal como nos lo mostró Sócrates:

       La Labor Socrática

    Considerado uno de los más grandes filósofos de la historia de occidente. Y según Werner Jaeger, en Paideia: los ideales de la cultura griega, quien lo considera: “el fenómeno pedagógico más formidable en la historia de occidente” (2006, p. 403). En sus diálogos recopilados por Platón, adopta un punto de vista antropocéntrico: el centro de sus reflexiones es el hombre y su estructura idiosincrática, a diferencia de la mayoría de los filósofos de su tiempo, que buscaban el “Arché” en la naturaleza.

    La doctrina educativa de Sócrates era representativa de la sociedad a la que aspiraban los atenienses y giraba en torno a la “Virtud” (areté), como conocimiento del bien, el cual debía llevarse a la práctica (la valentía, la justicia, la santidad, etc.) gracias al método de la introspección (conócete a ti mismo), todo lo cual implicaba una conciencia superior de lo que es verdadero y universalmente preferible para el hombre. Sócrates consideraba que los valores morales no se podían enseñar con palabras, sino que se llevaban dentro de sí, aunque había que “recordarlos”, lo cual se lograba mediante una acción educativa articulada en dos momentos: el de la “Ironía” (que consistía en lograr que el interlocutor se confesase ignorante), y la “Mayéutica” (mediante las preguntas donde los contendientes se cuestionaban por la verdad).

    Gracias a este método Sócrates ayudaba a expresar verdades que no habían sido puestas en sus mentes, sino que habían madurado internamente, por lo que sólo era menester volverlas explicitas y evidentes. Y ello, sobretodo, gracias a una práctica erótica que describe con certeza Verónica Peinado en su estudio sobre La pederastia socrática: “Sócrates a través del método del amor, intenta dar respuestas” (2010, p. 51).

    Es pertinente señalar que el concepto Eros implicaba en una de sus diversas acepciones una forma de amor que no necesariamente era carnal:

    “En la lengua griega los principales verbos que expresan las formas del amor son fileo y erao. Fileo hace referencia a una manera de sentir afecto que puede ir o no acompañado de atracción física; es decir, su significado general y principal es el de “amar” sin ningún matiz de tipo sexual; sin embargo, también puede significar “amor carnal” (Peinado, 2010, p. 28).

    De igual manera, como señala, Sócrates en el Fedro o de la belleza:

               “Y Erao, por su parte, alude a la acción propia del amor sensual, al deseo apasionado, la pasión carnal, y que Sócrates consideraba al deseo irracional que domina la opinión que tiende hacia lo recto, que se deja llevar hacia el placer de la belleza y que se encuentra fuertemente reforzado por otros deseos semejantes a él relativos al cuerpo […], tomando su nombre de su propia fuerza, se llama Eros”. (Platón, 2009, p. 238 cit por Peinado, 2010, p. 29)

     

    Para concluir, teniendo como referencia la transferencia emocional, se puede decir que en la pederastia, Sócrates logra darle vida a la práctica educativa de una manera seductora, no fácilmente emulable en nuestra época: “Sócrates propiciará esta iniciación en la filosofía a través de la seducción” (Peinado, 2010, p. 53).

    Pero si es pensada desde la ideal de la práctica docente, formar un estudiante implica permitirle conservar sus enigmas, es decir, aquello que anima su “Pathos”, su pasión de saber, y eso sólo lo puede hacer otro que también lo conserva. Sólo eso puede producir un “discípulo”, al cual Tamayo define como: “aquel que no solo asiste a una situación de transmisión sino que asume como propio el enigma transmitido por el docente, sumándose, de esta manera, a la tradición que tal representa. Un discípulo no es, por tanto, un “seguidor fiel “sino más bien un “hereje”, uno que interroga las fuentes de su maestro y puede, por ello, realizar aportaciones valiosas” (2004, p. 16).

    En una disciplina como la psicología, el análisis e interpretación de los temas abordados se pueden realizar desde diversos enfoques, en este tema, se escogió el psicoanálisis ortodoxo, desde una perspectiva epistemológica básica, y entre las consideraciones finales podemos señalar:

    Este conocimiento es importante para entender primero: las relaciones de apego maestro-alumno, las cuales condicionan los resultados del trabajo al interior del aula y posteriormente, con ello, mejorar la práctica docente, aspiración de una sociedad en desarrollo.

    Bibliografía

     

    -Abbagnano, N. y Visalverghi, A. (2002), Historia de la pedagogía. México: FCE

    -Abraham, Ada y otros (1986), El enseñante es también una persona. Barcelona: Gedisa.

    – Cifali, Mireille (1992), ¿Freud pedagogo?, psicoanálisis y educación. México: Siglo Veintiuno editores.

    -Flaceliére, R, (1959) La vida cotidiana en el siglo de Pericles. Buenos Aires: Hachette

    -Freud, Sigmund. (1988) Obras Completas. Barcelona: Orbis.

    -Ilich, Iván. (1978), La sociedad desescolarizada. México: Godot.

    -Jaeger, Werner. (2006), Paideia: los ideales de la cultura griega. México: F.C.E.

    -Tamayo, Luis (2004), El discipulado en la formación del psicoanalista. México: ICM/CIDHEM

    -Tamayo, Luis (2010), La locura ecocida. México: Fontamara.

    -Platón, (2009), El banquete o del amor. México: Tomo.

    -Peinado, V. (2010), La pederastia socrática. Del deseo a la filosofía. México: CIDHEM.

    -Vrissimtzis, John. (1990) Las coacciones del deseo. Antropología del sexo y el género en la antigua Grecia. Buenos Aires: Manantial

  • El diseño: un signo de las relaciones sociales

    El diseño: un signo de las relaciones sociales1

    Horst Kurnitzky

    Vivimos en un mundo de diseño. Las ciudades, con sus edificios, casas y calles, con sus medios de transporte, automóviles, tranvías y metros; los trenes y los aviones que conectan las distintas urbes, las regiones y los continentes; sin olvidar las viviendas, con todas las cosas de uso cotidiano, y la vida misma, todo se presenta como objeto de diseño, a pesar de que sus usuarios no siempre sean conscientes de ello. Entonces ¿qué quiere decir diseño, una palabra universal muy arraigada en la lengua franca del mundo actual?

    El sustantivo design procede del verbo inglés moderno to design, y este, a su vez, de la palabra francesa dessein, al igual que de la palabra italiana disegno, una derivación del verbo disegnare, cuyo sentido es ‘hacer o designar algo’. La raíz de disegnare se encuentra en el verbo latino designare, que significa ‘presentar algo en un rasgo’, en un croquis o un esbozo; ‘presentar un dibujo’. También se halla en la palabra latina signum, que quiere decir ‘señal’, ‘sello’, ‘imagen’, ‘idea’ o ‘signo’, como la palabra transmitida en la frase in hoc signo vinces (con este signo vencerás), atribuida a una visión de Constantino I. Desde ese momento de expansión mundial y triunfal del cristianismo hasta la propaganda de objetos como los cigarrillos Pall Mall, en el siglo XX el signo se adoptó como lema. Además, signumsignifica una ‘marca incisa’, una ‘imagen tallada’, la cual se atribuye al verbo latín secare, que significa ‘tallar’ o ‘cortar’. En esta dirección, la palabra francesa dessin, que quiere decir ‘dibujo’ y ‘diseño’ —en especial de telas, a fines del siglo XVII y en su forma más vieja, dessein—, significa ‘designio’ e ‘intención’, al igual que la palabra latinadesignare. Por lo visto, hasta aquí, cualquiera se puede perder fácilmente en la maraña de la lingüística. Por eso, elOxford English Dictionary menciona que la palabra design no se refiere más que a la concepción básica de un trabajo.

    Cuando un producto es resultado de un intento de planeación o de un proyecto o modelo elaborado a partir de la división del trabajo, es un diseño. Por eso, en un proceso industrial no puede existir un no-design. Esto significa que cualquier producto, aun uno mal concebido y mal hecho, contiene un diseño. De ninguna manera design quiere decir ‘cualidad’ o ‘agregado a un producto’, como si fuera un elemento estético extra; tampoco es un atributo que posee un producto que otro no tiene. Diseño se refiere a un proceso de producción concebido, planeado y realizado por varias personas, pues todo producto es el resultado de un trabajo anterior y pertenece a la historia y la sociedad. Más allá del significado léxico, las cosas se complican cuando la palabra diseño remite a varios contextos, cuando se habla de diseño gráfico, diseño de moda, diseño industrial, diseño arquitectónico o diseño de vida.

    La reflexión etimológica que presenta Kostas Terzidis parece acercarnos al sentido de la palabra design. Desde una perspectiva presocrática y una raíz social del concepto,2 Terzidis argumenta que el verbo diseñar (to design) procede del prefijo de y el verbo latín signare, que —como mencioné antes— quiere decir ‘marcar’ o ‘señalar’ (to sign). En este caso, el prefijo de no se entiende en un sentido despectivo o como antítesis o contraposición, sino en un sentido constructivo de deducción o conclusión. La palabra diseño sugiere la deducción de algo que existe o existía como un hecho. Esto mismo indica la etimología griega cuando diseño sugiere algo que es intangible y ambiguo. De este modo, la palabra diseño indica el esfuerzo de capturar lo inconcebible, algo que llegamos a tener pero ya no tenemos; la pérdida de una posesión y la búsqueda de un estado inconsciente de la memoria.3 El diseño habla de la innovación, del acto de iniciar o introducir algo. En este sentido, pretende ser algo original, distinto, algo que llega a la existencia por primera vez. De acuerdo con los griegos, la noción de diseño se asocia con el pasado en lugar del futuro, y es algo que teníamos pero ya no tenemos, algo que se perdió en algún lugar del pasado.

    Si atendemos aún más a los filósofos presocráticos, uno de sus acuerdos comunes se halló en el supuesto de que nada viene de la nada y nada desaparece en la nada, es decir, nada puede simplemente aparecer o desaparecer sin dejar rastro. En el espíritu presocrático, la noción de principio es absurda y debe ser rechazada, porque no hay nada que pueda venir solo a la existencia o dejar de existir de repente. Si todo es indestructible, el cambio no es más que la transformación de la materia de un estado a otro; y la aparición o desaparición de las piezas es solo fenoménica: nada es adicionado o sustraído. Ya que cada nueva idea depende de un ejercicio anterior —es una continuación— tiene que haber un origen, un punto de partida, una raíz de las raíces que todo lo estimula, enreda y multiplica, ofreciendo destellos de lo que en ocasiones parece ser nuevo. De acuerdo con esta lógica, el diseño como proceso mental de creación estaría constreñido a los límites de la conservación: cualquier pensamiento recién concebido o cualquier proceso o forma no es más que el reordenamiento de procesos o formas anteriores. En otros términos, algo es nuevo siempre y cuando se confronte con el cuerpo de conocimientos al que se añade. Es decir, existe como algo fuera del conocimiento humano hasta que se descubre. A diferencia de la mera disposición o composición de los elementos existentes en nuevas entidades aparentes, un descubrimiento es una revelación de algo que existía en el pasado pero no se conocía. El ejemplo paradigmático de esta polémica es la geometría. Su existencia puede considerarse una revelación descriptiva de propiedades, medidas y relaciones de las formas existentes, o del postulado arbitrario de una estructura mental que solo existe en la inteligencia humana. Por ejemplo, la geometría euclidiana fue desarrollada originalmente para medir distancias en la superficie de la Tierra y en las primitivas formas platónicas: cuadrados, círculos y triángulos de la geometría euclidiana. Sin concederles existencia per se en la naturaleza, estas formas representaron y representan aproximaciones idealizadas de objetos naturales. Del mismo modo, la arquitectura puede ser considerada una simulación de las leyes y la estructura de la naturaleza o una parte de la fantasía y la imaginación.

    La noción de origen es importante al momento de discutir el proceso del diseño. Debido a su carácter de investigación, el diseño siempre se asocia con un punto de partida del cual resulta el estilo, la moda o la costumbre. Este punto de partida es importante cuando menos por dos razones: en primer lugar sirve como eje de referencia que identifica, categoriza y determina una amplia gama de productos similares; en segundo lugar, al pertenecer al pasado distante, es la reminiscencia de algo que se perdió una vez pero cuyas consecuencias están aún presentes. El origen como tal es elusivo, evasivo y dura un tiempo indefinido; sin embargo, siempre está presente en la forma de un signo que señala un pasado cada vez más lejano.

    Aunque el pensamiento presocrático no acepta ni un comienzo ni un fin, Kostas Terzidis encuentra el origen del concepto diseño en el culto del sacrificio de los griegos antiguos. A esto se refiere la conciencia de los llamados presocráticos, y así lo articuló el presocrático Heráclito en un fragmento frecuentemente citado: “Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será fuego siempre vivo, prendido según medida y apagado según medida”.4 Esto quiere decir que todo sale del fuego y se va al fuego. Al respecto, cabe mencionar que el mismo Heráclito fue hijo de un sacerdote, o sea de un noble con derecho a manejar el culto del sacrificio, cuyo centro fue el fuego sacrificial. Por eso no sorprende que el designator fuera el siervo de los cadáveres en los funerales romanos y que cualquier funeral estuviera originalmente relacionado con un sacrificio. Los muertos pedían sacrificios que se debían ofrendar en los funerales. Toda la complejidad de los cultos sacrificiales (el mito, la representación ritual de la necesidad del sacrificio, la competencia como disposición física y social de los individuos, la función de las herramientas para propiciar la muerte ritual) conforma el eje en torno al cual gira cualquier tipo de evolución cultural. Lo que en la actualidad manifiesta la sociedad sin ninguna relación evidente con el culto sacrificial posee, sin embargo, un origen sacro que proviene de relaciones estipuladas por el sacrificio. El lenguaje, la música, el arte y la técnica proceden de la praxis sacrificial, lo mismo que los pesos y las medidas mediante los cuales se racionó la participación en la comida ritual, la idea de justicia a partir de la proporción justa de lo sacrificado o la división del tiempo conforme al calendario de los sacrificios. Toda la distribución pertenece al contexto de utilidad o abstracción de los sacrificios, como el intercambio, la medida y el tiempo, que se elevan a la categoría de circunstancias naturales, independientes del sacrificio, y solo desplazan la relación sacrificial de la percepción consciente, nunca la suprimen.

    Los managers y empresarios que celebraron los cultos de sacrificio fueron organizadores y vigilantes, o sea diseñadores. Su legado no se redujo al conocimiento de la praxis de los cultos, junto con las relaciones míticas que los fundamentaron, sino que abarcó la enseñanza a generaciones de alumnos y descubridores de los números y los sistemas de aritmética y contabilidad. Ellos fueron los primeros observadores de la naturaleza, los astrónomos, administradores y constructores de sistemas de irrigación, tumbas, palacios y monumentos, y crearon una escritura gracias a la cual se hizo posible no solo la economía planificada, sino también la transmisión y conservación de las experiencias como recuerdo. Con jeroglíficos en piedras, estos empresarios registraron documentos completos que proporcionaron información acerca de los sistemas económicos y del Gobierno. Ellos también escribieron los lineamientos del ethos de las comunidades religiosas en el gran libro de referencias de las religiones monoteístas. Así, los empresarios o sacerdotes de los cultos fueron al mismo tiempo los administradores, los eruditos y los economistas en una época en que la economía y la sociedad, unidas por la religión y el culto, se entendían todavía como la misma cosa.5

    Parece que el design, como cualquier canon estético con sus normas y reglas, encontró sus raíces en los cultos y rituales de sacrificio de todas las culturas, pues estos garantizaron la reproducción y continuación de los pueblos. Todos los cultos de sacrificio, sus rituales y técnicas, su diseño y sus representaciones artísticas, desde los primeros dibujos e incisiones rupestres en las cuevas del Paleolítico hasta las elaboraciones del arte moderno, articulan y critican, simultáneamente, las relaciones de reproducción de la sociedad, porque —esto es lo importante— el sacrificio es el efecto de una ambivalencia: por un lado el sacrificio de una víctima es la ofrenda de algo querido —se sacrifica solamente lo mejor de lo propio— y, por el otro, su representación, comenzando por el diseño y las obras artísticas, su utilidad social e incluso el diseño de las herramientas y las formas de distribución de lo sacrificado, intentan liberarse del sacrificio mismo. Esto muestra la sustitución de un sacrificio por otro, la del sacrificio cruento por uno menos sangriento que conduce hasta la mera simbolización del sacrificio, por ejemplo en la hostia, que también es resultado de un diseño. En estos procesos se muestra el desarrollo cultural junto con las invenciones de nuevas técnicas, al igual que la estética, la belleza de los actos y rituales y sus representaciones.6

    No cabe duda que toda la descripción del mundo, las medidas, los pesos e incluso los conceptos utilizados para distribuir la carne asada del sacrificio y, en consecuencia, todo concepto de distribución justa al interior de una comunidad —hasta su pacto o contrato social— encuentran su origen en el culto del sacrificio. Con él comienza la vida social. Las matemáticas, con sus procedimientos aritméticos, constituyen el fundamento operativo de cualquier desarrollo, ayudan a calcular y redistribuir lo producido y los excedentes; su transformación resulta en producto cultural. Las matemáticas son una de las artes más viejas y lo obtenido mediante la elegancia y la belleza de sus soluciones equivale a lo que las bellas artes aportan al construir estéticamente una nueva realidad. En épocas de apertura a nuevas experiencias y concepciones del mundo, a las cuales corresponden nuevas formas económicas, es posible advertir un interés particular tanto en el arte como en las matemáticas. En la Grecia antigua, las relaciones espaciales, la construcción de los templos, todo lo creado alrededor de los cultos religiosos, incluso las relaciones formales de la construcción plástica, fueron codificadas en un canon, en un concepto de belleza del diseño.7Testimonios del siglo v a. C. prueban la aplicación del concepto (de la norma, el criterio o el modelo) con el cual la obra se relacionó con su título. Es el caso de la doctrina de la proporción divina en la teoría del arte (Policleto) y la teoría del conocimiento y la lógica (Demócrito, Epicuro) en la filosofía y más tarde en tablillas cronológicas y astrológicas.

    En la crítica literaria ática y en el campo de la gramática, la palabra canon significa ‘el modelo, lo ejemplar’.8 En el mundo occidental el concepto de canon sobrevivió en las reglas y las normas del derecho eclesiástico cristiano (derecho canónico) que forman una parte esencial de la misa y del catálogo de los santos, y se conserva como canto en el canon cuyas raíces proceden de la cultura cristiana. Pero esto no se limita a Occidente. Mucho antes, en el siglo XII a. C., en el culto del sacrificio de la India antigua se codificaron rígidas normas como canon para la construcción de los altares sacrificiales, esto es, para su diseño. Solo el cumplimento del reglamento que determinó hasta lo más pequeño garantizó la esperanza de los fieles en la deidad. Por eso, el plano del altar debía permanecer sin cambios a pesar de sus posibles diferentes tamaños. Parte de esta doctrina de la proporción de los planos, de esta geometría sagrada, constituyó el teorema del triángulo rectangular. Sin lugar a dudas, en todas las culturas, los rituales y las técnicas del sacrificio contuvieron, en específicas formas de diseño, todo el contexto del culto, desde el concepto del mundo y la cosmogonía hasta los signos más concretos.

    En Europa, el teorema pitagórico del triángulo 15, 36, 39 procede del siglo VIII a. C. Vitruvio lo conoció como la “Proporción divina”, y fue publicado en 1509 en la Venecia renacentista por Luca Pacioli en su libro De Divina Proportione(De la proporción divina). Leonardo da Vinci elaboró las ilustraciones correspondientes a este libro y en sus apuntes mencionó que sus conocimientos de geometría, perspectiva y “proporción divina” los obtuvo de Pacioli. Estamos hablando todavía del diseño y de un concepto estético de lo bello relacionado con el culto religioso, aunque un culto con el cual la sociedad se celebra a sí misma. Esta estética comprende un concepto de lo bello que igualmente está relacionado con el culto cuando seguimos su etimología en italiano: bèllo —como beau en francés obello en español— tiene sus raíces en el latín bonus, que quiere decir ‘bueno’ o, mejor dicho, ‘adecuado’, apropiado a las condiciones y en rigor a las que impone el culto.10

    En la Grecia antigua, entre la ética y la estética se entendió la existencia de una similitud. Ambas facultades se ocuparon de valoraciones: lo que valoraron fue diferente, pero esto no significó que las valoraciones debieran ser diferentes. Lo bello y lo bueno se pensaron juntos. La perfección fue considerada un valor que atribuían tanto a un acto moral como a una obra de arte. Por eso lo bello podía ser adecuado, apropiado a las condiciones del canon, al igual que un acto moral podía ser adecuado a los usos y costumbres de la comunidad, o sea, a su moral. “En un cuerpo bello habita un espíritu sano”, sostuvieron. Ambos, cuerpo y espíritu, se relacionaron con la religión, con el culto del sacrificio, sus regulaciones y formas de representación, es decir con su design.

    Hasta aquí, hay que tomar en cuenta que el diseño no es únicamente el problema de un producto —sea para el culto religioso o para la vida cotidiana— o el problema de un concepto de las relaciones sociales, pues no se termina en el canon o el estilo artístico de una cultura. El problema del diseño va mucho más allá. Se presenta ya en la percepción de objetos y relaciones determinada por la vista de los observadores. Se puede decir que la vista misma es un acto de diseño, pues la manera como una persona ve objetos y relaciones, y hasta la naturaleza misma, depende de condiciones previas, tal vez de prejuicios. El hecho de que algunos vean objetos que otros no ven no guarda conexión con los objetos, sino que es el resultado de condiciones inherentes a los observadores. Por eso el cineasta Alexander Kluge ha podido afirmar que la película se forma en la cabeza del espectador. El espectador ve las imágenes a través de sus conocimientos previos, de su formación intelectual y cultural. El mal entendimiento de las culturas extrañas encontradas por los viajeros extranjeros atañe a los objetos, a los cultos y a las relaciones sociales por igual. Por ejemplo, los primeros viajeros, evangelizadores y colonizadores europeos no pudieron comprender las culturas americanas debido a los prejuicios de su propia cultura medieval europea. La prueba de su incomprensión se muestra en sus pinturas y escritos. Se pueden citar otros dos ejemplos. Los cuadros de la pintura japonesa del siglo XIX que se refieren a la naturaleza en realidad no quieren representarla ni recordarla, sino presentarla según el concepto japonés del mundo como una naturaleza más bella, muy alejada de la realidad; mientras que, en el mismo siglo, el naturalismo europeo busca recrear la naturaleza para su propia satisfacción.

    El otro ejemplo de la percepción en el arte puede ser la pintura renacentista, que usó la perspectiva como forma de apropiación del espacio por parte del hombre, algo desconocido en la pintura medieval, pues el miedo a la naturaleza y la huida hacia la salvación divina presentes en ella lo obstaculizaron. En estas dos formas de ver el mundo no solo se encuentran conceptos distintos de diseño, sino también de lo bello. De este modo, lo que una cultura puede adorar conforme su canon de belleza, otra lo puede detestar, y viceversa. Entonces, lo considerado bello es objeto y producto de las relaciones sociales del observador, de su cultura.11

    La estética no remite únicamente al convenio establecido con lo bello en una época determinada o a la ciencia de las relaciones entre las formas y los colores; la estética de cualquier tiempo y lugar representa también las relaciones sociales y económicas; la relación entre la sociedad y sus formas de reproducción, de Gobierno, de religión; la relación de la sociedad con la naturaleza y la relación entre los sexos como punto de partida. En este contexto, lo bello indica un fin tanto individual como social. Por estas razones, en épocas pasadas las cosas se concibieron y construyeron bajo un llamado estilo, es decir, bajo un canon de formas y colores relacionado con la autoconciencia de una época. Cuando la sociedad, los individuos o los grupos sociales pierden su visión del mundo y sus fines, sean celestiales o terrenales, materiales o espirituales, pierden también su capacidad de traducir a formas estéticas los códigos sociales y las relaciones sexuales; los deseos y las prohibiciones. Esto se manifiesta tanto en la estética de una sociedad represiva como en la de una libertadora. El Renacimiento, por ejemplo, se presentó como la compleja expresión de la liberación paulatina de la tutela de la Iglesia junto con el descubrimiento del espacio, la naturaleza y las relaciones carnales entre los sexos. El poeta y novelista austriaco Hermann Broch, en su correspondencia con Hannah Arendt, subrayó la inseparable conexión entre estética y ética, así como la relación de ambas con los valores humanos, de esta manera: “Sin teoría del Yo ninguna teoría del valor, sin teoría del valor ninguna ética, ninguna estética. Y viceversa, ninguna antropología”.12

    Junto con los movimientos sociales del siglo XX, algunos artistas y arquitectos del Bauhaus buscaron superar la absurda división del trabajo en la producción capitalista que se presenta en la desgarrada vida entre explotación y consumo, como alienación del hombre de sus deseos y necesidades. Soñaban con una vida no alienada donde las esferas separadas del arte y la vida, de la producción y el consumo, se reconciliaran. El Bauhaus buscó reunir las artes plásticas y la pintura, así como las artes industriales y las artesanías. Para lograrlo, para llegar a una vida común que satisficiera los deseos básicos de los seres humanos, quería regresar a las formas geométricas y los colores elementales como punto de partida de su diseño. También la artesanía, los oficios y los materiales empleados debían ser el punto de partida de la producción industrial. Como la teoría y la práctica en la política, la idea y la práctica en el diseño debían unirse. Toda la arquitectura moderna internacional que buscara una relación entre la estética y una sociedad democrática y justa, con condiciones de vida satisfactorias para todos, tendría que expresarse en formas artísticas construidas como espejo y realización de estos fines.

    Este concepto de la arquitectura moderna incluye la crítica a la producción industrial capitalista que, por su naturaleza, se orienta solo a la reproducción del capital y no busca, en primer lugar, la producción de objetos útiles, funcionales y resistentes que sean automáticamente bellos. El Bauhaus no aceptó la producción que ignora los deseos y las necesidades de la gente; tampoco aceptó la racionalidad de la valorización para fines extrahumanos bajo el pretexto de la especulación capitalista.

    El hecho es que la producción de mercancías para el mercado capitalista se encuentra incrustada en el mecanismo de la promesa de la reproducción de la satisfacción de los deseos; de una promesa que finalmente nunca se cumple porque entra en el círculo de promesa-decepción-nueva promesa y otra vez decepción. La reproducción del consumo capitalista (donde una mercancía tiene que sustituir continuamente a otra) impide la producción de mercancías útiles, buenas y bellas que verdaderamente satisfagan los deseos de los consumidores. A esta reproducción permanente y, finalmente, insatisfactoria se le puede denominar, en términos psicoanalíticos, placer preliminar inacabable.

    Lo útil para el hombre no se reduce a lo práctico o técnico-racional; también se relaciona con las funciones emocionales que tienen para él los objetos. La belleza como expresión artística se muestra en la tensión erótica de las formas y los colores que transportan los deseos sexuales sublimados en las obras de arte y la arquitectura. La forma construida bajo una estética que reflexiona acerca de los deseos humanos, las relaciones arquitectónicas y el vínculo entre el espacio construido y su medio ambiente, muestra la realización de los deseos sublimados en la estética de la arquitectura.

    Tanto las tensiones sociales como las tensiones entre los sexos, puestas de manifiesto en una obra bien construida en términos de dimensiones espaciales internas y externas, nos ilustran acerca de la realidad en la que vivimos y el camino que queremos seguir. Para tomar un ejemplo de otra esfera artística, el bel canto articula la esperanza de los seres humanos de liberarse de la obligación forzada por las relaciones de sacrificio. La voz humana reclama principalmente la liberación de las trabas del sacrificio y, entre todos los géneros del arte, la música encarna mejor el conflicto entre el deseo de satisfacer todos los deseos y la obligación de las relaciones de reproducción que no lo permiten. Pero no solamente la música; también otros géneros del arte se han desarrollado a partir de un ritual de sacrificio, en relación con el cual las artes articulan los fundamentos de la síntesis social, al igual que la búsqueda de una liberación del sacrificio.13

    En México, por ejemplo, el arquitecto Luis Barragán desarrolló los elementos emocionales de la arquitectura, transmitidos en la relación de los espacios internos entre sí y con el espacio exterior. Muchas de sus casas particulares respiran una libertad notable en el fluir de los espacios y el erotismo de los colores, al tiempo que reclaman relaciones entre los seres humanos, la sociedad y la naturaleza libres de la tutela autoritaria y la manipulación económica de esa propaganda comercial que permanentemente genera un estado de promesa de placer que impide al hombre llegar a la verdadera satisfacción. La dominación del espacio arquitectónico por una racionalidad de exclusivo aprovechamiento económico, que oprime cualquier concepto humano fuera de un pensamiento sometido a los márgenes del cálculo económico, impide relaciones libres y satisfactorias entre los seres humanos. En estas circunstancias, la arquitectura moderna al servicio del hombre —que incluye su función libidinal y erótica— se transforma en una arquitectura a favor de su racionalización (física y psíquica) como mero objeto de la producción industrial capitalista. En todo el proceso humano de racionalización, dirigido a aumentar la productividad y el crecimiento económico, la arquitectura correspondiente no establece diferencia alguna entre un edificio de vivienda y uno de fábrica: ambos son gallineros para una y otra fuente productiva. Los edificios hechos de cajones que se reproducen por todo el mundo solo muestran la servidumbre de los hombres a los fines económicos. “Al parecer —escribe Hermann Broch— el arte, en la medida en que se adapta al concepto del valor del mercado, se convierte en equivalente de otras mercancías; está condenado inevitablemente al kitsch”.14

    Si por una vez uno se abstiene de pensar en las guerras que ocurren en todas las regiones del mundo actual, entonces la autodestrucción se evidencia en la destrucción del individuo por la inclinación al egoísmo y la avidez por la posesión o apropiación conectada a la violencia cotidiana. El furor de la violencia se manifiesta en el kitsch y en la jerga comercial de la calle. Una mirada a la estética de muchos edificios contemporáneos, de los automóviles y los productos de uso cotidiano; una mirada a los centros comerciales o a la televisión, es suficiente para darse cuenta de que en la sociedad actual priva el “retorno de lo reprimido”, esto es, el regreso de una naturaleza extremadamente deformada y grotesca. Esto no se refiere solamente a la naturaleza externa, destruida por la explotación capitalista desenfrenada —la atmósfera, los mares, la flora y la fauna—, sino también a la deformación y mutilación física y psíquica de los seres humanos mismos, un procedimiento por el cual el acondicionamiento y el ajuste en ejecución retornan.

    Las expresiones estéticas de violencia abruman nuestra vida diaria, pues lo kitsch, lo bonito, lo lindo, lo mono, representan el reverso de la violencia física. Esto llega a las formas eróticas de las relaciones entre los géneros y sus formas de reproducción. La represión del sexo se lleva a cabo con la pornografía y la sexualidad violenta —un vistazo en internet no deja lugar a dudas—, al igual que con las formas de la reproducción de la sociedad y la injusticia distributiva, que también implican un problema estético aparte de ético. Debido a la ausencia de cualquier elemento erótico y al congelamiento de las tensiones entre los sexos, el kitsch conduce directamente a la violencia. Esto se observa en el kitsch monumental, en las gigantescas estatuas de los héroes y los enormes edificios de los regímenes totalitarios, al igual que en las cursilerías que se venden en los almacenes para que los consumidores atiborren sus casas con ellas. Este tipo de gente —que hoy en día es la mayoría— está predispuesta a aceptar cualquier ideología violenta que le prometa liberarse de su miseria, porque en realidad quiere someterse a un régimen autoritario o, como algunos le llaman, a un “buen Gobierno”. El kitsch representa siempre violencia y explotación, incluso si se trata solo de una explotación psicológica.

    La estética fallida está acompañada de una ética fallida. Desde las imágenes cursis hasta la decoración de los espacios urbanos y el kitsch monumental, todo significa el primer paso a la barbarie

    Este es el punto clave: la estética fallida está acompañada de una ética fallida. Desde las imágenes cursis —el “arte de la decoración” que abarrota las viviendas, los objetos de uso cotidiano, los automóviles, los electrodomésticos— hasta la decoración de los espacios urbanos y el kitsch monumental, todo significa el primer paso a la barbarie. El diseño actual de los automóviles con sus amaneradas formas redondas al estilo Mickey Mouse; los faros de los autos plagiados de las ostentosas gafas de los machos y los narcos; las camionetas en forma de tanques militares con vidrios blindados que se corresponden con las zonas residenciales con casas protegidas por alambres de púas, fortificadas como búnkeres y que recuerdan la arquitectura pública con sus edificios en forma de utensilios domésticos, inflados enormemente; o los espacios públicos como las plazas para los desfiles militares, quizás en memoria de la arquitectura fascista o estalinista que sobrevivió no solamente en las sociedades sucesorias.

    La arquitectura posmoderna, con su afán de generar grandes efectos o “efectos especiales”, como los del circo o el cine, se presenta como una verdadera heredera de la arquitectura totalitaria porque la cursilería o el falso sentimiento inherente a ella determinó antes el espíritu de la arquitectura de la época totalitaria del siglo pasado. Lo que lleva el nombre de posmoderno no es —como a veces se afirma— una respuesta a la modernidad en crisis, sino un síntoma de la crisis de la sociedad moderna misma.

    Si bien el kitsch frecuentemente pretende ser arte, en realidad invierte su intención, pues muestra su incapacidad para expresar algo creativo, esto es, liberarse de la opresión. En cambio, es capaz de acomodarse fácilmente a un mundo aparentemente armónico y sin tensiones. Lo cursi denota la deserotización y el fingimiento; es la pretensión ridícula e imposible de reconciliar los deseos reprimidos y ofrecer formas de sublimación y satisfacción. Kitschig(‘cursi’) es el comportamiento de consumidores que han aceptado las mediaciones y renunciado a organizar su vida conscientemente; el comportamiento de los conformistas que callan y otorgan o colaboran con el establishmentporque han renunciado a tomar el destino en sus propias manos. Sin experiencias, ideas y convicciones elaboradas por sí mismo, dejándose arrastrar por el torrente de las actividades del consumo, el practicante del kitsch olvida su condición social y pasa a jugar el rol del objeto. Ahí nos encontramos en el mundo de la posmodernidad o, dicho con otras palabras, en el mundo neoliberal cuya cultura se llama posmoderna, donde la competencia de argumentos e ideas se convierte en lucha de todos contra todos para dejar que el más fuerte o poderoso domine sobre cualquier alternativa. Es la preferencia, el gusto y el design de estos “triunfadores” lo que impresiona a los mentalmente débiles y los invita a la imitación, a convertirse en followers. Así hemos llegado al mundo del kitsch y a su diseño predominante.

    1 Conferencia dictada el 6 de octubre de 2015 en el “Primer Foro Internacional de Diseño”, UAM-Xochimilco.

    2 Kostas Terzidis, “The Etymology of Design: Pre-Socratic Perspective”, Massachusetts Institute of Technology, Design Issues: vol. 23, núm. 4, otoño de 2007, pp. 69-78.

    3 Ib., pp. 69-70.

    4 Alberto Bernabé, “Heráclito, Fragmento 51” (según la ordenación realizada por Marcovich), en De Tales a Demócrito, Alianza, Madrid, 1988.

    5 Horst Kurnitzky, Una civilización incivilizada: El imperio de la violencia en el mundo globalizado, Kindle eBook, 2011, pp. 23-24.

    6 —, La estructura libidinal del dinero: Contribución a la teoría de la femineidad, Siglo XXI Editores, México, 1992.

    7 Alicia Montemayor García, La trama de los discursos y las artes: El Canon de Policleto de Argos, Conaculta, México 2013.

    8 Der Kleine Pauly, t. 3, col. 108(50)/109(11).

    9 Fra Luca Pacioli, De Divina Proportione (ilustrado por Leonardo da Vinci), Paganinus de Paganinis, Venecia, 1509.

    10 Dizionario Etimologico http://www.etimo.it/?term=b%E8llo&find=Cerca.

    11 Laura Germine, et ál., “Individual Aesthetic Preferences for Faces Are Shaped Mostly by Environments, Not Genes”, en Current Biology, vol. 25, núm. 18, 21 de septiembre de 2015.

    12 Paul Michael Lützeler (editor), Hannah Arendt, Hermann Broch: Briefwechsel 1946 bis 1951, Frankfurt am Main, 1996, p. 97.

    13 Horst Kurnitzky, “Solo un baile”, en Museos en la sociedad del olvido, Conaculta, México, 2013.

    14 Hermann Broch, “Kitsch und Literatur”, en Schriften zur Literatur 2: Theorie, Frankfurt am Main, 1975, p. 123.

    ___________

    HORST KURNITZKY es doctor en Ciencias de las Religiones por la Universidad Libre de Berlín. Ha trabajado como arquitecto y enseñado en universidades de Europa y América. Es autor de numerosos libros y artículos sobre arte, cultura, política y sociedad.

  • El psicoanálisis hoy.

    El psicoanálisis hoy.

     

    Modesto Garrido.

    La revista Cartapsi cumple 10 años, ocasión para convocar a los miembros del comité editorial, al cual pertenezco, que acordamos en un momento dado, reflexionar sobre un tema propuesto, el psicoanálisis en la actualidad.

    Lo que me llevo de inmediato a recordar que hace unos dos años ofrecí una charla en San José de Costa Rica para la cual sugerí el titulo de “¿El psicoanálisis, vivo o muerto?”.

    Desde que dicho nombre vino a mi mente, apareció la idea de un afiche – imaginario – con el rostro del Dr. Freud, en la parte superior de dicho rostro estaría escrito “El psicoanálisis” y bajo el rostro la leyenda “¿Vivo o muerto?”.

    Pensaba, claro en la oportunidad de jugar con los conocidos carteles “se busca vivo o muerto”.

    Y es que ni duda cabe que el psicoanálisis ha sido objeto no solo del rechazo de algunos pensadores, sino que también objeto de desprecio por considerarlo una mera charlatanería.

    De cuando en cuando, se producen oleadas afirmando que Freud y el Psicoanálisis, han muerto, o que son asunto superado.

    El afiche en cuestión, permitía precisamente la oportunidad no solo de poner de relieve algo del orden de la persecución, sino de plantear la pregunta: ¿Esta vivo o ha muerto? referida evidentemente al pensamiento del Dr. Freud.

    No me considero un pesimista, aunque profundamente lejano de una postura de optimismo a ultranza.

    Por ello comentaba en la ya mencionada charla, que en el fondo la postura de rechazo, o de critica voraz hacia el campo psicoanalítico proveniente de otros discursos, no me preocupaba, no realmente, pues prácticamente desde los inicios de dicho campo, El Dr. Freud se percató de aquello que llamó “una dificultad del psicoanálisis”.

    [1]

    Pequeña dificultad, el psicoanálisis implica una subversión de aquello que llamamos saber, tan radical que representaba para el Dr. Freud un golpe quizá insuperable al narcisismo humano.

    Punto, quizá no haya más que decir, y solo nos reste enfrentar la realidad del asunto, tan cruda y contundente como ella pueda ser.

    No lo sé. Me resulta claro que tanto el Dr. Freud, como en el Dr. Lacan, existió siempre el interés y empeño por intentar luchar contra dicha dificultad. Y quizá hay algo ahí para aprender, para insistir en la oportunidad de enfrentar dicha dificultad.

    Pero pensar en que esta dificultad, ese rechazo a algunas consecuencias implicadas por el discurso del psicoanálisis, pudiese desaparecer me parece no sólo naíve, sino que desde mi perspectiva ello quizá solo implicaría el agotamiento o desgaste del discurso psicoanalítico. Por otro lado, debería confesar, tal y como lo hice hace unos dos años en la mencionada charla en Costa Rica, que en la actualidad, en esta actualidad del psicoanálisis, considero que hay un otro riesgo, una otra amenaza, que a mis ojos resulta más preocupante.

    Me refiero a aquello que en aquella charla llame el fuego amigo. Y es que en verdad considero que un riesgo quizá mayor para el psicoanálisis en la actualidad sería a localizar en los psicoanalistas mismos. Y ello desde frentes diferentes, mencionó dos de estos frentes pero no son los únicos que me parecerían señalables.

    El primero de dichos frentes lo localizaría en una posición lamentablemente común, me refiero a la postura de muchos frente a las críticas realizadas desde otros discursos o áreas del saber humano, pues parecen sostener una postura respecto del discurso psicoanalítico en la cual se mantiene a dicho discurso casi como si de una experiencia iniciática se tratase.

    En el fondo, críticas al discurso psicoanalítico como las realizadas por Popper, o por Mario Bunge en los últimos años, no merecen ser desatendidas, bien por el contrario que el psicoanálisis sea calificado de proponer teorías y proposiciones infalseables, o acusado de solo sostenerse con una consistencia interna, excluyendo a priori cualquier posibilidad de búsqueda de consistencia externa, me parece que debería ser algo de lo cual los psicoanalistas debiésemos ocuparnos.

    Pero realmente ocuparnos y no sólo responder desde una postura de descalificación o franca burla frente a dichas críticas, pienso por ejemplo en la irrisoria postura adoptada por cierto psicólogo de nombre Jorge Ballario planteada como una respuesta a las críticas de Mario Bunge, sobre la cual lo único que me permitiré en este momento es calificarla de lamentable. [2]

    El personaje en cuestión cree que podría contra argumentar la postura de Bunge a partir de preguntarse si este último: ¿Sabe de psicoanálisis? La conclusión es simple Bunge no podría saber de psicoanálisis pues para ello, según el expositor, sería necesario que hubiese leído la totalidad de la obra del Dr. Freud. No sé si el personaje en cuestión conozca tan íntimamente a Mario Bunge como para poder sostener que esa es una lectura que él, Bunge, no ha realizado, pero inclusive si así fuese, según el discurso de dicho personaje eso no sería suficiente, pues sería necesario que Bunge hubiese realizado un análisis personal, y aún más, pues se deduce de lo que nos es propuesto, que también sería necesario que hubiese llegado a ser un analista practicante, pues nos es planteado que otro elemento o condición necesaria sería el haber estado en supervición de casos, dado lo cual el planteamiento implica que la única oportunidad de poder realizar una crítica al psicoanálisis es ser un psicoanalista.

    ¿Como no reconocer en ello la mencionada oportunidad de concebir al psicoanálisis como una experiencia de iniciación? Que por cierto, no es en el fondo sino la oportunidad de conceder razón a las críticas mencionadas, aquellas de proposiciones infalseables y ausencia de congruencia externa.

    ¿Es realmente necesario recordar aquí, que nada más lejano de todo esto que la posición mantenida tanto por el Dr. Freud como por el Dr. Lacan? ¿Será necesario recordarles a los psicoanalistas que en ellos, como mencioné antes, siempre existió no sólo la oportunidad de enfrentar dichas críticas sino inclusive el intento de establecer un diálogo con otros campos del saber?

    Quizá sería necesario señalar al menos, que si no consideramos banales las críticas, sería oportuno poder distinguir entre el psicoanálisis y los psicoanalistas.

    Pues me parece que tales críticas, las dos mencionadas, están más bien referidas a los psicoanalistas que al psicoanálisis.

    Que me sirva esto como intento de señalar una postura no poco común entre psicoanalistas a la que me gustaría presentar como primer frente de riesgo.

    La enseñanza del Dr. Lacan, en ello me parece contundente al proponer en los analistas mismos el origen de una brutal degradación del pensamiento freudiano, no habría que olvidar que en más de una ocasión los acusó de mantener un una falta de lógica brutal.

    Claro, responde fácilmente quien se supone interpelado, pues el inconsciente freudiano – que plantearemos en este momento como piedra de toque de la teoría psicoanalítica – no tiene lógica alguna. Pero quien así respondiera no daría sino muestras de su limitada práctica en la lectura del texto de Freud.

    Pues el que Freud llegue a afirmar que en lo inconsciente no rige el formalismo lógico que suponemos en nuestra vigilia, no implica que está afirmando al psiquismo como un campo carente de lógica, bien por el contrario es siempre localizable en su texto una argumentación lógica, proposiciones de funcionamiento lógico del aparato psíquico que nos propone. Y si el psicoanálisis implica como afirma el Dr. Lacan, un nuevo estatuto del saber,[3] al saber cómo inconsistente, propongamos como oportunidad de lectura de dicho nuevo estatuto, eso no puede ser utilizado como argumento para afirmar que, en tanto no hay un saber consistente, entonces cualquier proposición teórica vale tanto como cualquier otra.

    Proponer al saber cómo inconsistente no es el argumento para abandonar el intento de congruencia tanto interna como externa de una proposición teórica, es bien por el contrario el argumento necesario para insistir en ello. Conocida es que la conclusión propuesta por el Dr. Lacan frente a la proposición de la inexistencia de Dios, no es «todo está permitido» sino lo opuesto «nada está permitido». Lo que extrapolando al terreno del saber implicaría que proponer al saber cómo inconsistente, como no siendo absoluto, no implica que la búsqueda de congruencia en un desarrollo teórico sea a abandonar, sino todo lo contrario. Quizá lo que habría de no perder de vista es que si el Dr. Lacan – como hemos dicho – acusa ya desde mediados de los 50, a los psicoanalistas, a la producción de los psicoanalistas de ilogismo y de degradación del pensamiento freudiano, las cosas a más de 60 años, no han mejorado realmente.

    Pero dejemos, al menos por el momento, este punto para intentar decir algo del segundo frente mencionado. Pues este es un frente que me parece aún más preocupante.

    Y nuevamente insistir en que respecto a este segundo frente, se trata también de analistas. De la forma en que el psicoanálisis es concebido por algunos analistas. Me refiero a la oportunidad, que parece una moda insistente, de proponer, de sostener que hemos rebasado la enseñanza freudiana.

    Tal postura insiste, y ello con diferentes formas, con diferentes matices. Desde quien afirma que Freud fue superado y abandonado por el Dr. Lacan. Lo extraño aquí es que el mismo Dr. Lacan parecería no haberse percatado de ello, pues conocido es su insistencia en proponerse a sí mismo como lector de Freud, como discípulo de Freud, como Freudiano puro. ¿La tesis es que nos habría engañado a todos? ¿Quizá a sí mismo?

    Esto es lo que parece sostener Jean Allouch, quien al ser entrevistado, con una frescura inusitada firma que Lacan no fue realmente un lector de Freud, en realidad no lo habría leído de forma total (la idea está ahí claramente expuesta) no habría ¨empleado su vida¨ a la obra de Freud¨:

    ¨Lacan no hizo eso, Lacan no era freudiano. Cuando empieza a estudiar de cerca a Freud, él ya tenía sus posiciones. Y el ¨retorno a Freud¨ es posterior de Real, Simbólico e Imaginario, que no es freudiano. Entonces, él comienza a tomar cosas en Freud, pero ya con ese punto de partida de SIR. No entiendo cómo ha encontrado la posibilidad de hacerle creer a la gente que era freudiano.¨[4]

    El que el Dr. Lacan utilice herramientas o referencias a campos diversos a aquellos que no podríamos encontrar en el discurso de Freud: ¿Es verdaderamente un argumento para afirmar que su discurso es por completo lejano y diferente del de Freud?

    Recuerdo que un conocido planteaba, en una charla informal, una radical diferencia entre el psicoanálisis freudiano y la enseñanza del Dr. Lacan, afirmaba que nada tenía que ver la enseñanza del Dr. Lacan con aquella de Freud. Y el argumento, el único que tuvo a bien esgrimir en dicha ocasión, era simplemente que Freud hablaba de representantes, mientras que Lacan de significantes, y que no eran lo mismo.[5] Habría que recordarle a esta persona que en la presentación que el Dr. Lacan realiza de su seminario, nos referimos a la presentación que aparece como primer sesión del seminario I, el Dr. Lacan comenta, afirma, que reducir la enseñanza de Freud al uso de algunos conceptos es absurdo. Eso sería tanto como suponer que la oportunidad de utilizar los mismos conceptos que el Dr. Freud utilizó, es lo que realmente implica el ser freudiano.

    Toda la enseñanza de Lacan está ahí para sostener que eso es una impostura.

    En otra entrevista, está realizada en 1974, el Dr. Lacan responde frente a una primera pregunta: «Freud, ¿cómo se puede juzgar que está pasado de moda si nosotros no lo hemos comprendido totalmente?¨[6]

    Esto es lo que me parece importante subrayar, que la enseñanza de Freud abrió un campo que a nuestros ojos insiste en perdurar aún en la actualidad, palpita no a través de aquello que pudiésemos suponer como comprendido, aprehendido, aprendido sabido y resuelto, sino en las incógnitas y preguntas a las que insiste en enfrentarnos. Es en ello, desde nuestra perspectiva, lo que le permite al Dr. Lacan afirmarse como freudiano.

    Hay algo ahí que insiste en palpitar para mostrarnos, confrontarnos con experiencias que nuestro saber no captura, y nuevamente no se trata de renunciar al intento de formalización consistente de dicho campo, bien por el contrario. Y no por la creencia en la oportunidad de poder producir finalmente una formalización que lo explique sin falla, sino por no evadir que esa falla que el discurso freudiano propone como nuevo estatuto del saber, tal fue la lectura que líneas atrás propusimos sostener. Tiene efectos, y que no se resuelven en virtud de un insigth o de comprensión de sentido ni mucho menos al ser abordados como expresión de las estructuras sociales o culturales de nuestro tiempo.

    Y digo lo anterior pues otro conocido pública por ahí un texto en dónde plantea la oportunidad del psicoanálisis que podría venir, mañana quizá un poco más tarde. El psicoanálisis por venir lo llama. Y no es que me quede clara la imposibilidad del psicoanálisis del mañana, dije al inicio que no me considero un pesimista, es que me queda clara la imposibilidad del psicoanálisis hoy.

    En dicho texto está escrito : «El psicoanálisis, no el de ahora que, según dijimos, no existe fuera de la promesa, el que está por venir, no depende del decir de Lacan o de Freud sino de nuestra manera de enfrentar los cambios que se producen en la sociedad tecnocientífica en la que nos toca vivir.»[7] Espero que el lector de estas líneas aprecie al menos la sutileza (¿?) para proponernos, con un otro matiz la oportunidad de tomar distancia tanto del discurso de Lacan como del de Freud.[8]

    Pues es eso lo que está ahí implícito, que el psicoanálisis de mañana o de pasado, estará determinado por la época, el tiempo que nos haya tocado vivir, y no por las enseñanzas, por el discurso y las implicaciones de la lectura, la visión de Lacan o Freud.

    Y no se entienda en esto la oportunidad de sostener o suponer que la práctica clínica del psicoanálisis pudiese prescindir de tener en cuenta las particularidades políticas, sociales, culturales o aún tecnológicas y científicas como lo expresa la cita. Es claro que esas particularidades tienen, siempre han tenido y tendrán una importancia innegable. El punto está en que la cita plantea una concepción en donde parece sostenerse que el psicoanálisis encontraría su origen en tales situaciones, así sean estas política, sociales, culturales, tecnológicas o científicas. Quiero decir implica, o al menos permite la oportunidad de suponer que la psiquis humana está determinada, por factores culturales, sociales, políticos, tecnológicos etc.

    Tales posturas, han aparecido desde los primeros tiempos de existencia del discurso psicoanalítico. La distancia que Freud establece con Alfred Adler, tiene que ver con ello, en tanto este último considera que son elementos sociales y biológicos, los que determinan aspectos tan centrales en el corpus teórico freudiano como lo es el complejo de castración, a través de su propuesta de protesta masculina.

    No es la reprensión social, afirmará el Dr. Lacan en su televisión, el origen del refoulement, la represión psíquica, bien por el contrario, es el origen de la represión social. (Entendemos que es en el psiquismo humano en donde habría que encontrar, si no el origen tal cual de la represión social, al menos las condiciones psíquicas de su razón).

    Nos parece indudable que la tecnología en nuestro tiempo, ha permitido y provocado una cierta puesta en primer plano del objeto. Hoy como nunca antes la promesa del objeto satisfactor está presente, lo que implica, es verdad, formas novedosas de banalización del deseo. El objeto, el nuevo gadget tecnológico, la página en internet a través de la cual puedo ¨conocer¨ a otros, como parejas o cualquier otra cosa. A través de la cual puedo visitar el Louvre desde mi casa. La oportunidad de entrar a una ¨second Live¨ donde puedo en un instante – por ejemplo – cambiar de género sin que ello haya implicado oportunidad alguna de poner en juego mi corporeidad. La lista podría continuar.

    Todos aspectos, que indudablemente es necesario tener en el horizonte hoy, en nuestra actualidad, como teniendo injerencia en la experiencia clínica psicoanalítica son fundamentales, esto no lo negamos.

    Pero afirmar que es en dichos desarrollos tecnocientificos, en nuestra forma de enfrentarlos, que el psicoanálisis encontraría fundamento y ello prescindiendo de la enseñanza de Freud, pues la cita afirma que no es en ese decir, en el de Freud, ni en el de Lacan, que lo psicoanalítico podría encontrar su piedra de toque.

    En fin, mi posición es otra, creo que frente a la propuesta que hace Cartapsi a sus miembros para escribir sobre el psicoanálisis en la actualidad o la actualidad del psicoanálisis, quisiera decir que el horizonte no es muy halagüeño, sobre todo en virtud, como he querido expresar, de lo referido a los psicoanalistas mismos.

    Mi confianza estaría puesta – más bien – en suponer que habrá siempre quien demande ser escuchado por una oreja, para poder ahí, atreverse a osarlo todo, decirlo todo, enfrentarlo todo, por qué como bien proponía mi maestro, todo es imposible.

    Es decir que confío en los analizantes.

    Confió también, como parece al menos esperarlo el Dr. Lacan en un texto que se llama ¨El psicoanálisis, razones de un fracaso¨: ¨Es cuando el psicoanálisis haya rendido sus armas ante los impases crecientes de nuestra civilización (malestar que Freud presentía), que serán retomadas (¿Por quién?) las indicaciones de mis Escritos.¨

    Que de tiempo en tiempo habrá quien insista en atreverse a retornar a dichos textos, los de Lacan, si, pero innegablemente también los de Freud.[9]

    Mi postura implica que el presente del psicoanálisis, tanto como su futuro, al igual que aquello que ocurre en la experiencia clínica inaugurada por el Dr. Freud, está determinado por su pasado, no a entender cómo serie de eventos o factums acontecidos, sino a las relaciones estructurales y lógicas que eso que llamamos historia implica, y que no percatarse de ello, pensar que hemos superado a Freud, a Lacan, tiene más que ver con la ¨dificultad del psicoanálisis¨, es decir con la dificultad para sostenerle la mirada a aquello con lo que nos confronta, más que con cualquier otra cosa.

    Así, para mí, el psicoanálisis, hoy, habrá sido, es.

    Pero si acaso fue, no podría sino haber sido freudiano.

    Y mañana, espero que insista, sea. A partir del intento de alguien por sostenerle la mirada a aquello que la enseñanza de Freud y de Lacan (desde mi postura) insisten en mostrarnos. Pues como acabo de escribir, será un intento, nuevamente oportunidad, contingencia en realidad, de que algo casi se realice, pero habrá sido. O en aquello que ocurre en la experiencia clínica psicoanalítica, o mejor dicho, aquello que ocurrió, también el psicoanálisis deberá ser aquello que ocurrirá en la sesión de mañana, otra dentro de un año, y así habrá sido, será.

    ¿Y qué es lo que será?

    El psicoanálisis habrá sido freudiano.

    [1]¨Una dificultad del psicoanálisis¨ Sigmund Freud, Obras completas. En realidad creo que dichas críticas no debiesen preocuparnos, es decir creo que son asuntos de los que debiésemos ocuparnos, atender a dichas críticas y cuestionamientos, no sólo desecharlas culpándolas de expresiones de intolerancia o ignorancia.

    [2] Se trata de un video en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=7n7DPoH6cLU

    [3] Jacques Lacan, Seminario ¨O peor¨ clase del 4 de noviembre de 1971: «ce dont il s´agit, à savoir que ce savoir, ce nouveau Saturno du savoir, c´ est cela que doit entraîner un tout nouveau tupé de discurso, lequel n´ est pas fácil à tenir et – jusqu´ à un certain point – n´ a pas encoré commencé.»

    [4] Entrevista a J. Allouch, Publicada en Aqueronta. http://www.acheronta.org/reportajes/allouch25.htm

    http://www.acheronta.org/reportajes/allouch25.htm

    [5] Se trató de una charla informal con Alberto Sladogna.

    [6] Entrevista realizada a Lacan por Emilia Granzotto para el periódico Panorama en 1974 localizable en el siguiente vínculo: http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/practicas_profesionales/162_hospital_dia/material/docentes/freud_por_siempre.pdf

    http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/practicas_profesionales/162_hospital_dia/material/docentes/freud_por_siempre.pdf

    Traducida por la Lic. Olga Mabel Máter y la Prof. Alejandra Freschi.

    [7] ¨El psicoanálisis, por venir.¨ Néstor Braunstein. http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=1633

    http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=1633

    [8] Sutileza dije, aunque inmediatamente incluí signos de interrogación ¿Es que tal es la intención de Néstor Braunstein? es decir proponernos la oportunidad de abandonar el discurso de Freud y el de Lacan. No podría afirmarlo, lo que puedo afirmar es que eso es lo que está implícito es las líneas citadas.

    [9] Un buen amigo, se trata en esta ocasión de Felipe Flores, miembro del comité editorial de Cartapsi. Me preguntaba hace poco tiempo, «¿consideras que para ser psicoanalista, o para formarse como tal, es necesario ser Lacaniano? Creo que quizá mi respuesta lo sorprendió un poco, respondí que no, que me parecía que para ser psicoanalista era necesario ser freudiano. No dije en esa oportunidad, la ocasión no me lo permitió pues se trataba de una charla entre 4 o 5, que si bien contemplo la oportunidad de ser freudiano sin ser lacaniano, prescindir, al menos para mí, de la enseñanza del Dr. Lacan para el estudio de Freud, implicaría una pérdida catastrófica, pero es verdad que ello no implica que la enseñanza de Freud deje de ser el referente último, del discurso psicoanalítico.

  • EL NARCISISMO, EL YO Y LO REAL

    EL NARCISISMO, EL YO Y LO REAL

                                                          Daniel Gerber

         No se nace, en sentido estricto, con un cuerpo; éste se constituye en el campo del lenguaje. El cuerpo no es primario sino secundario. Del mismo modo, no hay narcisismo “primario” si por éste se entiende un estado originario que da lugar después a algo diferente. Freud lo deja muy claro cuando dice: “El narcisismo primario que suponemos en el niño, y que contiene una de las premisas de nuestras teorías sobre la libido, es más difícil de asir por observación directa que de comprobar mediante una inferencia retrospectiva, hecha desde otro punto”[1].

         El concepto de narcisismo primario no describe entonces un momento evolutivo; se trata más bien de un mito de los orígenes: Narciso es un personaje mítico, como Edipo y el padre primordial de Tótem y tabú. El narcisismo primario es el nombre de uno de los mitos del origen presentes en la obra de Freud.

         Hay que recordar que sólo el mito puede dar cuenta de ese momento inicial porque es, ante todo, un lenguaje de los orígenes o de los comienzos: enuncia un comienzo que no tiene comienzo, habla de un inicio que no pertenece a ningún momento cronológico ubicable porque se trata de algo vivido por alguien como “siempre ya ahí”.

         El mito despliega un relato que comienza por “había una vez”, es decir, dado una forma narrativa a lo que es “desde siempre”. Hay entonces un mythos, cuento, fábula, relato, para decir un origen que, no siendo cronológico, es un puro momento lógico

         Para una definición más precisa hay que distinguir formalmente el comienzo del origen: el mito es un relato de los comienzos que evoca un origen del que nada se sabe. Se trata de lo que no está ahí y que, no habiendo estado nunca ahí, está perdido desde siempre.

         Ahora bien, hablar de pérdida no es lo estrictamente apropiado porque ella no concierne a algo que existió efectivamente en algún momento. Supone una paradoja pues no se refiere a un “objeto”, en el sentido empírico de este término, sino a la pérdida de algo que, rigurosamente, nunca estuvo; algo cuya existencia sólo puede tener, precisamente, un carácter mítico.

             El narcisismo tiene que abordarse como efecto de la captura del viviente por el lenguaje. Ya en 1936, en su presentación sobre el estadio del espejo Lacan habla de una captura que en este caso es la del viviente por una imagen, para echar así las bases de una nueva teoría del yo, concebido como una formación eminentemente imaginaria.

           Años después, con la introducción de lo simbólico, el yo será efecto de la determinación por parte de este registro cuya existencia precede al sujeto. Pero habrá un viraje posterior en la enseñanza de Lacan que lo llevará a sostener que, más allá de lo simbólico y lo imaginario, lo más específico del yo es estructurarse en torno a un núcleo real.

         Esta última afirmación tiene un antecedente importante en la introducción que Lacan redacta en 1966 para los primeros artículos de los Escritos, a la que titula De nuestros antecedentes[2]. Allí afirma que su teoría del yo se fundamenta en dos elementos que toma de Freud: la imagen del cuerpo y la identificación. La asunción de la imagen proporciona al niño esa unidad que le falta por la ausencia de coordinación motora debida a la prematuración del nacimiento. En este sentido hay alienación porque se toma como propia una imagen que es del otro.

         Un efecto de esta alienación es la distancia infranqueable que quedará establecida entre el yo como imagen y lo que denomina entonces el ser del sujeto, definitivamente excluido de aquélla. El cristal del espejo es la barrera que hace inalcanzable la imagen.

         Esto lleva a Lacan a hacer una distinción importante en el seminario Los escritos técnicos de Freud -que imparte en los años de 1953 y 1954- entre lo que denomina dos narcisismos. El primero, calificado como “animal” se refiere al hecho de que en el animal hay identidad entre el ser y el cuerpo: los animales son cuerpo. Esta identidad es imposible cuando se trata del ser humano: “somos” esencialmente seres hablantes, es decir, no somos cuerpo. Como hablantes, el lenguaje nos separa del organismo que quedará como lo originariamente “perdido” en la constitución del sujeto. A la conocida sentencia de Freud que afirma que el yo no es dueño de su propia casa puede agregarse que tampoco es dueño de “su” cuerpo. Esta pérdida, efecto del lenguaje, puede llamarse castración y es ésta lo verdaderamente “primario”, constituyente del sujeto más allá de todo mito.

         No hay entonces en el estadio del espejo una captura “total”; lo que se produce es más bien un no todo, un sujeto que no queda absolutamente fascinado por la imagen. Si esto último ocurriera el efecto sería el de un completo atrapamiento pero lo que sucede en verdad es la introducción de una brecha, una hiancia, entre el yo y la imagen, homóloga a la barra que posteriormente será designada como la que separa el significante del significado y a la que atraviesa la S del sujeto dividiéndolo ($).

       El segundo narcisismo, propiamente humano al decir de Lacan, indica la imposible armonía entre el Unwelt y el Innenwelt, un desajuste inherente al ser humano, a su ser-en-el-mundo, que indica su imposible adaptación al medio y la falacia de toda psicología que pretende que ésta es posible.

         En Los escritos técnicos de Freud, así como en su siguiente seminario, El yo en la teoría de Freud y en la técnica del psicoanálisis, el esfuerzo de Lacan es el de incluir la dimensión de lo imaginario del yo en el campo simbólico y su punto culminante es la elaboración del esquema L que representa la relación entre los registros simbólico e imaginario. Simultáneamente desarrolla, a partir de la lectura de La carta robada de Edgar Allan Poe, la noción de cadena significante, que lo conduce a un descubrimiento esencial para la clínica: la resistencia no proviene solamente del yo narcisista que demanda la ratificación de su imagen; hay, de manera más radical, una resistencia que puede llamarse “de lo real” ya mencionada en Los escritos técnicos de Freud y precisada más claramente en la Introducción al comentario de Jean Hippolyte sobre la Verneinung de Freud. Para Lacan, otorgar su alcance verdadero al término resistencia es en primer lugar situarla en el seno de la dimensión del discurso, que es donde aparece en la cura psicoanalítica. Aquí el sujeto encuentra una dificultad fundamental para hablar que se deriva de dos vertientes: la represión y la resistencia.

         La represión tiene un efecto en la palabra del analizante que consiste en la dificultad para decir lo que tiene para decir, debido a una inevitable “discordancia entre el significado y el significante”[3]. Pero en este caso, agrega Lacan, la verdad puede siempre ser comunicada “entre líneas”: es lo que el sujeto hace en el lenguaje de sus síntomas. Ocurre aquí que en el margen “sin sentido” que subsiste entre los significantes de su discurso y la significación que se esperaría que éstos hagan advenir lo que responde es la producción de una cifra, un criptograma que es el síntoma.

           La resistencia es otra cosa: “es en cuanto que el sujeto llega al límite de lo que el momento permite a su discurso efectuar de la palabra, como se produce el fenómeno en el que Freud nos muestra el punto de articulación de la resistencia con la dialéctica analítica”[4]. La resistencia puntúa la palabra del analizante; emerge en el momento en que “la palabra del sujeto se orienta hacia la presencia del auditor”[5].

           Hay aquí una referencia a lo que Freud ubicó en su momento cuando señaló que “cuando las asociaciones libres de un paciente se deniegan, en todos los casos es posible eliminar esa parálisis aseverándole que ahora él está bajo el imperio de una ocurrencia relativa a la persona del médico o a algo perteneciente a él”[6]. Se puede decir que en el momento en que el sujeto es capturado por la pura presencia del Otro, su palabra se interrumpe. Y es en esta interrupción, en esta pérdida de la disposición del significante, que Lacan sitúa la raíz de lo que está en juego en la transferencia.

           Quiere decir que cuando se habla de resistencia es preciso considerar otra cosa que un posicionamiento del yo imaginario. Si el analista pensara en ese momento que sólo tiene que tratar con el ego del paciente, se condenaría a no ser sino su alter-ego y con esto la transferencia quedaría reducida a su dimensión imaginaria, ilustrada por el eje a’-a en el esquema L. Quedaría así excluida la dimensión del Otro (A); más precisamente –y en este sentido la noción de resistencia tal como se desprende del comentario de Lacan sobre la Verneinung de Freud es lo que permite subrayarlo- del Otro en tanto inexistente como Otro del sentido pleno. Por esto, a su aparición como pura presencia –más allá de su ubicación como la de quien puede “dar sentido”- responde en el analizante con un silencio, una palabra interrumpida.      

         Se trata de una dimensión radical de la resistencia que es la resistencia de lo que no se puede nombrar, el objeto perdido en la constitución del sujeto en el campo del lenguaje que impone la repetición del encuentro siempre fallido con eso que nunca estuvo porque no es sino el efecto retroactivo de la articulación significante. Así, la supuesta fusión madre-hijo no puede situarse sino en el mito, no es nunca una experiencia vivida, sólo en el mito existió alguna vez “su majestad el bebé”.  

         El objeto que se llamará causa del deseo está perdido desde siempre por efecto de la estructura, no como resultado de alguna clase de “maduración”. Pero este objeto –cuyo paradigma puede apreciarse en otro de los mitos del origen: el carretel del juego del “fort-da”- no es “exterior” al sujeto: él mismo lo es en tanto, en su constitución, cae necesariamente del Otro como lo que ex-siste a éste, inasimilable en cierta medida al campo del significante. Dice Lacan: “Pues esos objetos, parciales o no, pero sin duda alguna significantes, el seno, el excremento, el falo, el sujeto los gana o los pierde sin duda, es destruido por ellos o los preserva, pero sobre todo es esos objetos, según el lugar donde funcionan en su fantasma fundamental”[7].

         El juego del “fort-da” ilustra la inexistencia de alguna clase de fusión primaria pues muestra que el Otro es lugar de la falta y que ante esta falta del Otro el sujeto se divide entre su existencia en lo simbólico ($) y ese resto que cae de esa dimensión que recibirá el nombre de a, objeto perdido causa del deseo. Esta división se manifiesta en el hecho de oscilar entre una posición y la otra en lo que se denomina el fantasma fundamental.

           ¿Qué es en este sentido lo que se denomina fantasma? La respuesta a la pregunta por el deseo del Otro que surge ante la falta de éste, al Che vuoi?[8], ¿Qué quieres?, que viene desde ese lugar como retorno de la pregunta del sujeto, tal como el grafo del deseo lo indica. Pero hay que agregar que el yo como precipitado de identificaciones es también efecto de esta pregunta, de modo que su estructura no puede concebirse al margen del fantasma tal como lo explicita Lacan: “El grafo inscribe que el deseo se regula sobre el fantasma así establecido, homólogo a lo que sucede con el yo con respecto a la imagen del cuerpo, con la salvedad de que señala además la inversión de los desconocimientos en que se fundan respectivamente uno y otro”[9]  

         De este modo, si en una primera instancia eran la prematuración y el desamparo de la cría de hombre los determinantes de la identificación con la imagen, lo que aparece aquí es la vivencia de otro desamparo: el de estar sin recursos ante la presencia del deseo del Otro. Esta es la experiencia traumática fundamental: ante el deseo del Otro nada del sujeto puede responder a la pregunta que se abre y es entonces la relación yo-otro –en la que el otro es el semejante- con sus componentes que de la fascinación pasan por la rivalidad y la competencia hasta llegar al enfrentamiento a muerte, lo que permite hacer frente, defenderse de esa vivencia traumática que es el enigma del deseo del Otro; “en los efectos que responden en un sujeto a una demanda determinada van a interferir aquellos de una posición con relación al otro (al otro, aquí su semejante) al que él sostiene en cuanto sujeto. ‘Al que él sostiene en cuanto sujeto’ quiere decir que el lenguaje le permite considerarse como el tramoyista, o incluso como el director de escena de toda la captura imaginaria, de la cual en caso contrario el no sería sino un títere vivo”[10].

         El sujeto se defiende de su desamparo con su yo. Este es el efecto de la identificación con la imagen especular, i(a), imagen del otro, imagen que es el recubrimiento del objeto perdido a la vez que una cierta recuperación del mismo en tanto goce, un plus-de-gozar, el de los restos del cuerpo erógeno no integrados totalmente a la imagen.

         Este objeto plus-de-gozar corresponde en alguna medida al objeto pregenital mencionado en el texto de Freud y de los post-freudianos, con la salvedad de que en el enfoque de Lacan el componente de goce que contienen esos objetos no queda reabsorbido en lo genital –a través del paso por lo fálico- sino que constituye los elementos permanentes a los que el deseo inconsciente queda ligado en el fantasma, como lo indica la fórmula de éste último: ($<>a). Estos a son partes del cuerpo, “sustancias”, que producen goce y que están fuera de la primacía del falo, en posición de “transgresión” respecto de la castración. Precisamente por tratarse de elementos de un goce “suplementario”, Lacan los denominará plus-de-gozar[11].

         Por su condición de puro efecto del significante, carente por lo tanto de cualquier sustancialidad, el sujeto se aferra a este plus que le “da cuerpo”. De ahí esta notación, i(a), que puede leerse como imagen del otro pero también como la imagen que recubre por un lado una ausencia a la vez que es exterior –la i fuera del paréntesis- a un goce que escapa a su dominio.

         En el discurso a la Escuela Freudiana de París del 6 de diciembre de 1967, dice Lacan: “Así funciona el i(a) con el que se imagina el yo su narcisismo al hacer casulla para este objeto a que del sujeto hace la miseria. Esto porque el (a) causa del deseo, por estar a merced del Otro, angustia ocasionalmente, se viste contrafóbicamente con la autonomía del yo, como lo hace el cangrejo con cualquier caparazón”[12].

           Esto se puede entender en el sentido de que la presunta autonomía del yo es una de las formas de este plus-de-gozar con que compensa el menos de goce consecuencia de la castración en la medida en que no toda la libido pasa del yo a la imagen. Ésta es no-toda, no toda investida libidinalmente, queda una “reserva” de goce del lado del yo de modo que el efecto de pérdida que implica la castración se “compensa” con un plus-de-gozar que es producido como un excedente por el significante y se aloja en el yo bajo su investidura narcisista. El neologismo parlêtre que inventa Lacan para nombrar al ser que, hablando, goza, viene a indicar la existencia de ese plus-de-gozar que constituye el núcleo del yo.

         Hay entonces un doble efecto del significante: un efecto de pérdida, que implica un menos de goce, a la vez que un más suplementario, una especie de “bonificación” que viene en “compensación” de lo perdido. En Encore[13] Lacan va a decir que el significante es causa de goce, de tal modo que hablar no es sólo demandar: el habla produce también un plus-de-gozar que no demanda nada a nadie. En este sentido el sujeto se satisface él mismo, autoeróticamente, y este goce se disemina por todos lados, particularmente en el cuerpo. Por esto el yo es esa imagen cuya consistencia depende del plus-de-gozar y el narcisismo envuelve así un mítico autoerotismo primario tal como lo describe Freud: “Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya”[14].

         Para fundamentarlo más rigurosamente Lacan indica en el grafo del deseo una analogía entre el fantasma como respuesta al deseo del Otro y el yo como efecto de la identificación con la imagen del otro (el semejante en este caso). Si el fantasma es esa fórmula del goce singular del sujeto y el yo es homólogo al fantasma, hay entonces goce en el núcleo mismo del yo, como se desprende de la definición que propone para esos objetos que serán llamados posteriormente “plus-de-gozar”: “Un rasgo común a esos objetos en nuestra elaboración: no tienen imagen especular, dicho de otra manera, de alteridad. Es lo que les permite ser ‘el paño’, o para ser más precisos el forro, sin ser por ello su envés, del sujeto mismo que se considera sujeto de la conciencia. Pues el sujeto que cree tener acceso a sí mismo designándose en el enunciado no es otra cosa que un objeto tal”[15].

         Es importante precisar que lo traducido como “paño” es, en francés, étoffe, cuyo correspondiente más adecuado en español es “estofa”. Étoffe proviene del francés antiguo stofe que significa “materiales de cualquier clase, tela o tejido de labores”, así como también “calidad, clase”, presente en expresiones como “de mi estofa” o “de baja estofa”. El yo, señala así Lacan, está hecho de esa “estofa” que es la de los objetos que se separan del sujeto como consecuencia de su constitución en lo simbólico.

         Hay entonces algo más que narcisismo en el yo y este algo más es precisamente el plus-de-gozar que constituye su núcleo. El significante que determina al sujeto introduce una brecha, esa hiancia entre el cuerpo como “corporización” significante y el goce que se llama “castración” y que es un vaciamiento de goce que hace del cuerpo ese “desierto de goce”. Pero junto a este vaciamiento produce un excedente, un plus que va a alojarse en el cuerpo como esa “estofa” del yo.

         En estas consideraciones está la base de las reflexiones que Lacan va a desarrollar en los seminarios De otro al otro y Encore en los que formulará desde la perspectiva del goce un importante replanteamiento del concepto de narcisismo así como del de “herida narcisista”. Afirma allí que el plus-de-gozar constituye el núcleo del yo, lo que significa que la llamada “herida narcisista” consiste en algo más que el daño que puede sufrir la imagen yoica; atañe más bien al cuestionamiento de un modo de gozar en el que el sujeto está instalado y que no quiere abandonar.

         Ya en 1948, más de diez años antes de la aparición del concepto de goce, Lacan pone en boca de quien llega a análisis estas palabras que hacen alusión a lo que se señala: “Échate encima –nos dice- este mal que pesa sobre mis hombros; pero tal como te veo, ahíto, asentado y confortable, no puedes ser digno de llevarlo”[16]. ¿Qué otra cosa podría ser ese “mal” –a la luz de los desarrollos posteriores- sino ese goce que habita al sujeto y configura el núcleo mismo de su yo?

          Se puede decir entonces que no todo en el yo es efecto imaginario del significante. Incluye también la dimensión real, el objeto a, que es refractaria a la interpretación significante. En otros términos, el yo no sólo se sostiene de la imagen del otro, del semejante sino también, y básicamente, del plus-de-gozar que encarga el objeto a.

           Una ilustración muy clara se encuentra en el comentario que hace Lacan en el seminario Encore acerca de la “cotorra enamorada” de Picasso, que le mordía el cuello de su camisa y los botones de su saco: “Esta cotorra estaba en efecto enamorada de lo que es esencial en el hombre, su vestimenta”[17]. Enamorarse de la vestimenta es el paradigma del amor: “El hábito ama al monje porque debido a esto no son sino uno […] “Lo que hay bajo el hábito y que llamamos el cuerpo no es tal vez sino ese resto que llamo el objeto a” […] Lo que sostiene la imagen es un resto. El análisis demuestra que el amor en su esencia es narcisista y denuncia que la sustancia del pretendido objetal -baratin[18]– es de hecho lo que, en el deseo, es resto, a saber, su causa y el sostén de su insatisfacción, incluso de su imposibilidad”[19].

           Se trata indudablemente de una ironía que alude a la llamada “relación de objeto” como supuestamente contraria al narcisismo: el objeto de amor no es sino la vestimenta –la imagen de sí- que envuelve al objeto causa de deseo –el objeto perdido y a la vez plus-de-gozar- y lo oculta. Hay así en el amor una conjunción entre vestimenta –la imagen- y objeto a, una conjunción que no es sin resto porque la vestimenta deja aflorar inevitablemente un residuo no investido: “El amor es impotente aunque sea recíproco, porque ignora que no es sino deseo de ser Uno”[20].

         La llamada “relación de objeto” no es un vínculo “complementario” entre sujeto y objeto. Se trata más bien de una relación con esa vestimenta que es la imagen pero que apunta a alcanzar en el otro ese objeto que encarna su plus-de-gozar”. Por esto la sentencia de Lacan: “Te amo, pero como inexplicablemente amo en ti algo más que a ti mismo, el objeto a, te mutilo”[21].

         En el afán de alcanzar la meta narcisista el amor “quiere” ese plus que sitúa en el otro y en la medida en que no lo obtiene se convierte en odio: “El verdadero amor desemboca en el odio”[22]. Este amor “verdadero” no es sino la otra cara del amor que se sostiene en el espejismo del narcisismo y la idealización. En ambos casos se enlazan solamente dos dimensiones: el amor y el goce y esto conduce a ese atolladero.

           Será necesario entonces, para que el lazo se sostenga, la articulación de ellas con una tercera: el deseo. Hay que recordar otro de los aforismos de Lacan: “Sólo el amor permite al goce condescender al deseo”[23]. Ahora bien, si el deseo es posible porque el otro del amor –más allá de su condición de objeto de satisfacción- toma el lugar de causa para el mismo, su presencia puede operar como límite ante la exigencia “amorosa” de mutilarlo de su objeto plus-de-gozar y, al no lograrlo, dar lugar al odio.

           No habrá por lo tanto posibilidad de lazo sino por el anudamiento del amor con el deseo y el goce. Se puede así intentar una variante de la sentencia de Lacan: “Solo el deseo permite al amor coexistir con el goce”.          

     

     

    [1] S. Freud: Introducción del narcisismo. En Obras completas, Tomo XIV. Amorrortu, Buenos Aires, 1978, p. 87. Las cursivas me pertenecen.

    [2] Cf. J. Lacan: De nuestros antecedentes. En Escritos 1.Siglo XXI, México, 1995, p. 59.

    [3] J. Lacan: Introducción al comentario de Jean Hippolyte sobre la Verneinung de Freud. En Escritos 1, Siglo XXI, México, 1994, p. 357.

     

    [4] Ibíd., p. 357.

    [5] Ibíd., p. 357.

    [6] S. Freud: Sobre la dinámica de la transferencia. En Trabajos sobre técnica psicoanalítica. Obras completas, Tomo XII, Amorrortu, Buenos Aires, 1978, p. 99.

    [7] J. Lacan: La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos 2, Siglo XXI, México, 1995, p. 594.

    [8] Cf. J. Lacan: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Ibíd., p. 794.

    [9] Ibíd., p. 796.

    [10] J. Lacan: La dirección de la cura. Op. Cit., p. 617.

    [11] Hay que agregar que en esta categoría de objetos pueden incluirse también –además de aquéllos que vienen del cuerpo y se pierden por el cuerpo ya sea por sus características “naturales” o por la intervención de lo simbólico- los llamados actualmente gadgets que se adhieren al cuerpo como verdaderos apéndices de los que no se desprende.

    [12] J. Lacan: Scilicet 2/3. Seuil, Paris, 1968, p. 11.

    [13] Cf. J. Lacan: Le séminaire. Livre XX. Encore. Seuil, Paris, 1975.

    [14] S. Freud: Introducción del narcisismo. En Obras completas, Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1978, p. 74.

    [15] J. Lacan: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. En Escritos 2, op. Cit. P. 798.

    [16] J. Lacan: La agresividad en psicoanálisis. En Escritos 1, Siglo XXI, México, 1995, p. 99.

    [17] J. Lacan: Le séminaire. Livre XX. Encore. Op. Cit., p. 12.

    [18] En francés: “discurso abundante (sobre todo para engañar, seducir)”.

    [19] J. Lacan: Le séminaire. Livre XX. Encore. Op. Cit., p. 12.

     

    [20] Ibíd., p. 12.

     

    [21] J. Lacan: Le séminaire. Livre XI. Les quatre concepts fundamentaux de la psychanalyse. Seuil, Paris, 1973, p.241

    [22] J. Lacan: Le séminaire. Livre XX. Encore. Seuil, Paris, 1975, p. 133.

    [23] J. Lacan: Le séminaire. Livre X. L’angoisee. Seuil, Paris, 2004, p. 209,

  • El narcisismo: origen, eco y fin

    El narcisismo: origen, eco y fin[1].

    Julio Ortega B.

    Freud ha escrito la Introducción al Narcisismo en 1914, e independientemente de su valor teórico que ya discutiremos, debemos comprenderlo como un texto que traza, para intentar demoler las concepciones junguianas que se han alejado cada vez más del centro de la teoría psicoanalítica. Así que en el fondo es una carta de desprecio, de rechazo, a quien ha sido su hijo amado, su anhelado sucesor. También una serie de argumentos en contra de Adler, quien más bien aparecía como competencia no sólo teórica sino de mercado. Quizá debiéramos llegar a la conclusión que por lo menos en el caso de Freud (y otros psicoanalistas entre los que me cuento), sus obras de intelección sobre el inconsciente, son a un mismo tiempo cartas de amor, motivadas por la obscura o resplandeciente intensidad de la pasión del amor – odio, ese sentimiento que no es sino una hoja que implica los dos pliegues.

    El término narcisismo, procede del mito contenido en el libro tercero de la Metamorfosis de Ovidio, dónde el bello joven rechaza a varias de sus potenciales amantes, incluyendo a la ninfa Eco, y en consecuencia es castigado por los dioses, como se ha dicho hasta el cansancio, de enamorarse de su propia figura.

    La noción “como Narciso” fue ya usado por Havelock Ellis en 1898, y se refería a un amor anormal sobre sí mismo, pero Freud lo tomó de Paul Näcke quien en 1899 lo utilizó para describir cómo un individuo trataba a su propio cuerpo como si fuese el cuerpo de un paternaire sexual.

    Aparece por primera vez, en 1910, en una nota agregada a la tercera edición de los Tres ensayos para una Teoría sexual, lo vuelve a retomar en su Estudio de Leonardo da Vinci en el mismo año y profundiza sobre él en la discusión del caso Schreber (1911). Allí nos explica, cómo es parte del desarrollo del individuo, enrolarse en actividades autoeróticas que preceden a la búsqueda de un objeto exterior, y en las que su propio cuerpo aparece como objeto de satisfacción.

    Luego en el tercer capítulo de Totém y Tabú (1913) intitulado Animismo, magia y la omnipotencia de los pensamientos vuelve sobre el tema refrendando su definición. Para este momento, él se ha formado la hipótesis del estadio narcisista que ocurriría entre el estadio autoerótico y el de búsqueda de objetos. Ernest Jones se sirve también del término narcisismo para formular su artículo sobre God’s Complex en 1913, pero nuevamente sólo como una derivación patológica de la libido.

    La Introducción al Narcisismo (1914) es un escrito imprudente pues no simplemente toma la perspectiva del desarrollo como base para elucidar lo que será el narcisisismus. Hay que considerar que piensa que su teoría se encuentra en un estado de madurez, y los cambios que vendrán no los sospecha aún, pues la oposición entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales, será insuficiente para dar cuenta de las fuerzas que operan al interior de la psique humana. Me parece que no imagina aún la trascendencia de la agresividad, y más aún la autoagresividad, que aún son tomadas como fuerzas vitales al servicio de la autoconservación y la evolución la primera, y la segunda como una simple perturbación del Yo, un estado patológico cómo cabría esperar, y no un empuje esencial hacia la muerte.

    Lo que sí es evidente es la importancia del Ideal del Yo producto del narcisismo secundario, como una fuerza autobservadora y condicionante de la represión. También el engrandecimiento del objeto, por sí mismo, como producto no sólo de una sublimación, sino de una proyección de los ideales del Yo en esa pantalla que es el objeto amado. Esa instancia es problemática en varios sentidos, porque no será el ideal – Ich (yo ideal), sino el Ich – ideal – que por otra parte tampoco será el Über Ich (Superyó) , aunque sinceramente, la confusión entre estos términos será pertinaz –, que se encargará de vigilar y castigar, para usar una frase foucaultiana, y que llevadas sus funciones al extremo, adquirirá una forma sádica, de odio, y de erotismo mortificante, fantasioso, que será característico de la demencia precoz y la esquizofrenia. La hipocondría aparece como un ejemplo más de enfermedad orgánica en el que las sensaciones punzantes, dolorosas, harán que su libido se aleje de objetos externos para volver sobre el sí mismo, con una carga negativa de afectos que implica una máxima descalificación del Yo por parte del Ideal del Yo. La megalomanía, que ya fue estudiada por Jones, en el trabajo antes citado, aparece aquí como una introversión de la libido que no se centra en fantasías, cómo no sea la del engrandecimiento del Yo, que hace espejo de una dificultad para amar a un objeto exterior. Los procesos mórbidos serían curiosamente un intento de curación, en los que los despliegues de libido intentarían una restauración de la condición normal.

    Los impulsos, por otra parte, no buscan sólo su satisfacción lo que daría lugar a una descarga de energía y una vuelta a la recarga, como nos lo planteaba en el Proyecto de una Psicología para Neurólogos (1895) – estoy consciente de que no es la única propuesta del Entwurf – sino invariablemente están destinados a un enfrentamiento con el orden social, que nos condena a la patogenia de una manera u otra. El autoamor sería también, una respuesta a la imposibilidad de satisfacción completa a través de la relación con el mundo. Todas las formas de amor descritas en el trabajo, no son sino diversas maneras de decirnos que se intenta volver al narcisismo primario inútilmente, que tras de las diferencias hay un arrastre común que sería el volver a tener un solo objeto de amor, que sería uno mismo.

    Es en Las pulsiones y sus vicisitudes (1915) dónde Freud nos describe el narcisismo como una situación psíquica primaria. Originalmente al inicio de la vida mental, el yo es catectizado por las pulsiones y es además competente para realizar una labor de autosatisfacción, que nombra como actividad autoerótica. No es completamente claro el punto de vista de Freud al diferenciar el narcisismo primario y el secundario. El narcisismo primario sería un estado precoz, en el cual el niño catectiza toda su libido sobre sí mismo. El narcisismo secundario, consistiría en una vuelta de la libido sobre el yo, retirada de sus catexis objetales. Sin embargo, estos conceptos tienen diversas complicaciones, e incluso ambigüedades, hasta en el mismo corpus freudiano cómo no sea que nos atengamos específicamente a una sucesión temporal. Quizás la noción de “narcisismo secundario” ofrezca menos dificultades pues es específicamente referida a la catectización del Yo.

    Al proponer la noción de Narcisismo, Freud intenta abordar cuatro diferentes problemas: 1) el narcisismo como una perversión sexual 2) el narcisismo como un estadío del desarrollo 3) como una catexis libidinal del Yo, 4) como una elección de objeto referida también al Yo. Aquí debemos tener en cuenta que el Yo implica asimismo una temprana agencia de auto – observación que después será más definida en el concepto de Superyó.

    Pero también el narcisismo sería parte de un proceso de conciliación pulsional, en que el individuo a través de los procesos de incorporación (debido a Karl Abraham) e introyección (concebido por Sándor Ferenczi) puede llegar a crear una base de relación con el otro, que dará lugar a futuras catectizaciones de objeto que serán dadas a partir de las propias necesidades del Yo, y sus fantasías.

    Freud postuló así una catexis original del Yo, un narcisismo primario que después sería la impronta para elegir objetos, creando un puente entre la libido del yo y la libido objetal. El narcisismo sería asimismo, el complemento libidinal entre el egoísmo y el instinto de preservación. De esta manera, jugaría una parte esencial en la definición estructural del Yo, que conservaría siempre una catexis libidinal narcisística, que ninguna vicisitud de los caminos en relación con el objeto, podría agotar.

    Debemos tomar en cuenta, cómo un agregado indispensable para leer la Introducción al Narcisismo, y que escribe en 1915, una sección referida a la Teoría de la libido, en la parte tercera de su trabajo sobre los Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), que es importante señalar, la consideró siempre como una obra que debía actualizar repetidamente y poner al día con los nuevos descubrimientos que iba haciendo a lo largo de su investigación sobre el inconsciente que duró toda su vida. En esta parte, nos describe a la libido como una fuerza susceptible de variaciones cuantitativas, pero que estará ligada siempre a cierto carácter cualitativo.

    Allí nos hablará de que el análisis de las perversiones y psiconeurosis, no es brindada sólo por las partes genésicas del cuerpo, sino por todos los órganos del mismo. Y nos habla allí de que una parte de la libido, un cierto quántum, debe atribuirse siempre al Yo. La producción de ésta, su aumento o su disminución, su distribución y su desplazamiento, están destinados a ofrecernos la posibilidad de explicación de los diversos fenómenos psicosexuales, pero nos hace la aclaración de que ésta libido yoica sólo puede ser accesible al estudio analítico, a través del estudio de la libido de objeto. Desde su centro narcisista puede guiar el quehacer sexual del individuo, llevarlo a la satisfacción, la extinción parcial o temporaria de la libido. De hecho, el destino de la libido de objeto es volverse nuevamente en libido narcisística a pesar del aparente fin distinto de ambas fuerzas.

    Nos explica pues que la libido narcisística o yoica, es el gran reservorio desde el cual son emitidas las investiduras de objeto que luego vuelven a replegarse, y la libido narcisista del yo, el estadio originario realizado en la primera infancia, que es sólo ocultado por los posteriores envíos de la libido pero que se conserva siempre en el fondo tras ellos. Con ésta aclaración, tendríamos una importante nota a su afirmación de que el inconsciente sería atemporal, pues no querría decir que no hay cronología viable en él, sino que el único posible ciclo de tiempo, sería ese estadio primitivo que caracteriza al Yo narcisista, existiendo en el fondo una impotencia para la sucesión temporal y en general para el desarrollo libidinal que sólo pasaría por etapas basadas en una geografía pulsional pero que conservaría su espíritu autoreferencial en cualquier punto. Este hecho, ligaría los eventos del presente a la repetición de la memoria del pasado, en dónde la sucesión inagotable de eventos y elección de objetos, sería la reproducción de ciertos códigos que se reformularían y disfrazarían en las aparentes elecciones libres respecto al objeto. Lo actual sería una forma de pasado, que haría que el Yo por medio de ese investimento narcisista, percibiese como libre elección, el enamoramiento del objeto y el apasionamiento por sus sorprendentes características, la sorpresa no sería sino una forma de reencuentro. Así entenderíamos la patológica adhesión al objeto amoroso que siempre caracteriza el amor – pasión, como una forma de grandiosidad del Yo, que se inflaría ante su elección e invención orgulloso y que daría como resultado un reaporte de libido a su centro narcisístico. Cómo el caso del sapo que se infla ante la hembra para atraerla, y termina reventándose. Sin embargo, en lo que eso sucede, esta forma de delirio haría que mientras más se avanza en la formulación del espejismo, tanto más se convence el enamorado de su creación, formando una coraza creativa frente a la verdad de la miseria de su objeto amado. El caso de Adele H. nos parece siempre un ejemplo convincente para ofrecer, pero sobrarían ejemplos que abarcarían desde Camille Claudel en su amor loco por Rodin, hasta la Dulcinea vista por Don Quixote. Ya Stendhal en su estudio Sobre el amor, nos hacía patente que era un sentimiento en el que la voluntad, tenía poco que ofrecer como fuente de explicación.

    Al ubicar entonces al amor a uno mismo, antes que el amor objetal, y cómo base del segundo, se llega entonces a una conclusión curiosa, que no es otra que suponer que la visión del otro depende siempre de la mirada a uno mismo, y que la cohesión estructural, temporal y afectiva obedece siempre de la representación que uno tiene del propio Yo. No es desdeñable el interés que tuvieron en este hecho los psicólogos del yo, despreciados por Lacan por su interés en la normativización del paciente a la cultura norteamericana, que por otro lado, en sus opiniones, nunca tomó en cuenta el hecho de que Freud fue siempre en sus opiniones políticas un pequeñoburgués liberal que no si cuestionó radicalmente a su sociedad, fue curiosamente, a pesar de sí mismo.

    Hartmann, Kris, Meninnger, no dejaron de interesarse en estudiar al Yo como una formación modelo del narcisismo primario y es para mí claro que la frase freudiana “Wo es war soll Ich werden…” no necesariamente intentaba hacer una mención al sujeto en su totalidad, cómo cierta interpretación que Lacan sostenía, la frase es en realidad mucho más ambigua. Por un lado, alude a una reivindicación de un Yo más bien equilibrado y puesto sobre la realidad, sobre los indeseables residuos primitivos narcisísticos que le alejarían del entorno social, pero no ignora que ese Yo siempre representa una ilusión, una mentira necesaria ante las contingencias del mundo. Por un lado, el alejamiento de la realidad es dañino, por otro lado, siempre es necesaria la mentira hasta cierto punto (¿Acaso no de dejará uno siempre de mentirse?) por la intolerabilidad a las contingencias azarosas y nocivas del mundo.

    El riesgo y la peligrosidad es evidente en el caso de la psicosis, pero también en el del amor no correspondido, y el duelo por una muerte, en el que hay una inversión de libido sobre el objeto condenada a no retornar, sino a partir de una serie de profundas dificultades que finalmente desembocan en la sublimación del objeto y la introyección del mismo, otra vez, la operación de un dispositivo narcisístico.

    Otros trabajos dónde Freud trabaja la catexis del objeto y su relación al narcisismo, son el caso del Hombre de los lobos (1918), dónde el apego a la nodriza Nanya, tendrá como respuesta su rechazo, arrastrándolo hacia la búsqueda del afecto del padre. Pero en el fondo, la figura primordial sería el Padre, a la que se apega por vía de la identificación y el ejercicio de una sexualidad masoquista, que sería producto de una corriente pasiva de la fase sádico anal. Todo esto se expresaría en formas de acción y fantasía regresivas que apelarían al narcisismo. En El Yo y el Ello (1923) rectificará su punto de vista haciéndonos patente que la catexis inicial de objeto corresponde siempre al pecho materno. En Lo Siniestro (1919), intentará demostrar que el sentimiento del Doble (más tarde estudiado por Otto Rank en 1925), tiene sus orígenes en el narcisismo primario.

    Pero volvamos atrás, en Duelo y Melancolía (1917), nos indica que en los casos patológicos de duelo el Ideal del Yo, se separa del resto del Yo. Nos reitera esta idea en Psicoanálisis de las Masas y análisis del Yo (1921), pero no es sino hasta El yo y el ello (1923) cuándo el término Über-Ich aparece como el heredero del complejo de Edipo, aunque sabemos que muchos psicoanalistas lo ven – no sin razones – como una estructura mucho más anterior que regularía desde el principio al Yo, es el caso de Melanie Klein.

    En las Nuevas lecciones Introductorias al Psicoanálisis (1933) nos describe al Superyó como el vehículo mediante el cual el Yo ideal, se mide a sí mismo. Los contemporáneos de Freud no parecen haber sopesado con calma lo que implicaba el concepto. Cómo mencionamos antes, Jones ya había usado el término, y otros más perspicaces como Ferenczi en su artículo sobre Introyección y Transferencia (1909) anticipa el juego del Fort – Da, que aparece en el Más allá del Principio del Placer (1920), estableciendo que el niño excluiría elementos de la masa de sus percepciones, inventando un mundo que estaría en una relación de introyección y proyección masiva del Yo.

    También Karl Abraham había señalado en su artículo “Un corto estudio del desarrollo de la libido, a la luz de los desórdenes mentales” (1924), la dificultad que representaba el estudio de las psicosis – especialmente la melancolía –, conectadas al narcicismo. En su artículo Sobre las orígenes de la máquina de influencia en la esquizofrenia (1919), Tausk argumentó que los orígenes de la vida mental, correspondían a un período sin objeto. La formación del Yo, era aquí asociada con el descubrimiento del objeto y al desarrollo del sentido de realidad. Tausk establecía la existencia de un narcisismo psíquico que se renovaba con cada adquisición del Yo, que se complementaba y contrastaba con un narcisismo orgánico que garantizaba la unidad y funcionalidad del inconsciente.

    Lou Andreas Salomé identificó al narcisismo con la sexualidad pregenital, distinta del amor objetal, que implicaba a un compañero. Ella entendió al narcisismo como un concepto limítrofe de doble orientación que se referirá por una lado a un reservorio de energía para todas las manifestaciones de la psique, y por otro lado determinará todas las tendencias a la regresión y las fijaciones patológicas. Es por tanto un proceso interno, y a la vez, externo.

    Las discusiones sobre el narcisismo fueron después por diversas calzadas, aunque en la teoría kleiniana parece ser incompatible con un autoerotismo o narcisismo primario, sus descripciones sobre la omnipotencia infantil y la megalomanía, proveyeron de importantes hallazgos para la comprensión clínica de los estados narcisísticos.

    Wälder (1925) publicó el primer estudio de caso, de lo que llamó una personalidad narcisística, caracterizado por una excesiva valuación de sí mismo y una falta de sentimientos de culpa. Su aproximación clínica fue determinante para la definición de narcisismo tal y cómo se conoce en los desórdenes llamados de personalidad. Y finalmente en las citas freudianas, encontramos el ensayo Tipos libidinales (1931), dónde habla de tres tipos clásicos que serían: el erótico, el obsesivo y el narcisístico. En éste tercer tipo, no existe tensión entre el yo y el superyó, al punto que partiendo de este tipo difícilmente se habría llegado jamás a establecer la noción de un superyó; no predominan las necesidades eróticas: el interés cardinal está orientado hacia la autoconservación; las personas de este tipo son independientes y difíciles de intimidar.

    En 1933 en su libro Análisis del Carácter, Wilhelm Reich describió lo que el llamó: carácter fálico narcisista. Sujetos con carácter arrogante, que se sienten superiores, y que buscan la subordinación de los demás.

    Karen Horney (1939) en su libro Nuevos caminos del Psicoanálisis, desarrolló también la idea de un carácter narcisista, dónde habría una inflación de la propia valuación dónde el sujeto se admira a sí mismo, por valores que no tienen fundamento real.

    Rosenfeld mucho más tarde, siguió un camino que le llevó a formular el narcisismo destructivo y habló de relaciones narcisistas omnipotentes de objeto, que serían generadas por la fusión del yo y el yo ideal, dando lugar a un estado de ánimo malsano, una forma de omnipotencia que está tomada de la noción del yo patológico grandioso de Kernberg. Rosenfeld habla curiosamente en un artículo de la Omnipotencia narcisística del analista, que daría lugar a que en ciertas situaciones, pudiera pensar que puede intervenir en la vida de su paciente o resolver todos sus problemas, no importa cuán graves puedan ser.

    Kernberg, se dedicará al estudio del narcisismo a partir de la noción del Self, que en Freud aparece como Selbst para referirse a la persona en su totalidad, pero que en la literatura postfreudiana toma caminos muy ambiguos que podrían referirse a una instancia que integraría toda las agencias psíquicas, a la parte narcisística de la psique, pero también a la parte consciente de la psique que se reconoce al sí mismo en relación a otros, y que permanece como una visión del yo propio.

    Heinz Kohout nos ofreció su propia visión del narcisismo describiéndolo como una catexis de la representación del self (no es el Yo) que definirá como la agencia de representación responsable de las relaciones con el mundo. Esta visión hará énfasis en el supuestamente paso necesario de la psicología del yo, a la psicología del self.

    Kohut (1971, 1977, 1984) alzó un nuevo enfoque psicoanalítico que denominó “psicología psicoanalítica del self”. Redefinió el self (sí mismo) como el núcleo de la personalidad, un contenido del aparato psíquico que forma parte tanto del yo como del ello y del superyó. Un self bien cohesivo sería la condición de salud mental, mientras que un self poco o no cohesivo sería la causa de mecanismos de defensas y compensatorios, trastornos de personalidad (de carácter) y de enfermedades mentales.

    Según Kohut, el self y su cohesión se desarrollan y se construyen gracias a las relaciones narcisistas con los objetos arcaicos e infantiles (objetos del self) por la interiorización transmutadora de esos objetos y de sus funciones que inicialmente espejan con empatía la grandiosidad del infante (self grandioso), se dejan idealizar (imago parental idealizado) y permiten vivencias gemelares de alter-ego. Para Kohut, un objeto de self es un objeto narcisista, es decir que está catectizado por la libido narcisista, hace parte del bebé y del infante. Las internalizaciones transmutadoras de funciones de objetos del self se realizan progresivamente por frustraciones óptimas (no traumáticas) por parte de esos objetos que progresivamente transforman el sostén exterior de autoestima a las fuentes interiores. El narcisismo primitivo sostenido inicialmente por los objetos arcaicos del self se transforma progresivamente en estructuras de la personalidad madura (narcisismo maduro): el self grandioso se transforma en ambiciones realizables; el imago parental idealizado en ideales alcanzables; y la gemelaridad en capacidades, talentos y habilidades personales para realizar las ambiciones y los ideales. Esta transformación del narcisismo primitivo en un narcisismo maduro permite al sujeto sentirse satisfecho de sí mismo, de sus realizaciones y de su vida, y tener creatividad, humor y sabiduría.

    Ésta vía es, evidentemente, opuesta a las investigaciones lacanianas que seguramente han sido ya repetidas hasta el cansancio en el coloquio. El estadio del espejo, originado en el trabajo de Wallon, coloca al sujeto como producto de una identificación con el otro que no cesará de tener el valor de imago, con toda la carga de fantasía que en ella aparece y que me parece destacable, sigue atado a la primacía del estudio de lo inconsciente sobre los fenómenos de lo consciente. Pero me parece que no puede desecharse la lectura de otros autores, para solamente citarlo a él, Lacan no necesita quien lo defienda, y el reto del psicoanálisis es hacer un avance y no una repetición de fórmulas conocidas.

    La psicología psicoanalítica norteamericana que desconoció o no conoció Lacan, toma una aproximación metapsicológicamente pobre, centrada en la descripción y en la conducta, la adaptación al medio y la introducción de términos alejados de la intención freudiana. El sujeto narcisista es para Kernberg una persona centrada excesivamente en sí mismo, que se adapta eficazmente al medio pero en forma superficial, presentando importantes distorsiones respecto a sus relaciones de objeto. Subraya la dependencia desmedida que tiene de la admiración y homenaje de los otros. Existe un contraste entre su adaptación social y la incapacidad de empatía o déficits en su capacidad de amar. Se muestran insatisfechos consigo mismos y tienden a explotar al prójimo.

    Kohut a diferencia de Kernberg, dice que los pacientes que tienen una alteración narcisista, “no son fronterizos” y “no son necesariamente personas muy enfermas” (sin especificar que quiere decir con: “no muy enfermo”), definiendo el eje de la problemática narcisista en torno a alteraciones de la autoestima, del sentirse dentro de sí mismos, de sentirse reales. Como consecuencia, es relevante para ellos, la respuesta del ambiente, necesitando frecuentemente del aplauso de los otros.

    A pesar de coincidir en muchos planteos con Kohut, Kernberg difiere en las explicaciones etiopatogénicas y estructurales que aporta Kohut y por lo tanto, a partir de esas diferencias, discrepa con ciertas indicaciones técnicas. De hecho, divide el narcisismo en: narcisismo normal adulto, narcisismo normal infantil y narcisismo patológico.

    El sí-mismo grandioso descripto por Kohut constituye para Kernberg el resultado de la fusión de imágenes del sí-mismo ideal con el sí-mismo real y con el objeto, aunque difieren respecto a su origen: para Kohut, el sí-mismo grandioso refleja la fijación en un sí-mismo primitivo y arcaico pero normal, mientras que para Kernberg constituye una estructura patológica netamente diferente del narcisismo infantil normal.

    Otro punto de divergencia es el relacionado con la naturaleza de la libido objetal y narcisista. Para Kohut la libido narcisista tiene una línea de evolución paralela e independiente de la libido objetal. En cambio para Kernberg no es posible divorciar el estudio del narcisismo normal y patológico de las vicisitudes de los derivados de instintos tanto libidinales como agresivos, y los del desarrollo de los derivados estructurales de las relaciones objetales internalizadas.

    La importancia que Kernberg da a los impulsos agresivos se pone de relieve al ahondar en las explicaciones que uno y otro autor ofrecen ante ciertos fenómenos transferenciales. Para Kohut la transferencia idealizadora es la expresión de una falla primitiva de los objetos del self idealizados, quienes no permitieron al niño vivir la experiencia de idealización y fusión con un objeto externo. Kernberg, por su parte, distingue en la transferencia idealizadora una formación patológica resultante de la condensación del sí-mismo con las imágenes del objeto real y del sí-mismo ideal. En dicho vínculo se puede observar una intención defensiva contra la expresión de la rabia y la envidia. El desarrollo narcisista no manifiesta fallas estructurales que la terapia podrá reparar sino una distorsión y desvalorización activa de los objetos externos. En síntesis, el problema que se expresa a través de la transferencia idealizadora no es un defecto de los objetos externos sino una incapacidad del sujeto de idealizar a sus progenitores a consecuencia de tener grandes montos de rabia y envidia en su relación con ellos.

    Por lo tanto, surgen importantes discrepancias técnicas, Kernberg critica a Kohut que no interpreta las pulsiones agresivas y además, su propuesta de permitir la idealización del analista por parte del paciente. Opina que esto hace degenerar la técnica en una psicoterapia de apoyo, dado que aceptar la admiración implica un abandono de la posición neutral, en la misma medida en que lo hace la hiper-objetividad crítica».

    No es lo único que sucede actualmente en el psicoanálisis. Mc Dougall combina dos organizaciones de la economía narcisista en aparente contradicción. Mientras Kernberg y Kohut ponen el acento en el aspecto adaptativo o en el narcisista de “tipo social”, Mc Dougall (ex – analizante de Lacan) plantea que como contracara del sujeto que se aferra al mundo, al otro-espejo que le devuelve su identidad y valor, existen otros que necesitan huir hacia la soledad, aferrarse a sí mismos, dado que el otro es vivido en forma intrusiva y por ende “necesita cerrar la puerta al mundo para no desaparecer en los demás”. Realiza aportes interesantes en relación a lo simbólico, con una clara influencia de Lacan y Winnicott, señala que en estos sujetos, tiene lugar una perturbación a nivel psíquico, que dificulta la representación de sí mismos lo cual devela la fragilidad de su economía. Es la imagen de sí la que se esfuma o la imagen del otro; lo especular nos remite a esto, pero no es uno, es lo dual en estricta dependencia. De allí, que ella alude a la dificultad de representar la ausencia, muchas veces expresado a nivel transferencial.

    Según Laplanche la de Lacan constituye la tentativa más elaborada para tratar de llenar el vacío que deja la noción freudiana del yo en la descripción del «nuevo acto psíquico» susceptible de provocar el pasaje del autoerotismo al narcisismo. La intención de Lacan, nos comenta Laplanche, no sería vincular de manera necesaria la aparición del yo humano con la creación del instrumento del espejo, ni con el hecho de que Narciso pueda contemplar su imagen en el agua sino con el reconocimiento de la forma del otro humano lo que implicaría la alteridad a diferencia de lo que propone Allouch, y la precipitación correlativa en el individuo de un primer esbozo de dicha forma. Según Laplanche, sin embargo, sería inexacto decir que Freud no delimitó el lugar de la identificación especular, que ya se halla presente en Duelo y melancolía (1917) y sobre todo en un pasaje de El yo y el ello (1923), donde especifica que «el yo es ante todo un yo corporal, no es tan solo un ser de superficie, sino que es en sí mismo la proyección de una superficie».

    Green al abordar el tema del narcisismo en su obra Narcisismo de vida y de muerte, publicado en 1983, reúne escritos que van de 1966 hasta dicha fecha. Considera la estructura narcisista como un componente fundamental e insustituible de la esencia humana.

    Green subraya que en el tema del narcisismo, dado que Freud ha permanecido excesivamente atado al tema de las neurosis, y en particular a las de transferencia, se hace indispensable lograr una continuidad conceptual sin introducir una contraposición neta entre la vieja y la nueva conceptualización metapsicológica.

    El deseo, entendido como el movimiento a través del cual el sujeto busca el objeto, constituye por consiguiente la unión entre la vieja conceptualización, fundada sobre el análisis de la neurosis y la nueva apoyada sobre la clínica de los casos límite. Se aspira a una satisfacción no sometida a la dependencia del objeto, logrando un silencio del deseo; cuando el otro impone una desmentida a la omnipotencia se genera la rabia narcisista. Esa insatisfacción lo priva al narcisista de ser liberado, por la satisfacción, del deseo. Green puntualiza, se busca más bien, un deseo de satisfacción que una satisfacción de deseo.

    Según Green: «lo que hace del narcisismo un estado mortífero es sin duda la autosuficiencia que frena todo intercambio verdadero, o limita los intercambios a relaciones especulares, condenando a la esclerosis al sistema cerrado que él constituye, como esas células que mueren por sobrecarga de grasa». También considera el dormir como manifestación narcisista tanática y el soñar como expresión del narcisismo libidinal. Así tendríamos como indispensable un cierto narcisismo, pero que intensificado en sus propiedades y funciones, llevaría a una anulación del Yo y un daño a los objetos exteriores. Volviéndose contra el sujeto a manera de anular su capacidad de vida, y empujándolo a la pulsión de muerte.

    Para terminar mi intervención, quiero ofrecer dos casos clínicos a ustedes sobre el asunto del amor y el narcisismo que les sorprenderán.

    El primero es el de Descartes, quien hoy consideramos el padre de la filosofía moderna, aquel que pudo desplazar el centro del hombre puesto en Dios y ponerlo en el Yo pienso, en el Cogito, es decir en el sujeto mismo. Lacan ha mencionado en diversos seminarios como ese Yo pienso, implica una fe en la conciencia que lleva al error, pero como filósofo no puedo negar la importancia de este hombre que escribió en primera persona su obra, a diferencia de muchos contemporáneos, y que fundó un estilo crítico de pensamiento que después daría lugar a la reflexión kantiana y más tarde a la psicoanalítica. Son dos pasos sucesivos ineludibles para entender los orígenes del proyecto freudiano.

    Russell Shorto tiene un libro muy gracioso de nombre Los huesos de Descartes, dónde describe el camino extraño que tuvo su esqueleto, la pelea entre Suecia y Francia por establecer su tumba monumento, el robo de su cráneo que llegó a ser atracción en una casa de juego, las diversas investigaciones médicas sobre esos restos, su uso para elaborar anillos distribuidos en una sociedad secreta de pensadores de la razón. Pero no quiero contar esa historia que de alguna manera, pone en evidencia – una vez más – la estupidez del hombre y los límites reducidos de la razón.

    Les hablaré en esta ocasión, brevemente, de una anécdota sobre él que pone en duda su fe ciega en la razón cuestionándola a través de sus actos. Descartes tuvo una hija con la criada de un amigo que después llevó a vivir con él, sin llegarse a casar con ella. La niña Francine es el sol de la vida de este hombre, que planea educarla de la mejor manera posible a la luz de la razón. Pero ella muere a los 5 años por escarlatina y su padre se sume en una profunda depresión que le hace perder peso y llegar hasta la enfermedad. Entonces, usando sus conocimientos de diseño, mecánica y matemáticas, concibe crear una pequeña autómata mecánica con los rasgos e identidad de su hija, y pide a un relojero que le ayude a construir una muñeca de metro y medio, con una bella cara de porcelana basada en el rostro de la niña y logra que sea capaz de levantarse y moverse. Esto hace que se recupere el filósofo, y retome su trabajo, viajando a las más importantes Cortes de Europa acompañado siempre de un baúl. Allí trae a la nueva Francine, a la que se dirige cómo si fuera una persona, habla con ella y le consulta lo que tiene que hacer. Se cuenta que uno de éstos viajes, el capitán del barco que navegaba por el mar de Holanda, no pudo contener la curiosidad y entró en el camarote de Descartes a escondidas. Consiguió forzar el candado y abrir el baúl. Al ver la muñeca se extraño sobremanera, pero lo hizo mucho más al comprobar que era capaz de moverse por si sola. Aterrorizado, sale a cubierta y arroja la muñeca por la borda. Así fue como ocurrió la segunda muerte de la hija de Descartes.

    La otra historia que quiero contarles es más reciente, más siniestra quizás, pero retrata muy bien nuestra relación de amor posesivo con el objeto, que lleva a niveles delirantes, cuándo éste se ha perdido.

    El célebre pintor Oskar Kokoschka se enamora de la viuda del compositor Gustav Mahler y una suerte de femme fatale de la época: Alma. El romance entre Alma y Oscar dura tres años. La relación fue muy tormentosa – la psiquis de Oskar era bastante frágil – pues él intenaba captar la escencia de Alma todo el tiempo. La leyenda dice que estaba con ella en la cama y sólo se levantaba para pintarla. Alma se había convertido en su obsesión. Poco después, Alma queda emabarazada de su amado, pero aborta la criatura y esto lo hunde más en el desequilibrio. Finalmente, Alma rompió la relación con él y testimonio de estos momentos es el cuadro La novia del viento. Temiendo la persecución y la locura de Kokoschka, Alma se casó en 1915 con el arquitecto Walter Gropius y al año siguiente nació la hija de ambos, Manon.

    Kokoschka se hundió más en la depresión. No sabía cómo ni con quién reemplazar a Alma, así que tuvo una idea muy singular para hacerlo. Escribió a una frabricante de muñecas en Munich, Hermine Moos en 1918, y le encargó una de tamaño natural que en todo se pareciera a Alma Mahler. Él no quería tener una moña infable, sino que quería una mujer en todos los sentidos. En su carta decía: “Ayer envié un dibujo a tamaño real de mi amada y le pido que lo copie con el máximo cuidado y lo transforme en realidad. Preste especial atención a las dimensiones de la cabeza y el cuello, al pecho y las extremidades. Y tómese en serio los contornos del cuerpo, por ejemplo la línea del cuello a la espalda, o la curva del vientre. Por favor permita a mi sentido del tacto disfrutar de los lugares donde capas de grasa o músculo dan lugar a una sinuosa cubierta de piel. Para la primera capa (dentro), por favor use, pelo de caballo fino y rizado; debe comprar un viejo sofá o algo similar y tener el pelo desinfectado. Entonces, sobre esa, una capa de cojines rellenos con lana para las posaderas y pechos. El objeto de todo esto para mí es una experiencia que debo ser capaz de abrazar.”

    Al fabricante, el hacer la muñeca perfecta, le llevó su tiempo, y ansiosísimo, Kokoschka le vuelve a escribir: “¿Puede abrir la boca? ¿Hay dientes y lengua? Espero que sí!”

    La muñeca llega a manos de Kokoschka en febrero de 1919. Se trata de una muñeca tamaño natural con piel muy fina al tacto y rellena de plumas. La desilusión de Kokoschka es enorme: “…en lugar de una loca ilusión, en vez de una seductora criatura de ensueño con la que estuve fervientemente obsesionado hasta ahora, lo que me mira fijamente es un fantasma … un esfuerzo lastimoso, un muñeco articulado … Fue un golpe terrible…”

    No obstante la desilusión, Kokoschka decide conservar la muñeca y usarla como modelo para sus pinturas. La tiene en su salón, vestida con las mejores galas de París que renueva una y otra vez. Un periódico de la época, cuenta cómo se presentó con ella en el palco de la Ópera para una función.

    Hastiado finalmente de la muñeca, acaba con ella. Da una fiesta orgiástica y allí la elimina, rompiéndole una botella de vino tinto en su cuerpo y cara. Por esos días, en la comisaría se recibe una acusación por homicidio, hasta que se aclara que la mujer encontrada ensangrentada cerca de su casa, era su fetiche y no una mujer real.

    En ambas narraciones, se encuentra la desgracia de la pérdida de la amada narrada con minuciosidad por Freud en Duelo y Melancolía (1917) y que se resume en la frase: La sombra del objeto ha caído sobre el Yo. Pero quizá en el fondo, nuestro Yo no sea más que un almacén de sombras escritas con las piedras, cómo diría el trágico Paul Celan en su poema En los ríos:

    En los ríos, al norte del futuro,

    Tiro la red, que tú, indecisa

    Llenas con sombras

    Escritas por las piedras.

    Fuentes de consulta:

    De Mijolla Alain. International dictionary of psychoanalysis. Thomson Gale. 2005.

    Freud Sigmund. Obras completas. Ed. Amorrortu. Buenos Aires 1986. 2ª Edición.

    Roudinesco & Plon. Dicionário de Psicanálise. Zahar. Rio de Janeiro, 1998.

    Laplanche & Pontalis. Ed. Paidós. Buenos Aires 1996.

    [1] Conferencia magistral pronunciada durante el Coloquio A cien años de Introducción al Narcisismo. Convocado por Psicoanalistas Asociados de México y la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). Museo León Trotsky. 24 y 25 de Octubre de 2015.

  • EL HOMBRE DE LOS LOBOS Y LA “CAMISA PUESTA”

    EL HOMBRE DE LOS LOBOS Y LA “CAMISA PUESTA”

    Por LUIS CARLOS VÁZQUEZ VIDRIO*

    0.

    En su nota introductoria a De la historia de una neurosis infantil, James Strachey nos dice que el del Hombre de los lobos es “el más importante de los historiales clínicos de Freud”[1], una estimación en la que se observa coincidencia entre los estudiosos del caso.

    Por supuesto, el elemento más destacado del historial lo constituye el sueño de los lobos, en el cual Freud encontró que poseía carácter probatorio de la sexualidad infantil, tanto así que llegó a solicitar a los psicoanalistas que reuniesen y analizaran sueños de sus pacientes que éstos habían tenido en la infancia y que los recordaran desde entonces, y cuya interpretación autorizara la inferencia de que los pacientes habían sido, en su primera infancia, espectadores de un comercio sexual.

    Este interés de Freud trajo consigo el surgimiento de varios elementos de valor, nos dice Strachey quien, entre otros señala “el nexo entre ‘escenas primordiales’ y las ‘fantasías primordiales’, que condujo en forma directa al oscuro problema del posible carácter hereditario de estas últimas.”[2]

    En este ensayo abordaré una propuesta del historiador italiano Carlo Ginzburg[3], la cual consiste en analizar algunos elementos del caso del Hombre de los lobos desde la perspectiva de una investigación acerca del folklore esloveno, es decir, considerando componentes de las raíces culturales del célebre paciente de Freud. Luego intentaré entrever posibles consecuencias clínicas del desconocimiento de este material que Ginzburg le señala al creador del psicoanálisis.

    1.

    Empezaré con una digresión. En uno de los seminarios de Lacan[4], una alumna suya, Rosine Lefort, expuso el caso de Roberto, un niño de 3 años y 9 meses quien, carente por completo de habla coordinada, todo el día únicamente repetía gritando: “¡El lobo!”. Conviniendo en la dificultad para establecer un diagnóstico, el Dr. Lang aventuró el de “delirio alucinatorio”.

    Lefort puso a Roberto el sobrenombre de “el niño-lobo”, explicando que “tal era, verdaderamente, la representación que tenía de sí mismo”[5]. En su descripción del caso, la analista relata varios pasajes en los que el niño, presa de angustia, aullaba “¡el lobo!”, palabra con la que condensaba su confusa autoimagen[6]: “Roberto no era más que una serie de objetos por los que entraba en contacto con la vida cotidiana, símbolos de los contenidos de su cuerpo”. En esa simbología –indica Lefort- la arena eran las heces; el agua, la orina; y la leche, aquello que entra en su cuerpo. Pero el niño no diferenciaba esto y todos los contenidos estaban unidos en el mismo sentimiento de destrucción permanente de su cuerpo, sentimiento que aullaba con “¡el lobo!”.

    1.1.

    En la discusión del caso, Jean Hyppolite preguntó por el origen en Roberto de la expresión “el lobo”, a lo que inicialmente Lefort respondió que en las instituciones es frecuente que las enfermeras asusten a los niños con este animal. Y añadió que en la institución en donde llevó el tratamiento de Roberto, cierto día en que los niños estaban insoportables, fueron encerrados en la sala de juegos y entonces, para que se portaran bien, una enfermera salió e imitó el aullido del lobo.

    A otra pregunta expresa en cuanto a por qué el miedo al lobo quedó fijado en el niño, para Lefort no había duda de que, al menos en parte, el lobo era para Roberto la madre devoradora y, frente al escepticismo de Hyppolite, abundó:

    En las historias infantiles siempre se dice que el lobo va a comer. En el estadio sádico-oral, el niño tiene deseos de comer a su madre, y piensa que su madre va a comerle. Su madre se convierte en lobo. Creo que aquí está, probablemente, pero no estoy segura, la génesis. Hay en la historia de este niño muchas cosas ignoradas, que no he podido saber. Cuando quería ser agresivo conmigo no se ponía en cuatro patas, ni ladraba. Ahora lo hace. Ahora sabe que es un ser humano, pero de vez en cuando necesita identificarse a un animal, como lo hace un niño de dieciocho meses. Y cuando quiere ser agresivo, se pone en cuatro patas, y hace uuh, uuh, sin la menor angustia. Después se incorpora y sigue el curso de la sesión. Sólo puede expresar su agresividad en ese estadio.[7]

    Hyppolite observa en esta descripción dos planos: en la compulsión, es el lobo el que le produce angustia al niño; mientras que cuando supera esa angustia, es el momento en que juega al lobo.

    1.2.

    Acerca del tema del lobo, Lacan intervino señalando que éste “plantea todos los problemas del simbolismo: no es una función delimitable, ya que debemos buscar su origen en una simbolización general.”

    Y añade: “¿Por qué el lobo? No es un personaje demasiado familiar en nuestras comarcas. El hecho de que el lobo haya sido elegido para producir estos efectos nos remite, directamente, a una función más amplia en el plano mítico, folklórico, religioso, primitivo. El lobo se vincula con una filiación a través de la cual llegamos a las sociedades secretas, con lo que las mismas suponen de iniciático, ora en la adopción de un tótem, ora en la identificación con un personaje.”[8]

    2.

    Ahora abordemos el historial freudiano del Hombre de los lobos. Freud nos informa que su paciente padeció a los 4 años una perturbación neurótica, a saber, una histeria de angustia que se expresaba en una zoofobia, en la que la fobia a los lobos ocupaba un lugar predominante.

    Podríamos preguntar: ¿Por qué el lobo? El material aportado por el paciente indica que en esa época su hermana, dos años mayor que él, lo atemorizaba con una ilustración del libro “El lobo y los siete cabritos”, en la que se observaba un lobo erguido y en posición de avanzar. Esto provocó que el pequeño Sergei (nombre de pila del Hombre de los lobos) un miedo a que viniera el lobo y se lo comiera.

    2.1.

    Sergei relató a Freud lo que él estimaba su primer sueño de angustia, el cual tuvo cuando contaba con “tres, cuatro, a lo sumo cinco años”. El conocido sueño fue comunicado como sigue:

    He soñado que es de noche y estoy en mi cama (mi cama tenía los pies hacia la ventana, frente a la ventana había una hilera de viejos nogales. Sé que era de invierno cuando soñé, y de noche). De repente, la ventana se abre sola y veo con gran terror que sobre el nogal grande frente a la ventana están sentados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o siete. Los lobos eran totalmente blancos y parecían más bien como unos zorros o perros ovejeros, pues tenían grandes rabos como zorros y sus orejas tiesas como de perros al acecho. Presa de gran angustia, evidentemente de ser devorado por los lobos, rompo a gritar y despierto.[9]

    El paciente agrega que tras su grito, su aya se precipitó a su cama para averiguar qué había ocurrido, y que luego él pasó largo rato para convencerse de que sólo había sido un sueño antes de poder volver a dormir. Asimismo, subraya que la única acción en el sueño “fue el abrirse la ventana, pues los lobos estaban sentados totalmente tranquilos y sin hacer movimiento alguno sobre las ramas del árbol, a derecha e izquierda del tronco, y me miraban. Parecía como si hubieran dirigido hacia mí toda su atención.”[10]

    2.2.

    Las primeras ocurrencias de Sergei apuntaron hacia su angustia a la imagen del lobo erguido, en tanto que los elementos del contenido manifiesto “lobos blancos”, “lobos trepados en el árbol” y “seis o siete lobos”, condujeron respectivamente a: 1) sus paseos infantiles con el padre a una finca donde luego hubo peste y muerte de ovejas; 2) al cuento de su abuelo acerca del lobo que irrumpe en la habitación del sastre; y, 3) al cuento de “El lobo y los siete cabritos”.

    Tres elementos del sueño provocaron máxima impresión en el soñante: a) el total reposo e inmovilidad de los lobos; b) la tensa atención con que lo miraban los lobos; y, c) el duradero sentimiento de realidad efectiva. De este último, Freud subraya que un tal sentimiento de realidad indica que dentro del material onírico latente hay algo que reclama realidad efectiva en el recuerdo. Se trataría de una escena ignorada a la que conducirían los aspectos de mirar atento y de inmovilidad.

    Del material brindado por el soñante, Freud plantea un primer bosquejo de reconstrucción: “Un episodio real – de una época muy temprana – mirar – inmovilidad – problemas sexuales – castración – el padre – algo terrorífico.”[11] La clave para la comprensión del sueño la aportó poco después Sergei cuando al elemento “de repente, la ventana se abre sola” atribuyó el significado “los ojos se abren de pronto”. Freud atisba entonces lo que se oculta tras la inmovilidad manifiesta en el sueño, a saber, su contrario, un violentísimo movimiento. “Él despierta, pues, de repente, y ve ante sí una escena de intensa movilidad, que mira con tensa atención.”[12]

    Así, tras un largo y minucioso análisis, Freud descifró tras ese sueño, reconstruido a posteriori (Sergei entró a análisis cuando contaba con 23 años), la elaboración de una experiencia vivida por el paciente ruso a una edad muy temprana, más o menos al año y medio de edad: la escena primordial del coito entre el padre y la madre.

    2.3.

    La escena primordial es reconstruida de la siguiente manera:

    Dormía, pues, en su camita en la habitación de sus padres cuando despertó, tal vez a consecuencia de un aumento de la fiebre, pasado el mediodía, quizás hacia las cinco de la tarde, la hora señalada luego para la depresión. Armoniza con la hipótesis de un caluroso día de verano que los padres desvestidos a medias se hubieran retirado para dormir la siesta. Al despertar fue testigo de un coitus a tergo repetido tres veces, pudo ver los genitales de la madre así como el miembro del padre y comprendió el hecho así como su significado. Por último, perturbó el comercio entre los padres de una manera a que luego nos referiremos.[13]

    En una nota a pie de página, Freud indica que la comprensión del hecho y de su significado los obtuvo Sergei con efecto retardado, a los 4 años, en virtud de tres factores: su desarrollo, su excitación sexual y su investigación sexual. En tanto que la forma en la que interrumpió el coito entre el padre y la madre fue “mediante una evacuación que le dio motivo para berrear”[14].

    3.

    En su consideración de la fobia, Freud explica que ésta surgió en el nivel de la organización genital, presentando el mecanismo “relativamente simple” de una histeria de angustia. “El yo se protege mediante un desarrollo de angustia de aquello que valora como un peligro hiperpotente: la satisfacción homosexual. Empero, el proceso represivo deja tras sí una estela que no puede ocultársenos. El objeto al que se anudó la meta sexual temida tiene que hacerse subrogar por otro ante la conciencia. No deviene consciente la angustia ante el padre, sino la angustia ante el lobo.[15] Vale decir, lo que salió a la luz fue la angustia a ser devorado por el lobo, sustituto desfigurado de la angustia de Sergei a ser poseído sexualmente por el padre[16].

    Hasta aquí parecería que la pista seguida por Freud para comprender la sustitución del padre por el lobo no representa complicaciones. La estampa del lobo erguido y en posición de avanzar resultó ad hoc para sustituir la posición del padre en el coito a tergo con su mujer. A lo que sin duda se suma la historia contada por el abuelo acerca del lobo que irrumpió por la ventana en el cuarto del sastre, quien terminó arrancándole el rabo al intruso.

    4.

    Basándose en una investigación que realizó sobre el folklore eslavo, Carlo Ginzburg propone observar algunos de los elementos del caso del Hombre de los lobos desde un ángulo diferente al sugerido por Freud. En su propuesta, el historiador italiano retoma tres elementos del informe freudiano: a) El origen ruso y aristocrático de Sergei; b) que éste nació el día de Navidad; y, fundamentalmente, c) que había nacido “con la camisa puesta”. Este último punto se refiere al dato aportado por Freud en cuanto a “la queja en que el paciente resumía su padecer”, no otra cosa “que el mundo se le escondía tras un velo”[17]. Ese velo sólo se desgarraba cuando el bolo fecal atravesaba el ano con la ayuda de una lavativa, tras lo cual “se sentía de nuevo bien y por un breve lapso veía el mundo claro”.

    4.1.

    Ahora bien, Freud refiere que apenas un poco antes de terminar el tratamiento, Sergei recordó “que había escuchado que él vino al mundo con una cofia fetal”. Y el dato no es ocioso pues, debido a esa “cofia fetal”[18] el paciente “siempre se tuvo por un afortunado a quien nada malo podía pasarle”. Esa confianza, empero, se resquebrajó por el golpe narcisista que le significó la afección gonorreica que deterioró su cuerpo, mecanismo que repitió al que ya había vivenciado en su infancia frente a la posibilidad de la castración y que derivó en el estallido de su fobia al lobo.

    Del anterior pasaje, Freud concluye: “La cofia fetal es, por tanto, ese velo que lo oculta del mundo y le oculta el mundo. Su queja es en verdad una fantasía de deseo cumplida, ella lo muestra de regreso en el seno materno; ciertamente, es la fantasía de deseo de la huida del mundo. Cabe traducirla así: ‘Soy tan desdichado en la vida que debo regresar al seno materno.”[19]

    5.

    Carlo Ginzburg nos informa que entre los siglos XVI y XVII, perseguida por la Inquisición, se difundió una extraña secta por el Friuli, al norte del Adriático, una zona en la que convergen poblaciones alemanas, eslovenas e italianas. Los miembros de esa secta se autodefinían como benandanti, los “bienaventurados”. Dato relevante es que los benandanti sostenían “haber nacido con la camisa puesta, por lo que, en consecuencia, estaban obligados, cuatro veces por año, a ir a combatir, pero sólo en espíritu, por la fertilidad de las cosechas contra brujos de ambos sexos; o bien, como alternativa, a asistir a las procesiones de los muertos.”[20]

    Ginzburg advierte que si bien la creencia de los benandanti en las batallas nocturnas por la fertilidad era bastante ajena a las difundidas por entonces en Europa, no se restringía al Friuli. El historiador pudo detectar un caso paralelo en Livonia en el siglo XVII, contra un viejo “lobisón”, es decir un lobo. Este anciano contó a los jueces inquisidores que “tres veces por año se dirigía, con otros lobisones, ‘al final del mar’, para luchar contra brujos y brujas por la fertilidad de las cosechas”[21].

    5.1.

    Tras observar la analogía de las creencias de este viejo lobo livonio con las de los benandanti, Ginzburg reconoce la dificultad que entraña su interpretación. Pero apoyándose en un ensayo de 1947 de Jakobson y Szeftel, comunica que estos demuestran que en el folklore eslavo se les atribuían poderes excepcionales a los individuos nacidos “con la camisa puesta”. Significativo es que, por sobre todos esos poderes se encontraba la facultad de convertirse en lobos.

    En la figura de los lobos del folklore eslavo y del báltico, Ginzburg reconoce características chamánicas advertidas en los benandanti y compartidas por otros personajes del folklore europeo, como los táltos de Hungría, los kersniki dálmatas y otros más. Todos ellos, nos dice Ginzburg, “aseguraban poseer la capacidad de viajar periódicamente (en espíritu o bajo formas animales) al mundo de los muertos. Su destino estaba marcado por características especiales: haber nacido con dientes (los táltos), con la camisa puesta (benandanti, kersniki, lobisones), o bien durante los doce días que corren entre Navidad y Reyes”[22].

    5.2.

    A juicio de Ginzburg no ha de considerarse casual la aparición de estos elementos culturales en el sueño de infancia del futuro paciente de Freud. Bajo la consideración de la pertenencia del conocido como Hombre de los lobos a una familia de la alta aristocracia rusa, para Ginzburg no es improbable que el pequeño Sergei hubiese tenido contacto con el mundo de las creencias folklóricas eslovenas y bálticas relacionadas con los lobos, a través de su amada ñaña, a quien estaba muy apegado y que es la que lo consuela tras el angustiante sueño de los lobos.

    Verosímilmente, pues, la ñaña descrita como supersticiosa, pudo haberle comunicado acerca de los extraordinarios poderes que le daba el hecho de haber nacido con la cofia fetal, es decir “con la camisa puesta”. De modo similar operó la fábula del sastre y los lobos contada por su abuelo, que también pertenece al folklore de la región.

    5.3.

    De tal suerte, Carlo Ginzburg ve en el angustioso sueño infantil de Sergei, entremezclado de ecos fabulosos de los siete lobos subidos al árbol[23], la evocación de los sueños iniciáticos mediante los cuales, en su infancia o juventud, se manifestaba la vocación de los futuros benandanti o de los futuros táltos.

    De hecho, según las creencias, el niño friuliano que llevaba alrededor del cuello la “camisa” dentro de la cual había nacido y que había sido guardada por su madre, tendría una noche, muchos años después, una aparición. Lo que se le aparecería sería un hombre que le decía: “Tú has de venir conmigo, porque tienes una cosa de las mías”.

    6.

    Tras hurgar en estos elementos del folklore propio de la cultura de la que provenía Sergei Pankejeff, Carlo Ginzburg concluye sin titubeos:

    Es así como en el sueño del hombre de los lobos podemos descifrar un sueño de carácter iniciático, inducido por el ambiente cultural que lo circundaba o, más concretamente, por una parte de ese ambiente. Sometido a presiones culturales contradictorias (la ñaña, la institutriz inglesa, sus padres, sus maestros) el hombre de los lobos no emprendió el camino que dos o tres siglos antes hubiera tenido expedito. En lugar de convertirse en lobisón, se volvió un neurótico al borde la psicosis.[24]

    6.1

    Ginzburg no escatima elogios al dominio de que hacía gala Freud sobre el contexto diurno, así como a su agudo desciframiento de alusiones literarias o de cualquier otra índole, cuando de interpretar los sueños de sus pacientes vieneses, y por supuesto de los suyos propios, se trataba. Pero le recrimina su desconocimiento del contexto cultural (s bien lo reconoce distante al de Freud), del cual había brotado el sueño del pequeño Sergei y cuya consecuencia radicó, a juicio del historiador italiano, en reducir el análisis a “la experiencia individual, reconstruida a través de la red de asociaciones inducidas por el analista”[25]. Incluso sugiere que si Freud hubiese sabido de una recopilación de fábulas rusas realizada por Afanásiev, habría encontrado en la fábula “El lobo imbécil” la respuesta a la pregunta de por qué seis o siete lobos, dicho lo cual lamentablemente Ginzburg no nos revela la respuesta.

    Si bien reconoce que las implicaciones culturales que el hecho de nacer “con la camisa puesta” revestía en el folklore eslavo completan pero no refutan la interpretación propuesta por Freud, califica de grave desde el punto de vista hermenéutico la no identificación del vínculo entre el haber nacido con la camisa puesta y los lobos.

    En esencia, entonces, la crítica de Carlo Ginzburg al análisis freudiano en el caso del Hombre de los lobos radica en lo siguiente: “la individualización de un núcleo sexual traumático en las creencias relacionadas con el sábbat, los lobisones y demás se traduce en una simplificación arbitraria”[26].

    7.

    En primera instancia podría objetarse al historiador que su crítica parece situarse en la línea de los añejos ataques al supuesto pansexualismo del psicoanálisis, cuyos argumentos Jean Laplanche exhibió con claridad que reposan en un desconocimiento: “Se ha pretendido que Freud decía que todo era sexual, mientras que Freud, y esto es algo muy diferente, decía que hay algo sexual en todo. Existe algo sexual en toda actividad, en toda palabra, y es esto lo que el psicoanálisis viene a destacar.”[27]

    Y es este “algo sexual en todo” que el psicoanálisis destaca, lo que le configura su campo específico y sus límites. El paciente de Freud era un neurótico (o psicótico, según el diagnóstico posterior de Ruth Mack Brunswick) y no un lobisón de Livonia del siglo XVII. Por ello, en su análisis se interpretó lo que de sexual había en el angustioso sueño de los lobos, por ejemplo, la represión de la actitud homosexual en el sentido genital, subsiguiente al conocimiento de la castración por el pequeño Sergei.

    7.1.

    Ahora bien, Freud mismo no descartó que hubiese otras interpretaciones del material onírico infantil de Sergei: “Sé, desde luego, que es posible explicar de una manera diversa y más sencilla la sintomatología de este periodo –la angustia al lobo, la perturbación en el comer-, sin referirla a la sexualidad ni a un estadio pregenital de su organización. Quien se incline a desdeñar los signos de la condición neurótica y la trabazón de los fenómenos preferirá esta otra explicación, y no seré yo quien se lo impida. Resulta difícil averiguar algo concluyente acerca de esos comienzos de la vida sexual si no es por los indicados rodeos.”[28]

    Veíamos que en su observación al caso Roberto, Lacan comentó que el lobo remitía a una función más amplia en el plano mítico, folklórico, religioso, primitivo, en razón de que el lobo se vincula con una filiación a través de la cual se llega a las sociedades secretas (con Ginzburg podríamos pensar en el caso de los benandanti), con lo que estas suponen de iniciático, ya sea en la adopción de un tótam o en la identificación con un personaje.

    7.2.

    Esa “función más amplia” a la que remite el lobo podemos colegirla, por ejemplo, en las historias infantiles que siempre dicen que el lobo va a devorar, un elemento cultural al que Rosine Lefort recurrió para tratar de explicar la génesis del grito “¡el lobo!” de Roberto, y que le permitió articularlo con el hecho de que en el estadio sádico-oral, el niño tiene deseos de comer a su madre e imagina que su madre va a comerlo.

    Se trata de un buen ejemplo de cómo en el análisis de un caso, el psicoanálisis sí considera elementos del folklore pero no para quedarse ahí sino para avanzar en la comprensión de la subjetividad. Es de notar que tras el esclarecimiento del simbolismo o, al menos, una parte del simbolismo del lobo, del que por cierto Lacan observa que “no es un personaje demasiado familiar en nuestras comarcas”, éste pasa a exponer la diferencia entre superyó e ideal del yo.

    Por otro lado, Ginzburg carga de más la mano a Freud con su señalamiento de que éste ignoró elementos del folklore que pudiesen aportar comprensión al historial de Sergei, pues en distintos pasajes de su libro somete a revisión “Caperucita Roja”, “El lobo y los siete cabritos” y “El sastre y los lobos”, este último perteneciente al contexto cultural del Hombre de los lobos.

    8.

    En su recapitulación del historial del Hombre de los lobos, Freud destaca dos de entre los numerosos problemas que el caso sugiere. Uno de ellos concierne a “los esquemas congénitos por vía filogenética” los cuales “procuran la colocación de las impresiones vitales” y sustentan “la concepción de que son unos precipitados de la historia de la cultura humana”[29].

    El esquema filogenético más conocido es el complejo de Edipo, “que abarca el vínculo del niño con sus progenitores”. Tomando al Edipo como modelo, Freud argumenta: “Donde las vivencias no se adecuan al esquema hereditario, se llega a una refundición de ellas en la fantasía […]. Precisamente estos casos son aptos para probarnos la existencia autónoma del esquema. A menudo podemos observar que el esquema triunfa sobre el vivenciar individual; en nuestro caso, por ejemplo, el padre deviene castrador y pasa a ser el que amenaza la sexualidad infantil pese a la presencia de un complejo de Edipo invertido en todo lo demás.”[30]

    Resulta difícil abstenerse de la tentación de ver en la imagen onírica de los lobos[31] sentados sobre el árbol y mirando fijamente a Sergei, acaso una forzada resonancia con la creencia de los benandanti acerca del niño que habiendo nacido con la camisa puesta, años después una noche tendría una aparición, la de un hombre que le decía: “Tú has de venir conmigo, porque tienes una cosa de las mías”. Si Freud hubiese seguido esta vía ¿habría trabajado el sentimiento de omnipotencia de Sergei por sobre su temor al padre devenido castrador? ¿Lo primero hubiera eclipsado a lo segundo?

    8.1.

    Para Ginzburg, el sometimiento a presiones culturales contradictorias fue lo que privó a Sergei de convertirse en lobo como hubiese hecho tres siglos atrás y lo volvió neurótico al borde de la psicosis. Se trata de uno de sus puntos de apoyo para lanzar contra Freud los dardos de su crítica acerca de la “simplificación arbitraria” que a su juicio éste operó con las creencias del folklore reduciéndolas a un núcleo sexual traumático individual, consecuencia del “grave error” hermenéutico de no saber identificar la relación entre haber nacido “con la camisa puesta” y los lobos.

    Pese a su cuestionamiento a Freud, Ginzburg fue cauto al señalar que su interpretación de algunos elementos del historial de Sergei Pankejeff completaba, mas no refutaba, la interpretación propuesta por Freud en cuanto a “las implicaciones psicológicas que el mismo hecho[32] había asumido en la psiquis del paciente”[33].

    Empero, cabe preguntarse si un profundo conocimiento del folklore eslavo por parte de Freud habría cambiado sustancialmente el rumbo del análisis del Hombre de los lobos. Y de haber sido así, ¿en qué sentido? ¿Habría acaso emergido en primer plano el simbolismo iniciático del lobo en el folklore eslavo como una zona libre de contaminación de ese “algo de sexual” que el psicoanálisis destaca que puede haber en todo?

    LUIS CARLOS VÁZQUEZ VIDRIO

    Guadalajara, Jal.

    Febrero 2016

    (*) Psicoanalista. Miembro asociado del Círculo Psicoanalítico Mexicano y miembro cofundador del Círculo de Estudios Psicoanalíticos de Jalisco.

    [1] Freud, S. (1918 [1914]), Obras completas, t. XVII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, p. 3.

    [2] Op. cit., p. 6.

    [3] Ginzburg, C. (1986), Mitos, emblemas e indicios, Gedisa Editorial, Barcelona, 1989.

    [4] El seminario de Jacques Lacan. Libro 1: Los escritos técnicos de Freud 1953-1954. Texto establecido por Jacques-Alain Miller, Editorial Paidós, Barcelona, 1981.

    [5] Op. cit., p. 143.

    [6] Ibíd., p. 150.

    [7] Ibíd., p. 159.

    [8] Ibíd., p. 160.

    [9] Freud, S., De la historia de una neurosis infantil, cit. p. 29.

    [10] Ibíd.

    [11] Ibíd., p. 34.

    [12] Ibíd.

    [13] Ibíd., pp. 36-37.

    [14] Ibíd., p. 74.

    [15] Ibíd., p. 102.

    [16] Ibíd., p. 97.

    [17] Ibíd., p. 91.

    [18] En una nota del traductor Carlos Catroppi, éste aclara (p. 208) que la imagen de la “camisa puesta” que menciona Ginzburg, en realidad lo que denota es el caso de criaturas que han nacido envueltas en el amnios, la membrana que normalmente recubre el feto dentro del útero. Así pues, desde la perspectiva del autor, la cofia fetal con la que el Hombre de los lobos escuchó que había nacido, es el amnios, o sea la “camisa puesta” del folklore eslavo.

    [19] De la historia de una neurosis infantil, p. 91.

    [20] Ginzburg, C., op. cit., p. 199.

    [21] Ibíd.

    [22] Ibíd.

    [23] Lo que llevó a Lacan a llamar al historial como “El árbol cubierto de lobos”.

    [24] Ginzburg, C., cit., p 200.

    [25] Ibíd., p. 201.

    [26] Ibíd., p. 204.

    [27] Laplanche, J. (1981), “El psicoanalista y su cubeta”, en revista Trabajo del psicoanálisis, vol. 1, núm. 2, 1982, México, p. 129.

    [28] Freud, S., De la historia de una neurosis infantil, p. 98.

    [29] Ibíd., p. 108.

    [30] Ibíd.., pp. 108-109.

    [31] Sustituto del padre.

    [32] A saber, las implicaciones culturales que en el folklore eslavo revestía el hecho de haber nacido “con la camisa puesta”.

    [33] Ginzburg, C., ibíd.., p. 201.

  • El camino del psicoanálisis

    El camino del psicoanálisis

    Luis Tamayo

    Introducción.

     

    Es siempre muy estimulante pensar el vínculo entre el psicoanálisis y las filosofías orientales.

    En este ensayo adoptamos la metáfora del camino tan cara a dichas doctrinas para referirnos a la actividad psicoanalítica. De la misma manera, hace ya casi un siglo, Martin Heidegger hizo lo mismo con su filosofía cuando, en la ocasión en la que le solicitaron establecer sus “Obras completas” (Gesamelte Werke) corrigió a su interlocutor diciendo: “Wege, nicht Werke” (Caminos, no obras).[1]

    Si bien ya encontramos en la obra de Freud algunos rastros de las filosofías orientales (como cuando refiere el sentimiento oceánico en las primeras páginas de El malestar en la cultura), fue hasta la segunda década del siglo pasado cuando se realiza un encuentro formal entre el psicoanálisis y una gran filosofía oriental: el zen.[2]

    Los primeros rastros los encontramos en la obra de Jacques Lacan de los años 50. Posteriormente y aprovechando el viaje del monje Zen D. T. Suzuki a América, Erich Fromm organiza un coloquio en la ciudad de Cuernavaca, lo cual dio origen al libro Budismo zen y psicoanálisis.

    En el ensayo del Maestro Suzuki presente en dicho estudio son muchas las ideas que muestran semejanzas ente la práctica zen y la psicoanalítica −lo cual ya había apreciado Jacques Lacan en los años de la Segunda guerra mundial (en los cuales, lo sabemos bien, una de sus actividades principales fue aprender chino). Después de otros acercamientos, y muchas décadas después, Laurent Cornaz y François Jullien retomarán ese análisis y avanzarán en la comparación. Estudiemos algunas de esas ideas.

    El psicoanálisis y el zen: dos caminos fuera del discurso universitario

    El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada.

    Es así como procede en la búsqueda del sentido el maestro budista, según la técnica zen. Corresponde a los alumnos mismos encontrar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex cathedra  una ciencia terminada, aporta la respuesta cuando sus discípulos están a punto de encontrarla.

    Esa enseñanza es el rechazo de todo sistema.

    1. Lacan (1975: 7)

    Cualquiera que haya leído con cierto cuidado la obra de Lacan −cuando diferencia el discurso universitario del analítico− o haya incursionado en la experiencia del análisis, habrá notado la enorme diferencia que tiene el psicoanálisis respecto a lo que ocurre en las universidades.

    En las universidades y demás institutos, incluso el profesor más “progresista” está obligado a “verter” ciertos “contenidos” en sus estudiantes, los cuales deben repetirlos y, dependiendo de la fidelidad de la reproducción, ser “aprobados” o no: si la repetición fue “perfecta” se obtiene un 10, si falla un poco 9, si no se pudo repetir nada se es reprobado.

    Hay ciertas prácticas clínicas que reproducen ese tipo de discurso, aquellas que también califican a los “pacientes” según cierto psicodiagnóstico, el cual es más o menos malo: podemos ser etiquetados como psicóticos, perversos o neuróticos… e incluso “normópatas”. Dicha clasificación, asimismo, permite a sus terapeutas aplicarles diferentes tratamientos o, incluso, medicamentos.

    En la práctica analítica las cosas ocurren de manera enteramente diversa: no sólo el diagnóstico es excluido,[3] sino que la formación del analista discurre entre la reflexión que hace analizando su propia locura en el diván hasta lo que reflexiona con otros en seminarios donde no sólo no es calificado sino donde otro (un conferenciante que presenta sus hallazgos y está “en posición de analizante”)  presenta sus avances respecto a lo que ocurre en su práctica.

    En el estudio antes referido, el Mtro. Suzuki indica que la formación del monje zen no es demasiado diferente a lo que ocurre al analizante en el diván. Ante la emergencia de las preguntas a reflexionar (los “koan”) los discípulos son enviados a meditar (el zazen). No reciben respuesta alguna pues se espera que ellos encuentren su respuesta solos, lo cual puede poner en riesgo incluso su vida.

    Así es narrado en la anécdota zen titulada “Tres días más”:

    Suiwó, el discípulo de Hakuín, era un buen maestro. Durante un periodo de retiro estival, acudió a él un discípulo que venía de una isla del sur de Japón.

    Suiwó le dio el problema: “Escucha el sonido de una sola mano”.

    El discípulo permaneció tres años, pero no logró pasar esta prueba. Una noche acudió al maestro, deshecho en lágrimas: −Debo volver al sur en confusión y vergüenza –le dijo− porque no pude resolver mi problema.

    −Espera una semana más y medita constantemente –le aconsejó Suiwó. Aún así no se dio en él la iluminación. −Intenta aún otra semana−  le dijo Suiwó. El discípulo obedeció pero fue en vano.

    −Una semana más−. Aun así, resultó inútil. Desesperanzado, el discípulo solicitó permiso para partir, pero Suiwó le pidió que meditara aún cinco días. También sin éxito. Entonces le dijo: −Medita tres días más, y entonces, si no alcanzas la iluminación, es mejor que te mates.

    Al segundo día el discípulo quedó iluminado. (Reps, 1994: 60-61).

    Esta anécdota no puede dejar de recordarnos el cuento “Ante la Ley” de Franz Kafka, ese donde un “campesino” debía atravesar una puerta hacia la Ley, la cual tenía un guardián enorme y fiero, al cual el campesino intenta convencer de que lo deje pasar a sabiendas de que después habrá otras puertas con guardianes aún peores. Después de solicitarle permiso para pasar durante muchos años y sintiendo sus fuerzas desfallecer, el campesino agonizante pide ser escuchado por el guardián para preguntarle por qué nadie había tratado, en todos esos años, también de atravesar la puerta, a lo cual el guardián respondió: “Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.

    En la vida todos estamos en camino, en el propio, con nuestros retos y objetivos. Ese camino no podemos sino recorrerlo solos aunque en ocasiones no está mal que nos oriente alguien que ha iniciado antes su andar y, por ello, conoce un poco más de la experiencia. Ese es el servicio que puede aportarnos nuestro analista o el maestro zen.

    La formación zen, de la misma manera que la analítica, está hecha para permitir al discípulo, al analizante, colocarse en camino, para que pueda recorrer un camino sin destino claro y sin método.

    Un camino sin método

    El zen es sobretodo una experiencia, de carácter no verbal, absolutamente inaccesible por medios puramente literarios o eruditos.

    Watts, 2003: 11

    Como el zen, el psicoanálisis no tiene método. Es sólo camino.

    El método, al contrario, implica una serie de pasos para llegar a un objetivo preciso: en el caso de la ciencia se parte de la observación, luego vienen la problematización, experimentación, etc y al final se obtienen conocomientos ciertos, generales, repetibles y, como indica Popper, “falsables”. El psicoanálisis carece de todo eso. El pensamiento metódico de la ciencia sabe con precisión adonde va a llegar. Es un viaje certero y por un camino bien trillado. Con ello no se cuenta en el análisis ni en el pensar heideggeriano.

    Dicha actividad metódica fue duramente criticada por el pensar de Martin Heidegger. Su formulación “La ciencia no piensa” fue su manera de expresarlo.[4] El pensar, indica Heidegger, ocurre “fuera de los caminos trillados”. Pensar implica lanzarse al vacío, soportar la angustia  y la incertidumbre. Como bien indica en Aus der Erfahrung des Denkens: “Encaminarse hacia una estrella, sólo eso”.[5]

    El aporte de Heidegger hace más sencilla la apropiación de la incomprensible frase lacaniana: “hagan como yo pero no me imiten”. El pensar, para Heidegger, implica un camino del cual se desconoce el punto de llegada y por lo cual su andar no carece de angustia.

    Como el zen y el pensar heideggeriano, la práctica analítica carece también de un camino predeterminado (trillado) y por ende la angustia es insoslayable. Y en la práctica analítica lo que se pone en juego es también la vida.

    La concepción de la libertad

    Cualquier lector suficientemente acucioso de la obra de Lacan se da cuenta de lo contradictorio de su discurso en relación al tema de la libertad. Por un lado cuestiona a la libertad en tanto creencia y potencia yoica –y por ende delirante−[6] y por el otro la ensalza y defiende –como cuando se opone abiertamente a la tesis de Henri Ey de que la locura era un “insulto para la libertad”.[7]

    En Occidente nos encanta pensar que somos libres, sin embargo, fue precisamente Freud[8] el que mostró que la libertad, definida como la capacidad para elegir ente el bien y el mal, lo bello y lo feo, etc, es simplemente absurda, pues siempre existen determinaciones ajenas a la voluntad consciente. Cuando Martin Heidegger retoma este problema en El Ser y el tiempo (Sein und Zeit), no deja de darse cuenta de que si bien es cierto de que la libertad definida como capacidad electora es una fantasía, eso no impide que exista la verdadera libertad, esa que, en el parágrafo 74 de dicha obra define como la “asunción de la tradicicón heredada”.[9] Alcanzar dicha libertad de manera consciente, sin embargo y por implicar la unidad con el otro y el mundo, no es precisamente sencillo.

    Y esto se plantea, casi de la misma manera, en el budismo zen. Recordemos las palabras de D. T. Suzuki:

    La libertad es otro absurdo. Vivo socialmente, en un grupo, lo que limita todos mis movimientos, mentales y físicos. Aun al estar solo no soy libre en absoluto. Tengo toda clase de impulsos, que no siempre están bajo mi control. Algunos impulsos me arrastran a pesar de mí mismo. Mientras vivamos en este mundo limitado no podremos hablar de ser libres ni de hacer lo que queramos. Aun este deseo es algo que no es nuestro (Suzuki; Fromm, 1964: 17).

    De la misma manera que Lacan y Heidegger, el Maestro Suzuki también plantea que es posible la verdadera libertad (es decir, la que no está confundida con el libre albedrío):

    La persona es libre cuando no es persona. Es libre cuando se niega y es absorbida por el Todo. Para ser exactos, es libre cuando es ella misma y, sin embargo, no es ella misma. Si no se entiende esta contradicción aparente, no se está calificado para hablar de libertad, ni de responsabilidad ni de espontaneidad (Suzuki; Fromm, 1964: 18).

    Para el budismo zen, asi como para la filosofía de Heidegger tan cara a Lacan, sólo hay libertad cuando se vive la unidad con el otro y el mundo.

    El acto: en unidad con el otro y el mundo

    Las puertas del paraíso

    Un soldado de nombre Nobushigé acudió a Hakuin y la preguntó: −¿Existe realmente un paraíso y un infierno?

    −¿Tú quién eres? –indagó Hakuín.

    Un samurai –respondió el otro.

    −¿Tú, un guerrero? –exclamó Hakuín−. ¿Qué calse de señor te admitiría en su guerdia? Tienes facha de mendigo.

    Nobushigé se encolerizó tanto que echó mano a la espada.

    −¡Con que tienes un arma! Esa espada probablemente es demasiado roma para cortarme la cabeza.

    Y, cuando ya Nobushigé desenvainaba, Hakuín observó: −Aquí se abren las puertas del infierno.

    A estas palabras. El samurai, notando la disciplina del maestro, envainó la espada y le hizo reverencia.

    −Aquí se abren las puertas del paraíso –dijo Hakuín.

    Paul Reps (1994: 102-103).

    Por ser el deseo del analista un “deseo de deseo” (Lacan, L’acte psychanalitique, sesión del 10 de enero de 1968), su acto no puede ser sino un re-acto, una reacción al acto del otro. No por otra razón indica Allouch en su ensayo Presencia del psicoanalista, suscitación del objeto (Allouch, 1990: 45):

    El acto del psicoanalista es antes que nada un acto no comercial, no terapéutico, no de intérprete (es todo eso también llegado el caso), sino de presencia, de una presencia muy particular por ser la del psicoanalista.

    Y más adelante:

    (…) la posición del psicoanalista es aquella “arrinconada” del “no pienso” (Allouch, 1990: 49).

    Es esa posición, derivada del acto del otro (en unidad con el otro) y carente de pensamiento, lo que hace del acto del analista un acto libre en el sentido delimitado por la filosofía de Heidegger… aunque la voluntad simple lo vive como una condena, como un ultraje a su potencia.

    Para el zen no es distinto. Alcanzar la consciencia de la libertad del acto implica, indica Suzuki, el método Zen:

    El método zen consiste en penetrar directamente en el objeto mismo y verlo, como si dijéramos, desde dentro. Conocer la flor es convertirse en la flor, ser la flor, florecer como la flor y gozar de la luz del sol y de la lluvia. Cuando se hace esto, la flor me habla  y conozco todos sus secretos, todas sus alegrías, todos sus sufrimientos, es decir, toda su vida vibrando dentro de sí misma (Suzuki; Fromm, 1964: 20).

    Para el racional Occidente, dejar de lado el pensamiento, la voluntad, es casi imposible. Y ello impide alcanzar de manera consciente la verdadera libertad, esa a la que apuntaron Heidegger y Lacan y, desde hace siglos, lograban los maestros zen gracias a un método que implica la unidad con el mundo: “meterse en la cosa, sentirla interiormente y vivir su vida” (Suzuki; Fromm, 1964: 22). Como puede apreciarse claramente, el budismo zen había comprendido perfectamente que el acto libre no es el de un sujeto “solo”, sino que incluye al otro y al mundo.

    La consciencia de la unidad con el otro y el mundo permite que ocurra el acto analítico pues, a causa de la transferencia, en el análisis el Sujeto es unidad con el otro. La voz del analista es una de las voces analizante. En su acto el analista se deja decir, pues se sabe mero portador del habla: die Sprache spricht: el habla habla a través suyo.

    Es el yo, el que nos quiere autónomos e independientes el que nos impide entender dicha verdad, que la libertad es un existenciario y, por ende Sartre describe, desde un yo agraviado, como “estamos condenados a ser libres”.

    Es la transferencia, al producir la immixion (entremezcla subjetiva, unidad con el otro), la que permite el acto analítico.

    Acompañando el andar

    Solo el que ha avanzado un buen trecho en su propio camino puede acompañar a otro en su andar. Sólo habiéndose aventurado personalmente en la incerteza es posible acompañar a otro en la suya. El analista sabe que no hay precisión ni ideas claras sobre el punto de llegada, sólo se posee la certidumbre anticipada de que se tiene que caminar hacia delante si se pretende dejar atrás el túnel… y el analista también sabe por experiencia que el camino es único y propio.

    En ese trayecto el analista no puede sino “descaridar” (déchariter)[10] al otro, es decir, regalarle nada. Regalarle la nada. Y acompañar por el camino de la incerteza al viajero nóvel.

    Eso lo sabía perfectamente, y desde hace siglos, el zen. El camino a Buda es personal. Nadie puede “soplar” a otro las “respuestas” a los Koan.

    Ello es así porque “Buda no está afuera sino adentro”.[11] Para alcanzar la iluminación es necesario sólo sentarse (el “zazen”) y meditar sin descanso los días, meses o años que sea menester.

    El maestro zen, así como el analista, dicho en términos heideggerianos, en tanto Dasein que “procura por” sus alumnos puede educar de manera liberadora (posibilitándoles el encuentro de su propio sendero). Una magnífica ilustración de esa posibilidad la encontramos en el amoroso imperativo que el mismo Heidegger dirige a Hannah Arendt (y luego repite a Elisabeth Blochmann): volo ut sis! (¡Quiero que seas¡). Frase comprendida como la manifestación suprema del amor y que revela eso que los latinos sabían perfectamente por la enorme cercanía de sus vocablos seducere y educere, es decir, la concordancia entre el acto amoroso y el educativo. Educar es seducir, invitar a una problemática. El maestro, por tanto, es  aquél que seduce a su alumno hacia un determinado enigma, cambiando por ello su naturaleza, convirtiéndolo en su discípulo (sinouasistés).[12]

    El maestro zen y el analista, por ende, por una parte, asumen que saben algo gracias a su dedicación y a su experiencia y, por la otra, asumen que no saben todo, que poseen enigmas, preguntas esenciales, las cuales transmiten a sus discípulos.[13] En la Grecia clásica el discípulo (sinousiastés) era, por tanto, el que compartía ser, esencia, con su maestro. Discípulo es aquél que no sólo “asiste” a una situación de transmisión sino que asume como propio el enigma transmitido por el docente, sumándose, de esa manera, a la tradición que tal representa. Un discípulo no es, por tanto, un “seguidor fiel” sino más bien un “hereje”, uno que interroga las fuentes de su maestro y puede, por ello, realizar aportaciones valiosas.[14]

    Sólo un maestro que se encuentra “en camino hacia…” puede ayudar a otros a encontrar la propia vía; sólo un maestro que ha sido “silenciosamente transformado”[15] puede ser catalizador de la transformación de otros; sólo un investigador puede estimular a otros a investigar, sólo alguien “mordido”, es decir, “agarrado”, “seducido”, por una problemática puede invitar a otros a su campo de conocimiento, pues educar es seducir. Educar en el zen y en el análisis es, en última instancia, una actividad erótica en el mejor sentido de la palabra.[16]

    El camino de Buda no es el del psicoanálisis

    El camino de Buda, sin embargo y a pesar de todo lo anteriormente señalado, no es el del análisis. Como lo establece perfectamente el zen, el camino de Buda inicia para evitar el sufrimiento. Para evitar el dolor que produce la enfermedad y la muerte, Buda consideró al mundo ilusorio… y en consecuencia propuso una práctica del desapego, la meditación y la serenidad.

    Y ese inicio es enteramente diverso al del psicoanálisis. En el análisis no se busca negar los males de la vida: el dolor, la enfermedad, la muerte… se les reconoce y lo que se espera del analizante es que pueda vivir con ellos, que pueda vivir a pesar de ellos. El análisis no propone el desapego. El análisis, como bien nos recuerda Allouch, puede incluso culminar con la “dicha de saberse vulnerable”.[17]

    El psicoanálisis permite la pasión, vivir a pesar de la angustia y la incertidumbre. Y eso le permite, por cierto, también evitar las creencias en la reencarnación y en el karma.

    Cuernavaca, 29 de febrero de 2016.

    Bibliografía

    Allouch, J. (1990), “Presencia del psicoanalista, suscitación del objeto”, Artefacto 1, marzo.

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    (1975), Séminaire Les écrits techniques de Freud, Seuil, Paris.

    Peinado, V. (2011), La pederastia socrática: del deseo a la filosofía, CIDHEM, México.

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    Tamayo, L. (2001), Del síntoma al acto, UAQ, México.

    (2004), El discipulado en la formación del psicoanalista, ICM, México.

    (2014), Aprender a decrecer, Paradiso, 2014.

    Watts, A. W. (2003), El camino del zen, Edhasa, Barcelona.

    [1] Son innumerables los textos de Heidegger donde define a su actividad como camino: Holzwege (traducido como “Sendas perdidas” o “Caminos de bosque”), Feldweg (Camino de campo), Aus der Erfahrung des Denkens (Desde la experiencia del pensar), etc, lo cual no dejan de señalar los estudiosos de su obra (Cfr. los ensaos sobre “el camino del pensar de Heidegger” de Otto Pöggeler y Alberto Constante).

    [2] Defino aquí al zen como “filosofía” a sabiendas de la imprecisión de ello. Como bien indica A. W. Watts, “el Budismo zen es un camino y concepción de la vida que no pertenece a ninguna de las categorías formales del pensamiento occidental moderno. No es una religión ni una filosofía; no es una psicología o cierto tipo de ciencia (…) es un “camino de liberación”.” (Watts, 2003: 21).

    [3] Cfr. el ensayo de Bernard Casanova “Éclats de clinique” (2005).

    [4] Frase que después matizó: la ciencia no posee pensar “meditativo” aunque si “calculador” (Heidegger, 2005a)

    [5] Heidegger, 2005c: 13.

    [6] V. gr. en el Seminario Les structures freudiennes des psychoses, Lacan sostiene: “Les he indicado […] el carácter profundamente delirante del discurso de la libertad” (sesión del 15/II/1956).

    [7] Cfr. Lacan, J., Acerca de la causalidad psíquica en Escritos 1, p. 166.

    [8] Cfr. por ejemplo, los diferentes estudios sobre el determinismo psíquico (Psicopatología de la vida cotidiana, El Chiste y su relación con el inconsciente, etc., en los cuales Freud muestra la manera como lo inconsciente determina nuestras acciones mas “libres”).

    [9] Cfr. el Cap. 2 de mi estudio Del síntoma al acto, UAQ, 2001.

    [10] Cfr. Allouch, J., “Simple indicación sobre el ejercicio analítico y sobre su final”, Conferencia dictada en el ITESM CCM, Ciudad de México, el 26 de febrero del 2016.

    [11] Bukkyo Dendo Kyokai, 2008: 25ss.

    [12] Aquí retomo el aporte que el filósofo y psicoanalista Laurent Cornaz (qepd), profesor del Institut Superieur de Pedagogie de Paris, presentó en: La escritura o lo trágico de la transmisión (1999) y en Avant d’être un homme (2000).

    [13] Y aquí me permito diferenciar al “discípulo” del “alumno”. En la Grecia antigua el receptor de la enseñanza no sólo era nominado con el vocablo mathetés (discípulo, alumno, seguidor de), vocablo proveniente del verbo manthano (aprender)[13] sino del sinousiastés (compañero, amigo, discípulo) y del verbo sineimi (ser con, estar con, vivir con, estar unido a, ser del partido de, seguir a). Cfr. el Diccionario de la lengua griega de Pabon S. de Urbina, 1978.

    [14] Jacques Lacan nos recuerda en la edición XXIII de su seminario (Le sinthome, inédito) que tanto él como Joyce son herejes pues dicho vocablo proviene del griego hairesis, el cual remitía a un acto que salía de lo establecido, un acto extraordinario, que indagaba en las fuentes. Dicho vocablo, además, le permitía establecer una homofonía con su paradigma Real Simbólico Imaginario (RSI: el cual se lee, en francés, “heresie”, herejía).

    [15] Jullien, 2009.

    [16] Peinado, 2011.

    [17] Allouch, 1998: 73.

  • LA COSA Y EL OBJETO a: CLAVES PARA UNA DIFERENCIACIÓN CONCEPTUAL

    LA COSA Y EL OBJETO a: CLAVES PARA UNA DIFERENCIACIÓN CONCEPTUAL

    THE THING AND THE OBJECT a: KEYS TO CONCEPTUAL DIFFERENTIATION

    Darío Leitón Hernández


    [1]


     

    RESUMEN

    El objetivo principal del presente artículo es analizar y diferenciar los conceptos psicoanalíticos de la Cosa (das Ding) y el objeto a. La propuesta es que ambas construcciones sostienen una relación topológica que Lacan remarcó durante su obra y que otros autores posteriores a él han subrayado la importancia dentro de la clínica psicoanalítica. Tales nociones convergen y divergen en ciertos puntos cruciales, los cuales el presente artículo intenta esbozar, ya sea desde el campo de la filosofía como del psicoanálisis propiamente dicho.

    Palabras clave: La Cosa, el objeto a, psicoanálisis, Freud, Lacan

                                                                   ABSTRACT

    The aim of this article is to analyze and differentiate the psychoanalytic concepts of the Thing and object a. The proposal is that both theoretical constructions hold a topological relationship, this was highlighted by Lacan, other authors stressed the importance for the psychoanalytic clinic. Such notions converge and diverge at certain crutial points which the presente article try to sketch out, either from philosophy and psychoanalysis itself.

    Key words: the Thing, object a, psychoanalysis, Freud, Lacan

    1. Introducción

    La Cosa es un concepto de gran tradición filosófica y que Freud retoma para conceptualizar el goce imposible o prohibido que el sujeto intenta incesantemente alcanzar a partir de los objetos positivos de la realidad (Madre-Cosa). Lacan retoma el asunto en su seminario sobre la Ética del psicoanálisis, y propone a das Ding[2] dentro del campo de lo real, diferenciándola de cualquier representación–cosa (SachvorstellungDingvorstellung) o representación–palabra (Wortvorstellung), las cuales si bien son opuestas, ambas se encuentran todavía dentro de la lógica de lo simbólico; mientras que das Ding es algo externo a lo simbólico, un núcleo real inefable: el objeto absoluto y primero del deseo.

    La Ding freudiana correspondería a la cosa en sí (ding an sich) kantiana; lo que para Kant es la “X” imposible de ser conocida por el sujeto, para el psicoanálisis es la Cosa primordial del deseo. No obstante, bajo la perspectiva lacaniana dicha noción se alinea con más precisión con la concepción hegeliana de la Cosa, pues como afirma Žižek en su obra titulada Menos que nada:

    La única (pero capital) diferencia es que para Kant este proceso “dialógico” del surgimiento de la verdad como denuncia crítica de la ilusión establecida pertenece a la esfera de nuestro conocimiento, y no concierne a la realidad nouménica, respecto a la cual permanece externa e indiferente. Y para Hegel, sin embargo, el locus propio de este proceso es la Cosa misma. (Žižek, 2015, p.22).

    De modo que, tiene más correspondencia la Cosa lacaniana en relación con la propuesta hegeliana, en la medida que para este último la Cosa se muestra bajo la forma de la contradicción dialéctica, es decir, para Hegel esta imposibilidad de acceder a la Cosa es la prueba en sí misma de la Cosa, creadora de todo proceso, la verdad aparecería en el campo mismo de la realidad bajo la forma de una distorsión –así lo propone Lacan también-, sin estar “externa e indiferente” como en el caso de Kant.

    No obstante más adelante Žižek agrega:

    Si la Ding an sich kantiana corresponde a la Cosa freudiano-lacaniana, el Anstoss está cerca del objet petit a, el cuerpo extraño primordial que se “atasca en la garganta” del sujeto, el objeto-causa del deseo que lo divide (Ibídem, p.169).

    De esta manera Žižek articula un concepto de Fichte –el Anstoss– a la cuestión psicoanalítica del objeto y la Cosa. Hay que recordar en primer lugar que Anstoss es un término alemán que tiene distintas acepciones tales como “impulso, empuje y punto de partida”, pero también significa “tropiezo, obstáculo, impedimento” (Collins, 2013, p.287). Fichte lo propone para dar cuenta de la “manzana de la discordia” de la subjetividad, el tincazo con que tropieza el sujeto para autoafirmarse plenamente a sí mismo en cada acto de auto postulación.

    El Anstoss es un concepto paradójico dentro de la propuesta de Fichte, pues si bien es un obstáculo al proceso de auto afirmación del sujeto, es a la vez causa de dicho proceso subjetivo de enunciación y puesta en acto de la búsqueda del objeto absoluto. Tanto más funcionaría como fundamento de la actividad del sujeto cuanto más inaccesible se torna en relación a aquello que lo causa, de ahí que su función sea dual.

    El Anstoss es causa y efecto, o mejor dicho, el Anstosspone en movimiento la constitución de la realidad, en el comienzo está el puro Yo con un cuerpo extraño y no-asimilable en su corazón” (Žižek, 2015, p.170). Es por ello que el Anstoss no viene exclusivamente desde afuera (no es un objeto externo), sino que a la vez es un obstáculo interno al sujeto (éxtimo). No es un resto de la Cosa en sí kantiana, sino más bien un objeto que no se limita a ser puramente subjetivo, ni formalmente externo (de la realidad); es más bien un objeto que se resiste al proceso que lo crea (subjetivo) pero que a la vez garantiza la objetividad de la realidad, objetividad determinada justamente por eso que el sujeto reconoce como radicalmente no-Yo.

    Se puede articular en relación con la homología entre la Cosa kantiana y la freudiana-lacaniana que si bien la primera es definida normalmente como “lo que se halla fuera del marco de la experiencia posible, esto es, a lo que trasciende las posibilidades de conocimiento” (Ferrater-Mora, 2014 p.163), para el psicoanálisis es incompleto suponer simplemente una X dentro de lo que su experiencia le indica. El asunto gira además entorno a otro vacío que garantiza la objetividad de los objetos positivos del mundo, un más allá del discurso creado por el devenir discursivo mismo, que supone una dimensión de la falta en sí mismo.

    Para que el sujeto sea constituido como tal, en eso que él es, es necesario que una parte de sí mismo le sea negada (pérdida-de-cierta-realidad) para que él sea posible. Esta modalidad o positivización de lo que a él le falta es lo que desde el psicoanálisis es conceptualizado/formalizado como objeto a; un modo de otorgar consistencia a la realidad en sí misma, crear un límite en relación con eso que el sujeto siempre intentará encontrar: el objeto (Anstoss) que lo divide. Tal es la razón de que el objeto a sea llamado también objeto causa de deseo y que en su horizonte mismo se encuentre lo que Lacan define como

    Fremde, extranjero e incluso hostil a veces, en todo caso como el primer exterior, es aquello entorno a lo cual se organiza todo el andar del sujeto. Sin duda alguna es un andar de control, de referencia ¿en relación a qué? –al mundo de sus deseos. Hace la prueba de que algo después de todo, está ahí, que hasta cierto grado puede servir […] para ubicarse en relación a ese mundo de anhelos y espera […] para alcanzar a das Ding (Lacan, 1988, p.68).

    De esta manera la define Lacan, como un horizonte y punto de partida; referencia absoluta para todo anhelo humano y espera nostálgica donde se pierde el inicio y el fin, eternidad del deseo de la cual el sujeto está expectante y que supone en mayor o menor grado un punto de anclaje a lo que se supone lo espera al final de su camino.

    1. La Cosa, horizonte del objeto

    Se puede decir que el significante está en relación con el Otro y la Cosa con el goce. Se proponía anteriormente que la Cosa es la encarnación del goce imposible, así lo aclara Žižek en otro de sus libros El sublime objeto de la ideología:

    El resultado general está claro: filtrado a través de la criba del significante, el cuerpo se somete a la castración, evacúa el goce de él y sobrevive como desmembrado, mortificado. En otras palabras, el orden del significante (el gran Otro) y el del goce (la Cosa como su encarnación) son radicalmente heterogéneos, incongruentes; cualquier acuerdo entre ellos es estructuralmente imposible (Žižek, 2014, p. 168).

    La Cosa implica en la vida del sujeto un desmembramiento, la Cosa es la parte exiliada de la subjetividad, de ahí que se hable de una incongruencia entre el orden simbólico y lo real; el ombligo insondable sobre el cual se monta la subjetividad, pero que produce efectos en esta tales como pesadillas y angustia. Ante estos elementos que son producto de la Cosa, aparece lo simbólico en falta; este orden se muestra barrado (%), el Otro está deseante ante la Cosa, y por ende busca objetivarla, nombrarla dentro de su orden.

    De esto se pueden resumir dos cosas importantes sobre das Ding: a) la Cosa es un vacío sobre el cual se gira sin lograr alcanzarlo y b) es un goce imposible de ser introducido en el orden simbólico, lo que produce que A no sea A sino (%).

    El deseo busca articular das Ding en el orden simbólico, pero este registro se sostiene gracias al principio del placer que tiende al orden homeostático del psiquismo, su objetivo es regular la cercanía o el encuentro con la Cosa, esto ya que su logro implicaría la descarga total de la pulsión; la paradoja radica en que si bien el orden simbólico busca mantener a distancia a la Cosa, el núcleo mismo de lo simbólico es goce, lo que hace que los significantes giren alrededor de la Cosa. Žižek agrega que:

    Es el orden simbólico, en cambio, el que está identificado con el principio del placer: el inconsciente “estructurado como un lenguaje”, su “proceso primario” de desplazamiento metonímico – metafórico, está regido por el principio de placer; lo que hay más allá no es el orden simbólico sino un núcleo real, un meollo traumático. Para designarlo, Lacan usa un término freudiano: das Ding, la Cosa como una encarnación de la imposible jouissance (el término Cosa hay que entenderlo en este caso con todas las connotaciones que posee en el terreno de la ciencia ficción de horror (Ibídem, p.177).

    El inconsciente se monta sobre un agujero, es su trabajo realizar una elaboración simbólica –como en el caso del sueño- que busca regular el funcionamiento psíquico mediante el principio del placer; no obstante, el deseo tiende a rebasar el umbral impuesto por el principio del placer –el más allá-, este lugar es el lugar de das Ding –la pesadilla es un claro ejemplo-, un lugar que es un vacío, de hacer contacto el sujeto con él ocurren dos cosas: el sujeto desaparecería como tal, y además, el contacto con la Cosa es traumático por estructura; esto ya que, la principal característica del encuentro con la Cosa es el horror, el cual deja marcas de goce en la subjetividad y su nombre es el trauma[*]. Por ello Lacan sugiere que

    El placer fija los límites del alcance humano: el principio del placer es principio de homeostasis. El deseo, por su parte, encuentra su cerco, su proporción fijada, su límite, y en la relación con éste límite se sostiene como tal, franqueando el umbral impuesto por el principio de placer (Lacan, 2012, p.39).

    La historia subjetiva se organiza alrededor de este agujero insondable, todo el tejido que estructura la realidad circula en su límite; otra forma de decirlo es que das Ding es el núcleo no histórico del sujeto y el cual hace tropezar a lo simbólico en cada intento de objetivarlo. Este intento de articular a la Cosa se muestra en cada vuelta y en cada giro de la pulsión que no se hace más que girar alrededor del agujero interno y externo al sujeto como se observa en la figura del toro. De modo que de los dos vacíos que muestra este, el de la Cosa correspondería al agujero central (línea vertical de la figura):

    Recuperado de Seminario 9 de Lacan (1961-1962, p.28).

    Siendo así que la Cosa supone el agujero interno (línea vertical) y el objeto corresponde al espacio vacío que recorre el toro internamente (circunferencia interna representada por el sombreado). Es de esta manera que puede pensarse la lógica de das Ding y el objeto a, la cual surge a raíz de la introducción del lenguaje en lo que Lacan llama “el cacho de carne”; el cuerpo le es otorgado al sujeto al ser hablado por el Otro, lo que significa que el cuerpo no es algo dado de antemano, sino que es construido gracias a las posibilidades que el significante permite en articulación con la imagen del otro (a ¯ a’), das Ding sería el punto de partida, la materia prima inefable de goce traumático producido por dicha operación en el campo de la realidad.

    El orden simbólico es heterogéneo a lo real y su efecto es das Ding, con esto se plantea algo fundamental para concebir a la Cosa, pues esta sería una parte constitutiva de la subjetividad, un lugar estructural marcado por la imposibilidad; cuando algún objeto de la realidad se ubica en el lugar estructural de la Cosa, estaría constitutiva y estructuralmente impregnado de esta imposibilidad de ser alcanzado, pero ya no por la imposibilidad de la Cosa, sino que se produciría el pasaje de lo imposible a lo prohibido; así lo especifica Žižek en otro de sus libros llamado Las metástasis del goce: seis ensayos sobre la mujer y la causalidad:

    El Objeto, por tanto, es literalmente algo creado –y cuyo lugar está cercado- por una red de desvíos, aproximaciones y cuasi colisiones […] En ello reside la función de aquellos obstáculos artificiales que súbitamente estorban nuestro acceso a algún objeto ordinario: elevan el objeto a sucedáneo de la Cosa. Es así como lo imposible se convierte en lo prohibido: a través del cortocircuito entre la Cosa y algún objeto positivo convertido en inaccesible mediante obstáculos artificiales (Žižek, 2003, p.146).

    En ese caso, tal objeto quedaría infatuado de Cosa. Dicha lógica queda estructurada a partir de ese lugar para siempre en tinieblas sobre el cual se organiza el deseo, el objeto sería fantasmáticamente prohibido, hay que recordar que la función del fantasma es la de velar lo real, enmarcar la realidad bajo ciertas coordenadas que hagan circular el deseo sin agotarlo, sino más bien buscar sostenerlo metonímicamente, desplazándose de significante a significante (sosteniendo la función de la falta).

    Por ello es que se plantea que cualquier objeto positivo, objetivable en la realidad, puede adquirir el estatuto de la imposibilidad si es ubicado en el lugar estructural de la Cosa; a propósito de las pesadillas, lo que ocurre en estas es que el objeto prohibido de la realidad, el cual debía permanecer oculto o mantenido a la distancia por dicha posición estructural aparece cual si fuera una mala sorpresa, haciendo despertar al soñante que se horroriza ante la manifestación explícita de su deseo que no debía mostrarse, en ese sentido la pesadilla sería el encuentro con la Cosa (tyche)[†].

    Por un lado, se encuentra la realidad, el reino del significante y por otro, el lugar intraducible de lo real y la Cosa. Frida Saal aporta una conceptualización importante al respecto:

    La Cosa excluida es el objeto absoluto del deseo y, a la vez, la condición para que haya un sujeto deseante. La renuncia al goce (de tal Cosa) es el mandato por el que se cierra el camino a toda ética hedonista. El carácter real, sin inscripción imaginaria ni simbólica, de das Ding condiciona, desde su exclusión por el significante, la posibilidad de acceso a la realidad, a esa realidad que, ella sí, existe en la intersección de lo imaginario y lo simbólico (Saal, 1991, p.72).

    Se amplía a partir de dicha cita la concepción sobre la Cosa, tanto más cuanto que lo que no se había dicho es que la Cosa no solo es exclusión, sino que además es condición para que la realidad en sí misma se estructure. El desmembramiento que experimenta el sujeto de la Cosa permite que los objetos de la realidad aparezcan en su realidad positiva, accesibles e intercambiables; haciendo no que la pulsión se satisfaga, sino que sea parcial.

    Por otro lado, y siempre articulado a este punto, Frida menciona que la realidad funciona como esa intersección entre lo imaginario y lo simbólico, de la misma manera que el sueño en su telar de sueños, desplazando o metaforizando mantiene alejada a la Cosa, el sueño es la realización disfrazada de un deseo, eso es así, pero el núcleo central es el traumático encuentro con la Cosa, como en el caso de las pesadillas, ante ello Lacan agrega que “se trata de ese interior excluido que, para retomar los términos mismos del Entwurf, está de este modo excluido en el interior […] de algo que se articula, muy precisamente, en ese momento como el Real-Ich que quiere decir entonces lo real último de la organización psíquica” (Lacan, 1988, p.126).

    Hay por lo tanto un tipo de clivaje y unión entre la Cosa y el inconsciente, ello quiere decir que si bien la Cosa está apartada, a la vez el aparato psíquico recibe los efectos de aquella; la pesadilla es entonces el encuentro con el vacío de significación –la Cosa-, y el sujeto despierta horrorizado por el encuentro con la falta del Otro sin ningún disfraz; siendo así que la tesis freudiana de que el sueño es tentativa de cumplimiento de deseo es acertada, paradójicamente el sujeto se pone una trampa a sí mismo en su sueño, tiende al más allá que lo asusta y paraliza –das Ding se hace eminente. Sobre dicha relación, Daniel Koren plantea lo siguiente en su texto llamado Escuchar la Cosa, pensar la Cosa:

    La Cosa se esboza desde esta perspectiva como el “fondo”, el “ombligo” de la metapsicología a título de correlato objetal de la representación, su inalcanzable alteridad, que se transmuda en la multiplicación de re-presentaciones de objetos (parciales) y re-presentaciones de palabra. Se comprende, por lo tanto, que la Cosa escapa al orden simbólico (que no obstante la con-cierne) y deba situarse lo real, el inconsciente es re-presentación, condenado a re-petir la Cosa sin jamás alcanzarla (Koren, 1991, p.17).

    Lo que Koren está proponiendo es que la Cosa es el más allá del inconsciente, de lo simbólico; la Cosa se encuentra en el centro de este como ausencia; la metapsicología con sus recursos elaborativos intenta atraparla, pero nunca lo logra; esta es la paradoja de la lógica de los sueños, por eso Freud decía al final de su enseñanza que bien podía decirse que los sueños no eran realizaciones de un deseo, sino tentativa de realización de un deseo. Ello es así si se piensa desde la perspectiva que el cumplimiento del deseo es aquello mismo que lo agotaría y absorbería en su totalidad; la falta es introducida por lo simbólico y el deseo apunta al encuentro del significante de la falta en el Otro, esto implicaría que no habría falta-en-ser por la cual el deseo habría de movilizarse metonímicamente para significarlo.

    La meta final y última del deseo humano es la muerte subjetiva –la Cosa-, a ello apunta la Trieb; en una sintética cita, Braunstein concluye con respecto a la Cosa lo que sigue:

    La Cosa se presenta como la meta absoluta del deseo, el sitio o el estado en que se cumplirá la abolición de la falta en ser, estado de Nirvana, supresión de toda tensión diferencial con el mundo, indistinción entre ser y del no-ser, muerte. La tendencia a la Cosa es la pulsión de muerte como destino final de todos los afanes vitales humanos […] el estado de reposo absoluto que se alcanzaría una vez consumida la llama de la vida y alcanzada la quietud última. (Braunstein, 2009, p.81).

    La Cosa a la cual apunta el deseo humano como su meta primordial hace que se haga evidente la verdad mostrada por la pesadilla, es decir, la eminente e inefable incomodidad de lo real; si el sueño apunta a cumplir el deseo del sujeto, la pesadilla es lo más cercano y sin disfraz de la meta de aquel.

    Ahora bien, en cuanto a lo que al objeto a se refiere, y antes de esbozar algunas aristas importantes en cuanto a este, se debe realizar una diferenciación con respecto a das Ding; para ello, se tomará como punto de partida la aclaración que hace al respecto Miller en el Tomo 2 de sus Conferencias porteñas:

    En esto puede decirse que el a es el resultado del desbaste de la Cosa, de la Cosa que es la base primaria, la materia prima que no conocemos sino por medio del objeto a; desbaste de la Cosa por la operación del significante […] Ese desbaste del objeto a, o sea de la Cosa que por la operación del significante se densifica, es lo que se llama construcción del fantasma (Miller, 2009, p.20 – p.21).

    Miller plantea al objeto a y a la Cosa como dos términos diferentes, pero complementarios para comprender la cuestión del deseo para el psicoanálisis. La Cosa es pensada a partir de la cita como la base primaria, es decir, un punto de inicio del aparato psíquico, como un centro primario, este inicio es mítico en la constitución subjetiva del sujeto; ello quiere decir que el objeto a es el objeto lógico posterior a la Cosa que permite dar cuenta de la falta originaria de goce de la cual la Cosa es su encarnación; por eso es que Miller propone que el objeto a es el que permite conocer a la Cosa y además la desbasta, en otras palabras, el objeto a es el que permite hacer algo con la Cosa, este algo es el montaje del fantasma, este montaje o construcción puede realizarse solamente gracias a la extracción del objeto a en el complejo de Edipo; esto es la entrada del falo Φ[‡] como significante de la falta del Otro, ubica el deseo del Otro en otro lugar, lo nombra y regula, asimismo el goce de la Cosa –madre- que amenazaba con devorar al niño.

    Desbastar es limar, pulir o alisar, quitar partes al producto principal para moldearlo, esas son las funciones que asigna Miller al objeto a en relación a la Cosa, lo que implica que si bien el objeto a es un objeto inexistente simbólicamente y especularmente, su existencia es lógica, pero para que pueda ser considerado debe primero haber ocurrido el momento lógico y más fundamental del apartamiento de la Cosa, por ello es que Lacan menciona en la clase XX del seminario sobre La angustia lo siguiente:

    Para que el objeto a en el que se encarna el obstáculo con el que tropieza el deseo en su acceso a la Cosa le abra paso, es necesario volver a su inicio. Si no hubiera nada que preparase este paso antes de la captura del deseo en el espacio especular, no habría salida. (Lacan, 2013, p.293).

    Si se le considera al objeto a como sucedáneo de la Cosa, se puede comprender su diferencia; por ello es que Lacan propone que el objeto a encarna el obstáculo, lo sustituye, pero haciendo aparecer objetos en el marco de la realidad –del fantasma- que ilusoriamente permitan el movimiento metonímico del deseo; es decir, el objeto es lo que permite que circulen los significantes, el desplazamiento y la realidad misma –constituida por la falta.

    Otro caso es el que se plantea en la estructura psicótica, pues en esta no hay extracción del objeto a; pero sí hay movimiento pulsional –tal es el caso de la paranoia, la esquizofrenia y la melancolía- esta última con sus particularidades, ya que ha habido apartamiento de la Cosa producto de la entrada en el campo del Otro; pero el sujeto no está bajo las pautas del falo Φ (significación fálica), sino que ha quedado atrapado en el fantasma materno, encarnando él mismo el objeto de goce de la madre.

    La perversión deniega la castración identificándose con el objeto –que no es lo mismo quedar atrapado en ese lugar- hace semblante de a para angustiar al Otro, el melancólico por su lado se identifica con la Cosa, como lugar innombrable y abyecto del Otro, así lo plantea Collete Soler en su texto Estudios sobre las psicosis:

    El sujeto melancólico tiene una certeza sobre su ser: lo trata como a la hediondez del mundo, como al kakon fundamental del universo en el que él reconoce el goce malo –ese que el paranoico identifica en el lugar del Otro-, y en este sentido podemos decir que se identifica con la cosa. Es a ella a quien insulta dentro de sí, con esa complacencia feroz que tanto asombraba a Freud. Ella hace de él un perseguido de sí mismo y, más precisamente un perseguido del superyó que se injuria todo el tiempo. (Soler, 1991, p.38).

    Todo esto es importante en cuanto a la diferenciación del objeto a y la Cosa; el melancólico haría presente en sus pesadillas la aparición de lo que él mismo delira encarnar, es decir: la Cosa, sus pesadillas escenificarían la persecución superyoica de sí mismo ferozmente. El paranoico no encarna el mal de la Cosa, sino que lo ubica en el Otro -esa es la razón de que la angustia la experimente como goce del Otro- que amenaza su lugar narcisista en el mundo, las pesadillas de este serían fundamentalmente persecutorias, exterminar al Otro; mientras que el melancólico se exterminaría a sí mismo en el sueño.

    Otro aspecto importante en cuanto al objeto a es que permite articular los tres registros, los estabiliza ubicándose en el centro de los tres anillos, tanto más es así cuanto que puede pensarse el objeto a como un efecto ulterior a la Cosa, el objeto vectoriza lo real de la Cosa. Braunstein dirá que:

    Esta “simbolización primordial” es la que se hace de un real previo (la Cosa, podemos decir), mientras que los efectos ulteriores (de ese real) que subsisten en la estructuración discursiva, lo que representa en ella lo que en el discurso es inarticulable, “lo afectivo” del decir de Freud, es un real que el discurso engendra pero que no es discurso, es el @ (objeto) que cae de él. Y vale la pena conservar esta distinción entre lo real previo y lo real posterior al discurso que, sobra decirlo, remite a un tiempo lógico y no cronológico y que muestra la función de corte que tiene la palabra entre la Cosa (anterior) y el objeto @ (posterior), entre un goce del ser y otro goce efecto de la castración (Ley del lenguaje) que es el goce fálico, ese que corre tras el objeto @ que causa el deseo (Braunstein, 2009, p.93).

    Es importante destacar que Braunstein diferencia un real previo a la simbolización –apartamiento de la Cosa- y lo que de esa Cosa se hace a partir del falo; eso quiere decir que en cada articulación de significantes algo cae y queda excluido, no entra en el campo de lo simbólico, esto es el objeto a. El goce del ser del cual habla Braunstein es el goce perdido de la Cosa; el falo intenta buscarlo, pero paradójicamente regularlo, tratando alcanzar el objeto a que releva la búsqueda de la Cosa; en cada decir del sujeto y en cada sueño, hay un resto que relanza la pulsión. La pesadilla es el encuentro con la Cosa; pues se topa con lo indecible del mundo o con lo que estaba en el lugar estructural de lo indecible, sin disfraz alguno.

    1. Consideración final

    Es en estos sentidos que puede resumirse que el objeto a causa el deseo, lo causa porque lo motoriza, haciendo prohibido lo que estructuralmente es imposible, el par a-Cosa hace del deseo del sujeto un lugar de ausencia, dos vacíos inefables que pueden ser representados a partir del espacio abstracto de la topología:

    Recuperado de seminario 10, Lacan (2013, p.147)

    Lacan propone dos círculos irreductibles, el central correspondiente a la Cosa y el del objeto a alrededor del cual gira la pulsión dentro del toro. La estructura del toro es el Otro del lenguaje (A), los vacíos así creados solo son posibles por la entrada del lenguaje en lo real y esto es justamente lo que significa la castración para el psicoanálisis: el proceso lógico mediante el cual el lenguaje entra en lo real, ello hace que el Otro se barre, pues hay un excedente de goce que no pasa por este campo, haciendo que el A sea %, y bajo la acción posterior del falo Φ –simbólico- se vectoriza el deseo, cayendo el objeto que ahora lo causa –el objeto a.

    Queda así el espacio estructural de la castración, representado por –φ. En conclusión, se puede plantear en el presente artículo al objeto a como el efecto de entrada por parte del sujeto -desmembrado de la Cosa- al Edipo, que le ha marcado, gracias a la acción del significante Nombre-del-Padre, un trazo significante que le permite ubicar o significar el deseo del Otro en algún lugar. Hay que recordar que el sujeto es un vacío no muerto, un espacio disponible para la invención y auto postulación, el objeto sería el encargado de llevar sobre sí lo que Žižek llama en Menos que nada, “el precio de la nada”: “el objeto lacaniano object a es precisamente este algo que sostiene la nada, el “precio de la nada”, del mismo modo en el que se necesita cierta energía para sostener el vacío” (Žižek, 2015, p.1028). El falo sería pivote a partir del cual esta operación es posible, el falo Φ como significante de lo que no existe; es decir, significante del deseo del Otro, haciendo caer lo que causará ahora el deseo: el objeto a, haciendo la aclaración eso sí, que el objeto es posterior no en sentido cronológico, sino en términos lógicos, siendo la nada convertida en algo, positivando la falta, la más elemental de la Cosa, aquella ante la cual se encuentra deseante no sólo el sujeto, sino el Otro también.

    1. En el efecto traumático, el sujeto es alejado de la cadena discursiva que lo sostenía como tal (S1 –S2); el producto de esto son altos montos de goce que no cesan de no inscribirse, en cada elipsis discursiva el sujeto se topará con un vacío de significación. De modo que puede decirse que el trauma para el psicoanálisis es el efecto retroactivo de no poder tramitar simbólicamente algún evento concreto de la realidad, es por ello que Žižek afirma que: “el trauma no tiene existencia propia previa a la simbolización; sigue siendo una entidad anamórfica que gana su coherencia sólo retrospectivamente, vista desde dentro del horizonte simbólico” (Žižek, 2003, p.53). La estructura misma de la Cosa es homóloga a la del trauma, pues esta provoca sus efectos en la realidad solo hasta el momento que se la intenta inscribir en el campo del Otro.
    2. Tyche: figura mitológica a partir de la cual Lacan trabaja el encuentro con lo real en su Seminario XI “Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis”, Tyche es el encuentro siempre fallido con lo real y se diferencia de automaton. Según las propias palabras de Lacan: “La tyche, tomada como les dije la vez pasada del vocabulario de Aristóteles en su investigación de la causa. La hemos traducido por el encuentro con lo real (…) la función de la tyche, de lo real como encuentro –el encuentro en tanto que puede ser fallido, en tanto que es, esencialmente el encuentro fallido” (Lacan, 2012, p.62-63).
    3. Φ = falo simbólico, significante primordial que regula el goce materno por acción y entrada del significante Nombre-del-Padre. Nombra el deseo de la madre en otro lugar, haciendo que se estructure la realidad psíquica constituida por la falta, falta de la cual la caída del objeto a es su garante.

    Bibliografía

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    Lacan, J. (1988). La ética del psicoanálisis. Seminario 7. Buenos Aires: Paidós.

    Lacan. J. (1961-1962). La identificación. Seminario 9. Versión crítica. (Trad. Ricardo Rodríguez Ponte)

    Lacan, J. (2013). La angustia (1962-1963). Seminario 10. (Trad. Enric Berenguer). Buenos Aires: Paidós.

    Lacan, J. (2012). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964). Seminario 11. (Trad. Juan Luis Delmont – Mauri y Julieta Sucre). Buenos Aires: Paidós.

    Miller, J.A. (2009). Conferencias Porteñas. Tomo II. (Compilación y edición de Silvia Elena Tendlarz). Buenos Aires: Paidós.

    Saal, F. (1991). F.L.N En La Cosa freudiana, (Ed. Néstor Braunstein). México D.F.: Fundación Mexicana de Psicoanálisis.

    Soler, C. (1991). Estudios sobre las psicosis. (Trad. Irene Agoff). Buenos Aires: Manantial.

    Žižek, S. (2014). El sublime objeto de la ideología. (Trad. Isabel Vericat Núñez). Buenos Aires: Siglo Veintiuno.

    Žižek, S. (2003). Las metástasis del goce: Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad. (Trad. Patricia Wilson). Buenos Aires: Paidós.

    Žižek, S. (2015). Menos que nada. Hegel y la sombra del materialismo dialéctico. (Trad. Antonio J. Antón Fernández). Madrid: Akal.

     

    [1] Darío Leitón Hernández, licenciado en psicología y psicoanalista. Universidad centroamericana de ciencias sociales. UCACIS. Consulta psicoanalítica privada. darioleiton@hotmail.com

    [2]Das Ding: término en alemán, su traducción al español es la Cosa. Das sache es otro término alemán que puede ser traducido como cosa, pero para el psicoanálisis este último remite al orden simbólico, mientras que la Cosa es aquello que no puede inscribirse en el orden del significante ni de la imagen.